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1 HISTORIA DE LA EDAD MEDIA (UNC-FFyH) Tema 4. La Iglesia y el control de la sociedad cristiana Selección de fuentes 1) Gregorio de Tours, Historia de los francos, Libro I, XLIII Durante el segundo año de reinado de Arcadio y de Honorio, san Martín, obispo de Tours, pleno de virtudes y santidad, colmando de favores a los débiles, murió en Candes, burgo de su diócesis, y se fue felizmente hacia Jesucristo, con ochenta y un años de edad y veintiséis de episcopado. Ahora bien, él murió en medio de la noche del domingo, bajo el consulado de Ático y de César. Cantidad de personas escucharon en ese momento un concierto celeste, que nosotros hemos más ampliamente relatado en el libro primero de sus Milagros. Desde el momento en que el santo de Dios cayó enfermo en el burgo de Candes, la gente de Poitiers, como aquellos de Tours, se acercaron para asistir a su muerte; y cuando hubo muerto, un gran debate se levantó entre ellos. “El es nuestro monje, decían los de Poitiers; él ha sido nuestro abad, nosotros exigimos que nos sea remitido. Que os baste el haber gozado de su palabra, haber participado en sus comidas, haber sido sostenidos por sus bendiciones y disfrutado de sus milagros mientras fue obispo en este mundo. Que todo esto os baste y que nos sea permitido al menos llevarnos su cadáver”. Aquellos de Tours respondían: “Si vosotros decís que sus milagros deben bastar, sabed que mientras él estaba entre vosotros hizo mucho más que aquí. Puesto que, sin recordar más cosas, él os ha resucitado dos muertos, y a nosotros uno sólo. Como él mismo decía, tenía un poder más grande antes de ser obispo que después. Es justo entonces que aquello que no hizo entre nosotros durante su vida, lo haga después de su muerte. Dios os lo ha quitado y nos lo ha dado. Por otra parte, si se sigue el antiguo uso, su tumba, conforme a la voluntad de Dios, será en la ciudad donde ha sido consagrado. Si vosotros queréis reivindicarlo en virtud de los derechos de vuestro monasterio, sabed que su primer monasterio fue en Milán.

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HISTORIA DE LA EDAD MEDIA (UNC-FFyH)Tema 4. La Iglesia y el control de la sociedad

cristianaSelección de fuentes

1) Gregorio de Tours, Historia de los francos, Libro I, XLIII

Durante el segundo año de reinado de Arcadio y de Honorio, san Martín, obispo de Tours, pleno de virtudes y santidad, colmando de favores a los débiles, murió en Candes, burgo de su diócesis, y se fue felizmente hacia Jesucristo, con ochenta y un años de edad y veintiséis de episcopado. Ahora bien, él murió en medio de la noche del domingo, bajo el consulado de Ático y de César. Cantidad de personas escucharon en ese momento un concierto celeste, que nosotros hemos más ampliamente relatado en el libro primero de sus Milagros. Desde el momento en que el santo de Dios cayó enfermo en el burgo de Candes, la gente de Poitiers, como aquellos de Tours, se acercaron para asistir a su muerte; y cuando hubo muerto, un gran debate se levantó entre ellos. “El es nuestro monje, decían los de Poitiers; él ha sido nuestro abad, nosotros exigimos que nos sea remitido. Que os baste el haber gozado de su palabra, haber participado en sus comidas, haber sido sostenidos por sus bendiciones y disfrutado de sus milagros mientras fue obispo en este mundo. Que todo esto os baste y que nos sea permitido al menos llevarnos su cadáver”.

Aquellos de Tours respondían: “Si vosotros decís que sus milagros deben bastar, sabed que mientras él estaba entre vosotros hizo mucho más que aquí. Puesto que, sin recordar más cosas, él os ha resucitado dos muertos, y a nosotros uno sólo. Como él mismo decía, tenía un poder más grande antes de ser obispo que después. Es justo entonces que aquello que no hizo entre nosotros durante su vida, lo haga después de su muerte. Dios os lo ha quitado y nos lo ha dado. Por otra parte, si se sigue el antiguo uso, su tumba, conforme a la voluntad de Dios, será en la ciudad donde ha sido consagrado. Si vosotros queréis reivindicarlo en virtud de los derechos de vuestro monasterio, sabed que su primer monasterio fue en Milán.

Extendiéndose la discusión, el día dio lugar a la noche, las puertas fueron cerradas con llave y el cuerpo del santo permaneció en medio de la casa, guardado por hombres de los dos pueblos. Los de Poitiers habían pensado llevárselo por la fuerza la mañana siguiente pero Dios Todopoderoso no permitió que la ciudad de Tours fuera privado de su patrón. En medio de la noche, los de Poitiers fueron agobiados por el sueño y no quedó un sólo hombre de aquella multitud que velara. Los de Tours, viéndolos dormidos, se apoderaron del cuerpo del santo; unos lo bajaban por la ventana, los otros lo recibían afuera; lo ubicaron en una embarcación y tomaron todos

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el curso del Vienne. Entrados en el lecho del Loira, se dirigieron hacia la ciudad de Tours con un gran concierto de alabanzas y de salmos. Los de Poitiers fueron despertados por aquellos cantos y, no encontrando el tesoro que custodiaban, retornaron a sus hogares, cubiertos de confusión.

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2) Representaciones de la Iglesia

La Iglesia y la Sinagoga

Fachada de Nuestra Señora de París (s. XIII, restauración en el s. XIX)

Portal lateral de Nuestra Señora de Estrasburgo (s. XIII)

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El nacimiento de la Iglesia (Biblias moralizadas del s. XIII)

Oxford, Bodleian Library MS 270b, fol. 6r, ca. 1240 Viena, ONB Cod. 2534, folio 2v, ca. 1225

Giotto (1267-1337): “Sueño de Inocencio III”

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Fresco de Basílica de S. Francisco de Asís3) Alfonso el Sabio, Siete Partidas (c. 1270)

Partidas VII, 24, 7Que pena merece el cristiano que se tornare judioTan malandante seyendo algund christiano que se tornasse judio mandamos que lo maten por ello bien assi como si se tornasse hereje. Otrosi dezimos que deuen fazer de sus bienes en aquella manera que diximos que fazen delos aueres de los herejes.

Partidas VII, 25, 4Que pena merescen auer el christiano que se tornare moro. Ensandescen a las vegadas omes y ha, e pierden el seso e el verdadero entendimiento, como omes de mala ventura, e desesperados de todo bien reniegan la fe de nuestro Señor Iesu christo, e tornan se moros, e tales y ha dellos que se mueuen a lo fazer por sabor de biuir a su guisa, o por perdidas que les avienen de parientes que les matan, o se les mueren o porque pierden lo que auian, e fincan pobres, o por malos fechos que fazen temiendo la pena que merecen por razon dellos: e por qual quier destas maneras sobre dichas, o de otras maneras semejantes que se mueuen afazer tal cosa como esta: fazen muy grand maldad, e muy grand traycion. Ca por ninguna perdida, nin pesar que les viniesse, nin por ganancia, nin por riqueza, nin buena andança, nin sabor que entendiessen auer en la vida deste mundo, non deuien renunciar la fe de nuestro Señor Iesu Christo: por la qual serian saluos, e avrian vida perdurable para siempre. E porende mandamos que todos quantos esta maldad fizieren que pierdan porende todo quanto auian e non puedan lleuar ninguna cosa dello: mas que finque todo a sus fijos si los ouieren aquellos que fincaren en la nuestra fe: e la non renegaren: e si fijos non

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ouieren ellos, a los mas propincos parientes que ouieren fasta del dezeno grado, que finquen en la creencia delos christianos, e si tales fijos nin parientes non ouieren finquen todos sus bienes para la camara del Rey: e de mas desto mandamos, que si fuere fallado el que tal yerro fiziere en algund lugar de nuestro Señorio que muera por ello.

Partidas VII, 25, pr. De los morosOnde pues que enel titulo ante deste fablamos delos judios, e de la su ciega porfia que han contra la verdadera creencia: queremos aqui dezir de los moros, e de la su necedad, que creen. E por que se cuydan saluar.

4) Inocencio III, Bula Vergentis in senium (25 marzo 1199)

De la corrupción del mundo, que decae en su vejez, no sólo dan signos los elementos corrompidos, sino que da testimonio también la más digna de las criaturas, hecha a la imagen y semejanza del Creador, colocada por privilegio de dignidad delante de los pájaros del cielo y los animales de toda la tierra; y no sólo ella ya falta como si Él faltara, sino que apesta y se encuentra infectada por la herrumbre devoradora de la vetustez. El hombre miserable en efecto peca al extremo; él que, al tiempo de su creación y de la del mundo, no pudo mantenerse en el paraíso, degenera hacia su aniquilación y la de la tierra; olvidado del precio de su redención para el fin de los tiempos, se involucra en los nudos vanos y variables de las disputas, se ata él mismo con el lazo de sus errores y cae en la trampa que él preparó.Porque ya el hombre enemigo sembró la semilla impía sobre las siembras del Señor; los campos a segar pululan de cizaña, o más bien son contaminados por ella; el trigo se seca y se cambia en paja; el gusano en la flor y la zorra en la cosecha se empeñan en destruir la viña del Señor. Porque una nueva descendencia de Acán roba del botín quitado a Jericó el lingote de oro y el manto1; la descendencia maldita de Abiram, Datán y Coré quiere con nuevos braseros hacer subir el olor de un incienso contaminado sobre nuevos altares2, mientras la noche indica a la noche la vía del conocimiento, mientras el ciego hace oficio de guía al ciego, mientras las herejías pululan y el hereje hace heredero de su herejía y de su condenación eterna al que hizo excluir de la herencia divina. Ésos son los taberneros que mezclan el vino con agua y ofrecen a beber el veneno de la serpiente en el cáliz de oro de Babilonia; ellos tienen, según el Apóstol, la apariencia de la piedad renegando su fuerza. Y aunque contra estas pequeñas zorras — que en verdad tienen aspectos diversos pero están atadas por sus rabos, porque por su vanidad todas concuerdan en lo mismo—, han sido tomadas diversas medidas en tiempos de nuestros predecesores, la peste mortífera todavía no pudo hasta el presente ser 1 De la tribu de Judá, desobedeció el mandato divino tomando parte de los despojos de Jericó, por cuyo motivo el pueblo de Israel, hasta entonces victorioso, sufrió una derrota. Dios ordenó que fuese apedreado junto con toda su familia.2 Abiram, Datán y Coré dirigen una conspiración contra Moisés y Aarón (Nm. 16), muriendo bajo el juicio de Dios.

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aniquilada e impedida de insinuarse más vastamente en secreto como un cáncer y de difundir incluso al descubierto el veneno de su iniquidad, engañando a numerosos simples y seduciendo a algunos astutos, disimulada bajo la apariencia de la religión — siendo hecho maestro del error el que no fue discípulo de la verdad.En efecto, para que nosotros que, como entre los jornaleros de cerca de la undécima hora3 o, mejor en verdad, por encima de los jornaleros de la viña del Señor Dios fuéramos designados por el paterfamilias evangélico y a quienes por oficio pastoral las ovejas de Cristo fueron confiadas, no seamos vistos como incapaces de capturar a las zorras que destruyen la viña del Señor ni apartar a los lobos de las ovejas, y para que así no podamos ser llamados con razón perros mudos incapaces de ladrar, y perezcamos con los agricultores malvados4 y seamos comparados con el asalariado5, nosotros decidimos estatuir más severamente contra los defensores, anfitriones, colaboradores y creyentes de los herejes para que de esta forma aquellos que por sí no pueden ser reconducidos al camino de la rectitud al menos puedan ser confundidos en sus defensores, anfitriones, colaboradores y creyentes y, cuando se vean evitados por todos, deseen reconciliarse con la unidad de todos. De común acuerdo con el consejo de nuestros hermanos6 y con el asentimiento de los arzobispos y los obispos que se encuentran cerca de la Sede Apostólica, prohibimos pues estrictamente que cualquiera ose recibir o defender a los herejes de la manera que sea u ose ayudarles o creer en ellos del modo que sea, y establecemos firmemente por el presente decreto que aquel que tuviera la audacia de hacer alguna de estas cosas, si no cuida de renunciar a ello tras haber sido advertido una primera y una segunda vez, ipso jure será hecho infame y no será admitido en los oficios públicos ni en los consejos de las ciudades ni para elegir a quienquiera para estos últimos ni para dar testimonio; que sea también incapaz de testar y no acceda a las sucesiones; además, que nadie sea forzado a comparecer para guardarle derecho cualquiera sea el asunto. […]Sobre las tierras sometidas a nuestra jurisdicción temporal, establecemos que los bienes de estos culpables serán confiscados; y, en otras partes, ordenamos que la misma medida sea aplicada por los magistrados y príncipes seculares — y queremos y mandamos que estos últimos sean constreñidos a ponerla en ejecución por censura eclesiástica, después de advertencia, si se muestran negligentes. Y que los bienes de estos culpables no les sean restituidos más tarde — a no ser que alguien quiera usar la misericordia para los que se hubieren convertido de corazón y renegado de la compañía de los herejes —, para que una pena temporal, por lo menos, golpee a aquel que la disciplina espiritual no corrige. En efecto, ya que, según las sanciones legítimas, una vez castigados los reos 3 Referencia a la parábola de los trabajadores de la viña de Mt. 20.1–16 en la que el dueño de la finca paga el mismo salario a los jornaleros que trabajaron desde las cinco y a los que contrató “cerca de la hora undécima”.4 Referencia a la parábola de los malvados labradores de Mt. 21.33–41 que matan a los siervos y al hijo del dueño de la viña de la cual son arrendatarios.5 Referencia de Jn. 10.12–13 al asalariado (que no es el pastor) que, al ver venir al lobo, deja las ovejas y huye.6 Es decir, los cardenales.

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de lesa majestad por el castigo capital, sus bienes son confiscados y la vida de sus hijos es conservada sólo por misericordia, oh cuánto más los que ofenden al dios Jesucristo, hijo de Dios, errando en la fe, deben ser separados de nuestra cabeza, que es Cristo, por el rigor eclesiástico y despojados de sus bienes temporales, ¡ya que es mucho más grave dañar a la majestad eterna que a la majestad temporal! E incluso el desheredamiento de los hijos ortodoxos no debe, bajo pretexto de cualquier conmiseración, conducir a menguar la severidad de esta censura, ya que, también según el juicio divino, en numerosos casos los hijos son castigados por sus padres en lo temporal y, en virtud de las sanciones canónicas, sucede que el castigo golpea no sólo a los autores de los crímenes, sino también a la descendencia de los condenados.

5) Tomás de Aquino, II-IIae q. 11, a. 3

¿Hay que tolerar a los herejes?Objeciones por las que parece que deben ser tolerados los herejes:1. En la carta a Timoteo dice el Apóstol: A un siervo del Señor (le conviene) ser sufrido y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad y volver al buen sentido, librándose de los lazos del diablo (2 Tim 2,24). Ahora bien, si no se tolera a los herejes, sino que se les entrega a la muerte, se les quita la oportunidad de arrepentirse. Y entonces parece que se obra contra el mandato del Apóstol.2. Más aún: Se debe tolerar lo que sea necesario en la Iglesia. Pues bien, en la Iglesia son necesarias las herejías, ya que afirma el Apóstol: Tiene que haber también entre vosotros discusiones para que se ponga de manifiesto quiénes entre vosotros son de probada virtud (1 Cor 11,19). Parece, pues, que deben ser tolerados los herejes. 3. Y también: El Señor mandó a sus siervos (Mt 13,30) que dejasen crecer la cizaña hasta la siega, que es el fin del mundo, según se expresa allí mismo (v.39). Mas por la cizaña, en expresión de los santos7, están significados los herejes. Por lo tanto, se debe tolerar a los herejes.

En cambio está lo que escribe el Apóstol: Después de una primera y segunda corrección, rehuye al hereje, sabiendo que está pervertido (Tit 3,10-11).

Solución. Hay que decir: En los herejes hay que considerar dos aspectos: uno, por parte de ellos; otro, por parte de la Iglesia. Por parte de ellos hay en realidad pecado por el que merecieron no solamente la separación de la Iglesia por la excomunión, sino también la exclusión del mundo con la muerte. En realidad, es mucho más grave corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda con que se sustenta la vida temporal. Por eso, si quienes falsifican moneda, u otro tipo de malhechores, justamente son entregados, sin más, a la muerte por los príncipes seculares, con mayor razón los herejes convictos de herejía podrían no solamente ser 7 Cf. S. Juan Crisóstomo, In Matth. 46: MG 58,473

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excomulgados, sino también entregados con toda justicia a la pena de muerte. Mas por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la conversión de los que yerran, y por eso no se les condena, sin más, sino después de una primera y segunda amonestación (Tit 3,10), como enseña el Apóstol. Pero después de esto, si sigue todavía pertinaz, la Iglesia, sin esperanza ya de su conversión, mira por la salvación de los demás, y los separa de sí por sentencia de excomunión. Y aún va más allá relajándolos al juicio secular para su exterminio del mundo con la muerte. A este propósito afirma San Jerónimo8 y se lee en el Decreto9: Hay que remondar las carnes podridas, y a la oveja sarnosa hay que separarla del aprisco, no sea que toda la casa arda, la masa se corrompa, la carne se pudra y el ganado se pierda. Arrio, en Alejandría, fue una chispa, pero, por no ser sofocada al instante, todo el orbe se vio arrasado con su llama.

Respuesta a las objeciones: 1. A la primera hay que decir: A esa moderación incumbe corregir una y otra vez. Y si se niega a volver de nuevo, se le considera pervertido, como consta por la autoridad aducida del Apóstol (Tit 3,10).2. A la segunda hay que decir: La utilidad de las herejías es ajena a la intención de los herejes. Es decir, la firmeza de los fieles, como afirma el Apóstol, queda comprobada y ella parece sacudir la pereza y penetrar con mayor solicitud en las divinas Escrituras, como escribe San Agustín10. La intención, en cambio, de los herejes es corromper la fe, que es el mayor perjuicio. Por esa razón hay que prestar mayor atención a lo que directamente pretenden, para excluirlos, que a lo que está fuera de su intención, para tolerarlos.3. A la tercera hay que decir: Según consta en el Decreto11, una cosa es la excomunión y otra la extirpación, pues se excomulga a uno, como dice el Apóstol, para que su alma se salve en el día del Señor. Mas si, por otra parte, son extirpados por la muerte los herejes, eso no va contra el mandamiento del Señor. Ese mandamiento se ha de entender para el caso de que no se pueda extirpar la cizaña sin el trigo, como ya dijimos al tratar de los infieles en general (q.10 a.8 ad 1).

6) Nicolau Eymeric, Manual de inquisidores

¿Pueden el inquisidor y el obispo someter a alguien a la cuestión del tormento? En caso afirmativo, ¿en qué circunstancias?Pueden torturar, conforme a las decretales de Clemente V, con tal que lo decidan conjuntamente.No existen reglas concretas para determinar en qué caso puede procederse a torturar. A falta de jurisprudencia específica, he aquí siete reglas orientativas:

8 In Gal. 3,5.9 l.3: ML 26,430.9 Graciano, Decretum p.II causa 24 q.3, can.16: Resecandae (RF 1,995).10 De Genesi contra Manich. 1 c.2: ML 34,173.11 Graciano, Decretum p.II causa 24 q.3 can.37: Notandum (RF 1,1000).

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1. Se tortura al acusado que vacila en las respuestas, y unas veces afirma una cosa y otras lo contrario, a la par que niega los principales cargos de acusación. En tal caso se supone que el acusado oculta la verdad y que, hostigado por los interrogatorios, se contradice. Si negara una vez, luego confesara y se arrepintiese, no se le considerará ‘vacilante’, sino hereje penitente y se le condenará.2. El difamado, aunque en contra suya no haya más que un testigo, será torturado. Efectivamente, un rumor público más un testimonio constituyen una media prueba, lo que no sorprenderé a nadie que sepa que un testimonio vale como indicio. ¿Que se alega testis unus, testis nullus [un testigo, ningún testigo]? Esto es válido para la condena, no para la presunción. Por lo tanto, basta con un solo testimonio de cargo. Sin embargo, admito que un solo testimonio no tendría igual fuerza en un juicio civil.3. El difamado contra el que se ha logrado establecer uno o varios indicios graves, debe ser torturado. Bastan difamación más indicios. Para los curas basta con la difamación (sin embargo, sólo se tortura a los sacerdotes infames). En tal caso, los motivos son más que suficientes.4. Se torturará al que tenga en contra suya una sola deposición en materia de herejía y contra el que existan además indicios vehementes o violentos.5. Aquel contra quien pesen varios indicios vehementes o violentos, será torturado aunque no se cuente con ningún testigo de cargo.6. Con mayor motivo se torturará a quien, al igual que el anterior, tenga además en contra la deposición de un testigo.7. Aquel contra quien sólo exista difamación, un solo testigo, o un solo indicio no será torturado, pues cada una de estas condiciones por sí sola no basta para justificar la tortura.

7) Pierre des Vaux de Cernay, Historia Albigensis

En el nombre de N.S. Jesucristo por su gloria y honra, aquí comienza la Historia Albigense, en la provincia de Narbona, donde antes había florecido la fe, el enemigo de la fe comenzó a sembrar la cizaña, el pueblo perdió el espíritu, profanó los sacramentos de Cristo que es saber y sabiduría de Dios: llegó a ser insensato, se desvió de la verdadera sabiduría y fue de aquí para allá por las vías tortuosas y confusas del error, por caminos perdidos y no por el recto camino.Dos monjes cistercienses, llenos de celo por la fe, Pedro de Castelnau y el hermano Raúl, fueron instituídos por el soberano pontífice como legados contra la peste de la infidelidad. Olvidados de toda negligencia, decididos a cumplir su misión con extremo cuidado, se apresuraron a ir a la ciudad de Tolosa, fuente principal del veneno de la herejía que infestaba las poblaciones y las alejaba del conocimiento de Dios, de su verdadero esplendor y de su divina caridad. La raíz de la amargura había crecido a tal punto y se había hundido tan profundamente en el corazón de los hombres que no podía ser arrancada sino con una dificultad extrema; muchas veces los tolosanos habían sido invitados a abjurar de la herejía y a expulsar a los heréticos, pero sólo en escaso grado habían sido

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persuadidos, de tal manera estaban ligados a la muerte por haber rechazado la vida, de tal manera estaban afectados e infectados por una mala sabiduría animal, terrestre, rastrera, exclusive de esta sabiduría de lo alto que aconseja y encarece el bien.En una palabra, esos dos olivos, esos dos candelabros resplandecientes ante los ojos del Señor infligieron a estas almas serviles un temor servil, amenazándoles con la pérdida de sus bienes, haciendo estallar la indignación de los reyes y de los príncipes, los invitaban a rechazar la herejía y a expulsar a los heréticos; de tal manera cesaron de predicar no por amor a la virtud, sino como dice el poeta, por temor del castigo. Lo probaron manifiestamente, pues, habiéndose convertido inmediatamente en perjuros e impacientes por recaer en sus miserias ocultaban en sus reuniones nocturnas a los predicadores heréticos. Esta Tolosa, tan llena de dolo, según se asegura no estuvo nunca o casi nunca exenta desde su fundación de esta herética depravación cuyo veneno de infidelidad supersticiosa se transmitía de generación en generación: por tal circunstancia se dice que en castigo por un crimen tan grande sufrió la pena de una despoblación vengadora y merecida al punto que las rejas del arado habrían ampliado hasta el centro de la ciudad la superficie de los campos. Aun más, uno de sus reyes, entre los más ilustres, llamado, creo, Alarico, fue suspendido de una horca, suprema injuria, a las puertas de la ciudad. Manchada por este viejo lodo pegajoso, la raza de Tolosa, raza de víboras, no podía incluso en nuestros días, ser arrancada de su raíz de perversidad; más aún, cuando su naturaleza herética y su natural herejía se veían perseguidas por la azada vengadora, jamás impidió su vuelta en su afán por seguir las huellas de sus padres, en su negativa a romper con sus tradiciones. De la misma manera que un fruto corrompido corrompe otro fruto y que basta un solo cerdo leproso y sarnoso para perder a todo un rebaño que se solaza en los campos, de la misma manera ante un ejemplo tal las ciudades y los castillos de la vecindad donde los heresiarcas se habían instalado, donde los retoños de esta impúdica infidelidad pululaban, se impregnaron de esta peste [herética]; casi todos los señores del Languedoc protegían y recibían a los heréticos, les testimoniaban un excesivo amor y los defendían contra Dios y contra la Iglesia.

8) IV Concilio Letrán (1215), c. 21 “Omnis utriusque sexus”

Todo fiel de uno u otro sexo, después que hubiere llegado a los años de la discreción, por lo menos una vez al año deberá confesar personalmente y con honestidad todos sus pecados al propio sacerdote y procurará cumplir según sus fuerzas la penitencia que le impusiere, recibiendo reverentemente, por lo menos en Pascua, el sacramento de la Eucaristía, a no ser que por consejo del propio sacerdote, por alguna causa razonable, juzgue que deba abstenerse algún tiempo de su recepción. Caso contrario, se le prohibirá el acceso a la iglesia de por vida y, al morir, se le privará de cristiana sepultura. Por ello, este benéfico decreto ha de ser publicado con frecuencia en las iglesias, a fin de que nadie

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añada el velo de la excusa a la ceguera de la ignorancia. Si alguien, por justa causa, quisiere confesar sus pecados con un sacerdote ajeno, pida y obtenga primero licencia del propio porque de otro modo aquel no podrá absolverlo ni ligarlo. El sacerdote, por su parte, sea discreto y cauto y, como médico experimentado, derrame vino y aceite en las heridas. Pregunte diligentemente las circunstancias del pecador y del pecado, para que pueda con prudencia inferir qué consejo tenga que dar y qué remedio administrar, usando de diversas experiencias para salvar al enfermo. Que tome recaudos para evitar delatar en modo alguno al pecador, por palabra, ni por señas, ni de cualquier otro modo. Pero si necesitara de más prudente consejo, pídalo cautamente sin nombrar de ningún modo a la persona. El que se atreviere a revelar el pecado que le ha sido confiado en el juicio de la penitencia, decretamos que no solamente ha de ser depuesto de su oficio sacerdotal, sino también recluido en un monasterio de estricta observancia para hacer perpetua penitencia.

9) Martín Pérez, Libro de las confesiones (1316)

Parte I, cap. 17: "Quales personas pecadoras non deven aver sepultura" Asimismo, ordenó la santa Iglesia para mayor castigo que algunos de estos pecadores o algunos otros de los que hablaremos luego, cuando muriesen que no tengan sepultura eclesiástica. De donde ordenó que los usureros manifiestos, si murieren en pecado, que no tengan sepultura en el cementerio de la Iglesia, y si algún clérigo los enterrase o recibiese sus ofrendas, que el obispo lo suspenda de oficio, hasta que devuelva todas las ofrendas que llevó y haga la conveniente enmienda. Asimismo, estableció la Iglesia que ningún clérigo asista al enterramiento de los ladrones que en vida no quisieren hacer enmienda y en la muerte no pueden hacer recaudo de enmienda, aunque se arrepientan, sino que han de darle los clérigos penitencia y comunión y el cementerio para el enterramiento, pero ningún clérigo ha de estar en su enterramiento, porque si en él estuviesen, el derecho les pone aquella sentencia antedicha por recibir ofrendas, que sean privados de las órdenes y de los beneficios por siempre. Esto fue establecido para escarmentar a los otros. Asimismo, estableció la Iglesia que todos aquellos que muriesen excomulgados de excomunión mayor o menor, si fueren manifiestos y a la hora de la muerte no hubieren sido absueltos porque no se arrepintieron, que no tengan sepultura con los fieles cristianos. Y si alguno de estos excomulgados de mayor o menor excomunión fueren enterrados a la fuerza en el cementerio de los cristianos, deben ser desenterrados y echados fuera, si se puede identificar sus huesos entre los de los otros fieles cristianos; caso contrario, más vale que permanezcan. De los excomulgados conviene saber, empero, que si a la hora de la muerte se arrepintieren y fueren absueltos por clérigo de acuerdo con las formas de la santa Iglesia, aun si no hubieren antes hecho enmienda, deben ser enterrados en el cementerio, y deben sus herederos hacer enmienda por él. Asimismo, ordenó la Iglesia de todos aquellos que por cierto es sabido

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que mueren en pecado mortal, que no tengan sepultura eclesiástica, ni deben los clérigos llevar sus ofrendas ni sus limosnas, ni rogar por ellos, así como aquellos que se matan con sus manos, o se arrojan al agua o al fuego, o aquellos que se matan estando ebrios fuera de sí, o aquellos que no se quieren arrepentir a la hora de la muerte, o no quieren perdonar, o no quieren recibir los sacramentos de santa Iglesia por menosprecio o por desesperación. Empero, si a la hora de la muerte aparecieran señales de arrepentimiento, tanto de éstos como de los excomulgados, por ejemplo llamando al clérigo o penitencia, o haciendo alguna señal de devoción, si hablar no pudiesen, después de la muerte deben ser absueltos y enterrados en el cementerio y deben rogar a Dios por ellos y reciba la Iglesia ofrendas por ellos. Y hasta dicen todos los doctores que en este caso vale uno o dos testimonios que viesen tales señales de arrepentimiento. Asimismo, los herejes y los que creen en ellos o los defienden o concuerdan con ellos no deben ser enterrados en cementerio. La pena para los que a éstos entierren es de excomunión mayor, como fue antes dicho. Otro caso hay que el derecho prohíbe el enterramiento de santa Iglesia, a saber, el de aquellos que mueren en los torneos, que son lides que hacen los hombres para probar sus fuerzas, por lo que aquellos que con tal intención allí fueran o encontrasen allí la muerte, aunque se arrepientan y tomen penitencia antes de que mueran, no los enterrarán en el cementerio; tales son los caballeros que llaman salvajes. Algunos letrados dicen que eso mismo ocurre con los que se reptan, que no deben ser enterrados en el cementerio. Tú haz como te ordene tu obispo. Otro caso en que se prohíbe sepultura eclesiástica, porque manda la santa Iglesia que aquellos que no se confesaren por lo menos una vez al año, y así murieren pasado un después de la confesión, que no sean enterrados en el cementerio.