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FILOSOFÍA DEL ASOMBRO AGRADECIDO G. K. CHESTERTON FLORILEGIO Te doy gracias, Señor, por las piedras de la calle, te doy gracias por los carros de heno de allá lejos y por las casas construidas y en construcción que me pasan volando cuando camino a zancadas. Pero sobre todo, por el vendaval que siento en la nariz como si tu propia nariz estuviera cerca. (Poesía: «Thank You», 1890) Hubo un hombre que vivió en el este hace siglos; hoy, no puedo mirar una oveja o un gorrión, un lirio o un maizal, un cuervo o una puesta de sol, un viñedo o una montaña, sin pensar en él; si esto no es ser divino ¿qué es? (Poesía:«Parables». 1890.) La humildad es lo que renueva eternamente la Tierra y las estrellas. Es la humildad, y no el deber, lo que preserva las estrellas del error, del imperdonable error de la resignación casual. Es mediante la humildad como los cielos para nosotros más antiguos siguen frescos y fuertes. La maldición que se produjo antes de la historia ha puesto en nosotros la tendencia a cansarnos de las maravillas. Si viéramos el sol por vez primera, nos parecería el meteoro más temible y hermoso de todos. (Herejes, p. 137) La transición de la bondad a la santidad implica un tipo de revolución, mediante la cual se pasa de contemplar la creación como imagen y explicación de Dios, a ver a Dios como imagen y explicación de la creación. Es algo similar al cambio que sufre un enamorado: la primera vez que ve a su dama, la equipara a una flor, pero después proclama que todas las flores le recuerdan a su amada. Podría parecer que un santo y un poeta opinan lo mismo de una misma flor; pero, en realidad, aunque ambos dicen la verdad, se trata de verdades diferentes. Para uno, la alegría de la vida es causa de fe y para el otro es más bien el resultado de la misma. Como consecuencia de esta diferencia, el artista percibe la dependencia de Dios como un fogonazo brillante, mientras que para el santo es una luz completa y total como el sol del mediodía. El santo se coloca en la vertiente espiritual de las cosas y las ve a partir de la divinidad, como si fueran niños que salieran de un hogar familiar acreditado; no piensa, como la mayoría de nosotros, que han aparecido de golpe en los senderos del mundo. Y se da la paradoja de que por ese privilegio el santo es más familiar, más libre, más fraternal que nosotros, y más desinteresadamente hospitalario. Para nosotros, los elementos son heraldos con tabardos y trompetas que nos anuncian la cercanía de la ciudad de un gran rey; él, sin embargo, los saluda con una vieja familiaridad que raya en la informalidad. Les llama Hermano Fuego y Hermana Agua. (San Francisco, p. 91) La verdad es que toda apreciación auténtica se basa en cierto misterio, en cierta oscuridad, en cierta humildad. Quien dijo: «Bienaventurado el que no espera nada, pues no se verá decepcionado», pronunció una máxima equivocada. La verdadera es

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FILOSOFÍA DEL ASOMBRO AGRADECIDOG. K. CHESTERTONFLORILEGIO

Te doy gracias, Señor, por las piedras de la calle, te doy gracias por los carros de heno de allá lejos y por las casas construidas y en construcción que me pasan volando cuando camino a zancadas. Pero sobre todo, por el vendaval que siento en la nariz como si tu propia nariz estuviera cerca. (Poesía: «Thank You», 1890) Hubo un hombre que vivió en el este hace siglos; hoy, no puedo mirar una oveja o un gorrión, un lirio o un maizal, un cuervo o una puesta de sol, un viñedo o una montaña, sin pensar en él; si esto no es ser divino ¿qué es? (Poesía:«Parables». 1890.)

La humildad es lo que renueva eternamente la Tierra y las estrellas. Es la humildad, y no el deber, lo que preserva las estrellas del error, del imperdonable error de la resignación casual. Es mediante la humildad como los cielos para nosotros más antiguos siguen frescos y fuertes. La maldición que se produjo antes de la historia ha puesto en nosotros la tendencia a cansarnos de las maravillas. Si viéramos el sol por vez primera, nos parecería el meteoro más temible y hermoso de todos. (Herejes, p. 137)

La transición de la bondad a la santidad implica un tipo de revolución, mediante la cual se pasa de contemplar la creación como imagen y explicación de Dios, a ver a Dios como imagen y explicación de la creación. Es algo similar al cambio que sufre un enamorado: la primera vez que ve a su dama, la equipara a una flor, pero después proclama que todas las flores le recuerdan a su amada. Podría parecer que un santo y un poeta opinan lo mismo de una misma flor; pero, en realidad, aunque ambos dicen la verdad, se trata de verdades diferentes. Para uno, la alegría de la vida es causa de fe y para el otro es más bien el resultado de la misma. Como consecuencia de esta diferencia, el artista percibe la dependencia de Dios como un fogonazo brillante, mientras

que para el santo es una luz completa y total como el sol del mediodía. El santo se coloca en la vertiente espiritual de las cosas y las ve a partir de la divinidad, como si fueran niños que salieran de un hogar familiar acreditado; no piensa, como la mayoría de nosotros, que han aparecido de golpe en los senderos del mundo. Y se da la paradoja de que por ese privilegio el santo es más familiar, más libre, más fraternal que nosotros, y más desinteresadamente hospitalario. Para nosotros, los elementos son heraldos con tabardos y trompetas que nos anuncian la cercanía de la ciudad de un gran rey; él, sin embargo, los saluda con una vieja familiaridad que raya en la informalidad. Les llama Hermano Fuego y Hermana Agua. (San Francisco, p. 91)La verdad es que toda apreciación auténtica se basa en cierto misterio, en cierta oscuridad, en cierta humildad. Quien dijo: «Bienaventurado el que no espera nada, pues no se verá decepcionado», pronunció una máxima equivocada. La verdadera es «Bienaventurado el que no espera nada, pues se verá gloriosamente sorprendido ». El que no espera nada ve las rosas más rojas que los demás hombres, la hierba más verde, un sol más deslumbrante. Bienaventurado el que nada espera, pues poseerá ciudades y montes; bienaventurado el manso, pues heredará la tierra. Hasta que no nos demos cuenta de que las cosas pueden no ser, no podremos darnos cuenta de lo que las cosas son. Hasta que no veamos el fondo de oscuridad no podremos admirar la luz como cosa única y creada. En cuanto vemos la oscuridad, toda la luz se ilumina, repentina, cegadora y divina. Hasta que no imaginamos la no entidad, subestimamos la victoria de Dios, y no podemos darnos cuenta de las victorias de Su guerra antigua. Que nada sepamos hasta que no conocemos la nada es uno de los millones de bromas de la verdad. (Herejes, 59)

“Pues henchidos con ese espíritu decidido es como deberíamos acudir a san Francisco; con el ánimo de agradecerle todo lo que hizo. Ante todo fue un hombre espléndido; le

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atraía especialmente la mejor manera de dar, que consiste en dar las gracias. Si otro gran hombre escribió un tratado sobre el asentimiento, bien puede decirse que él escribió un tratado sobre la aceptación, sobre la gratitud. Comprendió la teoría del agradecimiento hasta las mismísimas profundidades, que son un abismo sin fondo. Sabía que la alabanza a Dios se asienta sobre los cimientos más firmes cuando se apoya sobre la nada y que cuando mejor apreciamos la inmensidad del milagro del mero hecho de existir es cuando caemos en la cuenta de que si no fuera por una extraña misericordia, podríamos no estar vivos siquiera. Parte de esta gran verdad se repite reducidamente en nuestra relación con este importante hacedor de la historia. Él también nos da cosas que ni sabemos que existen y es demasiado grande para poder ser correspondido, salvo con la gratitud. De él provino el resurgir del mundo y un nuevo amanecer en el que formas y colores adquirieron una apariencia nueva. (San Francisco, p. 166)Posiblemente no encarnó su espíritu en ninguna de las bellas letras. Él fue el espíritu que se encarnó. Fue una esencia y una sustancia espiritual que recorrió el mundo antes de que nadie se apercibiera de las cosas visibles que se derivaron de ellas; un fuego errante, como salido de ninguna parte, con el que los hombres más materiales, podían encender tanto antorchas como cirios. (San Francisco, p. 167)Reconocemos en ella [atmósfera de Jesús] una nota natural y limpia, como la que entona un pájaro: la nota dominante de san Francisco. Una nota que contiene una cierta burla amable de la idea misma de la posesión, un atisbo de esperanza de desarmar al enemigo con la generosidad, una pizca de humor en desconcertar al hombre de mundo con lo inesperado, una ligera alegría de llevar una convicción vehemente hasta un extremo razonable. (San Francisco, p. 133)En efecto, es un excelente avance que las personas sinceramente religiosas se

respeten unas a otras. Pero el respeto ha descubierto la diferencia, donde el desprecio conoció sólo indiferencia. (Santo Tomás, p, 116)

Un gran derrumbamiento silencioso, un desengaño inmenso y mudo, ha caído en nuestro tiempo sobre nuestra civilización occidental. Todas las edades anteriores han sudado y han sido crucificadas en su intento por comprender qué era realmente la vida recta, qué era, realmente, un buen hombre. Una parte definida del mundo moderno ha llegado a la incuestionable conclusión de que no existe respuesta a esas preguntas, de que lo más que podemos hacer es colgar unos cuantos carteles en los lugares donde el peligro es más obvio, para prevenir a los hombres, por ejemplo, contra los males de beber hasta la intoxicación, o de ignorar la mera existencia de sus vecinos. (Herejes, p. 32)

Sobre todo, es lo que principalmente le mueve cuando encuentra tan fascinante el misterio central del hombre: para Santo Tomás, la cuestión está siempre en que el hombre no es un globo que asciende al cielo ni un topo que abre galerías en la tierra, sino más bien algo como un árbol, cuyas raíces reciben alimento de la tierra mientras sus ramas más altas parecen subir casi a las estrellas. (Santo Tomás, p. 164)

Es el hecho de que la falsedad nunca es más falsa que cuando le falta poco para ser verdad: cuando la puñalada roza el nervio de la verdad, la conciencia cristiana grita de dolor. (Santo Tomás, p. 95)

El pecado es una debilidad del carácter; acaba con la risa, acaba con la maravilla, acaba con lo caballeresco, acaba con la energía. (Herejes, p. 109)

La única simplicidad que merece la pena conservar es la simplicidad del corazón, la simplicidad que acepta y disfruta. (Herejes, p. 114)

Los niños son, en esta como en tantas otras cuestiones, la mejor guía. Y en nada se muestran más niños los niños, en nada exhiben con más precisión el orden sensato de la simplicidad, que en el hecho de verlo

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todo con simple placer, incluso las cosas complejas. (Herejes, p. 116)

Sola en la tierra, elevada y liberada de todas las ruedas y remolinos de la tierra, se alza la fe de Santo Tomás. Lastrada y contrapesada, con una metafísica más que oriental y una pompa y ceremonia más que pagana; pero vital y vívidamente sola en declarar que la vida es una historia viva, con un gran comienzo y una gran conclusión; arraigada en la alegría primigenia de Dios y consumada en la felicidad final de la humanidad; inaugurada con el coro colosal en que los hijos de Dios clamaban de gozo, y rematada en esa camaradería mística que dibujan en sombras aquellas antiguas palabras que se mueven como una danza arcaica: “Pues es Su deleite estar con los hijos de los hombres”. (Santo Tomás, p. 118)

El pecado no es que los motores sean mecánicos, sino que lo sean los hombres. (Herejes, p. 117)

Nosotros nos buscamos a los amigos y a los enemigos. Pero es Dios quien nos busca al vecino de al lado. De ahí que éste venga a nosotros ataviado con todos los terrores de la naturaleza; es tan raro como las estrellas, tan imprudente y tan indiferente como la lluvia. Es un hombre, la más terrible de todas las bestias. Por ello, las viejas religiones y el antiguo lenguaje de las Escrituras mostraban tal sabiduría al hablar, no del deber de uno para con la humanidad, sino del deber de uno para con el prójimo. El deber para con la humanidad suele adoptar la forma de decisión, que es personal y puede incluso ser agradable… Pero a nuestro vecino tenemos que quererlo porque está ahí, una razón mucho más alarmante para una operación mucho más seria. El vecino es la muestra de humanidad que nos ha sido dada. Y precisamente porque puede ser alguien, es todo el mundo. Porque es un accidente, es un símbolo. (Herejes, p. 155)

En realidad había estado haciendo el pino, apoyado sobre la cabeza, o mejor dicho, sobre sus manos. —Perdóneme —se excusó cuando la joven dama llegó a su altura—; suelo hacerlo porque es muy útil para un paisajista buscar perspectivas nuevas, ver el paisaje al revés,

con la cabeza a la altura del suelo... Así contempla uno las cosas tal como son en realidad; es una verdad preclara, tanto en el arte como en la filosofía —quedó pensativo, como si meditase, y prosiguió—: Lo de ir erguido está muy bien, pero si sabemos que los ángeles vienen de lo más alto es precisamente porque cuelgan cabeza abajo. En realidad son los que tienen los pies en el suelo quienes andan con la cabeza en las nubes… —¿Permite que le confíe un secreto?... —El mundo está cabeza abajo. Todos andamos cabeza abajo y hasta con la cabeza en los pies. Somos como las moscas agarradas al techo. Si no nos caemos es porque el milagro existe... —Recordará usted que San Pedro, de quien ya hemos hablado, fue crucificado cabeza abajo —dijo Gale—. Pues bien, no puedo dejar de pensar que su humildad innegable fue así premiada, con esa visión última, la más bella de su existencia corpórea, antes de que le llegara la muerte. San Pedro pudo ver el paisaje tal como es, las estrellas cual flores, las nubes como colinas... Y los hombres colgando a merced de Dios. (El poeta y los lunáticos, p. 16-17)El secreto de la vida radica en la risa y la humildad. (Herejes, p. 110)