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Googlea, corta y pega Carlos Yusti Para plagiar es necesario tener mucha lectura, mucha memoria, se ha de saber dónde están las cosas. Porque tuvieron toda la lectura que en su tiempo era posible, los autores antiguos, los medievales, los renacentistas, los de la primera modernidad, plagiaron tanto. Ahora todo el mundo es original, porque no saben nada de nada.” Josep Pla Formarse como lector en ese universo del libro impreso ( y más específicamente del libro de bolsillo) tiene sus cuantiosas ventajas. Durante mi periplo por el sexto grado de la educación primaria la maestra Berta, mujer menuda y de voz aterciopelada a quien la tiza le provocaba una fastidiosa alergia, fue la que a mi y a todos los otros alumnos de la clase nos orientó con indicaciones para convertirnos en usuarios de la biblioteca pública. Mis primeras incursiones para investigar temas determinados comenzó desde ese momento. Se podría aseverar que desde ese instante se inicia mi relación estrecha con los libros impresos. Ahora con la Internet y todos esos avances de la teleinformática el mundo de la información realiza giros insospechados. La lectura ( o más bien la forma de leer) se ha desplazado al igual que el libro de bolsillo tradicional como objeto por antonomasia de la cultura tiene su clon en un artilugio denominado Kindle, o lector de libros electrónicos (e-books). Todo esto ha generado como consecuencia el surgimiento de un lector menos rígido y en consecuencia de escritores sin ninguna elemental formación lectora y que van a la Internet y cosechan los que otros han escrito sin ningún escrúpulo. A este robo descarado lo disfrazan como hipertextualidad, intertextualidad y cualquier otro nombre rebuscado acuñado por los del estructuralistas. No sólo estudiantes escriben en esa modalidad de corta y pega, sino mucho periodista bisoños e incluso escritores con cierta trayectoria. Estos profesionales de la escritura a diferencia de los estudiantes lo hacen con premeditación y

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un texto sobre esa manía de propiarse de información ajena.

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Carlos Yusti

“Para plagiar es necesario tener mucha lectura, mucha memoria, se ha de saber dónde están las cosas. Porque tuvieron toda la lectura que en su tiempo era posible, los autores antiguos, los medievales, los

renacentistas, los de la primera modernidad, plagiaron tanto. Ahora todo el mundo es original, porque no saben nada de nada.”

Josep Pla

Formarse como lector en ese universo del libro impreso ( y más específicamente del libro de bolsillo) tiene sus cuantiosas ventajas. Durante mi periplo por el sexto grado de la educación primaria la maestra Berta, mujer menuda y de voz aterciopelada a quien la tiza le provocaba una fastidiosa alergia, fue la que a mi y a todos los otros alumnos de la clase nos orientó con indicaciones para convertirnos en usuarios de la biblioteca pública. Mis primeras incursiones para investigar temas determinados comenzó desde ese momento.

Se podría aseverar que desde ese instante se inicia mi relación estrecha con los libros impresos. Ahora con la Internet y todos esos avances de la teleinformática el mundo de la información realiza giros insospechados. La lectura ( o más bien la forma de leer) se ha desplazado al igual que el libro de bolsillo tradicional como objeto por antonomasia de la cultura tiene su clon en un artilugio denominado Kindle, o lector de libros electrónicos (e-books).

Todo esto ha generado como consecuencia el surgimiento de un lector menos rígido y en consecuencia de escritores sin ninguna elemental formación lectora y que van a la Internet y cosechan los que otros han escrito sin ningún escrúpulo. A este robo descarado lo disfrazan como hipertextualidad, intertextualidad y cualquier otro nombre rebuscado acuñado por los del estructuralistas.

No sólo estudiantes escriben en esa modalidad de corta y pega, sino mucho periodista bisoños e incluso escritores con cierta trayectoria. Estos profesionales de la escritura a diferencia de los estudiantes lo hacen con premeditación y alevosía. No obstante lo que subyace en ambos casos es deshonestidad y torpeza fragante.

En la red hay bastante información errada, sin mencionar que dicha información no es anónima. Pero así como la tecnología permite que tantos estudiantes, periodistas, escritores (o cualquiera con veleidades de Corín Tellado) se “fusilen” frases y hasta párrafos completos de la red, de igual modo permite descubrir el plagio. Existen diferentes herramientas para conocer con exactitud a que fuente pertenece el texto fusilado. La Web es un instrumento útil para el escritor apegándose a parámetros mínimos de honestidad como citar la fuente, entrecomillar el texto utilizado y dar crédito a quien lo merece. Esto de corta y pega deriva en plagio lo que puede servir para bucear en casos que esconden alguna enseñanza como los relatos anónimos chinos, sufís e hindúes que Paulo Coelho “fusila” como nadie.

Jorge Luis Borges escribió: “Somos producto de la Biblia y los cantos

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homéricos”. Frase que bien podría ser el epitafio de ese buen número de lectores de libros de papel impreso. Quizás Borges fue el primer escritor en no citar directamente sus fuentes, pero siempre dejó pistas suficientes para rastrearlas. Incluso hay una anécdota que involucra a José Bianco, quien escribió un cuento titulado “Sombras suele vestir”. Bianco al parecer siempre estuvo esquivo en citar la fuente de donde procedía aquella frase y Borges molesto que la conocía lo saludaba con ironía: “Hola, sombras suele vestir”. Verdad o no esta anécdota lo cierto es que en la antología del cuento fantástico recopilada por Silvina Ocampo, Bioy Casares y el mismo Borges aparece como epígrafe de Luis de Gongora un fragmento de su poema A un sueño: “El sueño, autor de representaciones,/ En su teatro, sobre el viento armado,/ Sombras suele vestir de bulto bello”.

Esto de no citar la fuente si en Bianco fue un alarde de orgulloso lector en otros se ha convertido en su perdición. Como le sucedió al escritor mexicano Sealtiel Alatriste quien tuvo que renunciar a su cargo de coordinador de Difusión Cultural de la UNAM y al premio Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2012, al admitir que plagió párrafos completos de otros autores y de otras fuentes en una serie de artículos para revistas y periódicos.

También está el caso de Karl-Theodor von und zu Guttenberg, ministro del gabinete de Angela Merkel; cuya tesis de grado es soberano plagio de un buen número de autores, sin contar que se asegura que contrató a un “negro” para que la escribiera. Renunció al doctorado y luego de algunos devaneos tuvo que dimitir de su cargo .

Otro asunto llamativo es el de ingeniero italiano Fabio Filipuzzi. El ingeniero entregó a la imprenta varias novelas firmadas con su nombre con la salvedad que no escribió ninguna. En un artículo publicado por Miguel Mora, en el diario el País(26 sep 2010), explica que la novela “La palabra perdida” es un fusil completo de la novela “La tarde del escritor” del autor alemán Peter Handke. Su segunda novela “La hipótesis de la belleza” hace lo propio con la novela “El animal moribundo” de Philip Roth. La otro novela que se atribuye Filipuzzi tiene como título en italiano “La donna di velluto” (La dama de terciopelo) se apropia de párrafos de Paul Auster y Christopher Isherwood y otros autores lo que convierte a Filipuzzi es artista en eso del pastiche literario.

Como es lógico el bandolerismo de Filipuzzi recuerda la hazaña de otro estafador de las letras también italiano Tommaso Debenedetti, que inventó las entrevistas a una serie de escritores con los cuales jamás tuvo contacto alguno. También admitió ser el padre de páginas en Facebook atribuidas a Vargas Llosa o Umberto Eco. Sin sonrojo alguno Debenedetti ha expresado sentirse contento de su trabajo de falsario y se piensa que ha inventado un género literario nuevo. Lo que no sabe es que en nuestro país el padre del falsario literario no es él, sino Rafael Bolívar Coronado que además de inventar a los poetas con sus respectivos poemas escribió crónicas de indias que atribuyó a religiosos durante la conquista del Nuevo Mundo y que utilizaba el nombre de otros escritores

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reconocidos para firmar sus cuentos o libros de ensayos, sin mencionar que utilizó más 300 seudónimos para firmar sus escritos.

No entiendo ese afán de gente sin talento para la escritura (o más bien si lectura de fondo) quiera convertirse es escritor, no me explico ese afán que algunos raya en la locura como en los casos citados y otros es apenas subyacente patología por figurar, ganar dinero o reclamar sus cinco minutos de fama respectivos. Coronado nunca se anduvo con rodeo y dijo que hizo todas sus trapacerías literarias para “sacarle las telarañas a las muelas”. El cortapeguismo ilustrado en la actualidad ni es ilustrado ni ilustra es una empresa fútil en esta gran feria de vanidades que ha devenido el mundo.

El corta y pega quizá se convierta en un género literario nuevo ( hasta los cortepeguistas se conviertan en autores entrecomillados) o en una variante del hipertexto. Dedicarse al corta y pega es resignarse al “todo está escrito” o terminar siendo como César Paladión, ese escritor homenajeado en una crónica por Bustos Domecq: “…,Paladión entra en la tarea, que nadie acometiera hasta entonces, de bucear en lo profundo de su alma y de publicar libros que la expresaran, sin recargar el ya abrumador corpus bibliográfico o incurrir en la fácil vanidad de escribir una sola línea”.