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Trabajo académico UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA Licenciatura en Estudios Eclesiásticos 1

GUARDINI - LA REALIDAD HUMANA DEL SEÑOR - DEFINITIVO

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Resumen del libro de Romano Guardini "La realidad humana del Señor". Trabajo de teología en la Universidad Pontificia de Salamanca.

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Trabajo académico

UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

Licenciatura en Estudios Eclesiásticos

Seminario: Autores y corrientes de renovación teológica 1900-1950

Profesor: Dr. Gonzalo Tejerina Arias

Alumno: Damiano Tonegutti

Curso 2009-20101

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Trabajo sobre la obra de Romano Guardini:

La realidad humana del Señor. Aportación a una psicología de Jesús

Datos biográficos de Romano Guardini1

Nació en Verona el 17 febrero de 1885, hijo de un diplomático. Fue ordenado sacerdote en Maguncia en 1910 y en la posguerra de 1918 se incorporó a las tareas del Movimiento de juventud y del Movimiento litúrgico que inspirarían sus mejores obras, nacidas en un clima de inquietud y desconcierto espiritual. Inició su labor universitaria en Bonn, hacia 1922, como profesor de Dogmática, y un año más tarde pasó a la Universidad de Berlín a regentar la recién fundada cátedra de Filosofía de la religión y concepción católica del mundo. Poseía un estilo muy personal que lo distinguía tanto del frío academicismo alemán de la época, como de la exaltación romántica que predicaba una vuelta a la naturaleza. Sus clases consistían en “una cálida invitación a la autenticidad del pensamiento integral, de la vida intelectual comprometida y abierta a la hondura del misterio”.

Alejado de su cátedra y confiscado el castillo de Rothenfels -centro del Movimiento litúrgico- por el Gobierno nacionalsocialista en 1939, Guardini se retiró a la soledad de una aldea bávara. En 1945 le llamaron a ocupar una cátedra en la Universidad de Tubinga y , cuatro años más tarde, en la Universidad de Munich, en donde cosechó una grande popularidad entre el estudiantado hasta 1963, en que se vio obligado, por razones de edad y de enfermedad a aceptar su bien merecido retiro. Murió en Munich el 2 oct. 1968.

Obras y pensamiento2

Romano Guardini, con sus publicaciones, penetró como pocos hicieron en el ámbito general de la cultura desde un punto de vista teológico, con una perspectiva existencial y a veces dramática. Fue un pensador intuitivo, más que teólogo o liturgista y su labor intelectual respondió a las instancias morales y espirituales del momento. Con su visión comprehensiva y holista del mundo Guardini confirió al cristianismo todo su poder de sugestión sobre el hombre desamparado

1 LÓPEZ QUINTÁS, A., Romano Guardini, en: Gran Enciclopedia Rialp, Ediciones Rialp, 1991

2 VILANOVA, E., Historia de la teología cristiana, Tomo 3, Herder, Barcelona, 1992, p. 870-871; LÓPEZ QUINTÁS, A., Romano Guardini, maestro de vida, Ediciones Palabra, Madrid, 1998, p. 393-408

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del posguerra. “Ello explica que desde muy joven se haya convertido en un maestro, polarizando en su torno una juventud sólo dispuesta a plegarse al poder de un espíritu potente”3.

Su obra es muy extensa y abarca temas muy variados. Entre las obras de tema religioso podemos destacar, en primer lugar, a las que versan sobre el tema de la liturgia y vida espiritual. Entre ellas recordamos sólo El Espíritu de la Liturgia (1918), El Señor (1937), La Madre del Señor (1955) y el libro del que se hace el resumen en estas páginas La realidad humana del Señor (1958). En segundo lugar, entre las obras de teología y Biblia, recordamos a La imagen de Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento (1936) y La esencia del Cristianismo (1938). En tercer lugar, escribió obras de pedagogía religiosa como Cartas del lago de Como (1927) que tienen como subtítulo en alemán La técnica y el hombre, Las etapas de la vida (1953) y La aceptación de sí mismo (1953). Otro gran sector de su obra consiste en las obras de temas filosóficos: entre ellas destacan El contraste. Ensayo de una filosofía de lo viviente concreto (1925), Mundo y persona. Ensayos para una teoría cristiana del hombre (1939), El fin de la modernidad (1950). Un tercer sector de su producción consiste en las “interpretaciones”, que son fruto su lectura de algunos clásicos de la literatura de los cuales saca las ideas fundamentales que les subyacen. Recordamos a El universo religioso de Dostoevski (1932), Pascal y el drama de la conciencia cristiana (1935) y Principio. Una interpretación de San Agustín (1944). Otros trabajos tratan de R.M. Rilke, Dante, Hölderlin y Sócrates. En cuarto lugar y último lugar, se encuentran en Guardini algunas traducciones – recordamos las del Cantoral alemán, del Salterio alemán y de algunos textos litúrgicos – y algunos escritos autobiográficos.

Resumen de la obra de R. Guardini: La realidad humana del Señor. Aportación a una psicología de Jesús.

Edición original: Die menschliche Wirklichkeit des Herrn. Beiträge zu einer Psychologie Jesu, Werkbund, Würzburg, 11958. Traducción al castellano: La realidad humana del Señor. Aportación a una psicología de Jesús, Cristiandad, Madrid, 1966

A. Introducción

En la parte introductoria del prólogo Guardini informa, en primer lugar, que el libro en su forma definitiva es el resultado de unos trabajos realizados a lo largo de diez años y anteriormente expuestos en una serie de conferencias. Seguidamente pasa justificar la idea básica de su texto y a presentar las características de la metodología de su trabajo (p. 15-33).

3 LÓPEZ QUINTÁS, A., Romano Guardini, en: Gran Enciclopedia Rialp, Ediciones Rialp, 19913

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En primer lugar expone las razones por las que considera que la psicología de Jesús resulta ser “una de las tareas más apremiantes que tiene que plantear la teología” (p. 17). Esta ciencia posibilita analizar la “estructura de la personalidad” de los hombres, especialmente de las “grandes personalidades”, permitiendo obtener resultados importantes para la inspiración y la educación de la sociedad. Sin embargo esta misma ciencia está condicionada profundamente por los motivos que orientan su investigación. A razón de esto la misma ciencia puede convertirse en un arma de doble filo con la cual, en vez de poner de manifiesto los elementos que hacen de una persona una “grande personalidad”, se busca reducir la persona a un conjunto de características infrahumanas. Según los motivos que subyacen a la investigación psicológica se puede ensalzar la persona o disoverla. Ejemplos contemporáneos de estas intenciones subyacentes son el “democratismo radical”, el “positivismo-materialismo” y el “totalitarismo” que, cada uno a su manera, tiene interés a manipular el hombre reduciendo su dignidad para perseguir sus fines de poder. De esta manera es comprensible la generalizada desconfianza en la aplicación de la ciencia psicológica a una personalidad como la de Jesús. El principio que debe regir a la investigación es que sólo se puede conocer al hombre a partir de “algo que está sobre él”, no a partir de algo que está “debajo de él”.

Después de un breve recorrido histórico de las primeras afirmaciones cristológicas de los dogmas, Guardini reconoce que en la última etapa del pensamiento se había llegado a preguntarse “cómo estaba en la Historia el Hijo de Dios hecho hombre” (p.20). Ya se habían disipado las dudas sobre la doble naturaleza del Verbo encarnado pero quedaba el interrogante sobre la singular historicidad de Jesús. A las primeras respuestas insuficientes que se dieron a la cuestión la Iglesia respondió con seguridad rechazando estos intentos. El carácter de la respuesta era, sin embargo, meramente negativo, y para Guardini esto no era suficiente. Había llegado el momento de emprender la “labor positiva” de buscar comprender el ser hombre de Jesús: “la existencia de Jesús fue un existir realmente terrenal, fue historia cumpliéndose en su integridad: la experiencia interior y exterior, el encuentro con hombres y cosas, la decisión y actuación en cada momento, y así sucesivamente. Todo ello se cumple en estructuras de ser y de acontecer, pero eso quiere decir que puede entenderse” (p.20). Al investigar la estructuras humanas del obrar, sentir y pensar de Jesús, la psicología se convierte en el método más adecuado para realizarlo. Sin embargo, a causa de la unicidad del objeto estudiado, de su ser superior irreducible a otros fenómenos parecidos, el resultado del análisis está destinado a desembocar infaliblemente en la “incomprensibilidad del ser humano de Dios”.

La tarea de esta “psicología teológica” se hace necesaria no sólo para la psicología sino también por la misma vida cristiana. La persona y la vida de Jesús son normativas para el cristiano: “si la acción y pasión de Cristo, su actitud y sentimientos, han de aclarar y orientar nuestra existencia humana, si la idea del “hombre nuevo” que “está transformando en la imagen [del esplendor del Señor] ha de alcanzar un contenido evidente e inspirador, entonces es preciso que esta imagen se haga más concreta de lo que suele ser casi siempre” (p.23). En este sentido sería interesante ir a descubrir las homilías de los Padres, los escritos de orientación pastoral y las obras

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de los místicos, que, antes de la literatura científica, han buscado llegar a concretar más los rasgos humanos de Jesús para que pudieran ser verdaderamente inspiradores. El mismo Guardini reconoce haber realizado esta operación, que él llama “psicología teológica”, en sus libros La Madre del Señor (1935) y El Señor (1937).

En la última parte del Prólogo Guardini explica su método que consiste en utilizar todo el Nuevo Testamento como fuente. En contraposición a la tendencia que quiere distinguir el Jesús histórico del Cristo de la fe, en vista de lo cual busca un estrado más genuino debajo de los textos, Guardini defiende que la imagen real de Cristo es la que ofrece el conjunto del Nuevo Testamento. Los escritos más tardíos representan nuevas perspectivas de Cristo porque son fruto de manifestaciones posteriores de la realidad de Cristo por obra del Espíritu y de la diversidad de circunstancias en las que vivieron los apóstoles. No hay una representación más originaria y por tanto más fiel al Jesús histórico entre los autores del NT, sino una serie de representaciones todas igualmente válidas. Las representaciones de San Juan y de San Pablo son igualmente válidas a las de San Marcos y de San Mateo. Estas representaciones en su totalidad constituyen el objeto válido de la teología – la Revelación - que debe ser estudiada de manera científica. Esto significa que deben ser estudiadas mediante un método adecuado, que en este caso implica considerar la memoria de todos los Apóstoles y a través de todo el tiempo de sus manifestaciones, hasta su muerte. Si se prescindiera de este método se destruiría el objeto que se quiere estudiar.

B. Lo histórico-biográfico

1. Forma de vida

En cuanto a los datos históricos biográficos es de subrayar el análisis que hace Guardini de la forma de vida de Jesús. Analiza primeramente las relaciones de Jesús con los demás: los Doce, los discípulos, los amigos, los publicanos y pecadores y, más en general, las diversas clases y grupos del país (fariseos, saduceos, doctores, pobres, paganos, etc.). Luego analiza sus costumbres de vida: los lugares donde enseña, su manera de orar, su relación con el culto, la dinámica que le lleva de estar rodeado de una multitud al buscar una soledad de oración. Todo estos elementos llevan a Guardini a concluir que Jesús actúa como un “maestro religioso vagabundo”, pero cuyo vagabundeo “no es expresión de afán errabundo natural” (p. 50) sino que es dictado por una necesidad interior, lo que S. Juan llama la Hora.

Guardini por último se pregunta: ¿Qué impresión produce, en conjunto, la presencia de Jesús? Frecuentemente ha sido retratado como “el compasivo” o “el bondadoso”, o también como hombre frágil en contraposición con las figuras poderosas del Antiguo Testamento como Moisés y Elías. Pero estas descripciones significarían quedarse con una imagen de Jesús gravemente reductiva. Lo que se puede extraer de una lectura objetiva de las fuentes es que “la

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impresión que Jesús hizo sobre sus coetáneos fue patentemente la de una fuerza misteriosa” (p. 53). Está lleno de “un poder que sería capaz de toda irrupción y toda la violencia” (p.54), pero que aparece dominado y controlado (cf. Mt 16,14; Lc 7,16; Lc 5,8) y “transformado por una profunda bondad y suavidad” (p.54). En síntesis se pueden expresar todas estas características diciendo que “en Jesús hay una “humanidad” milagrosamente pura” (p. 54). Esto acontece no a pesar del poder enorme del Espíritu, sino gracias a este mismo Espíritu. La unidad de poder y humanidad es por tanto el rasgo más esencial de la figura de Jesús. Expresado en otras palabras, característica esencial de Jesús es el “no ser chocante” (p.54). Faltan en él “las actitudes violentas”, “las acciones trastornadoras” y “las palabras gigantescas” (p.55). Los milagros que realiza - las resurrecciones de los muertos, dar de comer a millares, caminar sobre el mar - permanecen hechos extraordinarios, pero al mismo tiempo tienen algo que se podría decir “natural”. El comportamiento de Jesús debe de haber sido muy sencillo y su porte no tenía que saltar particularmente a la vista. Sus palabras, considerándolas desde el punto de vista de filosófico o estético, no eran palabras insólitas sino cotidianas. Pero si se las considera en referencia a la existencia manifiestan una fuerza y una sabiduría completamente fuera de lo común porque “ponen en movimiento la existencia misma” (p.55)

2. Estructura de fondo

Guardini procede a un análisis de lo que es la “forma de existencia” o “estructura de fondo” de Cristo - expresiones que traducen la palabra alemana Grundgestalt. Como punto de partida Guardini recuerda la operación de Nietzsche que había propuesto una forma de existencia humana indipendiente y contrapuesta a la de Cristo. El mismo Zarathustra aparece como un Anti-Evangelio y anuncia la lucha contra lo cristiano de la cultura europea. La cuestión de definir la “estructura de fondo” de Cristo reviste por tanto una primaria importancia de cara al porvenir del cristianismo. Para ello, en primer lugar, Guardini pasa en revista unas formas de existencia modélicas que han influido potentemente en la cultura tanto occidental como oriental, pero que se quedan insuficientes para definir la forma de existencia de Cristo.

Estas formas está representadas por Sócrates, Aquiles, el filósofo estoico encarnado por Epícteto, Eneas y Buda. Los perfiles de cada uno de ellos no son adecuados para definir a la forma de existencia de Cristo ya que no se puede hablar de él como una figura. Su vida no es la realización de un perfeccionamiento, como es el caso de Sócrates. Tampoco es una vida de hechos heroicos, como es el caso de Aquiles. Tampoco su actitud es la de un estoico que se separa de un mundo enemigo retrayéndose en sí mismo, como es caso de Epícteto. Y tampoco vive Jesús según un plano de orientación divina extendido ante su mirada, como es el caso de Eneas.

En segundo y último lugar se busca definir la forma de existencia de Cristo. Su actitud aparece en la historia del hombre por primera vez: “Él acepta lo que le acontece, con la conciencia de estar enviado por el Padre y de querer cumplir su mandato. Se muestra su acuerdo con la

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voluntad de Dios, que empuja todo lo que acontece a la íntima familiaridad del amor de Dios. Pero por el hecho de que todo lo que acontece se convierte en expresión o medio de ese amor, todo lo terrenal recibe una importancia para Dios, de la que no tuvo idea previa hasta entonces ningún mito” (p.69). Aún así emerge la sospecha de que la vida de Jesús podría parecerse de alguna manera a la de Eneas, que cumplió con “paciencia y lucha” la misión divina a él confiada. Sin embargo, para Jesús “el escándalo es la situación en que ha de cumplir la voluntad del Padre. Esta conciencia la expresa mediante el concepto de “hora”. Jesús no vive según una “forma”, ni tampoco según un plano de orientación divina extendido ante su mirada, sino por voluntad del Padre, tal como de ocasión en ocasión se le va presentando en acontecer en su “hora”” (p.70). La conclusión es que Jesús no posee una “personalidad” que se pueda definir con conceptos existentes o una “forma” de existencia en que se pueda indicar terrenalmente. Su constante es “trastornar todas las medidas de adecuación conocidas” (p. 72). Los que se puede decir es que “la vida de Jesús es “verdad”; pura vida sin reserva ni velamiento; puro acorde con la realidad viviente de Dios” (p. 72).

C. Actos, propiedades, actitudes

1. El pensamiento de Jesús

El análisis del pensamiento de Jesús consiste en el primer paso de una serie que va a investigar los actos, las propiedades y las actitudes de Jesús. Antes de empezar, Guardini ofrece una observación previa en la que recuerda que su investigación psicológica, lejos de querer hacer una reducción del objeto de su investigación, está orientada a encontrar “lo que es mayor que nosotros” (p.78). Por tanto el resultado de este primer análisis es que el pensamiento de Jesús es sencillo, totalmente concreto, práctico y “pre-teórico” (cf. Mt 6, 26.28). Es “pre-teórico” porque funda una existencia nueva, un modo de ver nuevo, a partir del cual se puede luego reflexionar y construir la teoría. En este caso, como también en los siguientes, no se puede poner el pensamiento de Jesús bajo el prisma de la explicación psicológica: excede sus límites porque el objeto al que se dirige no puede ser comparado con ningún otro. Él inicia la Revelación, la da: ésta no puede ser objeto de análisis. Sólo depués de la Revelación se puede acudir a la psicología para poder entender como se percibe y se cumple la misma Revelación.

2. Voluntad y accion de Jesús

En primer lugar, a Jesús le importa una sola realidad: el proyecto salvífico de Dios sobre el hombre. En segundo lugar, es necesario saber el “cómo”: ¿Cómo quiere y como actúa Jesús? - se

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pregunta Guardini. Jesús no es impetuoso, no actúa como un organizador, no actúa como un reformador, o como un trabajador. No usa violencia, ni ejerce sugestión, ni trabaja con promesas fáciles, no amenaza y no asusta. Su voluntad es enérgica porque está convencido de que su misión es la cosa más importante de todo (cf. Jn 4, 34). Su voluntad excluye todo miedo y está dispuesta a todas las consecuencias. Sin embargo, es completamente tranquila y no tiene ni prisa ni apremio. Está totalmente de acuerdo con la voluntad del Padre que quiere la venida del Reino. Pero su voluntad, que lo puede todo, se refiere al mismo tiempo a la libertad del hombre, que puede elegir rechazarla.

Jesús está lleno de una voluntad poderosa, infalible e infrangible que no arranca de sí mismo o de un impulso creador personal, sino de un acontecimiento venido de Dios: el Reino de Dios ha llegado. Lo único que quiere Jesús es abrir el camino a esta realidad a partir de la verdad de Dios y a partir de la libertad humana (cf. Mc 1, 15).

Su acción está completamente libre del miedo no porque su temperamento sea frío, o porque tenga una personalidad emprendedora, llena de iniciativa, o porque perciba el peligro como estímulo. Es porque él está de acuerdo con lo más profundo de su ser. Él busca que aparezca la realidad de Dios, el Reino, de momento a momento, sin miedo. Sólo esto le interesa y para ello está dispuesto a todo sacrificio. En esta realidad reside su mismo ser, por lo cual su voluntad no puede separarse nunca de la verdad, que es el Reino de Dios.

3. Jesús y las cosas

Jesús ve las cosas como objeto e instrumento de la Providencia del Padre, no como cosas neutras. Jesús se siente como en casa entre las cosas y siente simpatía por ellas. De hecho le recordamos cuando evoca los pájaros, la hierba, las flores, la tierra, los pastores, los rebaños, y otras realidades cotidianas. Sin embargo, en relación a las cosas, se coloca como el Señor de ellas (cf. Mt 17, 21). La autoridad que posee le viene de Dios ya que Él es el enviado que obedece enteramente a la voluntad del Padre que es verdad. Su poder por tanto no le viene por una especial combinación de dotes humanas sino por la relación íntima con el Padre, que él conoce en su verdad. De este poder deriva la fuerza que tiene para hacer los milagros, que hay que leer como expresión de la obediencia a Dios.

Por una parte se muestra sensible al valor de las cosas: podemos recordarlo en el episodio de las tentaciones (Mt 4, 1s.) y de la unción con el perfume de Nardo (Jn 12, 1s.) y, en general, en su vida no ascética y mundana (Mt 11, 18s.). Pero, por otra parte, carece de propiedades y de hogar con lo cual se muestra también como alguien que no dedica atención especial al valor de las cosas. De estos datos Guardini concluye que Jesús es completamente libre ante las cosas: no representan para él ningún peligro. Sin embargo, Jesús advierte con fuerza que las cosas representan un peligro para los hombres. En su enseñanza no pide que se renuncie a ellas, en plan ascético, sino que se usen justamente en obediencia a la voluntad de Dios. Pero también añade

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que existen algunos hombres y mujeres que están llamados a librarse de todo, como es el caso del joven rico (Mt 19, 16s.).

4. Jesús y los hombres

Los evangelios muestran a Jesús comprometido en múltiples relaciones: de niño con sus padres, de mayor con su Madre, como pariente respecto a sus parientes. Tuvo un círculo de discípulos, entre los cuales se relacionó con especial confianza con los Doce. Entre éstos, a tres - Pedro, Santiago y Juan – les hizo partícipes de momentos de especial importancia. Tuvo también una relación de amistad especial con los hermanos de Betania (Lc 10, 38s.) - Lázaro, María y Marta – y con María de Magdala (Jn 20, 11s.). Tuvo relación con la muchedumbre que iba a él con sus ansias de salvación y su ánimo vacilante. Entre el ellos destacan algunos individuos a los que socorre: el tullido, el ciego, el leproso, el centurión, la mujer con el flujo de sangre, etc. Por último tuvo adversarios en abundancia, entre los cuales podemos recordar algunos personajes concretos: el fariseo poco hospitalario, los fariseos que le querían meter en apuros, el discípulo que le traicionó, etc...

En cuanto a la manera de relacionarse, Jesús se presenta como un hombre de corazón abierto. Casi siempre está con las personas, no tiene casa propia, de manera que no puede vivir por sí solo y está siempre invitado, prácticamente no lleva vida privada. Tiene una capacidad inagotable de auxilio de las personas necesitadas: ve las necesidades de las personas y sabe ayudarlas (Mt 11, 28; 9, 36).

Aún así no se deja influenciar por otros: no tiene con los hombres una relación paritaria de “dar y tomar” y tampoco se rige por la regla del trabajo en común. Nunca busca claridad en una situación consultando a los suyos y nunca se ve emprendiendo con ellos un trabajo. Prescindiendo de las ocasiones de actos de culto en común, no reza nunca con sus discípulos. Por eso hay una soledad última en Jesús que nadie rompe. En primer lugar nadie le entiende: ni los adversarios, ni la muchedumbre, ni sus discípulos. Se puede recordar el pasaje de Mc 8,14 en que les dice en la barca “¿Todavía no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis cerrado vuestro corazón?”. En segundo lugar, hace parte del destino de Jesús el no ser comprendido. Parece que se queda en un duro encerramiento: él habla pero es recibido por una sordera tan grave que su misión parece destinada a la inutilidad (Jn 1, 5.11). A diferencia de otras personalidades religiosas de la historia que traen lo nuevo ya en su vida, Jesús debe echarlo todo en silencio, según la imagen del grano de trigo que debe morir antes de dar fruto. Su mensaje permanece incomprendido porque su mensaje es su misma existencia. Ya que ésta tiene su raíz en el Misterio y queda a una profundidad inalcanzable no puede ser comprendida sino por don divino.

5. El mundo de los sentimientos de Jesús

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Jesús manifiesta una rica gama de sentimientos: se compadece (Mt 9, 36), se enfada (Mc 8, 17), se alegra (Lc 10, 21), se entristece (Mc 3, 5), etc. Los enfermos y los niños seguramente se acercan a él porque notan en él una cálida simpatía. Aún así existe en Jesús una calma y tranquilidad que trasciende toda experiencia y que resulta en una total ausencia de miedo de la que se hablaba antes (Jn 14, 27). Su voluntad coincide de tal modo con la voluntad del Padre, que nada ni nadie le puede desviar de su misión. Coexisten en él la simpatía cálida y la calma profunda, que no tiene nada que ver con la ataraxia del estoico o con el rechazo del mundo de un Buda.

6. Posición de Jesús respecto a la vida y la muerte

En su relación con la vida, Jesús se distingue de aquellas figuras religiosas cuyo genio y personalidad les llevan al límite de sus posibilidades vitales y, a veces, al borde de lo patológico: estamos hablando del visionario con salud muy quebrantada, del místico en relación arriesgada con el dolor, del acosado por los demonios, etc… Jesús da la impresión de absoluta salud. No se encuentran en él los rasgos del visionario ni nada de melancolía. No se desgasta por un espíritu que le desborda y que le quiebra el cuerpo, sino que es destruido por la violencia desde fuera. Da la impresión que tiene reservas inestimables de fuerza y vida y que puede hacer mucho más de lo que hace.

En cuanto a su relación con la muerte Jesús da la impresión de que tiene un sentido absolutamente singular de ella. Cuando él habla de su muerte (cinco veces) lo hace en relación con su resurrección. La considera como tránsito hacia una existencia que abarcará no sólo el alma, sino también el cuerpo (Mt 16, 21). No es una consideración puntual sino que es consecuencia de una visión de conjunto de la realidad y de una manera absolutamente original de estar vivo. Su manera de considerar la muerte es totalmente distinta de la nuestra, que la miramos con cierta inseguridad. Su visión de la muerte está determinada por la esperanza de una eterna existencia humana en Dios.

Como conclusión de este análisis de su personalidad queda el hecho de que la psicología no hace más que señalar que allí hay algo especial. No hay ningún hombre con el cual se puede comparar la experiencia y la vida de Jesús. Los conceptos por tanto se quedan limitados. La psicología puede indicar solamente que esta realidad humana y sobrehumana posibilita una “posición de existencia” que el hombre puede acoger y realizar pero que no está en condiciones de llegar a ella desde sí mismo. La personalidad de Cristo por tanto no puede ser deducida de una psicología del hombre religioso. El cristiano se comprende desde él, y Cristo se escapa de este análisis. Si se opera la reducción, como suele de hecho ocurrir, la psicología sirve sólo para demostrar que no existe ningún Dios-hombre, dejando al hombre como solo señor de si mismo.

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D. El problema de la estructura

1. Generalidades

Guardini pasa a analizar la persona de Jesús a través de la categoría de estructura. Por estructura entiende él una forma de lo humano, más universal que el ser individual pero más limitada que el concepto general de especie humana. Hoy diríamos la tipología de la personalidad, el género, la nacionalidad, el tipo de carácter, etc.

2. Estructuras del devenir

En primer lugar se pregunta Guardini si se puede encontrar una estructura típica de la evolución psicológica para Jesús, incluso si hay en él algún tipo de evolución. Para eso procede a investigar los pocos datos bíblicos sobre la infancia de Jesús y llega a conclusiones sorprendentes. Lo que se encuentra en el Nuevo Testamento es que Jesús de niño ya tenía la conciencia de pertenecer inmediatamente a Dios (Lc 1-2). Vivió como cualquier otro niño, porque se sometió a la autoridad paterna, pero en él resplandecía una profundidad que elevaba todo lo normal a una nueva relación de conjunto. Su hogar auténtico no era “Nazaret” sino “la casa de su Padre en el Cielo”. Así que nos encontramos que la referencia al Padre, inmediata, singularísima, se cumplió en la psicología del muchacho. Jesús de niño ya tenía una conciencia de pertenecer al Padre celestial y de ser llevado por él, pero esta conciencia estaba encauzada entera dentro del modo de experiencia propio de la edad en cuestión.

En cuanto a las crisis vitales, sencillamente no las tuvo. No tuvo algo como una experiencia de conversión y el bautismo no puede considerarse como una de esas experiencias. El bautismo representa el último acontecimiento de lo antiguo que da paso a lo definitivamente nuevo, y en él el Espíritu Santo llena el que es Mesías por naturaleza (Mt 3, 13s.; Mc 1, 9s.; Lc 3, 21s.). Se puede ver en Jesús una evolución, un crecimiento, pero dentro de una forma que desde el principio ya está llena de sentido porque su relación con el Padre existía desde el principio.

En cuanto a su misión vemos en primer lugar que es distinta a la de un profeta del Antiguo Testamento. Tomando como ejemplo al profeta Elías, se comprueba que existe una incongruencia entre su misión y su ser, el servicio y la energía propia. Al profeta la misión le es impuesta, y para que la cumpla Dios le da la fuerza necesaria. Sin embargo, una vez que la misión ha sido cumplida la fuerza deja al profeta y, al retirarse, le deja impotente (1Re 18-19). En Jesús ocurre de otra manera: él está absolutamente unido y de acuerdo consigo mismo en su acción y su experiencia. En él misión y ser, tarea y voluntad, servicio y fuerza son una sola cosa. Siempre se tiene la impresión de que tiene reservas enteras sin utilizar, de que es más de lo que parece y de que puede más de lo que hace.

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3. La unicidad de la figura de Jesús

En cuanto a la estructura de la vida espiritual, según Guardini el hombre puede ser teorético, práctico-utilitarista, artístico-creativo o activo. Jesús no pertenece a ninguno de estos tipos: no los contradice pero se quedan absolutamente cortos para comprender su persona. También en cuanto a su acción sobre las cosas toda tipología humana se queda corta: no es un reformador, ni un auxiliador, ni un educador porque su exigencia es la de manifestar la soberanía de Dios sobre el mundo. Tampoco se puede considerar a Jesús un genio religioso, cuestión por lo visto muy debatida en la época en que se escribe el libro. No hay lo que se dice creatividad en él, que se manifiesta muchas veces también en desequilibrios de la personalidad, como si el genio absorbiera algunas facetas de la personalidad haciéndolas defectuosas. En Jesús no hay nada de eso, ni las señales de peligro que muestra el genio religioso. Por último, Jesús propiamente no tiene fe, sino que hace posible la fe y no es piadoso, sino que hace posible la piedad. Como se decía antes, él no se puede incluir en el “nosotros” cuando enseña a los discípulos a rezar, pero hace posible que nos aparezca el rostro del Padre en virtud de su especialísima relación con él.

E. El modo de existencia de Jesús

1. Persona y existencia de Jesús

En esta parte del libro Guardini se pregunta sobre el “yo” de Jesús, sobre su “persona”. Pero, ¿qué es la persona, en primer lugar? El significado de persona es algo evidente pero no es aprehensible lógicamente. La persona no tiene un contenido específico, como las dotes, la energía anímica, la cultura adquirida, el temperamento, etc. Es más bien el modo en que todos estos contenidos están en un individuo. Además la persona hace evidente a quién hay que atribuir todos estos contenidos. Estas cualidades y propiedades del hombre pertenecen a un “yo” que es dueño de todas ellas y que por tanto puede responder de ellas.

Que Jesús sea absolutamente dueño de sí, es decir, completamente libre, traspare de ciertos actos concretos suyos: cuando obedece al Padre, cuando da mandatos a los hombres, cuando se entrega a los que creen en él y cuando recibe la entrega por parte de ellos. Estos actos no dependen tanto de la cuantidad de generosidad invertida en ellos, o por el altísimo valor ético que suponen, sino que su valor depende de la manera de pertenecer a quién los realiza. De hecho una persona puede entregarse en la medida en que se posee a sí misma y también puede recibir a otros en la medida en que está en sí misma. Puede mandar en cuanto el mandato esté completamente de acuerdo con su voluntad y puede obedecer en cuanto sea capaz de responder de sí. En los hombres esta libertad se realiza sólo parcialmente porque los hombres se van haciendo libres, no lo son nunca de manera absoluta. El hombre normal no se posee de modo propio y definitivo, sino que busca y lucha por sí. No está en sí mismo, sino de camino hacia sí

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mismo. Tampoco puede entregarse totalmente y tampoco es capaz de recibir a otro realmente e integralmente.

En Jesús es totalmente distinto. Todos los actos de los que hemos hablado manifiestan que su realización es fruto de una libertad de carácter único. La obediencia de Jesús respecto a la voluntad del Padre es tan fuerte y válida como el mandato (Jn 6, 37). Su entrega, como se manifiesta en la Última Cena, es integral y absoluta porque está libre de todo lo malo, de todo lo endurecido, lo innatural y lo vanidoso (cf. Lc 22, 17-19). Jesús no estaba en camino hacia sí mismo sino que estaba ya en sí. “Se poseía de modo definitivo. Por eso podía darse: en sacrificio de la Redención y para alimento de la nueva vida. Sin esa libertad sería insoportable toda palabra y toda actitud” (p. 161).

F. La absoluta diversidad de Jesús.

1. Expresiones de absoluto

En la época de Guardini era muy difundida la idea – él habla que casi se había vuelto dogmática – de que el Jesús histórico estaba muy lejos de pretender de ser más que un hombre. Según esta idea, nacida en la teología liberal protestante, la pretensión de la filiación divina de Jesús habría surgido en el seno de la comunidad primitiva, que necesitaba una figura para el culto. Ésta “habría divinizado el sencillo Jesús de la Historia, y de él habría hecho el Cristo de la fe” (p.169). La intención oculta en esta operación habría sido la de rebajar las exigencias para los seguidores de Jesús. Al hacerle Dios, la comunidad le habría pedido que la redimiera porque ella era incapaz de seguirle y de obedecer al mandato originario de hacer lo mismo que él hacía. Sin embargo, esta idea sencillamente no encaja con la imagen que nos ofrecen los escritores neo testamentarios.

Ya hemos visto como la figura de Jesús, aparentemente sencilla en lo humano, si se describe con la psicología, siempre llega a romper los esquemas de esta ciencia. Y, al mismo tiempo, esta figura manifiesta la existencia de un centro misterioso que escapa a toda captación. Un texto que describe esta realidad es la de la introducción a 1 Jn: “Lo que era desde el principio, lo que hemos visto y oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que nuestras manos han tocado de la Palabra de vida – pues la vida se ha manifestado; la hemos visto, damos testimonio de ello y os anunciamos esta Vida eterna que estaba en el Padre y nos ha aparecido - , lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que estéis en comunidad con nosotros. Y nuestra comunidad es con el Padre y con el Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,1-3).

En los Evangelios hay un cierto número de fórmulas semejantes que parecen que quieran elevar al Jesús “humano” al Cristo de la supuesta metafísica del culto. Entre esos, Guardini analiza

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especialmente tres: el grito de júbilo y salvación de Jesús en Mt 11, el sermón sobre el juicio final en Mt 25 y las palabras de la institución de la Eucaristía. En la primera fórmula se revela especialmente el conocimiento de Jesús del Padre, un acuerdo íntimo de la voluntad, una relación filial entre los dos, y finalmente una invitación tremenda destinada a todos los hombres: “venid a mí!” (Mt 11,25). Aquí Jesús se pone a la altura del ansia del hombre y le trae calma. También habla de “mi yugo” (Mt 11,25), en vez que del yugo de Dios: eso porque se pone sencillamente junto al Padre delante de todos los hombres. En Mt 25 se presenta como juez. Allí su persona se hace el criterio de lo que es bueno o malo. Finalmente, en la Última Cena “Jesús declara inequívocamente que la nueva existencia por él anunciada y posibilitada, debe ser nutrida por su vida concreta” (p. 179). Su vida no tiene nada de destructivo o de perjudicial y es más bien la fuente de la vida de todos los redimidos. Nadie habló nunca así. Ningún hombre del Antiguo Testamento, ningún Profeta hubiera podido hablar de esta manera.

Los tres textos analizados expresan claramente la “autoconciencia de Jesús que está por encima de lo humano” (p.179), pero no son los únicos en el Nuevo Testamento. Sin embargo en ellos aparece con toda la claridad lo que transmite la totalidad del corpus de la Revelación cristiana.

2. La principialidad

Por el hecho de que la personalidad de Jesús no se puede deducir ni de los tipos psicológicos, ni de la historia de su tiempo, ni de la sociedad en que vivía, se manifiesta lo que Guardini llama su “principialidad”. En primer lugar, no hay una idea de Cristo. Por ejemplo, no sería adecuado traducir Cristo con la idea de “perfecta bondad”, o “pura unión con Dios”, o “pura humanidad”, etc. porque estas descripciones no alcanzan la esencia de lo que es Cristo. Cuando le definimos “Hombre-Dios” tampoco entendemos bien lo que significa porque partimos de ideas preconcebidas de lo que es Dios y de lo que es el hombre. En realidad, con esta expresión podemos indicar la novedad absoluta de una realidad que no es comprensible a través de los conceptos que nos ofrece el mundo. Indica una novedad que viene sólo del interior de Dios y de lo que Él propone a los hombres. Tampoco hay un mito de Cristo, porque él es historia, mientras el mito es algo que se aleja continuamente de la historia, de una realización concreta. Cristo es totalmente real, es una persona que se dirige a personas y las pone en movimiento. Por su realidad se ha hecho enemigo de los míticos que no podían soportar su realidad hasta sus niveles más banales y cotidianos. “Todo eso lo resumimos en la frase: de Jesús no hay concepto” (p. 191). Siempre es la misma dinámica: no hay la experiencia de algo mundano desde el cual sacar una idea para comprenderle. Él es irrepetible: “la palabra “Jesucristo” no expresa ninguna imagen de concepto universal, sino su unicidad: le expresa a Él, que anduvo antaño entre nosotros y al que le aconteció ese destino que nos redimió. Lo que Él es, lo revela sólo Él mismo” (p.191).

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3. El haber venido

¿Cómo se manifiesta en la conciencia de Cristo esta principialidad, esta manera de ser tan distinta de la nuestra? Las plantas que brotan de la naturaleza, crecen, mueren y luego se disuelven en la naturaleza otra vez. El hombre también brota de alguna manera de la naturaleza: nace de sus padres y está determinado por las condiciones sociales e históricas de su mundo. Pero hay en él un alma espiritual que todas las religiones del mundo han advertido que viene de más allá de la naturaleza y está en tensión con ella. Está referido a Dios porque su alma procede de Su voluntad creativa. Con cada hombre hay una existencia nueva que se abre frente a todas posibilidades, positivas o negativas. De alguna manera el hombre está como implantado en el mundo al ser creado. Pero Cristo tiene un destino distinto. Él tambien tiene algo que brota del mundo: su cuerpo, su alma, su condición social... pero lo que más le determina es que Él es el Hijo de Dios que “ha venido al mundo” (Mc 2,17; Jn 18,37; 16,28; 1,11). “Jesús mismo dice – y la palabra expresa a su vez la más honda conciencia de su ser – que “ha sido enviado”” (p.201). Detrás de su venida hay la resolución del Padre: “Pues Dios se ha complacido en hacer habitar en Él toda la Plenitud, y por Él, en reconciliar a todos los seres para Él” (Col 1, 19-20). Esta resolución se hace presente en toda la vida de Jesús. “Cristo viene al mundo. Este hecho determina toda su esencia. En él vive la conciencia de ello. Por ello él es el misterio que es. Está ahí realmente pero con la infinitud del camino tras de Él. Efectivamente en el mundo, pero de tal modo que nadie le puede absorber nunca” (p.203). Por esto también es el conocido y desconocido a la vez. Su existencia es distinta de la nuestra y consiste en una venida y marcharse de nuevo, como un tránsito: “Salí del Padre y vine al mundo: otra vez dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).

4. El Maestro, el Poderoso, el Existente.

En el Nuevo Testamento se usan tres imágenes conceptuales para captar su persona: Maestro, Poderoso y Existente. En primer lugar, Jesús es Maestro en cuanto tiene plenitud del conocimiento de Dios: él sabe de Dios de manera diferente de cualquier otro porque le conoce “por visión viva y por esencia” (p.209). Sabe de los hombres y del mundo, reconoce la realidad y la apariencia, la verdad y el engaño, lo bueno y lo malo. Además Jesús es consecuente con su enseñanza: “lo que enseña, lo hace él también” (p.209).

Sin embargo lo que caracteriza esencialmente Jesús como Maestro es su relación con la verdad. Tres frases joánicas ayudan a entender esta relación: “Yo nací y vine al mundo para esto, para atestiguar sobre la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37); “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14,6); “En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en Dios en el principio. Todo se hizo por ella, y sin ella no se ha hecho nada en lo creado” (Jn 1,1-3). Para Guardini Jesús “cuando enseña, no dice algo que estuviera ya dispuesto pero quizá escondido, sino que dice la verdad que Él es, y fundamenta toda

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la restante verdad. Es la idea por la que todas las cosas son verdaderas. En el ámbito y en la luz de sus palabras, son verdaderas todas las afirmaciones verdaderas” (p. 212).

Jesús es, en segundo lugar, el Poderoso. Su poder no es temporal – político, económico, social – sino de otra índole: esta diferencia aparece clara en tres pasajes evangélicos: Jn 6,15; 18,36 y Mt 26,53. Una primera manera de ejercer su poder Jesús nos la ofrecen los milagros, entendidos como “poder sobre la realidad de las cosas; como capacidad de tomarlas y ponerlas al servicio inmediato del Reino de Dios” (p. 213). Una segunda modalidad de poder es el poder creativo del que habla se habla en Jn 1,1.3.10 y Col 1,16s. Una tercera modalidad es el poder presente en sus palabras: “sus palabras nos sólo son significados, sino fuerzas; fuerzas procedentes de Dios, fuerzas del Espíritu Santo” (p. 214) que provocan la admiración de la gente (Mt 7,28). Por último el poder se manifiesta en sus actitudes: cuando en la Pascua echó del Templo a compradores y vendedores (cf. Mt 21,12): “¡Qué resplandor debió surgir de Él! El viejo terror a Dios debió precipitarse sobre los hombres, saliendo de Él” (p. 215). También cuando logró hacerse paso en medio de la furia de sus conciudadanos de Nazaret, determinados a despeñarlo a causa de sus reproches contra ellos (cf. Lc 4,30): “esta irradiación de un poder silencioso, divinamente tranquilo, ante el cual los hombres se separan simplemente y le dejan libre el camino” (p. 215). Y por último en las palabras que causan la caída de la tropa armada que fue a buscarle en el huerto de Getsemaní (cf. Jn 18,5-7): un golpe “más estremecedor por entregarse luego en sus manos, dejándose atar” (p. 215). Este poder, por las reacciones que provoca, hace recordar con fuerza el “espanto” por el poder divino que Israel experimentaba cuando aparecía Iahvé.

En tercer y último lugar Jesús es el Existente. Como consideración preliminar Guardini muestra como el hombre cuando dice “yo soy” indica la acción más íntima para él, es decir “el esfuerzo prístino por el cual me saco de la nada, sosteniéndome en la realidad, apartando de mí la realidad. Un esfuerzo que se realiza en la más íntima raíz; y cuyo último riesgo y menesterosidad se experimenta en la sensación – hoy tan enérgicamente presente en la conciencia – de limitación, de soledad, de amenaza de peligro para la salvación” (p. 216-217). En Jesús ese “yo soy” es, una vez más, completamente distinto. En Jesús “ha entrado en el mundo el Hijo de Dios, penetrando un ser humano, no para darle gracia o para habitar en él, sino para “serlo”” (p. 217). Así ¿qué significa cuando Jesús dice “Cuando elevéis al Hijo del Hombre, entonces sabréis que Yo Soy” (Jn 8,28)? Estas palabras son las mismas de la revelación del nombre de Dios a Moisés en el monte Horeb (Ex 3,14). Entonces “¡Qué acto ese “Yo soy”; ese estar-ahí, ese quedarse-ahí, ese sustanciarse, saberse hasta el fondo y hacerse! Pero no en lucha contra la nada, no con el esfuerzo y riesgo de nuestra problematicidad, sino intangible, Señor en el ser” (p. 217). Todo lo conocemos de la vida de Jesús – su poder, su palabra, su sabiduría, su amor, etc. - procede de esta realidad íntima: “presentimos la inaudita corriente estremecedora que marcha bajo todo lo que nos es visible y comprensible; la corriente de este cumplimiento de Sí mismo” (p. 217). Lo podemos vislumbrar en algunos pasajes de los Evangelios: cuando se libra del Tentador (Mt 4,11), cuando llama dichosos a los discípulos porque le pueden ver (Lc 10, 21s.), en los grandes discursos

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joánicos, especialmente cuando dice “De veras, de veras os digo, que yo existo antes de que naciera Abraham” (Jn 8,58) y en la última oración después de la Cena (Jn 14,17).

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Bibliografía

GUARDINI, R., La realidad humana del Señor. Aportación a una psicología de Jesús, Cristiandad, Madrid, 1966

LÓPEZ QUINTÁS, A., Romano Guardini, en: Gran Enciclopedia Rialp, Ediciones Rialp, 1991

LÓPEZ QUINTÁS, A., Romano Guardini, maestro de vida, Ediciones Palabra, Madrid, 1998

VILANOVA, E., Historia de la teología cristiana, Tomo 3, Herder, Barcelona, 1992

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