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Graco - Rodolfo Rios

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  • Dedicada a mi padre, el maestro ms virtuoso que he conocido.

    ndice

  • Captulo 1: El sueo

    Captulo 2: La condena del maestro

    Captulo 3: La promesa

    Captulo 4: Propsitos inciertos

    Captulo 5: La sombra de la verdad

    Captulo 6: Insensato

    Captulo 7: La Montaa de las Estrellas

    Captulo 8: Un destino solitario

    Captulo 9: Intrigas y sombras

    Captulo 10: Cruce de caminos

    Captulo 11: Tiempos de guerra

    Captulo 12: El momento esperado

    Captulo 13: Antiguos secretos

    Captulo 14: Redencin

    Captulo 15: El adversario

    Captulo 16: La revelacin

    Captulo 17: Reminiscencia

  • Captulo 1. El sueo.

    Sueo con un sol dorado que nace tras las colinas a la distancia, irradia luz sobre las tierras del valle

    y su calor sobre mi piel. De nuevo el mismo sueo, percatarme de ello rompe el encanto del mismo,

    mata el anhelo casi agotado de un horizonte que no regresa y extrao. Das, aos, el recuerdo pierde

    la dimensin del nico sendero intransitable para vivos y muertos.

    Llevaba dcadas durmiendo en mi solitario y abandonado refugio del Monte del Pindo cuando la

    sbita y turbadora conversacin de unos desconocidos quebrant mi sepulcral reposo. Aquellos

    extraos hablaban de un ser mtico mitad hombre, mitad demonio, se referan a l como el

    "burculacas" trmino que aprend a conocer por ser uno con el cual aluden a los de mi naturaleza en

    estas tierras. Pero lo que despert m inters fue que adems de vivir con normalidad entre los

    humanos es inmune a la luz del sol. Era un relato tan asombroso y trascendental que atrajo toda mi

    atencin. Lejos de disiparse, las voces se acentuaban, cobraban presencia, resonaban con alentadora

    certidumbre en el lbrego silencio del panten. Si lo que estaba escuchando no era fruto de un

    espejismo y ese ser excepcional verdaderamente exista, la redencin sera posible y tal vez no

    estuvisemos eternamente condenados. Un rayo de esperanza iluminaba mi agitada conciencia y quise

    conocer a aquellos desconocidos, necesitaba hablar con ellos, preguntarles por ese ser endemoniado

    que se haba librado de la maldicin y poda disfrutar de los amaneceres como los hijos de los

    hombres, como lo haca yo antes de sufrir la dolorosa condena.

    Liber a mi tumba de su pesada lpida y al abrir los prpados busqu intilmente la presencia de los

    extraos, ellos y sus voces haban desaparecido, slo se escuchaba el infatigable sonido del viento.

    Era una noche glida y oscura y un crujiente manto de nieve cubra las ruinas de lo que un da fueron

    calles, viviendas, templos sagrados y palacios deslumbrantes, los asolados restos de una ciudad

    olvidada.

    En seguida constat que nadie ms que yo haba pisado la nieve, los enigmticos forasteros que me

    sacaron del sepulcro con sus palabras se marcharon sin dejar huella alguna, tan slo quedaron sus

  • turbadoras afirmaciones. No le daan los rayos del sol y convive con los hombres. Frases que yo

    escuch como si fueran las consoladoras promesas de una verdad revelada. Confiaba en ellas con la

    ceguera propia de los mortales, sin disponer de ninguna evidencia, apartando de mi mente otras

    conjeturas y preguntndome cmo se alcanzara el mundo de la luz desde el pozo de las sombras.

    Sera posible liberarse de la condena? La respuesta podra tenerla esa inslita criatura pero hasta

    donde mis sentidos alcanzaban a distinguir no adivinaba presencia alguna; all, estaba completamente

    solo.

    Nadie puede saber cunto hay de destino o de azar en las leyes que rigen el universo y en las

    decisiones que tomamos, pero si yo no hubiese escuchado aquella conversacin habra seguido

    durmiendo y el rumbo de la Historia, posiblemente, habra sido distinto. La tentadora idea de dejar

    de ser lo que era para transformarme en lo que fui me devolvi la esperanza. Senta la imperiosa

    necesidad de encontrar a ese semejante que haba eludido la condena que seguamos padeciendo los

    dems, sin reparar en las dificultades que la empresa entraara. El viento me azotaba impetuoso y

    los copos de nieve empapaban mis cabellos, mi rostro y mis vestimentas, senta el preocupante

    agotamiento que provoca la anemia.

    Mi largo y profundo reposo no me permiti alimentarme, estaba muy debilitado, tuve que buscar la

    compaa de los hombres, necesitaba con urgencia su fuerza vital para sobrevivir, de ella me nutra.

    Descend al valle no sin dificultad, la ventisca segua soplando con furia de cclope y tena que

    batallar con ella para mantener la direccin de mi vuelo. El esfuerzo me extenu y mi clarividencia

    para percibir lo que suceda a grandes distancias tambin empezaba a languidecer, si la perda me

    costara hallar el alimento que mi cuerpo requera.

    Fue en una pequea la aldea, a los pies del Monte del Pindo, donde encontr lo que buscaba. La

    suerte me acompa y no quise empaar sus propsitos, tom precauciones, sobrevol la villa hasta

    que di con el lugar apropiado para volver a pisar la nieve sin ser visto. Si mi presencia levantaba el

    ms mnimo recelo entre los lugareos, mis planes se malograran y me vera en un serio aprieto.

    Nadie poda dudar de que yo fuera un forastero que simplemente buscaba un lugar donde guarecerse.

  • Bajo un sencillo techado de madera, iluminados por las vivas llamas de una crepitante hoguera, los

    aldeanos desafiaban a las inclemencias de la noche apostando, jugndose enardecidos los pocos

    bienes que posean. A pesar del plido y desmejorado aspecto que deba presentar no se fijaron en

    m, pas totalmente inadvertido. All, todos los ojos estaban pendientes de la pelea de gallos que se

    disputaba. Tem que mi presencia alterase a las aves, pero no fue as, tambin pas desapercibido

    para ellas. Sus encarnizadas acometidas, junto con las porfas que mantenan los jugadores, eran

    mucho ms importantes que yo. Las pasiones que dominaban a aquellos aldeanos me hicieron

    invisible a sus miradas.

    Discreta y serenamente me aproxim a ellos, a su febril entusiasmo, a la invisible energa vital que

    desprendan y que yo necesitaba para restaurar mi poder. No necesite beber para alimentarme, no

    sta vez, no era el ltimo ni el primero, somos muchos los que no necesitamos apagar una vida

    porque nos sustentamos con la esencia vital que exhalan los humanos, debilitando apenas

    temporalmente sus energas. Felizmente, no tard en sentir sus saludables efectos. Uno de los gallos

    que contendan, al sentirse herido y dominado por su rival, cant su cobarda y su dueo, preso de la

    ira, le cort el cuello y lanz su cabeza a la hoguera.

    - Usted no es de estas tierras, al menos yo nunca le haba visto antes por aqu.

    El corpulento barbudo que inesperadamente se dirigi a m result ser el dueo de la casa, eso debi

    de ayudarle a descubrir la presencia de un forneo entre ellos.

    - Es la primera vez que visito esta comarca, iba camino de Dodona pero la noche y el

    temporal me han extraviado, ni siquiera s dnde me hallo no tuve que improvisar, llevaba

    pensado lo que dira para presentarme.

    - No muy lejos de su destino, esto es Klidonia y los montes que estn a nuestras espaldas son

    los del Pindo el aldeano hablaba observando mi espada, preguntndose quin sera yo y

    qu propsitos me llevaran a donde estuvo el orculo ms importante y venerado de la

    antigua Grecia.

    - Hay algn lugar en el pueblo en que pueda cobijarme y pasar la noche? se lo preguntaba

  • para seguir haciendo verosmil mi presencia entre ellos, en aquella aldea ni siquiera tenan

    una humilde ermita.

    - No s si un caballero como usted consentir alojarse en un pajar, es todo lo que yo puedo

    ofrecerle y no creo que encuentre nada mejor.

    - Le agradezco su hospitalidad extend mi mano con gesto amistoso y l me la estrech

    efusivo-, mi nombre es Adn y me gustara saber cmo podr compensarle por el albergue

    que me ofrece.

    - De eso hablaremos luego, venga, acrquese al fuego que est usted helado la frialdad de

    mis manos no la paliaran las llamas de la hoguera pero le segu hasta ella-. A m me llaman

    Btalo, aunque mi verdadero nombre es Crmilo.

    Mi anfitrin era el organizador de las apuestas y participaba en ellas como juez, garantizando el

    cumplimiento de las reglas y embolsndose una comisin por cada combate que supervisaba. Se le

    notaba que tena ganas de hablar conmigo, de hacerme las preguntas que estaba silenciando, pero los

    jugadores en seguida reclamaron su presencia y tuvo que dejarme para ir a atenderlos.

    - Sin m no pueden empezar dijo con una forzada sonrisa-. Cuando quiera retirarse a

    descansar avseme, este es un lugar muy silencioso pero yo le aconsejo que espere a que

    terminen las apuestas.

    Crmilo se fue a ejercer sus actividades de juez y como me senta completamente restablecido, en

    cuanto se reanud la lucha en el palenque y los gritos y las porfas volvieron a caldear la glida

    noche, abandon el lugar como llegu, furtiva y sigilosamente. Me dirig a mi refugio pensando en

    cmo empezar la bsqueda de ese ser que se haba liberado del castigo que padecamos los que

    compartamos su fundamento. Quera saber si exista y no me intimidaba el fracaso, estaba decidido a

    descubrir la verdad por ingrata que sta me resultase. Sin desfallecer, me promet.

    En el siguiente anochecer abandon mi tumba y mi refugio en los Montes del Pindo y recorr pueblos

    y ciudades en busca de algn rastro que me condujese a ese semejante que conviva con los mortales.

    Mi dominio de varias lenguas y la capacidad que posea para aprenderlas, me ayudaban a

  • entenderme con los soldados, lugareos, prelados y viajantes que encontraba. Los de mi raza, a los

    que haba conseguido interrogar, no tenan noticias de la presencia de ese ser en este mundo, se les

    antojaba un desatino suponer que uno de nosotros sobreviviese siquiera escasos minutos a los rayos

    del sol, eso jams ha ocurrido y no esperes que suceda. Afirmaciones nada estimulantes que no

    conseguan desmoralizarme, hasta de las fbulas ms absurdas siempre hay alguien que ha odo

    hablar de ellas. Los extraos que escuch desde mi tumba no podan ser los nicos que conociesen la

    historia del endemoniado que conviva con los humanos bajo la luz solar. Salvo que todo fuese un

    sueo, una fantasa de mi mente. Es difcil mantener la firmeza de tus propsitos cuando no

    encuentras vientos favorables.

    Un ao despus de haber emprendido mi infructuosa bsqueda, escuch un relato alentador. Tulio el

    escribano, un octogenario que se ocultaba en las catacumbas romanas, me habl del monasterio

    ingls de Murr y del joven caballero que habitaba en l.

    - Siendo como nosotros, dicen que contempla los amaneceres desde el campanario del

    templo -era la primera vez que alguien admita que eso fuese posible-. Tal vez sea una

    leyenda ms, pero si la hubiese escuchado cuando moraba en Inglaterra, te aseguro que

    habra visitado ese monasterio.

    - Usted cree que nuestra redencin sera posible?

    - Quin puede saber eso?, ni siquiera estoy seguro de que todos nuestros semejantes deseen

    liberarse de la condena. Yo he conocido a muchos que no renunciaran por nada al mundo de

    las sombras.

    Tulio el escribano no tena edad ni coraje para embarcarse en dudosas aventuras, pero despus de

    tanto peregrinar intilmente yo no iba desaprovechar aquella oportunidad. Estaba a punto de

    amanecer, me qued en las catacumbas y Tulio me cont el doloroso origen de su castigo, su propio

    hermano fue quien lo conden abrazndolo contra su voluntad.

    - Puede haber mayor maldicin que esa? a Tulio le dola ms la traicin de su pariente que

    la penitencia que soportaba.

  • Cuando nos despedimos, Tulio me hizo prometerle que si llegaba a ver al joven caballero volvera

    para contrselo. De materializarse esa experiencia, lo justo sera que la compartiese con l.

    Me dirig esperanzado al monasterio de Murr y hall un lugar tan destruido y abandonado como mi

    refugio en los Montes del Pindo. All slo quedaban en pie un templo desolado, su desmochado

    campanario y un panten que no pareca haber sido ocupado por nadie. A pesar de que el joven

    caballero del que Tulio haba odo hablar no se manifest, decid darle tiempo al tiempo y esperar

    alguna seal. Y la tuve, pero hubiese sido mejor no haberla padecido.

    Al segundo da de estancia en el aquel recndito paraje, con los albores de la maana, percib que un

    grupo de hombres se aproximaba sigiloso al monasterio. Su cautelosa actitud me alert y antes de que

    la luz se apoderase de la oscuridad, busqu refugio en la hmeda y oscura bodega que haba bajo el

    refectorio. Por fortuna reaccion con clarividente prontitud, eran cazadores que valindose de

    espejos de metal bruido, utilizaban los rayos del sol. Verdaderos expertos en el tenebroso arte de

    destruirnos, saban proyectar con maestra los letales fulgores hacia las vctimas por mucho que stas

    se ocultasen. Al quedar a merced de aquella partida de ejecutores, sent una indefensin inquietante.

    Contra ellos nada se poda hacer, tan slo esperar no ser descubierto.

    Los intrusos recorrieron el monasterio inspeccionando todo lo que encontraban en su camino, y yo,

    desde mi improvisado escondrijo, escuchaba con fidelidad sus ms leves movimientos, casi los

    poda ver. Eran cinco, no hablaban entre ellos y se movan como giles y astutos bandidos. Entraron

    en el refectorio y cuando levantaron la puerta de la bodega, vol angustiado hacia una de las gruesas

    vigas de madera que cruzaban el stano de lado a lado y me tumb sobre ella convencido de que

    sera descubierto. Mi inquietud aumentaba rpidamente, no haba escapatoria, yo solo me haba

    metido en la trampa.

    Los fulgores de sus espejos les precedieron, con ellos iluminaban los peldaos de la escalera que

    bajaron en riguroso silencio. A la bodega slo descendieron tres, los otros dos les provean desde el

    exterior de la luz de la maana. Componan una cadena fatdica a la que no podra acercarme sin

    perecer carbonizado, sobre cada espejo que portaban siempre incida un rayo luminoso, aunque

  • atacase a uno de ellos los destellos que reflejaba con su espej me aniquilaran a m. Por muy rpido

    que me moviese morira calcinado.

    El veterano cazador que lideraba al grupo llevaba una pesada maza en su diestra y el resplandeciente

    y letal escudo en su mano izquierda. La despensa estaba prcticamente vaca, no tardaran en

    examinar cada uno de sus rincones, slo quedaban en ella artesas devoradas por la carcoma, trozos

    de ollas y escudillas, y tres maltrechas tinajas de barro que el jefe de la cuadrilla acab de destrozar

    con su poderosa maza. Me alegr de no haberlas escogido como escondite, aunque aquella acertada

    decisin slo estuviese prolongando mi agona.

    Cuando vieron que a ras de suelo tampoco estaba lo que buscaban, inspeccionaron las alturas. El

    espejo que manejaba el lder de grupo recorra lentamente el techo de la bodega y yo decid acabar

    combatiendo, no pensaba morir incinerado en mi escondite. El rastreador que estaba ms cerca de la

    entrada era mi objetivo y me lanc sobre l, antes de que mi espada lo atravesase, los espejos,

    repentinamente, dejaron de reflejar la luz del da. Nos quedamos a oscuras porque las nubes taparon

    el sol durante unos instantes y me dieron la oportunidad de defenderme.

    El cazador grit desgarradoramente al sentir el acero perforndole las entraas y se desplom

    mortalmente herido, sus compinches no me vean pero intuyeron el peligro y corrieron en busca de la

    salida. Ahora eran ellos los que estaban indefensos. Al cabecilla de la partida le cort la mano que

    sujetaba la pesada maza y luego traspas su corazn, y a su compaero, que hua a toda prisa por las

    escaleras, tuve que seccionarle las piernas antes de darle muerte.

    Una tensa calma sucedi a la breve y cruenta escaramuza, los que todava quedaban fuera de la

    bodega escucharon los agnicos gritos de sus compaeros de cacera, aunque volviese a lucir el sol

    no se atreveran a bajar pues sus efectivos haban mermado.

    Seguramente iran por ayuda para vengarse, y yo, aquel stano no podra abandonarlo hasta que

    anocheciese, la luz se filtraba por los malogrados ventanales del refectorio, en l tampoco poda

    estar durante el da. Al cabo de un rato, percib que los cazadores se alejaban y contrariamente a lo

    que supona no regresaron. El cielo encapotado les impeli a no arriesgarse nuevamente. Por mi

  • parte, en cuanto anocheci, abandon aquel protervo monasterio.

    Una quimrica leyenda estuvo a punto de costarme la vida, aquellos cazadores utilizaban la fabulosa

    historia que escuche de Tulio como reclamo, se aprovechaban de ella para aniquilar a los ingenuos

    como yo. Estaba decepcionado conmigo mismo y volvieron a asaltarme las dudas, quizs haba

    acogido una causa imposible y lo ms sensato fuese aceptar que haba perseguido un sueo

    inalcanzable, eso jams ha ocurrido y no esperes que suceda. La bsqueda que haba emprendido

    pareca carecer de horizontes, eso era un hecho innegable, pero no poda desfallecer, me haba hecho

    una promesa y no pensaba romperla a pesar de los sinsabores y dificultades que estaba encontrando.

    Antes de abandonar le puse plazo a mi derrota, cuando llegase el esto dejara de rastrear el sueo

    que me desvel. No iba a consentir que mi ofuscacin acabase siendo una necia forma de engaarme.

    Prosegu con mis errticas indagaciones hasta que una fra y oscura noche invernal, cuando

    sobrevolaba los bosques que ocultaban a una diminuta aldea macednica, las antorchas que

    empuaban los lugareos me alertaron del infanticidio que estaba a punto de cometerse.

    Un nio, de no ms de tres o cuatro aos iba a ser linchado por una marabunta de campesinos

    enfurecidos, el desamparo y la impotencia de aquella criatura me record el impresin que yo sent

    cuando me vi acorralado por los audaces cazadores, un suceso que tena demasiado reciente. Su

    indefensin me llev a intervenir. Los hachones y los aperos de labranza que esgriman aquellas

    gentes encolerizadas eran inofensivos para m y se merecan una leccin.

    Descend sobre ellos con la mirada encendida y exhalando un embravecido grito de guerra, sin darles

    tiempo a que reaccionasen, provoqu que estallaran sus antorchas que de inmediato dejaron de arder

    y levant, como si fuese una pluma, al ms fornido y beligerante de ellos lanzndolo violentamente

    contra sus paisanos. Los nicos que no corrieron en desbandada fueron los que quedaron malheridos

    por el impacto y el propio aldeano que arroj por los aires. El chiquillo no se movi del sitio,

    presenci mi intervencin paralizado. Apagu la ira de mi mirada, lo cog en brazos y me lo llev a

    un lugar seguro.

    Descendimos sobre un despoblado cerro desde el que se divisaba el pueblo. El pequeo estaba muy

  • asustado, ni siquiera la lejana del peligro pareca tranquilizarle.

    - No temas, ya ests a salvo l me miraba sin decir nada, como si no acabara de creerse lo

    que le estaba pasando.

    A simple vista pareca un nio completamente normal, una criatura hurfana o abandonada por sus

    padres, las guerras y la miseria siempre provocaban el desamparo de los ms dbiles. Me preguntaba

    qu sera lo que haba desatado la furia de los campesinos contra l. Por qu queran matar a aquel

    ingenuo chiquillo? Su inocente semblante y su profunda y sugestiva mirada no ayudaban a

    comprender la clera de aquella gente. Pero yo perciba algo extraordinario en su presencia, una

    energa sorprendente para un cro de su edad. Quizs fuese eso lo que desat el odio de sus

    perseguidores.

    - Te ha gustado volar? me dirig a l en la lengua griega y clavndome su clida y

    expresiva mirada, movi la cabeza tmidamente para decirme que s.

    Me pareca poco verosmil que los extraos que escuch hablar desde mi tumba se refiriesen a un

    desamparado chiquillo, pero tampoco se poda descartar. Una decisin precipitada podra malograr

    el favor que quizs estaba brindndome el destino. Las energas que perciba en l no eran del todo

    ordinarias, haba algo inusual en l. Afin mis sentidos para no dejarme confundir por las apariencias

    y procur ganarme su confianza.

    - Cmo te llamas? se encogi de hombros y supuse que no me lo quera decir. El miedo

    que haba pasado justificaba sobradamente sus recelos.

    Segu interrogndole sobre dnde estaban sus padres y por qu le perseguan los aldeanos y no logr

    que pronunciase ni una sola palabra. Slo me responda con gestos. Su mutismo era tan irreducible

    que presum su mudez. Le pregunt si saba hablar y movi su pequea cabeza afirmativamente.

    - Entonces por qu no me contestas, qu te pasa, tienes miedo de m?

    Volvi a encogerse de hombros y me dio la sensacin de estar perdiendo el tiempo. Ya no poda

    hacer nada ms por l, le haba salvado la vida intilmente, si no contaba con un valedor que lo

    amparase dependera de s mismo para conservarla. Sus posibilidades de sobrevivir resultaban

  • ciertamente exiguas. Abandonarlo en aquellas circunstancias era una decisin difcil de tomar, pero

    no haba otra.

    - Oye, yo tengo que marcharme, t qu vas a hacer, te quedas aqu o prefieres que te lleve a

    algn sitio? lo enfrent a la cruda realidad y esper su respuesta.

    El pequeo se aproxim a m manifestando sin palabras su desoladora orfandad, asedindome con su

    penetrante mirada, proclamando su necesidad de compaa y de proteccin. No tena edad para

    conocer la verdad, no poda decirle que los condenados no apadrinbamos humanos ni aun siendo

    criaturas desvalidas.

    - Qu pasa, no tienes adnde ir?

    La idea de quedarse solo le horrorizaba, se aferr implorante a mi jubn sin desplegar los labios,

    mirndome con sus enormes ojos, pidindome en silencio que lo tutelase. Pero haba algo en su

    mirada que me que me hizo sentir extrao, de modo inusitado me envolvi una emocin, algo ajeno a

    m condicin, un sentimiento humano, que no haba experimentado haca muchos aos. De pronto

    sent que ese nio se haba convertido en la ltima parte de humanidad que quedaba en m.

    - Redencin me dije a m mismo con nostalgia.

    Sus pequeas manos que se aferraron implorantes a mi jubn me regresaron a la situacin del

    momento. La idea de quedarse solo le horrorizaba y sin desplegar los labios, mirndome con sus

    enormes ojos me pidi que lo llevara, que lo adoptara. Y yo aun sin conocer su verdadera naturaleza

    y sin poder asegurar que aquel cro fuese lo que buscaba. Tena que darle una oportunidad, a l y a

    m.

    - Est bien, te llevar conmigo, pero tendrs que obedecerme en todo lo que te diga. Ests

    de acuerdo?

    A la vez que asenta su rostro se ilumin esperanzado, ignoraba que sera puesto a prueba y que su

    condicin decidira su suerte. Si era un simple mortal tendra que alejarlo de m sin contemplaciones,

    para protegerlo de la oscuridad, no obstante, yo deseaba que la ardiente energa que irradiaba

    confirmase mis sospechas y lo convirtiese en ese ser por el que haba abandonado mi letargo.

  • - Como no me dices tu nombre tendr que ponerte otro, quieres saber el mo? asinti con

    gesto interesado-. Adn, yo me llamo Adn, y t sers Graco. Te gusta? Es un nombre

    especial. volvi a decir que s con un leve movimiento de cabeza.

    Los primeros tres das que compartimos en mi refugio de los Montes del Pindo, Graco los pas

    durmiendo, reponindose de las penalidades que haba sufrido. Yo estuve atento a cualquier seal

    que lo hermanase con los de nuestra raza, pero nada sucedi. El nico sntoma esperanzador era la

    inslita energa que perciba en l, una fuerza que no posean los hombres. Vel su descanso

    pacientemente y en el cuarto anochecer despert.

    - Vaya, por fin vuelvo a ver tus ojos, te acuerdas de m? estaba tan adormecido que apenas

    reaccion Tienes hambre? mi pregunta hizo que se sentase rpidamente sobre su jergn. Al

    pequeo le animaba la idea de comer.

    Menos mal que fui previsor porque acab con todos los frutos que haba recogido para l, se atiborr

    de miel y saci su sed bebiendo la leche de cabra que le ofrec. Lo que no hizo fue hablar yo deseaba

    que lo hiciera pero no quise obligarle, si era cierto que poda hacerlo deba ser l quien tomase

    voluntariamente la palabra.

    - Sabes Graco, si hablaras todo sera ms sencillo. no se molest en contestar, continu

    alimentndose con glotonera infantil.

    Aunque aceptara su silencio me inquietaba el hecho de haber sido imprudente al no considerar mi

    inexperiencia y la paciencia que se necesita para responsabilizarse de un cro. No pensaba entrar en

    su juego, siempre le manifestara mi inters por escucharle, Graco habra de tener presente que sus

    gestos eran insuficientes para m. l coma y yo le contaba las reglas bsicas que debera respetar

    para quedarse en mi refugio, una de ellas, la ms importante, la de no abandonar la cripta en la que

    nos albergbamos sin m.

    - Lo has entendido? esta vez no consent que eludiese la cuestin- Te he hecho una

    pregunta y quiero que me respondas, has comprendido lo que te he dicho? con la boca

    llena y sin dejar de masticar, movi repetidas veces la cabeza asintiendo.

  • Graco cumpli mis instrucciones escrupulosamente y asumi sin dificultad las rutinas de los que

    vivimos entre las sombras, su conducta era intachable, se comportaba como un nio solcito y

    obediente. Dos valiosas cualidades que sin embargo no seran suficientes para lograr mi amparo

    definitivo. Las semanas transcurran y el pequeo no colmaba mis expectativas, segua sin romper su

    inquebrantable silencio y sin dar muestras de ser algo ms que un nio disciplinado. Slo aquella

    energa que emanaba impropia de los mortales y de la que no me poda nutrir, lo converta en un ser

    especial cuya naturaleza no acababa de poder determinar.

    Al atardecer, hiciese el tiempo que hiciese, salamos del mausoleo y recorramos juntos los

    alrededores. Yo le contaba historias de guerreros que luchaban contra dragones alados o le hablaba

    de magos que convertan el agua de fuentes y manantiales en piedras preciosas, y l escuchaba esas

    peroratas embelesado, pero sin mostrar opinin alguna. Slo cuando yo le insista contestaba

    moviendo la cabeza, las manos o los hombros, y despus esperaba deseoso que siguiese con el

    relato. Su actitud resultaba desconcertante. Si se senta a gusto en mi compaa y saba hablar, por

    qu no lo haca?

    Fue en el bosque donde el azar quiso que Graco se descubriese tal y como era. Sera algo ms de

    media noche y nos habamos adentrado en un frondoso robledal, como la situacin era propicia, hice

    algo que haba pensado dando otros paseos con l. Me ocult, puse a prueba su sentido de la

    orientacin y su coraje con aquel un pueril juego sin sospechar lo que iba a ocasionar con el mismo.

    Graco en seguida not mi ausencia pero en lugar de inquietarse, volvi silencioso sobre sus pasos y

    rebas, sin reparar en m, la roca tras la que me haba ocultado. Avanzaba con tanta desenvoltura que

    pareca tener perfectamente memorizado el camino, sera capaz de volver solo al refugio? No llegu

    a saberlo porque una comprometedora sorpresa le oblig a detenerse, un lobo hambriento que surgi

    de la espesura del bosque le amenazaba con sus feroces colmillos y Graco se qued inmvil. Me

    impresion su entereza, el terror que senta no le llevaba a pedir auxilio.

    Decid no intervenir, necesitaba saber dnde estaba el lmite de aquel muchacho, el lobo era

    infinitamente ms veloz que l, corriendo desde luego jams lograra ponerse a salvo, tendra que

  • acabar pidiendo ayuda y me llamara. Eso pensaba, pero me equivoqu. Graco no pronunci mi

    nombre ni cuando, inesperadamente, el animal salt sobre l clavndole sus dientes en el vientre. Y

    entonces sucedi algo extraordinario. Su dulces ojos, desesperados por el dolor que senta, se

    encendieron con un sutil resplandor blanco azulado. Aquella sbita metamorfosis me dej atnito.

    Sus rasgos eran un vivo reflejo de mi apariencia el da que lo rescat. Pero la luz en su mirada era

    totalmente diferente.

    Graco, revelando un podero sobrenatural, acab con la vida del lobo antes de que el eco de sus

    feroces gruidos se desvaneciese. Le parti el cuello con las manos y lanz sus despojos con tanta

    violencia que saltaron en pedazos al estrellarse contra las ramas de un corpulento y anciano roble.

    Me acord de los aldeanos que pretendan matarlo, difcilmente lo habran conseguido, Graco era

    demasiado fuerte para ellos. Quizs aquellos labriegos conociesen su verdadera naturaleza y por eso

    pretendieron segarle la vida.

    Cuando por fin se escucharon nada ms que los habituales sonidos que pueblan las noches de los

    bosques, el semblante de Graco recobr su ingenuo y dcil aspecto. Volvi a ser el inofensivo nio

    de siempre y la herida que le provoc el animal cicatriz con extraordinaria celeridad. No haba

    lugar para la duda, Graco era a quien buscaba, era ms que un simple humano, diferente a mi estirpe

    y similar al mismo tiempo, pues slo alguien como nosotros tendra semejantes poderes a tan corta

    edad.

    La bsqueda, y la casualidad, haban dado sus frutos y me senta reconfortado. Despus de lo que

    acababa de ver, si a aquel nio tampoco le afectaban fatalmente los rayos del sol, me encontrara ante

    el ser excepcional del que hablaban los extraos que me despertaron. Esa era la prueba a la que

    tendra que someterle, y dado el riesgo que correra, no pensaba apresurarme en plantersela. Antes

    tendra que prepararle para ella. Prepararle para vivir o morir bajo la luz del da.

  • Captulo 2. La condena del maestro.

    Mi nombre es Graco y as me nombr un extrao porque yo, siendo un cro de tres aos, no tena

    padres conocidos ni manera alguna de llamarme. Cuando queran referirse a m apelaban a mi

    condicin de nio, con eso les bastaba para increparme o para darme rdenes que eran las dos

    entonaciones que sola recibir a pesar de mi corta edad. En mi vida y en mis recuerdos todava

    quedan muchos misterios por desvelar, pero los que he conseguido esclarecer empezaron a hacerlo la

    noche que unos labriegos quisieron acabar con mi existencia. Aquel cruel e irracional linchamiento

    que instig la supersticin y la ignorancia, cambi el discurrir de los acontecimientos y me granje

    un patronmico que hasta entonces no tuve. Graco, as me llam ese desconocido que el destino

    quiso presentarme.

    De aquellos tiempos y de la aldea donde viv durante mi infancia, Elda, la mujer que me ofreca

    cobijo y alimento, y los malos tratos que nos dispensaban sus habitantes, siempre fueron mis

    recuerdos primordiales. Los dos sobrevivamos atenazados por el miedo, era raro el da que no

    padecisemos las iras de algn lugareo. Aquellas gentes nos hostigaban continuamente, nuestra

    presencia les enfureca y yo procuraba mantenerme alejado de ellos. Elda y los animales, cualquiera

    que fuese su especie, eran los nicos seres vivos con los que congeniaba. Tema ms a nuestros

    vecinos que a las serpientes que encontraba en el bosque.

    Los habitantes de la villa culpaban a Elda de las enfermedades que padeca su ganado y de la ruina

    de las cosechas, queran que se fuese de la aldea y ella no tena a dnde ir. A m me perseguan

    porque viva bajo su techo, eso me converta en otro indeseable aunque slo fuese un inofensivo

    chiquillo.

    No saba que aquella noche cambiara mi vida pero recuerdo que estaba extraamente inquieto, no

    paraba de dar vueltas en el jergn de paja escuchando la intensa respiracin de Elda y el chasquear

    de los troncos de lea en la chimenea de la cabaa. El desasosiego que padeca me permiti

    escuchar con prontitud el vocero de quienes se aproximaban. Camin descalzo hasta la puerta, y a

  • travs de las muchas hendiduras que sta tena, distingu a un nutrido grupo de aldeanos que

    iluminados con antorchas y armados con hoces y guadaas caminaban alborotados hacia nuestra

    vivienda. En seguida comprend que corramos un serio peligro.

    Elda dorma profundamente y me cost hacerle recobrar la conciencia, tuve que pellizcarle la cara y

    eso no le gust.

    - Qu haces, te has vuelto loco? profiri somnolienta y sobresaltada.

    - Gente, viene gente! balbuce excitado.

    Los gritos de los aldeanos sonaban cada vez ms cercanos, Elda se levant con gesto preocupado y

    cubrindose con la piel de cordero que arropaba sus sueos, abri la puerta de la cabaa para

    enterarse de lo que estaba pasando.

    - T qudate aqu, no salgas pase lo que pase le hice caso, pero me calc y me abrigu por

    si tuviese que enfrentarme al fro de la noche, los nios desamparados en seguida aprenden a

    ser precavidos.

    Cuando Elda les pregunt el motivo de sus iras supimos que era a m al que buscaban, una nia haba

    muerto sbitamente en el pueblo, y como un falso testigo deca haberme visto jugando con ella

    aquella misma tarde, me acusaban de su inexplicable defuncin. Una gran mentira con la que

    pensaban ajusticiarme.

    - Eso no es cierto, el nio ha estado conmigo toda la tarde grit Elda intilmente.

    - Dnde est ese demonio?, dile que salga yo escuchaba la discusin aterrado, temiendo

    tanto por la vida de Elda como por la ma.

    - Marchaos, dejadnos en paz, cmo podis pensar que una criatura de su edad puede

    albergar tanto mal? las palabras de Elda en lugar de aplacarles los encolerizaba an ms.

    - Bruja!, t eres la culpable de todo, contigo tambin vamos a acabar para siempre.

    La turbamulta incendi la paja que techaba la cabaa y sta no tard en inflamarse, las antorchas

    entraban volando por la puerta y por la nica ventana que tena la morada quemndolo todo, el humo

    y el calor convirtieron en un horno nuestro humilde refugio, mi nica escapatoria era la aspillera que

  • refrescaba la despensa. Hacia ella me encamin evitando los abrasadores hachones que lanzaban, y a

    pesar de su mucha angostura, consegu atravesarla y ponerme a salvo de las llamas.

    Desgraciadamente el esfuerzo que hice me sirvi de poco, los aldeanos no esperaban que abandonase

    la cabaa por donde lo hice, pero me vieron y dieron la voz de alarma.

    Corr hacia el bosque donde sola esconderme y ellos me persiguieron como si fuese una alimaa.

    Me dieron alcance antes de que lograse ocultarme en la arboleda y mi infantil instinto de

    supervivencia me dijo que no haba escapatoria, me mataran como seguramente hicieron con la

    buena de Elda.

    Los inclementes verdugos avanzaban estrechando el cerco que trazaron en torno a m, y cuando todo

    pareca estar perdido, se escuch un grito aterrador, mas semejante al rugido de una criatura salvaje

    que a la voz de un hombre. Un extrao descendi de la noche sobre los aldeanos y en un instante sus

    antorchas explotaron, dejando parcialmente oscura la escena. Nunca antes haba visto algo parecido,

    me qued extasiado. Mis perseguidores, a pesar de sus guadaas y de ser mucho ms numerosos, no

    se atrevan a enfrentarse al adversario que surgi de la oscuridad. Le miraban acobardados,

    cedindole la iniciativa.

    - Lo veis, veis cmo era verdad?, es Satans el que ha venido en su ayuda! grit el

    herrero de la aldea esgrimiendo su afilada hacha.

    El extrao que yo crea guerrero, sin preocuparse de desarmar al herrador, cogi su cuello con una

    sola mano y levantndole del suelo lo arroj contra una multitud que, presa del pnico, se dispersaba

    corriendo en todas las direcciones. La fortaleza y la seguridad de aquel combatiente me fascinaron, a

    pesar de no entender cabalmente lo que pasaba, ambicion ser como l, tener su fuerza, su poder

    cuando creciese. Sin perder de vista a los que huan me tom entre sus brazos y experiment la

    fascinante sensacin de volar como las aves. El viaje que hicimos fue breve pero dej en m una

    huella indeleble, jams lo olvidar. Recuerdo incluso que tirit que cuando me estrech contra su

    pecho y sent el sorprendente fro que su cuerpo desprenda.

    Las emociones que senta eran tan vivas y se sucedan con tanta rapidez que no me daba tiempo a

  • digerirlas, aquel fabuloso guerrero me puso a salvo y quiso saber de m, pero mi precario y tosco

    lenguaje apenas me permita expresarme. Y prefer callar. Nadie se haba ocupado de instruirme, lo

    poco que saba lo iba aprendiendo escuchando a los dems. Por fortuna, para sobrevivir como yo lo

    haca no se necesitaban muchas palabras, las que me ayudaban a encontrar el alimento y poco ms.

    Rara vez hablaba, pasaba meses sin pronunciar un solo vocablo, ni siquiera lo hice cuando el extrao

    que me salv la vida quiso abandonarme.

    Utilic otras artes, le supliqu con mi actitud que no me dejase y l supo interpretar mi desesperado

    silencio. Permiti que le acompaase a su refugio. Me senta tan torpe e inseguro que aunque lo

    anhelaba, no me atrev a pronunciar ni su nombre ni el que acababa de ponerme a m, t sers Graco.

    Me pregunt si me gustaba y no creo que la afirmativa respuesta que le di moviendo la cabeza, le

    transmitiese toda la alegra que senta en aquellos momentos.

    El desconocido se llamaba Adn y desde que me albergu en su refugio los peligros que diariamente

    me acechaban desaparecieron, a su lado me senta seguro y dej de sufrir golpes y amenazas. Bien al

    contrario, l me proporcionaba el amparo que Elda ya no podra darme. Me acordaba a menudo de

    ella, la echaba de menos, aunque las llamas hubiesen devorado su choza y lo pocos enseres que sta

    contena, imaginaba que ella haba conseguido ponerse a salvo y que algn da volvera a verla.

    Ilusas fantasas con las que me consolaba.

    Senta la prdida de Elda pero estaba a gusto con la nueva vida que llevaba aunque hubiese normas y

    rutinas que me costaba sobrellevar. La prohibicin de abandonar en solitario la cripta en la que

    pasbamos la mayor parte del tiempo era una de ellas. Echaba de menos la luz del da, no me

    agradaba estar siempre entre tinieblas pero a Adn no se lo deca, y l tampoco me lo preguntaba.

    Saba que eso era una regla sagrada y que mis quejas le ofenderan. Acert ganndome su confianza

    porque en los Montes del Pindo, adems de encontrar proteccin y un abrigado refugio, descubr que

    yo no era un nio como los dems.

    En uno de los nocturnos y diarios paseos que dbamos, Adn quiso comprobar cmo reaccionara al

    verme solo y se escondi. Yo estaba seguro de que l nunca me perdera, desde el primer momento

  • supe que era un juego y acept el reto. Me hice el ingenuo y cog el camino de regreso decidido, sin

    mirar a mis espaldas en ningn momento, convencido de que Adn me segua. De repente, un lobo

    que llevara semanas sin comer, se cruz en mi camino con las peores intenciones. Algo parecido me

    haba sucedido en otra ocasin, era de da y una manada de lobos atac al rebao de ovejas que yo

    pastoreaba sin que nadie me lo mandase. Entonces permanec inmvil y los animales no se acercaron

    a m, se fueron dejando el valle sembrado de cadveres que ya nunca ms paceran en aquellas

    frtiles praderas.

    Adn no apareca y eso me inquietaba, a pesar de mi extrema quietud la fiera segua acechndome, no

    desista en su acoso y yo contena mi agitada respiracin para disimular el miedo que senta. Estuve

    tentado de mirar a mi alrededor para buscar la presencia salvadora de Adn, pero como en el juego

    de supervivencia que me traa con el lobo no deba ni pestaear, mantuve la entereza. Sin embargo,

    de poco me sirvi ejercitar aquel estatismo.

    La bestia necesitaba romper su largo ayuno y no haba otras presas a su alcance, supuso que yo no

    podra hacerle frente y sigui sus instintos, se abalanz sobre m, por fortuna resbale y evite ser

    mordido en la cara pero poco duro mi alivio pues de inmediato sent sus afilados colmillos

    clavndose en mi vientre y provocndome un agudo y penetrante dolor. Aquel ardiente tormento que

    rasgaba mis entraas provoc el descubrimiento de mis sobrenaturales energas. Bramando con

    terrible furia, romp el cuello del animal con mis manos y lo tir lejos de m, como hizo Adn con el

    herrero de la aldea. Sucedi muy rpido que me pareci irreal, pero aquel azaroso percance desat

    una asombrosa fuerza que hasta entonces haba permanecido oculta en m.

    Adn, como yo supona, no andaba muy lejos y fue testigo de lo que aconteci. l tambin estaba

    asombrado, lo notaba en su mirada, con ella me deca que ahora apreciaba ms que antes.

    - Ests bien?, djame que vea esa herida la profunda dentellada que recib del animal

    cicatrizaba sin necesidad de ser sanada, otro hecho inexplicable que me dej boquiabierto.

    - Sabes lo que significa todo esto? Adn me lo preguntaba complacido, contento de lo que

    haba pasado-, que eres como yo, perteneces a mi raza.

  • Me gustaba que me considerase uno de los suyos pero si fuese como l volara, y eso yo no lo poda

    hacer. Adn estaba equivocado, no ramos iguales.

    - Graco, voy a ser tu maestro, te ensear a saber utilizar esa portentosa fuerza de nuestra

    naturaleza.

    - Y a vo, a vo

    Era la primera vez que intentaba hablar en mucho tiempo que fui incapaz de formular la pregunta pero

    mis desmaados balbuceos no impidieron que el rostro de Adn se iluminase risueo, deba tener

    tantas ganas de escucharme hablar que no le cost comprender lo que quera decirle.

    - S, y a volar tambin te ensear.

    Sin alcanzar a comprender lo que significaba pertenecer a su raza, me anim saber que aprendera a

    volar. Si realmente lo consegua, s que sera como l. Aquella noche, regresando al refugio,

    mantuvimos un breve y primario intercambio de ideas.

    - Graco asent moviendo la cabeza- Nuestra raza existe desde incontable tiempo, tal vez

    podra decirse que es ms antigua que la del hombre, mas no estoy seguro de eso. No

    obstante lo cierto es que es tan antigua que nadie puede asegurar lo contrario. Pues desde los

    primeros das hemos aparecido como la sombra del ser humano ordinario, en sus pesadillas

    y temores nocturnos. Para ellos somos monstruos, criaturas detestables por desafiar su

    condicin mortal, contraviniendo la naturaleza del hombre. Y no los culpo, a dondequiera

    que vamos provocamos enfermedad y su muerte. Y lo que ms desprecian es nuestra

    apariencia que no les permite advertir el peligro. T pareces un nio y yo aparento ser un

    hombre, pero en realidad no somos humanos, comprendes?

    Le dije que s, que lo entenda, pero no era del todo cierto. Lo poco que conoca de los monstruos no

    me gustaba, y la idea de ser uno de ellos todava menos. Prefera seguir viviendo como un simple

    nio. En mi cabeza infantil la confusin eclipsaba los inseguros pensamientos. Sin embargo, Adn

    tena razn, lo que haba hecho con el lobo no lo hara ningn otro muchacho. Aquella demostracin

    de poder que no terminaba de asimilar me alejaba para siempre de los humanos. Eso, a pesar de mi

  • corta edad, s me qued claro.

    Adn asumi el papel de maestro y yo segu celosamente sus enseanzas, procuraba que no le hiciese

    falta repetirme las cosas y escuchaba interesado las lecciones que me daba aunque no estuviese

    capacitado para interpretarlas debidamente. Al maestro no le importaba mi impericia para

    aprehender todo lo que me deca, estaba preparndome para un largo camino, el del conocimiento.

    An as, sus instructivos desvelos dieron sus frutos, no tard en ganar confianza con las palabras y

    pronto me solt a hablar. Sin ser demasiado elocuente consegua hacerme entender y eso estimulaba a

    mi maestro, le complaca escucharme y a m me encantaba satisfacerle. Nuestra relacin siempre fue

    excelente, pero el precario intercambio de frases que mantenamos la mejor. Notaba que cada vez

    se fiaba ms de m.

    Seguramente por eso me habl de la condena que padecamos todos los de nuestra raza. Ninguno

    de nosotros podra exponerse a la luz del sol sin perecer, estbamos obligados a vivir en el mundo de

    las sombras.

    - Esa es, Graco, la razn que nos obliga a abandonar el refugio siempre al anochecer, la luz

    del da me matara, y a ti tambin.

    Las palabras del maestro me preocuparon, entend su condena creyendo que se trataba de una

    enfermedad, y en cierto sentido no estaba equivocado, tal y como l la sobrellevaba lo era.

    - No, a m no me mata la luz dije, seguro de estar libre de semejante dolencia.

    - Y t qu sabes, has estado alguna vez en el bosque de da?

    - S, muchas veces.

    - Es eso cierto, has visto al sol? asent sin despegar los labios- Cuntame cmo es?

    Le dije que era una bola de fuego que te quemaba los ojos si la mirabas y mis explicaciones no

    parecieron convencerle mucho, levant el brazo para sealarme las miles de estrellas que brillaban

    el firmamento.

    - Son los nicos soles que nosotros podemos contemplar sin perecer, yo dejara de volar

    para siempre si pudiese volver a ver un amanecer. Advierte lo importante que eso sera para

  • m.

    Sent pena del maestro y miedo de perderlo, estrech su fra mano y segu caminando junto a l. No

    saba cmo pero estaba convencido de que se curara y de que algn da l y yo miraramos al sol sin

    que ste nos hiciese dao alguno.

    - Graco, si fuese cierto que la luz del da no te lastima, seras muy afortunado, no creo que

    existiese otro como t.

    Mi cndida inexperiencia no me impeda percibir en el maestro una inquietante ambivalencia, se le

    notaba que quera que mis afirmaciones fuesen ciertas y sin embargo me daba a entender que tal

    pretensin era irrealizable.

    - Yo s puedo soportar la luz del sol. mi categrica asercin le molest y me solt la mano.

    - Quiero que sepas que esto no es un juego, es peligroso. me arrepent de habrselo dicho,

    no quera que se enfadase conmigo- Sabes lo que te pasara si no fuese verdad lo que

    dices?, que los rayos del sol te quemaran, te convertiras en cenizas y ya nunca aprenderas

    a volar, lo entiendes?

    - S -el maestro sabra mejor que yo lo que ramos los dos.

    - Te lo volver a preguntar y quiero que lo pienses bien antes de contestarme. Has estado

    alguna vez bajo la luz del sol? l siempre me deca que contase la verdad y no desobedec

    sus recomendaciones.

    - Soy como usted pero -no era la falta de palabras lo que me haca dudar, tema

    incomodarle.

    - Pero qu?

    - Yo s puedo ver el sol.

    - Est bien, pronto lo averiguaremos pareca preocupado, pero no le disgust mi

    insistencia.

    Estaba deseando demostrarle al maestro que a m no me quemaba la luz del da pero respetaba sus

    normas y su autoridad aunque no me faltasen ganas de saltrmelas. Me dola que no me hubiese

  • credo. Pasaron semanas, tal vez fueron meses, hasta que volvimos a hablar de ello.

    - Graco, t me has visto a m comer alguna vez? yo tena la boca llena de nueces con miel

    y le contest moviendo la cabeza negativamente- Saborea bien esos frutos porque a partir de

    hoy ayunars, nosotros no necesitamos comer.

    El maestro me cont cmo se alimentaba l, y aunque no comprend sus explicaciones, las di por

    buenas. Lo que verdaderamente me afliga era tener que prescindir de aquellos manjares. Me sent

    castigado y me equivoqu. l segua buscando semejanzas entre nosotros, quera asegurarse de que

    era de su raza antes de enfrentarme a la gran prueba, y eso, yo lo ignoraba.

    Acat ordenadamente sus deseos y contuve los mos, dej de comer y si bien pas hambre los

    primeros das acab habitundome a la abstinencia. Lo sorprendente fue que mi pequeo organismo

    no se debilit, se mantena gil y saludable a pesar de la falta de alimentos. Aunque no me sintiese

    cmodo con la descripcin que el maestro haba hecho de su casta, los hechos se empeaban en

    demostrar que era como l, yo tampoco necesitaba comer.

    - Graco, te acuerdas del da que me contaste cmo era el sol? difcilmente lo olvidara,

    fue la primera vez que sent que dudaba de m, no crey la verdad que le cont- Me gust lo

    que dijiste, te expresaste muy bien, pero necesito estar seguro de que lo has visto realmente,

    es muy importante, lo entiendes? me limit a asentir con la cabeza.

    - T me dejaras salir de este lugar si supieses que morira?

    - No su pregunta me sobresalt.

    - Yo tampoco quiero que te pase nada el maestro llevaba un jarra metlica en la mano que

    no haba visto nunca y hablaba paseando sin detenerse-. Ahora, fuera de estas paredes es de

    da y estar luciendo el sol se detuvo y me mir con ceremoniosa entereza para exigirme de

    nuevo la verdad- Graco, es cierto que has sentido sus rayos quemndote los ojos?

    - S.

    - Entonces sal y recoge unas flores para este jarrn.

    La luz de la maana resultaba cegadora, llevaba meses entre tinieblas y me cost adaptarme a

  • sus resplandores. Tard ms de lo esperado en cumplir el encargo del maestro, entre las ruinas

    del poblado no crecan flores y en la montaa escaseaban. Chupamieles y campanillas eran las

    que solan florecer en primavera y supongo que eso fue lo que recolect. Con un pequeo manojo

    de flores le demostr que deca la verdad y l se sinti muy feliz cuando me vio aparecer sano.

    - Querido Graco me abraz y sent la frialdad de su cuerpo como la primera y nica vez

    que habamos volado juntos, aunque ahora no tirit-es cierto que no te daan los rayos del

    sol y eso significa que hay esperanza para m y para los de mi raza.

    - Se curarn? pregunt optimista.

    - No lo s se separ de m y cogi el ramo de flores que yo empuaba-, pero si t lo has

    conseguido quizs puedas ensearnos el camino.

    - Yo?

    - Quin si no? De nosotros t eres el nico que conozco que puede mirar al sol y salir a

    recoger flores a plena luz del da hablaba disponiendo mi exigua cosecha en el jarrn,

    intentando contener las lgrimas que acudan a sus ojos.

    - Maestro, usted tuvo padres?

  • Captulo 3. La promesa.

    La presencia de Graco desempolv sentimientos y expectativas que supona desterrados en m desde

    que adquir mi condicin actual, en cierto sentido su presencia me humanizaba. La soledad acaba

    siendo una lpida ms pesada que la que cubra el sepulcro desde el que escuch la historia del

    semejante que no se ocultaba de los amaneceres. Tena muchas razones para sentirme satisfecho de

    mi discpulo, no creo que hubiese otro ms despierto y aventajado que l, rpidamente aprendi la

    lengua que antes nadie haba procurado instruirle, pero ms notable fue su capacidad de reflexin y

    su inagotable afn de superacin que me pona a prueba constantemente. Maestro y pupilo

    aprendamos el uno del otro y eso haca que el da a da resultase inspirador. Me consideraba un

    mentor muy afortunado.

    Del nio desvalido que trabajosamente pronunciaba lacnicas palabras pronto slo qued su

    recuerdo, Graco se transform en un adolecente atltico, valeroso y prudente del que necesariamente

    deba estar orgulloso. Llevbamos juntos casi una dcada y el Monte del Pindo y sus alrededores se

    quedaban pequeos para l, necesitaba ampliar sus horizontes y tener nuevas experiencias que le

    ayudasen a seguir creciendo. Era el momento indicado para que visitase de nuevo ese mundo que

    lo haba maltratado en su infancia y del que conservaba escasos y nocivos recuerdos. Graco, cuando

    rememoraba esa etapa de su pasado, slo hablaba afectuosamente de Elda, la mujer que lo cuidaba

    antes de que yo apareciese en su vida. El paso del tiempo no consegua sustraerla de sus

    evocaciones, era la huella emotiva ms intensa que guardaba. De sus padres segua sin recordar

    nada.

    - Maestro, aquella vez usted afirm haber tenido padres. Tambin mencion que no se nace

    siendo lo que somos, que todos los nuestros necesariamente nacieron de un hombre y una

    mujer, se desarrollaron y crecieron hasta el momento en que fueron transformados, entonces

    irremediablemente murieron para despus abrir los ojos a esta nueva existencia. La

    seriedad de sus palabras me tomaron por sorpresa, por lo que antes de hablar le alent que

  • prosiguiera con un sutil gesto-. A pesar de mis habilidades por largo tiempo he albergado la

    inquietante cuestin de saber; cmo encajo en todo esto? Cmo s que verdaderamente

    pertenezco a sta naturaleza cuando yo no tuve que transitar el mismo camino? Me

    desampara pensar que no pertenezco a ninguno de ambos mundos.

    - Graco es verdad que tu extraordinaria naturaleza te vuelve nico pero no debes pensar que

    eso te excluye de compartir un fuerte vinculo con nosotros. Que no recuerdes a tus padres no

    significa que no existieron. Y la muerte, es un proceso del cambio tan fuerte y doloroso que

    algunos olvidan que pasaron por eso. No as de tu inslita habilidad de resistir el sol y

    transitar las diferentes etapas humanas con la puntualidad que lo has venido haciendo es

    ciertamente desconcertante. Encontrar a esa mujer que te cuido cuando eras mas nio,

    podra ayudarnos a develar algunas seales de tu pasado Graco sonri al recordar.

    - Aunque no pude verlo s que la mataron, pero niego esa verdad y sigo pensando que

    consigui salvarse le angustiaba el conflicto que siempre provocan los sentimientos cuando

    se enfrentan a la razn-. Quisiera poder aceptar su prdida y ni siquiera me siento capaz de

    intentarlo.

    - Graco, no quieras matar prematuramente tus sueos, deja que las evidencias te hagan

    despertar de ellos. Si yo hubiese desistido de ir al encuentro del mo, nosotros no nos

    hubisemos conocido.

    - Cre que encontrar a Elda como usted me encontr a m? el entusiasmo le llevaba

    suponer que el suceso menos probable era el ms indiscutible.

    - Graco, no interpretes equivocadamente mis palabras, las evidencias tambin podran

    demostrarte que Elda muri a manos de aquellas gentes su luminosa mirada volvi a

    empaarla la tristeza-. Pero sera un indicio que valdra procurar. Graco, voy a darte una

    noticia que te gustar, maana emprenderemos juntos un largo viaje con semejante novedad

    pocas pesadumbres no se desvaneceran.

    Durante tres aos recorrimos Grecia de norte a sur, y raro era que en cualquier latitud a la que nos

  • desplazsemos no encontrsemos tropas y huestes batallando. La guerra siempre estaba presente. Si

    no eran los persas sasnidas quienes saqueaban las ciudades y las haciendas, lo hacan los rabes o

    los implacables otomanos. El odio y la codicia provocaban constantes y seculares enfrentamientos.

    - El imperio languidece y ya no puede ocultar sus debilidades, se acaba un mundo y

    florecer otro que tambin se agotar, todo cambia, nada es dije recordando a Herclito,

    el oscuro filsofo de feso cuando de pronto me abordo con otra de sus caractersticas

    cuestiones.

    - Maestro, desde que vivo en su compaa me he dado cuenta de que usted no envejece, pero

    yo s, cree que yo vaya a envejecer?

    - Es cierto que el paso del tiempo ha dejado su huella en ti, pero dudo que se deba a lo que

    sospechas, no s cundo pero seguramente dejars de crecer. Mi aspecto es el que tena

    cuando fui abrazado, y t, como eras un nio, crecers hasta que tu naturaleza lo crea

    conveniente lo expres sin demasiada conviccin porque slo eran suposiciones.

    Graco conoca sobradamente la vida de los campesinos y las costumbres nocturnas de los habitantes

    de mundanas ciudades, pero nunca haba visto cmo se fabricaba un pao de seda y ese era uno de

    los oficios ms acreditados y prsperos del imperio que ahora agonizaba.

    - Si no ignoras cmo se ordea una vaca, tambin habrs de entender cmo se teje un pao

    siempre que fuese posible, no quera que ninguna de sus curiosidades quedase insatisfecha.

    - Maestro, no s si ha reparado en que esa visita tendramos que hacerla despus del

    amanecer y antes de que anocheciese. Usted no podra estar presente.

    - Te equivocas, hay muchos telares que nunca detienen su labor. Los abundantes encargos

    que reciben y la ambicin de sus propietarios han llevado a ello. Esta noche tendrs ocasin

    de ver la destreza de grandes y annimos artesanos.

    Aparentamos ser mercaderes de telas que se dirigan a Samarcanda luego de atravesar Persia y el

    encargado del taller, gratamente sorprendido por nuestra visita, nos mostr de buen grado el preciado

    gnero que atesoraban sus almacenes y las labores de los diestros artesanos que trabajaban para l.

  • Nos hablaba como si fuese el dueo del telar, soslayando su condicin de mero empleado.

    Estbamos ascendiendo al piso superior para que nos mostrase las preciadas tramas de seda que

    supuestamente buscbamos, cuando un grupo de salteadores, posiblemente mercenarios envilecidos

    por su oficio de matar, entraron en tropel en el taller degollando a cualquiera que encontrasen en su

    camino sin mediar palabra, despreciando la vida ajena como se desdeara a la mismsima carroa.

    Uno de ellos, el que capitaneaba al grupo, irrumpi en el local montado sobre su caballo y desde ste

    acometa a los indefensos artesanos que se desplomaban mortalmente descabezados.

    Aquellos sanguinarios forajidos aprovechaban la noche para perpetrar sus fechoras, el asalto no era

    producto de la casualidad, iban en busca de las valoradas y lujosas mercancas que all se

    confeccionaban. El arrojo de los escasos hombres que disponiendo de espada intentaban hacerles

    frente resultaba suicida, ellos y sus cabezas caan segados por la destreza batalladora de los

    asaltantes. No dej que Graco interviniese aunque saba que estaba desando hacerlo.

    - No ser necesario que entres en combate, pero quiero que ests muy atento a su desarrollo

    mi discpulo slo haba practicado la lucha conmigo y no era igual mostrarse ducho en un

    entrenamiento que pelear en un cuerpo a cuerpo donde es necesario matar para no morir.

    Desenvain mi espada y volando desde la escalera hacia los bandidos, sin darles ocasin de

    defenderse, amput los brazos a cuatro de ellos antes de que pudiesen percatarse de mi presencia.

    Les pagu con su misma moneda. El mal encarado que los encabezaba, cuando vio a los suyos

    desangrndose y vociferando su letal mutilacin, pic espuelas a su caballo y se precipit al galope

    sobre m, pretenda que el animal me patease debocado para luego rematarme l.

    En lugar de evitar sus intenciones avance decidido hacia ellos y colocndome debajo del vientre del

    animal lo impuls con tal violencia que jinete y corcel atravesaron el techo del taller y fueron a caer

    a uno de los patios exteriores que lo rodeaban. Ante aquella portentosa demostracin de superioridad

    los asaltantes que quedaban emprendieron la huida tan atropelladamente como iniciaron su

    despiadado ataque, pude haberlos liquidado a todos pero abundar saudamente en la venganza

    hubiese sido un mal ejemplo para Graco. Quise que comprendiera que es necesario saber detener la

  • espada para no caer en el desmedido uso de la fuerza que poseemos. Los ardores de la lucha nunca

    deberan hacernos olvidar contra quines nos enfrentamos y aquellos desalmados eran simples

    humanos.

    Cuando la refriega acab el solcito encargado del taller nos miraba atemorizado, seguramente

    pensaba que ramos un par de malhechores mucho ms peligrosos que los que yo acababa de

    ahuyentar. No dejamos crecer sus sospechas, la curiosidad de Graco estaba sobradamente satisfecha

    y nuestra presencia all careca de sentido, nos marchamos sin dar explicaciones y el capataz debi

    de respirar aliviado.

    Juntos recorrimos diferentes regiones ms all de la frontera, villas, pueblos y ciudades que

    sorprendan a Graco por su diversidad, todo era nuevo para l. A m me sobrecogi encontrar

    Francia arruinada por una infructuosa y prolongada guerra con su reino vecino de ultramar y no

    encontrar la prspera nacin que otrora haba visitado. A lo largo de la vasta y provechosa travesa

    que compartimos nos sorprendieron innumerables contratiempos y de todos ellos supimos salir

    airosos y ms preparados para dirimir nuestra propia existencia. Graco se reconcili con el gnero

    humano, comprendi que las pasiones que precipitaban a los mortales en la prfida crueldad tambin

    les conducan al encomiable altruismo, todo dependa de cmo stos manejasen sus sentimientos en

    cada momento, por eso podan ser igualmente mezquinos que generosos o arrogantes.

    - Graco, no olvides que entre nosotros tambin se cultivan esa clase de males como la

    iniquidad, la malicia y la perversidad, probablemente en mayor medida porque vamos

    perdiendo nuestra humanidad. Pero te aseguro que no todo est perdido, pues he sido testigo

    de grandes actos de bondad entre los nuestros.

    Despus de algunos aos de recorrer los principales reinos de Europa regresamos a Grecia hasta

    detener nuestro prdigo y estimulante viaje en el monte Olimpo. Con botas de piel, gruesos ropajes y

    capas de lana burda nos internamos en los bosques nevados para iniciar el ascenso, otra singularidad

    de Graco es que su cuerpo emite calor, no obstante no fue la nica razn pues el fro congelante

    tambin afecta a mis especie. All pasamos una larga temporada entrenando el combate y la

  • supervivencia en las extremas situaciones que propician las altas y nevadas cumbres de las

    montaas. Las heridas sufridas tardaban ms tiempo en sanar y en ocasiones eran cauterizadas por el

    viento congelante que soplaba sin misericordia. Pero quera que mi discpulo estuviese en

    condiciones de afrontar cualquier peligro en el peor de los escenarios, que supiera defenderse del

    enemigo ms temible que encontrara donde quiera que ste le asaltase. La lucha entre iguales era un

    reto de alto riesgo para el que tendra que estar perfectamente dispuesto.

    Desde la inolvidable noche en que destroz al lobo con sus manos, Graco no haba vuelto a exhibir

    su portentosa fuerza y yo quera saber si segua conservndola. Tena que estar seguro de que su

    desarrollo fsico iba a la par que el de sus poderes. La prueba a la que lo somet fue un desafo tan

    doloroso como necesario, le ped que utilizando la fuerza de sus manos se abriese camino a travs de

    un imponente desfiladero de roca grantica. Graco permaneci perplejo unos instantes como tratando

    de descifrar un acertijo imposible ante lo cual me adelante y de un solo golpe para sorpresa de mi

    aprendiz romp la roca frente a m. Al tiempo que mi amoratada mano sanaba, le hice saber que

    nuestra especie posee una fuerza superior a la de los mortales, que l tambin deba asegurarse tener

    y desarrollar.

    Entonces Graco comenz la prueba pero al cabo de un momento que intentaba cumplir mis deseos la

    piedra permaneci en su sitio. Ni el gran numero de impactos o el incremento de intensidad en los

    mismos surti efecto, los frenticos golpes que lanzaba sobre los cortantes farallones apenas dejaban

    huellas sobre ellos. Sus manos ensangrentadas eran las que daban testimonio del baldo y terrible

    desgaste que realizaba. Fue igual de difcil pedirle que continuara.

    - Maestro, nunca lo conseguir dijo volvindose hacia m apesadumbrado.

    - S que la prueba a la que te enfrentas es sumamente penosa, pero si renuncias a encontrar

    tu verdadera fuerza y no aprendes a invocarla, de poco habr servido todo lo que te he

    enseado a lo largo de estos aos. Esta prueba me dir si ests preparado para sobreponerte

    a la adversidad y realizar tu destino. Sabr si llegado el momento tendrs la voluntad

    necesaria para pelear hasta el fin.

  • Mis palabras lo colocaban ante un acuciante dilema, en el caso de que sus energas se hubiesen

    debilitado, adems de no poder enfrentase a un semejante, los dos nos alejaramos para siempre de

    las verdades que perseguamos. Visiblemente conmovido Graco me dio la espalda y se encar al

    ptreo desfiladero para comenzar a hundir sus lastimados nudillos contra la dura piedra una y otra

    vez.

    - Recuerda aquel sentimiento de abandono y desamparo que me has comentado te ha

    perseguido en sueos y que es producto de tu inconsciente necesidad de encontrarle un

    sentido a tu existencia. Tu pasado no importa en este momento, si te propones sobrepasar tus

    lmites podrs saber quin eres ahora y que estaras dispuesto a dar por encontrar tu

    propsito y cumplir tu destino.

    Al escuchar mis rotundas afirmaciones sus ojos comenzaron a brillar con un intenso resplandor

    azulado y las heridas de sus manos empezaron a cicatrizar. Graco sigui intentando hasta que

    profiriendo un sonoro grito que reson con todo su ser, semejante al que exhal en el bosque antes de

    acabar con la vida del lobo. Liber sin reservas su portentosa fortaleza y lanz un tremendo puetazo

    que arranc de golpe una colosal roca cien veces mayor a la que yo haba destruido. Algo

    inasequible para cualquier mortal o inmortal que yo conociese, aquel muchacho era mucho ms

    poderoso que nosotros.

    A los dos nos sobrecogi el sonido del desprendimiento que su golpe ocasion, en el desfiladero

    resonaban a la vez las armonas de la victoria y el estrpito de la destruccin. Siempre que se da un

    enfrentamiento del que deviene un triunfador as sucede. Su feroz aspecto se evapor de su rostro y

    su crispado cuerpo recobr sus habituales y atlticas armonas.

    - Maestro, creo que mis energas aparecen cuando percibo que voy a sufrir una importante

    prdida, con el lobo tem por mi vida y hoy me atemoriz la idea de nunca encontrar el

    sentido de mi vida llevaba razn y me preocupaba que su fuerza no dependiese enteramente

    de su voluntad, que tuviese que verse al lmite para que sta surgiera.

    - S, Graco, parece que son las grandes emociones las que desatan tu desmesurado poder, las

  • emociones son muy intensas en los jvenes, fuente de la mayor fuerza interna, pero es uno

    quien les da sentido y no stas a uno. No olvides que stas pueden impulsar a realizar lo que

    parece imposible pero tambin podran convertirse en tu mayor debilidad, procura

    utilizarlas con sabidura y no te dejes arrastrar ciegamente por ellas.

    Graco ya estaba en condiciones de no tener que ocultarse ms entre las sombras y de vivir sus

    propias experiencias sin que yo fuese testigo de ellas, esa sera la ltima prueba a la que lo

    sometera para eximirle definitivamente de mis enseanzas. Mi xito como maestro consista

    precisamente en eso, en dejar que se alejase de m confiando en que tomara las decisiones

    apropiadas por s mismo.

    - En todos estos aos que he tenido el privilegio de compartir contigo me has demostrado

    con creces tu afn de superacin, tu disciplina y el indudable arrojo que atesoras, estoy

    orgulloso de ti y creo llegada la hora de que nuestros caminos se separen por un tiempo se

    lo dije en el desfiladero donde semanas antes haba demostrado que era ms poderoso que

    yo mismo.

    - Saba que esto pasara, de hecho lo esperaba, y an as, me preocupa su ausencia. Con

    quin consultar mis incertidumbres cuando no est a mi lado?

    - Esas palabras confirman la necesidad de nuestra separacin, nos alejaremos para que t

    averiges qu le sucedi realmente a Elda, esa bondadosa mujer que te cuid en la infancia,

    tal vez as puedas encontrar nuevas referencias de tu pasado y yo har lo propio con nuestros

    ancestros. Te prometo que buscar respuestas a lo que ahora desconocemos sobre los

    nuestros, y cuando volvamos a vernos, podr esclarecer las dudas sobre el linaje que

    compartimos, y gracias a tu inmunidad a la luz del da, sabremos cmo liberarnos de nuestra

    condena.

    - Maestro, qu plazo nos daremos para resolver tan espinosos cometidos?

    - Cinco aos, transcurrido ese tiempo nos reuniremos en mi refugio de los Montes del Pindo

    se senta halagado por mi confianza en l pero lo desconocido le provocaba inseguridad-.

  • La primera decisin que tendrs que tomar ser la de elegir el da de tu partida, eso queda

    en tus manos.

    Graco me anunci con su limpia y perspicaz mirada la breve e inminente despedida que bamos a

    protagonizar, hizo lo que yo tambin hubiese hecho, no quiso prolongar el adis que inexorablemente

    tendramos que darnos.

    - Maestro, espero no defraudarle nos abrazamos conmovidos.

    - Yo tambin espero poder cumplir mi promesa.

    Graco parti a consumar su misin y yo aquella misma noche emprend una nueva y peliaguda

    bsqueda, el origen de nuestra estirpe no pareca ser una materia conocida entre los nuestros. Sobre

    ella reinaba un general y sorprendente desconocimiento. Los meses transcurran y no hallaba ninguna

    pista esclarecedora, mis indagaciones me remitan una y otra vez a lo que ya saba del asunto en un

    estril crculo vicioso. Si no lo rompa con otras noticias, fuesen de la clase que fuesen, mis

    pesquisas nunca progresaran.

    No obstante, la falta de resultados no mermaba mi disposicin a continuar buscando la verdad sin

    desfallecer. Las desalentadoras experiencias que super para encontrar a Graco, reforzaban an ms

    mi firme determinacin. Todo tena un origen y nosotros no podamos ser la excepcin, tarde o

    temprano dara con ste. Slo el tiempo, el plazo que haba dispuesto para volver a encontrarnos era

    lo que me preocupaba, tal vez no fuese suficiente. Me acord de la frase de Platn que mi fiel y

    apreciado amigo Artur Juliano sola repetir, El tiempo es la imagen de la eternidad en movimiento.

    No entenda cmo pude haberme olvidado de l, debera haberle consultado incluso antes de

    emprender la bsqueda.

    La ltima vez que Artur y yo nos habamos visto, el emperador Andrnico y su nieto batallaban por

    el trono bizantino, de eso haca ya un par de centurias. Artur Juliano era un general romano con el que

    trab amistad siendo los dos humanos, nos conocimos antes de ser abrazados y su franqueza y su

    fidelidad en seguida me conquistaron. Mi inesperada aparicin en su lujosa y decadente mansin

    florentina, adems de curiosidad despert en l aejos y sinceros sentimientos de camaradera.

  • - Siempre me he preguntado si ser nuestra naturaleza la que nos hace naufragar en el

    devastador aislamiento que padecemos, t qu crees? Artur era un militar cultivado,

    adems de estudiar a los grandes estrategas haba ledo mucha filosofa y escriba poemas

    hermenuticos que no todo el mundo comprenda.

    - Querido amigo, sospecho que la nica forma de combatir la indolencia y la soledad es

    avivar sueos y procurar alcanzarlos respond sin ocultar mi optimismo.

    - Sin duda tienes razn, pero qu anhelo podemos plantearnos los que somos prcticamente

    inmortales? A m, te confieso que ya hay pocas cosas que me conmuevan.

    - Comprendo perfectamente lo que dices porque tambin he sentido esa inapetencia, en

    buena parte fue ella la causante de mi reclusin en los Montes del Pindo, pero las cosas

    ltimamente han cambiado para m.

    Le cont a Artur la prometedora conversacin que despert mi prolongado letargo en m refugio de

    los Montes del Pindo y el arduo pero afortunado hallazgo de Graco, una criatura de nuestra raza que

    posee una descomunal fuerza as como una singular diversidad de habilidades tambin nicas entre

    los nuestros, siendo la principal de ellas poder resistir la luz el sol.

    - Adn, te conozco y s que eres enemigo de las exageraciones, pero resulta difcil de creer

    que ese joven del que hablas, siendo como nosotros, pueda sobrevivir a la luz del da. Es la

    primera vez que escucho hablar de algo semejante Artur se mostraba sorprendido e

    interesado.

    - Comprendo tus reservas, de estar en tu lugar supongo que tambin las tendra, pero yo he

    compartido con l ms de dos dcadas y te aseguro que todo lo que te he contado lo he visto

    con mis propios ojos.

    - Francamente no s qu decir, tal vez sea una milagrosa excepcin

    Aunque Artur no quisiese contrariar mis palabras, fue incapaz de disimular su profundo

    escepticismo. Se moderaba porque era un amigo, pero le faltaban evidencias para dar crdito a

    mis inauditas aseveraciones.

  • - Yo no albergo ninguna duda, estoy seguro de que Graco es un ser extraordinario y presiento

    que podra ensearnos el camino de nuestra liberacin.

    - Adn, por favor, si ya resulta embarazoso creer lo que cuentas de tu joven discpulo, no

    pretendas hacer extensivos sus excepcionales atributos a todos los de nuestra raza. Si

    realmente fuese una criatura nica, para conservar su singular esencia, no podra cambiar la

    naturaleza y el destino de los que estamos condenados.

    - Y por qu no, conoces alguna providencia que lo impidiese? sorte sus divagaciones

    filosficas plantendole un interrogante al que no podra dar respuesta- Alardeamos de tener

    dones sobrehumanos y sabemos muy poco sobre nosotros mismos.

    Mi experiencia hablaba por m, llevaba meses indagando acerca de nuestros orgenes y estaba

    empezando a sospechar que era el secreto mejor guardado del mundo.

    - T ests al corriente de esos temas, podras decirme quin o quines fueron los que

    iniciaron nuestra raza?

    - Desde luego que no, son pocos los que conocen esos asuntos mi entereza y su reconocida

    ignorancia no conseguan despojarle de su incredulidad.

    - No te parece alarmante que desconozcamos los hechos que podran facilitarnos la

    salvacin?

    - Adn, no confundas lo incierto con lo inverosmil, una cosa son los confusos orgenes de

    nuestra raza y otra muy distinta la ficticia redencin de sta.

    - Eres t el que se equivoca separndolas, en nuestros ancestros tal vez est la clave, la

    puerta que Graco atraves para ser como es en la actualidad.

    Artur, siendo admirador del sabio Pirrn, dejaba que las dudas guiasen sus pensamientos, necesitaba

    pruebas y lamentaba que Graco no me acompaara para que le mostrase sus inusitadas facultades. Mi

    amigo no crea en la redencin, la condena que pesaba sobre nosotros la supona perpetua mientras

    no se demostrara lo contrario. Algo que le costaba imaginar, de hecho no lo haca.

    - Siendo un empeo tan confuso y teniendo tan pocas posibilidades de alcanzarlo con

  • solvencia, crees realmente que merece la pena intentarlo?

    - S, har cuanto est en mi mano para cumplir la promesa que le hice a Graco. l espera

    respuestas a esas trascendentales preguntas y te aseguro que slo el fracaso me detendr.

    Artur se levant pensativo y camin hacia la herrumbrosa y carcomida armadura que colgaba de una

    de las paredes del inmenso y lgubre saln.

    - Envidio tu entusiasmo a pesar de estar en desacuerdo con tus propsitos, creo que

    deberas visitar a lord Lawrence di Gabett, le conoces, sabes quin es?

    - S, es el gran maestre de la Orden Roja, pero poco ms podra aadir acerca de su vida

    y de su persona lord Lawrence era un personaje indito para m, jams le haba visto.

    Artur hablaba dndome la espalda, acariciando con las yemas los dedos la maltrecha y veterana

    armadura que tantas veces se habra teido de sangre propia y enemiga, seguramente evocaba las

    ambiciones y el entusiasmo que entonces le empujaban.

    - Hace ya ms de diez siglos que lord Lawrence y los suyos se establecieron al noroeste

    de Wells, en Inglaterra, en un frondoso valle que est cercano a la costa. Cuando llegaron a

    ese lugar mantuvieron feroces contiendas territoriales con otras dos poderosas rdenes que

    tambin pretendan ocupar el territorio ingles abandon su vieja armadura y se volvi haca

    m con el rostro maltrecho por la nostalgia-. Estuvieron trescientos aos guerreando, corri

    demasiada sangre pero desde que acordaron el armisticio, que yo sepa, la paz reina entre

    ellos.

    - Hblame de lord Lawrence, por qu piensas que l podra ayudarme? si un escptico

    como Artur se atreva a recomendarlo, posiblemente sera vital para mis intereses.

    - Yo nunca he tratado con l de esos temas, pero s que en su longeva y clarividente memoria

    se conservan circunstancias y acontecimientos que podran serte de gran ayuda.

    - El problema ser acceder a l un gran maestre difcilmente le prestara odos a un

    desconocido como yo-, t crees que me recibir?

    - Es difcil que lord Lawrence se deje ver, resulta esquivo incluso para sus ms allegados,

  • debes presentarte como lo que eres, un amigo mo que quiere verle. Dile que vas de mi parte

    y es posible que acceda a entrevistarse contigo.

    - Gracias, Artur, as lo har. No hay nada ms que debera saber antes de pedirle

    audiencia?

    - S, y es muy importante. Lord Lawrence, adems de poseer una portentosa memoria,

    tiene la facultad de leer la mente de sus interlocutores. Si finalmente consiente en recibirte

    evita pensar en aquello que no desees que l conozca.

    El reencuentro con Artur Juliano fue para m providencial, haba localizado un lugar al que acudir y a

    un personaje al que interrogar, senta tanto agradecimiento hacia mi viejo amigo como deseos de

    emprender el viaje a Wells.

    - Mi relacin con lord Lawrence siempre ha sido cordial, pero aunque no haya agravios

    entre nosotros quiero que sepas que no es de mi absoluta confianza.

    - Ests dndome a entender que podra mentirme ocultndome lo que realmente sabe?

    eso sera terrible, perdera el tiempo persiguiendo quimeras.

    - No. Si pensase as evitara alentarte para que fueses en su busca, lo nico que digo es

    que si necesitases mi ayuda yo te la prestar gustoso.

    Artur, navegando en su personal ocano de dudas, buscaba el lado oscuro donde slo pareca lucir la

    claridad. Saba que no sera sencillo y que el tiempo corra contra mis intereses, pero esperaba

    resolver por m mismo los aprietos que se me presentasen.

    - Tendr presente tus palabras dije brindndole la mano-, gracias por tu inestimable

    ayuda.

    - No lo olvides apretaba mi mano con la misma energa que empuara su espada-, como

    en los viejos tiempos, si has de luchar, luchar a tu lado.

    - Como siempre lo has hecho amigo mo.

  • Captulo 4. Propsitos inciertos.

    El conocimiento, en todas sus disciplinas, era para el maestro un arma tan slida y poderosa como la

    espada manejada por una diestra mano. No se cansaba de repetirme que todo lo que ocurra ya haba

    sucedido anteriormente y que de ello estbamos obligados a aprender para no equivocar nuestro

    camino.

    - Quien desconoce el pasado difcilmente podr sortear las amenazas del presente, slo

    estudiando nuestros orgenes podremos aspirar a ser diferentes.

    - Maestro, cambiara usted su condicin actual por volver a ser mortal? mi consulta movi

    su sonrisa.

    - Por supuesto, la vida de los humanos tiene un curso natural que nosotros hemos

    interrumpido. Es cierto que desarrollamos habilidades que un simple mortal solo podra

    soar, pero tambin perdemos cualidades que hacen excepcional la experiencia de vivir,

    entre ellas la capacidad de crear una nueva vida.

    Sus palabras estimulaban mi curiosidad y me transmitan la certidumbre que mi mundo poblado de

    dudas reclamaba. En sus sobrios y sugestivos comentarios siempre encontraba alivio a mis cndidas

    y paradjicas quimeras, asuntos poco o nada originales que considerados desde mi lgica infantil

    cobraban relevancia y devenan en misterios inquietantes.

    - Porque alguien abandonara un nio? Le pregunt sin ms.

    - S, es posible que tus padres te abandonasen, pero ten por seguro que tendran sus razones,

    tal vez se vieron obligados a hacerlo.

    Sus respuestas, por sencillas y sumarias que fuesen, resultaban balsmicas para m. El maestro me

    cultivaba el espritu sin descuidar el necesario adiestramiento de mi cuerpo, por eso, a muy temprana

    edad, decidi iniciarme en el manejo de las armas. Antes de permitirme empuar la espada de

    madera con la que iniciara mi aprendizaje, me hizo repetir en voz alta que un buen guerrero debe

    ser tan inteligente como valeroso.

  • - El coraje es una cualidad esencial para la lucha, pero si desenfundas la espada sin utilizar

    la cabeza corrers el riesgo de perderla para siempre. Matar o morir no son hechos

    intrascendentes, slo habrs de recurrir a la violencia cuando sea necesario, nunca exhibas

    tus habilidades gratuitamente.

    El maestro no me dej utilizar un arma verdadera hasta que no interioric los principios esenciales

    del combate y le demostr cumplidamente que dominaba las diferentes tcnicas sin elevar los codos,

    sin encoger los hombros, y sobre todo, sin mostrar nerviosismo.

    - Fjate bien, el movimiento de la espada se inicia con... el acero cortaba el aire cuando el

    maestro imparta su leccin y yo segua ensimismado cada uno de los movimientos del

    maestro procurando memorizarlos.

    Ambicionaba tanto conseguir el privilegio de blandir una espada de metal que en seguida comprend

    el significado de sus lecciones hasta que entonces desconoca y atacaba a mi instructor y me defenda

    de sus acometidas. Descubrir los secretos de la lucha y poder llegar a dominarlos se convirti para

    m en una apasionante e imperiosa necesidad. Quera crecer para convertirme en el guerrero que

    protagonizara heroicas epopeyas como las que escuchaba en los labios del maestro.

    - Cuando tengas la espada en la mano has de sentir la armona y el ritmo de cuanto te rodea,

    slo si eres capaz de percibirlos conseguirs la velocidad y la exactitud que te llevarn a la

    victoria con cada nueva exigencia que me planteaba yo senta que jams acabara de

    aprender a combatir.

    Pronto comprob que el manejo de la espada era complicado y extremadamente sutil, pero pona

    tanto empeo en los duros entrenamientos que a diario realizaba, que hasta en sueos segua

    luchando. Me enfrentaba a dragones imaginarios que echaban llamaradas por las fauces, mataba a los

    delirantes hombres con cabeza de perro que me atacaban o tena que escapar de prfidas medusas

    que pretendan convertirme en una exnime roca con su fulminante mirada, y a veces, cuando estaba a

    punto de perder la vida, me despertaba sobresaltado.

    - Qu te sucede, has tenido una pesadilla?

  • - S, maestro, la certera flecha que un arquero dispar a mi corazn me ha desvelado.

    - El que puede prever el tiro de la ballesta ser ms rpido que l y no le desvelarn esas

    fantasas mi instructor esperaba tanto de m que a veces tema no poder complacerle.

    Fue improvisando un veloz y arriesgado tajo circular sobre una sola pierna como me gan lo que

    tanto codiciaba, el favor de utilizar una verdadera espada. Inici el ataque antes de que me lo

    ordenase y le cog de improviso, no se lo esperaba y perdi el equilibrio. Si no hubiese utilizado su

    poder para mantenerse en pie el tremendo golpe que le propin lo habra derribado.

    - Desde hoy llevar ms cuidado contigo porque vas a utilizar una espada como la ma me

    sorprendi que premiase mi osada en lugar de ofenderse- T no has respetado las reglas,

    pero yo debera haber sabido defenderme.

    Entrenar con una espada de metal supuso para m el premio que tanto haba perseguido pero me

    present un serio inconveniente que no esperaba, mis msculos, mis articulaciones, mi mueca y mi

    mano, estaban habituados a ejercitarse con mucho menos peso. Tuve que fortalecerlos para recuperar

    la desenvoltura y la precisin que haba alcanzado con mi vieja espada de madera. Hubo que

    empezar desde el principio.

    - Querido Graco, nunca sabremos lo suficiente sobre lo que creemos haber aprendido, todas

    las disciplinas nos exigen seguir cultivndonos en ellas, y especialmente la lucha, ya que

    combatiendo ponemos en juego lo ms importante que poseemos aunque nuestros cuerpos

    se recuperasen de las heridas, una segadora tajada que nos cortase la cabeza resultara fatal,

    seramos incapaces de colocarla de nuevo sobre los hombros.

    El maestro hablaba de infinidad de temas con sabidura y explicaba cosas que para mis precarios

    saberes resultaban incomprensibles, pero lo que no poda esclarecerme era el sentido que los seres

    como nosotros tenamos en la Tierra. Eso l tambin lo ignoraba, y su desconocimiento me

    provocaba inquietud. El maestro supona que existamos desde que apareci el hombre en ella, en

    cierto sentido ramos la sombra de los humanos. Expresaba vaguedades que tampoco saciaban su sed

    de conocimiento, no se las crea.

  • - Tambin he escuchado contar historias en las que se deca que nuestros orgenes son an

    ms antiguos, pero quizs slo sean habladuras, leyendas su desconcierto lo

    apesadumbraba, se le notaba que tema no poder desentraar ese trascendental misterio.

    Aunque le demostr que los rayos del sol no me daaban, el maestro no cambi las normas que

    ordenaban nuestras costumbres y sigui prohibindome abandonar solo el refugio, un derecho que

    permaneciendo supeditado a mis progresos como discpulo no saba a ciencia cierta cundo lo

    alcanzara. El respeto y la absoluta confianza que tena depositados en l, hacan posible que

    asumiese sus reglas sin mostrar la menor rebelda. Lo veneraba tanto o ms que a un padre ejemplar.

    - Nadie puede saber cundo estars en condiciones de enfrentarte en solitario a los

    amaneceres, eso depender de ti mismo de mis pequeas e insignificantes conquistas

    cotidianas, lo ira logrando sin apenas darme cuenta.

    De todas las extraas disparidades que yo reuna con respecto a los nuestros, no poder volar era lo

    que realmente me importunaba, en eso s que los envidiaba. El maestro me confes que dejara de

    hacerlo si pudiese ver el sol y yo renunciara a las energas que mostr matando al lobo que me atac

    a cambio de surcar los cielos como un halcn.

    - Graco, eso no ha de preocuparte, yo tampoco puedo utilizar cierta magia como s lo hacen

    otros de nuestra raza. No obstante un da te dije que volaras y no creo haberme equivocado,

    cuando llegue el momento lo conseguirs la certidumbre de sus palabras me ilusionaba,

    saba que l nunca me engaara.

    El peso de las evidencias acab imponindose. Si sobreviva sin necesidad de ingerir alimentos y

    posea unas energas que ningn humano alcanzara jams, no deba crearme falsas ilusiones,

    perteneca a la misma raza que el maestro. No poda seguir engandome. Combat las equivocas

    apariencias que mi ser manifestaba prometindome a m mismo no albergar ms dudas sobre mi

    verdadera condicin. Y se lo confes a mi mentor.

    - Me alegra escucharte decir eso, slo as las enseanzas que recibes iluminarn a la

    criatura que habita en ti, Graco, la verdad siempre ha de prevalecer sobre tus deseos y tus

  • fantasas.

    Mucho antes de que tuviese ocasin de volver a emplear mi sobrenatural fortaleza, cuando la espada

    de acero se mova en mi mano con creciente agilidad y precisin, el maestro me sorprendi

    hacindome una desconcertante invitacin en las cumbres del Monte del Pindo.

    - Hemos subido hast