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Gabriel Ferrater Chúpate el dedo grande 242

Gabriel Ferrater - Chupate El Dedo Grande

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Poesía

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Gabriel Ferrater Chúpate el dedo grande

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TAM GRATUMST MIHI Si no se les cae de las manos cuando lo tomen bajo la desazón de una tarde vacía, o mientras se les va cerrando poco a poco la puerta del sueño, si entonces pues por él me veo entre las manos de las mujeres, justo será que ame mi libro, tanto como a algunas les parece justo amar el reclamo de la feliz llamada que se las llevó. Versión de CATULO: 14a (2, 8), 2a.

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He had lived his life And in his way had shared, with all mankind, Inveterate leave to fashion of himself, By some resplendent metamorphosis, Whatever he was not. And after time, When it had come sufficiently to pass That he was going patch-clad through the streets, Weak, dizzy, chilled, and half starved, he had laid Some nerveless fingers on a prudent sleeve, And told the sleeve, in furtive confidence, Just how it was: “My name is Captain Craig”, He said, “and I must eat”. E. A. ROBINSON, Captain Craig

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HABITACIÓN DE OTOÑO La persiana, no cerrada del todo, como un espanto que se retiene de caer por tierra, no nos separa del aire. Mira: se abren treintaysiete horizontes rectos y delgados, pero los olvida el corazón. Sin nostalgia se nos va muriendo esa luz que fuera color de miel y ahora es del color del olor de la manzana. Qué lento el mundo, qué lento el mundo, qué lento el dolor por las horas que se van de prisa. Dime, ¿te acordarás de esta habitación? “La quiero mucho. Aquellas voces de obreros... ¿Qué son?” Albañiles: falta una casa en esta manzana. “Cantan, pero hoy no los escucho. Gritan, ríen, y que callen hoy me parece muy raro”. Qué lentas las hojas rojas de sus voces, qué inciertas cuando acuden a taparnos. Adormecidas, las hojas de mis besos van cubriendo los escondrijos de tu cuerpo, y mientras olvidas las hojas altas del verano, los días abiertos y sin besos, desde lo más hondo recuerda el cuerpo: todavía la mitad de tu piel tienes del sol; la otra mitad de la luna.

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TRES LIMONES Enero benigno. Bajo tanto aire verde, las cosas no se presentan hoy ariscas ni el lugar es árido. Mira: tres limones, puestos en lo áspero de una losa. Porque se mojan de sol y puedes entender sin duda ni prisa la métrica sencilla que los enlaza, ¿crees que alguna cosa significan? Mira, y ya han sido mucho para ti. Corazón seducido, renuncia desde ahora, calla. No harás tuyo el juego de tres limones en lo áspero de una losa. Ni sabrás levantar tu protesta antes de perderlo. Ningún sobresalto de la memoria abolirá la plácida manera de morirse que tienen los recuerdos.

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SI PUEDO Alguna cosa ha entrado dentro de algún verso que sé que podré escribir, pero no cuándo ni cómo ni qué tendrá a bien decir. Si puedo, te lo llevaré hasta ti. Que diga tus cabellos o la escama de sol que en esta uña te tiembla. Pero quizá no siempre tendré tan claro lo que ahora veo en ti. Oigo el ruido oscuro de alguna cosa que se me cae dentro de algún pozo. Cuando salga a flote, ¿seré capaz de reconocer que regresa de este instante?

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ATARDECER Salgo de casa con prisa de verte, y me estorba la pesada cartera del trabajo para después, y te dicen por teléfono que hace unos minutos apenas que salí, y te pones nerviosa con la prisa de salir a decirme que tienes trabajo, que hasta mañana... Y te llamo por teléfono, y me dicen que hace unos minutos apenas que saliste; y no sé si regresarme... Desorden por las calles convulsas, la lluvia no tiene compostura, y es insensato que enciendan tantas luces para ellas (la noche más se nos echa encima). Tanto corazón disponible, tanto exceso de nosotros mismos tiembla. No advertimos la ligera filigrana de su primer contraluz ni nos ampara la gracia, para siempre, de una línea más precisa que el vivir (trémulo, y demasiado al día).

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UNA CASA NO “Si pones la mano ahorita como formando un tejado sobre mi frente, quedará completa una casita: el pecho, una pared, y me escondo en el rincón que con la otra pared dibuja el brazo”. Y afuera, mujer, mira la cordillera de las almohadas: el refugio donde se recoge en ti el cándido amplio invierno de las sábanas. Mira en en el techo el oro tibio de la lámpara, sol engastado en un ocaso delicado que sangra y no dice que sufre. Es nuestro paisaje, mujer. Para llegar a él yo también recorrí caminos dudosos. Mujer, esconde más la cara en el rincón de mi pecho. No me mires, y no me dejes verme en el fondo de tus ojos la figura incierta, sin piedra y sin aplomo.

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PERÒ NON MI DESTAR No entres en este momento. Piérdete por la grava crujiente y tristemente rosada. Ve poco a poco. Detente a mirar cuan yertas están las hojas del laurel. No busques las naranjas, de color excesivamente franco. Prefiere los ridículos bambúes, como espina dorsal de insectos locos o inhábiles que han muerto clavados en tierra. Fíjate en cosas rígidas y en esquemas. Los manojos vulgares de rayas azules: son los bancos. Círculos muertos: son los muñones de los plátanos del camino. Deja pasar tres horas, y ya puedes entrar. Mira todo lo que ha quedado: los ceniceros repletos y la mitad de los vasos sucia de rojo de labios. Aquí han vivido, y tú no estabas. No te han visto hacer ningún gesto. No te han oído decir nada. Sírvete un gin. No busques hielo. Se ha fundido. Puedes sentarte, atizar el fuego, y pensar que aquí han vivido.

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ATRA MATER Qué extenso el campo de zarza excitada por el viento a la orilla del mar. ¿Un lugar tan abierto aquí? ¿Por qué tan llano? Y los pies caminan con reservas, no vaya a doblarlos un hoyo como una serpiente, de pronto. ¿Y tan callado? Los ojos que el sol aruña, acechan sombras. ¿Dónde la terrible, la que ha hecho huir las voces? Hasta que el cobertizo de cinc y de madera fungosa que sale al paso como una mendiga llena de llagas negra y fiera (-¿tú, que vuelves?; vieja, ¿el lugar de miedo eres tú?) se abre el vientre lleno de fetos metálicos (-cuando todo el mal que llevabas adentro, ya lo hiciste): bombas que sobraron. Vibra una lagartija. La yerba se come la herrumbre. No sale nadie. No vigilan estos montones de desecho. Se va resquebrajando el costrerío seco de los recuerdos. Una guerra civil, unos aeródromos pobres.

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LA CARA Qué injusto pensamiento, qué ser de miseria detestable (la serpiente que una rueda tonante aplastó, y que camina toda la noche: cuerda de carne herida, lenta y difícil, entra a morir en la aurora de un jardín exclusivo, y la mañana rosa y verde se desquicia mientras exulta un largo coágulo de moscas férvidas), qué horror se ha introducido ahora dentro de este cerebrito fácil de vulnerar, y esta cara joven se ha fundido por un segundo, se ha fundido como una máscara de cera, y me ha hecho ver la cara ineluctable del viejo que allí se oculta y sabe que lo odiamos.

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PARA NO DECIR NADA Que no quieran decir nada. Sé tú la muchacha atónita que una noche se va sola a adentrarse en el bosque donde la luna de agosto se derrama sobre las piedras y los troncos que encierran la claridad de la madera, y se desviste y se acuesta sobre la hojarasca de los pinos, desnuda como las piedras, o como la madera cuando los hombres se la llevan del bosque, y la dulce ignorante va juntando, y paga con miedo, un manojo de secretos sin figura: luna y olores, el temblor de los grillos inacabables, ruidos que huyen, piedras tibias, sorprendentes picaduras en la piel nueva en exponerse, tierra y resinas. Memoria: que no quieran decir nada. No conserves las imágenes que sabes concebir y describir y un día de debilidad puedes compartir con los demás.

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MATERIAS Reclama las imágenes: las cosas que de niño sabían transportarte a otro paraíso cruel. En lo oscuro del garaje, neumáticos viejos abandonados sobre el cemento áspero acanalado hacia el desagüe. El olor te ahoga todavía. Lagunas del caucho: fondos de ruda trama, ribera de blanco sucio. Bordes donde te abrazabas, puras costras de barro hecho piedra: las despedazabas, y allí dejabas la piel. Frutos prohibidos, cerradas materias del mundo. Y tu cuerpo: la obstinada penetrante acción.

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NACIMIENTO Tierra de casas a tajo de un camino hondo. El callejón muerde hasta el hueso. Fracturan el empedrado ruedas de un carro. Sube barricas chirriantes, encadenadas. La pendiente, como un viento, dobla a las mulas. Un grito heráldico, unicornio de voz. “¿Acaso pensais que a gritos trabajareis más?” Con labios de tea, ha hablado la vieja. De cuero, el carretero se estremece y grita. Llamitas azules: la vieja que ríe. Restalla el fuete mojado como una lengua. Abro los ojos. Veo la cara de ese instante. Lo conozco. Sé cuándo soy yo, vuelto a nacer. Ruedo, placentoso, por el siglo trece.

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DOS AMIGAS Tanto sol en sus tobillos, tanta mar lisa y dorada. Cogidas de las manos, no se dicen nada. Calles de hombres rencorosos toda vez que no hay ningún hombre como ellos, que ellas conozcan. Ahora no van a ninguna parte. Vuelven del sol. Atraviesan tardes largas, calles de palabras incomprensibles. No se llevan recuerdos. Sólo quieren saber que se toman de las manos y andan juntas por una calle del extranjero.

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HELENA Cumples veinte años, Helena. Vienes de donde no recuerdas, miras adelante, y quieres volver una sola limpia transparencia los miles de cristales (uno tras otro) que son tus días a través de los cuales mirarás que se abre el tiempo para ti. ¡Qué fina curva del cuervo que se aleja y escorza cielo, e inclina los árboles dando un orden nuevo al campo y a la tarde! Corta tú como él azul y tiempo y mundo, siguiéndolo con la vista por muchos años como este para ti, Helena, muchacha gola-larga, tú que ríes por lo alto y siempre te ladeas un poco, a la derecha, a la izquierda, y hoy (cumples veinte años) dispones para tu balance las líneas del mundo con todo lo que es viejo (como por ejemplo yo).

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EL DISTRAÍDO Seguro que hoy sí había nubes, pero yo no he volteado hacia el cielo. Todo el día viendo caras y piedras y los troncos de los árboles, y las puertas por donde las caras salen y vuelven a entrar. Miraba de cerca; no me levantaba del suelo. Y así se me hizo oscuro, y no pude ver las nubes. Ojalá mañana me acuerde. El otro día volteé hacia lo alto, y más allá de la baranda de una azotea, una muchacha que se acababa de lavar la cabeza y llevaba una toalla sobre los hombros, se iba pasando, una vez y diez y veinte, el peine por el cabello. Sus brazos me parecieron ramas de un árbol muy alto. Eran las cuatro de la tarde, y soplaba el viento.

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SACRA RAPPRESENTAZIONE Expectantes en el aparador de lujo, cinco objetos seguros de sí mismos. De pronto te cautiva la ternura de un brazo desnudo que se declara entre cortinas. La mano planea y escoge, y una cosa opulenta se ve transportada, Ganimedes por aires de oros y de arias. El brazo pájaro ha robado por un sueldo, mensajero puro de exaltamientos, pero envidioso de los dioses a los que sirve, y que escogen como él escogería. Y tú, sin mérito, ¿vas a envidiar a los justos a quienes visita el ángel?

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CARACOL Declina el domingo. Una sirvienta, y las diez de la noche a punto de darle. Sus últimos instantes de portal. La mano, sin caricia ni ánimo, se aferra a la mejilla del novio. Consternado, un caracol en mitad de un muro seco.

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LA CIUDAD Llena de calles por las que he recovequeado para no pasar por lugares que me conocían. Llena de voces que me han llamado por mi nombre. Llena de habitaciones donde cobré recuerdos. Llena de ventanas desde donde vi crecer las pilas de soles y de lluvias que se me volvieron años. Llena de mujeres que he seguido con la vista. Llena de niños que sólo podrán saber cosas que yo sé, y que no quiero decirles.

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TRO VOS MI SIATZ RENDUDA Tantas paredes entre tú y yo. Mi añoranza, exhausta, no alcanza a llegar a ti. No ve que se va haciendo vida tuya, en lugares y en momentos que son verdad aguda, no tormentosos como su desesperación. Perro pródigo en brutal alocamiento, se tira a revolcarse por el polvo de un verano sin remedio. Ah, para mi sed tan confusa, un solo hilo de agua, un solo recuerdo tuyo en cada instante, hasta que me seas devuelta.

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JOSEP CARNER En lo más alto y más oscuro de la noche, no quiero oler el olor de mayo que zumba afuera, y pequeña es la lámpara con que tengo suficiente para alumbrar las tenues páginas del libro: los poemas de Carner, que tú me diste ayer. Hace dos años y cuatro meses que yo le di este mismo libro a otra muchacha. Palabras que leí pensando en ella, y que ella leyó por mí, y son absolutamente nuevas ahora que las leo por ti, pensando en ti. Palabras que nos han hablado a los tres y que logran que nos parezcamos. Palabras que permanecen, mientras los días nos cambian y se nos cambian sus sentidos, incitantes, para que las volvamos a entender. Como una patria.

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LA VIDA FURTIVA Seguramente será como ahorita. Estaré despierto; andaré para arriba y para abajo por el corredor. Como un minero al salir de un pozo, subirá hasta mí desde el silencio de la casa, brusco, el ronquido del ascensor. Me detendré a escuchar su abofeteo de puertas metálicas, y los pasos por el rellano, y adivinaré el instante en que se echará a temblar la angustia del timbre. Sabré quiénes son. Les abriré en seguida. Ya perdido, que entren estos a quienes tendré que contarles todo.

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TANTO NO ATORMENTA Las horas amistosas no te dejan solo casi nunca. Muy poco te cuesta verlas fluir enredadas, como los copos de una niebla de lento olear. Uno que se desvanece casi nunca deja de llevarse a otro a su lugar en el aire: así respira un hombre sano. Casi nunca te cuesta gran cosa olvidar la resquebrajadura del gemido, el golpe de viento como una madera que se astilla, y la visión del paisaje un instante limpio, tu tierra de líneas terriblemente verídicas.

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ECONOMÍAS RIVALES Rufo, no sabes lo que haces. Tienes tantas ideas que Mecenas se encanta, y te convida, y lo bueno es que te escucha casi despierto. Cualquiera advierte que entre tantas ideas como traes hay muchas abejas afiladas que vuelan derecho a picar a Mecenas. Qué más da. Tienes muchísimas ideas pero no nos vas a convencer que necesites tantas. Rufo, tú andas dilapidando tu pensamiento, y eso es lo que hace feliz a Mecenas. A mi lo que me encanta es que dilapiden su dinero.

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CANCIÓN DE CUNA Te andas con tiento, Creso. Tienes piedad. Procuras que no se irriten los genios nocturnos. A ti la luz del día no tiene que darte miedo. Te ríes cuando ves que te odian los pobres. ¡Pero los viejos oscuros! Gritan, se te sofoca el corazón. Tú no eres como los pobres, que se han vuelto sordos. De noche, hasta que te duermes, tienes piedad.

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EL LEOPARDO Galerías abiertas a la mar dorada. Halcones de cuello febril. Muchachas campesinas, para acceder a la alcoba del señor lucen collares, arracadas y anillos de oro hierático. Clérigos desnudos de acero, osos tambaleantes entre los tapices, risa de lima del loco. Los jabalíes te traen en el colmillo su desgarrón de muerte, y tu mano les arrancó el escroto. Lunas y flautas en tus jardines. No lo pienses más. Esperas la visita de tu dinero. Enguantado como siempre, gris, te ha de leer las cifras que para ti son la Ley. Si se lo exiges, con voz sorda repasará la lista de las cosas que él, el sumiso, te permite. Puede ser que sí, que en un extremo del parque puedas mandar poner la jaula, y tener en ella un leopardo. ¿Llamar la atención? Absolutamente no. El chofer le dará la comida. Cada mañana irás allí a oírlo quebrantar las costillas de viejos pencos. Durante ese tiempo fumarás ávido, y al volver a casa tendrás prisa en pasarte por las manos mucha agua de colonia. Las bestias apestan tan fuerte. Tendrás que subirle el sueldo al chofer. Ahora es testigo, cada mañana, de que en el corazón del rico gruñen pasiones atragantadas como las que él, de niño, escuchaba resollar en la noche de los miserables, cuando dormía en la habitación de sus padres.

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LOS PIOJOS Se fue. Vive con gente que no nos conoce y les cuenta de nosotros. Frecuentemente vuelve y sorprende actitudes que nos avergüenzan: llenábamos un vaso de agua, nos hemos distraído, el grifo está chorreando y nos hiela los dedos, y su ojo ha notado que ya no somos sensibles a los grandes fríos de este caserón. Se quedará unos cuantos días, y nuestras caras se irán volviendo blancas y vacías como la de un herido que se desangra en el talud de grava, mientras despunta una mañana gris, después del choque de trenes. El llegará tarde a comer y a cenar. Desmelenado, contará que ha explorado bodegas, tejados. Que hay vidas más sordas que las nuestras, vecinas nuestras. Que a todo el edificio mortifica la herrumbre de unos ojos de escalera inesperados. Subiremos con él, y nos agacharemos dentro de un desván en el que paren en el suelo. Oleremos. Probaremos comidas de color de sarro para los dientes desnivelados. “No direis que vuestros pobres no padecen mucho”. La última noche (al día siguiente se va) nos llega puntual, con los ojos encendidos, aguanta un puñito sobre los manteles y lo deja caer. “Son piojos”. Supo meter la mano en el bajo vientre de una vieja. No decimos nada. Es nuestro hermano y es el de siempre. Lo cogemos por el brazo y sentimos que tiembla de placer.

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SOCIETATS PANDARI “Ríen y ríen tanto las muchachas. En la duda, ríen: no saben de dónde pudo tocarles pagar la deuda que nunca contrajeron, pero saben que esperamos cobrarla de ellas nada más. ¿De esta, tú? Si quieres cobrarte tú la deuda que yo no he cobrado y destazar una culebrita de risa, te dejaré la llave de mi estudio donde no habrá nadie”. “Diez años más joven que yo. Diez años todavía no pasados midiéndonos el uno a la otra los bastoncitos: las decencias (la suya y la de las demás), los efectos y los pactos. Yo te diré cómo persuadirla para que te acepte, para que comience a aceptar. Tú la harás sufrir, y aprenderás mucho. Después, cuando ya sepas que una mujer se da la vuelta a ser feliz, algún día que platiquemos quizá seré yo quien te escuche”. “Aquí tienes dinero para que pises fuerte, y olvides que tú mismo no te has visto muy claro. Si en ella atisbas, más allá de los llanos, que trota tu orgullo, entra alllí, atraviesa, y ata al asno arisco. Corta camino por este cuerpo, y bebe, fresca para ti, la súplica de sus ojos. Cuando vuelvas entrarás en tu reino: hombre hecho hombre, vendrás con los hombres”. Isis de plata, ¿sabes lo que te pido? La Cara de León para los que estaban hablando.

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LOS ESPEJOS ¿Y si una mujer es demasiado fina para escoger y andar escogiendo: pasar de puesto en puesto, con vigor de verdulera, toquetear las peras y ver engaño en la frescura de los huevos? ¿Comenzar el día escogiendo? Recorrer el mercado entero publicando su pasión vestal, pregonando el tributo de buen orden y cualidades que ella quiere exaccionar de cada día... Mejor la que es leal y oculta. Hace tiempo que escogió, y tiene confianza. Las agencias llanas y discretas por ahora no han fallado. Su puerta se va abriendo, y todo acude puntualmente. ¿Y qué si tiene horas de duda? (Quizá está pagando mucho por lo que vale menos, quizá las demás encuentran por la calle cosas que saben querer, y no lo cuentan cuando están con ella, en sus habitaciones) Que no la envuelvan sombras turbias. Que en todos nosotros, espejos donde se mira cuando sopesa la prueba del acierto con que escogió a los suyos para siempre, reencuentre, siempre nítida, una sola imagen. Mostrémosle, nuestra y asumida, su elección: el alto honor de los suyos.

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EL TÍO Mala hora para ellos. Confituras, naranjas y tostadas y café. Pero sus manos tiemblan sin frío, desnudas burbujas de nivelador, y acusan su incertidumbre. Los padres terquean empeñosos, meditan la polilla que se pega en lo viscoso de su tazón de leche, y olisquean otras membranas de vida amarilla y plana que los enmaraña. Se llevan su asco a la calle y debe haber tardado en disipárseles. A medio día, ciertamente, vuelven los padres, ya con muy otra cara. Son ellos, tal como deben ser. Conocen los principios de los buenos órdenes, domésticos y políticos. Afirman y disponen, dejan dicho. Remueven el cajón de sus más viejas madejas de experiencia, y las cuelgan, para hilvanarlas, en las manos de sus hijos. Las manos se cierran, el frío gana dedos, la sangre toda del mundo circula lenta. Hablan los padres y zumba la espera de que callen. Las imágenes de la mañana como bestias temblorosas en el fondo de las cuevas, permanecen, miserables, en sus ojos vaciados de fe. Y los hijos, muy seguros de lo poco que han visto y de lo mucho que para ellos quieren, no olvidan que a sus padres se les ha abierto, ominosa, la grieta en la pared. Brumosos de desprecio, resbalan por los cristales de la calle inhóspita que fuera un hogar. ¿Dónde está lo seco y cierto? Se voltea un guante, y lo de adentro está afuera. Las cosas creíbles están afuera. Desde algún Ningunaparte escuchan que los llama el Tío. Saben quién es: el Tío malvado, con quien sus padres no se llevan. Lo buscarán, mendigarán que los eduque para una vida donde nunca, por mucho que los despoje la noche, desnudos por la mañana, conozcan la vergüenza. Siempre rondando por terrenos de entendimiento, el Tío no se les rehusa. Cómplice sutil, les sale al paso en los rincones donde se pierden. Deferente con lo que quieren, El los conduce. Años por Ningunaparte, y cuando El también muere, vuelven. No hablemos más del asunto. Cierto día se dan cuenta que la mañana es para ellos la hora mala. Ya crecen sus hijos. Miran a su alrededor, se cuentan, y no se encuentran completos. En Ningunaparte ven a la hermana, tan tranquila que mató a su gato golpeándolo con una piedra

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y durmió tres noches con el gato muerto. ¿Dónde está el hermano mayor, que los atormentaba dándoles a cumplir tareas oscuras? ¿Y aquel que decía que siempre andaban sucios, que apestaban a peste de hombre? No conocen las buhardillas de Ningunaparte, hasta las que subían, en los tiempos del Tío muerto, sus preferidos. Todos los perdidos están allí: están esculpiendo para los hijos nuevos la cara del nuevo Tío.

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LOS INOCENTES Qué malvados que eran. Cómo sufrían. Locos, se vaciaban los ojos con valvas de ostra para no mirar su miedo. Hace tanto tiempo. El dios Osiris era su loto fálico que bebía Nilo oscuro para enderezarse túrgido de lejanías etíopes. Ahora, mira, tú: es un caucho color de sol, pequeña manguera de aeródromo que infla el soplo de las mejillas de los niños: delgados y estridentes, con arena en los pies, las manos azules de cal, corren de un lado a otro de la fiesta como si fuese una plaza limpia de sombras, y llenan de risa al dios. Que estalle. Somos inocentes. No tenemos sed de lodos. Alcanzamos lo seco. Salimos a pasear por tierras claras. Acequias bien enladrilladas, antenas, porcelanas, dientes de acero. La brisa se desliza suave. No la infectan púas con sucia savia de zarzal. Derribamos los árboles follajespesos como embalses llenos de lama. Las trampas de cuerdas para los pájaros que se extienden sobre nuestras cabezas las anudamos nosotros. Recorremos el orden sencillo de ramas y rebrotes, y nos cobijan las sierras de una mantis, religiosa como nosotros, sin orgasmo. No roe, no tritura, ruedas aéreas sueñan, lentas, y los cables zumban de dulce crepúsculo.

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LE GRAND SOIR No soñábamos ya ningún vuelco del año ni confiábamos más en que el otoño final, abierto... Y es hoy. No nos guían las líneas de la piedra y del asfalto. Manos que se desenroscan sobre la yerba como la hoja que acuesta su propio moho. Manos que nos hacían daño. Ahora las herramientas escapan de sus dedos, y caen y se entierran en la ávida bondad del lodo. Las mujeres tiemblan de rodillas: han cargado muchas provisiones menudas por calles que nunca llevan sino a casa, y de pie han vigilado cocidos lentos y febriles como enfermedades de la muerte. Un viento de más allá que cercas y paredes, les trajo de regreso fríos que ya tenían olvidados. Recuerdan haber visto esponjarse la nube baja de ceniza de los olivares, y vuelven con nosotros. Llega todavía un tren, cuando la ciudad no tiene ánimo ya para desmontarlo en piezas, y se duerme como un gusano, flácido y largo. No es necesario ni verlo. Sigamos a los niños. Mientras nosotros permanecíamos pacientes, ellos hurgaban bajo el cuerpo de la bestia. Conocen torrentes, hoyancos, desagües por donde se escurría furtiva la pus. Pasemos por allí. Es un último ahogo, y vaciamos al monstruo. Pasemos todos. Salimos a la noche negra. Mañana chillará el sol. Desde lejos, bárbaros, veremos resecarse su vientre inmundo.

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ZORRA ¿El lugar? Un solar, campamento de frontera: frente al árbol, se exponen vergüenzas de piedras aplanadas, sucias de aceites y refriegue de ropas. ¿Tu gesto? De viejo, atónito, de plantado en un día que se muere. ¿El color del crepúsculo? Rojo apestoso de zorra. ¿Qué harás? Regresarte a donde sabes que te recibirán las casas y las mujeres.

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...pero notó que la teología era un tema del todo inaccesible a Abulcásim. Otros, que también lo advirtieron, instaron a Abulcásim a referir alguna maravilla. Entonces como ahora, el mundo era atroz; los audaces podían recorrerlo, pero también los miserables, los que se allanaban a todo. La memoria de Abulcásim era un espejo de íntimas cobardías. ¿Qué podía referir? Además, le exigían maravillas y la maravilla es acaso incomunicable; la luna de Bengala no es igual a la luna del Yemen, pero se deja describir con las mismas voces. J. L. BORGES, La busca de Averroes

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SINITE PARVULOS VENIRE ¿Que mis versos son indecentes? Bien lo puedes decir tú, Olibrio. Tú te la pasas escribiendo versos pura algazara de pájaros y nubecillas que se disfrazan de inocentes rosas de la lluvia, y no dejas entrar a ellos ningún hombre y ninguna mujer que hayan rodado por este mundo. Tú no peligras. Nunca en tus versos se dirá nada feo. No se encuentra en ellos nadie que te conozca, y hable de ti.

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