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en el País de las Maravillas ILUSTRACIONES DE PETER KUPER PRÓLOGO DE ANDRÉS BARBA sextopiso

Fragmento Alicia en el País de las Maravillas

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Presentamos una nueva edición, con traducción de Andrés Barba e ilustraciones del artista neoyorquino Peter Kuper, de este gran clásico de la literatura universal.

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Page 1: Fragmento Alicia en el País de las Maravillas

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ILUSTRACIONES DE PETER KUPERPRÓLOGO DE ANDRÉS BARBA

ilustrado sextopiso

00 Portada Alicia 2/23/10 11:24 PM Page 1

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CCAAPPÍÍTTUULLOO II

EN LA MADRIGUERA DEL CONEJO

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Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada en aquelbanco junto a su hermana y de no tener nada que hacer.Había echado un par de hojeadas al libro que su hermanaestaba leyendo, pero en él no había ni dibujos ni diálogos,«y ¿qué sentido tiene un libro», pensaba Alicia, «sin dibujosni diálogos?».

Aquella mañana era tan calurosa que se sentía un pocoadormilada. Allí estaba, dándole vueltas al asunto de si elplacer de trenzar una corona de margaritas merecía elesfuerzo de levantarse y recogerlas, cuando de pronto unConejo Blanco de ojos rosas pasó corriendo junto a ella.

En realidad no había nada demasiado extraordinario enello y Alicia no lo pensó mucho más, ni siquiera cuandooyó al Conejo decir:

—¡Ay no! ¡Ay no! ¡Qué tarde es! Cuando lo volvió a pensar más tarde, se le ocurrió que

tal vez debería haberse asombrado, pero en aquelmomento todo parecía bastante normal. Fue cuando elConejo sacó un reloj del bolsillo de su chaleco cuando se diocuenta de que nunca en la vida había visto un conejo quevistiera con chaleco y mucho menos a uno que llevara enél un reloj de bolsillo. Muerta de curiosidad corriópersiguiéndole por la pradera, justo a tiempo para ver cómobrincaba en el interior de una enorme madriguera quehabía bajo un seto.

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Un segundo después Alicia ya se había metido tras él sinpararse a pensar en cómo se las apañaría para salir de allí.

La madriguera avanzaba en línea recta como si fuera untúnel que llevara a alguna parte, y después se inclinaba derepente, tan de repente que cuando Alicia intentó detenerse,ya estaba cayendo por algo que parecía un profundísimo pozo.

Y una de dos: o el pozo era muy profundo o ella caía muydespacio, porque mientras caía tuvo tiempo de sobra paramirar a su alrededor y para preguntarse qué era lo siguienteque iba a pasar. Primero intentó mirar hacia abajo y adivinardónde caería, pero estaba demasiado oscuro como para vernada, luego miró a ambos lados del pozo y se dio cuenta deque estaban cubiertos de armarios y de estanterías de libros:a un lado y al otro veía mapas y cuadros colgando de ganchos.Cogió un tarro de una estantería mientras pasaba: tenía unaetiqueta que decía «MERMELADA DE NARANJA», pero estabadecepcionantemente vacío y como no quería dejar caer eltarro por miedo a matar a alguien, se las arregló parameterlo en uno de los armarios que había allí mientrasseguía descendiendo.

«¡Bueno», pensó Alicia, «después de una caída como ésta,rodar escaleras abajo no es nada! ¡Si me pudieran ver en casapensarían que soy muy valiente, pero no se los contaría niaunque me estuviera cayendo desde el tejado de una casa!».(Algo que, por otra parte, se parecía mucho a lo que leestaba ocurriendo.)

Caía, caía, caía. ¿Es que nunca iba a terminar de caer? —Me pregunto cuántos kilómetros habré caído ya

—dijo en voz alta—. Debo de estar llegando casi al centro dela tierra. Vamos a ver: Yo creo que serán como unos cincomil… (y es que Alicia había aprendido en sus clases del

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Un segundo después Alicia ya se había metido tras él sinpararse a pensar en cómo se las apañaría para salir de allí.

La madriguera avanzaba en línea recta como si fuera untúnel que llevara a alguna parte, y después se inclinaba derepente, tan de repente que cuando Alicia intentó detenerse,ya estaba cayendo por algo que parecía un profundísimo pozo.

Y una de dos: o el pozo era muy profundo o ella caía muydespacio, porque mientras caía tuvo tiempo de sobra paramirar a su alrededor y para preguntarse qué era lo siguienteque iba a pasar. Primero intentó mirar hacia abajo y adivinardónde caería, pero estaba demasiado oscuro como para vernada, luego miró a ambos lados del pozo y se dio cuenta deque estaban cubiertos de armarios y de estanterías de libros:a un lado y al otro veía mapas y cuadros colgando de ganchos.Cogió un tarro de una estantería mientras pasaba: tenía unaetiqueta que decía «MERMELADA DE NARANJA», pero estabadecepcionantemente vacío y como no quería dejar caer eltarro por miedo a matar a alguien, se las arregló parameterlo en uno de los armarios que había allí mientrasseguía descendiendo.

«¡Bueno», pensó Alicia, «después de una caída como ésta,rodar escaleras abajo no es nada! ¡Si me pudieran ver en casapensarían que soy muy valiente, pero no se los contaría niaunque me estuviera cayendo desde el tejado de una casa!».(Algo que, por otra parte, se parecía mucho a lo que leestaba ocurriendo.)

Caía, caía, caía. ¿Es que nunca iba a terminar de caer? —Me pregunto cuántos kilómetros habré caído ya

—dijo en voz alta—. Debo de estar llegando casi al centro dela tierra. Vamos a ver: Yo creo que serán como unos cincomil… (y es que Alicia había aprendido en sus clases del

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colegio a hacer muchos cálculos de ese estilo, y aunqueaquella no fuera la mejor oportunidad para demostrar susconocimientos, sobre todo porque no había nadie paraescucharla, aun así le venía bien repasar)… Sí, ésa debe deser más o menos la distancia correcta… pero me preguntoen qué latitud y en qué longitud me encuentro…

(Alicia no tenía ni la más remota idea de lo que eran ni lalatitud ni la longitud, pero igual le parecía que eran palabrasque sonaban estupendamente.)

Al cabo de un rato empezó otra vez:—¡Me pregunto si atravesaré el centro de la tierra!

¡Qué divertido sería salir entre personas que caminan bocaabajo! Las Antipatías, creo que se llamaban… (y esta vez sealegró de que no hubiera nadie escuchando porque no estabanada segura de que se tratara de la palabra correcta)… lestendré que preguntar cómo se llama el país. Disculpe, señora,¿estamos en Nueva Zelanda o en Australia? —intentó haceruna reverencia mientras hablaba… ¡Imaginaos hacer unareverencia mientras estás cayendo por los aires! ¡No oscreáis que es tan fácil!—. ¡Y ella pensará que soy una niñitaignorante por preguntar! No, mejor no preguntaré: a lomejor lo veo escrito en algún sitio.

Caía, caía, caía. Y como no podía hacer nada más quecaer, Alicia se puso a hablar de nuevo:

—Creo que Dinah me va a echar mucho de menos estanoche (Dinah era la gata). Espero que se acuerden de ponerlesu platito de leche a la hora del té. Dinah, querida. ¡Ojalá

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colegio a hacer muchos cálculos de ese estilo, y aunqueaquella no fuera la mejor oportunidad para demostrar susconocimientos, sobre todo porque no había nadie paraescucharla, aun así le venía bien repasar)… Sí, ésa debe deser más o menos la distancia correcta… pero me preguntoen qué latitud y en qué longitud me encuentro…

(Alicia no tenía ni la más remota idea de lo que eran ni lalatitud ni la longitud, pero igual le parecía que eran palabrasque sonaban estupendamente.)

Al cabo de un rato empezó otra vez:—¡Me pregunto si atravesaré el centro de la tierra!

¡Qué divertido sería salir entre personas que caminan bocaabajo! Las Antipatías, creo que se llamaban… (y esta vez sealegró de que no hubiera nadie escuchando porque no estabanada segura de que se tratara de la palabra correcta)… lestendré que preguntar cómo se llama el país. Disculpe, señora,¿estamos en Nueva Zelanda o en Australia? —intentó haceruna reverencia mientras hablaba… ¡Imaginaos hacer unareverencia mientras estás cayendo por los aires! ¡No oscreáis que es tan fácil!—. ¡Y ella pensará que soy una niñitaignorante por preguntar! No, mejor no preguntaré: a lomejor lo veo escrito en algún sitio.

Caía, caía, caía. Y como no podía hacer nada más quecaer, Alicia se puso a hablar de nuevo:

—Creo que Dinah me va a echar mucho de menos estanoche (Dinah era la gata). Espero que se acuerden de ponerlesu platito de leche a la hora del té. Dinah, querida. ¡Ojalá

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Se topó de pronto con una mesa pequeña de tres patas,hecha toda de cristal. No había nada sobre ella con excepciónde una diminuta llave dorada y su primera ocurrencia fue quetal vez serviría para abrir alguna de las puertas del salón.Pobre Alicia, o bien la llave era demasiado pequeña, o bien

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estuvieras aquí conmigo! Me temo que no hay ratones en elaire pero podrías cazar un murciélago. Son bastante parecidosa los ratones, ¿sabes? Aunque me pregunto si los gatospueden comer murciélagos. —Pero en ese momento Aliciaempezó a tener mucho sueño y siguió diciendo mediodormida—: ¿Los gatos pueden comer murciélagos? ¿Losgatos pueden comer murciélagos? —Y a veces decía—: ¿Ylos murciélagos… pueden comer gatos? —Porque, comono sabía contestar a ninguna de las dos preguntas, no teníademasiada importancia el orden en el que las formulara.Sintió que se había quedando dormida y que habíacomenzado a soñar. Caminaba de la mano con Dinah y ledecía muy seriamente: «A ver, Dinah, sé sincera: ¿Alguna vezte has comido un murciélago?», cuando de repente, ¡Pum!,de un sopetón se dio contra una montaña de palos y hojassecas. La caída había terminado.

Alicia no se había hecho nada de daño e inmediatamentese puso en pie de un salto. Miró hacia arriba, pero estabatodo oscuro. Frente a ella había un largo pasillo por el queaún se veía al Conejo Blanco corriendo a toda prisa. No podíaperder un instante: se fue hacia allí corriendo como el vientoy llegó a tiempo para oírle decir cuando doblaba la esquina:

—¡Mis orejas, mis bigotes, qué tarde es! Aunque estaba muy cerca, cuando dobló la esquina tras

él ya había desaparecido. Se encontró en un salón estrechoy bajo iluminado con lámparas que colgaban del techo.

Había puertas por todo el salón, pero estaban cerradas,y cuando Alicia hubo hecho el recorrido de un lado y despuésel del otro intentando abrir cada una de ellas, caminó tristehasta el centro del salón mientras se preguntaba cómoconseguiría salir de allí.

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Se topó de pronto con una mesa pequeña de tres patas,hecha toda de cristal. No había nada sobre ella con excepciónde una diminuta llave dorada y su primera ocurrencia fue quetal vez serviría para abrir alguna de las puertas del salón.Pobre Alicia, o bien la llave era demasiado pequeña, o bien

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estuvieras aquí conmigo! Me temo que no hay ratones en elaire pero podrías cazar un murciélago. Son bastante parecidosa los ratones, ¿sabes? Aunque me pregunto si los gatospueden comer murciélagos. —Pero en ese momento Aliciaempezó a tener mucho sueño y siguió diciendo mediodormida—: ¿Los gatos pueden comer murciélagos? ¿Losgatos pueden comer murciélagos? —Y a veces decía—: ¿Ylos murciélagos… pueden comer gatos? —Porque, comono sabía contestar a ninguna de las dos preguntas, no teníademasiada importancia el orden en el que las formulara.Sintió que se había quedando dormida y que habíacomenzado a soñar. Caminaba de la mano con Dinah y ledecía muy seriamente: «A ver, Dinah, sé sincera: ¿Alguna vezte has comido un murciélago?», cuando de repente, ¡Pum!,de un sopetón se dio contra una montaña de palos y hojassecas. La caída había terminado.

Alicia no se había hecho nada de daño e inmediatamentese puso en pie de un salto. Miró hacia arriba, pero estabatodo oscuro. Frente a ella había un largo pasillo por el queaún se veía al Conejo Blanco corriendo a toda prisa. No podíaperder un instante: se fue hacia allí corriendo como el vientoy llegó a tiempo para oírle decir cuando doblaba la esquina:

—¡Mis orejas, mis bigotes, qué tarde es! Aunque estaba muy cerca, cuando dobló la esquina tras

él ya había desaparecido. Se encontró en un salón estrechoy bajo iluminado con lámparas que colgaban del techo.

Había puertas por todo el salón, pero estaban cerradas,y cuando Alicia hubo hecho el recorrido de un lado y despuésel del otro intentando abrir cada una de ellas, caminó tristehasta el centro del salón mientras se preguntaba cómoconseguiría salir de allí.

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Estaba muy bien eso de«BÉBEME», pero la pequeña

Alicia era demasiado listacomo para hacerlo tan

rápidamente. —No, miraré primero

—dijo Alicia— y veré sien algún sitio pone veneno.Y es que había leído

muchas historias de niñosque se habían quemado o debestias salvajes que se loshabían comido y otras cosasdesagradables, y todo por noprestar atención a los consejosque les habían dado, como porejemplo que si sostenías unatizador al rojo vivo con lamano te quemabas, o que si tehacías un corte profundo conun cuchillo sangrabas mucho, oque si te bebías un buen tragode una botella que ponía venenolo más probable era que tesintieras fatal tarde o temprano.

Pero en aquella botella noponía veneno por ninguna parte,de modo que Alicia se animó aprobarla, y como sabía tan bien(un sabor que era una mezclaentre tarta de cerezas, natillas,

las cerraduras demasiado grandes, el caso es que no servíapara abrir ninguna de ellas. Y sin embargo, cuando estabahaciendo el segundo intento, encontró una cortinita queno había visto antes y detrás de ella una pequeña puerta deunos cuarenta centímetros de alto. Probó con la minúsculallave dorada y para su sorpresa… ¡Encajó!

Alicia abrió la puerta y vio que llevaba hacia un pequeñopasillo no más grande que la madriguera de un ratón. Searrodilló y miró a través del agujero. Al otro lado se podíaver el jardín más maravilloso que nadie haya imaginadonunca. Deseaba con toda su alma salir de aquel salón oscuroy pasear por aquellos parterres de flores luminosas y aquellasfuentes de agua fresca, pero ni siquiera podía asomar lacabeza a través de aquella puerta. «Y aunque me cupierala cabeza», pensó la pobre Alicia, «¿dónde iba a poder ir micabeza sola, sin el resto del cuerpo? ¡Oh, me encantaría poderplegarme como un telescopio! Creo que lo podría conseguir,si supiera cómo empezar…». Y es que a Alicia ya le habíansucedido tantas cosas extraordinarias que había empezadoa pensar que no había casi nada realmente imposible.

No parecía tener mucho sentido quedarse esperando juntoa la puertecita así que volvió hacia la mesa medio esperandoencontrarse otra llave encima, o por lo menos con un librode instrucciones de cómo plegarse a sí misma como untelescopio, pero esta vez lo que encontró sobre la mesa fueuna pequeña botella.

—Estoy segura de que esto no estaba aquí antes —dijoAlicia.

Del cuello de la botella colgaba una etiqueta de papelen la que alguien había escrito «BÉBEME» con unaspreciosas letras mayúsculas.

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Estaba muy bien eso de«BÉBEME», pero la pequeña

Alicia era demasiado listacomo para hacerlo tan

rápidamente. —No, miraré primero

—dijo Alicia— y veré sien algún sitio pone veneno.Y es que había leído

muchas historias de niñosque se habían quemado o debestias salvajes que se loshabían comido y otras cosasdesagradables, y todo por noprestar atención a los consejosque les habían dado, como porejemplo que si sostenías unatizador al rojo vivo con lamano te quemabas, o que si tehacías un corte profundo conun cuchillo sangrabas mucho, oque si te bebías un buen tragode una botella que ponía venenolo más probable era que tesintieras fatal tarde o temprano.

Pero en aquella botella noponía veneno por ninguna parte,de modo que Alicia se animó aprobarla, y como sabía tan bien(un sabor que era una mezclaentre tarta de cerezas, natillas,

las cerraduras demasiado grandes, el caso es que no servíapara abrir ninguna de ellas. Y sin embargo, cuando estabahaciendo el segundo intento, encontró una cortinita queno había visto antes y detrás de ella una pequeña puerta deunos cuarenta centímetros de alto. Probó con la minúsculallave dorada y para su sorpresa… ¡Encajó!

Alicia abrió la puerta y vio que llevaba hacia un pequeñopasillo no más grande que la madriguera de un ratón. Searrodilló y miró a través del agujero. Al otro lado se podíaver el jardín más maravilloso que nadie haya imaginadonunca. Deseaba con toda su alma salir de aquel salón oscuroy pasear por aquellos parterres de flores luminosas y aquellasfuentes de agua fresca, pero ni siquiera podía asomar lacabeza a través de aquella puerta. «Y aunque me cupierala cabeza», pensó la pobre Alicia, «¿dónde iba a poder ir micabeza sola, sin el resto del cuerpo? ¡Oh, me encantaría poderplegarme como un telescopio! Creo que lo podría conseguir,si supiera cómo empezar…». Y es que a Alicia ya le habíansucedido tantas cosas extraordinarias que había empezadoa pensar que no había casi nada realmente imposible.

No parecía tener mucho sentido quedarse esperando juntoa la puertecita así que volvió hacia la mesa medio esperandoencontrarse otra llave encima, o por lo menos con un librode instrucciones de cómo plegarse a sí misma como untelescopio, pero esta vez lo que encontró sobre la mesa fueuna pequeña botella.

—Estoy segura de que esto no estaba aquí antes —dijoAlicia.

Del cuello de la botella colgaba una etiqueta de papelen la que alguien había escrito «BÉBEME» con unaspreciosas letras mayúsculas.

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le gustaba tanto fingir que era dos personas a la vez queincluso recordaba una ocasión en la que intentó darse uncachete por haberse hecho trampas a sí misma una tarde queestaba jugando sola al croquet. «Pero ya no me sirve de nada—pensó la pobre Alicia— jugar a ser dos personas. ¡Me hequedado tan pequeña que ya casi ni siquiera soy una!».

De pronto descubrió una cajita de cristal que había bajola mesa. La abrió y encontró dentro una pequeña tartadecorada con unas grosellas que decían: «CÓMEME».

—Bueno, me la comeré —dijo Alicia—; si me hacecrecer podré llegar hasta la llave, si me hago todavía máspequeña, podré pasar por debajo de la puerta. No meimporta lo que suceda porque de las dos formas podréllegar hasta el jardín.

Mientras comía un poco no paraba de preguntarseinquieta: «¿Qué me pasará? ¿Qué me pasará?», y se poníala mano sobre la cabeza para comprobar si crecía o encogía.Se sorprendió mucho al sentir que seguía del mismo tamaño.Normalmente es lo que le sucede a uno cuando come tarta,pero Alicia estaba tan preparada para que le pasara algoextraordinario que le parecía aburrido y decepcionante quela vida siguiera de lo más normal. De modo que no sepreocupó más y se terminó la tarta entera.

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pavo asado, toffee y tostada caliente con mantequilla),enseguida se la terminó.

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—¡Qué sensación más extraña! —dijo Alicia—. Debode estar encogiéndome como un telescopio.

Y así era, en realidad: ahora sólo medía unos veinticincocentímetros y su rostro se iluminó de alegría al pensar quetenía la estatura perfecta para atravesar la puertecita y llegarhasta aquel jardín encantador. Primero esperó unos minutospara comprobar si encogía aún más y aquello la hizo sentirseun poco nerviosa. «Puede que me consuma totalmentecomo una vela», pensó Alicia; «me pregunto qué aspectotendría entonces», y luego intentó imaginar cómo era lallama de una vela después de que se apagara, pero norecordaba haber visto nunca nada semejante.

Poco después, al ver que no le pasaba nada, decidió ir aljardín de inmediato, pero —¡pobre Alicia!— cuando llegóa la puerta se dio cuenta enseguida de que se había olvidadode la llave dorada sobre la mesa y cuando volvió pararecogerla ya no había manera de alcanzarla. Podía verlaclaramente a través del cristal así que trató de escalar contodas sus fuerzas por una de las patas, pero estaba demasiadoresbaladiza y se cansó de intentarlo. La pobrecita se sentó alrato y se puso a llorar.

—¡Venga, no te vas a poner a llorar ahora! —se dijoAlicia con dureza—. Te recomiendo que pares ahora mismo.

Por lo general se daba a sí misma muy buenos consejos(aunque casi nunca los seguía), y a veces se reñía con tantadureza que se le saltaban las lágrimas. A esta curiosa niña

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le gustaba tanto fingir que era dos personas a la vez queincluso recordaba una ocasión en la que intentó darse uncachete por haberse hecho trampas a sí misma una tarde queestaba jugando sola al croquet. «Pero ya no me sirve de nada—pensó la pobre Alicia— jugar a ser dos personas. ¡Me hequedado tan pequeña que ya casi ni siquiera soy una!».

De pronto descubrió una cajita de cristal que había bajola mesa. La abrió y encontró dentro una pequeña tartadecorada con unas grosellas que decían: «CÓMEME».

—Bueno, me la comeré —dijo Alicia—; si me hacecrecer podré llegar hasta la llave, si me hago todavía máspequeña, podré pasar por debajo de la puerta. No meimporta lo que suceda porque de las dos formas podréllegar hasta el jardín.

Mientras comía un poco no paraba de preguntarseinquieta: «¿Qué me pasará? ¿Qué me pasará?», y se poníala mano sobre la cabeza para comprobar si crecía o encogía.Se sorprendió mucho al sentir que seguía del mismo tamaño.Normalmente es lo que le sucede a uno cuando come tarta,pero Alicia estaba tan preparada para que le pasara algoextraordinario que le parecía aburrido y decepcionante quela vida siguiera de lo más normal. De modo que no sepreocupó más y se terminó la tarta entera.

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pavo asado, toffee y tostada caliente con mantequilla),enseguida se la terminó.

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—¡Qué sensación más extraña! —dijo Alicia—. Debode estar encogiéndome como un telescopio.

Y así era, en realidad: ahora sólo medía unos veinticincocentímetros y su rostro se iluminó de alegría al pensar quetenía la estatura perfecta para atravesar la puertecita y llegarhasta aquel jardín encantador. Primero esperó unos minutospara comprobar si encogía aún más y aquello la hizo sentirseun poco nerviosa. «Puede que me consuma totalmentecomo una vela», pensó Alicia; «me pregunto qué aspectotendría entonces», y luego intentó imaginar cómo era lallama de una vela después de que se apagara, pero norecordaba haber visto nunca nada semejante.

Poco después, al ver que no le pasaba nada, decidió ir aljardín de inmediato, pero —¡pobre Alicia!— cuando llegóa la puerta se dio cuenta enseguida de que se había olvidadode la llave dorada sobre la mesa y cuando volvió pararecogerla ya no había manera de alcanzarla. Podía verlaclaramente a través del cristal así que trató de escalar contodas sus fuerzas por una de las patas, pero estaba demasiadoresbaladiza y se cansó de intentarlo. La pobrecita se sentó alrato y se puso a llorar.

—¡Venga, no te vas a poner a llorar ahora! —se dijoAlicia con dureza—. Te recomiendo que pares ahora mismo.

Por lo general se daba a sí misma muy buenos consejos(aunque casi nunca los seguía), y a veces se reñía con tantadureza que se le saltaban las lágrimas. A esta curiosa niña