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FRANCISCO DE AGUIRRE UN ILUSTRE TALAVERANO (II). DEL CÉNIT AL OCASO David Fernández Cuando Francisco de Aguirre supo del resultado de la misión con- fiada a su hijo Hernando, montó en cólera y envió a Santiago al capitán Juan Martín de Guevara con una comunicación para el Cabildo en la que exigía la devolución inmediata de los dieciséis jinetes, necesarios para de- tener al rebelde Hernández Girón; en caso contrario, expresaba, se veía en la necesidad de apelar a las armas, pues no le asustaban las tropas de San- tiago.

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FRANCISCO DE AGUIRRE UN ILUSTRE TALAVERANO (II). DEL CÉNIT AL OCASO

David Fernández

Cuando Francisco de Aguirre supo del resultado de la misión con-fiada a su hijo Hernando, montó en cólera y envió a Santiago al capitánJuan Martín de Guevara con una comunicación para el Cabildo en la queexigía la devolución inmediata de los dieciséis jinetes, necesarios para de-tener al rebelde Hernández Girón; en caso contrario, expresaba, se veía enla necesidad de apelar a las armas, pues no le asustaban las tropas de San-tiago.

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El Cabildo, viendo lo que se avecinaba, envió en misión de paz a LaSerena al más prestigioso de los militares de Santiago, Rodrigo de Qui-roga, acompañado de los soldados de Aguirre que, voluntariamente, qui-sieron ir y del capitán Juan Martín de Guevara.

En febrero de 1555 llegó Quiroga a La Serena, donde cumplió de ma-nera satisfactoria su misión. Hizo ver a Francisco de Aguirre las graves di-ficultades por las que atravesaba el país, la falta de unidad en el gobierno,así como la insurrección indígena que amenazaba a la propia Santiago, porlo que no pudiendo ya tardar la llegada de una resolución del rey sobre elgobierno de Chile, lo más prudente era esperar y no exponerse a los ho-rrores de una guerra civil.

Francisco de Aguirre se convenció gracias a las razones dadas porQuiroga, y ya, desde ese momento, sólo pensó en afianzar su situaciónante la Corona de España, haciendo levantar una nueva información desus méritos, conseguidos en tantos años de servicio, y en enviar provisio-nes a Santiago del Estero para continuar la colonización de Tucumán, queseguía gobernando junto con el norte de Chile.

Por otro lado, las noticias que llegaban de Perú y de la frontera arau-cana eran tranquilizadoras. Por un barco que llegó a Valparaíso tuvo no-ticia de que Hernández Girón había sido capturado y decapitado en Lima.Del sur supo que Villagra había contenido a los indómitos araucanos.

Debido a esto, el Cabildo de Santiago creyó que había desaparecidotodo el peligro y, tras recoger las armas distribuidas entre los vecinos, di-solvió las milicias mientras la colonia recuperaba la calma.

Sin embargo, era ilusoria la confianza que Aguirre y Villagra teníanen la resolución del Perú, porque este virreinato estaba tan desgobernadocomo Chile. No había autoridad de Virrey y era la Real Audiencia la quetenía en sus manos el gobierno, de un modo provisional y con facultadeslimitadas. Por todo ello, el tribunal no se atrevía a tomar una resoluciónsobre los asuntos de Chile, aún cuando el representante de Villagra, Fran-cisco de Riberos y el representante de Aguirre, Diego Sánchez Morales,hacían grandes esfuerzos y ponían en juego toda clase de influencias afavor de sus respectivos jefes.

El recuerdo de los hechos sucedidos en Perú en los últimos años, im-puso a la Real Audiencia el deber de velar para que no surgieran los mis-mos desórdenes en Chile. Con todo, aún era asombroso que Aguirre y

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Villagra no hubiesen llegado a las manos. El 13 de febrero de 1555 la RealAudiencia dictó un importante decreto, por el que se anulaba la parte deltestamento de Pedro de Valdivia referido a las personas que debían suce-derle; ordenaba que Francisco de Aguirre y Francisco de Villagra disol-viesen las tropas y que conservasen el estado de cosas existente al morirPedro de Valdivia. En el decreto se disponía, además, que los alcaldes or-dinarios de cada ciudad fueran quienes ejercieran el gobierno y la admi-nistración de Justicia en su jurisdicción hasta el momento en que el reynombrase a un gobernador.

El encargado de llevar este decreto desde Lima a Chile fue ArnaoCegarra Ponce de León, un caballero sevillano que había recibido del prín-cipe Felipe los cargos de regidor perpetuo del Cabildo de Chile y de con-tador del Tesoro Real. El mal tiempo, los vientos contrarios y la corrientemarina que aún no sabían esquivar, provocó que Arnao Cegarra tardasecuatro meses en llegar a Valparaíso, donde arribó el 22 de mayo.

La tarde del 23 de mayo, Arnao Cegarra Ponce de León exhibió pri-mero los documentos que le designaban miembro del Cabildo y TesoreroReal, y luego, tras una solemne ceremonia, procedió a la lectura del fallode la Real Audiencia.

El decreto no satisfizo a nadie, llegándose a temer que produjeranuevos conflictos por falta de unidad en el gobierno.

Para notificar a Francisco de Aguirre, Arnao Cegarra dio poder aJuan de Maturana, el 24 de junio, para que marchase a La Serena acompa-ñado de Juan Godínez, de Luis de Cartagena y del vicario de Santiago Ro-drigo González.

El 10 de julio de 1555, tras un viaje largo y difícil, se efectuó en La Se-rena la notificación. Se reunió en el templo principal casi todo el vecinda-rio, entre quienes estaban Francisco de Aguirre, los miembros del Cabildoy el vicario Rodrigo González. Juan Maturana se presentó en nombre delTesorero Real, con poder suficiente y pidió a Juan de Céspedes, escribanodel Cabildo de La Serena, que leyese la notificación. Tras la lectura, Fran-cisco de Aguirre tomó el pliego, lo besó y poniéndolo sobre su cabeza pro-clamó que aceptaba las disposiciones como emanadas de la autoridad real,exigiendo que se dejase constancia en el acta.

Dos días después, efectuó la ceremonia de su renuncia al cargo degobernador de Chile, entregó su mando a la autoridad comunal y se retiró

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a la vida privada, dedicándose a atender sus tierras en los valles de Co-quimbo y Copiapó, y al trabajo de las minas que tenía en este lugar y enAndacollo. Desde su retiro, Aguirre continuó atendiendo el gobierno deSantiago del Estero, donde tenía un representante y seguía enviando re-fuerzos militares y elementos de colonización.

Por aquel tiempo quiso Aguirre fundar a unas cuarenta leguas deSantiago del Estero, en el camino que comunicaba con Chile, una ciudaden la sierra de los diaguitas. Con ese objetivo envió desde La Serena a loscapitanes Rodrigo de Palos y Juan Cusio con un buen número de soldados.El lugar escogido fue una tierra rica en oro, en el valle de Conando. El 17de abril de 1556 los capitanes se abastecían en Santiago del Estero parapartir seis días después. Muchas esperanzas puso Francisco de Aguirre enesta nueva ciudad, sin embargo, su duración fue efímera.

Aguirre, además, concibió nuevos proyectos. Sabiendo que Santiagodel Estero no podía prosperar por el aislamiento en que se encontraba, sepropuso no sólo fundar nuevas poblaciones, sino abrir nuevos caminos;todo ello sin reparar en gastos y sin pensar lo que podía reportar el futuro.

Mientras concebía estos proyectos y proveía a Tucumán, único poderque le quedaba, reapareció un problema que ya parecía olvidado. JuanNúñez del Prado, el antiguo gobernador de Tucumán a quien Aguirrehabía vencido y desterrado en abril de 1553, logró que la Real Audienciade Lima le estableciese en el gobierno de Tucumán con la condición de noavanzar en la conquista del país.

El decreto que otorgaba a Juan Núñez del Prado el gobierno de Tu-cumán era de la misma fecha que el que anulaba el testamento de Pedrode Valdivia. De este modo, Francisco de Aguirre perdía a la vez los go-biernos de Chile y de Tucumán.

El vecindario de Santiago del Estero, al conocer este nuevo problemay sintiendo verdadero afecto por su líder, se alarmó y el procurador de laciudad, Lorenzo de Maldonado, se presentó el 6 de julio de 1556 ante el al-calde Martín de Rentería, para instruir ante testigos una información sobrela mala administración de Núñez del Prado cuando gobernaba la colonia,y de los buenos servicios de Francisco de Aguirre.

Las declaraciones afirmaban que sin Francisco de Aguirre aquellatierra no se podría sustentar y se despoblaría, pues Aguirre era rico y desdesus tierras de Copiapó abastecía a la colonia, mientras que si Núñez del

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Prado se hacía cargo de la colonia, habría escándalos y muertes, pues setrataba de un hombre vengativo y cruel.

Aunque en junio Núñez del Prado había ido a Santiago de Chile aproclamarse gobernador de Tucumán, al final no logró hacerse con elcargo, bien porque Francisco de Aguirre le cortase el paso, o porque JuanNúñez del Prado falleciera en 1556, el caso es que ya no se volvió a hablarde él.

Aguirre en La Serena y Villagra en Santiago continuaron ocupadosen sus labores, esperando pacíficamente el desarrollo de los sucesos, dandoasí ejemplo de sumisión a la autoridad de la Real Audiencia y de respetoa las leyes.

No obstante, una idea inquietante rondaba la cabeza de Franciscode Aguirre ¿y si la Corte desconocía sus servicios y finalmente enviaba degobernador a un noble que les mirase por encima del hombro? Para con-jurar el peligro, obtuvo permiso del Cabildo de La Serena para despachara uno de los regidores a Santiago. Así, el regidor Alonso de Villadiego pro-visto de plenos poderes marchó a Santiago para ponerse de acuerdo en elplan que se seguiría en ese caso. El 16 de agosto se reunieron en el Cabildode Santiago varios miembros de los municipios de las ciudades de Con-cepción, Confines y Villarrica.

Por su parte, Francisco de Villagra trabó amistad con Arnao Cegarra,el cual debía llevar a Lima las resoluciones del Cabildo; así, con buenaspalabras y sobornos, le puso a su disposición para defender sus preten-siones en la Real Audiencia.

Sin embargo, tanto Francisco de Aguirre como Francisco de Villa-gra, ignoraban que la Corte había designado a Jerónimo de Alderete parasuceder a Valdivia en la gobernación de Chile. Los documentos que co-municaban este nombramiento y, además, en el que se otorgaba a Aldereteel grado de Mariscal, fueron traídos por un comerciante llamado Rodrigode Volante. El Cabildo de Santiago los abrió el 11 de mayo de 1556 y, mien-tras llegaba Jerónimo de Alderete, se le concedió a Francisco de Villagra eltítulo provisional de Corregidor y Justicia Mayor de la gobernación deChile.

Francisco de Aguirre se irritó cuando supo el honor que se hacía a Vi-llagra y se negó a reconocer su autoridad, arrastrando en su desobedien-cia al Cabildo de La Serena. Pero Villagra no se dejó atropellar por su rival

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y se puso al frente de un escuadrón de caballería partiendo en septiembrea La Serena para hacer respetar su autoridad.

En La Serena, el general Villagra no encontró resistencia: Franciscode Aguirre, como había disuelto sus tropas tiempo atrás, marchó a Co-piapó lejos de su rival. Durante tres meses, Francisco de Villagra perma-neció en La Serena poniendo en juego toda clase de insinuaciones yamenazas para devolver a Aguirre a la obediencia, pero éste no se doblegó.

Mientras esto sucedía, una terrible noticia llegó desde Perú. En unacircular fechada el 21 de julio de 1556 dirigida a los cabildos de Chile, seanunciaba la muerte de Jerónimo de Alderete en Panamá, cuando iba ahacerse cargo de su gobernación. Al mismo tiempo, el virrey anunciabaque en breve ocuparía el puesto de gobernador de Chile su hijo, Don Gar-cía Hurtado de Mendoza.

La noticia fue recibida como un mazazo para los dos aspirantes algobierno de Chile. Villagra partió en diciembre a Santiago y Aguirre a LaSerena. Ambos tenían previsto preparar la recepción de Don García que,sin mérito alguno, venía a suplantarles, aunque en el fondo, y pese a vercómo sus esperanzas se desvanecían, ambos sentían íntima satisfacción alver a su competidor burlado.

Francisco de Villagra quiso disimular su descontento y, tras recom-pensar al mensajero que llevó la noticia del nombramiento de Don García,partió en una expedición punitiva a territorio araucano. Allí socorrió a LaImperial y Valdivia, asediadas por los indios y mató a Lautaro, el indó-mito líder araucano, el 29 de abril de 1557.

Con todo el esplendor imaginable y que él creyó conveniente para sucargo de gobernador de Chile y debido al rancio abolengo de su familia,llegó Don García Hurtado de Mendoza a Chile. En abril de 1557 se pre-sentaba el jovencísimo Don García en el puerto de Coquimbo en una flotaque constaba de un galeón, tres navíos y numerosos bajeles.

Don García, que sólo tenía 22 años, poseía plenos poderes para poneren orden los negocios de Chile y terminar su conquista. Además tenía pre-parado un astuto plan para deshacerse sin violencia de Francisco de Agui-rre y de Francisco de Villagra. Recién llegado, el nuevo gobernadordespachó a un mensajero para que llevase a Francisco de Aguirre una cartadel virrey, recomendándole a su hijo, lo que alegró al conquistador, quecreyó que se le dispensaba un honor. Sólo era un engaño.

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García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra y Rodrigo de Quiroga.(Foto Wikipedia)

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Francisco de Aguirre, acompañado del capitán de caballería Toledo,se trasladó a bordo de la barca que llevaba a Don García, allí fue recibidocon salvas de artillería y música en una aparatosa ceremonia.

Al besar Aguirre la mano de Don García, éste le agasajó hipócrita-mente, y para dar mayor énfasis a la comedia, tomó informes del estadodel país, de sus recursos y de los medios más correctos para pacificar a losnativos.

Tras un descanso, Don García Hurtado de Mendoza y su comitivamontaron en los caballos que tenían listos para marchar a La Serena. Cercaya de la ciudad, desmontó Aguirre y, tomando de la brida el caballo del go-bernador, le condujo hasta la puerta de la iglesia, donde debían dar graciaspor el viaje sin contratiempos.

Una vez concluida la ceremonia religiosa, se trasladó Don García acasa de Francisco de Aguirre, donde se le tenía preparado el hospedaje conlos honores inherentes a su cargo. Al día siguiente, domingo 25 de abril, elnuevo gobernador y su comitiva asistieron a misa. Don García se sentó enel sitial de preferencia y sus acompañantes se colocaron a su lado; Fran-cisco de Aguirre y los suyos se tuvieron que conformar con un humildebanco de madera, lo que interpretó como un desaire a su persona. No lefaltaba razón, para Don García Hurtado de Mendoza la presencia de Fran-cisco de Aguirre en Chile era un estorbo y debía alejarlo de allí, para loque se valdría de un engaño. Ya antes de su partida, su padre había dete-nido en Lima a la mujer e hijos de Aguirre, asegurándoles que el conquis-tador iría a buscarlos a Perú.

Ahora le había llegado el turno a Francisco de Aguirre, la trampa es-taba preparada; el domingo tras la comida, fue invitado a una cacería porlos campos cercanos a La Serena. Cuando estaba acercándose al puerto deCoquimbo, apareció por sorpresa el capitán Juan Remón con una guardiaarmada y, sin miramientos, tomó preso a Francisco de Aguirre y lo arrojóa uno de los barcos allí anclados.

La conducta traicionera de Don García conmocionó a La Serena ysalvo el virrey del Perú todos vieron innecesaria aquella crueldad. Inclusoel propio monarca, Felipe II, veía desmedida aquella maldad con un hom-bre ya maduro y cargado de merecimientos.

Francisco de Aguirre escribió diversas cartas al rey, desahogando supena y contando la traicionera manera en que el imberbe gobernador se

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había deshecho de él. Desde luego, no había en su conducta nada que sele pudiese reprochar.

Pero la “hazaña” de Don García no estaba completa. El 27 de abrildespachó a Santiago al capitán Juan Remón con 30 soldados para que allítomase posesión en su nombre.

Juan Remón hizo un viaje muy rápido, nueve días después de supartida entraba en Santiago con las armas preparadas y las mechas de losarcabuces encendidas. Sin descabalgar, Juan Remón se dirigió a la casa deFrancisco de Villagra, que oía misa en la iglesia de San Francisco. Cuandoinformaron a Villagra de lo que sucedía, se apresuró a recibir a Remón cor-dialmente y convocó al Cabildo para reconocer la autoridad de Don Gar-cía como gobernador de Chile.

Francisco de Villagra era otro hombre merecedor de elogios, desta-cado militar, recompensado con el cargo de Mariscal tras su victoria sobrelas tropas araucanas acaudilladas por Lautaro, con el que acabó... pero estono lo respetó el capitán Juan Remón, que ocupó armado junto con sus sol-dados la sala del Cabildo y, sin mediar palabra, apresó a Villagra que, congran entereza, dijo: “Señor capitán, el Sr gobernador no necesita de este aparatode la fuerza para hacerme ir donde él quisiese. Habría bastado una orden suyapara que yo la cumpliera sin vacilar.”

Al día siguiente, Villagra fue conducido a Valparaíso, donde se leembarcó rumbo a Coquimbo con el fin de ponerle en el mismo barco enque estaba prisionero Francisco de Aguirre. Al encontrarse en semejante si-tuación ambos rivales, víctimas de la traición y la injusticia, olvidaron losviejos rencores. Tanto el cronista Suárez Figueroa como la crónica de Ma-riño de Lobera atribuyen a Francisco de Aguirre las siguientes palabras:“Mire vuestra merced, señor general, lo que son las cosas del mundo, que ayer nocabíamos los dos en un reino tan grande y que hoy nos hace don García caber enuna tabla.” No obstante, la tradición afirma que esas palabras salieron dela boca de Villagra. Sea como fuere, en ese momento ambos se reconcilia-ron.

La custodia de los presos fue encargada a un noble caballero alemánllamado Pedro Lisperguer, enrolado en las tropas del nuevo gobernadorDon García y casado con la hija mestiza de otro alemán, Bartolomé Flores,y de la cacica de Talagante, con lo que llegó a ser el tronco de las más no-bles familias de Chile.

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Antes de que la nave zarpase rumbo al Perú con ambos conquista-dores presos, acompañados de algunos decididos partidarios, entre ellosHernando de Aguirre, hijo de Francisco de Aguirre, el licenciado Her-nando de Santillana inició un proceso contra el general talaverano, su hijoHernando y algunos más. Se acusó a Francisco de Aguirre de habersehecho reconocer como gobernador de Chile sin permiso del rey, de habercometido desacato contra la justicia real, de no haber obedecido a sus man-datos, así como de maltratar a varias personas.

Don García Hurtado de Mendoza iba a recoger los frutos que habíansembrado con tanto esfuerzo los conquistadores, mientras enviaba al ca-pitán Juan Pérez de Zurita al frente de cien soldados para que tomase po-sesión de Santiago del Estero y de todo Tucumán.

El 21 de julio de 1557 anclaba en el Callao el barco que conducía a sudesgracia a los dos ex pretendientes al gobierno de Chile. En Lima el virreylos mantuvo bajo prisión, mientras continuaba el largo proceso contraellos; un proceso que atrajo sobre el virrey y sobre su hijo, Don García, laantipatía de todos y un castigo por parte del monarca Felipe II.

El único consuelo que pudo tener Francisco de Aguirre en Perú fueabrazar a su familia. Les había dejado en España hacía largo tiempo yahora volvía a verles, aunque las circunstancias no fueran las más apro-piadas.

Si en julio de 1557 el virrey y marqués de Cañete escribía a Felipe IIcomunicando que ambos ex pretendientes al gobierno de Chile estaban “abuen recaudo” mientras les acusaba de graves delitos, durante su prisión,Francisco de Aguirre escribía al monarca varias cartas. En ellas recordabasus veintitrés años de servicio, además de las injustas persecuciones de eravíctima pese a haber sido un vasallo leal. Además en esas Cartas de Podersolicita a Felipe II que se le devuelva la gobernación de Tucumán, recor-dando los méritos y los servicios prestados en aquellas tierras.

Pese a no imputarle cargos, Francisco de Aguirre tuvo que perma-necer en Lima, pues el virrey pensaba que si volvía a Chile sería un es-torbo para los planes de Don García. Por su parte a Villagra se le acusabade haber despoblado Concepción, de haber robado de las cajas realesochenta mil pesos, de haber pagado otros ocho mil pesos a los licenciadosAltamirano y Las Peñas y, de la muerte de Sánchez de la Hoz. Fue el pro-pio Francisco de Aguirre quien, tras más de dos años preso, decidió a me-

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diados de 1559 defender a su antiguo rival de los graves cargos de que sele acusaba. Después de esta defensa, Aguirre recibió autorización para re-gresar a La Serena acompañado de su familia. Al final no habían presen-tado cargos contra él.

Después de dos años de ausencia y tras padecer graves sufrimientos,volvía Francisco de Aguirre a La Serena junto a su familia, pero ya no comogobernador, sino como vecino y encomendero.

El regreso de Aguirre a La Serena fue en invierno de 1559, en los mis-mos días que Don García descansaba en Concepción después de una seriede campañas efectuadas en Arauco y que Ercilla glosó en su obra. En estascampañas Don García Hurtado de Mendoza volvió a mostrar su crueldadal empalar al cacique araucano Caupolicán, método de ejecución terriblee injusto que los españoles no utilizaron hasta ese momento.

Entre las fincas que poseía, Francisco de Aguirre tenía especial pre-ferencia por la de Copiapó; en aquel lugar, conocido como la Fortaleza deMontalbán, alojaba una pequeña guarnición para mantener a raya a losindígenas, que siempre fueron belicosos, además de defender a los viaje-ros que comerciaban entre Chile y Perú por el camino del desierto de Ata-cama. Dicha construcción se situaba en el lugar en que hoy se levanta laestatua de Juan Godoy, en el extremo poniente de la actual alameda de Co-piapó. Francisco de Aguirre quiso ensanchar esta casa por lo que se fijó enlos terrenos anejos que hoy constituyen la Chimba, ya que eran terrenosmuy fértiles y tenían grandes regadíos; sin embargo eran propiedad de losindígenas.

Tras negociar con los indios, a los que compró las tierras mediantetrueque con ganado, el 16 de febrero de 1562 se hizo con aquellas tierras acambio de treinta ovejas de Castilla, y las casas y cultivos por quince ove-jas más. El conquistador hizo allí una plantación de caña de azúcar, por loque más tarde se dio a aquella finca el nombre de El Cañaveral.

Mientras tanto en Perú se desarrollaban graves acontecimientos. Lasnoticias del nombramiento que el virrey del Perú, Marqués de Cañete,había dado a su hijo Don García Hurtado de Mendoza para la goberna-ción de Chile, y las prisiones ordenadas por éste contra Aguirre y Villa-gra, llegaron al rey Felipe II junto a serias acusaciones contra el virrey delPerú, a quien se acusaba de codicioso en su propio provecho y de pródigocon el real tesoro.

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De este modo, el 5 de junio de 1558, Felipe II nombró al nuevo virreydel Perú en la persona de Don Diego Acevedo López de Zúñiga y Velasco,con lo que se separaba del virreinato al inescrupuloso Marqués de Cañete.

Francisco de Villagra tenía en la Corte a un poderoso protector, sucuñado el clérigo Don Agustín de Cisneros; por eso el Consejo de Indiasel 30 de agosto de 1558 propuso al Mariscal entre los tres candidatos parael gobierno de Chile.

Tras revisar las informaciones, el monarca Felipe II nombró a Fran-cisco de Villagra gobernador de Chile, por cédula firmada en Bruselas el20 de diciembre de 1558.

El 15 de marzo de 1559 el rey escribía a Don García ordenando su re-greso a España y anunciando su sustitución por Francisco de Villagra.También el monarca separaba de su servicio al licenciado Santillana. Esfácil imaginarse la humillación que debió sentir Don García cuando enenero de 1560 llegó a sus manos el documento que anunciaba su destitu-ción tras las campañas contra los araucanos, y el nombramiento de su ene-migo como nuevo gobernador de Chile.

El gobierno de Villagra se inició con una demostración de su malasuerte, ya que el barco en que viajaba llevó la viruela a Chile, brotandouna calamitosa epidemia en Valparaíso y Santiago, afectando especial-mente a los mapuche, que perdieron entre la cuarta y la quinta parte de supoblación.

Entre las atribuciones de Villagra estaba la jurisdicción sobre el Tu-cumán, Juríes y Diaguitas. Por ello, y cumpliendo el encargo del rey, quele pedía que buscara a la persona ideal para tomar posesión de las men-cionadas provincias, nombró al capitán Gregorio de Castañeda como suteniente gobernador y le ordenó que se internase en Tucumán para tomarposesión de esas provincias.

Con esto Villagra daba un duro golpe a Francisco de Aguirre, puespara él desaparecía la esperanza que abrigaba de volver a ser gobernadorde esa región.

En septiembre de 1560 fallecía en Lima el virrey Marqués de Cañete.Esta noticia junto con la de que Villagra estaba próximo para hacerse cargode la gobernación de Chile, llegó a oídos de Don García Hurtado de Men-doza en enero de 1561. Tan demoledoras noticias provocaron que Don Gar-cía, contrariando la orden real de esperar a su sucesor en Chile, partiera de

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Santiago y a inicios de febrero de 1561 se embarcó en Papudo, rumbo aPerú, tras hacerse por medio de la fuerza de una pequeña embarcación.

Tras su llegada a La Serena, Francisco de Villagra partió a Santiagoy, al llegar la primavera, se dirigió a Concepción donde preparó una nuevacampaña contra los araucanos, pero su cuerpo, cansado de tanta guerra,cayó enfermo.

Por su parte, Francisco de Aguirre, se quedó en el norte de Chile sinfuerza para soportar la humillación de reconocerse súbdito de Villagra. Laconducta altanera que mantenía Aguirre, que habitaba el norte de Chilecon independencia señorial, provocó que el licenciado Juan de Herrera,teniente gobernador de Villagra en Santiago, escribiera al rey una serie decartas en las que se quejaba amargamente de la conducta de Francisco deAguirre.

“Ha fecho y face cosas que no son para tratarlas en las cartas sino para car-garlas en justicia, e no los escribo más en particular, y ciertamente, delante deDios nuestro Señor, lo digo, que sólo me mueve el celo y obligación que como criadoe persona a cuyo cargo está la administración de vuestra real justicia tengo y paraque se puedan remediar e proveer a tiempo, entiendo que sucederán grandes in-convenientes, porque, como tiene en la entrada de esta Gobernación un pueblo quees Copiapó, a do hacen escala los que vienen por tierra, allí los desvalijan a los quevienen, y no hay carta ni aviso que él no vea, y hace lo que quiere y tiene una casafuerte allí, que llaman en esta tierra el Castillo de Montalbán, e allí se hace fuertee acoge a todos los que han hecho algunos delitos y van de la justicia hu-yendo”(Carta del licenciado Juan de Herrera al rey Felipe II, 6 de enero de1564)

Mientras Francisco de Villagra era trasladado en camilla a los luga-res de batalla, los hijos de Francisco de Aguirre daban quebraderos de ca-beza a las autoridades. Así, Francisco de Aguirre el Mozo promovía enSantiago, por motivos hoy desconocidos, motines y resistencias a la justi-cia real. El gobernador se vio obligado a intervenir. El 17 de mayo de 1563ordenó que el licenciado Juan de Herrera marchase a Santiago para quesiguiera causa a Aguirre el Mozo y a los demás culpables de resistenciacontra la justicia real. Sin embargo, la falta de documentos no ha permitidosaber el resultado de aquel proceso que fue causa de malestar en la colo-nia.

En la guerra contra los araucanos Francisco de Villagra vio morir a

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su hijo Pedro, lo que empeoró su salud física y mental. Designó para lacontinuación de la campaña a su primo Pedro de Villagra Martínez, otor-gándole al poco el título de gobernador interino gracias a una facultad en-tregada por el virrey. El 22 de julio de 1563 fallecía Francisco de Villagra y,conforme a su última voluntad, fue enterrado con el hábito franciscano. Alfinal, el gobierno de Chile sólo le había reportado sufrimientos.

Estas noticias dieron mayores ánimos a Francisco de Aguirre que senegó a reconocer al gobernador interino, continuando su independencia.

Pedro de Villagra Martínez continuaba en Concepción guerreandocontra los araucanos, por lo que Juan de Herrera seguía gobernando San-tiago y enviaba cartas al rey sobre la situación caótica existente en el país;con los indígenas sublevados y la falta de un gobierno sólido, con muchospretendientes a la gobernación entre ellos “Francisco de Aguirre que desdeCoquimbo pretende ser gobernador de todo” .

Herrera tenía valor para acusar a Francisco de Aguirre por su obs-tinada altivez, pero no se atrevía a ir a someterlo, y no le faltaba razón: el

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Macana y otras armas indígenas. Casa Museo de Pizarro, Trujillo (Cáceres). Foto del autor

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vigoroso brazo de Aguirre seguía siendo temido y, además, una buenanueva le había sido transmitida desde Perú, se le devolvía su antiguorango.

Desde hacía algunos años, los vecinos de Santiago del Estero pedíana la corona que segregase Tucumán del gobierno de Chile y la agregase ala audiencia de los Charcas (Alto Perú), al tiempo que se trabajaba paraconstituir un obispado independiente del que se gestionaba en Chile, puesla barrera de los Andes y las enormes distancias hacían difícil un buen go-bierno desde allí. Además, Santiago del Estero quedaba más cercano a lacapital del Alto Perú que a la de Chile.

Don García Hurtado de Mendoza había designado gobernador deTucumán al capitán Juan Pérez de Zurita que, conforme a un decreto delvirrey Marqués de Cañete de 1560, continuó gobernando provisionalmentela región.

Cuando llegó a Tucumán la noticia que Don García iba a ser de-puesto de su cargo y que lo reemplazaba Villagra, los cabildos de Londresde la Nueva Inglaterra y de Córdoba se alarmaron y, a mediados de 1560,dieron poder a Alonso Pérez de Zurita y otros capitanes para que los re-presentaran ante la Real Audiencia en Lima en las peticiones que debíanhacerle.

A comienzos de 1561 Alonso Pérez de Zurita estaba en Lima, y sa-biendo que Francisco de Villagra había designado a Gregorio de Casta-ñeda para hacerse cargo de la gobernación de Tucumán, se presentó el 6 demayo ante la Real Audiencia con los poderes que llevaba de los cabildosde Londres, Córdoba y el resto de los cabildos que gobernaba su hermano.En el escrito pedía que se dejase sin efecto el nombramiento de Gregoriode Castañeda. Alegaba que Valdivia no había tenido poder legítimo paragobernarlos y que Francisco de Aguirre había solicitado la gobernación deesa provincia nuevamente y se la habían denegado. Además, hacía ver queaquella región era distinta de Chile; añadía que Juan Pérez de Zurita go-bernaba allí en paz y que era un vasallo leal.

Para afianzar su solicitud, el 28 de abril de 1561, Pérez de Zuritahizo un interrogatorio juramentado ante testigos para probar que en lasprovincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas había perjuicio por ser gober-nadas desde Chile debido al aislamiento y a las enormes distancias entreChile y la región. Entre los testigos estaba Fray Gaspar de Carvajal, domi-

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nico residente en Lima desde que fue expulsado de Tucumán por Fran-cisco de Aguirre. El dominico estaba de acuerdo en que era difícil gober-nar Tucumán desde Chile.

Estas razones surtieron efecto y el 29 de abril de 1561 el tribunal ex-pidió un decreto que dejaba sin validez la facultad concedida a Villagrapara designar un gobernador en Tucumán, así como el nombramiento yahecho en la persona de Gregorio de Castañeda. Pero las órdenes de la RealAudiencia llegaron demasiado tarde a su destino, si es que en realidad lle-garon.

Francisco de Aguirre aprovechó la situación y, en ese año de 1561,envió a su hijo Hernando a la capital del virreinato para que gestionaseante el virrey Conde de Nieva la devolución de la gobernación de Tucu-mán. Así el 13 de marzo de 1562 Hernando de Aguirre presentaba en Limaal virrey la petición. Un mes después, el 16 de abril, el virrey decretabaque todos los antecedentes del pleito entre el procurador de las ciudadesdel Tucumán y Francisco de Villagra fuesen remitidos al rey para que pro-veyese la gobernación del territorio. De esta manera Don Diego López deZúñiga y Velasco, Conde de Nieva y virrey del Perú, hacía un acto de jus-ticia con Francisco de Aguirre al que ya había tenido a sus órdenes en lasguerras de Italia.

A finales de 1562, finalmente, se expidió el decreto en que se nom-braba a Francisco de Aguirre gobernador de Tucumán, Juríes y Diaguitas,con independencia de Chile. Los asuntos judiciales quedaban sometidos ala jurisdicción de la Audiencia de los Charcas. De ello puso en conoci-miento al rey para que lo sancionara, así, el rey Felipe II, tras estudiar todoslos antecedentes, expidió en Guadalajara el 29 de agosto de 1563 la célulaen que se daba a Francisco de Aguirre la gobernación de Tucumán, a lavez que esos territorios de Tucumán, Juríes y Diaguitas quedaban separa-dos del gobierno de Chile y se los incluía en la Audiencia de los Charcas.

La Real Cédula no llegó hasta 1564, cuando ya Aguirre se habíahecho cargo de la gobernación por el nombramiento provisional delConde de Nieva. También se creó un obispado en la gobernación. De estemodo, mientras el desdichado Villagra fallecía, Francisco de Aguirre reci-bía el honor de gobernar Tucumán con independencia.

Las noticias que llegaban sobre el cerco que los indígenas sometíana Santiago del Estero y las condiciones de la única ciudad que ya quedaba

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en pie eran tan lastimosas que, mientras Francisco de Aguirre terminabaen La Serena sus preparativos para ponerse al frente de Tucumán, envió asu primogénito Hernando con una pequeña escolta de 8 soldados paraalentar a los sitiados de que pronto serían socorridos.

En octubre de 1563, tras reunir un destacamento de soldados, Fran-cisco de Aguirre se puso en marcha hacia Tucumán, llevando consigo a suesposa María Torres y a sus hijos, así como a varios parientes y amigos. Sugobernación, al ser desmembrada de la de Chile, quedaba mucho más re-ducida: ya no tenía jurisdicción sobre La Serena y se le arrebataba a Tucu-mán la parte que quedaba al sur del valle de Comechingones, donde seencontraba Córdoba. En la provincia de Cuyo o Guantata. Don GarcíaHurtado de Mendoza había fundado en 1561 la ciudad de Mendoza y enla de Conlara, Villagra, valiéndose de Juan Jufré había puesto los cimien-tos de San Juan en 1562. Las provincias de Cuyo con sus ciudades Men-doza y San Juan continuarían bajo la jurisdicción de Chile.

Al llegar a Tucumán, en octubre de 1563, Aguirre encontró la colo-nia en una situación lamentable. Donde habían estado las florecientes ciu-dades fundadas por Juan Pérez de Zurita ya sólo quedaban escombroscalcinados. Los indios, envalentonados por sus recientes triunfos, seguíanasediando Santiago del Estero, último refugio de los españoles. Los pocosdefensores que quedaban se encontraban desanimados y pensando en unaretirada que les costase las mínimas bajas, pero la oportuna llegada deFrancisco de Aguirre, que no había encontrado dificultades para tomarposesión de su puesto de gobernador, trajo nuevos ánimos a los defenso-res. Aguirre organizó su hueste y con la energía de otros tiempos, se lanzócontra los indios sublevados.

Los diaguitas, que eran los más peligrosos, fueron los primeros enser derrotados. Tras sangrientos combates, en los que destacó especial-mente el capitán Nicolás Carrizo, los calchaquíes fueron vencidos. Ade-más Aguirre, para asentar su dominación, estableció una nueva poblaciónen su territorio, cerca de la sierra de Aconquija y a pocas leguas de San-tiago del Estero. El lugar fue escogido con buen criterio, pues tenía gran ri-queza en su suelo, abundancia de bosques y un buen clima donde elganado podía prosperar; los detalles de la fundación fueron encargados aDiego de Villarroel, sobrino de Francisco de Aguirre. La población, queaún hoy existe, recibió el nombre de San Miguel de Tucumán.

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Pero la lucha contra los indios aún se había de prolongar mástiempo. La hostilidad indígena se veía favorecida por las largas distanciasentre los lugares poblados. Para hacer frente a este problema y acabar conla sublevación de los aborígenes, Aguirre necesitaba un ejército superior alos pocos soldados de que disponía.

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Coraza y morrión de un soldado español del siglo XVI. Casa Museo de Pizarro, Trujillo (Cáceres). Foto del autor

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Para proveerse de más gente y avituallamiento resolvió Aguirre di-rigirse a La Plata (Chiquisaca, hoy Sucre) en el Alto Perú, donde estaba lasede de la Real Audiencia que tenía jurisdicción sobre Tucumán, y que en-tonces se veía llena de exploradores atraídos por las riquezas de Potosí.

Francisco de Aguirre emprendió el viaje acompañado por un grupode soldados, pero al atravesar la región que media entre Santiago del Es-tero y La Plata, los indios les atacaron con inusitada virulencia; tras unduro combate, le destrozaron la escolta y dieron muerte a su hijo Franciscode Aguirre el Mozo. El propio general, herido, pudo escapar a duraspenas. Esta circunstancia, y el hecho de que un capitán con el que habíaquedado en el valle de Salta para avituallarle no apareciera, fueron causapara que Aguirre desistiese y regresara a Santiago del Estero.

Pese al mencionado fracaso, Francisco de Aguirre logró llevar delAlto Perú recursos para su gobernación con los que pudo continuar, len-tamente, su obra de pacificación y colonización de la región, de lo que seocupó durante tres años venciendo grandes dificultades.

La Corona de España durante esos días lo afianzó en el poder. Es-tando Francisco de Aguirre en Tucumán, en 1564 le llegó la Real Céduladictada por Felipe II en agosto de 1563, en la que apartaba de la goberna-ción de Chile las regiones de Tucumán, Juríes y Diaguitas y las incluía enel distrito de la Audiencia de los Charcas. En ese documento, además, seconfirmaba a Francisco de Aguirre como gobernador de Tucumán, cargoque hasta ese momento había ocupado provisionalmente por mando delvirrey Conde de Nieva. Las aspiraciones de Francisco de Aguirre queda-ban satisfechas.

A mediados de 1565 llegaban a La Plata las más variadas y contra-dictorias noticias sobre la situación de Tucumán y la gobernación que hacíaFrancisco de Aguirre en la región. Preocupado por ello, el gobernador delAlto Perú Don Lope García de Castro, y los oidores de la Real Audiencia,decidieron enviar a Tucumán, con el pretexto de pacificar a los indios su-blevados, una expedición que llegase a Santiago del Estero y tomase in-formes fidedignos de lo que allí sucedía. También llevaban la potestad desuplantar a Aguirre en caso de ser ciertas las faltas de que algunos le acu-saban.

Para esta misión, el gobernador del Alto Perú y Presidente de la RealAudiencia, designó al capitán Martín de Almendras, quien reunió bajo sus

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órdenes a más de un centenar de hombres, en lo que gastó cincuenta milpesos; como su teniente designó a Jerónimo de Alanís.

Francisco de Aguirre, que tenía agentes en La Plata, supo del viaje deAlmendras y sus verdaderos propósitos. Para atajarlo envió a La Plata a uncapitán con la excusa de enganchar soldados, y con él escribió a la RealAudiencia defendiéndose de las acusaciones que le hacían y protestandopor el hecho de que se le quisiera arrebatar la gobernación en la que estabacon Cédula Real. Pese al intento de los amigos de Francisco de Aguirre detomar su defensa y, hasta de comprar a las tropas de Almendras, las dili-gencias fueron inútiles y, en septiembre de 1565, Martín de Almendras par-tió con sus cien soldados hacia Tucumán; le acompañaban Jerónimo deHolguín y un clérigo, Julián Martínez, que había tenido anteriormente di-ficultades con Aguirre.

En el valle de Jujuy, Almendras se vio obligado a contestar a los ata-ques indígenas. Con cuarenta y siete hombres, Almendras se lanzó a la ba-talla, mientras su cuñado, Martín Monje, se quedaba al cargo del resto dela tropa y de los bagajes.

La fatalidad quiso que Almendras cometiera un imprudente error:deseoso de capturar a un cacique herido, avanzó en solitario y en ese mo-mento fue asaeteado y muerto por los nativos. Tras este hecho, la confusiónse apoderó de aquella tropa, pero Jerónimo de Alanís, no sin grandes es-fuerzos, pudo reunir a los dispersos y convencerlos para continuar su mi-sión.

La expedición, ahora al mando de Alanís, padeció todo lo imagina-ble: no llevaban buenos guías y se encontraron detenidos sin encontrarpaso por las montañas. El hambre les obligó a comerse hasta las cabalga-duras y los indios les acosaban. En un ataque mataron al teniente Juan deCianca junto a otro soldado y dejaron numerosos heridos.

Tras muchas penalidades y la pérdida de 54 caballos y de gran partede los bagajes, llegó la expedición de Alanís al valle del Esteco, donde des-cansaron durante quince días, antes de ponerse de nuevo en marcha haciaSantiago del Estero.

Debido al aislamiento en que vivía, Francisco de Aguirre no se diocuenta de la expedición que se le acercaba hasta que ésta llegó a las puer-tas de la ciudad.

Poco antes, había enviado un destacamento de 23 hombres para que,

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situándose en tierra de los hostiles calchaquíes, esperara al capitán quehabía enviado a Chuquisaca en busca de provisiones para servir de guía ala expedición. Pero en las tropas de Francisco de Aguirre estalló la insu-bordinación; instigados por Berzocano, aprisionaron al capitán y marcha-ron a la capital del Alto Perú, con lo que Aguirre perdía un valiosocontingente.

En otra misión había enviado a su hijo Hernando contra los indioscalchaquíes para castigar los continuos golpes de mano y muertes de es-pañoles a manos de estos nativos hostiles, también aparecieron dificulta-des, sobre todo entre las propias tropas.

Como aquellas tierras habían sido tiempo atrás asignadas a otrosconquistadores, las tropas que supieron que allí no podían obtener ga-nancias ni repartimientos de indios, dieron muestras de descontento y seprepararon para otro motín. Informado de esto por algunos religiosos,Francisco de Aguirre dio orden a su hijo para que regresara con la tropa aSantiago del Estero, lo que contribuyó al envalentonamiento de los indiossublevados.

En estas difíciles circunstancias llegó Jerónimo de Alanís con sushombres a Santiago del Estero a finales de 1565. Con su llegada se calmótodo, hasta Aguirre se alegró. Durante cincuenta días permaneció Alanísen aquella gobernación; durante ese tiempo se formó una alta idea de lascualidades morales y administrativas de Francisco de Aguirre, tal y comose declara en un informe que expidió al gobernador del Alto Perú a su re-greso de la expedición de Tucumán.

Al final, la expedición lejos de ser perjudicial a los intereses de Agui-rre, dio buenos resultados: le llevó tropas de refresco cuando el propioFrancisco de Aguirre veía su carencia de soldados, y acabó con las opi-niones equivocadas que se tenía en La Plata de su gobierno.

Una vez terminada la misión, Jerónimo de Alanís dejó a Aguirre granparte de su tropa así como otros recursos y, acompañado por Hernando deAguirre hasta Copiapó, regresó a La Plata vía desierto que, aunque era unviaje largo y lleno de privaciones, le alejaba de los hostiles calchaquíes aquienes temía.

Francisco de Aguirre no solamente había salido ileso de la trampapreparada, sino que había visto aumentar a 80 hombres su guarnición.Eran los últimos destellos de una estrella próxima a eclipsarse.

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Una serie de contratiempos amargaron al viejo conquistador, todassus empresas le salían fallidas. Aguirre culpaba de esas desgracias al go-bernador del Alto Perú y presidente de la Real Audiencia de los Charcas,Don Pedro Ramírez de Quiñónez, así como al oidor Haro. Según Aguirre,se trataba de hombres sin conciencia. Del primero aseguraba que había lle-gado de Guatemala a La Plata con una deuda de cuatro mil pesos y que enlos nueve años que llevaba de presidente del tribunal no sólo había pa-gado esa deuda, sino que se había enriquecido atesorando más de setentamil pesos, obtenidos mediante fraudes y cohechos.

Desde hacía años meditaba Francisco de Aguirre hacer una funda-ción de una nueva ciudad en la fértil región del río de la Plata. Definíaaquella zona como la más rica que había conocido y, en una carta al virrey,comentaba que en medio de dos ríos que entran en el río de la Plata sepodía hacer un puerto de salida al Atlántico, en el que se pudiese ir a Es-paña sin riesgo de caer en manos de los corsarios.

Pero además de por su deseo de fundar una ciudad y un puerto se-guro, existía otra razón por la que Francisco de Aguirre deseaba hacer laexpedición hacia el río de la Plata. Había oído decir que en cierta región delsur se hallaban indios que vestían a la usanza europea y tenían una culturasuperior. Poco antes, el capitán Gregorio de Castañeda había preguntadoa los nativos sobre esos lugares y, especialmente, un tal Jofré le había ex-plicado las jornadas que distaban entre Santiago del Estero y el río de laPlata y le dio noticias de un capitán llamado Francisco César, enviado porSebastián Caboto a explorar esos lugares, que aseguraba que había en-contrado una región a la que denominó Trapalanda, en la que había ri-quezas y recursos suficientes como para levantar un imperio. Debido alnombre del capitán que aseguraba haber visto todas esas riquezas, se dionombre al mito: Ciudad de los Césares.

Además de fundar una nueva ciudad cerca del río de la Plata, Fran-cisco de Aguirre se propuso averiguar que había de cierto en esas historiassobre la Ciudad de los Césares. A tal fin, en primavera de 1566 Aguirrealistó a 120 hombres bien equipados y con caballos de repuesto “que no sehará tanta gente con treinta mil castellanos” dice el propio Francisco de Agui-rre en una carta al virrey Toledo. Y emprendió el viaje de exploración a lasinmensas regiones del sureste. Sobre la importancia de estas proyectadasexploraciones, el historiador argentino Don Roberto Levillier en una de

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sus obras expresa: “Antepuso Aguirre a todo otro pensamiento la extensión dela conquista hacia el Sur, siendo su propósito fundar pueblos en Córdoba, en elParaná y en el Río de la Plata, para dar salida al Tucumán sobre el mar y unir concentros de una situación estratégica, geográfica y económica feliz, el Atlántico alPacífico. Ese conjunto genial de 1566 se realizó paulatinamente en cada uno de suspuntos. Lo que Aguirre creara en nuestro norte andino y en Santiago del Estero,lo que proyectara para Córdoba y el litoral platense, fue de una acción decisivasobre el desarrollo del futuro territorio argentino, porque lo erigido por él vive aún,y lo que aconsejara se cumplió; y todo ello es nada menos que Córdoba, Santa Fé,Buenos Aires, San Miguel de Tucumán, Santiago del Estero y Salta”(RobertoLevillier: Nueva Crónica de la conquista del Tucumán. Buenos Aires, 1931)

Tras varios días de difícil y penosa marcha, pasaron por la tierra delos indios comechingones, donde se fundaría Córdoba, desde allí conti-nuó hasta su objetivo mientras se iba confirmando en las noticias sobre lasriquezas de la región que se proponía explorar.

Pero antes de llegar al lugar donde debía fundar la nueva ciudad,sobre el río Paraná, se vio Aguirre asediado por los indígenas; la resisten-cia española ante el ataque no hizo sino renovar las energías de estos, quedía a día aumentaban en número.

Aunque el ánimo de Francisco de Aguirre no había menguado, ensus filas cundía el desánimo y no tardó en estallar la rebelión: los soldadosse negaron a continuar la marcha hacia un lugar incierto y hubo que vol-ver sobre los pasos, con gran precaución, porque los indios seguían ata-cando.

Una noche mientras acampaba a unas cuarenta leguas de Santiagodel Estero, en el lugar que se denomina Alto de Aguirre, estalló el motín.Catorce soldados que el año anterior habían servido a Martín de Almen-dras se rebelaron y, al grito de “¡Viva el general Jerónimo de Holguín!” se apo-deraron de Francisco de Aguirre y de sus capitanes, les pusieron grilletes,y les sometieron a vejaciones. También desarmaron a los soldados que qui-sieron oponerse.

Jerónimo de Holguín y los demás amotinados alegaron tener ordendel presidente de la Real Audiencia para proceder de esta manera, aún sinpresentar documentos para probarlo; poco después afirmaron que lo ha-cían por orden de la Inquisición, aunque lo que había detrás era un sim-ple motín que querían cubrir con el manto de la legalidad.

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Francisco de Aguirre y los demás prisioneros fueron llevados pri-mero a Santiago del Estero, donde los amotinados destituyeron a losmiembros del Cabildo, dando los cargos a sus amistades a la vez que per-seguían a los leales a Aguirre. Pero temiendo la contrarrevolución se apres-taron a llevarle a Esteco.

Los rebeldes depusieron al vicario foráneo de la colonia, el presbíteroPayán, y en su lugar pusieron al clérigo Julián Martínez, que años atráshabía tenido dificultades con Francisco de Aguirre y que había participadoen la expedición de Almendras.

El clérigo Julián Martínez convino con los amotinados que tenía en-cargo de la Inquisición para proceder contra Francisco de Aguirre y, enconsecuencia, inició un proceso contra él, para lo que recorrió la ciudadbuscando testigos dispuestos a declarar contra el gobernador apresado.Una indagación en la que el propio Martínez hizo de juez y de testigos,los acusadores.

En Santiago del Estero reinaba la anarquía, los amotinados se entre-garon a toda clase de desmanes, llegando incluso a asesinar a un colono;robaron los bienes de Aguirre y de sus parientes y vejaron al general.

Una vez preparado el plan de acusaciones, enviaron al general Fran-cisco de Aguirre preso a la capital del Alto Perú. En una carta al virrey To-ledo, el indómito general escribe “Y pudiendo en el camino matarlos no loquise hacer, diciendo que iba al Rey y al Obispo, que ellos me harían justicia y loscastigarían conforme a sus maldades.”

Casualmente, el encargado de llevar presos a Francisco de Aguirrey a su hijo Hernando, fue precisamente, Jerónimo de Holguín, el cabecilladel motín, que tenía apoyos en la Real Audiencia.

Tras el penoso viaje practicado por el difícil camino que pasaba porTarija y Potosí, los prisioneros llegaron en noviembre de 1566 a la ciudadde La Plata, donde fueron encerrados en la cárcel.

Pero Francisco de Aguirre dejaba tras él entusiastas partidarios;mientras era conducido, cargado de cadenas, a La Plata, el capitán Gasparde Medina, que en los momentos en que triunfaba la revuelta se había re-fugiado en la sierra, convocó a algunos amigos y aprovechando el factorsorpresa, se apoderó de Heredia, de Berzocano y de sus partidarios, a losque sentenció a muerte. La sentencia se cumplió y se restituyó la jurisdic-ción real.

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Como aún no existía en el Nuevo Mundo el tribunal de la Inquisi-ción, correspondía a los obispos y vicarios, por derecho propio, ejercerfunciones en los delitos contra la fe. Los poderosos enemigos de Franciscode Aguirre iban a promover contra el anciano conquistador un proceso deInquisición con el que pretendían despojarle para siempre del gobiernodel Tucumán, si no acabar físicamente con él.

Jerónimo de Holguín fue recibido con agasajos por el presidente dela Real Audiencia de los Charcas, Don Pedro Ramírez de Quiñónez, por eloidor Haro y por Juan Pérez de Zurita, así como por otros que habían to-mado parte en el plan contra Aguirre. Y aunque se llegó a encarcelar a Hol-guín, no tardó el presidente en dejarle escapar.

Juan Pérez de Zurita, con promesas de que tendría nombramientolegal y en la seguridad de que aún los amotinados gobernaban Tucumán,partió con una decena de hombres a Santiago del Estero por el camino deChile. Al llegar, tras el penoso viaje, descubrió que Heredia y Berzocanohabían sido ahorcados por Gaspar de Medina y que había quedado resta-blecida la autoridad del gobernador legítimo que permanecía preso en elAlto Perú. Habiendo enviado Zurita cartas a los cabildos anunciando queiba en calidad de gobernador, Medina lo hizo apresar y le remitió a LaPlata, donde el presidente le puso en libertad y le colmó de honores.

Pocos días después se hacía cargo de la gobernación de TucumánDiego de Pacheco, que debía reemplazar interinamente a Francisco deAguirre. El plan del presidente Don Pedro Ramírez de Quiñónez habíafracasado dejando al descubierto su mala conducta y su rivalidad con losmiembros de la Real Audiencia.

Mientras pasaban estas cosas, el general Francisco de Aguirre per-manecía en la cárcel, Ramírez de Quiñónez y su secuaz, el oidor Haro te-nían el propósito de valerse de todos los medios para arrebatar a Aguirreel gobierno del Tucumán y entregárselo a su amigo Gabriel Paniagua. Sindesalentarse por su anterior fracaso idearon un plan más maquiavélico:acusarle de hereje.

Así, el conquistador se vio acusado de noventa delitos contra la re-ligión, entre ellos destacaban:

-Haber dicho que la fe bastaba para salvarse.-Que había aconsejado a algunas personas “Que no tuviesen pena por

no oír misa, que bastaba la contrición y encomendarse a Dios de corazón”

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-Haber asegurado que él era Vicario General en aquellas provinciastanto en lo espiritual como en lo temporal.

-Haber dicho que en Tucumán no había otro Papa ni obispo que él.-Haber impedido que el padre Francisco Hidalgo administrase los

sacramentos y que usase el título de Vicario.-Haber dicho que las excomuniones eran temibles para los hombre-

cillos; no para él.-Que no creía en la honestidad de los eclesiásticos.-Haber pronunciado esta frase: “Cuando en una república se hubiese de

desterrar a un clérigo o a un herrero, antes desterraría al sacerdote que no al he-rrero, por ser el sacerdote menos provechoso para la república”

-Haberse jactado de malas costumbres.-Haberse burlado de una persona diciendo “No se fíen mucho en rezar,

que yo conocí un hombre que rezaba mucho y se fue al infierno y otro renegadorque se fue al cielo”

El gestor de estas y otras muchas acusaciones era el clérigo JuliánMartínez, que había recorrido las calles de Santiago del Estero con una es-colta armada para hacer declarar a algunos testigos contra el general.

Julián Martínez se trasladó a La Plata y allí organizó con el presi-dente de la Real Audiencia Don Pedro Ramírez de Quiñónez y el oidorDon Antonio López de Haro, el juicio inquisitorial.

Los otros oidores entre los que se encontraba Don Juan de Matienzoy el licenciado Recalde, se declararon abiertamente a favor de Aguirre. Deeste modo se formaron dos bandos que durante mucho tiempo mantuvie-ron una gran tensión. Por una parte, la mayoría del tribunal de la Real Au-diencia, que se había declarado a favor de Francisco de Aguirre, exigía lalibertad del acusado, alegando que ejercía en Tucumán una jurisdicciónemanada directamente de la Corona de España y pedía el castigo para Je-rónimo de Holguín y de sus secuaces por haberle derrocado.

Este también era el parecer del presidente Castro, que gobernaba enLima por falta de Virrey, el cual, en marzo de 1567 extendió a Diego de Pa-checo el nombramiento de gobernador interino del Tucumán, mientrasFrancisco de Aguirre permanecía “Ocupado en negocios suyos” una metá-fora para no decir que se hallaba en prisión.

El presidente ponía en juego toda su influencia en el ánimo delobispo de La Plata, Fray Domingo de Santo Tomás Navarrete, para que

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iniciase el proceso contra Aguirre como caso de Inquisición, de este modoel obispo se encontró en una situación difícil ante las pasiones que se agi-taban a su alrededor.

Urgido por las circunstancias, el obispo constituyó el tribunal quedebía juzgar a Francisco de Aguirre, y lo hizo con las siguientes personas:

-El doctor Fernando Palacios Alvarado, Provisor y Vicario Generaldel obispado.

-El licenciado Baltasar de Villalobos.-Fray Marcos Jufré, Guardián del convento de San Francisco en La

Plata.-El licenciado Bartolomé Alonso, Vicario Foráneo de Potosí.-El licenciado Juan de Arévalo, que haría de Fiscal.Esto originó una apelación de Aguirre ante el Obispado de Lima;

apelación que, dada la enorme distancia que había para llegar a esa ciudad,debió demorar muchos meses la resolución.

Desgraciadamente no se ha conservado la defensa hecha por Fran-cisco de Aguirre en el juicio que se siguió ante el obispo de La Plata, perocomo ese proceso fue el fundamento del que se le siguió en Lima y en esteaparece parte de la defensa que hizo, se puede saber que Aguirre negó lamayor parte de los cargos que se le hacían, probando que fueron formu-lados por sus enemigos.

En cuanto a las frases que se le atribuían, Francisco de Aguirreafirmó que eran palabras dichas o con ignorancia o con ligereza, o biencon ira a causa de las dificultades con sus enemigos, los cuales las habíanabultado y desfigurado por completo, llevados por la pasión.

La tensa situación entre defensores y enemigos de Aguirre se agravóa causa del matrimonio efectuado por Hernando de Aguirre, que tambiénhabía sido enviado en calidad de preso a La Plata, con Doña Agustina deMatienzo, hija del oidor Matienzo, el cual de ese modo hacía pública su ad-hesión a Francisco de Aguirre.

Este matrimonio por un lado logró que, por la influencia de Ma-tienzo, Francisco de Aguirre se viese excarcelado con las fianzas del caso,viviendo en una posición más cómoda en la capital del Alto Perú; perotambién estos favores enconaron más a los enemigos de Francisco de Agui-rre despertando ruidosas protestas.

El clérigo Julián Martínez escribió una carta al cardenal Espinosa,

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Inquisidor General, el 23 de diciembre de 1567 quejándose de la protec-ción que el oidor Matienzo dispensaba al reo tras el matrimonio de loshijos de ambos.

Por su parte, Francisco de Aguirre en una carta al virrey Toledo, hacelas más enérgicas protestas por el modo injusto y parcial con el que el pre-sidente y sus amigos se conducían con él.

El proceso se vio demorado por el viaje que el obispo de La Plata,Fray Domingo de Santo Tomás Navarrete, tuvo que efectuar a Lima, es-tando ausente año y medio. Por ello, en la carta al virrey Toledo, Aguirreexclama: “Y pensando que aquello se acabaría en una hora, me hicieron detenercerca de tres años y gastar más de treinta mil pesos, y aún procuraron que nadieme prestase ni fiase para que muriese.”

Además, menciona las provocaciones que se le hacían y cómo tantoél como los suyos se contenían y no echaban mano de la espada. Lleno deamargura añade: “Jueces que esto hacen, vea Vuestra Excelencia si son jueces otiranos, si desean servir al Rey o alterar la tierra; pues no podré contar a VuestraExcelencia por más memoria que tenga, la décima parte de las exorbitancias queestos dos jueces han hecho contra mí, y yo he sufrido.”

Después de la larga ausencia, regresó de Lima el obispo de La Plata.Parecía que por fin se remataría el proceso y llegaría la sentencia, pero a finde alargar el asunto y de buscar nuevas a favor de Jerónimo de Holguín,nuevamente preso y enjuiciado por el motín, el presidente exigió delobispo que le diese cierta parte del proceso que se seguía a Aguirre, paratomarlo como base de la defensa de Holguín.

Con tantas diligencias habían pasado más de dos años. El Consejo deIndias reclamó al obispo de La Plata por la demora del asunto, por lo queFray Domingo de Santo Tomás Navarrete, el 6 de junio de 1569 se discul-paba ante dicho Consejo alegando que las cosas habían pasado en pro-vincias lejanas y había sido necesario gastar tiempo para concluir elproceso.

El 15 de octubre de 1568 se dictó sentencia. Se daba por suficientecastigo el tiempo que el general talaverano había permanecido en prisión,y se le absolvía de sus cargos, pero el promotor fiscal no estaba satisfechocon la sentencia por la que se dejaba en libertad a Francisco de Aguirre yse le permitía volver a hacerse cargo de la gobernación, por lo que apeló.

Francisco de Aguirre pidió a la Audiencia permiso para volver a su

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gobernación, pero aún no era libre pues había interés en que no volvieraal Tucumán y, para ello, el acusador fiscal alegó que la abjuración hecha notenía ningún valor, pues se había omitido en la frase consagrada una ex-presión que creyó imprescindible, y que a causa de los jueces no se lemandó abjurar de todas las proposiciones de que se le había acusado.

Todo ello dio margen a unas nuevas tramitaciones y querellas quedemoraron el caso dos meses más. Cuando por fin se acordó que Aguirrerenovase su abjuración en la nueva forma señalada, lo hizo en efecto. El 1de abril de 1569 el anciano conquistador abjuraba de sus errores en la ca-tedral de La Plata ante una asombrada multitud.

Pero ocurrió otra demora de dos meses entre la segunda abjuracióny el día en que el obispo con su Notario Apostólico, Juan de Sosa, dieronel testimonio autorizado de haberse cumplido la sentencia.

Dos días después de haberse cumplido el requisito, el obispo de LaPlata escribía al Consejo de Indias una carta a la que acompañaba la copiade las proposiciones que habían sido causa del proceso seguido contraFrancisco de Aguirre, y añadía su convencimiento de que el viejo generalvolvería a ser gobernador de aquellas tierras.

Cuando el 6 de junio de 1569 el obispo de La Plata escribía la men-cionada carta, ya venía desde España un documento del propio monarcaFelipe II en el que confirmaba el anterior nombramiento hecho a Franciscode Aguirre para la gobernación de Tucumán con independencia del vi-rreinato del Perú. Una vez más sus influencias habían podido contra todoslos que le acusaban.

A finales de julio de 1569, Francisco de Aguirre, partió con 35 solda-dos desde La Plata a Tupiza, capital de las Chichas, lugar próximo a lafrontera del Tucumán y desde donde arrancaban los caminos a Santiagodel Estero y a Copiapó, éste último dando una enorme vuelta por el des-ierto de Atacama. El deseo del anciano conquistador era permanecer allítranquilo y en espera de la Real Cédula hasta agosto; y en caso de que nosucediera, partir a Chile antes de la estación lluviosa, que comenzaba ennoviembre.

Pero sus enemigos, Don Pedro Ramírez de Quiñónez, presidente dela Real Audiencia, y el oidor Haro, no querían dejarle marchar a su anti-gua gobernación y continuaron su plan de perseguirlo. Existiendo grandesprobabilidades de que Francisco de Aguirre regresara a Tucumán en breve,

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enviaron a seis agentes para que previniesen a los vecinos de Santiago delEstero en contra de él, asegurándoles que Aguirre era un hereje y por ellono debían recibirle; además les dijeron que contaban con impunidad si lo-graban asesinarle, pues con ello harían obra meritoria.

También contaron con la posibilidad de que Francisco de Aguirre to-mase el camino del desierto; por ello Haro trató con el encomendero deloasis de San Pedro de Atacama, con el siniestro fin de que le negasen losvíveres indispensables y le pusieran en contra a los nativos, de este modo,en una carta al virrey Toledo, dice el propio conquistador: “Para que yendodescuidado me matasen, o no hallando comida me muriese de hambre, porque son200 leguas de despoblado y sólo Atacama al medio”

Pero a finales de agosto llegaron provisiones desde España, y con 35hombres, Aguirre entró en su gobernación de Tucumán. Al llegar debíavolver a empezar la obra de colonización de las provincias de Tucumán,Juríes y Diaguitas. En septiembre de 1569 y tras reunir en Tupiza los hom-bres que pudo, y en compañía de su hijo Hernando, emprendió el viaje aSantiago del Estero.

Pero sus adversarios esperaban, y el 7 de octubre, cuando estabacerca del pueblo de Jujuy, le salió al encuentro el capitán Luis Chasco, te-niente del gobernador interino del Tucumán, Diego de Pacheco, con unaveintena de hombres, varios de los cuales habían tomado parte en el en-carcelamiento de Aguirre tres años atrás.

Venían con la excusa de llevar a Tucumán telas fabricadas en el AltoPerú, pero el verdadero objeto era apresar a Francisco de Aguirre. Éste,sospechando la verdad, les recibió con buenas palabras, perdonándoleslos agravios pasados y tras ser avisado de que habían tratado de prenderle,les desarmó y desterró. Este suceso impresionó a Aguirre, pues se dabacuenta de la situación en que se encontraba, y de la imperiosa necesidadde contar con el apoyo del virrey del Perú.

El virreinato estaba sin virrey y el interino era el presidente Castro;pero ya venía en camino el nuevo virrey, Don Francisco de Toledo.

El 8 de octubre, Aguirre estaba en Jujuy y se ocupó en escribir al vi-rrey Toledo una carta en la que resumió su vida y los servicios prestadosa la Corona, haciendo hincapié en los sucesos de la prisión en Tucumán yel proceso que se le había seguido en La Plata. El motivo de esta carta eraprevenirse de las nuevas acusaciones que pudieran hacerle tras el en-

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cuentro con los soldados de Luis Chasco. Por eso manifiesta al nuevo vi-rrey que, para mantener en paz las vastas provincias que de nuevo el reyde España le mandaba gobernar, era necesario no permitir el retorno de lossoldados que él había desarmado y despedido.

Añade que esa gente hará mucho mal y que de ellos se valdrá el pre-sidente y Haro para hacer información sobre él, y pide que le confirme lamerced de esa gobernación por vida suya y la de su hijo, Hernando. Ade-más le recuerda que en la pacificación de la provincia ha visto morir a mu-chos seres queridos y muy especialmente a su hijo Francisco.

Una vez firmada la carta y despachado el correo que debía llevarlaa Lima, el viejo Francisco de Aguirre continuó su marcha a Santiago del Es-tero lleno de negros presentimientos.

Durante la larga prisión de Aguirre en La Plata, Tucumán había sidogobernada interinamente por Diego de Pacheco, el cual, según Rui Díaz deGuzmán en su Historia Argentina (1612) “reformó algunas cosas y mudó elnombre de la ciudad de Esteco llamándola Nuestra Señora de Talavera, y repartiólos naturales de su distrito en sesenta vecinos.”

Realmente Pacheco había tenido un gobierno relativamente tran-quilo, aunque atravesó grandes miserias. En un par de ocasiones había en-viado al Alto Perú grandes cantidades de ganado y telas para traer losrecursos de que carecía, desempeñando esta misión, por vez primera, Ni-colás Carrizo y, la segunda vez, Luis Chasco con escolta de la que defen-derse de los ataques indígenas.

Ahora Francisco de Aguirre iba a empezar su gobierno en las con-diciones más desfavorables. Por una parte, el ruidoso proceso por herejíaen que había estado envuelto le hacía carecer del prestigio moral indis-pensable en sus relaciones con los colonos; por otra parte, los achaques dela vejez, unidos a las vejaciones que tanto él como su familia habían su-frido, más el encarcelamiento a que había sido sometido, lo habían hechoirascible.

Apenas llegó a Santiago del Estero, anunció en público un pregón enel que desterraba a todos aquellos que habían tenido parte en su apresa-miento en 1566; les expulsaba de la ciudad y no podían entrar en ella, puessi lo hacían serían condenados a muerte.

A continuación, Francisco de Aguirre, arremetió contra el presidentedel Alto Perú, asegurando que todas las acusaciones que se le habían for-

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mulado eran falsas y que, mediante el uso de la fuerza, le habían hechoconfesar delitos que no había cometido, una violencia que habían cometidotambién contra el fiscal y a los jueces eclesiásticos. El despecho contra elpresidente Ramírez de Quiñónez y el oidor Haro, provocó que, en unascartas dirigidas a sus amigos los licenciados Matienzo y Polo, describierala violencia que había aguantado en su presidio. Estas recriminaciones, sinduda, debieron llegar al conocimiento de los ofendidos.

Temiendo por su integridad personal, Francisco de Aguirre, cons-truyó en Santiago del Estero una casa espaciosa y fuerte, rodeada de fososy muros, y montó en un lugar elevado un cañón que hizo traer de Chile.Acumuló provisiones de maíz y tras organizar una guardia permanente,llamó a su yerno, Francisco de Godoy desde La Serena, para que fuera asocorrerlo con un grupo de hombres.

Pero no vivía en paz con aquéllos que no le eran adictos. El vicarioforáneo de Santiago del Estero era el presbítero Francisco Hidalgo, al cualAguirre creía afecto a sus enemigos. En cierta ocasión, el anciano con-quistador perdió los estribos y abofeteó en público al presbítero, al tiempoque comentaba al escandalizado vecindario: “Estas cosas para vosotros serántemibles y no para mí.”

La inquina contra el religioso Hidalgo fue a más, llegando a afirmarAguirre que la misa si la hacía Francisco Hidalgo no era válida; más tarde,llegó a pregonar que nadie tratase con dicho sacerdote so pena de incurriren severos castigos.

Aunque los documentos no hablan de hostilidad indígena por aque-llos días, seguramente no estaban muy tranquilos; pero la vejez de Fran-cisco de Aguirre y los problemas que se buscaba, no le daban ánimo deemprender nuevas expediciones. Además, la tempestad que tanto preveíael conquistador estaba a punto de desatarse en Lima.

Debido a las súplicas que desde algunos lugares de América diri-gían al rey de España a fin de que estableciese el Tribunal de la Inquisición,éste accedió y, con fecha de 25 de enero de 1569 dictó por Real Cédula quecreaba este tribunal en México y en Perú. Al que funcionaba en Lima co-rresponderían todas las causas que se sustanciasen en América del Sur. Enreales cédulas de 7 de febrero se comunicaron dichos acuerdos a los obis-pos de Santiago de Chile y de Concepción.

Una vez establecida la Inquisición en América, quedó prohibido a

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los obispos tomar parte en los juicios relativos a la fe, por medio de otraReal Cédula expedida por Felipe II.

El domingo 29 de enero de 1570 fue instalado en Lima el Tribunal dela Inquisición. El puesto de inquisidor recayó en el licenciado (presbítero)Serván de Cerezuela, que acababa de llegar de España, sirviéndole de se-cretario Eusebio de Arrieta y de fiscal, el licenciado Alcedo.

En la ceremonia tomó parte el virrey Don Francisco de Toledo, lle-gado de la metrópoli en compañía del inquisidor. Asistieron también alacto la Audiencia, el Cabildo y las órdenes religiosas. En la catedral secantó el te deum.

La relajación de costumbres tanto de conquistadores como de colo-nos iba a dar trabajo al nuevo Tribunal del Santo Oficio.

El inquisidor Cerezuela puso gran empeño en demostrar que losobispos de América habían sido demasiado benignos, pero los capellaneseran más bien misioneros y los conquistadores, aunque eran hombres defe, si llegaban a delinquir contra la religión lo hacían por rudeza e igno-rancia, nunca por maldad; pero el nuevo tribunal no tendría miramientosy con su habitual crueldad llevaría a la prisión o, incluso a la hoguera, atodos los que creían que atentaban contra la fe.

Ahora una de las víctimas del llamado Santo Oficio, iba a ser Fran-cisco de Aguirre.

El presidente del Alto Perú, Don Pedro Ramírez de Quiñónez, de-seoso de que Aguirre no volviese a hacerse cargo de su gobernación, y trasver que desde España le llegaba al conquistador una confirmación firmadapor Felipe II de su antiguo nombramiento, dirigió su mirada al virrey delPerú, Don Francisco de Toledo y al inquisidor Serván de Cerezuela.

No tardaron en llegar a Lima una serie de emisarios que formula-ban gravísimos cargos contra Francisco de Aguirre. Entre los acusadoresestaban algunos antiguos vecinos de Santiago del Estero que habían sidoperseguidos por su desafección al gobernador.

Ahora los cargos se renovaban por las reyertas que Aguirre había te-nido con el presbítero Hidalgo, así como por haber impedido que se pa-gasen diezmos y haber dicho que la misa del mencionado sacerdote notenía valor; que nadie, ni siquiera el Papa, le podía excomulgar y que notemía a las excomuniones; que despreciaba los ayunos eclesiásticos y queutilizaba fórmulas supersticiosas para curar ciertas dolencias.

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También se acusó a Francisco de Aguirre de desarmar a la tropa deLuis Chasco cuando volvía de La Plata a Tucumán, y de haber perseguidoa quienes en su gobernación no le eran afines.

Sin embargo, quién mayor importancia dio a aquellos cargos no fueel inquisidor Cerezuela, sino el propio virrey Toledo, deseoso de arrebatara Aguirre el gobierno de Tucumán, cosa que no podía hacer él mismo, yaque el nombramiento dependía directamente del rey. Por ello, se valió dela Inquisición para conseguir su objetivo.

A petición del virrey Toledo se reunieron en consulta, el 14 de marzode 1570, el inquisidor Cerezuela, el licenciado Melo, el licenciado Castro,el licenciado Martínez, arcediano de Lima, y Paredes, oidor de la Real Au-diencia.

Estudiados los once capítulos de acusación acumulados contra Fran-cisco de Aguirre, se acordó solicitar del virrey la prisión del conquistadory la confiscación de sus bienes. La pérdida del anciano general estaba de-cretada, pero no era fácil encarcelar a tan alto personaje, lo que fue motivode largas conferencias entre el virrey Don Francisco de Toledo y el inqui-sidor Serván de Cerezuela.

Aun cuando en una carta al rey, el virrey aseguraba que Aguirre es-taba tan enemistado con todos los vecinos del Tucumán que sólo podía fa-vorecer a cinco o seis, tomó muchas precauciones para que Pedro de Aranapudiese prender a Francisco de Aguirre con éxito.

Para llevar a cabo esta misión, autorizó a Arana que, una vez presoAguirre, dejase como gobernador interino a Miguel de Ardiles o a NicolásCarrizo, de quienes el virrey tenía buenos informes. Lo proveyó de pliegoscon el sello real, para que las autoridades del camino le prestasen las faci-lidades que pidiese. Y tras proporcionarle el dinero necesario, le despachóel 15 de mayo de 1570.

Pedro de Arana desempeñó esta difícil comisión con extraordinariasdotes de actividad, discreción y talento. Al llegar a La Plata se dio cuentade que las dificultades eran mucho mayores de las que imaginaba. Porgente llegada de Tucumán se informó de los preparativos de defensa he-chos por Francisco de Aguirre desde tiempo atrás.

Durante veinte días permaneció Pedro de Arana en La Plata sinpoder reunir los bagajes y las tropas necesarias para llevar a cabo su difí-cil empresa. Tampoco se atrevía a manifestar su cometido a los gobernan-

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tes de esa capital, pues sabía que allí Francisco de Aguirre tenía muchosamigos. Hasta pensó en regresar a Lima, pero decidió finalmente cumplirsu cometido con astucia.

Siguiendo el plan, Arana convenció al Provisor del Obispado, DeánDoctor Urquiza, comisario del Santo Oficio, para que separase al PadrePayán, amigo íntimo de Francisco de Aguirre, del puesto de vicario delTucumán y diera dicho cargo al Padre Vergara. El Padre Payán, reciente-mente designado para ese puesto, iba camino de Santiago del Estero, peroArana consiguió que algunos soldados le diesen alcance y le hicierantomar el camino de regreso para que no avisara a Aguirre de lo que se pro-yectaba. Además obtuvo del corregidor Don Jerónimo Luis de Cabrera unpréstamo de mil quinientos pesos de oro, provisiones y la colocación deguardias en el camino para impedir el paso de viajeros.

Tras reunir a treinta soldados de confianza y escribir al inquisidorCerezuela sobre el largo viaje y el estado de sus diligencias, Arana se pusoen marcha desde Potosí, el 3 de agosto de 1570.

A finales de septiembre de 1570 Francisco de Aguirre supo que Pedrode Arana se acercaba en su demanda, intentó reunir en la ciudadela deSantiago del Estero a todos los hombres que pudieran manejar armas, perolos vecinos se negaron a secundarle, pues los que venían lo hacían en nom-bre de la autoridad real.

Aguirre fue fácilmente desarmado y reducido a prisión en uno delos aposentos de su propia casa. De nada había valido su fortaleza, ni suguardia armada, ni ningún medio de defensa de los que había dispuesto.

Durante su proceso en Lima, se le acusó de intentar defenderse y deque, cuando acababan de reducirle y aprisionarle, se le aconsejó tener pa-ciencia, a lo que Aguirre contestó: “que él tenía y había tenido más pacienciaque tuvo Job”(informe de Ruíz de Prado).

Tras la detención, Arana se dispuso a trasladar al reo a Lima. Enco-mendó el gobierno del país al capitán Nicolás Carrizo, quien estuvo en elpuesto hasta que el rey envió a Don Jerónimo Luis de Cabrera.

Es fácil imaginar el sufrimiento que tuvo que pasar Francisco deAguirre, un anciano de 71 años, durante ese camino. Pedro de Arana mar-chó siempre al lado del conquistador, pero encomendó el cuidado del reoa Agustín Pérez, por cuyo servicio se obligó a Aguirre que se le pagase lasuma de cien pesos al llegar a Lima.

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También en calidad de preso le acompañaba su hijo Hernando, y enla comitiva destacaba igualmente Francisco de Matienzo, mozo de 23 años,hijo del oidor de los Charcas y cuñado de Hernando de Aguirre.

Al llegar a las cercanías de Tarija, encontraron indios en pie de gue-rra, por eso se tomaron medidas para evitar el asalto de los nativos. Aquí,el joven Matienzo proporcionó a Francisco de Aguirre un buen caballo yle pidió que se subiera en él, al tiempo en que Arana se preparaba con sutropa para luchar contra los indios. Arana vio al anciano conquistador a ca-ballo y le hizo apearse, algo que podía haber resultado fatal.

Como Pedro de Arana temía que Francisco de Aguirre escapase, ycreyendo que el joven Matienzo pretendía preparar la fuga, le ordenó queno se apartase de él. Matienzo desobedeció y escapó del campamento em-prendiendo un rápido viaje a La Plata para refugiarse en la casa paterna.

Este desmán no fue olvidado por Pedro de Arana que, una vez enLima, sometió al muchacho a un juicio en el que fue condenado a pagar300 pesos ensayados.

Otro partidario de Aguirre fue condenado a pagar 500 pesos ensa-

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Yanacona o indio porteador. Casa Museo de Pizarro, Trujillo (Cáceres). Foto del autor.

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yados y a un año de destierro; este partidario era el mismísimo Juan Jufré,casado con Doña Constanza de Meneses, hija del conquistador.

Al llegar a Potosí tuvieron altercados a causa de la oposición deArana a la orden del alcalde, que quería detener a uno de los soldados porfuertes deudas. Sin embargo, Arana fue prudente y en la escandalosa riñano hubo ni heridos. Pero no olvidó la afrenta y, nada más llegar a Lima, ob-tuvo una orden de arresto contra el alcalde, que fue detenido y conducidoa la capital del virreinato, donde como gracia consiguió, tras pasar por unadura prisión, que le diesen la ciudad por cárcel a causa de su mala salud.

Siete meses después de su arresto, Francisco de Aguirre fue llevadoa la cárcel del Santo Oficio en Lima, en mayo de 1571.

Esta audacia del virrey Toledo y del inquisidor Cerezuela de ordenarel prendimiento del Capitán General y gobernador de Tucumán, fue objetode las más duras críticas de Don Juan Ruiz de Prado, visitador designadopor el consejo de la Inquisición.

No tardó en comenzar el juicio, un juicio en el que Aguirre se quejóde que el presidente y los oidores de los Charcas no castigasen a los que lehabían capturado en nombre del rey, pues él no había dejado de servirle.Además, se defendió correctamente de las acusaciones que se le formula-ban.

Debido a las tramitaciones pasó un año, y la dura prisión pasó fac-tura a Francisco de Aguirre; por esto presentó al tribunal un escrito en elque decía que hacía más de doce meses que estaba preso en las cárceles deeste Santo Oficio, y él era un viejo de más de setenta años (lo que confirmasu nacimiento en 1500) y enfermo, y que, si había de aguardar a que los tes-tigos se ratificasen, se alargaría mucho su causa.

Solicitaba que se diesen por ratificados los testigos, pero con la de-claración de que él los tachaba. El fiscal no aceptó este procedimiento, y eltribunal ordenó que se hiciese lo que éste pedía.

Y el juicio sufrió una paralización de cerca de dos años, desde el 11de septiembre de 1571 al 21 de mayo de 1573. Posiblemente una de las cau-sas de esta paralización fue que Aguirre había enfermado, por lo que fuesacado del calabozo el 11 de julio de 1572 y llevado a casa de un familiaren la misma calidad de preso.

También en esta demora del juicio estuvo la mano del virrey Toledoque deseaba que el tribunal terminase lo que él no podía acabar.

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Después de cuatro años de proceso, los acusadores presentaron adoce nuevos testigos. De ellos once acusaban a Aguirre de haber aprisio-nado a un clérigo en Chile y de haber permitido decir misa a otro que es-taba impedido para ello. Otro le acusó de haber dicho que él era rey yPapa.

Una vez más el viejo conquistador se defendió vehementemente deaquellas acusaciones, Ruiz de Prado asegura que el “12 de agosto de 1575mandaron los inquisidores al alcalde que cerrase la puerta de su cárcel al dichoFrancisco de Aguirre.”

No quiere decir esto que se le diese la tan ansiada libertad, pues setomaron medidas para impedir la comunicación de Aguirre con personasajenas a la cárcel. No obstante por fin llegaba el momento de poner tér-mino a ese proceso de cinco años.

No se conserva la sentencia de este asunto, pero los inquisidores Ce-rezuela y Ulloa nos han conservado un extracto de ella en la carta que en-viaron al Consejo del Santo Oficio en Madrid. De esta carta se desprendeque se concluyó que Francisco de Aguirre debía oír misa un domingo enla iglesia mayor de la ciudad, se mandó que no se celebrase misa en nin-guna iglesia o monasterio de la ciudad. A esa ceremonia, el anciano con-quistador debía ir como penitente, aguantar de pie, sin bonete, ni cinto,pero con un cirio en las manos, para que se notara su condición de peni-tente.

En esa ceremonia se leyó la sentencia: debía abjurar de sus faltas devehemente. Se le desterraba perpetuamente de las provincias de Tucumány, por si esto fuera poco, se le condenaba a estar recluido durante cuatromeses en un monasterio de la ciudad, así como se le prohibía valerse de susmétodos para curar dolencias y se le condenaba a pagar todos los gastosque se hicieron en su prisión. Los fanáticos inquisidores le advirtieron delpeligro en que se encontraba y de la pena en que incurriría si reincidía,dándole a entender que había abjurado; todo esto fue ejecutado el do-mingo 23 de octubre de 1575.

Contando desde esa fecha los cuatro meses que Francisco de Agui-rre debía permanecer recluido en un monasterio, se puede decir que suprisión no acabó hasta finales de febrero de 1576. Habían transcurrido másde cinco años desde su detención en Santiago del Estero.

La posteridad ha condenado este juicio, así como a los jueces que in-

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tervinieron contra el conquistador. El canónigo Don Juan Ruiz de Prado,contemporáneo de Aguirre, que se había trasladado a Perú para infor-marse de los procedimientos del Tribunal del Santo Oficio, define así eljuicio contra el anciano conquistador: “Parece conforme a esta relación, que fuemucho rigor el que se usó con este reo. El proceso está mal concertado, porque estáen cuadernos diferentes: las testificaciones de por sí, las audiencias en otro cua-derno, las ratificaciones en otro, y las defensas de por sí asimismo en otro” (Libro760, folio 16, citado por el Sr. Medina. Historia del Santo Oficio en Chile II,256) Tras citar aún más irregularidades en el juicio a Francisco de Aguirre,exige que se tome en cuenta al secretario Arrieta de “Seiscientos pesos ensa-yados que cobró de Francisco de Aguirre pues en su sentencia no consta que hu-biese habido esta condenación.”

Francisco de Aguirre sufrió en su propia persona los rigores y abu-sos de la Inquisición.

Una de las penas que el Santo Oficio de Lima había impuesto al con-quistador fue la de ser desterrado perpetuamente de las provincias del Tu-cumán. Además, el virrey Don Francisco de Toledo estando de visita enCuzco, había firmado en septiembre de 1571 un decreto en el que se re-emplazaba al conquistador apresado por Don Jerónimo Luis de Cabrera.Tampoco Francisco de Aguirre deseaba volver a su gobernación en la re-voltosa ciudad de Santiago del Estero; salía de la prisión con 76 años de-seando la tranquilidad que no había tenido.

Tres años antes había enviado a su hijo Hernando a Chile para quetomase posesión legal de ciertas tierras que había adquirido en Copiapó.El viejo conquistador deseaba descansar en aquellos lugares más tranqui-los. Por ello, en abril de 1576, tras salir de su cautiverio, Francisco de Agui-rre regresó a Chile y volvió a vivir en su vieja casa señorial de La Serena,hacía trece años que no veía aquel hogar.

El gobernador de Chile era entonces Rodrigo de Quiroga, antiguocompañero desde los tiempos de Pedro de Valdivia, Quiroga otorgó aAguirre unas nuevas tierras, que abarcaban el valle que hay desde Co-piapó hasta el mar, un lugar conocido hoy como el nombre de La Rama-dilla. Así, Francisco de Aguirre era encomendero y dueño de la mitad delas tierras de cultivo.

Por su parte, Francisco de Aguirre entregó a su hijo Hernando laspropiedades situadas en el valle de Copiapó. Hernando se dedicó en di-

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chas propiedades a la minería. Para ello construyó en Copiapó el primertrapiche o establecimiento de amalgamación que hubo en el norte de Chile.

Al llegar Francisco de Aguirre a La Serena encontró una ciudad em-pobrecida, aletargada; las tierras no tenían cultivo y la población era es-casa. Residían en ella siete señores encomenderos, unos ochenta vecinosespañoles y algo menos de ochocientos yanaconas. Además del templo pa-rroquial, se habían fundado dos conventos más: La Merced y San Fran-cisco.

Todas las energías y recursos de Chile eran gastados en la guerracontra los araucanos. El hecho que hubiese siete encomenderos en La Se-rena provocó que la llamasen jocosamente “la ciudad de los siete pecadosmortales”. Por su parte, Santiago era una ciudad habitada por niños, mu-jeres e inválidos como consecuencia de una terrible guerra que parecía notener fin.

No obstante, Francisco de Aguirre aún gozaba de gran prestigio enLa Serena, que aunque pobre, poseía un hermoso vergel; un lugar idóneodonde un anciano guerrero pudiese descansar tras pasar tantas vicisitudes.

En enero de 1577 llegaba a Chile un refuerzo de soldados enviadosdesde España para la guerra contra los araucanos. Esta guerra de Araucofavoreció de algún modo a Francisco de Aguirre, pues el gobernador Qui-roga le envió un gran número de prisioneros araucanos para que trabaja-sen en sus minas.

El invierno de 1578 fue especialmente crudo y encontró al goberna-dor Quiroga en la Araucanía, con escasas tropas y rodeado de enemigos,por ello decidió enviar al licenciado Calderón a Santiago y a La Serena enbusca de tropas y recursos.

Pese a la pobreza de La Serena, Francisco de Aguirre, hizo todos losesfuerzos que pudo para ayudar a Quiroga. El licenciado Calderón logróreunir un centenar de soldados, así como abundantes materiales bélicos ycon todo ello se presentó el 28 de noviembre de 1578 en Purén, donde Ro-drigo de Quiroga había ganado una sangrienta batalla a los araucanos.Pero cuando el gobernador se preparaba para sacar partido de su victoria,le llegó una terrible noticia: había piratas en las costas chilenas.

El 20 de agosto de 1578, el célebre pirata inglés, Francis Drake, habíapenetrado por el estrecho de Magallanes al frente de tres naves, tras per-der una cuarta. Las embarcaciones se habían dispersado por el Pacífico,

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Estatua de Francisco de Aguirre en La Serena (Chile). Foto cedida por Francisco JavierRivas García.

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pero el audaz Drake había continuado solo en la nave capitana llegando ala isla de Mocha el 25 de noviembre. Allí fue derrotado por los aboríge-nes.

Tras esta derrota, Drake fue más afortunado al llegar a Valparaíso,puerto que saqueó sin encontrar resistencia el 5 de diciembre. Animadopor su hazaña, arribó el 19 de diciembre a la playa de la Herradura, con de-seos de saquear La Serena, para lo que envió a tierra a doce marineros.

Francisco de Aguirre, avisado del peligro por un mensajero quevenía de Santiago, había seguido desde La Serena todos los movimientosdel barco pirata y se preparó para defender junto a los suyos la ciudadque, tantos años atrás, había fundado.

Pese a sus, prácticamente, ochenta años, Francisco de Aguirre sepuso al frente de una pequeña columna de infantería y caballería, recor-dando los tiempos pasados.

Cuando los piratas divisaron a la pequeña columna comandada porFrancisco de Aguirre huyeron, intimidados al ver a gente armada y pre-parada para la lucha volvieron a la embarcación que tenían en la playa ,abandonando a uno de sus compañeros que cayó en manos de la tropa deLa Serena.

Este fue el último hecho de armas en el que participó Francisco deAguirre, logrando evitar el horror del asalto y saqueo de la ciudad, algoque no pudieron evitar sus nietos cuando en 1680 apareció en aquellos lu-gares el pirata Sharpe.

Tras esta victoria sobre los piratas, Francisco de Aguirre seguíaviendo en La Serena la desesperación que se apoderaba de Chile debido ala cruel guerra contra los araucanos. El horror de los combates contra esteindómito pueblo era tal que los soldados desertaban para marcharse alPerú o a los Charcas. En Junio de 1579 un grupo de desertores llegó a LaSerena, donde, apoderándose de una barca anclada en Coquimbo, huye-ron rumbo al Callao.

La situación del país era angustiosa y para remate, el 25 de febrerode 1580 fallecía el octogenario gobernador Rodrigo de Quiroga.

Por su parte, Francisco de Aguirre, dedicaba toda su atención a laagricultura y minería, pues deseaba rehacer su fortuna y pagar tantas deu-das contraídas durante los largos años de cárcel y destierro.

También se preocupó porque los indios que poseía en sus enco-

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miendas recibieran un buen trato, por lo que puso al frente de estas enco-miendas a familiares suyos. Asimismo, le preocupaba la situación en queiba a dejar a sus hijos, por eso el 8 de julio de 1580 dirigió al rey Felipe IIuna carta en la que pedía miramientos con sus herederos.

Junto a esta carta dirigida al rey, Aguirre envió a la Corte de Madrida Sebastián de Santander para negociar las peticiones que iba a formular.

A principios de marzo de 1581 Santander se presentó ante el rey Fe-lipe II con las peticiones del anciano conquistador, entre ellas: “Que siendoya muy viejo y podría morir antes que la Cédula Real llegase a su poder, se hiciesela merced desde ahora a Hernando de Aguirre, su hijo legítimo, que ha servido aS.M. más de veinticinco años a esta parte con título de capitán general.”

El 7 de noviembre de 1581 la Corte de Madrid proveyó a esta solici-tud. “Que cumpla con la ordenanza; y en cuanto a lo que pide de la hacienda ycasa fuerte de Copiapó, informe el Gobernador” (Colección de D. Inéditos, Sr.Medina, tomo X. Pág. 121)

En el año 1581, con 81 años de edad, fallecía en La Serena Franciscode Aguirre. Este óbito pasó desapercibido para los cronistas de Chile,cuyas miradas estaban fijas en los durísimos combates contra los arauca-nos, en el sur de Chile. La Serena estaba tan alejada de aquellos lugaresque la muerte de Francisco de Aguirre pasó inadvertida. Por ello, el his-toriador Gay acaba su biografía de Aguirre diciendo: “Fue grande y acabó ol-vidado”.

FRANCISCO DE AGUIRRE EN TALAVERA DE LA REINALa ciudad natal del conquistador no ha olvidado a su ilustre hijo. En

la plaza de El Salvador se localizaba un palacio al que se denominaba deFrancisco de Aguirre, pese a no existir ningún dato que permita pensarque aquella casa fuera del conquistador. Se trataba de un típico palacio ta-laverano, con patio, dos niveles de galería y un bello pozo en el patio; enel palacio se combinaban los estilos plateresco y renacentista, pero, des-graciadamente, la llamada “Casa de Francisco de Aguirre” ha desapare-cido.

Pese a no haber, por ahora, ninguna estatua del conquistador en Ta-lavera de la Reina, podemos ver que existe una avenida llamada Franciscode Aguirre que circunvala toda la ciudad y, curiosamente, una de las ca-lles que dan a la avenida, lleva por nombre Santiago del Estero.

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ANEXOEn el siglo XVI España poseía los mejores soldados de Europa, para

conocer el motivo es preciso remontarse algo más en el tiempo.La España que había sido reunificada gracias a los Reyes Católicos,

salía a finales del siglo XV de la guerra más larga de la Historia: la Recon-quista. Tras casi ochocientos años había sido arrebatada, palmo a palmo,la tierra a los invasores islámicos. Todo ese tiempo los españoles se vieronobligados a combatir contra ejércitos más numerosos y mejor armados,pero tenían un arma especial: la determinación.

Pero a la determinación había de sumársele la especialización mili-tar; para que los soldados españoles fueran considerados los mejores, fuenecesaria la aparición del genio militar que realizara las necesarias refor-mas, y ese personaje fue Gonzalo Fernández de Córdoba “El Gran Capi-tán”.

Gonzalo Fernández de Córdoba “El Gran Capitán” (1453-1515) fueuno de las más grandes genios militares de la Historia, fue el encargado,a fines del siglo XV, de organizar el ejército para darle la eficacia necesa-ria.

“El Gran Capitán” organizó el ejército en divisiones de dos corone-lías de 6.000 soldados de a pie cada una, 800 jinetes de la caballería pe-sada, 800 jinetes ligeros y 22 cañones. Pero la mayor novedad fue apostarpor las armas de fuego, doblando el número de arcabuceros, siendo a par-tir de entonces de uno por cada cinco infantes. Armó con espadas cortas ylanzas a dos de cada cinco infantes y formó a las tropas a imitación de lasantiguas legiones romanas. Las coronelías de dividían en veinte capitaníasde 250 hombres.

Cada capitanía, al mando de un capitán, estaba formada por tercios:un tercio de arcabuceros, un tercio de ballesteros, un tercio de piqueros y,finalmente, un tercio de rodeleros o soldados de espada y rodela.

Aunque los conquistadores no eran propiamente soldados, sino ex-ploradores al mando de un capitán, muchos tenían instrucción militar yhabían servido en Tercios españoles. La forma de combatir de los con-quistadores era la misma que en los tercios y las armas utilizadas eranidénticas.

Curiosamente, aunque los orígenes de los conquistadores solían serhumildes, ellos se consideraban hidalgos desde el momento de embar-

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carse, adoptaban comportamientos caballerescos y títulos de señor, mer-ced, don... Además llamaban de vos al resto de los españoles, fueran susiguales, inferiores o superiores.

En cuanto a la vestimenta, en América, en el siglo XVI la indumen-taria fuera civil o militar trataba de ajustarse a las circunstancias. De hecho,durante ese tiempo, no hubo diferencias notables entre vestimenta civil ymilitar, algo que cambió a partir de la segunda mitad del siglo XVII.

Como sucede en nuestros días, la moda variaba y estaba influen-ciada por patrones exteriores; en el caso de España, el patrón era Italia.Los jubones eran la indumentaria de uso común, que a partir de la décadade 1520 llevaban mangas acuchilladas y almohadilladas en los hombros.Los calzones fueron holgándose durante la centuria. Pero al entrar en con-tacto con los nativos americanos muchas prendas cambiaron, así las botasque los conquistadores llevaban fueron sustituidas paulatinamente pormocasines de cuero indios más cómodos e igual de efectivos. Lo mismo su-cedió con las calzas, que siendo incómodas en los bosques densos, se sus-tituyeron por protecciones indias de cuero de venado, que protegíaneficazmente las piernas.

AGRADECIMIENTOSAgradezco la colaboración prestada por el personal del Archivo His-

tórico del Excmo. Ayuntamiento de Talavera de la Reina, así como a Fran-cisco Javier Rivas García por cederme una magnífica fotografía delmonumento a Francisco de Aguirre existente en La Serena de Chile.

BIBLIOGRAFÍA-“El Conquistador Francisco de Aguirre”- Luis Silva Lezaeta. Fondo His-

tórico y Bibliográfico J.T. Medina. Santiago de Chile, 1953.-“El Conquistador Francisco de Aguirre”- Ernesto Greve. Fondo Histórico

y Bibliográfico J.T. Medina. Santiago de Chile, 1953.-“Pedro de Valdivia, capitán conquistado”- Santiago del Campo. Instituto

de Cultura Hispánica. Madrid, 1961.-“La Crónica Oficial de las Indias Occidentales”- Dr. Rómulo D. Carbia.

La Plata, República Argentina, 1934.-“Las Antiguas Ciudades de Chile”- Tomás Thayer Ojeda. Santiago de

Chile, 1911.

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-“Los Conquistadores de Chile”- Tomás Thayer Ojeda. Santiago de Chile,1913.

-“Nueva Crónica de la Conquista de Tucumán”- Roberto Levillier. BuenosAires, 1931.

-“La Aventura de los Conquistadores”- Juan Antonio Cebrián. La Esfera delos Libros. Madrid, 2006.

-“Diccionario Geográfico de la República de Chile”- Francisco Solano As-taburuaga. Nueva York, 1867.

-“Historia de Chile. Pedro de Valdivia”- Crescente Errázuriz. Santiago deChile. 1912.

-“Los Exploradores Españoles del siglo XVI”- Carlos F. Lummis. Colec-ción Austral. Buenos Aires, 1945.

-“Historia General de Chile”- Alfredo Jocelyn-Holt Letelier. Planeta. San-tiago de Chile, 2000.

-“Cartas de Pedro de Valdivia”- Miguel Rojas Mix. Junta de Extremadura,1991.

- “Hernán Cortés. La Conquista de México” – José Ignacio Lago y Dioni-sio Álvarez Cueto. Almena. Madrid, 2006.

-“Monumenta Cartographica Indiana”- Capitán D. Julio F. Guillén y Tato.Madrid, 1942.

-“Ay, Mamá Inés”- novela de Jorge Guzmán. Andrés Bello. Santiago deChile, 1993.

-“Inés del Alma Mía”-novela de Isabel Allende. Contemporánea. Barce-lona, 2006.

-“La Araucana” – Alonso de Ercilla (1578). Santillana. - www.wikipedia.com

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