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Formas de criminalidad

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FORMAS DE CRIMINALIDAD CRIMINALIDAD Y FUNCIÓN POLICIAL

* Criminalidad convencional

* Corrupción

* Delincuencia relacionada con drogas

* Problemas conceptuales en torno a la criminalidad

económica.

| ASPECTOS GENERALES:

Título del Recurso: Formas de criminalidad

Propósito: que las y los discentes discriminen las diferentes formas de

criminalidad para la planificación de las funciones policiales desde una

mirada amplia, en la que el discernimiento sobre los diversos factores

criminológicos estén presentes, en función de garantizar los derechos

humanos de las y los ciudadanos, y proteger su integridad física.

Dirigido a: discentes de la Universidad Nacional Experimental de la

Seguridad (UNES)

Palabras Claves: formas de criminalidad, homicidios, delitos de cuello

blanco, corrupción, accidentes de tránsito, delincuencia organizada,

delincuencia común.

Tabla de Contenido:

Duración de la Navegación: quince (15) minutos, aproximadamente.

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PROBLEMAS CONCEPTUALES EN TORNO A LA CRIMINALIDAD ECONÓMICA

CRIMINALIDAD Y FUNCIÓN POLICIAL

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Autor: Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES).

Diseñador Instruccional: Manuel Celis

Edición y Montaje: Kelly Bustamante- [email protected]

Experto de Contenido: Aitza Paz y Lorena Carrillo

Fecha de creación: 16 de febrero de 2012

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El término “delincuencia” describe muchas

formas diferentes de comportamiento ilegal.

Además, las leyes de diferentes países

prohíben una amplia gama de actuaciones

diferentes, en grados variables. Algunos

delitos pueden considerarse un fenómeno

marcadamente local, mientras que otros

tienen un impacto mucho más amplio y afectan a varios países.

Los incidentes cotidianos de delincuencia que experimentan muchas personas

-como los robos y hurtos, los atracos y los robos con escalamiento- pueden

considerarse un fenómeno en gran medida urbano, impulsado por factores

locales. La planificación urbana, la prevención del delito y la acción policial

parecen ser factores importantes para reducir el riesgo de ser víctima de esos

delitos. Sin embargo, los delitos menores o

convencionales pueden diferir

considerablemente de un distrito a otro de

una misma ciudad. La proximidad entre los

delincuentes y sus víctimas, la vulnerabilidad

de los objetivos de la delincuencia, la

disponibilidad de armas de fuego y drogas, la

presencia de bandas, la densidad de población y las presiones y tensiones que

afectan a una determinada comunidad contribuyen a aumentar el riesgo de

inseguridad y delincuencia.

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El aumento de la información sobre la naturaleza y alcance de la corrupción es

crucial para entender el efecto profundo de esta forma particular de

delincuencia en las economías y en el estado de derecho. La UNODC apoya la

elaboración de un conjunto de estudios capaces de proporcionar información

sobre la experiencia y la percepción de la corrupción, los factores de riesgo, las

modalidades y las actitudes respecto de la integridad. Esos estudios podrían

tener por objetivo la población en general, el sector empresarial, los

funcionarios públicos o determinadas instituciones gubernamentales, como las

del sector de la justicia.

Los delitos registrados por los organismos

de represión pueden estar relacionados

con las drogas de forma directa o indirecta.

Una proporción de los delitos tales como el

robo, el hurto, el atraco y el robo con

escalamiento obedece a factores

subyacentes tales como el consumo de

drogas. Sin embargo, desde el punto de

vista estadístico, la medida en que el

consumo de drogas es responsable de esos delitos no es fácil de determinar, y

rara vez forma parte de los informes oficiales. Por otra parte, los organismos de

represión de la mayoría de los países producen y conservan información sobre

los delitos relacionados con drogas. Éstos pueden dividirse en dos categorías

generales: la “delincuencia relacionada con la posesión o el uso indebido de

drogas”, que corresponde más estrechamente a los delitos de consumo

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personal, y el “tráfico de drogas”, que corresponde a la venta de determinadas

sustancias ilícitas.

Resulta ya un lugar común en los estudios sobre el tema de la “criminalidad

económica” acentuar los problemas de imprecisión y controversias que surgen

al procurar establecer una conceptualización consensuada científicamente de

esta categoría (por todos, Delmas Marty, 1980; Vilades, 1983, Nelken, 1999).

Las definiciones al uso son numerosas y disímiles, y fuera del debate

propiamente dicho, la adopción de estas diversas conceptualizaciones

repercute inmediatamente en el establecimiento de las fronteras del campo de

estudio, vale decir en la determinación de un preciso objeto de investigación.

Así, acorde con estas definiciones epistemológicas iniciales, determinadas

situaciones o problemáticas quedarán dentro o fuera del campo de estudio de

la “criminalidad económica” lo que no resulta un problema menor.

Sí existe coincidencia, en señalar como estudio

pionero en la materia el de Edwin Sutherland,

White Collar Crime, en 1949 adoptando la

acepción delito de cuello blanco. Así, Sutherland

en aquel revolucionario trabajo, al referirse a la

participación de personas de la clase

socioeconómica alta en conductas delictivas

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expuso que: “…El delito de cuello blanco puede definirse, aproximadamente,

como un delito cometido por una persona de respetabilidad y status social alto

en el curso de su ocupación…”. (ob. cit. pág. 65).

Se advierte, pues de tal definición, un concepto amplio definido por dos

variables iniciales: una subjetiva vinculada a la pertenencia social del infractor,

y otra objetiva, relativa a su realización en el marco de una actividad

determinada. Es así que, según su propia caracterización se excluyen:

“…muchos delitos de la clase social alta, como la mayoría de sus asesinatos,

adulterio, intoxicación, etc., ya que éstos no son generalmente parte de sus

procedimientos ocupacionales. También excluye abusos de confianza de

miembros ricos del bajo mundo, ya que no son personas de respetabilidad y

alto status social…”. (Ídem: cit.).-

En un trabajo previo (1940), el mismo Sutherland pudo ofrecer alguna

aclaración mínima para tratar de circunscribir el concepto al referirse a tres

grupos de comportamientos: a) actuaciones de hombres de negocios o de

empresa en el desempeño de sus funciones; b) actos ilícitos de profesionales,

tal el caso de los médicos; c) conductas ilícitas en el ámbito de la política Sin

embargo, no es ocioso destacar que, no obstante, el autor en sus

investigaciones puso especial hincapié en su obra en el primer grupo de

comportamientos.

De esta propuesta se derivan otras

de trayectoria y peso en el ámbito

científico. Así las cosas, poniendo el

énfasis en la primera de las

características de la definición, se ha

utilizado la expresión respectable

crime (Cressey, 1970; Schur, 1969),

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ampliando el concepto en forma absolutamente imprecisa, a todos los actos

cometidos por personas que gocen de respetabilidad social.

Por otra parte, otra denominación usual, refiere al occupational crime o

profesional crime (Clinard, 1972), emergente de este último aspecto de la

definición de Sutherland y la vinculación entre infracción delictiva y el

desempeño de una ocupación legítima. Así, Gary Green (1996)3 lo define

como: “…todo acto punible por la ley que se comete a través de las

oportunidades creadas en el curso de una ocupación que es legal…”, dato que

se convierte central en la teoría, y que permite incluir en tal categorización a

delitos cometidos por “…cualquier persona en el ejercicio de su profesión

desde el banquero hasta el mecánico pasando por el abogado o el médico…”.

En ese sentido, Clinard y Quinney (1967)5 distinguen entre dos tipos básicos:

“…el corporate crime, que definen como el crimen cometido en beneficio de la

corporación a la que pertenece el autor, y el occupational crime, que abarca

todos los demás crímenes cometidos en el curso de una ocupación pero que

benefician directamente al ofensor…”.

Apartándose de los elementos reseñados, se destaca la posición de Edelhertz

(1978) para quien el delito de cuello blanco está constituido por “…un acto

ilegal o por una serie de actos ilegales cometidos por medios no físicos y a

través del ocultamiento o del engaño, para obtener dinero o de propiedad, o

para obtener negocios o ventajas personales…”. Esta definición evidentemente

más amplia y que permite la inclusión de un sinnúmero de actos de distinto

rango, está caracterizada por dos elementos centrales: a) su contenido

patrimonial y b) su comisión a través de medios no violentos; y al resultar

sustantivamente más flexible, importó un uso más frecuente en las agencias

del sistema policial y judicial.

Desde otro punto de vista, cercano a las corrientes que comúnmente se

denominan “criminología crítica” o “criminología radical” de corte teórico

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marxiano, surge la expresión crimes of the powerful o crímenes de los

poderosos, acorde con el conocido trabajo de Pearce (1976). Según el autor,

los crímenes de los poderosos solamente, se explican, en un contexto socio-

económico determinado: la sociedad capitalista dividida en clases antagónicas,

y por lo tanto sólo pueden cometerlos quienes se encuentran en posición

privilegiada dentro de esa estructura de poder.

Otra opción, frente a estas divergencias, resulta asir un concepto delimitado por

patrones jurídico-normativos. En este

orden, Delmas-Marty (1980), acuña la

expresión criminalité des affaire, que

abarcaría “…todo menoscabo, de una

parte, del orden financiero, económico,

social o de la calidad de vida, y de otra

parte de la propiedad, fe pública o

integridad física de las personas, pero

sólo cuando el autor haya actuado en el marco de una empresa, bien sea por

cuenta de la misma, bien sea por cuenta propia si el mecanismo de la

infracción está relacionado con poderes de decisión esenciales para la vida de

la empresa…” (cit. en Viladés, cit: 225).

Tiedemann (1975), a su turno prefiere adoptar la denominación delincuencia

económica, estableciendo dos acepciones. Una de corte estricto que importaría

que delito económico “es la infracción jurídico-penal que lesiona o pone en

peligro el orden económico entendido como regulación jurídica del

intervencionismo estatal en la economía de un país”; y otra de carácter amplio

que asume que es “…aquella infracción que, afectando a un bien jurídico

patrimonial individual, lesiona o pone en peligro, en segundo término, la

regulación jurídica de la producción, distribución y consumo de bienes y

servicios…”.

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A su vez, en primer lugar, razones de practicidad en las agencias del sistema

penal, fueron inclinando la balanza hacia una definición jurídica que se

sustentara en las figuras positivizadas en los distintos ordenamientos jurídicos

(Righi, 2000:94).

No obstante, lo inconsistente de la propuesta, generó la opción de procurar

alcanzar un concepto material de delito económico amparado en la noción

dogmática de bien jurídico penal o bien jurídico protegido. Así las cosas, se

acudió a denominaciones tales como orden público económico (Aftalión, 1966),

orden económico nacional (Bergalli, 1973), orden público económico social

(Cousiño, 1962), régimen económico público (Mezger, 1959), entre otras. (ob.

cit.: 95).

Pero, paulatinamente, se fue observando la cualidad de bienes jurídicos

colectivos o supra-individuales en tales figuras, excluyéndose, en principio,

aquellas figuras de contenido patrimoniales con mera afectación individual,

tales como la estafa, la apropiación indebida, el soborno, la usura, el hurto, el

daño o los delitos de quiebra, salvo que en casos excepcionales pudieran

alcanzar aquella trascendencia colectiva. (Tiedemann, 1975; Righi, 2000).

Siguiendo esta caracterización, Baigún señala la existencia de un orden

económico constituido por la producción, distribución y consumo de bienes y

servicios más la permanente intervención del Estado como bien jurídico que

sirve como plataforma para la definición misma del delito económico y la

clasificación de las conductas que

ingresan dentro de su ámbito (2005:13-

32).

También se ha utilizado la expresión

delitos no convencionales para significar

el estudio –definición por la negativa- de

los ámbitos objeto de criminalización por el Derecho Penal que no configuran el

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Derecho Penal tradicional o nuclear (conf. Maier, 1994:9). Al respecto, destaca

Riquert (2007:72), que allí Daniel Pastor ensaya una aproximación al

mencionar que la literatura se refiere: “…a los hechos que de un modo más

intolerable afectan la convivencia pacífica de una sociedad, los llamados

globalmente delitos económicos, esto es, la utilización de una estructura de

poder para obtener abusivamente, es decir, más allá de lo razonable, o desviar

en provecho propio, recursos, riquezas y bienestar que son patrimonio de la

comunidad … Un catálogo informal y sin pretensiones de exhaustividad

quedaría integrado, por lo menos, con los hechos punibles siguientes: fraudes

fiscales, monopolio, oligopolio y otros fraudes a la competencia, fraudes a la

banca, al crédito público y al sistema financiero estatal, contaminación

ambiental, fraudes al consumidor y al sistema de seguridad social…”.

Para concluir su análisis Riquert señalando que “…Luego de apuntar que la

moda agregaría a la lista el „tráfico de drogas‟, indica como hilo conductor que

permita la „contención‟ del conjunto, que se trata de hechos que afectan

distintos bienes jurídicos y de modo diverso, que tienen como „denominador

común‟ el enorme daño social, concreto o potencial, que estas acciones

acarrean para el desarrollo político, económico, social y cultural de la población

afectada…” (cit. 33). Por último, también debe situarse la atención a fenómenos

que han ampliado sugerentemente la acepción a ciertas formas de criminalidad

particular.

Así, se ha entroncado al delito de cuello blanco con el concepto de crimen

organizado. La elaboración de este concepto tiene una precisa certificación de

origen ya que proviene de la respuesta otorgada por las agencias federales de

seguridad estadounidenses entre los años 1920 y 1933 (conf. Virgolini, 2004:

189 y ss.; Zaffaroni, 1997:251 y ss.), y para significar formas de criminalidad

“…que representaban una amenaza a los estilos de vida dominantes de las

clases medidas, por extenderse en la explotación de una serie de actividades

ilícitas o de un conjunto de servicios culturalmente desaprobados. Así, el juego,

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la prostitución, la distribución de alcohol durante la prohibición, el sistema de la

protección extorsiva y otras actividades criminales menores, hasta alcanzar con

el tiempo a la distribución de estupefacientes, constituyeron, más que simples

actividades prohibidas, marcas criminales que se dirigían a un preciso

estereotipo de criminal: el del integrante de una sociedad secreta, verticalmente

jerárquica, cohesionada a través de lazos de fidelidad personal fundados en la

identidad racial y cultural, los vínculos familiares y el empleo de la violencia…”

(Virgolini, cit.: 190)9.

Esta expresión fue trasvasada sin más del

ámbito policial al académico, receptada con

matizaciones por autores de la talla de

Donald Cressey (1969) quien aplicó la noción

de burocracia al análisis de las familias

criminales, individualizando su estructura

jerárquica, su complejo de reglas formales, la segmentación de sus funciones y

los roles de centralización y de coordinación revestidos por algunos de sus

integrantes.

Más modernamente Stanley Cohen ha dicho que: “…hay crimen organizado

cuando se ponen en acción estructuras y modalidades articuladas,

diversificadas, capaces de conducir actividades flexibles. Una organización de

ese tipo (…) debe dar respuesta a exigencias peculiares ligadas a su condición

de ilegalidad. Primera de todas las exigencia, aunque manteniéndose secreta,

de hacer valer públicamente la propia fuerza de coacción y disuasión. Un justo

equilibrio, entonces, entre publicidad y ocultamiento que solamente una

estructura compleja está en condiciones de conseguir. En segundo lugar, la

exigencia de neutralizar la intervención de la ley a través del silencio (omertá),

la corrupción, las represalias. Finalmente, la necesidad de conciliar el orden en

su propio interior, a través de formas de control y de solución de los conflictos,

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con la legitimidad hacia el exterior, a través de la erogación de oportunidades

sociales y ocupacionales…”.

Abundantes han sido las críticas a esta pretensión categorial. Pavarini (1995:

75 y ss.), por ejemplo, ha señalado que “…los desarrollos que para la definición

de este campo apuntan sobre los

elementos organizativos despiertan una

serie de ambigüedades: la primera, que

hasta un cierto punto, todo delito

económicamente motivado prevé una

cierta organización y por lo tanto el delito

desorganizado no existiría como

trasfondo del crimen organizado, lo que conduciría a la desaparición de este

concepto; desde el otro lado, el acento sobre los elementos económicos tiende

a disolver la misma categoría, toda vez que existe una fuerte tendencia a la

confusión entre economías legales e ilegales y, por lo tanto el concepto

alcanzaría una inabarcable e inmanejable amplitud, abrazando la ilegalidad

económica y la política tout court…” (conf. Virgolini, cit: 205, nota: 322).- Por

eso, sostiene que: “…en realidad la categoría de crimen organizado difícilmente

se pueda desarrollar sobre terrenos ajenos a las asociaciones o culturas

mafiosas tradicionales, cuya distinción sobre otros elementos del universo

social reside sobre todo en el valor de la temibilidad o peligrosidad, que es la

que provee los materiales para la construcción –y sobre todo para la

percepción social alarmada- del fenómeno…” (ob. pag., nota, cit.).

Zaffaroni (2001: págs. 9 y ss.) destaca su ambigüedad, pero fundamentalmente

su inutilidad como categoría jurídica y criminológica al subrayar: “…la expresión

„crimen organizado‟ es hueca. Tiene claro origen político partidista, es decir, fue

inventada por los políticos norteamericano de hace décadas… Responde al

mito de la mafia u organizaciones secretas y jerarquizadas, que eran

responsables de todos los males…”, aclarando que: “…en modo alguno quiero

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negar la existencia de la mafia, de la camorra, de bandas de criminales, de

organizaciones que practican defraudaciones internacionales, que exportan

sobrefacturando e importan subfacturando y que se hacen acreedoras de sí

mismas en mercados lejanísimos, o decir que no existe la trata de personas ni

de sustancias o servicios prohibidos, o que no hay organizaciones de

secuestradores. Lo que quiero significar es que no hay un concepto que

abarque todo eso y también, a veces, al

terrorismo (como algunos pretenden) y que

sirva para algo…”.- En realidad, sostiene, tal

categorización oculta las contradicciones del

poder planetario, genera unas expectativas

en el plano simbólico que al no satisfacerse

materialmente potencian la propia

conflictividad, y corrompen a las propias

agencias penales inundándolas de prácticas

atentatorias contra el Estado Constitucional

de Derecho, sin consecuencia concreta

alguna (ob. cit.).

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[http://www.ciidpe.com.ar/area4/Criminalidad%20economica.%20Bombini.pdf]

[Consultado el 10/02/2012]

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Diagnóstico y respuestas de política”. Serie Estudios Socio / Económicos Nº

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[http://www.cieplan.org/media/publicaciones/archivos/161/Capitulo_1.pdf]

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10/02/2012]