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Gilles de Rais Gilles de Rais fue un héroe de Francia, combatió junto a Juana de Arco. Fue un hombre inmensamente

Gilles de Rais

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Gilles de Rais

Gilles de Rais fue un héroe de Francia, combatió junto a Juana de Arco. Fue un hombre inmensamente rico y admirado, hasta que se descubrieron las atrocidades que llevo a cabo en sus propiedades.

Castillo de Champtocé

Nació hacia finales del año 1404, en la torre negra del castillo de Champtocé.

Era el resultado de la unión de cuatro familias ricas y poderosas. De hecho, la unión que produjo el nacimiento de Gilles, sirvió para reunir familias que, políticamente, estaban en conflicto.

Las cuatros casas implicadas eran:-La Casa de Rais.-La Casa de Laval, familia del abuelo paterno de Gilles.-La Casa de Machecoul, estrechamente aliada a la familia de su madre.-La Casa de Craon, familia de su madre.

Tuvo un hermano, René de Susset, nacido en 1407, con el cual estuvo muy unido en su infancia. Los padres encomendaron la educación de los pequeños a varios tutores eclesiásticos y nodrizas, despreocupándose de ellos. Dichos tutores los abandonaron por la incipiente conducta desmesuradamente sádica y cruel de Gilles.

Un hecho terrible marcó a Gilles cuando tan solo tenía 9 años; su padre Guy fue atacado por un verraco moribundo mientras cazaba con otros nobles una mañana de febrero de 1414. Resultó que llegó a herir al animal pero este en su último estertor le dio una enorme embestida que consiguió incrustar los cuernos en su estómago.

Guy fue llevado a su casa, en donde nada se pudo hacer por él.

El pequeño Gilles vio como su padre agonizaba, desangrándose lentamente, mientras sus vísceras se esparcían por su lecho. Esta sangrienta visión la tuvo presente durante toda su vida y la repetiría con muchas de sus víctimas en el futuro, cuando les rajaba el estómago y se quedaba ensimismado con el espectáculo de sangre y entrañas.

Poco después de este hecho, su madre, Marie, también murió y Gilles y su hermano quedaron bajo a la tutela del abuelo materno, Jean de Craon. Quizás puede culparse también al abuelo como uno de los factores de la locura asesina de Gilles de Rais, pues se le ha descrito como un hombre extremadamente violento, taciturno, calculador y exento de escrúpulos.

Este hombre inculcó a los dos hermanos el narcisismo, la soberbia, el poder, el orgullo, con los que Gilles fue desarrollando su personalidad. Al principio, Jean no prestó mucha atención a Gilles y le dedicó más tiempo a su hermano.

Entonces Gilles se fue refugiando en las bibliotecas de la casa Craon, en donde encontró a sus álter ego y héroes en el libro de "La vida de los doce Césares” de Suetonio, libro que marcó profundamente el sentir de Gilles. En este recopilatorio de cómo fueron las vidas y hazañas de Julio César y los primeros emperadores romanos, Gilles vio que todos ellos ostentaron riqueza y poder y se dedicaban a los mayores placeres de la vida, además de cómo impartían poder sin verse obligados a dar explicaciones.

A los 14 años, su abuelo le regaló una gran armadura milanesa y fue proclamado caballero. Manejó pronto la espada y también fue temprano en aburrirse al practicar sólo con peleles (muñecos construidos precisamente para la práctica) y empezar a relucir toda su agresividad hacia todo ser viviente. Primero animales, pero luego con seres humanos, como fue el caso de su compañero y amigo de la infancia, Antoin.

Un día propuso un duelo entre ellos con machetes, que al principio fue inofensivo, pero que luego a Gilles se le escapó de las manos y asestó con su machete en el cuello de Antoin. Gilles no ayudó a su compañero mientras éste se desangraba en el suelo y se quedó disfrutando de la visión de la sangre. Fue su primer asesinato, a los 15 años. Quedó sin condena debido a su condición de noble y la intermediación de su abuelo Craon. La familia de Antoin de origen humilde, aceptó la exigua indemnización que se les ofreció y así todo quedó zanjado. Otros hechos criminales de su adolescencia fueron alguna que otra perversión sexual.

Su abuelo, hombre sin escrúpulos, sólo se ocupaba en engrandecer su fortuna y poder de forma calculadora y astuta; por el contrario, su nieto, aunque también actuaba sin escrúpulo alguno, actuaba siempre sin deliberación alguna y era un absoluto inútil en materia de política y de granjearse poder y riquezas.

Un hecho describe la personalidad de abuelo y nieto: cuando intentaron extorsionar a una familia raptando a una gran dama; sus tres hermanos quisieron rescatarla y fueron encarcelados también por Craon, de forma que uno de ellos murió de hambre.

Su enorme agresividad y psicopatía, le llevó a alistarse en el ejército para desahogarse con los enemigos a los que se enfrentaba. Su abuelo Craon quería que llegase a la cumbre del poder francés y para ello, le recomendó a Guillaime La Jumelliers como consejero en política, estrategias militares y finanzas.

Juan V, Duque de Bretaña

Se puso a las órdenes de Juan V, duque de Bretaña en las querellas residuales de la Guerra de Sucesión Bretona, entre los Montforts y los Penthièvres. Luchó siempre en la vanguardia con sus soldados (tropas pagadas por él), y sus compañeros de armas lo admiraban porque parecía poseído cuando luchaba dando mandobles, con una rapidez y fuerza increíbles, pareciendo que eran los demonios quienes regían sus movimientos.

El 14 de enero de 1412, Gilles de Rais había sido prometido en matrimonio a Jeanne Peynel, rica heredera, con el objetivo de captar su fortuna, el promotor del enlace fue Jean de Craon. En el curso de las extrañas discusiones alrededor de la futura boda, el Parlamento de París se pronunciará en contra de ese matrimonio, prohibiéndolo.

No es hasta el 28 de noviembre de 1417 que se vuelve a poner en el ajedrez de las alianzas matrimoniales al joven Gilles de Rais, y esta vez se trata de casarle con la sobrina del duque Juan V de Bretaña. Desgraciadamente, la intentona se traduce en un nuevo fracaso.

En noviembre de 1420, Gilles de Rais rapta a su prima Catherine de Thouars, para casarse con ella. De nuevo detrás estaba Jean de Craon.

A finales del año 1420, la mujer de Jean de Craon fallece y, tras una cortísima viudez, éste vuelve a contraer segundas nupcias con la abuela de Catherine de Thouars, Anne de Sillé.

El 24 de abril de 1422, Gilles de Rais se casa públicamente con Catherine de Thouars. Su única hija, Marie, nació siete años después de su matrimonio en 1429. Tardaron tanto en tener un hijo debido a las tendencias homosexuales de Gilles que se desinteresó por su esposa al poco de casarse. Ésta lo abandonó junto a su hija para refugiarse en una de las propiedades de su padre. Gilles nunca mostró mayor interés en ambas. Dos años después del enlace, en 1424, es declarado mayor de edad y libre de disponer como entienda de su fortuna. Tomando las riendas de su vida, Gilles aparta gradualmente de su lado a Jean de Craon.

En 1427, Gilles de Rais hace su debut en la carrera militar contra los ingleses, con inusitada brillantez. Étienne Corrillaud de Pouzauges, entonces de 10 años de edad, entra a su servicio en calidad de paje.

Carlos VII, el Bien servido

Poco después de la campañas con Juan V, Gilles rindió tributo al que en esos momentos era el Delfín de Francia, Carlos VII, para combatir contra los ingleses y sus aliados de Borgoña.

Lo reclutó el gran chambelán del rey, Georges La Tremoille. Este hombre hábil y astuto sabía ya de la valiente capacidad combativa y guerrera de Gilles, que arrastraba a los soldados hacia adelante en las batallas, lo que le serviría al chambelán para mantenerse en el poder mediante los éxitos militares. En esta época, para los nobles, la guerra era un juego y gente como Gilles y La Tremoille disfrutaban grandemente.

Juana De Arco, la doncella de Orleans

En 1429 conocería a Juana de Arco, quedándose fascinado por lo que revelaban las voces que ella escuchaba, y dicen que también quedo maravillado por su belleza.

El Delfín Carlos VII entregó un pequeño ejército a Gilles y a Juana para liberar Orleans del asedio inglés. Junto a ellos estaban otros generales como el Bastard de Órleans (Conde de Dunois), el Duque de Alençon y La Hire.

En sólo 8 días las fuerzas francesas lograron levantar un sitio que duraba ya varios meses. Entraron triunfales en la ciudad y todo el mundo los veía como los salvadores de Francia. Poco después contribuyó en las victorias francesas en la Batalla de Jargeau y en la Batalla de Patay. Su audacia y violencia en combate era comparable a la de los vikingos.

Gilles llegó a decir durante las campañas con Juana, que ella era Dios y que si debía de matar ingleses por mandato de Dios, así lo haría. Se convirtió en su escolta y protector salvándola en varias ocasiones en los fragores de las batallas, como en el ataque a París a finales de 1429.

Pese a las matanzas y crueldades de la guerra Gilles se sentía realizado espiritualmente, ya que Juana lo inspiraba y había rendido un gran servicio a su patria.

Coronación de Carlos VII en Reims

Además, en este mismo año 1429, fue proclamado mariscal de Francia con tan sólo 25 años (caso único en la historia francesa), amasando una inmensa fortuna, y adoptó la flor de lis en su escudo de armas, mientras Carlos VII fue proclamado rey el 17 de julio en la Catedral de Reims.

Juana de Arco quemada en Ruan

El 30 de mayo de 1431, Juana de Arco fue quemada viva en la ciudad de Ruan. Pese a que intentó ayudarla contratando un pequeño ejército de mercenarios, aún no se sabe qué pasó para que no llegara a tiempo, ya que tan sólo se encontraba a 25 kilómetros de Ruán, localidad en que se llevó a cabo el juicio.

Acusó públicamente a Carlos VII de esta muerte y llegó a llorar amargamente ante las cenizas de Juana, y sintió que todo había acabado, que la vida sin ella no tenía ya sentido, que no había pureza en la guerra que se estaba librando. Su última acción en la Guerra de los Cien Años fue en la batalla de Lagny en agosto de 1432, de la cual salió victorioso.

Se retiró de la vida militar a la caída en desgracia de su protector, el chambelán La Tremoille, en 1434 después de la campaña de amparo al duque de Bourbon contra el duque de Borgoña que sitiaba la ciudad de Grancey. Después de este hecho, Gilles perdió su condición de mariscal y se refugió en sus posesiones de la Bretaña francesa (concretamente al castillo de Tiffauges, ubicado en la Vendée) en donde se convirtió en todo un demonio y afloraron sus instintos más perversos.

Entre la muerte de Juana y la falta de acciones violentas en guerra que tanto necesitaba, se desequilibró más aún la mente enfermiza del mariscal, ya que se había acostumbrado a las campañas, los ataques alocados contra los ingleses, a la sangre y a los muertos por doquier. Esta sed de sangre aumentó y no tuvo freno con la muerte de su abuelo Craon en noviembre de 1432, con lo que tuvo ya plena libertad de acción y mucho más dinero para poderla costear. La provincia del Poitou se convierte en la residencia del mariscal de Rais.

Entre 1432 y 1433, los crímenes empiezan...

Gilles de Rais. Grabado de Bombled. S XIX.

Para divertirse, ordenaba que se organizasen en sus múltiples castillos lujosísimas fiestas y representaciones teatrales, que eran conocidas en toda Europa, pero sus excesivos gastos pronto empezaron a menguar su fortuna y se vio obligado a vender varias de sus propiedades.

Alquimia

Preocupado por tales pérdidas, el barón de Rais se fue aficionando a la Alquimia e hizo que se instalase un laboratorio en un ala del castillo, donde trabajaba sin apenas dormir ayudado por alquimistas y magos importados de toda Europa a la búsqueda de la piedra filosofal, capaz, según la tradición esotérica, de transformar los metales en oro.

Al cabo de cierto tiempo, su sueño de oro no acababa de madurar, todo lo contrario, los alquimistas y magos le costaban una fortuna que lo iba arruinando más y más, hasta que desengañado, despidió a la gran mayoría. Los pocos que quedaron a su mando no tardaron en persuadirlo que sólo con la ayuda del Diablo podría conseguir el oro que necesitaba.

Barba azul

Algunas de sus numerosas biografías, cuentan que Gilles de Rais, llamado Barba Azul por su cabello negro-azulado, habría hecho testamento legando parte de sus bienes a Satanás, pero reservándose su vida y su alma, según la leyenda. En las escrituras del castillo, figura como titular el mismo Diablo.

Se rodeó de una corte grotesca de brujas, nigromantes, alquimistas, entre los que se encontraban Guillaume de Sillé, Roger de Brinqueville, Antonio de Palerno, Heriet, Poitou, Corrillaut, ... Finalmente, cae en manos de un embaucador florentino llamado Prelatti quien le asegura que llenará sus arcas gracias a la magia negra.

El mariscal visita con frecuencia a su cómplice, se informa con ansiedad del resultado de las investigaciones. Prelatti asegura a su señor que, en una de sus invocaciones, ha visto cerca de él al demonio, pero que esta

aparición fantástica se desvaneció sin que hubiera podido pronunciar palabra alguna. El crédulo mariscal tenía un pánico atroz al diablo aunque nunca lo veía, hizo caso de Prelatti, con quien tenía una relación homosexual, y mandó que se redoblasen los ensalmos y los conjuros.

En otras ocasiones Prelatti salía herido después de una de sus invocaciones, que siempre se realizaban en un cuarto escondido, causando en Gilles más pánico.

Castillo de Tiffauges

Sillé fue el proveedor de todos los elementos para las invocaciones en Tiffauges y el padre Eustache Blanchet, el de contratar a los invocadores como Prelatti o La Riviére (el cual vio al demonio en una invocación en un bosque en forma de leopardo, ante la credulidad de Gilles) o alquimistas como Jean Petit, el cual realizó varios hornos para trabajar con mercurio. Sin embargo los hornos creados deben ser destruidos ya que el futuro Luis XI, el delfín, visita a Gilles por una orden del rey Carlos VII que condenaba la alquimia como herejía.

Es imposible que el mariscal salga bien de sus empresas -ha dicho uno de los familiares de Gilles de Rais- si no ofrece al demonio la sangre y los miembros de niños llevados a la muerte. Porque su lectura habitual la constituyen los más ardientes poemas de Ovidio y el relato que hace Suetonio de los criminales sacrificios que exige el rey del Infierno.

¿Qué le importa el sacrificio de vidas humanas si adquiere a ese precio el poderío que codicia? A esto se unía además de su voluntad de matar a niños para su disfrute y placer personal. En su afán por procurarse víctimas para sus sacrificios, servidores de Gilles de Rais como Henriet y Poitou recorrían los pueblos y las aldeas buscando niños y adolescentes prometiéndoles que les harían pajes en los castillos del señor de Rais. Siempre en lugares lejanos; incluso en algunas, el propio Gilles, con amabilidad acudía a casas de los plebeyos para asegurar a los parientes de los niños un prometedor futuro.

De las víctimas, los padres no tenían más noticias y si preguntaban les respondían que estaban bien. Pronto la gente se alarmó, y de Rais recurrió a los raptos.

Bretaña

Entre 1432 y 1440 se llegaron a contabilizar hasta 1.000 desapariciones de niños de entre 8 y 10 años en Bretaña. Pero la gran locura llegaba por la noche cuando él y sus esbirros se dedicaban a torturar, vejar, humillar y asesinar a niños previamente secuestrados. Después de cada sangrienta noche, Gilles salía al amanecer y recorría las calles solitario, como arrepintiéndose de lo hecho, mientras sus secuaces quemaban los cuerpos inertes de las víctimas.

El temor se apoderó de los habitantes de los pueblos. Los criados tuvieron que ampliar su campo de acción con lo que el pavor se extendía más y más. Hasta que las murmuraciones se convirtieron en gritos que llegaron a las más altas autoridades.

Llegó a utilizar varias de sus posesiones (no sólo el castillo de Tiffauges) para cometer sus fechorías, como el castillo de Machecoul, el de Champtocé y la casa de la Suze.

Castillo de Machecoul

Ruinas del castillo de Champtocé

Una vez se aprovechó de unos niños que eran mendigos y que fueron a pedir limosna inocentemente a su castillo. Gilles los violó y desmembró. A algunos, los violó ya muertos y con las entrañas al aire. Una vez muertos los abrazaba fuertemente y deliraba; en otras ocasiones se reía ante los últimos estertores del niño y muchas veces cortaba la vena yugular haciendo brotar la sangre, causándole gran placer.

Gilles de Rais

En algunas ocasiones, cuando asesinaba a una de sus víctimas, se arrepentía y juraba partir hacia Tierra Santa para redimir sus pecados, pero al poco tiempo volvía a cometer las mismas atrocidades.

Durante los ocho años de terror, Gilles parecía no vivir en un mundo real, rodeado de gran fastuosidad y como si no se diera cuenta de las brutales acciones que llevaba a cabo.

Según contó en el juicio que se le hizo, junto con su grotesca corte, cortaban las cabezas de varios niños recién muertos y hacían competiciones para elegir los rostros más bellos. Las cabezas eran ensartadas en picas y las iban calificando.

El diablo

Se llegó a contar que estas calificaciones las firmaba el mismo diablo, que un brujo llamado Riviére podía invocar al diablo, o a uno llamado Barrón, al cual le ofrecían sacrificios como los órganos, ojos, corazones, etc., de las víctimas; todo esto bajo orgías sexuales y etílicas.

En una ocasión, se acercó a un niño que había elegido previamente y lo llevó al gran lecho que ocupaba el fondo de la sala de "torturas". Después de algunas caricias, tomó una daga que colgaba de su cintura, y riendo a

carcajadas cortó la vena del cuello del desdichado. Frente a la sangre que brotaba y al cuerpo que se convulsionaba, el barón se puso como loco. Arrancó las vestimentas al moribundo, tomó su propio miembro y lo frotó en el vientre del niño, que dos de sus cómplices sostenían porque éste estaba sin conocimiento. Cuando por fin salió el esperma, tuvo un nuevo acceso de rabia, tomó una espada y de un golpe cortó la cabeza de la víctima. Gilles, en pleno éxtasis se tumbó sobre el cuerpo decapitado, introdujo su sexo entre las piernas rígidas del cadáver, gritando y llorando hasta un nuevo orgasmo, se derrumbó sobre el cuerpo cubriéndolo de besos y lamiendo la sangre. Luego ordenó que quemasen el cuerpo y que conservasen la cabeza hasta el día siguiente. En ese mismo suelo, desnudo y manchado de sangre se habría quedado dormido.

Uno de los mayores placeres de Gilles era tener las cabezas decapitadas clavadas ante su vista. Luego llamaba a un artista de su séquito, el cual ondulaba exquisitamente el cabello del niño, le enrojecía los labios y las mejillas hasta darle un aspecto de belleza impresionante.

Cuando tenía bastantes cabezas cortadas, celebraba una especie de concurso de belleza, en el cual sus amigos e invitados votaban sobre cuál era la más bella. La cabeza "ganadora" era dedicada a un uso necrofílico.

En continuadas ocasiones el hermano de Gilles, René, intentó salvar el patrimonio familiar que Gilles estaba vendiendo, incluso con la ayuda del rey, crearon una ley por la cual no podían vender más posesiones. René logró comprar el castillo de Machecoul, y vio que en este lugar se encontraban los esqueletos de más de 50 niños. Quiso silenciar lo que vio para evitar posibles malentendidos contra él.

Tras las numerosas desapariciones de niños, poco a poco las sospechas se fueron tornando hacia la persona del barón, pero nadie se atrevía a acusarle, pues aunque más empobrecido seguía siendo un personaje muy poderoso, y sus víctimas en cambio, solo eran gente muy humilde. Por otro lado, los proveedores no cesaban de amenazar a los padres que reclamaban a sus hijos desaparecidos, y en todas partes se hacía el silencio.

Jean de Malestroit

El 30 de julio de 1430, Jean de Malestroit, obispo de Nantes, publicó el primer documento contra Gilles de Rais. Apoyándose sobre el pretendido rumor público y llamando a declarar a tan solo 8 acusadores, acusó a Gilles de Rais de asesinar a niños y de practicar con ellos la sodomía, y de pactar con demonios. A razón de sus supuestos actos, Gilles fue desacreditado por las "buenas y serias" gentes.

Ese catálogo de detalles es realmente una técnica medieval muy típica, hecha para deshacerse de individuos indeseables o molestos. Se puede citar, por ejemplo, a Hugues Aubriot, principal de París, que fue acusado de la misma manera y enjuiciado con las mismas malas artes eclesiásticas, sesenta años antes del arresto de Gilles de Rais. Aubriot, que se había vuelto impopular, había proporcionado de manera involuntaria a sus enemigos todas las razones que se esgrimieron para la acusación cuando en 1381, reenvió a sus familias un elevado número de niños judíos que habían sido quitados a sus padres, añadiendo que había que indemnizar a la comunidad judía. Fue acusado de sodomía, de herejía, de ser un falso cristiano, de librarse al comercio de vírgenes y de mantener relaciones sexuales con judíos, entre otros. Fue condenado, pero a diferencia de Gilles de Rais, escapó a la pena de muerte gracias a la influencia del Duque de Borgoña, su principal valedor.

Además, no había defensa posible contra el cargo de herejía. Cualquiera que fuese lo suficientemente idiota como para defender a un "hereje", era automáticamente acusado, a su vez, de hereje, lo que arrastraba inevitablemente la pena de muerte. Juana de Arco, por ejemplo, fue condenada por herejía y quemada por hereje y no, como se dijo en un principio, por ser una bruja.

En el resultado final, los hechos apenas han importado, porque en la convicción medieval de jurisprudencia todo se basaba sobre la confesión del reo, no sobre las evidencias y los jurados, añadamos a eso que la confesión siempre se obtenía mediante tortura. La figura del abogado o consejero para la defensa del acusado no existió, y el concepto moderno de "inocente hasta probación de culpabilidad" tardaría siglos en llegar a ser una realidad.

A principios de 1440, llegaron los rumores hasta la corte del duque de Bretaña, quién ordenó abrir una investigación sobre los secuestros y la posible implicación del barón de Rais.

La caída de Gilles de Rais, se inició a partir de un incidente relativamente menor. En septiembre de 1440, el tesorero de Bretaña, Geoffroi de Ferron, compró uno de los dominios de Gilles. Éste rehusó la admisión en el dominio al hermano del tesorero, Jean de Ferron, que había venido para tomar posesión de la propiedad y del título. La cólera de Gilles de Rais habría pasado desapercibida si Jean de Ferron no hubiese sido un clérigo, puesto que Gilles entró en su iglesia a lomos de su corcel, a voz en grito...

El obispo Jean de Malestroit (obispo de Nantes), cogió al vuelo la ocasión para llevar a Gilles de Rais ante un tribunal, con cargos que había secretamente preparado desde julio de 1429. El obispo alentó los cargos de herejía y un juicio fue reclamado por la corte ducal bretona. El duque, el obispo y el inquisidor se confabularon y apoyaron ganando una fortuna declarando a Gilles de Rais como hereje, confiscándole más tarde su propiedad.

El 13 de septiembre fue detenido en su el pueblo de Machecoul por un grupo de soldados, quienes hallaron en su propiedad los cuerpos despedazados de 50 adolescentes. El duque de Bretaña le hizo

compadecer ante la justicia acusado de haber asesinado e inmolado entre 140 y 200 niños en prácticas diabólicas.

Tortura de Gilles de Rais

Se le infligieron todo tipo de torturas para obligarle a confesar sus crímenes, que se obstinaba a negar pese a las evidencias, pero fue sólo la amenaza de la excomunión lo que le indujo a hacerlo detalladamente.

Juicio de Gilles de Rais

En el juicio (altamente detallado y del que aún existen los escritos del siglo XV), pasaba del insulto a los jueces al hundimiento más absoluto y fue encerrado en una prisión acomodada por su condición de noble. Se declaró al principio inocente, pero en uno de los trastornos de personalidad que ya sufría de años atrás, rectificó y se declaró culpable

quedando muy arrepentido de lo que había hecho el día 15 de octubre y finalmente, el día 22, ante los jueces eclesiásticos, comandados por el obispo de Saint-Brieuc, documentó todos los asesinatos y las vejaciones que practicaba a los niños (de entre 7 y 20 años), actuaciones pedófilas, rasgaduras, colgamientos del techo por ganchos, decapitaciones, etc.

Fueron confesiones tremendas, toda Francia se convulsionó ya que la gente no se creía que uno de sus héroes fuera un hombre tan vil. Se llegaron a constatar 200 víctimas aunque probablemente fueran muchas más.

Fue condenado por asesinato, sodomía y herejía. Varios cargos fueron retenidos contra Gilles: las conjuras de los demonios, el abuso del privilegio de secretario, las perversiones sexuales contra menores, y la invocación de espíritus acentuadas por las acusaciones de sacrificios humanos.

Ese mismo día, los cargos por sodomía, invocación y sacrificios a los demonios, y por herejía fueron presentados oralmente. En espera del veredicto, Gilles de Rais indicó a sus jueces que deseaba apelar. Su apelamiento fue inmediatamente rechazado pues fue formulada oralmente y no por escrito como estaba estipulado. Un apelamiento oral no era permitido dada la naturaleza particularmente grave del caso. Por lo demás, los jueces aseguraron al barón de Rais que no había en sus intenciones el deseo de oprimirle pero que el juicio seguiría su curso. Nunca se le dio la oportunidad de pasar por escrito su apelamiento.

Resumiendo, Gilles de Rais fue acusado de ser un hereje, un apóstata, un prestigitador de demonios... acusado de crimen y vicio contranatura, de sodomía, de sacrilegio y de violar la inmunidad de la Santa Iglesia. El 13 de septiembre de 1440, el obispo llevó a Gilles de Rais ante el tribunal. Las auditorías preliminares tuvieron lugar el 28 de septiembre, el 8, 11 y 13 de octubre, y el juicio formal se inauguró el 15 de octubre.

El duque de Bretaña, Juan V, sancionó el juicio que comenzó el 17 de septiembre; tras seis sesiones, el 19 de octubre, Gilles de Rais fue sometido a la "Cuestión". Para obtener confesiones y evidencias de sus crímenes, sus criados y cuatro de sus cómplices fueron torturados. Se escucharon, en total, a 110 testigos (informadores y soplones incluidos).

Hay que decir que, hasta entonces, Gilles de Rais nunca recibió testimonio alguno para su defensa, como tampoco recibió asesoramiento jurídico, fue sometido a dos tipos de investigaciones: una era la eclesiástica, quizá la más relevante y que iba a llevarle al patíbulo, y la otra era la civil para tratar especialmente el cargo por asesinato, pero menos relevante que la primera. Ese trato que le dispensaron es conforme a la manera de actuar de un tribunal eclesiástico, que manipulaba a su favor todo el proceso jurídico como solía hacerlo cuando enjuiciaban a las brujas en la misma época.

El viernes 21 de octubre de 1440, Gilles de Rais fue torturado hasta que prometió admitir "voluntaria y libremente" que era culpable de todos los cargos que se le imputasen, y naturalmente todos los crímenes por muy increíbles e imposibles que fuesen.

Ejecución de Gilles de Rais

El 26 de octubre, en Nantes, Gilles de Rais fue ahorcado y su cuerpo dispuesto sobre una pira con dos cómplices, Henri Griart y Poitou. Cabe hacer hincapié en las condiciones en las cuales fue llevado a cabo el proceso judicial, por lo tremendamente irregulares, incluso en el caso de acusaciones por crimen de herejía.

Ni uno solo de sus 500 criados fue llamado a declarar ante el tribunal, y los que quisieron dar un testimonio favorable a Gilles de Rais, fueron torturados hasta que fueron convencidos de pasar al banco de los

"acusadores" y "denunciantes" contra el mariscal. Tras cumplir con su parte, exigida por la Iglesia, los susodichos fueron liberados.

En el curso de los últimos 14 años, según se desprende de los "artículos", Gilles de Rais habría raptado a niños de ambos sexos y los habría cruelmente asesinado, desmembrando e incinerándolos; que sacrificó cuerpos de niños a los demonios; que cometió sodomía con ellos antes, durante y después de muertos; que hizo asesinar a éstos por sus cómplices; que mandó a sus criados que se hiciesen con más niños y se los entregasen; que contrató a personas encargadas de invocar a los demonios en su nombre; que entró en contacto con esos demonios para adquirir conocimientos, poderío y riqueza; que concluyó pactos con dichos demonios en los cuales aceptó realizar todos sus deseos y voluntades; que frecuentó la compañía de brujos y prestidigitadores; que tuvo costumbre practicar artes prohibidas para obtener riquezas y poder para sí mismo; que confió todas sus esperanzas, sus intenciones, su fe en los malos espíritus; que se libró cotidianamente a actos de glotonería; que prometió renunciar a su mala vida y hacer peregrinaje en Jerusalén, pero que rompió finalmente su juramento... Por dichas razones habría caído en la herejía, la idolatría y la renuncia a la Fe; que habría violado la inmunidad eclesiástica al agredir a Jean de Ferron, y que todo eso es ahora de notoriedad pública.

Al oír todas esas memeces, Gilles de Rais perdió, por vez primera, su serena tranquilidad. En un arrebato de ira, declaró no reconocer la autoridad de Jean de Malestroit y de Jean Blouyn como jueces, y que se mantenía firme en su voluntad de apelar. El informe del juicio subraya que habló "con insolencia" y "con arrogancia". Su cólera le empujó a acusarles de robar y mendigar restos de mesa, insultándoles y afirmando que preferiría ser desollado vivo antes que estar en presencia de semejantes eclesiásticos y jueces sinvergüenzas, corruptos y mentirosos.

Es interesante hacer hincapié en las acusaciones formuladas por Gilles de Rais contra sus jueces. De hecho, tenemos razones para creer que los presuntos obispos e inquisidores podían no ser del todo dignos de confianza. A pesar de la dureza de la Iglesia de la pre-Reforma hacia los casos de corrupción, no es difícil imaginar a sus camaradas bretones bañarse en la corruptela y sacar provecho de ella. No olvidemos que Jean de Malestroit tenía lazos de sangre con Juan V de Bretaña, y que tuvo que actuar por él en el pasado para tomar posesión de la tierra de Champtocé,

propiedad de Gilles de Rais. El mariscal en persona confirmó y testificó que, en su día, Jean de Malestroit le había dicho "no haré nada por vos siendo yo obispo de Nantes."

Gilles de Rais fue entonces nuevamente invitado a responder a los artículos, a lo que rehusó por segunda vez responder y dejando patente que no diría nada más al respecto. Cuando se leyeron por segunda vez los artículos, Gilles de Rais respondió que le extrañaba de sobremanera que Pierre de L'Hôpital, presidente del Parlamento de Bretaña, permitiese a Jean de Malestroit y a Jean Blouyn corromperse en crímenes de este tipo, los mismos de los cuales le acusaban ahora, teniendo en cuenta que en aquella época la iglesia estaba llena de corrupción y ante la falta de evidencias más claras y concisas, los jueces de Gilles de Rais deben ser considerados igualmente o tan sospechosos como él.

Confrontados a ese desafío, Jean de Malestroit y Jean Blouyn juzgaron a Gilles de Rais por su desprecio al tribunal y lo excomulgaron. A pesar de eso, siguieron instruyendo el proceso, a lo que Gilles de Rais puso en duda la legitimidad de esa corte de justicia, aunque solo lo pudo hacer oralmente ya que se le negó (otra vez) presentar una queja por escrito, y dudó también de la legalidad de su excomunión y de la competencia del obispo y del inquisidor.

Dos días más tarde, el 15 de octubre, se produce un giro inesperado: Gilles de Rais reconoció la competencia de sus jueces y les pidió perdón, por lo que a raíz de ese sorprendente cambio de actitud (muy sospechoso, por cierto), algunos biógrafos leyeron en ello la admisión de culpabilidad.

Tras un mes de arresto y encarcelamiento, Gilles de Rais había vivido en la esperanza vana de un gesto del rey a su favor. El paso del tiempo acabó por vencer sus esperanzas, y el rey no movió un dedo (igual que en el caso de Juana de Arco). Carlos VII "el Vencedor" merece, decididamente, el apodo de Carlos "el Ingrato".

Respondiendo finalmente a los cargos, Gilles de Rais admitió haber leído un libro de alquimia y de demonios para practicar la alquimia. A pesar de sus negaciones, testigos tales como sus criados Henriet y Poitou, Francesco Prelatti, el alquimista Eustache Blanchet, Tiphaine Branchu y la sirvienta Perrine Martin, fueron llamados ante el tribunal para testificar contra él. Pareció confiado en cuanto a los artículos que le acusaban de

practicar la alquimia y la lectura de un libro relativo al tema, creyendo que los testigos (amigos de ayer), habían declarado contra su voluntad, considerando que si debían escuchar su consciencia, no podían aportar testimonio para la acusación. En eso, obviamente, se equivocó.

Gilles de Rais rezó para no ser excomulgado. El informe judicial le describe cubierto de lágrimas, implorando su regreso en el seno de la Santa Iglesia. Uno se puede preguntar cuánto costaba la ejecución del mariscal de Francia, en provecho de sus jueces que se llenaban los bolsillos para llevarle a la hoguera...

El obispo y el inquisidor fueron raudos para acoger de nuevo en el seno de la Madre Iglesia a esa "oveja negra", suspirando aliviados ante su aparente capitulación.

Se condenó a Gilles de Rais a pagar 50.000 escudos de indemnización por el maltrato dado al clérigo Jean de Ferron, indemnización que había de ser entregada al duque Juan V de Bretaña. Pierre de L'Hôpital, presidente del tribunal secular, fue entonces asaltado por las dudas sobre si no se cometía cierta injusticia contra Gilles de Rais. Obviamente más recto y honesto que el obispo y el inquisidor, dictaminó que la indemnización se hallaba sobradamente pagada al confiscar el duque de Bretaña unas tierras de Gilles de Rais. Pero incluso impartiendo justicia con más honorabilidad que el tribunal eclesiástico, Pierre de L'Hôpital se encontraba con las manos atadas y pareció sospechar que se había urdido todo un complot para hundir y quitar de en medio a un poderosísimo señor feudal, como lo era Gilles de Rais, y ciertamente instigado por el duque de Bretaña. De su actitud y de sus conversaciones con Francesco Prelatti, se desprende la sombra de la duda...

Pierre de L'Hôpital prometió a la familia de Gilles de Rais que, una vez ejecutado, su cadáver sería inmediatamente retirado de la pira para recibir cristiana sepultura en la iglesia escogida por el reo, con gran procesión, escolta y servicio fúnebre.

Hay un dato extremadamente curioso: Prelatti y Blanchet, los alquimistas e invocadores demoníacos, no fueron ejecutados. Se les golpeó la muñeca y fueron liberados. Desaparecieron para nunca ser vistos jamás... y ese, es un punto que sigue causando cierto malestar en aquellos que asumen naturalmente la culpabilidad de Gilles de Rais.

El cuerpo del barón Gilles de Rais, mariscal de Francia, descansará (tal y como lo deseaba antes de ser ejecutado) en una sepultura cristiana, en la Iglesia de Nuestra-Señora del Carmelo, en Nantes. Trescientos cincuenta años después, los revolucionarios destruyen su tumba.

Finalmente el día 26 de octubre de 1440, Gilles de Rais junto a dos de sus más perversos colaboradores, habiendo rechazado la gracia real (perdón de la pena que se le extendía por ser Par de Francia) fue conducido al prado de la Madeleine en Nantes para ser decapitado. Sus restos fueron enterrados con solemnidad en la iglesia de las carmelitas de Nantes, a petición del mariscal.

Fragmentos de la declaración de Gilles de Rais en el juicio

“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes –niños y niñas- y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos –aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto- y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados"."Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente"."Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía...". "Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el Infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué

haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos”.“Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”.

Gilles de Rais fue sin duda un criminal sádico, con tendencias homosexuales, pero también podemos preguntarnos si también fue el resultado de su época, donde apenas una pequeña insinuación de herejía o brujería bastaba para condenar a alguien a la hoguera si no se tenían los contactos adecuados, donde las epidemias y el hambre eran algo corriente para la gente corriente, la corrupción y la influencia de poder era algo normal, las guerras y el derramamiento de sangre constante y la vida humana tenía apenas valor.

¿Habría sido diferente si Juana de Arco no hubiera muerto, si esa persona a la que idolatraba y le daba paz no hubiera sido injustamente asesinada? Tal vez.

El mariscal de las tinieblas

Quiero presentaros al que probablemente sea mi asesino en serie favorito, digo asesino en serie por designarle un título, pero sinceramente Gilles de Montmorency-Laval, barón de Rais, es posible que haya sido uno de los peores y más atractivos males de la historia, con el agravante de que sea gabacho.

Antes de comenzar deciros que, dada la poca cobertura informativa de la época, nos tenemos que fiar de los documentos históricos de la época o ensayos de investigación y divulgación más actuales. Voy a citar uno que ha llamado enormemente mi atención: "Gilles de Rais" de Aleister Crowley. Una vez aclarado esto, os disecciono de manera muy subjetiva a este singular personaje.

Gilles de Montmorency-Laval, nació en el 1404, en el castillo de Champtocé a las orillas del Loira, región de la espectacular Bretaña francesa.

Fue criado como cualquier noble de la época, salvando que había nacido bajo el signo de Marte y la guerra fue su vida, conoció a Juana de Arco, Doncella de Orleáns, y combatió a los ingleses e hizo grande a Francia, propiciando la ascensión del Delfín Carlos VII; estaba enamorado de Juana y mataba por ella.

Resaltar que tanto Gilles como Juana, se sospecha que eran esquizofrénicos, cosa que le da un gusto singular a este potaje.

Tras la ejecución de su amada, Gilles se abandonó a una vida de hedonismo y cultura, tocando temas que lo encauzarían a la vía del descenso. Alquimia y ocultismo ocupaban todo su tiempo, no tardando en abrazar el satanismo; haciéndose incluso rodear por un nutrido grupo de extraños personajes que lo guiaban por este atractivo camino.

Esta nueva vida provocó que Gilles dilapidara rápidamente buena parte de la fortuna de su familia, la cual era considerada la más rica de Francia. La proximidad de su ruina y su obsesión por la alquimia propiciaron que Gilles iniciara la búsqueda de la legendaria piedra filosofal (una sustancia que según la alquimia tendría propiedades extraordinarias, como la capacidad de transmutar los metales vulgares en oro). Para ello requirió la

ayuda de los expertos alquimistas de la época. Dado que los Círculos Herméticos (lugar de reunión y estudio de los alquimistas) tenían su sede en París, y que él no tenía pensado dejar su residencia por miedo a ser capturado por los ingleses, Gilles hizo llamar a los mejores transmutadores instalándolos en su residencia, el Castillo de Tiffauges, con todas las comodidades.

Tras una infructuosa búsqueda y alguna experiencia que casi aleja a De Rais del camino, llegó de Italia François Prélatti, un embaucador que acabaría encandilando a nuestro buen Gilles, llegando incluso a convertirse en amantes.

La piedra filosofal no aparecía, las arcas del noble se continuaban extinguiendo, así que el grupo de ocultistas dio un consejo al crédulo místico que cambiaría el curso de la historia, le aseveraron que para conseguir la piedra filosofal necesitaría ayuda ultraterrena, y para “comprar” esa ayuda era necesario un pago de sangre. Como Gilles de Rais no estaba dispuesto a enajenar su vida a cambio, se le exigió un pago con crímenes.

Aquí queridos lectores comienza la espiral. Tras una temporada en la que Gilles de Rais y sus secuaces se abandonaros a las más excelsas orgías de comida y bebida, comienza el destejido de humanidad de estos seres.

“No había mujeres en el castillo; Gilles las rechazaba. Pero perseguía a los monaguillos de su capilla, que había escogido más allá de sus tierras, a los pequeños bellos como ángeles”. Fueron los únicos a quienes amó, los únicos a quienes perdonó en sus días de asesino. Según sus declaraciones, se limitaba a beber el semen de los monaguillos, a frotar su miembro contra el vientre de los niños y eyacular sobre ellos. Pero pronto se cansó de ello; necesitaba derramar sangre para satisfacerse.

La primera víctima de Gilles fue un niño pequeño cuyo nombre se ignora. Le degolló, le cortó las manos, le arrancó el corazón, le sacó los ojos y lo llevó a la habitación de Prélatti. Ambos lo ofrecieron al diablo con apasionadas letanías. Pero el diablo se quedó callado. Gilles, exasperado, huyó. Según confesaría tiempo después en el juicio de Gilles de Rais, Prélatti envolvió los restos en una sábana y, temblando, fue por la noche a inhumarlos en tierra santa, junto a una capilla dedicada a San Vicente. Conservó la sangre, con la cual Gilles de Rais escribía sus fórmulas de invocación y sus libros de conjuros.

Entre 1432 a 1440, es decir, durante los ocho años comprendidos entre el retiro militar del Mariscal y su muerte, los habitantes de Anjou, Poitou y Bretaña, erraron sollozando por los caminos. Todos los niños desaparecían. Los pequeños pastores eran raptados en los campos; las niñas que salían de la escuela, los muchachos que iban a jugar por las callejuelas o en los linderos de los bosques no regresaban. En el curso de una investigación que ordenó el duque de Bretaña, los escribas redactaron interminables listas de niños desaparecidos. Fueron centenares de nombres. Narraban además el dolor de las madres que interrogan a los viandantes en los caminos, los lamentos de las familias. Estas frases se repitieron una y otra vez. En todas partes donde se establecieron los osarios de Gilles, las mujeres lloraban. Al principio, el pueblo, asustado, lo atribuyó a las hadas malignas; a los genios maléficos que dispersan la prole, pero poco a poco, les asaltaron las sospechas.

En cuanto el Mariscal se desplazaba, cuando iba de su fortaleza de Tiffauges al castillo de Champtocé, y de allí al castillo de la Suze o a Nantes, dejaba tras sus pasos estelas de desapariciones. Atravesaba un campo y al día siguiente faltaban niños. Con temor, los campesinos observaron también que por todas partes por donde pasaban Prélati, Roger de Bricqueville, Gilles de Sillé, todos los íntimos del mariscal, los niños desaparecían. Finalmente se dieron cuenta con horror de que una anciana, Perrine Martin, vestida de gris y con el rostro cubierto, rondaba por allí; se acercaba a los niños, que la seguían hasta el lindero del bosque, donde unos hombres los amordazaban y se los llevaban en sacos. Y el pueblo, espantado, llamó a aquella proveedora de carne “La Meffraye”, nombre de un ave de presa.

Gilles de Rais sólo secuestraba niños. Todos tenían entre siete y catorce años. Sus enviados explicaban que el gran barón, el héroe que había liberado Francia peleando junto a una Santa, iba a enviarlos al extranjero para que recibieran una educación adecuada. Si los padres no estaban presentes, los cómplices se limitaban a secuestrar a los niños mientras jugaban en las calles. Aparte de las víctimas que le conseguían sus ayudantes, se instalaba en las ventanas del castillo y cuando los mendigos jóvenes, atraídos por la fama de su generosidad, acudían a pedir limosna, los escogía con la mirada, hacía subir a aquellos que le gustaban y los arrojaba a una mazmorra. Al anochecer, cuando sus sentidos estaban excitados, Gilles de Rais y sus amigos se retiraban a una habitación apartada del castillo. Allí llevaban a los niños encerrados en los sótanos. Los desnudaban y los amordazaban; el Mariscal también se desnudaba;

luego los violaba, cortándoles después con la daga, complaciéndose en desmembrarlos vivos poco a poco. Otras veces les abría el pecho con su daga y bebía el aliento de sus pulmones; les rasgaba también el vientre y lo olfateaba, agrandando con sus manos la herida, y se sentaba dentro. Entonces, mientras se frotaba con los excrementos escapados de los intestinos de los niños, se volvía un poco y miraba por encima del hombro, para contemplar las convulsiones, los últimos espasmos. Él mismo declararía: “Me sentía más contento gozando con las torturas, las lágrimas, el espanto y la sangre, que con cualquier otro placer”. Después se cansó de los deleites fecales. Un pasaje del proceso informa que “dicho señor se excitaba con muchachos, algunas veces con chiquillas, con las que cohabitaba abriéndoles un agujero en el vientre y aseguraba que le causaba más placer y menos trabajo que por la vía natural”. Después de lo cual les serraba lentamente la garganta para penetrarlos por las abiertas heridas del cuello, empapándose de sangre y eyaculando allí. A un niño llegó a vaciarle los ojos y romperle parte del hueso para después, mientras su víctima daba alaridos de dolor, penetrarlo por las cuencas vacías y sangrantes. Luego colocaba el cadáver, las sábanas, las ropas, en el brasero del hogar de la chimenea, lleno de madera y hojas secas, y arrojaba las cenizas a las letrinas, al viento desde lo alto de una torre, y a los fosos y las zanjas.

La necrofilia se apoderó después de él. Violaba a los niños muertos. Tras torturar y destazar vivas a sus víctimas, apilaba los miembros cercenados en un salón, como si fueran troncos. Besaba, con gritos de entusiasmo, los trozos de sus víctimas, establecía concursos de belleza sepulcral y, cuando una de aquellas cabezas cortadas obtenía el premio por ser la más hermosa, la levantaba por los cabellos y besaba sus labios fríos y ensangrentados.

También bebía la sangre de los niños asesinados. El vampirismo le satisfizo durante unos meses. Un día en que se agotó la provisión de niños, destripó a una mujer embarazada para manosear el feto. Después de esto caía, agotado, en profundos sopores.

Practicaba además una especie de juego perverso con algunos de los niños. Cuando uno de ellos era llevado a su aposento, Prélatti y Sillé lo desnudaban, lo colgaban de un gancho fijo en la pared, lo golpeaban repetidas veces en el vientre y en las piernas y, en el momento en que el niño estaba a punto de desmayarse, Gilles entraba al cuarto, ordenaba

con enojo que lo liberaran de la cuerda y cogía al pequeño con sumo cuidado. Curaba sus heridas, lo ponía sobre sus rodillas, lo reanimaba, enjugaba sus lágrimas y le decía señalándole a sus cómplices: “Estos hombres son malvados, pero me obedecen. No tengas miedo. Voy a llevarte al lado de tu madre”. Y cuando el niño, llorando y presa de la alegría le daba las gracias y le rogaba que lo devolviera con su familia, él le cortaba suavemente el cuello por detrás. Según la propia expresión de Gilles de Rais, "lo ponía lánguido". Cortaba sin importarle los gritos del niño hasta que su cabeza, un poco separada del tronco, colgaba hacia adelante entre chorros de sangre. Él tomaba entonces con brusquedad el cuerpo, le daba la vuelta y lo violaba rugiendo, según los testimonios de sus compañeros. Durante todo el proceso, el niño continuaba vivo, aunque el corte lo había dejado paralítico. Al terminar, cortaba un poco más, hasta llegar a la médula espinal, y el niño moría asfixiado lentamente. Para entonces, Gilles y sus amigos ya se habían ido del cuarto, apagando las luces, y lo dejaban allí para que muriera solo en la oscuridad.

Tras estos espeluznantes juegos, le manifestaba a sus amigos: “No hay nadie que se atreva a hacer lo que yo hago. He nacido bajo tal estrella que nadie en el mundo ha hecho ni podrá hacer jamás lo que yo hice”. El valiente militar, el hombre que acompañó a Juana de Arco y comulgaba cada mañana acompañado de una santa, el joven que había sido nombrado Mariscal de Francia, era un despiadado infanticida y cometía en su castillo las peores atrocidades. Los textos de la época calculan de setecientas a ochocientas víctimas, pero el número parece inexacto.

Regiones enteras fueron devastadas; la aldea de Tiffauges dejó de tener niños; la Suze carecía también de ellos. En el Castillo de Champtocé, el

foso de una torre estaba lleno de cadáveres. Un testigo citado en la investigación, Guillaume Hylairet, declaró “que ha oído decir a un sujeto llamado Du Jardin que había encontrado en dicho castillo una cisterna completamente llena de niños muertos”. Todavía a comienzos del siglo XX, en Tiffauges, un médico descubrió una mazmorra y extrajo de ella

montones de cabezas y de huesos.

Entonces el remordimiento lo invadió. Vivió expiatorias noches, asediado por fantasmas y aullando a la muerte como una bestia. Aparecía corriendo por los lugares más solitarios del castillo mientras se mesaba los cabellos y

se arrancaba mechones. Lloraba, se arrodillaba, juraba a Dios que haría penitencia, y prometió crear fundaciones piadosas. Instituyó en

Machecoul una Colegiata en honor a los Santos Inocentes; habló de encerrarse en un claustro, de ir a Jerusalén mendigando su pan. Pero esos

episodios de arrepentimiento duraban poco. Cuando la lujuria volvía a invadirlo, pedía que le llevaran más niños. Tomaba a alguno de ellos, lo

desnudaba y luego le hundía los dedos en los ojos, reventándolos, revolviendo con sus dedos los globos oculares. Luego lamía los pedazos.

Tomaba después un garrote de espinos y golpeaba la cabeza del niño, hasta que el cráneo se reventaba y el cerebro salía. Entonces Gilles de Rais rechinaba los dientes y soltaba una carcajada. Devoraba parte del cerebro

y luego, como una bestia acorralada, huía a los bosques, mientras sus ayudantes lavaban el suelo y se desembarazaban del cadáver. Vagaba por

horas en los bosques que rodeaban Tiffauges. Sollozaba mientras caminaba. La gente de las aldeas veía pasar al enloquecido Gilles de Rais y lo habían bautizado como “Barba Azul”, a causa de su negrísima y lustrosa barba, que daba tintes azulados de tan oscura. No se atrevían a enfrentar

a su señor y, por otra parte, el rey y los nobles no tenían interés en defender a los niños muertos, que eran hijos de campesinos y labriegos y

cuyas vidas eran propiedad de su amo.”

Fue Juan de Malestroit, Obispo de Nantes, quien decidió enfrentar al homicida. Y tras hallar causa decidió emprender una acusación, luego de embarazosos episodios en los juicios logró sacar la siguiente confesión a

Gilles de Rais.

“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes, niños y niñas, y que en el curso de muchos años he raptado o

hecho raptar a un gran número de ellos. Aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto y que los he matado con mi

propia mano o hecho que otros los mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados. En todas estas viles acciones yo fui la fuerza principal (…) Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la

cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los

até con cuerdas y sogas, y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así.

Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad, incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente. Me

gustaba meter mi miembro viril en los culos de las niñas que no sabían todavía para qué servían sus otras partes. Dejé que mi semen impregnara los cuerpos de estos niños y niñas hasta cuando estaban agonizando. Éste no es el final de mis execrables crímenes. Siempre me he deleitado con la agonía y con la muerte. A aquellos niños de cuyos cuerpos abusé cuando

estaban vivos, los profané una vez muertos. Después de que hubieran muerto, gozaba a menudo besándolos en los labios, mirando fijamente los rostros de los que eran más bellos y jugueteando con los miembros de los

que estaban mejor formados. También abrí cruelmente los cuerpos de aquellos pobres niños o hice que los abrieran en canal a fin de poder ver lo

que tenían dentro. Al hacer esto mi único motivo era mi propio placer. Codiciaba y deseaba carnalmente su inocencia y su muerte. Con

frecuencia, he de confesar, y mientras esos niños estaban muriendo, yo me sentaba sobre sus estómagos y experimentaba gran placer en oír sus

estertores de agonía. Me gustaba que un niño muriera debajo de mi cuerpo, u observar como uno de mis criados cometía actos de sodomía

con un niño o una niña y lo mataba después. Solía reírme a carcajadas a la vista de un espectáculo así (…) Ordenaba que Griart, Corillaut y los otros

convirtieran después en cenizas los cadáveres de mis víctimas (…) Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es

decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario.

Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre

nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola

interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado

viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos. Yo

soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tienen una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. Si lo pudiera describir o expresar,

probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”.

Investigaciones más recientes sitúan la cifra de niños asesinados en 1000, tanto es así que la región quedó diezmada y tuvieron que pasar años para

que se recuperara.

Gilles de Rais el mariscal de las tinieblas

Gilles de Rais, nieto de uno de los hombres más ricos y poderosos de Francia, enseguida despuntó por su temeridad en los campos de batalla.

Fue lugarteniente de Juana de Arco y sólo contaba 25 años cuando Carlos VII le hizo mariscal de Francia.

Al morir su abuelo se retiró a sus dominios y allí comenzó una carrera de sexo y sangre que le hizo pasar a la historia de los malos con el nombre de un monstruo de cuento, Barba Azul.

Gilles de Rais Gilles de Rais nació en la torre negra del castillo de Champtocé en 1404. Su padre, Guy de Rais, se había casado con la hija de su peor enemigo, Jean de Craon, para zanjar la disputa por una herencia. Del contrato matrimonial de Guy de Rais y Marie de Craon nacieron dos hijos, Gilles y René, que quedaron huérfanos al morir la madre y el padre en 1415.

Guy de Rais tuvo el tiempo justo de hacer testamento y dejar instrucciones sobre lo que deseaba para sus hijos. Lo que no quería bajo ningún concepto era que Jean de Craon, su malévolo y astuto suegro, se hiciese cargo de ellos. Dejó la tutela en manos de un primo que no pudo hacer nada cuando el poderoso abuelo de Gilles de Rais decidió saltarse a la torera la última voluntad de su yerno. No iba a permitir que otro administrase las riquezas acumuladas en parte gracias a sus manipulaciones y que pronto pasarían a este nieto. La vida con su abuelo resultó instructiva. En el castillo de Champtocé aprendió a hacer siempre lo que le venía en gana, sin importarle si estaba bien o no. Los dos clérigos que le habían tutelado hasta entonces, al comprobar que el abuelo “dejaba a su nieto libre de hacer, a su gusto, todo el mal que le pluguiese”, y que además se ponía él mismo como ejemplo para Gilles, se marcharon.

La lección fundamental que le transmitió Jean de Craon fue que su estado le situaba por encima de la ley, más allá de las prohibiciones pensadas para el resto de los hombres. El abuelo no tardó en iniciarle en la práctica de este dictado. Negoció dos posibles bodas para su nieto, pero al ver que ninguna de estas alianzas cuajaba le mandó secuestrar a su riquísima prima Catherine de Thouars, que iba a heredar propiedades colindantes con las suyas en Poiteau. Gilles la abdujo y su abuelo amenazó a la familia

de la muchacha con meterla en un saco y echarla al río Loira, como a un gato, si no accedían al enlace. Los de Thouars enviaron negociadores, entre ellos a un tío de Catherine. De Craon los recibió con una paliza y los encerró en las mazmorras de Champtocé. Durante las conversaciones que siguieron, el padre de Catherine murió de unas fiebres y, finalmente, cuando las autoridades eclesiásticas reconocieron el matrimonio entre Gilles y Catherine, De Craon liberó a los negociadores. Las condiciones del encierro habían sido tan malas que el tío de la recién casada murió poco después.

Pero una infancia torcida puede dar como resultado un hombre malo cuando va acompañada de otros defectos del carácter. En el caso de Gilles de Rais se conjugaron la ausencia total de escrúpulos que observó en su abuelo con una osadía temeraria, ambas unidas a una candidez infantil.

Para justificar a Gilles de Rais, o mejor, para explicarlo, casi todos los intérpretes han recurrido a la costumbre de rascar en su infancia y en su juventud. A este respecto, lo fundamental parece estar en un abuelo que, por un lado, se puso como ejemplo a seguir, pero, por otro, no supo enseñarle a dirigir su falta de escrúpulos a un determinado fin. Jean de Craon dirigía todos sus esfuerzos a lucrarse, sin importarle los medios. Así logró la mayor fortuna de Francia. Gilles, por el contrario, se quedó con la práctica del mal, pero sin fines concretos a la que aplicarla, y terminó dirigiéndola hacia lo único que le era propio e inalienable: la satisfacción de sus instintos. La lección fundamental que le transmitió Jean de Craon fue que su estado le situaba por encima de la ley, más allá de las prohibiciones pensadas para el resto de los hombres, y se dedicó a obtener el placer que le proporcionaba ver sufrir a los demás.

Al hambre se juntaron las ganas de comer cuando, a los 14 años, Gilles de Rais comenzó su carrera militar participando en varias escaramuzas de la Guerra de los Cien Años. Contando ya con una sólida formación en el crimen y la crueldad, Gilles no podía sino destacar en el arte de destruir al enemigo. En cuanto se armó caballero, empleó su fortuna en levar soldados, consiguió reunir a los mejores mercenarios, pagó espías sin mirar en gastos y logró rodearse de caballeros tan valientes como él. No le costó acostumbrarse a la vida de campaña, a las marchas, a las refriegas permanentes con los ingleses, a la sangre ni a los gritos de los moribundos. De hecho, se hizo famoso por encabezar con una temeridad loca las cargas contra el enemigo, blandiendo golpes de espada contra todo lo que se le pusiera delante mientras se desgañitaba jaleando a los suyos.

Logró algunas victorias importantes para el delfín –heredero al trono de Francia–, al que apoyaba contra las pretensiones de Enrique V de Inglaterra, que quería hacerse con la corona.

Juana de Arco Precisamente en 1429 se presentó ante el delfín una doncella que decía escuchar voces de santos. Le pidió un ejército para liberar la ciudad de Orleans, asediada por los ingleses, y para coronarle de una vez por todas rey de Francia. La doncella se llamaba Juana de Arco y obtuvo lo que pedía: diez mil soldados bajo el mando de Gilles de Rais, que para entonces se había convertido en uno de los caballeros más apreciados, tanto por su riqueza como por su brutalidad. Mano a mano la doncella y el caballero, la futura santa y el monstruo futuro, ganaron batallas, liberaron Orleans y fueron los encargados de conducir al delfín Carlos hasta Reims para su coronación.

El honor de llevar los santos óleos en la ceremonia recayó en Gilles de Rais. Poco después, Carlos VII le nombraba mariscal de Francia a instancias de su favorito –y primo de Gilles–, Georges de la Tremoille. Al año siguiente, De la Tremoille se lavó las manos cuando los ingleses capturaron a Juana de Arco y la acusaron de herejía. Gilles de Rais intentó convencer a su primo de que podían salvar a la doncella de Orleans, pero en realidad al favorito le interesaba que la joven visionaria desapareciese de la corte de Carlos VII.

Juana de Arco fue condenada y murió en la hoguera en 1431. Georges de la Tremoille, mientras tanto, se jactaba cínicamente de lo bien que sabía manejar a Gilles, del que decía que era un tonto útil (y muy rico): “¡Es bueno hacerle progresar en el aprendizaje del mal!”.

En 1432 murió Jean de Craon, no sin antes tener un último gesto de desprecio para con su nieto y heredero: le entregó su espada a René, el menor de los dos hermanos, y se lamentó de haber criado a Barba Azul. En cuanto le llegaron las noticias, Gilles decidió abandonar los tejemanejes de la corte, para los que no valía, se retiró a sus tierras y largó todas las velas de su deseo.

Al poco tiempo comenzaron a propagarse rumores por la comarca. La fiesta de este chivo comenzó en Champtocé, pero Gilles de Rais también dispuso habitaciones para sus orgías en los castillos de Tiffauges y de Machecoul, y en la casa llamada de la Suze, en Nantes.

El primer secuestro que se le atribuyó fue el de un aprendiz de curtidor. Al parecer, Guillaume de Sillé, primo y amigo íntimo de Barba Azul, encargó

al muchacho, de 12 años, que llevara un mensaje al castillo de Machecoul. Pasado un tiempo razonable, el curtidor, visto que su aprendiz no daba señales de vida, se acercó al castillo a preguntar por él y allí le dijeron que el muchacho había sido raptado en Tiffauges por unos salteadores. Nunca más se supo del aprendiz. Algo parecido les sucedió, años más tarde, a algunas madres que se atrevieron a pedir cuentas a los habitantes del castillo de Machecoul. Guillaume de Sillé, tal vez para protegerse, o quizá para consolarlas, salió del paso con la patraña de que en efecto raptaban a los niños y se los entregaban a los ingleses por orden del rey. Añadió que, una vez en Inglaterra, los educaban para convertirlos en pajes. Poco a poco, los rumores sobre desapariciones de niños fueron a más, hasta el punto de que toda la comarca del País de Rais cobró una fama siniestra.

Cuenta una crónica que en cierta ocasión se encontraron dos campesinos de camino al mercado y que cuando se preguntaron de dónde eran y uno de ellos respondió que de Machecoul, el otro le miró aterrorizado, dijo: “ahí es donde se comen a los niños”, se santiguó y se fue. Lo que pasaba con los niños desaparecidos no llegó a saberse hasta años después, gracias a los testimonios recabados durante la investigación judicial. A pesar de que muchas de las confesiones se obtuvieron bajo tortura, incluida la del principal encausado, coincidían en demasiados puntos como para ponerlas en tela de juicio. Por ellas sabemos que el crimen se fue repitiendo hasta convertirse en un violento y macabro ritual que los celebrantes disfrazaban de ceremonia solemne. Lo primero, claro está, era hacerse con una víctima. Con frecuencia secuestraban a los niños con engaños, como en el caso del aprendiz de curtidor, pero también se aprovechaban de los mendigos que llamaban cándidamente a las puertas del castillo pidiendo limosna. Tampoco faltaron padres confiados que se dejaban seducir por promesas falsas, ni padres sin escrúpulos que vendían a sus hijos por unas monedas.

Una vez en su poder, los criados se ocupaban de preparar al niño o al muchacho (hubo víctimas de entre 7 y 20 años). Le vestían con prendas lujosas, le alababan al señor que estaba a punto de conocer y le prometían toda clase de regalos si se portaba bien. Después llegaba el festín. Los criados conducían al niño a la mesa. Gilles de Rais y los participantes se sentaban a cenar con el niño, impresionado por lo que le había tocado en suerte vivir. Se servía una cena exquisita, abundante y bien acompañada de hidromiel y vino. De allí pasaban a una cámara especialmente dispuesta, a la que sólo tenían acceso los cómplices más allegados de Gilles de Rais. Éste observaba a los muchachos y “frotaba contra ellos su

virilidad… se deleitaba e inflamaba de tal modo que criminalmente y en forma adversa a la normal surtía el vientre de los niños”, según reza el auto medieval. Si el muchacho gritaba, cosa que molestaba mucho a Barba Azul, lo colgaban del cuello para sofocar sus sollozos y De Rais lo violaba en esa postura. Enardecido por su instinto sangriento, De Rais lo mataba o daba orden de que lo matasen. Algunas veces decapitaban a los muchachos o los degollaban, y otras los descuartizaban, les daban garrote o les abrían las entrañas como si fuesen ganados.

La ceremonia no siempre terminaba del mismo modo. Poitou, uno de los siervos más fieles de Gilles de Rais, fue secuestrado como cualquier otro, pero cuando llegó la hora de asesinarle el mariscal le perdonó la vida en honor a su belleza. Precisamente fue Poitou el que en su declaración recordó cómo “una vez muertos, [De Rais] besaba a los niños; solía tomar las cabezas y las extremidades más hermosas, las levantaba para admirarlas y lloraba lamentándose de lo sucedido. También ordenaba que se les abriesen los cuerpos y disfrutaba con la visión de sus órganos internos. En algunas ocasiones se sentaba encima del niño moribundo y se tocaba mientras le veía morir. Se reía…”.

Por otros testimonios sabemos que también se daba a la necrofilia. Después de fornicar con los cadáveres de sus víctimas, padecía unos brotes locos de arrepentimiento en los que juraba que emprendería una peregrinación a Tierra Santa para redimir sus crímenes. Los buenos propósitos duraban poco. Al día siguiente, el riquísimo Gilles se veía de nuevo rodeado de una numerosa flotilla de íntimos que le adulaban y le seguían el juego, riéndole las gracias, secundando sus caprichos aberrantes, azuzándole y zanganeando a su costa; Gilles de Rais no habría llevado a cabo sus crímenes sin ayuda.

El escuadrón del vicio estaba formado, además de por un gran número de criados y comparsas, por varias figuras principales que compartían con Gilles una vida fastuosa.

Desde el principio contó con sus primos Guillaume de Sillé y Roger de Briqueville, además de otros jóvenes de familias nobles y arruinadas; Blanchet, su capellán; sus fámulos Henriet y Poitou, y al final, con el brujo Prelati. El mariscal de Francia no se privaba de nada, y mucho menos de escenificar su poder, aunque desde que se retiró de la corte no fuese más que un poder nominal. Por ejemplo, seguía desplazándose con toda la pompa protocolaria que le correspondía, aderezada con algunos extras de su cosecha. Se hacía preceder de heraldos y maceros, con tabardos

bordados en oro y plata, a los que acompañaban pajes vestidos con jubones de brocado y sayos trepados, reyes de armas y persevantes, un cuerpo de ballesteros bretones a pie y de caballeros sobre alazanes, mientras él, como un rey, montaba su palafrén.

Pero Gilles de Rais, al contrario que su abuelo, sólo sabía gastar como un pródigo y pronto se vio sin dinero contante y sonante con el que mantener el espectáculo de su locura. Para salir de aquella situación comenzó a vender propiedades hasta que en 1435 su hermano René, junto con otros parientes, temiendo que liquidase todos los bienes raíces de la familia, logró que el rey firmase una orden que le prohibía seguir dilapidándolos.

Gilles de Rais decidió recurrir a la alquimia, en primer lugar, y más adelante, al satanismo. El cura Blanchet se convirtió en su procurador. Para empezar, el sacerdote le presentó a un orfebre al que había conocido en la taberna del pueblo. El artesano se jactaba de que podía convertir la plata en oro. De Rais le entregó una moneda de plata y le dejó a solas para que obrase el milagro. Cuando regresó al taller se encontró con el alquimista tirado en el suelo entre vapores etílicos, inconsciente. Al parecer, su don consistía principalmente en convertir una moneda de plata en varias frascas de vino.

Visto que la alquimia no funcionaba, De Rais se pasó al satanismo. El mariscal de Francia, que había visto a Juana de Arco sacarse una flecha del cuello y continuar luchando como si nada, tenía fe en los milagros y estaba convencido no sólo de que los tratos con el demonio le sacarían de sus apuros económicos, sino también de que le convertirían en el hombre más poderoso de Francia.

Blanchet le presentó a un brujo llamado Rivière que se decía capaz de convocar al diablo. Durante el juicio contra Gilles, Blanchet relató cómo una noche Rivière, armado con escudo y espada, les condujo a todos al claro de un bosque y les hizo esperar allí mientras él iba en busca de Satán: “Escuchamos un gran estruendo, que a mí me pareció el ruido de una espada contra un escudo, y al poco apareció Rivière, pálido y muerto de miedo, diciendo que el diablo había pasado a su lado en el bosque. Después regresamos a Pouzages y estuvimos allí de juerga hasta que nos quedamos dormidos”. El brujo Rivière, visto que su amo se lo creía todo como un niño, le pidió una fuerte cantidad de dinero para comprar material de invocaciones satánicas. Gilles se lo dio y el mago desapareció como por ensalmo.

Pero De Rais no escarmentaba. En 1438 envió a Blanchet a Italia en busca de un nigromante que pudiese ponerle en contacto con Satanás. El sacerdote conoció a François Prelati, un joven políglota, charlatán y embaucador que se dedicaba a hacer conjuros. Blanchet y Prelati llegaron al castillo de Tiffauges en la primavera de 1439. Gilles de Rais puso inmediatamente a su disposición todos los medios para que el hechicero convocase al diablo en la noche más propicia del año, la de San Juan.

Llegados el día y la hora, el cura Blanchet, los criados Poitou y Henriet, el primo Guillaume de Sillé, De Rais y Prelati se encerraron en el gran salón del castillo. El brujo dibujó un gran círculo en el suelo, inscribió una estrella de cinco puntas dentro de él y pintó símbolos en los entrepaños.

De acuerdo con el testimonio de Blanchet, De Rais seguía a Prelati por todo el salón con un gran volumen lleno de páginas escritas en rojo. También llevaba consigo una carta dirigida al Maligno, en donde le prometía todo lo que quisiese –menos la vida y el alma– a cambio de una fortuna sin límites. Cuando terminó de dibujar, Prelati les dijo que ni se les ocurriera santiguarse, por mucho miedo que tuviesen. Ordenó cerrar las ventanas y entonces Gilles mandó a los demás que saliesen de la gran sala. De Sillé se alegró porque en otra ocasión, cuando un mago había convencido a los dos primos de que había un espíritu en la habitación donde se hallaban, le dio un pánico tal que saltó por una ventana. Según De Rais, Prelati condujo una ceremonia que consistía en conjurar, a veces de rodillas, a veces de pie, y también deambulando, a un diablo llamado Barrón. Éste no apareció, pero sí lo hizo una tormenta que levantó un ventarrón furioso y descargó una tromba de lluvia impresionante; cayeron rayos y truenos sobre Tiffauges. La tormenta sirvió para consolar a Gilles del plantón que les había dado el diablo y, al mismo tiempo, para salvar el prestigio nigromántico del sinvergüenza de Prelati.

Este sainete se convirtió en rito macabro cuando Prelati, tal vez ignorando los crímenes de Gilles de Rais, le dijo que Barrón exigía un sacrificio con el corazón, los ojos y los órganos sexuales de un niño. El hechicero obtuvo lo que había pedido y realizó el sacrificio, esta vez encerrándose a solas en una sala del castillo. Desde fuera, los demás escucharon gritos, golpes e imprecaciones. Prelati salió de la sala lleno de heridas y magulladuras, diciendo que Barrón se había mostrado y le había propinado una paliza brutal. Blanchet, en su testimonio ante los jueces, sostuvo que los ruidos de aquel día “le sonaron como si alguien sacudiera un colchón de plumas”.

Mientras tanto, la liquidación de propiedades continuaba. René, siempre alerta, seguía acosando a su hermano por su prodigalidad y tras varios pleitos logró que un tribunal le asignase el castillo de Champtocé. Gilles de Rais se echó a temblar ante la posibilidad cada vez más real de que René se hiciese también con Machecoul. Envió allí a Henriet y a Poitou para que incinerasen los cuerpos de más de 50 niños que había mandado guardar en una torre. Efectivamente, René ocupó Machecoul e interrogó a Henriet y a Poitou acerca de los esqueletos que se habían encontrado en el castillo. Los criados dijeron que no sabían nada, y René prefirió acallar aquel asunto familiar que podía salpicarle.

Otros poderosos, sin embargo, acechaban desde hacía tiempo a Gilles de Rais. Cualquier excusa les vendría bien para rapiñar la inmensa fortuna de un criminal loco y manirroto. Entre los buitres había dos enemigos jurados: el duque de Bretaña, Juan V, y el obispo de Nantes, Jean de Malestroit.

Los rumores sobre las desapariciones de niños no bastaban para emprender acciones; al fin y al cabo se trataba con toda seguridad de siervos, campesinos o artesanos. A Gilles de Rais, conviene recordarlo, le juzgaron y condenaron no tanto por los crímenes que había cometido como porque todavía poseía una fortuna que muchos codiciaban.

El proceso contra Barba Azul se inició a raíz del secuestro de un sacerdote mientras celebraba misa mayor en la iglesia de St. Etienne. Este sacerdote era hermano del tesorero del duque de Bretaña, que le había obligado a aceptar la venta de uno de sus castillos. Furioso por la humillación y con el miedo loco de un animal esquinado, De Rais decidió vengarse. Entró en St. Etienne hacha en mano y secuestró al cura. Había llegado la hora. Ésta era la excusa perfecta para que el duque y el obispo interviniesen. El prelado empezó a recabar información, y la obtuvo: desapariciones, secuestros, invocaciones al diablo, laboratorios de alquimia, el famoso libro de conjuros supuestamente escrito con la sangre de sus víctimas… Había crímenes más que de sobra para que los motivos económicos de fondo permaneciesen ocultos.

En julio de 1440, el obispo publicó un informe: “Monsieur Gilles de Rais, señor, caballero y barón, sujeto a nuestra jurisdicción, con la ayuda de varios cómplices cortó los cuellos, mató y masacró a muchos niños pequeños e inocentes, con los que además practicó actos de lujuria antinaturales y el vicio de la sodomía; ha llamado o hecho a otros convocar malignamente a los diablos, y ha perpetrado otros crímenes

tremendos en los límites de nuestro episcopado…”. El escrito del obispo de Nantes llegó a oídos de Gilles de Rais, pero el mariscal de Francia no se dejó achantar por tan poca cosa; sus primos Guillaume de Sillé y Roger de Briqueville, sí. Recogieron el dinero que tenían apartado para una eventualidad como ésta y desaparecieron para siempre.

En Tiffauges quedaron, junto a Barba Azul, sus criados Poitou y Henriet, el nigromante Prelati y el capellán Blanchet. Los soldados del duque los prendieron y los condujeron ante el juez eclesiástico de Nantes para que Gilles prestara declaración sobre los sucesos de la iglesia de St. Etienne. A los tres días, el juez civil comenzó a recabar testimonios, y poco después abría un proceso al señor De Rais por 34 asesinatos y la desaparición de 140 muchachos, además de acusarle de sodomía, herejía y violación de lugar sagrado.

En el primer interrogatorio, Gilles de Rais insultó a los jueces llamándoles simoniacos y prevaricadores, y dijo que preferiría verse colgando de una soga a contestar las preguntas de “curillas y leguleyos”. Le preguntaron cuatro veces, y cuatro veces ignoró al tribunal. El obispo Malestroit decidió excomulgarle. Mientras esperaba la siguiente vista del juicio, De Rais pidió confesarse y comulgar, pero como había sido excomulgado no podía recibir ningún sacramento. Por temor a que se perdiese su alma confesó todos los crímenes que se le imputaban menos el de haber convocado al diablo. Pidió perdón a los miembros del tribunal, y el obispo le readmitió en la Iglesia. Sin embargo, el fiscal no se contentó con esta confesión e insistió en que Barba Azul reconociese que había intentado convocar al diablo. Gilles de Rais rechazó el cargo y propuso que le sometieran a la prueba del fuego (agarrar un hierro candente con la mano) para demostrar su inocencia. No hizo falta llegar tan lejos, porque tanto Poitou como Henriet, además del cura Blanchet y Prelati, declararon –posiblemente bajo tortura– que hubo invocaciones diabólicas.

Al leerle las declaraciones de sus compañeros, el mariscal de Francia se limitó a recomendar que las hiciesen públicas para aviso de herejes. No bastó. El fiscal exigía una confesión, así que solicitó a los jueces permiso para obtenerla bajo tortura. Pero el obispo, más práctico, lo excomulgó de nuevo y Barba Azul confesó entre súplicas para que le readmitiesen en la Iglesia. Absuelto de la sentencia de excomunión “por el amor de Dios”, Gilles de Rais y sus cómplices fueron condenados a la horca.

Pierre de L’Hôpital confirmó la sentencia a muerte dictada por el tribunal eclesiástico: se les condenaba a ser colgados del cuello hasta la muerte y a

que sus cuerpos fueran quemados hasta que de ellos sólo quedasen cenizas.

El mariscal de Francia pidió ser el primero en subir al cadalso “para dar ejemplo a sus criados”, y el tribunal se lo concedió. Ejecución de Gilles de Rais Gilles de Rais fue ajusticiado el 26 de octubre de 1440 en Nantes.

Desde el patíbulo, antes de que se ejecutara la sentencia, confesó públicamente sus crímenes y dio un discurso elocuente y conmovedor sobre los peligros de una juventud disoluta. Conminó a los reunidos a que educasen a sus hijos con rigor y a que permaneciesen siempre fieles a la Iglesia. En lugar de ser quemado, el obispo permitió que se enterrase su cuerpo con los ritos cristianos.

La maldad de Gilles de Rais hundía sus raíces en la satisfacción que proporciona la barbarie, algo tan arraigado en nosotros que sólo el poder de la civilización es capaz de reprimir. Freud diría que a costa del profundo malestar que nos genera. Entre el malestar de la civilización y la maldad de la barbarie, Gilles de Rais optó por la segunda: “Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”.

Gilles de Rais - Confesión oficial y ejecución

Manuscritos del juicio de Gilles de Rais

…Le dejaron solo para que meditase en los crímenes que debía confesar públicamente en la audiencia, al día siguiente. Fue ése el día solemne del proceso. La sala, donde se hallaba el Tribunal, rebosaba gente y la multitud, comprimida en las escaleras, colmaba los patios, llenaba las callejuelas vecinas, atestaba las calles. Los campesinos habían acudido de veinte leguas a la redonda para ver a “Barba Azul”, la famosa fiera ante cuyo nombre, antes de su captura, se cerraban las puertas en las temblorosas veladas en que las mujeres lloraban en voz baja. El Tribunal iba a reunirse en pleno. Los asesores que de ordinario se reemplazaban durante las largas sesiones, estaban presentes. La oscura sala estaba sostenida por pesados pilares románicos. Las trompetas sonaron, la sala se iluminó, los obispos hicieron su entrada en silenciosa procesión. Los obispos se sentaron en la primera fila y rodearon inmóviles a Jean de Malestroit que, desde un sitial más alto, dominaba la sala. Después, con una escolta de soldados, hizo su entrada Gilles de Rais. Estaba macilento y temblaba. Tras los prolegómenos, comenzó el relato de sus crímenes.

Con voz sorda, secándose las lágrimas, narró los raptos de niños, sus tácticas, sus juegos crueles, sus violentos asesinatos, sus implacables violaciones; describió haberse tendido en los intestinos; confesó haber arrancado corazones a través de heridas ensanchadas. Y todo el tiempo se miraba los dedos, que sacudía como para dejar gotear la sangre. Los presentes en la sala, aterrados, guardaban un pesado silencio que algunos breves gritos rompían, de pronto; y muchos se llevaban a mujeres que se desmayaban ante las historias truculentas del Mariscal. Pero él parecía no oír nada, no ver nada; continuaba recitando la letanía de sus crímenes. Después su voz se hizo más ronca. Narraba sus episodios de necrofilia y el suplicio de los niños que engañaba para cortarles el cuello. Divulgaba todos los detalles. Sobre ese momento, J.K. Huysmans escribe:

“Fue tan terrible, tan atroz que, bajo sus capas de oro, los obispos temblaron; sacerdotes templados en el fuego de las confesiones; jueces que en tiempos de endemoniados y asesinos habían oído las más terribles declaraciones; prelados a los que ningún crimen, ninguna abyección de los sentidos, ningún estiércol del alma asustaba, se persignaron. Y Jean de Malestroit se volvió y tapó por pudor el rostro de Cristo. Luego, todos bajaron la frente y, sin pronunciar palabra, escucharon al Mariscal que con la cara trastornada, empapada en sudor, miraba al crucifijo, cuya invisible cabeza, con su corona erizada de espinas, levantaba el velo. Y alcanzado por la gracia, en un grito de horror y alegría, había convertido súbitamente su alma; la había lavado con sus lágrimas, la había secado con el fuego de sus torrenciales oraciones, con la llama de sus locos impulsos; renegaba del carnicero de Sodoma y reaparecía el compañero de Juana de Arco, el místico cuya alma volaba hacia Dios entre oraciones balbuceadas y mares de lágrimas”.

Juicio de Gilles de Rais

Gilles declaró ante el Tribunal y el pueblo:

“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes, niños y niñas, y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos. Aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros los mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados. En todas estas viles acciones yo fui la fuerza principal (…) Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas, y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad, incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente. Me gustaba meter mi miembro viril en los culos de las niñas que no sabían todavía para qué

servían sus otras partes. Dejé que mi semen impregnara los cuerpos de estos niños y niñas hasta cuando estaban agonizando. Éste no es el final de mis execrables crímenes. Siempre me he deleitado con la agonía y con la muerte. A aquellos niños de cuyos cuerpos abusé cuando estaban vivos, los profané una vez muertos. Después de que hubieran muerto, gozaba a menudo besándolos en los labios, mirando fijamente los rostros de los que eran más bellos y jugueteando con los miembros de los que estaban mejor formados. También abrí cruelmente los cuerpos de aquellos pobres niños o hice que los abrieran en canal a fin de poder ver lo que tenían dentro. Al hacer esto mi único motivo era mi propio placer. Codiciaba y deseaba carnalmente su inocencia y su muerte. Con frecuencia, he de confesar, y mientras esos niños estaban muriendo, yo me sentaba sobre sus estómagos y experimentaba gran placer en oír sus estertores de agonía. Me gustaba que un niño muriera debajo de mi cuerpo, u observar como uno de mis criados cometía actos de sodomía con un niño o una niña y lo mataba después. Solía reírme a carcajadas a la vista de un espectáculo así (…) Ordenaba que Griart, Corillaut y los otros convirtieran después en cenizas los cadáveres de mis víctimas (…) Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos. Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”.

La cocina de Gilles. Cuadro de Pierre Klossowski

Gilles acabó su relato y se produjo una sensación de alivio; hasta entonces había permanecido de pie, hablando a borbotones. Cuando terminó, se derrumbó y sollozando gritó: “¡Oh Dios, Redentor mío, os pido misericordia y perdón!” Después volvió la cara hacia la gente del pueblo a cuyos hijos había destrozado y les dijo llorando: “¡Vosotros, los padres de los que tan cruelmente he asesinado, dadme el socorro de vuestras piadosas oraciones! Vosotros que estáis presentes, vosotros, sobre todo, a los cuales he masacrado los niños, yo soy vuestro hermano, hijo de Cristo. Por pasión por Nuestro Señor, os imploro, rogad por mí. Perdonad de todo corazón el mal que os he hecho, como vosotros esperáis la piedad y el perdón de Dios". Jean de Malestroit dejó su asiento y levantó al acusado que, desesperado, golpeaba las losas del piso con la frente; abrazó fuertemente al culpable que se arrepentía y lloraba su falta. Jean de Malestroit dijo a Gilles, de pie, con la cabeza apoyada en el pecho: “¡Reza para que la justa y espantosa cólera del Altísimo se aplaque, llora para que las lágrimas purguen los locos entresijos de tu ser!” Y la sala entera se arrodilló y lloró por el asesino. Cuando se acabaron las oraciones, hubo un instante de enloquecimiento y confusión. El Tribunal, silencioso y enervado, se recompuso. Con un gesto, el Promotor detuvo las discusiones. Dijo que los crímenes eran

"claros y evidentes”, que las pruebas eran manifiestas, que el Tribunal podía ahora “en alma y conciencia castigar al culpable" y pidió que se fijara el día de la sentencia. El Tribunal lo señaló para dos días después. Se le imputaron ciento cuarenta asesinatos, aunque muchos opinaban que era autor de más de doscientos. Investigadores de los siglos posteriores elevarían esa cifra hasta mil niños asesinados. Ese día el oficial de la iglesia de Nantes, Jacques de Pentcoetdic, leyó una tras otra las dos sentencias; la primera dada por el Obispo y el Inquisidor sobre los hechos pertenecientes a su común jurisdicción afirmaba:

“Invocado el Santo nombre de Cristo, Nos, Jean, Obispo de Nantes, y el hermano Jean Blouyn, bachiller de nuestras Sagradas Escrituras, de la Orden de los Hermanos Predicadores de Nantes y delegado del Inquisidor de la Herejía para la ciudad y diócesis de Nantes, en sesión del Tribunal y teniendo ante los ojos sólo a Dios declaran que el Mariscal de Rais es condenado a ser colgado y quemado vivo”.

Tras escuchar la sentencia, Gilles de Rais pensó en sus amigos; quiso que también ellos muriesen en estado de gracia. Pidió al Obispo de Nantes que fuesen ejecutados no antes ni después, sino al mismo tiempo que él. Como era el más culpable, afirmó, debía cuidar de su salud espiritual, asistirles en el momento de subir a la hoguera. Jean de Malestroit accedió a esta súplica. Llevado de nuevo al calabozo después del juicio, dirigió una última súplica al obispo Jean de Malestroit. Le rogó que intercediera ante los padres y madres de los niños que tan ferozmente había violado, torturado y matado, para que accedieran a asistirle en el suplicio. Asombrosamente, la gente sollozó de piedad: ya no vio en aquel señor demoníaco sino a un pobre hombre que lloraba sus crímenes y que iba a afrontar la muerte. Y el día de la ejecución, desde las nueve de la mañana, una multitud recorrió la ciudad en una larga procesión. Cantó salmos en las calles y se comprometió, bajo juramento en las iglesias, a ayunar durante tres días para intentar asegurar, por ese medio, el reposo del alma de Gilles de Rais. A las once, fue a buscarlo a la prisión y le acompañó hasta la pradera de la Biesse, donde se levantaban altas piras, coronadas de horcas. El Mariscal sostenía a sus cómplices, los abrazaba, los exhortaba a tener “gran dolor y contrición por sus fechorías” y, golpeándose el pecho, suplicaba a la Virgen que les perdonase, mientras el clero y el pueblo salmodiaban las siniestras e

implorantes estrofas del Oficio de Difuntos: “Nos timemus diem judici Quia maliaet nobis concili Sed tu, Mater summi concili Para nobis locum refugi, Oh Maria, Tanc iratus Judex”. Gilles de Rais, ya en el patíbulo, cantó un "De Profundis" con voz sonora y fuerte. Exhaló luego un gemido y añadió: "Demos gracias a Dios por este signo manifiesto de su amor", y continuó rezando de rodillas. De inmediato, todo el gentío se arrodilló y rezó con él. Sentado sobre un taburete, con las manos atadas y el nudo de la cuerda al cuello, el verdugo encendió la hoguera que se encontraba debajo de él, en el justo momento en que le quitaban el asiento. Gilles de Rais quedó colgando, en medio de los espasmos del ahorcamiento. Pero entonces la cuerda se rompió y el Mariscal, agonizante, cayó sobre la hoguera. Allí murió mientras los jueces, los padres y centenares de niños, derramaban muchas lágrimas por él. Sus camaradas y cómplices le siguieron poco después al patíbulo. Pero por ellos nadie lloró. Sus cenizas fueron reclamadas por sus parientes. Fue enterrado en una iglesia de los Carmelitas Descalzos en Nantes. Sus bienes fueron confiscados en beneficio del duque de Bretaña y de la Iglesia.

Ejecución de Gilles de Rais

Con los siglos, la figura de Gilles de Rais se convirtió en una leyenda oscura e inspiró al personaje "Barba Azul". Su historia fascinó a pintores,

músicos, cineastas y escritores como Béla Bartók, Charles Perrault, Georges Bataille, Joris Karl Huysmans, Mallarmé, Thomas Mann y Mario Vargas Llosa. El cineasta Pier Paolo Pasolini planeaba rodar su historia cuando fue asesinado. Bataille lo definió como "un niño con poder" y de poseer "una monstruosidad esencialmente infantil". Otros asesinos legendarios vendrían después de él: Vlad Tepes “El Empalador” y Elizabeth de Bathory “La Condesa Sangrienta”. Pero Gilles de Rais, “Barba Azul”, fue quien marcó una época y con sus crímenes escribió con sangre su nombre en la historia del mundo.

Sello y estandarte de Gilles de Rais

http://elcafewha.blogspot.com/2009/12/gilles-de-rais-el-placer-del-mal.html