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EL SILENCIO CÓMPLICE DE NICOLAS SARKOZY POR TÉMORIS GRECKO DESDE KIGALI, RUANDA GENOCIDIO EN RUANDA Desplazados tutsis en un campo de refugiados en Ruanda, en 1994. En el genocidio de ese año, fueron asesinadas unas 800 mil personas.

Genocidio en Ruanda. El silencio cómplice de Nicolas Sarkozy

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Un reportaje de Témoris Grecko publicado en Esquire Latinoamérica, mayo de 2010.

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E L S I L E N C I O C Ó M P L I C E

D E N I C O L A S S A R K O Z Y

P O R T É M O R I S G R E C K O

D E S D E K I G A L I , R U A N D A

GENOCIDIOEN RUANDA

D e s p l a z a d o s t u t s i s e n u n c a m p o d e r e f u g i a d o s e n R u a n d a , e n 1 9 9 4 . E n e l g e n o c i d i o d e e s e a ñ o , f u e r o n a s e s i n a d a s u n a s 8 0 0 m i l p e r s o n a s .

n nombre del pueblo de Francia, presento mis respetos a las víctimas del genocidio contra los tutsis. La huma-nidad preservará para siempre la memoria de estas víc-timas y su sufrimiento”. Como todos los mandatarios que recorren el Memorial del Genocidio ubicado en Kigali, la capital de Ruanda, el presidente francés Ni-

colas Sarkozy dejó una nota emotiva en el libro de visitas el 25 de febre-ro pasado. Éste era un momento de especial importancia, sin embargo. Se trataba de la primera vez que un gobernante galo visitaba Kigali des-pués de la matanza de 800 mil tutsis y hutus moderados en 1994.

Uno de los anfitriones de Sarkozy, la ministra ruandesa de Asuntos Exteriores, Louise Mushikiwabo, celebró el encuentro: “Para nosotros no hay duda de que se trata de una reconciliación.” Era la posición ofi-cial de su país. Pero no todos estaban de acuerdo. Su otro acompañante, el ministro ruandés de Juventud, Cultura y Deportes, Joseph Habineza, dijo a la prensa: “Si [Sarkozy] pidiera perdón, sería mucho mejor.”

Durante 16 años, Francia se ha negado a admitir que otorgó entre-namiento, armas, dinero y cobertura diplomática a los genocidaires (“genocidas”, la palabra francesa que se usa para nombrar a los hutus asesinos) y que, cuando éstos fueron derrotados militarmente, les abrió una vía de escape hacia el vecino Congo. Varias investigaciones perio-dísticas y oficiales lo han demostrado, e incluso hay testimonios de que soldados franceses abrieron fuego en apoyo de los hutus. Sarkozy de-be “llamar las cosas por su nombre y reconocer el rol de Francia en el genocidio”, exige Theodore Simburudali, director de Ibuka, la asocia-ción de sobrevivientes del genocidio.

El presidente francés admitió que hubo “errores de evaluación” —“una ceguera”— que permitieron esta tragedia, pero diluyó la res-ponsabilidad de Francia al referirse en general a “la comunidad inter-nacional” como la que se equivocó. Antes que él, líderes en ejercicio como el ex presidente de Estados Unidos (eu) Bill Clinton, el ex secre-tario general de la onu Kofi Annan y el ex primer ministro belga Guy Verhofstadt, pidieron perdón solemnemente.

En cambio, Sarkozy mostró su talento para poner la cara dura cuan-do el guía que lo condujo por el memorial le sugirió públicamente que se disculpara, y cuando en una conferencia de prensa los periodistas le preguntaron por qué no lo hacía: “No vinimos aquí a divertirnos ni a jugar con las palabras”, evadió.

Sarkozy está a la defensiva, y no por los cuestionamientos de víctimas y reporteros. Desde la Segunda Guerra Mundial, Francia ha ido per-diendo presencia en África y resiente la competencia de Gran Bretaña y eu. Un aspecto poco conocido del genocidio en Ruanda es que ocurrió en el marco de una disputa entre estos poderes por conservar (en el ca-so francés) o adquirir (por parte de los anglosajones) influencia en este país, que tiene una posición estratégica en África Central.

La derrota hutu fue también la de Francia, y la victoria tutsi, la de Lon-dres y Washington. El líder tutsi y presidente ruandés desde 1994, Paul Kagame, ha ordenado reemplazar el uso del francés (que coexiste con el idioma local kinyarwanda) por el del inglés y, a partir del siguiente curso escolar, todas las clases se impartirán en esta última lengua.

Más aún, desde noviembre de 2009, Ruanda es el único país todavía francófono que es miembro de la Comunidad Británica de Naciones, que agrupa a las ex colonias inglesas. Y por si fuera poco, las empresas chinas compiten con las francesas por la explotación de los recursos naturales de África. Sarkozy está dispuesto a hacer casi todo por recu-perar la iniciativa. Pero pedir perdón parece demasiado.

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¿La Suiza de África?

Ruanda es un país minúsculo y sobrepoblado (diez millones de habitantes en 26 mil km2). Hay mucha gente que, cuando escucha hablar de él, piensa en el genocidio como si estuviera ocurriendo ahora. Yo me sorprendí desde que llegué: los guardias aduanales revisaron el equipaje de los pasajeros del autobús, en busca no de drogas ni de armas, sino de bolsas de plástico. Están prohibidas a causa de la contaminación que producen, y sólo se usan las de papel. Es una manera de enfatizar el compromiso con la reconstrucción: el presidente Kagame quiere convertir a Ruanda en la “Suiza de Áfri-ca”, un oasis en una de las regiones del mundo más violentas, don-de las empresas extranjeras puedan establecerse y operar.

Lo llaman el país de las mil colinas porque apenas hay terrenos llanos, y esto lo hace muy bello. Predominan los colores verde in-tenso de la vegetación y rojo de la tierra y de los techos de las casi-tas. En esa mañana en que llegué desde Uganda, la neblina se estaba levantando para dejar ver los cerros salpicados de chozas, las sua-ves pendientes y las cumbres como si fueran un difuso tablero de ajedrez: donde la tierra estaba lista para sembrar, cuadros rojos; donde los cultivos crecían, cuadros verdes.

En comparación con el caos de Kampala (Uganda) y la locura de Goma (República Democrática del Congo), Kigali parece la más eu-ropea de las ciudades africanas o, ya encarrerados, la más africana de las ciudades europeas. Asentada sobre colinas, no hay un papel tirado en las calles ni un puestucho de comida, todo está bien pavi-mentado, uno camina en la noche sin sentirse en peligro, el tráfico se mueve ordenadamente y se diría que todo es armonía.

Al ver este panorama, resulta difícil creer que hace unos años en cada esquina había bloqueos de milicianos hutus que asesinaban brutalmente a los tutsis. Fui a beber una cerveza en el Hôtel des Mi-lle Collines (el de la película Hotel Rwanda), donde un heroico ge-rente protegió a decenas de personas aterrorizadas a quienes los milicianos hutus querían destazar. Era un día azul y huéspedes y visitantes jugaban en la piscina.

f o t o s : a f p

Sarkozy debe llamar las cosas por su nombre y

reconocer el rol de Francia en el genocidio”, exige Theodore Simburudali.

Esa misma tarde, una bella joven se quedó sin habla. Me había preguntado sobre mis viajes anteriores y de alguna forma le men-cioné la cicatriz de diez centímetros que tengo en el vientre. Quiso verla, me desabotoné la camisa y ella entró en pánico. Le pedí que me explicara qué le sucedía pero estaba trabada, no podía articu-lar. Lo único que logró hacer fue tomar su teléfono móvil y teclear cuatro dígitos. Me mostró la pantalla: “1994.”

El gobierno de Kagame decretó el fin de las distinciones étni-cas. Las palabras “tutsi” y “hutu” desaparecieron de los documen-tos de identidad. Hoy, dice el presidente (en inglés), no hay más que ruandeses. Hablar con la gente sobre el pasado es muy difícil no sólo por el trauma, sino porque preguntarle a alguien si es hutu o tutsi es tabú. ¿Cómo saber quién estaba del lado de las víctimas y quién del lado de los verdugos?

M i e m b r o s d e l M o v i m i e n t o P a n a f r i c a n o s e m a n i -f i e s t a n e n K a m p a l a , U g a n d a , p a r a p e d i r q u e s e i n v e s t i g u e a F r a n c i a p o r e l g e n o c i d i o d e R u a n d a .

U n o d e l o s c a m p o s p a r a r e f u g i a d o s t u t s i s q u e f u e r o n a b i e r t o s e n 1 9 9 4 .

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f o t o s : a p , a f p y l a t i n s t o c k / c o r b i s

En 1956, el mwami (rey) Rudahiwga, un tutsi que era el “sobera-no” de Ruanda (aunque la autoridad real era de los belgas), pidió la independencia. Para acabar con la rabia, la potencia colonial deci-dió deshacerse del perro: desplazó a los tutsis del poder y se alió con los hutus. Una “revolución hutu”, en 1959, provocó un primer geno-cidio de entre 20 mil y 100 mil tutsis. Otros 150 mil tutsis tuvieron que escapar a los países vecinos, especialmente Uganda.

Cuando Bélgica por fin concedió la independencia en 1962, en-tregó el poder al hutu Grégoire Kayibanda quien, como presidente, impuso leyes que limitaban las posibilidades de trabajo y educación de los tutsis. Los conflictos continuaron por décadas hasta que, en 1990, Paul Kagame y sus guerrilleros tutsis del Frente Patriótico Ruandés (fpr) invadieron el país desde Uganda.

El presidente ruandés desde 1973, el general hutu Juvénal Hab-yarimana, obtuvo el apoyo de tropas de Francia, Bélgica y el Con-go para detener la ofensiva. Con esta ayuda externa, los soldados y las milicias hutus pudieron lanzar ataques contra civiles tutsis y contra hutus moderados, que dejaron decenas de miles de personas asesinadas con machetes, garrotes o piedras. Una nueva ola de 250 mil refugiados escapó a países vecinos. El Consejo de Seguridad de la onu estableció una Mision de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (unamir) para tratar de mantener la paz.

A la mañana siguiente, un hombre educado y con excelente in-glés se sentó a desayunar conmigo en el restaurante de mi hostal. “¿Sabes lo que es estar en medio de una guerra en la que no entien-des lo que sucede?”, dijo. “Imagina que tienes muchas preguntas y buscas respuestas en los ojos de los demás. Ellos te miran y crees que te están dando pistas, tú actúas en consecuencia y después des-cubres que no, nadie te estaba explicando nada”.

El comentario era críptico y yo no sabía cómo profundizar sin ha-cer preguntas brutales. Cometí un error al calcular su edad en 28 años. “Pero tú debes haber sido muy chico en 1994, tendrías 11 o 12 años”, le dije. “Tengo 37”, corrigió. La edad de muchos de los mili-cianos de Interahamwe. Pudo haber sido uno de los perseguidos... o de los perseguidores. Mi deseo de preguntarle no logró abrir mi boca. Él tenía los ojos clavados en los míos, sus pupilas eran un pozo de significados que yo no podía adivinar. En el fondo había sangre.

Cien días de locura

La división étnica entre hutus y tutsis es un invento trágico de los belgas. Ruanda fue colonizada por los alemanes a fines del siglo xix y, tras la derrota del Reich en la Primera Guerra Mundial, entregada a Bélgica para su explotación. Estaba habitada por un solo pueblo, que hablaba una sola lengua y tenía una sola cultura. Había diferen-cias de clase, sin embargo: la gente acomodada era llamada tutsi y los demás, hutus. Un hutu que acumulara riqueza pasaba a ser tut-si, y lo mismo ocurría en sentido inverso.

En los años 30, mientras los nazis establecían perfiles raciales en Europa, los belgas hicieron lo mismo en Ruanda, Burundi y Congo: primero impusieron que todo aquel que tenía diez cabezas de ga-nado o más, pertenecía a la “tribu” tutsi, y los que tenían menos, a la hutu. Ya nadie podría cambiarse de “etnia”. Y pusieron en mar-cha un proyecto para demostrar que había diferencias físicas en-tre ambos grupos: midieron cráneos, narices y estaturas, tal como hacían los nazis con arios y judíos.

Divide y vencerás. Al congelar la división entre hutus (85 por cien-to de la población) y tutsis (14 por ciento), los belgas cancelaron las posibilidades de ascenso social y económico de los primeros y garan-tizaron la primacía de los segundos, con quienes establecieron una alianza para mantener el control del país. Esto provocó un enorme resentimiento entre los hutus. Algunos tutsis tuvieron la oportunidad de educarse en Europa y se expusieron a las ideas anticolonialistas e independentistas de la época, que llevaron al desmantelamiento de los imperios francés y británico, en los años 50 y 60.

I z q u i e r d a : S a r k o z y d u r a n t e s u v i s i t a a l M e m o r i a l d e l G e n o c i -d i o . A b a j o : E l c u a r t e l d o n d e l o s c a s c o s a z u l e s b e l g a s d e l a o n u f u e r o n m a s a c r a d o s e n 1 9 9 4 .

F r a n ç o i s M i t t e r r a n d d u r a n t e u n e n c u e n t r o c o n J u v é n a l H a b y a r i m a -n a , e l p r e s i d e n t e h u t u a s e s i n a d o .

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Esto fue lo que le brindó la coartada a Sarkozy para disimular la responsabilidad francesa. Al conducirlo por el museo, el guía lo llevó frente a una foto donde su antecesor, François Mitterrand, y Habyarimana apa-recen juntos. En el audio correspondiente, una voz afirma (en inglés): “Los franceses estuvieron involucrados de muchas mane-ras en el entrenamiento del ejército ruandés y la milicia Interahamwe.” Sarkozy escuchó y siguió adelante sin hacer un gesto. Pasó de largo una foto de un soldado blanco que detiene a un africano. Según el texto expli-cativo, es un militar francés que ayuda a los hutus a identificar y separar a los tutsis pa-ra su ejecución. Al llegar frente a una ima-gen de Annan, el guía señaló la foto, miró al francés y dijo: “Él... él pidió perdón.” Ni una reacción. La comitiva continuó, salió del museo y llegó a las fosas comunes don-de yacen alrededor de 250 mil víctimas del genocidio. Sarkozy guardó un minuto de si-lencio y depositó una ofrenda floral.

“Hubo un serio error de juicio, una espe-cie de ceguera, cuando no pudimos anticipar las dimensiones genocidas del gobierno [hu-tu de Ruanda]”, declaró Sarkozy a la prensa. “Aquí se cometieron errores de evaluación y errores políticos, y ello condujo a conse-cuencias absolutamente trágicas”. Enton-ces, los franceses no “anticiparon” lo que ya se sabía que estaba ocurriendo: los hechos de 1994 fueron la continuación de una ope-ración de limpieza étnica que estaba en mar-cha desde 1959, y que registró masacres de tutsis en 1991, 1992 y 1993. La pregunta es: ¿A quiénes se refería Sarkozy cuando dijo “no pudimos”? ¿Al gobierno francés, a los euro-peos, al Consejo de Seguridad de la onu?

Otros fragmentos de sus declaraciones despejan la incógnita: “Lo que ocurrió aquí es inaceptable y fuerza a la comunidad in-ternacional, Francia incluida, a reflexionar sobre los errores que evitaron que anticipa-ra y detuviera este crimen terrible.” En otras palabras, Francia tiene responsabilidad ge-neral como parte de la comunidad interna-cional, pero no hay admisión alguna de su papel individual.

En su columna en el diario británico The Daily Telegraph, el periodista Nile Gardiner escribió: “Los franceses son los primeros en darle al mundo lecciones de derechos hu-manos, o en condenar el uso de la fuerza por otras potencias, pero no reconocen que en el pasado han implementado su propia po-

Hubo un serio error de juicio cuando no pudimos anticipar las dimensiones genocidas del

gobierno hutu de Ruanda”, declaró el presidente francés a la prensa.

f o t o s : a f p , a p y l a t i n s t o c k / c o r b i s

Uganda, un país que fue colonia británi-ca, ayudó a reorganizar y reequipar al fpr. El gobierno hutu de Ruanda acusó a Washing-ton y Londres de financiar esta operación. El fpr volvió a atacar en 1993, llegó a 25 ki-lómetros de la capital y puso a Habyarima-na contra las cuerdas. La onu promovió un alto al fuego y negociaciones que pronto se estancaron. Cuando reiniciaron los comba-tes, Francia envió tropas con el propósito de “proteger a los ciudadanos extranjeros”. El fpr denunció, sin embargo, que los franceses les estaban dando entrenamiento y armas al ejército ruandés y a Interahamwe (“los que matan juntos”, la milicia hutu).

Las cosas iban mal para Habyarimana, quien tuvo que proponer la reapertura de las negociaciones para compartir el poder. El 6 de abril de 1994, el avión en el que via-jaba con su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, fue derribado por un misil tie-rra-aire cuando aterrizaba en el aeropuerto de Kigali. Los hutus acusaron al fpr de ha-berlo hecho. La postura de Kagame, reforza-da por una investigación oficial presentada en 2008, es que los extremistas hutus mata-ron a Habyarimana para tener un pretexto con el que lanzar una ofensiva general con-tra la población civil tutsi.

Los genocidaires (que desde la Radio TV Libre des Mille Collines hacían llamados violentos a matar tutsis, a quienes llamaban “cucarachas”) no tardaron en atacar. El co-ronel Théoneste Bagosora, uno de los au-tores intelectuales del genocidio, ordenó el asesinato de la primera ministra Agathe Uwilingiyimana, una hutu “moderada” que prefería un acuerdo pacífico, y el de diez sol-dados belgas de la misión de paz de la onu. Bagasora logró así que Bélgica retirara su contingente militar y debilitara a los cas-cos azules de unamir.

Escuadrones de la muerte del ejército y de Interahamwe recorrieron ciudades y aldeas en busca de tutsis y de los hutus que no se su-maran a la persecución. Las calles de Kigali se atascaron de cadáveres mutilados que se pudrían ahí mismo. Miles de personas que buscaron refugio en iglesias católicas fue-ron entregadas por los curas y las monjas. Varios templos fueron quemados o derriba-dos con los fieles dentro de ellos.

Según el periodista estadounidense Phi-lip Gourevitch, autor del libro Queremos informarle que mañana seremos asesinados con nuestras familias: Historias de Ruan-da, “Los muertos se acumularon a un ritmo casi tres veces más veloz que el de judíos muertos durante el Holocausto. Se trata de los asesinatos en masa más eficientes des-de las explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki”. Fueron 100 días de una locura sangrienta con saldo de entre 800 mil y un millón de víctimas (30 mil niños y niñas en-tre ellos), hasta la victoria militar del fpr.

Sin mea culpa

En el Memorial del Genocidio se expresa el enorme resentimiento que los ruandeses guardan hacia el mundo por dejar que esta tragedia ocurriera. El teniente general Ro-méo Dallaire, comandante de la unamir, pi-dió refuerzos con los que pensaba que podría detener las matanzas e imponer el orden, pe-ro el enfrentamiento de las potencias en el Consejo de Seguridad de la onu retardó la to-ma de una decisión durante meses y cuan-do finalmente aprobó el envío de más cascos azules, en julio de 1994, los extremistas hu-tus ya habían sido derrotados. En los muros donde se explica con detalle —a través de textos, grabaciones, fotografías y videos— cómo fue que esto sucedió, se da cuenta de los mea culpa de Clinton y Annan.

m ay • 1 0100

CLAROSCUROS Los logros del gobierno de unidad nacio-

nal (que incluye a tutsis y hutus) de Paul

Kagame son sorprendentes. El mejor

ejemplo es la convivencia pacífica a lo

largo de 16 años. Salvo las incursiones

de extremistas hutus desde el Congo y

algunos atentados menores, Ruanda es

un espacio de estabilidad económica: el

producto interno bruto creció un 11.2 por

ciento en 2008 y al año siguiente, como

consecuencia de la crisis global, un 5.5

por ciento. Se invierte en infraestructura,

educación, agricultura y en preservar el

medio ambiente, y los donantes interna-

cionales (principalmente Estados Unidos

y Gran Bretaña) aportan más dinero

porque no han detectado corrupción. La

mitad de los puestos en el gabinete y el

parlamento están ocupados por mujeres.

Esta moneda tiene dos caras, por

supuesto. Aunque en el discurso Kaga-

me defiende valores democráticos de

estilo occidental, en la práctica se ha

mantenido en el poder durante todo este

tiempo gracias a una presión perma-

nente sobre posibles rivales. Con vistas

a las elecciones generales de agosto

próximo, su Frente Patriótico Ruandés

ha estrangulado los espacios de acción

de otros partidos políticos, cuyos líderes

se quejan de acoso. Uno de ellos incluso

pidió asilo en Sudáfrica.

La prensa independiente casi ha de–

saparecido. Un informe del Comité para

la Protección de Periodistas, una ong

internacional, dado a conocer en febrero

pasado, denuncia que al menos diez

comunicadores han sido forzados a mar-

charse de Ruanda por no asumir la línea

oficialista. Todos los diarios independien-

tes han cerrado y de los dos semanarios

críticos que había, sólo queda uno: el

otro anunció en 2009 que adoptaría una

actitud de apoyo al gobierno.

Un reproche más es que el fpr no ha

asumido sus propios crímenes de guerra,

como su posible responsabilidad en el

derribo del avión del presidente hutu

Juvénal Habyarimana (un juez francés

ha pedido el arresto de ocho personas

cercanas a Kagame) y el asesinato de

miles de civiles hutus inmediatamente

después del genocidio. El gobierno ruan-

dés tampoco ha admitido su responsa-

bilidad por sus repetidas intervenciones

militares en el Congo.

K o f i A n n a n , e x s e c r e t a r i o g e –n e r a l d e l a o n u , s e d i s c u l p ó p o r e l g e n o c i d i o d e R u a n d a .

N i c o l a s S a r k o z y s e r e u n i ó c o n P a u l K a g a m e , p r e s i -d e n t e d e R u a n d a , e n K i g a l i .

E n e l M u r a l d e l G e n o c i d i o e s t á n e x h i b i d a s l a s f o t o s d e a l g u n a s d e l a s v í c t i m a s .

U n g r u p o d e m a e s t r o s r u a n d e s e s r e c i b e c a p a c i t a c i ó n p a r a e n s e ñ a r e n i n g l é s , q u e s u s t i t u y ó a l f r a n c é s c o m o i d i o m a o f i c i a l .

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f o t o : e f e

Estableció también la culpabilidad de una treintena de altos funcionarios franceses, entre ellos, el difunto ex presidente Mitte-rrand, su hijo Jean-Christophe (quien es-taba a cargo de la secreta “Célula África”, que maneja las redes francesas de poder en el continente), el ex ministro de Exteriores Alain Juppé y el ex primer ministro Domini-que de Villepin. Varios trabajos periodísti-cos realizados tanto por franceses como por anglosajones han expuesto que los galos no sólo apoyaron a los genocidaires antes y du-rante sus ataques, sino que luego los ayuda-ron a escapar y provocaron, indirectamente, millones de muertes en el vecino Congo.

Esto último pasó durante la “Operación Turquesa”. De pronto, los franceses se con-virtieron en los salvadores. El Consejo de Seguridad aprobó el refuerzo de los cascos azules hasta julio pero, antes de eso, en junio, París se las ingenió para que el organismo avalara el envío de tropas francesas de emer-gencia. La mayoría de las notas periodísticas sobre la visita de Sarkozy incluyen la ano-tación, difundida por su equipo de prensa, de que él no ocupaba un cargo ejecutivo en Francia en 1994. Lo que no se menciona es que en junio de ese año, Sarkozy apareció en televisión para explicar en nombre del go-bierno francés (en su calidad de vocero del gabinete del primer ministro Édouard Ba-lladur, que desempeñó de 1993 a 1995) que el objetivo de Turquesa era establecer zonas de protección para los refugiados.

Es posible que Sarkozy no haya sabido que el ejército francés en realidad pretendía pro-teger las porciones de territorio ruandés que aún estaban bajo control hutu, con el fin de evitar que los tutsis del fpr alcanzaran el con-trol total del país, proclamaran la victoria y obtuvieran reconocimiento internacional. A fin de cuentas, la “Zona Turquesa” de los franceses sirvió para abrir un corredor por el que los milicianos de Interahamwe pudieron escapar al Congo, para reorganizarse allá ba-jo un nuevo nombre (Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda, fdlr) y lanzar una nueva ofensiva contra el fpr.

Sobrevientes del genocidio han presenta-do en cortes francesas acusaciones contra el ejército francés, por cargos de “complicidad en genocidio y/o complicidad en crímenes contra la humanidad”, ya que sus unidades, afirman, ayudaron a los genocidaires a loca-lizar a sus víctimas e incluso llevaron a cabo ataques contra tutsis que resistían con ar-

“Voy a olvidar el francés

porque me da asco”, afirma la ruandesa Elizabeth

Nzeyimana. “Mis hijos sólo están

aprendiendo inglés

Kagame y muchos tutsis del fpr son hi-jos de familias que escaparon a la anglófo-na Uganda tras las primeras masacres, entre 1959 y 1962 y, por lo tanto, hablan más inglés que francés. En París, el conflicto era visto como uno entre hutus francófonos e inva-sores tutsis anglófonos, pese a que un 14 por ciento de la población ruandesa son tutsis francófonos. Los gobiernos franceses, sigue Prunier, “ven el mundo entero como un cam-po de batalla entre Francia y los anglosajo-nes. Es la razón principal, y prácticamente la única, por la cual París intervino tan rápi-da y profundamente en la crisis ruandesa”.

“Cuando el presidente [Jacques]Chirac se opuso tan teatralmente a los deseos de Geor-ge Bush de invadir Irak, en 2003, en Ruanda nos sonó a burla”, me dijo Elizabeth Nzeyi-mana, gerente del hostal donde me hospe-daba y sobreviviente del genocidio. “¿Por qué sentía Chirac que Francia tenía autori-dad moral para asumirse como defensora del bien y del derecho internacional? ¡Las balas que nos mataron eran francesas! ¡Los solda-dos franceses nos dispararon!”.

Complicidad disfrazada

En 1998, una investigación del parlamento francés eximió a su propio gobierno de toda responsabilidad en el genocidio de Ruanda. En contraste, la Comisión Mucyo, a la que el gobierno ruandés encomendó investigar la participación de Francia en los hechos de 1994 y que presentó un informe de 500 pági-nas en 2008, documentó cómo fue que, den-tro de la “Zona Turquesa” de “protección” que habían establecido, las tropas francesas del capitán Marin Gillier permitieron que los milicianos hutus atacaran y asesinaran a cientos de tutsis que se habían refugiado en las colinas. En áreas bajo el control de los galos, los extremistas establecieron contro-les carreteros para interceptar a los tutsis y hutus moderados para asesinarlos.

El reporte Mucyo acusó a las fuerzas fran-cesas de atacar y matar a tutsis que se defen-dían, y a soldados galos de haber cometido violaciones sexuales contra sobrevivientes.

lítica exterior con un escandaloso desin-terés por el sufrimiento humano.”

Los franceses siempre han visto a las ex colonias de su país en África como su “patio trasero”, porque “todas las gallinas cacarean en francés”, dice Gérard Prunier, un histo-riador francés experto en el continente afri-cano. “Hay un alto grado de simbiosis entre las élites de Francia y las de los países fran-cófonos africanos. Y los archienemigos de esta relación son los anglosajones”.

A g a t h e H a b y a r i m a n a , v i u d a d e l e x p r e s i d e n t e r u a n d é s , f u e d e t e n i d a e n F r a n c i a .

m ay • 1 0102

f o t o : a f p

cos y flechas. Jacques Bihozagara, ex em-bajador de Ruanda ante Francia, testificó: “El objetivo de la Operación Turquesa sólo fue proteger a los perpetradores del geno-cidio, porque éste continuó incluso dentro de la Zona Turquesa.”

Esto permitió que los extremistas conven-cieran a miles de hutus de que los tutsis se vengarían masivamente con un nuevo geno-cidio, y de esa forma se los llevaron al Congo. Hoy, los campamentos donde están haci-nados son controlados por las fdlr, que los usan como centros de reclutamiento. Desde ahí, han realizado numerosas incursiones de ataque contra comunidades ruandesas.

La determinación del gobierno de Kaga-me de eliminar esta amenaza ha significado varias invasiones al país vecino, la aparición de más milicias asesinas, la intervención de otras siete naciones, el saqueo indiscrimi-nado de los recursos naturales y la muerte

yemana, un doctor acusado de haber masa-crado tutsis en la ciudad de Butare, que vivió tranquilamente en Francia durante década y media, fue arrestado para ser sometido a juicio de extradición a Ruanda. Después, en su visita al Memorial de Kigali, Sarkozy di-jo: “Queremos que se encuentre y castigue a los responsables del genocidio, en eso no hay ambigüedad. ¿Hay algunos en Francia? To-davía falta que el sistema judicial decida.”

En un editorial, The New Vision, el diario ruandés que representa los puntos de vista del gobierno, festejó el 26 de febrero: “Es-ta declaración sin duda tendrá que darles noches de insomnio” a los asesinos. El 2 de marzo, Agathe Habyarimana, viuda del pre-sidente hutu asesinado, fue detenida al sur de París, para ser interrogada sobre su papel en el genocidio; la liberaron bajo fianza.

La ofensiva diplomática de Sarkozy se en-marca en una declaración que hizo en Sene-

los avances de China, y Ruanda es vital para ello”, afirma Pap Ndiaye, especialista en his-toria negra en la Escuela de Estudios Avan-zados en Ciencias Sociales en París.

Francia mantiene en África compromisos económicos y militares demasiado onerosos, y Sarkozy quiere trasladar las responsabili-dades de seguridad a socios estables. Como un poder central en una zona problemática, Ruanda es fundamental para este proyecto. Su ingreso en la Comunidad Británica de Na-ciones y en la Comunidad del África Orien-tal, también compuesta por ex colonias de Gran Bretaña, pone a los franceses en riesgo de quedar excluidos de la región.

Esto es un elocuente reflejo de la pérdida de importancia de París. “Chirac y Mitte-rrand tenían la ambición de mantener una esfera de influencia”, explica en Nairobi (Ke-nia) François Grignon, director del programa para África del International Crisis Group, un think tank estadounidense. “Hoy, la am-bición de Sarkozy va poco más allá de alcan-zar acuerdos económicos. En cierta forma, eso es bueno, porque representa una nor-malización de relaciones. También signifi-ca que Francia ha dejado de ser una abogada para África, ya no es líder”.

La visita de Sarkozy a Ruanda duró cuatro horas, de las que una se consumió en el Me-morial del Genocidio. Ahí pudo comprobar que los letreros explicativos están en inglés y kinyarwanda. Los audios y los videos, en inglés solamente, salvo algunos testimonios dolorosos en la lengua local. El presidente fue recibido en inglés y posiblemente notó que, en las calles, el francés está desapare-ciendo, como ocurre también en ex colonias galas tan diferentes entre sí como Líbano y Vietnam. Lo único que escuchó en francés, repetidas veces, fue la palabra genocidaires. Tuvo la oportunidad de ganar simpatías pa-ra su país con un reconocimiento completo y sincero de la responsabilidad francesa. Sin embargo, se dio por satisfecho con la admi-sión incompleta de un error colectivo.

“Nos quedamos esperando ese gesto, ojalá llegue algún día”, dice Theodore Simburu-dali, de la asociación de sobrevivientes. “Voy a olvidar el francés, me da asco”, afirma mi anfitriona, Elizabeth Nzeyimana. “Mis hi-jos sólo están aprendiendo inglés”. Tal vez a Sarkozy le duela ser incapaz de detener la caí-da de la importancia internacional de Fran-cia. Pero una cosa es perder influencia y otra, impensable, dejar de lado el orgullo.

gal en 2007, poco después de llegar al poder: entonces prometió que Francia tendría una nueva “asociación” con África para “exorci-sar los viejos demonios del clientelismo, el paternalismo y la ayuda” que han caracteri-zado la relación con sus antiguas colonias. Se trataba de terminar con Françafrique (Fran-ciáfrica), como se conoce a la red semisecre-ta de políticos, empresarios, altos oficiales militares, espías y mercenarios con la que Francia ha sostenido a regímenes corrup-tos y autoritarios, para promover sus inte-reses políticos y económicos.

Sarkozy se ha comprometido a terminar con este esquema. “Le interesa recentrar y fortalecer los lazos económicos y de negocios con África, especialmente para contrarrestar

—por bala, machete, violación o hambre— de entre cinco y siete millones de congoleses.

Muchos extremistas hutus pudieron lle-gar a Europa. “Durante 15 años, Francia ha sido un refugio para genocidaires acusados”, afirma Alain Gauthier, presidente del Colec-tivo de Partes Civiles para Ruanda, un gru-po de abogados que defiende a las víctimas del genocidio y que ha denunciado en cortes francesas a 16 ruandeses, a los que acusa de haber participado en las matanzas.

El orgullo está primero

La inmunidad de la que han gozado has-ta ahora estos individuos le dio a Sarkozy un instrumento de negociación con el que agradar a Kagame. En enero, Sosthene Mun-

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