Franz, Carlos_Una Lectura de Santa María de Onetti Como Metáfora de Latinoamérica

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    Latinoamrica, el astillero astillado

    Una lectura de la Santa Mara de Onetti como metfora de Latinoamrica

    Carlos Franz

    Para comenzar, una ancdota vivida en uno de los tantos astilleros astilladoslatinoamericanos. Hace varios aos volv a ver en Buenos Aires, en la calle Floridaentre Paraguay y la avenida Crdoba, las vitrinas de Harrods. La gran tienda pordepartamentos, la primera que existi en Sudamrica, sucursal de su homnima enLondres. Record cuando, siendo nio, mi padre me trajo alguna vez a Harrods y yoentr, intimidado, a mirarlo comprarse camisas, o algo as. Haba regresado a BuenosAires muchas veces pero, por algn motivo, nunca a la tienda. No obstante, al volver averla descubr que significaba algo para m: Harrods era emblema de una Argentina quealcanc a conocer y vivir: prspera, segura, desarrollada. (Un economista en Harvardme contaba que hoy Argentina es estudiado en clases como el nico caso, medido yregistrado, de un pas que logr el desarrollo, y despus retrocedi). Treinta aos

    despus -ms o menos- urd un pretexto para enfrentarme a esa nostalgia y decid queiba a cortarme el pelo en las peluqueras de Harrods. As que entr y empec a

    El profesor me pregunt si el nombre Santamara me eraconocido. Le dije que toda Amrica del Sur y del Centroestaba salpicada de ciudades o pueblos que llevaban ese

    nombre.

    Juan Carlos Onetti, Cuando ya no importe(p. 21).

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    buscarlas. Las seales correspondan a una poca previa al shopping mall y la tarea noera fcil. Casi no haba clientes. Al fondo de los vastos salones de ventas, poblados poruna mezcla rara de lavadoras anticuadas y perfumera nacional, slo se divisaba unadependienta demasiado atareada con un radio a pilas como para preguntarle nada. Porfin, subiendo y bajando, perdindome y orientndome solo en ese vasto almacn casi

    deshabitado, llegu a los subterrneos. All, marmreo como unas termas romanas, hallpor fin el saln de las peluqueras. Desde atrs de una columna, un poco deslumbrado,como si se preguntara quin de nosotros dos era real, el nico fgaro, un anciano todavaimponente dentro de su batn blanco, se me acerc. Recuerdo los intensos ojos celestesy la piel blancuzca y ajada: un lejano pero innegable parecido con Boris Karloff. Merecost en el silln y me estudi con una desconfianza que yo le retribua. Finalmente,venci a su prevencin o su repugnancia y decidi atacar mi melena. Honrando su

    profesin, el fgaro result locuaz. Me cont que llevaba cuarenta aos en esos stanosde Harrods. Evoc pocas de gloria cuando los veinte sillones de la barbera estabansiempre ocupados y en la pizarrita junto al espejo l tena citas para dos das. Y qu

    pas?, le pregunt, entre ingenuo y acongojado. Y Boris Karloff me mir por el espejo,

    con el dedo meique sobre el gatillo de la tijera puntuda, enarbolada sobre mi cabeza.Me mir como si no pudiera creer mi estupidez, y me contest: Y qu iba a pasar? Lode siempre. Todo se pudri, como el pas.

    Todo se pudri, como el pas. He pensado en esta frase releyendo la saga queOnetti sita en su mtica Santa Mara, en unas orillas imprecisas del medio Paran o delRo de la Plata, en una comisura del Cono Sur. La desesperanza del barbero, laconsabida furia ante la derrota que no alcanza para rebelda y que, en el fondo, no sedistingue de la resignacin. La familiaridad hecha destino con la mala suerte.Efectivamente, Harrods termin por cerrar y permanece as mismo hoy, vaco yfantasmal, ocupando una inmensa manzana en el corazn de Buenos Aires. Perodejmosle la palabra a Onetti, que lo dice, en cada pgina casi, mucho mejor:

    ... la exasperante, la histrica comedia de trabajo, deempresa, de prosperidad, que decoraban los muebles(derrotados por el uso y la polilla, apresurndose a exhibir sucalidad de lea).

    A que no suena esa frase deEl astilleroa una descripcin de los salones de Harrods:ese astillero vaco anclado en el corazn de un Buenos Aires en permanente desguace(desguace espaciado por crueles intervalos de optimismo, slo para que duela ms).

    O no slo Harrods, ni Buenos Aires; ni siquiera Argentina o el Uruguay o el ConoSur de Amrica. Entre las muchas interpretaciones que alienta un texto polivalente yambiguo por definicin como es la obra onettiana, desde la metafsica -una justificacinexistencialista del desnimo- hasta la puramente? literaria: la creacin de un universoverbal signado por la autonoma reflectante de la imaginacin, est tambin aquella queescojo desarrollar simplemente porque me duele ms.

    (El astillero,p. 75).

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    Santa Mara como una metfora de la desconstruccin -y no hablo de la operacinlingstica- de Latinoamrica. De su destino cerrado, de su fallo, de su esperanzacontinuamente defraudada, y renovada slo -como deca- para que duela ms el fracasoal que retornamos, cclicamente. Desconstruccin del significado no en pos de unsentido, sino precisamente para encubrir el sinsentido. Latinoamrica, nuestro astillero

    astillado.

    La saga

    Santa Mara nace en la imaginacin de Juan Mara Brausen, personaje central de Lavida breve(1950), la cuarta novela de Onetti. Brausen la imagina -no la suea- durantela duermevela de una siesta, como parte de un guin que le han encargado. La imaginacomo la secrecin -esto es esencial- de un personaje que ser el molde y el lter ego devarios otros: ese desganado y escptico cuarentn que es el mdico de Santa Mara:

    Daz Grey. Tras esa fundacin, la ciudad imaginaria se desarrolla y crece en Para unatumba sin nombre (1959), pero fundamentalmente en El astillero (1961) yJuntacadveres (1964), las dos novelas esenciales que la habitan -y no es inexacto elverbo, pues la novela onettiana, comoDon Quijote, se conoce y se habita a s misma. Elciclo, punteado tambin por algunos cuentos, se cierra con Dejemos hablar al viento(1979). Porque la casi pstuma Cuando ya no importe, es preferible que no nos importe.

    Cmo es Santa Mara? Pues, indescriptible o vaga; y al mismo tiempo exacta einolvidable. Precisa hasta el costumbrismo en su Plaza Nueva, en el bar Berna, o en elHotel Plaza, en la iglesia del padre Bergner, en la consulta mdica de Daz Grey. Yfantasmal, diluida en la llovizna que viene del ro, o en el calor pegajoso del verano

    pampero, cuando caminamos por otras calles: una calle de muros leprosos cubiertoscasi todos por la espuma seca de las enredaderas.

    (Un alto: No suenan acaso esas lneas a tango, ese pesimismo urbano hechocancin, o, como quiso Borges, ese pensamiento triste que se baila? Recordemos la letrade Sur, el tango de Troilo y Manzi, por ejemplo: Sur,/ paredn y despus.../ Sur,/ unaluz de almacn.../ Ya nunca me vers como me vieras,/ recostado en la vidriera/ yesperndote./ Ya nunca alumbrar con las estrellas/ nuestra marcha sin querellas/ por lasnoches de Pompeya.../ Las calles y las lunas suburbanas,/ y mi amor y tu ventana/ todoha muerto, ya lo s...).

    Santa Mara est en la orilla, en el doble sentido que esto tiene en la pampa: riberade ro o mar, y orilla de la ciudad con el campo, lnea imaginaria por excelencia, puesno hay accidente geogrfico que la marque, descontado el ocasional omb. As es queen Santa Mara, siempre y no muy lejos, est el campo, por todos lados, pues sta es unaurbe salida hace poco de la nada rural, de la pampa llana. Prxima hay una colonia deinmigrantes suizo alemanes, dedicados al agro. Corriente arriba est Puerto Astillero, laesperanza fabril y su fracaso. Y muy cerca, siempre, est el ro. Su lmina ilesa, como

    la llama el narrador plural, en alguna parte. El ro enorme, inconmovible o ileso, delcual jams -creo- percibimos la otra orilla. De modo que lo mismo podramos estar

    (El astillero, p. 215).

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    frente a la mar ocano o a la pampa inagotable, o al paisaje geomtrico de un sueo.Pero es un ro navegable -y esto es oscuramente vital- que tanto trae todo lo que hallegado a Santa Mara, como se lleva todo lo que huye de ella. Un ro que no deja de

    pasar por su costa, indiferente o amenazante, pero siempre en marcha, metfora atvicade lo transitorio, y de lo eterno. Tan largo que no se sabe dnde comienza, y tan ancho

    que no es posible precisar dnde va a diluirse.

    Pero dejmosle la palabra al viento, es decir a Onetti:

    El terreno de Santa Mara no tiene ninguna elevacin deimportancia; la ciudad, la Colonia, el paisaje total que puededescubrirse desde un avin, baja sin violencia, llenando unsemicrculo hasta tocar el ro; hacia el interior la tierra esllana y pareja....

    Hasta all el paisaje es abstracto como una alegora, o una sntesis. Pero entonces elnarrador pone en duda incluso esto, declarndolo patrimonio de la imaginacin, del

    proyecto continuo de la voluntad de ser que en esa regin es pura voluntad de soar:

    Nunca antes hubo nada o, por lo menos, nada ms queuna extensin de playa, de campo, junto al ro. Yo invent la

    plaza y su estatua, hice la iglesia, distribu manzanas de

    edificacin hacia la costa, puse el paseo junto al muelle,determin el sitio que iba a ocupar la Colonia.

    Pero de quin es esa estatua que el narrador puso en la Plaza? Pues, de quin iba aser? De Juan Mara Brausen, por supuesto, el que primero so con ella. Estatua delnarrador, del inventor, a s mismo. A su sueo eternamente condenado a ser slo eso.

    Porque, segn se nos informa en un parntesis de El astillero, cuando esemonumento se inaugur fue objeto de una de esas graves discusiones histricas querodean a la estatuaria -versin ptrea de la historia- en Latinoamrica. Cito:

    (... se calific de antihistrico y absurdo elemplazamiento de la estatua que obligaba al Fundador a uneterno galope hacia el sur, a un regreso como arrepentidohacia la planicie remota que haba abandonado para darnosnombre y futuro.)

    (Juntacadveres, p. 155).

    (dem, p. 155).

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    La estatua del Fundador parece querer huir de su fundacin, de nosotros, susimaginados habitantes, como arrepentido. Terrible metfora, acaso, de lo que

    pensaran hoy de nosotros nuestros padres fundadores.

    Del verano de nuestro entusiasmo

    En un brillante ensayo sobre la ciudad imaginaria de Comala, Juan Villoro nosinforma que el espacio rulfiano ha sido subinterpretado. Se lo juzga ms local y menosuniversal de lo que es. El color local de los Altos de Jalisco no nos deja ver la pintura

    global -el desierto mundial- en la obra de Rulfo. En el caso de Onetti ha sucedido, meparece, algo inverso. Aunque se han hecho todo tipo de lecturas de su obra, priman lasesencialistas, las que ven la gran metfora metafsica y universal: ese existencialismodel desnimo que mencionaba al comienzo, y dejan de ver o ningunean su procedenciade lo local, su plausible anclaje histrico. La ficcin sanmariana de Onetti, quiero

    proponer aqu, es tambin -y no menos que metafsica- una fsica carnal y fantasmal denuestras patrias, si bien transustanciada por una operacin eucarstica universalizadora.

    Alfonso Reyes quiso, hermosamente, latinoamericanizar aquel aserto tolstoiano: siquieres ser universal escribe sobre tu aldea. Reyes corrigi: si quieres ser

    provechosamente nacional, debes ser generosamente universal.

    Es en este sentido, creo, que Onetti es provechosamente nacional o regionalhispanoamericano, precisamente porque universaliz nuestro modo -que no es nuestramoda- del desaliento.

    La saga de Santa Mara -como anticip- se desarrolla fundamentalmente en dosnovelas:El astilleroy Juntacadveres, en el orden cronolgico de su publicacin quees, sin embargo, el inverso de sus tramas: Onetti escribi el final en su primera novela yluego fue a investigar los antecedentes -que no las causas, siempre incognoscibles- deese final, en la segunda. Esto debe tenerse en cuenta: la historia de Larsen oJuntacadveres comenz por el final; en ella la corrupcin es, ms que una promesa, una

    premisa.

    Quin, o mejor dicho qu, es Larsen? De las muchas aproximaciones a sumisterio elijo sta, no menos enigmtica pero s ms representativa que otras de las que

    prodiga Onetti:

    No es una persona: es, como todos los habitantes de estafranja del ro, una determinada intensidad de existencia queocupa, se envasa en la forma de su particular mana, de su

    particular idiotez.

    (dem, p. 205).

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    Es representativa esta definicin por lo que ella misma subraya: como todos loshabitantes de esta franja del ro..., nos dice. Y, de hecho, la descripcin no corresponde

    a Larsen sino a otro de sus espejos, de los cuales l es slo el ms intenso: hombrescerca de o entrados en la cincuentena, engordados, entre rabiosos y resignados, entrevidos y definitivamente desalentados. Como si ya conocieran demasiado bien -al igualque su autor- el final hacia el cual no van, sino del cual vienen.

    A tal punto son estas versiones de Larsen intercambiables, que lo que se dice de lpuede decirse de la ciudad. Tambin Santa Mara es slo una determinada intensidad dela existencia supuesta en esa franja imprecisa de un ro innominado. Y lo determinadoen ellos y en su urbe es, pronto lo sabemos, el destino mismo. En Onetti no se gastan

    palabras intiles; las palabras ya vienen gastadas e intiles, y se es precisamente susentido. (Ezra Pound, tan querido de Onetti, afirm: Poetry is language charged withmeaning to the uttermost degree). Con que, reafirmmoslo: aquello determinado enSanta Mara y sus gentes es el determinismo de sus vidas agotadas y agostadas.

    En Juntacadveres, ese tal Larsen -un oscuro proxeneta que lleva treinta aosviviendo de las mujeres- ha llegado a Santa Mara atrado por la propuesta de trabajo del

    boticario y concejal, Euclides Barth. La oferta consiste en encargarse de la creacin,organizacin y administracin de un prostbulo para la ciudad. Se trata de la fundacin -subraymoslo- de una empresa de inters pblico, como la denomina Barth. Unaobra de progreso, pragmtica (idea menos descabellada de lo que parece: ya Bernard deMandeville, por ejemplo, preconizaba los beneficios sociales de los burdeles).

    Santa Mara -declarada ciudad unos meses atrs- es una poblacin emergida de lorural a lo urbano, recientemente, y ya precisa las comodidades y la libertad decostumbres de la modernidad. Entre ellas, podemos colegir, el desahogo venreo queuna racionalizacin comercial del deseo no vinculado por el contrato conyugal, puedeotorgar. El boticario quiere traer este progreso ilustrado a su ciudad, quiz por algnoscuro inters personal (o en aras de la libertad general). El mdico Daz Grey locomprende y desde su escepticismo, tan similar pero menos rabioso que el de Larsen(determinado por otra intensidad de existencia), reflexiona:

    Tal vez aspire, en el fondo, a que coloquen un cartel

    iluminado, Gran Prostbulo Barth, o a que la justiciaannima y popular termine por bautizarlo as.

    Sin embargo, como siempre ocurre con las propuestas de progreso -aunque seacorrupto- en Latinoamrica, la fundacin encuentra obstculos inesperados -pero muysabidos, contramarchas de una moral hipcrita- y tarda aos en concretarse. Mientras

    tanto -acumulando una sorda ira- Larsen vegeta como contable en el peridico ElLiberal, uno de los tres que hay en la ciudad. (El nombre del peridico no es arbitrario,

    (Juntacadveres, p. 26).

    (Juntacadveres, p. 25).

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    como nada en esta densa urdimbre de significados;El Liberales en la prctica el diarioconservador; cosas de Latinoamrica).

    Eventualmente, Barth, mediante una oscura negociacin poltica, consigue losvotos que le faltaban en el concejo del municipio, y el proyecto se echa a andar. La

    novela comienza precisamente con la llegada de Larsen y las tres putas, ms o menosderrengadas y viejas, que ha ido a contratar posiblemente a Buenos Aires, en medio deun caluroso atardecer de verano. Toda la accin de la novela -pero accin es unsustantivo que calza mal con el transcurrir en espiral de las tramas onettianas- ocurredurante ese caluroso verano.

    En el trayecto de la estacin a la casita celeste cerca de la costa que Larsen haalquilado para el prostbulo, las putas y su cafiche -su chulo- irn pasando por unaciudad cerrada a cal y canto, vaca, como muerta. Las fuerzas vivas ya se han puestoen movimiento. Y mediante esta demostracin de un silencio como de muerte -como siestuvieran muertos para esta provocacin que les hace la vida- manifiestan su rechazo a

    esa iniciativa municipal. No todos, claro. Est el joven rebelde Jorge Malaba, queespera a las mujeres y las sigue. Habr muchos clientes nocturnos que no lo reconocernni a s mismos, de da. Pero este rechazo vertebra el conflicto del libro hasta el

    previsible final cuando la tica de las buenas conciencias, encarnada por el padreBergner desde su plpito en la iglesia, triunfa, y Larsen -el concesionario, conste, no el

    promotor poltico del proyecto- es expulsado ignominiosamente, manu militari, de laciudad, y su prostbulo es cerrado.

    Pero antes de eso, cuando la utopa an es posible, ste es Larsen, hablndole de susueo empresarial a su promotor poltico, el boticario y concejal Barth:

    ...haba credo que podra al fin tener un negocio propioy dirigirlo como se me diera la gana, sin que nadie viniera ameter la nariz. Estaba seguro de que con usted eso iba a ser

    posible. Una concesin al firme y durable, y elegirlo yo todo,los muebles, las mujeres, el horario, el trato. Hasta los

    perfumes y el rouge y los polvos, pensaba; se los iba acomprar a usted, claro, los iba a elegir yo mismo....

    Ntese el irnico tono de utopa, de sueo empresarial, de emprendedor, se dirahoy da, que anima a Larsen. Y que se corresponde perfectamente con el propsito del

    boticario Barth, quien representa el pensamiento avanzado, cientfico, el partidoliberal, por oposicin a las fuerzas retrgradas, conservadoras, en Santa Mara.

    Ese sueo de progreso topa con las fuerzas reaccionarias de la ciudad que no envano se llama Santa Mara (como Buenos Aires, incidentalmente, que se llama: SantaMara de los Buenos Aires). Y en ese choque el progreso se lleva la peor parte. En laSanta Mara de Onetti progresar es prostituirse. En un sentido literal y tambin dealcances universales: la invasin de la modernidad nos trae progreso, pero a la vez

    (Juntacadveres, p. 59).

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    corrompe nuestras costumbres ancestrales, la tecnologa extranjera cancela nuestrosusos, el capital nos compra, la globalidad pincha nuestra burbuja.

    Para hacer ms grfico el dolor de esta paradoja, el progreso en Santa Mara vienesignado por una iniciativa trufada no slo de absurdo -kafkiano-, sino tambin de

    corrupcin. Mal que mal, Larsen es un explotador profesional de mujeres. Y, en cambio,las fuerzas conservadoras, enarbolando la pureza de las costumbres tradicionales, estnpor la ilegalizacin del corrupto y su expulsin.

    Pero el ngulo ms interesante -desde la perspectiva de lectura que he escogido-para apreciar la magnitud simblica del fracaso de Larsen en su negocio es,precisamente, su aspecto empresarial. La concesin municipal es derogada. La libreempresa es vencida por las fuerzas premodernas de la ciudad que algunos queranliberalizar. La ciudad se queda sin prostbulo. Junto con la expulsin de las prostitutas,la amante del joven Malaba, Julita, la loca -y en la clave de la novela loca significa laliberada del orden social-, se suicida colgndose.

    Todo estaba, sin embargo, oscura y a la vez determinadamente previsto. En elprimer captulo de Juntacadveres, tan pronto Larsen pone el pie en la estacin detrenes con su tro de putas,

    sospech que la tentacin de decir absurdos proceda deaquella amenaza de cansancio, de aquel miedo alacabamiento que lo haba cercado en los ltimos meses,desde el da en que crey que haba llegado por fin la horadel desquite, la hora de palpar los hermosos sueos y en que

    acept la duda de que tal vez hubiera llegado demasiadotarde.

    La posibilidad de realizar los hermosos sueos -entre nosotros, en esta determinadaintensidad de la existencia latinoamericana- parece que siempre nos llegara demasiadotarde y, adems, ya corrompida por nuestro temor ella.

    Toda esa rebosante intensidad de frustracin acopiada se gatilla una vez y otra,soltndose en un desenfreno de optimismo que, sin embargo, se sabe condenado deantemano por el propio pesimismo acumulado.

    Al invierno de nuestro descontento

    As como Juntacadveres transcurre durante un pegajoso verano, El astillero, la

    continuacin pre-escrita de la saga sanmariana, es una novela del invierno. Llueve ollovizna constantemente en ella. La lluvia que viene de la vasta expansin del ro entra

    (dem, p. 10).

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    por los vidrios faltantes -y cmo faltan esos vidrios!- en la oficina fantasmal queLarsen ocupa en el astillero.

    Han pasado cinco aos desde que Larsen fue expulsado de Santa Mara. Ahoravuelve. Porque s, sin que ni l mismo sepa, al comienzo, el pretexto que lo trae a la

    ciudad odiada. As lo ve volver el narrador plural, que nunca est seguro de nada:

    Algunos insisten en su actitud de resucitado, en losmodos con que, exageradamente, casi en caricatura, intentreproducir la pereza, la irona, el atenuado desdn de las

    posturas y las expresiones de cinco aos antes; recuerdan suafn por ser descubierto e identificado, el par de dedosansioso, listo para subir hasta el ala del sombrero antecualquier sntoma de saludo, a cualquier ojo que insinuara lasorpresa de un reencuentro.

    Poco despus, llevado por la pura inactividad, Larsen descubre un propsito para suregreso. Pero es ms propio -en Santa Mara- decir que el propsito lo descubre a l, eldestino va en su busca. Descubre o es descubierto por el gigantesco complejo en ruinasdel astillero que languidece ro arriba. Y cerca de l, la mansin del propietario,Jeremas Petrus, habitada por la hija idiota de ste, Anglica Ins.

    El propsito amanece, como se dice bellamente en ingls, en la conciencia deLarsen. Dos semanas despus de su llegada, el narrador nos relata:

    ... todos lo vimos en la vereda de la iglesia, cuandoterminaba la misa de once, artero, viejo y empolvado, con undiminuto ramo de violetas que apoyaba contra el corazn.Vimos a la hija de Jeremas Petrus -nica, idiota, soltera-

    pasar frente a Larsen, arrastrando al padre feroz y giboso,casi sonrer a las violetas, parpadear con terror ydeslumbramiento, inclinar hacia el suelo, un paso despus, la

    boca en trompa, los inquietos ojos que parecan bizcos.

    El antiguo proxeneta cincuentn ha ideado cortejar a la heredera retrasada y, almismo tiempo, ofrecerse como Gerente General del astillero quebrado, en ruinas. O sea,ya que el xito es imposible, decide engaarse con un fracaso seguro. Pretender unanovia que no vale la pena tener, y suponerse empresario de un buque fantasma (elastillero ya no construye o repara barcos, sino que se hunde l mismo), es la nueva

    empresa de Larsen. Y sta es su sede:

    (El astillero, p. 60).

    (dem, p. 62).

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    ... mir el par de gras herrumbradas, el edificio gris,cbico, excesivo en el paisaje llano, las letras enormes,carcomidas, que apenas susurraban como un gigante afnico,Jeremas Petrus & Cia. [...] ...y a su espalda elincomprensible edificio de cemento, la rampa vaca de

    barcos, de obreros, las gras de hierro viejo que habran dechirriar y quebrarse en cuanto alguien quisiera ponerlas enmovimiento.

    Es preciso no engaarse: Larsen no cree en la posibilidad real de estas empresas, enruinas, la sentimental y la econmica, sino que decide actuar como sicreyera en ellas.

    Es decir, para no engaarnos nosotros, los lectores, es importante estar atento a lamanera cnica y deliberada, y a la vez indispensable, con la que Larsen se engaa a smismo. A pesar de que todo a su alrededor est podrido -hasta la esponja de lasmaderas- y l lo sabe, decide creer -sin creer- porque es un modo como cualquier otrode seguir viviendo. Como juegan a creer los nicos dos funcionarios que sobreviven enel astillero, Glvez y Kunz.

    Glvez, el Gerente Administrativo que vive en una casilla de madera, una viejatimonera de un pesquero desguazado, con su mujer. Y Kunz, el Gerente Tcnico, quehabita una covacha del astillero, y observa todo el da un lbum de estampillas, o copiaen un pergamino el plano azul de una perforadora.

    Ambos sobreviven pagndose sus sueldos a s mismos mediante el recurso devender las mquinas viejas y herrumbradas de la fbrica, por el valor del metal, al peso,a unos rusos que se presentan una vez al mes con un camin. As, el astillero quedesguazaba buques va siendo desguazado l mismo, poco a poco: devorado por sus

    propios empleados que, a falta de otra cosa, se alimentan de la fbrica que deberaalimentarlos.

    Glvez le anota a Larsen en los libros de contabilidad, cada mes, un sueldo de 5.000pesos que nunca cobrar, por supuesto, pero que suena adecuado a la dignidad de sucargo. Pronto, hambriento y humillado, Larsen acepta su parte en las ventas clandestinas

    de chatarra.

    Esplndida imagen del discurso de la dignidad -personal e institucional- quecamufla al fracaso social y econmico, y la consiguiente corrupcin en nuestrassociedades. Se trabaja en tareas improductivas, para cobrar un dinero que no paga lo quenecesitamos. Slo queda el recurso a la corrupcin, a corrompernos -mucho o poquito-y sacar algo de lo que se corrompe en torno nuestro.

    El xito en una empresa fracasada, se me ocurre, ha de ser fracasar totalmente.Larsen lo sabe o lo sospecha (en Santa Mara todo saber es sospecha).

    Luego de semanas o meses inverificables -el narrador nunca est seguro-, perosiempre en el invierno de este descontento, all donde no pasa nada ocurren dos cosas

    (dem, p. 63).

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    sbitas: el pretendido Gerente Administrativo, el seor Glvez, renuncia y desaparece,es decir, huye. Y el viejo Petrus es encarcelado en Santa Mara, acusado de emitir ttulosfalsos, acciones sin respaldo de capital para solventar su empresa fantasma.

    Larsen va a la crcel a ver a Petrus, y all ocurre otra de esas paradojas que en Santa

    Mara son necesidad: Larsen se pone una vez ms al servicio de este patrn de la farsa.Incluso en esas circunstancias no quiere o no puede dejar de engaarse. La razn -perosera mejor en Santa Mara hablar siempre de la sinrazn- se ha expuesto a todo lo largodel libro:

    Fuera de la farsa, que haba aceptado literalmente comoun empleo, no haba ms que el invierno, la vejez, el no tenerdonde ir....

    Es decir -digo yo-, llega un momento en nuestros pases y en nuestras vidas cuandoel engao es la nica verdad que nos queda.

    Tras lo cual se me hace inevitable que Larsen compruebe lo que l y nosotrosvenamos sospechando:

    ... sinti el aire mordiendo y enrarecido; estuvobuscando la luna pero no encontr ms que la plata tmida

    del resplandor. Fue entonces que acept sin reparos laconviccin de estar muerto.

    Podra escribirse un tratado sobre las diversas maneras de estar muerto -o de que lavida sea un morir- en las ciudades imaginarias americanas. Evocar la Yoknapatawphade Faulkner en suAs I lay dying, donde Addie Bundren ve desde el lecho de muerte a su

    marido preparando su atad, sin envidiar en absoluto a los vivos; y al contrario,desprecindolos, pues es su superior.

    Recordar el modo de morir en el pramo de Pedro Pramo, donde los muertos sufrenresignadamente el limbo entre el ms ac y el ms all que habitan. No poder morir deltodo es su problema. Comala y Santa Mara se miran desde las orillas opuestas delmismo ro, la sequa del pramo muerto y la infinita fertilidad de la pampa hmeda yviva, comparten ese Estigia: los que en Comala no pueden irse al ms all, y en SantaMara los que estn en el ms all, por muy ac que se encuentren. Maneras de morir eslo que nos sobra en Hispanoamrica.

    Siempre descendiendo en esta geografa imaginaria, hacia el sur, en Macondo eltiempo predicho en los cuadernos de Melquades es la forma que tienen sus habitantes

    (dem, p. 123).

    (dem, p. 223).

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    de morir en vida: Porque las estirpes condenadas a cien aos de soledad no tenan unasegunda oportunidad sobre la tierra.

    Yoknapatawpha, atrapada en una agona continua.

    Comala, ciudad fantstica de muertos conformes, intensa y catlicamenteresignados.

    Macondo, donde no hay una segunda oportunidad.

    Santa Mara, donde los vivos saben que estn muertos, aunque sigan viviendo.

    En Santa Mara se muere de antemano: se nace as: Me parieron y aqu estoy (Elastillero, p. 179), dice una mujer, resumiendo su vida. Los vivos sospechan muy prontoque estn, en el fondo, aniquilados: yerta la esperanza, marchita la posibilidad y hasta eldeseo de la libertad. Slo queda discurrir en qu engao o farsa ocupar el tiempo:

    ... hasta el da remoto en que su muerte dejara de ser unsuceso privado.

    As el famoso final que, como casi todo en El astillero, tiene dos versiones. En unade ellas, Larsen huye de Santa Mara por segunda y ltima vez. Acabado, enfermo, seembarca en una lancha al amanecer:

    Larsen, abrigado con las bolsas secas que le tiraron,pudo imaginar en detalle la destruccin del edificio delastillero, escuchar el siseo de la ruina y del abatimiento. Perolo ms difcil de sufrir debe haber sido el inconfundible airecaprichoso de septiembre, el primer adelgazado olor de la

    primavera que se deslizaba incontenible por las fisuras delinvierno decrpito. [...] Muri de pulmona en el Rosario,antes de que terminara la semana, y en los libros del hospitalfigura completo su nombre verdadero.

    De la ilusin liberal a la corrupcin total

    (Cien aos de soledad, p. 548).

    (dem, p. 223).

    (dem, p. 233).

  • 7/21/2019 Franz, Carlos_Una Lectura de Santa Mara de Onetti Como Metfora de Latinoamrica

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    Los gobiernos pasan y todos dicen que s, que tienerazn; pero pasan y no arreglan.

    Esto protesta la hija de Petrus, Anglica Ins; pero podra protestarlo cualquiera delos habitantes de Santa Mara, en El astillero (o de las incontables Santa Maras enLatinoamrica).

    Petrus, como cualquier otro quijotesco empresario o gobernante latinoamericanoquebrado, promete que revitalizar la compaa. Todo es cuestin de movilizar algobierno, a la justicia. Para eso trota por ministerios y tribunales. Y asegura:

    Todo indica que muy pronto el juez levantar la quiebray entonces, libres de la fiscalizacin, verdaderamenteasfixiante, burocrtica, de la Junta de Acreedores, podremoshacer renacer la empresa....

    Esa Junta de Acreedores! A algunos les evocar a la junta de acreedores global

    que nos asedia, el FMI (siempre es ms fcil culpar a Shylock por cobrarnos, quereconocerle habernos prestado). Pero yo prefiero evocar lo que nos debemos a nosotrosmismos: evocar nuestras deudas impagas con la modernidad, con la libertad, con lacivilizacin, incluso.

    Y cmo no tenerle, a pesar de su mala fama, un cierto cario a Petrus, eseempresario o lder loco que suea con levantar la quiebra verdaderamente metafsicaque un juez -y ac la idea de fracaso latinoamericano remonta hasta algn juicio originaly una condena divina- ha decretado.

    Larsen le tiene ese cario a Petrus. Es, tambin en esto, inesperado, paradjico. Hoy

    se dira: polticamente incorrecto. De toda su ira y su mentira -ira mentida-, Larsendestila uno de los escasos momentos de ternura que trizan su cinismo en el curso de estasaga. Cuando, hacia el final, va a visitar a Petrus a la crcel de Santa Mara, y ste lerepite, contra toda evidencia, que est a un tris de que por fin se haga justicia y de poderreiniciar labores y echar a andar el astillero. Larsen, en vez de desmentirlo de una vez

    por todas, piensa:

    "Cmo me gustara darle un abrazo, o jugarme la vidapor l o prestarle diez veces ms dinero del que puedanecesitar".

    (dem, p. 211).

    (El astillero, p. 67).

    (dem, p. 77).

  • 7/21/2019 Franz, Carlos_Una Lectura de Santa Mara de Onetti Como Metfora de Latinoamrica

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    Pero, claro, no lo hace. No puede ya desengaarlo, ni desengaarse. Y, tal como sus

    compinches, sigue vendiendo, por trozos, la carroa del astillero que su jefe ancianotrata -mentidamente- de salvar. Es decir, acepta plenamente que la corrupcin -de laverdad y de la moral y de la vida- sern su verdad, y su moral y su vida. De qu otracosa vivir cuando l nico negocio que nos paga es la corrupcin?

    La corrupcin de la idea liberal de progreso, ilustracin, y civilizacin que anim lasprimeras dcadas latinoamericanas -siempre en lucha contra la barbarie, como lo vioSarmiento-, se transforma ella misma en proyecto, alimento, ideologa.

    El progreso que enJuntacadveresera la fundacin de una empresa de amor pagado-o sea la corrupcin del amor-, enEl astillerose vuelve una empresa de amor imposible,ya quebrada, ante lo cual slo queda vivir de los despojos corruptos que quedaron deaquel sueo. Y para no vomitar tanta podredumbre, engaarse con una suerte de activadesidia:

    Lo nico que queda para hacer es precisamente eso:cualquier cosa, hacer una cosa detrs de otra, sin inters, sinsentido, como si otro (o mejor otros, un amo para cada acto)le pagara a uno para hacerlas y uno se limitara a cumplir enla mejor forma posible, despreocupado del resultado final delo que hace. Una cosa y otra cosa sin que importe que salgan

    bien o mal, sin que nos importe qu quieren decir.

    Difcil formular mejor el trajinar ineficiente, porque s, del latinoamericano quetantas veces trabaja simplemente porque algo hay que hacer, sin que importe que salga

    bien o mal, porque al fin y al cabo, qu diferencia har el trabajo en su vida? Elprogreso personal o social es sabidamente imposible, pues no queda en el futuro, sino

    que pertenece a un pasado que lo frustr de antemano.Todo se pudri, como el pas, me deca mi viejo fgaro, en los stanos de Harrods,

    ese astillero hundindose en el corazn de Buenos Aires.

    Y Glvez, el Gerente Administrativo del astillero de Onetti, se lo confirma a Larsen:

    Al fin todo se pudre, todo cra cscara y hay que tirarloo venderlo. Para eso est; y para conseguir negocios.

    (dem, p. 114).

    (dem, p. 80).

  • 7/21/2019 Franz, Carlos_Una Lectura de Santa Mara de Onetti Como Metfora de Latinoamrica

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    El astillero, -como el estado latinoamericano y las empresas de ste y las privadasque se crearon al amparo de las protecciones estatales en la era de la poltica sustitutivade importaciones y la teora de la dependencia-, va siendo desguazado y con el productode la venta de sus metales, por lo que pesa el hierro o el cobre o el acero oxidado,sobreviven -mal- los cesantes disimulados, los gerentes del paro, los burcratas de la

    ineficiencia y el desconsuelo.

    La enajenacin de las entraas de nuestra fbrica en ruinas no acaba en el smil de laventa de lo privatizable y la ruina de lo invendible. Sino que se parece demasiado,tambin, a la explotacin de nuestros recursos naturales -los no renovables- y ladepredacin de los otros, como para no aprovechar de leer la metfora de este modo.

    Nosotros mismos vamos arrancando las cuadernas del barco en el que navegamos paravenderlas y pagar un viaje inmvil, hacia abajo, que nos hunde en un puerto del que noacabamos de salir.

    Toda Latinoamrica como un gigantesco astillero astillado, en ruinas. El lugar

    donde se hacen astillas nuestras ilusiones. La empresa de la modernidad lacorrompemos o bien nos viene ya corrupta -como el prostbulo de Juntacadveres. Elcaso es que la aceptamos a medias y luego la boicoteamos. La libertad resulta siempredemasiada para nosotros -la casita celeste cerca de la costa nos atrae y nos asusta.Pronto damos un golpe o armamos una revuelta, alguna revolucin. Y expulsamos a losque una vez acogimos como liberadores. Una vez y otra, siempre tan siempre, elastillero donde bamos a construir los barcos de nuestro progreso cae en quiebra. Por susvidrios rotos y faltantes se filtra la lluvia helada de la pobreza, la peor: sa que ya noesperamos que termine.

    Nosotros los pobres (dem, p. 229), murmura Larsen, en un momento desinceramiento final, cuando renuncia al fingido romance con la heredera idiota y en sulugar se acuesta con la sirvienta y reconoce en su cuarto el entraable olor a miseria delque quiso escapar, pero que siempre ser el suyo.

    Nadie sabe -y el que pretenda saberlo no conoce Santa Mara- las causas remotas, osiquiera las inmediatas, del fracaso latinoamericano. Pero es cierto que en esa orillanuestra entre la modernidad esperanzada y la antigedad desilusionada, afantasmadoentre los febriles y los airados, tambin languidece y acta porque s un hombre tanacostumbrado a defraudarse que cada nueva ilusin la emprende con la secretaseguridad de perderla. El ro de la historia pasa poderoso por nuestras riberas. A veces

    cargado de mercantes que vienen a vendernos algo, armas, por ejemplo; o bien, sistemaseconmicos infalibles. Pero pronto, ya lo sabemos, muy pronto, el ro queda otra vezvaco e ileso, como antes de que estuviramos aqu. Algo pasa en nuestros astillerosque adaptamos mal el barco de la modernidad, y ste se corroe y corrompe incluso antesde navegar.

    Mientras tanto, nuestros presidentes y dictadores, nuestros lderes y hombres fuertes,nuestros Jeremas Petrus, siguen prometindonos el desarrollo. Slo tenemos queesperar todava -siempre- un poquito ms. Y llegaremos a vivir para ver abrirse denuevo los astilleros de la esperanza y la prosperidad, los grandes salones de Harrods,

    por ejemplo.

  • 7/21/2019 Franz, Carlos_Una Lectura de Santa Mara de Onetti Como Metfora de Latinoamrica

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    Ojal. Porque si finalmente saliramos del realismo y se cumpliera en Latinoamricaese cuento fantstico del desarrollo, una consecuencia no menor sera que podramoshacer una lectura completamente distinta de la metfora envuelta en la Santa Mara deOnetti. Podramos leerla -como se ha sugerido varias veces- en pura clave literaria ymetafsica. Abandonaramos estas desprestigiadas interpretaciones sociolgicas,

    historicistas y contextuales. Y diramos que Santa Mara y Larsen no se refieren arealidad social alguna. Que slo son metforas abstractas de la condicin del serhumano en cualquier orilla donde se asome al ro insondable de la existencia.

    Crucemos los dedos; a m tambin me gustar leerlo as.

    Bibliografa

    El astillero, Juan Carlos Onetti, Editorial Ctedra, Madrid, 2003. Juntacadveres, Juan Carlos Onetti, Editorial Alianza, Madrid, 1995. Cuando ya no importe, Juan Carlos Onetti, Editorial Alfaguara, Madrid, 1997. Cien aos de soledad, Gabriel Garca Mrquez, Editorial Ctedra, Madrid, 2000. Cuadernos Hispanoamericanos, Edicin especial dedicada a Onetti. Nmeros

    292-294, Madrid, Oct.-Dic. 1974.

    Leccin de arena, Pedro Pramo, Juan Villoro, en Efectos personales.Editorial Anagrama, Barcelona, 2001.

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