Gerard de Nerval Aurelia

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  • La edicin de esta obra fue posible gracias la colaboracin de la Embajada de Franciaen Mxico, en el marco del Programa de Apoyo a la Publicacin "Alfonso Reyes" del

    Ministerio francs de Relaciones Exteriores.

    2010, Herederos de Xavier Villaurrutia, por el prlogo 2010, Herederos de Agustn Lazo, por la traduccin

    Ttulo original: Aurelia ou Le rve el la vie, 1855Primera edicin en Mxico: Nueva Cvltvra, 1942Primera edicin en Biblioteca Era: 2010ISBN: 978-607-445-026-2DR 2010, Ediciones Era, S.A. de C.V.Calle del Trabajo 31, 14269 Mxico, L). F.Impreso y hecho en MxicoPnnled and maile. in Mxico

    Pgina 8: Nadar, fotografa de Grard de Nerval

    Este libro no puede ser fotocopiado ni reproducidototal o parcialmente por ningn medio o mtodosin la autorizacin por escrito del editor.

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    www.edicionesera.coni.inx

  • ndice

    ndice .................................................................................................................. 4

    PRLOGO ............................................................................................................ 7

    I. EL ROMANTICISMO Y EL SUEO ....................................................................... 7

    II. GRARD DE NERVAL ...................................................................................... 10

    Aurelia o El sueo y la vida ............................................................................... 15

    PRIMERA PARTE ................................................................................................. 16

    I ......................................................................................................................... 16

    II ........................................................................................................................ 18

    III ....................................................................................................................... 20

    IV ....................................................................................................................... 22

    V ........................................................................................................................ 25

    VI ....................................................................................................................... 27

    VII ...................................................................................................................... 29

    VIII ..................................................................................................................... 31

    IX ....................................................................................................................... 33

    X ........................................................................................................................ 35

  • SEGUNDA PARTE ............................................................................................... 37

    I ......................................................................................................................... 37

    II ........................................................................................................................ 40

    III ....................................................................................................................... 42

    IV ....................................................................................................................... 43

    V ........................................................................................................................ 47

    VI ....................................................................................................................... 50

    MEMORABLES .................................................................................................... 55

  • PRLOGOXavier Villaurrutia

    I. EL ROMANTICISMO Y EL SUEO

    Por una estratificacin de la crtica, por una costumbre que no revela sino una pereza del espritu, el concepto Romanticismo ha sido despojado de su complejo contenido. Y, en virtud de la ley del menor esfuerzo, todo lo romntico ha quedado peligrosamente reducido a designar, casi siempre, lo desordenado, lo espontneo, cuando no el verbalismo o la elocuencia. La injusticia se ahonda cuando se comete el error de hacer del concepto Romanticismo y del concepto libertad conceptos correspondientes. Y si -como afirma Andr Breton- "nada hay ms peligroso que tomarse libertades con la libertad", nada hay ms romntico - e n el injusto sentido despectivo a que no slo el vulgo sino tambin los semiletrados y aun los letrados han reducido el concepto Romanticismo- que adoptar una actitud despectiva para con el Romanticismo.

    Despus de la lectura de los captulos que los manuales de literatura dedican al Romanticismo y a la clasificacin de los poetas romnticos, no ocurre sino el violento deseo de rehacer estos captulos, de modificar radicalmente las clasificaciones. Porque al desorden, a la libertad, a la espontaneidad, al verbalismo y a la elocuencia se oponen las verdaderas cualidades de los verdaderos romnticos, en la forma, medida e intencin en que a la obra de un falso romntico se opone el orden, la concentracin, la conciencia, la magia de la obra de Grard Nerval o, para usar un ejemplo ms modesto y cercano, en la medida en que a la obra de Campoamor y gran parte de la de Espronceda se opone la obra de Gustavo Adolfo Bcquer.

    No poco se debe al movimiento sobrerrealista lo quepudiramos llamar la rehabilitacin del Romanticismo. Andr Bretn ha estudiado a Achim von Arnim y ha recurrido, para fortalecer los puntos de vista que hicieron posible el movimiento sobrerrealista, menosoriginales que valerosa y estrictamente presentados, no slo a la obra de los tericos del Romanticismo alemn sino tambin, abiertamente, a Grard de Nerval. Y es, justamente, Grard de Nerval el ms romntico de los poetas del Romanticismo francs, y el ms y mejor penetrado por el Romanticismo alemn. En su Introduccin a la poesa francesa, Thierry Maulnier seala la supremaca de Nerval sobre los llamados romnticos franceses al afirmar que la primera mitad del siglo XIX en la historia de la poesa francesa no est representada por Victor Hugo, Lamartine, De Vigny o Musset sino por ese diamante de oscuras luces, de insondable limpidez, espejo en que se refleja la parteinvisible del mundo: Grard de Nerval.

  • Reaparece en la crtica moderna el viejo smil del espejo para explicar no ahora la novela como un espejo que anda, como un espejo que anda captando la realidad, sino la poesa como un espejo que reflejara la parte invisible del mundo. Captar lo invisible, hacer ver lo invisible son operaciones mgicas. Si en la poesa inglesa algunos poetas romnticos lograron realizar esta mgica operacin, en la poesa romntica alemana toda una familia de poetas, precedidos, acompaados o seguidos por toda una familia de pensadores, se lo propusieron con lucidez que ahora nos parece sorprendente, logrndolo en alto grado. Es posible y aun justo hablar de poetas romnticos ingleses, franceses, italianos y aun espaoles. Mas el Romanticismo, considerado como un movimiento potico y metafsico de una amplitud y de una resonancia increbles, es, ante todo, el Romanticismo alemn.

    Cuando Albert Bguin, en la primera pgina de su admirable libro El alma romntica y el sueo afirma que "toda poca del pensamiento humano podra definirse, de manera profunda, por las relaciones que establece entre el sueo y la vigilia", seala no slo el verdadero espritu del Romanticismo alemn sino el de toda la poesa moderna, relacionada ms ntima y secretamente de lo que hasta ahora se ha advertido con ese despertar del alma y ese despertar al sueo que es el movimiento romntico. Porque si en el Romanticismo, gracias al instrumento mgico del lenguaje, lo irreal y lo real, lo visible y lo invisible, lo conocido y lo desconocido, la vigilia y el sueo se cruzan y entrecruzan, se funden y confunden, las relaciones entre estos mundos llamados opuestos se han hecho msprofunda y angustiosamente lcidas que nunca antes en la poesa moderna. Por ello, conviene corregir la costumbre de hacer partir de Baudelaire la poesa moderna, y hacerla desprenderse, mejor, de Grard de Nerval que no slo recoge las profundas inquietudes del Romanticismo alemn sino que las vive sustancial y trgicamente. Las vive no slo en su romntica existencia sino en su obra en que la prosa y la poesa no parecen ser -y no lo son en sus manos- gneros diversos.

    En el inagotable delirio misterioso y lcido de Aurelia, la primera frase es ya una significativa afirmacin fronteriza, vlida para el Romanticismo tanto como para la poesa moderna. "El sueo es una segunda vida", escribe Grard de Nerval. Y aade "nunca he podido abrir sin estremecerme las puertas de cuerno o de marfil que nos separan del mundo invisible". Ahora es oportuno pensar que el crtico moderno mejor informado de las preocupaciones del movimiento sobrerrealista aprobara la frmula que para concentrar la intencin del mgico texto de Grard de Nerval encontr Thophile Gautier al decir de Aurelia-, "aqu la razn escribe al dictado las memorias de la locura". Nada, ni la presencia del automatismo potico, falta a esta definicin que todava resiste una variante: aqu la vigilia escribe al dictado las memorias del sueo.

    Razn y locura, vigilia y sueo se comunican en el texto potico de Grard de Nerval al punto que las fronteras entre ambos mundos no slo se han borrado ya sino que son innecesarias; al punto que a la pregunta que inevitablemente se plantea el lector de Aurelia acerca de la razn o la falta de razn del personaje, y acerca del emplazamiento de la accin en la vigilia o en el sueo, la fusin de los dos contrarios es la definitiva respuesta.

    Este cambio de contenido entre la conciencia y la inconsciencia, entre la vigilia y el sueo conduce a pensar, inevitablemente, en las ideas de la doctrina psicoanaltica, en Freud y su escuela, que, por lo dems, al decir de Albert Bguin, se apoyan en una metafsica ms cercana a la de los pensadores del siglo XVIII que a la del Romanticismo. "La concepcin del sueo y de toda la vida psquica en que se funda el mtodo psicoanaltico se opone a la esencia del Romanticismo, y a toda la poesa de ayer y de hoy

  • que se relaciona con el Romanticismo." Indiferentes a los fines curativos que se propone el psicoanlisis, el Romanticismo y la poesa moderna buscan en las imgenes, aun en las imgenes mrbidas, el camino que conduce a regiones ignoradas del alma, "no por curiosidad ni para sanearlas, sino para encontrar en ellas el secreto de todo lo que, en el tiempo y en el espacio, nos prolonga ms all de nosotros mismos y hace de nuestra existencia actual un simple punto en la lnea de un destino infinito". Curar al hombre de sus neurosis, curar al poeta de sus visiones, de sus delirios, de sus obsesiones y de sus sueos parece ser la pretensin del psicoanalista, cuando precisamente Edgar Alian Poe, Baudelaire y ms tarde los sobrerrealistas no han dudado en enfermarlo ms profundamente. Porque, no han pensado los psicoanalistas que -parafraseando la afirmacin de Grard de Nerval- la enfermedad es nuestra segunda salud, del mismo modo que el sueo es nuestra segunda vida?

    Nunca como en el Romanticismo alemn, nunca como ahora en la poesa moderna y contempornea que tan naturalmente se enlaza con el verdadero Romanticismo y que parece continuarlo y prolongarlo de mil maneras oscuras o luminosas, abiertas o secretas, las relaciones entre la vigilia y el sueo han sido ms estrechas ni ms profundas.

  • II. GRARD DE NERVAL

    El sueo es vida

    Los contemporneos de Grard de Nerval quedaban maravillados de la seduccin que ejerca en ellos el rostro lleno de frescura y simplicidad del autor de Aurelia. La seduccin iba, casi siempre, acompaada de algo ms, patente pero inexplicable e inasible: el misterio. La seduccin es el arma de lo misterioso. Los contemporneos de Grard de Nerval sentan el influjo mgico de esa persona y de esa personalidad que, de pronto, se les escapaba, inasible. E indistintamente acusan de estas fugas de Grard de Nerval a la nebulosa Alemania o al sagrado Oriente. Con igual o mayor razn pudieron acusar a ese pas, a esa regin en que Nerval descubri nada menos que una segunda vida. Me refiero al mundo del sueo.

    Los modernos cultivamos la vanidad de creer que los antiguos no saban soar. El sueo era para ellos una "imagen de la muerte", cuando no una muerte cotidiana de la que cada despertar era una resurreccin o, mejor an, un nuevo nacimiento sin memoria. Para Grard de Nerval, slo los primeros instantes del sueo son la imagen de la muerte. Luego que estos instantes han transcurrido, el "yo", bajo otra forma, contina la obra de la existencia: "Una claridad nueva ilumina y pone enjuego apariciones extravagantes; el mundo de los espritus se abre para nosotros". El sueo es una segunda vida!

    Grard/ Gautier

    Somos nosotros y no sus contemporneos quienes hemos descubierto el sentido profundo de las relaciones que Grard de Nerval establece entre la vigilia y el sueo. Los contemporneos de Nerval vean en l, sobre todo, al escritor que con Thophile Gautier comparta el cetro de un grupo literario, de un cenculo, de un ltimo cenculo que -dice Albert Thibaudet- simbolizaba y consagraba la unin del arte y de la poesa. Como el "grupo de la calle Du Doyenn" se registra este cenculo en la historia literaria de Francia. Enarbolaba la bandera de lo que ms tarde se llamara "el arte por el arte", y opona una resistencia libre y bohemia a las costumbres burguesas, o a los hbitos de sociedad de Lamartine o de De Vigny, o a la rutina domstica del padre de familia que era Victor Hugo, o al dandismo de Alfred de Musset. Excntricos los llama Albert Thibaudet pensando, tal vez, en el chaleco rojo de Thophile Gautier y en la langosta de mar que Grard de Nerval arrastraba atada a una cinta por las calles de Pars. Mas si en su poca y por el hecho de que los verdaderos maestros de la calle Du Doyenn fueron Thophile Gautier y Grard de Nerval, que unieron, a veces, las iniciales de su apellido el primero, de su nombre el

  • segundo, cuando firmaban juntos los frutos de su colaboracin, el tiempo y la crtica habran de separarlos definitivamente, ya para siempre. Porque si a Gautier le interesaba afirmar categricamente la existencia del mundo exterior, anticipndose en Francia a tantas experiencias ulteriores, hermanndose a tantas otras de la Alemania de su tiempo, Nerval afirm dramticamente laexistencia del mundo interior, del mundo del sueoy de los sueos.

    Viajes

    Partir es madurar un poco. No madura quien no viaja. Dentro o fuera de la alcoba, lo que importa es trasladarse, perderse, encontrarse: viajar.

    Algunos autores fijan la fecha de nacimiento de Grard Labrunie, que haba de cambiar ste su verdadero nombre por el ms eufnico y misterioso de Grard de Nerval, en 1808; otros, en 1809. Si hemos de creer la afirmacin de Gustave Lanson que en su Historia de la literatura francesa considera a Nerval como un escritor situado dentro de la ms sana tradicin del siglo XVIII, la traduccin de Fausto de Goethe fue escrita por Grard de Nerval a los veinte aos, en 1828. Goethe admiraba esa traduccin al punto de reconocerse en ella como frente a un espejo y exclamar: "Nunca me comprend tanto como al leeros".

    Grard de Nerval recorre Alemania y Alemania lo recorre en justa correspondencia. Y no es inexplicable que sufra luego la seduccin del Oriente, slo que el Oriente de Nerval, detenido en las notas de Viaje al Oriente, "es un Oriente de poeta ms que un Oriente de viajero", "un Oriente que Nerval ha visto como Nerval lo haba soado". Es Albert Thibaudet quien juzga el Viaje y soy yo quien subraya esta posicin de Nerval, este punto de vista del hombre que tiene el poder mgico de ver, despierto, con los ojos del hombre que, dormido, suea.

    A la aventura de los pases estn ligados, en la vida y la obra de Nerval, las aventuras y los viajes amorosos. Las hijas del fuego es un libro compuesto por relatos que son en parte experiencias de viaje y por retratos de mujeres: Silvia que es una evocacin, un recuerdo de Valois; Octavia, que se inicia con la confesin del vivo deseo que sinti el narrador de ir a Italia en la primavera del ao de 1835; Isis y Emilia que llevan el subttulo de Recuerdos de Pompeya, la primera; de Recuerdos de la Revolucin francesa, la segunda. Significativamente, en el texto ms valiente y profundo, ms angustioso y delirante de Grard de Nerval, El sueo y la vida, el nombre de mujer ha pasado a ser el subttulo que no es otro que el nombre de Aurelia, criatura tan inasible como su creador.

    A las criaturas de imaginacin y de fuego hay que asociar al menos una de carne y sangre: Jenny Colon, actriz cuyas relaciones con Grard de Nerval han quedado envueltas en el misterio que se desprenda de la figura y que acompaaba la existencia del poeta.

    Y queda an el dramtico viaje que sucede a los viajes por literaturas y filosofas germanas y orientales, y por otras en los que no son los menos significativos los recorridos por la selva oscura de la Comedia de Dante y por la selva llena de smbolos de los misterios de Eleusis. Este penltimo viaje de Nerval fue el de la locura. En 1842, Nerval enloquece, con una "locura iluminada, mstica y tierna, que permite sobrevivir en Nerval al artista", y que hace decir a Albert Thibaudet: "Es Nerval el nico escritor en el que la locura, o mejor dicho el recuerdo y la sombra de la locura se presentaron bajo la figura de una musa, de una

  • inspiradora y de una amiga". Extraa mezcla de lucidez y delirio, la locura de Grard de Nerval culmin, en 1855, en el viaje definitivo, en el suicidio.

    Quimeras

    Es justo repetir que los doce sonetos de Las quimeras, que Nerval escribi en los intervalos lcidos de su locura, no tienen rivales en el resto de sus poesas. Son, en efecto, excepcionales. Estn ejecutados en momentos en que la poesa francesa navegaba a la deriva en una corriente oratoria. La predileccin de Nerval por la poesa popular, patente en otras composiciones, no aparece en ellos. Son, por el contrario, misteriosos y hermticos. La oscuridad y la claridad se cruzan en ellos como la sombra y el destello se alternan y confunden en un diamante negro. Su forma es plstica y estricta. Sus alusiones son cifradas y secretas. Al referirse a ellos, Thibaudet los relaciona con las inscripciones grabadas en letras de oro en las sepulturas pitagricas, y descubre cmo sealan, en pleno Romanticismo francs, la ruta del simbolismo y de la poesa pura.

    Albert Bguin afirma que la prosa de Aurelia y los sonetos de Las quimeras pertenecen a una poesa que no tiene antecedentes en la historia de las letras francesas: no slo por el uso nuevo que Nerval hace en ellos de las palabras, de las imgenes, de las alusiones, sino sobre todo porque la actitud del escritor ante su obra y las esperanzas que le confa son por completo diferentes de lo que se haba hecho hasta entonces.

    Grard de Nerval tena conciencia del poder mgico de sus Quimeras. Por ello no sorprende el hecho de que al hablar de sus sonetos dijera "que perderan su hechizo si fueran explicados", y aada: "en caso de que esto fuera posible".

    Con sus alusiones cargadas de misterio, con su carcter simblico, con sus secretas simetras, los sonetos de Nerval nos descubren fragmentos de un mundo al que el poeta ha podido descender, como Orfeo, en busca de una perdida Eurdice, a un infierno real y profundo.

    El desdichado

    Yo soy el tenebroso -el viudo-, inconsolado,Prncipe de Aquitania de la torre abolida:mi sola estrella ha muerto -mi lad consteladosostiene el negro sol de la Melancola.

    En la noche del tmulo, t que me has consolado,vulveme el Posilipo, vulveme el mar de Italia,la flor amada por mi corazn desolado,y el emparrado en que la vid se une a la rosa.

  • Soy Amor o soy Febo?... Lusignan o Biron?Sonroja an mi frente el beso de la reina;so en la gruta donde nadaba la sirena...

    Y vencedor dos veces yo cruc el Aqueronte:pulsando uno tras otro en la lira de Orfeolas quejas de la santa y los gritos del hada.

    En este soneto, que he traducido sin dejar de reconocer y de lamentar todo lo que pierde al pasar de un idioma a otro, y cuyo ttulo aparece escrito en castellano en el original, Albert Bguin descubre relaciones directas con la vida de Nerval, con sus lecturas y preocupaciones favoritas: la alusin a la Melancola de Durero, la estrella que el poeta persigue en Aurelia, las aventuras napolitanas en Octavia. Pero el mismo Albert Bguin, que es el ms agudo crtico de Grard de Nerval, se apresura a aadir que una vez dentro del poema estos elementos obran por s mismos y que el anlisis biogrfico no aadira nada a su seductora virtud.

    Aurelia

    Es Aurelia el ms intenso y profundo de los textos en prosa de Nerval. No es slo un relato encantador y encantado sino la obra en que el autor decide su destino. No es solamente la descripcin de un vago amor sin esperanza por una actriz. La protagonista se desvanece, evoluciona y se transforma en vina figura anglica. La realidad y el sueo se confunden tanto como el tiempo real y el tiempo psquico. El hombre descubre su personalidad ignorada en los abismos del ser, y a ellos desciende. Una leve falta se convierte en una ilusin trgica. El protagonista se pregunta: "La existencia misma, no ser un pecado?" La desesperacin y la angustia se agitan en la primera parte de Aurelia que termina con una visin memorable en que "las sombras enfurecidas huan lanzando gritos y trazando en el aire crculos fatales, como las aves cuando la tempestad se avecina".

    En la segunda parte de Aurelia, que lleva como epgrafe el angustiado grito de imploracin de Orfeo a Eurdice, "Nerval se empear con todas sus fuerzas en merecer la redencin, aceptando que sus desdichas tienen un sentido, colaborando en el esclarecimiento de este sentido y en la operacin de transferir todo el mundo cotidiano en la eternidad del mito, para lograr el perdn [...]. La transfiguracin de su propia vida en un mito que comprende todo el destino de sus semejantes; la conciencia clara de un enlace entre la solucin del drama metafsico y el final de sus tormentos pasionales; la necesidad de vencer la amenaza de la muerte por la conquista mstica de la luz final: tal es el valor, triple y no obstante nico, que da Nerval a su tentativa de dirigir su sueo", anota Albert Bguin a propsito de Aurelia. Dirigir su propio sueo, descubrir los secretos del sueo

  • son, nada menos, las maravillosas tentativas de Nerval expresadas en las ltimas pginas de Aurelia con una penetracin y una claridad que no necesitan comentario: "As fue como me di nimo para una audaz tentativa. Resolv fijar el sueo y conocer su secreto. Por qu no me dije- forzar al fin estas puertas msticas, armado con toda mi voluntad, para dominar mis sensaciones en lugar de soportarlas? No es posible vencer esta quimera atractiva y temible, imponer una regla a esos espritus que se burlan de nuestra razn? El sueo ocupa una tercera parte de nuestra vida. Es el consuelo de las penas del da o la pena de sus placeres; pero nunca he sentido que el sueo fuera un descanso. Tras un entorpecimiento de unos minutos, una vida nueva empieza, libertada de las condiciones de tiempo y espacio, y semejante sin duda a la que nos espera despus de la muerte. Quin sabe si no existe un lazo entre estas dos existencias y si no ser posible anudarlo desde hoy? A partir de ese momento me dediqu a buscar el sentido de mis sueos, y esa inquietud influy sobre mis reflexiones en estado de vigilia. Cre comprender que entre el mundo externo y el mundo interno exista un lazo, que slo la falta de atencin y el desorden del espritu falseaban las relaciones aparentes..."

    La actualidad de Grard de Nerval se explica por las preocupaciones que expresa en las anteriores lneas de su Aurelia, y que no son otras que algunas de las que estremecen la autntica poesa contempornea. Por algo Andr Bretn, al referirse a Nerval lo hace diciendo que el alma de este poeta se desliza de Mallarm a Apollinaire para llegar hasta nosotros.

    El sol negro

    Hay autores que influyen en el mundo de las letras amplia y abiertamente, logran una posteridad, una descendencia inmediatas. Otros hay cuya influencia obra lenta, misteriosamente y como en secreto. Si la luz de los primeros es una luz solar, la de los segundos, menos violenta pero ms tenue, tiene ms finos matices y se filtra en los espritus con menor rapidez pero con mayor intensidad.

    Grard de Nerval es un poeta de influencia misteriosa y secreta, de posteridad mediata. Su luz es la que Rubn Daro llamaba "la luz negra"; su astro es "el sol negro" de que el mismo Nerval habla en "El desdichado", cuando no es la luz de la inasible, muerta o desaparecida estrella de Aurelia.

    Por ello la obra de Grard de Nerval no ha sido vista hasta ahora con claridad. Por ello no es sorprendente que se considere an a Nerval, en ciertos medios y en ciertos textos, como un autor que en el siglo XIX conserva el espritu y prolonga la tradicin formal del siglo XVIII francs. Ms justo sera afirmar que la interrumpe para inaugurar, en Francia, la verdadera y nica corriente del verdadero y nico Romanticismo.

    Acert quien supo llamarle "hermano de Novalis", para quien "la luz y la sombra, al fundirse, forman una claridad nueva", para quien "el mundo se vuelve sueo y el sueo se transforma en mundo". Porque la obra de Grard de Nerval, ntima y secreta, proyecta haces de sombra y nos envuelve en un manto de tinieblas dentro de las cuales hay que esperar un largo tiempo para acostumbrarse a ellas y mirar, gracias a una luz nueva, "lo que el hombre ha credo ver".

  • Aurelia o El sueo y la vida

  • PRIMERA PARTE

    I

    El sueo es una segunda vida. No he podido penetrar sin estremecerme en esas puertas de marfil o de cuerno que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes de sueo son la imagen de la muerte; un entorpecimiento nebuloso se apodera de nuestro pensamiento y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, contina la obra de la existencia. Es un subterrneo vago que se ilumina poco a poco, donde se desprenden de la sombra y la noche las plidas figuras gravemente inmviles que habitan la mansin de los limbos. Luego, el cuadro se forma, una claridad nueva ilumina y pone en juego esas apariciones extravagantes; el mundo de los espritus se abre para nosotros.

    Swedenborg llamaba a estas visiones Memorabilia) las deba al ensueo con ms frecuencia que al sueo; El asno de oro, de Apuleyo, La Divina Comedia, de Dante, son los modelos poticos de esos estudios del alma humana. Voy a tratar de transcribir, a su ejemplo, las impresiones de una larga enfermedad que sucedi totalmente en los misterios de mi espritu; y no s por qu me sirvo del trmino enfermedad, pues jams, por lo que toca a m mismo, me he sentido de mejor salud. A veces, crea mi fuerza y mi actividad redobladas; me pareca saberlo todo y comprenderlo todo; la imaginacin me aportaba delicias infinitas. Al recobrar lo que los hombres llaman la razn, habr que lamentar haberlas perdido?...

    Esa vida nueva tuvo para m dos fases. He aqu las notas que se refieren a la primera. Haba perdido a una dama a quien amaba haca largo tiempo y a quien llamar Aurelia. Poco importan las circunstancias de ese acontecimiento que deba de tener una influencia tan grande sobre mi vida. Cada uno puede buscar en sus recuerdos la emocin ms lacerante, el golpe ms terrible asestado al alma por el destino; es preciso resolverse entonces a morir o a vivir: ms tarde dir por qu no escog la muerte. Condenado por quien yo amaba, culpable de una falta de la que no esperaba ya perdn, slo me restaba precipitarme en las embriagueces vulgares; fing la alegra y la indiferencia, corr el mundo, locamente apasionado de variedad y capricho; me atraan principalmente los trajes y las costumbres extravagantes de las poblaciones lejanas, me pareca que desalojaba as las condiciones del bien y del mal; los trminos, dir, de lo que es sentimiento para nosotros los franceses. "Qu locura", me deca, "amar as, con un amor platnico a una mujer que ya no nos ama! Es culpa de mis lecturas; he tomado en serio las invenciones de los poetas y me he hecho una Laura o una Beatriz de una persona ordinaria de nuestro siglo... Pasemos a otras intrigas, y sta se olvidar pronto." El aturdimiento de un alegre carnaval en una ciudad de Italia ahuyent todas mis ideas melanclicas. Era tan feliz por el alivio sentido,

  • que haca partcipes de mi dicha a todos mis amigos y, en mis cartas, les daba por estado constante de mi espritu lo que no era sino una sobreexcitacin febril.

    Un da lleg a la ciudad una mujer de gran renombre que me hizo su amigo y que, habituada a agradar y a deslumhrar, me arrastr fcilmente al crculo de sus admiradores. Despus de una velada en la que haba estado a la vez muy natural y llena de un encanto del que todos percibamos el alcance, me sent tan cautivado que no quise retardar un instante el escribirle.Era tan feliz al sentir mi corazn capaz de un nuevo amor...! Adopt en ese entusiasmo ficticio, las mismas frmulas que, poco tiempo antes, me haban servido para pintar un amor verdadero y largo tiempo experimentado. Una vez enviada la carta, habra querido retenerla, y me fui a soar en la soledad con lo que me pareca una profanacin de mis recuerdos.

    La noche restituy a mi nuevo amor todo el prestigio de la vspera. La dama se mostr sensible a lo que le haba escrito, sin dejar de manifestarme cierto asombro por mi sbito fervor. Haba yo escalado, en un da, varios peldaos de los sentimientos que podemos concebir por una mujer, con apariencia de sinceridad. Ella me confes que mi carta la desconcertaba a la vez que la enorgulleca. Trat de convencerla, pero, cualquiera que fuese el motivo que quera expresarle, no pude, en lo sucesivo, recuperar el diapasn de mi estilo, de manera que me vi obligado a confesarle, con lgrimas, que me haba traicionado yo mismo al engaarla. No obstante, mis confidencias emocionadas tuvieron algn encanto, y una amistad ms fuerte en su dulzura sucedi a las vanas protestas de pasin.

  • II

    Ms tarde la encontr en otra ciudad donde tambin se hallaba la dama a quien amaba siempre sin esperanza. Un azar las hizo conocerse mutuamente, y la primera tuvo ocasin de conmover a mi costa a aquella que me haba desterrado de su corazn. De manera que un da, encontrndome en un grupo social del cual ella formaba parte, la vi venir hacia m y tenderme la mano. Cmo interpretar ese acto y la mirada profunda y triste con que acompa su saludo? Cre ver el perdn del pasado; el divino acento de la piedad daba a lassimples palabras que me dirigi un valor inexpresable, como si algo de la religin se mezclara a las dulzuras de un amor hasta entonces profano, y le imprimiera el carcter de la eternidad. Un deber imperioso me forzaba a regresar a Pars, pero inmediatamente tom la resolucin de permanecer all pocos das y volver en seguida cerca de mis dos amigas. La alegra y la impaciencia me dieron entonces una especie de aturdimiento que se complicaba con el cuidado de los negocios que deba terminar. Un da, hacia medianoche, caminaba porun barrio donde se encontraba mi habitacin, cuando, al levantar la vista por azar, advert el nmero de una casa iluminada por un reverbero. Ese nmero era el de mi edad. Inmediatamente, al bajar los ojos, vi ante m una mujer de tez lvida, de ojos huecos, que me pareci tener las facciones de Aurelia. Me dije:

    -Es su muerte o la ma que se me anuncia!Pero no s por qu adopt la ltima suposicin, y me grab la idea que deba ser al

    da siguiente a la misma hora.Esa noche tuve un sueo que me confirm en mi pensamiento.Erraba por un vasto edificio compuesto de muchas salas, de las cuales unas estaban

    consagradas al estudio, otras a la conversacin y a las discusiones filosficas. Me detuve con inters en una de las primeras, donde cre reconocer a mis antiguos maestros y a mis antiguos condiscpulos. Las clases continuaban sobre los autores griegos y latinos, con ese rumor montono que parece una plegaria a la diosa Mnemosine. Pas a otra sala, donde tenan lugar conferencias filosficas. Tom parte en ellas por algn tiempo, luego sal a fin de buscar mi alcoba en una especie de hostera con escaleras inmensas, llena de viajeros atareados.

    Me perd varias veces en los largos corredores y, al atravesar una de las galeras centrales, fui sorprendido por un extrao espectculo. Un ser de una estatura desmesurada -hombre o mujer, no s- revoloteaba penosamente arriba del espacio y pareca debatirse entre nubes espesas. Falto de aliento y de fuerza, cay en medio del patio oscuro, desgarrando y ajando sus alas a lo largo de los tejados y balaustradas. Pude contemplarlo un instante. Estaba coloreado por tintes rojizos, y sus alas brillaban con mil reflejos cambiantes. Vestido con un traje largo de pliegues antiguos, pareca el ngel de la Melancola, de Albrecht Drer. No pude contenerme y lanc gritos de terror, que me despertaron sobresaltado.

    Al da siguiente me apresur a ver a todos mis amigos. Mentalmente les deca mis adioses y, sin relatarles nada de lo que ocupaba mi espritu, disertaba acaloradamente sobre asuntos msticos, los asombraba con una elocuencia particular, me pareca saberlo todo, y que los misterios del mundo se me revelaban en esas horas supremas.

    De noche, cuando la hora fatal pareca acercarse, disert con dos amigos, a la mesa de un Crculo, sobre la pintura y la msica, definiendo desde mi punto de vista la

  • generacin de los colores y el sentido de los nmeros. Uno de ellos llamado Pablo***, quiso acompaarme a mi casa, pero le dije que no me acostara.

    -Adonde vas? -me dijo.-Hacia el Oriente.Y mientras me acompaaba, me puse a buscar en el cielo una estrella, que crea

    conocer, como si tuviera alguna influencia sobre mi destino. Habindola encontrado, continu mi caminata siguiendo las calles en la direccin de las cuales era visible, caminando, por decirlo as, al encuentro de mi destino, y queriendo percibir la estrella hasta el momento en que la muerte debiera tocarme. Entretanto llegamos a la confluencia de tres calles. No quise ir ms lejos. Me pareca que mi amigo desplegaba una fuerza sobrehumana para hacerme cambiar de lugar; creca a mis ojos y tomaba los rasgos de un apstol. Crea ver el lugar en que estbamos elevarse y perder las formas que le daba su configuracin urbana sobre una colina rodeada de vastas soledades, esta escena se converta en el combatede dos espritus y como en una tentacin bblica.

    -No! -deca yo-, no pertenezco a tu cielo. Los que me esperan estn en esa estrella. Son anteriores a la revelacin que has anunciado. Djame reunirme con ellos, pues aquella a quien amo les pertenece y es all donde debemos encontrarnos!

  • III

    Aqu ha empezado para m lo que llamar la efusin del sueo en la vida real. A partir de este instante, todo tomaba a veces un aspecto doble -y esto, sin que al razonamiento faltara lgica jams, sin que la memoria perdiera los ms ligeros detalles de lo que me suceda. Solamente mis acciones, insensatas en apariencia, estaban sometidas a lo que se llama ilusin, segn la razn humana...

    La idea de que un Espritu del mundo exterior se encarnaba de pronto en la forma de una persona ordinaria, y obraba o intentaba obrar sobre nosotros en ciertos momentos graves de la vida, sin que esa persona tuviera conocimiento o guardara algn recuerdo, me obsesionaba con frecuencia.

    Al ver que sus esfuerzos eran intiles, mi amigo me haba abandonado, creyndome sin duda presa de una idea fija que la caminata calmara. Sintindome solo, me levant con esfuerzo, y me puse en camino en direccin de la estrella en la que no cesaba de fijar los ojos. Cantaba, al andar, un himno misterioso que crea recordar como habindolo odo en alguna otra existencia, y que me llenaba de una dicha inefable. Al mismo tiempo, abandonaba mis vestidos terrestres y los dispersaba alrededor. El camino pareca elevarse siempre y la estrella crecer. Luego permanec con los brazos tendidos, esperando el momento en que el alma iba separarse del cuerpo, atrada magnticamente por el rayo de la estrella. Entonces sent un estremecimiento; la pena de dejar la tierra y a aquellos que amaba en ella me oprimi el corazn y supliqu, desde el fondo de m mismo, tan ardientemente al Espritu que me atraa a s, que me pareci como si bajara de nuevo entre los hombres. Una patrulla nocturna me rodeaba; tena entonces la idea de que me haba vuelto muy grande, y que, estando saturado de fuerzas elctricas, iba a derribar cuanto se me acercara. Haba algo cmico en el cuidado que tena yo por salvar las fuerzas y la vida de los soldados que me haban levantado.

    Si no pensara que la misin de un escritor es analizar lo que siente en las circunstancias graves de su vida, y si no me propusiera un objeto que creo til, me detendra aqu, y no tratara de describir lo que sent despus en una serie de visiones insensatas quiz, o vulgarmente enfermizas... Tendido sobre un lecho de campaa, cre ver desvelarse el cielo y abrirse en mil aspectos de magnificencias inauditas. El destino del alma libertada pareca revelrseme como para darme el remordimiento de haber querido recuperar aplomo con todas las fuerzas de mi espritu sobre la tierra que iba a dejar... Crculos inmensos se trazaban en el infinito, como las rbitas que forma el agua turbada por la cada de un cuerpo; cada regin, poblada de figuras radiantes, se coloreaba, se mova y se funda sucesivamente, y una divinidad, siempre la misma, reflejaba sonriendo las mscaras furtivas de sus diversas encarnaciones, y se refugiaba al fin, intocable, en los msticos esplendores del cielo de Asia.

    Por uno de esos fenmenos que todo el mundo ha podido sentir en ciertos sueos, esa visin celeste no me aislaba de lo que suceda en torno mo. Acostado sobre el lecho de campaa, oa que los soldados hablaban de un desconocido, detenido como yo y cuya voz haba resonado en la sala. Por un singular efecto de vibracin, me pareca que esa voz resonaba en mi pecho, y que mi alma se desdoblaba, por decirlo as, distintamente dividida entre la visin y la realidad. Por un instante, tuve la idea de volverme, haciendo un esfuerzo, hacia la persona de quien se hablaba, luego me estremec recordando una

  • tradicin muy conocida en Alemania, que dice que cada hombre tiene un doble, y que cuando l lo ve, la muerte est cercana. Cerr los ojos y entr en un estado de espritu confuso en el que las figuras fantsticas o reales que me rodeaban se rompan en mil apariencias fugitivas. Un instante vi cerca de m a dos de mis amigos que me llamaban; los soldados me sealaron; luego se abri la puerta y alguien de mi estatura, de quien no vea el rostro, sali con mis amigos a los que yo llamaba en vano.

    -Se equivocan! -grit-, es a m a quien buscan y otro ha salido en mi lugar!Hice tanto ruido que me encerraron en el calabozo. Permanec all muchas horas en

    una especie de embrutecimiento; al fin, los dos amigos que haba credo ver antes, vinieron a buscarme con un coche. Les cont cuanto haba pasado pero negaron haber venido durante la noche. Com con ellos con bastante tranquilidad, pero a medida que la noche se acercaba, me pareca que deba temer la misma hora que, la vspera, iba a serme fatal. Ped a uno de ellos una sortija oriental que llevaba en el dedo y que me pareca un antiguo talismn y, tomando una mascada, la anud a mi cuello, teniendo cuidado de aplicar la turquesa de su engaste, sobre un punto de la nuca donde senta un dolor. Para m, ese punto era por donde el alma se atrevera a salir en el momento en que cierto rayo emanado de la estrella que haba visto la vspera, coincidiera, en relacin a m, con el zenit. Por azar o por efecto de mi gran preocupacin, ca como fulminado, a la misma hora de la vspera. Me pusieron sobre un lecho, y durante largo tiempo perd el sentido y la continuidad de las imgenes que se me ofrecan. Ese estado dur varios das. Fui transportado a una casa de salud. Muchos parientes y amigos me visitaron sin que los reconociera. La sola diferencia para m entre la vigilia y el sueo era que, en la primera, todo se transfiguraba a mis ojos; cada persona que se acercaba a m, pareca cambiada; los objetos materiales tenan una especie de penumbra que modificaba su forma, y los juegos de luz y las combinaciones de colores se descomponan, de manera que me mantenan en una serie constante de impresiones que se ligaban entre s, y con las cuales el sueo, ms desprendido de elementos exteriores, continuaba su probabilidad.

  • IV

    Una noche cre con certeza ser transportado a los bordes del Rin. Ante m haba rocas siniestras cuya perspectiva se esbozaba en la sombra. Entr en una casa risuea, de la cual un rayo de sol crepuscular atravesaba alegremente las persianas festoneadas de vid. Me pareca que entraba en una habitacin conocida, la de un to materno, pintor flamenco, muerto hacams de un siglo. Los cuadros bosquejados estaban suspendidos aqu y all, uno de ellos representaba la famosa hada de esas riberas. Una vieja sirvienta, que llam Margarita y que me pareca conocer desde la infancia, me dijo:

    -No va usted a acostarse, puesto que viene de lejos, y que su to regresar tarde?; se le despertar para cenar.

    Me tend sobre un lecho con columnas y tapiz persa de flores rojas. Haba frente a m un reloj rstico colgado del muro, y sobre el reloj un pjaro que se puso a hablar como una persona. Y tena yo la idea de que el alma de mi pariente estaba en ese pjaro, pero no me asombr ni de su lenguaje y forma ni de verme como transportado un siglo atrs. El pjaro me hablaba de las personas de mi familia, vivas o muertas en diversas pocas, como si existieran simultneamente, y me dijo:

    -Ya ve usted que su to tena cuidado de hacer su retrato por anticipado... Ahora, ella est con nosotros.

    Dirig mis ojos hacia una tela que representaba a una mujer con traje antiguo a la alemana, inclinada sobre el borde de un ro y con los ojos atrados por un ramo de miosotis. Entretanto la noche se haca ms y ms densa, y los aspectos, los sonidos y el sentido de los lugares se confundan en mi espritu somnoliento; cre caer en un abismo que atravesaba el globo terrestre. Me senta arrebatado sin sufrimiento por una corriente de metal fundido, y mil ros semejantes, cuyos tintes indicaban las diferencias qumicas, surcaban el seno de la tierra como los vasos y las venas que ser pentean entre los lbulos del cerebro. Todos corran, circulaban y vibraban as, y tuve la sensacin de que esas corrientes estaban compuestas de almas vivas, en estado molecular, y que nicamente la rapidez de este viaje me impeda distinguirlas. Una claridad blanquecina se filtraba poco a poco en esos conductos y vi al fin ampliarse, como una vasta cpula, un horizonte nuevo donde se trazaban islas rodeadas por corrientes luminosas. Me encontraba en una costa iluminado por ese da sin sol, y vi un viejo que cultivaba la tierra. Lo identifiqu como el mismo que me haba hablado por la voz del pjaro, y ya sea que me hablara o que lo comprendiera en mi interior, se me haca evidente que los ancestros tomaban para visitarnos en tierra, la forma de ciertos animales, y que asistan as, observadores mudos, a las fases de nuestra existencia.

    El viejo dej su trabajo y me acompa hasta una casa que se alzaba cerca de all. El paisaje en torno nuestro me recordaba el de un lugar del Flandes francs donde mis padres haban vivido y donde se hallaban sus tumbas: el campo rodeado de bosquecillos al lindero de la selva, el lago cercano, el ro y el lavadero, la aldea y su calle que sube, las colinas de barro oscuro y sus matorrales de lamos y brezos imagen rejuvenecida de los lugares que haba amado. Slo la casa donde entr no me era conocida. Comprend que haba existido en no s qu tiempo, y que en ese mundo que visitaba entonces, el fantasma de las cosas acompaaba al del cuerpo.

  • Entr en una vasta sala donde estaban reunidas muchas personas. En torno volva a ver rostros conocidos. Las facciones de parientes muertos, que haba llorado, se hallaban reproducidas en otros que, vestidos de trajes ms antiguos, me hacan el mismo recibimiento paternal. Parecan haberse reunido para un banquete familiar. Uno de esos parientes vino a m y me bes tiernamente. Llevaba un vestido antiguo cuyos colores parecan desteidos, y su cara sonriente, bajo los cabellos empolvados, tena cierta semejanza con la ma. Me pareca ms particularmente viviente que los otros y, por decirlo as, en relacin ms espontnea con mi espritu. Era mi to. Me hizo colocar cerca de l y una especie de comunicacin se estableci entre nosotros; pues no puedo decir que oyera su voz; nicamente, a medida que mi pensamiento se enfocaba a un punto, la explicacin se me haca clara inmediatamente y las imgenes se precisaban ante mis ojos como pinturas animadas.

    -Eso es cierto! -deca yo con fruicin-, somos inmortales y conservamos aqu las imgenes del mundo que hemos habitado. Qu dicha pensar que cuanto hemos amado existir siempre en torno nuestro!... Estaba muy cansado de la vida!

    -No te apresures -dijo l-, no te apresures en regocijarte, pues an perteneces al mundo de arriba y an tienes que soportar rudos aos de prueba. La mansin que te encanta tiene tambin sus dolores, sus luchas y sus peligros. La tierra donde hemos vivido es siempre el teatro donde se ligan nuestros destinos, somos los rayos del fuego central que la anima y que se ha debilitado ya...

    -Cmo! -dije-, la tierra podra morir y nosotros seramos invadidos por la nada? -La nada -dijo l- no existe sino en el sentido que uno la entiende; pero la tierra es

    por s misma un cuerpo material del cual forma el alma la suma de los espritus. La materia no es ms perecedera que el espritu, pero puede modificarse segn el bien y el mal. Nuestro pasado y nuestro porvenir son solidarios. Vivimos en nuestra raza y nuestra raza vive en nosotros.

    Esta idea se me hizo sensible inmediatamente, y como si los muros de la sala se hubieran abierto sobre perspectivas infinitas, me pareca ver una cadena ininterrumpida de hombres y mujeres en quienes yo estaba y que eran yo mismo; los vestidos de todos los pueblos, las imgenes de todos los pases aparecan distintamente a la vez, como si mis facultades de atencin se hubieran multiplicado sin confundirse por un fenmeno de espacio anlogo al de tiempo que concentra un siglo de accin en un minuto de sueo. Mi asombro aument al ver que esa inmensa enumeracin se compona nicamente de personas que se encontraban en la sala y de las que haba visto las imgenes dividirse y combinarse en mil aspectos fugitivos.

    -Somos siete -dije a mi to.-Es en efecto - dijo l- el nmero tpico de cada familia humana y, por extensin,

    siete veces siete y muchos ms.1 No puedo esperar hacer comprender esa respuesta, que para m mismo permanece

    muy oscura. La metafsica no me proporciona trminos para la percepcin que me vino entonces de la relacin de ese nmero de personas con la harmona general. Puede uno concebir en el padre y la madre la analoga de las fuerzas elctricas de la naturaleza, pero

    1 Siete era el nmero de la familia de No; pero uno de los siete se ligaba misteriosamente a las generaciones anteriores a Elom!...La imaginacin, como un relmpago me represent los dioses mltiples de la India como imgenes de la familia por decirlo as primitivamente concentrada. Me estremec al ir ms lejos, pues en la Trinidad reside tambin un misterio temible... Hemos nacido bajo la ley bblica...

  • cmo establecer los centros individuales emanados de ellos, y de los cuales ellos emanan, como una figura anmica colectiva, cuya combinacin fuera a la vez mltiple y limitada? Equivaldra a pedir cuentas a la flor por el nmero de sus ptalos o las divisiones de su corola...; al suelo, de las figuras que traza; al sol, de los colores que produce.

  • VTodo cambiaba de forma en torno mo. El espritu con quien conversaba no tena ya el mismo aspecto. Era un joven quien ms bien que comunicrmelas reciba ahora de m las ideas... Haba yo ido demasiado lejos en esas alturas que producen vrtigo? Me pareci comprender que esas preguntas eran oscuras o peligrosas, aun para los espritus del mundo que entonces perciba... Quiz un poder superior me prohiba esas investigaciones. Me vi errando en las calles de una ciudad muy populosa y desconocida. Not que era accidentada por estar construida sobre colinas y dominada por un monte totalmente cubierto de habitaciones. Entre el pueblo de esta capital distingu ciertos hombres que parecan pertenecer a una nacin particular; su aspecto vivo, resuelto, el acento enrgico de sus facciones, me hacan pensar en esas razas independientes y guerreras de los pases de las montaas o de ciertas islas no frecuentadas por extranjeros; sin embargo, era en medio de una gran ciudad y de una poblacin mezclada y banal donde saban mantener as su individualidad huraa. Qu eran pues esos hombres? Mi gua me hizo subir calles escarpadas y fragorosas donde resonaban los diversos ruidos de la industria. Subimos an por largas series de escalas, al fin de las cuales el panorama se descubri. Aqu y all terrazas revestidas de emparrados, jardincillos cultivados sobre algunos espacios planos, techos, pabellones ligeramente construidos, pintados y esculpidos por una paciencia caprichosa: perspectivas ligadas por amplios lazos de verdura colgante seducan los ojos y agradaban al espritu como el aspecto de un oasis delicioso, de una soledad ignota encima del tumulto y del ruido, que all no eran sino murmullo. Se ha hablado con frecuencia de naciones proscritas, viviendo a la sombra de las necrpolis y de las catacumbas; aqu era sin duda lo contrario. Una raza feliz se haba creado este retiro amado de los pjaros, de las flores, del aire puro y de la claridad.

    -Son - m e dijo mi gua- los antiguos habitantes de la montaa que domina la ciudad y sobre la que estamos en este instante. Largo tiempo han vivido, sencillos de costumbres, amantes yjustos, conservando las virtudes naturales de los primeros das del mundo. El pueblo circunvecino los honraba y se modelaba a su imagen. Del punto donde estaba entonces, descend, siguiendo a mi gua, hasta una de esas habitaciones altas cuyos techos reunidos formaban tan extrao aspecto. Me pareca que mis pies se hundan en las capas sucesivas de los edificios de diversas edades. Esos fantasmas de construcciones descubriendo siempre otros en que se notaba el gusto peculiar de cada siglo, me representaban el aspecto de las excavaciones que se hacen en las ciudades antiguas, excepto que aqu eran areas, vivientes, surcadas por mil juegos de luz. Me encontr al fin en una vasta estancia donde vi a un viejo trabajando ante una mesa en no s qu obra de industria. En el momento en que yo franqueaba la puerta, un hombre vestido de blanco de quien distingua mal el rostro, me amenaz con un arma que tena en la mano, pero el que me acompaaba le hizo sea de alejarse. Pareca que hubieran querido impedirme penetrar el misterio de esos retiros. Sin preguntar nada a mi gua, comprend por intuicin que esas alturas y a la vez esas profundidades eran el retiro de los primitivos habitantes de la montaa. Desafiando siempre las olas invasoras de las acumulaciones de razas nuevas, vivan all, sencillos de costumbres, amantes y justos, diestros, firmes e ingeniosos, y pacficamente vencedores de las masas ciegas que haban invadido tantas veces su heredad. Y cmo! Ni corrompidos, ni destruidos, ni esclavos! Puros, a pesar de haber vencido la

  • ignorancia! Conservando en la abundancia las virtudes de la pobreza! Un nio se diverta en el suelo con cristales, conchas y piedras grabadas, haciendo sin duda un juego del estudio. Una mujer de cierta edad pero bella an, se ocupaba de los trabajos domsticos. En ese instante varios jvenes entraron ruidosamente, como regresando de sus trabajos. Me admir de verlos a todos vestidos de blanco; pero parece que era una ilusin de mi vista; para hacrmela sensible, mi gua se puso a dibujar sus trajes tindolos de colores vivos, hacindome comprender que as eran en realidad. La blancura que me admiraba provena quiz de un brillo particular, de un juego de luz en que se confundan los tintes ordinarios del prisma. Sal del cuarto y me vi en una terraza dispuesta como prado. All paseaban y jugaban muchachas y nios. Sus vestidos me parecan blancos como los otros, pero estaban adornados con bordados de color rosa. Esas personas eran tan bellas, sus rasgos tan graciosos, y el brillo de su alma se transparentaba tan vivamente a travs de sus formas delicadas, que inspiraban todas una especie de amor sin preferencia ni deseo, resumiendo todas las embriagueces de las pasiones vagas de la juventud.

    No puedo expresar el sentimiento que experiment en medio de esos seres encantadores que me eran caros sin conocerlos. Eran como una familia primitiva y celeste, cuyos ojos sonrientes buscaban los mos con dulce compasin. Me puse a llorar con lgrimas ardientes, como al recuerdo de un Paraso perdido. All sent amargamente que era slo un pasajero en un mundo extrao y amado a un mismo tiempo, y me estremec al pensar que deba regresar a la vida. En vano, mujeres y nios se aglomeraban en torno mo como para retenerme. Ya sus formas encantadoras se fundan en vapores confusos, palidecan sus bellos rostros, y sus rasgos acentuados, sus ojos cintilantes se perdan en la penumbra donde luca an el ltimo relmpago de la sonrisa...

    Tal fue esta visin, o tales fueron al menos los de talles principales que recuerda. El estado catalptico en que me haba encontrado durante varios das me fue explicado cientficamente, y los relatos de quienes me haban visto as me causaban una especie de clera cuando vea atribuir a una aberracin del espritu los movimientos y las palabras que coincidan con las diversas fases de lo que para m constitua una serie de acontecimientos lgicos. Prefera a aquellos de mis amigos que por una paciente complacencia o debido a ideas anlogas, me hacan repetir largas relaciones de las cosas que haba visto en espritu. Uno de ellos me dijo llorando.

    -No es verdad que existe un Dios? -S! - le dije con entusiasmo. Y nos abrazamos como dos hermanos de esa patria mstica que haba entrevisto.

    Qu dicha encontr primero en esa conviccin! As la duda eterna de la inmortalidad del alma que afecta los mejores espritus se hallaba resuelta para m. No ms muerte, no ms tristeza, no ms inquietud. Los que amaba, parientes, amigos, me daban signos precisos de su existencia eterna, y ya no estaba separado de ellos sino por las horas del da. Esper las de la noche en una dulce melancola.

  • VI

    Un sueo que luego tuve me confirm en ese pensamiento. Me encontr de pronto en una sala que formaba parte de la mansin de mi abuelo. nicamente que me pareca haberse ampliado. Los viejos muebles brillaban con un pulimento maravilloso, los tapices y cortinas parecan renovados. Una claridad tres veces ms reluciente que la del da natural llegaba por la ventana y la puerta, y haba en el aire una frescura y un perfume de las primeras maanas tibias de primavera. Tres mujeres trabajaban en esta pieza y representaban, sin parecrseles exactamente, a parientas y amigas de mi juventud. Pareca que cada una tuviera los rasgos de varias personas. Los contornos de sus rostros variaban como la llama de una lmpara y a cada instante algo de una pasaba a las otras; la sonrisa, la voz, el color de los ojos, de los cabellos, del talle, los ademanes familiares se entrecambiaban como si esas personas hubieran vivido la misma vida, y cada una fuera la resultante de todas, semejante a esos tipos que los pintores imitan de muchos modelos para realizar una belleza completa.

    La de ms edad me hablaba con una voz vibrante y melodiosa que reconoca por haberla odo en mi infancia, y no s qu me deca que me impresionaba por su profunda exactitud. Pero ella atrajo mi pensamiento hacia m mismo, y me vi vestido con un trajecito caf, de forma antigua, totalmente tejido de agujas con hilos tendidos como los de la tela de araa. Era coqueto, gracioso e impregnado de aromas suaves. Me sent rejuvenecido y peripuesto con ese vestido que sala de sus dedos de hada, y les daba las gracias sonrojndome, como si no fuera sino un nio ante grandes y hermosas damas. Entonces una de ellas se levant y se dirigi al jardn.

    Sabido es que, en los sueos, nunca se ve el sol, a pesar de que se tenga, muchas veces, la percepcin de una claridad mucho ms viva. Los objetos y los cuerpos son luminosos por s mismos. Me vi en un pequeo parque donde los emparrados se prolongaban en tneles cargados de pesados racimos de uva blancos y negros; a medida que la dama avanzaba bajo esos tneles, la sombra de los emparrados cruzados le cambiaba a mis ojos sus formas y sus vestidos. Ella sala al fin, y nos encontrbamos en un espacio descubierto. Se perciba apenas el trazo de antiguas calzadas que anteriormente lo haban cortado en cruz. El cultivo haba sido abandonado desde haca largos aos, y plantas esparcidas de campanillas, de lpulo, de hiedra, de jazmn, de madreselva, tendan entre los rboles de un crecimiento vigoroso sus largos lazos de lianas. Las ramas se plegaban hasta la tierra, cargadas de frutos, y entre matorrales de hierbas parsitas dilataban sus corolas algunas flores de jardn vueltas al estado salvaje.

    De trecho en trecho se elevaban macizos de lamos, de acacias y pinos, en el seno de los que se entrevean estatuas ennegrecidas por el tiempo. Percib un montn de rocas cubiertas de hiedra de donde brotaba una fuente de agua viva, cuyo borboteo armonioso resonaba sobre un estanque de agua durmiente velado a medias por grandes hojas de nenfar.

    La dama a quien yo segua, irguiendo su cuerpo esbelto con un movimiento que haca reverberar su vestido de tafetn opalino, rode graciosamente con el brazo desnudo un gran ramo de malvarrosa y se puso a crecer bajo un claro rayo de luz, de manera que poco a poco el jardn tomaba su forma, y los prados y los rboles se convertan en los rosetones y los festones de sus vestidos, mientras que su rostro y sus brazos impriman sus

  • contornos a las nubes purpreas del cielo. La perd de vista as, a medida que se transfiguraba, pues pareca desvanecerse en su propia majestad.

    Ah!, no huyas! -grit-, porque la naturaleza muere contigo!Diciendo estas palabras camin penosamente a travs de las malezas, como para

    perseguir la sombra amplificada que se me escapaba, pero choqu contra un muro derruido, a cuyo pie yaca un busto de mujer. Al levantarlo, tuve la persuasin de que era el suyo... Reconoca las facciones amadas y, volviendo los ojos en torno mo, vi que el jardn haba tomado el aspecto de un cementerio. Unas voces decan:

    -El Universo est en la noche.

  • VII

    Este sueo tan felizmente iniciado me precipit en un gran desconcierto. Qu significaba? No lo supe sino ms tarde. Aurelia haba muerto.

    Primero no tuve sino noticia de su enfermedad. Debido al estado de mi espritu, slo sent una vaga pena mezclada de esperanza. Yo mismo crea tener poco tiempo que vivir y de all en adelante estaba seguro de la existencia de un mundo donde los corazones amantes vuelven a encontrarse. Adems, ella me perteneca mucho ms en su muerte que en su vida... Pensamiento egosta que mi razn deba pagar ms tarde con amargos remordimientos.

    No quisiera abusar de los presentimientos, el azar hace cosas extraas; pero entonces me vi preocupado por un recuerdo de nuestra unin demasiado rpida. Le haba yo dado un anillo de un trabajo antiguo cuyo engaste estaba formado por un palo tallado en forma de corazn. Como esta sortija era demasiado grande para sus dedos, tuve la idea fatal de hacerla cortar para disminuir su circunferencia, no comprend mi falta sino al or el ruido de la sierra. Me pareci ver correr sangre...

    Los cuidados del arte me haban vuelto a la salud sin haber restituido a mi espritu el curso normal de la razn humana. La casa donde me encontraba, situada sobre una altura, tena un vasto jardn plantado de rboles preciosos. El aire puro de la colina en que estaba situada, los primeros alientos de la primavera, las dulzuras de una sociedad simptica, me traan largos das de calma.

    Las primeras hojas de los sicomoros me encantaban por la vivacidad de sus colores, semejantes a los penachos de los gallos de Faran. La vista que se extenda sobre la llanura presentaba de la maana a la noche horizontes deliciosos, cuyos tintes graduados gustaban a mi imaginacin. Pobl los collados y las nubes de figuras divinas de las que me pareca ver distintamente las formas. Quise fijar mejor mis pensamientos favoritos y, ayudado por carbones y trozos de ladrillos que recoga, cubr pronto los muros con una serie de frescos donde se realizaban mis impresiones. Una figura dominaba siempre las otras: Aurelia, pintada bajo los rasgos de una divinidad tal como me haba aparecido en mi sueo. Bajo sus pies se mova una rueda, y los dioses le formaban cortejo. Llegu a colorear este grupo obteniendo el j u g o de yerbas y flores. Cuntas veces he soado ante este dolo amado! Hice ms, trat de figurar con barro e l cuerpo de la que amaba; todas las maanas tena que volver a empezar mi trabajo, pues los locos, celosos de mi dicha, se ingeniaban en destruir la imagen.

    Se me dio papel y durante largo tiempo me apliqu a representar, por mil figuras acompaadas de relatos, de versos y de inscripciones en todas las lenguas, una especie de historia del mundo mezclada de recuerdos y de fragmentos d e sueos que mi preocupacin haca ms sensibles o prolongaba su duracin. No me detena en las tradiciones modernas de la creacin. Mi pensamiento remontaba ms all: entrevea, como en un recuerdo, el primer pacto formado por los primeros genios, por medio de talismanes. Haba tratado de reunir las piedras de la Mesa sagrada, y de representar en torno, a los siete primeros Eloms que se haban dividido el mundo.

    Este sistema de historia, imitado de las tradiciones orientales, empezaba por el feliz acuerdo de las potencias naturales, que formaban y organizaban el universo. Durante la noche que precedi a mi trabajo, me cre trasportado a un planeta oscuro donde se debatan

  • los primeros grmenes de la creacin. Del seno de la arcilla blanda an se erguan palmeras gigantescas, euforbios venenosos y acantos trenzados en torno a los cactus; las siluetas ridas de las rocas se elevaban como esqueletos de ese bosquejo de creacin, y reptiles asquerosos serpenteaban, se ensanchaban o se enroscaban en medio de la inextricable red de vegetacin salvaje. La plida luz de los astros iluminaba solamente las perspectivas azulosas de ese extrao horizonte; mientras que, a medida que estas creaciones se formaban, una estrella ms luminosa extraa de ellas los grmenes de su claridad.

  • VIII

    Luego los monstruos cambiaban de forma y, despojndose de su primera piel, se erguan ms potentes sobre patas gigantescas; la enorme masa de sus cuerpos rompa las ramas de las malezas y, en el desorden de la naturaleza, se entregaban a combates en que yo mismo tomaba parte, porque tena un cuerpo tan extrao como el de ellos. De pronto una armona singular reson en nuestras soledades y pareca que los gritos, los rugidos y los silbidos confusos de los seres primitivos se modularan de all en adelante segn ese tema divino. Las variaciones se sucedan al infinito, el planeta se iluminaba poco a poco, formas divinasse dibujaban sobre los follajes y sobre la profundidad de los sotos y, ya vencidos, todos los monstruos que haba visto abandonaban sus formas extravagantes y se transformaban en hombres y mujeres; otros revestan, en sus transformaciones, el aspecto de las bestias salvajes, de los peces y de las aves.

    Quin haba hecho ese milagro? Una diosa radiante guiaba en estos nuevos avatares la evolucin rpida de la humanidad. Se estableci entonces una distincin de las razas que, partiendo del orden de los pjaros, comprenda tambin a las bestias, a los peces y a los reptiles: eran los divos, los peris, los ondinos y las salamandras; cada vez que mora uno de estos seres, renaca inmediatamente bajo otra forma ms bella y cantaba la gloria de los dioses. Entretanto, uno de los Eloms tuvo la idea de crear una quinta raza compuesta de los elementos de la tierra, y que se llam de los afritas. Fue la seal de una revolucin completa entre los espritus que no quisieron ya reconocer a los nuevos amos del mundo. No s cuntos miles de aos duraron esos combates que ensangrentaron el globo. Tres de los Eloms con los espritus de sus razas fueron relegados al sur de la tierra, donde fundaron vastos reinos. Haban llevado consigo los secretos de la divina Cbala que liga los mundos y tomaban su fuerza de la adoracin de ciertos astros a los que corresponden siempre. Esos nigromantes, desterrados al confn de la tierra, se haban puesto de acuerdo para transmitirse el podero. Rodeado de mujeres y de esclavos, cada uno de sus soberanos se haba asegurado la facultad de renacer bajo la forma de uno de sus hijos. Su vida era de mil aos. Al acercarse su muerte, cabalistas prominentes los encerraban en sepulcros bien custodiados donde los alimentaban con elxires y sustancias conservadoras. Largo tiempo an, ellos guardaban las apariencias de la vida; luego, semejantes a la crislida que hila su capullo, se dorman cuarenta das para renacer bajo la forma de un tierno nio que era llamado ms tarde a gobernar el imperio.

    Entretanto, las fuerzas vivificantes de la tierra se agotaban en nutrir esas familias, cuya sangre, siempre la misma, inundaba nuevos retoos. En vastos subterrneos cavados bajo los hipogeos y las pirmides, haban acumulado todos los tesoros de las razas pasadas y ciertos talismanes que los protegan contra la clera de los dioses.

    En el frica Central, ms all de las montaas de la Luna y de la antigua Etiopa, haban tenido lugar estos extraos misterios: largo tiempo haba yo gemido en cautiverio, lo mismo que una parte de la raza humana. Los sotos que antes haba visto tan verdes, no mostraban ya sino flores plidas y hojas marchitas; un sol implacable devoraba estas regiones y los vstagos dbiles de esas eternas dinastas parecan agobiados por el peso de la vida. Esta grandeza imponente y montona, ordenada por la antigua etiqueta y las ceremonias hierticas, pesaba sobre todos sin que nadie osara sustraerse. Los viejos languidecan bajo el peso de sus coronas y ornamentos imperiales, entre mdicos y

  • sacerdotes, cuyo saber les garantizaba la inmortalidad. En cuanto al pueblo, para siempre engranado en la divisin de castas, no poda contar ni con la vida, ni con la libertad. Al pie de los rboles marcados de muerte y esterilidad, a la orilla de las fuentes agotadas, se vea sobre la yerba tostada marchitarse a nios y mujeres deprimidos y sin color. El esplendor de las estancias reales, la majestad de los prticos, el brillo de los trajes y adornos, no eran sino un dbil consuelo al fastidio eterno de esas soledades.

    Pronto los pueblos fueron diezmados por las enfermedades; las bestias y las plantas murieron, y los inmortales mismos perecan bajo sus trajes pomposos. Una plaga mayor que las otras vino de improviso a salvar y rejuvenecer al mundo. La constelacin de Orion abri en el cielo las cataratas del agua; la tierra, demasiado cargada con los hielos del polo opuesto, dio media vuelta sobre s misma y los mares, desbordando sus playas, refluyeron sobre las altiplanicies de frica y Asia; la inundacin penetr las arenas, llen las tumbas y las pirmides y, durante cuarenta das, un arca misteriosa se pase sobre los mares llevando la esperanza de una nueva creacin.

    Tres de los Eloms se haban refugiado sobre la cima de la ms alta de las montaas de frica. Entre ellos se libr un combate. Aqu, mi memoria se enturbia, y no s cul fue el resultado de esa suprema lucha. nicamente veo, sobre un picacho baado por las aguas, a una mujer abandonada que grita, con los cabellos en desorden, debatindose contra la muerte. Sus ayes lastimeros dominaban el ruido de las aguas... Fue salvada? Lo ignoro. Los dioses, sus hermanos, la haban condenado, pero encima de su cabeza brillaba la estrella de la tarde que verta sobre su frente rayos ardientes.

    El himno interrumpido de la tierra y los cielos reson armoniosamente para consagrar el concilio de las razas nuevas. Y, mientras que los hijos de No trabajaban penosamente a los rayos de un nuevo sol, los nigromantes, acurrucados en sus habitaciones subterrneas, guardaban siempre sus tesoros y se complacan en el silencio y la noche. A veces salan tmidamente de sus asilos y venan a aterrorizar a los vivos o a esparcir entre los malos las lecciones funestas de su ciencia.

    Tales son los recuerdos que reconstru por una especie de intuicin del pasado: me estremeca al reproducir los rasgos odiosos de aquellas razas malditas. En todas partes mora, gema o languideca la imagen doliente de la Madre eterna. A travs de las vagas civilizaciones de Asia y frica, vea renovarse siempre una escena sangrienta de orga y de matanza que los mismos espritus reproducan bajo nuevas formas.

    La ltima acaeca en Granada, donde el talismn sagrado se derrumbaba bajo los golpes enemigos de moros y cristianos. Cuntos aos an debera sufrir el mundo, porque es preciso que la venganza de aquellos eternos enemigos se renueve bajo otros cielos! Son los trozos divididos de la serpiente que rodea la tierra... Separados por el hierro, se renen en un beso inmundo cimentado con la sangre de los hombres.

  • IX

    Tales fueron, una tras otra, las imgenes que se mostraron a mis ojos. Poco a poco la calma haba vuelto a mi espritu y dej aquella casa que era para m un Paraso. Circunstancias fatales preparaban, mucho tiempo despus, una recada que reanud la serie sin trmino de tan extraos ensueos. Me paseaba en el campo, preocupado por un trabajo que se relacionaba con las ideas religiosas. Pasando ante una casa, o a un pjaro que hablaba, segn algunas palabras que le haban enseado, pero cuya charla confusa me pareci tener un sentido, me record al de la visin que he relatado con anterioridad, y sent un estremecimiento de mal augurio. Algunos pasos ms adelante, encontr a un amigo que no haba visto haca largo tiempo y que viva en una casa vecina. Quiso mostrarme su propiedad y, en esa visita, me hizo subir a una terraza elevada desde donde se descubra un amplio horizonte. Era la hora del ocaso. Al bajar los peldaos de una escalera rstica, di un paso en falso, y mi pecho fue a chocar contra la esquina de un mueble. Tuve fuerza suficiente para levantarme y precipitarme hasta el jardn, creyndome herido de muerte, y deseando ver el sol poniente, una vez ms, antes de fallecer. A pesar del dolor que trae consigo un momento semejante, me senta feliz de morir as, a esa hora, yen medio de los rboles, de los emparrados y de las flores de otoo. Fue, sin embargo, slo un desvanecimiento, tras del cual tuve an fuerza de llegar a mi casa para echarme en el lecho. La fiebre se apoder de m, al recordar desde dnde haba cado, volvi a mi mente que la perspectiva que tanto haba admirado daba sobre un cementerio, justamente el mismo donde se encontraba la tumba de Aurelia. No haba pensado en eso precisamente sino hasta aqu; sin lo cual poda haber atribuido mi cada a la impresin que tal imagen me produjera. Eso mismo me dio la idea de una fatalidad ms precisa y lament doblemente que la muerte no me hubiera reunido con ella. Luego, reflexion que no era digno. Me represent la vida que haba llevado desde su muerte, reprochndome no el haberla olvidado, lo cual ni haba sucedido, pero s, haber, con fciles amoros, ultrajado su memoria. Me vino la idea de interrogar al sueo; pero su imagen, que antes se me apareca con frecuencia, no volva ya a iluminar mis noches. No tuve primero sino sueos confusos, mezclados con escenas sangrientas. Pareca como si toda una raza fatal se hubiera desencadenado en medio del mundo ideal que haba visto otras veces y del cual ella era la reina. El mismo espritu que me haba amenazado -cuando entr en la mansin de esas familias puras que habitaban las alturas de la Ciudad Misteriosa- pas ante m, no ya con aquel traje blanco que llevaba entonces, a semejanza de los de su raza, sino vestido como prncipe de Oriente. Me precipit hacia l, amenazndolo, pero tranquilamente l se volvi hacia m. Oh terror! Oh rabia! Era mi rostro, era toda mi forma idealizada y amplificada... Entonces record a aquel que haba sido arrestado la misma noche que yo y que, segn mi pensamiento, haban hecho salir bajo mi nombre de la sala de guardias, cuando dos de mis amigos fueron a buscarme. Llevaba en la mano un arma de la que distingua mal la forma y uno de los que lo acompaaban dijo:

    -Con eso es con lo que lo ha herido. No s cmo explicar que, en mis ideas, los acontecimientos terrestres podan

    coincidir con los del mundo sobrenatural, es ms fcil sentirlo que enunciarlo claramente.2 Pero quin era ese Espritu que era yo mismo y exista a la vez fuera de m? Era el doble 2 Aquello era, para m, alusin al golpe que haba recibido en mi cada.

  • de las leyendas, o ese hermano mstico que los orientales llaman ferouer? No estaba yo impresionado por la historia de aquel caballero que combati toda una noche en un bosque contra un desconocido que era l mismo? Sea como fuere, creo que la imaginacin humana no ha inventado nada que no sea cierto, en este mundo o en los otros, y no poda dudar de lo que haba visto tan claramente.

    Una idea terrible vino a mi mente.-El hombre es doble -me dije."Siento en m dos hombres", ha escrito un Padre de la Iglesia. La cooperacin de

    dos almas ha depositado ese germen mixto en un cuerpo que ofrece l mismo dos porciones similares reproducidas en todos los rganos de su estructura. Hay en todo hombre un espectador y un actor, quien habla y quien responde.Los orientales han credo ver all dos enemigos: el bueno y el mal genio.

    -Soy el bueno? Soy el malo? me preguntaba. En cualquier caso, el otro me es hostil... Quin sabe si haya determinada edad o determinada circunstancia en que estos dos espritus se separen? Asidos a un mismo cuerpo, ambos por una afinidad material, quiz uno est prometido a la gloria y la dicha; otro a la destruccin o al sufrimiento eterno?

    Un relmpago fatal atraves de pronto esta oscuridad... Aurelia ya no era ma! Cre or hablar de una ceremonia que suceda lejos y de los preparativos de una boda mstica que era la ma y donde el otro iba a aprovechar el error de mis amigos y de Aurelia misma. Las personas ms queridas que venan a verme y a consolarme me parecan posedas por la incertidumbre, es decir que las dos partes de sus almas se separaban tambin con respecto a m, una afectuosa y confiada, otra como herida de muerte en lo que a m se refera. En todo lo que esas personas me decan haba un doble sentido, a pesar de que ellas no se daban cuenta, puesto que no existan en espritu como yo. Por un momento ese pensamiento hasta me pareci cmico recordando a Anfitrin y Sosias. Pero, si ese grotesco smbolo fuera otra cosa, si, como en otras Tabulas de la antigedad, fuera la verdad fatal bajo la mscara de la locura?

    -Bien - m e dije-, luchemos contra el espritu fatal, luchemos contra el dios mismo con las armas de la tradicin y la ciencia. A pesar de lo que haga en la sombra y la noche, yo existo, y tengo para vencerlo todo el tiempo que me resta an de vivir en la tierra.

  • XCmo pintar la extraa desesperacin a que estas ideas me redujeron poco a poco? Un genio perverso haba tomado mi lugar en el mundo de las almas; para Aurelia, era yo mismo, y el espritu desoldado que vivificaba mi cuerpo, debilitado, desdeado, ignorado por ella, se vea para siempre destinado a la desesperacin y la nada. Emple todas las fuerzas de mi voluntad en penetrar an ms el misterio del cual haba slo conseguido levantar algunos velos. El sueo se mofaba a veces de mis esfuerzos y slo me traa figuras gesticulantes y fugitivas. No puedo dar aqu sino una idea extravagante del resultado de aquel debate espiritual. Me senta resbalar como sobre un hilo tenso cuya longitud fuera infinita. La tierra, atravesada por venas coloreadas de metales fundidos, como la haba vistoanteriormente, se iluminaba poco a poco por la efusin del fuego central, cuya blancura se funda con los tintes cereza que coloreaban los flancos del orbe interior. Me asombraba a veces de encontrar vastas capas de agua, suspendidas como las nubes en el aire, y sin embargo ofreciendo una tal densidad que haca posible separar copos; pero es evidente que se trataba all de un lquido diverso al agua terrestre, y que era sin duda evaporacin de lo que representaba al mar y a los ros para el mundo de los espritus.

    Llegu a una amplia playa montaosa, enteramente cubierta por una especie de caaverales de tinte verdoso, y amarillento en los extremos como si los fuegos del sol los hubieran agostado en parte, pero no vi ms sol que en las otras veces. Un castillo dominaba la costa que me puse a ascender. Sobre la vertiente opuesta, vi extenderse una ciudad inmensa. Mientras haba atravesado la montaa, la noche haba llegado, y perciba las luces de las habitaciones y de las calles. Al bajar, me encontr en un mercado donde vendan frutos y legumbres parecidos a los de los pases del Sur.

    Descend por una escalera oscura y me encontr en las calles. Haba carteles anunciando la apertura de un casino, y los detalles de su programa se hallaban enunciados en artculos. El marco tipogrfico estaba formado por guirnaldas de flores tan bien reproducidas y coloreadas que parecan naturales. Una parte del edificio estaba an en construccin. Entr en un taller donde vi a varios obreros que modelaban en barro un animal enorme de la forma de un lama, pero que pareca deber estar provisto de grandes alas. Ese monstruo estaba como atravesado por una corriente de fuego que lo animaba poco a poco, de manera que se torca, penetrado por mil mallas purpurinas, formando las venas y las arterias y fecundando, por decirlo as, la inerte materia, que se revesta de una vegetacin instantnea de apndices febriles, de aletas y de mechones lanosos. Me detuve a contemplar esa obra maestra, donde pareca haber sido sorprendido el secreto de la creacin divina.

    Es que tenemos aqu - m e dijeron- el fuego primitivo que anim a los primeros seres... Antes se elevaba hasta la superficie de la tierra, pero las fuentes se han agotado.

    Vi tambin trabajos de orfebrera en los que reempleaban dos metales desconocidos sobre la tierra: uno, rojo, que pareca corresponder al cinabrio; otro azul celeste. Los ornamentos, en lugar de ser cincelados, se formaban, se coloreaban y se dilataban con las plantas metlicas que se hace nacer por ciertas combinaciones qumicas.

    No crearn tambin hombres? -dije a uno de los trabajadores.Pero l replic:

  • -Los hombres vienen de arriba y no de abajo; podemos acaso crearnos a nosotros mismos? Aqu, no se hace sino formular por los progresos sucesivos de nuestras industrias una materia ms sutil que la que compone la corteza terrestre. Estas flores que le parecen naturales, ese animal que semejar Vivir, sern slo productos del arte elevado al grado mximo de nuestros conocimientos y cada quien los juzgar as.

    Tales son, poco ms o menos, las palabras que me fueron dichas o de las que cre percibir el significado. Me puse a recorrer las salas del casino y vi una gran muchedumbre, entre la que distingu a algunas personas que me eran conocidas, unas vivas an, otras muertas en diversas pocas. Las primeras parecan no verme, en tanto que las otras me respondan como si no me reconocieran. Haba llegado a la sala mayor, que estaba enteramente tapizada de terciopelo prpura con dibujos de oro tramados. En medio haba un sof en forma de trono. Para probar su elasticidad algunos paseantes se sentaban en l; pero los preparativos no estaban an terminados y se dirigan hacia otras salas. Se hablaba de una boda y del esposo que, decan, deba de llegar para que se anunciara el momento de la fiesta. Inmediatamente un arrebato irracional se apoder de m. Imagin que al que esperaban era a mi doble que iba a casarse con Aurelia e hice un escndalo que pareci consternar a la asamblea. Me puse a hablar con violencia, explicando mis agravios e invocando el auxilio de los que me conocan. Un viejo me dijo:

    -Pero sa no es manera de conducirse; asusta usted a todos. Entonces exclam: -Bien s que me ha herido ya con sus armas, pero lo esperar sin temor y conozco el

    signo que ha de vencerlo. En ese instante uno de los obreros del taller que haba visitado al entrar apareci

    llevando una larga barra cuya extremidad estaba compuesta por una bola enrojecida al fuego. Quise precipitarme sobre l, pero la bola amenazaba siempre mi cabeza. En torno mo todos parecan burlarse de mi impotencia... Entonces, retroced hasta el trono, con el alma llena de un infinito orgullo y levant el brazo para hacer un signo que me pareca tener una potencia mgica. El grito de una mujer, claro y vibrante, impregnado de una pena desgarradora, me despert sobresaltado! Las slabas de una palabra que iba a pronunciar expiraban sobre mis labios... Me precipit al suelo y me puse a rezar con fervor derramando ardientes lgrimas. Pero cul era esa voz que acababa de resonar tan dolorosamente en medio de la noche?

    No perteneca al sueo; era la voz de una persona viva y sin embargo para m era la voz de Aurelia...

    Abr una ventana, todo estaba tranquilo y el grito no se repiti ms. Me inform afuera, nadie haba odo nada. Y a pesar de todo, estoy an cierto de que el grito era real y de que el aire de los vivos haba resonado por su causa... Me dirn sin duda que el azar pudo hacer que en ese instante preciso una mujer enferma gritara en las cercanas de mi casa. Pero, segn mi idea, los acontecimientos terrestres estaban ligados a los del mundo invisible. Es una de esas relaciones extraas de las que yo mismo no me doy bien cuenta y que son ms fciles de indicar que de definir...

    Qu haba hecho yo? Haba turbado la armona del universo mgico de donde mi alma extraa la certidumbre de la existencia inmortal. Estaba ahora maldito quiz por haber querido penetrar el temible misterio ofendiendo la ley divina; no deba esperar ya sino su clera y su desprecio! Las sombras irritadas huan lanzando gritos y trazando en el aire crculos fatales, como las aves al acercarse la tempestad.

  • SEGUNDA PARTE

    I

    Eurdice! Eurdice!

    Perdida por segunda vez! Todo ha terminado, todo ha pasado! Ahora soy yo quien debe morir y morir sin

    esperanza! Qu es pues la muerte? Si fuera la nada?... Plugiera a Dios, pero Dios mismo no puede hacer que la muerte sea la nada.

    Por qu pienso ahora por primera vez en El, desde hace tanto tiempo? El sistema fatal que se haba formado en mi espritu no toleraba esa soberana solitaria...; o ms bien se absorba en la suma de los seres: era el dios de Lucrecio, impotente y perdido en su inmensidad.

    Sin embargo, ella crea en Dios y un da sorprend el nombre de Jess en sus labios. Brotaba tan dulcemente, que llor. Oh, Dios mo!, esa lgrima... Se sec hace mucho tiempo! Esa lgrima, Dios mo! Devulvemela!

    Cuando el alma flota incierta entre la vida y el sueo, entre el desorden del espritu y el retorno a la fra reflexin es en el pensamiento religioso donde debe uno buscar auxilio; jams he podido hallar en esa filosofa que slo nos presenta mximas de egosmo o a lo sumo de reciprocidad sino una larga experiencia, dudas amargas; lucha contra los dolores morales anulando la sensibilidad; semejante a la ciruga, no sabe sino amputar el rgano que hace sufrir. Pero, para nosotros, nacidos en das de revoluciones y tormentas, en que todas las creencias han sido aniquiladas, educados a lo sumo dentro de esa vaga ley que se conforma con unas cuantas prcticas exteriores y que nuestra indiferente sumisin hace quiz ms culpable que la impiedad absoluta o la hereja misma, es bien difcil, en cuanto sentimos su falta, reconstruir el edificio mstico cuya fachada, ya hecha, admiten de corazn los inocentes y los simples. "El rbol de la ciencia no es el rbol de la vida!" Sin embargo, podemos nosotros arrojar de nuestro espritu lo que tantas generaciones inteligentes han vertido en l de bueno o de funesto? La ignorancia no se aprend