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La importancia de la vida religiosa Página 10 La vocación religiosa Página 4 Organizar su vida para santificarse Página 15 No. 1 Enero - Abril 2018 Editorial: “Maestro, ¿dónde moras?” “Venid y ved” Página 2 Galería fotográfica: Nuestra comunidad Página 21

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La importancia de la vida religiosaPágina 10

La vocación religiosaPágina 4

Organizar su vida para santificarsePágina 15

No. 1 Enero - Abril 2018

Editorial: “Maestro, ¿dónde moras?” “Venid y ved”

Página 2

Galería fotográfica:Nuestra comunidadPágina 21

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“Maestro, ¿dónde moras?” ...“Venid y ved”Nuestro inicio

Cada familia religiosa, suscitada por Dios, ocupa un lugar y una misión en el Corazón de la Iglesia para auxiliarla en los momentos críticos de su historia, y en atender las necesidades de las almas.

Todo es gracia de Dios. Estamos muy agradecidas con Nuesto Se-ñor por nuestra vocación Religio-sa, especialmente por el regalo de haber sido partícipes de conocer la vida religiosa en la Tradición. Éra-mos felices con nuestra Vocación y manifestamos nuestro agradeci-miento a la Congregación de Her-manas Franciscanas de la Asun-ción, pero bendito sea Dios que hubo una luz que nos descubrió que había algo mejor y, siguiendo los caminos de la Divina Providen-cia, optamos por ponernos bajo la protección de la Fraternidad San Pío X. Nos fue necesario iniciar con

esta congregación para lograr el fin de dar Gloria a Dios y para ayu-dar a otras almas que desean este mismo espíritu, el cual tiene una formación tradicional. Iniciamos el 30 de noviembre del año 2012 en Guatemala, procurando formar fu-turas religiosas, con la fe y la doc-trina que siempre nuestra Santa Madre Iglesia enseñó.

Nuestra espiritualidad

Nuestro espíritu es Franciscano, de la Tercera Orden Regular. Si-guiendo las huellas de nuestro Pa-dre San Francisco, estamos llama-das a la oración y a la penitencia, siendo el centro de nuestra vida religiosa la Santa Misa, celebrada con el rito tradicional.

Nuestro apostolado

Nuestro apostolado nos hace ser misioneras porque lo que inicia-mos con la oración y con sacrificio, lo tenemos que llevar a la obra. Habiendo tantas necesidades y formas de servir en la Iglesia, he-mos optado por la atención y cui-dado a niños con discapacidad física, por dar ayuda y apoyo a los sacerdotes, por la impartición del catecismo, por la propaganda y defensa de la fe mediante la bue-na prensa, por la organización de

campamentos y por la visita a los enfermos. Cada una de las Herma-nas se une con sus diferentes habi-lidades, a la necesidad que surgen según lo exija el apostolado que se le encomiende, pues aunque sean tan sencillos, son grandes ante los ojos de Dios.

«Maestro, ¿dónde moras?»… Esta fue la pregunta que hicieron a Nuestro Señor los dos discípulo de San Juan Bautista. Y el Evangelio prosigue: «Venid y ved» –les dijo el Salvador–. «Ellos fueron, pues, a ver dónde moraba y se quedaron con Él aquel día». El Divino Maes-tro susurra en el corazón de toda alma estas palabras: «Venid y ved», invitando a compartir su intimidad en la vida consagrada. Pero este llamamiento es personal y deli-cado; siempre es un llamamiento de amor: «Dios es caridad», llama-miento que hay que saber escu-char y al que es necesario saber responder.

Editorial

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La vocación religiosa

La vocación religiosa

Nuestro Señor Jesucristo lla-mó a los apóstoles a una vida de perfección dicien-

do: “Sed perfectos como su padre celestial es perfecto”. La vida con-sagrada asegura la continuidad de la vida de las primeras comunida-des cristianas ya que todas tenían un mismo espíritu y una misma alma.

Al abrir el Evangelio vemos que la vida de nuestro Señor Jesucristo y la de los primeros cristianos, son el primer y más sólido fundamen-to de la vida religiosa. Vemos que la vida religiosa es sencillamente la vida misma del Evangelio, vi-vida según sus más elevadas exi-gencias.

Seguir a Cristo

Consideremos ante todo los personajes que llenan el Evange-lio: San José y la Santísima Virgen abren el camino haciendo el voto de virginidad antes de su matri-

monio. San Juan Bautista se retira al desierto para prepararse pro-longadamente a su predicación en la soledad y en la penitencia. Los apóstoles lo dejan todo: fami-lia, situación, proyectos de futuro, para seguir a Nuestro Señor. Mas ellos no eran la única excepción, pues toda una legión de santas mujeres, «que habían venido de Galilea con Jesús» (Lc. 23, 55) iban siguiendo al Salvador, asiduas en servirle a Él y a sus discípulos, y permaneciendo valerosas al pie de la cruz.

Después de la ascensión, mu-chos de los que tuvieron el pri-vilegio de tratar a Jesús, de oír su predicación y de vivir con Él, sintieron la necesidad de dejarlo todo, cautivados por la bondad y por la divinidad del Salvador: no querían vivir sino para pensar en Él, y para hallarlo en la oración y en el estudio. Empezaron pues, a llevar una verdadera vida con-sagrada. María Magdalena por

ejemplo, pasó treinta años en la cima de la Sainte-Baume en com-pleta soledad. Su hermana Marta fundó una comunidad religiosa en Tarascon. Lázaro, por su parte, fue el primer obispo de Marsella, y Zaqueo acabó sus días en la gru-ta de Rocamadour. Ya los filósofos griegos habían comprendido que la felicidad del hombre consiste en conocer a Dios y unirse con Él. “Encontrar a Dios» es, pues, el ideal de todo ser humano. Pero esta sed de Dios se acrecentó con la encar-nación y la redención: Dios mismo vino a nosotros, nos abrió los teso-ros de su vida y de su luz, derramó en nuestras almas la gracia y la es-peranza sobrenatural, y quiere ha-cernos hijos y amigos suyos.”

El templo de su cuerpo

Para encontrar a Dios, hay que buscarlo donde Él está. Ahora bien, Dios vive y se manifiesta en un lugar santo. Este lugar santo ya no es el templo de Je-rusalén, sino la santa hu-manidad de Cristo. Jesús es el Verbo de Dios, el Eter-no, el Altísi-mo, que asu-mió un alma y un cuerpo humano. «En

Él se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la cien-cia» (Col. 2, 3) y sólo Él está «lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1 14).

Un episodio del Evangelio ma-nifiesta claramente esta verdad. A quienes le pedían cuentas so-bre su conducta, Jesús les lanza un desafío provocador: «Destruid este templo, y yo lo reconstruiré en tres días». La perplejidad de los judíos, que trabajaban desde ha-cía cuarenta y seis años en la cons-trucción de ese edificio suntuoso fue grande. Mas San Juan nos da la clave del enigma: «Pero Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn. 2, 19-21).

El templo único del Nuevo Tes-tamento, el lugar de la presencia de Dios por excelencia, el lugar de la oración y del sacrificio, es la hu-manidad de Cristo. La única solu-ción para encontrar a Dios, es ir a Jesús. Tal es la razón fundamental por la que los amigos más íntimos de Jesús decidieron, después de

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su ascensión al cielo, dejarlo todo paraocuparse únicamente de Él y encontrarlo con toda la libertad del alma.

Ahora bien, ¿dónde encontrar a Jesús? Por supuesto, en su doctri-na y en los sacramentos de su Iglesia; en la oración, litúrgica o privada; pero también en la vida concreta que llevó en la tierra. Y es que Jesús consagró todo lo que tocó. Al pasar por la pobreza, el frío, el hambre, el can-sancio, la soledad del desierto y la virginidad, Nuestro Señor trans-formó estas circunstancias de la vida y las convirtió en templos, en otros tantos lugares de encuentro en que nos espera.

Así, quienes recibieron la gracia de comprenderlo, sintieron el de-seo de abrazar la vida evangélica en toda su extensión, dejándolo todo para encontrar a Jesús: «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, que

cuando un hombre lo encuentra, lo esconde de nuevo, y en

su alegría va, vende todo cuan-to tiene, y compra ese c a m p o » (Mt. 13, 44-46). Ese es

el punto de partida de la vida re-ligiosa.

Por supuesto, no es privilegio exclusivo de los religiosos en-contrar a Jesús, rezarle, imitar su vida, vivir en su intimidad: es la ley y la dicha de toda vida cristiana. A todos nosotros dice Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Mc. 8 34). La vida cristiana es una «sequela Christi», un seguimiento de Cristo. Todos tienen que llevar su cruz y renun-ciarse en algo, y todos pueden vi-vir en su intimidad.

Sin embargo, es perfectamente comprensible que haya quienes, por una gracia particular, aspiren a dejarlo todo para ocuparse úni-camente de Nuestro Señor. Lo que querían los primeros discípulos de Cristo cuando lo dejaban todo para seguir a su divino Maestro, era mantenerse lo más cerca posi-ble de Jesús, para poderlo encon-trar a lo largo del día, permanecer en su estrecha intimidad, y pasar su vida junto a Él. La vida religiosa no es más que la prolongación de la vida de la primitiva comunidad cristiana.

Las bienaventuranzas

¿¿En qué consiste más preci-samente esta vida evangélica? Echemos una rápida ojeada sobre la vida y enseñanza de Nuestro Se-ñor. ¿Cuál fue su vida durante los

treinta y tres años de su vida en la tierra? Una vida de trabajo, de si-lencio y de obediencia, una vida de trabajo, de silencio y de obe-diencia, vida itinerante, de mendi-cidad, de renuncia a toda propie-dad y a todo confort durante sus tres años de vida pública, para en-tregarse enteramente a la oración y a la predicación.

El Evangelio nos lo presenta can-sado en los caminos de Samaria, pasando noches enteras en ora-ción, retirándose a una montaña o a un lugar solitario para entre-tenerse con su Padre, durmiendo bajo el cielo e s t r e l l a d o , leyendo la Escritura en las sinagogas, participando en el culto del templo.

La vida bienhechora del Salvador suscitaba la a d m i r a c i ó n de las masas, pero también el sacrificio de sí por la salvación de las almas. ¿Es de extrañar que hubiera desde el comienzo gente que tomara a la letra la invitación de Cristo: «Sígueme»?

La enseñanza del Salvador venía a confirmar y esclarecer su con-ducta diaria. Reléase el espléndi-do programa de vida cristiana que

Nuestro Señor entregó a sus discí-pulos en el Sermón de la Monta-ña:• Bienaventurados los pobres

de espíritu…• Bienaventurados los man-

sos… • Bienaventurados los que llo-

ran… • Bienaventurados los que tie-

nen hambre y sed de justi-cia…

• Bienaventurados los miseri-cordiosos…

• Bienaventurados los limpios de corazón…

• Bienaven-turados los pacíficos…• Bienaven-turados los que sufren persecución por causa de la justicia…

Cada una de estas bien-aventuranzas nos prome-te, ya desde

esta vida, una gran dicha («verán a Dios, serán llamados hijos de Dios»…) pero al precio de una re-nuncia, de una obra muy costosa. Estas bienaventuranzas no son un consuelo fácil para almas pere-zosas, sino el fruto de una inten-sa actividad sobrenatural bajo la moción de los dones del Espíritu

La vocación religiosa La vocación religiosa

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Santo, que reclama necesariamen-te una vida mortificada. Son un esfuerzo arduo, pero regiamente recompensado, como la cumbre que se deja hallar de quienes lo buscan. Muy comprensible es, que muchos cristianos, para no correr el riesgo de perder semejante te-soro, hayan consagrado toda su energía y todo su tiempo en partir a su conquista. Una vida según las bienaventuranzas: eso es la vida evangélica, ese es el ideal de la vida religiosa.

Así pues, el fundamento de la vida religiosa se encuentra en la vida concreta y en la enseñanza de Nuestro Señor. San Benito resu-me el prólogo de su Regla por las famosas palabras: «Per ducatum Evangelii, pergamus itinera eius: bajo la conducta del Evangelio,

recorramos los ca-minos de Cristo». El gran legislador mo-nástico no pretende más que una cosa: seguir a Jesús en la vida evangélica. Ésta es la ley de toda vida religiosa.

Una hermosa voca-ción

Un ejemplo de San Antonio ermitaño (251- 356) acabará de ilustrar esta verdad. El modo y desenlace de su vocación con-

firman que el secreto de la vida religiosa reside en la vida según el Evangelio. A los dieciocho años –cuenta San Atanasio–, Antonio perdió a sus padres y se quedó solo con una hermana más joven. Antonio asumió el cuidado de ella y de la casa, pero pronto empezó a pensar en consagrarse por entero al servicio de Dios.

Cierto día iba a la iglesia pensa-do en el camino de qué manera los apóstoles lo habían dejado todo para seguir a Jesús, y cómo varios otros, como se lee en los Hechos, vendían sus bienes y ponían el precio de su venta a los pies de los apóstoles para que los distribuye-ran según la necesidad de cada cual. Lleno de estos pensamien-tos, entró en la iglesia cuando se

leía el Evangelio en que Nuestro Señor decía al rico del Evangelio: «Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y dáselo a los pobres, y luego ven y sígueme». Antonio se aplicó el consejo del Divino Maestro como si tales pa-labras hubieran sido dichas para él, y volviendo a su casa, distribu-yó una porción de sus tierras en-tre los vecinos pobres, vendió las demás y distribuyó el producto entre los pobres, reservándose tan sólo una exigua cantidad para el mantenimiento de su hermana y el suyo.

A los pocos días volvió a la igle-sia, y oyendo leer nuevamente el Evangelio, hicieron mella en sus oí-dos estas palabras: «No os inquie-téis por el día de mañana». Obser-vando que con haberse reservado una partecita de sus riquezas no había cumplido del todo el con-sejo de Nuestro Señor distribuyó a los pobres ese resto de su pasada fortuna, encomendó su hermana a una comunidad de santas vírge-nes, y resolvió renunciar él mismo al mundo. Las diferentes etapas de este acontecimiento ponen bien de relieve los diversos elementos de la vocación religiosa:

Antonio es un buen cristiano, a la vez que un hombre maduro y responsable, que a sus dieciocho años asume la responsabilidad de su joven hermana y de su patrimo-nio. No es ni un atolondrado ni un chiflado.

Bajo la moción de la gracia de Dios, reflexiona. Y ¿en qué piensa? En los apóstoles, en la primitiva Iglesia, en quienes se desprendie-ron de todo por seguir a Jesús; en la sencillez, alegría y espíritu de fe que constituyen el encanto tan peculiar del Evangelio.

Luego oye el Evangelio. La gra-cia de Dios lo toca: Jesús es quien me habla, y me invita a seguirlo de cerca.

Finalmente, Antonio pasa a la acción sin vacilar. Vende todo lo que tiene, confía su hermana a los suyos y parte a la búsqueda de Dios en pos de Jesús.

Todo es simple en esta vocación. Simple como la vida evangélica y como la vida religiosa.como la vida religiosa.

La vocación religiosa La vocación religiosa

San Atanasio

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La importancia de la vida religiosaPor el Padre Lorenzo NovakSuperior de la Casa Autónoma de América Central y el Caribe

Nuestro Señor Jesucristo lla-mó a los apóstoles a una vida de perfección dicien-

do: “Sed perfectos como su padre celestial es perfecto” (Mt 5:48). La vida consagrada asegura la continuidad de la vida de las pri-meras comunidades cristianas cuyos miembros tenían todos, un mismo espíritu y una sola alma. La vida religiosa es de suma impor-tancia para la Iglesia católica. En la Historia vemos que los religio-sos y religiosas tuvieron un papel de suma importancia en la vida cristiana. Un amigo sacerdote me decía que a pesar de 14 siglos de dominación musulmana, donde había monjes y monjas hoy toda-vía hay cristianos: en Egipto, Siria y Mesopotamia.

Otro buen ejemplo de la impor-tancia de la vida religiosa son las apariciones de la Virgen del Buen Suceso, hace más de cuatro siglos, a la Madre Mariana de Jesús en

Ecuador; varias veces le dijo enfá-ticamente que la causa de la infi-delidad de los hombres es la falta de sacrificio y entrega de las her-manas religiosas. También profeti-zó que a finales de los siglos 19 y 20 habría mucha apostasía e indi-ferencia religiosa: padres y madres de familia no casados, niños no bautizados y en fin, una escasez muy grande de vocaciones. Todo eso por falta de generosidad en las religiosas.

¿Por qué la vida religiosa tiene tanta importancia?

Porque la vida religiosa es testi-monio de fe y virtudes cristianas.

Es testimonio para el pueblo cristiano, es una defensa de la fe; es también un medio importante para santificar las almas consagra-das y facilitar la conversión de los pecadores y proteger a los justos.

Es medio para atraer las bendi-

ciones y protección de Dios sobre los pueblos y lugares donde estas almas rezan, hacen penitencia y sacrificios para pedir misericordia a Dios. Las oraciones y penitencias de las almas consagradas hacen contrapeso a las maldades y peca-dos que se cometen cada día por millares.

Favorecer la vida religiosa y apo-yar las vocaciones es de suma im-portancia para la salvación de las almas y naciones. En los siglos se-ñaladamente católicos, fundar un convento era un gran honor para los fieles católicos.

La vida religiosa con su hábito bendito es testimonio, bandera y baluarte de la Fe católica. Por esta razón los anticatólicos prohíben o menosprecian el hábito santo.

Que Dios nos ayude para hacer un día un bonito convento, con su iglesia al lado, para las hermanas

Franciscanas de los Corazones de Jesús y María. Las hermanas necesitan un espa-cio adecuado para desarrollar su apos-tolado y recibir más

vocaciones.Agradezco de todo corazón a

todas las personas que apoyaron y apoyan a las hermanas en su proyecto de la compra del terre-no y construcción del convento y del asilo de niños discapacitados. Apoyar a las religiosas es apoyar la Fe católica y salvación de las al-mas.

En la fiesta de la Inmaculada Concepción,

Padre Lorenzo Novak

“Apoyar a las religiosas es apoyar la Fe católica y salvación de las almas “

La importancia de la vida religiosa

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La importancia de un plan de vidaPor el Padre Michel Boniface

Todo hombre que tiene una ambición para triunfar en la vida, debe tener un plan, una

estrategia, una voluntad férrea para vencer los obstáculos y tener éxito. Los hombres del mundo en sus negocios están decididos a poner los medios para llegar al fin: tener éxito, ganar dinero, mejorar su nivel de vida. Los santos tam-bién fueron excelentes estrategas en la vida espiritual; excelentes ne-gociantes en el asunto de su salva-ción. Trabajaron de tal modo que llegaron al triunfo celestial.

En este artículo veremos lo que nos dicen estos triunfadores acer-ca de la táctica que utilizaron para vencer y los medios que pusieron en acción. San Antonio María Cla-ret será nuestro guía; nos hablará de la necesidad e importancia de tener propósitos y un plan de vida, y también del peligro de no tener-los.

Necesidad de un plan de vida

San Antonio María Claret da a los propósitos y planes de vida la importancia que merecen en la vida espiritual, como medios ex-

ternos que ayuden a conseguir la perfección cristiana. En la lectura de los escritos del Santo, lo prime-ro que se advierte es una extraña tenacidad en atenerse a un plan de vida previamente trazado. Era el santo, en este punto, verdadera-mente exigente consigo mismo y con los demás.

El santo decía: “Tales serán los adelantos de nuestra vida espiritual según las resoluciones que haga-mos y como las hagamos; por eso Jesucristo dice: si quieres entrar en la vida ... Si quieres ser perfecto ... Dios es infinito; desea comunicarse, y lo hace según la disposición o resolu-ción del alma”.

En efecto, sin plan, sin propósi-tos, sin horario, el hombre no ten-drá orden, ni paz en la vida, ni en el alma; sino desorden, retrasos, mentiras para salir del paso; pér-dida de la confianza de los demás, hasta la pérdida de su trabajo. Y ¿qué habrá en el alma del desor-denado? sufrimiento, desorden, enojo interior y exterior, pobreza,

ignorancia, debilidad de carácter, muchos defectos y a veces vicios y fracasos. Tener orden, plan de vida, organización en su familia y traba-jo no es algo facultativo, esto tiene muchas consecuencias actuales y eternas.

Plan de vida y santificación

Hay otra consecuencia mucho más grave, nos dice San Antonio María Claret.

La falta de plan de vida y de pro-pósitos no solamente nos hace su-frir e impide nuestra santificación, sino también puede perdernos eternamente: “Una de las causas principales por la que caen tantas almas al infierno, es el vivir al acaso, o, por decirlo mejor, a oscu-ras, sin un sistema de arreglo que di-rija, anime y rectifique sus acciones; pues, viviendo de este modo, todo cuanto se hace, menos proviene de la gracia o de principio alguno de virtud que del impulso de la natu-raleza corrompida o de una mera inclinación de genio. Por esto, los santos, y en especial San Gregorio Nacianceno, creen tan importante y necesario un reglamento de vida que dice ser el fundamento y la base de las buenas o malas costumbres y, por consiguiente, la causa de la salvación o condenación eterna. Los mismos santos, que, por tener a raya las pasiones y ser ilustrados con luz especial de Dios, estaban menos ex-puestos que nosotros a las astucias

y engaños del amor propio y a los lazos del mundo, demonio y carne, creyeron necesario por sí este regla-mento de vida, y han cuidado con suma solicitud arreglárselo cada cual según las inspiraciones de Dios y el parecer de sus confesores”.

San Ignacio de Loyola, por ejem-plo, con su examen del defecto principal logró mucho y ayudó a miles de personas a mejorar y li-bertarse de sus vicios. Convencido de la importancia del plan de vida y de los propósitos, San Antonio María Claret los inculca a toda clase de perso-nas. En todos sus libros y opúscu-los, dedicados a estimular en las almas la per-fección, ofrece un plan de vida. También distri-buye estos pla-nes en forma de hojas sueltas.

El plan ideal

El plan ideal debía ser fruto de la oración y del consejo y aproba-ción del director espiritual. Debía abarcar el cuadro y horario de las ocupaciones, la materia del exa-men particular (es decir el examen sobre el defecto principal que es fuente de todos los demás defec-tos) algunas máximas que fueran

La importancia de un plan de vida

San Antonio María Claret

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como las ideas-fuerzas y las pe-nitencias o sanciones oportunas para que el plan fuera eficaz.

Tener un plan escrito y leerlo

“Pero ni aun esto sería bastante, añadía el Santo, si no se escribiese y no se leyese después con frecuen-cia. La memoria es débil; el infernal enemigo procura hacernos olvidar todo lo bueno... Aquellos propósitos escritos y con frecuencia traídos a la memoria, nos sirven de un desper-tador, de una voz de Dios, que en la circunstancia, en la necesidad, en el peligro de alguna caída, en la oca-sión de obrar el bien, nos avisan, nos alientan, nos incitan, dándonos una fuerza admirable para resistir a las tentaciones y mantenernos fieles a nuestro Dios y Señor.”

Estas exhortaciones nacían no sólo del convencimiento especu-lativo, sino también de una expe-riencia vivida. Por ejemplo, el plan que publica para los sacerdotes no es más que una copia del suyo, fuera de algunos puntos de perfec-ción que no convenían a todos.

Por las cartas de dirección espi-ritual se ve que recomendaba un plan de vida especialmente a las personas que por temperamento estaban más expuestas a los vai-venes de las impresiones. También recomendaba la penitencia como sanción de las faltas. Pero era, por lo demás muy comprensivo.

Después de trazar una Regla de vida para los seglares, añade

otra regla de vida para los que no la tienen y no les es fácil tenerla. A estas personas, en vez de señalar-les un horario, les enseña el modo de santificar las diversas horas del día con el recuerdo de las horas de la pasión del Señor y santificar las ocupaciones ordinarias con la pre-sencia de Dios, rectitud de inten-ción y conformidad a la voluntad de Dios.

San Pablo nos dice: “Los que son de Jesucristo han crucificado la car-ne con sus pasiones y concupiscen-cias” (Gálatas, 5, 24). “Si con el espí-ritu mortificáis las obras de la carne, viviréis” (Romanos 7, 13). Tener un plan de vida y en la medida de lo posible tener un horario nos ayuda para no seguir nuestros caprichos, sino sacar provecho de cada hora y hacer cada cosa en su tiempo; y santificar cada momento pues-to que lo que se hace se cumple por espíritu de penitencia y ofre-cimiento a Dios y el que sigue los mandamientos, “por cuya obser-vancia el hombre halla la vida”, sale ganador en todo en la tierra y en el cielo (Ezequiel, 20, 8).

Dios nos permita a todos en este nuevo año mejorar en este asunto para la mayor gloria de Dios y el mejor provecho material y espiri-tual de nuestras familias. “En las cosas difíciles y de grande impor-tancia, haber intentado el éxito y comenzado el ataque es ya mu-cho” nos advierte San Francisco de Sales.

La importancia de un plan de vida

Organizar su vida para santificarsePadres Ernesto Rizzi y Michel Boniface

Cuestión importantísima, ca-pital para todo buen cristia-no, es el proponer y guardar

un buen plan de vida, destinando tiempo fijo para todas las principa-les acciones de la vida. Este podrá ser, a no dudarlo, el fruto principal que con el favor divino, debiera sacarse de un profundo examen de conciencia que cada católico debería hacer sobre el uso que hizo del tiempo el año pasado. Para ello consideraremos: lo que un buen cristiano tiene que prac-ticar en todo tiempo; lo que debe practicar en las diferentes épocas del año.

Lo que debemos practicar en todo tiempo

1) Procurar ser buenos cristianos, imitando siempre a Nuestro Señor Jesucristo, modelo perfectísimo de todas las virtudes. Para imitar a Nuestro Señor y conocer sus virtudes sería excelente leer cada día un capítulo del Nuevo Testa-

mento y además del Evangelio leer una bibliografía completa de Nuestro Señor. Cristiano quiere decir, hombre que tiene la fe de Jesucristo y profesa su santa doc-trina. Debe pues concordar la vida del cristiano con el divino mode-lo; no sea que confesando a Cristo de palabra, se le deshonre con las obras. Grande crimen es, dice San Ambrosio, llamarse uno cristiano y no vivir como tal. Todos sabemos que un católico es un cristiano que pertenece a la Iglesia Univer-sal que Cristo mismo fundó sobre San Pedro cuando dijo: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” y no mis iglesias (Mateo 16, 18). Los que hoy indebidamen-te se dicen cristianos son protes-tantes, herejes que falsifican la Bi-blia para su desgracia. El cristiano verdadero tiene fe acompañada de obras. Hay que procurar confe-sar a Cristo con obras de virtud y santidad porque “la fe sin las obras está muerta” dice el Apóstol San-tiago (2, 26).

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2) Ser hijos cariñosos de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Ro-mana. Ella es Maestra de verdad porque ha sido establecida por Cristo para guiar a sus hijos por el camino del bien; defenderlos de los errores; alimentarlos con la recta doctrina y sacramentos; lue-go hay que conocer su doctrina, escucharla y obedecerla en todo cuando sus jefes guían nuestras almas en el camino de la salva-ción. Por consiguiente debemos:

3) Venerar al Sumo pontífice que es el jefe visible de la Iglesia;

4) Respetar a los obispos que son los inmediatos superiores del pueblo cristiano; por su medio el Sumo Pontífice nos deja oír su voz y nos manifiesta la voluntad de Dios; a ellos hemos de escuchar con docilidad y sumisión.

5) Tener cariño y veneración al propio párroco de quien tantos beneficios se reciben y que para los fieles es el más inmediato re-presentante de Cristo que guía a las almas por el camino del cielo. Él es el que pueda merecer todo nuestro cariño y el más profundo respeto. De ahí provendrá:

a) El que tomemos parte en to-das las actividades materiales de la Parroquia o capilla. Es deber de los fieles ayudar con su óbolo al sostenimiento del culto y de los

Ministros de Dios, y trabajar para el embellecimiento de la Iglesia y desarrollo de todas las obras que de la misma dependen.

b) El que tomemos parte en los apostolados. No basta tomar par-te en las actividades materiales; todavía es mayor el deber que tenemos de ser miembros activos de las organizaciones espirituales que son los apostolados. Nunca seremos buenos feligreses, ni viva-rá nuestra alma la verdadera vida de Jesucristo, si no entramos de lleno a participar de los frutos de una intensa vida parroquial.

6) Tener y fomentar gran devoción al corazón de Jesús y a la Virgen Santísima. Estas deben ser las de-vociones de preferencia; se podrán tener otras devociones, según el gusto de cada uno, pero estas tie-nen que ser las principales; el que tenga otras devociones y le falten las de Jesús y María, poco o nada alcanzará en la vida espiritual.

7) Poseer una sólida piedad. Un verdadero cristiano debe ser hom-bre o mujer de oración; nunca nadie será buen cristiano, si no es hombre de oración. La oración juega un papel muy importante en la vida del cristiano. Basta para ello recordar lo mucho que Nues-tro Señor insistió sobre este pun-to: Orad siempre…; orad sin ce-sar…; pedid y recibiréis…; llamad

y se os abrirá…

8) Odiar sobre todo mal el pecado mortal. Es éste una ofensa a Dios; luego debe ser aborrecido igual que la muerte. Después del peca-do mortal, hay que evitar el peca-do venial por ser ofensa también a Dios y una enfermedad espiritual, por los graves males que causa al alma y porque nos puede llevar muy fácilmente al mortal.

9) Huir de las ocasiones de peca-do. No es posible evitar el pecado, si no nos alejamos de las ocasio-nes. Hay que evitar a toda costa:

a) Las malas lecturas, películas e Internet que son fuente de graví-simas tentaciones;

b) Las malas compañías que cau-san tantos estragos en el alma;

c) Las diversiones peligrosas como lo son el teatro moderno, el cine, la televisión y el Internet, que son escuelas de prostitución; un cris-tiano nunca pone los pies en esos lugares de perdición como las discotecas, bares, bailes y todo lo que puede ponerlo en peligro de muerte espiritual y ruina material y familiar.

Lo que todo buen cristiano tiene que practicar cada día

1) Tener hora destinada para cada

una de las ocupaciones, ya sean de religión, como domésticas. Lo pri-mero que hay que fijar es la hora de acostarse y levantarse, cuyo abuso hace perder gran parte del día y con esto nunca hay tiempo para nada. Gran desorden en la so-ciedad y causa de graves inconve-nientes es hacer del día noche y de la noche día, trastornando el plan trazado por la Divina Providencia: la noche es para el descanso; el día para el trabajo.

2) No omitir nunca las orac iones de la ma-ñana y de la noche. Todo buen c r i s t i a n o c o m i e n z a la jornada con la señal de la Santa Cruz y se encomienda a Dios N. S. para que lo cuide y acompañe en todas sus obras. Lo mismo no omite por la noche dar a Dios gracias por los beneficios recibidos.

3) Si las ocupaciones lo permiten, oír Misa conforme a los deseos de Jesucristo y de la Santa Madre Iglesia. Y como para comulgar no se requiere mucho mayor tiempo, el que tiene oportunidad de asistir

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cada mañana al Santo Sacrificio, puede muy bien y con gran pro-vecho de su alma, recibir a Jesús en la Sagrada Comunión.

4) Elevar el corazón a Dios du-rante las ocupaciones del día. No hay que olvidarse de Dios, sobre todo, porque necesitamos de él en todas nuestras acciones. ¡Di-chosa aquella obra que se halla encerrada entre dos Ave Marías o cualquiera otra invocación!, como por ejemplo: Dios mío ayúdame, sálvame; viva Jesús; viva María.

5) Rezar un Padre Nuestro antes y después de los alimentos. Es ésta una práctica muy usada entre los buenos católicos. Nuestro Señor nunca se levantaba de la mesa sin dar gracias a su Eterno Padre, como lo podemos ver en la Última Cena. (Ver Manual del Ejercitante pág. 94).

6) No es posible omitir el rezo del Santo rosario. Esta debiera ser la devoción de todo buen cristia-no; es además la devoción que conserva en la familia la fe, la ino-cencia y la moral cristiana. Esto se entiende sobre todo del Rosario rezado en común, en familia.

7) Practicar el examen de con-ciencia cada noche; de este modo puede el alma darse cuenta de si ha aprovechado en el servicio de Dios o ha habido algún descuido.

Por falta de examen se olvidan muy pronto los santos propósitos, comienzan las faltas, las caídas, el retroceso en el camino del bien y cuando llegue a darse cuenta, tal vez se encuentre ya muy lejos de Dios N. S. El examen de concien-cia bien practicado cada noche es fuente de gran pureza de alma y de perfección cristiana.8) Tener gran pureza de intención en nuestras obras. La intención es como la sal que sazona los alimen-tos. Ella es la que en la mayoría de los casos hace que nuestras obras sean buenas o malas. Con pureza de intención podemos adquirir grandes méritos y dar mucha glo-ria a Dios N. S.

Lo que todo buen cristiano tiene que practicar cada semana

1) Recibir los Santos Sacramentos. Siendo los Sacramentos fuentes de gracia, de santificación y pro-

tección, es de sumo provecho acercarse a ellos cada semana, a no ser que ya se tenga la cos-tumbre de comulgar cada día.

2) Buscar un director espiritual que guíe al alma por el camino de la perfección. Siguiendo el propio juicio, se cometen fá-cilmente grandes y frecuentes disparates; además, a Dios le agrada mucho que escuche-mos la voz de sus Ministros y los honremos con nuestra

docilidad y sumisión cristiana. En esto hay que procurar escoger una persona experimentada, sabia, prudente y caritativa que no bus-que otra cosa que nuestro aprove-chamiento espiritual.

3) Santificar el día de fiesta con otras obras religiosas, como sería un rato de lectura espiritual en los libros de los santos, en el catecis-mo que es la crema de la doctrina bíblica; la asistencia a la doctrina, y cumpliendo con otras devociones de nuestro agrado.

Lo que todo buen cristiano tiene que practicar cada mes

El primer domingo de cada mes hacer un día de retiro o repaso de nuestras obras y leer nuestros propósitos para darnos cuenta si hemos adelantado o retrocedido en el camino del Señor. Es esta práctica de sumo provecho para

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no perder el tiempo y para que no se introduzcan en nuestras almas la tibieza, abusos y faltas de con-sideración.

Lo que todo buen cristiano tiene que practicar cada año

1) Emplear santamente el día del propio Santo, no a la manera de los mundanos, con fiestas profa-nas y diversiones peligrosas; sino con actos de piedad y sobre todo con una buena y fervorosa Comu-nión.

2) Formar la resolución de hacer cada año los Santos Ejercicios, si es posible que sean de encierro, o si no, asistiendo a los que se prac-tican en la Parroquia durante el santo tiempo de la cuaresma.

En conclusión, queridos herma-nos, os acabo de bosquejar el Reglamento de vida que saqué casi en su totalidad del libro Arte y Santidad del R. P. Ernesto Rizzi, jesuita. En él se halla el camino de la virtud y de la perfección; de la santidad y del cielo.

Andad por él, sin declinar ni a de-recha ni a izquierda, y entonces llegaréis con toda seguridad a la gloriosa patria de los Bienaventu-rados, como os lo deseo de todo corazón.

Amén.

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La comunidad en 2018

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Con las Madres Mínimas, 2013

“Ora et labora” (Ora y trabaja)

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Si tienes tristeza, ¡alégrate!La Navidad es gozo.

Si tienes enemigos, ¡reconcíliate!La Navidad es paz.

Si tienes amigos, ¡búscalos!La Navidad es encuentro.

Si tienes pobres a tu lado, ¡ayúdalos!La Navidad es dar.

Si tienes orgullosa soberbia, ¡sepúltala!La Navidad es humildad.Si tienes deudas, ¡págalas!

La Navidad es justiciaSi tienes maldad y pecado, ¡arrepiéntete y

cambia!La Navidad es conversión y gracia.

Si tienes tinieblas, ¡Enciende tu farol!La Navidad es luz.

Si tienes resentimientos, ¡olvídalos! La Navidad es perdón.

¡La Navidad es amor y el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en nuestros cora-

zones!

Las Hermanas franciscanas le desean a Usted y a su estimada familia santa fiesta de Navidad y santo año 2018 de la Encarna-

ción.

Le aseguran de sus oraciones y sacrificios. Y ellas cuentan con

las suyas.

Galería: Nuestra comunidad

Las hermanas y sus familias

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Para cualquier información comunicarse a:

Dirección: 7 calle 11-09 sector A-10 Manzana P, Lote 20 zona 8. San Cristobal Mixco, Guatemala.

Teléfono: (00502) 24781167

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La comunidad en enero 2018