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56 LETRAS LIBRES MAYO 2013 Marc Fumaroli  A R TIST A S , BURÓCRATAS Y MERCADERES ENTREVISTA POR DANIEL GASCÓN Marc Fumaroli      F    o     t    o    g    r    a     f     í    a    :     G    e     t     t    y     I    m    a    g    e    s 56 LETRAS LIBRES NOVIEMBRE 2012

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    LETRAS LIBRES MAYO 2013

    Marc Fumaroli

    ARTISTAS, BURCRATAS Y MERCADERES

    ENTREVISTA POR

    DANIELGASCN

    Marc Fumaroli

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    Pocos pensadores han reflexionado sobre las relaciones entre la cultura, el Estado y el mercado con la erudicin y la brillan-tez de Marc Fumaroli (Marsella, 1932). Especialista en la literatura de los siglos XVII y XVIII, ha escrito ensayos iluminadores sobre la Querella de los Antiguos y los Modernos, la cultura de la conversacin o Baltasar Gracin, y ha reivindicado la importancia de la disciplina de la retrica y el conocimiento de la tradicin artstica. En libros como El Estado cultural (Acantilado, 2007) y Pars-Nueva York-Pars

    (Acantilado, 2010) ha analizado el papel del Estado como mecenas de las artes, los mecanismos del mercado y las ilusiones de la modernidad. Combina el dominio de la historia del arte europeo, la defensa vehemente de la educacin y la excelencia con el gusto por la stira y la polmica. Es un hombre amable y corts, preocupado por la precisin de sus pala-bras: su exactitud y su belleza forman parte de su argumento. Recibi a Letras Libres en su casa de Pars y luego com-plet la transcripcin de la entrevista por correo electrnico.

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    Marc Fumaroli

    Su libro El Estado cultural era una crtica de la relacin entre el Esta-do y la cultura en Francia. Qu era lo que le molestaba?Reprochaba a Andr Malraux que fue el primer ministro de lo que inicialmente se llam Asuntos Culturales en 1959 y ocup el cargo hasta 1969 y a Jack Lang que ocup el cargo cuando Franois Mitterrand era presidente, entre 1981 y 1986 y luego entre 1988 y 1992 la finan-ciacin y el sostn de formas de creacin que podan desarrollarse y defenderse por s mismas: la msica rock, el tag. En 1959 De Gaulle crea el Ministerio de Asuntos Culturales y pone al frente a Malraux. En mi opi-nin, no eran la reforma ni la mejora que se necesitaban, sino la apresurada promocin de un propagandista pres-tigioso, admirado por la izquierda de la que provena y amado por la ltima generacin de modernistas revolu-cionarios, encabezada por Picasso y en la que l mismo era un icono. El ministerial traje de arlequn sobre el cuerpo de este elocuente tragicmico se haba arrebatado arbitrariamente al secretariado de Bellas Artes y al

    dominio tradicional de las academias. Adems, ominosamente, se aadi la Direccin de democratizacin cultural, el verdadero motor de este buque insignia surrealista. De entra-da, la falta de dinero impidi que ese nuevo motor hiciera mucho, aparte de crear algunas Casas de cultura, un concepto sovitico. Pero, a la larga, en la poca de Mitterrand, result evidente que la llamada democrati-zacin cultural, que supuestamente tena que ser el deber supremo del Estado, iba a verse arrastrada por el mercado estadounidense de la cultura del entretenimiento masi-vo, y a servirle de manera ingenua en vez de actuar como contrapeso. Como eslogan estatal, la democra-tizacin cultural trabajaba en favor de la industria global del rock, los videojuegos blicos y la adiccin prematura a las drogas tecnolgi-cas, borrando toda distincin entre la alta y la baja cultura, entre la cultu-ra popular y la cultura estandarizada de masas. Pondr un ejemplo de las consecuencias del cambio que se produjo con la creacin por y para Malraux del Ministerio de Asuntos

    Culturales. Desde Colbert, haba habido una beca de la Academia de las Bellas Artes en Roma. Permita a los estudiantes que hubieran ganado el Gran Premio de Roma pasar dos o tres aos en Italia para estudiar a los grandes artistas italianos y de la Antigedad. Aunque su amigo Picasso haba pasado mucho tiempo estudiando la Antigedad, Malraux pensaba que esa estancia en Roma era arcaica y la suspendi. La des-truccin de esa tradicin suprimi la continuidad de las artes francesas y europeas, y coincidi, adems, con una dislocacin general y rpida de gneros artsticos. Ahora ya no habla-mos de pintura, escultura o grabado sino de Arte, con a mayscula. El Arte contemporneo es lo que el artista quiere imponer al pblico o al cliente, ignorando las convencio-nes que delimitan el terreno donde cada arte puede ser comprendido, disfrutado o criticado. El discurso, a menudo oracular, que da publi-cidad a la creatividad sin fronteras del llamado Arte contemporneo ha reemplazado a las artes como disci-plinas, y a menudo se convierte en la

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    La tradicin francesa encargaba al Estado el patrocinio de las artes y la educacin de los mejores artis-tas, e iba contra esa tradicin que los artistas modernistas hubieran crea-do su propio mercado privado. Pero necesitaban la presencia de ese con-junto tradicional de artes y artistas para poder existir contra l. Cuando su amigo Malraux destruy la tradi-cional cadena acadmica de instruc-cin artstica, otorgndole al Estado la deslucida tarea de coronar oficial-mente el genio de artistas modernistas a quienes ya haba coronado el merca-do privado del Arte, actu a regaa-dientes a favor del mercado de masas y de la supresin del saludable contra-peso que la tradicin acadmica, y el Estado francs como su mecenas, ha-ban ofrecido durante tanto tiempo a los mejores artistas y al gusto perspi-caz de los aficionados al arte.

    Malraux y los gaullistas podran haber mejorado el sistema de admi-sin de la Academia de Bellas Artes, y haber favorecido el dilogo entre clasicistas y modernistas que posibi-lit el xito de la Exposicin Univer-sal de Pars en 1967. Prefirieron darle una dictadura modernista a su amado converso Malraux y suprimir el con-trapeso acadmico. Incapaz de ver las consecuencias de su gesto revolucio-nario, el orculo dlfico de la Quin-ta Repblica, Malraux, elimin toda resistencia seria al triunfo de la cul-tura de masas estadounidense, mien-tras se presentaba como el heredero directo y ultramoderno de los genios elitistas del modernismo.

    Cuando Jack Lang recibi de Mi-tterrand en 1981 el ministerio de cul-tura, el modernismo estaba muerto como movimiento artstico, pero la confusin, bajo el mismo concepto de cultura, entre cultura popular y de masas, entre arte de vanguardia y pro-ducto comercial al estilo americano, se convirti en algo muy vivo, que adopt la forma del programa de-

    mocratizador de un ministerio rico en ese momento.

    En vez de permanecer fiel a la tra-dicin nacional y europea, el Estado democratizador de la cultura, en el sentido ms ambiguo de una palabra ya oficializada, quera convertirse en el mecenas y garante de actividades y artefactos que no necesitaban me-cenas: la cultura de masas industrial destinada a la gente comn y las es-trellas del mercado del mundo del Arte para los multimillonarios del mundo empresarial. Dos tipos de pro-ducto comercial.

    Han pasado ms de veinte aos de la primera edicin de su libro. Modificara el diagnstico?En esa poca nos encontrbamos en el principio de un proceso que no ha dejado de agravarse. Pero le recuer-do el elogio que escriba en ese libro sobre los departamentos del ministe-rio que se encargaban del patrimonio, herederos de Luis Felipe y Guizot. Aprobaba el generoso mecenazgo del ministerio a las escuelas de msica, danza, teatro y a la red nacional de peras y teatros, que prolonga una tradicin cortesana que se remonta al siglo XVII y acta como contrape-so del poder abrumador de la tele-visin, el iPhone y otros canales de la cultura de masas global. Adems, celebraba la creacin, en tiempos de Lang, de un Centro Nacional del Libro, indispensable mecenas de la supervivencia de la cultura literaria y de la costosa publicacin de libros cientficos y revistas en francs. Pero vea entonces, como ahora, la contra-diccin entre los rganos y acciones conservadores, sabios e ilustrados del Estado de bienestar y el fanatismo del programa oficial del ministerio en torno a la democratizacin cul-tural: en otras palabras, la igualacin de la alta y baja cultura, y la confu-sin entre cultura popular y cultura populista o estandarizada.

    El Estado, en el sentido francs de la palabra, que remite al Antiguo Rgimen, es ilustrado y pretende ilus-trar; es, deliberadamente, un poder civilizador y educador y, en ltimo trmino, un contrapoder frente a la alianza de mal gusto, ideologas dog-

    mticas y productos comerciales que contribuyen a la barbarizacin de la democracia liberal.

    El Estado francs se desva de su vocacin educativa cuando, por ejem-plo, deja que uno de sus magnates culturales use el castillo de Versalles como escaparate para los artilugios de artistas contemporneos como Jeff Koons o Murakami, el amado de los multimillonarios. Si escribie-se ahora un segundo Estado cultural, debera subrayar los excesos del mece-nazgo del Estado: por ejemplo cuando quien se declara artista en el mundo del espectculo tiene derecho a que, aunque no haya trabajado durante el resto del ao, se le pague la misma ta-rifa que durante los tres meses en los que ha trabajado. El nmero excesi-vo de esos intermitentes del espec-tculo (estrellas famosas o modestos peluqueros y maquilladores) hace de ellos un lobby temible, aunque el di-nero que subvenciona tan dulce sis-tema aristocrtico venga de un fondo de pensiones en dficit permanente y alimentado por pobres trabajado-res corrientes.

    Por otra parte, hay otro fenme-no que no exista en 1989: la cspide de los treinta aos gloriosos de las economas europeas. Vivimos en una poca muy distinta: buena parte de la mano de obra europea, en competen-cia con la mano de obra china o india, est en paro y por tanto hay un empo-brecimiento general bastante preocu-pante. Y al mismo tiempo, por todo el mundo, en una economa globaliza-da, el nmero de millonarios y multi-millonarios se ha multiplicado. No s cuntos hay, pero digamos entre cinco mil y cincuenta mil. Hay excepciones, pero muy pocos de esos millonarios son muy cultos, o incluso cultos. Viven en lo inmediato, no les preocupa lo que ocurri antes de su nacimiento. No pretenden establecer estndares, como la mayora de las aristocracias y burguesas. Solo quieren ser campeo-nes del consumo grandilocuente y ca-rsimo, el tipo de kitsch escandaloso y exageradamente publicitado que pueda impresionar a sus pares.

    El arte antiguo no les interesa, en general. El arte antiguo significa pres-tigio y ellos no aspiran al prestigio,

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    sino al glamour o la publicidad. El arte antiguo significa un poco de gusto, y el gusto presupone comparaciones entre escuelas, pocas, maestros del pasado o del presente, en la medida en que el arte, esa cosa rara y difcil, todava existe. Esa gente tan rica no pierde el tiempo buscando lo desco-nocido: tienen sus grandes galeras prefabricadas y sus grandes ferias de arte contemporneo.

    An hay pintores que hacen pai-sajes y retratos, en Europa, como hay grandes calgrafos y paisajistas en Japn. Hay escultores excelentes. Tienen clientes, pero no tienen esca-parate ni acceso al zumbido global. La lite global de millonarios no est interesada en esa clase de injusticia: las causas humanitarias dan mejores resultados en trminos de glamour y publicidad. Si adems les atrae el arte, quieren lo sensacionalista, lo impac-tante, la obra escandalosa, porque es la que agrandar la imagen pblica de su propietario como figura poderosa. Qu puede hacer el Estado ilustrado y educador del pasado para instruir a los ciudadanos en bsquedas desin-teresadas, si el conjunto supranacio-nal de los dioses ricos da el ejemplo de una cultura de la avaricia?

    Adems, en 1989, las nuevas tec-nologas no tenan la presencia que tienen ahora: actualmente estn tan extendidas que los nios se cran de-lante de pequeas pantallas, mane-jan los videojuegos ms violentos con facilidad extraordinaria, y el sistema educativo del pasado, en la escuela y en la familia, compite en desventa-ja con este imaginario obsesivo y l-dico del entretenimiento. La nueva ciencia del cerebro hace cuanto puede por tranquilizarnos y explicar los efec-tos probablemente felices de los nue-vos canales del conocimiento. Una cosa es segura: no solo la economa de la palabra escrita el lenguaje de la memoria vive sus ltimos aos, sino que el terreno en el que se asen-taban la literatura y las artes parece cada vez ms empobrecido, porque la mayor parte de las nuevas generacio-nes est embarcada en ese universo breve e intenso de imgenes digita-les que da como mucho el gusto por lo que sucedi ayer, no por lo que

    ocurri antes de ayer o el siglo pasa-do. Los problemas que produce esta nueva situacin son extraordinaria-mente difciles: no solo de resolver, sino incluso de plantear. Cuando al-guien duda del valor absoluto para el progreso humano que aportan las nuevas tecnologas lo llaman reaccio-nario, arcaico, nostlgico de un pa-sado muerto, ansioso por impedir la democratizacin general de la infor-macin y las imgenes. Es como una encarnacin general del modesto eslogan de la democratizacin cul-tural de los sesenta y de Malraux. Los polticos quieren ser reelegidos y no quieren hacerlo con una imagen de reaccionarios, sino con una ima-gen de progresismo, y se les ve muy cmodos con las nuevas tecnologas: esperan una especie de mutacin de la humanidad, como si todos fura-mos a convertirnos en superhom-bres de Nietzsche gracias a nuestros nuevos ojos, odos, manos, bocas y msculos tecnolgicos.

    El Estado ilustrado, en el sentido clsico, era ante todo un lugar donde se conservaba, se restauraba, se man-tena un nmero de tradiciones que permitan hablar sin demasiada con-fusin ni ambigedad de artes, con a minscula: de la pintura, el graba-do, la arquitectura, la escultura. In-cluso los vanguardistas necesitaban reglas, convenciones, fronteras, para rerse de esos obstculos y cadenas. Ahora, la creatividad del todo vale es lo ms importante, y las nuevas pan-tallas ofrecen un flujo de concien-cia ininterrumpido y fcil de imitar y amplificar con nuestra nueva con-tribucin; las llamadas, los mensajes, las imgenes nos invitan a todos a ser artistas contemporneos. La destruc-cin creativa de todo lo que ha dado sentido a la vida humana, la religin, el patriotismo, el amor familiar y sus monumentos, parece la esencia des-nuda del progreso. Progreso de qu? Nihil. Y por qu no debiera ser la l-tima justificacin del Estado ilustrado la contencin de ese progreso nihilis-ta y la preservacin de un pasado que puede dar, al menos a una minora consciente, un refugio entre una ma-yora atrapada en el conformismo de un progreso posmoderno? Pero qu

    queda del eslogan de la democrati-zacin cultural?

    Si en El Estado cultural hablaba del papel del Estado en la cultura, Pars- Nueva York-Pars es, entre otras cosas, una crtica al funcionamiento del mercado en ese terreno.Soy liberal, pero hasta cierto punto. Soy un liberal poltico en el sentido en que Chateaubriand resista con su elo-cuencia el despotismo de Bonaparte, pero no soy en absoluto un neolibe-ral darwinista que cree que todo el mundo, contra su voluntad y a pesar de sus mritos, debe ser sacrificado al mercado y su mano invisible. El mismo fantico neoliberal sostendra que todos los bienes son iguales in se y per se: le corresponde al mercado fijar el precio actual y cambiante de un cuadro de Tiziano y el precio paralelo de un artilugio de Jeff Koons; de una silla diseada y construida por un eba-nista parisiense del siglo XVIII y otra concebida por el costurero Armani o por Poltrona Frau. El mundo humano que imagina el neoliberalismo, que desde este punto de vista es un geme-lo del marxismo leninismo, no tiene sitio para lo gratuito, lo desintere-sado, lo que no puede venderse. Es una ateologa paneconmica donde la humanidad queda reducida a un siste-ma digestivo y los hombres se dividen entre consumidores gigantes y enanos. En un mundo tan compacto, no hay respiro para la alegra y la nutricin espiritual de las artes, porque no hay utilidad ni sitio para el alma, salvo para una minscula minora nostlgi-ca del pasado y de su legado de obras maestras.

    Haba artes y obras maestras en el mundo premoderno en todas par-tes, porque los artistas y los artesanos podan dedicar sus obras, a menu-do mal pagadas, a espacios sagrados de templos, palacios, castillos e igle-sias habitados por dioses o semidio-ses, reyes y prncipes que merecan lo mejor de la destreza humana. Inclu-so en el siglo XVIII, en el umbral de la modernidad en Francia y Europa, los dos centros ms importantes del gran arte eran Roma y Pars, capitales de dos gobernantes sagrados, el papa y el rey de Francia. Para esos activos

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    representantes de Dios, nada poda ser demasiado hermoso o excepcio-nal, se pagaba lo que fuera porque el trato no era de carcter econmico, sino que pertenecan al tipo de in-tercambio del trueque y la ofren-da: extrema belleza y ejecucin por parte del artesano, frente al honor su-premo y la recompensa espiritual del augusto receptor.

    Incluso en la primera mitad del siglo XX, en la poca del modernismo en el sentido anglosajn, las vanguar-dias proclamaban su repugnancia por el mercado del arte. Los grandes mo-vimientos artsticos eran sostenidos o acompaados por marchantes que no eran solo marchantes, sino gente de gusto, refinada, y por un pblico cul-tivado que no habra aceptado obras de segunda fila, ni piezas acadmi-cas demasiado fciles de vender. Las sombras de Len X y Rafael, de Luis XIV y Molire, de Luis II y Richard Wagner flotaban en la escena artsti-ca. Ahora los mecenas, tanto el de la Iglesia como el del Estado, estn au-sentes; el papa y el rey estn desnu-dos y lo que llamamos Arte tambin est despojado de la vestimenta de las artes. El mecanismo brutal del merca-do, que funciona para la exportacin de verduras, petrleo o materias pri-mas, acta sin contrapartidas, sin co-rrectivos ni frenos, para la evaluacin y circulacin de cosas que algunos lla-man obras de arte. El gusto ya no de-riva de la frecuentacin de los museos, exposiciones y artistas, sino de la ob- servacin asidua del mercado burstil.

    Conozco en Inglaterra, en Fran-cia, en Italia pintores, escultores, di-bujantes o grabadores a la manera clsica, pero son muy poco clebres. No tienen la presencia meditica de los artistas que practican un Arte con a mayscula y que obtienen precios superiores a los cuadros de Tiziano o las estatuas de Miguel ngel, en su poca y en esta. Por tanto, resulta evidente que, cuando la doctrina del librecambismo que ha demostrado sus virtudes para las materias primas y las mercancas en general se apli-ca al singular terreno artstico, resulta extremadamente destructiva. En este caso, es insuficiente hablar de des-truccin creativa. Podemos temer el

    horror de la destruccin pura y sim-ple, un vandalismo revolucionario de tipo maosta que nos llevara a la su-presin (por ser superfluo y por dis-traernos de la vida real) del mejor patrimonio de la humanidad, de los logros ms generosos, que continan irradiando belleza y gracia, como un remordimiento y un reproche: la poe-sa, la pintura, la literatura, la arqui-tectura, la escultura antiguas.

    Parece que el mecenazgo funciona mejor en Estados Unidos que en pases como Francia, Espaa o Mxico.Como los estadounidenses no tie-nen ministerio de cultura ni un Estado de bienestar que sienta una responsabilidad hacia los asuntos estticos (la excepcin sera una casi francesa Jacqueline Kennedy en la Casa Blanca), el ideal republicano estadounidense ha hecho que desde el siglo XIX las fortunas privadas se crean obligadas a consagrar una parte de su riqueza a la construccin de monumentos pblicos y museos, y a la elaboracin de prodigiosas colec-ciones de arte antiguo que se ofrecen al pblico y pretenden educarlo. Esa actitud tradicional de los ricos esta-dounidenses en busca del bien comn me recuerda al evergetismo de las ricas familias atenienses. Paradjicamente, el pas que ha inventado el mercado globalizado de la cultura de masas, y las formas ms feas y ridas de la modernidad, tambin es la nacin ms exigente y generosa con su patri-monio prestado de artes y oficios de Europa y el Extremo Oriente. La misma gente que ha engendrado los tipos ms vulgares de nuevos ricos, y los ha mostrado al mundo como ejemplo glamuroso para las dems fortunas, alberga los fideicomisarios ms dedicados, generosos y discretos, que permiten que las instituciones del arte clsico, las peras, los teatros, los museos y las escuelas florezcan a veces mejor que en Europa.

    Estados Unidos es ms consciente que nosotros del dao colateral de su sistema, que se extiende al resto del mundo. Nefitos inocentes o cnicos, todos nos sentimos tentados a imitar el modelo mtico sin darnos cuenta

    del coste moral y espiritual de esa ad-hesin ciega y servil. Mejor que nadie, Estados Unidos ha distinguido los te-rribles efectos secundarios de sus po-derosos motores polticos, sociales y religiosos, y ha creado potentes con-trapesos (ignorados por los viajeros europeos), dispuestos para preservar un patrimonio de memoria y belle-za para su minora educada. Ahora al fin tenemos que entender ese aspecto ignorado de la vida estadounidense: no pidieron que esta tarea saludable y poco igualitaria la realizara el go-bierno federal, sino la riqueza priva-da y las autoridades locales.

    En Francia, de forma ms radical que en Italia y en Espaa, la misma carga descansa sobre todo en los hom-bros del Estado. Demasiado tarde. Hay pocas alternativas en el sector privado para relevar a un Estado ac-tualmente empobrecido, y el eslogan de la democratizacin cultural (que en Estados Unidos solo tomaban en serio los artistas pop ms esnobs) con-dena a nuestro Ministerio de Cultura a disimular o corromper su verdadera y saludable vocacin (salvar nuestro patrimonio artstico para una mino-ra devota), a fin de ajustar su actua-cin a su credo ideolgico oficial. Por ejemplo, la tendencia de los museos estatales es excusar una exposicin elitista de Mantegna con un perfor-mance o una instalacin paralela de un artista contemporneo, a quien se considera errneamente ms accesi-ble para el gran pblico: la realidad es que el pblico no le sigue.

    En tiempos de crisis y drstica re-duccin presupuestaria, la benevolen-cia universal del Estado de bienestar e ilustrado, al estilo francs, se enfren-ta a serias dificultades. Va a tener que reducir su presupuesto y por tanto su capacidad de mecenazgo. Se habla de fundaciones de patrimonio, se hacen llamamientos al dinero privado, se ha inventado una ley segn la cual em-presas privadas pueden comprar te-soros nacionales, drselos a museos estatales y obtener a cambio un ahorro fiscal. Algunos museos, especialmente el Louvre, hacen llamamientos al p-blico a fin de comprar obras para las que no tienen crdito. Existe la nece-sidad de recurrir cada vez ms al sec-

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    tor privado y al dinero privado para financiar las actividades ms nobles, deseables y sin nimo de lucro de los museos, bibliotecas y archivos: facili-tar la investigacin cientfica de unos pocos especialistas y favorecer la edu-cacin esttica, que no est prohibida para nadie, pero que de hecho queda reservada a unos pocos.

    La democracia estadounidense ad-mite tcitamente que la comunidad democrtica en s, aunque sea en prin-cipio igualitaria, necesita una lite, no solo de especialistas y cientficos excepcionales, sino de funcionarios educados y de hombres de Estado. A menudo, los europeos fascinados por la selva darwiniana que caracteri-za la economa estadounidense pasan por alto ese sabio matiz. Las paradojas de esa sabidura se malinterpretan en Francia y en la Europa mediterrnea. Hay aqu y all algn progreso en esa direccin, pero nunca alcanzarn la escala y el xito de Estados Unidos.

    Personalmente, creo que nuestro tipo de Estado de bienestar debera reducir sus pretensiones y concentrar sus reducidos medios en la proteccin de los tesoros patrimoniales ms fr-giles y valiosos, en la transmisin de los oficios amenazados, piedras que constituyen la identidad y la memoria de un pas, frente a la preocupacin de Malraux y Lang por manifestacio-nes comerciales de masas que sobre-viven muy bien en el mercado del entretenimiento, y que son cmoda-mente financiadas por un pblico de generaciones jvenes educadas ante pantallas.

    El Ministerio de Cultura, como el Ministerio de Educacin, debera estar impulsado por la preocupacin de formar a ese pblico no educado, en vez de duplicar la obra que venden a los jvenes las compaas de entre-tenimiento. No basta con ponerles en las manos un iPod o un iPad y con-vertirlos en expertos en internet. Hay que llevarlos a las bibliotecas, ense-arles a trabajar en archivos e ima-ginar el pasado, familiarizarlos con buenas libreras donde puedan des-cubrir libros de historia, arte o ficcin; iniciarlos en otras cosas que no son la ltima actualidad, el ltimo grupo rock o funk, la ltima campaa pu-

    blicitaria de Apple. Se llamar a mu-chos y pocos sern elegidos. Pero lo importante es la elocuencia de la lla-mada, en un momento en el que el ni-hilismo tiende a prevalecer.

    Cuando hay una competicin, como ocurre ahora, entre dos cami-nos educativos, el Estado a la euro-pea debe estar del lado del ms dbil, del menos popular, del ms suscepti-ble de hacer que los jvenes crezcan en vez de lanzarlos a las profundida-des de la cultura de masas. Es difcil que los polticos lo entiendan, pero decirlo y escribirlo puede significar una pequea diferencia.

    Usted ha sealado que en el pasado se conceba al arte como una actividad surgida del ocio frtil y desinteresado, pero en la actualidad ha pasado a ser una nueva categora de la actividad industrial. Cundo se produjo esa transformacin?Es relativamente reciente. Los Estados Unidos clsicos han desa-rrollado un sistema evergetista, en el sentido griego del trmino, donde se pide a las grandes fortunas que tra-duzcan los beneficios extrados a las fuerzas de produccin a colecciones e instituciones culturales, con biblio-tecas y museos modlicos donde est representado todo el legado espiritual europeo; archivos donde puedes estu-diar la historia de Francia o Italia, peras, orquestas, teatros, escuelas de arte. En la segunda parte de La democracia en Amrica (1842), Alexis de Tocqueville aconsejaba a los estadou-nidenses la creacin de universida-des donde las jvenes generaciones pudieran estudiar latn y griego porque era algo totalmente desinte-resado, a manera de contrapeso de un ambiente centrado en el inters inmediato. Ese consejo fue aceptado y seguido.

    Todo (o casi todo) cambi tras la Segunda Guerra Mundial. El motor americano desvel todo su peso y, esta vez, con su nueva ambicin global de reemplazar a la deshonrada y derrota-da Europa como lder mundial de la libertad poltica frente al fascismo y estalinismo. La ruptura con respecto a la tradicin clsica que reivindicaban

    las vanguardias literarias, artsticas y filosficas europeas fue abrazada en Nueva York y Washington como el nuevo deber estadounidense, el punto de partida de su hegemona cultural en el mundo libre.

    La lite modernista europea exi-liada en Nueva York durante la gue-rra adquiri pupilos inmediatamente y descubri el fantstico eco que sus movimientos, marginales en Europa, poda encontrar en y a travs del siste-ma meditico, de moda, publicidad y comunicacin, que haba desarrolla-do la cultura de masas estadouniden-se. Primero se proclam y asumi en todo el mundo que los pintores del ex-presionismo abstracto, gigantes como Pollock, De Kooning y Rothko, eran los Apeles y Miguel ngel del nuevo captulo estadounidense de la historia del arte. Luego, sin comerlo ni beber-lo, Marcel Duchamp fue proclama-do el Scrates y el Aristteles de una nueva alianza entre moda, publicidad y lo que quedaba de las artes: creativi-dad para todos. La teora y la prctica del Arte contemporneo descarga-ron toda su fuerza sobre lo que que-daba de la tradicin europea cuando, despus de 1989, los regmenes autr-quicos sovitico y maosta empezaron a convertirse al comercio y al dinero. El Arte contemporneo nacido en Nueva York en los aos sesenta con los artistas pop se atrevi a reali-zar el gesto definitivo de destruccin creativa, que haba descrito terica-mente medio siglo antes el ironista Duchamp, con su mtico orinal en-noblecido como Arte en una galera o un museo: como por encanto, las galeras se transformaron en gigan-tescos supermercados, los bienes ven-didos en supermercados se volvieron costosas obras de arte, y el Arte se convirti en un departamento para los muy ricos en el democrtico arte de ir de compras. Abandonando su vieja alma europea en museos y bi-bliotecas, en vez de la naturaleza vieja y superada, Estados Unidos propu-so al resto del mundo su propia ma-siva produccin y comercializacin de bienes como el canon del Arte, negacin de las artes y reproduccin con la etiqueta de Arte del produc-to corriente del mercado de masas. ~

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