Guerra Civil de Chile. Su apreciación histórica. Artículos publicados en la prensa de Buenos Aires. (1891)

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    Guerra Civil de Chile

    SU APRECIACION HISTRICA

    VA L PA R A I S O :

    I M P R E N T A D E L U N I V E R S O D E G . H E ' . F M A N NCALLE DE SAN AGITIN, 39D

    "" 1891

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    sus campaas sino cuando llevaron sus bandevictoriosas hasta el centro del poder espaolvireinato del Persealando su paso con la bertad de Chile, Bolivia, Ecuador y Per, afiazada en histricos campos de batalla.

    Los libertadores de Amrica, persiguiendo realizacin de una noble idea, recorrieron el co

    tinente en todas direcciones, lo regaron con sangre y legaron a las nuevas naciones, formadpor ellos, altos ejemplos de patriotismo y fratnidad internacional.

    Por desgracia, pasada la poca activa de

    guerra, cada una de las repblicas hispano-amricanas se vi, no por acto voluntario de sus gbiernos, sino por la necesidad de las cosas, aislade sus vecinas y consagrada esclusivamente a pparar su organizacin interna. Todas tuvieroque luchar desde el primer dia con grandes dicultades para constituirse con solidez. Entre tos obstculos hai que recordar por su importacia la falta de cultura de pueblos educados enrjimen colonial, la escasa poblacion diseminaen vastos territorios y la manera como se habiimprovisado en la guerra los nicos hombres qpodian tomar en sus manos las riendas del gbierno.

    El aislamiento creci con el trascurso de aos y lleg a convertirse en situacin normde estos pases, porque no hubo nteres comerc

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    alguno que estableciese entre ellos relaciones permanentes. Cada pueblo encontr en su propiosuelo los elementos necesarios para atender a sualimentacin y para enviar productos a los centros industriales europeos a fin de cambiarlos polos artculos manufacturados que solo en ellospodia adquirir. Qu corriente de intereses recprocos podia haber entre naciones que producany necesitaban, con escasas diferencias segn loclimas, los mismos artculos? Las produccionesdlas unas no encontraban mercados en las otraspor consiguiente, no habia medio de establecerun verdadero trfico comercial.

    Las precedentes observaciones no son aplica-bles a Chile y el Per, tratndose de los productos de la agricultura chilena; pero esta escepciony otras anlogas no desvirtan el hecho que ob-servamos, porque a despecho de ellas, ha existidoaislamiento, aun entre el Per y Chile, por otrascircunstancias especiales.

    Entre tanto, nada era mas necesario a todos es-tos pueblos como acercarse y conocerse para hacer juntos las difciles esperiencias de la vidalibre. Nacidos del mismo orjen y por el mismoesfuerzo guerrero; ligados por largos aos a un r

    jimen que les dejaba como herencia comunes vicios y defectos; obligados por la naturaleza de loacontecimientos que les dieron independencia a

    organizarse rompiendo todas las tradiciones, habia

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    ventaja evidente para cada uno de ellos en estu-diar los hechos que se producan en los otros y

    apreciar sus consecuencias a fin de no perderseen ensayos estriles ni incurrir en errores mani-festados por ajena esperiencia.

    Las instituciones 110 se establecen en los pue-blos sobre el lijero cimiento que ofrecen la vo-

    luntad y la capacidad de los que redactan lasleyes. Para darles base slida hai que fundarlassobre el grado de cultura que haya alcanzado elpueblo que las recibe; y para apreciar con algunaexactitud esa cultura, hai que tomar en cuenta

    los antecedentes histricos, que estudiar las cos-tumbres y tradiciones nacionales en sus varia-das manifestaciones, que tender la vista a lospueblos vecinos, que pueden ofrecer puntos prc-ticos de comparacin por la indentidad de la raza

    o la comunidad de civilizacin.En este sentido, el frecuente trato de los pue-

    blos americanos entre s habria dado provechososfrutos, convirtiendo en vasto campo de observa-cin poltica y administrativa el mismo continen-te que sirvi de teatro a la guerra comn contrael rjimen colonial.

    El aislamiento se produjo, y se conserva hastaahora, porque hai circunstancias superiores a lavoluntad de los hombres, contra las cuales nadapueden ni el convencimiento de que convienedominarlas, ni el buen deseo de sobreponerse a

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    ellas. Asi, los pueblos hispano-americanos se havisto condenados a buscar en la imitacin de loEstados Unidos o de las monarquas europeas lomateriales necesarios para darse una organizaciestable, ignorando o comprendiendo mal las provechosas enseanzas que se les ofrecan al otrlado de sus fronteras. Las esperiencias hechas ecada una de estas repblicas han sido completamente perdidas para todas las dems: cada cuaha hecho a su turno los mismos ensayos, ha incurrido en los mismos errores y ha cosechado lomismos malos frutos.

    De este modo se esplica el hecho singular deque todos los graves acontecimientos que ocurreen la Amrica Espaola sorprendan al continententero y a los mismos pueblos que son teatros dellos, cual si fuesen fenmenos producidos de improviso como un temblor de tierra.

    Tiene tal intensidad el hbito de no preocuparse de lo que pasa en los pueblos vecinos, qullega a olvidarse que nada sucede sin causa poderosa para producirlo y que los acontecimientopolticos y sociales son motivados, no por los hechos determinantes y casi siempre pequeos qulos hacen estallar, sino por causas anteriores, cuyas raices y complicaciones son ignoradas por eobservador lejano, lo mismo que por los hombreapasionados que en ellos figuran como actores.

    Cuando en 1879 se produjo la guerra del Pa

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    cfico, pudo observarse que todas las nacionhispano-americanas, sin esceptuar a las beligera

    tes, fueron sorprendidas por el suceso y tratarde esplicrselo cada cual a su modo.Los aliados acusaron a Chile de habers

    preparado para la guerra y de haberla prvocado injustamente una vez que se sinti ba

    tante fuerte para llevarla a cabo con xitChile, por su parte, lanz igual acusacin a laliados, invocando en apoyo de este cargo el htrico tratado secreto de alianza entre Boliviael Per, hecho en Lima el ao 1873. Entre tant

    lo cierto es, y ello se comprueba por documentdignos de entera f, que Chile, Bolivia y el Peestaban igualmente desprevenidos para la guerque sta se produjo por antecedentes que vendesarrollndose sin especial propsito desde m

    chos aos atras, casi desde la guerra de la indpendencia; y que la culpa grave de los gobenantes de las tres naciones consisti, no en habprovocado la lucha, sino en haber sido bastanciegos e imprevisores para no oponerse con tiepo a las causas que, a despecho de ellos, ibanhacerla necesaria. Nosotros conocimos de ceren esa poca los hechos relacionados con el casasbellis entre Chile y Bolivia, y desde entoncsiempre hemos manifestado la misma opinitranquila que ahora espresamos. Pero el senmiento pblico en Chile persiste en consider

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    aquella guerra solo bajo el estrecho punto de vistaque permiten los estravios del patriotismo. Igual

    cosa sucede en el Per y Bolivia, quienes tratantodava de esplicar sus desgracias, no por las causasque las prepararon en un largo trascurso de tiem-po, sino por alguno de los accidentes que encen-dieron la guerra.

    La opinion americana, ignorante de los sucesosdel Pacfico ntes que las operaciones blicas lesdieran notoriedad, ha participado desde unprincipio de los mismos errores de juicio que seobserva en las opiniones de los belijerantes. Ser

    menester que haya un historiador severo y derecto cri terio para que estudie aquella guerra ensu verdadero orjen y desvanezca las impresionesequivocadas que al presente dominan.

    La guerra civil chilena se presta en la actua-

    lidad a comentarios semejantes a los que preceden.El ardor de las pasiones polticas ha cegado a losactores en la lucha. Cada uno atribuye impor-tancia primordial en el orjen de la guerra aaquello que mas le preocupa. Para Balmaceda y

    los sostenedores de su rjimen dictatorial, lasambiciones de los jefes de partidos o de agrupa-ciones polticas constituyen la causa nica dela yiolenta crisis en que est comprometida larepblica. Para la inmensa mayora de los que

    forman en las filas de la revolucin y de los quela aplauden, la crisis no tiene otra causa que el

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    personalismo absorbente de Balmaceda, su ineptud para el ejercicio discreto del poder y su tenpropsito de traspasar el mando, como objeto su esclusivo uso, a un favorito de su amistaPocos son los que miran el pasado y buscan en desarrollo de los acontecimientos pblicos lmotivos que pueden haber preparado esta situcin. No hai, ni puede haber, tranquilidad d

    juicio porque las violencias de la Dictadura pessobre los ciudadanos y ahogan la voz de la razpara no dejar oir sino las quejas por tantas inquidades, las imprecaciones de clera por tantcrueles injusticias y los gritos de indignacin plos delitos que se cometen contra la honra de patria.

    Las dems repblicas americanas no se reponetodava de la sorpresa que les causara la prime

    noticia de haber estallado una revolucin eChile, despues de tantos aos de bien aprovechda paz. Tampoco pueden darse cuenta exacta ndel orjen, ni del significado histrico, ni de lprobables consecuencias de esta guerra civil, po

    que ignoran los antecedentes que la han producidy, si tratan de averiguarlos, no reciben sino lainformaciones apasionadas de los que todo latribuyen a los sucesos en que han sido actoreY sin embargo, los hechos que hoi ocurren en Pacfico revisten un carcter histrico que interesa a todo el continente y que merece ser estu

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    II.

    La completa victoria que Chile obtuvo en laguerra del Pacfico contra el Per y Bolivia ledi grandes ventajas, pero al propio tiempo leimpuso graves responsabilidades.

    Hasta esa fecha el gobierno chileno se habadistinguido en Amrica por el carcter severo delos hombres que lo ejercan, por el buen rjimenestablecido en la administracin pblica, por elescrupuloso manejo de las rentas nacionales,

    por la prudencia que empleaba en el estudio yadopcion de las leyes asi polticas como civiles ycomerciales. La Repblica era gobernada con lacircunspeccin y el celo que los hombres de bienponen al servicio de los intereses ajenos que se

    les encarga administrar. Con justo orgullo po-damos decir entonces los chilenos que el ejerci-cio del poder pblico no era solicitado para gozarde las satisfacciones del mando, sino que eraaceptado como un cargo que llevaba consigo la

    obligacin de sacrificarse en bien del pais.Justamente al concluir la guerra ocupaba la

    presidencia el hombre que mejor ha representadoen Chile esta honrosa tradicin de probidad gu-bernativa. Don Anbal Pinto reunia condiciones

    de intelijencia y de carcter que le habran per-mitido sobresalir en cualquiera sociedad, pero

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    careca en absoluto de ambicin personal. Su

    modestia rayaba en la humildad y, si hubieraobedecido solo a sus naturales inclinaciones, ha-bra pasado su existencia lejos de las esferas ofi-ciales, consagrado a sus libros y al afecto de sufamilia. Elevado a la presidencia de la Repblicapor la iniciativa de su antecesor, don FedericoErrzuriz y por la adhesin de los partidos libe-rales, don Anbal Pinto llev a la Moneda la aus-tera sencillez de su vida de familia y fu el dignocontinuador de una poltica que buscaba el bienpermanente del pais con pree.cindencia de los in-tereses transitorios de los partidos.

    En la organizacin de los servicios militaresdurante la guerra se hizo sentir, mas que en cual-quiera otra rama de la administracin, la influen-cia saludable de la probidad y el buen sentido delPresidente Pinto. Jamas se ha hecho a menoscosto una guerra internacional. El pais se encon-traba envuelto en una doble crisis: comercial, pofhaberse esportado el circulante metlico, y fiscal,porque las rentas nacionales no alcanzaban a cu-brir los gastos del presupuesto ordinario. Fuentonces necesario acudir a las emisiones de pa-pel moneda. El Presidente acept mal de suagrado este espediente, porque, con su claro jui-cio, comprenda mu bien los peligros que en lvan envueltos. Pero las necesidades de la guerrano admitan retardo ni era posible apelar en esas

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    circunstancias al crdito en el esterior. El Presdente Pinto tuvo que ceder a las exijencias invitables de la situacin y puso especial cuidaen limitar las emisiones a lo absolutamente prciso y en darles un carcter transitorio paamortalizarlas una vez terminada la guerra.

    Merced a este espri tu recto del PresidenPinto y a su firme propsito de mantener l

    buenas tradiciones administrativas, la guerra dPacfico no impuso a Chile sino una deuda papel moneda que no pas de treinta millones pesos. La intendencia jeneral del ejrcito y armada fu organizada y dirijida por distinguid

    ciudadanos, a quienes impuso ese trabajo el Prsidente en nombre del patriotismo y como un scrificio personal. Las cuentas de esos complicadservicios, en una guerra que moviliz durancerca de dos aos a 60,000 hombres, fueron pr

    sentadas al gobierno, en la forma y con los comprobantes mas satisfactorios, mui pocos mesdespues de la ocupacion de Lima. El acierto, economa y la honradez de la intendencia jeneren esas difciles circunstancias demostraron q

    la mquina administrativa estaba bien montady poda funcionar con toda seguridad. Chile csech en esa poca el fruto de cincuenta aos gobiernos constitucionales que, con verdadepatriotismo, haban trabajado por el perfeccion

    miento de nuestro rjimen administrativo.

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    Por tanto, no podia ser mas favorable la situacin de Chile para hacer frente a los peligros dificultades de diversa ndole que la terminacide la guerra pona en su camino.

    El peligro principal consista en el ejrcito

    porque una campaa tan afortunada en territorestranjero, le permita volver a Chile rodeado dprestijio que las acciones militares conquistaante la imajinacion popular. El enriquecimientrpido del fisco por el impuesto sobre la esport

    cion del salitre, era otro peligro gravsimo quexijia la mayor severidad en la administracin dla hacienda pblica. El uso que debia hacerse dpapel moneda era otro punto de la mayor impotancia, porque ya comenzaban a crearse interese

    opuestos al deber y a la buena f de la Repblicpretendiendo que el rjimen del curso forzosestablecido con el carcter de transitorio, se covirtiese en permanente. En pos de estas dificutades venan muchsimas otras, menos graves, e

    verdad, pero de bastante importancia, porqupodian comprometer la tradicional severidad dla administracin chilena. Citaremos solo la cicunstancia de haberse necesitado duplicar durante la guerra el personal de los empleados pblico

    La eleccin de los nuevos empleados no pudo hcerse como en tiempo de paz por motivos fcilde comprender; la escuela en que ellos comenz

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    por armas victoriosas, no era tampoco favorabpara darles disciplina administrativa. De conguiente, la tarea de reducir el personal despude la guerra, elijiendo para conservarlo solo mejor, era tan delicada en la manera de desemparla, como en los resultados que mas tarde hba de producir.

    Esto suceda en los primeros meses del a

    1881 y el perodo presidencial de don AnbPinto espiraba el 18 de setiembre del mismo aPor este motivo la atencin pblica se preocuesclusivamente de la cuestin electoral. El pegro del militarismo ofreca entonces caracter

    alarmantes. La candidatura a la presidencia fu propuesta al jeneral Baquedano por el pardo conservador en alianza con elementos liberalde alguna signicacion. El jeneral acept aquofrecimiento y se present ante el pais, que ac

    baba de concederle los honores del triunfo a regreso de Lima, pidiendo los sufrajios popularen la eleccin del mes de junio.

    Don Anbal Pinto tenia profunda f en la slidez de nuestras instituciones y en el buen se

    tido del pais. No le faltaba razn para ellpuesto que la esperiencia que l habia practicaen su difcil perodo presidencial le habia hechcomprender que un gobierno justo podia contcon la adhesin y el respeto de todo el pais. N

    vacil por eso en proceder sin demora a la dis

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    lucion del ejrcito victorioso en cuanto no er

    necesario para mantener la ocupacion del Permientras se negociaba el tratado de paz. Una dvisin de seis mil hombres, trada de Lima en mes de marzo con el jeneral Baquedano a su cabeza y recibida con loco entusiasmo en Valpara

    so y en Santiago, fu dispersada mandando lobatallones a diversas provincias, donde se les dsolvi y se les ajust sin dificultad alguna.

    Este acontecimiento puso una vez mas a prueba el poder de una administracin bien organiza

    da y de un gobierno ejercido con prudenciaDesde ese momento el peligro del militarismqued conjurado y la candidatura del jeneral Baquedano no pudo contar con apoyo alguno en eejrcito de la Repblica. El mismo jeneral, po

    otra parte, no habra intentado jamas que su prestijio ante el ejrcito le sirviese para apoderarsdel mando. El daba ejemplo de disciplina a todos los que militaban a sus rdenes.

    ni.

    El sucesor del seor Pinto fu don DomingoSanta Maria, hombre que tenia mas de treinta

    aos de prctica en la administracin y los negocios pblicos. Su candidatura encontr sria re-sistencia, no solo de parte de los conservadores

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    sino tambin de parte de una fraccin numerode los partidos liberales. Se hacian apreciacionmui contradictorias sobre su carcter y su coducta como hombre poltico en la administracide don Manuel Montt. Pero hacia ya cerca dquince aos que desempeaba el cargo de rejende la Corte de Apelaciones de Santiago y su coducta como majistrado inspiraba a todos plenconanza. Esto le sirvi de ttulo para asegurase la adhesin de los que deseaban ver en la prsidencia de la Repblica un ciudadano que, psu probada honradez, fuese digno sucesor del s

    or Pinto.Santa Maria inici su gobierno organizando uministerio que representaba bien los elementopolticos dominantes y que responda a la necsidad de hacer frente a los peligros que ya hemo

    indicado como consecuencias de la guerra. Lcartera del interior fu confiada a un ciudadanque acababa de prestar servicios tan desinteresdos como valiosos en la guerra y que era bieconocido por la integridad de su carcter. La d

    hacienda, que en esos momentos era el eje de situacin, fu puesta en manos de otro caballerde notoria capacidad, que gozaba de una reputacin intachable ante amigos y adversarios. La drelaciones esteriores fu encomendada a don Jo

    Manuel Balmaceda, quien por vez primera tomba parte en los trabajos y responsabilidades de

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    rechos de la ciudadana. Hai estados, como Blivia y el Per, por ejemplo, donde la poblaciindjena americana se conserva, hasta con s

    idioma, en el mismo atraso en que la dej la clonia. Se comprende que en tales condiciones civilizacin no habria ni seriedad siquiera en hblar de elecciones que revelen la verdadera vluntad popular.

    En Chile eran los partidos los que hacian lelecciones. Formados al amparo de la paz y diciplinados en las luchas parlamentarias, los patidos tenian una organizacin que se perfeccinaba de ao en ao con sus propios trabajoscon el vigor que les daban los jvenes que ibformando en sus filas. Los conservadores repre-sentaban las tradiciones polticas de la asamblconstituyente de 1833 y del gobierno que se etableci con arreglo a la Constitucin dictada pella. A este ttulo de antigedad y respeto agrgaban el de haber cooperado eficazmente, duranla administracin Perez, a la poltica de concilcin que puso trmino al autoritarismo de la a

    ministracin Montt. Los liberales traan su or. jen de los variados acontecimientos que tuvierlugar entre la abdicacin de O'Higgins en 18y el triunfo de la poltica conservadora consgrado por la Constitucin de 1833. Despues

    haber sufrido duras persecuciones tuvieron uperodo de influencias en la administracin B

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    nes; volvieron en seguida a conspirar y a ser per-

    seguidos en la administracin Mont t y por lti-mo el presidente Perez les busc, en unin conlos conservadores, para dar base firme a su pac-fica y tolerante administracin. En el deceniodel presidente Perez se constituy el grupo lla-

    mado montt-varista o nacional , porque lo for-maban los hombres que mayor participacin ha-ban tenido en el gobierno anterior. Este grupo,sin bandera poltica determinada, tuvo sin em-bargo una fuerte organizacin desde el primer

    da, porque lo formaban personas esperimentadasen la administracin pblica, de alta posicionsocial y espertas en las contiendas de los partidos.Tambin se organiz con solidez en esa poca elpartido radical , cuyo respetado jefe, don Manuel

    Antonio Matta, educ con su ejemplo a la juven-tud chilena en la prctica de las virtudes repu-blicanas y determin, con la tenacidad de su pro-paganda en la prensa y en la Cmara de Diputa-dos, el movimiento que en 1870 uni a liberales,

    nacionales y radicales para exijir la reforma de laConstitucin conservadora.

    Si se toma en cuenta que en estos pases, porfalta de cultura, no hai todava pueblos capacesde ejercer la soberana como debe practicarse enlas democracias, forzoso ser reconocer que laexistencia de partidos con buena organizacin esun verdadero progreso poltico. De este modo se

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    abre camino a la accin de todos los ciudadanque quieren o pueden interesarse en el gobiernofrecindoles las garantas que la unin produpara resistir a los abusos de la autoridad.

    Donde no hai pueblo apto para practicar soberana, ni partidos organizados para dirijir opinion de los ciudadanos que se preocupan la poltica, el gobierno tiene que ser necesarimente autoritario o mas bien dictatorial, porqno hai fuerza alguna que pueda oponerse a voluntad y los que usan del poder sin contrapesobedecen por regla jeneral a una inclinacin qlos lleva al despotismo.

    Se ha dicho que en Chile existe una oligarquque tiene el privilejio del poder. Esto es ciertono lo es, segn la idea que se pretende esprescuando se habla de oligarqua. El ejercicio dgobierno requiere, como todas las funciones pblicas o privadas, desde la mas alta hasta la mhumilde, cierta especial preparacin. En las nciones mas cultas el pueblo ha alcanzado tal nvel de civilizacin, que casi la totalidad de l

    habitantes mayores de veinte aos se dan cuencabal de la administracin pblica y pueden tmar parte en ella directa o indirectamente. Enotable a este respecto el caso de la Suiza edonde el pueblo no solo practica como un d

    ber todos los actos electorales, sino que tambies llamado en determinadas circunstancias a r

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    tificar o desaprobar las leyes. Pero cada puebltiene un distinto grado de cultura. El pueblsuizo tiene, sin duda, el mas alto; nuestros pueblos americanos tienen por desgracia el mas bajEsto puede herir nuestro orgullo, puede lastima

    nuestro amor propio; pero el hecho es efectivy nosotros no debemos cerrar los ojos a la verdapara engaarnos, finjiendo tener pueblos mas cutos que los que tenemos. En todas las repblicahispano-americanas el gobierno es privilejio d

    las minoras con relacin al nmero total de habitantes, y pasar muchos aos antes que sucedlo contrario porque ello depende de causas que soel progreso de nuestra civilizacin puede destrui

    En Chile, merced a la organizacin de los par

    tidos, el gobierno ha estado siempre en manos dlos hombres mas educados, no hacindose diferencia alguna por razones de familia o de fortunLa mayor parte de los ciudadanos que se handistinguido en la administracin y la poltica ha

    hecho su carrera desde una condicion humildeconquistando el respeto del pais por su talento sus virtudes republicanas. Si eso se llama unoligarqua, aceptamos el calificativo; pero nos reservamos el derecho de aplicarlo tambin a la

    minoras que en las otras repblicas hispanoamericanas ejercen el gobierno a ttulo de partidopolticos o de fuerzas militares organizadas par

    t dill

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    IV

    Los Presidentes de Chile, dando con ello mues-tras de cordura y patriotismo, buscaron siemprecomo base de gobierno la adhesin de los parti-dos que mejor representaban las aspiracionesjenerales.

    Santa Mara se apart en hora desgraciada deesa prudente lnea de conducta. En las eleccionesde 1882 trat de anular a los partidos, y toma su cargo personal la designacin, uno por unode los diputados y senadores que debian representar a cada departamento o provincia de la Rep-blica. Se ensa especialmente contra el part idoconservador y el radical, hasta el estremo de pre-

    tender que ni el uno ni el otro tuviesen repre-sentacin en el nuevo congreso. Al partido liberano. le trat con mayor consideracin, pues tuvoel pueril propsito de no dejar que los candidatosfuesen designados libremente, ni que cada uno

    trabajase por su eleccin en el pueblo donde te-nia amigos y partidarios. El en persona form laslistas de diputados y senadores, l mismo deter-min por su capricho el punto donde debia resultar electo cada uno, y el abuso fu tan completo

    que bubo elejidos cuyos nombres se avisaron potelgrafo a los intendentes y gobernadores res-

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    pectivos solo en la noche que precedi a la

    eleccin.Los preparativos de este escndalo dieron lu-gar a la renuncia del ministro del interior, quese neg a aceptar su responsabilidad. Santa Maraencontr el hombre que necesitaba para ese fraude

    electoral en su ministro de relaciones esteriores.Balmaceda pas a ser jefe del gabinete y desde esedia tom el rumbo peligroso que ha conducido ala Repblica a la terrible crisis en que hoy se en-cuentra.

    En aquellas vergonzosas elecciones se acu-di a toda clase de fraudes y falsificaciones. Envez de valerse de la fuerza pblica para ejer-cer violencias sobre los ciudadanos, se la em-ple en hacer votar repetidas veces a los ajentesde polica, en plajiar vocales de mesas receptorasy reemplazarlos por otros que tomaban sus nom-bres, en adulterar las actas de escrutinio y enotros delitos anlogos. Santa Mara obtuvo as loque deseaba, y su ministro del interior pudodespues afirmar que las elecciones haban sidoescepcional mente correctas, por cuanto no se ci-taba ningn acto de violencia ejecutado por laautoridad.

    Para ser justos, debemos recordar que en esteprimer atentado para suprimir los partidos, San-ta Mara cont con el apoyo de hombres y agru-paciones que no comprendieron que el ataque era

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    dirijido contra todos para cimentar el absolutmo personal en el gobierno.

    El xito acompa a Santa Mara en la reazacin de su plan; pero en el mismo congreformado por l hubo voces para condenar su pltica y lleg a organizarse una oposicion de iportancia, mas por la capacidad y prestijio, qpor el nmero de sus miembros.

    Tres aos mas tarde hubo nueva eleccin y repitieron los mismos abusos, con circunstancitodava mas graves. En esta ocasion, el ministdel interior, Balmaceda, se presentaba ya com

    candidato oficial a la presidencia de la Repblicy de consiguiente, tom como cosa propia la tarde hacer un congreso que debia durar hasta daos despues que terminase el perodo de SanMara.

    Este segundo atentado se consum tambicon el apoyo de hombres polticos que, cegadpor las pasiones que enjendran los choques de lpartidos, no medan las consecuencias fatales qumas tarde habian de hacerse sentir contra el pa

    y contra ellos mismos.Santa Mara, fu, sin embargo, mnos afor tu

    nado con este congreso que con el anterior. Aacentuarse definitivamente la candidatura ofcial de Balmaceda, se produjo un poderoso movimiento de opinion en contra de ella. Se lcombata, no solo porque era el favorito de San

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    Mara y porque se mantena en el minterio pa

    servirse de la administracin pblica en su provecho, sino tambin porque habia la profundconviccin de que le faltaban las condiciones dcriterio y de prudencia mas indispensables padesempear la presidencia de la Repblica.

    La opinion se manifest con tal enerjia eeste sentido, que lleg a influir en el Congresdeterminando una actitud resuelta en contra dgobierno de poco menos de la mayora en la Cmara de Diputados y de un grupo notable d

    senadores. Hubo entonces en las cmaras unlucha ardiente que fu precursora de laque cinaos mas tarde ha precedido a la guerra civil.

    Balmaceda no tenia en su favor sino los elementos oficiales de que dispone todo gobierno un reducido nmero de liberales que haban pedido el rumbo que tocaba seguir a su partido. Lruina de su candidatura pareci inevitable eagosto de 1885, y se habra consumado irremisblemente, si, por un error poltico que nunca sebien espiado, el partido nacional no se hubiepuesto al servicio de ella. La actitud de los nacinales asegur la mayora al gobierno en la Cmra de Diputados e impuso a Chile la presidencde don Jos Manuel Balmaceda.

    Debemos recordar aqu que el partido nacionse hizo cmplice tambin de un atentado de fuerza pblica contra la independencia del co

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    greso, abuso que despues ha servido de anteceden-te para justificar hechos mas graves.

    La guerra a muerte a los partidos y la implan-tacin a firme del absolutismo personal, aparta-ron a Santa Mara del programa administrativoque le correspondia ejecutar. Ensoberbecido conel ejercicio del poder, quiso someterlo todo a suvoluntad, y prefiri las satisfacciones efmeras queproducen las lisonjas y el servilismo de los corte-sanos al profundo respeto que los pueblos profe-san a los que los sirven con desinteres.

    El curso forzoso del papel moneda, que debisuprimirse luego que se hizo la paz con el Per,fu mantenido con el nico fin de acumular fon-dos para propsitos polticos. La administracinde la hacienda pblica se resinti del mismo in-conveniente. En vez de adoptar un plan financie-

    ro destinado a robustecer el crdito nacional eimpedir los apetitos que provoca la riqueza enmanos de los gobiernos, se aument caprichosa-mente el presupuesto de gastos ordinarios, nopara satisfacer necesidades efectivas, sino para

    servir a los amigos y partidarios.Antes de la guerra, el presupuesto de entradasde Chile no pasaba de 20.000,000 de pesos; susgastos se ajustaban a la misma cifra y la adminis-tracin pblica nada dejaba que desear en cuanto

    a orden, trabajo y moralidad. La posesion esclu-siva de la rejion del salitre duplic la renta de

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    29 Chile por el impuesto que grava la esportaciode ese artculo. Los gastos administrativos de lprovincias de Tacna, Tarapac y Antofagastapenas suman en el ao dos millones de pesoEntre los gastos ocasionados y las rentas prodcidas por esos territorios, hai pues una diferencde algunos millones.

    No podia presentarse oportunidad mas propcia a un gobernante discreto para asegurar a pais una slida situacin financiera en el porvnir. La oportunidad fu perdida, el aumento

    rentas sirvi solo para el aumento de gastos y pais qued condenado a dos plagas permanentela del papel moneda y la del inmenso nmero chilenos que viven del presupuesto fiscal.

    Hay que confesar tambin que en esa poca,

    como consecuencia del enriquecimiento del fisy de la mala poltica, se vi aparecer por primevez en Chile la corrupcin administrativa en forma mas daina.

    El presidente Santa Mara fu un hombrhonrado en cuestiones de dinero. Con su trabaprofesional como abogado, form, antes de sministro de la Corte de Apelaciones, una modesfortuna, cuya renta, unida a su sueldo, le permta vivir con desahogo. Cuando sali de la Monda su fortuna estaba disminuida, porque los gatos de representacin le haban obligado a consmir tambin parte del capital. Esto debe decir

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    en descargo de sus errores, porque en Chile es hecho que todos reconocen y que est comprobdo ademas por la liquidacin de los bienes qdej a su fallecimiento.

    Pero los estravios de la pasin poltica llevara Santa Mara al estremo de tolerar que la admnistracin de su pais perdiese su tradicional preza. Ni su honradez personal, ni la educacin su carcter en largos aos de ejercicio judicial, el triste ejemplo que ofreca la historia del Perle movieron a oponer un dique poderoso a corriente de vicios que amenazaba caer sob

    Chile como consecuencia de una guerra afortnada y de una riqueza repentina. Ello da la mdida de la perturbacin moral que producen los gobernantes la tendencia al absolutismo y lactos de que fatalmente tienen que valerse pa

    establecerlo.

    V

    Balmaceda inaugur su administracin el 1de setiembre de 1886. No tenia mas esperienccomo hombre de gobierno que la que pudo rec

    jer en cuatro aos de ministerio al lado de SanMara. La escuela, como se ve, era muy peligrsa; por otra parte, Balmaceda habia sido el pricipal usufructuario de la poltica de su predeces

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    31 y su nombre estaba ligado a todos los actos ste. Sobraban, por consiguiente, los motivpara temer que en el perodo de su gobierno acentuaran aun mas los propsitos absolutistque ya imperaban en la Moneda.

    El Congreso elejido en 1885 tenia vida prop

    hasta su renovacin constitucional en 1888. Lfuerte oposicion que se habia organizado contla candidatura de Balmaceda estaba en pi aguadando los primeros actos del nuevo PresidentEn la campaa electoral Balmaceda se vi sost

    nido por la intervencin del gobierno con todsus poderosos elementos y por una coalicion potica del partido nacional con fracciones del patido liberal. Una vez que se vi en la presidencil diriji sus esfuerzos a desarmar la oposicion

    las Cmaras, porque, si como candidato habia tnido que aceptar la lucha parlamentaria, com jefe del Estado necesitaba evitarla para ejercer gobierno con tranquilidad.

    A este objeto obedeci la designacin comministro del interior de don Eusebio Lillo. Escaballero, por la moderacin de su carcter, psu alejamiento de la poltica militante, por sprobidad y su patriotismo, era prenda de concliacin. El pais lo comprendi as y aplaudi nombramiento. En el Congreso produjo tambiun efecto saludable. En el gabinete hubieron dtener sus representantes el partido nacional y l

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    fracciones liberales que sirvieron a la elevacide Balmaceda; esto era inevitable y no produ

    recelos, porque la presencia del seor Lillo bastba para dar acentuacin patritica a la nueva pltica.

    Desgraciadamente este primer gabinete fu muy corta duracin. Balmaceda no supo o n

    pudo dar al seor Lillo, en quien todos tenaconfianza, la poscion que le corresponda paapaciguar los odios enjendrados entre los partidy para apartarlos del terreno en que disputabestrilmente llevndolos a trabajar con provec

    en la administracin. Un incidente poltico en Congreso di lugar a la renuncia del gabinetBalmaceda dej alejarse al seor Lillo y consera su lado a los amigos que haban formado centro de apoyo a su candidatura.

    Este suceso tuvo una importancia decisiva, qse manifest en los acontecimientos posterioreLa conducta del partido nacional, cuando puso al servicio de la candidatura de Balmacedasegurando su triunfo, le habia atrado la enemtad profunda de los conservadores, los radicaleslos liberales de oposicion. El retiro del seLillo hizo ver que la influencia de los nacionaen la Moneda no tenia contrapeso alguno. Esban all para aprovechar las ventajas que les dala gratitud del presidente.

    Desde esa fecha ya comenz a disearse la pr

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    tensin de elevar a la presidencia a uno de l

    suyos despues de Balmaceda. Eso era anticipardemasiado, porque en cinco aos la rueda de fortuna habia de dar numerosas vueltas; pero mismo Balmaceda se complaca en tentarlos pese medio a fin de asegurarse su adhesin inco

    dicional. Mas tarde se ha visto que la conducde Balmaceda con los nacionales era prfida y qse burlaba de ellos esplotando sus ambiciones spensar en satisfacerlas.

    La poltica de Balmaceda no podia ser otra qula que habia practicado como ministro de la aministracin anterior. Deseaba para s la mismomnipotencia de que se arm Santa Mara, y cotal objeto necesitaba destruir a los partidos quenian prestijio y ejercan influencia sobre la opnion. Los favores que pblicamente conceda partido nacional hacan parte de una complicaintriga destinada a perderlo mui poco tiempdespues. Manifestando a ese partido una marcadpreferencia, a ttulo de gratitud por los serviciprestados a su candidatura, Balmaceda se prpona irritar el odio que los otros partidole profesaban para hacer imposible todo acuerdo entre ellos. Logrado este fin, llev maadelante su maquinacin y comenz a hablade la conveniencia de abrir camino a la unipoltica de todas las agrupaciones liberales

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    Busc a sus antiguos adversarios, solicit concurso para iniciar una poltica de concil

    cin y produjo una crisis ministerial para dentrada en el gabinete a representantes dliberalismo de oposicion. En apariencias la uniqued hecha; pero el antagonismo entre el pardo nacional y los otros partidos quedaba en pifu creciendo en la misma Moneda, fomentamaosamente por el Presidente. Lo que ste hbia buscado no era la unin de los partidos librales, que les habria hecho irresistibles en el py en el Congreso; su propsito era tenerlos todos en negociaciones con l, hacer concebircada uno esperanzas de predominio en el gbierno y de ese modo conservar las rivalidadque existan entre ellos y neutralizaban su acin.

    En esas circunstancias Balmaceda se propudeslumhrar al pais con un vastsimo plan obras pblicas y con la adquisicin de poderoselementos de guerra, que estimaba indispensab

    para consolidar la influencia que a su juicio debejercer Chile en la poltica hispano-americanEn cuanto al primer punto era indiscutible conveniencia de completar la construccin de lnea frrea que atraviesa el pais de norte

    sur y de estudiar con reposo la ejecucin dotros trabajos tiles en diversas localidades. E

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    cuanto al segundo punto, era evidente que B

    maceda obedecia a un propsito determinadque mantena en secreto, o a una errada apreccin de la conducta que a Chile le correspondobservar en sus relaciones internacionales: uno u otro caso el deber y el patriotismo acon

    jaban a todos los partidos oponerse a la realicin de un proyecto que, ljos de responderpeligros efectivos, podia dar lugar a que stos produjesen.

    Las rivalidades de los partidos por una pary la proximidad de las elecciones de diputadossenadores por la otra, fueron causa de que Bmaceda no encontrase obstculos srios para pparar la ejecucin de esos proyectos. Los hobres polticos, perturbados por las intrigas quetodos los tenan divididos, solo pensaron en agurarse sus asientos en el Congreso que debelejirse en 1888. Todo lo sacrificaron a este fincurriendo muchos de ellos en la deplorab

    falta de aceptar candidaturas netamente oficialcon la cual desautorizaban sus trabajos de daos atras contra la intervencin del gobierno las elecciones. As avanzaba Balmaceda por sendero que habia de llevarle a la dictadura

    sus principales colaboradores eran los mismpartidos que l trataba de destruir.Las elecciones para el Congreso de 1888 se

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    cieron con un lujo estraordinario de fraudes.

    el departamento de Santiago se procedi conmayor cinismo a la fabricacin de mayores cotribuyentes ad hoc para tener vocales segurosen las mesas calificadoras y receptoras. El procdimiento consista en finjir que un jente elec

    ral tenia alguna industria o comercio estableciden presentarse al intendente pidiendo que seclasificase para los efectos de la contribucin patentes y en pagar efectivamente el impuesLa operacion, inmoral y fraudulenta en el fond

    quedaba revestida en la forma de todos los requsitos exijidos por la lei electoral y estos mayorcontribuyentes falsificados entraban a desempar las funciones que correspondan a los lejmos. Fueron inspiradores de esta maldad y pr

    porcionaron los fondos para realizarla, personque ocupaban alta posicion en los partidos; sejecutores fueron los politiqueros de oficio, lajentes de polica secreta y otros instrumentque hoi sirven a la dictadura con la misma mralidad con que entnces sirvieron a la falsificcin electoral. Hai necesidad de decir estas coscon franqueza porque los errores no se corrijy las culpas no se espan sino teniendo honradez de reconocerlas para escarmiento en futuro.

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    VI.

    El modo como se efectuaron esas eleccioneshizo creer a Balmaceda que ya tenia el campoabierto para ejecutar sin resistencias sus planesde omnipotencia personal, Veia a los partidos

    separados por odios profundos y desacreditadosante la opinion por su reciente conducta. Resol-vi entonces precipitarlos a la ruina, hacindoleschocar ruidosamente en el Congreso y en la pren-sa. El partido nacional, objeto poco antes de

    tantas manifestaciones de gratitud por sus valio-sos servicios al candidato, fu la vctima escojidapor el Presidente para el sacrificio que su polticapersonal exijia. Balmaceda llam a su lado ungabinete en el cual dominaban los grupos libera-

    les que hicieron oposicion a su candidatura; losnacionales tuvieron que abandonar la Moneda ypronto fueron denunciados en el Congreso pol-los ministros, representantes del Presidente, comolos polticos mas peligrosos que habia en la Rep-

    blica. Se les declar hombres sin patriotismo ysin convicciones, que tomaban parte en la pol-tica movidos solo por el deseo de obtener ventajasa la sombra del poder. El reproche era sangriento,puesto que venia autorizado por Balmaceda, que

    debia en realidad la presidencia a la adhesinabsoluta de ese partido en el momento preciso

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    en que su candidatura corri el riesgo de serabandonada por Santa Mara.

    Este incidente produjo grande ajitacion polti-ca. Las rivalidades de los partidos aumentarony hubo guerra sin cuartel entre ellos. El tono dela prensa en esas circunstancias acusaba estrema-da violencia en todos los nimos. Balmacedaaprovech esta situacin para descubrir un pocomas sus intenciones. Hasta entnces habia hechodespertar esperanzas en todos los grupos, hala-gando sus ambiciones a fin de neutralizarles;pero habia tenido cuidado en no manifestar elfin concreto que persegua con tantas maquina-ciones. Considerando que ya pisaba sobre terre-no slido, se decidi a descubrir su juego e hizoaparecer ante el pais, como el nico hombrede su confianza, como su favorito, a don En-rique S. Sanfuentes, diestro especulador de bolsaque, despues de liquidar buenas ganancias,se habia dedicado al cultivo de una propiedadagrcola.

    Sanfuentes jamas habia tomado parte en laadministracin pblica, de modo que llevaba algobierno, no el buen consejo de un hombre es-

    - perimentado, sino las perturbaciones que encualquier negocio produce la falta de preparacin

    conveniente. Su filiacin poltica era tambindesconocida. Ningn partido le contaba en sus

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    filas; habia motivos para creer que sus ideas leacercaban a los conservadores, pero no teniacompromisos con ellos. En realidad Sanfuentesera uno de tantos individuos que viven consa-grados esclusivamente a sus negocios personalesy no se interesan por nada ni por nadie. Encerra-do en su egosmo, miraba con absoluta indiferen-cia la poltica y la administracin pblica.

    Por qu entonces se fij en l Balmaceda paraimprovisarle hombre de Estado e imponerlecomo su sucesor en la presidencia de la Repbli-ca? Este absurdo capricho ha sido justamente lacausa decisiva del conflicto que hizo inevitable laguerra civil. Balmaceda tenia antiguas relacionesde negocios con Sanfuentes; ste era su jentecomercial, administraba sus bienes y le propor-

    cionaba fondos cada vez que los necesitaba. Elhecho es notorio en Santiago y puede compro-barse en los archivos de los escribanos, porquelas operaciones se hacan por medio de escrituraspblicas. Esos negocios eran lcitos y no dabanlugar a observacin alguna; pero cuando Balma-ceda llev a Sanfuentes a la Moneda y le pre-sent como su favorito, la opinion unnime delpais se pronunci en contra de esa pretensin,condenando con severidad la osada del gober-nante que por favor o nteres personal queradisponer del poder pblico.

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    Pero Balmaceda no atribuy importancia aestas manifestaciones de la opinion. Confiabademasiado en la discordia de los partidos y teniala certidumbre de que le seria mui fcil seguiresplotando sus odios. En su concepto la candi-datura de Sanfuentes era un hecho consumadoque el pas aceptara sin protestas una vez queviese en el Congreso mayora para apoyarla. Afin de obtener mas pronto este resultado y deprocurar a su favorito algn prestijio, t rat deasociar su nombre a las obras pblicas que pro-yectaba dejar en recuerdo de su administra-cin.

    En este camino la poltica personal de Balma-ceda fu mui poco afortunada. Todo lo sacrifical mezquino propsito de ejecutar trabajos que

    quedasen terminados antes del 18 de setiembre de1891. Poco o nada significaba para l que lasobras fuesen construidas con solidez y economasu nico deseo era dejarlas inauguradas ntes deconcluir su perodo presidencial para eterna me-

    moria de su actividad. Sanfuentes, cuya posiciondependa solo de un capricho de Balmaceda. nopoda tener otra lnea de conducta que com-placerle, anticipndose, si era posible, a adivinarsus deseos.

    El Congreso habia votado, con censurable pre-cip:tacion por motivos polticos, una lei que au-

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    iba mas adelante que l y abria horizonta su cabeza ajitada por la fiebre de las grandconstrucciones.

    El injeniero belga fu desatendido y se firmun contrato con Lord para construir en tres ay por planos incompletos, varias lneas frreque necesitaban a lo menos ocho aos de plapara ser ejecutadas con conciencia. Para los efetos de ese contrato Sanfuentes fu nombradministro de obras pblicas en reemplazo de udistinguido caballero que ocupaba dicho puesto

    se neg a aceptar un negocio hecho en condicines tan irregulares.Este triste negociado dej mui pronto en desc

    bierto a Balmaceda y Sanfuentes. Luego se suque en Estados Unidos no era conocida la tal s

    ciedad de que se titulaba jerente el contratisLord. Un grupo de especuladores norte-amecanos habian constituido esa asociacin en Chicgo con el esclusivo objeto de esplotar el contraofrecido por el gobierno de Chile. Su nombre e

    pomposo y bastaba para cubrir sus pretensionepero no tenia capital alguno, ni siquiera pauna dar garantia de cumplimiento del contratCuando fu necesario, por mandato de la lei, qse constituyese garanta, Balmaceda se conten

    con lo nico que Lord le ofreca: una fianen Nueva York otorgada por los mismos miem

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    bros del sindicato y por valor de un milln d

    pesos.Los trabajos comenzaron algunos meses de

    pues, pero con tantas informalidades y abusoque los injenieros de la Direccin de obras pbcas hubieron de protestar desde el prime

    momento, declinando toda responsabilidad en engao. Balmaceda se obstin en sostener a lcontratistas, y as se ha producido una situacide la cual nacen graves dificultades para el futugobierno de Chile.

    En esa misma poca Balmaceda consigui relizar su otro proyecto preferido, mandando contruir un considerable armamento de mar tierra. Hombre de espritu inquieto y aficionadmas que al trabajo srio del gobernante, a linnovaciones caprichosas del poltico que buscpopularidad, Balmaceda quera persuadir al pade la necesidad de estar bien armado porque hbia peligros que le amenazaban.

    La discordia de los partidos fu causa de quel Congreso sancionase una poltica tan imprudente que podia llevarnos a delicadas complicciones internacionales. Las sumas invertidas earmamento por contratos hechos en 1888 y 188pasan de dos millones de libras esterlinas. Estno era sino el comienzo de la trasformacion miltar de Chile tal como Balmaceda la conceba. S

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    Los nacionales estaban alejados de la Moneda ;Balmaceda tenia un gabinete compuesto de libe-rales y radicales. En los ltimos meses de 1889el gabinete exiji del Presidente una declaracinesplicita sobre la candidatura Sanfuentes. Sor-prendido con un paso que jamas habia esperado,Balmaceda produjo en el acto una crisis minis-terial y llam a los nacionales, sus perseguidos dela vspera, para devolverles los favores de que loshabia despojado.

    El partido nacional se condujo en estas cir-cunstancias con patriotismo y nobleza. Rechazsin vacilaciones las ofertas del Presidente y ofre-ci seguridades a los partidos que salian de laMoneda de que no aceptara combinacin algunaque no diese por resultado un gabinete parlamen-tario. La crisis ministerial se prolong por mu-chos dias. Balmaceda se resista a creer que estabaenvuelto en sus propias redes y que la unin delos partidos para resistirle era slida. Cuando sehubo convencido de la verdad del hecho, apa-rent someterse a la situacin que se le creabaaceptando la organizacin de un gabinete quereflejaba la composicion de las mayoras en am-bas ramas del Congreso.

    Esto sucedi en el mes de octubre de 1889,poca en queaun no se habia aprobado la lei de

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    presupuestos para el ao siguiente. Esta armpoderosa en manos del parlamento chileno

    daba autoridad bastante para detener al Predente de la Repblica en la poltica personal quevenia practicando desde el principio de su admnistracin. Usada con discreta enerjia en las ccunstancias a que nos referimos, Balmaceda sinti dbil, busc el apoyo necesario del Congso para gobernar y obtuvo, por medio del nuvo gabinete, no solo la lei de presupuestos, sitambin varias otras de capital importancia.

    E n el sistema poltico consagrado por la contitucin chilena de 1833, el Presidente de la Rpblica tiene la plenitud del poder con la nicondicion de gobernar siempre de acuerdo con Congreso para que ste vote las leyes de contribuciones, de presupuestos y de ejrcito permnente. Este sistema, teniendo muchos defectos,fu provechoso en Chile, porque constituy unejecutivo fuerte en la poca de la organizacidel pais y evit el despotismo por la influencprctica reservada al Congreso en la marcha po-ltica.

    El presidente Balmaceda, que mas tarde hdesconocido las facultades privativas del Congrso, las reconoci en octubre de 1889 con sacrificde su amor propio, que ya estaba empeado e

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    dominar lo todo. El antecedente es de la mayo

    importancia para juzgar su conducta en los acontecimientos que se produjeron despues.El gabinete parlamentario no tuvo vida sin

    hasta enero de 1890. Apenas hubo despachadel Congreso, por acto de confianza en el gabinet

    todas las leyes que el Presidente necesitaba pargobernar, fu cerrado sorpresivamente el perodlejislativo estraordinario y los ministros, por ex

    jencia directa de Balmaceda, tuvieron que presentar sus renuncias. Este acto de refinada perf

    dia poltica se ejecut con detalles que aumentaban su gravedad hasta el punto de hacecomprender a los observadores tranquilos qudesde ese momento Chile estaba condenado deponer al Presidente o a prepararse para l

    guerra civil. El ultraje al Congreso fu,

    en efecto,acompaado de una falta gravsima: el Presidente de la Repblica enga a sus ministros hastmedia hora ntes de despedirlos, violando lpalabra del caballero y la buena f del gobenante. Quin podia entonces esperar que hubiecordura, desinteres y patriotismo en un mandtario que no respetaba ni su propia dignidacuando sta era un obstculo para la ejecucin dsus caprichos?

    La formacin del nuevo gabinete acentu maaun el significado del reto que Balmaceda lanzab

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    al Congreso y a la opinion pblica. Llev a laMoneda seis personas escojidas para servir de

    instrumento a sus planes e imponer la candida-tura de Sanfuentes. Esto ltimo era el objetivo detodos sus esfuerzos; a ello subordinaba, sin medirlas consecuencias, los deberes de su cargo, losderechos del pueblo que debia administrar, el

    cumplimiento de la Constitucin y las leyes. Elpais contest al reto del Presidente asumiendoen todas partes una actitud resuelta en favor delCongreso, en quien veia encarnada la honrosatradicin de medio siglo de buen gobierno.

    Balmaceda ha tenido el defecto capital de nocreer en la honradez humana y de considerarque los hombres, cualesquiera que sean su carc-ter y sus aptitudes, sirven para todo lo que deellos quieran exijir los poderosos. El ve en loshombres solo las flaquezas. Perturbado por estainfluencia malsana, espera siempre llegar a susfines, no por los caminos fciles que se abrensiempre a los hombres sinceros, sino por lastortuosas vas de la intriga y la corrupcin. Es-tos fueron los resortes que se propuso tocar enaquellas gravsimas circunstancias para desorga-nizar la unin parlamentaria de los partidos libe-rales en los cinco meses que debia durar el recesodel Congreso. Diariamente aseguraba a sus pala-ciegos que tenia la certidumbre de contar con

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    mayora en la prxima sesin; estas seguridadeeran afianzadas con los nombres de diputados senadores a quienes ya daba por corrompidos yganados a su causa.

    Por fortuna, los partidos liberales, que tanta

    faltas haban cometido en servicio de Balmacedasupieron conducirse dignamente ante las intrigay tentaciones con que se les provocaba. La uninse mantuvo del modo mas estrecho con el propsito inquebrantable de hacer respetar los fue

    ros reservados al Congreso por la ConstitucinAquello debi abrir los ojos a Balmaceda, manifstndole que los hombres tienen, junto consus flaquezas, nobles cualidades, y que, cuandoestas dominan, no son los resortes de la corrupcin los que pueden sofocarlas. La leccin no fuaprovechada, sin embargo, y la resistencia de loliberales a estas intrigas llev a Balmaceda acosechar otra enseanza anloga en el campo departido conservador.

    Este partido vivia alejado del gobierno desde hace cerca de 20 aos. Su responsabilidad no estabpor consiguiente comprometida en la mala poltica que domin en la Moneda desde los primerotiempos de la administracin Santa Mara. Con

    frecuencia habia hecho oir su voz en el Congresopara denunciar el mal rumbo que llevaba la da

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    ministrado pblica y condenar a los gobernates y polticos que, por satisfacer malas pasionconducan al pais a un abismo de corrupcin.

    Balmaceda se imajin que podia sacar venta- jas del ostracismo en que habia vivido el partidoconservador y de los agravios que en repetidasocasiones le haban hecho los partidos liberale

    Se acerc a sus mas prestijiosos miembros, ofrci abrirles las puertas de la Moneda para qentrasen en ella como dominadores, toc cuanrecurso le sujeria su inquieta imajinacion pacorromperles; todo fu en vano, porque el parti-

    do conservador se mantuvo fiel a su bandera yprefiri correr, en compaia de sus adversariotodos los riesgos de una lucha contra el despotismo antes que convertirse en verdugo de las intituciones de su patria y en instrumento de aj

    nos crmenes.Consuela dar testimonio de conducta tan hon-

    rosa, porque ella permite esperar que, despuesde la guerra civil, habr elementos organizadpara rejenerar al pais y estirpar la lepra dejadapor diez aos de poltica corrompida.

    VIII.

    Balmaceda perdi la confianza en el xito desus intrigas cuando, aproximndose la apertura

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    del perodo lejislativo ordinario, vi que, sinatraerse a ninguno de los liberales, habia precipitado a los conservadores a entenderse con aquellos.

    Urjido por las dificultades busc la salvacinen un golpe de teatro, que produjo resultados diametralmente opuestos a los que persegua. Envsperas de abrirse el Congreso, llam al ministerio del interior a Sanfuentes e hizo que stedirijiese una circular telegrfica a los intendentey gobernadores anunciando que retiraba su nombre de la contienda electoral. Este acto escnicno podia alterar la situacin en que Balmacedse habia colocado respecto del Congreso por lclausura violenta de las sesiones estraordinariay la caida del l timo gabinete parlamentario. L

    presencia de Sanfuentes no evitaba la interpelacin con que necesariamente iba a inaugurarse lsesin lejislativa; al contrario, la hacia indispensable, porque al ultraje venia a agregarse la burlade ofrecer como satisfaccin el nombramiento

    de jefe del gabinete hecho en la persona del favori to presidencial. En cuanto a la renuncia de lacandidatura Sanfuentes, nadie pudo engaarsela esperiencia cosechada en cuatro aos de perfidias quitaba todo valor a la palabra y a las promesas de Balmaceda.

    El Congreso abri sus sesiones el 1. de junio

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    El debate sobre la poltica personal del Presidense inici inmediatamente en cada una de la

    cmaras. No podia darse una situacin mas difcil para el hombre que con su candidatura habcausado el conflicto y que ahora se presentaba eel carcter de ministro del interior. Si la sincerdad y el patriotismo le hubiesen acompaado

    esa hora solemne, una sola palabra le habrbastado para aplacar la tormenta que parecpronta a descargarse sobre el pais. La tranquidad hubiera vuelto a todos los nimos a la pmera manifestacin de que el Presidente de

    Repblica se mantenia fiel al mandato constitcional, que le ordenaba buscar el acuerdo dCongreso en el ejercicio del gobierno. El jefe dgabinete tom, por desgracia, otro camino y dclar que los ministros eran prcsidencialts , que

    negaban al Congreso el derecho de ejercer influecia sobre la marcha poltica y que permaneceren sus puestos, aun cuando se les diesen votos censura, mientras contasen con la confianza Balmaceda. La arrogancia del ministro fu mlejos an: declar que para l y sus coleghabria honra en recibir las censuras del parlmento!

    Las cmaras aprobaron por grandes mayorlos votos de censura, los ministros anunciaroque no volveran a las salas de sesiones y as

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    Congreso y el Presidente de la Repblica quedron en entredicho.

    El 5 de junio espiraba el plazo de diez y ochmeses fijado a la lei de contribuciones vijente corresponda al Congreso ejercer el mas impotante de los derechos que la Constitucin le cofiere. Los impuestos no pueden cobrarse sino evirtud de lei especial dictada peridicamente eforma anloga a la que fija los gastos pblicosla que autoriza la existencia del ejrcito y la amada. La Constitucin no contiene, por innecsario, un artculo espreso que ordene al Presidende la Repblica gobernar de acuerdo con el Cogreso; pero pone en manos de ste la facultad conceder o negar a aquel los recursos y elemetos indispensables para ejercer el gobierno. Deste mecanismo resulta que el Presidente, padesempear sus funciones, necesita el apoyo contante del Congreso y tiene que buscarlo, segla prctica tradicional, organizando sus miniterios de modo que inspiren confianza al parlmento.

    Guiado por su amor propio y acentuando stendencias al absolutismo, Balmaceda cort relciones con el Congreso en el momento que m

    necesitaba cultivarlas con esmero a fin de consguir el despacho de la lei de contribuciones. Lconsecuencia no se hizo esperar. En ambas cm

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    ras se acord el aplazamiento de aquella lei hastaque se presentase un gabinete que, inspirandoconfianza al Presidente de la Repblica, la mere-ciese tambin de parte del parlamento. Balma-ceda prolong esta crisis hasta el mes de agosto,porque daba mucho mas valor al capricho deimponer su voluntad que a las perturbacionesde toda especie producidas en la administracinpblica y en la sociedad por un acontecimientotan anormal.

    E n esta emerjencia le sirvi tambin para re-

    sistir una fuer te acumulacin de fondos que lospartidos, con su mala poltica anterior , habanautorizado en arcas fiscales. Por complacenciacon Balmaceda los partidos liberales le tuvieronsiempre con sobrantes disponibles para dar pbu-

    lo a su inclinacin al derroche en las obras p-blicas. Ahora venan a sentir el peso de sus pro-pias faltas y a comprender que los caminos tor-cidos, en la poltica como en la vida diaria, con-ducen siempre a mal fin.

    La gravedad del peligro asust, sin embargo, aBalmaceda. Tuvo tambin marcada influencia ensu nimo la revolucin de Buenos Aires contrael Presidente Jurez, ocurrida en aquellas cir-cunstancias. El aislamiento en que viven estasnaciones no alcanza a destruir los efectos nece-sarios de la vecindad. La opinion pblica de

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    Chile, sin preocuparse de los detalles de la poltica arjentina, recibi con jbilo, como anuncde mejores tiempos, la noticia de haber estalladen Buenos Aires una revolucin en la cual frternizaban el ejrcito, la armada y el pueblo pa

    defender las libertades pblicas. La impresin ela Moneda fu de espanto, porque all se temque el ejemplo fuese contajioso y encendiese elos corazones el deseo de buscar tambin con larmas la solucion del conflicto. El hecho fu

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    jente para dividir a los partidos y a la audacsin escrpulos para conseguir el xito. Com

    Presidente de la Repblica ha practicado esas mmas reglas de conducta y por eso no hai partini hombre poltico que, despues de acercarsel en la Moneda, haya podido conservarle repeto.

    El gabinete patritico organizado en agosto 1890 solo tuvo dos meses de vida: present dimisin en el mes de octubre porque Balmacedque ya tenia lei de contribuciones, lo miraba y trataba como un estorbo para su poltica. Se repti, con circunstancias agravantes, el escndadel mes de enero. Los ministros, que habian savado al presidente en su segundo conflicto coel Congreso, salian despedidos de la Moneda poque su presencia all era innecesaria cuando engao estaba ya consumado.

    Esta nueva crisis ministerial fu simultnecomo la anterior, con un decreto que clausurabpor sorpresa las sesiones estraordinarias del co

    greso. Aquel fu el acto decisivo por medio dcual revel Balmaceda que ya se senta con fuezas para derribar, sin consideraciones ni debiliddes, el viejo edificio de nuestras institucionconstitucionales. Llam a su lado para form

    gabinete a hombres bien escojidos con el dobpropsito de usarlos como instrumentos del c

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    men que meditaba y de encontrar en ellos, pel carcter que les era conocido, consejeros dpuestos a recomendarle las mayores violencias

    No podia ocultrsele que el golpe de Estadcontra el Congreso empujaba al pais a la revo

    cin. Por pacfico que sea un pueblo, por mucprecio que d a la tranquilidad personal y a seguridad de los bienes de fortuna, hai momenen que justa indignacin se apodera de los ciuddanos y les arrastra al sacrificio en defensa

    sus derechos de hombres libres. La mansedumbtradicional de los chilenos, que siempre los hiaparecer ante Amrica como un pueblo nacipara la esclavitud poltica, no podia ser tanta qetolerasen impasibles la proclamacin de la dicdura por la voluntad de un solo hombre contla lei, contra la justicia, contra sesenta aos gobierno constitucional.

    Revolucin fu la palabra de orden en todo

    pais cuando se supo que Balmaceda anunciaba voluntad de gobernar sin leyes de presupuestode ejrcito permanente. Los miembros del Cogreso habran podido dar estmulo a ese movmiento de opinion y encaminarlo en el acto c

    enerja al nico fin prctico de aquel conflicAcaso una demostracin popular en toda la Repblica habra bastado para detener al gobernan

    t i d l b d d l bi P did

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    mer instante de indignacin pblica y de posiblevacilacin en la Moneda, la dictadura prepar

    tranquilamente sus fuerzas militares, las distribu-y en forma adecuada a la ejecucin de sus planesy esper el desarrollo de los acontecimientos. ElCongreso, entretanto, hacindose representar porla Comision Conservadora, reclamaba en vano quese le convocase a sesiones estraordinarias paradiscutir las leyes de presupuest y de ejrcitopermanente. Veia los aprestos militares de ladictadura y nada hacia para contrarrestarlosporque a toda costa queria conservar la legalidadParece tambin que la mayora se inclinaba acreer que a ltima hora, como ya habia sucedidodos veces, Balmaceda retrocedera espantado desu propia obra y de su responsabilidad ante lahistoria.

    El 1. de enero de 1891 el Diario Oficial no-tific al pais que por obra del Presidente de laRepblica quedaba destruido el rjimen constitu-cional. En respuesta a esa notificacin el Congre-

    so levant un acta declarando a Balmaceda de-puesto de la presidencia.La ajitacion que estos acontecimientos produ-

    jeron fu inmensa. Se estaba viviendo sobre unvolcan que podia estallar de un momento a otro;pero nada habia organizado y por tanto, la suertede la Repblica quedaba a merced de lo impre-

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    vitos. Hubo seis dias de mortal ansiedad durantlos cuales el patriotismo se senta herido demuerte por temor de que el crimen dominase sinencontrar resistencia. Por fin, el 7 de enero supel pais con inmenso jbilo que la Armada nacio

    nal, la institucin que por su disciplina, su moralidad y sus glorias honra mas a Chile, se poniaa las rdenes del Congreso para restablecer erjimen constitucional.

    La obsecacion de un hombre ensoberbecido porel mando puso trmino a un largo perodo de pazinterna y lanz al pais en los azares de la guerracivil. Con amargura en el corazon, pero con fir-meza en la voluntad, los ciudadanos aceptaron esacrificio, porque solo a este precio podan con-servar, para trasmitirlos a sus hijos, los derechosque les legaron sus mayores. La paz constituye labase de la felicidad, as para los pueblos comopara las familias; pero la paz no consiste en vivirsumiso a un gobernante que destruye las leyes ylas reemplaza por sus caprichos, sino en vivirlibremente al amparo de la justicia y respetandocada individuo los derechos de los dems paraque sea respetado tambin su propio derecho. Laguerra civil de Chile tiene por objeto reconquis-tar la paz en la lei y la justicia; por eso el puebloacude en masa a las filas del ejrcito constitucio-

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    guerra con los aliados en 1881. Dos aos de o

    raciones militares con un numeroso ejrcito territorio estranjero tenian que ejercer mala fluencia en los hbitos pacficos del pueblo. prolongada ocupacion del Per oblig a manner en aquel pais un crecido personal de empldos civiles y militares que en su mayor par tecreian seores del pais y procedian impunemecomo tales. Los resortes de la administracise relajaron en el territorio peruano al contacde los jrmenes de corrupcin que all habquedado. Este contajo funesto no encontr sistencia sria, porque faltaba, en los serviciadministrativos improvisados en el Per, disciplina propia de los servicios que existen corganizacin permanente. El aumento estraodinario de la renta fisca^ por el impuesto sobla esportacion del salitre, constitua por s soun peligro mas grave que todos los otros reundos, por cuanto iba a servir de tentacin a codicia de muchos y a perturbar a los partiddominantes.

    El estado de guerra produce siempre conscuencias anlogas a las que dejamos indicadaNo es posible armonizar con la rectitud y la ju

    ticia un duelo a muerte entre dos pueblos. En guerra se estima lcito todo lo que contribuye daar al enemigo. La aplicacin de esta regl

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    conduce a escesos y violencias que nadie pueevitar, porque cada individuo del ejrcito se si

    te fuerte con el derecho de hacer uso de sarmas. El sentido moral se per turba en los publos bajo la influencia de la guerra; por eso ordinario es mas fcil vencer al enemigo en batallas que sofocar los jrmenes de desmorali

    cin que deja la victoria.Ya hemos indicado al principio de estos artc

    los que el Presidente Pinto alcanz a conjurar peligro del militarismo, procediendo en tiemoportuno a disolver parte del ejrcito victorioEse majistrado se daba cuenta exacta de la gvedad de la situacin en que Chile iba a encotrarse. Por desgracia, su perodo presidenciterminaba en esa poca y tuvo que legar a sucesor la rdua tarea de encarrilar nuevamenla administracin chilena por la senda que le alaban sus tradiciones.

    El Presidente Santa Mara no correspondila misin escepcional que estos antecedentes

    imponan. Dej de mano la administracin pblica, olvid los peligros que, como consecuende la guerra, amenazaban al pais y se ocup eclusivamente en la intriga poltica para destrua los partidos y establecer su omnipotencia p

    sonal. La riqueza de Tarapac fu el jente mactivo de esta lamentable trasformacion de l

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    prcticas administrativas de Chile. En vez

    aplicarse las nuevas rentas a afianzar el crdnacional o a mejorar la situacin econmica dpueblo por medio de una reforma del sistemtributario, ellas fueron destinadas al aumento dpresupuesto de gastos.

    El Presidente fu entonces el dispensador empleos numerosos y bien rentados; al mismtiempo se vi armado de grande influencia poque de su voluntad dependa la solucion de mchos y valiosos reclamos sobre bienes y derechradicados antes del dominio chileno en los tertorios del norte . Todo esto sirvi a Santa Marpara llevar adelante su poltica personal; peen cambio de tan mezquina satisfaccin de ampropio, dej al pais con una lepra que podia sincurable.

    Los partidos polticos no supieron conducircon independencia y rectitud en esas circunstacias. Hubo voces respetables que denunciaron mal y apelaron al patriotismo de todos para co

    jurarlo; pero fueron ahogadas por los interestransitorios que a algunas agrupaciones les acosejaban hacerse cmplices del dao. La eleccipresidencial de 1886 habra sido la oportunid

    mas favorable para detenerse en aquella peligropendiente. Las conveniencias de determinadpartidos se opusieron a ello y entregaron la d

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    reccion del pais a un hombre que ellos mismosconocan por su falta de prudencia y moralidad

    en los negocios pblicos.Por un estravio de juicio, que jamas ser cen-

    surado con la severidad que merece, los partidosliberales que habian tratado de resistir a la om-

    nipotencia de Santa Mara se plegaron al serviciode la omnipotencia de Balmaceda tan prontocomo ste manifest el deseo de concederles tam-bin sus favores. Se vi as en Chile el tristeejemplo de partidos que adjuraban sus buenos

    actos de la vspera para gozar de las venta-fas que proporciona el ejercicio del poder. Des-de ese dia no hubo para los partidos liberalesmas objetivo que llegar a la Moneda y asegurarsu permanencia en ella. Todos los caminos eranbuenos si conducan a aquel fin.

    El partido conservador fu el nico que semantuvo organizado combatiendo contra la malapoltica que preparaba el establecimiento de

    la dictadura. La atmsfera viciada en quevivan los hombres pblicos alcanz tambina hacer sentir sus efectos en las filas de estepartido; afortunadamente pudo mas en susresoluciones la lealtad a los principios de subandera que la influencia de los partidarios aquienes tentaban los halagos de. la Moneda

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    Con la misma imparcialidad con que hemosreprochado sus faltas a los partidos liberales, re-conocemos que el partido conservador, del cualnos separan convicciones contrarias a su idealpoltico, se ha conquistado el respeto del pais porla nobleza de su conducta. Su alejamiento delpoder durante un largo perodo le ha librado delos malos elementos que corrompen y desorgani-zan a los partidos que todo lo subordinan a laposesion del mando.

    No pretendemos escusar la responsabilidad de

    Balmaceda en la situacin actual de Chile; por elcontrario, somos mui severos para apreciarla,porque tenemos la conviccin de que l hapreparado y ejecutado a sangre fria la traicincontra las instituciones de su patria. Pero

    seramos injustos si no furamos severos tam-bin para juzgar a los partidos que lo elevarona la presidencia y a los que despues se con-virtieron en servidores complacientes de su pol-tica personal. Esos partidos saban que Balma-

    ceda careca del equilibrio de facultades moralese intelectuales que constituye al hombre de buensentido, al hombre prudente que hace fcilmentesu camino en la vida porque mide siempre losobstculos para no estrellarse contra ellos si no

    puede vencerlos. La reputacin de Balmaceda aeste respecto era tan acentuada, que nadie, ni el

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    Tnas ntimo amigo, habria pensado en nombrar

    por acto testamentario, albacea de sus bienes curador de sus hijos. Su falta de prudencia pael buen desempeo de estos cargos era tan notria como su facilidad para hacer discursos en Congreso, improvisando sobre cualquier negoc

    en el sentido que le conviniese. No eran estas, pcierto, las cualidades de intelijencia y de carctque necesitaba un Presidente de Chile en las cicunstancias en que fu designado Balmacedsin embargo, hubo partidos que le apoyaron

    otros que se le sometieron porque as conveniala satisfaccin de sus apetitos de poder.

    Estos hechos nos autorizan por consiguientpara establecer que la administracin de Balmceda y la guerra civil han sido los resultados drectos del triunfo en la guerra contra los aliaddel Pacfico y de diez aos de mala administrcin y mala poltica por culpa de todos los hombres que en dicho tiempo han pasado por la Mneda. No hai culpa que no se rescate cuando arrepentimiento se traduce en actos que puedacorrejir los daos causados. Los partidos chilentratan hoi de reparar sus faltas sosteniendo cograndes sacrificios una lucha sangrienta. Si obtienen el triunfo y aprovechan la esperiencia dsus propios errores, el porvenir del pais quedaasegurado.

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    Nada es tan incierto como el resultado de loperaciones militares. Los elementos que formael poder de cada ejrcito son tan variados que nes posible hacer comparaciones medianamenacertadas sino con un conocimiento mui complto de ellos. Balmaceda tiene la superioridad dnmero, si se atiende al total de soldados de qdispone. E l . ejrcito constitucional tiene la vetaja de poder elejir el punto del ataque, lo quvale mucho en un territorio como el de Chile.

    Recurdese tambin que Balmaceda tenia eTarapac tres mil hombres del ejrcito de lnea que, no obstante, la provincia fu ocupada, depues de reidos combates, por las fuerzas consttucionales, que en un principio solo constabade quinientos voluntarios que acababan de tomalas armas. Hai notable diferencia entre el soldadque pelea solo por obediencia a sus jefes y el quentra en combate por su voluntad y en defensde sus derechos y sus convicciones.

    En todo caso hai que considerar la posibilidadel triunfo y de la derrota. El porvenir de Childepende por completo del resultado de esta contienda. Puede agregarse que ese resultado tendrtambin significacin prctica para las demrepblicas hispa no-americanas. Parece oportuno

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    por tal motivo, consignar algunas observacion

    sobre este punto.La Junta de Gobierno de Iquique tiene la rpresentacin y apoyo de todos los partidos qualternativamente han administrado a Chile dessu independencia hasta la presente crisis. Es

    quiere decir que con ella estn, sin distincin colores polticos, todos los hombres de Estado qcon su capacidad y sus servicios perfeccionarde ao en ao nuestro rj imen administrativnuestro sistema constitucional y nuestra lejisl

    cion. Ello indica tambin que la sociedad entehace causa comn con el gobierno del norte, poque las familias y relaciones de aquellos ciudadnos forman centros sociales en las diversas ciuddes de la Repblica. La juventud ha emigrado

    todas las poblaciones trasladndose a las provicias del norte para enrolarse en las filas del ejcito constitucional.

    Balmaceda ha cimentado su poder sobre labayonetas de sus soldados. No le importa que opinion pblica le sea adversa porque ahoga cola violencia todas sus manifestaciones. No tienni quiere tener a su lado sino servidores resuetos a cumplir sus mandatos. Improvisa los hombres con la mayor facilidad a medida que lonecesita. Hace un ministro de Estado del prmer individuo que encuentra a la mano cuan

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    do tiene que completar su gabinete. Ocupa en diplomacia y les encarga las negociaciones m

    delicadas a personas que ni noticias tienen dque existe un derecho internacional. Entrega laadministracin de las oficinas de hacienda a pesonas sindicadas de malos manejos comercialeDesorganiza los tribunales de justicia para sup

    mir a los verdaderos majistrados y reemplazalos por los instrumentos de su poltica.Los defensores de la dictadura han tratado de

    hacer creer que el pueblo, es decir la masa dela poblacion en las ciudades y los campos, acompaa a Balmaceda. Aceptan, porque no puedenegarlo, el hecho de que toda la sociedad esten favor de la revolucin; pero dicen que eses la aristocracia o la oligarqua chilena contrala cual se levanta ahora el pueblo guiado por

    Balmaceda.Estas son declamaciones destinadas solo a per

    turbar la opinion en el estranjero. Ya hemodicho que lo que llaman oligarqua en Chile es agrupacin de todos los hombres educados con atitudes para el buen desempeo de las funcionepblicas. Balmaceda quiere destruir esa oligaqua para reemplazarla por otra: la de los hombres a quienes l asocia a su obra porque son ciegos instrumentos a su servicio.

    El pueblo, en verdad, simpatiza con la revolu

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    cion y la sirve con entusiasmo. En cada provinciaque ocupa el ejrcito constitucional el puebacude presuroso a tomar su puesto en las filas.Si as no fuera, la revolucin, que comenz sinejrcito en la rada de Valparaso, habria sucumbido por falta de brazos; entre tanto, ella cuentahoi con un ejrcito de voluntarios bien armadosy en nmero suficiente para traer el ataque a lo^campamentos de la dictadura. Por su parte, Bal-maceda ha reclutado su ejrcito por la violencia,cazando a los hombres en los campos como afieras. Con esto ha desorganizado las familialas ha condenado a la miseria por falta de trabajo y ha despertado en el pueblo odio contra latirana. El sentimiento que mueve al pueblo enfavor de la revolucin es como el patriotismoque le hace tomar las armas contra el enemigoestranjero.

    Siempre con el propsito de estraviar la opi-nion, se repite en la prensa de Balmaceda que laguerra civil es una lucha social, en la que est

    en pugna los intereses del pueblo con los intereses de las clases acomodadas. Poco se ha hechen Chile en el sentido de levantar la civilizacidel pueblo mejorando sus costumbres, y este erroes comn a casi toda la Amrica espaola. S

    ha credo que bastaba fundar escuelas para que epueblo se educase; la esperiencia ensea que

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    junto con la escuela, deben establecerse estmuleficaces para fomentar el ahorro, disminuir l

    vicios y fortalecer la moralidad. La instrucciintelectual dada en las escuelas es estril en mchsimos casos porque los individuos que la recben se pierden desde nios con el contajio de lmalas costumbres.

    Esto contribuye a mantener un fuerte desnivde civilizacin entre nuestras clases acomodaday nuestros pueblos. Pero ello no es suficientpara promover en estos pases cuestiones socialpor antagonismo de clases, puesto que, siend

    poco densas las poblaciones para los territorioque ocupan, sobra trabajo para los hombres tles. No hai riesgo de que tales cuestiones se promuevan en Chile mientras falten brazos para lanecesidades de la agricultura y las industrias. L

    accin de la prensa oficial para suscitarlas no engaa a las personas educadas1 ni encuentra ecoen el pueblo.

    Por lo que dejamos espuesto, se v que hoocurre en Chile un fenmeno mui singular. Mientras la revolucin se hace en nombre de la lei procura conciliar las exijencas de la guerra colas prcticas de nuestro rjimen constitucionaBalmaceda, que pretende ser Presidente lejtmodespedaza arbitrariamente la obra con tanta pru

    dencia elaborada por sus predecesores y quier

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    todava provocar odios de clases que no tienen

    razn de ser en nuestro pais. Los revolucionarioson en Chile los hombres de gobierno que buscan el progreso en el rden y en el perfeccionamiento gradual de las instituciones; la autoridaque se dice lejtima es ejercida por un hombr

    que se propone demoler todo lo que encontrorgan