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DIARIO ÍNTIMO PAUL GAUGUIN Ediciones elaleph.com

Gauguin, Paul - Diario Intimo

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Page 1: Gauguin, Paul - Diario Intimo

D I A R I O Í N T I M O

P A U L G A U G U I N

Ediciones elaleph.com

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Editado porelaleph.com

2000 – Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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PREFACIO

Ha surgido una fantástica leyenda Gauguin, tergiversadaen muchas repeticiones. Una leyenda mucho mejor conocidaque sus notables cuadros, y por lo menos, en este país, dis-cutida por millares de personas que olvidan la reconocidacategoría de mi padre como uno de los más grandes maes-tros de la pintura.

Esta conseja ha captado la fantasía popular en todaspartes. Erase que se era un corredor de Bolsa de edad madu-ra, algo común y moderadamente próspero. Tenía esposa ytres hijos por quienes sentía gran afecto. Ni los suyos ni susamigos tenían motivo para sospechar que abrigaba otra am-bición que la de terminar sus días como un próspero hombrede negocios y un buen padre de familia. Por aquel entonces,cierta noche, dejó de lado sus virtudes domésticas mientrasdormía. Despertó hecho un monstruo inhumano. Su amorpor la familia, sus ambiciones burguesas y su respetabilidadhabían desaparecido. Lo poseía una fiebre ardiente de pintar.Huyó a París, sin tener nunca un recuerdo o una preocupa-

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ción por su necesitada familia, dedicado a su recién adoptadoarte, en sublime desafío a la tradición académica. Finalmente,hallando a la civilización demasiado tediosa para ser sopor-tada, se retiró a Tahití, donde vivió y amó y pintó y muriócomo un salvaje.

Es un lindo cuento. Es una pena contradecirlo, ya queha entretenido a tantas almas crédulas. Pero, iay!, no es ver-dad. La decisión de mi padre de convertirse en pintor no fueuna transformación tipo Jekyl y Hyde. Tengo un dibujo quehizo de mi madre allá por 1873, el año de su casamiento. Enverdad, se había interesado por la pintura durante toda suvida, para mayor fastidio de mi madre, cuando él acostum-braba utilizar sus mejores manteles de hilo como lienzo o susmás finas enaguas como trapos para los colores. En 1882renunció definitivamente al comercio, por el arte. Su deter-minación fue tomada luego de la debida consulta con mimadre. Ella convino en dejarlo ir, no porque tuviera fe en sugenio, sino porque respetaba su pasión por el arte. Fue va-liente. Significaba esto que ella debía asumir la carga delmantenimiento y la educación de sus hijos. Mi padre la llamósale bourgeoíse, pero la respetó profundamente toda su vida.

Durante sus viajes nunca perdió completamente con-tacto con nosotros. A intervalos irregulares acostumbrabaescribirnos, pidiendo noticias y enviándonos afectuosos sa-ludos. Una vez., incluso, nos envió desde Tahití un paquetede sus notables pinturas, que fueron examinadas con indife-rencia, si no con desdén, y arrojadas a un desván. El se sintiómás bien molesto cuando mi madre, considerando estas telascomo una contribución para el mantenimiento de sus hijos,

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trató - ¡ay! en vano- de venderlas. Se vendieron unos pocosaños más tarde, según creo, a precios ridículamente bajos.

Mi último recuerdo de él es singularmente vívido. Habíaido a Copenhague a decirnos adiós antes de su último viaje aTahití. Nunca pareció más tranquilo y tierno. Indudable-mente era muy feliz ante la perspectiva de retornar a su pa-raíso tropical. Como regalo de despedida me dio un retratoque le había hecho ese año Eug1nc Carriére. Un parecidoexcelente; todavía lo tengo.

Estaba en las Marquesas cuando fue completado este"Diario". Lo envió al señor André Fontainas con el pedidode publicarlo después de su muerte o, si ello no fuera posi-ble, de guardarlo como prueba de la estimación de PaulGauguin. El señor Fontainas no encontró editor y el "Dia-rio" perlas e ne fas, pasó a poder de mi madre y de mi her-mano menor. Luego de la muerte de mi madre lo ofrezco ami vez al público lector de habla inglesa. Sales bourgeois...quizás.

Por lo que he sido capaz de averiguar, este "Diario" esel ensayo suelto más largo de mi padre en el arte literario."Noa-Noa" fue revisado por el señor Charles Morice a basede los manuscritos de mi padre y, mucho me temo, apenasconserva el espíritu de trabajo de su autor. Comparad suestilo con el de estos Escritos, o con los ensayos ocasionalessobre temas de arte con que mi padre colaboró en revistasfrancesas, y la diferencia resulta evidente. En lo que a mírespecta, al menos, estos Escritos constituyen el autorretratoesclarecedor de una personalidad única. Transfiguran y ha-cen vívidos los recuerdos de mi padre, recuerdos demasiado

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confusos y escasos. Enfocan, para mí ajustadamente, subondad, su humor, su espíritu rebelde, su clara visión, suodio inmoderado por la hipocresía y la impostura.

6 Ignoro lo que otros deducirán de ellos, y no me im-porta mayormente. Durante toda su vida mi padre ofendió ala respetable gente presumida, la ofendió deliberadamente ypor la misma endiablada razón que lo impulsaba a colgar enla pared esas fotografías obscenas de que nos habla en este"Diario". ¿Qué más apropiado que continúe ofendiéndolaluego de su muerte?

La otra clase de gente no se equivocará. No dejará depercibir que estos Escritos son la expresión espontánea delmismo espíritu libre, intrépido y sensible que habla en lastelas de Paul Gauguin.

EMILE GAUGUINFiladelfiaMayo de 1921

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AL SEÑOR FONTAINAS TODO ESTO - TODOAQUELLO

Movido por un sentimiento inconscientenacido de la soledad y del salvajismo -Cuentos inútiles de una criatura perversa,siempre amante de lo hermoso, que a ve-ces reflexiona. La belleza que es personal -La única belleza que es humana.

PAUL GAUGUIN

Esto no es un libro. Un libro, inclusive un mal libro, esun asunto serio. Una frase que pudiera ser excelente en elcuarto capítulo sería inconveniente en el segundo, y no todosconocen la treta.

Una novela... ¿dónde comienza y dónde termina? El in-teligente Camille Mauclair nos da esto como su forma defi-nitiva; el asunto queda resuelto hasta tanto un nuevoMauclair venga y nos anuncie una nueva forma.

"¡Fiel a la vida!" ¿No basta la realidad para dispensarnosde escribir acerca de ella? Además, uno cambia. Hubo un

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tiempo en que odiaba a George Sand. Ahora Georges Ohnetme la hace aparecer casi soportable. Las lavanderas y losporteros de los libros de Emilio Zola hablan un francés queme llena de cualquier cosa, salvo de entusiasmo. Cuandoterminan de hablar, sin darse cuenta, Zola continúa en elmismo tono y en el mismo francés.

No tengo ganas de hablar mal de él. No soy escritor. Megustaría escribir como pinto mis cuadros... es decir, siguien-do a mi fantasía, siguiendo a la luna y encontrando el títulomucho después.

¡Memorias! Esto significa historia, fechas. Todo en ellases interesante, excepto el autor. Y hay que decir quién es unoy de dónde viene. Confesarse a sí mismo a la manera de JuanJacobo Rousseau es un asunto serio. Si os cuento que, dellado materno, desciendo de un Borgia de Aragón, virrey delPerú, diréis que no es verdad, que me estoy dando ínfulas.Pero si os digo que esta familia es una familia de basureros,me despreciaréis.

Si os digo que del lado paterno todos se llaman Gau-guin, diréis que eso es absolutamente infantil; si me explayosobre el particular, con la idea de convenceros de que no soyun bastardo, sonreiréis escépticamente.

Lo mejor sería callarme, pero callarse exige un esfuerzocuando a uno lo domina el deseo de hablar. Hay personasque tienen un fin en la vida, otras ninguno. Durante muchotiempo la virtud estuvo adormecida en mí; lo sé todo sobreel particular, pero no me gusta. La vida es apenas algo másque la fracción de un segundo. ¡Tan poco tiempo para pre-parares para la eternidad!

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Me gustaría ser un cerdo: sólo el hombre puede ser ridí-culo.

En otros tiempos los animales salvajes, los grandes, ru-gían; hoy están rellenos. Ayer pertenecía yo al siglo decimo-noveno; hoy pertenezco al vigésimo, y estoy seguro de quevosotros y yo no vamos a ver el vigesimoprimero. Siendo lavida lo que es, se sueña con la venganza... y hay que conten-tarse con soñar. Sin embargo, no soy de los que hablan malde la vida. Se sufre, pero también se disfruta, y por breve quehaya sido este goce, es lo que se recuerda. Me gustan losfilósofos, salvo cuando me aburren o cuando son pedantes.También me gustan las mujeres, cuando son gordas y vicio-sas; su inteligencia me molesta; es demasiado espiritual paramí. He deseado siempre tener una amante gorda y nunca lahe encontrado. Para mi mayor escarnio, están siempre en-cintas.

No significa esto que no sea yo sensible ala belleza, sinosimplemente que mis sentidos no quieren saber nada de ello.Como notaréis, no conozco el amor. Decir "te amo", es algoque me rompería los dientes. Digo esto para mostraros quesoy cualquier cosa menos un poeta. ¡Un poeta sin amor! Lasmujeres, que son astutas, adivinan esto, y por esa razón lasahuyento.

No tengo quejas. Como Jesús, digo: "La carne es la car-ne, el espíritu es el espíritu". Gracias a ello, una pequeñacantidad de dinero satisface mi carne, y mi espíritu queda enpaz.

Aquí me tenéis, pues, ofreciéndome al público como unanimal, despojado de todo sentimiento, incapaz de vender

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mi alma por cualquier Gretchen. No he sido un Werther, yno seré un Fausto. ¿Quién sabe? El sifilítico y el alcohólicoserán quizás los hombres del futuro. Me parece como si lamoral, como las ciencias y todo el resto, estuviera en caminohacia otra moral enteramente nueva, que será quizás laopuesta ala de hoy día. El matrimonio, la familia y muchísi-mas cosas buenas con que aturden mis oídos, parecen alejar-se en automóvil a toda velocidad.

¿Esperáis que concuerde con vosotros?El con quién se acuesta uno no es asunto sin importan-

cia.En el matrimonio, de los dos, el cornudo más grande es

el amante, a quien una pieza de teatro en el Palais Royal lla-ma "el más afortunado de los tres".

En Poirt Said compré algunas fotografías. El pecadocometido... ab ores. Las coloqué bien a la vista en mi domi-cilio, en una glorieta. Hombres, mujeres y niños se reían deellas. Casi todos, en realidad; era cosa de un momento y na-die pensaba más en ello. Sólo la gente que se llama a sí mis-ma respetable dejó de venir a mi casa; sólo ellos pensabanacerca del asunto durante todo el año. Durante la confesiónel obispo hizo toda clase de averiguaciones, y algunas de lasmonjas incluso empalidecieron más y más y se tornaron oje-rosas.

Pensad en esto y clavad alguna indecencia bien a la vistasobre vuestra puerta; desde ese momento en adelante esta-réis libres de toda gente respetable, la más insoportable queDios ha creado.

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Sé, todos saben, todos seguirán sabiendo, que dos másdos son cuatro. Hay un largo camino desde una convención,desde la simple intuición, hasta el verdadero entendimiento.Estoy de acuerdo y, como todo el mundo, digo: "dos másdos son cuatro"... Pero esto me irrita; trastorna completa-mente mi manera de pensar. Así, por ejemplo, vosotros queinsistís en que dos más dos son cuatro, como si fuera unacerteza que no podría ser de otra manera ¿por qué mantenéistambién que Dios es el creador de todo? Aunque sólo fuerapor un instante ¿no podría Dios haber dispuesto las cosas demanera diferente?

¡Extraña clase de Todopoderoso!Todo esto a propósito de pedantes. Sabemos y no sa-

bemos.El Santo Sudario de Jesús subleva al señor Berthelot.

Por supuesto, el docto químico Berthelot puede estar en locierto; pero, por supuesto el Papa... Vamos, mi encantadorBerthelot ¿qué haría usted si fuera Papa, un hombre a quienbesan los pies? Millares de imbéciles piden la bendición detodos estos Lourdes. Alguien debe ser Papa y un Papa debebendecir y satisfacer a todos sus fieles. No todos son quími-cos. Personalmente no sé nada acerca de tales asuntos, yquizás si alguna vez tengo hemorroides comenzaré a pensarcómo obtener un trozo de este Santo Sudario para introdu-cirlo en mi cuerpo, convencido de que me curará.

Esto no es un libro.

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Además, aun cuando no tenga lectores serios, el autorde un libro debe ser serio.

Tengo aquí, enfrente, algunos cocoteros y bananos; sontodos verdes. Deseo deciros, para complacer a Signac, quepequeñas manchas de rojo (el color complementario) estándispersas entre el verde. A pesar de esto - y ello desagrada aSignac- me atrevo a jurar que en todo este verde se puedenobservar manchones de azul. No confundáis; no es el cieloazul sino solamente la montaña a la distancia. ¿Qué puedodecir a todos estos cocoteros? Y sin embargo debo charlar;así, pues, escribo en lugar de hablar.

¡Mirad! Allí está la pequeña Vaitauni camino del río...Tiene los pechos más redondos y encantadores que podríasimaginar. Veo ese cuerpo dorado, casi desnudo, camino delagua fresca. Cuidado, querida criatura, el peludo gendarme,guardián de la moralidad pública, que es un fauno en secreto,te está observando. Cuando no desee mirar más, te acusaráde una transgresión, en venganza por haber alterado sussentidos y ultrajado así la moralidad pública. ¡Moralidad pú-blica! ¡Qué palabras!

¡Oh, buenos señores de la metrópoli, no tenéis idea delo que es un gendarme en las colonias! Venid aquí y miradvosotros mismos; veréis indecencias tales como no podríaishaber imaginado.

Pero habiendo visto a la pequeña Vaitauni siento quemis sentidos comienzan a hervir. Me dirijo hacia el río en

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busca de diversión. Ambos nos hemos reído, sin preocupar-nos acerca de las hojas de parra y...

Esto no es un libro.Permitidme que os cuente algo que ocurrió hace años.Recordaréis que el general Boulanger estuvo escondido

en Jersey. Justamente por aquella época -era invierno- estabayo trabajando en Pouldu, sobre la costa desierta, al extremode Finisterre, muy lejos de las granjas. Apareció un gendar-me con órdenes de observar la costa para impedir el su-puesto desembarco del general Boulanger disfrazado depescador.

Fui astutamente interrogado y se me sonsacó tanto que,completamente intimidado, exclamé: "¿Me toma usted porcasualidad por el general Boulanger?”

El: "Hemos visto cosas más extrañas que ésa".Yo: "¿Tiene usted su descripción?”El: "¿Su descripción? Se me ocurre que es usted un po-

co impúdico. Será mejor que lo lleve conmigo".Fui obligado a ir a Quimperlé para explicarme. El sar-

gento de policía me probó, inmediatamente, que desde elmomento que yo no era el general Boulanger, no tenía dere-cho a hacerme pasar por el general y burlarme de un gen-darme que cumplía con su deber.

"¡Qué! ¿Hacerme pasar por el general?”"Tendrá que admitir que lo hizo", dijo el sargento, "ya

que el gendarme lo tomó a usted por Boulanger".Más que estupefacto, estaba yo lleno de admiración por

tan magnífica inteligencia. Se diría que uno es engañado másfácilmente por los imbéciles. No necesito que se me diga que

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estoy repitiendo la fábula del oso, de La Fontaine. Lo quedigo tiene un sentido completamente diferente. Habiendohecho mi servicio militar, he observado que los suboficiales,y aun algunos oficiales, llegan a enojarse cuando se les hablaen francés, pensando, sin duda, que es un idioma creadopara burlarse de la gente y humillarnos. Lo cual prueba que,a fin de vivir en este mundo, se debe estar especialmenteatento contra la gente menuda. Se tiene muchas veces nece-sidad de alguien más humilde que uno. ¡No, eso no! Debodecir que a menudo se tienen razones para temer a alguienmás humilde que uno mismo.

En la antesala, el adulón enfrenta al ministro.Recomendado por cierta persona importante, un joven

pidió un empleo a un ministro, y fue prontamente despedi-do; ¡pero su zapatero era el zapatero del ministro! ¡No se lerehusó nada!

Con una mujer que siente placer siento el doble de pla-cer.

El Censor: ¡pornografía!El Autor: ¡hipocritografia!

*

Pregunta: ¿Sabe usted griego?Respuesta: ¿Para qué? Sólo tengo que leer a Pierre Lou-

ys. Pero si Pierre Louys escribe con excelente francés es jus-tamente porque sabe también el griego.

*

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En cuanto a la moral, bien merecen ellos lo escrito porlos jesuitas:

Digitus tertius, digirus diaboli.¿Qué demonios somos: gallos o capones? ¿Debemos

llegar hasta la postura artificial de huevos? Spiritus Sanctus!

*

El matrimonio está comenzando a hacer su aparición eneste país; una tentativa para regularizar el estado de cosas.Los cristianos importados se dedican en cuerpo y alma a estesingular negocio.

El gendarme ejerce las funciones de alcalde. Dos pare-jas, convertidas a la idea del matrimonio, y vestidas con ro-pas flamantes, escuchan la lectura de las leyes matrimoniales;una vez que han dado el "si” ya están casadas. Al salir, unode los dos varones dice al otro: "¿Qué te parece si cambia-mos?" Y muy alegremente cada uno va con su nueva esposaa la iglesia, donde las campanas llenan el aire de alegría.

El obispo, con la elocuencia que caracteriza a los misio-neros, truena contra los adúlteros, y luego bendice a la nuevaunión que en este santo lugar es ya el comienzo de un adul-terio.

Otro caso: al salir de la iglesia, el novio dice a la doncellade honor: "¡Qué hermosa es usted!". Y la novia dice al pa-drino de la boda: "¡Qué buen mozo es usted!" Muy prontouna pareja va por la derecha y otra por la izquierda, en loespeso de la maleza, donde, cobijados por los bananos y ante

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el Todopoderoso, dos matrimonios se celebran en lugar deuno. Monseñor está satisfecho y dice: "Estamos comenzan-do a civilizarlos...”

En una islita cuyo nombre y latitud he olvidado, unobispo ejerce su profesión de moralización cristiana. Dicenque es realmente lujurioso. A pesar de la austeridad de sucorazón y de sus sentidos, ama a una colegiala; paternal-mente, con pureza. Por desgracia, el diablo se mete a vecesen lo que no le importa, y un hermoso día nuestro obispo,caminando por el bosque, observa a su adorada criatura en elrío, completamente desnuda, lavando su camisa:

A orillas del río, la joven TeresaLava su camisa en la corriente.Está manchada por el accidenteQue doce veces al año le ocurre.

"¡Hola!", dijo, "pero si está justo a punto...”¡Ya lo creo que estaba a punto! Preguntad si no a los

quince jóvenes vigorosos que esa misma tarde disfrutaron desus abrazos. Se resistió al decimosexto.

La adorable criatura estaba casada con el pertiguero quevivía en el vallado. Prolija y activa, barría el dormitorio delobispo y cuidaba del incienso.

Durante el oficio divino el marido tenía la vela.¡Cuán cruel es el mundo! Las malas lenguas comenzaron

a menearse y yo, por mi parte, estaba profundamente con-vencido de la verdad de cuanto decían cuando una piadosacatólica me hizo notar un día: "Ves" - y al mismo tiempo, sin

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pestañar, vaciaba un vaso de ron-; "ves, chico, es un dispa-rate eso de que el obispo se acuesta con Teresa; simplementela confiesa para tratar de aplacar su pasión".

Teresa era la haba reina. No tratéis de comprender.Oslo explicaré.

Para Epifanía monseñor dispuso que el chino hicierauna soberbia torta. La tajada de Teresa contenía una haba, demanera que se la nombró reina, siendo monseñor el rey.Desde ese día Teresa continuó siendo la reina, y el pertigue-ro, el marido de la reina.

Pero ¡ay!, la famosa haba envejeció, y nuestro lujuriosoque era astuto, encontró una nueva haba a pocos kilómetrosde distancia.

Imaginad una haba china, tan rolliza como sea posible.Cualquiera la hubiera comido.

Tú, pintor en busca de un tema gracioso, toma tus pin-celes e inmortaliza este cuadro: nuestro lujurioso, con susgalas episcopales, bien plantado en su montura, y su haba,cuyas curvas tanto delanteras como traseras bastarían paradevolver la vida a un niño del coro del Papa. Y, además, unacuya camisa... comprendéis... es innecesario repetir. Cuatroveces bajó del caballo, y la alcancía de Picpus se aligeró endiez piastras.

Para vosotros son chismes... pero...Esto no es un libro.

*

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Durante largo tiempo he querido escribir acerca de VanGogh, y lo haré sin duda el día menos pensado, cuando estéen vena. Voy a deciros ahora algunas cosas, pocas y oportu-nas, acerca de él, o más bien acerca de nosotros, a fin decorregir un error que ha corrido en ciertos círculos.

Ocurre que han enloquecido varios hombres que estu-vieron mucho en mi compañía y que acostumbraban discutirconmigo.

Esto fue cierto con los dos hermanos Van Gogh, y al-gunas personas malignas, entre otras, me han atribuido in-fantilmente sus demencias. Algunos hombres tienen,indudablemente, mayor o menor influencia sobre sus ami-gos, pero hay una gran diferencia entre eso y provocar lalocura. Mucho tiempo después de la catástrofe, Vincent meescribió desde el asilo particular en que estaba en tratamien-to. Decía: "Qué afortunado eres de estar en París. Es decir,donde uno halla los mejores doctores, y tú ciertamente debesconsultar a un especialista para curar tu locura. ¿No estamostodos locos?" El consejo era bueno, y por eso no lo seguí;por espíritu de contradicción, digamos.

Los lectores del Mercure habrán observado en una cartade Vincent, publicada hace unos pocos años, la insistenciacon que trató de hacerme ir a Arlés para fundar un estudiodel cual sería yo director, según su idea. Trabajaba yo enaquella época en Pont-Aven, en Bretaña, y sea porque losestudios que había comenzado me retenían en ese lugar, oporque un vago instinto me advertía de algo anormal, meresistí largo tiempo, hasta que vino el día en que emprendí el

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viaje, arrastrado finalmente por el sincero y amistoso entu-siasmo de Vincent.

Llegué a Arlés a altas horas de la noche, y esperé el albaen un pequeño café que permanecía abierto. El dueño memiró y exclamó: "¡Usted es el compañero, lo reconozco!”

Un autorretrato, que había enviado yo a Vincent, explicala exclamación del propietario. Al mostrarle mi retrato Vin-cent le había dicho que era un compañero suyo que vendríapronto. Fui a despertar a Vincent, ni demasiado temprano nidemasiado tarde. El día fue dedicado a establecerme, a mu-cha conversación y a pasear de manera que pudiera admirarla belleza de Arlés y las mujeres arlesianas, acerca de las cua-les, dicho sea de paso, no cobré gran entusiasmo.

Al día siguiente pusimos manos ala obra, él, continuan-do lo que ya había comenzado, y yo, comenzando algo nue-vo. Debo confesaros que nunca he tenido la facilidad mentalque otros encuentran, sin dificultad alguna, en la punta desus pinceles. Estos individuos descienden del tren, recogensu paleta y os despachan en seguida un efecto de luz. Cuan-do está seco, va al Luxemburgo y es firmado Carolus-Duran.

No admiro la pintura, pero admiro al hombre. Es tanseguro, tan tranquilo. Yo, tan inseguro, tan intranquilo.

A donde quiera que voy necesito un cierto período deincubación, a fin de poder aprender cada vez la esencia delas plantas y de los árboles, de toda la naturaleza, que nuncadesea ser comprendida o entregarse a sí misma.

Pasaron, pues, varias semanas antes de que yo estuvieraen condiciones de captar indistintamente el agudo sabor deArlés y de sus alrededores. Pero ello no impidió que trabajá-

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ramos duro, especialmente Vincent. Entre dos seres talescomo él y yo, uno un perfecto volcán, el otro hirviendotambién, interiormente, se estaba preparando una especie delucha. En primer lugar, por todas partes y en todo encontréun desorden que me chocaba. Su caja de colores apenascontenía todos esos tubos, amontonados y nunca cerrados.A pesar de ese desorden, de ese revoltijo, algo brillaba en sustelas y también en su conversación. Daudet, Goncourt, laBiblia inflamaban su cerebro holandés. Los muelles, lospuentes, los barcos de Arlés, todo el Midi, ocuparon e[ lugarde Holanda para él. Incluso olvidó cómo escribir el holan-dés, y, según puede verse en las cartas a su hermano, nuncaescribió sino en francés, admirable francés, con un sinfín de"puesto que" y "por cuanto".

A pesar de todos mis esfuerzos para desenmarañar deese desordenado cerebro una lógica razonada en sus pensa-mientos críticos, no podía explicarme la absoluta contradic-ción entre sus cuadros y sus opiniones. Así, por ejemplo,tenía una admiración sin límites por Meissonier y un odioprofundo por Ingres. Dégas era su desesperación y Cézanneun falsario. Lloraba al pensar en Monticelli.

Una cosa que le irritaba era deber admitir que yo teníamucha inteligencia, aunque mi frente era demasiado peque-ña, signo de imbecilidad. Poseía junto con todo esto la másgrande de las ternuras, o más bien el altruismo del Evangelio.

Ya desde el primer mes vi que nuestras finanzas comu-nes iban tomando la misma apariencia de desorden. ¿Quéhacer? La situación era delicada. La caja era apenas modes-tamente llenada (por su hermano, empleado en lo de Goupil,

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y por mí, mediante la venta de cuadros. Me vi obligado ahablar, a riesgo de herir su gran susceptibilidad. Encaré elasunto con muchas precauciones, y con un muy amable en-gatusamiento, de una clase muy ajena a mi naturaleza. Deboconfesar que tuve éxito mucho más fácilmente de lo quehubiera supuesto.

Mantuvimos una caja: tanto para excursiones higiénicaspor la noche, tanto para tabaco, tanto para gastos incidenta-les, incluso alquiler. Había una tira de papel encima y unlápiz, para que escribiéramos virtuosamente lo que cada unotomaba de ese cajón. En otra caja estaba el resto del dinero,dividido en cuatro partes, para pagar cada semana por nues-tra comida. Abandonamos nuestro pequeño restaurante, y yohice la comida en una cocina de gas, mientras Vincent com-praba las provisiones, sin ir muy lejos de casa. Una vez, sinembargo, quiso Vincent hacer una sopa. Cómo la preparó,no lo sé; casi diría que como sus colores en sus cuadros. Decualquier manera, no pudimos comerla. Y mi Vincent soltóla carcajada y exclamó: "Tarascon! La casquette au péreDaudet!" Sobre la pared, escribió con tiza:

Je suis Saint EspritJe suis sain d 'esprit

¿Cuánto tiempo estuvimos juntos? No podría decirlo, lohe olvidado completamente. A pesar de la rapidez con quese aproximaba la catástrofe, a pesar de la fiebre de trabajoque me poseía, el tiempo me pareció un siglo.

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Aunque el público no tenía sospechas de ello, dos hom-bres estaban realizando allí una tarea colosal que era útil aambos. ¿Quizás a otros? Hay algunas cosas que producenfrutos.

Vincent, en la época en que Negué a Arlés, estaba enplena corriente de la escuela neoimpresionista, y encontrabamuchas dificultades, sufriendo como consecuencia de ello, loque no se debía a que esta escuela, como todas las escuelas,era mala, sino a que la misma no correspondía a su naturale-za, que distaba mucho de ser sufrida, y que era tan indepen-diente.

Con todos esos amarillos sobre violados, todo este tra-bajo en colores complementarios, un trabajo suyo desorde-nado, no realizaba nada sino las más suaves de las armonías,incompletas y monótonas. Faltaba en ellas el sonido de latrompeta.

Emprendí la tarea de ilustrarlo: fue una tarea fácil, porcuanto encontré un suelo rico y fértil. Como todas las natu-ralezas originales que están marcadas con la estampa de lapersonalidad, Vincent no tenía miedo a los demás, y no eratestarudo.

Desde ese día mi Van Gogh hizo progresos asombro-sos; parecía adivinar todo lo que tenía en sí, y el resultadofue aquella serie de efectos de sol y más efectos de sol a ple-na luz.

¿Habéis visto el retrato del poeta?La cara y el cabello son amarillo cromo 1.Las ropas son amarillo cromo 2.

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La corbata es amarillo cromo 3 con un alfiler de corbataesmeralda, sobre un fondo amarillo cromo 4.

Esto me lo decía un pintor italiano, y agregaba: "Marde ;marde! Todo es amarillo. ¡Ya no sé más qué es la pintura!”

Sería ocioso entrar aquí en problemas de técnica. Estoes sólo para haceros saber que Van Gogh, sin perder unapizca de su originalidad, aprendió de mí una provechosalección. Y cada día me lo agradecía. Es eso lo que quieredecir cuando escribe al señor Aurier expresándole que debemucho a Paul Gauguin.

Cuando llegué a Arlés, Vincent estaba tratando de en-contrarse a sí mismo, mientras que yo, que era mucho másviejo, era un hombre maduro. Pero debo algo a Vincent, y esla conciencia de haberle sido útil, la confirmación de mispropias ideas originales acerca de la pintura. Y también, enmomentos difíciles, el recuerdo que se guarda de otros másdesgraciados que uno mismo.

Sonrío cuando leo la observación de que "el dibujo deGauguin recuerda en algo al de Van Gogh".

En los últimos días de mi estada, Vincent se volvía ex-cesivamente brusco y ruidoso, y luego guardaba silencio.Durante varias noches lo sorprendí en el acto de levantarse yvenir hacia mi cama. ¿A qué debo atribuir mi despertar justoen ese momento?

De todas maneras, bastaba que le dijera muy severa-mente: " ¡.Qué te pasa, Vincent?", para que volviera a sucama sin decir palabra y se durmiera profundamente.

Se me ocurrió la idea de hacer su retrato mientras él es-taba pintando la naturaleza muerta que tanto amaba: algunos

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arados. Cuando el retrato estuvo terminado, me dijo: "Soyciertamente yo, pero yo que me he vuelto loco".

Esa misma tarde fuimos al café. Tomó un ajenjo liviano.De repente me arrojó el vaso y su contenido. Evité el golpe;lo tomé en peso en mis brazos y salimos del café, atravesan-do la plaza Víctor Hugo. No muchos minutos más tardeVincent se encontraba en su cama, donde a los pocos se-gundos dormía, para no despertar hasta el día siguiente.

Cuando despertó, me dijo muy tranquilamente: "Miquerido Gauguin, tengo un vago recuerdo de que ayer a latarde te ofendí”.

Contestación: "Te perdono de buena gana y de todo co-razón, pero la escena de ayer puede repetirse, y si fuera gol-peado perdería el dominio de mí mismo y te estrangularía.Permíteme que escriba a tu hermano y le diga que regreso".

¡Dios mío, qué día!Cuando llegó la tarde y hube engullido mi almuerzo,

sentí que debía salir solo y tomar aire a lo largo de algunossenderos bordeados de laureles en flor. Había atravesadocasi la plaza Víctor Hugo cuando oí detrás de mí unos pasosbien conocidos, cortos, rápidos, irregulares. Me di vuelta enel momento en que Vincent se abalanzaba sobre mí, con unanavaja abierta en la mano. Mi mirada en ese momento debiótener gran poder, pues se detuvo y, agachando la cabeza,comenzó a correr hacia casa.

¿Fui negligente en esta oportunidad? ¿Deví desarmarlo ytratar de calmarlo? He interrogado a menudo a mi concien-cia acerca de esto, pero no he encontrado nunca nada quéreprocharme. El que quiera, que me arroje la primera piedra.

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De un salto estuve en un buen hotel arlesiano, donde,luego de preguntar la hora, tomé una habitación y me fui aacostar.

Estaba tan agitado que no pude dormirme hasta alrede-dor de las tres de la mañana, y me desperté más bien tarde,más o menos a las siete y media.

A llegar a la plazoleta, vi una multitud reunida. Cerca denuestra casa veíanse algunos gendarmes, y un pequeño caba-llero con sombrero hongo que era el inspector de policía.

Esto era lo ocurrido:Van Gogh, de regreso a casa, se había cortado inmedia-

tamente una oreja, junto a la cabeza Debió de llevarle algúntiempo parar el flujo de la sangre, pues al día siguiente unacantidad de toallas mojadas se encontraban desparramadasen las baldosas de las dos habitaciones de la planta baja. Lasangre había manchado las dos habitaciones y la pequeñaescalera que conducía a nuestro dormitorio.

Cuando estuvo en condiciones de salir, con la cabezaenvuelta en una boina que se encasquetó lo más posible, fuedirectamente a cierta casa donde a falta de una camarada unopuede escoger una amistad, y entregó su oreja al encargado,cuidadosamente lavada y colocada en un sobre. "Aquí tieneun recuerdo mío", le dijo. Luego corrió hacia casa, donde semetió en cama para dormir. Se tomó sin embargo el trabajode cerrar los postigos, y puso sobre una mesa, cerca de laventana, una lámpara encendida.

Diez minutos más tarde toda la calle asignada a las mo-zas de fortuna estaba en conmoción, y éstas charlaban acercade lo ocurrido.

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No tenía la más mínima sospecha de todo esto cuandome presenté a la puerta de nuestra casa y el caballero delsombrero hongo me dijo abruptamente y en un tono másque severo: "¿Qué ha hecho usted a su camarada, señor?”

"No sé...”"Oh, sí... usted lo sabe muy bien... está muerto".Nunca podría desear a nadie un tal momento; me tomó

un largo rato recobrar mi presencia de ánimo y refrenar loslatidos de mi corazón.

Me sofocaban el enojo, la indignación y la pena, así co-mo la vergüenza por todas esas miradas que despedazabanmi persona. Contesté tartamudeando: “Muy bien, señor,subamos. Podemos explicarnos mejor allí”.

Vincent yacía en la cama, arrollado en las sábanas, en-corvado como el percutor de un arma; parecía sin vida. Sua-vemente, muy suavemente, toqué el cuerpo, cuyo calormostraba que todavía estaba vivo. Fue para mí como reco-brar repentinamente todas mis energías, todo mi ánimo.

Dije entonces en voz baja al inspector de policía: "Ten-ga la amabilidad, señor, de despertar a este hombre con grancuidado, y si pregunta por mí dígale que me ido de Arlés; mivista podría resultarle fatal".

Debo reconocer que a partir de ese momento el ins-pector de policía fue tan razonable como era posible, e inte-ligentemente mandó llamar un médico y un coche dealquiler.

Una vez despierto, Vincent preguntó por su camarada,su pipa y su tabaco; incluso pensó en preguntar por la cajaque estaba abajo y contenía nuestro dinero: ¡una sospecha,

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diría yo! Pero yo había pasado ya por demasiados sufri-mientos para molestarme por esto.

Vincent fue llevado a un hospital, donde, ni bien llegó,su cerebro comenzó a desvariar nuevamente.

El resto lo saben todos aquellos que tienen algún interésen saberlo, y sería inútil hablar al respecto si no fuera por elgran sufrimiento de un hombre que, confinado en un mani-comio, recobraba lo suficiente su razón a intervalos men-suales para comprender su condición y pintar furiosamentelos cuadros admirables que conocemos.

La última carta suya que recibí estaba fechada en Au-vers, cerca de Pontoisc. Me decía que había esperado recupe-rarse lo suficiente para reunírseme en Bretaña, pero queahora se veía obligado a reconocer la imposibilidad de sucura: "Querido maestro" (única vez que haya usado esta pa-labra), "después de haberte conocido y causado sufrimiento,es mejor morir en un buen estado mental que en uno degra-dado".

Se pegó un tiro de revólver en el estómago, y murióunas horas más tarde, recostado en su cama y fumando supipa, en completa posesión de sus facultades mentales, llenode amor por su arte y sin odio para los demás.

En Les Monstres, Jean Dolent escribe: "Cuando Gau-guin dice ‘Vincent’, su voz es dulce". Sin saberlo, pero ha-biéndolo sospechado, Jean Dolent está en lo cierto.

Sabéis por qué...Notas desparramadas, sin ilación, como sueños, como

una vida compuesta de fragmentos; y porque otros la hancompartido, el amor de cosas bellas vistas en casa de otros.

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Cosas que son a veces infantiles cuando se escriben, frutoalgunas de nuestra holganza; otras la clasificación de ideasqueridas, aunque quizás tontas (desafío a una mala memo-ria), y algunas, rayos que penetran el centro vital de mi arte.Si un trabajo de arte fuera un trabajo de azar, todas estasnotas serían inútiles.

Creo que el pensamiento que ha guiado mi trabajo, unaparte de mi trabajo, está misteriosamente ligado con un mi-llar de otros pensamientos, algunos míos propios, otros aje-nos. Hay días de imaginación ociosa de los cuales recuerdolargos estudios, a menudo estériles, más a menudo perturba-dores: una nube negra acaba de oscurecer el horizonte; mialma es dominada por la confusión, y soy incapaz de haceralgo. Si en otras horas de brillante luz solar y con una menteclara me dedico a tal y tal hecho, o visión, o a fragmentos delectura, siento que debo hacer alguna breve crónica de ello,perpetuar su memoria.

A veces he ido muy lejos, mucho más lejos que los ca-ballos del Partenón... hasta el Dadá de mi niñez, el buen ca-ballito mecedor.

Me he arrastrado entre las ninfas de Corot, he danzadoen el sagrado bosque de Ville-d' Avray.

Esto no es un libro.

*

Tengo un gallo de alas purpúreas, pescuezo dorado ycola negra. ¡Dios mío, qué hermoso es! Y me divierte.

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Tengo una gallina gris plateada, con plumaje desordena-do; araña, picotea, destruye mis llores. No establece distin-gos. Es divertida, sin ser remilgada. El gallo le hace un signocon sus alas y sus pies y ella le ofrece inmediatamente surabadilla. Lentamente, vigorosamente también, él trepa en-cima de ella.

¡Oh! ¡Pasa rápidamente! ¡.Fue la suerte favorable? No losé.

Los niños se ríen, yo me río. ¡Dios mío, qué idiotez! Soytan pobre que no tengo nada qué poner en la olla. ¿Y si co-miera al gallo? Estoy hambriento. Estará demasiado duro.¿La gallina, entonces? Pero en ese caso no podría divertirmemás observando a mi gallo de alas purpúreas, pescuezo do-rado y cola negra trepando encima de mi gallina; los niñosno se reirían más. Todavía estoy hambriento.

*

¡El diluvio! Una vez el mar enojado se elevó hasta losmás altos picos. Y ahora el mar, aplacado, lame las rocas.

En otras palabras, vois-tu, ma fille, ayer trepabas, hoydesciendes. Desciendes pensando que subes.

*

Tengo una deuda con la sociedad.¿Cuánto?¿Cuánto me debe la sociedad?Mucho, demasiado.

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¿Pagará algún día?¡Nunca! (¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!).

*

Una tranquila siesta en la veranda, todo en paz. Mis ojosven el espacio, sin observarlo; y tengo la sensación de algoinfinito, de lo que soy el comienzo.

En el horizonte, Moorea; el sol se te acerca. Sigue sumarcha luctuosa; sin entenderlo, tengo la sensación de unmovimiento que ha de seguir eternamente: una vida univer-sal que no será nunca extinguida.

Y he aquí la noche. Todo está tranquilo. Mis ojos cerra-dos, para ver, sin captarlo, el sueño de un espacia infinitoque huye ante mí. Y tengo la dulce sensación del triste desfilede mis esperanzas.

*

Cenamos. Una larga mesa. A ambos lados, hileras deplatos y copas. Colocados en este sentido esos platos, esascopas en perspectiva hacen parecer larga la mesa, muy larga.Pero esto es un banquete.

Stéphane Mallarmé preside; enfrente está Jean Moreas,el simbolista. Los invitados son simbolistas. Quizás son laca-yos también. Por allá, lejos, al final, está Clovis Lugnes (Mar-sella). Lejos, también, en el otro extremo, Barrés (París).

Estamos cenando; hay brindis. El presidente comienza;Moreas responde, Clovis Lugnes, rubicundo, cabellos largos,

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exuberante, pronuncia un largo discurso, en verso, natural-mente.

Barrés, alto y delgado, afeitado, cita a Baudelaire de unamanera seca, en prosa. Escuchamos. El mármol es frío.

Mi vecino, que es muy joven pero robusto (soberbiosbotones de diamantes resplandecen en su camisa de muchospliegues) me pregunta en voz baja: "¿Se encuentra el señorBaudelaire entre nosotros esta noche?”

Me rasco la rodilla y contesto: "Sí, está aquí, allí, entrelos poetas, Barres está hablando con él".

EL: "¡Oh! ¡Me gustaría tanto selle presentado!”

*

En cierto lugar algún santo dice a uno de sus penitentes:"¡Guárdate del orgullo de la humildad!”

Carta de Strindberg:

Usted se ha propuesto que yo escriba el prefacio a sucatálogo, en memoria del invierno de 1894-95, en que vivi-mos detrás del instituto, no lejos del Panteón, y bastantecerca del cementerio de Montparnasse.

De buen grado le habría dado este recuerdo para que lollevara consigo a esa isla de Oceanía, adonde va usted enbusca de espacio y escenario en armonía con su poderosaestatura; pero, desde el comienzo, me siento en una posiciónequívoca, y le respondo en seguida con un "no puedo", o,más brutalmente todavía, con un "no lo deseo".

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Al mismo tiempo le debo a usted una explicación pormi negativa, que no proviene de falta de sentimiento amisto-so, o de una pluma perezosa, aunque me hubiera sido fácilcargar la culpa al mal que afecta a mis manos que, dicho seade paso, no ha dado tiempo a la piel para crecer en las pal-mas.

Ahí va: no puedo entender su arte y no puedo quererlo.No comprendo su arte, que es ahora exclusivamente tahitia-no. Pero sé que esta confesión no lo asombrará ni le herirá,pues usted siempre me pareció fortificado especialmente porel odio de los demás: su personalidad se deleita en la antipa-tía que despierta, ansiosa como está de conservar su propiaintegridad. Y quizás esto es una buena cosa, pues en cuantousted fuera aprobado y admirado, y tuviera partidarios, loclasificarían ellos a usted, poniéndolo en su lugar y dando asu arte un nombre que, cinco años más tarde, la generaciónmás joven estaría usando como un rótulo para designar unarte pasado de moda, un arte que harían cualquier cosa portornar todavía más anacrónico.

He hecho ya muchos intentas serios para clasificarlo austed, para introducirlo, como un eslabón en la cadena, demanera que pudiera yo entender la historia de su desarrollo,pero en vano.

Recuerdo mi primera estada en París, en 1876. La ciu-dad estaba triste, pues la nación lamentaba los aconteci-mientos que habían ocurrido y se mostraba ansiosa acercadel futuro; algo fermentaba.

En el círculo de artistas suecos no habíamos oído toda-vía el nombre de Zola, pues El Matadero no había sido pu-

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blicado aún. Presencié una representación de Roma Vencidaen el théátre Francais, en el cual Sarah Bernhardt, la nuevaestrella, fue coronada como una segunda Rachel, y mis jóve-nes artistas me arrastraron a lo de Durand-Ruel a ver algocompletamente nuevo en pintura. Un joven pintor, entoncesdesconocido, fue mi guía, y vimos algunas telas maravillosas,la mayoría firmadas por Monet y Manet. Pero como yo teníaotras casas que hacer en París que mirar cuadros (como se-cretario de la Biblioteca de Estocolmo era mi tarea buscar unviejo misal sueco en la biblioteca de Santa Genoveva), miréesta nueva pintura con tranquila indiferencia. Pero volví aldía siguiente, no sé exactamente por qué, y descubrí quehabía "algo" en estas raras manifestaciones. Vi el bullir deuna multitud sobre un muelle, pero no vi a la multitud mis-ma; vi el rápido paso de un tren a través de un paisaje deNormandía, el movimiento de ruedas en la calle, terriblesretratos de personas excesivamente feas que no habían sabi-do posar tranquilamente. Muy impresionado por estas telas,envié a un diario de mi país una carta en la que trataba deexplicar la sensación que yo pensaba habían tratado de pro-vocar los impresionistas. Mi artículo tuvo cierto éxito comoejemplo de incomprensibilidad.

Cuando volví por segunda ver a París, en 1883, Manethabía muerto, pero su espíritu vivía en una escuela que conBastien-Lepage luchaba por la hegemonía. Durante mi terce-ra estada en París, en 188.5, vi la exhibición de Manet. Estemovimiento se había colocado ahora en primera fila; habíaproducido su efecto y estaba ya clasificado. En la exposiciónTrienal, que se celebró ese mismo año, hubo una anarquía

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total: todos los estilos, todos los colores, todos los temas;históricos, mitológicos y naturalistas. La gente ya no deseabaoír nada acerca de escuelas o tendencias. La libertad era aho-ra el grito de guerra. Taine había dicho que lo bello era lolindo, y .ola que el arte era un fragmento de la naturalezavisto a través de un temperamento.

Sin embargo, en medio de los últimos espasmos delnaturalismo, un nombre era pronunciado por todos conadmiración: el de Puvis de Chavannes. Se erguía completa-mente solo, como una contradicción, pintando con un almacrédula, aun cuando tomaba cota al pasar del gusto de suscontemporáneos por la alusión. (No poseemos todavía eltérmino simbolismo, un nombre muy infortunado para unacosa tan vieja como es la alegoría).

Mis pensamientos se dirigieron hacia Puvis de Chavan-nes ayer a la tarde, cuando, al son tropical de la mandolina yde la guitarra, vi en las paredes de su estudio ese confusomontón de cuadros, inundados de luz, que me persiguióanoche en mis sueños. Vi árboles tales como ningún botáni-co pudo haber descubierto jamás, animales cuya existencianunca sospechó Cuvier, y hombres a quien sólo usted pudohaber creado, un mar que quizás haya manado de un volcán,un cielo que ningún Dios podría habitar. "Señor", dije en misueño, "usted ha creado un nuevo paraíso y una nueva tierra,pero no gozo de m( mismo en medio de su creación. Estádemasiado empapado de sol para mí, que gozo del juego deluz y sombra. En su paraíso habita una Eva que no es miideal; ¡pues yo, yo mismo, tengo el ideal de una o dos muje-res!" Esta mañana fui al Luxemburgo a echar un vistazo a

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Chavannes, que seguía presente en mi mente. Contemplécon profunda compasión al pobre pescador, tan atentamenteocupado en la obtención de la pesca que le traerá el fiel amorde su esposa, que está recogiendo flores, y a su ocioso hijo. iEsto es hermoso! ¡Pero ahora estoy dando coces contra lacorona de espinas, señor, y eso es lo que odio, como ustedsabe! No quiero saber nada con ese lastimoso Dios queacepta golpes. Mi Dios es más bien aquel Vistsliputski queen el sol devora el corazón de los hombres.

¡No, Gauguin no ha sido creado de una costilla de Cha-vannes, ni mucho menos de una de Manes o de Bastien-Lepage!

¿Qué es él, pues? Es Gauguin, el salvaje, que odia a unacivilización sollozante, una especie de Titán que, celoso delCreador, hace en sus horas de ocio su propia pequeña crea-ción; la criatura que despedaza sus juguetes para hacer otrascon ellos, que abjura y desafía<á, prefiriendo ver los cielosrojos antes que verlas azules con la multitud.

Realmente me parece que desde que me he acalorado amedida que escribo, estoy comenzando atener una ciertacomprensión del arte de Gauguin.

Se ha reprochado a un autor moderno de no pintar se-res reales, de crear simplemente sus personajes él mismo.¡Simplemente!

Buen viaje, maestro; pero regrese a nosotros y venga yvéame. Entonces, quizás, hablé aprendido a comprendermejor su arte, lo que me permitirá escribir un verdadero pre-facio para un nuevo catálogo en el hotel Drouot.

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Porque yo también estoy comenzando a sentir una in-mensa necesidad de tornarme salvaje y de crear un mundonuevo.

AUGUST STRINDBERG.

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De Achille Delaroche:

ACERCA DEL PINTOR PAUL GAUGUIN, DESDEUN PUNTO DE VISTA ESTETICO

No sería apropiado que yo estudiara la pintura de PaulGauguin en su aspecto técnico. Es cosa de los pintores, susrivales. Pero aparte del hecho de que un artista es a menudomenos imparcialmente valorado por sus pares que por unintruso, me parece que hay un cierto interés en que los tra-bajadores de las artes vecinas lleguen a un entendimientosobre las líneas principales de la estética general.

No es, pues, por ningún espíritu de diletantismo queexaltaré en esta simple charla, sobre fundamentos de fanta-sía, por supuesto, esta visión de color y dibujo que ha surgi-do tan idealmente, pero también con tantos signossignificativos, de un método que es de interés para todosnosotros, soñadores y artistas por igual.

Hoy en día ya no hay duda de que artes diferentes (pin-tura, poesía, música), luego de haber seguido separadamentesus largos y gloriosos caminos, han sido presas de un repen-

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tino malestar que les ha hecho quebrantar sus monótonastradiciones de antigua reputación, demasiado estrechas en laactualidad, y se están extendiendo como para confundir susondas en una sola gran corriente e inundar los territoriosadyacentes.

Sobre las ruinas de edificios venerables y de sus síntesis,se está levantando un mundo enteramente estético, un mun-do extraño, paradojal, sin reglas definidas, sin clasificaciones,con límites fluctuantes c inexactos, pero más rico, intenso ypoderoso debido a que es ilimitado y capaz de conmover alos seres humanos hasta en las más íntimas y secretas fibrasde su espíritu.

Los estrictos guardianes del templo están muy afligidos,abrumados por este cataclismo e impotentes para hacer usode los pequeños rótulos que gustaban pegar detrás de cadamanifestación intelectual; ¿pero qué se puede hacer? ¿Mideuno la ola y delimita la tempestad? Hay quienes, revelandoescasa aptitud para la espiritualidad, creen que pueden con-tenerla haciendo oír sus pobres e infantiles tonaditas, ¡comosi lo ridículo ocupara algún lugar en el arte! Otros, triste-mente, invocan al Espíritu Galo, a la Raza Latina, a la Edu-cación Griega, etc., lo que no viene al caso, e imaginan quetienen demostrado por A mas B que esta evolución es ilegí-tima y que terminará en un aborto. Sin embargo, les hanllegado desaires irrefutables de todos lados: del lirismo musi-cal de Wágner y su escuela, de las composiciones poéticas delas escritores simbolistas, de las telas cubiertas de maravillaspor pintores recientes.

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Entre estos últimos deje darse un lugar alto y único aPaul Gauguin, no sólo por su prioridad, sino también por lanovedad de su arte. En ocasión de la reciente exhibición aque nos imitó, caminamos a través de los encantos de unpaís de hadas de luz, una luz tan deslumbradoramente inten-sa que parecía imposible, cuando salimos, considerar de otramanera que como efectos de crepúsculo, en contraste, lastelas de nuestros ordinarios hacedores de imágenes.

Gauguin es el pintor de naturalezas primitivas; las ama yposee su simplicidad y sugestión de lo hierático, su ingenui-dad algo desmañada y angular. Sus personajes comparten laespontaneidad no estudiada de la flora virgen. Era lógico,por lo tanto, que haya exaltado - para nuestra delicia visual-las riquezas de su vegetación tropical, donde una vida librede Edén crece lozanamente bajo las estrellas felices. Sonexpresadas aquí con una encantadora magia de color, sinadornos inútiles, ni redundancia, ni italianismo.

Es sobrio, grandioso, imponente. i Y cómo abruma lavanidad de nuestras insípidas elegancias y de nuestras infan-tiles agitaciones la serenidad de estos nativos! Todo el miste-rio del infinito se mueve detrás de la ingenua perversidad deestos ojos suyos, abiertas a la frescura de las cosas.

Me es igual si estos cuadros son o no reproduccionesexactas de la realidad exótica. Gauguin hace uso de este am-biente extraordinario a fin de dar a su sueño una moradalocal. ¡Y qué escenario más favorable que éste podía ser,impoluto como todavía está por las mentiras de nuestra civi-lización!

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De estas figuras humanas, de esta flora en llamas, lofantástico y lo maravilloso surge tan bien o mejor de lo quelo hacen de las quimeras y de los mitológicos atributos deotros. Estaba de moda, justamente entonces, romper a reíren presencia del escándalo de esos cuerpos realmente dema-siado simiescos y poco animados, y de esos paisajes vertica-les que carecen de la espaciosidad de una perspectivasuficiente. ¿Es posible deformar de esa manera la naturaleza?Y la gente invocaba arbitrariamente la euritmia de la escultu-ra griega y de la pintura italiana. Pero aparte del hecho deque sería fácil recordar el arte egipcio, japonés y gótico, quepoco toman en cuenta las llamadas leyes irrevocables, la es-cuela holandesa, en la época en que el clasicismo estaba enpleno florecimiento, demostraba ciertamente que lo feopuede ser también lo estético. De manera que será buenoignorar los prejuicios de nuestras academias, con sus líneascorrectas, sus ambientes estereotipadas, su retórica del torso,si se desea tener una justa apreciación de este arte extraño.

Aunque el arte plástico, concordando en esto con el arteliterario y con la metafísica, se adhirió alguna vez al estrictodominio de definición formal y objetiva: la conmemoraciónde las características del héroe o del burgués, la ilustración decierto paisaje, el transformar en perceptibles y distintas lasfuerzas naturales, esto ocurría, y no podía haber sido de otramanera, a través de un conjunto de líneas preconcebidas queexpresaban esta categoría del ideal. Así, teníamos al Discó-bolo, a la Venus Genitrix, a los Apolos con sus armoniososgestos, a las Madonnas de Rafael, etc., que pueblan nuestrosmuseos y avergüenzan las incoherentes disertaciones de los

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profesores de estética. Pero hoy en día, en que una vida depensamiento más sutil ha penetrado las diferentes manifesta-ciones del espíritu creativo, el punto de vista anecdótico yespecial cede lugar a lo significativo y general. Un torso gra-cioso, un rostro puro, un paisaje pintoresco nos parecenflorecimientos magníficos y multiformes de una simple fuer-za, desconocida e indefinible en sí misma, pero cuyo senti-miento se afirma irresistible en nuestra conciencia. El artistanos interesará menas, por lo tanto, por una visión tiránica-mente impuesta y circunscripta, por armoniosa que sea, quepor una fuerza de sugestión que es capaz de ayudar el vuelode la imaginación o de servir como decoración a nuestrospropios sueños, abriendo una nueva puerta sobre el infinitoy el misterio de las cosas.

Hasta ahora, Gauguin mejor que nadie nos parece habercomprendido este papel de decoración sugestiva. Su métodose caracteriza principalmente por un cercenamiento de ca-racterísticas particulares, por la síntesis de impresiones. Cadauno de sus cuadros es una idea general, aunque no hay enellos suficiente observación de la realidad formal como paraque la verosimilitud nos cause impresión. En ninguna obrade arte se encuentra una mejor exteriorización de la cons-tante concordancia entre el estado de ánimo y el paisaje, tanluminosamente formulada por Baudelaire. Si él nos repre-senta los celos es mediante una llamarada de colores de rosay violado en que toda la naturaleza parece participar comoconsciente y tácitamente. Si de labios sedientos por lo des-conocido fluyen aguas misteriosas, será en una liza de extra-ños colores, en las ondas, sobre algún brebaje diabólico y

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divino, no se sabe cuál. Aquí un huerto fantástico ofrece susinsidiosos capullos a los deseos de Eva, cuyos brazos se ex-tienden tímidamente para arrancar la flor del mal, mientraslas trémulas alas rojas de la quimera revolotean alrededor desu frente. Está aquí el30 exuberante bosque de la vida y dela primavera; aparecen figuras errantes, lejos, en una calmaafortunada que no sabe de preocupaciones; pavas reales fa-bulosos despliegan sus relucientes alas de zafiro y esmeralda;pero aparece el hacha fatal del leñador, golpeando las ramas,y detrás de él se eleva un débil filamento de humo, una ad-vertencia del destino transitorio de esta fiesta. Nuevamenteaquí, en un paisaje legendario, se levanta el (dolo formidable,hierático, y el tributo de hojas se derrama en olas de colorsobre su frente; niños idílicos cantan con sus flautas pastori-les la infinita felicidad del Edén, mientras a sus pies, tran-quilos, encantados, como genios del mal que vigilan, yacenlos heráldicas perros rojos. Más lejos, una ventana de vidriosde colores, llena de flores abigarradas, fiares humanas y flo-res de plantas; con su divino niño en hombros, la aureoladaaparición de una mujer ante quien otras dos estrechan susmanos en medio de los capullos, con los gestos de un sera-fín, exhalando místicas palabras surgidas como un cáliz mila-groso. Vegetación sobrenatural que reza, carne que florecesobre el umbral indeterminado de b consciente y de lo in-consciente.

Todas estas telas, y aun otras que ofrecen sugestionessimilares, muestran suficientemente la íntima correlación detema y de forma en Gauguin. Pero en citas la armonizaciónmagistral de colores es especialmente significativa, y com-

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pleta el símbolo. Los tonos contrastan o se confunden unocon otro en gradaciones que cantan una como sinfonía, enmúltiples y variados coros, y desempeñan un papel que esrealmente de orquesta.

Considerado de esta manera, el color, que al igual que lamúsica es vibración, alcanza a lo que es más general y por lotanto más vago en su naturaleza: su fuerza íntima. Era com-pletamente lógico, por k) tanto, que en el actual estado delos sentimientos estéticos tomara poco a poco el lugar deldibujo, que, en su valor sugestivo, pasa a segundo lugar.

Aparece aquí definitivamente la meta hacia la cual estántendiendo las diferentes artes, el lugar en que quizás se en-contrarán: la ciudad futura de la vida espiritual, a ser edifica-da por ellas, de las cuales la poesía, como estado del alma,sería el gesto de mando, la música la atmósfera y la pintura ladecoración maravillosa. En efecto, los experimentos disper-sos que se han intentado hasta ahora no tienen significadosino como los primeros bocetos, como si fuera la adivina-ción de esta era de construcción ideal.

La humanidad siente más o menos obscuramente que suestado actual de indigente realidad cotidiana es sólo transito-ria; y la quiebra total de las viejas formas sociales es el indiciosignificativo de esta impaciencia por establecer, finalmente,luego de asegurar los instintos de la nutrición, el juego de-sinteresado de una vida cerebralmente sensitiva.

En su niñez, maravillándose del nuevo espejismo de lascosas, colocaba los encantados palacios donde habitan lashadas entre las intrincadas enredaderas de este mundo exte-rior. Luego vino el período de abstracción, en el que se for-

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mularon los métodos científicos, ricos en clasificaciones,divisiones y categorías de toda clase. Cada objeto fue desar-mado, estudiado, pesado, analizado, definido. Orgulloso desu dialéctica, el espíritu humano llegó a considerarla sofisti-cadamente por sí misma y a creerla, como lo hizo Kant, laúnica realidad. Pero la ilusión duró poco. Eminentes pensa-dores arrojaron lejos de sí este vano instrumento, cuya este-rilidad es comparable a la de una máquina que funciona, apesar de estar vacía. Los místicos, por su parte, al no encon-trar satisfacción de sentimiento en estos secos silogismos, sehablan retirado en el éxtasis como el camino más seguro ydirecto hacia la comprensión. Pero fuera de que ese estadoes difícilmente accesible al común de las gentes, y es unaintoxicación algo peligrosa, la pasividad contemplativa dejasin un objetivo a toda la parte activa de nuestras naturalezas.

El arte que cuenta hoy en día, el arte órfico, parece puesa punto de ocupar el lugar de las modalidades discursivas delpensamiento desacreditado y conducirnos a la hermosa con-quista, arte que amansa las bestias salvajes y mueve en ca-dencia armoniosa las criaturas informes del mar. I?I arte, enefecto, simboliza desde su creación a la naturaleza, y estacreación es equivalente a una idea, ya que crear es compren-der. Incluye pues en sí el eslabón de conexión entre lo cons-ciente y lo inconsciente. Nos está permitido así esperar quepor un proceso análogo al de la intuición de Schelling, queera un resplandor fugaz de la verdad, se formulará una espe-cie de agnosticismo estético, ampliando el supremo Olimpode nuestros sueños, Dioses o Héroes.

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La pintura es el arte que, entre todas, preparará el cami-no, resolviendo la antinomia entre los mundos sensible cintelectual. Y en presencia de un trabajo tal como el de Gau-guin, se comienza a concebir a aquellos verdaderamente ilu-minados, no a los idiotas maniáticos que conocemos hoy endía, los coleccionistas de chucherías tontas, proveedores dehisteria y de fuegos artificiales, sino a los espíritus bellamenteintelectuales que, con una fantasía libre, tejerán el tapiz desus sueños. Allí los luminosos frescos de un Gauguin repre-sentarán el paisaje mural, en el cual las sinfonías de unBeethoven o de un Schumann cantarán sus misterios, mien-tras las sagradas palabras de los poetas cantarán solemne-mente la leyenda espiritual de la Odisea humana.

A. DELAROCHE.

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LOS CAMARONES ROSADOS

Invierno de 1886.

La nieve comienza a caer; es invierno. Quiero ahorrarosla descripción: es simplemente la nieve. Los pobres estánsufriendo. A menudo no comprenden esto los caseros.

En este día de diciembre, en la calle Lépic de nuestrabuena ciudad de París, los transeúntes se dan más prisa quede costumbre, pues no tienen deseos de callejear. Entre ellosse encuentra un hombre fantásticamente vestido que, tiritan-do, se apresura para llegar a los bulevares exteriores. Estáenvuelto en un sobretodo de piel de oveja con una gorra quees sin duda de piel de conejo, y tiene una hirsuta barba peli-rroja. Parece un arriero.

No lo miréis por encima; por más frío que haga, no si-gáis vuestro camino sin observar cuidadosamente la manoblanca y graciosa y esos ojos azules que son tan claros e in-fantiles. Es algún pobre mendigo, seguramente.

Su nombre es Vincent Van Gogh.

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Entra apresuradamente en una casa de comercio dondevenden herrajes viejos, flechas de salvajes y cuadros al óleobaratos.

¡Pobre artista! ¡Pusiste un trozo de tu alma en ese cua-dro que has venido a vender!

Es una pequeña naturaleza muerta, camarones rosadossobre un pedazo de papel rosado.

"¿Puede usted darme algo por este cuadro para ayudar-me a pagar el alquiler?”

"¡Dios mío, amigo, mis negocios van mal también! ¡Mepiden Millet baratos! Además -agrega el comerciante-, suscuadros, sabe usted, no son muy alegres. Ahora está de mo-da el Renacimiento. Bueno, dicen que usted tiene talento yme gustaría ayudarlo. Venga, aquí tiene cinco francos".

Y la moneda redonda rueda sobre el mostrador. VanGogh la toma sin murmurar, da las gracias al comerciante ysale. Recorre penosamente el camino de regreso a la calleLépic. Cuando ha llegado casi a su alojamiento, una pobremujer, que acaba de salir de Saint Lazare, sonríe al pintor,esperanzada en su amparo. La hermosa mano blanca sale delsobretodo. Van Gogh es un lector, está pensando en la niñaElisa, y su moneda de cinco francos pasa a ser propiedad dela desgraciada mujer. Rápidamente, como si se avergonzarade su caridad, huye con su estómago vacío.

Vendrá el día, lo veo como si ya hubiera llegado. Entroen la sala número 9 de la galería de subastas. Al llegar yo elmartillero está vendiendo una colección de cuadros. "Cua-trocientos francos por `Los Camarones Rosados': ¡Cuatro-cientos cincuenta! ¡Quinientos! Vamos, señores, vale mucho

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más que eso". Nadie dice nada. "¡Vendido! `Los CamaronesRosados', por Vincent Van Gogh".

*

Al igual que en otras partes, a 17 grados de latitud Sudhay generales, consejeros, jueces, funcionarios, gendarmes yun gobernador. Toda la crema de la sociedad. Y dice el go-bernador: "Veis, mis amigos, no hay nada que hacer en estepaís sino recoger pepitas".

Me visita un ahogado gordo, el fiscal, luego de haberinterrogado a dos jóvenes ladrones. En mi choza hay todaclase de objetos que parecen extraordinarios porque sonpoco habituales aquí: impresos japoneses, fotografías decuadros: Manet, Puvis de Chavannes, Dégas, Rembrandt,Rafael, Miguel Angel.

El fiscal, gordo, un aficionado que, según dicen, hacemuy lindos bocetos a lápiz, mira a su alrededor y delante deun retrato de la esposa de Holbein, de la Galería de Dresden,me dice: "¿Es de una escultura, no?”

"No, es un cuadro de Ho1bein, escuela alemana"."Oh, bueno, es lo mismo. Me agrada. Es lindo".¡Holbein!, ¡lindo!Su carruaje está esperándole, y debe seguir viaje para

merendar lindamente en el césped, a la vista del Orofena,rodeado por el lindo campo.

También el cura (un miembro de la clase educada) mesorprende mientras estoy pintando un paisaje.

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“¡Ah, señor, usted está obteniendo una hermosa pers-pectiva ahí!”

Rossini acostumbraba decir: Je sais bien que je ne suispas un Bach, mais je sais aussi que je ne suis pas unOffenbach”.

Dicen que soy campeón de billar, y soy francés. Losnorteamericanos están furiosos y proponen que juegue unapartida en los Estados Unidos. Acepto. Se apuestan sumasenormes.

Tomo el vapor para Nueva York; hay una tormenta es-pantosa; todos los pasajeros están aterrorizados. Luego deuna cena perfecta bostezo y me voy a dormir.

La partida se juega en una sala grande, lujosa (lujo nor-teamericano). Mi adversario juega primero. Se anota cientocincuenta. Los Estados Unidos se alegran.

Juego yo: tos, tic, tos, precisamente así, despacio, parejo.Los Estados Unidos desesperan. De repente nos ensordeceuna rápida sucesión de disparos de fusil. Mi corazón no sesobresalta; siempre lentamente, parejo, las bolas zigzaguean:tos, tic, tos. Doscientas, trescientas.

Los Estados Unidos son derrotados.Todavía bostezo; lentamente, parejo, las bolas zigza-

guean: tos, tic, tos.Dicen que soy feliz. Quizás.

*

El gran tigre real está solo conmigo en su jaula; des-preocupadamente exige una caricia y demuestra su agrado

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mediante movimientos de su barba y de sus garras. Me quie-re. No me atrevo a golpearlo; estoy atemorizado y él seaprovecha de mi miedo. A pesar mío, tengo que soportar sudesprecio.

Por la noche mi esposa busca mis caricias. Sabe que letemo y se aprovecha de mi miedo. Ambos, criaturas salvajesnosotros mismos, llevamos una vida llena de miedo y debaladronadas, de alegría y de pena, de fuerza y de debilidad.Por la noche, a la luz de las lámparas de aceite, medio sofo-cados por el hedor animal, observamos a la estúpida, a lacobarde multitud, siempre hambrienta de muerte y de carni-cería, que siente curiosidad por el vergonzoso espectáculo decadenas y de esclavitud, del látigo, y del pinche, nunca sacia-da por los alaridos de las criaturas que los soportan.

A mi izquierda, el alojamiento de los animales adiestra-dos. La orquesta, a punto de comenzar, deja oír repentina-mente sonidos ásperos y discordantes. Dos pobres hombres,los reyes de la creación, se dan de puntapiés y puñetazos.Los monos adiestrados no se molestarían en imitarlos.

¡Una imagen de la vida y de la sociedad!

*

A lo largo de senderos convergentes, figuras rústicas,vacías de pensamiento, buscan no sé qué.

Esto parece Pissarro.Un pozo junto a la costa del mar: algunas personalida-

des parisienses con vestidos a rayas, de colores alegres, se-dientas de ambición, buscan indudablemente en ese pozo

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seco el agua que saciará su sed. Todo es confeti. Todo pare-ce de Signac.

Existen colores encantadores, que no sospechamos yque pueden adivinarse detrás del velo que ha tendido la mo-destia. Niñas concebidas en clamor, con manos que ciñen yacarician, invocando tiernos pensamientos.

Por Carriére, digo sin vacilar.Uvas maduras desbordan un plato poco profundo: so-

bre el mantel están mezcladas manzanas de color verde su-bido y de un rojizo violáceo. Las blancas son azules y lasazules son blancas. i Un demonio de pintor, este Cézanne!

Cierta vez, mientras cruzaba el puente de las Artes en-contró a un camarada que se había hecho famoso.

" Hola, Cézanne, ¿adónde vas?”" Como ves, voy a Montmartre, y tú al Instituto".Un joven húngaro me dijo que era alumno de Bonnat."Felicitaciones", le respondí. "Su maestro acaba de ga-

nar el premio en el concurso de sellos postales con su cuadrodel Salón".

El cumplido llegó a destino; podéis imaginaros si tegustó a Bonnat. AL día siguiente el joven húngaro estabadecidido a pelarme.

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LOS JARRONES ESMALTADOS

Allá, lejos, la campiña nipona está cubierta de nieve; loscampesinos están todos en su casa.

Para evitaros entrar por la chimenea -pues las puertasestán todas cerradas- os introduciré por el recurso único deun cuento, en medio de una familia nipona cuyos miembrosson labriegos durante nueve meses al año y artistas los tresmeses de invierno. Lo que habéis visto en una casa os diráacerca de todas; pues son todas iguales, animadas por lamisma vida, las mismas tareas, especialmente la misma ale-gría. El interior es a la vez un pequeño taller, un dormitorio,un refectorio, etc., pero apenas si recuerda a la cajita que tanbien describe Pierre Loti, nuestro gran, gran académico.

Tampoco encontraréis a la pequeña Crisantemo, lahermana de Rarahu (la doncella tahitiana), tan incapacesambas de comprender el distinguido corazón de un jovengastado y hastiado. El joven japonés está gastado también,pero no esta todavía desilusionado. Además, no tiene a sulado a su hermano Yves a quien abrir su corazón.

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En un hogar japonés todo es simple y sosegado, tanto lanaturaleza como la imaginación. Producen frutos y viven deellos, y la naturaleza es rica en frutos. Usted sabe todo estomuy bien, Loti, pero se debe saber gustarlo, olvidar que se esun oficial. ¡Demonios! ¡No se duerme con las charreteraspuestas!

¡Ah! ¡Qué refinada fragancia tiene el té cuando se le be-be en una taza confeccionada por uno mismo y librementedecorada! Y esas adorables cestillas que todos hacen pararecoger cerezas cuando vuelve el buen tiempo. Tejidas porhábiles dedos, los arabescos japoneses les dan una estampapropia.

Y esos maravillosos jarrones esmaltados que exigen unadedicación y un gusto tan pacientes. Todos los labriegosjaponeses manufacturan sus propios jarrones para colocar enellos sus flores cuando llega la primavera. ¡Labriego! Exceptola clase instruida, campesinos y gente de la ciudad son lamisma cosa.

¿Queréis tomar parte en la operación? Para ellos serácosa de dos o tres meses, para vosotros y para mí sólo unospocos minutos. No pondré a prueba vuestra paciencia conun largo relato (el cuento llenaría páginas). Eso no le gusta alos editores cuando el libro no ha de producir billetes de milfrancos.

Además, esto no es un libró; no es nada, sino una charlainútil.

En primer lugar, el labriego nipón hace cuidadosamentesu dibujo y su composición en un trozo de papel que, cuán-do está enrollado, tiene la misma superficie que el jarrón.

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Sabe dibujar, pero no exactamente como lo hacemos noso-tros, del natural. En la escuela se enseña a todos los niños unesquema general establecido según los modelos de losmaestros. Pájaros volando o en reposo, casas, árboles, todala naturaleza, en fin, tiene una forma invariable que el niñoaprende perfectamente. Sólo no se le enseña composición yse le da toda clase de estímulo a la imaginación.

Tenemos aquí, pues, a nuestro dueño de casa japonésinstalado frente a un jarrón de cobre, con su dibujo a la vista,a su lado.

Toda su existencia de herramientas: pinzas, tijeras,alambre achatado de cobre. Con gran habilidad y exactitudda a su alambre de cobre, colocado sobre la superficie deljarrón, todas las formas del dibujo que está delante de él;luego, suelda con bórax los contornos en cobre, colocándo-los, por supuesto, de manera que correspondan con el dibujoen el papel. Una vez completada esta operación, no sin ex-tremo cuidado y con la mayor habilidad, resulta juego deniños llenar con pastas de cerámica de diferentes colorestodos estos espacios vacíos. Sin embargo, requiere reflexión,y un sentido muy especial de las infinitas variedades de laarmonía, no prestándose atención a los colores complemen-tarios.

Terminada su obra de arte, el artista se convierte en há-bil alfarero. Sólo le resta cocer su jarrón. Puede comprar suhorno de tierra incombustible a cualquier comerciante; loslabriegos siempre los tienen de diferentes tamaños. Hay unapuertita para poner y sacar el medidor de calor. Ahora entranen escena las mujeres y los niños; rodean el horno y su con-

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tenido con carbón de leña que arde lentamente, muy lenta-mente. Todos soplan alternativamente el fuego con un aba-nico, y hay algunas diversiones inocentes. A su reverencia, elsacerdote, no le gustan estos Nohs, que son sin palabras yconsisten exclusivamente en gestos, un pasatiempo en el quetodos sobresalen.

Las prendas son dijes y peines, rápidamente ofrecidos yrápidamente perdidos. Se acaloran, el abanico se torna más ymás activo; el trabajo infernal está casi completo en la retor-ta. Esta parranda disimulada se acompaña con canciones yrisas. Pronto no resta nada por perder, y los contendientesterminan por quedar tan hermosamente desnudos comocuando nacieron. ¡Ni siquiera una hoja de parra! No tenien-do nada qué dar, se dan a sí mismos, y os aseguro que ni elescribano ni su señoría el alcalde regularizan estos amoresdel momento que no podrían ser eternos.

Es tarde y todo se está enfriando, lentamente, muy len-tamente: la gente joven y el terrible horno. El descanso su-cede al trabajo bien hecho.

Por la mañana todo está en calma, y en uno de esos co-fres japoneses, con incrustaciones de nácar, el jarrón hace suprimera aparición. No está terminado todavía, pero ya quie-ren echarle una mirada. Retrocediendo unos pasos, acercán-dose, el artista examina su trabajo.

Si regaña, los niños consideran que el jarrón es muy feo;si está de buen humor y les da golosinas, el más pequeño detodos, el bebé, dice: “Si”, y permanece silencioso. El de másedad, lleno de admiración, dice: "¡Papá, qué hermoso es!"Por supuesto, lo dice en japonés.

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Trabaja día tras día para terminar el jarrón, puliéndolocuidadosamente.

Durante la primavera salen en parejas, alegres y felices,vagando por los bosques en flor, donde, en medio de per-fumes afrodisíacos, los sentidos recobran su vigor. ¡Hacenramilletes que combinarán tan bien con sus jarrones esmal-tados!

P.D. -Conté esto una vez a alguien a quien considerabainteligente. Cuando hube terminado me dijo: "¡Pero tus ja-poneses son vulgares puercos!”

Sí, pero en el puerco todo es bueno.

*

A este respecto Remy de Gourmont dice (en el Mercu-re): "Es verdaderamente un espectáculo único en la historiaesta furiosa preocupación por la moralidad sexual que, antenuestros ojos indiferentes, destruye la sensibilidad de tantoshombres bondadosos y de tantas mujeres amables".

El niño judío va a las Tullerías a jugar. Lo lleva su no-driza.

El niño judío está muy cansado de jugar con su globorojo.

El niño judío observa a un pequeño cristiano que estátambién muy casando de jugar con su soberbio caballo demadera. Se acerca y, mirando desdeñosamente al caballo demadera, dice: "Tu caballito es muy feo". Luego juega con suglobo con chillidos de alegría.

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El niño cristiano llora; luego, suspirando tímidamente,dice: "¿Quieres cambiar?”

El niño judío regresa triunfalmente a su casa con el ca-ballo de madera, y su padre exclama: "¡Esta criatura es unamor! ¡Exactamente como yo! ¡Irá lejos!”

No aconsejes ni reprendas a nadie que haya venido apedirte un favor, especialmente si no se lo haces.

Cuidado con pisar un pie a un idiota erudito. Su morde-dura es incurable.

*

Ocurrió en los días de Tamerlán, creo que en el año X,antes o después de Cristo. ¿Qué importa cuándo? La preci-sión a menudo destruye un sueño, quita toda vida a una fá-bula. Por allá, en dirección al sol naciente, por cuyo motivoel país es llamado el Levante, se encontraban reunidos enuna fragante arboleda algunos jóvenes de piel cetrina, cuyocabello era largo, al contrario de la costumbre de la soldades-ca, indicando así su futura profesión.

Estaban escuchando, ignoro si respetuosamente o no, aVehbi Zunbul Zadi, el pintor y dador de preceptos. Si tenéiscuriosidad por saber qué pudo haber dicho este artista enesos bárbaros tiempos, escuchad.

Dijo: "Usad siempre colores del mismo origen. El índi-go hace siempre la mejor base; se torna amarillo cuando se lotrata con extracto de nitro, y rojo con vinagre. Los farma-céuticos siempre lo tienen. Manteneos estrictamente fieles aestos tres colores; con paciencia conoceréis entonces cómo

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componer todos los matices. Que el fondo del papel aclarevuestros colores y provea el blanco, pero nunca lo dejéiscompletamente liso. Lienzos y carne pueden ser pintadossólo por quien conoce el secreto del arte. ¡.Quién os dice quela carne es color bermellón claro y que los lienzos tienensombras grises? Poned una tela blanca junto a un repollo o aun ramo de flores y ved si se tiñe de gris.

"Descartad el negro y esa mixtura de blanco y negro quellaman gris. Nada es negro y nada es gris. Lo que parece grises una composición de tintes pálidos que un ojo experimen-tado percibe. El pintor no tiene la misma tarea que el albañil,la de edificar una casa, con el compás y la regla en la mano,según el plano provisto por el arquitecto. Está bien que eljoven tenga un modelo, pero dejadle bajar el telón sobre élcuando está pintado. Es mejor pintar de memoria, porquevuestra inteligencia y vuestra alma triunfarán sobre el ojo delaficionado. Cuando queréis contar los pelos de un asno, des-cubrir cuántos tiene en cada oreja y determinar el lugar decada uno, vais al establo.

"¿Quién os ha dicho que debéis buscar contrastes en loscolores?

"¿Qué más dulce para un artista que hacer perceptibleen un ramo de flores el matiz de cada una? Aunque dos flo-res se parezcan ¿pueden ser idénticas, hoja por hoja?

"Buscad la armonía y no el contraste, lo que concuerday no lo que choca. Es el ojo de la ignorancia el que asigna uncolor fijo e invariable a cada objeto; como ya os he dicho,tened cuidado con este obstáculo. Practicad pintando unobjeto en conjunción con, o matizado por -es decir, cerca de

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o medio atrás de- otros objetos de colores similares o dife-rentes. De esta manera gustaréis por vuestra propia variedady veracidad; pasad de lo oscuro a lo claro, de lo claro a looscuro. El ojo busca renovarse mediante vuestro trabajo;dadle alimento para su goce, no excrementos. Sólo el pintorde letreros copia el trabajo de otros. Si reproducís lo queotros han hecho no sois sino hacedores de remiendos; em-botáis vuestra sensibilidad e inmovilizáis vuestro colorido.Dejad que todo en torno a vosotros respire la calma y la pazdel alma. Evitad, pues, el movimiento en una pose. Cada unade vuestras figuras debe estar en una posición estática.Cuando Umra representó la muerte de Ocrai, no elevó elsable del verdugo, ni asignó al Khakhan un gesto amenaza-dor, ni doblegó a la madre del reo en convulsiones. El sultán,sentado en su trono, arruga su frente con ceño irritado, elverdugo, de pie, mira a Ocrai como a una víctima que leinspira piedad; la madre, reclinada contra el pilar, revela supena sin esperanzas en ese abandono de su fuera y de sucuerpo. Se puede por lo tanto, sin cansancio, pasar una horaante esta escena, tanto más trágica en su alma que si, luegode pasado el primer momento, actitudes imposibles demantener nos hubieran hecho sonreír con una burla diverti-da.

"Estudiad la silueta de cada objeto; la claridad de loscontornos es el atributo de la mano que no está debilitadapor ninguna vacilación de la voluntad.

"¿Por qué embellecer las cosas arbitraria y deliberada-mente? Desaparece así el verdadero sabor de cada persona,flor, hombre o árbol, todo se borra en la misma nota de lin-

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deza que produce náuseas al conocedor. No significa estoque debáis desterrar el tema gracioso, sino que es preferiblereproducirlo tal como lo veis antes que verter vuestro color yvuestro dibujo en el molde de una teoría preparada de ante-mano en vuestro cerebro".

Se oyeron algunos murmullos en la arboleda; si el vientono se los hubiera llevado, podrían haberse escuchado pala-bras tal malsonantes como Naturalista, Académico y otraspor el estilo. Pero el viento se las llevó mientras Zadi ar-queaba las cejas y calificaba a sus alumnos de anarquistas;luego continuó:

"No retoquéis demasiado vuestro trabajo. Una impre-sión no es lo suficientemente durable para que su primerafrescura sobreviva a una prolongada búsqueda de infinitosdetalles; de esta manera dejáis enfriar la lava y transformáissangre hirviente en piedra. Aunque fuera un rubí, arrojadlolejos de vosotros.

"No os diré qué pincel debéis preferir, qué papel debéisusar, o en qué posición debéis colocaros. Esta es la clase depreguntas que hacen niñitas de cabellos largos e inteligenciacorta, que colocan nuestro arte al mismo nivel que el debordar chinelas y hacer sabrosas tortas".

Zadi se retiró gravemente.Alegre e impetuosamente, los jóvenes se alejaron.Todo esto ocurrió en el año X.

*

Juicios contemporáneos:

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Una dama petulante1 (experimentada, demasiado expe-rimentada) decía a mi prometida: "¡Por supuesto, mi niña, tecasas con un individuo honesto, pero cuán estúpido es, cuánestúpido, es!”

Poco tiempo después decía un joven pintor recién de-sembarcado: "¿Sabes?, Gauguin es un rudo marino. Es muyhábil para construir barquitos con su equipo de velas bienarregladas. Quizás Fulana lo pula".

¡He aquí algo para salvarlo a uno del pecado de orgullo!Poco tiempo después escribió otro joven precoz: "Pio-

nero ardiente, con la cabeza llena de ideas, cavé y no encon-tré nada, en vista de lo cual, Gauguin, que era más hábil queyo, recogió todos los tesoros".

En lo referente a este buscador, un amante del arte hadicho: "Bosqueja un dibujo, luego bosqueja su bosquejo, yasí sigue hasta el momento en que, como el avestruz, con sucabeza en la arena, decide que no se parece más al original.¡Entonces firma!”

Para vengarse de Gauguin, este joven encantador, queera mantenido por un crédulo Mecenas, escribió a un amigode Gauguin: "Mi estimado y afectuoso amigo: Gauguin os hadicho cornudo".

A lo que el amigo, justamente convencido de que erauna calumnia, respondió: "¡Adivine de nuevo!”

Y nuestro joven encantador, para vengarse de este in-crédulo amigo, que era también pintor, escribió en una cartaque le estaba dirigida: "Señor Z, arrendador de propiedad".

1 Una mujer que me había asustado y a quien yo, un José nome había atrevido a comprender.

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En vista de lo cual, el amigo escribió de vuelta, a El Cairo:"Señor Zero, arrendatario".

Esto os enseñará a no tener relaciones con gente impú-dica.

Pero no almaceno estas cosas. El camino se torna más ymás duro; uno envejece. El recuerdo del mal se desvanece enhumo. El terciopelo tendido sobre nuestra conciencia ocultalas espinas y suaviza su pinchazo.

La gloria es poca cosa si está tan pobremente construidaque se desmorona al primer suspiro. Además, la gente querealmente cuenta la evita. La soledad es tan buena, el olvidorestaura tanto nuestra seriedad cuando, conscientes del pe-cado, deseamos la liberación, aun mientras tememos al des-conocido Más allá.

"Gigante, eres mortal". Esto es bastante para humillar-nos.

El problema que se trata de resolver -fácil al comienzo-es una esfinge en la muerte.

Un puñado de moneditas arrojadas a todos los vientospor un Creso, de las cuales, luego de una lucha, el más fuerteo el más hábil recoge una insignificante porción, vanaglo-riándose de su victoria. Su orgullo se desploma rápidamentecuando trata de conseguir algo en la cigarrería con la mone-dita que ha ganado con tanta dificultad.

Me decía un vecino: "Por supuesto, hay algo en la filo-sofía de ese caballero; si hay mucho de bueno en ella tantomejor; pero en lo qué a mí respecta, que soy sólo un tonto,digo que eso se reduce a muy poco".

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"Es un individuo enteramente honesto, sin duda", dijoella, "¡Pero cuán estúpido es!”

Esto no es un libro.

*

En un camino de herradura, ambos de azul con franjasplateadas, dos buenos señores caminan tambaleándose, puesla línea curva es ciertamente la más corta; el vino del gobier-no afloja los miembros y espesa la lengua. Sería exactamentecomo en la canción si no estuviéramos en las Marquesas. Ala vista de una linda carita dorada el sargento de policía ex-clama: "¡Es mía!" A lo que responde en seguida el gendarme:"¡Sargento, en eso se equivoca usted!”

Y la alegre carita también responde, sin desconcertarseen lo más mínimo: "El primero paga dos piastras, el segundosólo una".

Esta vez el gendarme, en vista de que la pequeña es tanrealista como si estuviera en París, responde: "Sargento, ¡us-ted tiene razón!”

"No, no, señor gendarme, usted dispara primero: exac-tamente como el inglés".

Pero un gendarme no podría ir delante de su sargento:el estar en las Marquesas no cambia las cosas. Y estas damasconocen el asunto. Los misioneros les dicen: "El pecadodebe tener su excusa". El dinero es la excusa.

Leyendo el Journal des Voyages un hombre sueña conabandonar París y una civilización que le atormenta; toma untren y, en Marsella, un barco, un suntuoso vapor.

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Una vez a abordo y a los pocos días, comienza a cono-cer este mundo colonial del que no ha tenido sospechas.

"¡Oh, las delicias de vivir en un regimiento, bajo una fé-rula, con la seguridad del rancho y la posible aureola de unapalma" (Remy de Gourmont).

Brillantes banquetes todos los días; largas mesas conplatos suculentos; un funcionario preside cada mesa.

"¡Camarero! ¿Qué es esto? ¿Piensa usted que estoyacostumbrado a comer esta clase de alimento? El gobiernopaga aquí, y quiero algo por mi dinero".

En casa el empleado cena con higos que valen unoscéntimos, y algunos rábanos. Los domingos, ensalada, conpan empapado en vinagre y sazonado con ajo. A bordo esdiferente; se está de licencia y cuando el gobierno paga lacuenta nos gusta engullir y rezongar al mismo tiempo.

*

Al otro lado del océano, un barco acaba de tocar tierra,un islote que no figura en el mapa. Hay tres habitantes, sinembargo, un gobernador, un empleado del comisario depolicía y un tratante en tabacos y sellos de correo. ¡Ya!

¡Ah!, lectores, pensáis que sería agradable encontrar unrincón tranquilo al abrigo de gente malvada. Ni siquiera laisla del Doctor Moreau, ni siquiera el planeta Marte ofreceesto, como lo acabamos de descubrir desde que los marcia-nos, para vengar a los boers, descendieron sobre Londres yprovocaron el pánico entre esos valientes ingleses.

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Al arribar a Tahití, los viajeros que regresan abandonanel barco. Los que llegan por primera vez deben ser inspec-cionados; allí está el gobernador (el sombrero de copa esindescriptible) y toda la gentuza. Cuchicheos... Finalmente,pero muy graciosamente, preguntan: "¿Tiene usted dinero?”

Pero no perdáis las esperanzas aún; llega la tarde, y al finvais a gustar del olvido de la civilización. En el centro de laplazoleta hay una pequeña glorieta, apenas lo suficiente-mente grande como para contener a todos los miembros dela sociedad filarmónica. Una vez encendidas las lámparas, osdeleita una deliciosa música moderna. AL ver a un empleadocon gorra que distribuye billetes para la calesita os olvidáis devosotros mismos y pedís un boleto para el ómnibus Made-leine-Bastille. Todavía distraídos, tomáis asiento en un pe-queño vehículo tirado por caballos de madera. Gira, siguegirando. Esto no es la Bastilla. ¡Un error! ¡Es Tahití!

Voy al café, en el bulevar, número 9. Todos van, lahermosa raza aria viene y va. En el café, sobre el bulevar,número 9, dibujo, miro a mi alrededor, escucho, sin encon-trar nada que me atraiga. Las mesas del café, cubiertas demármol, invitan a nuestro lápiz. Los helados atraen a la mul-titud, una promiscua multitud; todos están allí. Dibujo pro-miscuamente, también. Todo es hermoso, todo es feo.

¡Hola, una cabeza que conozco ¿Dónde demonios la hevisto antes? El perfil es anguloso y trato de recordar quiénpuede ser. ¡Ah!, ya lo tengo: ¡soy yo mismo! Me resigno, sinlamentarlo demasiado. Creía ser más buen mozo. ¡La verdad!En el número 9 la señora dice: "¿qué se servirá usted? ¿Su-

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pongo que champaña? "Contesto modestamente: "Demeuna menta".

Ella, elegantemente vestida y con un pesado olor a ver-bena, bebe un pequeño vaso de cerveza. Los espejos medevuelven allá también rostros de hombres y mujeres; noson bellos. Y yo, sentado al lado de la hetera, me observo:"Dicen que el amor hermosea". Trato de convencerme; milápiz se rehusa despiadadamente. ¡La verdad!

*

A menudo, muy a menudo, el negro, el mulato, el cuar-terón, gobierna una colonia en la que no nació. A menudoeducado, aun inteligente, permanece siempre negro, mulato,cuarterón. El gallo galo, el antiguo amo, se torna esclavo y yano canta, cucu-ru-cuu, como lo hacía en tiempos pasados.En su lugar, el cuervo etíope se transforma en amo y grazna:”Allons, enfants de la Pal'ie, le jou' de gloi e é pa' mi nous...!”

*

Durante mi permanencia en la Martinica, un negro,mulato, cuarterón, entabló una disputa con un bordelés, y seinsultaron. El bordelés exigió un duelo, que fue aceptado pornuestro negro, mulato, cte., y se convino en reunirse en unaplantación de caña de azúcar.

Ya en el campo nuestro bordelés sufrió un cólico. Ex-cusándose por el accidente, se introdujo entre las cañas deazúcar, para bajarse los pantalones. La operación, debemos

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suponerlo, le tomó largo tiempo, pues los impacientes testi-gos vinieron en su auxilio.

"¡Qué!", dijo nuestro bordelés, "¿el negro, mulato... nose ha ido todavía? Decidle inmediatamente, de mi parte, queasí espere cincuenta años allí, durante cincuenta años estaréocupado aquí'.

Los bordeleses no quieren a los negros, mulatos, cuarte-rones.

*

Un diario de Tahití que no fuera político no sería res-petable. Las elecciones en Tahití son como Picpus y el osoen Berna. Y así (¡quién lo habría pensado!) me veis hecho unPicpus, a fin de no estar obligado a hacerme suizo.

De un lado un sacerdote sucio, del otro un miserableprotestante llamado Parpaillot. Nunca, jamás en mi vida, nisiquiera cuando recibí mi primera comunión, fui tan ardientecatólico, y con tan buena razón. Sabréis por qué.

Había llegado yo al punto en que me dije que era tiempode buscar un país más primitivo en el que hubiera menosfuncionarios. Estaba pensando en embalar mis baúles e irmea las Marquesas, La Tierra Prometida donde hay tantas hec-táreas de terreno que uno no sabe qué hacer con ellas, ali-mentos, caza y, para guiaros, un gendarme tan bondadosocomo una oveja merino.

En seguida, sin preocupación alguna, tomé un barco yllegué pacíficamente a Atuana, la principal ciudad de Ní-vahoa.

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Fue completamente necesario que bajara un escalón odos dentro de la jerarquía social. La hormiga no es presta-mista, ese es el menor de sus pecados; y yo tenía el aire deuna cigarra que ha cantado todo el verano.

La primera noticia que tuve a mi llegada fue que no ha-bía tierra para comprar o vender, excepto en la misión. Aunasí, como el obispo estaba ausente, debía esperar un mes.Mis baúles y un cargamento de madera para construcciónesperaban en la playa. Durante ese mes, como podéis imagi-naros, fui a misa cada domingo, forzado como estaba a re-presentar el papel de buen católico y de murmurador contralos protestantes. Mi reputación estaba hecha, y su reverencia,sin sospechar mi hipocresía, tuvo la mejor buena voluntad(ya que se trataba de mí) de venderme un pequeño lote deterreno lleno de guijarros y malezas al precio de 650 francos.Comencé a trabajar valientemente y, gracias de nuevo a al-gunos hombres recomendados por el obispo, estuve prontoestablecido.

La hipocresía tiene sus ventajas.Cuando hube terminado mi choza no pensé más en ha-

cer la guerra al pastor protestante, que era un joven bieneducado y, además, de una mentalidad liberal; ni pensé másen ir a la iglesia.

Vino una polla, y comenzó la guerra. Cuando digo unapolla soy modesto, pues todas las pollas llegaron, y sin nin-guna invitación.

Su reverencia es normalmente lujurioso, mientras queyo soy un duro gallo viejo bastante bien sazonado. Estaríadiciendo la verdad si dijera que el lujurioso comenzó. ¡Que-

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rer condenarme a un voto de castidad! Esto es más que de-masiado; nada de eso, Lisette.

Cortar dos soberbios pedazos de palo de rosa y tallarlossegún la moda de las Marquesas era juego de niños para mí.Uno de ellos representaba un demonio cornudo (el padrePaillard), el otro una mujer encantadora con flores en la ca-beza. Fue suficiente llamarla Teresa para que todos sin ex-cepción, aun los escolares, vieran en ello una alusión a lacelebrada historia de amor.

Aun si todo es un mito, no fui yo quien lo inventó.¡Dios mío, esto es chisme para vosotros! Si alguna vez

regreso a París puedo ofrecerme en seguida como portero yleer todas las mañanas el folletín en el Petit Journal. Peroninguna conversación es posible aquí sino chisme e inmun-dicia. Desde su cuna, la criatura está en todo; siempre lomismo, para hablar correctamente, como el pan nuestro decada día.

No es siempre estrictamente espiritual, pero es un des-canso, luego de los trabajos de arte, dejar jugar a nuestramente, y a nuestro cuerpo también. (Las mujeres son merce-narias sin lugar a duda alguna). Además, os preserva de laaburridora austeridad y de la vil hipocresía que hace a lagente tan malvada.

Una naranja y una mirada de reojo, no se necesita más.La naranja de que hablo varía de uno a dos francos; no valeciertamente la pena privarse de ello. Podéis ser fácilmentevuestro propio pequeño Sardanápalo, sin arruinaros.

Sin duda, el lector está buscando el idilio en todo esto,pues no hay libro sin un idilio. Pero...

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Esto no es un libro.Digo al intérprete nativo: "Muchacho, ¿cómo decís `un

idilio' en el idioma de las Marquesas?" Y contestó: "¡Quépersona divertida es usted!" Adelantando todavía más misinvestigaciones le pregunto: "¿Cuál es la traducción de vir-tud?" Y el buen hombre responde, riendo: "¿Me toma ustedpor un imbécil?”

El sacerdote dice que todo esto es pecado. Las mujeres,como ciervos atónitos, parecen decir con sus miradas deterciopelo: "Eso no es verdad".

Sé muy bien que en París y en provincias también, losfuncionarios que están de licencia en sus hogares narransiempre cuentos fantásticos. Pero no creáis ni una palabra deello; aquí los monstruos son perfectamente naturales. Venbastante claramente, sin parecerlo, que nuestras ropas sonridículas y que, aunque nos jactemos de lo contrario, apenassi somos brutos pretenciosos.

"Prometen -dicen las mujeres- y no cumplen sus prome-sas". Aparte de ello levantan sus narices hacia nosotros co-mo Colin lo hace con Tampon.

*

Si en lo de Helder, o en alguna otra reunión, os encon-tráis con un gobernador llamado E. Petit, miradle dos veces,ya que es un maldito asno.

Debéis saber que hace años, cuando era sobrecargo abordo del Hukon, vino a las Marquesas y celebró una canti-dad de matrimonios como los de Loti. Orgulloso de uno de

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ellos, deseaba darse el gusto de tener la cabeza de su suegra,que vivía a unos pocos centímetros bajo tierra en esa encan-tadora isla que llaman Taoata.

Cavaron y la extrajeron, y cuando el sobrecargo estabapor llevarse la famosa cabeza, el suegro gritó: "¿Cuántaspiastras?”

"No tiene precio", replicó nuestro ingenioso sobrecargo.Nada hay más obstinado que un suegro que desea pias-

tras, y la famosa cabeza fue devuelta a su eterno domicilio.Inadvertidamente nuestro sobrecargo esparce pequeñas

piedras a lo largo del sendero, y durante la noche se lleva lacodiciada cabeza.

El misionero (un hombre vigilante que no deja escaparnada) protesta por escrito, y el capitán del Hugon, comple-tamente irritado, informa a nuestro sobrecargo que una sue-gra es inviolable.

Durante su examen en la Escuela Colonial le hicieronesta pregunta: "¿Cuál es la manera correcta de equilibrar unpresupuesto?”

"Completamente simple, destruidlo".Este gobernador extraordinario al que llaman E. Petit

escribió al ministro: "En las Marquesas la raza está desapare-ciendo día a día. ¿No sería una buena idea enviarnos el exce-dente de la Martinica?”

Esto fue escrito después de la catástrofe de la erupción.Me hace recordar a aquel edecán que fue al encuentro

del emperador Napoleón I:"Sire, cien mil hombres os esperan abajo. ¿No sería una

buena idea hacerlos subir por la escalerita privada?”

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Y Napoleón contestó: "Decidles que vengan, mi buenhombre".

Si en lo de Helder, o en cualquier otra reunión, o aun enFolies-Bergére, os encontráis con E. Petit, decidle que nohay nadie como él.

*

Dios, a quien he ofendido tan a menudo, me ha perdo-nado esta vez; en el momento en que estoy escribiendo estaslíneas una tormenta realmente excepcional ocasiona los másterribles destrozos.

Anteayer por la tarde el mal tiempo, que se había estadopreparando durante varios días, asumió proporciones ame-nazantes. A las ocho de la noche era una tempestad. Solo enmi choza, esperaba a cada momento verla derrumbarse. Losenormes árboles, que en los trópicos tienen poca raíz, y éstaen un suelo que no ofrece resistencia cuando está húmedo,crujían por textos lados y caían produciendo un fuerte ruido,especialmente los "minores" (los árboles del pan) cuya ma-dera es muy quebradiza. La destrucción de mi casa, con to-dos mis dibujos y los materiales que había coleccionadodurante veinte años, hubiera sido mi ruina.

Hacia las diez me llamó la atención un ruido continuo,como el del desmoronamiento de un edificio de piedra. Nopude soportarlo más y salí de mi choza. En seguida mis piesestuvieron en el agua. A la pálida luz de la luna, que acababade levantarse, pude ver que estaba nada más ni nada menosque en medio de un torrente que, barriendo consigo los gui-

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jarros, chocaba contra los pilares de madera de mi casa. Nome quedaba nada por hacer sino esperar la decisión de laProvidencia y resignarme.

La noche fue larga. En el momento en que rompió elalba, asomé mi nariz afuera. ¡Qué espectáculo extraño, esasabana de agua, esa rocas de granito, esos enormes árbolesvenidos del cielo sabe dónde! El camino que pasa frente a miterreno ha sido cortado en dos secciones. Gracias a esto meencuentro encerrado en una isla. El demonio habría estadomejor en una fuente de agua bendita.

Debo deciros que lo que llaman el valle de Atuana esuna garganta, muy estrecha en ciertos lugares, donde lamontaña forma una pared. En estos puntos toda el agua delas mesetas superiores desciende en un torrente casi perpen-dicular. La Administración, carente de inteligencia, como decostumbre, ha hecho precisamente lo opuesto de lo que de-bió hacer. En lugar de facilitar el flujo de las aguas de lascrecidas les ha cerrado el paso por todas partes con pilas depiedras. No sólo eso, sino que a lo largo de las orillas, aun enmedio de la corriente, ha permitido que crezcan árboles que,naturalmente, son derribados por el torrente y forman otrostantos instrumentos de destrucción, barriéndolo todo a supaso. Las casas de estos países cálidos, donde nadie tienedinero, son de construcción liviana, y una nada las derriba,de manera que se tornan agentes de destrucción. ¿El sentidocomún es realmente tan sin importancia que la gente puedepisotearlo así? Aun ahora su único pensamiento es la apresu-rada reparación de los agujeros hechos por el torrente. En lo

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que respecta a los puentes: ¿dónde está el dinero? La eternapregunta: "¿Dónde está el dinero?”

¡Si nos dejan a nosotros, simples colonos, manejarnuestros propios asuntos y emplear en trabajos útiles el dine-ro que tenemos, en lugar de mantener a todos estos funcio-narios indolentes y mediocres! Entonces verían lo que puedellegar a ser una pequeña colonia, quiero decir una pequeñacolonia como ésta de las Marquesas.

Mi choza ha resistido, y lentamente trataremos de repa-rar el daño sufrido.

¿Pero cuando llegue la próxima crecida?

*

El Journal des Voyages y la geografía del Eliseo Reclusnos han dado una autorizada descripción de las Marquesas,con sus costas inaccesibles y sus montañas de granito deempinadas laderas. No hay nada que yo quiera agregar, de mipropia invención; no sería científico.

Quiero hablaros de los habitantes de las Marquesas, locual será bastante difícil hoy en día. No hay nada pintorescoen qué husmear. Aun el idioma está ahora arruinado porpalabras francesas mal pronunciadas: un cheval (Chevalé), unverre (vena), etc.

En Europa no parecemos sospechar que existe un artedecorativo muy avanzado tanto entre los maoríes de NuevaZelandia como entre los de las Marquesas. Nuestros refina-dos críticos se equivocan cuando toman todo esto por artepapú.

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En las Marquesas especialmente hay un sentido sin pa-ralelo de la decoración. Dadle a un nativo un tema, inclusode la forma geométrica más torpe, y logrará mantener elconjunto armonioso, sin dejar desagradables o incongruentesespacios en blanco. La base es el cuerpo humano o la cara,especialmente la cara. Uno se admira de encontrar una caradonde se pensaba que no había nada sino una extraña figurageométrica. Siempre la misma cosa, y sin embargo no esnunca la misma cosa.

Hoy en día, aun a precio de oro, ya no podríais encon-trar ninguno de esos hermosos objetos de hueso, de roca ode palo hacha que acostumbraban hacer. La policía los harobado todos y los ha vendido a coleccionistas aficionados;sin embargo, la Administración no ha soñado nunca, ni porun instante, en fundar un museo en Tahití, como pudo ha-berlo hecho tan fácilmente, para todo este arte de Oceanía.

En esos pueblos que se consideran a sí mismos ilustra-dos, nadie ha sospechado ni por un momento el valor de losartistas de las Marquesas. No hay esposa de ninguno de losoficiales de más inferior categoría que no exclame a su vista:"Es horrible. Es salvajismo".

¡Salvajismo! Sus bocas están llenas de él.Maritornes de pies a cabeza, con su elegancia en retiro

forzoso, caderas vulgares, corsés destartalados, codos que osamenazan o que parecen salchichas, bastan para arruinarcualquier fiesta en este país. Pero son blancas; i y sus estó-magos sobresalen!

La población que no es blanca es realmente elegante.Nuestro refinado crítico se equivoca de medio a medio

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cuando dice, desdeñosamente: "¡Negras!" A menos que seayo quien se equivoca en la forma en que las describo, y quelas dibujo también. Una persona dice que son papús, otraque son negras. Es suficiente para hacerme dudar seriamentedes¡ soy realmente un artista.

¡Loti, gracias a Dios, las encuentra encantadoras!Establezcamos, por de pronto, cuál debe ser en mi opi-

nión la designación de esta rara, y llamémosla raza maorí,dejando que algún otro, más tarde, alguien más o menosfotográfico, la describa y pinte con un arte más civilizado yliteral.

Digo con premeditación "realmente elegante". Todas lasmujeres hacen sus propios vestidos y son rivales para cual-quier sombrerera de París en lo de tejer y adornar sus som-breros; preparan ramos de flores con todo el gusto delbulevar de la Madeleire. Sus cuerpos, hermosos y sin impe-dimentos, ondulan graciosamente bajo la camisa de encaje ymuselina. De sus mangas salen manos que son esencialmentearistocráticas, y sus pies descalzos, anchos y pesados, noschocan durante un tiempo; luego son los zapatos los que noschocan. Otra cosa de las Marquesas que choca a los mojiga-tos es que estas niñas fumen en pipa, que es sin duda la pipade los indios para los que ven salvajismo en todo.

De cualquier manera que sea, a pesar de todo y no obs-tante todo, la mujer maorí, aun si quisiera serlo, no podríaser maritornes o ridícula, pues tiene en sí el sentido de labelleza decorativa que luego de estudiarlo he llegado a admi-rar en el arte de las Marquesas. Pero ¿es eso todo? ¿No haynada en una hermosa boca que, cuando sonríe, revela dientes

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que son igualmente hermosos? ¡,Negras éstas? ¡Vamos! iYese hermoso pecho con sus rosados pimpollos tan rebeldescontra el corsé!

Lo que distingue a la mujer maorí de todas las otrasmujeres, y hace que a menudo se la confunda con un hom-bre, es la proporción del cuerpo. Una Diana cazadora, conanchos hombros y caderas estrechas. Por más delgados quesean los brazos de estas mujeres, la huesosa estructura esmoderada; es de líneas flexibles y hermosas. ¡.Habéis obser-vado alguna vez en un baile a las niñas de Occidente, en-guantadas hasta el codo, con sus delgados brazos, sus codospuntiagudos, excesivamente puntiagudos -feos, en una pala-bra-, el antebrazo más largo que el brazo? He mencionado apropósito a la mujer occidental, porque el brazo de la mujermaorí es similar al de todas las mujeres orientales, aunquemás ancho. ¿Habéis notado también en el teatro las piernasde las bailarinas, esos enormes muslos (precisamente losmuslos), con rodillas enormes y hacia adentro? Proviene estoprobablemente de un exagerado desarrollo de los cóndilosdel fémur. En la mujer oriental, y especialmente en la maorí,la pierna, desde la cadera hasta el pie, ofrece53 una hermosalínea recta. La cadera es muy pesada, pero no ancha, lo quela hace redonda y evita ese ensanche que da a tantas mujeresde nuestro país la apariencia de un par de tenazas.

Su piel, por supuesto, es de un amarillo dorado, que esfeo en algunas de ellas, ¿pero es tan feo en el resto, espe-cialmente cuando están desnudas y cuando se las tiene porcasi nada? Una cosa, sin embargo, me molesta en las mujeresde las Marquesas, y es su gusto exagerado por los perfumes.

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Los comerciantes les venden un terrible perfume hecho dealmizcle y pachuli. Cuando están reunidas en la iglesia, todosesos perfumes se vuelven insoportables.

Pero de nuevo aquí la culpa es de los europeos.En lo que respecta al agua de Lavanda, nunca la oleréis,

pues los nativos - a quienes nos está prohibido venderles unagota de alcohol - la beben ni bien pueden ponerle las manosencima.

Volvamos al arte de las Marquesas. Gracias a los misio-neros, este arte ha desaparecido. Los misioneros han consi-derado que la escultura y las decoraciones eran fetichismo yofensivas al Dios de los cristianos.

Esta es la historia, y el desgraciado pueblo se ha someti-do.

Desde su misma cuna la nueva generación canta loscánticos en un francés incomprensible, recita el catecismo, yluego... nada... como comprenderéis.

Si una niña recoge algunas flores, hace artísticamenteuna corona y se la pone en la cabeza ¡su reverencia monta encólera!

El nativo de las Marquesas será incapaz dentro de pocode subir a un cocotero, incapaz de trepar a las montañas enbusca de bananas silvestres tan nutritivas para él. La criaturaa la que se tiene siempre en la escuela, privada de ejerciciosfísicos, con el cuerpo siempre cubierto de vestidos (por ra-zones de decencia) se torna delicada e incapaz de soportaruna noche en las montañas. Están comenzando a usar za-patos y sus pies, que son tan tiernos ahora, no pueden corrersobre los duros senderos y pasar, sobre las piedras, los to-

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rrentes. Así estamos presenciando el espectáculo de la extin-ción de la raza, una gran parte de la cual es tuberculosa, conentrañas estériles y ovarios destruidos por el mercurio.

La vista de esto me conduce a pensar, o más bien a so-ñar, en el tiempo en que todo estaba absorto, entumecido,postrado en el sueño del principio elemental, en germen.

Principios invisibles, indeterminados, indistinguibles enesa época, todos en la primera inercia de su virtualidad, sinun acto perceptible o de percepción, sin realidad o cohesiónactiva o pasiva, poseyendo sólo una característica evidente, lade la naturaleza misma, entera, sin vida, sin expresión, ensolución, reducida a la vacuidad, sumida en la inmensidad delespacio. Este, sin forma alguna, como si estuviera vacío ypenetrado hasta lo más recóndito por la noche y el silencio,debe de haber sido un vacío sin nombre: era el caos, la nadaprístina, no del Ser, sino de la vida, que luego sería llamadaimperio de la muerte, cuando la vida, por ella producida, aella vuelve.

Y mi sueño, con la intrepidez de lo inconsciente, resuel-ve muchos problemas que mi entendimiento no se atreve aencarar. De repente estoy sobre la tierra, y en medio de ex-traños animales veo seres que pudieran muy bien ser hom-bres, aunque apenas si se parecen a nosotros. Me aproximosin miedo; me miran vagamente, sin sorpresa. Junto a ellosun mono parecería, con mucho, superior.

Extraigo una moneda de mi bolsillo y se la doy a uno deellos. Es la cosa más inteligente que pienso puedo hacer enese momento. La agarra, se la lleva a la boca, luego, sin eno-jo, la tira lejos. ¿Ha pensado? No me atrevo a esperarlo.

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De vez en cuando salen de su garganta, como de unacaverna, sonidos roncos.

Y en mi sueño un ángel de alas blancas viene hacia mí,sonriendo; detrás, un anciano que tiene en su mano un relojde arena.

"Es innecesario hacerme preguntas", dice, "comprendotu pensamiento. Debes saber que estos seres son hombrestales como tú lo fuiste en otro tiempo, antes de que Dioscomenzara a crearte. Pide a este anciano que te conduzcamás tarde al Infinito, y verás lo que Dios quiere hacer conti-go y aprenderás que hoy estás lejos de tu consumación. ¿Cu-ál sería la obra del Creador si fuera hecha toda en un día?Dios nunca descansa".

*

El anciano se desvanece y yo, despertando, elevo misojos hacia el cielo y veo el ángel de alas blancas subiendohacia las estrellas. Sus largos y rubios cabellos dejan en elfirmamento una como estela de luz.

Permitidme que os hable de un cliché que existe aquí yque me irrita profundamente: "Los maoríes vienen de Mala-sia".

"Pero qué os hace pensar así?", exclamáis.No hay razón, es el cliché. No tratéis de resistirle, aun-

que seáis un pintor observador; os anonadarán.De los que no han oído este cliché, algunos dicen: "Son

papús", y otros: "Son negros".¿En qué época ocurrió el Diluvio? Sólo la Biblia se ha

atrevido a hacer una declaración categórica.

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Las aguas se retiraron de las más altas montañas; nuestrabella Francia surgió del mar.

Las aguas del otro hemisferio sumergían a Oceanía.¿A quién le importa? Sólo Malasia ha producido hom-

bres. ¿Producir hombres la vieja tierra de Oceanía? ¡Quéidea! ¿En qué época comenzaron a existir los hombres ennuestro planeta?

Qué importa, si os digo que sólo Malasia...¿En qué época adquirió el pensamiento, liberado de su

animalidad, algunos de sus elementos rudimentarios, dandoen consecuencia comienzo al lenguaje, cuyos primeros com-ponentes fueron los primeros sonidos que salieron de unagarganta?

Cuando se piensa en ello ¿no hay razones para suponerque las primeras formas del pensamiento eran idénticas, ocasi idénticas, a las primeras formas de lenguaje? No haynada extraordinario, entonces, en el hecho de que todos losasnos del mundo dejen oír la misma tonada. No hay nadaextraordinario en el hecho de que más tarde, mucho mástarde, se encuentren en Malasia, así como en Oceanía, enAfrica, etc., las pocas palabras genéricas que era capaz dearticular la garganta de los seres primitivos, y la misma mane-ra de pensar. Al principio, en todos los pueblos, lo que elhombre veía, tocaba y olía formaban sus pensamientos. Lue-go vino el deseo de tomar la mano como designación del yo,y del medio de agarrar. De ahí esa palabra rima o lima, quesignifica mano y que se encuentra en todas las lenguas, enMalasia y en cualquier parte, más o menos transformada ensu pronunciación. ¿No se le parece la palabra latina rama? Lo

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mismo es cierto para el número S, que representa una mano,y para el 10, que representa dos manos. En todos los tiem-pos conocidos, los salvajes han usado los brazos extendidospara medir, y también el pie.

Como en La Caria Robada, de Edgar Allan Poe, nuestrainteligencia moderna, perdida como está en los detalles delanálisis, no puede percibir lo que es demasiado simple y de-masiado visible. Como dice la Biblia, la mente del hombreasciende al cielo y desciende de nuevo a los abismos, pero nopodemos ver tan bajo y, a pesar de todas nuestras búsque-das, somos incapaces de percibir el modo de pensar de losanimales; como las golondrinas, por ejemplo, se las ingenianpara volver al lugar de su nacimiento. Con sonidos o con suscolas los perros expresan sus sentimientos. Salimos de ladificultad mediante el cliché: instinto. Este problema dellenguaje ha sido una de las principales causas de la adopcióndel cliché malayo-maorí.

Es mejor no saber que saber equivocadamente.Y sostendré que para mí los maoríes no son malayos,

papús ni negros.

*

Cuando llegáis a las Marquesas os decís, viendo esostatuajes con que se cubren la cara y todo el cuerpo: "Estosindividuos son terribles, y, además, han sido caníbales".

Estáis completamente equivocados.El nativo de las Marquesas no es de manera alguna un

individuo terrible; por el contrario, es un hombre inteligente

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y completamente incapaz de tramar algo malo. De tan ama-ble que es resulta casi tonto, y es temeroso de todos los quetienen autoridad. La gente dice que ha sido antropófago,figurándose que esto ha terminado, lo que es un error. Lo estodavía, pero sin ferocidad; le gusta la carne humana como alruso le gusta el caviar, como al cosaco le gusta una vela desebo. Preguntad a un anciano adormecido si le interesa lacarne humana; completamente despierto -una vez siquiera-con los ojos relucientes, os responderá con infinita amabili-dad: "¡Oh, qué rica es!”

Naturalmente son unas pocas excepciones; excepciona-les como son, inspiran un gran terror a todos los otros.

A propósito del viejo padre Orans, que murió hace po-co tiempo, puedo contaros un cuento que quizás os interese.El padre Orans, el misionero, cuando era joven, seguía ciertavez alegremente una senda que conducía a un distrito dondetenía algún negocio, cuando se dio cuenta de que era rastrea-do por una cantidad de individuos de mal57 aspecto (lasexcepciones de que acabo de hablar), quienes habían decidi-do que el misionero estaba justo a punto para ser consumi-do. Estaban preparándose para ejecutar su plan cuando elpadre Orans, que tenía un oído muy agudo, se dio vuelta derepente y con la mayor compostura les preguntó qué que-rían. Uno de ellos, muy atemorizado, le preguntó si teníaalgún fósforo, a fin de poder encender su pipa. El misionerosacó de su bolsillo un ancho lente y encendió con él el bordede su sotana. Atónitos ante el poder del hombre blanco,hicieron una respetuosa reverencia, pero el lente pasó a serpropiedad del nativo.

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Otro cuento, éste mucho más reciente:Un joven norteamericano, fascinado sin duda por las

mujeres, abandonó su barco y se quedó en las Marquesas. Seestableció en el distrito de Nívahoa y, forzado por la necesi-dad, trató de dedicarse al comercio en pequeña escala.

Un día tuvo la infortunada idea de regresar de Atuanacon su bolsa de piastras sujeta. bien a la vista en la perilla desu montura. Caía la noche: desapareció.

En seguida recayeron las sospechas sobre un chino; elgendarme -mala persona, como todos ellos- dijo que era éste,y eso bastó.

Tres meses más tarde, es decir, luego que hubieron lle-gado tres correos, la Corte regresó a Sapeete con el chino yvarios testigos. Naturalmente, el chino fue absuelto de inme-diato.

Esta palabra "naturalmente" exige una explicación. Enlas Marquesas es la regla, cuando se comete un crimen. Elgendarme hace su averiguación, con su cabeza en la arena ysiempre en la pista equivocada, a pesar de la información quele dan los hombres inteligentes de la vecindad. Los magistra-dos policiales llegan mucho después, y su opinión en seguidacoincide con la del gendarme. Demasiada minuciosidad esindeseable en las Marquesas.

Los nativos están acostumbrados a basar su conducta enel terror que les inspiran los malvados. Cualquier personaque no se atenga a esta regla sería condenada a muerte deinmediato. Cuando se comete un crimen todos saben acercade él; pero ante el tribunal nadie sabe nada.

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Los testigos embrollan sus respuestas con oscuridades.Su lenguaje -siempre mal interpretado- les da toda clase defacilidades para hacerlo. Son capaces de atenuar todas lascontradicciones con notable inteligencia c imperturbablecompostura.

"Pero ¿por qué dijo usted una cosa hace un momento ytodo lo contrario ahora?”

"Es porque el tribunal me atemoriza, y cuando estoyatemorizado no sé lo que digo".

Si son dos, se acusan recíprocamente, y cada uno inva-riablemente contesta: "Acuso al otro hombre porque de locontrario el juez dirá que soy yo".

Recuerdo esta muestra de ingenuidad de parte de unjuez que presidía en el tribunal de Papeete:

"Intérprete, dígale a este hombre que contesta muy in-teligentemente a todas mis preguntas. ¿Es porque ha pensa-do todas mis preguntas antes de oírlas?”

Respuesta: "Este hombre dice que él no sabe por qué sele pregunta eso y que él responde lo mejor que puede".

Volvamos a nuestro chino. Era claro para todos lo queconocían las costumbres de los nativos y reflexionaban, queel chino no podía haber cometido solo este crimen y, espe-cialmente, hacer desaparecer el cuerpo, a pesar de la proxi-midad del mar. Un chino es demasiado inteligente para eso,pues sabe (quizás los dioses maoríes ven todo lo que ocurre)que nada puede hacerse sin que lo sepan los nativos y que,en consecuencia, él -un extranjero- sería inmediatamentedenunciado.

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Era claro, por lo tanto, que el chino tenía cómplices, es-pecialmente porque el amante de una de sus hijas era cono-cido como una de las malas y criminales excepciones. Pero elsargento de policía no quería saber nada.

Esto fue lo que ocurrió, según la información que se medio, como a todos. Concuerdan, excepto en un punto: lahora y el lugar en que se cometió el crimen. Hay diferentesversiones de esto, pero sospecho que son contradiccionesdeliberadas.

Tan pronto como la víctima llegó al distrito cercano a suchoza se observó la famosa bolsa de piastras, y nuestro jovennorteamericano, vigoroso y resuelto, confiado como lo songeneralmente los jóvenes, no se tomó la molestia de ocultar-la.

Nuestro joven norteamericano fue muerto de un vigo-roso garrotazo en el cuello, justamente como lo habría hechola guillotina. Hubo dos en el asunto: el chino y su yerno.Comenzaron a reñir por el reparto de las piastras.

Luego el yerno y otros dos nativos se abandonaron a suglotonería. El norteamericano fue comido.

Paso por alto muchos detalles que no tienen importan-cia en esta narración.

Aquí el lector me hará una pregunta que responderé enseguida.

¿Por qué, ahora que se conocen todos estos hechos, nose hacen cargos de nuevo contra los cómplices?

Porque habría un silencio inmediato; y todo esto -bienatestiguado por el chisme - se tornaría en una fábula, inven-tada para divertir a los crédulos europeos.

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Como sabemos, la lengua nativa de las Marquesas distamucho de ser rica. El resultado es que el nativo se entrena enel hábil uso de la paráfrasis. Así, por ejemplo, cuando el gen-darme aparece, evidentemente en busca de información,siguen hablando sin dar señas de turbación. Uno de ellosdice: "Pienso que la luna estará muy brillante, de manera queno vamos a atrapar ningún pez". Esto significa: "Debemosestar en guardia y mantener las cosas a oscuras; debemostener cuidado del brillo de la luna".

Los europeos no pueden deducir nada de ello, y aunquepudieran no estarían seguros.

*

En Oceanía una mujer dice: "No sé si lo quiero, pues nohe dormido con él todavía". La posesión da el título.

En Europa una mujer dice: "Lo amaba; después que meacosté con él, no lo quiero más". O: "Sólo lo amo cuandoestá conmigo".

Si diez. minutos antes de su casamiento una mujer noestá aún dispuesta a entregarse, podéis estar seguros de quese está vendiendo.

¿Le falta confianza a ella? Entonces es vuestro turno pa-ra desconfiar.

Una mujer rica engendra un niño con su sirviente; ¡unhombre más que abandona su criatura! ¡Pobre mujer! ¿Tanmal andan las cosas? ¡Pero el sirviente dice que es él quién hasido abandonado!

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Una mujer tonta dice que no quiere casarse porque de-sea tener a su criatura para ella sola. El egoísmo del amormaternal.

Es fácil decir: "Esto es mío". Pero cuánto más cuestadecir: "Esto es nuestro".

Pregunta: "¡Cómo! ¡.Usted vio a alguien que se ahogabay no lo ayudó?”

Respuesta: "¡pero si no me lo pidió!”

*

¡Máximas! No son practicables, están destinadas a laconversación y para dar a alguien la oportunidad de decir:"¡Hola, he aquí a un filósofo!”

*

Saber dar: eso es bueno,Saber recibir: es todavía mejor,¡Ah, la vanidad del dinero!...Tener voluntad es querer tenerla.

*

Dicen: "Tal el padre, tal el hijo". Los hijos no son res-ponsables por las faltas de sus padres. No tengo un céntimo;es culpa de mi padre.

La canción dice: "Si mi padre es un cornudo, es porquemi madre así lo quiso".

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*

Algunos de estos proverbios morales se dan maña paraevitar tener un contenido moral.

Permitidme que os hable por un momento de Bretaña.De Oceanía a Bretaña no hay mucha distancia cuando seestá en calma y se tiene la pluma en la mano; nuestra fantasíavaga. ¡,Por qué no? Además, nada ocurre por casualidad.

Un diario que estoy hojeando me habla de ciertos hom-bres que con Dérouléde acaban de descubrir el verdadero ypatriótico republicanismo. Entre ellos está cierto nombreque trae a mi memoria a un melancólico individuo a quienconocimos en Pont-Aven. Es por cierto el mismo Marcel H.

Este caballero, de apariencia muy distinguida, acostum-braba palmear a su esposa en el hombro como para decir-nos: "¡He aquí un lindo trozo de carne para vosotros!" Enefecto, ella era carne, nada más que carne.

Y su pequeño ojo de cerdo humano, agregaba: "Estacarne es mía, sólo mía".

Durante la primera semana fue regularmente a recibir elcoche que traía el correo y preguntaba: "¿Hay un paquetepara mí?”

Todos teníamos mucha curiosidad y deseábamos saberqué podía ser ese paquete.

Llegó el famoso paquete.A partir de la mañana siguiente vimos a nuestro Maree¡

H. instalado junto al río que serpentea a través de la propie-dad de David, el molinero, con una gran tela ante sí en el

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caballete, y mas lejos, sobre un soberbio canto rodado, elfamoso paquete, un enorme cisne disecado. Nuestro caballe-ro estaba haciendo su cuadro para el próximo Salón (unaLeda).

El hermoso pedazo de carne, a quien conocemos ", yahabía sido pintado -sin cabeza- en París. Sólo restaba pintarel cisne.

Sentada junto a él, pero vestida y con su cabeza puesta,el hermoso pedazo de carne zurcía un par de medias.

"Para el blanco del cisne", dice, “utilizo sólo blanco dezinc; para el lindo pedazo de carne utilizo laca de betún”.

En la mesa común, de la fonda, dirigiéndose al hombreque estaba sentado a su lado, un pintor impresionista, dijo:"Sabe usted, Manet hace un bosquejo por día, y cuando en-cuentra uno que le parece bien lo envía al Salón. Y entonceses trabajo de pura imaginación".

AL llegar el mes de setiembre, dijo: "Estoy obligado aregresar a París, pues ésta es la época en que llega mi nego-ciante; exporta cuadros a las islas Guaneras.

*

Bocetos japoneses, impresos de Hokusai, litografías deDaumier, crueles observaciones de Forain, reunidos en elálbum, no por casualidad sino con premeditación, por mipropia voluntad. Entre ellos estoy disfrutando de la fotogra-fía de un cuadro de Giotto. Porque parecen tan diferentesquiero demostrar sus vínculos de relación.

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En este guerrero de Hokusai, el San Miguel de Rafael seha vuelto japonés. En otro dibujo suyo, se encuentran él yMiguel Angel. Miguel Angel (¡el gran caricaturista!) estrechala mano de Rembrandt.

Hokusai dibuja libremente. Dibujar libremente no esmentirse a sí mismo.

En esta pequeña exhibición Giotto representa el papelprincipal.

La Magdalena y su acompañamiento llegan a Marsellaen una barca, si el corte de una calabaza puede representaruna barca. Los preceden ángeles con las alas extendidas. Nopuede establecerse relación posible entre estas personas y ladiminuta torre en la que están haciendo su entrada hombrestambién diminutos.

Estos personajes en la barca, que parecen como corta-dos en madera, a pesar de ser inmensos deben de ser muylivianos ya que la barca no se hunde. Entretanto, en primerplano, una figura vestida, mucho más pequeña, se mantienede la manera más improbable sobre una roca, no sé por quémaravillosa ley de equilibrio.

En estas telas lo he visto a El, siempre el mismo El, elhombre moderno, que razona sus emociones como razonalas leyes de la naturaleza, sonriendo con esa sonrisa de hom-bre satisfecho y diciéndome: "¿Entiendes eso?”

Ciertamente, en este cuadro, las leyes de la belleza noresiden en las verdades de la naturaleza. Mirad a otra parte.En esta maravillosa tela no se puede negar una inmensa fe-cundidad de concepción. ¿Qué importa si la concepción esnatural o no? En ella veo una ternura y un amor que juntos

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son divinos. Me gustaría pasar la vida en tan honesta com-pañía.

Giotto tenía algunos hijos muy feos. Como alguien lepreguntara por qué en sus cuadros hacía tan adorables ros-tros c hijos tan feos en su vida, contestó: "Mis hijos son tra-bajo nocturno... mis cuadros son trabajo diurno".

¿Comprendió Giotto las leyes de la perspectiva? Notengo deseos de saberlo. El procedimiento que engendró suobra es suyo y no mío; considerémonos felices si podemosdisfrutar de su trabajo.

Converso con los maestros; su ejemplo me fortifica.Cuando estoy tentado de pecar, me sonrojo ante ellos.

Tres caricaturistas:Gavarni bromea elegantemente.Daumier esculpe ironía.Forain destila venganza.

*

Tres clases de amor: amor moral, amor físico, amor ma-nual. ¡Moral, Libertinaje, Prudencia!

*

Al hombre que no ha triunfado le decimos: "Cometióusted un error".

Al que ha perdido a la lotería: "Tuvo usted mala suerte".

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*

Cuando se tienen veinte años hay dos cosas difíciles dehacer: elegir una carrera, elegir una esposa. Todas las carrerasson buenas, pero uno no puede decir: "Todas las mujeresson buenas".

*

Anomalías. De todos los animales, el hombre es cierta-mente el menos lógico, el que menos sabe lo que quiere ha-cer y el que comete las mayores locuras. ¡.Por qué es así, sinoporque sabe cómo razonar mejor? Esto debiera darnos ma-teria para pensar en la importancia del razonamiento y de laeducación.

Sin ser un Buffon se debe estar capacitado para hacerunas pocas observaciones. Todos los días, a la hora de lacomida, no pocos gatos se invitan a mi casa y los honro re-gularmente con abundancia de arroz y salsa.

Son todos casi salvajes. Quieren su ración, sin caricia al-guna, excepto miradas. Una gata, la única que es lo bastantecivilizada como para que yo no pueda salir al camino sin queella me siga de cerca, es feroz en todo sentido, egoísta, celo-sa. Es la única que gruñe mientras come. Todos le tienenmiedo, aun los machos a menos que ocurra que se aficione auno de ellos. Pero aun entonces muerde y araña. El machose somete a los golpes, inclinándose ante esta hembra querepresenta tan bien el papel de amo.

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Todos los animales domesticados se tornan estúpidos,apenas si saben cómo encontrar su propio alimento, sonincapaces de buscar las sustancias que los curan. Los perros,que terminan por tener malas digestiones, son culpables deindecencias que conocen, pero no sospechan que huelenmal.

*

Estuve cierta vez en la rada de Río de Janeiro, comoaprendiz de piloto. El calor era extremo; todos estaban dor-midos en cubierta, algunos en la proa, otros en la popa. Elpequeño camarero de los oficiales soñaba demasiado vio-lentamente, y, también demasiado violentamente, cayó alagua. "¡Hombre al agua!" Todos despertaron y observaronestúpidamente al niño que era arrastrado por la corrientehacia la popa del buque. Un marinero negro gritó: "¡Jesús, seva a ahogar!" Luego, sin pensarlo, se arrojó al mar y llevó alpequeño camarero a la escalera de popa.

*

Tened cuidado de esas almas puras, y si hacéis de al-guien un cornudo, no vigiléis al marido sino a vuestra bolsa.

*

Con intención, más bien por malicia premeditada quepor instinto, escribo a veces un poco obscenamente. Es por-

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que quiero impedir que esta miscelánea sea leída por moji-gatos, esos insoportables mojigatos que no saben cómo ves-tirse si no es con una librea.

*

"Usted comprende, amigo mío, que no puedo llevar ami legítima esposa a esas recepciones suyas en las que apare-ce su amante".

Cuando la señora está presente (ella es una mujer ho-nesta porque está casada), todos se comportan de la mejormanera. Cuando termina la reunión y todos van a sus casas,nuestra honesta señora, que ha bostezado durante la nocheentera, cesa de bostezar y dice a su marido: "Hablemos deporquerías antes de hacer aquello". Y el65 marido dice: "Nohagamos nada, hablemos. He comido demasiado esta no-che".

*

Una joven virgen, que ha terminado brillantemente sudoctorado en medicina, no se atreve a especializarse en en-fermedades secretas, y habla del señor Pene sonrojándose.

A propósito del señor Pene, es digno de hacer notar quehoy, cuando está de moda enviar a los estudios a niñas purasa estudiar pintura con los hombres, todas estas vírgenes di-bujan el modelo masculino desnudo con el mayor cuidado, alseñor Pene con mayor precisión que el rostro. Cuandoabandonan el estudio, estas jóvenes vírgenes, extranjeras en

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su mayoría y siempre respetables, con sus modestos ojosligeramente bajos, echando un vistazo a través de sus pesta-ñas, van a Lesbos para consolarse. Una curiosa anomalía.

Recuerdo a una de ellas, una chica escocesa muy bonitaque acostumbraba tomar sus comidas en una pequeña leche-ría frecuentada por artistas. Un buen día apareció una insípi-da chica belga, cuyo chato corsé parecía un peto. Nuestrachica escocesa fue a sentarse a su lado y con una cantidad desonrisas tontas la interrogó acerca de su llegada a París, quéplaneaba hacer y si iban a tener el placer de verla en el estu-dio. Y, con los ojos muy agitados y las mejillas sonrojadas,agregó: "Ven a verme". La belga del peto contestó seca-mente: "Gracias". ¡Cómo se rió de esto la famosa Minna!

El gran erudito, el famoso misógino, temblaba ante ella.Hay misóginos que son misóginos porque aman demasiado alas mujeres, y tiemblan ante ellas...

Yo amo a las mujeres, también, como sabéis, cuandoson gordas y viciosas; pero no soy un misógino y no tiembloante ellas. Mi único miedo, en tales casos, es no tener uncéntimo en el bolsillo. ¿Por qué iba yo a preocuparme porésta antes que por otra? Infortunadamente, soy yo, y no lasmujeres, quien dice: "No hay nada que hacer". En tanto elcerebro es fuerte, ¡,qué importa el señor Pene?

Carta de Paul Louis Courier:"Piense, señora, en lo que le dije ayer, y téngame un po-

co en cuenta. Acepto que la cosa en sí sea indiferente parausted, ¿pero el placer de dar placer, es cosa de nada? ¡Vamos,entre nosotros, sé que eso no le da a usted ni frío ni calor, nola beneficia ni la perjudica, no le ocasiona placer ni pena,

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pero esa es una linda razón para decir que no cuando se leruega! ¡Uf!, ¿no se avergüenza usted de hacer que alguien lepida dos veces cosas que cuestan tan poco, como diceGaussin, y por las cuales, después de todo, usted no sienterepugnancia?”

Otra carta (un pasaje solamente)."Abre la puerta sin verme; un paso y un salto y allí estoy

yo adentro de ella. Una viva disputa, una escena teatral. De-sea echarme; me quedo. Está desesperada; me río: "Piange,prega, ma in vano ogni parola sparse”

"Salvar podía venir, estaba viniendo a decir verdad; erala hora, el peligro aumentaba a cada instante. Sin ningunadelicadeza, sin lenguaje florido, le dije el precio que ponía ami retirada: "Dunque, fa presto", dijo ella. Presto. Le hice yme fui. Desde entonces puedo hacer lo que quiero con ella,pues está a mi merced; podría incluso traicionarla. Un pela-fustán como tú, seguramente lo haría. Pero como sabes, nome tomo el trabajo de imitarte. La veo, le hablo como antes;el mismo tono, los mismos modales".

¡Qué vergüenza, señor Courier!, me gusta más la otracarta.

En cuanto a mí, si una mujer me dice: "Apresúrate", ome pide 5 francos más, habría terminado conmigo.

Catalina la Grande, Catalina de Rusia, no tenía sino undeseo sin satisfacer; deseaba que hubiera un simple soldado,fuerte y buen mozo, apasionado y lo bastante intrépido co-mo para penetrar en sus aposentos y violarla.

En vista de ello, su amante, su gran favorito, buscó yencontró al buen mozo en el ejército y le dijo: "He aquí una

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llavecita que abrirá la puerta de los aposentos de Catalina.Entra y viólala tan ruda y violentamente como puedas. Si lohaces, serás premiado; si no, recibirás cien azotes con elknut.

Catalina disfrutó del mayor de los placeres.Un buen día, el favorito le confesó su duplicidad. Fue

asesinado (por orden de Catalina). ¿Hay algo de extraño enesto? ¿No fue bárbaramente estúpido el favorito?

El autor agrega esta reflexión a su relato: "¿Es realmenteposible llamar grande a tal mujer?”

¡Autor estúpido! Yo diría que fue grande. Y precisa-mente por esto.

*

Los chinos están en un reducto, protegidos por bam-búes grandes y puntiagudos.

Son asaltados por un batallón francés que no ha espera-do encontrar tanta resistencia y es obligado a retirarse, casipresa del pánico. El sargento abanderado queda solo, clavasu bandera en tierra y, medio muerto de miedo, se escondeentre los bambúes.

El batallón vuelve a la ofensiva, en vista de lo cualnuestro sargento abanderado, siempre a su cabeza, llega alreducto. En vista de lo cual, también, el gobierno le otorga lacruz, la famosa cruz. En vista de lo cual, también, todos di-cen: "¡Era un valiente, ese tipo!”

*

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Uno de los maestros suplentes de mi escuela, el abueloBaudoin, era un granadero que había sobrevivido después deWaterloo. Tenía mucha habilidad para colorear pipas. En eldormitorio solíamos levantar nuestras camisas y decir irres-petuosamente: "¡Atención! ¡Presentes armas!" Y el viejo, conuna lágrima en sus ojos, comenzaba a pensar en el gran Na-poleón. El gran Napoleón sabía cómo hacerlos morir; sabíatambién cómo hacerlos vivir. "No quedan soldados", solíadecir el abuelo Baudoin. En nuestros estudios él era la cria-tura y nosotros éramos los hombres. Uno de los niños dijo:"Seré un Mirabeau"; llegó a ser un Gambetta. Yo dije: "¡Seréun Marat!"... ¡,Sabe alguien realmente lo que llegará a ser?

*

En Taravao el viejo Lucas le dice a su esposa: "Lillia, séamable con el gobernador cuando venga; nuestras vacacio-nes dependen de eso".

Y el misionero, encantado, dice orgullosamente: "Fui-mos nosotros quienes hicimos casar al viejo Lucas". No ha-bía tratante de blancas que quisiera tenerla. Este juicio fueemitido por Manet cuando alguien le reprochó haber hechoun retrato de la Pertinset. En todas las esferas existen los quesobreviven y los que fracasan.

*

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Tres barcos balleneros han estado durante algún tiempoen nuestras aguas y los gendarmes se encuentran todos en lacosta. ¿Por qué tanta excitación, por qué ese hosco enojo?"¡Balleneros!... ¡Balleneros!...”

¿Qué demonios significa todo esto? ¿Traen mala suertelos balleneros? ¿Traen el cólera consigo, o alguna plaga deballenas que pueda tornarse plaga humana? Todo lo que sées que los gendarmes me dicen: "¡Señor, los balleneros sonuna peste!”

"Vamos a echar una mirada", dice uno de ellos. "Vea-mos qué pasa", dice otro. Y ambos comienzan a contarcuentos. Yo también os contaré un cuento, pero os contaréel verdadero.

Pues bien; es costumbre de los balleneros no traer nun-ca dinero consigo, pues saben perfectamente que el dinerono puede comerse en el mar y que en tierra hay filósofos quedesprecian el vil metal.

Es así que vienen a las Marquesas, especialmente aTaoata, imbuidos de esas falsas ideas. Calculan obtener suprovisión de agua y cambiar sus mercaderías baratas y fra-nelas livianas por bananas, carne y otras provisiones.

¡Qué idea! ¡Desembarcar mercaderías que no han paga-do derechos!

Los nativos, encantados de cambiar productos de tierraque no necesitan por cosas que les gustan, no pueden deci-dirse acerca de si nosotros realmente queremos beneficiarloso dañarlos. Pero hay tres o cuatro comerciantes en bacalao,la canalla y la chusma, que gritan que esto es "competenciaantipatriótica".

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El resultado es que los gendarmes andan sofocados,mientras cada noche, en todas direcciones, el barco es alige-rado de sus mercaderías. Bien abastecido de provisiones,parte de nuevo. Y la isla de Taoata es más rica en unos po-cos productos europeos. ¿Dónde está el daño, y por quétodos esos clamores? ¿Cuándo se comprenderá qué significaHumanidad?

*

Varios episodios, muchas reflexiones, unas pocas fanta-sías han encontrado su camino en estas misceláneas; nadiesabe de dónde vienen convergiendo y separándose, juegos deniños, figuras de un calidoscopio. A veces serio, a menudochistoso, tan frívolo como la naturaleza quiere. El hombre,dicen, arrastra tras sí a su doble. Recordamos nuestra infan-cia, ¿se recuerda el futuro? ¿Memoria de lo anterior; memo-ria, quizás, del después? No lo sé precisamente. Pero, cuandodecimos: "Habrá buen tiempo mañana", ¿no estamos recor-dando el pasado, la experiencia que nos hace pensar como lohacemos?

Recuerdo haber vivido. También recuerdo no haber vi-vido. Sin ir más lejos ayer por la noche soñé que estabamuerto.

Cosa curiosa, esto ocurrió en una época en que en ver-dad me siento muy feliz.

Los sueños estando despierto son casi lo mismo que lossueños estando dormido. Los sueños estando dormido son amenudo más atrevidos, y a veces un poco más lógicos.

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Permitidme volver a lo que ya os he dicho: esto no esun libro.

Además, creo que, como yo, vosotros todos sois muchomenos serios de lo que queréis admitir, y precisamente tanperversos, algunos más inteligentes, otros menos.

"Lo sabemos bastante bien", diréis. Pero es bueno de-cirlo de nuevo, decirlo sin cesar, todo el tiempo. Como lasinundaciones, la moral nos abruma, ahoga la libertad porodio a la fraternidad.

Moralidad religiosa, moralidad patriótica, moralidad delsoldado, del gendarme... El deber de ejercer su cargo, el có-digo militar, partidarios y enemigos de Dreyfus. La morali-dad de Drumont, de Dérouléde. La moralidad de laeducación pública, de la censura. La moralidad estética; lamoralidad de la crítica, por cierto. La moralidad del tribunal,etcétera.

Mi miscelánea no cambiará nada de esto, pero... es unalivio.

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DEGAS

20 de enero de 1903.

¿Quién conoce a Degas? Decir que nadie, sería una exa-geración; sólo unos pocos. Quiero decir, conocerlo bien. Esun desconocido, incluso de nombre, para los millones delectores de los diarios. Sólo los pintores admiran a Degas,muchos porque le temen, el resto porque les inspira respeto.¿Lo comprenden realmente?

Dogas nació... no sé cuando, pero fue hace tanto tiempoque él es tan viejo como Matusalén. Digo Matusalén porquesupongo que Matusalén a los cien años debe de haber sidocomo un hombre de treinta años en la actualidad. En reali-dad Degas es siempre joven.

Respeta a Ingres, lo que significa que se respeta a símismo. Su apariencia, con su sombrero de copa en la cabeza,sus anteojos azules sobre la nariz -no olvidéis el paraguas- esla de un escribano, un burgués del tiempo de Luis Felipe.

Si hay un hombre al que importa poco parecer un artis-ta, es ciertamente él. Detesta todas las libreas, aun ésta. Es

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tan bueno como el oro; sin embargo, refinado como es, lagente lo cree áspero.

Un joven crítico, que tiene la manía de emitir juicios,dijo cierta vez, como un augurio pronunciando una senten-cia: "Debas es un oso viejo bonachón". ¡Dégas un oso! El,que en la calle se comporta como un embajador en palacio.¡Bonachón! Eso es una cosa trivial: es algo más que eso.

Dégas tuvo como sirvienta una vieja holandesa, una re-liquia de familia que, a pesar de ello, o quizás debido a ello,era insoportable. Servía la mesa y el señor nunca hablaba. Undía, cuando las campanas de Nuestra Señora de Loreto do-blaban ensordecedoramente, ella gritó: "¡Nunca doblarán asípor ese Gambetta suyo!”

¡Ah! Sé qué quieren decir con "oso"; Dogas rechaza alos que lo entrevistan. Los pintores buscan su aprobación,piden su opinión y él, el oso, el rudo, a fin de evitar decir loque piensa, os dice muy amablemente: "Discúlpeme, pero nopuedo ver claramente, mis ojos...”

Por otra parte, no espera a que seáis conocidos. Tieneun poder de adivinación con los jóvenes y él, que todo losabe, nunca habla de una falta de conocimiento. Se dice a símismo: "Aprenderá más tarde", y a vosotros os dice, comoun buen papá, como lo hizo conmigo en mis comienzos:"Tiene usted su pie en el estribo".

Nadie que tenga poder lo molesta.Recuerdo también a Manet, otro a quien nadie molesta-

ba. Cierta vez, viendo un cuadro mío (al comienzo) me dijoque era muy bueno. Le contesté, por respeto al maestro:"¡Oh, soy sólo un aficionado!" En aquella época me dedicaba

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a los negocios como corredor de Bolsa, y estudiaba arte sólode noche y en los días libres.

"Oh, no", dijo Manet, "no son aficionados sino los quehacen cuadros malos". Eso fue dulce para mí.

¿Por qué hoy, cuando miro hacia atrás, en el pasado,hasta este mismo momento, estoy obligado a ver (es bastanteobvio) que de todos aquellos a quienes he aconsejado y ayu-dado, hay escasamente alguno que me conozca todavía?

No quiero comprenderlo.Sin embargo, no puedo decir, con falsa modestia:

Qu'as ni fait, O toi que voila,Pleurant sans cesseDis, qu'as tu fait, roi que voilaDe ta jeunesse? (Verlaine).

Pues he trabajado y he pasado bien mi vida, inteligen-temente, incluso valientemente, sin llorar, sin destrozar lascosas, y tengo muy buenos dientes.

Degas siente desprecio por las teorías de arte, no se in-teresa por la técnica.

En mi última exhibición en lo de Durand-Ruel (Traba-jos en Tahití, 1891-92) dos jóvenes bien intencionados nopodían entender mi pintura. Como eran amigos respetuososde Degas, y deseaban ser ilustrados, le pidieron su opinión alrespecto.

Con esa sonrisa suya, paternal a pesar de ser tan joven,les recitó la fábula del perro y el lobo: " ¿Comprendéis?Gauguin es el lobo".

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Eso en cuanto al hombre. ¿Qué es el pintor?Uno de los primeros cuadros conocidos de Degas re-

presenta un depósito de algodón. ¿Para qué describirlo? Seríamejor para vosotros ir a verlo, mirarlo cuidadosamente, ysobre todo no venir a decirnos: "Nadie podría pintar mejorel algodón". Él algodón no es el punto, ni siquiera los hom-bres que lo están manipulando. Tan bien sabe esto él mismoque pasó... a otros trabajos. Pero ya sus defectos (desde unpunto de vista académico) se habían hecho sellar, dejando sumarca, y se podía ver que, a pesar de ser joven, era un maes-tro. ¡Un oso ya! No se ve con facilidad la ternura de los cora-zones inteligentes.

Educado en un ambiente elegante, se atrevía sin embar-go a extasiarse frente a los talleres de las modistas en la Ruede la Paix, los encantadores encajes, esos famosos toquesmediante los cuales nuestras mujeres parisienses os inducena comprar un sombrero extravagante. Y luego verlos denuevo en el hipódromo, elegantemente encaramados en losmoños, y, debajo, o más bien a través de todo ello ¡la puntade la más insolente de las narices!

¡Ir luego, por la noche, como un descanso tras un día detrabajo, a la ópera! Allí, se decía Dégas, todo es falso, la luz,el escenario, las pelucas de las bailarinas, sus corsés, sus son-risas. Nada es real, salvo los efectos que crean, el esqueleto,la estructura humana, el movimiento; arabescos de todasclases. ¡Qué fuerza, qué flexibilidad y qué gracia! En ciertomomento, interviene el varón, con una serie de "entrechats",para sostener a la bailarina que se desvanece. Sí, se desvane-ce; pero se desvanece sólo en ese momento. Si aspiráis a

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dormir con una bailarina, no os permitáis esperar, ni por unsolo momento, que se desvanezca en vuestros brazos. Esonunca ocurre; la bailarina sólo se desvanece sobre el escena-rio.

Las bailarinas de Degas no son mujeres, son máquinasmoviéndose en líneas graciosas y con maravilloso equilibrio,adornadas con todos los bellos artificios de la Rue de la Paix.Las gasas sutiles flotan hacia arriba y nunca se os ocurre queestáis viendo el lado inferior de ellas; nada hay que empañesu blancura.

Los brazos son demasiado largos, según el caballeroque, con el metro en la mano, es tan sagaz para calcular pro-porciones. También yo lo sé, en tanto se refiere al natural.Una decoración no es un paisaje; es decoración. De Nittishizo algo diferente, y mucho mejor.

En las escenas de Degas los caballos de carrera y losjockeys son a menudo lamentables jamelgos cabalgados pormonos. No hay modelo en ninguna de estas cosas, sólo lavida de las líneas, líneas, líneas de nuevo. Su estilo es él mis-mo.

¿Por qué firma sus trabajos? Nadie tiene menos necesi-dad de hacerlo que él.

En estos últimos días ha hecho una cantidad de desnu-dos. Los críticos, por regla general, ven a la mujer. Degasveía a la mujer, también... pero no está más interesado en lasmujeres de lo que lo estaba en las bailarinas: cuando muchoen ciertas fases de la vida aprendidas mediante indiscrecio-nes.

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¿Qué le interesa a él? El dibujo estaba en su punto másbajo; tenía que ser restaurado; y mirando a esos desnudos,exclamó: "¡Está de pie, ahora!”

Hombre y pintor, él es un ejemplo. Degas es uno deesos raros maestros que teniendo sólo que inclinarse paratomarlos ha desdeñado la fortuna, las palmas, los honores,sin amargura, sin celos. Pasa tan simplemente a través de lamultitud. Su vieja sirvienta holandesa ha muerto, de lo con-trario diría: "Las campanas nunca doblarán así por usted".

Uno de los muchos pintores que exhiben con los Inde-pendientes a fin de ser llamado independiente dijo a Degas:"¿Tendremos algún día el placer de verlo a usted entre no-sotros en los Independientes?”

Degas sonrió con su habitual amabilidad... ¡Y decís quees un oso!

*

En el drama de Ubsen Un Enemigo del Pueblo, la espo-sa (al final solamente) alcanza la estatura de su marido. Tanvulgar y egoísta como la multitud, si no más, durante toda suvida, tiene un impulso que funde en ella todo el hielo sep-tentrional. Y ella va a la tierra donde viven los lobos.

Esto puede haber sido estudiado cuidadosamente delnatural, aunque lo dudo, por estar yo mismo humanamenteinteresado en cierta forma.

Conozco a otro enemigo del pueblo cuya esposa nosólo no siguió a su marido, sino que incluso educó a sus hi-jos tan bien que no conocen a su padre; tan bien, que este

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padre, que está todavía en el país de los lobos, nunca ha oídomurmurar a su oído: "Querido padre". A su muerte, si hayalgo que heredar, aparecerán.

¡Basta!Como quiera que sea acerca de esta conclusión, el dra-

ma se desarma repentinamente. Un trabajo literario, un dra-ma para el teatro, no es obra de la casualidad; sujeto comoestá a las necesidades de la convención y de la observación,su margen de sentimiento debe ser medido cuidadosamentea la luz de la verosimilitud.

En Pot-Bouille, de Zola, la señora de Josserand perma-nece desde el principio hasta el fin la misma señora de Josse-rand.

Estoy muy lejos de ser competente en la materia, perosin discutir de ninguna manera el genio de Ibsen, me gustaríadecir que nosotros, los franceses, somos tan serios -quizás-sin ser tan pesados. En esta mitología del Norte los vientosme parecen muy fuertes y me envían en busca de un rayo desol.

Todos esos pastores, esos profesores, esas jovencitasque, por sentimentales que sean, nunca olvidan sus buenas ysanas comidas, pescado ahumado y jamón, sin mencionar lacarne de caza, parecen pesadas estatuas en nuestra escenafrancesa. Están sólidamente construidos, es cierto, pero unescultor griego habría deseado refinarlos.

Comenzarían a gustarme en manos de un Rodin. Ibsenlas estudia con su ojo. Es bueno que las estudiemos nosotrostambién, por miedo a la invasión protestante, una invasiónde esos casamientos práctico espirituales en los que se juega

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con todo, excepto con "aquello", y esa turbia filosofía quetrata despóticamente a los cánones.

En la balanza del Norte el más generoso de los ánimosno resiste una moneda de cinco francos. También yo he ob-servado el Norte, y lo mejor que encontré allí no fue cierta-mente mi suegra, sino la carne de caza que ella cocinaba tanadmirablemente. También el pescado es excelente. Antes delcasamiento, todo es cálido y amistoso, pero luego, cuidado,todo cambia.

En Copenhague una gran dama olvida su bolso, queestá marcado con su monograma, y lo deja olvidado en unacasa de comercio. En su bolso hay un preservativo. Pero enun altillo de mi casa vivía una pareja sin estar casada. La lle-varon en seguida a la cárcel.

*

A propósito de Ibsen, y hablando de teatro, me pareceque tenemos un futuro cadáver, algo que no podemos salvar,pero que nos gustaría disecar a fin de mostrarlo a la multitud,a la distancia, para hacerle creer que todavía existe.

Ciertamente el arte literario del teatro exige el derecho avivir; esto lo concedo de buena gana. Gracias a Dios, haytodavía lectores. Pero creo que el arte del teatro, alejado delteatro, ganaría con tener sólo lectores. En el teatro mismohay exigencias escénicas que entumecen al autor; y desde elcomienzo mismo la producción constriñe a los adores y alpúblico.

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En la escena existen sólo tres cosas: los adores, el pro-blema o entretenimiento y el escenario. Todo se reduce aefectos teatrales y disimulo.

Cuando una madre ha perdido su criatura y la encuentrade nuevo, no son las palabras que preceden las que traen laslágrimas a los ojos, ni siquiera el grito: "¡Bendito sea el cielo!¡Mi hija!", sino la aparición efectiva de la querida criaturadiciendo "¡Mamá!”

Todo lo que necesitáis en el teatro es un Sardou y algu-nos buenos actores. No censuréis a Sardou; es el único queha tenido la idea acertada. Mediante toda clase de tretas yevasivas intentan probar lo contrario. "La educación del pú-blico... un público ilustrado", etcétera. Decid un públicolector ilustrado y estaréis en lo cierto.

En escena, el burgués de las piezas de Labiche es un pa-yaso atroz; cuando leéis el drama del burgués es una buenapersona, un hombre al que s respetáis. Recibís de él unacierta clase de filosofía doméstica enteramente buena y de-seable.

"Pero, diréis, en escena el actor refuerza la emoción yclarifica la situación". ¿Necesita eso un público ilustrado? ¿Ysi el autor es realmente grande, para qué llamar a otros? Ental caso, pues, ¡.quién va a decirnos que, por ilustrado queseamos, nuestra emoción no surge enteramente de los acto-res y del escenario?

El hecho desnudo, confesado, es que el teatro producedinero. Bien, proseguid entonces, como lo hace Sardou; él eslo suficientemente hábil como para tener el don del teatro.

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¿Pertenece realmente a la literatura la palabra hablada?Si es así, cuán cansadora es en su falta de realidad y en supedantería. Representad ese drama de Remy de Gourmont2 ydecidme si el viejo rey, el padre, no es un lamentable gazná-piro, las hijas unos vampiros atroces y caballeros de Martesde Carnaval los guerreros. Pero es algo muy diferente cuan-do se lo lee.

El director del Teatre de 1'Oeuvre nos dice, muy razo-nablemente: "Dadme buenas piezas, pero piezas que puedanrepresentarse".

Paul Fort, que fundó ese teatro, era demasiado buen ar-tista para no prever la cercana muerte del teatro literario, yha abandonado su proyecto a fin de escribir obras teatralesadmirables que no pueden representarse.

Podría coleccionar gran cantidad de ejemplos sin con-vencer a un alma; lo sé. Pero como amante, a mi manera, dela literatura, digo aquí lo que pienso.

Mi propio teatro es la vida; en ella lo encuentro todo,actores y escenario, el hombre noble y el trivial, lágrimas yrisas.

A menudo, cuando estoy conmovido, ceso de ser el au-ditor y me vuelvo actor. Es de no creer cómo, viviendo enun medio primitivo, cambian nuestras opiniones, y cómo seensancha el teatro. Nada molesta mi juicio, ni siquiera eljuicio de los demás. Miro el escenario cuando yo, y sólo yo,quiero, sin ningún constreñimiento, sin siquiera un par deguantes.

2 No recuerdo el título; la obra fue publicada en el Mercure.

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*

He escrito en alguna parte, y mi opinión no ha cambia-do, que leer en París no es lo mismo que leer en un bosque.

En París se vive de prisa. En el restaurante, mientrascomía, no podía leer nada, sino el diario. Leía mis cartas en laoficina de correos, aunque las releía más tarde. En el tren leíainvariablemente Los Tres Mosqueteros. En casa leía el dic-cionario. Por otra parte, nunca leía libros de los cuales cono-cía ya la crítica. En lo que a mí respecta los anuncios estándesechados. Lo más que podría hacer, luego de haber leídolos carteles, sería probar la mostaza Bornibus. Aquí os estoymintiendo atrozmente, pues no me gusta la mostaza. Pero¡hombre prevenido vale por dos! No tratéis de leer a EdgarAllan Poe salvo en un lugar muy tranquilizador. Por másvalientes que seáis, sin haberlo siquiera mostrado (como diceVerlaine) lo lamentaréis. Y, especialmente, no tratéis luegode ir a dormir a la vista de un Odilon Redon.

Permitidme contaros un cuento verídico.Mi esposa y yo leíamos junto al fuego. Afuera hacía frío.

Mi esposa leía El Gato Negro, de Edgar Allan Poe, y yo,Bonheur dans le Crime, de Barbey d'Aurevilly.

El fuego se estaba apagando y afuera hacía frío. Alguientenía que ir a buscar carbón. Mi esposa bajó al sótano de lacasita que habíamos alquilado al pintor Jobbé-Duvol.

Sobre los escalones, un gato negro dio un salto, asusta-do; lo mismo hizo mi esposa. Pero, después de vacilar unpoco, continuó su camino. Había tomado dos paladas cuan-

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do una calavera salió rodando de entre el carbón. Dominadapor el pánico, tiró todo en el sótano, y se abalanzó escalerasarriba; cayó luego desvanecida en la sala. Descendí a mi vez yal sacar el carbón destapé un esqueleto entero.

Era un viejo esqueleto articulado que había sido usadopor el pintor Jobbé-Duval, quien lo había arrojado al sótanocuando se hubo roto.

Como veis, todo era extremadamente simple, y sin em-bargo la coincidencia era extraña. ¡Cuidado con Edgar AllanPoe! Volviendo a mi lectura, y recordando al gato negro, nopuedo menos que pensar en la pantera que sirve de preludioal extraordinario cuento de Barbey d'Aurevilly, Bonheurdans le Crime.

También al leer se tropieza a menudo con un incidenterelatado por el autor exactamente como le ha ocurrido auno.

Los martes solía ir a casa de ese hombre y poeta admi-rable llamado Stéphane Mallarmé. En uno de esos martes sehabló de la Comuna, y yo también hablé acerca de ella.

Volviendo de la Bolsa, algún tiempo después de losacontecimientos de la Comuna, había entrado yo en el caféMazarin. Sentado a una mesa vi a un caballero de aire militar,muy parecido a un antiguo condiscípulo; como lo mirarademasiado atentamente, me dijo altanero, tirando de su bi-gote: "¿Le debo algo"?”

"Perdóneme, contesté, ¿no estaba usted en Lorial? Minombre es Paul Gauguin".

"Mi nombre es Dennebonde", dijo él.

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Al instante recordamos el uno al otro, y comenzamos acontarnos lo que había sido de nosotros. Era oficial gradua-do en Saint-Cyr, había sido tomado prisionero por los pru-sianos, y comandado un batallón al entrar en París las tropasde Versalles. Llegó con su batallón por los Campos Elíseos ala Plaza de la Concordia, y luego siguió hasta la estación deSaint-Lazare, donde encontró una barricada hecha por losprisioneros. Entre éstos se encontraba un valiente niño deParís, de alrededor de 13 años, que había sido tomado conlas armas en la mano.

"Disculpe usted, capitán, dijo el jovenzuelo, antes demorir me gustaría decir adiós a mi pobre abuela que vive enla guardilla que usted ve allí; pero no se inquiete, no tardarémucho".

"¡Márchate, pues!”Quería estrujar la mano de este bueno de Dennebonde,

el camarada de mi niñez; sin embargo, me contuve, y conti-nuó:

"Fuimos calle arriba hasta la puerta de Clichy, pero an-tes de llegar allí nos alcanzó el niño, jadeante, exclamando:"¡Aquí estoy, capitán!”

Y yo, Gauguin, curioso, pregunté: "¡,Qué hiciste tú?”"Bien, dijo, lo fusilé. Comprendes, mi deber como sol-

dado...”Desde ese momento he creído entender lo que es la fa-

mosa "conciencia del soldado". Pasaba el camarero; pagué laconsumición sin decir una palabra y me fui rápidamente, alinstante, trastornado por completo.

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Stéphane Mallarmé fue a buscar un soberbio volumende Víctor Hugo, y con su voz de mago -que manejaba tanbien- comenzó a leer en voz alta el breve cuento que acabode narraros, sólo que al final Hugo, demasiado respetuoso dela humanidad, no hizo fusilar al joven héroe.

Me sentí embarazado, temeroso de que pudieran pensarque yo había querido embaucarlos. Felizmente, la buenagente se entiende entre sí, ¿no es verdad?

La tapa de un libro con el nombre de Lamartine trae ami memoria a mi adorable madre, que nunca perdía unaoportunidad de leer su Jocelyn.

¡Libros! ¡Qué recuerdos!El marqués de Sade, os lo aseguro, no tiene interés para

mí, pero el cielo es testigo de que ello no se debe a la virtud.

*

Tengo ante mí una fotografía de un cuadro de Degas.Las líneas del piso corren hacia un punto muy alto y

alejado en el horizonte, una hilera de bailarinas las cruza enun progreso rítmico, en un avance ordenado. Su mirada,estudiada, se dirige hacia el varón en el fondo, en la esquinade la izquierda. Arlequín, con una mano en la cadera, soste-niendo con la otra una máscara. También él está observando.¿Cuál es el símbolo? ¿Es el amor eterno, la tradicional anti-gualla que se llama coquetería? De ninguna manera. Es lacoreografía.

Debajo, un retrato de Holbein, de la Galería de Dres-den. Manos muy pequeñas, demasiado pequeñas, sin huesos

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ni músculos. Esas manos me molestan. "Esas manos, digo,no son de Holbein".

Una cosa conduce a otra, lo que me hace hablar de algoque me molesta: la estimación de cuadros por hombres queciertamente no pueden ser expertos. Todas las ventas decuadros las realizan hombres que son al mismo tiempo su-bastadores, expertos y corredores. Ahora bien, ocurre conlos corredores de cuadros como con los críticos (especial-mente con los corredores)... hablan de cosas de las que nosaben nada. Aunque el corredor tiene a veces una intuicióndel alza y de la baja de los precios, él ve sólo el momentopresente. Cuando el problema es el de la autenticidad o fal-sedad de un cuadro, no sabe nada. ¿Sabe si el cuadro es bue-no o malo? ¡Nunca! Es una gran desgracia para el pintor notener un corredor capacitado para reconocer su talento.

Una vez que se ha reconocido éste -y debe ser recono-cido, tan obvio es- ¿qué diremos del título de "experto"?¡Expertos que se os imponen ellos mismos, y a quienes te-néis que desollar!

*

Se discute mucho respecto a la alegoría, el símbolo y losemblemas en los monumentos públicos de nuestra buenaciudad de París.

El escritor no puede ser representado nunca sin su viejolibro y su pluma de ganso. El inventor de una enema debetener su jeringa. Si alguna vez erigen en Londres una estatuaa H.G. Wells, pediré que tenga su rayo de calor. Pero si le

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dedican algún día una estatua a Santos Dumont ¿tendrán queesculpir un globo? ¿Y cómo, en el caso de Pasteur, indicaránel cultivo de microbios?

Otra cosa que parece sin importancia y que sin embargoes importante es la glorificación de la agricultura, la pisci-cultura, etc., en alego- irías que estén a quince metros delsuelo. En el Trocadero todo el techo está decorado de esamanera, sin que nos sea posible distinguir si las decoracionesson obras maestras o mamarrachos. LY dónde está la firma?Si la intención es patrocinar las artes, el artista debe ser re-compensado. Admitido ello, bajemos todo eso, y adornemoslas galerías bajas. Pero ¡ahí está el busilis! Entre esos artistashay algunos cuya reputación caería todavía más bajo.

Hay señores que se llaman españoles, pero que no sonsino españoles postizos.

Lo mismo ocurre en el Hótel de Ville. Desde sus ni-chos, los prebostes de París nos miran de arriba a abajo ynos encuentran muy pequeños. Nosotros miramos tambiénhacia ellos, para ver si tenemos buen tiempo, y los encon-tramos aún más pequeños.

A veces, al mirar hacia arriba, se ven cosas extrañas en elaire. Una niña danesa, que bailaba en nuestra capital, cami-naba cierto día cerca de Nuestra Señora. Al oír graznar unoscuervos, levantó la cabeza y vio una curiosa bandera negra,en forma de llama, que se destacaba contra una de las torres.La bandera zigzagueaba de una manera extraña. Era unajoven que colgaba de una barandilla, donde un soporte lehabía perforado el pecho (Souvenir de la Morgue).

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Se ha abierto un concurso para un monumento público:para el pedestal, se presentan un arquitecto y un escultor. Elescultor considera que un pedestal ancho arruinará su esta-tua; el arquitecto estima que su pedestal debe ser lo impor-tante.

En este monumento ¿cuál es el asado y cuál es la salsa?¡Oh, esos concursos!Afortunadamente San Pedro, en Roma, no se decoró

mediante el método de concurso.En el concurso para el famoso carro que debía adornar

el Arco de Triunfo vi el modelo de Falguiére. Era, comodicen, una acertada, en los flancos de los caballos había unaflexibilidad que nos encantaba.

Una vez que el monumento estuvo en su lugar, no pudever nada sino los vientres de los caballos. Un conocido es-cultor, a quien hice esta observación, contestó: "Después detodo, una figura colocada arriba debe aparecer como el su-jeto vivo lo haría si estuviera en la misma posición". iHum!iHum!

Cenaba cierto día con Dalou en casa de este conocidoescultor, quien me dijo: "Señor, la escultura será republicanao dejará de existir".

¡Dérouléde, eclipsado!Los jóvenes que buscan el arte no encontrarán en una

lata esa nutritiva leche que necesitan. La Escuela es aquí lalata.

No seáis mezquinos en nada, excepto en el nombre deamigo, y tened cuidado de no desperdiciar vuestros insultos.

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La gente está siempre copiando a Dégas, pero él no sequeja. Su bolsa de malicia está tan llena que ágata más o me-nos no lo empobrecerá.

*

Escribe Albert Wolff en el Fígaro:"La posteridad coloca siempre a los hombres en su ver-

dadero sitio, derribando de sus pedestales a los que han sidoelevados mediante engaños, a fin de hacer lugar a otros quetienen derecho a ello. Por esta razón los grandes que sondesconocidos pueden continuar su camino con la certidum-bre de la justicia eterna, que es a menudo tardía, pero que essiempre segura en el tiempo fijado".

¿Albert Wolff? Un cocodrilo.

*

Mi abuela era una anciana dama divertida. Su nombreera Flora Tristán. Proudhon dice que tenía genio. Como nosé nada al respecto, le tomo la palabra a Proudhon.

Estaba vinculada con toda suerte de asuntos socialistas,entre ellos los sindicatos obreros. Los agradecidos obreros leerigieron un monumento en el cementerio de Burdeos. Esprobable que no supiera cocinar. ¡Una literata socialista-anarquista! A ella, en sociedad con el tío Enfantin, se lesatribuyó la fundación de cierta religión, la religión de Mapa,en la que Enfantin era el dios Ma y ella la diosa Pa.

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Nunca he sido capaz de distinguir entre la verdad y lafábula, y os ofrezco esto por lo que vale. Murió en 1844;muchas delegaciones siguieron su féretro. Lo que puedodeciros con seguridad, sin embargo, es que Flora Tristán erauna dama muy bella y noble. Era íntima amiga de la señoraDesbordes-Valmore. También sé que gastó su fortuna enterapor la causa de los trabajadores, viajando incesantemente.En el intervalo fue a Perú a ver a su tío, el ciudadano donPío de Tristán de Moscoso (de una familia aragonesa.)

Su hija, que fue mi madre, recibió educación en una es-cuela, la Pensión Bascans, un establecimiento esencialmenterepublicano. Fue allí que la conoció mi padre, Clovis Gau-guin. Mi padre era en esa época corresponsal político delNational, el diario de Thiers y de Armand Marast.

¿Previo mi padre, después de los acontecimientos del 48(yo nací el 7 de junio de 1848) el golpe de Estado de 1852?No lo sé. Sea ello como fuere, se le ocurrió trasladarse a Li-ma, con la intención de fundar allí un diario. La joven familiaposeía algún capital.

Tuvo él .la mala fortuna de dar con acierto capitán, unapersona terrible, que le infirió un insulto atroz cuando yapadecía de una enfermedad del corazón. Cuando iba a de-sembarcar en Puerto Hambre, en el Estrecho de Magallanes,sufrió un colapso y murió de la ruptura de un vaso sanguí-neo.

Esto no es un libro, ni son mis memorias, y si os hablode mi vida es porque en este momento está mi mente llenade recuerdos de mi infancia.

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Mi viejo, viejísimo tío Don Pío se enamoró completa-mente de su sobrina, tan hermosa y tan parecida a su queri-dísimo hermano don Mariano. Don Pío se había vuelto acasar a los ochenta años y tenía varios hijos de este nuevocasamiento, entre otros Etchenique, presidente del Perú du-rante varios años.

Constituían todos una numerosa familia, y entre ellos mimadre era una verdadera niña mimada.

Tengo una notable memoria visual, y recuerdo esta épo-ca de mi vida, nuestra casa, y tantas otras cosas que ocurrie-ron; el monumento en la Presidencia, la iglesia, cuyo domoera de madera tallada, colocado más tarde. Veo todavía a lanegrita que, como era costumbre, llevaba a la iglesia la pe-queña alfombra sobre la que nos arrodillábamos para rezar.Veo también a nuestro sirviente chino, tan hábil para plan-char. El me encontró en un almacén de comestibles, sentadoentre dos barricas de melaza, chupando activamente caña deazúcar, mientras mi llorosa madre me hacía buscar por todaspartes. Siempre he tenido el antojo de escaparme de estamanera; en Orléans, a los nueve años de edad, se me ocurrióescaparme al bosque de Bondy con un pañuelo lleno de are-na en el extremo de un palo, que llevaba sobre el hombro.

Un cuadro me sedujo, un cuadro que representaba unviajero con su palo y su atado sobre el hombro. ¡Cuidadocon los cuadros! Afortunadamente, el carnicero me tomó dela mano en el camino, me trató de pícaro, y me condujo deregreso a casa de mi madre.

Como era natural en una muy noble dama española, mimadre era irascible, y recibí algunas bofetadas de su pequeña

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mano, tan flexible como la goma. Es cierto que minutos mástarde mi madre me besaba y me acariciaba, llorando.

Pero no nos adelantemos, volvamos a nuestra ciudad deLima. Allí, en Lima, ese delicioso país donde nunca llueve,los techos eran terrazas en aquellos días. Si había un loco enla familia, tenía que ser mantenido en casa; esos locos vivíanen la terraza, sujetos por una cadena a un anillo, y el propie-tario de la casa, o el inquilino, estaba obligado a proveerlo deuna cierta cantidad de alimento muy simple. Recuerdo queuna vez mi hermana, la negrita y yo, que dormíamos en unahabitación cuya puerta abierta daba al patio interior, fuimosdespertados y vimos a un demente que descendía la escaleradel lado opuesto al nuestro. La luna alumbraba el patio. Nin-guno de nosotros se animó a articular una palabra. Vi, y to-davía puedo verlo, entrar al demente en nuestra habitación,lanzarnos una mirada y luego, tranquilamente, trepar de nue-vo a su terraza.

En otra oportunidad fui despertado de noche y vi elmagnífico retrato de mi tío que colgaba en la habitación, conlos ojos fijos en nosotros, moviéndose.

Era un terremoto.Por valientes que seáis, por más sabios que podáis ser,

tembláis cuando la tierra tiembla. Es una sensación común atodos, y que nadie puede negar.

Me di cuenta de esto más tarde, en el tiempo en queestuve en la rada de Iquique y vi derrumbarse parte de laciudad; las olas jugaban con los barcos como si fueran pelo-tas lanzadas por una raqueta. Nunca he deseado ser masón,poco inclinado como soy, por instinto de libertad o por falta

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de sociabilidad, a pertenecer a sociedad alguna. Pero reco-nozco el valor de esta institución entre los marinos. En lamisma rada de Iquique vi un bergantín mercante arrastradopor una poderosa marejada hacia su destrucción en los arre-cifes. Izó al tope del mástil su gallardete masón, y en seguidala mayoría de los barcos del puerto enviaron sus pequeñosbotes para remolcarlo con bolinas. Fue pues, salvado.

A mi madre le gustaba contar sus jugarretas en la Presi-dencia. Entre ellas se encontraba la siguiente:

Un oficial del ejército, de alta graduación, que tenía san-gre india en sus venas, se había jactado de ser muy aficiona-do a los ajíes. Mi madre ordenó al cocinero que prepararados platos de ajíes dulces para la cena a que había invitado aeste oficial. Uno se preparó como de costumbre, el otro fuesazonado abundantemente con los ajíes más picantes. Mimadre se hizo colocar durante la cena junto a él, y mientrastodos fueron servidos con el plato ordinario, nuestro hom-bre lo fue con el especial. El oficial no vio sino fuego cuan-do, luego de servirse una porción enorme, sintió que lasangre le subía al rostro.

Con voz muy medida, mi madre le preguntó: "¿Está malsazonado el plato? ¿No lo encuentra bastante fuerte?”

"Por el contrario, señora, el plato es delicioso". Y el in-feliz tuvo el coraje de vaciar su porción hasta el último bo-cado.

Qué graciosa y bonita era mi madre cuando se ponía suvestido limeño, con la mantilla de seda que le cubría el rostrodejándole espacio para echar un vistazo con sólo un ojo, unojo tan suave e imperioso, tan puro y acariciador.

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Todavía veo nuestra calle, con los pollos picoteandoentre la basura. Lima no era en aquellos días la grande ysuntuosa ciudad de hoy.

Pasaron así cuatro años, hasta que un buen día llegaroncartas urgentes de Francia. Teníamos que regresar para arre-glar una herencia de mi abuelo paterno. Mi madre, quesiempre fue poco práctica en cuestiones de negocios, volvióa Francia, a Orléans. Fue un error, pues al año siguiente, en1856, el viejo tío, cansado de embromar exitosamente a laseñora Muerte durante tanto tiempo, se dejó ganar.

Don Pío de Tristán de Moscoso ya no existía. Tenía 113años de edad.

En memoria de su queridísimo hermano, había dejado ami madre una renta anual de 5.000 pesos, que llegaban a unpoco más de 25.000 francos. Pero la familia, en su lecho demuerte, anuló los deseos del viejo y tomó posesión del totalde su inmensa fortuna, que fue malgastada en París en tontasextravagancias.

Quedó en Lima un primo soltero, y allí vive todavía,muy rico, una perfecta momia. Las momias del Perú sonfamosas.

Al año siguiente vino Etchenique para sugerir un arreglocon mi madre, quien, como siempre orgullosa, respondióque no era "nada".

Aunque nunca fuimos realmente pobres, a partir de esaépoca nuestra vida fue extremadamente simple.

Mucho más tarde, creo que en 1880, Etchenique vinonuevamente a París, como embajador, en misión para arre-

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glar con el Comptoir d’escompte la garantía del empréstitoperuano (sobre una base de guano).

Se alojó en casa de su hermana, que tenía una casa es-pléndida en la calle de Chaillot y, como embajador discreto,le dio a entender que todo iba bien. Mi prima, satisfecha poresto, como lo estaban todos los peruanos, se apresuró a es-pecular en la casa Dreyfus con el alza del empréstito perua-no.

Pero lo cierto era lo contrario, y pocos días más tardelas acciones peruanas eran invendibles. ¡Ella se bebió variosmillones en esta sopa!

"Caro mio, me decía, estoy arruinada. No me queda na-da, salvo ocho caballos en el establo. ¡,Qué será de mí?”

Tenía dos hijas bellísimas. Recuerdo a una de ellas, unacriatura de más o menos mi misma edad, a la que parecetraté de violar; en esa época tenía yo seis años. La violaciónno pudo haber hecho mucho daño, y probablemente ambospensamos que no era sino un juego inocente.

Como veis, mi vida ha estado llena de altibajos y agita-ciones. En mí hay muchas mezclas extrañas. Un rudo mari-no; ¡así sea! Pero también hay raza allí, o más bien dos razas.

Podría vivir sin escribir esto, pero ¿por qué no escribir-lo, ya que no tengo otro propósito que divertirme?

*

Debo necesariamente divertirme a mí mismo estos días,encerrado como estoy en mi islita por la inundación, comoos he dicho más arriba.

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La inundación y la tormenta acaban de pasar, todos tra-tan de salir de dificultades lo mejor que pueden, cortando losárboles desarraigados y tendiendo pequeños puentes parapeatones, de manera de poder transitar de vecino a vecino.Estamos esperando el correo, que no viene, y dándonoscuenta de que hay poca probabilidad de que llegue; espera-mos que dentro de un año la administración repare nuestrosdesastres y nos envíe un poco de dinero.

El correo también debe traernos un juez para empren-der la investigación de un crimen. He aquí una carta que hepreparado para el juez, una carta que os ilustrará acerca de lamanera en que administran las colonias francesas.

AL MAGISTRADO DE POLICIA.

Atuana, enero de 1903

Permítame que le informe sobre ciertos hechos en co-nexión con el asesinato que usted va a investigar. Atañen aun hombre que, por falta de pruebas a su favor, quizás seacondenado injustamente por asesinato.

Nosotros, el público, estamos informados imperfecta-mente acerca de lo que el sargento de policía ha dicho en sudeclaración; por otra parte, sabemos todo lo que no se hahecho, porque nos hemos tomado la molestia de hacer eltrabajo nosotros mismos.

Pero ¿es cosa nuestra hacer el trabajo de la policía?

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El sargento debe de haber interrogado al negro, luego,muy brevemente, a la víctima y a su amiga. Eso fue todo, yeso era prácticamente nada.

Cuando se hubo hecho esto, se entregó la víctima parasu examen y cuidado a un practicante del hospital que, aun-que ha tenido un breve aprendizaje en el hospital de Papeete,es todavía un joven cabeza hueca e inexperto.

Dos días más tarde, un difundido rumor me hizo saberque esta mujer tenía una horrible herida en la vagina, enavanzado estado de descomposición.

Sin imaginar ni por un momento que esta herida pudierahaber pasado sin observar, no presté atención al asunto, ysólo quince días después el farmacéutico vino a pedirmeconsejo, declarando que, incapaz de soportar su sufrimiento,la mujer había admitido que tenía una herida grave en la va-gina. Se había declarado ya la gangrena, y se produjo lamuerte.

Puede asegurarse en base de ello que esta última heridafue la única causa de la muerte de la mujer.

¿Es el negro su autor?¿Qué se ha hecho para averiguarlo?¿Sobre quién recae la responsabilidad por esta negligen-

cia? Seguramente que sobre usted no, señor, pues habiendollegado aquí mucho tiempo después no se encuentra en con-diciones de estar informado.

La policía, desde el comienzo, se ha contentado con in-terrogar más o menos al azar, al negro, a la víctima y a suamiga.

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Desde entonces no ha habido interrogatorio como si, apesar de todo, no supieran o no quisieran saber nada acercade esta última herida o acerca del amante, mientras la pobla-ción se ha alarmado tanto que un colono informó al sargentode policía que, aunque el amante vivía a gran distancia deldomicilio del negro, estaba en el lugar alas tres de la tarde, encompañía de la víctima y de su amiga.

Resulta casi obvio que hay una conspiración para salvara este amante.

El sargento de policía sabía demasiado bien, como losaben todos aquí, que el pastor Vernier y yo (especialmenteel señor Vernier) tenemos un conocimiento muy amplio demedicina. ¿Por qué no nos consultó en esa oportunidad? Porvanidad, sin duda, la estúpida y autocrática vanidad de ungendarme.

Puedo declarar sin vacilación que si hubiera sido llama-do, esta tercera herida no pasaba inadvertida y que me habríasido fácil decir si fue producida con un cuchillo.

Sé, sin embargo, que las otras dos heridas fueron exa-minadas y sondeadas, examen que probó que ambas habíansido ocasionadas por un cuchillo de tamaño mediano y nopor una hoz.

Este cuchillo debió ser encontrado en la maleza. Ade-más, si hay contradicción entre las declaraciones de las dosmujeres y el hecho observado, ¿no hay motivos para suponeruna mentira interesada, dicho para despistar a la policía?

Pero lo que está fuera de duda es el completo silencio,antes y después, acerca de esta tercera herida, que ocasionóla muerte, y la renuencia a acusara nadie, incluso al negro.

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El amante estuvo permanentemente junto a su lecho,urgiéndola con protestas de amor mezcladas con amenazas aguardar silencio, que la pobre víctima mantuvo hasta susúltimos momentos.

Inevitablemente es forzoso reconocer que hay en todoesto un gran interés pasional (un interés de amor) por salvara un asesino el amante. Lo que da aún mayor fuerza a estasuposición es que la horrible herida, hecha tan brutalmenteen la vagina, fue producida con un pedazo de madera, que ladestrozó en todas partes, y de la que varias astillas (segúnconfesión de la víctima) fueron extraídas por ella misma.

Ese es el trabajo de un nativo. Una cantidad de casosanteriores nos han ilustrado acerca de los usos y costumbresen las Marquesas. El salvaje reaparece cuando se ha inflama-do la pasión y está poseído por el demonio de los celos. Searroja sobre esa parte del cuerpo imaginando un cruel y san-guinario coito. .

El rumor público, así como la lógica, indican que era allídonde debieron buscar para aclarar el misterio. Y fue esoexactamente lo que no se ha hecho.

El amante no ha sido interrogado o molestado nuncapor la policía y nadie ha sido preguntado acerca de él. Digola policía intencionalmente, pues el nuevo sargento, siguien-do los errores de sus predecesores, no quiere saber nada,88absolutamente nada. Hoy, cuando es demasiado tarde, estenativo podría encontrar tantas testigos falsos como quisierapara probar una coartada. Esa es la costumbre en las Mar-quesas.

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¿Dónde está nuestra seguridad en el futuro si la policía,siempre protegida por sus jefes, continúa esta siniestra tradi-ción, vejando al colono y al nativo sin protegerlos? Digopremeditadamente esta siniestra tradición, pues con estamanera de proceder todo crimen cometido en las Marquesasha sido considerado oscuro por la Corte y en consecuenciaha quedado siempre sin castigar; mientras tanto el público,que es siempre informado indirectamente, sabe la verdad enseguida.

Cuando se comete un crimen, el culpable amenaza demuerte a cualquier persona indiscreta, y eso basta. Todoscallan, salvo entre amigos, al menos oficialmente, haciendocausa común de esta manera con los gendarmes, que sonvoluntariamente tan cortos de vista.

PAUL GAUGUIN.

*

Permitidme presentaros a una clase de individuos de cu-ya existencia no tenéis sospecha. Son los inspectores colo-niales. Cada uno de ellos nos cuesta, término medio, 80.000francos por año.

Llegan a la colonia, tan simpáticos como sea posible,con órdenes de escuchar a los que tengan algo qué decir, ydistribuyendo falsas promesas por todas partes.

Cuando se van todos exclaman: "¡Por fin!... Ahora lascosas van a cambiar. El ministro sabrá lo que ocurre".

Turlutu mon chapeau pointu!

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Hay a veces, es cierto, unos pocos cambios, pero essiempre para peor, y el colono dice: "No me engañan más".Lo que no impide que, a pesar de todo, sea engañado denuevo.

Yo también estoy pidiendo que me engañen de nuevo.Acaban de llegarnos a las Marquesas dos inspectores,

anunciados como liberales, encantadores, inteligentes; en unapalabra, mirlos blancos.

Les escribo:

A LOS INSPECTORES COLONIALES DE PASOPOR LAS MARQUESAS

Señores:Nos han pedido, incluso, nos han intimado ustedes a

que les informemos por escrito acerca de todo lo que sabe-mos concerniente a la colonia y a las reformas que pudiéra-mos desear, y ello con cualquier comentario que se nosocurra.

En lo que personalmente me concierne, no tengo de-seos de exponer a ustedes el eterno sumario de la situaciónfinanciera, administrativa y agrícola.

Estos son asuntos graves que ya han sido debatidos du-rante mucho tiempo y que tienen la peculiaridad de que,cuando más se agitan, cuando más quejas hace uno, cuandomás violentas polémicas uno se permite, más tiende todo auna agravación de los males que se han señalado y ala ruinafinal de la colonia, y más rápidamente el colono maltratado

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se ve en la obligación de emprender la búsqueda de un paísmejor, menos despótico, y más favorable a la vida.

Quiero simplemente rogarles que investiguen ustedesmismos el carácter de los nativos, aquí, en nuestra colonia delas Marquesas, y el comportamiento de los gendarmes haciaellos. Esta es la razón:

Es porque, por razones de economía, se envía aquí a unjuez sólo cada dieciocho meses.

Llega luego el juez, de prisa, para pronunciar sentencia,sin saber nada, de cómo son los nativos. Viendo ante si unacara tatuada, se dice: "Es un bandido caníbal", especialmentecuando el gendarme, que tiene interés en el asunto, así se lodice.

Veamos por qué dice eso. El gendarme inicia un proce-dimiento contra treinta personas que han estado divirtiéndo-se bailando y unos pocos que han estado bebiendo jugo denaranja. Los treinta son sentenciados a una multa de 100francos (aquí 100 francos equivalen a 500 en cualquier otropaís),lo que hace 3000 francos, más las costas, lo que produ-ce 1.000 francos para el gendarme, su tercio de la multa.

Se ha suprimido recientemente este tercio de la multa,pero, ¿qué importa eso? La tradición está ahí, y el bajo deseode venganza también: aunque sea solamente para probar quecumplen su deber a pesar de esta supresión.

Deseo también señalar que esta suma de sólo 3.000francos con las costas, excede a todo lo que el valle puederendir en un año (fas todavía peor, pues hay aun otras in-fracciones; ese es siempre el caso).

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Deseo señalar además que esta sentencia viene despuésdel desastre del ciclón que ha destruido todos los vástagosdel maiore (el árbol del pan) lo que significa que durante seismeses estarán privados de su único alimento.

¿Es esto humano; es esto ético?Llega el juez, y por su propia voluntad se establece en la

gendarmería, hace sus comidas allí y no ve a nadie sino alsargento de policía, quien le da los registros junto con susopiniones. "Este... aquel otro... todos bandidos. Usted ve,excelencia, si no fuéramos severos con esta gente, seríamosasesinados todos..." Y el juez es convencido.

Ignoro si hay connivencia entre ellos.En la audiencia se interroga al acusado con intervención

de un intérprete que no conoce ninguno de los finos maticesdel idioma y que, especialmente, no conoce el lenguaje jurí-dico, un lenguaje muy difícil de interpretar en esta lenguaprimitiva, excepto mediante el uso de mucha paráfrasis.

Así, por ejemplo, preguntan a un nativo acusado si haestado bebiendo. El contesta: "No", y el intérprete traduce:"Dice que nunca ha bebido". El juez exclama: "¡Pero si ya hasido condenado por ebriedad!”

El nativo, muy tímido por naturaleza en presencia deleuropeo, que le parece muy instruido y su superior, recor-dando también las armas de fuego de los viejos tiempos,aparea ante el tribunal aterrorizado por los gendarmes, eljuez que preside, etc., y prefiere confesar, aun cuando seainocente, sabiendo que una negación implicará un castigotodavía más severo. ¡El reino del terror!

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Puedo decir que hay un gendarme que ha iniciado pro-ceso contra varios nativos que no deseaban enviar sus hijos ala escuela del obispo, ¡una escuela parroquial inscripta en elanuario como escuela libre!

¡Puedo también decir que el juez los ha condenado!¿Es esto legal?En ciertos puestos hay gendarmes cuya palabra es ley en

la Corte, que tienen absoluto poder, que no tienen fiscaliza-ción inmediata y cuya única preocupación es llenar sus pro-pios bolsillos, viviendo a costa de los nativos, que songenerosos, aunque pobres. El gendarme frunce el ceño y elnativo entrega pollos, huevos, cerdos, ele. De lo contrario,¡cuidado con las infracciones!

Cuando, por alguna casualidad -no es común- un colo-no con un poco de coraje sorprende a un gendarme delin-quiendo, inmediatamente todos se apartan de este colono. Ylo peor que puede ocurrirle a este gendarme es una de lasllamadas pequeñas admoniciones de su teniente.(a puertascerradas) y un cambio de puesto. El gendarme es aquí rudo,ignorante, venal y feroz en la ejecución de sus deberes, peromuy hábil para ocultar su pista. Así, si recibe un porrón devino, se puede estar seguro de que tiene un recibo en su bol-sillo. Pero ¡.cómo puede probarse oficialmente lo que todosconocen fuera del tribunal?

No tomo en cuenta que, además de cubrir su puestocomo gendarme, es aquí escribano, subagente especial, co-brador de impuestos, oficial del jefe de policía, capitán delpuerto todo, en suma, salvo un hombre de probada honesti-dad e inteligencia.

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Es de hacer notar sin embargo, que es siempre casado,sin tener en cuenta las numerosas amantes que se rinden pormiedo a los procesos legales contra ellas por haber sido vis-tas en el río sin la reglamentaria hoja de parra.

Además, por humilde que sea la condición de su esposa,ella nunca carece de un sirviente, y para esto toma a cual-quiera sobre quien pueda echar mano, incluso a un preso oal guardia de la prisión; y todo esto a expensas de los contri-buyentes.

Peros¡ hay un crimen, un asesinato... todo cambia. Elgendarme, temeroso de su propia seguridad, se apresura aalentar el silencio, va hacia la izquierda cuando debiera irhacia la derecha, y no interroga a nadie, ni siquiera a los co-lonos, diciendo que cuando venga el magistrado él decidiráacerca de todo esto (Consúltese el registro de crímenes, yespecialmente el último, un caso juzgado en Atuana en fe-brero de 1903).

Aparte de los crímenes, que son afortunadamente muyraros, pues la población es en general muy mansa, no quedansino transgresiones como la ebriedad.

Como las nativos no tienen nada, absolutamente nada,con qué divertirse, recurren siempre, en toda ocasión, a labebida que la naturaleza les ha provisto gratis, hecha de jugode naranjas, flores de coco, bananas, etc., fermentadas du-rante unos días y menos perjudiciales que nuestras bebidasalcohólicas europeas.

Desde la reciente prohibición, que ha suprimido un co-mercio que es remunerador para los colonos, el nativo pien-sa en una cosa solamente, en beber, y por eso abandona la

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aldea a fin de esconderse en cualquier lugar. A ello se debe laimpasibilidad de encontrar trabajadores. Podríamos decirlesademás que tornen al estado salvaje.

Lo que es peor, la mortalidad aumenta.El gendarme atiende su negocio, que es la caza del

hombre.Una excelsa moralidad, como se ve.Ruego por lo tanto a los inspectores que investiguen el

asunto seriamente, a fin de pedir a las autoridades en Fran-cia, a esos hombres que se preocupan de lo relativo ala justi-cia y a la humanidad, lo que voy a solicitarles:

1°- A fin de que ¡os tribunales en las Marquesas puedanser respetables y respetados, pido que las jueces eviten rigu-rosamente toda relación que no sea profesional con la gen-darmería, alojándose y haciendo sus comidas en otro lugar.Se les paga para eso.

92 2°- Que el juez no acepte los informes de los gen-darmes, salvo luego de haberlos verificado cuidadosamente yde haber buscado información oficial incluso entre los colo-nos, procedimiento que encontrará muy útil; y sobre todo,que no invoque la ley excepto cuando el gendarme ha actua-do según el reglamento. Ya este efecto pido que las reglasque gobiernan la gendarmería sean colocadas en la oficina dela misma a fin de que cualquier infracción cometida por ungendarme, pase en seguida a una Corte de Apelaciones y seaseveramente castigado.

3° - Pido que las multas por ebriedad sean proporcio-nales a nuestra riqueza, pues es inmoral e inhumano que enun país que tiene una producción de sólo 50.000 francos se

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impongan multas por más de 75.000 francos. Los impuestos,los pagos en especie y los derechos, que, dicho sea de paso,van a otros cofres que a los de la colonia, están a la absolutadiscreción del gobernador.

Esta es la situación, señores; verifiquen las cifras mien-tras estén aquí.

Pido, también, que los informes de los gendarmes nosean aceptados sin discusión por el tribunal hasta tanto lle-gue el momento en que puedan ser verificados cuidadosa-mente, como lo son en nuestro país, hasta que la` poblaciónnativa sea capaz (por conocer el idioma francés) de presentartestimonio contra el gendarme sin ser aterrorizada, y tambiénsin pasar por las manos de un intérprete, que está inclinado aser demasiado prudente, dependiente por entero como es dela buena voluntad de la policía (en ello le va el empleo) yque, además, como puede probarse fácilmente, sabe el fran-cés muy imperfectamente.

Si, por una parte, promulgan leyes especiales para impe-dirles beber, aunque se les permita hacerlo a los europeos y alos negros, mientras, por otra parte, sus declaraciones, susafirmaciones ante el tribunal no cuentan para nada, es absur-do decirles que son electores franceses e imponerles escuelasy otras tonterías religiosas.

Hay una ironía singular en esta hipócrita estima por laLibertad, ta Igualdad y la Fraternidad bajo bandera francesa,cuando se piensa en este repugnante espectáculo de hombresque ya no son nada sino carne, sometidos a impuestos detoda clase y a la merced del gendarme. Y con todo esto estánobligados a gritar: "¡Viva el gobernador! ¡Viva la República!”

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Cuando llega el 14 de julio, encuentran en su caja sólo400 francos para sus propios gastos, mientras que, ademásde los impuestos directos e indirectos, han pagado más de30.000 en multas.

Nosotros, los colones, creemos, pues, que esto es undeshonor para la República Francesa, y no deben sorpren-derse si algunos extranjeros aquí residentes les dicen: "Estoymuy contento de no ser francés", mientras el francés dice:"Desearla que las Marquesas pertenecieran a los EstadosUnidos".

Resumiendo: ¿qué pedimos? Que la justicia sea justicia,y no palabras huecas, y que, para llevar eso a cabo nos en-víen hombres competentes, hombres de sentimientos bon-dadosos, que estudien el asunto en el lugar y luego actúenenérgicamente... abiertamente.Cuando, por casualidad, el gobernador pasa por aquí, es sólopara tomar fotografías. Una persona responsable que seatreva a hablarle y pedirle la rectificación de una injusticia noobtiene nada sino malos tratos y castigo por su molestia.

He aquí, caballeros, todo lo que tengo que decirles.Puede ser de interés para ustedes, a menos que considerencomo Pangloss que "Todo está perfectamente en el mejor delos mundos posibles".

*

No sabemos nunca lo que en realidad es la estupidezhasta que la hemos experimentado en nosotros mismos. Aveces os decís: "Cielo santo, ¡qué idiota fui!" Es precisa-

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mente debido a eso que percibís que podríais haber actuadode otra manera. Por desgracia, sois viejos antes de que ob-servéis que ha llegado el tiempo de la reflexión. Dejemos porlo tanto las cosas como están, ya que somos incapaces dehacerlo de otro modo; vivamos fuera de las escuelas y enconsecuencia sin constreñimientos.

Precisamente ahora el sargento de policía está muy ocu-pado diciendo a los nativos que él es el amo y no el señorGauguin.

¿Qué están haciendo ellos allí?El y Pandora son una pareja.La pequeña Taia, que le lava su ropa, no es tonta. Cuan-

do quiere sonsacarle un franco, dice: "Es usted muy sabio", yél se lo da.

"¡Yo soy el amo aquí, y no el señor Gauguin!”¿Qué pensáis de la pequeña Taia? Os la presento como

a una verdadera nativa de las Marquesas. Grandes ojos re-dondos, una boca de pescado con una hilera de dientes ca-paces de abrir una lata de94 sardinas para vosotros. No se ladejéis mucho tiempo, pues se la comerá. De cualquier mane-ra, ya conoce ella de memoria a su sargento.

Este sargento es el mismo que una vez, en las islas me-ridionales, tenía que traer a un hombre que se había ahogadoaccidentalmente; un tiburón le había comido una pierna.Vacilaba en ponerlo en el féretro, y el teniente, impaciente, ledijo: " ¡.Qué espera usted?”

"Discúlpeme, teniente, pero falta una pierna"."Bien, póngalo sin la pierna"."Discúlpeme, teniente, pero hay muchos gusanos".

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"Bien, póngalo, con gusanos y todo".El es el amo, y no el señor Gauguin.Sobre su pecho, las medallas resplandecen con todo su

brillo. Sobre su rostro rubicundo el alcohol resplandece sinbrillo. En testimonio de lo cual, consecuentemente, subse-cuentemente, le hemos dado su certificado de identidad,seguido de su descripción. Saludadlo, pues es el amo. Defrente ¡mar! ¡Conversión derecha! ¡Gire a la derecha, caballoviejo! ¡Mirad, patea, tenga zapatos o no!

*

Recordando ciertos estudios teológicos de mi juventud,y ciertas reflexiones posteriores sobre estos temas, y tambiénalgunas discusiones, se me ocurrió establecer una especie deparalelo entre el Evangelio y el espíritu científico moderno, ya base de ello la confusión entre el Evangelio y la dogmáticay absurda interpretación del mismo en la Iglesia Católica,una interpretación que la ha hecho víctima del odio y delescepticismo.

Había un centenar de páginas tituladas "El Espíritu Mo-derno y el Catolicismo". Indirectamente, muy indirectamen-te, hice llegar esas hojas manuscritas a poder del obispo.

Para aplastarme, sin duda, me envió como respuesta -indirectamente también- un enorme libro lleno de ilustracio-nes con fotografías y documentos de la historia de la Iglesiadesde su comienzo.

Siempre muy indirectamente, logré devolverle con el li-bro mi evaluación; mis críticas, si lo preferís.

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Fue el final de la discusión. He aquí mi respuesta a eselibro:

Ante nos, a nuestro cargo, para ser leído por un profa-no, un libro sacro.

Francia sobre la cubierta. iHum! Roma hubiera sido másexacto.

"Las Misiones Católicas Francesas en el Siglo Decimo-noveno".

¿Son francesas? Es dudoso. Sean lo que fueren, Franciaprotege y Roma manda... Un concordato encantador.

Cuatrocientas treinta páginas publicadas con gran es-plendor, fotografías en confirmación del texto; la colabora-ción de doce dignatarios.

Antes de hablar de las 96 páginas de la Introducción, laúnica parte discutible del libro, deseamos expresar aquínuestra profunda extrañeza, nuestro disgusto, también, porel notable (e incontestable) trabajo que se observa en la se-gunda parte del libro. El lector ilustrado puede estudiar elOriente sin la ayuda de la Geografía de Eliseo Reclus.

El Colegio de la Sagrada Familia de El Cairo.San Francisco Javier de Alejandría.Se trata de dos edificios que bastan por sí solos para

probar que no es la Iglesia sino la República Francesa la queha hecho voto de pobreza.

Nuestra Señora de Sión en Ramleh y especialmente lasHermanas de Nazareth en Beirut eclipsan cualquier palacio. .

Esperemos que un nuevo Sardanápalo no convierta es-tos palacios en casas de placer y transforme a todas estasencantadoras monjas en esclavas de la carne.

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¿Qué mejor argumento puede haber contra esta Iglesiaque el despliegue de toda esta riqueza y este poder casi ini-gualable en manos de un simple hombre, revestido por símismo con el manto de la infalibilidad?

Dos mil años de Era cristiana para llegar a tal resultado,con la ayuda de todos los soberanos y de torrentes de sangrey de lágrimas vertidos por la codicia de unos pocos que hantomado, por la fuerza o mediante consentimiento, el oro delos fieles. ¡En nombre de la Caridad!

¿No es esto significativo? Hoy ya no dicen: "Somosgrandes". Dicen: "Somos ricos".

La historia política de la Iglesia Católica, y en especial eltrabajo de las Congregaciones, el ejército regular, muy cuida-dosamente documentada y admirablemente descrita en estelibro, nos pone casi brutalmente frente a una máquina infer-nal, un sistema de engranajes bien organizado y apenas per-ceptible. Ya lo sabíamos, pero era bueno que la Iglesia lodeclarara precisa y positivamente para nosotros.

Esta historia política forma la mayor parte de la Intro-ducción y sólo nos interesa moderadamente; deja lugar asólo unas pocas líneas de teología, si se puede llamar teologíaa una serie de argumentos para explicar la razón de ser deesta Iglesia. Una serie de argumentos enteramente extraordi-narios y contradictorios para un lector atento que esté acos-tumbrado a tales ejercicios, pero que, desviados de suverdadero significado por ese sofístico espíritu de retórica,tan peculiar de los discípulos de Loyola, tienen un aire deverdad enteramente engañoso.

Examinémoslos un momento.

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Página 4. "La Filosofía tiene la razón por guía".Página 8. "La tercera forma de idolatría, la creencia en

las deidades públicas y nacionales, destruye otro elementoesencial de civilización, la paz. La civilización no puede teneruna mentira como fundamento".

Página 10. "Pero las idolatrías, impotentes para sujetar alas sociedades y a los individuos dentro del orden medianteleyes morales, han tenido que asegurar este orden por el Ar-tificio de una fuerte jerarquía que mantiene a los pueblosinmutables".

Una conclusión artera y contradictoria.Pero continuemos. En otro punto, Platón dice: "Cono-

cer al Creador y al padre de todas las cosas es una empresadifícil, y cuando se le ha conocido es imposible explicárselo atodos".

Página 12: "En lugar de pertenecer a una casta de no-bles, China pertenece a una casta de letrados y todos losderechos corresponden a la clase ilustrada".

Aquí debemos completar la información suministrada.En China todos los derechos pertenecen por cierto a lasclases ilustradas, y todos los empleos se dan como resultadode concurso entre estos letrados. Pero estos letrados nopueden formar una casta, del mismo modo que los letradosde Europa no forman hoy en día una casta. Todos tienen elderecho a entrar en ella.

Es de hacer notar que Platón, Confucio y el Evangelioconcuerdan en este punto, el de la sociedad dirigida por unaaristocracia intelectual (animada por el sentimiento de justi-cia y basada en la Razón y la Ciencia) que instruye a los de-

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más, a los incapaces, sólo en los simples preceptos de ho-nestidad, tal como las leyes de Moisés, que los doctores de laley deben defender públicamente, sea mediante la claridad desus enseñanzas orales o mediante la simplicidad de un mo-delo de escritura fácilmente comprendido.

El Evangelio es más explícito en este punto, y parececonfirmar la conclusión de todos los filósofos. Parece preverel futuro con extrema lucidez, y nunca deja de ponernos enguardia contra una Iglesia que no quiere ser basada en laRazón y la Ciencia. "Mantened secreto lo que os digo. Sólo avosotros pertenece el reino de los Cielos; en cuanto a losotros, se les hablará sólo mediante parábolas, a fin de que... "Recomienda con ahínco la simplicidad, incluso la pobreza, eldesprecio de las riquezas.

En contraste con esto, si reflexionamos sobre lo queprecede, podemos sólo deducir que esta Iglesia trata, conuna negación completa de estos preceptos, de invocarlos,por un lado, y por otro de reconocer la necesidad del Artifi-cio de una fuerte jerarquía a fin de mantener al pueblo in-mutable.

Y agrega: Cristo apareció cuando todas las filosofías ytodas las religiones se habían mostrado impotentes para ex-plicar la vida y mantener los hombres fieles a su deber. Através de El la Fe aparece fundada en la Razón, y la Razónsurge de la certidumbre de la Fe:

"Ama a tu prójimo como a ti mismo"."Haz con los otros como quisieras que se hiciese conti-

go".

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¡Disculpadme! Esto no es del Evangelio sino de Confu-cio (el libro Chung-Yungow). Cuando el autor dice: "Cristoapareció entonces", comete un serio error, pues el culto deCristo, después de haber sido durante largo tiempo pura-mente astronómico, se tornó terrestre por lo menos 3.000años antes de la Era cristiana.

El Cristo de los Evangelios es, por lo tanto, sólo la con-tinuación del antiguo Tatu Messiah, con esta diferencia (unadiferencia que la Iglesia se apresura a negar) que él se tornóesencialmente el hijo del hombre, lo que es por cierto la úni-ca base comprensible, razonable, humana, ya que la cienciaha matado a todo el supernaturalismo, la base de esa supers-tición que es opuesta a la civilización.

¡Superstición que es el Artificio!...Durante los primeros cinco siglos de la Era cristiana, la

Iglesia Católica, no comprendiendo su alcance, no queriendocomprenderlo, trató, a pesar de los esfuerzos de unos pocoshombres, de reemplazar con este Artificio toda la grandezade la nueva filosofía. Y en esto ha tenido éxito. Eso es lo quese propone.

Página 18. " L a lucha que desde entonces se ha libradopara reemplazar con esta moral civilizadora los errores de loscrédulos, la enemistad de las razas y el egoísmo de las pasio-nes ha llegado a constituir el hecho más importante de lahistoria. Desde la época de Cristo hasta el día de hoy, ha sidocontinuado incesantemente a través de los siglos por elApostolado".

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Página 21. "Cristo fue objeto del estudio de todas esasescuelas, y la mayoría de ellas vio en él únicamente al hom-bre; eso era ver en la Iglesia sólo su carácter humano".”

Aquí se indica claramente la situación que la Iglesia Ca-tólica ha deseado establecer, es decir, rechazar la razón encada uno, continuar la antigua idolatría, aplastar bajo su piela nueva filosofía humana que está tan bien preparada paraproporcionar la felicidad a todos en el futuro, habiendocomprendido el progreso que puede realizar el hombre, apo-yado por la ciencia, junto con el ejemplo de Jesús, el hijo delhombre.

Su disculpa es la necesidad del Artificio a fin de condu-cir como guste a los pueblos sumisos, mientras, en completacontradicción, toma como fundamento para esta Iglesia:"Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Esta piedra, que es laRazón misma y no la superstición.

Y por qué, también, ese extraño, sutil argumento, tanapto para engañar a cualquiera: "A través de Cristo aparece laFe, fundada en la Razón, y la Razón surge de la certidumbrede la Fe". En francés esto no significa absolutamente nada,pero sus inferencias son tan vastas como el mundo.

Esta Razón que, según se deduce, se torna razonablesolamente cuando acepta como certidumbre la superstición,la superstición artificial. ¡La única cosa que puede guiar a lospueblos! Estos colaboradores tienen razón en sumergir estaspocas páginas engañosas bajo la historia política documenta-da de la Iglesia, que se ha vuelto lo suficientemente fuertecomo para conquistar al mundo por el terror, la efusión desangre y la ayuda de todos los reyes.

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¿Dónde está la Razón en todo esto, dónde incluso la Fe,fuera de toda esta acumulación de todo el poder y de toda lariqueza?

En resumen, este libro nos expone (además de su infa-me comportamiento) un suntuoso edificio de mármol y oro,que no es el edificio de San Pedro o el del Evangelio.

En la historia política de estas misiones, descrita en estelibro, un pasaje es especialmente digno de mención debido alo inoportuno de su significado hoy en día.

Hablando de Confucio dice el autor: "Como encontra-ron en él una porción de las verdades cristianas consideraronque su autoridad sería una garantía para ellos. La mayoría delos jesuítas pensó que era exagerado prohibir, so pretexto deposibles peligros, prácticas que podían ser inocentes y a lasque cuatrocientos millones de hombres no renunciarían.

"Los jesuitas vivían en la Corte o en las provincias; hi-cieron las más útiles conquistas entre los mandarines. Lasdoctrinas de Confucio habían sido preservadas con mayorpureza entre esa gente selecta.

"Finalmente, el 11 de julio de 1742, Benedicto XIV conla bula Exquo singulari, anuló todas esas dispensas y de unavez por todas condenó las ceremonias chinas. Desde esemomento se detuvo la propagación de la fe. En China no lequedaba nada por hacer sino sufrir".

Así, y son ellos mismos quienes lo confiesan, China leshabía abierto sus puertas hasta el día en que los misioneros,por orden del Papa, y con bastante poca gratitud por la es-pléndida hospitalidad que habían recibido, comenzaron aejercer su poder arbitrario y autocrático, condenando las

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ceremonias que habían sido adoptadas por más de cuatro-cientos millones de hombres, a fin de reemplazarlas pornuevas ceremonias.

¡Es para esa faena que vamos a enviar a nuestros hijos aChina a pelear contra los que deseen convertirse una vezmás en dueños de su país y de sus propias creencias!

¡A eso se reduce la famosa conciencia del ejército cris-tiano!

Resumiendo, y para poner fin a esta limpieza de chime-nea.

En el siglo vigésimo, la Iglesia Católica es una Iglesia ri-ca que se ha apoderado de todos los textos filosóficos a finde falsearlos, y el Infierno prevalece. La Palabra queda.

Nada de esa Palabra ha muerto. Los Vedas, Brahma,Buda, Moisés, Israel, la filosofía griega, Confucio, el Evange-lio, todo existe.

Sin una sala lágrima, sin ninguna asociación monopolís-tica, la Ciencia y la Razón han preservado, solas la tradición:fuera de la Iglesia.

Desde el punto de vista religioso, ya no existe la IglesiaCatólica. Es ahora demasiado tarde para salvarla.

Orgullosos de nuestras conquistas, seguros del futuro,decimos "¡alto!" a esa Iglesia cruel y artificial. Entonces ex-plicamos nuestro odio y la razón de ese odio.

El misionero no es más un hombre, una conciencia. Esun cadáver en manos de una cofradía, sin familia, sin amor,sin ninguno de los sentimientos que nos son caros.

Le dicen: "¡Mata!" y él mata. ¡Es Dios quien lo quiere!"Apodérate de esa región" y él se apodera de ella.

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"Apodérate de esa herencia" y él se apodera de ella.¡,Vuestra riqueza? No hay un centímetro cuadrado de

tierra que no hayáis quitado a los fieles extorsionándolos conla promesa del Cielo, obligándolos a daros los frutos de todolo que se vende, aun los frutos de la prostitución. Pobresbuzos que, desafiando a los tiburones, buscan perlas en lasprofundidades del mar. Una señal de la cruz es todo lo queobtienen por ello.

Comprendemos vuestros artificios, caballeros.Al hombre moderno no le gusta la suciedad, y el misio-

nero que ha santificado la piojería se encuentra generalmentecon que lo llaman el Barbudo Piojoso.

Castrado en cierto modo por su voto de castidad, nosofrece el penoso espectáculo de un hombre deformado eimpotente o empeñado en una estúpida e inútil lucha con lassagradas necesidades de la carne, una lucha que, siete vecesde cada diez, lo conducen a la sodomía, ala horca o ala pri-sión.

El hombre ama a la mujer, si es que ha comprendidoqué es una madre.

El hombre ama a la mujer, si ha comprendido qué esamar a una criatura.

¡Ama a tu prójimo!Con tristeza y disgusto a la vez veo pasar a las buenas

Hermanas, procesión de vírgenes sucias, enfermizas, condu-cidas por la fuerza, sea por la pobreza o por la supersticiónde la sociedad, a entrar al servicio de un poder invasor.

¿Eso una madre?... ¡,Eso una hija?... ¡Nunca!

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Y como un artista, un amante de la belleza y de las be-llas armonías, exclamo: "¿Eso una mujer? ¡Oh, no!”

Cerebros inapropiados para investigaciones intelectua-les, que no tienen conciencia de la vida, salvo para comer ybeber, sin objetivo fijo, salvo obedecer a una regla, cubiertoscon un manto de hipocresía que es usado con desprecio porotras vírgenes varones.

Admitiendo que la policía es calumniadora, y todas esashistorias también, a pesar de estar ricamente documentadas:la condición de los conventos en los días de Juana, la pros-tituta de los monjes que llegó a ser la Papisa Juana; la historiade la monja de Diderot en la época de la Revolución; el des-cubrimiento de todos esos cadáveres de niños, matados alnacer, cuando se cavó la tierra en los jardines de ciertos anti-guos conventos de mujeres -admitiendo que todo eso soncalumnias puras y simples- queda sin embargo el estado decosas que es antinatural, cruel y, en consecuencia, inhumano.

¡Fuera con todo ese sentimentalismo que es la máscaradel sentimiento, ese falso respeto por la vestidura!

Mirad de cerca las Hermanas en los hospitales colonia-les, y los que las dirigen, los varones. Requieren habitual-mente más personas para servirles que la gente enferma.Junto a la cama de un paciente parecen simples entrometi-das, aunque algunas de ellas, por supuesto, son chicas cam-pesinas de buen corazón, capaces (en el mejor de los casos)de excitar compasión, que de vez en cuando dan tortas a lossoldados para que vayan a misa. En cuanto a los varones,coleccionados en todos los países (¡misiones francesas!) es-tán afuera en busca de niñitos chinos, recolectando dinero

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para reparar y mantener las iglesias, y obteniendo suscripcio-nes para su publicación La Propagation de la Foi. En esapublicación podéis leer. "X... 50 francos, ¡por un trabajohecho con éxito!”

Edificante, como veis, y esto nos da una idea de la gran-deza de la Iglesia.

*

Escuelas y letrados.Pablo estudia a Rembrandt. Enrique estudia a Pablo.

Bonnat estudia a Enrique. Veis el encadenamiento.Una caricatura por Daumier: al sol, algunos pintores

están alineados. El primero copia del natural, el segundo estácopiando al primero, el tercero está copiando al segundo...Veis el encadenamiento.

Un bosquejo, un bosquejo de un bosquejo... y se firma.La naturaleza es menos indulgente. Luego de la mula no

viene nada.Pablo economiza, pero muere de hambre. Su hermano

Enrique no economiza, pero muere de indigestión. ¿Quiénes más cuerdo, Juan que llora o Juan que ríe?

*

El y ella se amaban con un amor tierno, y esto siguiótanto tiempo como fue posible. Llegó luego el día en que elamante, el menos ingenuo de los dos, cansado de ello, en-friada su pasión, advirtió que su amada era en realidad unvampiro odioso.

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Los vampiros no quieren que la gente los abandone.El, el abate Combes, estaba decidido un buen día, incli-

nándose ante la voluntad del pueblo, a informar a su antiguanovia de algunos de los detalles de esa voluntad.

Varios matones, obstinados como lo son siempre losbretones, elegidos para guardar a la bella, se prepararon paradefender su olla de sopa (la gratitud del vientre, por cierto).Recogieron todo el contenido de las letrinas y los excre-mentos de las Hermanas y anegaron a los mensajeros delabate con esos perfumes suyos. Ahuyentad a la inmundicia yvuelve al galope.

Era desolador; por toda la campaña lloraban, juraban.Bretaña y Vandea estaban a punto de sublevarse; no se

iba a recurrir a la bacinilla esta vez, sino al cañón. ¡Ay! ¡tresveces ay! Non dis in ideen.

Pero no seáis demasiado confiados... El ejército... Laconciencia cristiana...

Queríais desahogar vuestro despecho en vuestra antiguanovia, el vampiro que amasteis, y estuvo a punto de ocurrir.No sabíais que en el ejército hay varias clases de conciencia.Una conciencia que- permite, incluso que ordena, matar sinpiedad a los hombres, a las mujeres indefensas, incluso a lascriaturas, cuando son comunistas. Otra conciencia queprohibe arrestar a los matones que vacían bacinillas en lacabeza de los gendarmes.

*

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Están todos listos; partirán rumbo a China para haceruna carnicería de chinos que no desean permitir que los go-biernen los cristianos.

Esta buena Francia, tan generosa y tan caballeresca, estásiempre lista para iniciar una guerra a fin de ayudar a los in-gleses a vender su opinión, y luego a indicar de nuevo unaguerra para vender el Viejo y el Nuevo Testamentos.

El Papa, a quien no le queda nada sino esta estúpidaFrancia para apoyar sus misiones, no quiere estar enojado.Dice: "Podéis pedir el divorcio, pero nuestros principios nolo autorizan. En principio no reconocemos el divorcio".

Es astuto, nuestro Santo Padre, el pequeño León; nohay nadie más astuto.

A los que le piden que haga concesiones, a fin de man-tenerse a la altura de los tiempos, responde invariablemente:"¡Concesiones! ¡Sería nuestra muerte! Necesitamos tiempo.Debemos preservar nuestra riqueza".

Y a fin de ganar tiempo hace unos pocos dogmas.La fotografía del Santo Sudario, cuando se la sumerge

en agua de Lourdes, produce centenares de impresos, pormedio de la irradiación, sin duda, como el cuerpo de Nues-tro Señor Jesucristo. En las Marquesas esperan iniciar muypronto una gran suscripción para comprar uno de esos ex-traordinarios ejemplares. ¡Las piastras van a zumbar!

Los nativos, me toman por un letrado, vienen a mí cadadía para pedirme informaciones. ¡,Qué puedo decirles? De-bería iniciar el estudio de la química clerical, y a mi edad ca-rezco de energía para eso.

Les digo: "Preguntad al sargento; él es el amo".

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¡Otro individuo que tiene una conciencia!... como gomade borrar. Debierais ver cuán fino parece cuando dice: "Mideber". Y cuán importante cuando dice: "Mi querido cama-rada, acabo de acostarme con una virgen". Es verdad que almes siguiente, en el hospital, el practicante mayor dice:"¿Qué es esto? Dadle un poco de protoioduro de mercurio".Estas pequeñas vírgenes, de la clase de las que pinta Pissarro,son distribuidoras de veneno.

Vais a decir, mis lectores parisienses, que os estoy to-mando el pelo en lo referente a los gendarmes. Venid alascolonias, especialmente a las Marquesas, y veréis si os estoytomando el pelo. Si tenéis alguna influencia, lo mejor serádecirle algunas palabras al ministro.

Pero no he terminado con este tema. Os hablaré nue-vamente al respecto.

*

Hace un momento, cuando os estaba hablando de miniñez en Lima, olvidé deciros algo que ilustra el orgullo delos españoles. Puede interesaron.

En los viejos tiempos había un cementerio de estilo in-dio en Lima: filas de casilleros, con ataúdes en su interior;inscripciones de todas clases. Un comerciante francés, elseñor Maury, tuvo la idea de visitar las familias ricas y suge-rirles que debían tener sepulturas de mármol esculpido. Tu-vo un éxito maravilloso. Este fue general, aquél, grancapitán, etc.,... todos héroes. Para la empresa se había arma-do de varias fotografías de sepulturas esculpidas en Italia.

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Fue un éxito deslumbrante. Durante varios años llegaronbarcos llenos de mármoles esculpidos en Italia a muy bajoprecio y que producían muy buen efecto.

Si vais ahora a Lima veréis un cementerio que es dife-rente de cualquier otro, y descubriréis cuánto heroísmo hayen ese país.

Con esto hizo el viejo Maury una inmensa fortuna. Suhistoria, tan simple como es, merece ser contada.

Una gran casa de comercio de Burdeos tenía una vez ensu poder una transacción muy grande que consideraba pocomenos que perdida. En la casa había un joven empleado: eljoven Maury, al que se había distinguido como a un chico deinteligencia excepcional.

Enviaron a este joven a Lima, con entera autoridad paraexigir el pago de sus créditos, y convinieron en pagarle undeterminado porcentaje ole lo que obtuviera, suponiendoque no sería mucho. Estaban equivocados, pues el jovenMaury se desempeñó tan bien que salvé) casi todo el impor-te.

Como consecuencia se encontró en posesión de unhermoso capital y en contacto con los negocios en Lima, ydecidió quedarse. Comenzó por edificar un confortable ho-tel, luego dos, luego varios más; fue él quien ordenó la cons-trucción, en secciones, de la cúpula de madera entallada parala iglesia, que tenía simplemente que ser colocada sobre laantigua. Mi madre, que había aprendido a dibujar en la es-cuela, hizo un admirable -es decir, un atroz- dibujo a plumade esta iglesia, con su jardín rodeado de barandillas de hierro.

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Como era una criatura, pensé que este dibujo resultabamuy lindo; mi madre lo había hecho; seguramente me com-prenderéis.

Vi en París nuevamente al viejo Maury, muy viejo estavez, con dos sobrinas a su lado, sus únicas herederas. Poseíauna colección muy hermosa de jarrones (alfarería de los In-cas) y joyas engarzadas por los indios en oro puro.

¿Qué ha sido de todas esas cosas?También mi madre había conservado unos pocos jarro-

nes peruanos; especialmente una cantidad de figurinas enplata maciza, exactamente como sale de las minas. Desapare-cieron en el incendio de Saint-Cloud por los prusianos, juntocon una biblioteca considerable y casi todos los documentosde nuestra familia. Hablando de documentos de familia:cuando me casé me pidieron en la oficina municipal los cer-tificados de defunción de mis padres. Poseía sólo el de mimadre, lo que significaba bastante, pues decía: "Señora deGauguin, viuda". Pero el empleado sostenía que yo no podíacasarme sin el certificado de defunción de mi padre.

"¿Pero el hecho de que mi madre era la viuda de Gau-guin no prueba que mi padre murió?”

Nada más obstinado que un empleado de una oficinamunicipal. Por fortuna el alcalde era un hombre inteligente ytodo se arregló.

Al nacer mi hijo fui de nuevo a la municipalidad a decla-rar este nacimiento. Cuando dicté al empleado: "Un niñollamado Emile Sause", escribió: "Emile Sauzé".

Llevó un indescriptible cuarto de hora escribir correc-tamente el nombre. Yo era un chistoso que me burlaba de

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los empleados, etc. Un poco más y habría llegado a cometeruna transgresión.

Como veis, nunca he sido serio, y no debéis ofenderosde mi estilo burlón.

*

Sin preaviso alguno la vieja Moo vino y se instaló en micasa. Como hacía calor, se sacó la camisa. Es muy delgada, ysabéis que me gustan las mujeres gordas. Su piel está arruga-da; pensadlo bien: ha sido madre once veces. Además, ten-dría mejor aspecto si recibiera una capa de crema parablanquear el cutis. Ha tenido realmente once hijos, perosi106 le preguntáis de cuántos padres se queda asombrada.Cuenta con sus dedos, y de nuevo con los dedos... largo rato.Pero cuando llega al número 100 le falla la memoria.

Posee un pequeño terreno y, si se le ha de creer, todoslos días se le ofrece un verdadero marido. Pero lo dice conintención.

¿Qué importa? Se acuesta y ofrece lo que tiene, como sifuera la mujer más hermosa del mundo. Nada más, nadamenos. Pero no me gustan las mujeres flacas.

Por el momento tengo dolor de cabeza. Se va a conver-tir en sarampión.

La conversación cesa y ella se va a dormir.Entonces me atrevo a mirarla; no hay duda de que de-

biera tener una capa de crema para blanquear.

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Vuelve durante varias noches. Cuando viene, tengosiempre sarampión; mi castidad depende de ello. Y, además,no tengo fuego.

Finalmente, no viene más. Cuando le preguntan porqué, dice que no puede soportar eso, es tan cansador. Mos-trando todos sus dedos dice: "Sí, así, cada noche!”

Así es cómo se hacen las malas reputaciones; no osequivoquéis al respecto.

*

En una época los únicos cuadros míos que podían ven-derse eran los que había regalado. Un individuo pequeñito aquien yo había regalado treinta cuadros, se apresuró a ven-derlos en lo de Vollard, luego de haberlos copiado y estudia-do.

¡Excelente joven!Nunca regaléis vuestros cuadros, excepto a vuestro co-

cinero.Van Gogh tenía también esta manía. ¿Quién no recuer-

da el café de La Siccatore, esa italiana que había sido mode-lo? Vincent decoró gratis todo este café de Tambourin).

Durante mi estada en Arlés me contó una historia másbien curiosa acerca del mismo, cuyo final nunca oí. Como élestaba muy enamorado de La Siccatore, que era todavíahermosa a pesar de su edad, recibió muchas confidencias deella acerca de Pansini.

La Siccatore tenía un hombre con ella, para ayudarla aatender el café. En este café acostumbraban reunirse todaclase de personajes de aspecto sospechoso. El administrador

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quería tener todas las confidencias de la mujer, y un buendía, sin ton ni son, le arrojó a Vincent a la cara un vaso decerveza que le produjo un corte en la mejilla. Vincent, cu-bierto de sangre, fue expulsado del café.

Un gendarme, que pasaba en ese momento, el dijo seve-ramente: "¡Circule!”

Según Van Gogh todo el asunto Pansini, así como mu-chos otros, fueron incubados en ese lugar, con la conniven-cia de La Siccatore y del amante.

Es digno de hacer notar que casi todos estos estableci-mientos están en los mejores términos con la policía.

De este caso Pansini surgió otro, también, según Vin-cent, incubado en este famoso café, el caso Prado.

Este hombre, a fin de robar a cierta prostituta, la asesi-nó, luego a su sirvienta y finalmente a su niñita, a quien habíaviolado. Mucho tiempo después la policía, cansada por elruido que hacían los diarios, encontró al llamado asesino,quien había buscado refugio en La Habana. Resultó casiimposible descubrir el verdadero nombre de este hombreextraordinario. Se encontró una mujer que lo acusó de todolo que la policía quiso que lo acusara, aunque ella no fueconsiderada cómplice. Nadie comprendió nada al respecto:la prensa, el tribunal o el criminal, quien exclamó: "Es ciertoque soy un ladrón y que he asesinado antes de esto. pero ni)soy culpable de este crimen".

El caso recordaba en este aspecto a Ténébreuse Afaire,de Balzac. ¿Qué importaba? La policía estaba obligada a te-ner la última palabra y este hombre fue condenado a muerte.

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Yo y un amigo fuimos informados por un telegrama en-viado al café "Nouvelle Athénes" por un capitán de la guar-dia municipal. A las dos de la madrugada estábamos en laPlace de la Roquéte, dando patadas en el sucio, pues el fríoera extremo en esa noche muy oscura, esperando la ejecu-ción, o por lo menos (lo que ayudaría a pasar el rato) la lle-gada e instalación de la máquina. No hubo ni por unmomento esperanzas de entrar al pequeño espacio reservadojunto a la máquina, pues estaba ya lleno de gente inmóvil,apretada, esperando la mañana. Por fin se acercó la hora. Undébil destello que anunciaba la salida del sol me permitió darun vistazo a la plaza. Había un gran semicírculo alrededor dela guillotina: soldados, la policía.

A un lado estaba el carro de la guillotina y el coche fú-nebre; al otro, el espacio reservado.

Delante de la guillotina, en el centro, cinco gendarmesmontados.

Y de repente, la policía comenzó a empujarnos brutal-mente hacia el borde exterior del círculo a todos los queestábamos a pie.

Imposible ver, o casi...Los portones de la prisión se abrieron y la guardia co-

menzó a salir. Los gendarmes habían desenvainado sus sa-bles y se produjo de repente un extraordinario silencio,como obedeciendo a una voz de mando; muchos se sacaronel sombrero. Junto a ellos, de negro, estaba la policía especialy el verdugo. Los ayudantes del verdugo llevaban blusasazules.

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Yo quería ver todavía, y cuando quiero algo soy muyobstinado, de manera que me lancé a través de la plaza(rompiendo el respetuoso silencio) y, escabulléndome entrelas dos botas de un gendarme, llegué al centro. Nadie seatrevió a moverse.

Luego vi a la guardia avanzando lentamente y, entre losdos postes de la guillotina, una cabeza odiosa, inclinada, ani-quilada, como loca de terror.

Estaba equivocado; era el capellán. ¡Qué extraordinariaactriz es la angustia para ser capaz de falsificar un asesino!

El asesino, realmente pequeño, pero al parecer robusto,tenía una cabeza agraciada, orgullosa; era de buen aspecto, apesar de la mala apariencia de su cabello cuidadosamenteafeitado y de su camisa de tela ordinaria.

El tablón osciló, de manera que en lugar del cuello fuegolpeada la nariz. El hombre luchaba con el dolor y los dosblusas azules, empujándolo brutalmente por los hombros,pusieron su cuello en el lugar apropiado. Pasó un largo mi-nuto, y luego la cuchilla hizo su trabajo.

Me esforcé por ver la cabeza cuando era levantada de lacaja; tres veces fui empujado hacia atrás. Se alejaron unospocos metros para traer agua en un balde y verterla sobre lacabeza.

Es de preguntarse por qué no se había preparado paraesta tarea una toma de agua justo debajo de la caja. Y meextrañaba que no hubieran medido al prisionero de maneraque, con una vuelta de tornillo, la tabla estuviera a la distan-cia exacta deseada de la abertura que recibe el cuello delcondenado.

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Ahí tenéis el famoso espectáculo que ofrece tanta satis-facción a la sociedad.

Afuera se oyeron gritos de "¡Viva Prado!”

*

Estoy dibujando en la playa, en la frontera. Un gendar-me del Sur, que sospecha soy un espía, me dice a mí, quevengo de Orléans: "¿Es usted francés?”

"Pues ciertamente”"Es curioso. Vous n'avez pas l'accent (lakesent) fran-

gais':*

Rafael era alumno de Perugino. Bouguereau también. YBouguereau escribe arrobado: "Cara a cara frente a la natu-raleza, no veo nada sino el color".

Rafael no buscaba valores;, en sus cuadros no hay dis-tancia. Preguntaos a vosotros mismos si entendía de valores.

*

En una exposición en el bulevar de los Italianos vi unaextraña cabeza. No sé por qué algo pasó en mi interior, porqué habré oído extrañas melodías frente a un cuadro. Lacabeza de un doctor, muy pálido, con ojos que no os miran,no os ven, pero escuchan.

En el catálogo leo: "Wagner, por Renoir.

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*

Hay gente que dice: "Rembrandt y Miguel Angel sonordinarios; me gusta más Chaplin.

*

Una mujer muy fea me dice: "No me gusta Degas por-que pinta tantas mujeres feas". Luego agrega: "¿Ha vistousted en el salón mi retrato, por Gervex?”

Una figura vestida, por Carolus-Duran, es indecente; undesnudo, por Degas, es casto.

¡Pero ella se está bañando en una bañera!Es precisamente por eso que está limpia.¡Pero podéis ver la bañera, la jeringa, la palangana!Todo está precisamente de la manera que eso está en

casa.La crítica destroza las cosas, pero eso es otro asunto.

*

Un crítico ve mis cuadros en mi casa. Muy perturbado,me pregunta por mis dibujos. ¡.Mis dibujos? ¡Nunca! Son miscartas, mis secretos. El hombre público-el hombre privado.

Deseáis saber quién soy yo; mis trabajos no os bastan.Aun en este momento, mientras escribo, estoy revelandoúnicamente lo que quiero revelar. Qué importa que me veáisa menudo desvestido; eso no es argumento. Es al hombre

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interior al que queréis ver... Además, no siempre me veomuy bien a mí mismo.

*

Dibujo: ¿Qué es eso? No esperéis una conferencia míasobre este tema. El crítico probablemente diría que es unacantidad de cosas hechas sobre el papel con un lápiz, pen-sando, sin duda, que allí se puede descubrir si un hombresabe dibujar. Saber dibujar no es la misma cosa que dibujarbien. ¿Sospecha él, el crítico, este juez, que trazar el contornode una figura pintada resulta en un dibujo totalmente dife-rente? En el "Retrato de un Viajero", de Rembrandt (GaleríaLacazes) la cabeza parece cuadrada. Tomad el contorno delmismo y veréis que la cabeza es dos veces más alta que an-cha.

Recuerdo la época en que el público, reunido para juz-gar el dibujo de los cartones de Puvis de Chavannes, afirmó,aunque concediendo que Puvis tenía grandes dotes de com-posición, que no sabía dibujar. Provocó sensación cuando unbuen día hizo él una exposición en lo de Durand-Ruel, con-sistente exclusivamente en estudios con lápiz negro sobrefondo rojo.

"Bien, bien", dijo este público encantador. "Puvis sabedibujar, como todo el mundo. Sabe anatomía, proporcionesy el resto. ¿Pero entonces por qué no sabe dibujar en suscuadros?" En una multitud hay siempre alguien que es mássagaz que otros, y este individuo dijo: "¿No podéis ver que

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Puvis se ríe de vosotros? Es uno más que quiere ser original,y no como los otros".

¡Dios mío, qué será de nosotros!Es probablemente lo que este crítico deseaba cuando

preguntó por mis dibujos. El se dijo: "Veremos, ahora, sisabe dibujar". No necesitaba preocuparse acerca de eso, yolo ilustraré. Nunca he sabido hacer lo que llaman un dibujocorrecto; una gorra tampoco, o amasar pan. Me parece quesiempre falta algo: color.

Ante mí, la figura de una mujer tahitiana... El papelblanco me turba.

Carolus-Duran se queja de los impresionistas, de su pa-leta especialmente: "Es tan simple", dice. "Mirad a Ve-lázquez. Un negro, un blanco". ¡.Son tan simples los negros ylos blancos de Velázquez?

Me gusta escuchar a esa gente. En esos terribles días enque uno no se cree capaz para nada y tira los pinceles, se larecuerda, y la esperanza renace.

Los verdaderos embajadores son aquellos que no tienendemasiada confianza en su propia inteligencia, que respon-den en forma evasiva, que saben cómo vestirse y recibir.

Lo mismo me parece cierto de los guardianes del Lou-vre.

Y sin embargo, ¿no podríamos encontrar guardianesmejores?

Os estoy hablando de muchas cosas, a pesar de mipromesa de hablaros de las Marquesas. Es más bien traicio-nero de mi parte ilusionaron con la esperanza de que vais aobtener algo completamente diferente de lo que obtenéis en

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París. Pero debéis perdonarme; yo mismo estoy engañado.Aquí estoy, traguemos la píldora. Mi pincel debe compen-sarlo. Hay por cierto algunas montañas soberbias que puedodescribiros, más o menos infielmente, pero debería poseer eltalento necesario para la descripción, así como innumerablesadjetivos que no conozco, pero que son tan familiares a Pie-rre Loti.

Muchas cosas que son extrañas y pintorescas existieronaquí antaño; pero hoy en día no quedan rastros, todo se haevaporado. Día a día la raza desaparece, diezmada por en-fermedades europeas, incluso el sarampión, que aquí ataca ala gente mayor. Las chicanerías de la administración, las irre-gularidades de los correos, los impuestos que aplastan a lacolonia, hacen imposible todo comercio. Como resultado,los comerciantes se están yendo.

No hay nada qué decir, salvo hablar de mujeres y acos-tarse con ellas. Sin madurar, casi madura, completamentemadura.

Hay tanta prostitución que no existe.Nosotros la llamamos así, pero ellos no la consideran

como tal.Sólo se conoce una cosa por su contrario, y el contrario

no existe.Un pícaro de juez en las Marquesas... Una jovencita vi-

no a quejarse de que doce hombres acababan de violarla, sinpagarle.

"¡Es terrible!", exclamó el juez, y en seguida se convirtióen el decimotercero. Pero él pagó. "Comprendes, pequeña,que ahora no puedo juzgar este caso".

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Este mismo juez, cuando el gendarme estaba ausente,recibió a una jovencita, una criatura realmente, que habíavenido a obtener su certificado, al dejar la escuela, declaran-do que era "apta para...”

"Está muy bien", le dijo nuestro juez; "ahora dame laprimera prueba". Y la desfloró. Entonces firmó la tarjeta.

Muchos de tales detalles, a menudo obscenos, os daránuna mayor comprensión de las Marquesas que la que obtie-nen los turistas. Los turistas de hoy en día ven poca cosa.

La isla de Taoata acaba de ser desolada por una terriblemarejada que ha arrancado enormes bloques de coral y mu-chas conchillas para los coleccionistas.

Del coral harán cal. Los balleneros, que son hombres demar muy hábiles, viendo que sus barómetros se comporta-ban de una manera extraordinaria, previeron el desastre yemprendieron viaje, no sin dejar algunos hermosos regalospara la policía. Algunas damajuanas de vino... ¡Qué vergüen-za! ¡Regalos con facturas!

"¿Qué puede usted esperar?", dicen los capitanes. "Loscontrabandistas tienen que mantenerse del lado de los gen-darmes".

Esto no requiere comentario.

*

El peor sufrimiento es siempre el último.Luego del café de la mañana, los sexos, que han estado

juntos durante la noche, se separan en el templo, una forma-

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lidad necesaria para permitir al alma zafarse del tema que lasubyuga.

Luego del baño, la pila de agua bendita; se limpian elcuerpo y el113 alma. La plegaria sigue: "Señor, el pan nues-tro de cada día dánosle hoy...

Negocios son negocios.

*

Estoy comiendo un pastel de carne con repollo. Mi ve-cino, un inglés, me pregunta cómo se llama eso. "¿Qué di-ces?, le respondo. Pasa el camarero, y el joven le pide un"¿Qué dices?”

Nunca imaginé que yo tenía tanto ingenio.

*

Efectos: existen, y tienen sus cosas buenas. ¡Son buenosefectos! No debéis abusar de ellos, sin embargo, a menosque estéis tratando de evitar el dibujo y el color.

Mi escritura se torna ilegible cuando estoy en duda acer-ca de la ortografía. Cuánta gente utiliza esta estratagema enpintura... cuando el dibujo y el color les molestan.

En el arte japonés no hay valores. Bien, ¡tanto mejor!Todo depende del punto de vista desde el que uno juzga. Enuna galería de tiro la perspectiva es la misma decoración. Sepuede prescindir de las colgaduras o de las pinturas murales.Se debe sentir siempre la pared.

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No más pintura, no más literatura; ha llegado el mo-mento de hablar de armas. Ocurre que tenemos aquí a unverdadero gendarme... Comprendéis... ¡Viene de Joinville-le-Pont! Es un terrible fanfarrón. Joinville representa, en ciertaforma, el premio de Roma de los ejercicios físicos.

Gran parte de su enseñanza es para ser tomada o dejada.Por mi parte, yo la dejaría.

Los maestros de esgrima producidos en Joinville-le-Pont son generalmente individuos muy expertos, expertosen el arte del garrotazo. Son en verdad muy capaces, peroson acróbatas y habitualmente no pueden sacar gran cosa desus alumnos.

Hay un dicho: "Si tenéis una buena mano, podréis a ve-ces anotaros un golpe. Si tenéis buena mano y buenas pier-nas, os anotaréis golpes a menudo. Agregad una buenacabeza, y os anotaréis golpes siempre".

Lo que no os dan en Joinville es una buena cabeza. Allíenseñan sin discernimiento.

La esgrima con florete consiste en hacer uso de dosmovimientos, los otros se desarrollan a partir de ellos, o sonsuplementarios.

Un movimiento hacia atrás y hacia adelante, y un giro.En el ataque se llaman: Uno, dos, tres y doble...En la defensa se llaman oposición y contra.A pesar de su simplicidad, estos movimientos se prestan

a una cantidad enorme de combinaciones. Conocerlos bienes ya ser experto.

El maestro de esgrima del regimiento, que sobresale encansaros, os tiene haciendo uno, dos, tres y doble durante un

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año entero; al final, cuando el alumno desea hacer al menosun pequeño ataque, pierde la cabeza. "¿Qué haré?", piensa,"vamos, uno, dos..." Ataca, se zafa, su adversario logra unacontra. Eso no marcha. ¡Naturalmente!... Vuestro movi-miento debiera corresponder con el quite.

Es por lo tanto esencial que el instructor haga com-prender realmente al alumno, dándole su lección con lenti-tud, y frustrando con su quite el movimiento ordenado. Así,por ejemplo, ordena uno, dos, pero en lugar de una oposi-ción tenemos una contra, de manera que el alumno sigueatentamente la parada y actúa en consecuencia. Ahora bien,con respecto a la ejecución tienen un principio en Joinville-le-Pont que no quieren abandonar: Adelantad el brazo e id afondo. Esto hace que sea imposible que el adversario calculemal la distancia; si él está atento al movimiento de la rodilla,está constantemente prevenido.

Los buenos maestros de esgrima civiles actúan de mane-ra muy diferente. Se extiende el brazo gradualmente y la fin-ta, que es a menudo inútil, es sólo incidental.

Deseamos ser corregidos, si así debe ser, pero mante-nemos claramente que debemos utilizar los brazos según laforma en que estamos hechos.

Así, por ejemplo, si tengo una muñeca débil y una manodelicada me acostumbro a utilizar los músculos del brazo,con toda la fuerza concentrada en la parte más delgada delbrazo.

Como tengo un tórax muy ancho y no inicié la prácticade las armas hasta muy tarde, fue imposible para mí, exceptocon la más grande incomodidad, tomar posición de acuerdo

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con las reglamentaciones, casi cubierto en las dos líneas. Así,pues, sin ninguna incomodidad, sin cubrir el pecho, acos-tumbraba ofrecer sólo una línea simple a mi adversario,abriendo siempre el encuentro en tercera (hoy en día se diceen sexta).

Recuerdo a cierto maestro de esgrima de primera clasede la Salle Hyacin-the, de París. Este instructor era de pier-nas y brazos muy pequeños, especialmente las primeras, queacostumbraba usar como si tuviera rueditas debajo de lasyemas de los dedos de los pies. Nunca iba a fondo, peromediante una serie de pasitos, ya hacia adelante, ya haciaatrás, estaba en seguida fuera de vuestro alcance o directa-mente sobre vosotros... La cabeza... ¡siempre la cabeza!¡.Tenéis una muñeca fuerte?; gastad entonces vuestro adver-sario con ataques, hostigadlo duramente con energía soste-nida. Pero si vuestra mano es débil, dejadla parar hábilmentetodos los ataques, sin que ella ataque. En esgrima no haydogmas, así como tampoco estocadas secretas.

Durante mi permanencia en Pont-Aven, era capitán delpuerto e inspector de pesquerías un bretón del lugar, un ma-rino retirado, maestro de esgrima con diploma de la famosaescuela de Joinville-le-Pont. Abrimos con su ayuda una pe-queña escuela de esgrima que, a pesar de los bajos aranceles,le producía un modesto ingreso que le daba gran satisfac-ción. Era un viejo magnífico y un esgrimista bastante bueno,pero no inteligente, ni como esgrimista ni como instructor.No entendía realmente la ciencia de las armas. Todo lo quesabía lo había adquirido con obstinación y práctica intermi-nable.

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Vi desde el primer día que el pobre hombre tenía pier-nas muy cortas, de manera que yo, alto y de piernas largas,me divertía de cuando en cuando haciéndole equivocarse enlas distancias, con el resultado de que, a pesar de su habilidadcon la mano, estaba siempre a centímetros de distancia de sublanco. Le hablé al respecto, pero era como hablarle en he-breo. Afortunadamente el viejo no era orgulloso, y duranteun tiempo fui su instructor en muchos aspectos. Le dí lec-ciones sobre la modalidad que he descrito arriba, es decir,enfrentando al alumno, durante la lección, con paradas dife-rentes de las que han sido anunciadas.

Antes de mucho tiempo, tuvimos un excelente maestroy los alumnos hicieron rápidos progresos.

Equivocarse en las distancias. Es evidente que si vainatocar debéis acercaros a vuestro adversario tanto como seaposible, sin dejarlo percibir a nadie, con vuestros codosjunto al cuerpo, extendiendo el brazo y mediante una ciertatreta al dar vuestros pasos. De esta manera, extendiendo elbrazo furtivamente, es decir, en proporción a sus movi-mientos, toca su blanco sin ayuda de las piernas. De la mis-ma manera, en el caso opuesto, vuestro brazo debe estarextendido, debéis inclinaros ligeramente hacia adelante; lue-go tenéis la ventaja de todo el largo de vuestro brazo y deuna cierta distancia que ganáis al reasumir la posición verti-cal.

El maestro de esgrima militar enseña a no atacar hastamuy tarde, es decir, cuando el alumno está desanimado... Unmaestro de esgrima civil, casi al principio, termina su leccióncon una lección de ataque, permitiendo ciertas posiciones,

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cometiendo ciertos errores, todo esto muy lentamente, demanera que en ningún caso adquiera el hábito de actuar tor-pemente. ¿Qué? ¿He hecho un ataque y usted no se ha zafa-do? ¿Qué? ¿He parado con una oposición y usted ha tratadode repetir? Y así sucesivamente. De esta manera el alumno,interesado desde el comienzo, aprende la ciencia de las ar-mas y se acostumbra desde el principio a aplicar la lección enun ataque, y hace muy rápidos progresos, sin cansarse, comosi fuera un acróbata.

Los encuentros de esgrima que se realizan en París to-dos los años son una prueba de lo que acabo de decir, puesse ve a maestros de esgrima derrotados por civiles que hantenido diez veces menos práctica que ellos.

La cabeza, es siempre la cabeza...Nuestro excelente maestro de Pont-Aven se asombró

cuando un hermoso día de otoño llegaron a la escuela deesgrima un par de espadas, regalo de un alumno norteameri-cano que tenía bolsillos muy bien forrados.

En un encuentro con el profesor, le demostré que estoera algo muy diferente.

En verdad, se debe comenzar siempre el estudio de lasarmas con el florete; es la mejor base, pero los conocimien-tos deben aplicarse de una manera completamente diferenteen un duelo. En un duelo el problema no es tocar correcta-mente ciertos lugares determinados; aquí todo vale. Se debeconsiderar que en el campo los golpes peligrosos lo sontambién para uno mismo.

Un hombre que para bien y devuelve hábilmente es unabuena espada.

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No hay posición normal, es el adversario el que nos in-dica la posición que debemos asumir. Todo es imprevisible,todo es anormal. En cierta manera, es una partida de ajedrez.La victoria corresponde al que engaña al otro y es el últimoen cansarse. Cuidado con bajar el arma, pues un golpe fuerteseguramente os desarmaría. Debéis extender lentamente elbrazo, y en tercera; si no es de temer que vuestra espada seaneutralizada. Lo contrario es lo cierto si vuestro adversarioes zurdo.

Estudiad cuidadosamente a vuestro adversario, averi-guad cuáles son sus paradas favoritas, a menos que sea de-masiado hábil y juegue al juego que acostumbran en laescuela: pares o nones. En este caso, debéis tener movi-mientos muy irregulares e inesperados a fin de hacer creer avuestro adversario que estáis por hacer algo completamentediferente de lo que pensáis.

Podría escribir largamente sobre este tema, mas esperoque el lector haya comprendido lo suficiente.

Finalmente, si tenéis que enfrentar a un adversario queclaramente os supera, cubríos bien y, al menor movimientosuyo hacia adelante, presentad vuestro brazo a la punta de suarma. El honor está a salvo y salís del asunto con una heridainsignificante.

Por otra parte, si os encontráis frente a alguien que nun-ca ha cruzado armas, tened cuidado, es peligroso. Utilizad laespada simplemente como un palo, tirando tajos y reveses.No vaciléis en replicar; un golpe en la cabeza o en la cara quelo dejará a vuestra merced. He tropezado en mi vida conmuchos fanfarrones, especialmente en viajes a las colonias.

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Luego de hablar con individuos así unos pocos minutos yasabéis cómo tratarlos. Así, un pequeño fiscal a quien ya os hepresentado me dijo un día que era un individuo terrible, pueshabía pasado quince años en una escuela de esgrima; ¡él, unhombrecito cuyo sexo y especie sería difícil determinar!

Cierta vez que se me había invitado a almorzar en unbarco de guerra aproveché la oportunidad para llevar la con-versación a este tema. Le dije: "Yo no he pasado quince añosen una escuela de esgrima, pero le apuesto a usted cien fran-cos, y le doy ocho de ventaja sobre diez". Naturalmente, noaceptó.

En el regimiento, los oficiales no van a la escuela de es-grima, prefieren ir al club a jugar a las cartas. En cuanto a lossoldados, es un aburrimiento en todo sentido, tanto paraellos como para el maestro. Algunos demuestran condicio-nes; se les hace maestros auxiliares.

En el entrenamiento militar utilizan el cuerpo, peronunca la cabeza.

He tenido a menudo oportunidad de cruzar espadas conestos maestros auxiliares; son todos unos mercenarios sininteligencia.

En la escuela ocurre casi lo mismo. Debéis tener algúnconocimiento de esgrima para entrar en Saint-Cyr, y elmaestro trata de ganar su dinero tan pacíficamente comopuede.

Recuerdo aquellos días. Teníamos como maestro al fa-moso Grisier, quien acostumbraba enviarnos a su ayudante.(No recuerdo su nombre, pero vive todavía, pues tiene una

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escuela de esgrima en París). Este ayudante era famoso porsus estocadas.

El viejo Grisier acostumbraba venir a veces, entraba conel florete en su mano derecha y con la izquierda se las inge-niaba para darnos un golpecito en la mejilla. Yo los recibí.Realmente nos honraba con ello, llamándolo la estocadaGrisier. Había sido maestro de esgrima del zar de Rusia.

Os he hablado bastante de esgrima, y debéis disculpar-me. Se debe a este famoso gendarme que viene de Joinville-le-Pont. Pero no os dejaré libres de ninguna manera. Osaburriré ahora con una corta lección de boxeo. ¡Otra opor-tunidad para jactarme un poco!

No recibí mis primeras lecciones de boxeo en mi tiernajuventud. Fue mi maestro en Pont-Aven un aficionado, unpintor llamado Bouffard. Aunque sólo aficionado, era bas-tante hábil. Me he mantenido en buen estado desde enton-ces, y me ha sido de utilidad en varias ocasiones, aun cuandosólo haya sido para inspirarme seguridad. Pero estoy hablan-do de boxeo inglés; en Joinville-le-Pont practican lo quellaman boxeo francés, o savate. Cuando fui marino, practi-que savate por pura diversión.

Charlemont el joven, el actual campeón francés, hacreado un verdadero arte del boxeo que no es exclusiva-mente savate. Muy, pero muy diferente de esto es la escuelade Joinville-le-Pont. La escuela inglesa, imperfecta como es,es la mejor.

119 El boxeo de Joinville-le-Pont no tiene valor, ex-cepto para unos pocos hombres ágiles, un acróbata, muyhábil y extremadamente joven. De lo contrario es un verda-

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dero peligro que os pone en seguida a merced de un boxea-dor inglés de poca categoría.

Esta es toda mi lección de boxeo; consiste en ponerosen guardia contra la escuela de Joinville. Si se os ocurre laidea de adoptarla, debéis tener piernas ágiles, practicar todoslos días, abandonar la lectura y convertiros en un bruto.

*

Dar no es lo mismo que saber dar. Para saber dar es ne-cesario saber recibir.

Dicen que para saber mandar es necesario saber obede-cer. No es completamente exacto. De ello son testigos losreyes. Y la policía también. Tan faltos de espíritu como losvalets, que saben obedecer; ¿saben mandar? Gran Dios, ¡no!Y, sin embargo, adoran mandar; llaman a eso recompensarsea sí mismos o vengarse de sí mismos.

"¡Soy el amo!”

*

En casa, me visto con una camisa; en mi estudio, conuna blusa; durante la noche, en compañía de terceros, contraje de etiqueta.

Un callejón sin salida, más bien parecido a la Cour desMiracles, la Impasse Frenier, se abre sobre la Rue des Four-neaux. Son las cinco de la mañana. No estoy dormido y oigoa la Tía Fourel, la esposa del carrero, que grita: "¡Socorro, miesposo se ha ahorcado!”

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Salto fuera de la cama, pero me pongo los pantalones(¡la corrección!), bajo con un cuchillo y corto la soga. £Ihombre está muerto, todavía caliente, todavía ardiendo.Quiero llevarlo a la cama. ¡Alto! Debemos esperar a la poli-cía.

Junto a mi casa sobresalen quince metros de tablas deuna huerta. "¿Tiene usted un melón?", le pregunto al horte-lano.

Ciertamente, uno bueno, maduro, y para mi desayunocomo mi melón, sin pensar en el hombre que se ha ahorca-do. Como veis, hay cosas buenas en la vida. Además delveneno, existe el antídoto. Y esa noche,120 de frac, espe-rando conmover a los presentes, relato la historia. Sonrien-tes, completamente despreocupados, todos me piden trozosde la cuerda con que se ahorcó.

Un cuento trae otro. Recuerdo una noche en que estuvebebiendo un poco y volvía a casa, cerca de medianoche, poruna calle de El Havre. En esa época era yo tripulante de unbarco mercante. Casi me rompí la nariz contra una persianaque sobresalía hacia la calle.

"¡Cerdo!", grité, y le dí un golpe a la persiana. No queríacerrarse. Y con razón; había un hombre colgado de ellas queno lo permitía. Esta vez no corté la cuerda, sino que seguí micamino (Había bebido un poco de más), diciéndome una yotra vez en voz alta: "¡El cerdo! ¡Maldito lo que se preocupapor los transeúntes! ¡Era bastante para romperle la cara auno!" Felices son aquellos que son siempre como se debeser.

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*

Las historias que uno oye en Oceanía son muchas e in-teresantes. He aquí una que no me pertenece, pues ocurriólea otro; pero puedo garantizar su veracidad.

En mi primer viaje como aprendiz de piloto en el Lusi-tano, con destino a Río de Janeiro, era mi deber hacer guar-dia de noche con el teniente. El me contó lo que sigue:

Había sido grumete en un pequeño barco que hacía lar-gos viajes en Oceanía con toda suerte de cargamentos demercancías baratas. Un buen día, mientras estaba lavando lacubierta, cayó al mar sin que nadie lo notara. No soltó laescoba, y gracias a esa escoba el muchacho se mantuvo cua-renta y ocho horas en el océano. Tuvo la suerte extraordina-ria de que pasara un barco y lo salvara. Luego, algún tiempodespués, como este barco hiciera escala en una islita hospi-talaria, nuestro grumete salió a dar un paseo y se entretuvodemasiado tiempo. Finalmente se quedó allí.

Nuestro pequeño grumete encantó a todo el mundo, demanera que se estableció allí, sin tener nada qué hacer, obli-gado a perder su virginidad en el lugar, alimentado, alojado,mimado y halagado de todas formas. Era muy feliz. Estoduró dos años; entonces una hermosa mañana, pasó otrobarco y nuestro joven quiso regresar a Francia.

"Dios mío, qué tonto fui", me dijo. "Aquí estoy ahora,obligado a luchar contra viento y marca... ¡Y yo era tan fe-liz!”

Está muy bien vivir entre los salvajes, pero hay tambiénuna cosa llamada nostalgia del hogar.

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Si con la edad se pudiera... pero no importa.Si la juventud supiera. Eso es lo que importa.Nunca he hecho tanto bien como cuando he querido

hacer el mal.Y esto está dicho y escrito para gente inmoral.Cierto día fui llevado traidoramente a visitar a una res-

petable familia (mi hermana estaba conmigo) en cuya casa nose habló sino de deberes de familia y virtudes del hogar. Fuecomo el fogonazo de un relámpago para mí; inconfundible-mente vi que era una trampa matrimonial. Nada hay tan te-rrible como la virtud.

Una viuda pasea a sus tres hijas. Mirad a la madre; veréisen qué se convertirán las hijas. No es estimulante.

En la actualidad un padre debe decir a su futuro yerno:“¿Ha tenido usted la sífilis?”“No...”“Muy bien; entonces no puede usted tener a mi hija,

pues eso significa que usted está sujeto a contraer la enfer-medad y podría contagiarla a ella”.

Hay necesidades que uno tiene que tragar. Tragar es unapalabra fuerte; digamos, a las que uno tiene que resignarse.

*

Una mujer nunca llega a ser realmente buena hasta quellega a ser abuela. En Oceanía... No digo esto por vosotras,damas de la metrópoli. Si no por convicción, por cortesía.¡Turlututu, mon chapeau pointu!

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*

El me dice: "Todos los hombres deben servir a su país".Yo: “¿Por qué no lo ha servido usted?”"Oh, eso es otra historia; yo estoy eximido, vengo de las

colonias". ¡Patriotismo!Y bien, mi espíritu ha partido de viaje. No estamos más

en Oceanía, sino en Africa, ese buen continente que todosquieren compartir, o más bien disputar, y que es tan favora-ble para los héroes de aventuras que vienen a comerciar, esatierra donde cortan el cuello a la gente so pretexto de propa-gar la civilización. Cuando se cansan de hacer fuego contralos conejos lo hacen contra los negros. Los boers disparancontra los negros diciendo: "Idos de aquí y haced lugar paranosotros". El cielo sabe que los ingleses no lo hacen peor,sólo que ellos quieren divertirse con un poco de sentimenta-lismo. Acostumbraban vender esclavos; ahora está prohibi-do.

Bien, en Africa hay muchos manuscritos árabes muyinstructivos. Así se me dijo, y lo creo. He escuchado con lamayor atención. Haced como hice yo, si queréis saber lo quedicen.

No sólo hay arena en el desierto; a veces hay paisajessonrientes y árboles con sus plantas parásitas.

Cierto día, que el manuscrito árabe no nos especifica, seencontraron un león y un asno. "¡Mis felicitaciones!", excla-mó en seguida el señor asno, y nuestro orgulloso rey deldesierto contestó: "Las acepto con placer".

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Al acercarse a un río, el león, que no tenía mucho amorpor el agua, le dijo al asno: "¿Eres lo bastante fuerte comopara llevarme a través del río en tu espalda? Eso me salvaríacon seguridad de un ataque de bronquitis".

Nuestro asno, contento de complacer a tan peligrosocompañero, se alegró de colocarse a su disposición, cuando...de repente sintió que sus ancas eran desgarradas perversa-mente. Comenzó a rebuznar con fuerza: "¡Dios mío! ¡,Quées eso?”

"Oh, nada, contestó el león, son mis garras".Llegaron más adelante a una pequeña colina, y nuestro

asno se volvió hacia el rey del desierto: "¿Serías capaz desubir a esa pequeña colina conmigo a tus espaldas?”

Ahorrando palabras, el manuscrito árabe sólo nos diceque el león cumplió fácilmente su tarea, cuando... de repentesintió un extraordinario instrumento, un apéndice natural,una estaca, sin duda, que le perforaba cruelmente las entra-ñas. Esta vez hubo un rugido: "¡Dios mío! ¿Qué es eso?”

Y nuestro asno, con ese aire jovial peculiar de los de suespecie, dijo: "¡Oh, nada, es mi garra!

Hay dos clases de garras, y la más terrible no es la quevosotros pensáis. No debe confundirse con la coz del asno.El filósofo árabe quería significar algo completamente dife-rente.

Mordioux! Cap des Dioux! Una mano tira de los bigotes, laotra de la empuñadura de la espada.

Hoy: "¡Quée!, y uno escupe en su propia mano.¡Y dicen que estamos evolucionando!

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*

Tenía yo un "Martes de Carnaval en España", por Goya.Lo copié, pero cambiándolo, poniendo a la gente con trajede etiqueta y sombrero de copa. No resultó tan bueno, perotiene más de mascarada. Tengo aquí un viejo bambú; fuetallado por un salvaje. Es una figura geométrica, el cuadradode la hipotenusa. Una geometría en estado de ruina, sin du-da, y eso me interesa. Me habría gustado saber qué pasabapor el cerebro de este artista nativo, pero el artista ha muer-to.

Tengo también un Ebro de viajes, lleno de ilustraciones:la India, China, las Filipinas, Tahití, etcétera. Todas las caras,cuidadosamente copiadas, con la idea de que son retratos,parecen Minerva o Palas. ¡Cuán bella es la escuela!

En su libro Les Monstres, Jean Doleat hace decir a sucocinero: "No se sirven nabos con pierna de oveja". Y agre-ga: "¡El Conservatorio!”

Si tenéis hijos que no sirven para nada, dadles una bue-na tunda. Ese es todavía el mejor método para hacerles llegara algo.

Un funcionario me dice: "¡.Conoce usted a Huysmans?Parece ser que es un gran escritor; acaba de ser condecora-do".

"Sí, pero Huysmans ha sido condecorado como em-pleado del ministerio".

Y nuestro funcionario, encantado, contestó: "Oh, así seexplica".

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La verdadera gloria es ser conocido por los conductoresde ómnibus.

El viejo Corot, en Ville-d'Avray: "Bien, tío Mathieu, ¿legusta este cuadro?”

"¡Oh, sí, por cierto, las rocas aparecen precisamentecomo son!" Las rocas eran vacas.

In populo ve rifas.

*

Lo notable de la gran Revolución es que los dirigenteseran los dirigidos. Un rebaño de ovejas dirigiendo a otrorebaño. Todo comienza bien, sólo que para terminar de malamanera. Marat me parece el hombre que sabía lo que quería.Naturalmente, tenía que ser matado por una mujer; ¡el granode arena que detiene la máquina! ¿Puede la fatalidad ser dealguna manera consciente? Oh, pero entonces el mundo notiene significado, o al menos yo no puedo comprenderlo.Fue producido por gente que veía la historia como una en-señanza, mientras que toda ella es una cuestión discutible;nunca he visto dos conclusiones acerca de ella que concuer-den. Espero sinceramente que si el día de mañana tenemosuna guerra con Inglaterra no permitiremos que nos dirija unaverdadera Doncella de Orléans.

Considero que los historiadores son individuos muyhonestos; pero qué desconcertados deben de estar cuandotienen que seleccionar y escoger de ese montón. Por miparte, me parece que si consultara a la historia haría una es-

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tupidez tras otra. Es realmente cierto que en política soycomo casi todos los artistas: no entiendo nada de ella.

Durante cierto tiempo me pareció como si todas las na-ciones estuvieran tratando de ver cuál podía aprovecharsemás de las otras. ¡Bebo a la salud de todos ellos!... los reyes,los emperadores, los presidentes. Como un simple, me digo:"Hay algo que apesta aquí '.

*

En una sala, un caballerito papanatas que lee todos losdiarios políticos expone gravemente sus ideas. Cuando pro-nuncia las palabras "Triple Alianza", extiende el puño cerra-do, símbolo del poder.

En un rincón, un oyente asombrado pregunta a su veci-no: "¿Quién es ese caballero?”

"Es un agregado, un individuo joven que irá lejos".Si queréis que os tomen en serio, hablad de política, ha-

blad de la Triple Alianza, que es tan sólida que durantetreinta años la han estado remendando continuamente.

*

Zola tenía sus odios. Sin ser un gran hombre como él,uno puede, me parece, tener también sus odios. Ese "uno"soy yo.

Odio profundamente a Dinamarca, a su clima, a sus ha-bitantes.

Oh, es indudable que hay cosas buenas en Dinamarca.Así, durante los últimos veinticinco años, mientras Noruega

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y Suecia han invadido en Francia las exposiciones de pintu-ras a fin de copiar todo lo que se hace que parezca bueno,sin que les importe b malo que pueda ser, Dinamarca, aver-gonzada del golpe que recibió en la Exposición Universal de1878, comenzó a reflexionar y aun a concentrarse en sí mis-ma. De ello ha resultado un arte danés muy personal, que esdigno de seria atención y que me alegro de alabar aquí. Esbueno estudiar el arte francés, y el de todos los otros paísestambién, pero sólo para ser más capaces de estudiarse a símismos.

Una vez me hicieron una mala jugada en Copenhague.Yo, que no pedí nada, fui encarecidamente invitado (y roga-do) por cierto caballero, en nombre de un club de arte, aexhibir mis obras en un salón ad hoc. Me dejé persuadir.

El día de la inauguración me dirigí -pero sólo por la tar-de- a echar un vistazo a eso. Cuál fue mi asombro al llegarcuando se me dijo que la exhibición había sido oficialmenteclausurada a mediodía.

Fue inútil buscar información alguna; en todos ladosencontré bocas cerradas. De un salto estuve en la casa delimportante caballero que me había invitado. Este caballero,según me dijo el sirviente, había partido para el campo y noestaría de regreso por algún tiempo.

Como veis, Dinamarca es un país encantador.Debo admitir, también, que en Dinamarca sacrifican

muchas cosas a la educación, a las ciencias y, muy particu-larmente, a la medicina. El hospital de Copenhague puedeser considerado como uno de los mejores establecimientos

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de su clase por su importancia y, especialmente, por su di-rección, que es de categoría superior.

Concedámosle este elogio, especialmente en vista deque, aparte de esto, no puedo ver nada acerca de ellos queno sea positivamente triste. Oh, perdón, estoy olvidandootra cosa, sus casas están admirablemente construidas y dis-puestas de manera que son calurosas en invierno y bien ai-readas en verano y la ciudad es atractiva. Debe decirsetambién que las recepciones en Dinamarca se celebran ha-bitualmente en el comedor, donde disponen de excelentesalimentos. Es siempre excelente y eso ayuda a pasar el tiem-po. No debéis dejaros aburrir por esta perpetua clase deconversación: "Usted viene de un país tan grande, usted de-be encontrarnos muy pesados, somos tan pequeños. ¿Quépiensa usted de Copenhague, de nuestro Museo, etcétera?¿No es gran cosa?" Todo eso126 dicho para que digáisexactamente lo contrario, cosa que seguramente haréis, porcortesía. ¡Buenos modales!

El Museo, para hablar de algo. Francamente, no tienecolección de cuadros, excepto algunos pocos ejemplares dela vieja escuela danesa, algunos Meissoniers y unos pocospaisajes y marinas. Esperemos que eso haya cambiado. Ocu-pa un edificio hecho expresamente para él, por su gran es-cultor Thorwaldsen, un danés que vivió y murió en Italia. Lohe mirado y estudiado hasta que me zumbaba la cabeza. Lamitología griega transformada en escandinava y luego, conotra dilución, protestante. Venus que bajan sus ojos y secubren modestamente con telas húmedas. Ninfas que bailanla jiga. Sí, caballeros, bailando la jiga; mirad sus pies.

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En Europa hablan del "gran Thorwaldsen", pero no lohan visto. ¡El único trabajo que ven los viajeros es su famosoleón en Suiza!

Un perro danés relleno.Cuando digo esto, sé que en Dinamarca quemarán in-

cienso en cada esquina para darme una lección por insultar almás grande de los escultores daneses.

Muchas otras cosas me hacen odiar a Dinamarca, peroson razones completamente especiales, que uno debe guar-dar para sí.

Permitidme que os introduzca en una sala tal como ra-ramente se ven hoy en día, la sala de un conde de la más altanobleza danesa.

El vasto aposento es cuadrado. Dos enormes paneles detapicería alemana, especialmente ejecutados para la familia,más maravillosos que cualquier cosa que podáis imaginaros.Sobre la puerta, dos vistas de Venecia, por Turner. El mobi-liario de madera labrada con el escudo de armas de la familia,mesas taraceadas, colgaduras a la usanza antigua. Todo esuna maravilla de arte.

Sois presentados y os reciben. Os sentáis sobre un al-mohadón de terciopelo con forma de concha de caracol.Sobre la mesa maravillosa hay un tapete que ha de habercostado unos pocos céntimos en el baratillo. Un álbum foto-gráfico y algunos floreros del mismo estilo. ¡Vándalos!

Contiguo a la sala hay un salón de música muy hermoso.La colección de cuadros, el retrato de un antepasado, porRembrandt, etcétera.

Esto huele a moho; nadie entra nunca aquí.

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La familia prefiere la capilla, donde lee la Biblia, dondeos petrifica.

Reconozco que el sistema danés de esponsales tiene al-go que aducir en su favor: no os compromete a nada. Cam-biáis de novia como de camisa. Luego, tiene todas lasapariencias de la libertad y de la respetabilidad. Estáis com-prometidos; podéis ir a un paseo o incluso de viaje; el mantode los esponsales está ahí para cubrirlo todo. Jugáis con todo-menos- aquello, lo que tiene sus ventajas para ambas partes;aprendéis a no olvidaros de vosotros mismos y a no cometerimprudencias. En cada uno de los esponsales, el pájaro pier-de una cantidad de plumitas, que crecen de nuevo sin quenadie se dé cuenta de ello. Muy prácticos, los daneses. Pro-badlos, pero no os enredéis con ellos Podríais arrepentirás; yrecordad, la mujer danesa es en primer lugar muy práctica.Es un pequeño país, como se sabe, y tiene que ser prudente.Aun a los niños se les enseña a decir: "Papá, debemos teneralgún dinero... o puedes irte, viejo". He conocido todo eso.

Odio a los daneses.Dicen que su literatura es buena. No estoy familiarizado

con ella. Recuerdo, sin embargo, haber visto un drama deBrandes... sí... no... no estoy seguro. Era acerca de un hom-bre que, parando en un hotel mientras viajaba, hable aprove-chado de uno de esos momentos que son tan peligrosos parauna mujer. La encuentra de nuevo más tarde, viviendo tran-quilamente con su marido. El hombre amenaza con rompersu silencio y la mujer se somete.

Como veis, conmovedor y siempre nuevo.

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Vi también una representación de Otelo. El gran actortrágico Rossi, que estaba de gira, representaba a Otelo enitaliano, las otras partes eran en danés. Yago, el villano, eratan flexible como la barra de un tribunal y Desdémona, apesar de todos sus esfuerzos por simular una española desangre caliente, apenas si alcanzaba el punto cero (hielo enfusión).

Luego les he visto representar Poi-Bouille, de Zola. Allílos actores estaban en su elemento. Lavado de platos, grose-ría burguesa. Los Josscrands eran perfectos, un poco menoslos Trublot.

Aparte de todo esto los daneses bailan muy bien; debesuponerse que todo su talento va a parar ahí. No ha de juz-garse a los daneses en París, sino en su casa. Con nosotrosson dulces corno el azúcar, en casa son puro vinagre.

Esta gente tiene una manera muy curiosa de ser casta.Así, en el Sund, las fincas lindan unas con otras, y cada unatiene su casilla de baño para vestirse y desvestirse. Se las di-visa desde el camino.

Las mujeres se bañan en lugar separado, y los hombrestambién, a sus horas. Se bañan desnudos, y es la regla que losque pasan por el camino no deben ver nada.

Debo confesar que, siendo muy curioso por naturaleza,violé la regla un día en que la esposa de uno de los ministroscaminaba hacia el mar bajando por un ligero declive de laplaya. Confieso, también, que ese cuerpo perfectamenteblanco, desnudo hasta el medio de las pantorrillas, me pro-dujo un muy buen efecto. Su hijita, que la seguía, se diovuelta y, viéndome, gritó: "¡Mamá!”

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La madre se dio vuelta, asustada, y emprendió el viaje deregreso a la casilla, mostrándome así todo el frente despuésde haberme mostrado la espalda. Confieso que el frentetambién, a la distancia, me produjo muy buena impresión.

El escándalo fue grande. ¡,Qué! ¡Haber mirado!En una playa francesa una niña danesa, luego de haberse

colocado el traje de baño según nuestra costumbre y de salirde su casilla, dudaba, modesta danesa como era, de si iría abañarse con todos esos hombres y mujeres. La mujer a cargode las casillas de baño, a quien habló, le respondió: "¿La se-ñora no ve el océano?" Se oyó exclamar al bañero: "He allí aotra mostrándome su trasero cuando vestida no me daría lamano”

Otra divertida mojigata era aquella joven danesa a la quevi en un estudio libre de escultura, midiendo cuidadosamentecon un enorme compás la distancia desde el cómo-se-llamaeso del modelo hasta el tobillo.

El modelo, que era muy frío, se contuvo.Esta joven danesa hacía sus comidas en la lechería de

enfrente, sin siquiera sacarse los guantes. Una porción, cua-renta céntimos, dos "sous" de pan. Como veis, la sabiduríamisma, economía y elegancia; y, sobre todo, nunca se equi-vocaba ni por un milímetro, en la distancia desde el cómo-se-llama-eso hasta el tobillo. Quería sacarlo bien; era la pro-bidad misma en materia de arte. Coronó sus estudios ganan-do una medalla en el Salón.

*

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Mi primer viaje como aprendiz de piloto fue a bordo delLusitano (El Havre a Río de Janeiro). Pocos días antes denuestra partida vino un joven y me dijo: "¿Es usted el que vaa tomar mi puesto como aprendiz? Aquí tiene un paquetito yuna carta. ¡,Sería usted tan amable de hacerlos llegar a estadirección?”

Leí: "Madame Aimée, rua do Ouvidor"."Verá usted, me dijo, a una mujer encantadora a quien

es recomendado de una manera muy especial. Ella es deBurdeos, como yo".

Te ahorraré el viaje, lector; te aburriría. Puedo decir, sinembargo, que el capitán Tombarel era un cuarterón y unviejo encantador, que el Lusitano era un hermoso barco de1.200 toneladas, con excelentes comodidades para pasajerosy que con viento favorable hacía sus doce nudos por hora.

Fue una hermosa travesía, sin una tormenta.Como puedes imaginar, mi primer pensamiento fue lle-

var mi paquetito y la carta a la dirección indicada.Eso fue una alegría..."Qué simpático de su parte haber pensado en mí, y

permíteme que te mire bien, querido mío. ¡Qué buen mozoeres!" En esa época era yo muy pequeño; aunque tenía dieci-siete años y medio, aparentaba quince.

A pesar de ello, había ya cometido mi primer pecado enEl Havre, antes de partir, y mi corazón latía locamente. Paramí fue un mes enteramente delicioso.

Esa encantadora Aimée, a pesar de sus treinta años, eraextremadamente hermosa; era la primera actriz en las óperas

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de Offenbach. Puedo verla todavía, con sus vestidos esplén-didos, sentada en su carruaje tirado por una briosa mula.

Todo el mundo le hacía la corte, pero en ese momentosu amante reconocido era un hijo del zar de Rusia, guardia-marina de un buque escuela. Gastaba él tanto dinero que elcomandante del barco trató lo más hábilmente que pudo deprovocar la intervención del cónsul francés.

Nuestro cónsul citó a su oficina a Aimée y torpementele hizo sus cargos. Aimée, en modo alguno confundida, seechó a reír y dijo: "Mi querido cónsul, me encanta oírlo ha-blar y estoy segura de que debe de ser usted un hábil diplo-mático, pero... estoy segura, también, de que cuando se tratade asuntos de pantalones usted no sabe absolutamente na-da".

Y se retiró cantando: "Dime, Venus, ¿qué placer en-cuentras en vencer así mi virtud?" Aimée venció mi virtud.Se diría que el terreno era propicio pues me volví un gransinvergüenza.

En el viaje de regreso tuvimos varios pasajeros, entreotros una linda prusiana gorda. Fue el turno del capitán deenamorarse, pero por más que ardió ferozmente, ardió envano. Esta dama prusiana y yo teníamos un nido encantadoren el cuarto donde se almacenaban las velas, cuya puerta seabría hacia la cabina cercana a la escalera.

Extraordinariamente mentiroso, le dije toda clase de ca-sas absurdas y la dama prusiana, que estaba profundamenteenamorada, quería verme de nuevo en París. Le dí como midirección "La Farcy, rue Joubert".

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Esto estaba mal de mi parte, y sentí remordimientos du-rante algún tiempo, pero no podía enviarla a casa de mi ma-dre.

No quiero pasar como mejor o peor de lo que soy. Alos dieciocho años se tienen toda clase de tendencias.

*

Roujon, escritor, director de bellas artes.Se me concede audiencia y se me introdujo.Es la misma oficina del director en la que se me ha he-

cho entrar dos años antes, con Ary Renan, antes de que yofuera a estudiar a Tahití; para facilitar mis estudios, el minis-tro de Instrucción Pública me dio una misión. Fue en estaoficina del director que me dijeron: "No se le asigna salariopara esta misión; pero, como es nuestra costumbre, y comolo hemos hecho antes en el caso de la misión del pintorDumoulin a Japón, lo indemnizaremos a su regreso con al-gunas compras. Puede usted contar con nosotros, señorGauguin: cuando regrese, escríbanos y le pagaremos losgastos de viaje".

¡Palabras, palabras!Aquí estoy, pues, ante el augusto Roujon, director de

bellas artes. Me dice, en forma bastante deliciosa: "No mesiento capaz de estimular su arte, me repugna y no lo entien-do. Su arte es demasiado revolucionario para no causar unescándalo en nuestras bellas artes, dependencia de la que soydirector, ayudado por los inspectores".

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La cortina se agitó y creí ver a Bouguereau, el otro di-rector... (¿Quién sabe? Quizás lo vi)... El no estaba cierta-mente allí, pero tengo una imaginación errabunda, y para míél estaba.

¡Qué, yo un revolucionario! ¡Yo que adoro y respeto aRafael!

¿Qué es un arte revolucionario? ¿En qué época cesa larevolución?

Si, no someterse a Bouguereau o a Roujon constituyeuna revolución, así que entonces y allí confesé ser el Blanquide la pintura.

Y ese excelente director de bellas artes (centro derecha)también me dice, con respecto a las promesas de su predece-sor: "¿Tiene usted un convenio escrito?”

¿Son los directores de bellas artes más bajos que los máshumildes mortales de los barrios bajos de París que su pala-bra, aun ante testigos, no tiene valor sin su firma?

Por más escaso sentido de dignidad humana que unotenga, no queda nada por hacer en tales casos sino retirarse;que es lo que hice inmediatamente, no más rico de lo que eraantes.

Un año después de mi partida para Tahití (mi segundoviaje) este muy amable y delicado director, al saber -por in-termedio de cierta alma simple, sin duda, y que, aunque ad-miradora mía, todavía creía en las buenas acciones- que yoestaba en Tahití, en cama, enfermo y reducido a la más ex-trema pobreza, me envió oficialmente la suma de doscientosfrancos "a título de estímulo”

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Como podéis imaginaros, los doscientos francos fuerondevueltos al director.

Tenéis una deuda con alguien y le decís: "Vamos, heaquí una pequeña cantidad que le regalo n usted a título deestímulo".

*

Tuve intención de odiar siempre a Bouguereau, pero miodio se ha convertido en indiferencia Ludo me encontrécierta vez sonriéndole;. Ocurrió cuando fui al estableci-miento del viejo Louis, en Arlés, y me mostró orgullosa-mente su salón especial. Como artista debía yo ser un buenjuez, dijo.

En ese salón había dos ce los más hermosos premios deCoupil, una Madonna por Bouguereau y su hermana melliza,una Venus por el mismo pintor. En esta instancia el viejoLouis se había mostrado a sí mismo como un hombre degenio. Como magnífico encargado de prostibulo que era,había comprometido el arte de Bouguereau, tan alejado de larevolución, y el lugar al que justamente pertenecía.

*

¡Cabanel! Ese es otro asunto.Lo odié durante toda su vida, lo odié después de su

muerte y lo odiaré hasta mi muerte. He aquí porqué.Cuando joven, en un viaje al Sur de Francia, visité el

famoso museo de Montpellier que el señor Brias había crea-

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do, donando al mismo toda su colección. Es innecesariodecir quién era este famoso Brias, pintor y amigo de pinto-res, la desesperación de Raoul de Saint-Victor.

La parte principal del musco contenía una muy hermosacolección de maestros italianos: Giotto, Rafael, etcétera... Enel centro de la habitación había algunos Milla y bronces porBarye. De allí se pasaba a una habitación muy ancha, un ter-cio de la cual era varios escalones más alta que el resto. Allíestaba la colección personal de Brias, es decir, su selecciónde lo que eran entonces los pintores revolucionarios. ¡Oh,Roujon!

Había retratos de Brias por él mismo, por Courbet, porDelacroix y otros... Una cantidad de telas de Courbet, entreellas su gran cuadro de los bañistas... Una cantidad de estu-dios y bosquejos por Delacroix para sus grandes decoracio-nes, entre otras: "Daniel en el antro de los leones"... Unacantidad de Corots, Tassaerts, etcétera. Una tela magistralpor Chardin, un gran retrato de una noble dama sentadadelante de una mesa, bordando un tapiz. La colección entera,revolucionaria como era, fue para mí una fuente de alegría,hasta que mis ojos se clavaron en un lugar totalmente fuerade armonía, una pequeña tela que mostraba la cabeza de unhombre joven, un hermoso niño, tan hermoso como unpeluquero. ¡Estupidez y fatuidad! Autorretrato de Cabanel. .

He olvidado muchos de esos nombres. Había varias co-sas por Ingres, entre otras un cuadro famoso cuyo nombre...mi memoria me traiciona... he olvidado. Es un joven rey, queyace en cama a punto de morir con su secreto. En la alcobaestá el médico, con su mano alocada sobre la cabeza del jo-

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ven. Algunas jóvenes sirvientas pasan en fila; y ala vista deuna de ellas su corazón se; sobresalta. Es Ingres, con suacostumbrada habilidad.

Volví muchos años más tarde, en compañía de Vincenty visité nuevamente este museo. ¡Qué cambio! Había desapa-recido la mayoría de los antiguos cuadros, y en todas partessu lugar estaba ocupado por: "Adquirido por el Estado, ter-cera medalla".

Cabanel había invadido el museo, con toda su escuela.Debéis saber que Cabanel es nativo de Montpellier.

*

Odio la nulidad y el término medio.En brazos de la amada que me dice: "¡Ah, mi apuesto

Rolla, me estás matando!", no quiero verme obligado a decir:"No, no estoy en forma esta noche".

Debo tenerlo todo. No puedo conquistarlo todo, peroquiero hacerlo. Permitidme recobrar aliento y gritar una vezmás: "¡Gástate, gástate nuevamente! ¡Corre hasta quedar sinaliento y morir locamente! Prudencia... ¡cómo me aburrescon tus interminables bostezos!

La filosofía es insípida si no toca mi instinto. Es dulcesoñar con ella, con la visión que la adorna; pero no es cien-cia... o cuando mucho es ciencia en germen. Múltiple, comotodo en la naturaleza, evolucionando incesantemente, no esuna deducción de las cosas, como ciertos solemnes perso-najes querrían hacérnoslo creer, sino más bien un arma que,como los salvajes, fabricamos nosotros mismos. No se atre-

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ve a manifestarse como una realidad, sino como una imagen,incluso como un cuadro... admirable si el cuadro es una obramaestra.

El arte requiere filosofía, precisamente como la filosofíarequiere arte. De lo contrario, ¡.qué sería de la belleza?

El Coloso remonta hasta el polo, el pivote del mundo;su gran manto cobija y calienta los dos gérmenes, Serafito ySerafita, almas fértiles, uniéndose incesantemente, que salende sus nieblas boreales para atravesar todo el universo, ense-ñando, amando, creando.

¿Deseáis enseñarme qué hay de mí? Aprended antes quéhay en vosotros. Habéis resuelto el problema, yo no podríaresolverlo por vosotros. Resolverlo es la tarea de todos no-sotros.

Afanaos incesantemente. De lo contrario, ¿de qué serádigna la vida?

Somos lo que hemos sido desde el comienzo, y somoslo que seremos siempre, barcos movidos por todos losvientos.

Los marinos astutos y perspicaces evitan peligros frentea los cuales otros sucumben; en parte, sin embargo, gracias aalgo indefinible que le permite a uno vivir en las mismascondiciones en que otro, actuando de la misma manera, mo-riría.

Unos pocos utilizan su voluntad, el resto se rinde sin lu-cha.

*

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Creo que la vida no tiene significado, salvo que se la vi-va con una voluntad, por lo menos hasta el límite de su vo-luntad. La virtud, el bien, el mal no son sino palabras,excepto si se les toma separadamente a fin de construir algocon ellos; no adquieren su verdadero significado hasta que sesabe cómo aplicarlos. Entregarse en manos de su creador esanularse y morir.

San Agustín y Fortunato el Maniqueo, frente a frente,están ambos en lo cierto y en el error, pues nada puede pro-barse aquí.

Rendirse al poder del bien o al del mal es un asunto pe-ligroso, que dista de ser loable. Es la excusa...

Nadie es bueno; nadie es malo; todos son ambas cosas,de la misma manera y de diferentes maneras. Sería inútil se-ñalar esto si los inescrupulosos no estuvieran siempre di-ciendo lo contrario.

La vida de un hombre es cosa tan pequeña, y sin embar-go hay tiempo para hacer grandes cosas, fragmentos de latarea común.

Quiero amar, y no puedo.Quiero no amar, y no puedo.Arrastráis a vuestro doble con vosotros y, sin embargo,

ambos se las ingenian para llevarse bien.He sido bueno a veces; no me congratulo de ello. He si-

do malo a veces; no me arrepiento de ello.Miro a todos esos santos como un escéptico, pero para

mí no están vivos. En los nichos de una catedral tienen unsignificado: sólo allí. También las gárgolas, monstruos inol-

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vidables. Mi ojo no se aterroriza por esos infantiles objetosgrotescos.

La graciosa ojiva aligera la pesadez de la estructura; losanchos escalones invitan al curioso transeúnte a investigar elinterior. El campanario; la cruz encima; el gran crucero; lacruz en el interior. En su púlpito el sacerdote charla acercadel Infierno; en sus asientos esas damas hablan acerca de lamoda. Esto me gusta más.

Como veis, todo es serio y también ridículo. Algunoslloran, otros ríen. El castillo feudal, la choza de techo depaja, la catedral, el prostíbulo.

¿Qué se ha de hacer al respecto? Nada.Todo eso debe ser; y, al fin y al cabo, no tiene impor-

tancia. La Tierra gira todavía; todo el mundo defeca; sóloZola se preocupa por ello.

*

Quiero perpetuar a estas ninfas, con sus pieles doradas,su penetrante olor animal, sus sabores tropicales. Son aquí loque en teclas partes, lo que siempre han sido, lo que siempreserán. Ese adorable Mallarmé las inmortalizó, alegre, con suvigilante amor por la vida y la carne, junto a la hiedra de Vi-lle-d'Avray que entrelaza los robles de Corot.

*

Los cuadros y los escritos son retratos de sus autores.La mente debe tener ojos sólo para el trabajo. Cuando miraal público, el trabajo fracasa.

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Me rebelo cuando un hombre me dice: "Usted debe".Cuando la naturaleza (mi naturaleza) me dice lo mismo, mesometo, sabiendo que estoy vencido.

Decís: "¡Gastaos, gastaos nuevamente! "No tiene valor,a menos que sufráis.

Con mi propio entendimiento he tratado de construirun entendimiento superior que será el de mi vecino, si él lodesea. La lucha es cruel, pero no es en vano. Surge del orgu-llo y no de la vanidad.

Una corona señorial, una corona de ortigas, en campode azur, y como divisa: "Nada me pincha".

Es una pequeñez, pero en ello hay orgullo. Trepáis avuestro Calvario riendo; vuestras piernas vacilan bajo el pesode la cruz; al llegar a la cima hacéis rechinar vuestros dientes;luego, sonriendo nuevamente, os vengáis. ¡Gastaos nueva-mente! Mujer, ¿Qué tenemos nosotros en común? ¡Los hijos!Son mis discípulos, los del segundo Renacimiento.

¿Expiar por los pecados de los otros, cuando ellos sonpuercos? ¿lnmolaros por ésos? No os inmoléis, invitáis a laderrota.

¡Civilizados! ¿Estáis orgullosos de no comer carne hu-mana? Sobre una balsa la comeríais... ante Dios, invocándo-lo, temblorosos.

Para compensar, coméis el corazón de vuestro vecinotodos los días.

Contentaos, pues, con decir: "No lo he hecho", ya queno podéis decir con certeza: "Nunca lo haré".

Pero, Les todo esto muy tenebroso? Sí, si no sabéis có-mo reíros de ello.

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El orgullo de ser capaz de sonreír frente al dolor com-pensa ampliamente por el sufrimiento a un indio que estásufriendo torturas. Y... ¿quién fabrica las lágrimas a fin deverterlas?

Se razona, pero se es libre de hacerlo.Quizás allí reside la fuerza del común de las gentes.También en la criatura el instinto dirige a la razón.

*

Juan Jacobo Rousseau se confiesa. Es menos una nece-sidad que una idea. El hombre del pueblo es sucio pero rápi-do para limpiarse. La gente no quiere creerlo, pero fueforzada a creerlo. Es algo completamente diferente lo queVoltaire dice ala nobleza: "Sois ridículos, somos ridículos,permanezcamos ridículos. Cándido es una criatura ingenua;tiene que haber gente así... Permanezcamos lo que somos".

Santiago el fatalista está destinado a continuar siendo elsirviente.

Juan Jacobo Rousseau: eso es otra cosa.¡La educación de Emilio! Repugna a muchísima gente

honrada. Queda como la más difícil empresa que un hombrehaya intentado nunca. Yo mismo, en mi propio país, no meatrevo a pensar en ello. Aquí, iluminado por fin, lo miro,completamente tranquilo. He visto a un jefe nativo, que ha-bría sido rey de no existir la dominación francesa, pedir unode sus hijos a un colono blanco, casado con una mujer blan-ca. Por el derecho de adoptarlo estaba dispuesto a dar al

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padre, en pago, casi todas sus tierras y quinientas piastrasque había ahorrado.

Los hijos son aquí, para todos, la más grande dádiva dela naturaleza y todos quieren adoptarlos. Tal es el salvajismode los maories que he elegido. Todas mis dudas han desapa-recido. Soy y seguiré siendo esta clase de salvaje.

Aquí no se comprende al cristianismo... Felizmente, apesar de todas sus esfuerzos, unido con las leyes civilizadorasde la sucesión el matrimonio es sólo una ceremonia simula-da. El bastardo, el hijo del adulterio son, como en el pasado,monstruos que sólo existen en la fantasía de nuestra civiliza-ción.

Aquí la educación de Emilio se lleva a cabo bajo la am-plia luz instructora del sol, adoptada deliberadamente poralgunos y aceptada por el conjunto de la sociedad. Las niñas,sonrientes y libres, pueden dar a luz tantos Emilios comodeseen.

*

Los subterfugios del idioma, los artificios del estilo, Icesgiros brillantes que a veces me complacen como artista, noson apropiados para mi bárbaro corazón, que es tan duro,tan amante. Se les comprende y se trata de utilizarlos; es unlujo que armoniza con la civilización y que por sus bellezasno desdeño.

Aprendamos a emplearla y a alegrarnos atrevidamentecon ella, con la dulce música que a veces amo oír... hasta elmomento en que mi corazón pida silencio nuevamente.

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Hay salvajes que de vez en cuando se visten.

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Temo que la nueva generación, proveniente toda delmismo molde -molde demasiado lindo, en mi opinión- noserá nunca capaz de borrar su marca.

Arte por amor al arte. ¿Por qué no?Arte por amor a la vida. " "Arte por amor al placer. " "¿Qué importa, en tanto sea arte?

*

El artista a los diez, a los veinte, a los cien años de edades siempre el artista, pequeño, mediano, grande. ¿No tienesus horas, sus momentos? Siendo un hombre, y viviendo,nunca es impecable. Un crítico le dice: "Allí está el norte".Otro le dice: "El norte es el sur". Soplan sobre el artista co-mo si él fuera una veleta.

El artista muere; los herederos caen sobre su trabajo;todo se reparte: derechos de autor, subastas, y el resto. Allíqueda, completamente despojado.

Pensando en esto, me despojo a mí mismo de antema-no. Es un consuelo.

*

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Cézanne pinta un paisaje brillante: fondo ultramarino,verdes subidos, ocres resplandecientes; una hilera de árboles,con sus ramas entrelazadas, que permiten, sin embargo, unamirada sobre la casa de su amigo Zola, con sus persianascolor bermellón que parecen anaranjadas por el reflejo ama-rillo de las paredes. El verde esmeralda expresa la delicadaverdura del jardín, mientras, en contraste, las profundas no-tas de ortigas de color purpúreo, en el fondo, orquestan elsimple poema. Es en Médan.

Un pretencioso transeúnte echa una mirada atónita so-bre lo que piensa es un lastimoso revoltijo de algún aficiona-do y, sonriendo como un profesor, le dice a Cézanne: "Pintausted?”

"Ciertamente, pero no mucho...”"Oh, se ve. Mire usted, soy un ex alumno de Corot; si

usted me lo permite, puedo arreglar todo eso con unos po-cos toques hábiles. Valores, valores... ¡eso es todo!”

Y el vándalo desparrama impúdicamente sus imbecili-dades sobre la brillante tela. Grises sucios sobre sedasorientales.

"¡Qué feliz debe de ser usted, señor!", exclama Cézanne."Cuando usted hace un retrato no dudo que pone usted elbrillo en la punta de la nariz, tal como lo pinta en las patasde la silla".

Cézanne toma su paleta y, con su cuchillo, raspa todo elbarro del señor. Luego, después de un momento de silencio,suelta un tremendo... y, volviéndose hacia el señor le dice:"¡Oh!, qué alivio!”

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Mi buen tío de Orléans, a quien llamaban Zizi, porquesu nombre era Isidore y era muy pequeño, me hablaba de laépoca en que volví del Perú y vivía en casa de mi abuelo;tenía yo siete años.

De vez en cuando me veían en el gran jardín pisoteandoy arrojando lejos la arena.

"Bien, pequeño Paul, ¿qué te ocurre?" Y yo pisoteabamás fuerte, diciendo: "¡Soy un niño malo!”

Ya de criatura me juzgaba a mí mismo y sentía la nece-sidad de hacerlo saber. En otra ocasión me encontraron,inmóvil, en éxtasis silencioso ante un nogal que, junto a lahiguera, adornaba un rincón del jardín.

"¿Qué estás haciendo allí, pequeño?”"Espero que caigan las nueces". En esa época comenza-

ba a hablar en francés y, supongo porque tenía la costumbrede hablar en castellano, pronunciaba todas las letras conaparente afectación.

Poco tiempo después estaba cierto día cortando un pe-dazo de madera con un cuchillo, tallando mangos de dagas,sin la daga, todo ello pequeñas fantasías incomprensiblespara la gente mayor. Una buena anciana que era nuestra ami-ga exclamó admirada: "¡Será un gran escultor!" Esta mujerno era profeta, infortunadamente.

Me enviaron como medio pupilo a una escuela de Or-léans.

El maestro dijo: "Este chico será un idiota o un genio".No he sido ni lo uno ni lo otro.

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Cierto día regresé a casa con algunas bolitas de vidrio decolores. Mi madre se disgustó y me preguntó dónde habíaobtenido esas bolitas. Agaché la cabeza y dije que habíapermutado mi pelota de goma por ellas.

" ¿Qué?, ¡tú, mi hijo, permutando cosas!”Esta palabra "permutando", en la mente de mi madre

significaba algo vergonzoso. ¡Pobre madre! Estaba en locierto, en el sentido de que, ya de niño, había adivinado yoque hay muchas cosas que no se venden.

A los once años entré a la escuela primaria, donde hicerápidos progresos.

Leo en el Mercure las opiniones de varios escritores so-bre la educación en la escuela primaria, de la que tienen quelibrarse más tarde.

No diré, como Henri de Régnice, que esta educación noinfluyó en nada en mi desarrollo intelectual; por el contrario,pienso que me hizo mucho bien.

Además, creo que fue allí donde aprendí, desde mi pri-mera juventud, a ciliar a la hipocresía, a la virtud simulada, ala chismografía (semper tres) y a desconfiar de todo lo queera contrario a mis instintos, a mi corazón y a mi opinión.Aprendí allí también un poco del espíritu de Escobar, unafuerza que por cierto dista mucho de ser despreciable en lalucha. Allí formé el hábito de concentrarme en mí mismo,observando incesantemente lo que estaban haciendo mismaestros, confeccionando mis propios juguetes y tambiénmis propios pesares, con teclas las responsabilidades quetraen consigo.

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Pero el mío fue un caso especial; en general, creo que elexperimento es peligroso.

*

Un joven de apellido Rouart dio una conferencia enBélgica hace algún tiempo. Me gusta que los jóvenes bienintencionados, por equivocados que estén, busquen las cosasbuenas y expresen sus opiniones.

Su disertación fue elocuente, aunque no probaba nada;su opinión era que la vida intelectual de los artistas es deter-minada enteramente por las diferentes necesidades que exis-ten en cada período.

Si yo creyera que las disertaciones son de alguna utilidaden estos casos daría una conferencia dirigida a los que noson artistas, diciéndoles que "mantengan a los artistas".

¿Pero con qué derecho podéis decir a vuestro vecino:"Mantenedme"? Debéis resignaros al hecho de que algunosserán ricos y otros pobres. Durante más de treinta años heobservado los esfuerzos de tecla clase de grupos y socieda-des y nunca he visto nada que influyera, sino el esfuerzoindividual.

En la Exposición Universal de 1889 los hombres a car-go de bellas artes iban a menudo a beber al café de enfrente,al Café Volpini. Por sugestión mía las paredes de este caféhabían sido decoradas con cuadros por un pequeño grupo,del que yo formaba parte.Fue allí que Meissonier, el más grande de los pintores, segolpeó la frente y dijo: "Caballeros, ha llegado el momento

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de que los pintores seamos libres y liberales. Arrojemos lejosesta mezquina cajita nuestra con sus jurados, sus medallas,sus premios... igual que una escuela. Desde ahora en adelan-te, no más medallas, ahora que las tenemos todas. Debemosensanchar el centro de nuestra clientela y, a fin de hacerloasí, dar amplio lugar para los artistas extranjeros. Los dólaresvendrán a nosotros.

Fue una sociedad espléndida. Noruega, Suecia, los Esta-dos Unidos: los Paulsens, los Henriksens, los Harrisons,todas las mediocridades, en suma. Una verdadera invasión:impresionistas, sintetistas, liberalistas, simbolistas. Libertad,Igualdad, Fraternidad. Cada hombre con su propio "ismo".Se hubiera dicho que era un Renacimiento.

¡Los Puvis de Chavannes, los Carriéres, los Cazins, yunos pocos más, estrechando manos con los Caroluses, losBesnards, los Frapparts! Todas las sociedades exclamaron alunísono: "¡Haced lugar a los jóvenes!... ¡Pero no más meda-llas para ellos!”

Fue muy hábil, y los ingresos enormes...El señor Rouart, si no me equivoco, está incomodado

por una cosa que, a pesar de él mismo, surge de sus confe-rencias. Es la defensa de la burguesía. ¡.Por qué está intere-sado en esto?

¿Defiende Drumont al catolicismo atacando a los ju-díos?

Como veis, creo que todos somos trabajadores. Algunosse desperdician a sí mismos, otros viven exaltadamente. To-dos tenemos ante nosotros el martillo y el yunque. Es cosanuestra crear.

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Colección de artículos sobre la influencia alemana.Hay muchas respuestas que leo con interés; luego, re-

pentinamente, comienzo a reír. Brunetiére.¿Qué? ¡El Mercure se ha atrevido a dirigirse, a interrogar

a la Revue des Deur Mondes!Brunetiére se toma tanto tiempo para reflexionar que no

sabe todavía a quién dirigirse para hacerse erigir su estatua.¡Rodin, quizás! Pero su Balzac no tuvo éxito, y los Bur-

gueses de Calais son tan... rústicos.Y dice. "Todos hablan actualmente de todo, sin haber

aprendido".Pobres Rodin y Bartholomé, que creían haber aprendido

escultura. ¡Pobre Remy de Gourmont, que pensaba que ha-bía aprendido algo acerca de literatura! ¡Y nosotros, el pobrepúblico, que pensábamos que había otros artistas además delseñor Brunetiére! Es evidente que la multitud se inclina anteel hombre que tiene a su cargo las reliquias, pero, si se ha decreer a la fábula, a veces las reliquias son demasiado pesadasy os ahogáis.

Felizmente no fui interrogado, pues -sin modestia- yo,que nunca he aprendido nada, habría estado tentado de re-plicar que Corot y Mallarmé fueron buenos franceses. En talcaso, me sentiría singularmente fortificado en la actualidad.

No soy erudito, pero creo que hay gente que es erudita.También creo que algún día algún erudito descubrirá la dife-rencia exacta en peso entre genio y talento.

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D I A R I O I N T I M O

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Me parece que justamente ahora el genio inferior sehunde, y el talento superior sube.

Haré como el señor Brunetiére. Comenzaré a reflexio-nar, reflexionaré tanto que no me atreveré más a sostener unpincel o a escribir cosa alguna. Se debe ser prudente.

No dejéis de usar sombrero o de lo contrario el geniovolará.

Junto a mi ventana, aquí, en Atuana, en las Marquesas,todo se está tornando oscuro. Han terminado las danzas,han cesado las suaves melodías. Pero no hay silencio. En uncrescendo el viento acomete a través de las ramas, comienzala gran danza, el ciclón está en plena actividad. El Olimpoentra en liza; Júpiter nos envía sus rayos, los Titanes hacenrodar las rocas; el río se desborda.

Inmensos árboles del pan son derribados, los cocoterosinclinan sus espaldas y sus copas barrea la tierra. Todo huye:rocas, árboles, cadáveres, arrastrados hacia el mar. 1Quéorgía apasionada la de los dioses coléricos!

Regresa el sol; los altísimos cocoteros levantan nueva-mente sus penachos; lo mismo hace el hombre. Ha pasado elgran miedo; retorna la alegría; el mar sonríe como una criatu-ra.

La realidad de ayer se torna fábula y se la olvida.

*

Es tiempo de terminar toda la charla. La impaciencia dellector aumenta y acabaré, pero no sin escribir al final un pe-queño prefacio.

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P A U L G A U G U I N

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Pienso (en otro sentido que el de Brunetiére) que ac-tualmente la gente escrita demasiado. Lleguemos a un enten-dimiento sobre este tema.

Hay muchos, muchísimos que saben cómo escribir; estoes indiscutible. Pero muy pocos, extremadamente pocostienen idea alguna de lo que es el arte de escribir, ese arte tandifícil.

Lo mismo es cierto para las artes plásticas, y sin embar-go todos han metido mano en ellas.

No obstante, es deber de todos probar, practicar.Junto al arte, arte puro -concedida la riqueza de la inteli-

gencia humana y todas sus facultades- hay muchas cosas quedecir, .y deben ser dichas.

Este es todo mi prefacio. No era mi deseo escribir unlibro que tuviera` la más mínima apariencia de obra de arte(no sería capaz de escribirlo);pero como hombre bien infor-mado de muchas cosas que he visto, leído y oído en todo elmundo, el mundo civilizado y el bárbaro, he querido escribirdesnudamente intrépidamente, desvergonzadamente... todoesto.

Es mi derecho. Y los críticos no pueden impedirlo, poratroz que sea.

Atuana, Marquesas, enero febrero de 1903