Giovanni Levi. Un Problema de Escala

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  • Relaciones Revista de El colegio de MichoacnEl Colegio de Michoacn

    [email protected]

    ISSN: 0185-3929

    Mxico

    2003 Giovanni Levi

    UN PROBLEMA DE ESCALA Relaciones, verano, ao/vol. 24, nmero 095

    Colegio de Michoacn Zamora, Mxico

    pp. 279-288

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    N PROBLEMA DE ESCALA

    Giovanni Levi*UNIVERSIDAD DE VENECIA

    1. Cmo puede un historiador estudiar y describir sistemas de grandesdimensiones, pero sin perder de vista la situacin concreta de la gentereal y de su vida; o viceversa, cmo puede describir las acciones de unapersona y su concepcin limitada y centrada sobre el ego, pero sin per-der de vista las realidades globales que pesan en torno de esa mismapersona? Es un problema antiguo, que ha contribuido de una maneradeterminante a mantener indefinido el estatuto cientfico del oficiode historiador. E incluso, la imagen misma que en el exterior se tiene denuestro trabajo, aparece como algo contradictorio. Algunos cientficossociales tienden a considerar a la historia como si ella fuese consustan-cialmente incapaz de teora, y por lo tanto, de generalizaciones:

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    En este ensayo se ofrecen reflexiones sobre los problemas historiogr-ficos del estudio de los vnculos reales entre las escalas locales y glo-bales. Se contemplan tanto el problema de perder de vista la situacinconcreta de la gente real durante el estudio de sistemas de grandes di-mensiones como el problema de un enfoque casi biogrfico que igno-ran las realidades globales que pesan sobre las personas. En adicin,se pone atencin en poderes que son intermedios entre el Estado y lacomunidad local y la falta de estudio de las redes de relaciones queunen la socialidad de los grupos locales con el poder central ms re-moto del Estado moderno.

    (Historiografa, Estado moderno, escala local y global)

    * [email protected] Este ensayo de Giovanni Levi fue publicado originalmente en italianoen el libro Dieci interventi sulla Storia Sociale, Ed. Rosenberg & Sellier, Turn, 1981, pp. 75-81. La traduccin del italiano al espaol es de Carlos Antonio Aguirre Rojas

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    nombre del asesino, y tambin de que las causas se convierten en uncampo de opinin que no puede tener verificacin alguna, porque loshechos permanecen siempre iguales, como algo que es indiferente a laspremisas, a los orgenes, e incluso a esas mismas causas descritas. Y esdentro de esta misma lgica, creo, que para nosotros los historiadoresha sido fcil llevar a cabo una asimilacin superficial de los instrumen-tos de las otras ciencias sociales, y tambin es por esta va que los con-ceptos macrosociolgicos se han instalado, sin modificarse para nada,dentro de nuestra manera de explicar las cosas: la verificacin era, des-de este punto de vista, imposible, si en cada experimento las consecuen-cias estaban ya incluidas en el propio punto de partida.

    2. Aquello que tal vez ha sido ms olvidado y ms dejado de lado esel mundo de las relaciones interpersonales, las que pueden contribuir adefinir el conjunto de las estructuras y la realidad en la cual los aconte-cimientos externos e internos irrumpen: cada caso concreto dar unarespuesta diferente, incluso en el largo plazo, respuesta que ser com-prensible slo si hemos definido de una manera no mecnica y no exter-na a ese contexto.

    Para dar un ejemplo: estamos habituados a considerar generalmentecomo vlido el modelo de Marx de la transicin del feudalismo al capi-talismo. La lenta fase de la acumulacin primitiva, la expropiacin delos pequeos productores, la aparicin de un empresario capitalista quesustituye al gran propietario feudal. Pero existen, obviamente, diferen-cias nacionales o regionales. Y me parece que actualmente se puede irun poco ms all: es decir, que ahora se puede medir ms sutilmente elefecto de un proceso ampliamente difundido, que por s mismo y asu-mido como un fenmeno general, no explica la variedad local de loscomportamientos polticos sucesivos.

    De este modo, estudiando el fracaso de un empresario capitalista,que ha sido poco atento al tema de la solidez cultural y poltica de laorganizacin social clientelar de una comunidad piamontesa del sigloXVIII (la comunidad de Felizzano), he tratado de demostrar la relevanciade un microanlisis que asumiese como central las redes sociales comu-nitarias: con lo cul era posible explicar, entonces, tanto el fracaso de unempresario que no haba sabido insertarse coherentemente en el tejidosocial local, como tambin las consecuencias de ciertas actitudes polti-

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    La diferencia entre el estudio histrico de las instituciones sociales y su es-tudio terico, puede ser fcilmente observada si distinguimos entre investi-gacin ideogrfica e investigacin nomottica. En una investigacin ideo-grfica el objetivo es el de establecer como aceptables ciertas proposicionesparticulares o actuales. Mientras que una investigacin nomottica tiene,por el contrario, el objetivo de llegar a proposiciones generales aceptables(Radcliffe-Brown, 1977, pp. 11-12).

    Otros, en el extremo opuesto, tienden a considerar a la historia comouna disciplina incapaz de contener en s, de explicar y de contar, las vi-cisitudes individuales; dado que lo irrepetible no tendra leyes:

    La ciencia histrica nos deja en la incertidumbre respecto de los individu-os. Esta ciencia revela solamente en qu puntos esos individuos estaban enrelacin con las acciones generales [...] en cambio el arte se coloca en el ex-tremo opuesto de esas ideas generales, porque l no describe ms que lo in-dividual, no desea ms que lo nico. El arte no clasifica; ms bien desclasi-fica (Schwob, 1972, p. 13).

    No quiero, ciertamente, ilustrar la historia nunca resuelta de un pro-blema como este, sino ms bien avanzar algunas reflexiones sobre elproblema de la dimensin, de la definicin de un rea oportuna comoobjeto de estudio, que sea capaz de asumir el problema de la escala delos fenmenos como algo relevante.

    Me ha causado mucha sorpresa, en estos ltimos tiempos, la hostili-dad con la cual los historiadores italianos han acogido la aproximacinmicroanaltica: la presunta petulancia de la microhistoria ha sido inter-pretada, demasiado fcilmente, como si ella representara slo un intersrenovado por ciertos contenidos cotidianos e impalpables, y ello en con-tra de un modo de hacer historiogrfico tradicional, que estara msbien atento a los grandes cambios y a los grandes acontecimientos.

    Mientras que de lo que aqu se trata en realidad no es de la relevan-cia que tienen los objetos que se estudian, sino ms bien del modo enque esos objetos son insertados en su propio contexto: la fragilidad delos mecanismos causales que los historiadores utilizan se encuentra li-gada al hecho de que sus investigaciones se desarrollan a partir del

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    La consideracin de la pequea escala se propone, entonces, comoun modo de captar el funcionamiento real de mecanismos que, en unnivel macro, dejan demasiadas cosas sin explicar. Y la insuficiencia deesas explicaciones se puede comprobar en los debates sin salida que,continuamente, nos involucran a todos: el consenso popular de apoyoal fascismo; una clase obrera que ha asimilado la cultura de la burguesavictoriana; un mundo campesino arcaico que debe desaparecer frenteal progreso, y temas por el estilo. La escala est aqu evidentementeequivocada, porque no puede dar respuestas sino hasta el momento enel que sea capaz de calar en una situacin concreta, tal vez no ge-neralizable, pero que de cualquier manera sea capaz de permitir la ela-boracin de un instrumental conceptual menos burdo que aquel queha sido construido sobre los agregados anteriores demasiado inde-finidos.

    As, no me parece suficiente, por citar un ejemplo, el hecho de consi-derar como significativa del conflicto poltico, durante la poca fascista,tan solo a la lucha abierta: este punto de vista tiende a oscurecer unadimensin que actualmente ha sido asumida, y que se encuentra muydifundida en muchas partes de la historiografa del movimiento obreroamericano, es decir, que la medida de la adaptacin de la clase obrera alos imperativos polticos y econmicos debe medirse, ante todo, a par-tir de las dificultades que los capitalistas encuentran en el proceso deimponer a sus obreros las decisiones que no han recibido la sancin dela colectividad (Gutman, 1979, p. 21).

    El efecto de esta perspectiva, es el de trasladar el punto de obser-vacin hacia las transformaciones que debe sufrir el sistema de poderpara convertirse, por lo menos, en algo soportable. Un punto de vistaque permanece oscurecido cada vez que se asume, de manera simplista,que las directivas solamente van desde lo alto hacia lo bajo, y que la ni-ca respuesta de importancia es la del rechazo abierto y total. Y es delmismo tipo, si bien encubierta burdamente, y se resuelve en una abier-ta apologa del poder, cada afirmacin acerca de la total autonoma cul-tural de las clases populares, una autonoma concebida sin puertas y sinventanas, sin relaciones, y por lo tanto incapaz de modificar la realidady solamente de rechazarla (un ejemplo paradjico reciente se encuentraen Cappelli-di Leo, 1981).

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    cas de larga duracin (como la del voto conservador, en una zona eco-nmica homognea que sin embargo estaba normalmente orientada ha-cia la izquierda), inducidas en parte tambin por la victoria remota dela nobleza local, que aqu sustituye al seor feudal pero que impide latransformacin capitalista de las relaciones sociales.

    Aunque es cierto que explicaciones de este tipo, no tienen tanto lafuncin de esclarecer el nacimiento asfixiante del capitalismo en loscampos italianos, ni pretenden tampoco proponerse como generaliza-bles. En cambio, aquello que si es generalizable es el uso de ejemploscomo stos, porque ponen en el centro de la observacin problemas an-tes descuidados, y porque permiten mostrar como la aparente uniformi-dad de las comunidades del Antiguo Rgimen, y el aparente carctermecnico de la transformacin capitalista, ocultan una extraordinariavariedad de formas, llenas de consecuencias, y en las cuales las ya men-cionadas redes de relaciones interpersonales tienen una importantefuerza explicativa.

    3. Si no se afronta el problema de la dimensin que es adecuada paraexaminar los fenmenos histricos, se tiende a caer en mecanismosautomticos de explicacin basados sobre dos premisas que no son neu-tras: la primera es que las situaciones locales, o las situaciones persona-les, no son ms que el reflejo por lo que se refiere a aquello que es real-mente relevante del nivel macro, y que, por lo tanto, esas situacionesslo pueden ser utilizadas por lo que ellas poseen de general, o tambinsolamente como ejemplos, y ello slo a falta de una explicacin mejor.La segunda premisa es que existe un orden de relevancia que asumecomo indiscutibles dicotomas del tipo: ciudad-campo, civilizado-prim-itivo, culto-ignorante, en las cuales el primer trmino tiene siempre unpredominio sobre el segundo, que deriva para ese primer trmino de suconexin con el progreso y con el sentido de la historia.

    Es un cuadro que tiende a no darle la debida atencin a la debilidadde los sistemas de poder, porque descuida la fuerza de las respuestasy de las inercias, y tambin las modificaciones que son introducidas enlos compromisos elegidos que cada situacin individual lleva a cabo so-bre las prescripciones que provienen de aquellos que dominan. Resultaas oscurecido, a veces, el significado mismo del ejercicio del poder enla sociedad que estamos estudiando.

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    greso la lucha de la resistencia campesina a la introduccin del cultivodel maz, introduccin que trastornaba los ordenamientos productivosy sociales del campo, en favor de un equilibrio que sin duda multiplica-ba las posibilidades alimenticias, pero que al mismo tiempo favoreca elaumento de la explotacin y la enfermedad de la pelagra. Y no son ca-rentes de una importancia cargada de consecuencias futuras, las estrate-gias clientelares con las cuales los grupos sociales resolvan o afronta-ban sus pequeas y locales relaciones con el Estado: el optimismo con elcual se ha atribuido, de manera moralista, el calificativo de atrasado acada tipo de organizacin, de grupo, y de eleccin de lideres que nocoincidiese con el tipo institucional propuesto por los sistemas polticosgenerales de la sociedad compleja, ha oscurecido la comprensin de losconflictos, de las elecciones polticas, y de las formas sociales que fre-cuentemente han sido la base sobre la cual las instituciones y los pode-res han debido poner a prueba y modificar su propio sistema de normas.

    Poderes que son intermedios entre el Estado y la comunidad local,poseen todava un cierto halo de misterio que no ha sido sometido alproceso de su verificacin microanaltica: la mafia y la Democracia Cris-tiana, la burocracia de partido y su clientela, las asociaciones religiosasy los grupos locales, encuentran su explicacin, precisamente, en la re-lacin que une la socialidad de la aldea, del barrio, o del grupo, con elremoto poder central del Estado moderno.

    5. Naturalmente no cualquier microanlisis es explicativo; precisa-mente la escala del problema que uno se plantea es la que nos reenvahacia una correcta dimensin del punto de aplicacin de la investi-gacin: mecanismos de mercado que trastornan ordenes sociales y pro-ductivos en el campo, por ejemplo, deben ser descritos, preliminar-mente, en su dimensin mucho ms amplia de una familia, de unacomunidad, o de una regin. Pero el problema permanece: cualquier fe-nmeno tiene un cierto impacto sobre los mecanismos sociales, impactoque no solamente puede modificar los efectos de esos mecanismos, sinoque tambin, reclama para ser adecuadamente comprendido, de la veri-ficacin local de sus significados, de las resistencias y de las respuestas.Esto me parece evidente en todos los aspectos que tienen que ver con lahistoria de las instituciones: no es suficiente ciertamente describir lasleyes y las normas que las definen. Porque su funcionamiento concreto

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    Esto, obviamente, es tanto ms verdadero conforme ms se va haciaatrs en el tiempo. Visto desde lo alto, el campo y la ciudad del AntiguoRgimen parecen inmviles, homogneos, incapaces de influir sobre loscambios sociales, los que as aparecen siempre como propuestos en cali-dad de modernizaciones que provienen desde el exterior: la gran tradi-cin encarna y modifica, incontaminada, a la pequea tradicin.

    4. Pero el problema no est solamente aqu: seguir los funciona-mientos reales y las regularidades no impuestas por el historiador, a tra-vs de conceptos externos vlidos para todos los usos, no elimina el pro-blema de salir tambin de una visin estructural-funcionalistademasiado rgida, que tamiza las vicisitudes individuales, todas ellas encierto modo desviadas respecto de las regularidades buscadas. Fre-cuentemente se ha descrito el mundo popular del Antiguo Rgimencomo oscuramente gobernado por los poderes fuertes y absolutos de labiologa, de la subsistencia, de las instituciones: toda eleccin pareceraestar aqu excluida. Pero desmontar en sus elementos componentes elmundo normativo, nos libera del errado y torvo sentido de necesidadque, no slo las visiones generales, sino incluso tambin algunas inves-tigaciones microanalticas, nos han frecuentemente sugerido. La hipte-sis es entonces sta: ciertamente existen reglas y normas vinculantes;pero se trata de una selva de reglas y de normas que son contradictoriasentre s, que se plantean ms bien como un cuadro elstico que exige es-trategias y elecciones continuas, personales, de grupo, colectivas.

    El problema para el historiador no es el de negar la verdad de losmecanismos descubiertos, sino ms bien el de insertarlos en el contextouna vez ms de una red menos constrictiva que aquella que nuestrosentido comn, proclive a resolver los problemas del pasado con elpasse-partout del progreso, nos permite pensar: debemos tal vez dismi-nuir el peso que el pasado tiene en la simplificacin apologtica de laaceptacin del presente. Nuestros antepasados escogan, luchaban,cambiaban el mundo, dentro de los intersticios an muy amplios delconjunto incoherente de normas que la naturaleza, el poder y las insti-tuciones les imponan ambiguamente.

    Y aqu nacan infinitas estrategias de defensa y de ataque, cuya im-portancia histrica no puede captarse si no partimos de la asuncin deeste punto de vista como algo central: no es una lucha en contra del pro-

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    que era extrao a la habitual corporacin de los lectores profesionales.Y es as que se ha hablado muchas veces discutiblemente de una demo-cratizacin de la historia.

    En realidad todo esto ha creado muchos equvocos: la capacidademotiva de interesar ha sustituido rpidamente al trabajo de interpreta-cin, y la responsabilidad del historiador ha sido encubierta detrs de lapasiva funcin de recolector de la memoria.

    Aunque es ciertamente esencial la aportacin de las fuentes orales alconocimiento de los grupos humanos, y tambin de las clases socialespoco documentadas en las fuentes escritas. Pero el mejor uso que se hahecho hasta hoy de estas fuentes orales, me parece que es el relativo almodo de contar y de construir la memoria, y al modo de seleccionar loshechos siguiendo un cierto orden cultural de importancia, mucho msque el uso como documentacin factual, salvo para el caso de ciertosaspectos muy especficos (como en el caso de las tcnicas agrcolas o ar-tesanales), o tambin para el caso de aquellas relaciones interpersonalesque no han dejado ninguna otra traza o indicio documental. Pero el pro-blema de la comunicacin con el lector debe plantearse en trminosmuy diferentes respecto a todo lo que en general se ha hecho hasta hoy,y no slo si se consideran los siglos pasados, en los cuales los testimo-nios orales no pueden ser reconstruidos por el investigador, sino quedeben fundarse sobre fragmentos que son utilizables solamente a partirde una muy slida malla interpretativa.

    Ms all del problema de la relacin del historiador con sus fuentes,existe el problema de cmo presentar el material que ha sido recolecta-do, y de cul es el camino, siempre ampliamente ambiguo y alusivo,para lograr instaurar un puente entre el discurso del historiador y lacomprensin del lector. Tambin aqu creo que debe verse una de laspropuestas significativas de la microhistoria: dado que esta ltima haabandonado la ilusin de que las generalizaciones no plantean proble-mas de imprecisin y de malos entendidos, la microhistoria escoge encambio, voluntariamente, una comunicacin de tipo analgico, que noconcibe al lector como un pasivo receptor de mensajes definitivos, sinoque lo imagina como alguien activamente capaz de leer los significadosredundantes del cuadro narrado, para confrontar, incluso a veces en

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    y su modificacin son el resultado de un conjunto de elementos entrela-zados que es necesario reconstruir, y que incluyen respuestas locales,modos de aplicacin, y consecuencias directas e indirectas.

    De aqu deriva una consecuencia importante que es relativa al modoen que se comunica la investigacin. La atencin que la escala reducida,elegida por la microhistoria, pone sobre el contexto y sobre la accin si-multnea de los varios sistemas institucionales y normativos, me pare-ce que permite una ms abierta comprensibilidad de las reglas del juegoque sigue el historiador: en cierta forma, los acontecimientos se desarro-llan como si sucedieran en un laboratorio, en el cual los elementos indi-viduales estn siendo recompuestos, asumiendo una relevancia cuyajerarqua no est definida de manera apriorstica, fuera de la propia es-cena. Y no se trata obviamente de reivindicar una forma de comunica-cin inmediata, intuitiva o no controlada: se trata ms bien de lo opues-to, y no debe haber respecto de este punto ningn equvoco, entre unprocedimiento de este tipo y ciertas simplificaciones de la exposicin yde la narracin de las cuales se ha estado hablando mucho reciente-mente.

    Muchos de los caminos que hoy son recorridos por la historia socialson el fruto de las presiones que ejercen, sobre el trabajo del historiador,ciertas novedades conectadas con la crisis de los modos tradicionales dehacer poltica, o tambin de aquellos que ha sido definido como la apa-ricin de nuevos grupos sociales, y que han propuesto temas nuevos ynuevos problemas. La historia oral es una de estas soluciones provisio-nales: dos motivos creo estn en la base de su xito incontrolado. Elprimero era la posibilidad de introducir, casi fsicamente en la investi-gacin, las voces de los protagonistas, su visin del mundo, la diversajerarqua de las cosas que eran importantes de contar y de recordar. Losdocumentos, convertidos ahora en documentos vivos, comunicaban nosolamente los contenidos, sino tambin las respuestas y las valoracio-nes. El segundo motivo era resultado de la confusa sensacin de que laescritura de la historia, hasta este momento, se haba planteado conmuy poca atencin el problema de la comunicacin con el lector. El con-sumidor de historia pareca que poda cambiar, tan solo por la posibili-dad inmediata de comprensin que un narrador vivo daba a un lector

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    sentido contrario, otras situaciones, en las cuales no las respuestas, sinoms bien los problemas y los conceptos interpretativos puedan ser tam-bin aplicables.

    El descubrimiento de nuevas fuentes que permanecieron durantemucho tiempo descuidadas, y que van desde la cultura oral hasta lafotografa, desde las cartas privadas hasta los procesos criminales, pro-ponen entonces una comunicacin de la investigacin que muestre noel rgido funcionamiento de un sistema de normas, sino ms bien el pro-ceso concreto de adaptacin de las normas a los funcionamientos reales.De este modo, las historias personales no son ya concebidas como pato-logas desviadas de un mecanismo terico, sino ms bien como la oca-sin concreta de medir el peso y la amplitud de los espacios que se abrenentre esas reglas (del individuo, de la familia, del grupo, de la iglesia,del poder poltico, de la moral) que se encuentran en conflicto entre s:y es a partir de estos fragmentos, que se vuelven realmente comprensi-bles los procesos de cambio, procesos que las generalizaciones dan hoyy demasiado frecuentemente por sentados como simple premisa y comosimple conclusin, introduciendo en la historia no la explicacin, sinoms bien la simple tautologa.

    OBRAS CITADAS

    CAPELLI, O. y R. DI LEO, Letture dei fatti polacchi. Lech Walesa e Alexei Stachanov, enLaboratorio Poltico, I, 1981, pp. 171-180.

    GUTMAN, H. G., Lavoro, cultura e societ in America nel secolo dellindustrializza-zione 1815-1919, Bari, De Donato, 1979.

    KUPER, A. (ed.), The Social Antropology of Radcliffe-Brown, Londres, 1977.SCHWOB M., Vite immaginarie, Miln, 1978.

    FECHA DE RECEPCIN DEL ARTCULO: 13 de enero de 2003FECHA DE ACEPTACIN DEL ARTCULO: 13 de enero de 2003