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Grimorio de la Muerte

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Libro de Cuentos

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Page 1: Grimorio de la Muerte

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Page 2: Grimorio de la Muerte

índiceA Gabriel Neftalí Corona Inda

A tí, que sientes el peso del papel entre los dedosy que estás dispuesto a acompañarme...

A tí Gaviota libre de libre vuelo,

Grimorio de la muerteGabriel Corona Ibarra Córdoba

Diseño e impresión:G-3 Impresiones

©Gabriel Corona Ibarra Córdoba

REG. SEP-INDAUTOR03-2009-062911462600-01

Primera edición 2010Impreso en México

LA DILIGENCIA DE FERMINA, 5

ADVERTENCIA, 11

LA HIJA DE LA NOCHE, 14

NOCHE CERO, 14

LA CARTA, 16

PRIMERA VISITA, 18

SEGUNDA VISITA, 18

LA TERCERA VISITA, 19

CUARTA VISITA, 20

ENCUENTRO, 21

LA ESPERA, 21

DESDE EL PRINCIPIO, 22

FRONTERAS, 25

TRECE VELAS, 26

BESTIARUM VOCABULUM, 27

XÓLOTL, 29

AMBYSTOMA MEXICANUM, 31

LA PLUMA, 33

GATO NEGRO, 35

Page 3: Grimorio de la Muerte

LOS GEMELOS, 35

GRAZNIDO, 37

TLALLI,48

EHECATL, 50

TLEMAQUILIZTLI.51

ATL.53

AUXILIO, AUXILIO AYÚDENME..., 54

TU NOMBRE, 55

DOBLE, 57

¿DÓNDE ESTÁS?, 60

TOCI, 62

LINDA GALLINA, 65

SENTIMIENTO, 65

MI CUENTO, 69

TEMPLO DE LA LUNA, 70

DUALIDAD LUNAR, 71

LUNA NEGRA, 71

Introducción

Escribo estas páginas empezando en el número cero; a manera deintroducción, ya que después de haber leído el contenido del presenteoccursus, me inspiraron el siguiente cuento:

La diligencia de Fermina

CAMINANDO tranquilamente por la gran avenida, embebido enextraños pensamientos y aletargado en sendas epifanías,súbitamente me vi de regreso en la realidad; como pluma de avetitánica sentí que algo me había caído en la cabeza.

Era una lámina de cartoncillo, con la figura de un ancianoque sostenía una lámpara dentro de sus vestiduras, de barbasblancas y mirada nostálgica, cuya inscripción era el número nueveromano. Miré hacia arriba, en dirección al balcón donde pudohaber salido despedida; producto de algún influjo del ventarrónque acababa de pasar. Subí la escalera de caracol que me conduciríahacia el lugar exacto. Era una escalinata frágil en la segunda plantade un antiguo edificio destinado a la renta de oficinas. Todas laspuertas se veían en desuso y selladas por el tiempo, sin embargo,la última se encontraba entreabierta.

-Entra, la carta te eligió-, era la voz de un hombreoctogenario, que resonaba desde el fondo de la estancia, oscura.En la negrura de la pieza, pude admirar tapices persas colgadosen las paredes, espadas de diferentes tamaños y nomenclaturas.La oscuridad no se debía pro ¡viniente a estos colguijes sino alcrecimiento de plantas trepadoras < | i u - Imcía tiempo transgredíanel panecillo exterior y que, MIS i . i m . i s se habían metido a través delas rendijas de las ventanas. I1',I lo lio .«• veía plagado de ellas.

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Gabriel Corona Ibítrru

-No temas a los gnomos que habitan en el techo- aquellavoz se tornaba cada vez más ronca. El aire era fresco, frío poralgunos instantes. El piso estaba plagado de diminutos charcos,producto de las lluvias recientes, el lugar no tardaría en sucumbir,la construcción sí que era frágil.

-Si has podido cruzar la primera sala, entonces no tepreocupes, llegarás-

-Disculpe señor; ¿cómo es que se le ha caído este icono, sino hay lugar por donde arrojarlo? Las ventanas estánprácticamente tapizadas, todo está ennegrecido...- dije con lavoz entrecortada.

-La personas, y aún las cosas, estimado peregrino, si sonhonestas no tienen porqué salir despedidas e infames por lasventanas; para ellas está la puerta-, un olor a tabaco empezaba aimpregnar el ambiente.

Cuando por fin estuve a unos cuantos pasos del sermisterioso, de un tirón se encendieron varias velas a su alrededor.Las flamas parecían salamandras bailarinas, que pendían dediminutos pabilos. En los muros podíase admirar extrañasinscripciones y dibujos ejecutados con gran maestría; un gallocon la guadaña en sus patas, varias constelaciones, planetas y lapalabra PERSEVERANCIA repetida en cada arista de la sala.

-Muy bien que has podido traspasar todas las estancias,jovencito; habitualmente cuando alguien viene siempre hayimpedimentos en alguna de ellas; de repente sienten una manohuesuda tocándoles el hombro, o una voz de ultratumbasusurrándoles palabras chocarreras; algunos sienten tanto frío queno ha l lan el valor suficiente para llegar hasta aquí. Lo peor es( n .nulo Lis musas muertas, de rostros espectrales y cuencos oscuroscu lugar de ojos, salen del enramado y ¡ay de ellos!- era un ancianovestido de levita y corbata de vieja usanza, muy elegante. Habíasendos volúmenes escritos en una lengua antiquísima sobre suescritorio.

Alagado por tanta cortesía, me sentí en la obligación moralde presentarme: -Mi nombre es...-

El Grimorio de la muerte

-Sé tu nombre, desde hace mucho; de no saberlo, entonceshabrías sido otro de los tantos equívocos visitantes-. De su pipadespedía un humo suave y denso, de tabaco aromático.

-¿De dónde viene tanto misterio, señor...?- él no me habíadicho su nombre.

-Alfredo Corona, abogado- contestó muy digno. —Una mujerbellísima ha venido desde muy lejos para dejarte un presente.EHa, precisamente hoy, se encuentra indispuesta, por lo que hadecidido retirarse a descansar. Sin embargo, me ha dadoinstrucciones estrictas sobre lo que he de entregarte.

En su mano derecha lucía un anillo cuyo grabado parecíaser el de la imagen de una rosa dentro de un triangulo invertido.El trato de este caballero me inspiró tanta confianza, que dejé desentirme tenso. A la izquierda del escritorio se encontraba unyelmo oxidado, coronado por un penacho de plumas apagadas ydespintadas por el paso implacable de los siglos. En su interiorhabía una vela blanca que se quemaba lentamente.

-Extraño artilugio, ¿no?- mi curiosidad crecía cada vez queadmiraba los rincones y objetos que la luz de las velas me podíaofrecer, el resto de la armadura se encontraba a mis espaldas. —Fue el regalo que un poderoso monarca obsequió a misantepasados, sin embargo, no es precisamente una investidurapara la batalla terrenal. Este rey fue a su vez descendiente unpoderoso mago y monarca egipcio; quien logró dominar por largosaños el corazón de Europa. Se dice que, el metal con que estáhecha esta formidable armadura, hacía que su ocupante traspasaralas barreras del tiempo y del espacio. ¿Quieres conocer a la damade la que te he hablado?, es fácil; sólo debes ponerte el yelmo ysabrás de quién se trata.

Decidido a romper con el velo del misterio que me envolvíadesde que entré a esa estancia, accedí valeroso. —Te guiaré-, dijoserenamente mi extraño amigo.

-Debes apagar la vela con la yema de tus dedos, una vezhecho esto, cerrarás los ojos...-

Me puse el yelmo, el anciano comcn/.ó a recitar oracionesen una lengua desconocida; y lentamente sentí que mis ojos seadormecían, entonces c ó m e m e - .1 no i .u que una luz platina

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Gabriel Corona Ibarra

iluminaba la sala; abrí los ojos y vi que los rayos del sol entrabanpor las ventanas, totalmente despejadas y libres de ramajesmarchitos.

Se escuchaban pasos ligeros, era una mujer. Volví la miraday ahí estaba; una graciosa muchachita de grandes ojos y piel pálida,cabello largo y de cuerpo delicado. Me miraba detenidamente:

-¿Se siente bien? Últimamente lo noto muy silencioso yletárgico, será mejor que vaya con un doctor-. No pude expresarpalabra alguna. De pronto, con una mirada picara, la mujer sonriótiernamente: -Le tengo un regalo, para ver si alegra ése ánimo-, lamujer corrió elegantemente para buscar el obsequio en cuestión.Entonces de súbito sentí un gran cansancio y caí desplomadosobre el piso, escuché un grito estridente envuelto en llanto.

Abrí los ojos y recobré la movilidad, estaba de regreso en lasala del anciano. El encendió de nuevo la vela y colocó el yelmoencima de ella. -¿Reconoció a esa mujer?-, preguntó el ancianocon las manos juntas y la mirada dubitativa.

-La he visto, en sueños, sollozando; ella hace que despiertenostálgico y muchas veces, triste- respondí aturdido.

-¿Cómo es ella?--Tiene una mirada serena, casi triste; aún así noté que

perseguía el alegrarme con su marcha grácil; estuvo a punto dehacerme un obsequio.-

-¡Entonces ella es precisamente la mujer en cuestión!-De pronto el anciano se levantó y me dijo:-Ven mañana a esta hora, ¿Qué día será? Viernes...-- Veintiocho de julio--La puerta estará abierta, pasa con toda confianza, ahí verás

la diligencia que ésta mujer me ha designado entregarte-.Salí de exabrupto, o mejor dicho, así fui despedido de aquel

lu^.ir. El resto del día estuve callado y pensativo; no pude dormirni toda la noche. A la mañana siguiente, emprendí la marchapresurosamente. Olvidé por completo cualquier otro asunto yme dirigí al lugar dónde había sido testigo de las visiones másextrañas. Subí desesperadamente hasta la estancia y me encontrécon mayúscula sorpresa: el lugar estaba completamente vacío.

El Grimorio de la muerte

Me dirigí hacia la tercera sala, donde un día atrás habíaconversado con el anciano. Sólo se encontraba en el escritorio unlibro viejo y carcomido, y encima de éste, una nota:

«Querido A...: he aquí la encomienda, nos veremos en la otravida. A...C...».

Entonces tomé el libro entre mis manos y lo abrí; estabaen blanco. De entre sus páginas amarillentas cayó un delicadopedazo de papel escrito con antigua caligrafía, de tinta quemada:

«Exprese aquí su amor hacia mí, y revívame. Fermina M. Julioveintiocho de mil ochocientos sesenta y cinco».

Palidecí. Era ella, definitivamente.Desde entonces, no he logrado conciliar el sueño, paso las

noches en vela; sin saber la fórmula ni el cómo revivir a ese hermosoángel, atrapado en las páginas amarillentas de éste libro.

Alejandro Robles Barran

Tepic, octubre de 2009.

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LA HIJA DE LA NOCHE

NOCHE CERO

La noche tiende su manto por los azules del cielo, dejando a su pasoun color profundo plagado de chispas, mientras la banca en que meencuentro sentado, cruje como anunciando la fatalidad de la vida.

Hoy en este parque, tan solitario, alejado de mi, en medio delbullicio de las gentes, tan sumido en mis pensamientos, en missentimientos, tan vacio de todo y tan lleno de no sé que, tan separadode lo que soy, pensando que la muerte es algo fuera de mi ser, algomas allá de mi realidad; una alteridad última; algo que llega y nosasesina arteramente, niña que esta simbolizada por un macabroesqueleto blanco que empuña una larga guadaña; enemigoapocalíptico, invisible, que se nos acerca como a traición para dar sugolpe mortal casi siempre certero, o dama engalanada que nosacompaña en todo momento, que sensualmente no invita al final deldía a seguirla por los senderos de lo desconocido, ser inefable quehasta los inmortales tiemblan al escuchar su nombre. Me preguntopor qué pienso en esto, y llega a mi memoria aquel recuerdo.

Fue hace cuatro días cuando una persona vestida de negro, latúnica de pesada lana le llegaba hasta los confines de su roce con elsuelo, solo amarrada a la cintura por un grueso cordón del mismocolor opaco, pero con muchas medallas colgando de entre su tejido,de varios tamaños, unas doradas otras color azogado; que tintineaban

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El Grimorio de la muerte

a sus más leves movimientos, en un sonido apagado y sordo; llegó atocar en mi casa, aproximadamente como a las nueve de la noche,llamó a la puerta fuertemente, como desesperado; tocó con tresgrandes golpes, después como apresurado y inmediatamente de unabreve pausa tocó tres veces más, para repetir la operación, a lo queacudí para abrir la puerta.

Cual va siendo mi sorpresa al ver aquella silueta a contra luzde la lámpara del alumbrado público, que detrás de la siniestra figuraresaltaba el aspecto mórbido de su estampa, figura inexpresiva, conla piel demacrada, un ser delgado, con los ojos hundidos; que alverme hablo con una voz que le nacía desde el fondo de la garganta,aguardentosa, como si saliera de una gárgola en día de tormenta.

¿Es usted el señor Marih Kjurám Abí-Yah?

—Si, ¿que se le ofrece?

Solo extendió su mano consumida, que sostenía un cilindrode pergamino, y sin más palabras me entrego aquel paquete; cuandolo tuve entre mis manos; dio la vuelta y se alejó, sin mirar atrás,perdiéndose al dar vuelta en la esquina de la acera, para no volverjamás.

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LAGARTA

Desde que recibí aquella carta, cuatro largos días en que nohe dormido, en que las ideas se me han fragmentado, dando paso auna serie de imágenes caóticas que recorren mis recuerdos, sin llevarmea ninguna parte, en un vacio que se antoja superficial. Porque dehacerlo profundo me sumiría en la peor de las locuras.

Aquel paquete que me entrego el desconocido; consistía en:

Una vela de cera virgen, amarillenta, chorreada, con el pabiloennegrecido por la acción de la combustión; con un olor acre o apanal, pegajosa.

Enrollada en un pergamino escrito con tinta escarlata salidade criatura nocturna.

Se podía leer al principio una advertencia que rezaba más omenos así:

Mi Amigo, Sin Otro Negocio;

Urge leas esta carta

En la intimidad de tu santuario; a la lux de la

Ret:.lajado, a las doce de la noche

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El Grimorio de la muerte

Tiempo; para la decisión que se te pide, de lo contrario...

El Asesino, el enemigo!!!

Si has decidido seguir leyendo la presente misiva, será bajo turiesgo.

Hoy a las tres de la madrugada, hora en que las puertas del cielo seabren de par en par y baja el arcángel Azrael a pasearse por el mundo; sepresentara un enviado de nuestra secta secreta, para medir tu valor, asíseguidamente se irán presentando algunos de nuestros protectores paraque las conozcas, el día 23 de junio en la noche de San Juan pasada Lihora que marca el veinteavo segmento de la regla, período en el que seabren de par en par las puertas intangibles del «otro lado del espejonegro»: deberás esperamos en la encrucijada que forman las calles MarianoAbasólo y Avenida México, en la segunda banca, vestido con algodón dematiz negro para la ocasión, sin dinero en tus bolsillos, ni llaves viejas ocualquier otro aditamento, tus bolsas deberán estar vacías, tus pies descalzos,tu espíritu y alma preparada, tus ojos los vendaras tan pronto empiecena sonar las doce campanadas, esto es para que no seas tentado por lasreinas cobrizas, las princesas en flor o las ninfas diamantinas cautivas delos embrujos, brujerías o maldiciones de los faunos astados; que no tedevoren las culebras, o te chamusquen los dragones y salamandras, o setorne tu pelo blancuzco, por mirar de frente a el jinete que hala lasriendas del caballo azabache, de ojos centellantes de carmín. Animal quegalopa con herrajes de plata, mientras lanza destellos Selene de entre suspisadas, que se pierden entre la niebla que despide su nariz, o la desnudesde las hadas que salen de paseo a la luz de la Luna llena; seres féminas,misteriosas; o los duendes y trolls que se escapan de sus grutas para recorrerel elemento que los vio emerger mientras se cobijan en la oscuridad de lanoche, entre los matorrales, solo se te permitirá llevar un pendiente deplata en forma de pentagrama con las cuatro letras del nombre inenarrable.

Atentamente s.s.s.

13.44

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Gabriel Corona Ibarra

Su voz dulce me tranquilizó, entonces me detuve en cadadetalle de su rostro, para recorrer el resto de su figura: llevaba untocado de plata, su cara era la de una virgen, su mirada profunda,amorosa; sus labios carnosos, sensuales, provocativos, cual dos tersospétalos de rosa; sus ropas brillaban en un azul añil con vivos doradosy rojos, al cuello le colgaba un dije de dos medias lunas encontradas,varios anillos poblaban sus dedos de marfil; el solo verla me daba unvuelco el corazón, ¿qué le pasaba a mis sentidos?, me estabaenamorando locamente, ¿quién es esta mujer que causa desasosiegoen mis entranasr.

Observando a la damisela, advertí que su boca se movió; volvióa emitir tranquilizadores sonidos — me doy cuenta que estassintiendo.. .te conozco —.

—Dicho esto el espejo se obscureció por completo y solo quedeen medio de aquel cuarto sentado, nadie más me acompañaba. Elgato se había ido, las velas ya no estaban, la mesa desapareció, lamujer me abandonó...

TRECE VELAS

En la oscuridad total en que me hallaba, a merced de las fuerzasuniversales; negrura que fue tornada en luz, frente a mis ojosincrédulos; cobró vida una llama de color naranja con la forma deuna paloma, que en su aleteo dejaba ver fogonazos con una pátinacarmín, mientras entonaba un canto angelical; cuando terminó decantar, dejo libre el espacio, apareciendo tras de sí un espejo. Lam.irj.i continúo y fue entonces que se reflejó, mientras aparecía unaKgunda paloma de fuego, que entonara la misma canción; el ciclo11 ügko se íue repitiendo hasta que se formo un círculo de trece palomasígneas, que al unísono cantaban aquella divinal canción.

Al terminar de súbito chocaron al centro, por encima de micabeza; dando paso a las formas de una mujer algo epicúrea, quedescendió suavemente inflamada de pasión en color gules heráldico;tocando con su dedo índice mi hombro derecho, el espacio se incendió

El Grímorio de la muerte

por entero en una luz tan brillante en el que perdí la vista no porceguera, sino por aturdimiento.

BESTIARUM VOCABULUM4

Comencé a sentir un libro entre mis manos, bastante grueso,pesado, empolvado, viejo, con textura rugosa y aterciopelada en sucentro.

Con miedo, abrí los ojos, para mirar lo que en mis manos seencontraba.

Un compendio de bestias mitológicas estaba ante mis ojos;acaricié el libro, me emocioné, que secretos podría develar al abrirsus páginas; así que sin miramientos lo intente abrir, nada, no sepodía. Vi que a un lado de mi pierna derecha estaba un cuenco congranos de sal gruesa, tome unos pocos con los dedos gordo, índice ymedio, los lance por sobre mi hombro izquierdo, para ahuyentar alas fuerzas malignas que pudieran estar queriendo ver por sobre lacoyuntura que se forma donde empieza mi brazo.

El libro cobró vida, levitó; se abrió por si solo en el capítulodedicado a las gárgolas.

Lo leí con detenimiento, cuando llegue al final del capítulo,me fue imposible dar vuelta a las hojas, el libro se cerró para petrificarsepor completo, transformase en piedra andrógina.

A mi diestra estaban un cincel y un martillo, los tome, y sinproferir palabra alguna, comencé a devastar la piedra negra, conformevolaban las lascas, fue emergiendo de su núcleo una gárgola, suscolmillos estaban afilados, igual que sus garras, sus ojos amenazantes,la textura de su piel que dejaba entrever fuertes músculos, cuando laterminé por completo, deslicé mis decios sobre la superficie rugosade su piel, la observé por un largo peí iodo, por arriba, por los costados,enfrente, abajo, atrás y quiso p c - n c i i . i i cu l.i profundidad de suabstracción.

4 Bestiario, es un compendio sobn- I I C M Í . I - . o í ' '-i '•

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Page 9: Grimorio de la Muerte

Gabriel Corona Ibarra

Corrió el tiempo, sería un minuto, serian las horas, pocoimportaba, aquel demonio menor estaba ahí mirándome desde sulapidaria mirada, algo me quería decir.

Continúe viendo a la bestia, para comulgar con su silenciopétreo, fiíe entonces cuando pensé, en el libro decía que se podríaconjurar la piedra, lanzarle un hechizo, para darle vida a la roca,despertar los señoríos que durante milenios la diosa había depositadoen sus entrañas y poder contar con la protección de la gárgola.

La lectura fue rápida, solo una vez.. .si leí una invocación enlatín antiguo especial para este caso; pero no la recordaba.

Recordé vagamente algunas palabras en latín, asimismo queentre mis pertenencias traía una pequeña piedra de rayo.

Coloqué la piedra de rayo en lo profundo de la garganta de lagárgola.

Invoqué su poder, y comencé a conjurar por siete veces lassiguientes palabras:

Vibratus ab cethere fulgor ¡apis vita!!!

No pasaba nada, entonces tome saliva con mi dedo índicederecho y coloque un símbolo sobre la frente de la gárgola, le di unpoco de pólvora fuerte, que gargareó a destajo.

Por segunda y por tercera vez repetí siete veces las palabras enlatín, siempre sosteniendo la gárgola entre mis manos, sin despegarlelos influjos magnéticos que fluían de mis ojos a los suyos.

Mas que hechizando aquella mole de granito, el hechizadoestaba siendo yo, creando un lazo mágico entre aquel ser y mi espíritu,una amistad eterna; fue entonces que la gárgola parpadeó,regresándome la mirada altiva. Un guardia nacía entre mis manos.

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El Grimorio de la muerte

XÓLOTL

La multitud gritaba enardecida, los alaridos se elevaban como

anunciando una muerte macabra, serian soltados los perros de guerra;

los Alanos; traídos de la península ibérica.

En el centro de aquel patio, un indio semidesnudo, sentíaflaquear sus fuerzas, miraba alrededor, veía a sus verdugos con lasgargantas abiertas, y de entre los dientes correr hilos de baba gruesa;el solo estaba armado con un garrote, sabía lo que pasaría, elaperreamiento, se enfrentaría a dios Xólotl, su mente divagaba entreluchar por su vida o entregarse a su venerado Dios, inmolándose en

su honor.

Vio que de unas jaulas de palos retorcidos, dejaron salir a cuatromonstruos con las orejas cortadas al ras de su testa, de un porteesbelto, musculoso y enormes, con las centellas fulgurantes amarillas,plagadas de hilos sanguíneos, la lengua salía cual víbora amenazante,de la que colgaba una masa viscosa, oscura caverna flanqueada poruna hilera de cuchillos blanquecinos y maloliente, ladrido estremecedor

y demoniaco.

La hora estaba marcada, era entregarse o luchar.

Los perros bermejos se abalanzaron sin temor alguno, saltandodispuestos a matar, el indígena los recibió a palos, el instinto pudomás que sus creencias, ataco a los perros sin misericordia: el dios dejode ser, el dios había muerto, el estaba entregado a sobrevivir.

Un perro logro apoderarse de la mantequilla suave, los peroneosse desgarraron entre sus afilados colmillos, la sangre brotó, los animalesse excitaron, la comida estaba ofreciendo su mejor aroma, los invitaba

inevitablemente al festín.

El dolor fue agudo, cayendo de rodillas, no por que estuvieraorando; la rodilla se ¡ncnisió en la J> , IMV; I y el polvo, el garrote volódecidido a la cabeza ¡ncriisi.ul.i cu MI pinna.

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Page 10: Grimorio de la Muerte

Gabriel Corona Ibarra

El golpe fue contundente, el perro se desplomo sin vida a sulado. La vida le volvió al cuerpo, se animó, un enemigo menos, soloquedaban tres, regreso con mayor ímpetu a la batalla, estaba decididoa salir con vida de aquella empresa.

Entonces el conquistador venido de Extremadura, dejo escaparsu voz, desde lo poblado de su rostro barbado.

—Que falible método de tortura es este, solo una pequeñaherida; y una de las bestias muertas; quiero a ese indígena muerto,haz algo.

Su interlocutor; hombre menudo, vasallo de aquel señorón;pero con algo de poder por estos lares, algo nervioso dijo — Sueltena Amadís, para emperrar a ese indio insolente —.

El encargado de las jaulas en su desesperación por obedecer asu patrón, choco contra ellas, dejando escapar a seis perros más, entredogos, lebreles y un Ixcuinda negro y pelón. Al menos eso era lo quealcanzaba a ver el indio. Poco le importaron los perros al hombre quedignamente confrontaba a la muerte, se hincó, vio directamente alperro calvo, y sin titubeos comenzó a rezar. La jauría se amontonó asu alrededor...

El dolor cesó, el indio abrió los ojos impresionado, quería saberque estaba pasando, entonces fue recibido por la lamida del animalbermejo al que le diera muerte, se paró, y vio alrededor, estaba a laorilla de un río, su única compañía era el canino, el cual lo mirabasin parpadear un poco, echado en sus patas traseras y dejando colgadasu lengua, aquel animal que momentos antes era el peor de losmonstruos, se transformo en dócil.

Al otro lado del río había unas personas; empezó a reconocerque varios familiares y amigos... lo venían a recibir, torno al xólatl-itzcuintli del cuello y juntos cruzaron la corriente por última vez.

AMBYSTOMA MEXICANUM'

El Grimorio de la muerte

En este día de luna llena, justo en que cumplo cincuenta ydos años, recuerdo que la muerte se acercaba, acechaba por entre losrincones, se escondía en cada esquina en la que daría vuelta, paraobservarme detrás de cada puerta, asomarse cual francotirador porcada ventana; sentía lo gélido de su mirar, como caminaba a lo largode mi espina dorsal, el sueño se esfumaba, llevaba días sin dormir, talvez semanas, que importaba si podía esconderme de la muerte, ganarlela delantera y que no me encontrara.

Esto es gracioso, jugando a las escondidillas con el Ángel de lamuerte.

Pero tengo la idea de haberle ganado, hoy llega el libro queencargué al tendero de la librería de esotérico, «los diosesprehispánicos,

mitos y ritos».

—El asustadizo quídam, caminaba por las calles de la ciudad,con cuidados extremos, al llegar a las esquinas, y antes de cruzar lacalle, miraba tres veces en cada dirección, se persignaba y corríaapresurado hasta la siguiente acera.

Supuestamente ya a salvo, revisaba la cuadra que se extendíafrente a él, los edificios, las casas, si las paredes no estaban agrietadas,si no había algún gato negro cerca o perro que le atacara, cuandoestaba totalmente seguro continuaba su camino, con pasos lentos,protegiéndose lo más posible.

Por fin llego a la librería esotérica.

—Hola como está, ya tengo el libro que encargo, llegójustamente hace una hora, permítame traérselo.

—Está bien, aquí le espero.

5 Ajolote.

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Grimorío de la Muertese imprimió el mes de febrero de 2010

en los talleres gráficos deG-3 Impresiones

Av. Insurgentes 366 Ote. Tepic, Nayarit

Este libro es el No, de 50.