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Gallego Garcia Laura - Finis Mundi

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libro de Laura Gallego

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Gallego Garca, Laura - Finis Mundi [R1]

Finis Mundi

**Laura Gallego Garca**PREMIO DEL BARCO DE VAPOR

Direccin editorial: Mara Jess Gil Iglesias

Coleccin dirigida por Marinella Terzi

Imagen de cubierta: Pablo TorrecillaDiseo de la coleccin: Alfonso Ruano

Laura Gallego Garca, 1999 Ediciones SM, 1999

Joaqun Turina, 39 - 28044 Madrid

Comercializa CESMA, SA - Aguacate, 43 - 28044 Madrid

ISBN: 84-348-6619-6Depsito legal: M-12728-1999

Preimpresin: Grafilia, SL

Impreso en Espaa / Printed in SpainImprenta SM - Joaqun Turina, 39 - 28044 Madrid

Esto es una copia de seguridad de mi libro original en papel, para mi uso personal. Si ha llegado a tus manos, es en calidad de prstamo, de amigo a amigo, y debers destruirlo una vez lo hayas ledo, no pudiendo hacer, en ningn caso, difusin ni uso comercial del mismo.

Edicin digital: Adrastea, Abril 2008

Para mi familia, por haberme apoyado siempre.Para Gloria, por creer en m.Para mis amigos: el GALBA,

los miembros de la revista Nyadey el resto de compaeros de filologa.Tambin, especialmente, para Nuria,

Stela, Arancha, Juanma y David. Porque,

De una forma u otra, siempre habis estado ah.

Gracias a todos por haber hecho posible Finis Mundi.(((Libro I: El Eje del PresenteAo 997 d.C.

Mundus senescit

Acoro con los salvajes gritos de los atacantes, las llamas que envolvan la abada crepitaban ferozmente y se alzaban hacia un cielo sin luna, iluminando el bosque cercano. El techo del establo se derrumb con estrpito, al igual que la bveda de la iglesia recin saqueada. Las oscuras sombras que rodeaban el monasterio aullaron de nuevo y, unas a pie y otras a caballo, se alejaron hacia el pueblo que dorma aguardando la llegada del alba.

Oculta por la sombra de los frondosos rboles, una figura corra por el bosque, jadeante, tropezando, buscando un refugio. Dio un traspi y cay sobre la hmeda hierba. Rod hasta un espeso matorral y se ocult all, sollozando. Slo cuando las voces se apagaron se atrevi, prudentemente escondido y sin asomarse demasiado, a volver la vista atrs para contemplar los restos de lo que haba sido su hogar en los ltimos aos. Temblando, vio cmo el fuego se consuma lentamente.

Sinti que lo atenazaba el desaliento; pero, a pesar de su juventud, a pesar de su fragilidad, a pesar de su miedo, no dej ni por un momento de estrechar contra su pecho un preciado cdice que haba logrado rescatar de las llamas.

En su mente segua resonando una terrible frase: mundi termini appropinquante... Sus labios formaron las palabras de una plegaria, pero su garganta no emiti ningn sonido.

Mundi termini appropinquante...

En la plaza se haba formado un pequeo grupo de gente que iba aumentando lentamente, atrado por una slida y potente voz que recitaba un largo cantar. Sentado en los escalones de piedra de la iglesia, perdido en sus pensamientos, un jovencsimo monje pareca ser el nico en no sentir inters por la historia que se relataba un poco ms all. Su hbito negro indicaba que perteneca a uno de los muchos monasterios que la orden de Cluny tena sembrados por Normanda y Francia.

Una muchacha que pasaba se le qued mirando y, compadecida, se detuvo junto a l.

Qu te sucede, hermano? pregunt. Pareces preocupado.

El chico alz la mirada y sonri. Estaba plido, y sus ropas no lograban disimular su extrema delgadez.

Has odo hablar del monasterio de Saint Paul? le pregunt a la aldeana.

Ella lade la cabeza, tratando de pensar.

El que est junto a las montaas, cerca del bosque?

Estaba, querrs decir. La semana pasada sufrimos un ataque. No dejaron piedra sobre piedra.

En el rostro de la joven se form un rictus de rabia e indignacin.

Hngaros dijo. Ms bien escupi la palabra. No saba que haban llegado tan lejos. Nada detiene a esos salvajes.

El monje guard silencio. La muchacha lo mir fijamente.

Te has quedado sin hogar? No te preocupes. El abad de Saint Patrice te acoger. Es eso lo que te trae por aqu?

El monje neg con la cabeza y sonri con cierta condescendencia.

No; voy muy lejos. Busco un lugar llamado la Ciudad Dorada.

La muchacha se encogi de hombros.

Nunca la he odo nombrar.

El monje no pareci sorprendido. No haba esperado ni por un momento que ella lo conociera.

T debes de haber ledo muchsimos libros aadi la aldeana, que seguramente no saba leer. No sabes dnde est?

El muchacho desvi la mirada.

No creo que sea algo que est escrito en los libros dijo.

Entonces pregntale a l replic la chica, sealando con el mentn al grupo del fondo de la plaza. Es un juglar muy famoso. Ha viajado por todo el mundo, y conoce muchsimas historias le brillaban los ojos de admiracin. Si se trata de una leyenda, seguro que la sabe.

El monje no respondi. Para una muchacha humilde como ella, un juglar deba de ser todo un hroe. l, por su parte, abrigaba bastantes dudas acerca de los conocimientos de un simple narrador de cuentos ambulante. Pero no dijo nada, ni siquiera cuando la chica se despidi desendole suerte. Se limit a dedicarle una sonrisa.

Se qued inmvil un rato, mientras la voz del juglar, relatando las hazaas de algn hroe carolingio, segua resonando por la plaza.

La norma de su orden le adverta de los peligros de relacionarse con gente de aquella clase. Los juglares no solan ser tipos de fiar; contaban historias y recitaban poemas, pero tambin divulgaban canciones obscenas, estafaban y robaban si tenan ocasin. Eran, adems, vagabundos, individuos errantes de dudosa moralidad.

Torci el gesto. Poda ser muy famoso, poda actuar en las cortes de los prncipes y tener a las muchachas encandiladas; pero segua siendo un juglar.

Por otro lado, el secreto que l se haba llevado consigo en su huida del monasterio era una carga demasiado pesada como para portarla solo. Y cualquier abad le dira lo que le haba dicho su superior unas semanas atrs: Olvdate de esas tonteras, jovencito. Ofenden a Dios.

Lo nico que poda hacer era continuar l solo. Sin embargo, el mundo era grande, y no saba por dnde empezar. Quiz debera encontrar a un caballero que lo escoltara; pero todos los caballeros tenan cosas mejores que hacer.

Oy vtores y aplausos: el juglar haba terminado su actuacin, y agradeca los donativos que recoga un enorme perrazo que se paseaba entre el pblico con un platillo en la boca. El muchacho pudo vislumbrar al recitador entre la gente, porque era muy alto. Se trataba de un hombre joven, de rasgos afilados y mirada sagaz. Los cabellos castaos le enmarcaban el rostro, y le caan sobre los hombros formando ondas. No pareca haberse afeitado en varios das.

El monje se sorprendi a s mismo considerando muy seriamente la sugerencia de la aldeana. Despus de meditarlo unos instantes, se encogi de hombros. Bueno, se dijo. Este hombre est acostumbrado a contar historias extraordinarias. Una ms no le sorprender.

Se levant, resuelto a acercarse y preguntarle por la Ciudad Dorada. Se aproxim al juglar mientras ste recoga sus cosas, llamaba al perro con un silbido y se cargaba su instrumento a la espalda.

Tres chicas le salieron al paso al narrador de historias, reprimiendo risitas y dndose codazos disimulados, en busca de una mirada, una sonrisa, un gesto amable de aquel hombre que saba tantas cosas. Pero el juglar las despidi con una frase seca, y ellas se alejaron decepcionadas.

El monje lo observ con curiosidad. El hombre de las historias posea una extraa calma y dignidad que lo hacan completamente diferente a otros juglares que entretenan a su pblico haciendo payasadas. Lo vio acariciar a su perro con una expresin seria y pensativa, y, seguidamente, alzar la mirada hacia l. Los ojos del juglar se clavaron en el monje y lo estudiaron de la cabeza a los pies. El muchacho se sinti molesto, y enrojeci intensamente.

Qu miras? protest.

A ti replic el otro sin alterarse. Hace rato que me ests observando. Te parece mal que acte tan cerca de la iglesia? Eres demasiado joven para meterte en esas cosas. Adems, tengo permiso del prroco.

El monje enrojeci an ms.

No se trata de eso dijo. Me gustara preguntarte algo. Dicen que has visitado muchos lugares y conoces gran cantidad de historias.

El hombre le dirigi una mirada inquisitiva.

Tengo cierta prisa, amigo. Pretendo llegar a Louviers antes del anochecer, as que no pienso recitarte un cantar entero. Ya he terminado mi trabajo aqu.

Ser breve. Sabes dnde est la Ciudad Dorada?

El juglar lo observ con curiosidad.

Hay muchas ciudades doradas en muchas historias. Conozco varios sitios que podran llamarse as.

El chico pareci desanimarse.

Entiendo dijo. Gracias, de todas formas.

Se volvi para marcharse, pero el juglar se sinti intrigado.

Para qu quieres saberlo? le pregunt. Y por qu me preguntas a m? Seguramente el abad de tu monasterio podr informarte mejor que yo.

El monje dio media vuelta y lo mir con fijeza.

Est muerto dijo. Todos estn muertos.

El narrador de historias comprendi.

Vienes de Saint Paul. He odo hablar de lo que pas all. No saba que hubiera habido supervivientes.

El chico le dirigi una mirada inexpresiva.

Pero debes seguir adelante prosigui el juglar. Todos pasamos por un mal trago. Todos tenemos que madurar algn da. T no eres especial por eso.

El monje se qued boquiabierto. Iba a replicar algo, pero el otro continu:

Yo era un chiquillo mucho ms joven que t cuando el seor feudal de mi tierra arras mi aldea y mat a mi familia. Deba de tener cinco o seis aos, pero aquel da la infancia se acab para m hablaba con voz fra y desapasionada, como si ya nada pudiera herirle, como si hubiera perdido la capacidad de sentirse impresionado. Tuve que echarme a los caminos y a veces pas hambre y fro, y corr peligro; pero no me fue tan mal. En cambio t, muchacho, encontrars refugio en cualquier monasterio. All te escucharn.

Nadie me escuchar en ningn monasterio dijo el monje a media voz. Y ni siquiera voy a intentarlo. Tengo que ir a la Ciudad Dorada y el tiempo se acaba.

El juglar lo mir extraado y pensativo. Su perro lanz un corto ladrido.

Dices cosas muy raras, chico. O ests loco o tienes una historia interesante que contar. Si me lo explicas, tal vez pueda encontrar alguna pista sobre esa Ciudad Dorada.

El muchacho no respondi. Pareca dudar.

Bueno, est bien concluy el juglar encogindose de hombros. No tengo todo el da y no puedo esperar a que te decidas. Que tengas suerte, chico.

Dio media vuelta y ech a andar por la plaza.

Eh, espera!

El monje corri tras l.

Puedo acompaarte un trecho dijo. Hasta el prximo pueblo. Te contar lo que s, y quiz puedas ayudarme... si es cierto lo que dicen de ti.

La gente habla mucho. Nunca me paro a escuchar lo que se dice de m. Cmo te llamas?

Michel contest el monje, agradecido. Michel dvreux.

El juglar asinti.

Yo soy Mattius dijo solamente.

El joven religioso haba olvidado sus prejuicios. Mientras caminaba junto al alto juglar por una vereda flanqueada de abedules se pregunt por un momento qu le haba impresionado tanto de aquel hombre como para pedirle su atencin y su compaa. El mundo est loco, se dijo.

Y bien? pregunt Mattius al cabo de un rato.

Yo nac en una familia pobre; ramos ocho hermanos, y yo era el ms dbil. Supona una carga para mi familia y, adems, me senta atrado por la vida religiosa y la austeridad y espiritualidad de los monjes de Cluny. Por eso mis padres me ingresaron muy joven en un monasterio que dependa de la orden. Eso fue hace ocho aos, cuando yo tena seis. All aprend latn y muchas otras cosas, pero, como lo que realmente me gustaba eran los libros, y tena buena letra, pronto me pusieron a trabajar como amanuense.

La verdadera historia comienza hace unas semanas, cuando tuve que copiar en el scriptorium un libro muy especial. Has odo hablar del Apocalipsis?

El Apocalipsis? El prroco de mi aldea nos contaba cosas cuando ramos nios, para asustarnos. Sobre terribles catstrofes que sacudirn el mundo cuando est prximo el da del Juicio.

Hambres, plagas, guerras y epidemias asinti Michel; hablaba con cierta dificultad, porque le costaba seguir el ritmo del juglar, y comenzaba a cansarse. El mundo envejece y, por tanto, ha de morir. El final del reinado de Cristo sobre la Tierra se acerca. El fin del mundo, segn el Apocalipsis, ocurrir un milenio despus del ao del nacimiento de nuestro Seor. Exactamente dentro de tres aos.

Mattius se le qued mirando.

Y eso es todo? Vas a decirme que el fin del mundo se acerca y debemos expiar nuestros pecados?

No, por supuesto que no jade Michel. A pesar de lo que diga el Apocalipsis, ningn mortal puede poner fecha al da final. Eso lo sabe cualquier religioso hizo una pausa, para recuperar el aliento. Oye, te importara que parramos un momento? Vas demasiado deprisa para m. Adems, quiero ensearte algo.

Se detuvieron junto a una fuente para descansar. Michel meti la cabeza bajo el chorro que brotaba de entre las rocas y la sac completamente empapada. Mattius esperaba con cierta impaciencia.

El muchacho alcanz su zurrn y extrajo un enorme libro de su interior. El juglar se acerc y lo observ con un extrao brillo en los ojos.

Ese cdice debe de valer una fortuna coment.

Michel se sobresalt y lo mir. En su interior renaca la desconfianza, y Mattius se dio cuenta.

No te lo voy a robar dijo. Me gustan los libros, y se est miniado, adems. Es una joya.

El joven monje no respondi. Buscaba algo entre las pginas del cdice. Mientras pasaba hojas, Mattius contemplaba las ilustraciones con seriedad.

Son terribles coment.

Son imgenes del fin del mundo Michel detuvo su bsqueda para enserselas con ms calma. Este libro es una copia de una obra que escribi cierto monje espaol, llamado Beato de Libana, hace ms de doscientos aos. Son unos comentarios al Apocalipsis. Me lo dieron para que lo copiara.

Y t sabes pintar cosas as? pregunt Mattius, sealando las miniaturas.

Michel enrojeci.

No, en realidad... todava no. Yo slo copio las letras. Son otros los que reproducen las ilustraciones. Pero el libro no es lo ms importante reanud su busca entre las pginas del volumen, hasta encontrar un legajo de hojas sueltas. Aj, aqu est. Esto es lo que quera ensearte.

Le tendi los pergaminos a Mattius, que les ech un vistazo rpido y volvi a clavar su mirada en l.

Qu pasa? Ah, perdona. No sabes leer, no es eso? Trae, yo te lo leer.

S leer replic Mattius con cierta guasa, pero slo romance. Nadie me ha enseado latn.

Ah... perdona Michel enrojeci. Te lo explicar. Hace aproximadamente cuarenta aos, un viejo ermitao, Bernardo de Turingia, se present ante una asamblea de barones y les dijo que Dios le haba revelado, por medio de una serie de visiones, que el mundo se acabara en el ao mil.

No es la primera vez que oigo cosas de ese tipo. Es una extraa obsesin que les ha dado a algunos ltimamente. Y qu ms?

Por supuesto, no le creyeron. Pero describi sus visiones en esta serie de pergaminos que yo encontr en el cdice. Tengo razones para creer que estas revelaciones son autnticas.

Qu razones?

Entre otras cosas, predijo la fecha exacta de la muerte del rey franco Hugo Capeto. Da, mes y ao. No me fue difcil averiguarla, porque falleci el ao pasado. Bernardo de Turingia acert de pleno, y no tena modo de saberlo; muri ms de treinta aos antes que el monarca.

Como no s latn, no puedo comprobar que me dices la verdad. De todas formas, aun en el caso de que el mundo se fuera a acabar en el ao mil, qu tiene que ver eso con tu Ciudad Dorada?

Ten paciencia; ahora te lo explicar. Segn el ermitao, la Rueda del Tiempo se sustenta sobre tres ejes, tres amuletos de gran poder: el Eje del Pasado, el Eje del Presente y el Eje del Futuro. Cada mil aos alguien los rene para invocar al Espritu del Tiempo y darle razones para que juzgue a la humanidad digna de vivir mil aos ms. Bernardo no est seguro, pero cree que el ltimo pudo ser Jess de Nazaret.

Un monje de Cluny declarando que Jesucristo salv al mundo mediante tres amuletos, pero slo por un milenio coment el juglar, asombrado. Muchacho, t no ests bien de la cabeza.

Michel pareci incmodo.

Yo no digo que eso fuera as, y el anciano que escribi estos pergaminos tampoco lo saba seguro, eran slo conjeturas. De todas formas, yo no comparto su teora.

Entonces quieres invocar a ese... Espritu para que el hombre viva mil aos ms resumi Mattius. Y tienes esos ejes en tu poder?

De eso se trata: estn repartidos por toda Europa. Bernardo los vio en sueos, vio los lugares donde se guardan, pero eran sitios que l no conoca y que nunca haba visitado. Describe uno de ellos como una gran Ciudad Dorada, smbolo del poder terrenal, con un magnfico palacio. Por eso la estoy buscando.

Es decir, que all se encuentra una de esas joyas y t has partido para buscarla. Con esos datos no irs muy lejos, chico.

No tengo otra opcin replic Michel muy serio. Se nos acaba el tiempo. Hay que encontrar los ejes antes del fin del milenio, e invocar al Espritu del Tiempo. Si no lo hacemos, la Rueda se detendr y todo habr terminado.

Mattius se encogi de hombros.

No dice la Iglesia que Jesucristo volver para juzgarnos a todos? Qu ms da que sea antes o despus?

Importa porque slo hemos empezado a cambiar el mundo. Los seres humanos no hemos asimilado todava la doctrina divina y no hemos tenido tiempo de hacer todo lo que Cristo nos ense.

Pues yo dira que mil aos son muchos aos observ el juglar.

Michel se apart de l, molesto. Cerr el libro y lo guard en su morral.

Seguir yo solo dijo framente, si no crees que haya cosas en el mundo que merezcan ser salvadas.

Me parece que te precipitas, amigo. Qu dicen tus superiores a esto?

Nadie puede creer en serio la profeca del fin del mundo. El abad de Saint Paul me dijo que lo mejor que poda hacer era celebrar con alegra el milenio del nacimiento de nuestro salvador. El fin del mundo, me dijo, no puede llegar an, porque la Iglesia no est del todo establecida y la paz no ha llegado al mundo.

Yo le repliqu que por eso necesitbamos ms tiempo. Mil aos ms y el hombre habr alcanzado la perfeccin espiritual, estoy seguro. Pero todava no estamos preparados para el final de los tiempos.

Y qu contest a eso?

Que eran pamplinas y que me quitara aquellas cosas de la cabeza.

Ahora comprendo por qu me has contado todo esto a m. Pero, suponiendo que eso sea cierto, por qu crees que la humanidad merece seguir viviendo? T te has criado en un monasterio. No sabes nada del mundo real. No has visto a la gente morir de hambre, trabajar de sol a sol para alimentar a sus hijos y luchar para que sobrevivan al prximo invierno. No has visto la miseria de los apestados, el miedo ante un ataque vikingo en las costas de la Normanda. No has visto cmo dejan los seores los pueblos por donde pasan si los campesinos no pagan lo que dicen ellos que se les debe. Y qu hacen los poderosos? El Imperio y el Papado se pelean por el poder mientras el pueblo muere de hambre. El rey de Francia se halla al borde de la excomunin y la Iglesia est escindida. Los espaoles luchan contra el islam, que avanza cada vez ms. Para qu prolongar el sufrimiento, la miseria, la enfermedad y el hambre? El mundo est viejo, dices. Djalo morir.

Pero... pero... t no quieres seguir viviendo?

Tengo la conciencia bien limpia y no temo por m. He viajado mucho, amigo; he visto muchas cosas. Siento tener que abrirte los ojos, pero la vida no es como te la pintan en los libros, tan hermosa como para que valga la pena conservarla mil aos ms. Lo siento. Es cuanto puedo decirte. Y ahora, adis; tengo prisa.

Volvi a cargarse el macuto al hombro.

Espera! lo detuvo Michel. Al menos dime si conoces la Ciudad Dorada. Un lugar grandioso lleno de riquezas, sede del poder terrenal y perecedero.

Mattius lo medit un momento.

Puede ser cualquier gran ciudad dijo. Pero, con esa descripcin, yo apostara por Aquisgrn.

Aquisgrn?

En francs, Aix-la-Chapelle. La residencia del emperador Otn III.

T has estado alguna vez all?

No admiti el juglar. Pero tena pensado visitarla algn da.

Quieres acompaarme?

Mattius sonri.

En serio piensas ir? Ests ms loco de lo que yo crea. Se tarda tres meses de aqu a Aquisgrn... cuatro en invierno. Cinco, con tu ritmo aadi con cierto tono burln. Y eso si no te encuentras con problemas en el camino.

Michel no respondi, pero se le qued mirando con expectacin.

A ver si te enteras, chico dijo el juglar, algo molesto. Yo viajo solo. Aunque quisiera ir a Aquisgrn, no permitira que me acompaaras. Seras una carga.

Michel se encogi de hombros.

Como quieras. Entonces ir solo.

Cogi su macuto y se lo carg a la espalda resueltamente.

Encantado de conocerte, Mattius dijo con gravedad. Espero que volvamos a encontrarnos...

...antes de que se acabe el mundo complet el juglar con malicia.

Michel ignor el comentario sarcstico. Se despidi con un gesto y ech a andar por la vereda. Mattius se qued parado, mirndole, mientras su perro ladraba al ver cmo el muchacho se alejaba.

Espera! lo llam el juglar.

Michel se volvi.

Has de ir hacia el norte gru Mattius. Nunca llegars a Aquisgrn por ah. Bueno aadi, dejmoslo en que nunca llegars a Aquisgrn y punto.

Pues yo voy a intentarlo.

No s qu os ensean en el monasterio, sinceramente mascull Mattius. Por lo visto, eso del ora et labora no va contigo. Espera!

El muchacho segua caminando. El juglar solt una maldicin por lo bajo y corri para alcanzarlo.

Me sentir culpable si luego te pasa algo explic. Al menos supongo que sabrs hablar germnico.

No confes Michel. No es parecido al francs?

Dios mo, chico murmur el juglar, eres hombre muerto. Lo mejor que puedes hacer es buscar un monasterio y quedarte all tranquilamente esperando el fin del mundo.

Sabes que no lo har replic Michel suavemente. Ir a Aquisgrn, con o sin ti.

Est bien suspir Mattius, supongo que me da igual un sitio que otro, y no conozco muchas baladas alemanas. Ser una buena ocasin para aprender.

Michel sonri.

Fabuloso dijo.

Por descontado, no llegaron a Louviers antes del anochecer, y tuvieron que detenerse en una fonda por el camino; faltaba poco para la primavera, pero an haca fro, y no era aconsejable dormir al raso.

Mattius pronto descubri lo delicado que era el monje, poco habituado a las caminatas duras, y se vio obligado a adaptar su ritmo al del muchacho, con el consiguiente retraso. Por lo menos no se queja mucho, pensaba.

Era cierto. Michel era poco dado a protestas y lloriqueos; ms bien sola permanecer en silencio, perdido en sus pensamientos, mientras caminaba. Y en los descansos se dedicaba a estudiar su libro con gesto serio y grave, mordisqueando un pedazo de pan o una manzana, balancendose hacia delante y hacia atrs, plido y ausente.

Eres un tipo raro le dijo Mattius un da. A veces me da la sensacin de que vienes de otro mundo.

Michel slo sonri y sacudi la cabeza. l no lo saba, pero los ltimos acontecimientos y la certeza de que el mundo se iba a acabar haban madurado mucho su carcter. Estudiaba una y otra vez los pergaminos y simplemente pensaba. Le daba muchas vueltas a todo cuanto saba sobre la prediccin del ao mil, y repasaba cientos de veces los apuntes de Bernardo de Turingia sobre la Ciudad Dorada y el lugar donde se hallaba el Eje del Presente, aunque saba que an tardaran mucho en llegar. Quiz tuvieran suerte y lograran alcanzar Aquisgrn antes del fin del verano.

Mientras, seguan su camino hacia el norte. Michel pronto comprob que era cierto todo lo que se deca de su acompaante. Raro era el pueblo donde no haba llegado la fama de Mattius el juglar. Gracias a sus historias y romances no solan tener problemas para encontrar alojamiento y comida. El muchacho lleg a descubrir con sorpresa que no slo aldeanos y burgueses lo reciban con alegra: Mattius era requerido incluso en castillos y monasterios, aunque por norma general nunca aceptaba tales invitaciones.

Por qu nunca actas para caballeros? le pregunt Michel un da que rechaz la llamada de un conde que quera que cantara en la boda de su hijo. Podras ser rico.

Mattius sonri.

Dicen que en Occitania hay una extraa clase de poetas que cantan a las damas y viven en palacios dijo. Si yo fuera de castillo en castillo terminara por quedarme de sirviente de algn noble y acabara siendo como ellos. Y, sinceramente, no es vida para m. Necesito viajar de un lado para otro. Adems... se puso serio, ellos no necesitan de m. Hay muchos juglares famosos cantando sus hazaas. Es necesario que siga habiendo por los caminos gente como yo que lleve un poco de alegra a los ms humildes.

Michel no comprendi muy bien esto ltimo, pero no pregunt ms.

Pronto aprendi que, pese a haberse quedado sin hogar muy joven, Mattius era un juglar por vocacin y no por necesidad. Le apasionaban las historias, tanto escucharlas como relatarlas, y tena una memoria prodigiosa en la que almacenaba cientos, quiz miles, de cantares, poemas, cuentos, romances, relatos y canciones en varios idiomas. Tena un estilo especial, fruto de su aguda inteligencia y su gran personalidad, que lo distingua de aquellos que basaban sus actuaciones en piruetas y payasadas, e incluso de otros cantores de historias como l. Era realmente bueno en su oficio, y adems se senta a gusto con su trabajo; eso lo haca diferente.

Con todo, posea un carcter oscuro y cerrado. No tena muchos amigos, y pareca que le molestaba la gente si se le acercaba demasiado. Fuera de actuaciones, era hermtico y poco hablador; y a veces era mejor as, porque si abra la boca a menudo se mostraba mordaz y sarcstico.

sta era la otra cara del famoso juglar por quien suspiraban las jovencitas y a quien los nobles reclamaban para sus fiestas y celebraciones.

Por el momento, pareca que la compaa de Michel le era bastante soportable; el muchacho se alegraba por ello, pero, por si acaso, procuraba no molestar demasiado.

En realidad, le haba cado en gracia a Mattius, que lo haba adoptado, por as decirlo, al igual que haba hecho tiempo atrs con el enorme perro lobo que lo acompaaba a todas partes. Es un nio todava, se deca el juglar. Lo llevar a Aquisgrn para que vea que no hay nada all y entonces lo dejar en alguna abada para que se hagan cargo de l. Mattius tena la sensacin de que si lo dejaba solo no llegara muy lejos... aunque quiz lo subestimaba.

Abril entraba con fuerza cuando se adentraron en la regin de la Picarda tras atravesar el Sena. Poco a poco la vida errante y las caminatas al aire libre fueron fortaleciendo a Michel, aunque segua estando muy delgado. El oficio de juglar no daba para grandes excesos gastronmicos menos ahora, que haba que partir por tres, pero tampoco se pasaba hambre, por lo que Mattius dedujo que Michel era delgado por constitucin.

Pronto, sin embargo, empezaron a tener problemas. Atravesaban una regin azotada por la sequa y el hambre. La hierba amarilleaba incluso en aquella poca del ao, los bosques parecan cansados y los rboles elevaban sus ramas al cielo suplicando lluvia. Las cosechas se agostaban, y la primavera avanzaba sin dejar caer una gota de agua; pronto cedera el paso al implacable verano y habra menos posibilidades de que lloviera. El mundo envejece, se deca Michel con tristeza.

Aunque quisieran, los campesinos no tenan con qu pagar las historias de Mattius. A menudo ste actuaba gratis, sin importarle no recoger nada a cambio. En alguna ocasin se haban jugado el cuello cazando furtivamente en la reserva de algn seor.

Michel se preguntaba de qu podan valerle todos sus conocimientos para comer en el mundo real. Estaba viviendo del trabajo de Mattius y, ahora que la comida escaseaba, empezaba a sentirse culpable.

Un da, el monje not que se desviaban hacia el oeste, y se lo dijo a su compaero.

Lo s respondi el juglar. Corren malos tiempos y debemos parar en un sitio mejor antes de seguir para Aquisgrn.

Un sitio mejor? repiti Michel, pero Mattius sonri enigmticamente.

Dos das despus llegaban a la gran ciudad de Amiens.

Michel era un joven provinciano y jams haba estado en una gran ciudad. Lo miraba todo entre curioso y amedrentado, siempre detrs de Mattius, procurando no perderlo de vista, y procurando no pensar en aquel penetrante olor que lo mareaba y que, segn el juglar, era propio de todas las grandes ciudades.

Era da de mercado; tras las murallas que protegan Amiens de cualquier agresin exterior, campesinos, burgueses, artesanos y mercaderes se haban reunido en la plaza en busca de un trueque ventajoso. La sequa era la causante de que los productos expuestos fueran escasos y de baja calidad; pero, aun as, el lugar estaba lleno de gente.

Todos en busca de una oportunidad murmur Mattius al ver una familia que peda limosna para subsistir hasta que llegaran las lluvias.

A Michel se le iban los ojos detrs de la comida de los puestos, pero procuraba no entretenerse para no perder de vista al juglar, que se abra paso rpidamente hacia un espacio libre en los escalones que llevaban a la iglesia.

Oye... dijo Michel al ver que el juglar se detena y sacaba su lad. Vas a actuar aqu?

Qu prefieres que recite? le pregunt Mattius. El Cantar de Carlomagno o el de Roland?

Carlomagno est bien. Pero, escucha...

Mattius no lo escuch. Empez a dar voces para anunciar su presencia, y varios curiosos se acercaron a orle recitar.

Michel se apart un poco. Una sesin de juglara podra durar entre dos y tres horas. Supona que con aquello recogeran algo de comida para la cena, pero, aun as, no crea que Mattius hubiera acudido a Amiens slo para actuar. De todas formas no le quedaba ms remedio que contener su curiosidad y esperar a que el juglar acabara su trabajo.

Se sent por all cerca para escuchar por ensima vez el Cantar de Carlomagno. Mattius saba infinidad de poemas picos, pero la gente pareca disfrutar oyendo siempre los mismos, los dos o tres que conocan porque otros juglares los haban cantado antes que l. Un juglar se debe a su pblico, de modo que Mattius simplemente recitaba lo que saba que iba a tener xito.

Michel no permaneci mucho tiempo all. Cuando pareca claro que Mattius iba a recitar el poema entero, se dijo que era mejor dar una vuelta por el mercado, sin alejarse demasiado. Volvera antes de que el juglar acabara.

Aferr bien su zurrn y se perdi entre la gente.

Deambul durante ms de una hora por el mercado y sus alrededores, y pronto descubri lo frustrante que era ver tanta comida y no poder cogerla simplemente alargando la mano; pero l no tena nada que dar a cambio. No pensaba deshacerse de su valioso cdice, y de todas formas no se lo iban a aceptar. Los libros eran tan raros que la gente de a pie generalmente no saba qu hacer con ellos.

Se resign y decidi regresar a los escalones de la iglesia, donde Mattius probablemente ya estaba acabando de relatar las hazaas de Carlomagno.

Hermano!

Michel se volvi. Una figura encorvada, envuelta en una capa rada, se apoyaba contra la pared en un rincn en penumbra.

Una limosna, hermano murmur el mendigo. No tengo casa, ni familia, ni amigos...

Michel se apiad de l y se acerc, rebuscando en su zurrn por si le quedaba algn mendrugo de pan para darle. Pero cuando vio el rostro del desconocido a la luz retrocedi, asustado: su piel pareca descomponerse y caerse a pedazos. No tena nariz.

Hermano! suplic el mendigo.

Michel se alej unos pasos, mientras su corazn luchaba entre la repugnancia y la compasin. Una voz lo rescat:

Lo siento, amigo, tenemos prisa.

Michel sinti que lo agarraban del brazo y lo sacaban a rastras de la boca del callejn.

La prxima vez no tendrs tanta suerte le advirti Mattius.

Al monje no se le haba ocurrido ni por un momento que hubiera corrido peligro.

Por qu? Iba a robarme?

El juglar neg con la cabeza.

No lo creo. Era un pobre diablo, pero has de tener cuidado con la gente de aqu. Las ciudades suelen ser foco de enfermedades y epidemias, y nunca se sabe cules son contagiosas, y cules no.

Quieres decir que deba alejarme de aquel hombre porque estaba enfermo?

La voz de Michel tena cierto tono de indignacin, y Mattius lo mir con seriedad.

Si quieres ayudar a la gente, ocpate de los vivos dijo. Ese mendigo estaba virtualmente muerto. Acercndote a l slo habras logrado enfermar t tambin. Si de veras Dios te ha elegido para ayudar a los ms dbiles, no conseguirs nada quitndote de en medio tan pronto.

El muchacho no respondi, pero su expresin era pesarosa. Tena buenas intenciones, se dijo el juglar, pero a veces la vida no era tan sencilla. Mucha gente haba empezado con buenas intenciones y haba terminado comprendiendo que lo mejor que poda hacer uno era preocuparse de s mismo y tratar de ganar en la lucha por la supervivencia. Michel tambin lo aprendera.

Yo crea que en la ciudad se viva mejor reflexion el chico al cabo de un rato. Por qu hay ms enfermedades aqu?

No lo s, pero es as, supongo que porque la gente vive ms junta.

Michel se dio cuenta entonces de que haca rato que haban abandonado la plaza, y caminaban por una calle estrecha y retorcida.

Adnde vamos? quiso saber.

A ver a un amigo.

Michel iba a preguntar ms, pero Mattius le puso en las manos un pedazo de queso:

Ten, come.

Y sus tripas comenzaron a sonar reclamando aquello que ola tan bien. Le hinc el diente al queso y eso lo mantuvo ocupado hasta que llegaron a una casa baja y oscura. Sin embargo, Michel not que era de piedra y no de madera. Quienquiera que viviera all no andaba falto de recursos. Mattius llam a la puerta.

Quin es? preguntaron desde dentro.

Noticias de todas partes! anunci el juglar.

Hubo un breve silencio.

Mattius? dijo la voz, y la puerta se abri con un chirrido. Por la rendija asom el rostro de un viejo barbudo de ojillos inquisitivos.

Caramba, eres t! Cunto tiempo! Pasa, anda se fij entonces en Michel. Traes compaa! Me extraa mucho en ti.

Es inofensivo respondi Mattius. Estaba un poco perdido y decid acompaarlo. Podemos pasar?

El viejo frunci el ceo al ver los hbitos de Michel.

Un monje negro murmur. Est bien, pero slo porque eres t.

La puerta se abri del todo. Fue entonces cuando Michel descubri un grabado en la tosca madera: una estrella de David. Sobresaltado, tir a Mattius de la manga.

Qu pasa?

Michel no quera ser descorts, de modo que procur hablar de forma que el judo no lo escuchara:

Es que no s si debo entrar ah confes en voz baja.

Tonteras!

Mattius lo agarr sin contemplaciones y lo meti dentro. El monje estaba demasiado dbil para resistirse y, adems, su compaero le haba dado a lo largo del viaje bastantes motivos para confiar en l, de modo que no protest.

Entraron en una habitacin no muy grande, con una especie de mostrador al fondo. En los estantes de las paredes se apiaban objetos diversos, algunos tan curiosos que Michel no saba para qu servan. En la chimenea brillaban los restos de un fuego. Al fondo, una escalera llevaba a la parte de arriba, la vivienda propiamente dicha.

El viejo haba vuelto a colocarse tras el mostrador. Frente a l, sentado en un taburete, haba un hombre de cabello cano y semblante dulce.

Pasad, no os quedis en la puerta los invit el judo. Mattius, ste es mi amigo Tefilo. Creo que no os conocis. Es griego.

Tefilo se levant para saludar a Mattius.

Soy Mattius el juglar se present ste. Y... mi amigo, Michel.

Encantado dijo el griego; hablaba un francs de acento musical.

Qu te trae por aqu, Mattius? pregunt el judo. Cuando adoptaste a ese perro te dije: lo prximo ser una mujer; pero lo que no esperaba era que trajeras un jovencito.

Michel enrojeci hasta la raz del cabello.

Es l lo que me trae por aqu replic el juglar sin inmutarse. Va hacia Aquisgrn y, la primera vez que lo vi, pens que solo no llegara muy lejos.

De modo que repostas aqu antes de iniciar un largo viaje.

Eres un lince, Isaac respondi Mattius con una carcajada. De todas formas, mis motivos no son slo materiales. Tambin pasaba a saludar a un viejo amigo.

El judo tosi.

Eso siempre se agradece. Y dime, de dnde vienes esta vez?

De Normanda.

La tierra de los vikingos franceses. Y qu se cuenta por all?

Nada bueno. Los campesinos se sublevaron contra sus seores a finales del invierno. Fue un levantamiento terrible.

Y qu pas?

Qu iba a pasar? Los machacaron: una autntica masacre.

Y qu dice el rey de Francia?

El rey de Francia tiene sus propios problemas: se dice que el Papado va a excomulgarle por esa boda tan extraa... A nadie en Roma le pareci bien que se divorciara de su primera mujer.

El mundo est loco coment el judo. Problemas por todas partes y a la Iglesia cristiana le preocupa un matrimonio.

Tiene que haber un motivo poltico. Una alianza, o algo as. Siempre los hay.

Michel baj la cabeza. Deba decir algo. Al fin y al cabo, perteneca a la Iglesia, y se senta incmodo con los dos hombres hablando de aquella forma. Sin embargo, permaneci callado.

Me pregunto qu es lo que pasa ltimamente concluy Isaac. Todo son malas noticias. Nada funciona como debera.

Nuestro amigo tiene una teora sobre ello anunci Mattius, sealando a Michel. Dice que se acerca el Apocalipsis.

Michel volvi a enrojecer, pero Isaac y Tefilo lo miraban con curiosidad. Mattius refiri punto por punto las teoras de Bernardo de Turingia y el motivo del viaje a Aquisgrn. El joven religioso continu con la cabeza baja, pensando que se burlaba de l.

No es la primera vez que oigo algo parecido dijo el griego, pensativo. Puede que haya algo cierto en esa teora tuya del milenio, o el chiliasme, como se dice en mi idioma. En todas partes hay leyendas que dividen el mundo en edades; no slo el cristianismo habla de milenios.

Entonces realmente crees que puede ser cierto lo que dice este chico? quiso saber el juglar.

No s; pero me viene a la memoria una antigua leyenda griega que habla de los tres ojos de Cronos, el dios del Tiempo. El ojo del Presente, el ojo del Pasado y el ojo del Futuro.

Cronos, has dicho? Me encantan las historias antiguas. Cuntame ms.

Se dice que durante la Primera Edad, la llamada Edad de Oro, Urano gobernaba como rey de los dioses. Cuando Cronos, su hijo, lo destron, iniciando la Edad de Plata, se asegur el puesto comindose a todos los hijos que nacan de su esposa, Rea. Pero uno escap. Se llamaba Zeus. Los temores de Cronos eran fundados, porque su hijo luch contra l y lo derrot, inaugurando la Edad de Bronce. Fue en esta batalla cuando Cronos perdi sus tres ojos. La leyenda asegura que el da del chiliasme, cada mil aos contando a partir de la fecha de su derrota, el dios del Tiempo recupera los tres ojos y echa un vistazo al mundo. Si en una de esas miradas descubriera que los hombres han descendido hasta una Edad de Barro, su furia asolara la tierra, y volvera la era de los titanes.

Interesante coment Mattius.Tefilo se encogi de hombros.

Es una leyenda poco conocida, incluso en Grecia. Pero tiene algo en comn con la teora del monje. Isaac neg con la cabeza.

Ningn mortal podra detener el fin del mundo, jovencito le dijo a Michel. Ni siquiera con tres joyas mgicas.

No se trata de detener el fin del mundo respondi Michel con suavidad. Slo de aplazarlo. Este mundo slo es un paso hacia otro mejor, donde se nos juzga de acuerdo con nuestros actos aqu. Pero si llegara ahora mismo el da del Juicio, la humanidad, en masa se condenara.

T crees? pregunt Mattius, divertido.

Michel simul no hacerle caso.

Necesitamos ms tiempo para aprender, para evolucionar. Para que la paz y el amor lleguen al mundo, para que llegue el da en que todos los hombres seamos hermanos. Estoy seguro de que la humanidad puede conseguirlo, y que mil aos ms bastaran.

En aquel momento llamaron a la puerta.

No debes de estar bien de la cabeza, jovencito dijo Isaac, levantndose para abrir. Y te vas a meter en problemas por creer en esas cosas.

Sali de la habitacin. Michel dirigi su mirada a Tefilo.

T me crees? pregunt.

Siempre he pensado que tan necio es el hombre excesivamente crdulo como el que peca de escptico respondi el griego. Puede que tengas razn o puede que no. Pero no sera prudente rechazarlo de plano antes de comprobarlo.

El judo entraba de nuevo, seguido por una mujer que vena a empear un par de botas. Hubo un silencio mientras ellos cerraban el trato.

De todas formas dijo entonces Mattius a Michel, aunque tuvieras razn y el fin del mundo se acercara, no puedes estar seguro de que pudieras evitarlo con esas tres joyas que buscas.

Al or esto, la mujer que haba entrado se sobresalt y se puso blanca como la cera. El juglar lo not.

Te encuentras bien, hermana?

Ella murmur algo apresuradamente, cerr el trato con Isaac, recogi su dinero y sali con cierta precipitacin.

Sabr algo sobre tu historia, Michel? murmur Mattius.

Michel cruz una breve mirada con l; se levant rpidamente y corri hacia la puerta. Pero cuando se asom fuera, por ms que mir no vio ya a la mujer; se haba esfumado.

Volvi con los otros.

Una forma muy extraa de proceder estaba diciendo Isaac. Yo creo que la historia del fin del mundo no le era desconocida.

Mattius mir fijamente al monje, que volvi a sentarse sobre la estera.

Esto empieza a ponerse misterioso, amigo le dijo. Lo has conseguido: has captado todo mi inters.

No juegues con fuego, Mattius le advirti Isaac sealndole con un dedo ganchudo. El mundo no est como para hacer de hroe.

De cualquier modo, este chico piensa llegar hasta Aquisgrn y no voy a dejarlo solo declar el juglar, y menos con los tiempos que corren. De forma que, en cuanto nos aprovisionemos de todo lo necesario, partiremos para all. Algn consejo?

Isaac movi la cabeza negativamente.

Nunca he estado tan al norte, as que me temo que esta vez no voy a serte de gran ayuda. No conozco ninguna sede del gremio en Aquisgrn. Slo s decirte que es la capital del imperio germnico: una gran ciudad. Y muy bien fortificada, imagino, y vigilada por la guardia del emperador. Procura no meterte en los.

Lo har prometi Mattius. Algo ms?

No dejes de visitar la Capilla Real aconsej Tefilo. Cuentan que es una autntica maravilla, incluso trajeron mrmoles de Italia para construirla. Dicen que all est enterrado Carlomagno.

El corazn de la Ciudad Dorada murmur Michel. Es all donde est el Eje del Presente.

No es por desilusionarte, amigo dijo Mattius, pero sabes qu aspecto tiene ese eje?

Michel no respondi, pero sac el legajo de las profecas de Bernardo de Turingia y les mostr uno de los pergaminos.

Mattius, Isaac y Tefilo se echaron hacia delante para verlo mejor a la dbil luz del candil.

Se trataba del dibujo de tres extraos amuletos con forma de ojo. En su centro, a imitacin de una pupila, haba una piedra preciosa.

Los Ejes de la Rueda del Tiempo murmur Michel. Bien podran ser tambin los Ojos de Cronos.

Y si la Ciudad Dorada no es Aquisgrn? pregunt el griego. Podra ser cualquier gran ciudad. Roma, Jerusaln, Constantinopla, Alejandra.

No; ahora estoy seguro de que vamos por buen camino. Bernardo describe una gran capilla junto a un palacio. El eje est prendido en el pecho de un hombre que duerme. As lo contempl l en sus visiones.

Un montn de desvaros de un viejo loco refunfu Isaac. Aunque seas cristiano y te creas poseedor de la verdad, ni siquiera t puedes jugar con las cosas de Dios.

Correremos el riesgo filosof Mattius. Ahora, es preciso que recojamos lo necesario para el viaje y salgamos de inmediato.

Est anocheciendo. Piensas salir de noche de Amiens? Hacia el norte es todo bosque, ya lo sabes. Est plagado de proscritos y ladrones.

Mattius pareci dudar.

Si parts maana temprano podris llegar a Pronne antes del anochecer aadi el judo.

Quieres que pasemos por Pronne? adivin el juglar.

Tengo familia all. Si les llevas un paquete de mi parte y me relatas algunas historias esta noche, puedo financiar parte de tu viaje a Aquisgrn.

Mattius sonri.

Me alegro de que nos entendamos tan bien dijo.

Michel simplemente se dej llevar. Al abad de su monasterio no le habra gustado saber que dorma en casa de un hereje, pero el chico no lo consideraba importante si lo comparaba con la inminente llegada del fin del mundo.

Con todo, aquella noche, echado sobre un jergn en casa del judo Isaac de Amiens, Michel no poda dormir. Pensar que por primera vez tena una pista slida a la cual agarrarse lo pona nervioso. Cuanto ms vueltas a la cabeza le daba, ms convencido quedaba de que los pergaminos se referan a Aquisgrn.

Sin embargo, se oblig a s mismo a no confiarse. El mundo era grande y, aunque encontraran el Eje del Presente en Aquisgrn, an quedaban dos ms que podan estar ocultos en lugares tan remotos que se necesitaran varios aos para alcanzarlos. Era una bsqueda ms bien desesperada, pero Michel saba que no tena otra opcin.

An resonaban en sus odos las palabras del judo: Ni siquiera t puedes jugar con las cosas de Dios. Michel comprenda su punto de vista, pero no lo comparta. Estaba seguro de que las visiones de Bernardo de Turingia eran una ltima oportunidad que Dios les daba a los hombres para que evitaran el fin del mundo. Cuanto ms lo pensaba, ms obvio le pareca que no era casualidad que l fuera el nico superviviente de la masacre del monasterio. Podra haber sido cualquier otro, se deca. Un caballero, un guerrero, un aventurero. Pero no, yo encontr esos pergaminos y escap de los hngaros. Y tengo que seguir adelante.

Este convencimiento era lo nico que le quedaba ahora que sus bases ideolgicas se estaban desmoronando una tras otra. Pero no era una idea tranquilizadora; cuanto ms pensaba en ello, ms le atenazaba el desaliento. Podras haber elegido a cualquier otro, dijo en silencio, mirando a las alturas. Por qu yo?.

No escuch la respuesta, pero crey encontrarla dentro de su corazn. Su empresa no era imposible, aunque s muy difcil. Si haba sido l el destinatario de las profecas de Bernardo de Turingia era porque exista alguna posibilidad, por mnima que fuera, de que lograse reunir los tres ejes e invocar al Espritu del Tiempo.

Ya ms sereno, y con una leve sonrisa de confianza en los labios, Michel se qued dormido.

A la maana siguiente se levantaron poco antes del alba, recogieron sus escasas pertenencias y se despidieron de Isaac.

He odo decir les cont el judo, que en Caudry van a poder celebrar este ao su Fiesta de la Primavera, porque se ha pactado una Paz de Dios. Es dentro de cinco das; si llegis a tiempo puede ser una buena oportunidad para ti, Mattius.

El juglar asinti, sonriendo. Le gustaban las fiestas campesinas, especialmente las mayadas que se celebraban en primavera. Por lo que l saba, en Caudry haban tenido problemas en los ltimos aos debido a las pilleras de los caballeros del seor del lugar. Pero la Paz de Dios, un compromiso entre el obispo y el seor feudal, garantizara la tranquilidad al menos durante aquel da.

Fantstico dijo. Nos pasaremos por all.

Partieron de Amiens al rayar el alba, con las bolsas considerablemente ms surtidas que antes. Mattius dudaba de que con el ritmo de Michel lograran alcanzar Pronne al anochecer, pero el joven religioso se port bien, y llegaron apenas dos horas despus de que oscureciera.

Pernoctaron en casa de los parientes de Isaac. El paquete del judo contena joyas de gran valor que enviaba a sus familiares ms pobres, y Michel qued asombrado. Si yo fuera un judo, pens, nunca confiara cosas tan valiosas a un juglar ambulante. Pero seguidamente se dio cuenta de que la cosa cambiaba cuando ese juglar era Mattius, lo bastante honrado como para que Isaac supiera que poda poner aquellas joyas en sus manos.

Mattius pareci leer en la mente del muchacho, porque le dedic una serena sonrisa. Michel empezaba a pensar que haba sido injusto con l simplemente por ser un juglar. Cuanto ms tiempo pasaba con l, menos comprenda que su oficio estuviera tan mal visto. Comenzaba a descubrir que las cosas no eran exactamente como se las haban contado en el monasterio.

Dos das ms tarde llegaron a Caudry, a tiempo para la Fiesta de la Primavera.

La aldea se haba engalanado para la ocasin. Las muchachas vestan sus mejores trajes y en la plaza principal se haba formado un pequeo mercado; la noticia de que Caudry celebraba su mayada con garantas haba atrado a los pequeos comerciantes y vendedores de la zona, y tampoco los granjeros y agricultores haban dejado pasar la ocasin. Un grupo de saltimbanquis actuaba en una esquina, pero Mattius comprob, satisfecho, que no haba ningn otro juglar.

Se present pues ante el hombre principal de Caudry, habl con l y pronto se corri la voz de que un juglar muy famoso iba a realizar una actuacin especial en honor de los habitantes de la aldea.

La noticia fue acogida con alegra. La actuacin de Mattius completara los bailes y la msica, los concursos, las canciones y las risas.

Michel lo observaba todo algo apartado. Nunca haba asistido a una fiesta campesina. Su vida antes del monasterio se difuminaba en la bruma de borrosos recuerdos de infancia. Y, desde luego, en Saint Paul nunca haba visto nada semejante.

Haba estado conversando con el prroco del lugar, el padre Pierre, pero ste pronto tuvo que marcharse a atender otros asuntos. Michel se qued solo en un rincn, consciente de que estaba algo fuera de lugar, mirando con inters las carreras, los juegos y las distintas competiciones entre muchachos.

Pronto empez el baile, y el joven monje pretendi seguir al margen. Pero en las fiestas de Caudry, o bailaban todos o no bailaba ninguno, as que no pudo pasar inadvertido ms tiempo. Un grupo de maliciosas muchachas lo sac a rastras a bailar. Los dems lo recibieron a carcajadas, con una estruendosa alegra.

Michel se puso colorado, pero una de las jvenes le ense a bailar al ritmo de la msica.

Es sencillo le dijo. Djate llevar.

Bailaban en crculos, cambiando de lugar constantemente. Al principio Michel se equivocaba con los turnos y se sinti un poco torpe, pero sus nuevos amigos le animaban y pronto estuvo bailando como el que ms, riendo y saltando, y disfrutando de la fiesta.

No pareces un monje de Cluny, amigo! exclam Mattius una vez que pas cerca de l.

Michel volvi a enrojecer, pero no dej de bailar.

La fiesta se prolong hasta cada la tarde. Entonces todos se reunieron en torno a Mattius.

El juglar apur un vaso de vino para aclararse la garganta y cogi el lad. Saba que iba a ser una sesin larga, pero no le importaba. Estaba ebrio de alegra, la gente rea y por un da no haba miedo ni preocupaciones. Si el mundo se acabara y yo pudiera salvar algo, se dijo, salvara las mayadas y las fiestas de la cosecha. Y la alegra en los ojos de la gente. Y la risa de los nios.

Se detuvo, perplejo. Es ese condenado muchacho, pens. Ya empiezo a creer esa tontera sobre el fin del mundo.

Das como aqul resquebrajaban su dura capa de escepticismo. Das como aqul le hacan pensar que vala la pena seguir viviendo, a pesar del hambre y la guerra, a pesar de las epidemias y del odio... a pesar de la poca que le haba tocado vivir.

Volvi a la realidad para descubrir que la gente lo observaba expectante. Rasgue el lad y comenz su cantar.

Michel se senta tambin feliz como nunca. Le habra gustado deshacerse de su hbito y ser un aldeano ms, pero, aunque hubiera roto tantas reglas, por dentro segua sintindose monje cluniacense, y lo sera hasta su muerte. Y, de todas formas, para esta gente no todos los das son como hoy, se record. Una sombra de tristeza pas por su rostro al recordar la miseria que haba visto en su viaje, el miedo, las injusticias, el hambre.

Busc en su interior, y encontr su fe intacta, como cuando haba abandonado el monasterio. Seguro que hay una explicacin para todo esto, pens. Slo soy un mortal y no puedo alcanzar a comprenderlo. Eso es todo.

Se pregunt entonces si sera justo que intentara aplazar el fin del mundo.

Mir a su alrededor. La voz de Mattius transportaba a aquella gente humilde hacia otros mundos, otras eras, donde los hroes impartan justicia, donde todo acababa bien, donde no se pasaba hambre y siempre haba alguien para vengar los agravios.

Quiz ste sea el mundo del futuro, se dijo Michel, confiado. Si nos dan otra oportunidad, cambiaremos la Tierra.

El cantar segua sonando. Todos estaban atentos porque ahora vena un momento de gran intensidad dramtica: el hroe haba sido retado por su enemigo y acababa de aceptar el desafo. Mattius hizo una brevsima pausa; una nota qued temblando en su lad.

Entonces se oy un estrpito lejano de cascos de caballo acercndose a una velocidad de vrtigo.

Todos volvieron la cabeza. Algunos se levantaron como movidos por un resorte. En los rostros de muchos de ellos se reflejaban el miedo y la incertidumbre. El hechizo se haba roto.

Como surgidos de las entraas de una pesadilla, un grupo de hombres armados irrumpi en las calles de Caudry. Bajo los yelmos se adivinaban los ojos centelleantes, y sus poderosos brazos blandan espadas o mazas. Los enormes caballos atronaban el suelo con sus cascos, y resoplaban por el esfuerzo, tensando sus msculos bajo la piel cubierta de sudor.

Todo fue muy rpido. En un instante, todos corran a ocultarse. Haba gritos de pnico, gente que tropezaba y se volva a levantar, hombres valientes que intentaban hacer frente a los invasores con herramientas o toscas armas improvisadas a partir de instrumentos domsticos...

Y entonces olieron el humo y vieron el fuego: los caballeros haban arrimado teas encendidas a los techos de paja y madera de las casas. Caudry arda.

Los momentos siguientes fueron terriblemente confusos. Alguien grit:

El cielo os castigar por haber roto la Paz de Dios!

Su voz se ahog.

Michel sinti que tiraban de l y, sin saber muy bien cmo, se encontr de pronto oculto en un granero. Mattius estaba junto a l, mostrando una expresin ptrea. Toda su alegra y su amabilidad haban desaparecido mientras observaba lo que suceda en el exterior a travs de una rendija en la pared de madera.

Pronto los caballeros se encontraron solos en la plaza. Incluso los vendedores haban abandonado sus puestos, ahora envueltos en llamas, donde se quemaba lo poco que haban logrado reunir aquel invierno. Los atacantes haban apresado a dos muchachas que sollozaban y pataleaban, aunque saban muy bien que todo era intil. Una de ellas era la que haba enseado a bailar a Michel.

Cuando ste lo vio, quiso salir en su ayuda, pero los guerreros ya se alejaban con las jvenes. El muchacho apret los puos de rabia. Mattius lo mir.

Todava quieres salvar el mundo, chico? murmur. Salvar el mundo para que todo siga as?

Por qu lo han hecho? pregunt Michel, con los ojos llenos de lgrimas de impotencia.

Mattius se encogi de hombros.

Se aburran.

No entiendo cmo alguien puede ser as. Debe de ser obra del diablo.

El juglar le dirigi una breve mirada.

Sabas que el abad de tu monasterio era un gran amigo del seor de Caudry? dijo solamente.

Michel se sinti desfallecer, y se apoy contra la pared del granero.

En el fondo todos saban que una paz firmada sobre un trozo de papel no iba a cambiar nada aadi Mattius. Los campesinos no saben leer. Y los hombres del seor de Caudry, tampoco.

Escucha! lo interrumpi Michel, aguzando el odo. Vuelven!

En realidad se trataba de un caballero rezagado que recorra las calles prendiendo fuego a todo lo inflamable. Los cascos del caballo sonaban peligrosamente cerca, y la puerta del granero se abri de sbito para dar paso a un guerrero que cabalgaba portando una antorcha. Mattius y Michel quedaron agazapados tras la puerta. El corazn del joven monje lata tan fuerte que tena la sensacin de que el caballero poda escucharlo. Todo le daba vueltas. Sinti que se mareaba, afirm bien los pies y ech un vistazo.

Ahog un grito a tiempo.

El atacante se inclinaba sobre su caballo para prender fuego a un montn de heno. Mattius se acercaba por detrs con un enorme rastrillo en las manos. La semioscuridad jugaba de su parte.

Hubo un golpe seco, y el hombre cay de su montura. La tea encendida inflam el heno con un chasquido.

Mattius retuvo al caballo por las riendas.

Date prisa! apremi a Michel. No tenemos todo el da!

Michel obedeci, y ambos montaron con dificultad sobre el animal, que caracoleaba nervioso con la vista fija en el fuego. Mattius lo controlaba a duras penas.

Y el perro? jade el monje, recordando que no estaba en el granero con ellos.

Nos alcanzar.

Mattius puso el caballo al galope y Michel se aferr con fuerza a su cintura para no caerse. Salieron del granero en llamas y galoparon a travs de las calles de la aldea, entre una multitud de campesinos que intentaba intilmente salvar lo poco que quedaba de sus hogares.

Abandonaron Caudry a galope tendido, sin mirar atrs.

Michel guardara pocos recuerdos de aquel viaje en la oscuridad, aferrado al caballo que guiaba Mattius, alejndose de aquella aldea donde haba pasado tan buenos momentos. Nunca supo si el juglar haba matado al caballero o lo haba dejado inconsciente dentro del granero en llamas; ni tampoco lleg a entender por qu aquel grupo de hombres armados haba acabado tan trgicamente con la alegra de un pueblo que slo quera olvidar un ao de hambre y sequa.

En el monasterio le haban enseado que los caballeros estaban en el mundo para luchar contra los infieles y proteger a los dbiles, a los campesinos que trabajaban para ellos porque ellos los defendan. Los caballeros eran los bellatores, por quienes los religiosos deban rezar, y que usaban armas para defender la fe de Cristo.

Era evidente que de la teora a la prctica haba un abismo. l siempre haba credo que aquellas cosas, injusticias como la de Caudry, slo las cometan los brbaros, salvajes incivilizados como los que haban incendiado su monasterio. Pero los caballeros eran cristianos y haban sido bendecidos por la Iglesia.

Es cierto, pens. El mundo se acaba. El reinado del Anticristo se acerca.

Y se desmay.

A partir de all, el viaje fue para l una sucesin de escenas confusas y borrosas. Recordaba vagamente imgenes de Mattius dndole de comer como si fuera un beb. Pueblos, campos y bosques se sucedan en su mente como si fuesen todos iguales pero a la vez diferentes, sin que llegara a distinguir los paisajes que vea de los que soaba, imaginaba o recordaba.

Aquella situacin se prolong durante un periodo indefinido de tiempo, hasta que un da lo despej del todo un buen jarro de agua fra que alguien le volc sobre la cabeza, dejndolo completamente empapado.

Ya est bien de dormir, amigo se oy la voz inconfundible de Mattius. Mi paciencia tiene un lmite.

Michel sacudi la cabeza. Le castaeteaban los dientes. Hasta entonces no se haba dado cuenta del fro que haca, anormal para aquella poca del ao.

Lo primero que vio cuando mir a su alrededor fue el perro lobo de Mattius, y se pregunt cmo haba llegado hasta all. Le vino a la memoria una breve imagen del animal corriendo tras el caballo, y Mattius aminorando la marcha para que los alcanzara; pero no habra sabido decir si lo haba visto con la mirada de sus ojos o la de su mente.

Lo siguiente que vio fue a Mattius plantado frente a l con los brazos en jarras. Junto al juglar pastaba tranquilamente el caballo que le haban robado al caballero.

Qu... ha pasado? balbuce Michel, haciendo un esfuerzo por incorporarse.

La expresin de Mattius se dulcific.

Ya te dije que nunca deberas haber salido del monasterio, chico. Saba que no resistiras mucho tiempo la dura realidad.

Michel se levant tambalendose. Se apoy en el tronco de un rbol y mir al juglar a los ojos.

Resistir dijo. Tengo que hacerlo.

Mattius exhal un suspiro.

Todava piensas en salvar el mundo? Cundo escarmentars?

Michel no respondi. Ech un vistazo a su alrededor. Se hallaban en un claro dentro de un espeso bosque de conferas.

Dnde estamos? quiso saber.

En tierras germanas. Has dormido muchos das aadi el juglar al ver la expresin de asombro de Michel. En dos jornadas llegaremos a Aquisgrn, as que cre necesario despertarte.

S, claro murmur el muchacho, an algo aturdido. En marcha, pues.

La Germania era una tierra boscosa de caminos estrechos, donde los campesinos cultivaban las pocas tierras arrancadas a las anchas extensiones de conferas. Michel descubri pronto que la lengua germnica no se pareca en nada al francs, y se sinti muy perdido cada vez que Mattius se diriga a alguien habindola con fluidez.

Cuntos idiomas conoces? quiso saber el monje un da.

ste, el francs, el occitano, el castellano, el griego, el galaico, el toscano... enumer el juglar. Y alguno ms que me dejo, seguramente. Chapurreo un poco el turco y el rabe. Pero no s latn sonri. Curioso, eh? El latn, esa lengua que se habla en todas partes y en ninguna.

Michel se sinti impresionado, y desde aquel da puso todo su empeo en aprender aquella lengua.

El viaje por tierras germnicas fue algo ms relajado que la etapa anterior, porque tenan un caballo. Michel observ que la gente los miraba de otra forma cuando entraban en un pueblo montados sobre l. Descubri entonces que en el mundo exista una divisin tajante entre los que llevaban caballo y los que iban a pie, y sinti tristeza. Los caballeros eran suficientemente fuertes como para ir caminando; en cambio, haba ancianos que no podan casi andar, y la mayora no tena dinero ni nada que dar a cambio de una yunta de bueyes que tiraran de un carro de madera.

Se iniciaba ya el verano cuando divisaron por primera vez a lo lejos los tejados de Aquisgrn, la Ciudad Dorada.

Michel sinti un nudo en la garganta. Aquisgrn...

Aquisgrn la Grande, Aquisgrn la Bella, la joya del Imperio, refugiada tras una imponente muralla que la protega de todo aquel que quisiera daarla y profanar la gran capilla donde descansaban los restos del inmortal Carlomagno.

Nunca pensaste que llegaras tan lejos, eh? murmur Mattius. Me debes una. Bueno reflexion, en realidad me debes varias.

Michel no respondi. Se senta deslumbrado ante la visin de la capital del Imperio. Mattius le hizo volver a la realidad y comenzaron a descender por la ladera.

Una vez traspasaron las enormes murallas, Michel se dio cuenta de que Aquisgrn no difera mucho de Amiens y otras grandes ciudades. Pareca ms grande y prspera, y posea muchos palacios y casas de piedra, pero tambin haba una gran cantidad de chozas adosadas a sus muros, viviendas de campesinos muy pobres que haban abandonado sus tierras secas para ir a la ciudad en busca de una oportunidad. Eran hombres desesperados, pero todos haban acudido a acogerse bajo la sombra del gran palacio que se alzaba en el centro de la urbe observando impasible el paso del tiempo, rodeado de casas que parecan rendirle pleitesa; encerrado entre murallas se elevaba hacia el cielo desafiando a todos los palacios de la Tierra.

El smbolo del poder terrenal murmur Michel, mientras contemplaba boquiabierto las almenas del palacio coronado por el sol poniente.

Date prisa, chico lo urgi Mattius. Hemos de buscar un lugar donde dormir.

Recorrieron las calles de Aquisgrn sin mirar demasiado a su alrededor, pues ya oscureca, y era conveniente estar bajo techo cuando llegara la noche, sobre todo si uno se encontraba en una ciudad extraa. Por fin entraron en una posada de la que sala un delicioso olor a cerdo asado.

No haba mucha gente en el interior. Michel se sent en un rincn de la sala mientras Mattius negociaba con el posadero una noche de alojamiento con cena incluida a cambio de una actuacin. Michel no dudaba de la capacidad de persuasin del juglar, pero le inquietaba un poco el hecho de entender slo palabras sueltas de lo que se deca.

Sinti de pronto que alguien lo miraba fijamente y se dio la vuelta con cautela. Un grupo de hombres en una mesa al fondo lo observaban y hablaban entre ellos en susurros. Michel se sinti incmodo, y busc a Mattius con la mirada, pero ste estaba ocupado acondicionando con el posadero un lugar para su actuacin.

Michel se aproxim a ellos. Mattius repar en l y le sonri. Pareca estar de buen humor.

Todo arreglado, chico. Esta noche dormimos aqu y maana podrs iniciar tus pesquisas por la ciudad.

El posadero les dirigi una mirada curiosa y le dijo algo a Mattius que Michel no entendi. El juglar asinti y respondi algo.

Dice que hacemos una extraa pareja dijo. Que no es habitual ver en Germania a un monje acompaado por un juglar. Yo le he dicho que en Francia tampoco.

El posadero movi la cabeza y aadi algo mientras se alejaba.

Tienes razn, amigo murmur Mattius para s mismo. Son tiempos extraos.

Cogi su lad y llam a voces a los presentes para hacerles ver que haba un juglar en la sala. Michel se sent cerca. Saba que no habra cena hasta que el juglar terminara su trabajo; si lograba atraer ms clientes al local, el dueo sabra recompensarlo.

De modo que puso todo su empeo en tratar de comprender las baladas que cantaba; reconoci una versin del Cantar de Carlomagno en lengua germnica y, para su sorpresa, escuch a continuacin un cantar sobre cierto hroe germnico llamado Sigfrido, que Mattius haba aprendido el da anterior en boca de otro juglar. Michel no poda estar seguro de que su amigo lo reprodujera con fidelidad porque no conoca muy bien el idioma, pero por la msica habra asegurado que era el mismo. Slo lo ha escuchado una vez, se dijo. Ser cosa del diablo?.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una salva de aplausos: Mattius haba terminado, y Michel lo agradeci, porque se mora de hambre.

Poco despus atacaban un plato de cerdo asado.

Cmo has hecho para aprender tan rpido la Balada de Sigfrido? pregunt Michel entre bocado y bocado. He reconocido la msica; tengo buen odo, pero, por lo visto, no tan buena memoria como t.

Eso es secreto profesional replic el juglar frunciendo el ceo. Y t no...

Se interrumpi al ver que un hombre fornido, con ropas de caballero y francos ojos azules se acercaba a ellos. El perro levant la cabeza del pedazo de carne que estaba devorando a los pies de Mattius y dirigi al extrao una mirada cautelosa.

Buenas noches les dijo ste en francs. Me han dicho que vens de Francia. Me llamo Jacques de Belin, natural de Aquitania. Hace tiempo que no salgo de territorio germano; qu se cuenta por mi tierra?

Mattius sonri. Dar noticias era parte de su trabajo.

Del ducado de Aquitania poco s, amigo. Y del resto slo traigo malas noticias, por todas partes.

El aquitanio se sent junto a ellos con gesto grave.

Malos tiempos declar cuando el juglar termin de contarle las nuevas. No s qu pasa ltimamente.

Mundus senescit murmur Michel para s mismo.

Jacques de Belin lo mir fijamente.

Qu causa lleva a un joven monje a acompaar a un juglar trotamundos? Adems eres de la orden de Cluny; te reconozco por los hbitos negros.

Y vos sois caballero indic Michel sagazmente. Comparts mesa con un joven monje de Cluny que acompaa a un juglar trotamundos?

Jacques solt una carcajada.

Tienes razn asinti. Pero he de decir que yo he viajado mucho, y tengo una especial predileccin por los juglares, sobre todo por los que cantan relatos de hroes. Tu interpretacin de la Balada de Sigfrido ha sido magnfica le dijo a Mattius.

Michel le dirigi al juglar una mirada de circunstancias, y ste se encogi de hombros.

Tambin yo he viajado mucho le dijo al aquitanio, ignorando al monje. Por casualidad sois caballero del emperador?

Digamos que le debo homenaje, pero no pertenezco a su guardia privada.

No rendisteis homenaje al duque de Aquitania? pregunt Michel. No entiendo mucho de estas cosas, pero...

l me arm caballero, y s, le rend homenaje hace mucho tiempo. Pero soy un segundn y tuve que dejar la casa de mi padre, el seor de Belin, en busca de fortuna. Corr medio mundo y acab aqu, sirviendo en la casa del emperador, esperando algn matrimonio ventajoso. Pero ya no soy tan joven aadi riendo, sealando las canas que blanqueaban sus sienes, y las doncellas tambin escasean. Y a vosotros qu os trae por aqu?

Encontr a este muchacho en Normanda completamente perdido explic Mattius. Los hngaros prendieron fuego a su monasterio, pero l slo tena una obsesin: llegar hasta Aquisgrn.

Quiero ver la tumba de Carlomagno declar Michel. Me han dicho que est aqu.

El juglar lo mir sorprendido. Aquello era nuevo para l.

Tambin el caballero pareca intrigado.

Eso dicen, en efecto replic. Pero son rumores. Nadie ha encontrado nunca los restos de Carlomagno. El emperador los ha buscado por todas partes.

Entonces por lo menos me gustara visitar la capilla palatina. He venido desde muy lejos slo para ver tal maravilla.

Mattius se pregunt qu habra de verdad y qu de mentira en las palabras del monje. Por su expresin, pareca que Jacques de Belin tambin se lo preguntaba.

Siento decepcionarte, muchacho, pero la capilla no se puede visitar. Forma parte del palacio del emperador, y l no permite extraos en su casa.

Michel palideci.

Pero eso no puede ser. Hablar con el emperador, si es necesario, pero tengo que entrar ah.

Te ser difcil. El emperador est de viaje. Ha ido a Roma para ver al Papa.

Michel enterr la cara entre las manos.

Cundo volver? quiso saber Mattius.

Cualquiera sabe. Desde que hizo elegir a Gregorio V como nuevo Papa, las cosas en Roma no marchan como l quisiera. No es fcil que los romanos acepten a un germano como Sumo Pontfice. Lo consideran un brbaro.

Qu queris decir con que hizo elegir? pregunt Michel.

Hombre, todos saben que Otn III influy notablemente en la eleccin del nuevo Papa. No dicen que el emperador es el brazo armado de Dios? Pues entonces l se considera ejecutor de la voluntad divina, y con derecho para elegir un Papa.

Jess, cmo est el mundo! exclam Michel.

He odo decir que el emperador es apenas un adolescente apunt Mattius.

Diecisiete aos confirm Jacques. Cumpli la mayora de edad el ao pasado.

Jess! repiti Michel.

Tu amigo parece dudar de la capacidad de Otn III como emperador le dijo Jacques al juglar.

Mattius no respondi. Pareca estar pensando en otra cosa. Miraba de reojo a un rincn de la sala.

Conocis a esos tipos del fondo? susurr. Me da la sensacin de que nos vigilan.

Jacques se volvi con disimulo. Michel tambin mir hacia all y el corazn le dio un vuelco: eran los mismos que los observaban al principio de la velada, mientras Mattius conversaba con el posadero.

Llevan controlndonos desde que hemos entrado, Mattius murmur. Me dan mala espina.

Los conozco dijo el aquitanio volvindose hacia Mattius y Michel. De vista nada ms. Pertenecen a una extraa cofrada que predica la llegada del Anticristo para el fin del milenio.

Michel dio un respingo y se puso blanco como la cera. Dirigi una mirada de urgencia a Mattius, pero ste hizo como que no lo haba visto.

Y las autoridades eclesisticas no han hecho nada? pregunt con calma al caballero, que frunca el ceo ante la agitacin de Michel.

Qu van a hacer? Excomulgarlos? A esa gente le da igual. Adems, no hablan mucho, y nadie ha logrado averiguar si estn con el diablo o contra l. Los tratan de locos, pero yo no me fiara de ellos. Se hacen llamar la Cofrada de los Tres Ojos, o algo as.

Michel temblaba violentamente, pero Mattius conservaba un aire tranquilo.

Qu te pasa, muchacho? inquiri el aquitanio. Ya habas odo hablar de ellos?

A veces le dan ataques replic Mattius con calma. No sabemos por qu.

Su aspecto despreocupado no logr engaar a Jacques.

Vosotros sabis algo sobre esa gente dijo, y su voz adquira un tono peligroso. Si traman algo contra el emperador o cualquier persona de esta ciudad, mi deber es averiguarlo e impedirlo. Si me ocultis informacin, os la sacar a la fuerza.

Ninguno de los dos pareci sentirse impresionado por su amenaza. Tenan otras cosas en la cabeza.

Es necesario que entremos en la capilla como sea urgi Michel, mirando a Mattius.

ste haba abandonado su expresin calmosa y ahora pareca profundamente preocupado, pero no por las palabras del caballero, sino porque su instinto le deca que no haca falta fingir, que podan confiar en l.

Esto est dejando de ser un juego musit el juglar.

El aquitanio se dio cuenta de que pasaba algo grave, y los mir con seriedad. Mattius le dirigi una mirada dubitativa. Estaba acostumbrado a relatar historias increbles, pero nunca haba esperado que nadie le creyera. Esta vez era muy diferente.

Podemos contaros lo que sabemos dijo con prudencia, pero lo ms seguro es que nos tomis por locos. Yo mismo no cre a Michel la primera vez.

Dado que el monje no pareca estar en condiciones de hablar, fue Mattius quien tom la palabra y le relat a Jacques de Belin todo cuanto saban sobre el fin del milenio.

Yo crea que esos pergaminos eran desvaros de un chiflado concluy, pero parece ser que hay ms gente que conoce las profecas. No me extraara que la mujer que entr en casa de mi amigo Isaac en Amiens tuviera algo que ver con esa cofrada.

El aquitanio los mir fijamente, para decidir si le estaban tomando el pelo o no. Mattius sostena su mirada con seriedad, pero Jacques se record a s mismo que el juglar saba fingir muy bien. En cambio, el muchacho estaba alterado y muy asustado. No pareca simular nada ni pretender engaarle. sa era la nica conclusin a la que poda llegar.

Una historia extraa, la vuestra dijo finalmente. No puedo creeros, pero tampoco me estis mintiendo. La nica forma de averiguarlo es ver si hay algo en esa capilla o no; quiz pueda hacer algo por vosotros. Os alojis aqu? En ese caso, maana temprano pasar a buscaros. Tal vez podamos entrar en la capilla, ahora que el emperador no est y se ha llevado a toda su guardia consigo.

Michel estall en una salva de agradecimientos apresurados. El caballero se levant sonriendo, pero an con el ceo levemente fruncido.

Nos veremos maana, amigos dijo, rascando las orejas al perro. Y tened cuidado.

Mattius y Michel se despidieron de l y subieron a acostarse.

No deberamos hacer turnos de guardia? pregunt Michel, inquieto.

Sirius cuidar de los dos replic Mattius, sealando al perro.

Michel asinti, ms tranquilo. El animal pareca ms grande y terrible a la vacilante luz de la lmpara.

El muchacho se acost en su jergn y no tard mucho en dormirse, a pesar de la excitacin que le produca encontrarse en Aquisgrn por fin. En la otra cama, Mattius no fue tan afortunado. No paraba de darle vueltas a la nueva informacin sobre la cofrada. Todava no se atreva a plantearse en serio la teora del fin del mundo pero, por lo visto, haba ms gente adems de Michel que s lo haca. Y eso poda llegar a ser peligroso, aunque no saba en qu sentido.

Michel se despert de madrugada sobresaltado; en su confusin, distingui los ladridos del perro, y se incorpor, parpadeando. A la tenue luz de la luna que entraba por la ventana distingui cuatro sombras: tres, humanas que forcejeaban entre s; la cuarta era la del perro, que saltaba de un lado para otro, intentando morder algn miembro.

Mattius? murmur el muchacho.

Oy un grito de dolor, pasos apresurados... todo fue muy confuso hasta que la puerta se abri y entraron el posadero, armado con un bastn, y su mujer, que portaba una vela cuya luz ba el cuarto, descubriendo a Michel una escena terrible.

Los extraos eran dos de los hombres que los haban vigilado disimuladamente durante la cena. Uno de ellos se retorca de dolor en el suelo, mientras el perro le morda una pierna baada en sangre. El otro forcejeaba con Mattius.

Con la llegada del posadero todos se detuvieron un brevsimo instante, pero, inmediatamente, el que no estaba herido ech a correr, lo apart de un empujn y sali huyendo. El primero en reaccionar fue el perro, que, sabiendo que su vctima no se iba a levantar, la abandon en el suelo para ir en pos del fugitivo. Sus ladridos atronaron toda la posada.

Qu... qu...? balbuce Michel.

Mattius se sec el sudor de la frente y dio una rpida explicacin a los dueos de la casa. La posadera ahog una exclamacin consternada mientras su marido, rezongando por lo bajo, asest un estacazo al atacante herido, como para rematarlo. La posadera le entreg la vela y sali apresuradamente del cuarto.

Mattius, qu pasa? pregunt Michel, muy nervioso.

El juglar se volvi hacia l.

Menos mal que dormas como un bendito coment. Han intentado matarnos.

Qu... qu...? repiti Michel, blanco como la cera.

Deja ya de cacarear. Como no haya nada en la capilla voy a ser yo el que te mate.

La mujer volvi con una soga, y Mattius y el posadero ataron de pies y manos al herido, que gema dbilmente.

Michel no entendi gran parte del interrogatorio, pero Mattius le explic despus que aquellos hombres intentaban impedir que reunieran los tres ejes y evitaran el fin del mundo. El reinado del Anticristo estaba cerca, y era l quien deba recoger los ejes en el da de su advenimiento.

El posadero estaba consternado. Mattius ri y le dijo que se las estaban viendo con un pobre chiflado. Esta explicacin pareci convencerle y aliviarle considerablemente.

Se llevaron al cofrade casi a rastras y lo dejaron atado en el trastero para llevarlo al da siguiente a las autoridades. Con todo, y a pesar del regreso del perro minutos ms tarde, visiblemente satisfecho con un jirn de las calzas del fugitivo entre los dientes, Michel no pudo pegar ojo en toda la noche.

Se levant al alba, plido, ojeroso y entumecido, y despert a Mattius de un sueo nervioso y poco reparador. Cuando bajaron a desayunar, el posadero los recibi hablando con excitacin: de alguna manera, el prisionero se haba escapado.

Dice que es cosa del diablo tradujo Mattius, porque estaba muy bien atado, y la puerta ha permanecido atrancada toda la noche.

Michel palideci. Mattius lo not.

No lo creers en serio?

No s, Mattius. Esa gente adora al Anticristo. Quin sabe si l no los ayuda.

Mattius se qued mirndolo, pensativo, pero no dijo nada.

Terminaban el tazn de leche cuando entr Jacques de Belin. Atropelladamente, Michel le cont todo lo sucedido la noche anterior. Por el rostro del caballero cruz una sombra de preocupacin.

Os habis metido en un buen lo les dijo. Por alguna razn habis entrado en su territorio, y parece que eso no les gusta.

Pues yo no voy a echarme atrs replic Mattius en tono sombro. Esto ya se ha convertido en un asunto personal.

Jacques asinti. Estaba de acuerdo con l.

Salieron de la posada y se encaminaron hacia el palacio.

He hablado con el capelln les cont el aquitanio. Le he dicho que el joven monje tena una promesa que cumplir. Le dejar entrar en la capilla por unos minutos. Pero a ti...

Creo que Michel no me necesita para encontrar lo que busca lo tranquiliz Mattius. No necesito entrar yo tambin. Sin embargo, temo que los de la cofrada intenten atacarlo otra vez. Me harais un gran favor si vos lo acompaarais.

No tengo ningn inconveniente.

Entraron en el recinto del palacio, compuesto por distintos edificios: viviendas para criados, caballerizas, almacenes, cocinas..., y se dirigieron hacia la construccin principal. No llamaban mucho la atencin, porque iban acompaados por el caballero Jacques de Belin. De todas formas, el emperador estaba ausente, todo se vea muy tranquilo y la vigilancia era mnima y relajada.

Entraron en el palacio propiamente dicho. Atravesaron amplias salas y largos pasillos hasta salir de nuevo al exterior. Pasado un pequeo jardn, adornado con varias piezas artsticas tradas de distintos reinos, haba un prtico, y tras l estaba la iglesia palatina.

Es altsima coment Michel, mirando boquiabierto hacia arriba.

Pues espera a ver el interior.

Se acercaron a la puerta. El caballero llam enrgicamente, mientras Michel examinaba un adorno con forma de cabeza de len esculpido en la puerta. Mattius se le qued mirando. El muchacho frunca el ceo y asenta para s mismo, casi como si lo hubiera reconocido. El juglar decidi no preguntar.

El capelln les abri minutos despus. Mantuvo una corta conversacin con Jacques mientras estudiaba a Michel de arriba abajo. El chico se removi, incmodo, pero procur no perder su sonrisa corts.

Finalmente, el sacerdote hizo una sea a Michel para que entrara con l.

Sirius y yo esperaremos aqu fuera dijo el juglar, y el caballero asinti y fue tras ellos.

La puerta se cerr.

Bueno dijo Mattius, rascando las orejas del perro. Al menos la hemos visto por fuera.

Dentro, Michel no paraba de mirar a todas partes.

La capilla palatina tena forma octogonal, y estaba cubierta por una alta cpula. Los suelos de mrmol, las paredes doradas, los arcos y los mosaicos relucan con un brillo propio, poderoso y desafiante.

Qu maravilla murmur.

El capelln adivin lo que haba dicho y sonri con orgullo, aunque miraba a Michel con cierto desprecio. El muchacho se pregunt por qu.

De pronto repar en el tema que representaban los mosaicos: el Apocalipsis. Se lo indic a Jacques de Belin con un gesto. El caballero asinti gravemente.

Qu vas a hacer ahora?

Los pergaminos dicen que el Eje del Presente est custodiado por un hombre que tuvo el poder en una mano y la sabidura en la otra. El ermitao lo vio habitando en algn lugar de esta capilla, durmiendo. Siempre durmiendo.

Durmiendo...? Jacques estaba estupefacto. Eso es absurdo. Y nadie habita en esta capilla, a no ser... se qued parado un momento, sin acabar de creerlo. Carlomagno? Pretendes mirar en la sepultura de Carlomagno? No ests bien de la cabeza, muchacho. Ni siquiera sabemos dnde est.

Tampoco lo sabe el capelln? insisti Michel, y se volvi para preguntrselo, pero se encontr con que ya no estaba all.

Qu extrao! murmur el caballero, y lo llam.

Su voz se perdi retumbando por las paredes. Nadie respondi.

No es normal dijo. No puede habernos dejado solos aqu. Voy a ver si ha subido al piso de arriba.

Se alej en busca del capelln, mientras Michel segua examinando los mosaicos.

Imgenes terribles. Monstruos, dragones y los cuatro jinetes que portaban los males del mundo para extenderlos en mayor proporcin. Dolor, ruina y muerte.

Michel se estremeci. Cuando mir a su alrededor, Jacques ya se haba marchado. Se encogi de hombros. Ahora tena mayor libertad para buscar la tumba de Carlomagno.

Mientras, Jacques recorra la iglesia. Subi la escalera de caracol hasta el nivel superior y busc por all, pero no haba ni rastro del capelln. Entonces tuvo una sbita sospecha y mir hacia abajo desde la barandilla. No vio a Michel en el lugar donde lo haba dejado. Imagin que estara por el deambulatorio, y volvi sobre sus pasos para reunirse con l.

El joven monje haba descubierto una cabeza de len esculpida en bronce en la pared, como la de la puerta, y la examinaba atentamente. No tena ninguna funcin aparente y no haba ninguna otra cerca, por lo que no armonizaba con el conjunto. Coloc la mano sobre ella. No tena mucho relieve y era ms o menos igual de grande que su palma extendida. Los pergaminos de Bernardo de Turingia describan algo semejante.

De pronto sinti una respiracin tras l y se le puso la piel de gallina. Se apart instintivamente.

Por la capilla palatina reson un grito.

Mattius, desde el exterior, lo oy. Su perro ladr y ara la puerta con las patas delanteras.

El chico tiene problemas murmur, y sac una pequea daga de su morral para forzar la cerradura.

No tard mucho. Cuando entr no se detuvo para contemplar la maravilla arquitectnica carolingia.

Michel! grit, y el eco le devolvi el nombre de su amigo multiplicado varias veces.

Nadie le contest, pero l sigui a Sirius, que pareca saber muy bien adnde iba. El eco de sus ladridos le haca parecer una jaura entera corriendo por la iglesia palatina de Aquisgrn.

Mattius pronto lo perdi de vista. Se gui por sus ladridos y se reuni con Michel y Jacques de Belin un poco ms all. Junto a ellos, en un charco de sangre, en el suelo, yaca el capelln.

Qu ha pasado?

Me ha atacado respondi Michel, sealando al sacerdote. Con un pual, a traicin y por la espalda.

He llegado justo a tiempo para salvarlo gru el caballero; fue entonces cuando Mattius descubri que tena la espada baada en sangre.

Habis matado a un sacerdote en una iglesia? el juglar no se lo crea. Eso es profanacin!

Profanacin era lo que haca l aqu replic el aquitanio, malhumorado. Era un adorador del diablo.

Levant la manga del hbito del capelln con la punta de la espada. Mattius vio que llevaba un crculo con tres ojos tatuado en la piel del brazo.

Dejadme adivinar: el smbolo de la cofrada.

Es un asunto grave dijo el caballero. Hasta el mismsimo capelln de este santo lugar pertenece a esa secta. No s cmo...

Se interrumpi cuando un chirrido reson por la sala. Michel se apart de un salto: haba estado manipulando el adorno de bronce con forma de cabeza de len.

Una losa se abri en el suelo, dejando libre el paso hacia una especie de catacumba a la que se acceda por una estrecha escalera. Un fuerte olor a cerrado inund la capilla.

Qu es eso? pregunt Mattius.

No podra asegurarlo respondi Michel, pero dira que es la tumba de Carlomagno.

Eh, espera! Mattius lo retuvo por los hbitos cuando ya bajaba las escaleras. Y para qu quieres entrar ah?

Cree que dentro puede estar lo que anda buscando explic Jacques.

Mattius se qued pensativo.

En serio? Pues en cualquier caso necesitars una luz, no?

Michel se detuvo en mitad de la escalera cuando, efectivamente, la oscuridad ya era impenetrable. Volvi a subir.

Mattius revolva en su macuto en busca de un cabo de tea que siempre llevaba encima, por si acaso. Cuando lo encontr, Michel le ayud a encenderlo con ayuda de un pedernal.

El caballero los miraba boquiabierto.

Estis locos.

No lo creo replic el juglar. Eso de ah abajo debe de ser condenadamente importante si hay alguien dispuesto a matar y a morir por ello.

El aquitanio consider la respuesta mientras Michel y Mattius bajaban la escalera.

Esperad! dijo, y fue tras ellos. No quiero perdrmelo.

Llegaron a una cripta hmeda y pequea. Un nico sarcfago ocupaba su centro.

Demasiado limpio para llevar tanto tiempo cerrado observ el juglar. Sospecho que ese sacerdote conoca ya la existencia de este lugar.

Michel se acerc a ver lo que decan las letras doradas de la tapa de mrmol:

Carolus Magnus Imperator ley. Hemos dado en el clavo.

Mattius se acerc, intimidado. Ahora Michel era el valiente y l el que dudaba.

Qu haces? exclam Jacques viendo que el monje pretenda levantar la tapa. Ese hombre lleva por lo menos trescientos aos muerto!

Ciento ochenta y tres, para ser exactos replic Michel sin inmutarse.

Se te ha ocurrido pensar que tal vez el eje no sigue ah? dijo Mattius suavemente. Los de la cofrada conocen este sitio.

En tal caso no habran intentado evitar que entrramos razon Michel. Anda, chame una mano.

Mattius se senta como hechizado. Ayud al muchacho con la pesada losa sin decir una palabra.

El caballero dio un paso atrs.

Esto es una profanacin dijo. Al emperador no le va a gustar.

La tapa se movi unos centmetros. Mattius y Michel insistieron.

Dejadlo ya, os lo ordeno! aull Jacques; quiso acercarse a ellos, pero el perro le vio las intenciones y se interpuso, gruendo por lo bajo.

El caballero se llev la mano a la empuadura de la espada; el animal gru con ms fuerza y el hombre se vio obligado a apartarla del arma.

Ya! dijo Michel.

Aunaron esfuerzos y dieron un ltimo empujn. La losa se desliz del todo.

Qu horror! exclam Jacques de Belin, espantado.

Pero en los rostros de Mattius y Michel no haba asco, sino asombro y temor.

Est vivo musit el monje, muerto de miedo.

Jacques se acerc a mirar, y se le cort la respiracin.

Carlomagno reposaba intacto en su sepultura, como si no hubieran pasado los aos por l, como si simplemente estuviera durmiendo o inconsciente, y conservaba el porte regio incluso en aquella situacin. Su rostro no presentaba ningn rictus de dolor, sino una serena calma. Sobre su pecho descansaba una cruz de oro que sujetaba con las dos manos. La barba castaa segua cuidadosamente peinada; una fina diadema de oro y piedras preciosas cea su frente.

Mattius se atrevi a tocarle el cuello por si le encontraba pulso. Lo hizo cau