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GRABADOS Y DESCRIPCIÓN DE MÉXICO EN LOS AÑOS 1862-1863

Grabados y descripcion de Mexico en los años 1844-1869

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Grabados y artículos de México en el siglo XIX

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GRABADOS

Y DESCRIPCIÓN

DE MÉXICO

EN LOS AÑOS 1862-1863

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INTRODUCCIÓN

Ha sido mi intención en este libro que ahora les presento, recopilar de revistas y semanarios ilustrados editados en España durante el siglo XIX, una selección de artículos y grabados sobre México, que describen tanto la geografía y ciudades del país, como los usos y costumbres imperantes en la época.

He transcrito los textos, manteniendo en todos los casos la prosa descriptiva del articulista, solo he corregido puntualmente la ortografía de algunas palabras hoy en día en desuso.

En cuanto a los grabados, aparte retoques de contraste, brillo y exposición, se han mantenido idénticos a los originales.

Me parece innecesario indicar que las opiniones y descripciones que reflejan los artículos, son las de sus autores respectivos. Las cuales en muchos casos no comparto por considerarlas un tanto xenófobas y puede que hasta despectivas para con los naturales del país.

Se debe considerar que en el siglo XIX aun perduraba lamentablemente una cierta “nostalgia” del imperio perdido, que de alguna forma se intentaba contrarrestar con un “fervor patriótico” exacerbado, haciendo mención a la menor oportunidad, a las gestas de tiempos pasados.

Aun con ello es mi opinión personal que merece la pena leer con atención dichos artículos y observar con detenimiento los grabados, pues reflejan escenas, usos y costumbres hoy en día desaparecidas o en el mejor de los casos muy alteradas.

Por último indicarles que el libro consta de 12 artículos y 19 grabados, con un total de 106 páginas. Cada artículo comienza con una portada que indica el titulo y los datos de la revista de la que se ha obtenido. Así mismo, para mayor comodidad del lector, mediante la pestaña marcadores, se accede a cualquiera de los artículos directamente y a la vez sirve de índice del libro.

Las Palmas de Gran Canaria 16 de Marzo del 2008

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MÉXICO

A VISTA DE PAJARO

TOMADA DEL NATURAL

NOTA: EL GRABADO Y LAS EXPLICACIONES DEL MISMO HAN SIDO TRANSCRITAS DEL SEMANARIO “EL MUNDO ILUSTRADO” Nº 23 DEL AÑO 1862.

ES ACONSEJABLE, PRIMERO VER EL GRABADO A UN TAMAÑO DE 100-125 % PARA HACERSE UNA IDEA GENERAL DE LA CIUDAD, Y AMPLIARLO POSTERIORMENTE ENTRE 250 Y 300% PARA SEGUIR CON DETALLE LA RELACION DE LUGARES INDICADOS

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Explicación de los números del grabado

1.- Ixtaccihuatl, (en azteca quiere decir la mujer blanca).

2.- Popocatepetl ó el monte que despide humo.

3.- Lago y pueblo de Tezcuco.

4.- Peñón de los Baños, donde hay un manantial sulfuroso termal.

5.- Camino de Veracruz.

6.- Ayolta, pueblo grande y hermoso en el camino de Vera Cruz.

7.- Lago y pueblo de Chalco.

8.- Chiko, pueblecito de indios en el lago de Chalco.

9.- Pueblo de Mejicalzingo.

10.- Jatacalco, pueblo en el canal.

11.- Santa Anita, pueblo de pescadores, a una legua de la ciudad, en el canal.

12.- Paseo de la Vega para los meses de marzo, abril y mayo.

13.- La casita de Santa Anita, edificio en el que se halla la recaudación de los impuestos sobre consumos de los productos que llegan a la ciudad por el canal.

14.- Iglesia y plaza de toros de San Pablo.

15.- Iglesia y convento de Santa Clara.

16.- Universidad; en ella se conservan los objetos del museo.

17.- Mercado Principal.

18.- La diputación.

19.- Palacio del gobierno, en donde están también el Jardín Botánico, la Casa de la moneda y el Correo.

20.- Iglesia catedral y parroquia.

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21.- Palacio del arzobispo.

22.- El correo que forma parte del palacio.

23.- Aduana.

24.- Convento y plaza de Santo Domingo; enfrente se halla la antigua casa de la Inquisición.

25.- Teatro del Coliseo Viejo.

26.- Baratillo de Tlatelolco, ahora mercado de legumbres para las clases inferiores, antes el mercado principal de Tecnochtilans en cuyo lugar fundaron los españoles el actual Méjico.

27.- Teatro Nacional.

28.- Convento de las Belemitas, antes perteneciente a una comunidad de religiosas del orden de los Jesuitas, y cuya parte posterior ha sido convertida en teatro.

29.- Escuela de minas, uno de los edificios más bellos y grandiosos de la ciudad.

30.- Hospital.

31.- El gran convento de San Francisco, que es el más grandioso de la ciudad y contiene cinco iglesias; modernamente se le ha quitado una parte para abrir una calle, por lo cual ha quedado dividido en dos.

32.- Iglesia del Refugio.

33.- Convento de San Agustín.

34.- Inclusa.

35.- Mercado de Portalito.

36.- Acueducto de Chapoltepek.

37.- Convento de los Descalzos.

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38.- La ciudadela, pequeño fuerte rodeado de fosos pantanosos y de praderas, que sirven para prisión de los grandes criminales.

39.- Fabrica de gas, en el año 1858 algunos faroles de la parte principal de la ciudad sirvieron para hacer la prueba de este gas, pero después cesó el alumbrado por falta de dinero, habiendo quedado así hasta ahora, porque las circunstancias políticas del país no han sido favorables. La ciudad queda a oscuras cuando se cierran las tiendas, no viéndose en ella más luz que del farol que llevan consigo los serenos.

40.- Paseo Bucarelli, punto de reunión de la sociedad elegante en ciertas épocas del año.

41.- Estatua de Carlos IV de España, que antes estaba en la Plaza Mayor. Si se le preguntara a un mejicano por esta estatua se queda al pronto parado, y luego dice: ¡Ah! ¿habla usted del caballo? Porque esta es la parte de la estatua que mas le llama la atención.

42.- Camino de hierro a la pequeña ciudad de Tacubaya, donde hay bonitas casas de campo de los habitantes ricos de Méjico. El camino de hierro que viene de la pequeña población de Guadalupe, que se halla al Norte de la ciudad, va a parar al de Takubaya, no lejos de la Alameda.

43.- La plaza de toros.

44.- Acordada, cárcel para los grandes criminales.

45.- Hospicio para ancianos e inválidos.

46.- La calle de San Francisco, llamada comúnmente de los Plateros.

47.- La Alameda.

48.- La calle de Takuba, una de las más largas y hermosas de la ciudad.

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49.- Arrabal de San Cosme, el cual no se halla habitado como los otros por gente de clase baja, sino por personas bien acomodadas, y en el cual habitan algunos embajadores.

50.- Acueducto que viene del pueblo de Santa Fe.

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VISTA PANORAMICA

DE LA

CIUDAD DE MÉXICO

NOTA: EL GRABADO Y ARTICULO QUE SIGUEN HAN SIDO OBTENIDOS DEL SEMANARIO “EL MUNDO ILUSTRADO” Nº 21 DEL AÑO 1862

PARA APRECIAR BIEN LOS DETALLES EL GRABADO SE PUEDE AMPLIAR SIN DISTORSIONES HASTA EL 200%.

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Los sucesos que tienen lugar hoy en día en Méjico, y en los cuales hemos tomado parte antes, han hecho que la atención general se fije en esta ciudad. Nuestros lectores la conocen ya, pero en el artículo presente vamos a completar las noticias que acerca de ella hemos dado anteriormente.

La ciudad de Méjico se halla situada a 7.468 pies de altura sobre el nivel del mar, y viene a estar en el centro de una extensa llanura, que por hallase rodeada de altas colinas o montañas, es llamada comúnmente el valle de Tenochtitlan, nombre que fue dado a la ciudad antes del año 1530. Este valle es de figura oblonga y se extiende en una distancia de 52 millas de Sur a Norte y de 34 de Este a Oeste. Su circuito medido desde la cima de las cadenas de montañas que le rodean, viene a ser de 203 millas, y su área de unas 1.700 millas cuadradas; pero una decima parte de su superficie está ocupada por cuatro lagos.

El mayor de estos lagos que es el de Tezcuco, ocupa en el centro del valle una superficie de 77 millas cuadradas, y está solamente unos 3 pies y medio más bajo que la plaza grande de la ciudad, que se halla en su orilla occidental sobre un terreno pantanoso. Hacia la extremidad meridional del valle está el lago de Chalco, que contiene una pequeña isla y el bonito pueblo de Xico, y se encuentra separado por un dique del lago Xochimilco. La superficie de estos dos lagos está unos 4 pies más alta que la plaza grande de la ciudad y ocupan unas 50 millas cuadradas. Su agua es dulce, al paso que la de los otros lagos es salobre.

Al Norte del lago de Tezcuco, está el de San Cristóbal, que ocupa unas 27 millas cuadradas, y viene a estar 12 pies más alto que el de Tezcuco, está dividido en dos partes por un dique y su trozo del Norte es llamado lago de Xaltocan.

El extremo Noroeste del valle, está ocupado por el lago de Zumpago, que está también dividido en dos partes por un dique; la parte del Este es llamada lago de Coyotepec y la del Oeste de Zitlaltepec. Este lago se halla unos 30 pies más alto que el Tezcuco, pero solo ocupa 10 millas cuadradas. Durante la estación de las

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lluvias, el agua que desciende en gran cantidad de las montañas que rodean el valle, cae en estos lagos que no tienen salida; la mayor cantidad entra en el lago de Zumpango, que es el más elevado.

Sucede muchas veces que en estaciones muy húmedas, el agua reunida en estos lagos inunda la parte más baja del valle, elevándose a algunos pies en las calles de Méjico. Para impedir este contratiempo, el gobierno español mandó hacer un canal, que fuera por las montañas de Nochistongo, que están al Noroeste del lago de Zumpango, y por este canal era conducida el agua que había de mas en el lago. Esta obra extraordinaria, conocida por el nombre de Desagüe de Huehuetoca, tiene unas 12 millas de largo y para hacerla ha habido que cortar más de 1.000 varas en rocas, que tienen de 60 a 75 pies de alto.

Las montañas que rodean el valle son más bajas por la parte Norte, donde solo se elevan a algunos centenares de pies sobre el nivel del valle, pero son más altas por otros lados, especialmente por el Sur y por el Sudeste. Cerca del ángulo del Sudeste, se halla el monte Istaccihuatl que está a 15.704 pies sobre el nivel del mar, y que casi siempre se encuentra cubierto de nieve. Está cerca del monte Popocatepetl, que se halla más al Sur, y que llega a la altura de 17.884 pies.

La superficie del valle mismo no es igual, sino que está cortada por rocas de forma muy irregular, que unas veces se encuentran en extraños grupos y otras completamente aisladas. Las más elevadas son las de de la Cuesta de Barrientos, al Norte de la ciudad, que se elevan a 288 pies sobre su base, y el Cerro de Chiconautla, que está al Nordeste y se eleva 1.055 pies sobre la parte más baja del valle. Los distritos entre las montañas del Oeste y los lagos, están cubiertos de pueblos y ciudades, y contienen grandes espacios de tierra cultivada, donde se coge trigo y otros granos y vegetales de Europa en grande abundancia; pero muchos trozos del país por la parte del Este de los lagos son estériles, porque la superficie del terreno, está cubierta de una capa salitrosa y las tierras cultivadas y los lugares están muy distantes unos de otros.

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Méjico es una de las ciudades más hermosas del mundo. En la estación seca se halla a alguna distancia del lago de Tezcuco, cuyas aguas en la estación lluviosa son echadas algunas veces por los vientos del Este al extremo oriental de la ciudad, que se halla protegido por diques contra las inundaciones. Las calles son muy anchas y forman ángulos rectos unas con otras, de modo que mirando por algunos puntos en que se cortan, el espectador ve casi toda la ciudad. Tienen buen pavimento y aceras de losas.

Las casas particulares, aunque espaciosas, son en general bajas, y rara vez exceden de un piso; pero como están construidas de una piedra muy buena, tienen cierto aire de solidez y aun de magnificencia. La altura moderada, tanto de los edificios públicos como de los particulares, es debida en parte a la dificultad que hay para poner buenos cimientos, porque el agua se encuentra uniformemente a muy pocos pies de la superficie, y en parte también a la frecuencia de los terremotos. Por razón del agua todos los edificios están construidos sobre estacas.

Los tejados de las casas son planos, y como a veces comunican unos con otros en una grade extensión, cuando se los ve desde un punto elevado parecen un terrado inmenso. Las casas son todas cuadradas y tiene patios que están rodeados de corredores. Al entrar se va por una gran puerta al patio, y en la parte opuesta a la puerta está la escalera. Las habitaciones mejores, que en general están pintadas, se hallan hacia la calle y todas con balcones.

Las plazas son espaciosas y en general están rodeadas de edificios de piedra y de buen estilo arquitectónico. La plaza principal es la llamada Plaza Mayor, que tiene a un lado la Catedral, al otro el Palacio y a los otros dos tiendas y casas particulares con la casa del Estado o palacio de las Cortés. En el centro de la plaza había antes una magnifica estatua ecuestre de Carlos IV de España, que fue quitada de allí por la revolución. Esta plaza es el mercado de hortalizas y frutas; las del Sur de Europa se cultivan en el valle de Tenochtitlan, pero las de los trópicos son llevadas allí de la llanura de Cuantla Amilpas y de Istla.

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Bajo los soportales se venden objetos de manufacturas, algunos en grande escala, y hay tiendas bien surtidas de objetos de Europa y de China. En los mismos hay también algunas de las principales tiendas y una multitud de vendedores que colocan sus mercancías sobre mesas o en cajas. El Parian o bazar, es un edificio cuadrado dividido en partes uniformes por dos calles principales que le cruzan y por otras que le subdividen.

El palacio en que antes habitaba el virrey, que ahora sirve de residencia al presidente de los Estados Unidos mejicanos y que contiene también el Senado y todas las principales oficinas públicas, es un edificio de gran extensión contándose en él un número de patios interiores y cuadrados con escaleras y habitaciones separadas. En una de sus divisiones está el jardín botánico, el cual ha estado muy descuidado últimamente. Entre los edificios notables está la escuela de Minas que contiene una rica colección de minerales; la Acordada o cárcel que puede servir para mil doscientos presos; el Hospital que ahora sirve para cuartel de artillería; la Universidad que contiene una colección de antigüedades, entre otras la célebre piedra del sacrificio, y la Academia de artes con una escuela de dibujo y varias curiosidades.

Las numerosas iglesias y conventos con sus cúpulas y campanarios dan una apariencia magnifica a la ciudad. La catedral está edificada sobre las ruinas del gran Teocalli o templo del dios Mixitli; una parte de ella es baja y de mala arquitectura gótica, pero la otra construida al estilo italiano es muy bella. El interior es elevado, magnifico e imponente. En la pared exterior de la iglesia está fijada la Kelldeda o piedra circular, cubierta de figuras jeroglíficas por la que los aztecas o mejicanos acostumbraban a designar los meses del año y que se supone que formaba un calendario perpetuo. Entre los muchos conventos, se distingue el de S. Francisco por su extensión, su belleza arquitectónica y su riqueza.

Como las aguas del lago de Tezcuco son aun mas saladas que las del Báltico, según los experimentos de Humboldt, y como el agua que se encuentra a pocos pies de profundidad de la superficie es también salobre, la ciudad esta abastecida de agua potable

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conducida allí por dos acueductos que la llevan de los manantiales que se hallan en las montañas al Oeste del valle. El agua del acueducto mayor se distribuye por la ciudad, y la del menor que es menos pura, por los arrabales de la parte del Sur.

La ciudad es abastecida de provisiones por medio de barcos pequeños que las llevan por el lago de Tezcuco, pero como el lago tiene muy poco agua en enero y febrero cesa este abastecimiento, y la ciudad depende especialmente en cuanto a las hortalizas, de lo que puede conducirse a ella por el canal de Iztapalapan que va desde el lago de Xochimilco a la ciudad, pasando por las Cinampas o jardines flotantes. En la actualidad estos jardines están fijos en el canal, pero dicen que todavía los hay flotantes en el lago de Xochimilco.

El objeto más notable de las cercanías de Méjico es el palacio de Chapoltepec, que está construido sobre una roca al pie de la cual llegaba el agua del lago de Tezcuco cuando la conquista de Cortés en 1521. Este palacio es frecuentado por los naturales y los extranjeros porque desde él se goza de la vista de la ciudad y de una gran parte del valle de Tenochtitlan.

La población de Méjico está calculada por algunos en unas 150.000 almas, pero otros aseguran que llega a 200.000. La mayor parte son criollos, descendientes de los españoles y de las indias. La clase inferior del pueblo, saragates, guachinangos y léperos viven en un estado de abyecta pobreza debida a sus hábitos indolentes; su número viene a ser unos 30.000. Las manufacturas no son importantes allí, excepto la del tabaco que pertenece al gobierno como en todos los Estados mejicanos y la de platería. Hay también algunas manufacturas de jabón, algodón y sombreros, pro la mayor parte de los objetos manufacturados son llevados allí de Europa; las telas de seda y en particular las medias, son llevadas de la China. El comercio de Méjico está limitado a la importación de estos objetos extranjeros y a la exportación de los productos de las minas.

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CHAPULTEPEC

Y

LOS

ALREDEDORES

DE

MÉXICO

AÑO 1857

NOTA: GRABADOS Y ARTÍCULOS TRANSCRITOS DE LA REVISTA “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 16, MADRID 30 DE AGOSTO DE 1857.

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BOSQUUE DE CHHAPULTE

EPEC AÑÑO 1857

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¡Qué sorprendente perspectiva desenvuelve a los ojos del viajero, el grandioso valle que se extiende alrededor de la antigua Tenochtitlan!

Nada más pintoresco, nada masa interesante, nada más poético y delicioso como los risueños alrededores que engalanan a la bella capital de Méjico, que semejante a una de las diosas de la fábula, yace, servida por sus bellísimas ninfas, muellemente reclinada en un lecho de dulcidas, matizadas y fragantes flores

Sin rival en hermosura, gentil como la palmera del desierto, y pura coma una vestal de la antigua Roma, descuella á tres cuartos de legua, la reina de las florestas y de las selvas; la sagrada mansión de los poderosos emperadores aztecas; el delicioso y frondoso bosque de Chapultepec lleno de tradiciones y recuerdos, ostentando en medio de sus corpulentos y antidiluvianos ahuehuetes, su magnífico palacio que se levanta imponente como el eterno centinela del valle que custodia los manes de sus antiguos señores.

Besando ese montón de peñas vestidas de arbustos y alfombradas de verde grama, sobre las cuales se ostenta ese magnífico palacio, y rodeado de corpulentas sabinas, presenta una inmensa superficie plateada, la profunda y maravillosa alberca que por encima de un sólido y grandioso acueducto, envía sus límpidas aguas á la magnífica ciudad, que ávida las recoge en sus mil adornadas fuentes.

¡Cuántas veces á la risueña orilla de ese trasparente espejo en que se retratan las verdes ramas de los corpulentos árboles, y bajo la misteriosa sombra de los respetables ahuehuetes, reposaron los emperadores aztecas al lado de sus lindísimas concubinas, custodiados de sus intrépidos guerreros tan arrogantes con el enemigo como sumisos y obedientes con su señor!

Mas ¡ah! cuando con el silbido de las flechas arrojadas del arco del valeroso indio, cruzó el terrífico estruendo del arcabuz europeo, el irresoluto Moctezuma tembló por la primera vez en tu recinto, y tú sorprendiste su pavor y su amargura. Cayeron bajo la planta del conquistador los dioses de tus reyes, los templos, los palacios y las ciudades, y desaparecieron casi de repente, los hermosos vergeles, los impenetrables bosques, las deliciosas florestas, que fueron el orgullo de los reyes de Tenochtitlan y de

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Tescoco, y el asombro de los soldados del intrépido Hernán Cortés.

Nada queda de los deliciosos sitios consagrados á los emperadores aztecas; nada más que tú, incomparable bosque, que has sobrevivido á la ruina de las magníficas selvas que embellecían el Anáhuac , y que sobrenadas á la destrucción del antiguo imperio, para revelar al mundo en la sublime página que en ti escribieron tus primeros habitantes, el gusto y la magnificencia de los poderosos reyes de aquella gran nación que no reconocía igual en el gran continente descubierto por el sabio genovés Colon.

Bajo esas mismas copudas sabinas, cuyo robusto tronco solo es dable abrazar entre doce personas; bajo esos soberbios y majestuosos ahuehuetes de cuyas extendidas ramas cuelga el encanecido heno, revelando las centurias de años que de existencia cuentan, ¡cuántas veces habrá descansado do las fatigas de la guerra y de los negocios políticos, el valiente capitán Hernán-Cortés, junto á su hechicera y seductora Malitzin! Aun se cuenta, al menos, que en la deliciosa alberca, y bajo la bóveda que forman los arrogantes árboles, aparece, al toque de las doce, en esa hora en que el sol desciende por entre las ramas como una gasa de oro y plata, aparece , repito, encima de las trasparentes linfas, rizadas por las leves auras, la tierna y encantadora india; suelta su negra, lustrosa, abundante y luenga cabellera, pronunciando el nombre de aquel guerrero español á quien tanto ayudó en la grande y arriesgada empresa que con un puñado de valientes había emprendido.

¡En este bosque todo es bello, todo grande, todo majestuoso! Cada árbol, cada vereda, cada arbusto, cada arroyo de los muchos que cruzan su sombreado recinto, es una epopeya dulcísima de aquellos tiempos que precedieron á la conquista. En esas mismas espaciosas glorietas circundadas de árboles y de asientos de piedra, donde hoy celebran sus días de campo los modernos mejicanos, se entregaron al regocijo y al placer, poco antes de la desaparición del antiguo imperio, Moctezuma y Hernán Cortés, Guatimoc y Alvarado, la Malitzin y las beldades indias que embellecían la corte del primero.

Para el filósofo que penetra en esta deliciosa mansión, ¡cuántos encantos reúne cada uno de los objetos que le rodean! Este es, piensa, el sagrado recinto, propiedad de la familia real, á donde á nadie le era permitido entrar sino á los grandes del reino,

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despojándose primero del rico calzado que llevaban. Estas pintores-cas sendas que atravieso, son aquellas por donde los emperadores aztecas, seguidos de sus principales guerreros, cruzaban con el formidable arco en la mano izquierda , y la veloz flecha en la derecha, en pos de esos canoros pájaros de brillante plumaje, que agitando sus pintadas alas, se despiden del astro principal, cuyos ti-bios rayos tiñen el occidente de púrpura y de grana, que al través de la enramada, semeja un trasparente velo salpicado de cintilantes chispas de rosicler y nácar.

Estos que á mis plantas pasan murmurantes arroyos, son los mismos en que bañaban sus diminutos y delicados pies las seductoras indias, de rosada tez y turgente seno, que tan llenas de atractivos se presentaron más tarde á los ojos de los españoles. Esta espaciosa calzada que conduce al grandioso colegio militar, es la misma por donde subían los antiguos mejicanos al palacio del emperador, que se elevaba grandioso é imponente en el mismo dominante lugar en que aquel se ostenta. Desde aquí miraban arrobados de placer aquellos reyes, de la misma manera que yo miro en este instante, 'á un lado los pintorescos pueblos de Míxcoac, San Ángel y Tacubaya y cuyas casas, escondidas entre el ramaje de los arboles, aparecen cual otros tantos nidos de palomas que blanquean á lo lejos : enfrente, la extensa línea de suntuosos edificios de la emperatriz ciudad, con sus gigantescas torres, sus pintorescas calzadas orilladas de frondosos álamos, y sus deliciosas azoteas, convertidas en otros tantos odoríferos jardines : á la izquierda los trasparentes lagos, cubiertos de ligeras canoas de indios; y al S. E. los dos gigantes majestuosos del pintoresco valle, el Popocalepetl, y el Izllazihuatl, cuyas elevadas cimas, cubiertas constantemente de nieve, semejan los blancos penachos de dos invencibles guerreros , cuyas blancas plumas van á perderse en la trasparente bóveda del cielo. Si, desde aquí so descubran esas dos montañas colosales, llamadas la una Popocatepetl, que significa monte que arroja humo, que tiene de altura 5,400 metros sobre el nivel del mar, al cual subió en 1519 el intrépido capitán español don Diego Ordaz, y la otra denominada íztlazihuntl, que quiere decir mujer blanca, teñidas ambas por los raudales de luz le un sol abra-sador, que al reflejar sus rayos sobre la inmensa capa de nieve, parece brotar de la superficie una nube de llameantes colores que incendia la creación

Pero dejemos á Chapultepec con sus majestuosos y soberbios ahuehuetes ostentando el encanecido heno que revela su

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larga existencia, con sus risueñas glorietas entoldadas con las ramas de las corpulentas sabinas, con sus mil límpidos arroyos que serpentean por entre la verde grama, con su magnífica alberca, digna de ser visitada por todo viajero, y con su pintoresco colegio militar, para trasladarnos á Tacubaya, pueblo próximo al delicioso bosque, apaciblemente reclinado en sus pintorescas lomas, engalanado de primorosos jardines, bien cultivadas huertas, primorosas casas, y de su árbol bendito.

Tacubaya es el Aranjuez y la Granja de Méjico. Las principales familias de la capital tienen en esta pintoresca población, excelentes casas donde van á pasar una temporada al año; y con frecuencia se convierte en mansión del presidente de la nación, á quien suele servir de morada el palacio arzobispal, que es un edificio elegante, bien situado, sólido y espacioso.

La calle principal que sirve de entrada á Tacubaya, está orillada por ambos lados de tupidos chopos y fresnos, y casi todos sus edificios son elegantes casas de campo, construidas al estilo moderno, con magníficos jardines que la dan un aspecto el más risueño y agradable.

Pero las más notables de todas, las que particularmente llaman la atención del viajero, son la del señor conde de la Cortina, la de Carranza, la de Jamison, la de Bardet, la de Iturbe, Algara, Laforgue, Escardon y la del señor Herrera. Todos estos edificios, donde han gastado sus dueños sumas considerables, presentan fa-chadas las mas elegantes y graciosas; todos tienen deliciosos y grandes jardines de naranjos y limoneros, donde se ostentan á la vez los árboles frutales mas exquisitos, primorosos estanques y las flores más delicadas. El jardín del señor Bardet, es sin embargo, uno de los que más encantos presentan á la vista: en él existen agradables bosques, rústicas grutas y montecillos construidos por el arte, que no se cansan los ojos de admirar. En él abundan las graciosas palmeras, los odoríferos naranjos, los árboles más raros, fuentes adornadas de graciosos surtidores y delicadas flores de todos los países.

Rivalizando con esta mansión de delicias, se levanta la casa del señor Escanden, magnifica y airosa como uno de esos palacios de hadas que parecen desprenderse de la tierra. Sírvele de entrada una espaciosa portada con elegante puerta y enverjado de fierro, primorosamente labrado. A la izquierda se descubre una casita

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pintoresca, pintada de encarnado, revelando, de exprofeso, el aire rustico que debe distinguirla; y en seguida se presenta una preciosa calzada, sombreada por los fresnos y chopos que á uno y otro lado levantan su tupido follaje, que conduce á un espacioso terrado circular, donde se destaca el elegante edificio. Sostiene el segundo cuerpo de esta deliciosa casa, un peristilo corintio, con su enlosado de mármol de Génova; y al lado izquierdo y derecho, que dan entrada al edificio, se descubren dos magníficos pórticos, también corintios, de un gusto y de un trabajo exquisitos. A la espalda de este que bien merece ser llamado palacio, están las habitaciones de los criados, las cocheras y las espaciosas caballerizas, unidas al edificio por un gracioso pasadizo. El patio, que es de lo más hermoso que imaginarse pueda, está cerrado por una bóveda de cristal y las espaciosas galerías ó corredores que dentro de él se encuentran, están sostenidas por elegantes columnatas de cantería , en que el arte supo dejar satisfechas las exigencias del pensa-miento. En él llama la atención un costoso candelabro de bronco dorado, que sostiene, tres figuras del tamaño natural, que se enciende por las noches. Para que todo correspondiera á tan brillante exterior, hay una primorosa pieza destinada al billar, deliciosos baños, magnífico corredor, graciosas antesalas, regios salones, y cuanto puede contribuir á la comodidad y regalo del más grande personaje.

Las paredes, tanto del patio, como del billar y demás piezas, están cubiertas con pinturas de gran mérito, que pertenecieron al Sr. conde de la Cortina.

En la huerta, que es bellísima, hay baño, estanque, juego de bolos, tiro de pistola, gran pajarera con faisanes dorados y exquisitas aves; otro estanque á flor de tierra, donde se bañan los cálidos ánsares, los patos y unos cisnes blancos de Inglaterra, que forman contraste con otros todo negros del mismo país. El jardín es de los más hermosos y bien cultivados; y el bosque y parque que rodean la casa, dan á esta un aspecto tan majestuoso, risueño y encantador a la vez, que no le es dado á mi mal cortada pluma describir con acierto.

Tacubaya es un nombre adulterado que viene de Atlacolayan, que en lengua india significa lugar donde tuerce un arroyo. Esta población existió antes de que los Chichimecas pisaran el país de Anáhuac. Su clima es uno de los mejores del mundo, como lo prueba el que muchos enfermos curan con solo trasladarse á él, y lo

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pronto que los convalecientes recobran su salud.

Después do Tacubaya, el pueblo más digno de ser visitado es San Agustín de las Cuevas que aún conserva el nombre primitivo de Tlalpam que tuvo antes de la conquista, y que en mejicano quiere decir tierra arriba. Su situación es de las mas pintorescas. Hermosas haciendas donde se da en abundancia el trigo, el maíz y la cebada, se extienden á sus pies: riquísimas huertas cubiertas de árboles frutales la engalanan; espaciosas calzadas, orilladas de frondosos álamos, la ponen en comunicación con la grandiosa capital de la república, y cristalinos manantiales de agua, como el llamado Ojo del Niño, la fertilizan. Pero no es de su frondosidad ni de su deliciosa posición de las que me voy á ocupar en este instante, sino del aspecto que presenta en la Pascua del Espíritu Santo, en que se celebra una feria por espacio de tres días, y en los cuales se traslada la población entera de Méjico á las rústicas casas de S. Agustín.

La feria de Tlalpam es acaso la única en su especie en el mundo. En ningún país, al menos que yo lo sepa, tiene lugar un espectáculo tan sorprendente y que despierte la codicia del menos afecto a los tesoros terrenos. No es una feria como las que se celebran en las grandes naciones europeas a donde concurren los comerciantes, los campesinos y los fabricantes, unos con sus

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géneros y con sus ganados los otros, á vender sus mercancías. Aquí es una feria donde solo es menester que le sople á uno la fortuna por un instante, para enriquecerse. Son tres días destinados al juego, y en que el libro de cuarenta hojas es el árbitro del porvenir de muchas familias. Desde los gobiernos virreinales le fue concedida á S. Agustín de las Cuevas, la feria que se celebra los tres días de la Pascua del Espíritu Santo, y que ha seguido disfrutando hasta la época presente. En ella estaba permitido el juego, y las personas que en la ciudad no son capaces de poner á una carta el valor de una judía, aquí arriesgan algunas onzas por vía de pasatiempo y distracción.

No hay un solo carruaje que esté ocioso en Méjico desde el primer día de Pascua: todos van á Tlalpam cargados de gentes de ambos sexos sin distinción de clases, dispuestas á perder algo. Los dependientes, los amos, los propietarios, los artesanos, todo el mundo, en fin, se dirige con la esperanza en el corazón, á ese punto que halaga con el brillo del oro que en sus mesas está dispuesto para el que sea favorecido de la suerte.

La población se llena de repente de fondas á las que ante todas cosas, concurren los que asisten á la fiesta; y en seguida se dirigen á las casas de juego que, como he dicho, constituyen la parte preferente de la feria.

El juego principal es el monte que noche y día continua sin cesar en toda la Pascua. Los salones están llenos de gente que no aparta la vista de las cartas que van cayendo sobre la mesa: ni una queja, ni una palabra de disgusto sale de los labios de los jugadores; y solo interrumpe el sepulcral silencio que reina, el ruido de las onzas que pasan del poder del banquero al del que ha apostado, ó del de este al depósito de aquel. Yo he contado muchos años, veinte casas de monte, sobre cuyas mesas había más de dos mil onzas en cada una, con otras tantas de reserva, haciendo, entre todas, un total de ochenta mil onzas, ó lo que es lo mismo, un millón doscientos ochenta mil duros, sin contar las gruesas cantidades que para apostar llevan los concurrentes.

Otro de los juegos en que se cruzan gruesas sumas, son los gallos, cuyas peleas tienen lugar en una plaza construida al efecto, y á la que suelen concurrir muchísimas señoras, aficionadas á esta diversión, acompañadas de sus esposos, de sus hermanos, ó de sus papas.

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Todo es animación: en la plaza se han improvisado cafés y

neverías que venden sus efectos á subido precio. Por la tarde un gran número de personas, particularmente señoras, se dirigen al Calvario, que es una pequeña colina, con su ermita, cubierta do césped y rodeada de árboles, donde tiene lugar por la noche el baile.

Es tal la abundancia de fruta que en tales días se encuentra por todas partes, que personas hay que no hacen otra comida. Allí se encuentra cuanto puede desear el paladar más delicado; y desde el ranchero, nombre que se da á la gente criada en el campo y que está fielmente presentada en el grabado que acompaña á este artículo, hasta el más finó señorito de bien cortado frac, se detienen á comprar el sabroso plátano, el coco, y la delicada chirimoya, ante la robusta frutera que bajo un ancho sombraje, está llamando con su hermosura, la atención de los concurrentes.

Está S. Agustín de las Cuevas á tres y media leguas de la capital, tiene 4,000 habitantes y es uno de los puntos á que muchas familias marchan en cierta época del año.

Después de Tlalpam, debemos hacer mención de San Ángel, notable por las deliciosas campiñas y fértiles huertas que ostenta por todas partes. Dista tres leguas de, la capital, y está situado ventajosamente sobre unas colinas en anfiteatro.

San Ángel es el punto privilegiado de las familias que habitan la capital y que van á vivir al campo en señalados meses del año. Tiene un lugar llamado el Cabrío á donde las señoras que han ido á cambiar aires, acostumbran ir por las mañanas á tomar leche, montadas en burros, con solo el objeto de divertirse. Por las noches se reúnen en una casa donde celebran con frecuencia bailes, y por el día se entretienen en días de campo y danzas campestres, en que reina la mayor franqueza, señorío y armonía. Los sábados, al caer el sol, los comerciantes los empleados y todos aquellos que por sus ocupaciones no pueden dejar la capital, salen en los ómnibus á visitar á sus familias, y se quedan en San Ángel hasta el lunes por la mañana en que los carruajes les conducen otra vez al punto en que tienen sus negocios.

En la noche del sábado, con la llegada de los hermanos, padres, parientes y conocidos, se reúnen algunas familias, y se

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entretienen los jóvenes de ambos sexos en cantar al piano las piezas más selectas de Bellini, Do-nizetti y Verdi. La noche del domingo está destinada exclusivamente al baile, que tiene lugar en un gran salón, y al cual concurren todas las familias sin excepción. Aquí se ve a la fina sociedad mejicana, instruida, amable y deferente: aquí á las bellas hijas de ese rico suelo, de amena conversación, de claro talento, lucir en el baile su diminuto pié y sus esbeltos cuerpos, flexibles como las palmeras que sombrean las fértiles llanuras del Anáhuac : aquí á los elegantes jóvenes de corteses modales, de cuyos labios, ni aun entre ellos mismos, sale una palabra ordinaria, obsequiosos con el sexo encantador, pero sin faltar jamás á ese respeto que indica la alta idea que tenemos de la mujer á quien nos dirigimos y del verdadero aprecio que la consagramos, y que allí se observa religiosamente en todas las clases de la sociedad, excepto la baja.

No cabe en un mejicano la grosería; y desde el medianamente acomodado hasta el presidente de la nación, reciben á cualquiera con una amabilidad que cautiva, y que yo he tenido la grata precisión de admirar muchas veces.

Sería yo un ingrato si no confesase estas bellas cualidades que adornan á los hijos de aquel delicioso país, cuando tan de cerca he tocado sus agradables efectos. No cabe en mi carácter vizcaíno, y sobre todo español, tamaña ingratitud, y debo hacer justicia á aquella sociedad, en cuyo seno los españoles son vistos como hijos del mismo país, y tal vez, y sin tal vez, mucho más ob-sequiados que estos. Hablo de la sociedad media y alta, pues de la baja nunca se deben esperar mejores resultados que los mismos que brotan de ella en todos los países del mundo.

En estos conciertos y en estos bailes, lo mismo que en los que se verifican todos los días en la capital, se sirven con frecuencia y abundancia en dorados azafates, los más exquisitos helados, generosos vinos en brillantes copas, delicados pasteles, magnifico queso y riquísimos dulces.

Si la música y el baile son dos cosas que revelan la dulzura que han adquirido las costumbres de un país, puede decirse que Méjico ocupa, en este punto, uno de los principales lugares, pues en el delicioso arte de Euterpe y de Tersícore, la juventud mejicana manifiesta un talento y una gracia difíciles de superarse.

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A San Ángel sigue Mixcoac, Tacuba y otros cíen pueblecillos cercados de risueñas campiñas y espesas arboledas que dan al espacioso valle en que se levantan, una vista deliciosa, que no reconoce rival en ninguna parte del globo. Parece que. Dios, al formar esta parte del nuevo mundo, quiso derramar en ella toda la plenitud de sus favores. Lagos, bosques, montañas, volcanes y vergeles se descubren á la vez por todas partes.

Descúbrese en medio de tantos prodigios, á la antigua Tenochtitlan, á la moderna Méjico, hija mimada de Hernán Cortés, hermosa y respetable matrona, á cuyo alrededor sonríen los pintorescos pueblecillos que le envían de sus multiplicados jardines, embalsamadas auras que la inundan de una superabundante felicidad.

«Méjico, dice el respetable barón de Humboldt, debe contarse sin duda alguna, entre las más hermosas ciudades que los europeos han fundado en ambos hemisferios» y asegura, que habiendo recorrido Washington, Lima, París, Roma, Nápoles y las principales ciudades de Alemania, ninguna de ellas dejó en su alma tan grata, dulce y grandiosa impresión como Méjico.

La opinión de tan ilustre viajero, no es más que, la franca expresión de la verdad, que la reconoce todo el que haya visitado aquel encantador país, tenga corazón para sentir y admirar las bellezas que derramó en él la pródiga naturaleza, y no haya cerrado los ojos ante el bellísimo panorama que se descorre á la vista con todos los encantos con que se presentó la creación á los ojos del primer hombre colocado en el Paraíso.

Méjico es la Flora do la fábula, reclinada en medio de una matizada alfombra de dulcidas flores; rodeada de pintorescos jardines, y acariciada por las embalsamadas auras, que después de haber rizado la límpida superficie de los lagos de Chalco y de Tescuco, mecen las ramas de los odoríferos naranjos que le prestan su deliciosa sombra.

¡Qué hermoso es el conjunto que presenta el valle, cuando la luz del sol, cayendo sobre las ramas de los arboles que dudan cubrir los pueblecillos que en lontananza se presentan como otros tantos nidos de palomas, remeda una lluvia de oro y plata, cuyas brillantes gotas cintilan entre las verdes hojas que se mueven al dulce halago de una brisa leda y embalsamada! ¡Qué delicioso

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efecto producen ese admirable contraste de sombras y de luz de que se visten todos los objetos! ¡Qué venerables se presentan esos gigantescos ahuehuetes de Chapultepec, plantados por los antiguos aztecas, en que se encierra la historia de tantos siglos que han ido pasando, sin que las tempestades, los huracanes, ni la mano des-tructora del hombre los haya despojado del heno imponente que cuelga de sus ramas, como las respetables canas que se ostentan sobre la majestuosa cabeza de los grandes hombres á quienes respeta el mundo!

Descansa feliz, hermosísima matrona, en medio de esos millares de pintorescos pueblecillos que te rodean: conserva los encantos con que Dios, en la plenitud de su bondad, tuvo á bien adornarte: no vuelvas á ver ensangrentada la bella alfombra de matizadas flores que te sirven de lecho, y recibe entre las embalsamadas auras que te envían tus deliciosos bosques, el tierno adiós de un corazón español, y por lo mismo agradecido, que desde su querida patria te consagra dulcísimos recuerdos. NlCETO DE ZAMACOIS.

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PLAZA

Y

CATEDRAL

DE

MÉXICO

AÑO 1858

NOTA: GRABADO Y ARTÍCULO TRANSCRITOS DE LA REVISTA “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 11 DEL AÑO 1858

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PLAZA Y CATEDRAL DE MÉXICO AÑO 1858

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La plaza de la Constitución, situada en el centro de la capital de Méjico, la grandiosa catedral que á uno de sus cuatro lados se eleva y que con tanta exactitud representa el grabado que acompaña á este artículo, son los dos objetos de que me voy á ocupar, para dar á conocer por ellos las bellezas que encierra la hermosa ciudad conquistada por el intrépido guerrero y gran político Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521.

¡Qué vista tan agradable presenta esta amplia y espaciosa plaza! Hacia el Oriente se extiende el palacio nacional, edificio imponente por su sencillez y capacidad que ocupa de frente 246 varas : al Poniente descúbrese el grandioso y sólido Portal de Mercaderes de elegantes arcos, cuya fachada abraza un espacio de 235 varas: al Norte el magnífico Palacio Municipal de elegante y sólida arquitectura, y el Portal de las Flores, llamado así por haber sido el punto á donde las canoas de los indios llegaban cargadas de flores, antes de que se cegara por este lado el canal de la Viga. Al Sur, y cerrando el cuadro, elevase la suntuosa catedral, descollando con valentía sobre todos los almenados edificios, sus elevadas torres, como para significar que á pesar de los esfuerzos del hombre en sofocar las cristianas creencias, las obras destinadas al Señor se elevarán siempre sobre todas las demás para prestar su sagrada sombra á los que buscan en la religión el principio de todo bien inmutable.

Está edificada la catedral en el punto céntrico de la ciudad, en una mesa cuadrada, en la cual se veía el teocalli, templo dedicado por los indios al Marte mejicano Huitzilopotchli, deidad tutelar de la nación á quien sacrificaban víctimas humanas. Dióse principio á esta magnífica obra, donde se levantó el signo de la redención sobre las ruinas de los falsos dioses, en 1573, por orden del rey Felipe II, siendo arzobispo de Méjico don Pedro Moya de Contreras, habiendo para el efecto demolido antes el edificio que mandaron alzar Hernán Cortés y el arzobispo Zumárraga; y se concluyó en el año de 1657, bajo el gobierno de don fray Marcos Ramírez de Prado , es decir, á los noventa y cuatro años; cuyo coste, que ascendió á 1.752,000 duros, sin contar lo que costaron las obras

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que después se hicieron, pagaron los reyes Felipe II, III, IV y Carlos II llamado el Hechizado.

Este magnífico templo, sublime página monumental donde lee el mundo la gloriosa historia de la época más brillante para la nación española, ocupa uno de los puntos principales de la plaza de la Constitución , conocida vulgarmente por Plaza de armas, y sus dimensiones son, 150 1/2 varas de Norte á Sur y 73 de Oriente á Poniente.

Para que con mas fuerza resaltase la hermosura arquitectónica que ostenta esta grandiosa catedral, toda de piedra sillar, donde nada olvidó el arte de cuanto podía contribuir á embellecerla, adornáronla de un espacioso atrio que comienza á 50 varas de sus puertas y que la da un aspecto de grandeza y de majestad que cautiva.

La entrada de tan delicioso atrio, está resguardada por ciento veinte y cuatro columnas de cantería colocadas por los cuatro lados, y de las cuales penden otras tantas cadenas de hierro primorosamente labradas, que pasan de columna en columna formando graciosos y estrepitosos columpios. A distancia de cinco varas de esta pintoresca línea de columnas y cadenas entrelaza-das, levantan su tupido follaje, prestando agradable sombra á los transeúntes, setenta y siete fresnos que guardan el mismo orden que las columnas; y en el espacio formado por estas y aquellos, se dilata una ancha y esmerada acera orillada con asientos de piedra que se extiende de la manera misma por el otro lado de los árboles, y que constituye un paseo deleitoso, denominado Paseo de las Cadenas.

Al contemplar de en medio de la espaciosa plaza ese suntuoso templo cuyas gigantescas torres descuellan por encima de los frondosos fresnos que circundan el atrio y cuyas sonantes ramas fingen cubrir la base del edificio, nos parece descubrir á la Madre del Salvador del mundo , elevándose al empíreo, hollando las cadenas de la idolatría, asentada entre oscilantes y verdes nubes de caprichosas formas, que se extienden á sus miríficas plantas como una flotante alfombra que realiza las dulcísimas

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descripciones de los milagros mas maravillosos. A cada uno de los extremos rectos de las cadenas, se eleva, sobre dos espaciosas gradas de piedra sillar que forman círculo, una cruz de dos y media varas de alto, de la misma materia, á cuyo pié está enroscada una serpiente de piedra sobre una peana de cantería de cinco varas de alto, que sostiene en los cuatro lados de su parte superior cuatro calaveras también de piedra.

La espaciosa puerta llamada de los canónigos, que cae al Oriente, está resguardada de un hermoso enverjado de fierro con puertas de lo mismo de 5 varas de alto que á distancia de 150 pies de la primera se eleva, á cuyo lado queda el Colegio de Infantes, sacristía y antesacristía, y por la parte del Poniente, en la fachada que mira al Norte, están colocadas la sala de cabildo, clavería, contaduría de diezmos y la biblioteca pública de la iglesia, que es un edificio exterior, aunque contiguo a ella, que fue donado á la catedral por Don Luis y Don Cayetano Torres, ambos ilustres ca-pitulares.

La fachada principal que es hermosísima y cae al Sur tiene tres anchas y elevadas puertas, cada una de ellas con dos cuerpos, siendo el primero de orden dórico y jónico el segundo, con estatuas y bajorrelieves de sobresaliente mérito.

La altura de las torres , que son dos , cada una con tres cuerpos de lindísima arquitectura, sobre el último de los cuales descansa una bóveda en figura de campana con una cruz de cantería encima de ella, es, desde la superficie del atrio hasta la parte superior , de 72 varas dos tercios, y el coste de ellas fue de 199,000 duros; coste que , unido al millón setecientos cincuenta y dos mil de que tengo hablado y á otras muchas cantidades que sería cansado enumerar, forman la enorme suma de más de dos millones de duros.

Ambas torres , en las cornisas del primer cuerpo, están adornadas de una balaustrada de cantería, cada una con diez y seis jarrones de la misma materia, y en el segundo, de ocho de estos últimos, acompañados de igual número de estatuas de altura colosal, que representan á los doctores de la Iglesia ó patriarcas de

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las órdenes regulares, todo de piedra, que aun vistas desde el atrio presentan un tamaño gigantesco.

Al costado de una de estas torres, hacia la parte que mira al Poniente, se descubre á la altura de una y media varas de la superficie de la tierra, el calendario de los antiguos aztecas, lleno de curiosos signos y figuras labradas, único instrumento astronómico que se conserva de la época anterior á la conquista, y que prueba el alto grado de civilización á que había llegado aquella parte del mundo, cuyo único lunar era el de sacrificar á sus dioses víctimas humanas. Este calendario tan admirable por su exactitud como curioso por la época que representa, objeto único que sobrenada á la ruina del imperio de Motezuma, se desenterró en 1790 de un lugar de la plaza de Méjico en que estaba oculto y se colocó en el que hoy ocupa, que es sin duda uno de los mas públicos: es todo de sólida piedra, y su circunferencia es de 13 1/2 varas. No hay extranjero , ni hijo del país, que al pasar por este costado de la catedral, no se detenga á contemplar tan antiguo monumento fecundo en recuerdos históricos, y cuya vista despierta ideas maravillosas que transportan al curioso observador á esos risueños mundos que de tan bellos colores sabe vestir la fantasía.

Una de las particularidades de calendario tan digno de estima, es la de ser perpetuo: está dividido en 52 años, y cada uno de estos años en 18 meses de 20 días cada uno. Las fases de la luna, los movimientos del sol, los días festivos, los años bisiestos, en una palabra, todo está señalado exactamente en esta obra que revela el alto grado á que habían llegado en ese país las ciencias. En medio de las dos torres que se levantan majestuosas como dos constantes centinelas de la doctrina del Salvador , y sobre la puerta principal del templo, se descubre un hermoso reloj con carátula de metal dorado, sobre el cual descansan tres estatuas de bronce con los signos de sus atributos, y que representan las tres virtudes teologales. En el mismo sitio está el asta en que se coloca la bandera tricolor los días de fiesta nacional.

De cuarenta y ocho campanas que hay en ambas torres , las mas notables son , 1.a Santa María de Guadalupe, cuya altura es de

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seis varas; 2.a doña María, que pesa 150 quintales, y 3ª la denominada Santo Ángel , de 596 arrobas.

Además de las tres puertas de la fachada principal y de la de los canónigos, ya referida, tiene el edificio otras dos igualmente espaciosas, una al Norte y la segunda al Oriente.

La cúpula y linternilla, trabajadas con delicado gusto, cuya altura casi nivela con las torres, parecen desprenderse del centro de las multiplicadas balaustradas de cantería que coronan todas las bóvedas de la catedral, como se desprende un gran globo al impulso del gas para irse á perder en las nubes.

No parece sino que el célebre arquitecto que concibió las bellísimas formas de tan suntuoso templo, estaba inspirado por un sentimiento profundamente religioso al llevar á cabo su grandioso pensamiento. El excelente lugar en que está situado, las bellas proporciones de todas sus partes, la regularidad del conjunto, la graciosa simetría que en él se observa, y sobre todo, esas dos majestuosas torres que van á perderse en la trasparente bóveda de un cielo siempre azul, dan á esta catedral un tono el mas á propósito para despertar en el alma sentimientos los más puros y más tiernos.

El interior del templo está en un todo en armonía con la belleza que en su exterior ostenta. Sus bóvedas son magníficas y elevadas: de exquisito gusto los adornos de sus paredes, y riquísimas las labores de todos sus altares. Sus naves, que son tres, altas, claras y espaciosas, están sostenidas por catorce machones con columnas embutidas por cada uno de sus cuatro lados, de cuyos capiteles se desprenden los atrevidos arcos que van á posar en otros que están á su frente. A los lados de las dos naves laterales, se ven distribuidas catorce capillas cerradas con elegantes balaustradas de fierro unas, y de labrada madera otras, además de seis altares, cuyos nombres son : 1º de los Reyes, en que están los sepulcros de los virreyes en una bóveda, á la cual se desciende del presbiterio por cinco escalones; 2º las Animas; 3º el Buen Despacho ; 4.º San José; 5.° San Lorenzo; y 6.º el Perdón, en el que todos los días se dice misa cada media hora.

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Entre las bóvedas y demás sitios del templo, se hallan repartidas ciento cuarenta y siete ventanas, y en el casco de la linternilla y cúpula, ya referidas, que son de figura octagonal, está pintada al fresco la Asunción de Nuestra Señora, á la cual sirve de fondo una gloria admirablemente desempeñada por el distinguido pintor español Jimeno; y en diversos grupos, colocados con maestría , se ven los antiguos patriarcas y mujeres célebres del Antiguo Testamento, colocados sobre el cuerpo de luces que está en el primer término.

Los coros que son dos, uno para los canónigos, y el otro para los músicos empleados en la catedral, son de una riqueza considerable, á la vez que de buen gusto y majestuosos, como es majestuoso, rico y de buen gusto cuanto pertenece á tan suntuoso templo. Ambos coros ocupan un mismo lugar, y se encuentran colocados en frente del altar mayor. El de los canónigos que es có-modo y espacioso, tiene dos gradas de asientos de exquisita y labrada madera, formando círculo: el de los músicos que se levanta alrededor del primero guardando el mismo orden, pero á una altura considerable, se halla circunvalado de una hermosísima balaustrada de metal tumbaga, y en él se encuentran los dos órganos mejores que hay en la República, cuyos remates, ador-nados de exquisitas figuras doradas, van á tocar la alta bóveda de la iglesia. La bella gradería, los ricos enverjados, y las espaciosas puertas que embellecen á uno y otro coro, son del expresado y exquisito metal, cuyo brillante color sirve á darles un realce indescriptible.

El presbiterio del altar mayor, que se levanta majestuoso en medio de la iglesia, entre el coro y el altar de los Reyes, y al cual se sube por siete espaciosas gradas que se hallan en los cuatro frentes del altar, está circundado de una balaustrada de metal tumbaga, que luego se dilata rectamente por ambos lados, hasta llegar al coro, adornada de sesenta y dos estatuas del mismo metal, cada una de las cuales tiene en su mano un candelabro para colocar hachas.

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Esta balaustrada ó crujía y la nortada principal del coro, ya referida, fueron fabricadas en Macao, ciudad de China, siendo el peso de todas las piezas que la componen, 534 quintales.

Pero desistamos de continuar describiendo las muchísimas cosas que aun cuenta este magnífico templo, y fijemos la atención en la abundancia de oro, plata y ricas alhajas que ostenta en uno de esos días de función clásica , en que es preciso adornar la iglesia con aquella grandeza y lujo que corresponden al digno objeto de la fiesta.

Fijemos la vista en ese altar mayor, de cuyo centro se destaca majestuosamente el esbelto ciprés, sostenido por ocho airosas columnas de brillante estuco, en cuyos dos primeros cuerpos están las excelentes esculturas del tamaño natural que representan á los apóstoles, evangelistas y principales santos, y sobre el tercero un grupo de ángeles, encima de los cuales se descubre á la Madre del Salvador del mundo. Si; fijemos la vista por un momento, y lo veremos herido por millares dé luces que brillan como las estrellas sobre las dormidas aguas de un apacible lago. Allí veréis en las funciones clásicas que se celebran con una pompa sin igual, esos seis riquísimos blandones de oro y esa cruz guarnecida de piedras preciosas, con su frontal y peana de lo mismo, y otra elegantísima de filigrana. Allí descubriréis esos seis ramilletes, cuatro candeleros, dos navetas, dos atriles, dos porta paces y dos palabreros todos de oro, donde compite el arte con la riqueza : en otra parte veréis veinte cálices de oro , seis vinajeras con sus platillos del mismo exquisito metal: un copón con 1,676 diamantes y 13 marcos de oro: un cáliz con 122 diamantes, 132 rubíes, 143 esmeraldas y 10 marcos de oro : dos incensarios de este metal: la imagen de la Concepción que es de plata, y pesa 38 marcos: la custodia principal que tiene más de vara de alto, con 5,872 diamantes en su frente, 2,653 esmeraldas , 106 mestizos, 44 rubíes, y 8 zafiros en su rever-so, siendo su peso de 88 marcos de oro : once arañas de plata con 24 albortantes cada una: si seguís examinando su riqueza, encontrareis cálices, vinajeras, blandones, dos juegos de hacheros, compuestos de cuatro piezas cada uno: cuatro sahumadores de dos varas de alto: tres estatuas: un sagrario, é infinidad de ramilletes de

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oro y plata, que dejan deslumbrada la vista del observador. Al lado de toda esta riqueza conque hoy cuenta la gran catedral de Méjico, se descubría también la admirable imagen de la Concepción, toda de oro, que pesaba 6,984 castellanos, rodeada de ricas pedrerías, y que se fundió, no sabemos por qué causa.

La custodia principal, y muchas de las alhajas que posee la catedral, así como los paramentos eclesiásticos, son regalos que hizo el emperador Carlos V.

Una de las principales preciosidades de que se han visto obligados á deshacerse los canónigos, por carecer de fondos para componer los estragos que causó en la catedral el terrible terremoto de 1837, conocido por el de Santa Cecilia, fue una riquísima lámpara de la que he oído hacer mil elogios en Méjico, y que costó 71,343 duros , 3 reales. Su altura era de 8 1/2 varas; su diámetro de 3 1/2, y su circunferencia de 10 1/2 varas. Constaba de cincuenta y cuatro candeleros, y pendía de una cadena y perno de hierro que pesaban 1,650 libras.

A un lado de la fachada principal de este suntuoso templo, se eleva otro llamado el Sagrario, que se comunica interiormente con la catedral: es de tres naves, y á su lado tiene el despacho, la sacristía, y una capilla que sirve de depósito para los cadáveres de la feligresía. Esta parroquia, que en otro punto podría lucir con más ventajas su hermosa fachada, es un lunar que desfigura mucho las bellas proporciones de la catedral.

Si los detractores del buen nombre español no se empeñasen en cerrar los ojos á la luz de los hechos ¡cuán distinto lenguaje usarían al hablar de nuestra España, si fijasen la vista en los grandiosos monumentos que en aquella bellísima región levantaron en pro de la civilización y del país conquistado, los dignos descendientes del Cid y de Pelayo ! Lo primero que llama la atención del viajero inteligente, en un país católico, son los templos elevados al señor; porque ellos se presentan á su vista como el ter-mómetro que revela de una manera inequívoca el estado de riqueza del suelo que visita; pues siendo proverbial esa no desmentida inclinación de los cristianos á ceder parte de sus bienes para el

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mayor brillo del culto de aquel Supremo Hacedor á quien se confiesan deudores de todos los tesoros que poseen, la mayor ó menor magnificencia de sus iglesias, patentiza, sin otro examen, el grado de abundancia en que viven.

Recórrase la historia de la preponderancia y de las vicisitudes de las naciones católicas, y se verá, que en tanto que han marchado á la cumbre de su apogeo, la riqueza de les templos dedicados al Autor Supremo, ha sido incalculable, y debida á los cuantiosos donativos de ricos particulares, á la vez que en su decadencia han ido imprimiendo en el interior de esos mismos templos, el carácter melancólico que graba la pobreza en todos los objetos. Los templos son, en las naciones católicas, lo que la luna en el cielo: brillan cuando va en creciente la fortuna de las segundas, y pierden su esplendor cuando llega la época de su menguante.

No es, pues, de extrañar, que los españoles, católicos de corazón, benévolos por naturaleza, y francos y desinteresados por principios, edificaran en la época feliz en que eran dueños de la mitad del mundo y en que les sonreía la fortuna, brindándoles con los tesoros de la tierra, los sorprendentes y maravillosos templos que hoy son el orgullo de Méjico y el asombro de los viajeros que visitan aquella populosa ciudad. Si otras mil pruebas no existiesen del cariño con que nuestra patria miró siempre á su antigua colonia, bastaría solo la magnífica catedral que de describir acabo, para dar á conocer el grado de cultura de la nación española y la predilección con que miraba aquel hermoso país.

NlCETO DE ZAMACOIS.

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MÉXICO

ESTADO DEL SUR

EN

1857

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DEL “MUSEO UNIVERSAL” Nº 15 DEL 15 DE AGOSTO DE 1857

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SOLDADOS DEL SUR Y PINTOS EN MÉXICO AÑO 1857

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Puede asegurarse que una de las provincias donde no ha penetrado aun el examen analítico del estudioso observador, es el Sur, rico Estado del fértil suelo mejicano, donde la Providencia, a la par que derramó exuberantemente los ricos dones de una vegetación vigorosa, pródiga en producciones de toda especie, vertió también, en compensación, males sin número, que solo pueden calcularse por el que recorriendo sus fértiles montañas cortadas de torrentes, ríos y cascadas que cruzan en todas direcciones, contempla el poco provecho que de tesoros tan inapreciables han sacado los habitantes de esa provincia, conocida por todos con el nombre de Tierra caliente, y de algunos con de Estado de Guerrero. Estos males que de enunciar acabo, y cuya fuerza se hace más sensible y marcada cuanto mayor es la suma superabundante de los bienes, contra cuya benéfica influencia combaten, son el clima mortífero, cuyos estragos han sentido muy de cerca los españoles, cuando aun adornaba aquel rico diamante la esplendente corona de los reyes de Castilla, los innumerables reptiles ponzoñosos que por todas partes brotó la tierra, y la temible fiebre amarilla que se ceba sangrientamente en los que no han nacido bajo aquel clima abrasador.

La Tierra caliente, provincia del Sur, ó Estado de Guerrero, pues con los tres nombres se designa el punto que nos ocupa, es un oasis y un desierto, pues participa en la atractiva belleza del primero, y de la triste soledad que marca el aspecto del segundo: es el molde en que la Providencia vació las felicidades y las desdichas de la tierra que, fundidas y amalgamadas, cuanto más parece pugnan entre sí, como cuerpos contrarios para separarse, mas se unen y se identifican, arrastradas por una fuerza superior que las dirige; de esta suerte, proporcionando al hombre todos los bienes materiales que codicia, le recuerdan, en sus padecimientos, que no le es dado volver á encontrar en la tierra, el Edén perdido.

Allí se ostenta abundante la cochinilla ó grana, ese insecto colorante que se cría adherido á la planta llamada nopal, de la cual vivo, y que con tanta profusión han enviado á Europa: allí el vistoso y cándido algodón, la rica vainilla, las abundantes minas de oro y plata: los ríos que en sus trasparentes linfas arrastran metales tan ricos como los que han engrandecido la California: las exquisitas frutas de delicado gusto que no encuentran competidoras en el mundo; y sobre todo, la caña de azúcar que hermosea los inmensos terrenos de las haciendas, y que rinde al año, solo en aquella provincia, cerca de cuatro millones de arrobas de azúcar, que se

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consume en los demás Estados de la nación: allí los espesos bosques regados por caudalosos ríos, y las feraces y vírgenes montañas brindando al hombre los inagotables tesoros de la naturaleza. Pero allí también la venenosa tarántula, el ponzoñoso alacrán que invade hasta las sábanas de la cama; el repugnante cientopies y la imperceptible nigua que se halla extendida en toda la superficie del Estado, penetra en los pies del forastero, é introduciéndose entre el pellejo y la carne, pone en ella sus huevos, y se reproduce de una manera, desgraciadamente prodigiosa, que deja sin acción al incauto que no ha tomado todas las precauciones necesarias para conjurar el mal.

Esta parte que encierra en su seno con igual fuerza lo bueno y lo malo, lo agradable y tormentoso, la vida y la muerte, es una provincia excepcional, de las muchas que forman aquel hermoso país conquistado por Hernán Cortés en una época en que el león de España se ostentaba como dominador y rey del orbe entero. El Sur es la región inaccesible á todo gobierno; región á donde se refugian los descontentos, donde se reconcentran los elementos sediciosos que, agitados por las intolerantes pasiones de partidos, causan una conflagración general que abrasa por sus cimientos el edificio aun vacilante levantado por los gobernantes. De aquí la condescendencia forzosa de todos los gobiernos con esa provincia defendida por la naturaleza mortífera de su clima, que diezma los ejércitos, siendo sus habitantes la pesadilla de los que están encargados de regir los destinos de la patria.

La Tierra caliente comienza en Cuernavaca; ciudad hermosa y pintoresca situada á 15 leguas de la capital de la nación. Este pueblo que fue en tiempo de la conquista la capital de un país habitado por los Tlanitas, es hoy uno de los más comerciales y ricos que se conocen; debido en gran parte, á las numerosas fábricas de aguardiente de caña que cuenta, y que exporta para todos los puntos de la República. Colocada la ciudad en un terreno feraz y agradable, y disfrutando de una temperatura templada y apacible, como que es la puerta entre la tierra fría y la caliente, los europeos la visitan y se establecen en ella, influyendo, de esta suerte, en los adelantos de la ilustración y la industria que han llegado allí á un grado de perfección que no se conoce en el resto de la Tierra caliente.

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Puede decirse que Cuernavaca es el hasta aquí de los

europeos: el antemural levantado á las letras y á la civilización que allí se estancan sin que encuentren un cauce para regar con su benéfico influjo el país abrasador que se encuentra al otro lado. Aquello mismo que ha servido á dar al Estado de Guerrero un poder independiente, ha sido á la vez, la poderosa rémora que se ha opuesto á que se llevara el germen de la cultura y de la civilización que tan opimos frutos de ventura hubiera producido. El clima, sepulcro de todos los que han osado invadir la Tierra caliente, ha sido también la tumba de los adelantamientos científicos y literarios, que solo viven en el gabinete de algún hombre estudioso, como las flores de un país cálido en los invernáculos de los botánicos de Inglaterra.

Los gobernantes españoles, á cuya vigilancia estaba sometida esta parte de la Nueva España en el gobierno virreinal, solicitaron de los virreyes, que se crease en esta provincia el obispado de Chiapa, para que los dignos sacerdotes extendieran la doctrina del Crucificado, convencidos de que, la base fundamental de toda civili-zación, está comprendida en el divino Evangelio. Pero el clima insalubre por una parte, y por la otra, las penosas distancias que era preciso atravesar para pasar de un pueblo á otro, impidieron que la semilla civilizadora fructificara con la fuerza y fecundidad que hubiera sido de desear. Estos mismos inconvenientes, capaces de

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arredrar por sí solos al hombre menos celoso de su salud y de su vida, agregados á los innumerables reptiles ponzoñosos que ennegrecen la tierra, han influido en que los europeos no hayan penetrado en ese Estado que, aislado de toda comunicación con los habitantes del viejo mundo, que se establecen en puntos mas sanos de la República, ha permanecido casi en el estado en que se encontró en la época de la conquista.

Y si en tiempos pacíficos y normales como eran los que corrieron por espacio de 300 años; si durante una paz no interrumpida por tres siglos; si en la época de un gobierno respetado y poderoso, abundante en recursos, lleno do fuerza moral y física, no se consiguieron ventajas en punto á su civilización, no obstante los generosos esfuerzos de sus gobernantes ¿qué extraño es que hoy, bajo el mando de gobiernos constituidos en medio de las revoluciones, como todos los que ha habido en Méjico desde su independencia, combatidos por una tormenta no bien han conjurado otra; obligados á mirar por su propia conservación siempre amenazada, luchando á brazo partido contra la marejada levantada por el soplo de las revoluciones, desconfiando de todos, faltos de los recursos indispensables para acallar la grita de los descontentos y encarrilar á la nación por la senda de la tranquilidad y el progreso, no hayan hecho ninguna conquista en el Sur las letras y la civilización?

La gente que habita el Sur, trae su origen de la mezcla de la raza india primitiva y de la negra; su color, generalmente hablando, es prieto, toscas sus facciones y el cabello muy áspero; abundan los de cutis cetrino, y es muy considerable el número de pintos, llamados así porque en su rostro, lo mismo que en el resto del cuer-po, están pintados de manchas amarillas, negras, rojas, azules, blancas y verdes, que les dan un aspecto raro y repugnante. El pinto, cuyo color puede compararse al mosaico, no forma por esto raza diferente de la del resto del Sur: los variados matices que sobre su piel se marcan de una manera pronunciada, provienen de una enfermedad cutánea que se trasmite de padres á hijos, y cuyos efectos no ha encontrada la medicina medio de evitar. Los surianos, como todos los hijos de país cálido y montuoso, son, sino de complexión muy robusta, si ágiles y sueltos, agudos en el decir, pendencieros, de valor personal, nada ambiciosos, pero indolentes en sumo grado, sin duda por efecto del clima y de la abundancia con que su fértil suelo les brinda todas las producciones que sobran á satisfacer sus limitadas exigencias. Libres por la ardiente

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temperatura, de la necesidad de construir sólidas casas, viven, exceptuando la gente principal que habita en buenos pueblos, en cuadrilla; esto es, reunidos en un lugar en que levantan diez ó doce chozas, y que abandonan para habitar en otro cuando lo juzgan conveniente, llevándose consigo las barracas.

El alimento de estos hombres, que desconocen esas necesidades que la ilustración ha hecho indispensables en los países cultos, y cuya sola exigencia es la de gozar de una independencia completa, se reduce á tasajo, chile, que es el nombre que dan al pimiento, ricas frutas en que abunda el país, totopo y pinole. El totopo no es otra cosa que la masa del maíz molido en una piedra llamada metate, masa que aplastándola entre las palmas de las manos hasta darle la forma de una ancha oblea, la tuestan en una especie de plato poroso de ordinario barro que llaman comal, y el pinole se reduce á maíz tostado, molido en polvo y mezclado con azúcar.

En relación con esta frugalidad que distingue á los habitantes de región tan abrasadora, está la sencillez de sus vestidos. Los hombres llevan un ancho calzón blanco de tela de algodón sujeto á la cintura por una faja; camisa de lo mismo, suelta, y que cae encima de los calzones; sombrero de petate de inmensas alas, y sandalias sumamente ordinarias. El arma favorita, y á la cual acu-den para resolver sus más ligeras cuestiones, es el machete; sable ancho y tosco que jamás apartan de la cintura, que parece forma una parte de su ser, y que constantemente lo están afilando.

El traje de las mujeres, que en general son aun más feas que los hombres, no es el más á propósito para hacer disimulables los defectos conque las marcó la naturaleza. Llevan enaguas cortas de tela ordinaria de algodón; por camisa un lienzo cerrado por pecho y espalda, y abierto por los lados para sacar los brazos; medias no las usan; y su calzado es en todo igual al que gastan los hombres.

Sus hijos pequeñuelos, que se entretienen en correr y divertirse enfrente a la choza en que sus padres descansan tendidos sobre un petate ó meciéndose en una hamaca, sin que les desvele el cuidado del porvenir, ostentan en todo su rigor el mismo traje que usaron Adán y Eva en el paraíso, antes de haber gustado del árbol prohibido.

Connaturalizados los hijos del Sur, con las enfermedades del

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clima, y familiarizados con la vista de los reptiles ponzoñosos que á los de otras provincias tanto espanto causan, lejos de huir de los venenosos insectos, los buscan como bocado delicioso; y agarrando á los alacranes por la cola, se los comen vivos, arrojando aquella, que es donde guardan el veneno activísimo.

Ya he dicho que uno de los rasgos característicos de los surianos es la indolencia, debida á sus reducidas exigencias y á la abundancia do su rico suelo. Sin embargo, para dar á conocer el grado extremo hasta donde aquella llega, creo conveniente detenerme á referir una de esas costumbres que marcan de una manera indeleble la índole de sus habitantes. Acostumbrados, casi desde que nacen á montar á caballo, la exigencia apremiante de todo hijo del Sur, es tener un buen jaco. El alimento, el vestido, el amor, los bailes y el juego á que tan aficionados son, todo lo dejan por un cuaco como ellos llaman al caballo. De aquí aquel versito que ellos cantan, y dice:

Si Adán hubiera tenido En el Edén un caballo,

No hubiera servido á Eva, Ni de la fruta probado.

Dueños, pues, de este noble animal indispensable, al suriano,

hay pueblos cuyos habitantes cuando tienen necesidad de llevar agua á sus barracas, colocan sobre el caballo cuatro cántaros vacíos, dos delante y dos á la grupa, y montando en seguida ellos, penetran descansadamente en las barrancas abundantes de agua, y entrando por una orilla y saliendo por la otra, consiguen que los cántaros se llenen por sí solos, volviéndose á sus casas, sin haberse tomado la molestia de descargar y cargar.

Los bailes de estos habitantes, felices negativamente, son sumamente estrepitosos, y la música melancólica y rara: son excelentes jinetes, como todos los mejicanos; y su diversión favorita, es correr á caballo tras un toro, lo cual se llama colear.

Esta diversión consiste en agarrar al toro por la cola con la

mano derecha y alzando inmediatamente la pierna para sujetar con ella el brazo, á lo cual llaman meter arción, derribar á la fiera, si-guiendo el alazán su carrera, regido por el hábil jinete, que se ostenta encima lleno de satisfacción y noble porte. Otras veces, colocan una vara tendida en el suelo, y retirándose á regular

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distancia, vienen con la velocidad del viento sobre el caballo, y sin que este detenga su carrera, se inclinan de una manera firme y admirable al llegar al punto en que está la vara, y alzándola con una facilidad asombrosa, continúan corriendo con la misma velocidad. Estas diversiones de que ya hablaré en otro artículo, son comunes á todas las provincias de Méjico.

La organización de lo que se llama ejército del Sur, y que en nada se parece al resto del ejército mejicano que está vestido con tanto lujo como el francés, es digna de tenerse en cuenta. Las tropas que están en esa provincia, han de ser formadas precisamente de hijos nacidos en ella. Sin dar servicio activo sino en Acapulco y dos ó tres poblaciones importantes del mismo Estado, para lo cual basta una fuerza insignificante, el resto se ocupa en los trabajos del campo, sin diferenciarse del resto de la población, sino en el fusil que cada uno tiene en su casa. Esta tropa no recibe paga ninguna del gobierno en tiempo de paz; pero cuando hay guerra extranjera, ó movimiento político, el jefe, que es hijo del país, convoca á los pueblos, y todos los soldados acuden inmediatamente con sus armas á defender la patria ó á sostener el partido que estiman conveniente. Este ejército no está uniformado; su traje es en todos tiempos el mismo que usa toda la gente del país.

El grabado que acompaña á este artículo, representa con toda exactitud á esos mismos hijos del Sur, que entraron en la capital de Méjico en 1S55, después de la caída del general Santa-Anna. Yo los vi entrar en esa suntuosa población, y puedo asegurar que la pintura está en un todo de acuerdo con el original. El lugar que ocupan es el cuartel formado en el convento de San Francisco, y el traje que visten, el mismo con que hicieron su entrada triunfal, llevando á la cabeza á su predilecto general don Juan Álvarez, siendo ministro de la guerra su leal amigo don Ignacio Comonfort, actual presidente de la República.

Como verá el lector, el uniforme que llevan los soldados no es otro que el que descrito queda al hablar del traje en general, sin otra diferencia que la de llevar encima de la camisa las fornituras, el fusil al hombro, algún capote cogido á los contrarios, y en el sombrero el letrero que dice, soldados del Sur.

Preciso es pues, no confundir á este ejército que no da servicio ninguno sino en su provincia, con el ejército mejicano, bien

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equipado, excelentemente armado, y que en lujo en el vestir puede competir con cualquiera de Europa, aunque no en instrucción.

Las provisiones que el soldado del Sur lleva en campaña. Se reducen á un pedazo de tasajo, totopo y pinole, de que ya tengo hablado al principio de este artículo. Esta frugalidad, común á todos los mejicanos, es una ventaja para los gobiernos, pues fácilmente atienden a la subsistencia del soldado, que tiene en Méjico la cualidad de ser callado, sufrido, obediente, incansable en sus marchas, y de valor personal.

Dado á conocer lo que se llama Tierra caliente, no quiero terminar este artículo sin referir dos hechos históricos, dignos de ser tenidos en cuenta, siquiera sea porque en ambos anda mezclado el nombre español, tan alarmante entre la gente baja del Estado de Guerrero.

Estaba consumada, ya hacía diez años, la independencia de Méjico. Corrían los primeros días del mes de enero de 1831, y el vicepresidente don Anastasio Bustamante, trató de dar el último golpe á la revolución que había tratado de derrocarle y cuya última chispa la sostenía en el Sur, el general Guerrero, hijo de la misma provincia.

Hallábase este militar de la independencia, en Acapulco. En el

puerto de este mismo punto, se encontraba un buque sardo, del que era capitán un tal Picaluga, cuyo nombre ha quedado entre los mejicanos, para designar á algún traidor. El malvado capitán ambicionando oro, concibió el proyecto más infame que caber puede en corazón humano. Se presentó á Fació, ministro de la guerra, ofreciéndole entregar al general Guerrerro, si en premio de su servicio, le daba la cantidad de 50.000 duros; y habiendo el ministro consultado con el gobierno, convinieron en entregarle la expresada suma, que se le pagó en oro.

Picaluga volvió á Acapulco sin que nadie sospechase su

inicuo plan; y como pasaba por íntimo amigo de Guerrero, convidó á este á que pasara á su buque, donde le tenía preparado un magnífico almuerzo. El confiado general aceptó el convite de su infame amigo, y á la hora convenida pasó al buque, acompañado de tres ayudantes suyos. Sentáronse todos a la mesa; y cuando Picaluga los consideró mas entretenidos, dejó su asiento fingiendo una ocupación, subió á cubierta, cerró la escotilla de la cámara, y

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levando anclas, se hizo á la vela al puerto de Hualulco, donde ya estaba esperando al engañado prisionero, tropa del gobierno.

A los pocos días, y después de haber sido juzgado ante un consejo de guerra ordinario, á pesar de ser general y legítimo presidente dé la República, fue fusilado. Los enemigos del gobierno, levantaron entonces el grito poderoso para medrar, cuál era el de suponer que los españoles eran los que habían influido en aquel fusilamiento. Los surianos, á quienes hacia crédulos su misma ignorancia, no dudaron en dar crédito á aquella acusación que comprometía á los peninsulares establecidos en Tierra caliente, y á los cuales han visto y ven con desconfianza.

Preciso es advertir que esta desconfianza, ó mejor dicho mala voluntad, solo existe entre la gente menos pensadora del Sur, pues en los de esmerada educación son tratados los españoles con la más alta deferencia; y rasgos hubo, aun en la guerra de 1810, y que forman el otro hecho histórico de que hice mención, en que algunos de sus hijos se hicieron, por su generosidad con los españoles, dignos del aprecio universal. Tal fue el señor don Nicolás Bravo, que habiendo empuñado las armas para labrar la independencia del país, combatió tenaz y gloriosamente por ella.

Este caudillo tenía prisioneros en su poder trescientos

españoles, cuando recibió la noticia de que el gobierno español acababa de fusilar á su padre, que también combatía por la causa de la independencia. El señor Bravo en aquel instante de acervo dolor, mandó que le llevasen á su presencia á los trescientos prisioneros españoles, y después de hacerles saber la noticia que acababa de recibir, lejos de tomar la venganza que ellos temían, les dijo que desde aquel instante estaban en libertad, y que podían irse donde gustasen.

Este rasgo de abnegación y de generosidad, asombró al virrey; y los españoles miraron desde entonces en Bravo, un verdadero héroe.

No he querido pasar en silencio estos dos hechos, porque ellos prueban que, los habitantes del Sur, se dejan guiar fácilmente por el bien ó por el mal; y que la mala voluntad hacia los españoles, entre la clase baja, desaparecería, si lo insalubre del clima no fuese la puerta que cierra á los europeos y á los hijos de otras provincias de Méjico, la entrada á ese Estado malsano que vive aislado en

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medio de los pueblos ilustrados que cuenta la República mejicana. NICETO DE ZAMACOIS.

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VERACRUZ

Y

SAN JUAN DE ULUA

EN EL AÑO

1862

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITO DE “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 5 AÑO 1862

EL GRABADO PUEDE AMPLIARSE HASTA EL 300% PARA APRECIAR DETALLES.

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VISSTA DE VERRACRUZ Y SSAN JUAN D

DE ULUA ENN EL AÑO 18862

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Al otro lado del Atlántico hay una ciudad famosa situada en las mismas playas por donde Hernán-Cortés invadió el imperio poderoso de Motezuma. Allí los conquistadores plantaron por primera vez el signo de nuestra civilización y de nuestras creencias, y llamaron la Vera-Cruz á la población que en aquel sitio levantaron: allí fue donde el intrépido capitán, gloria de España, mandó quemar las naves que le habían conducido, para obligar a sus compañeros á vencer ó morir en la ardua empresa. Alrededor de aquella población la llanura se presenta árida y desolada; la vista no encuentra hoy más que restos de una grandeza perdida; el pie no tropieza sino en ruinas; sin embargo, es bella todavía esa ciudad arruinada, con sus blancas azoteas, sus calles tiradas á cordel, sus casas, del centro de cuyas fachadas se destaca, el antiguo balcón español, sus iglesias del siglo XVI y sus recuerdos de pasada opulencia.

Su puerto formado por una red de islotes arenosos y de arrecifes madrepóricos, es poco seguro, y aun peligroso cuando soplan los vientos del Norte; y no hay en ciertas estaciones del año foco mas funesto de fiebre amarilla que el recinto de sus murallas.

Vera-Cruz fue célebre como Cartago y como Tiro por su comercio, sus riquezas y su lujo: Cádiz la tuvo por sucursal, y llegó á ser el único anillo dé la cadena que unía á Sevilla con Méjico, viniendo á desembocar por ella todos los tesoros de Nueva España. Su esplendor se eclipsó durante los vaivenes de la independencia y de la república, pero aun conserva su importancia como llave de Méjico, artería principal de su comercio, y punto de reunión de los pabellones de las naciones civilizadas.

Considerada aisladamente esta ciudad, no es capaz de ofrecer una larga resistencia á un enemigo, y así es que jamás se pensó en rodearla de fortificaciones de importancia. Por la parte de tierra no tenía más que un muro sencillo aspillerado y flanqueado de bastiones ruinosos, á cuyo pié la incuria mejicana había dejado amontonar la arena hasta el punto de hacer la entrada fácil por muchos puntos. Solamente en la última lucha entre Juárez y Miramon, aquel hizo reparar los destrozos para sostener el sitio que este puso á la ciudad; pero Vera-Cruz hubiera sucumbido á no ser

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por los desastres marítimos que Miramon sufrió y le obligaron á levantar el sitio.

Por la parte del mar es menos expugnable. Edificada en una playa semicircular, ofrece la figura de un arco de círculo cuya cuerda está formada por la línea de la playa. A los extremos de esta cuerda se han levantado dos fuertes que defienden la entrada del muelle. La verdadera protección de Vera Cruz está en el castillo de San Juan de Ulúa; pero como este castillo la domina completamente, el que de él se apodera, es dueño también de Vera-Cruz.

San Juan de Ulúa en su parte esencial es un trapecio con bastiones irregulares, situado sobre el arrecife de la Gallega, en frente y á novecientos metros de distancia de la entrada del muelle: el mar le rodea por todas partes, y sus fundadores se propusieron al construirlo dominar á Vera-Cruz, y al mismo tiempo tener á raya á cualquiera escuadra que á viva fuerza tratase de penetrar en la rada. El frente que mira á la ciudad se compone de una cortina y dos bastiones, cuya artillería puede destruir en breve las casas: la cresta del parapeto está á treinta pies sobre el nivel mar. El frente opuesto domina el islote en que se asienta el castillo, el arrecife y la alta mar: en medio de su cortina se halla la puerta de entrada. El arrecife es vadeable, y para defender sus aproches se han construido varias obras exteriores notables, entre ellas una media luna de reducto interior rodeada de agua, que cubre la puerta y se comunica con ella por un puente levadizo. A derecha é izquierda hay dos fuertes reductos, también rodeados de agua y unidos por puentes levadizos al camino cubierto; y por último, delante de los pequeños frentes de estas obras se han construido dos baterías rasantes.

Es, pues, la fortaleza de San Juan de Ulúa la más formidable de todo el litoral, el orgullo, y digámoslo así, el Gibraltar de la república mejicana.

Los mejicanos en 28 de noviembre de 1838 la entregaron á los franceses después de una resistencia que admiró á estos por su debilidad.

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En 17 de diciembre de 1861 fue evacuada sin resistencia alguna delante de la primera división de la escuadra española mandada por el general Gasset.

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EL PALACIO

DE LA

PRESIDENCIA

EN MÉXICO

AÑO 1862

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DE “EL MUNDO ILUSTRADO” Nº 9 AÑO 1862

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PALAACIO DE LA PREESIDENC

IA-MÉXICCO-AÑOO 1862

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Si la antigua Tenoxitan de los primitivos moradores de América, la ciudad de Méjico, contaba antes de la conquista de los españoles con 80,000 casas, tres palacios imperiales y gran número de templos; reedificada después del sitio y destrucción que sufrió durante las campañas de Hernán-Cortés, no por esto deja de ser en la actualidad una de las primeras capitales del Nuevo-Mundo por sus numerosos y buenos edificios. La catedral, la tesorería, el gran convento de San Francisco, el hospital, el jardín botánico, la casa de la moneda que pasa por la más vasta y rica del mundo, y en fin el palacio de la presidencia, si bien no de relevante arquitectura, llaman la atención del viajero que reconoce en ellos el centro de las ciencias y de las artes americanas.

El adjunto grabado da á conocer á nuestros lectores el aspecto de uno de estos edificios, el palacio de la presidencia que tanto figura en los acontecimientos de aquel país conmovido por continuadas disensiones. En él se han fraguado no pocos golpes de Estado, si por tales consideramos los cambios políticos Llevados á cabo con mas ó menos cordura por los hombres públicos mejicanos; en él han residido esos presidentes que no han sabido dar al país la calma, el bienestar y la paz de que necesita para curar sus profundas heridas, y en él es de esperar lleguen á alojarse si bien por breve tiempo, los caudillos do la expedición hispano-franco-inglesa, que llevan á Méjico la gran misión de restablecer y consolidar el orden, primer elemento de estabilidad y progreso para todas las sociedades.

El palacio de la presidencia es pues de suponer verá tomar en su recinto medidas de prosperidad y ventura para el pueblo mejicano, si aquel gran estado formado por españoles y nutrido de sangre española, debe esperar días mejores bajo la protección de las tres primeras potencias de Europa.

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VISTA

DE LA

FORTIFICACION

DE MITLAN

EN EL AÑO

1844

NOTA: GRABADOS Y TEXTO TRANSCRITOS DEL “SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL” TOMO II TERCERA SERIE, Nº 4 AÑO 1844

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VISTA Y ALTURA DE L

A

LA FORT

AÑO 184

TIFICACIO

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Nuestros conquistadores del Imperio de Méjico, quedaron sorprendidos al examinar entre las obras públicas de aquel pueblo singular, las obras defensivas de diferentes categorías, que tenían las diversas naciones de aquella parte del mundo, y en las cuales se observaba grande analogía entre la forma de nuestras plazas fuertes , reductos y campos atrincherados. Todos saben que los Tlascaltecas conservaban en la extremidad oriental de su territorio una muralla construida entre dos montañas, que tenía dos leguas de extensión , con un terraplén de cerca de tres varas de altura, de un grande espesor, y su correspondiente parapeto , todo construido de mampostería, con una sola entrada cubierta por dos tambores concéntricos y semicircu-lares.

La capital de Méjico , aunque fortificada por la naturaleza , por medio de las lagunas que la rodeaban, tenia perfectamente entendida su defensa por medio da las calzadas de comunicación , y de los reductos ó emplazamientos colocados al alcance de las armas de que usaban , formando tres líneas, y siendo el último recinto los mismos templos , entre los cuales descollaba el gran Teocali, situado en la plaza principal; así se veía de este modo que estos templos abrazaban no solo un objeto religioso, sino también político.

En los detalles de la expedición de Cortes, hace el historiador Torquemada una descripción de la ciudad fortificada de Chuanquecolam; esta ciudad, distante cerca de legua y media al Sur de Tepeyacac, estaba poblada de cinco á seis mil familias, y no menos defendida por el arte, que por la naturaleza. Se veía protegida por un lado de una montaña escarpada, y del otro por dos riveras que corrían paralelamente: estaba por otra parte circundada de una fuerte muralla de cal y canto, de siete varas de altura, sobre doce de espesor, con un parapeto circular de cerca de una vara de alto. Se habían construido cuatro pasadizos, cubiertos entre dos hemiciclos paralelos, del modo que se han descrito hablando de la muralla de Tlaxcala. La dificultad se había aumentado todavía por la situación de la población, que se elevaba casi a la altura de la muralla misma, á la que solo podía llegarse subiendo muchos escalones demasiado pendientes.

Aun se conservan tos restos de una antigua fortaleza sobre una eminencia inmediata al pueblo de Molcaxat, rodeada de cuatro recintos concéntricos, y equidistantes unos de otros. En aquellas mismas cercanías existen vestigios de reductos construidos de mampostería; y como á media legua distante, los restos de una población considerable, de laque no se

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El segundo recinto, de más elevación que el primero, forma una especie

de tenaza, y tiene una entrada al extremo, con las mismas precauciones que la del primer recinto; ambos están unidos por sus extremos, y también tenía aquel antiguamente un parapeto con sus montones de dichas piedras.

El ángulo obtuso de esta tenaza , formaba con su concavidad ó retiro entre muralla, una plaza de armas bastante capaz para contener un cierto número de hombres en las urgencias, para defender la puerta, ó para facilitar las salidas contra los sitiadores; y para mas seguridad, tenían al frente de la fortificación , según sus usos ó costumbres, sus baterías, que consistían en peñascos redondos y de una vara de diámetro, puestos en equilibrio á la orilla superior del talud que está en este sitio, los que servían en caso de ataque ó asalto para arrojarlos á fuerza de palancas ó de brazos , dirigiéndolos á su blanco, imitando á las baterías de rebote. Existen en lo interior de la muralla circular ó. elíptica, en una superficie por unas partes plana por otras convexa, ruinas de mucha cavidad, edificios ó cuadros grandes, cuyas paredes son gruesas y construidas de adobes encalados, y como trozos cuadrados, que habrán sido en la antigüedad los cuarteles de su guarnición. En este recinto y diametralmente opuesta á la entrada del fuerte, existe una puerta falsa, para facilitar una retirada en caso de fuga ó para proveer la fortaleza de hombres, víveres y agua.

Es evidente, por las razones expuestas y por la antigüedad de la construcción de esta obra militar, que no pudo emplearse otro sistema de defensa, atendiendo á su modo de hacer la guerra, y á las armas que usaban para el ataque y defensa. La naturaleza contribuyó extraordinariamente á favorecer al arte, como lo prueba la posición que tiene. Estos restos sirven de comentario, é ilustran el arte de la fortificación mejicana.

Los dibujos que se acompañan, son la vista de esta fortaleza y su plano, digna de excitar la más grande admiración: está construida en la cima de una roca escarpada, aislada y que domina la cadena de las colinas vecinas: su forma es elíptica y su extensión de cerca de media legua, tiene cerca de una de circunferencia y seiscientos pies de altura, y solo tiene comunicación por la parte que mira al pueblo de Mitlan. Esta construcción, tan bien combinada, prueba que en Méjico había ingenieros bastante bien instruidos.

A la primera ojeada cualquiera se figuraría ver una fortaleza europea, con sus ángulos salientes y entrantes, su primera y segunda línea ; y aun se creería ser obra de los conquistadores, si no estuviéramos por una parte convencidos de que no construyeron obra ninguna que se les parezca en el Nuevo-Mundo, por no haberles sido necesario para mantener en su

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obediencia las poblaciones rendidas ; y cuando por otra no se han encontrado otras especies de municiones de guerra que piedras redondas ó pedazos de rocas, destinadas como armas arrojadizas en contra de los sitiadores.

Una primera línea con su abertura en el centro, sirve además de defensa antes de llegar al segundo muro, que está mucho más elevado por el lado en donde se halla la puerta.

El fuerte, consiste en una línea de murallas de piedra, de dos varas de espesor, y seis de altura, formando ángulos según se emplean en las fortificaciones europeas. Se nota últimamente un camino abierto á pico en la roca, para facilitar la retirada, y en el centro se encuentran las ruinas de los cuerpos de guardia, y de otras construcciones para el servicio militar.

La relación que antecede creo dará una idea, de que los antiguos mejicanos no ignoraban el arte de la fortificación. GENARO COELLO.

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DESCRIPCIÓN

DE MÉXICO

TIPOS

Y

COSTUMBRES

NOTAS: LOS GRABADOS Y EL ARTÍCULO HAN SIDO TRANSCRITOS DEL “MUSEO UNIVERSAL” NUMEROS 2, 3, 4, 6 Y 7 DEL AÑO 1869

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VISTAA DE GUAANAJUA

ATO AÑOO 1869

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Al abandonar á Rio Frió, eminencia de la cordillera que separa á Puebla de Méjico, el viajero no puede menos que estremecerse al ver descender la diligencia á todo escape en la peligrosa cuesta que le conduce á la inmensa planicie de Anahuac. En medio de terribles vaivenes, los pobres pasajeros salen de aquel desfiladero peligroso y favorito de los salteadores á fuerza de prodigios de equilibrio, y gracias á la protección especial de la Providencia; pero en cambio rendidos y molidos como alheña.

Sin embargo, la primera clara que se ve luego entre los negros pinos, los indemniza ampliamente de los pasados sufrimientos. Saliendo del bosque la diligencia, se halla de repente en medio de áridas llanuras en que hay diseminados algunos manzanos silvestres y algunas manchas de cultivo.

Desde allí se divisa todo el valle que es en verdad un magnífico espectáculo.

A la izquierda y en segundo término, por encima de los pinos, la montaña Ixtaccihualt (la mujer de nieve) deslumbra con su reverberación. El pico dista unas cuatro leguas, y sin embargo parece que se le toca con la mano, gracias á la pureza de la atmósfera.

Más allá, y en la misma dirección, el Popocatepetl, la más alta cima de Méjico, y el volcán más bello del globo, eleva á cerca de 18,000 pies su orgullosa cabeza. A los pies de estos dos reyes de la cordillera, se extiende la magnífica llanura de Amecameca, sembrada de siempre verdes plantíos; aquí y allá surgen, rom-piendo la monotonía de las líneas, esas eminencias de extraordinarias formas, productos volcánicos coronados de pinabetes aislados en la llanura de Méjico y sin afinidad con la cordillera.

Allí se distinguen el Sacro monte de Ameca y los montículos de Halmanalco, pueblecillo abandonado y lleno de ruinas.

Más abajo aparece Chalco recreándose en el espejo de las aguas de su laguna; y en el fondo Córdoba, Buena-Vista, Ayotla,

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cuyo nombre ha hecho célebre la política; a lo lejos el Peñón, la gran calzada que separa la laguna de Ayotla del lago de Texcoco; y en fin, la reina de las colonias españolas, Méjico, cuyas murallas blanquean, y cuyas cúpulas resplandecen á los rayos del sol benigno y generador.

Por encima se dilata la vista sobre las colinas donde aparecen San Agustín, San Ángel y Tambaya; un poco á la izquierda, el templo de Nuestra Señora de Guadalupe se destaca sobre el fondo negro de la montaña, y atravesando el lago, la sombra del gran Texcoco viene á fijar la mirada del atónito viajero.

Por todas partes se ven aldeas, pueblecillos y lagunas que forman un panorama espléndido.

Un sol resplandeciente derrama profusamente tal variedad de tintas agradables, que son la desesperación de los artistas; en una palabra, hay tanta prodigalidad de colores, que deslumbra la vista y produce un mágico encanto.

Pero ¡ay! al llegar, se desvanece la ilusión; bórranse los colores y desaparece la mágica perspectiva.

En lugar de la fértil llanura, de las verdes palmeras, de los deliciosos lagos cargados de chinampas floridas ó islas flotantes, que el viajero se promete, solo atraviesa fatigado llanuras abrasadas y estériles; el paisaje se torna triste y solitario, y á cada paso va desapareciendo aquel país de las hadas. Las aldeas son ruinas, chaparros las palmeras, y los lagos pantanos fétidos y cenagosos, envueltos en nubes de venenosos insectos.

Al entrar en Méjico, vénse tan solo chiribitiles que en verdad no anuncian la existencia de una ciudad populosa: calles sucias, casas bajas, pueblo cubierto de harapos; pero muy luego desemboca la diligencia en la plaza de Armas, que la forman, por un lado el pala-ció, y la catedral por otro. Ya aquello parece una capital.

A pocos pasos divisa el viajero el antiguo palacio de Itúrbide, donde bajo sus antes dorados techos, encuentra la hospitalidad propia de una fonda.

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Méjico pierde todos los días algo de su fisonomía extranjera: las colonias alemanas, inglesas y francesas han dado á la ciudad cierto carácter europeo, y sólo en los barrios se nota cierto aire propio de la localidad que describimos. Y aquí viene, como de molde, una ligera digresión.

La estadística calcula en 200,000 habitantes la población dé Méjico. Es harto exagerado el cálculo. Nosotros creemos acercarnos más a la verdad, concediéndole sólo 150,000. Por lo demás, y en punto á geografía, tenemos que acusarnos de grandes errores, pues carecemos absolutamente de estadística del co-mercio.

Suponiendo que tenga Méjico 200,000 habitantes ¿no será útil decir qué clase de gentes componen esta población? ¿No sería necesario advertir al viajero ó al hombre de negocios, que de esta cifra de 200,000 que constituye en Europa una gran población, por lo que hace al consumo, sólo hay en Méjico 25 ó 30,000 individuos que consuman? El resto se compone de léperos, mendigos, mozos de cordel, rateros y otros individuos que carecen de medios de subsistencia, y viven al día. Esta clase, lejos de traer nada á la circulación, tiende á paralizarla de día en día y sólo vive á expensas del resto de los vecinos.

¡Cuántos creen en Europa no tener que habérselas en Méjico sino con salvajes, y se imaginan aun ver un pueblo viviendo bajo las palmeras con la cabeza y la cintura adornadas de plumas! Los malos grabados hacen más daño de lo que se piensa, hablando mas vivamente al espíritu del pueblo que los libros, que no lee y perpetúan en él errores deplorables. Citan en Méjico la historia de un pobre diablo, que fue á Vera-Cruz con una pacotilla de espejos, cuchillos y otras pequeñas zarandajas y que, como era de esperar, se arruinó.

Quisiera yo describir al mejicano, y no sé como hacerlo: puede considerársele bajo tantos aspectos, que hay que hacer un gran estudio para ello.

Yo, por mi parte, no he recibido de él más que servicios ole poca importancia, y he visto siempre en él una atención solícita

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RRECOLECCCIÓN D

DE PULKKE

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extremada: es obsequioso en mayor grado que el europeo, olvidadizo en promesas y palabras; pero nunca se desmiente su solicitud.

El mejicano conserva aun del español esta ingenua locución de que se sirve á cada instante. Es también, de usted señor; ó a la disposición de usted ¡Gran reloj dice uno admirándolo.—Es de usted, contesta inmediatamente!—¡Buen caballo!—Está a la disposición de usted.

Sin curarse en lo más mínimo del día de mañana, el mejicano gasta el dinero procedente del juego con la misma facilidad que el de su trabajo. En su concepto parece que ambas ganancias tienen el mismo valor.

Acostumbrado en materia de gobierno á cambios; continuos, el hecho consumado es su ley, y testigo dé las escandalosas fortunas de algunos comerciantes, la política lo pierde, la pereza lo corrompe, y el juego lo desmoraliza. Recibiendo sólo una educación superficial y conservando el orgullo del español, menosprecia por lo general el comercio, y prefiere vivir miserablemente con algún empleo. Es soldado por afición, y no le sale mal negocio cuando se le paga, cosa muy rara en Ios tiempos que corremos. Más de un coronel me ha pedido dos francos y medio para sustentarse.

Pero en último extremo, siempre queda al empleado como al militar un recurso, que es el del pronunciamiento.

Todos sabemos lo que es el pronunciamiento.

Pierdo mi empleo, y naturalmente, el gobierno ya no me conviene: en su consecuencia , me pronuncio

Me dejan á media paga: me pronuncio.

Formo mi plan, agrupo en torno mío á los descontentos desocupados, atraigo también á los descamisados y formo un núcleo de fuerza. Con ella destruyo una diligencia, invado un villorrio, despojo una hacienda: estoy, en una palabra, pronunciado.

Lo hago por el bien de la república. ¿Qué hay que responder a esto?

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Pero el retrato del mejicano ha sido ya trazado por nuestro honorable amigo el doctor Jourdánet en su notable obra las Altitudes de l'Amerique tropicale, compárees au niveau des mers.

Permítasenos trascribir algunos párrafos. «El mejicano es de mediana estatura, fisonomía dulce y llena de timidez, pie pequeño, mano perfecta, ojos negros, facciones duras, y sin embargo, bajo las largas pestañas y gracias á su afabilidad característica, su expresión es extremadamente dulce. Tiene la boca grande, pero bajo sus labios siempre dispuestos á sonreír se descubren unos dientes blancos y bien ordenados. La nariz es regularmente recta, á veces algo aplastada y rara vez aguileña. Los cabellos negros cubren una, frente que da lástima de ver tan deprimida. No es, en verdad, un modelo académico, y con todo eso cuando la suave expresión femenina presenta esa forma americana que la escuela tacharía acaso de incorrecta, enmudecen las exigencias del dibujo y por simpatía se da aprobación al nuevo modelo. «El mejicano de las alturas tiene el tranquilo aspecto del hombre independiente, su andar es suelto y decidido, sus maneras suaves y su solicitud extremosa. Podrá tal vez odiarnos, pero no faltará á los miramientos. Por más que haga en contra nuestra, nunca se des-miente su urbanidad que está por encima de todo resentimiento.

Muchos llaman á esto falsedad de carácter: yo los dejo que lo califiquen á su gusto y me complazco en vivir entre hombres que por la dulzura de su sonrisa, la amenidad de su trato y su obstinación en complacerme me agobian con todas las semejanzas de la amistad y de la benevolencia.

El mejicano es aficionado á los goces, pero goza sin cálculo, y preparando su ruina sin inquietud, se somete tranquilo á la desgracia.

Este deseo de bienestar y esta indiferencia en los sufrimientos son dos rasgos del carácter americano muy dignos de nota. Estos hombres temen á la muerte, pero se resignan fácilmente cuando llega su hora, lo cual es una extraña mezcla de estoicismo y timidez. En las clases bajas el menosprecio de la muerte es puntillo de honra y suelen morir como los gladiadores romanos. Por eso se

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TIPOS INDIOS EN MÉXICO

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dan de puñaladas, como nosotros daríamos capirotazos. Después van al hospital y acostumbran decir en medio de sus horribles sufrimientos. ¡Bien tirada estuvo! rindiendo así antes de espirar el debido homenaje á la destreza del adversario.

En el fondo este elegante retrato no es tan dulce como lo parece.

Como quiera que sea, al considerar el estado de cosas en Méjico, no puede uno menos de echar una mirada sobre la república americana su vecina, cuyo gobierno, según un célebre escritor (M. de Toqueville) no es más que una dichosa anarquía y que sin embargo, marcha á paso de gigante en las vías más avanzadas del progreso material, sostenida por esta sola fuerza: el trabajo.

Méjico es mas privilegiado: posee todos los climas, todas las producciones, todas las riquezas, y sin embargo, perece. No acuso á la organización, sino al indio que odia el trabajo.

Lo que sorprende en todas las ciudades americanas es el prodigioso número de iglesias, señal de la Omnipotencia del clero. Por todas parles se ven frailes grises, negros, blancos, azules; conventos de monjas, establecimientos religiosos, capillas milagrosas. A toda hora del día se ven abrirse las puertas del Sagrario; un sacerdote sale de él con el santo viático en la mano: un dorado carruaje tirado por dos mulas lo espera en la parte de afuera, un, al parecer, lépero, precede llevando en la cabeza una mesita y en la mano una campanilla que agita de vez en cuando. Al instante la guardia de palacio corre á las armas, el tambor redobla, la circulación se detiene, las almas piadosas se arrodillan, el extranjero se descubre, el recién llegado se admira pregunta, vacila, hasta que una voz del pueblo viene advertirle el respeto que se debe á las costumbres. Y no sin peligro se arriesgaría á tenerlas en poco.

A veces el carruaje, no es el ordinario que sólo lleva los últimos auxilios de la religión á los proletarios. El rico, aquí como en todas partes, demanda á la iglesia el lujo de sus pompas; pues vivo

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ó muerto reclama igualmente el homenaje ó á lo menos la admiración de la muchedumbre.

Entonces el sacerdote, asistido de sus diáconos sube á una soberbia carroza de gala, que recuerda los carruajes de Luis XIV: una multitud abigarrada lo acompaña, dividida en dos prolongadas filas. Cada uno de estos devotos lleva su vela encendida y todos salmodian con voz pausada, oraciones, salmos ó el oficio de los agonizantes.

El mejicano conserva todavía una encantadora costumbre. A las seis resuena el toque de la oración: todos se detienen, se descubren, oran y saludan mutuamente dándose las buenas noches. En el interior de las casas se repite la misma escena, y en los campos los numerosos sirvientes de la hacienda vienen á besar humildes la mano de su amo.

En Méjico las casas tienen azoteas y están admirablemente construidas: las paredes son bastante sólidas y están regularmente coronadas por una gran cornisa. En las esquinas suele haber nichos adornados de arabescos en que se expone á la pública devoción la imagen de algún santo ó de la virgen.

La techumbre cargada de una espesa y pesada capa de tierra greda presta á la fábrica un apoyo contra los terremotos tan frecuentes en las alturas. Por término medio se cuentan dos anualmente.

Durante mi permanencia en Méjico, fui testigo de uno de estos espantosos fenómenos. El terremoto del 12 al 15 de julio de 1868 fue uno de los más terribles que se hayan visto por allá. Los mejicanos no olvidarán fácilmente este suceso.

Lo anuncia, por lo general, un ruido subterráneo, sordo, indescriptible: la oscilación principia primero lentamente y muy luego de una manera precipitada, terrible. El miedo sobrecoge á uno, y lo hace asistir á un espectáculo de terror, sin darle tiempo ni calma para analizarlo. No parece sino que un vértigo horroroso hace danzar á nuestra atemorizada vista los edificios, tronchar los árboles y desplomar las casas. En las calles, la gente arrodillada se

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retuerce en convulsiones de espanto, y el aire se puebla de lúgubres clamores. Trascurre un minuto, ó mejor dicho, un siglo, y se admira uno de verse vivo, de ver en pie los palacios y los templos resistiendo al espantoso sacudimiento dé esos huracanes subterráneos. Entonces, sin embargo, fueron muchos los estragos, calculándose las pérdidas en 10.000,000.

Hemos dicho que en Méjico, el centro de la ciudad es europeo, casi francés. En las calles de Plateros, San Francisco, La Profesa y Espíritu Santo, etc., se oye lo mismo el francés que el español.

En estos barrios dominan el paletot, la levita y el sombrero de copa. Los jóvenes visten á la última moda. El vapor inglés los tiene al corriente sobre este punto, trayéndoles noticias mensuales; asi qué, los sastres hacen buen agosto.

El mejicano que es de tan fácil acceso en la calle, sólo es afable hasta la puerta de su casa, en cuyo interior difícilmente deja penetrar al extranjero. La mesa, que entre nosotros es el gran medio de sociabilidad, el comedor, el sitio en que se hace manifestación de buena voluntad, y de las más vivas simpatías, no existe entre los mejicanos. La mesa parece cosa vergonzosa, que ocultan en caso necesario, para comer á solas.

La mujer, medio desnuda hasta hora muy avanzada del día, deja flotar sobre sus hombros una abundante cabellera que cuida de tener siempre muy lustrosa y aseada.

En muchas casas, la mejicana, aun siendo rica, se aviene más bien con su petate ante un plato de frijoles y con la tortilla en la mano, que no con una mesa bien servida. La mejicana es crisálida por la mañana y por la tarde mariposa adornada de alas, colores y movimiento. Entonces, la mujer que hemos mirado sin verla en el desorden de su interior, es una dama elegante, cuyos ricos adornos y deslumbrante lujo nos cautivan.

La hora del paseo se acerca ¿y cómo vivir sin pasear? Llueva, truene ó ventee, la mejicana sale, en carruaje por supuesto, y va á

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lucir sus galas, á sonreír á su amante, á saludar á sus amigas, ó á mortificar á sus rivales.

El mejicano de la tarde, no es tampoco el de por la mañana. Encontráis en la calle á un dandy del barrio de Gand y lo volvéis á ver á caballo; jinete notable, montando un animal de gran precio enjaezado lujosamente.

Sus piernas van aprisionadas en las calzoneras, cuyos botones de plata son cada uno una obra maestra, y cuando el tiempo anda revuelto, unas chaparreras de piel de tigre le caen desde las rodillas hasta los pies. Una chaqueta bien entallada deja ver su gracioso cuerpo, ceñido con una faja de seda roja y el sombrero de amplias alas galonadas con toquilla de oro remplaza al innoble sombrero negro. Cuando llueve se cubre con cierto abandono con su zarape de mil colores, que lleva á la grupa en el buen tiempo.

El hace caracolear al caballo, alternando del paso al galope, saludando á derecha é izquierda y echando, como el tambor mayor de la fábula, una mirada de satisfacción á alguna ventana privilegiada.

Por espacio de dos horas, va, viene, pasa, vuelve á pasar, se detiene y ve desfilar los coches de la ciudad. Pero dan las siete, viene la noche; y entonces abandonando su ejercicio favorito, se retira dispuesto á repetir lo mismo el día siguiente.

En el invierno, el teatro, en donde se abona todo mejicano acomodado, le da tres funciones por semana. En cuanto á la mejicana, se presenta siempre en él tan elegante y ataviada como las ladies de Hay Market ó de Drury-Lane. Cada representación exige un nuevo traje, á cuya exigencia se somete con mucho gusto.

En el verano se abre el circo, las lidias de toros, en que la víctima siempre viene á caer bajo el estoque del matador.

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JARROCHO O JINETTE DE LA

A TIERRAA CALIENNTE

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El espectáculo de los toros no tiene verdaderamente atractivo, si no es la primera vez que se le ve. Entonces se goza del brillante aparato de la plaza.

La alameda es un bello parque situado en el centro de Méjico: sombras de árboles, flores que espontáneamente brotan, aguar-diente y una fontana bastante notable, hacen de este sitio un paseo agradabilísimo, pero casi únicamente destinado al uso dé los niños y gente pacífica. Allí se ve al hombre estudioso con su libro en la mano; á la costurera que aguarda á su novio, y á veces á alguna que otra señora.

El paseo de las cadenas que se extiende al pie de la catedral solo es frecuentado por las noches, en las que la sociedad sé reúne al resplandor de la luna tan espléndida en estos climas. Las señoras van muy compuestas cubriéndose la cabeza con el chal para protegerse del fresco de la noche, las bellas hacen aquí algunos prisioneros y los caballeros algunas conquistas.

El pueblo de Méjico se compone de mestizos de todos colores y de algunos indios, que suministran al comercio los sirvientes de ambos sexos, los cargadores y los aguadores.

En los arrabales hormiguean mujeres y niños derrotados, que viven en miserables moradas. Estos seres ofrecen el aspecto de una población enfermiza por el mal aire, el mal alimento y peores costumbres.

Los frailes y los padres son muy queridos de los léperos. Se tratan de padres á hijos, y éstos habitan casi todos casas llamadas de vecindad, pertenecientes al clero ó a las corporaciones re-ligiosas. El uno es siempre deudor del otro; y así es, que los padres pueden con toda seguridad recorrer los campos. Rara vez les desvalijan y sólo algún desalmado se atreve á pedirles la bolsa ó la vida.

Pero sigamos con los monumentos de la ciudad y sus cer-canías.

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El más importante sin duda es la catedral, que forma el lado Norte de la plaza de armas, como el palacio el Este, la diputación el Sur, y el pórtico de las Damas el Oeste.

Comenzada bajo el reinado de Felipe II en 1573, la catedral no fue verdaderamente concluida hasta 1791, costando su fábrica 2.446,000 pesos.

Visto desde la plaza, el edificio presenta el majestuoso aspecto de las iglesias de la segunda mitad del siglo XVI. La fachada es notable por el contraste de sencillez que forma con los demás templos de la ciudad. Tiene tres puertas, situadas entre dos columnas dóricas y correspondientes á las tres naves.

Por encima de la puerta principal, dos pisos sobrepuestos y adornados de columnas dóricas y corintias, soportan un pequeño campanario de esbelta forma y coronado con tres estatuas que representan las tres virtudes teologales. A cada lado se elevan las torres de severo estilo que terminan en cúpula á una altura de 78 metros.

El interior es todo dorado. Un inmenso coro ocupa toda la nave principal y se une por una galería de composición preciosa al altar mayor, que según me han dicho, es una imitación del de San Pedro en Roma.

Las dos naves laterales están destinadas á los fieles, y en ellas no se ven sillas ni bancos de ninguna clase. Las mejicanas que asisten al oficio divino, se arrodillan ó se sientan en el suelo. Los hombres permanecen de pie, pero se ven muy pocos en el interior de la iglesia, deteniéndose regularmente en la puerta para ver entrar y salir á las señoras.

Entre los objetos de arte que posee la catedral, hay que recordar un lienzo de Murillo, conocido con el nombre de la Virgen de Belén, y que en verdad no es de las mejores obras del gran pintor; la iglesia sin embargo la guarda como el objeto más precioso. El lienzo está en muy mal estado y pide una restauración inmediata.

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Citaremos también una Virgen de la Asunción, de oro macizo y peso de 1,116 onzas.

La lámpara de plata, maciza también, colgada delante del santuario, costó 350,000 francos.

También citaremos muchos diamantes, esmeraldas, rubíes, amatistas, perlas y zafiros, una multitud de vasos preciosos de oro y plata de un valor incalculable.

La catedral encierra el sepulcro de Iturbide.

En frente de la pared de la torre izquierda mirando al Oeste, se halla el famoso calendario azteca, descubierto el 17 de diciembre de 1790 en las obras que se hacían para la explanada del Empedradillo. Este calendario fue colocado en la pared de la catedral por orden del virrey, que tuvo buen cuidado de conservarlo como el monumento más precioso de la antigüedad india.

Podríamos hacer aquí un resumen de la obra de Gama en lo que concierne al calendario; pero careciendo de espacio, nos abstenemos de ello. He aquí el título de la obra, que el lector, si gusta, podrá consultar.

«Descripción histórica y cronológica de las dos piedras indias halladas en Méjico en 1790, por don Antonio de León y Gama Méjico, 1832.

El sagrario es una inmensa capilla dependiente de la catedral. Allí se celebran los casamientos, los bautismos, etc., y la Divina Majestad está sin cesar de manifiesto para la veneración de los fieles.

Es imposible dejar de detenerse ante la puerta del Sagrario, y aunque el conjunto sea de bastante mal gusto, no puede uno menos de admirar el extraordinario lujo de la ornamentación.

Hemos hablado de la costumbre religiosa que impone a todo transeúnte la obligación de arrodillarse en la calle, o a lo menos pararse y descubrirse al paso del Viático. Encontramos en algunas crónicas de la época, que en otros tiempos era preciso unirse a la procesión y acompañar al sacerdote hasta la casa del enfermo. El

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virrey mismo, no estaba exceptuado, y muchas veces se vio obligado a ponerse a la cabeza de la columna.

Saliendo de Méjico por la puerta de Belén y siguiendo el acueducto que va hacia la parte de Tacubaya, se llega al castillo de Chapúltepec.

Verdadero oasis en el valle Chapúltepec se eleva sobre un montecillo volcánico de cerca de 200 pies, cubierto de espléndida vegetación, en que se ven magníficos sabinos, especie de cipreses, que suelen tener 73 y aun 80 pies de circunferencia.

Chapúltepec es uno de los más antiguos recuerdos de Méjico. En el siglo octavo, según las antiguas crónicas, la colina era ya el asiento de una colonia de industriosos habitantes, notables por su cultura.

Durante un largo período, los pueblos nómadas del Norte se suceden y mezclan en este terreno siempre disputado, hasta que la vanguardia de las hordas mejicanas, acogidas por Jolotl, rey de los Chichimecas, obtuvo permiso para fundar Chapúltepec.

Desde la fundación definitiva de Méjico, Chapúltepec se convirtió en un lugar de peregrinación. Más tarde, entibiada la devoción popular, los reyes aztecas lo convirtieron en museo histórico, y sus rocas fueron destinadas á trasmitir á la posteridad la fisonomía de los grandes soberanos de Méjico.

Axayacatl hizo colocar su estatua sobre una roca de la colina, y el padre Acosta dice haber visto bellos retratos en bajorrelieves de Motezuma II y sus hijos.

En tiempo de este cacique, Chapultepec vino á ser la residencia imperial. El castillo moderno, edificado por el virrey Matías de Gálvez, se transformo en 1841 en colegio militar, y últimamente Miramón lo restauró haciendo de él su morada.

Pero volvamos á Méjico.

En la plaza de la Aduana, plaza siempre llena de carros y mulas, está situado el convento de Santo Domingo, muy decaído ya de su antiguo esplendor. En tiempo de guerra civil sirve de fortaleza

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á los pronunciados, quienes desde lo alto de los campanarios hosti-lizan á sus enemigos, posesionados de las azoteas de las casas ó de las torres de los inmediatos conventos.

El claustro de Santo Domingo ofrece un triste aspecto. Los cuadros que adornaban las galerías están hechos pedazos y las paredes ennegrecidas con el humo de la pólvora.

La buena época de Santo Domingo, se remonta al tiempo de la Inquisición, de que fue asiento. Los anales hacen subir al año 1646 las fiestas que solemnizaron el primer auto de fe en Méjico. Cuarenta y ocho condenados sucumbieron en la inauguración del terrible tribunal, cuyos decretos se siguieron ejecutando hasta principios de este siglo.

No así el convento de San Francisco. Situado entre la calle del mismo nombre, la de San Juan de Letran y Zuletta, cubria una superficie de más de 60.000 metros cuadrados. Con sus magníficos claustros y sus bellos jardines, era en nuestro concepto el más rico de Méjico.

Dos iglesias, cuyo interior está cubierto de gigantescos retablos de dorada talla, tres capillas de buen gusto, claustros tapizados de pinturas, lo hacían un monumento de los mas notables. Pero los partidos han destruido el convento, se han hecho calles al través de los claustros, y se han vendido sus jardines. Los soldados que en los días de lucha ocuparon este edificio, dejaron en él como en Santo Domingo la indeleble marca de su paso: el convento se halla actualmente en el más deplorable estado.

La fachada que mira á la calle de San Francisco, presenta un pórtico magnífico.

Compuesto de pilastras del renacimiento, adornadas con bajorrelieves, dominadas de capiteles y separadas por nichos con sus estatuas, el conjunto ostenta una riqueza de ornamentación extraordinaria, de un gusto acaso dudoso, pero de notable delicadeza de detalles. Y admíranse tanto más estas esculturas, cuanto que, según la crónica, no son debidas al cincel del artista, sino al pico del picapedrero.

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Actualmente la puerta de San Francisco no existe, el convento está derruido, los materiales dispersos y el terreno vendido.

El convento de la Merced es sólo una inmensa fábrica, en la cual, ni la iglesia ni la fachada pueden llamar la atención; pero su claustro es el mejor de Méjico.

Blancas columnas con vistosos arcos, forman inmensas galerías trazando un gran patio, cuyo centro adorna una modesta fuente. Estas ligeras columnas y los calados que adornan los arcos, recuerdan el estilo granadino, que con tanto esplendor se ve desenvuelto en el patio de la Alhambra.

Situado en medio de un barrio de los más populosos, el claustro forma por su soledad y silencio un gran contraste con el tumulto y agitación de afuera. Nada puede compararse á la tristeza que reina dentro de estas paredes. De vez en cuando llega un aguador á llenar sus cántaros y sus chochocoks. Otras veces la blanca túnica de algún religioso; viene á animar un momento el desierto de las galerías, para desaparecer luego en las sombras de los vastos corredores, poblados de celdas inhabitadas en su mayor parte.

En las paredes de las galerías, hay una multitud de cuadros representando escenas religiosas con figuras de tamaño natural, que representan á su vez á los mártires y santos de la orden. Todas estas fisonomías mudas, en el éxtasis de la oración ó del dolor, nos ofrecen una lúgubre perspectiva.

La Merced posee también una biblioteca, donde el aficionado puede encontrar un tesoro; y el coro de la iglesia, compuesto de un centenar de sillas, es uno de los más bellos que conozco.

El Salto de agua es la única fuente monumental que tiene Mé-jico. Situada fuera de las grandes vías de circulación, y en el centro de un barrio, termina el acueducto que , partiendo de Cbapultepec conduce á Méjico las aguas. Es una construcción oblonga con una fachada de mediana ornamentación. En el centro hay un águila con las alas abiertas que sostiene un escudo en que se ven las armas de la ciudad: a cada lado unas columnitas espirales con capiteles

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PUERTO Y CCOSTA D

DE SAN BBLAS

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corintios, sostienen dos figuras simbólicas de América y de Europa, y ocho grandes vasos.

Según los historiadores de la conquista, y los antiguos cronis-tas mejicanos, el Salto de agua y el acueducto que termina, vinieron á reemplazar el antiguo acueducto de Motezuma, construido por Netzahualcóyotl, rey de Texcoco, bajo el reinado de Izcoatl, esto es, de 1427 á 1440.

Leemos también en Clavijero que dos acueductos traían el agua de Chapultepec á la capital. La fábrica era una mezcla de piedra y argamasa, y las dimensiones de los acueductos de cinco pies de altura y dos pasos de latitud.

Aunque doble, el agua sólo llegaba á Méjico por un sólo acue-ducto, facilitando así la reparación del otro, caso necesario, á fin de que el agua llegara siempre pura. Hay que confesar que los mejica-nos antiguos tenían gran prudencia y mucho cuidado de sus mo-numentos.

Recorriendo los alrededores de Méjico, se halla en Popallan, á unas dos leguas de la ciudad, uno de los mas poéticos recuerdos de la conquista: el Ahuahuete ó viejo ciprés, á cuya sombra vino Hernán Cortés á descansar deplorando su gran derrota del 1.° de julio; ciprés que se llamó luego Árbol del a noche triste.

Recordemos rápidamente las causas de aquel desastre.

Motezuma era prisionero de los españoles, y la nobleza mejicana, queriendo honrar aun á su rey preso, le ofreció el espectáculo de una danza en el mismo palacio que le servía de prisión. Alvarado mandaba en ausencia de Cortés, y no quiso permitir la reunión, sino con la condición expresa de que se presentaran sin armas. Aceptada de buena fe aquella condición, el palacio se llenó de nobles mejicanos que á la hora fijada se presentaron vestidos con sus más ricas galas. Aquella muchedumbre era un océano de vivos colores, de alhajas de oro y plata y piedras preciosas.

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A vista de tal riqueza, se deslumbraron los españoles, que de común acuerdo se precipitaron sobre los indios haciendo en ellos una horrible carnicería.

La nación se estremeció á la noticia de semejante atentado, pero la condición del rey prisionero, la contuvo todavía. Además, Cortés estaba ausente y se esperaba de su justicia el castigo de los culpables. Vencedor de Narváez, entró luego triunfalmente, y ciego con los laureles de su triunfo, no vio la enormidad del delito y se limitó á reprender en vez de castigar, esperando que el tiempo apaciguaría la indignación popular.

Pero la, desesperación y cólera de los mejicanos llegaron á su mayor grado y la muerte de Motezuma quitó ya toda esperanza de reconciliación. Entonces ya se hicieron una guerra á muerte sin tregua ni cuartel. Los arcabuces y las culebrinas fueron inútiles contra aquellas oleadas contínuas de guerreros, y los españoles turbados é indecisos hubieron de pensar en la retirada. El mismo Cortes perdió en aquella ocasión la presencia de espíritu que jamás lo había abandonado: ante la enormidad del peligro vaciló su valor, y siendo preciso huir creyó conveniente ocultar su retirada á favor de una noche oscura y lluviosa.

La tropa española, seguida de sus aliados los Tlaspaltecas abandonó, pues, aquella ciudad que había presenciado antes tantos triunfos. Los soldados cargados de oro seguían penosamente á su caudillo: ningún peligro aparente detenía la marcha, la ciudad estaba silenciosa; algunas horas más y todo estaba salvado. Pero en el momento de salvar los puentes de la calle de Tlacopau, millares de guerreros pulularon por todas parles y se trabó una lucha horrible, combate sin nombre donde entre gritos de rabia y de dolor pereció sin gloria la flor y nata de la tropa española, cuyos soldados caían á las fangosas aguas de los fosos bajo el hacha de sus enemigos, los resentidos mejicanos. Cortés, Ordaz, Alvarado, Olid y Sandoval, escaparon con gran dificultad seguidos de un puñado de los suyos, y huyeron sin atreverse á recordar los horrores de aquel desastre.

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Al sabio Mr. Laverriére debe el viajero del valle de Méjico el descubrimiento de las ruinas de Tlalmanalco y algunas noticias sobre su origen. Por lo demás, nadie mejor que él conoce el sitio ni nadie puede describirlo mejor.

A legua y media de Chalco, dirigiéndose el viajero hacia los volcanes, sube una pequeña pendiente, pasa por delante de la magnífica hilandería de Miradores, y á algunas millas mas allá, se halla ante las ruinas del pueblecillo medio arruinado de Tlalmanalco. En medio del cementerio junto á la moderna iglesia, se elevan los soberbios arcos, cuya construcción se remonta á los primeros tiempos de la conquista. Estas ruinas, según Mr. Laverriére, son los restos de un convento franciscano, cuyos trabajos no se concluyeron.

La arquitectura de estos arcos es en verdad extraordinaria, y la forma de las columnas, los capiteles y esculturas tienen algo del gusto morisco, gótico y renacimiento. La creación es completamente española, y recuerda la catedral de Burgos y la Alhambra. La ornamentación tiene el sello mejicano, rico, caprichoso, fantástico y semisimbólico.

Pero si él trazado es español, la ejecución es enteramente mejicana y el conjunto ofrece el sello de las dos civilizaciones. Las ruinas de Tlalmanalco son únicas en su género en Méjico y en ninguna otra parte se encuentra nada que se le asemeje.

Para conocer bien el valle, resta que hacer al viajero una excursión á San Agustín y á nuestro Señora de Guadalupe.

San Agustín es un pueblecillo bastante bello, situado á cuatro leguas al Sur de Méjico. Toda su celebridad proviene del juego que en la fiesta del santo atrae á los mejicanos y á los forasteros, que van allá á probar fortuna. Es menester, siquiera una vez en la vida, haber asistido á esta reunión extraordinaria, donde la mas exquisita dignidad preside á los ciegos fallos de la fortuna.

En una gran mesa se extiende un tapete verde, que desaparece bajo pilas de oro. Allí se juega al monte. El banquero sólo tiene probabilidades razonables, estando más bien la ventaja

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de parte de los puntos, al contrario de lo que sucede en los juegos de Hombourg, que son una verdadera trampa.

El dinero que se atraviesa es considerable, siendo ilimitados los puntos.

Se puede en principio apuntar el total de la banca que hay sobre el tapete, esto es, de 12 á 15,000 reales; lo que se llama tapar el monte.

Hay que añadir que este caso es raro y no siempre favorable.

Entremos, pues. La sala está llena: sólo se admite oro. Tíranse cartas y corre el azar. Los puntos cobran ó pierden, sin que un gesto ó palabra inconveniente interrumpa la partida. En medio de esta reunión donde se desenvuelven á cada instante las peripecias de la más terrible de las pasiones humanas, se podría oír el vuelo de una mosca: tan absoluto es el silencio. ¡Cuántos, sin embargo, se retiran desesperados!

Hablase de un padre rico, que llega algunas veces seguido de un sirviente cargado con un talego de oro (unos 250,000 reales). El buen padre se detiene, observa el juego, calcula y decidiéndose al fin por una carta, deposita como puesta todo el dinero.

El banquero tira, y él escucha sin emoción, gana ó pierde con la misma sangre fría y encendiendo su cigarro, se retira.

Las fiestas de Tacubaya no tienen la misma cele bridad.

Pero la maravilla digna de visitarse es la propiedad de don Manuel Escandon, deliciosa residencia rodeada de lagos y cascadas y bellísimos jardines, en que se ven todas las flores del mundo. Un jardinero jubilado cuida de ella, y nosotros debemos rendir aquí homenaje á la urbanidad del propietario de la villa, que con tanta finura y cortesía hacen los honores de la casa.

Guadalupe es un lugar situado a dos leguas al Norte de Méjico, y al cual se va en algunos minutos por una vía férrea.

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Guadalupe es sitio de peregrinación en Méjico. La Virgen tiene allí una capilla situada en la cima de una roca enlazada a la cordillera principal y que forma promontorio en la llanura. La capilla mira a Méjico y permite al viajero recorrer y abrazar con la vista todo el panorama del valle.

Al pie de la roca, una fuente maravillosa cubierta con una cúpula magnífica prodiga á todos los enfermos del globo, aunque no gratis, la virtud curativa de sus sagradas aguas.

Todos los días va el sencillo indio á renovar su provisión y á orar á los pies de la Virgen, volviéndose satisfecho de haber contemplado un instante la divina imagen.

Los días de fiesta acude de todas partes de Méjico un gentío inmenso, confundiéndose allí todos los tipos y trajes, al son de las campanas y de los gritos de júbilo.

Los vendedores ambulantes ofrecen á los romeros frutas de todos los climas. El aguardiente (pulque) corre en abundancia, y uno se retira al fin fatigado de tanto ruido, con la cabeza aturdida, lleno de polvo y con una vaga reminiscencia de ciertas ferias de París. Dos caminos conducen de Méjico á VeraCruz, y los dos evocan grandes recuerdos históricos.

La vía mas corta que se dirige al Sudeste por Puebla de los Ángeles, atraviesa á unas veinte leguas de la capital, el territorio de la antigua Cholula, una de las ciudades más populosas y florecientes de América antes de la conquista, y cuya fundación se atribuía á las razas primitivas que precedieron á los aztecas en el suelo mejicano.

A causa del número de templos, Cholula era para los antiguos habitantes del país, lo que la Meca para los musulmanes, Jerusalén para los hebreos y Roma para los cristianos: era la ciudad santa del Anakuac. Allí, según la tradición, dio por espacio de veinte años Quetzalcoall, reformador divinizado de los aborígenes, y de allí partió para las comarcas de Oriente, anunciando la vuelta de sus descendientes después de un período de muchos siglos, predicción que fue el más poderoso auxiliar de los conquistadores españoles.

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El principal santuario de Quetzalcoall; estaba sobre una inmensa pirámide, que invadida actualmente por una exuberante y silvestre vegetación, más bien parece un capricho de la naturaleza, que obra de la mano del hombre. Esta masa de ladrillo cuya base cuadrangular cubre más de 18 hectáreas de terreno, se eleva aun á 60 metros de altura.

«No se puede imaginar nada más grandioso que el cuadro que se ofrecía á la vista en otro tiempo desde lo alto de la plataforma en que estaba la pirámide. Por el lado del Norte, se extendía esta alta barrera de rocas porfiróideas de que la naturaleza ha rodeado el valle de Méjico, dominado por los grandes picos de Popocatepelt y de Iztaccihuatl, como dos centinelas gigantes á la entrada dé esta bella región. Mas lejos, al sur, se descubría la cima cónica del Orizaba, que, se perdía en las nubes, y más cerca la sierra de Malhinche, cordillera árida, pero pintoresca, que cubría con su sombra las llanuras de Tiascala. Tres de estas montañas, son volcanes más elevados que todas las montañas de Europa, y están cubiertas de eternas nieves que resisten á los ardores del sol de los trópicos. A los píes del espectador se veía la ciudad santa de Cholula, con sus torres y flechas, reflejando los rayos del sol en medio de la rica y bella vegetación que rodeaba en aquella época á la capital. Tal era el magnífico cuadro que hirió la vista de los conquistadores, y que ofrece aun con ligeros cambios al moderno viajero que desde lo alto de la gran pirámide pasea su mirada por La más bella porción de la planicie de Puebla.

La ciudad de Puebla de los Ángeles, fue fundada por los españoles poco tiempo después de la conquista, sobre las ruinas de un pueblecillo del territorio de Cholula, á algunas millas al Este de esta capital. Es la ciudad más considerable de la Nueva-España, y acaso la más bella después de Méjico. Y parece haber heredado la preeminencia religiosa de la antigua Cholula, pues se distingue por el número y esplendor de sus iglesias, por la multitud de sus sacerdotes y por el lujo de sus ceremonias y fiestas.

El segundo camino, rodeando por el Norte el lago de Tezcuco, pasa por aquel valle de Otumba, donde el 8 de julio de 1520, terminó Cortés por una sangrienta victoria la desastrosa retirada de

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la Noche triste. Un poco más allá se descubren las alturas que dominan el valle de Tiascala, á vista de las venerables pirámides de Teotihuacan, que son probablemente, sin exceptuar el templo de Cholula, las más antiguas ruinas que existen en el territorio mejicano.

Los aztecas, á creer sus tradiciones, hallaron estos monumentos á su llegada al país. Teotihuacan, (la mansión de los dioses) que solo es ahora una pobre aldea, era entonces una ciudad floreciente, rival de Tula, la gran capital tolteca. Las dos principales pirámides estaban consagradas á Tónatiuh y á Metzli, (al sol y á la luna).

De las últimas mediciones, resulta que la primera, mucho más grande que la otra, tiene 682 pies de longitud en su base, y 180 de altura, dimensiones que no son inferiores á las de algunos monumentos análogos de Egipto.

Estas pirámides se componían de cuatro asientos ó bases de las cuales tres se reconocen todavía, aunque las gradas intermedias están ya deshechas. El tiempo en efecto, las ha maltratado de tal modo, y tanto las ha desfigurado la vegetación tropical que cubre sus propias ruinas con un manto de flores, que no es fácil distinguir a primera vista la forma primitiva de estos monumentos. La semejanza de estas enormes masas con los túmuli de la América del Norte, ha hecho creer a algunos, que eran eminencias naturales, a las que la mano del hombre había dado luego una forma regular, adornándolas luego con templos cuyas ruinas cubren sus flancos.

Otros, no viendo elevaciones semejantes en la vasta llanura en que aquellas se encuentran, han creído más verosímil que eran creaciones completamente artificiales.

Al rededor de estas pirámides principales, se eleva un gran número de monumentos del mismo género, pero de menores dimensiones. La tradición local asegura que fueron dedicadas á las estrellas, y que sirvieron de sepulcros á los jefes de los antiguos pueblos. La llanura que dominan, se llama Micoatl ó camino de los muertos. Con frecuencia al labrar ahora la tierra para el cultivo, se

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hallan puntas de flechas de obsidiana que revelan el carácter belicoso de los antiguos habitantes del país.

El viajero que sube á la cima de la pirámide del Sol, queda luego indemnizado de su fatiga por el magnífico panorama que descubre desde arriba: hacia el Sudeste se elevan los montes de Tiascala rodeados de cultivos, en cuyo verde fondo blanquea un pueblecillo, capital un tiempo de aquella república; un poco más al Sur, se extienden las bellas llanuras de Puebla de los Ángeles; al Oeste el valle de Méjico, que se presenta á la vista como un mapa con sus pequeños lagos, su gran capital saliendo más gloriosa de sus propias ruinas, y sus montañas accidentadas que la rodean con su oscura cortina como en tiempo de Motezuma.

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MÉXICO

Y

SU TERRITORIO

AÑO

1862

NOTAS: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DE “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 14 AÑO 1862

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MÉJICO Y SU TERRITORIO

Ofrecemos á nuestros lectores en el adjunto grabado el mapa del territorio oriental de la república mejicana, comprendido entre Veracruz, Méjico y Tampico. Hoy que los ojos de todas las naciones se hallan puestos sobre los aliados, y sobre los españoles en particular, que pisan las playas de aquella región del Nuevo Mundo, en demanda formal de desagravio, serán leídas con gusto las siguientes noticias acerca del territorio de aquella república federal y de su historia antigua y moderna.

El territorio de Méjico confina por el Norte con los Estados-Unidos, por el Este con el mar de las Antillas y el golfo de Méjico, por el Sur con Guatemala y por el Oeste con el mar Pacífico. Su superficie es de 200,650 leguas cuadradas, y su población de 7.097,900 habitantes, de los cuales 1.500,000 son blancos, 2.000,000 criollos, 3.590,000 indios y 7,900 negros. Una gran cordillera de montañas atraviesa el territorio y estas se denominan Sierra Madre, Sierra de los Mimbres, Cordillera de Méjico, Sierra Verde, etc. Hay numerosas minas de oro, de plata, de mercurio y de piedras preciosas. El suelo arenoso en la costa oriental, y muy fértil en las regiones bajas de la costa occidental, produce azúcar, cacao, vainilla, algodón, cochinilla, palo campeche, y generalmente lodos los productos de países ecuatoriales. Las alturas más notables sobre el nivel del mar, en metros, son las siguientes.- Méjico 2,277, volcán grande Popacatepetl 5,400, pico de Orizaba 3,295, minas de Moran 2,595, Tula 2,053, Toluca 2,639, Cuernavaca 1.656, Puebla de los Ángeles 2,194, Perote 2,354.

Como ha dicho muy bien un conocido académico (1), la conquista del Nuevo Mundo por los españoles, fue uno de aquellos memorables acontecimientos que por la singularidad de sus circunstancias, aun mas que por el hecho mismo, encarecen sobremanera el valor de los que la llevaron á cabo, y la gloria de la nación en donde se concibió tan atrevido pensamiento. El espíritu belicoso de nuestros antepasados, no debilitado todavía después de siete siglos de lucha tenaz con los hijos del islamismo, no satisfecha su ambición de gloria con haber sentado el pendón de Castilla en las almenas de Italia y Flandes, renació con nuevos

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bríos cuando á consecuencia de los descubrimientos de Colon, halló otro nuevo teatro en donde hacer gallarda ostentación de sus hazañas, otro mundo que someter á la pujanza de sus armas vencedoras. El valor y la fortuna coronaron sus esfuerzos: el valor y la fortuna ofrecieron á la asombrada Europa el majestuoso espectáculo de un acontecimiento grande y sorprendente, que no tiene igual en la historia moderna de las naciones, verificado con los más escasos medios que pueden emplearse en la guerra, y por un puñado de combatientes, cuyo valor y audacia suplía la escasez de su número, no podía menos de lisonjear el orgullo nacional de excitar a nuestros escritores á dejar consignados en la historia multitud de hechos heroicos que hoy mismo parecen superiores al esfuerzo humano.

Y no poco contribuye á la atención que presta todo el mundo á la actual expedición contra Méjico, el recuerdo de ese mismo espíritu belicoso de nuestros antepasados, empleado con escasos medios en la guerra. Porque no se esperaba que la España, este país tan combatido en su renacimiento, no solo alcanzara en África inmarcesibles laureles sino que estuviese dispuesto, por reconocerse fuerte, á demandar satisfacción á cualquiera que osara burlarse de sus banderas.

Es enteramente imposible que nuestros soldados den un solo paso en el territorio de Méjico sin hallar en todas parles recuerdos de los españoles, de los soldados de Hernán Cortés, antepasados suyos.

Porque si bien la civilización primitiva de los indios reflejaba do quier la grandeza, el poder y la inteligencia de la raza gobernada por Motezuma, debe reconocerse después el sello de la dominación española que continuó por tantos años en aquellos países.

Méjico se hallaba dividido en pequeñas repúblicas que reconocían la soberanía del emperador Motezuma. La prepotencia de aquellos pueblos era grande y alternaba dignamente con su cultura. El mismo Hernán Cortés no vacilaba en asegurar en sus cartas al emperador Carlos V, que los indios tenían la misma manera de vivir, el mismo orden v concierto que la gente de

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España; que lo que había visto en la capital de Méjico no tenía semejable en Europa, y que respecto de las cortes y sus ceremonias, no había ninguna, ni aun de sultanes ni príncipes infieles, que pudiese compararse con la de Motezuma. He aquí por qué al ocuparse un afamado escritor contemporáneo (!) de la civilización primitiva del Nuevo Mundo, ha dicho: «La Europa espera há largo tiempo, y con sobrado fundamento, la aparición de un libro, en el cual pueda contemplar la civilización primitiva del Nuevo-Mundo, tal como era real y positivamente, y no como las preocupaciones ó los intereses de otros tiempos quisieron que apareciera.»

Méjico permaneció bajo la dominación española hasta el año de 1821, en que una insurrección la separó de la metrópoli, constituyéndose en república federal independiente.

De nuevo flotan hoy al viento en las playas mejicanas las banderas españolas, y si bien no con afán de conquista, serán al menos respetadas, demostrando que la España es una nación digna, fuerte y poderosa, muy capaz ya por sí sola de no dejarse imponer ni por sus enemigos, ni por sus émulos.

(1) Don José de la Revilla en su prólogo á la Historia de la con-quista de Méjico, escrita por don Antonio de Solis.

Florencio Janer.

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PLAZA MAYOR

DE

GUANAJUATO

AÑO 1867

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DE “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 24 AÑO 1867

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PLAZA MAYOR DE GUANAJUATO AÑO 1867

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La ciudad de Guanajuato, capital del Estado de su nombre, que tiene 700,000 habitantes, de los que 150,000 son indios, y constituye el territorio más poblado y más rico de todo Méjico, cuenta cerca de tres siglos de existencia, y se halla rodeada de paisajes como sólo se ven en el Nuevo-Mundo. Habitan la ciudad unas 50,000 almas, y la población minera de sus inmediaciones asciende á 30,000. La riqueza principal de este país, consiste en sus muchos y excelentes productos metalúrgicos, y entre ellos el oro, siendo el maravilloso filón llamado la Veta-madre, acaso el más extenso y el más rico del mundo. Los continuos trastornos que, con raras interrupciones, han afligido á Méjico desde que se hizo independiente, han pesado también sobre Guanajuato, en donde la miseria asomó más de una vez su cabeza. El interés que inspiran los acontecimientos que de algunos años á esta parte han ocurrido en Méjico, y con especialidad los últimos que tanto han de influir en su futura suerte, nos ha movido á dar uno de los grabados adjuntos, que representa la Plaza Mayor de la codiciada ciudad arriba mencionada, espaciosa plaza á que dan cierta suntuosidad los edificios religiosos y urbanos que la forman.

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MEMORIALISTA

MÉXICANO

AÑO 1867

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITO DE “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 24 AÑO 1867

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EVANGEELISTA OO MEMOORIALIST

TA MÉXICCANO AÑO 18677

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Evangelista llaman en Méjico al ciudadano que recibe consultas y dinero de la gente pobre, á cambio de consejos, explicaciones, cartas y otros documentos que aquellos necesitan para su gobierno; es, en una palabra, lo que nuestros memorialistas, salvo el biombo, de que allí no se hace tanto uso como en España. El novio que desea enderezar una declaración amorosa á la dama de sus pensamientos; el criado que se halla sin colocación y la busca; la madre que anhela tener noticia de su hijo ausente; el matrimonio que desea una soldadura al desunido yugo conyugal, todos acuden al evangelista que, pluma en ristre, palabra en boca ó pedibus andando, si el asunto requiere que se pongan en movimiento las piernas, es remedio de menesterosos, consuelo de afligidos, antorcha de ignorantes, Argos que sabe quien entra y quién sale en las casas, y lo que dentro de ellas sucede, y conducto, en fin, por donde pasan todos los chismes de vecindad y muchos de las calles más lejanas. Uno de los grabados adjuntos representa á este importante individuo en el pleno ejercicio de sus funciones.