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7/31/2019 Guerra, F. X. La Independencia de Mexico y Las Revoluciones Hispanicas
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2. La independencia de Mxico y las revoluciones hispnicas
Franois-Xavier Guerra (1993)
Antes de abordar directamente la cuestin que nos ocupar, nos parece necesario hacer algunas
consideraciones previas para justificar el ttulo de este artculo. La primera concierne a su relacin con eltema general de este nmero especial sobre el liberalismo en Mxico en el siglo XIX. En una visin
cannica de la historia mexicana, la correlacin entre independencia y liberalismo es un lugar tan comn que
parece no necesitar demasiadas demostraciones. Pero lo que es verdad para si se habla de 1821, es muchomenos evidente si se intenta extrapolar al conjunto del proceso de independencia lo hagamos comenzar en1808 o en 1810. Presuponer para esos aos un liberalismo incipiente es mucho ms discutible. La
confusin nace, a nuestro modo de ver, de las ambigedades de la palabra libertad, que puede remitir tanto a
la libertad colectiva de la Nueva Espaa es decir su independencia o por lo menos su autonoma como ala nueva libertad poltica que define a los regmenes modernos.
Dicho de otra manera, aunque exista una relacin entre ambas libertades, que intentaremos explicitar
despus, conceptualmente hay que distinguir la independencia la ruptura del vnculo poltico con elgobierno central de la Monarqua de la adopcin de las ideas, imaginarios, valores y prcticas de la
Modernidad. La independencia no implica de por s la modernidad, pues puede intentarse y ser pensada con
referencias mentales tradicionales, como lo muestra el caso de Gonzalo Pizarro en el Per del siglo XVI o en
nuestra poca una buena parte del argumentario de los insurgentes mexicanos. Inversamente, el paso a laModernidad poltica puede darse sin una brusca e inmediata independencia, como lo mostrarn despus, en
el imperio britnico, los casos de Canad, Australia o Nueva Zelanda; o, en la poca misma que tratamos, la
modernizacin poltica acelerada que se produjo gracias a la aplicacin de la Constitucin de Cdiz enlas regiones americanas fieles al gobierno peninsular, entre las cuales Mxico ocupa un lugar preeminente.
La segunda consideracin procede de las observaciones precedentes. Si la insurgencia y el
independentismo no son necesariamente sinnimos de modernidad poltica, y si las referencias mentales noson las mismas al principio y al final del proceso que culminar en 1821, es evidente que hubo durante este
perodo una profunda mutacin en el campo de las ideas, de los imaginarios y de los comportamientos
polticos. Puede decirse que esa mutacin fuese algo puramente mexicano? La respuesta es evidentementenegativa. En todos los pases del mundo hispnico incluida la misma Espaa peninsular se producen al
mismo tiempo fenmenos tan parecidos que podemos aplicarles a todos el trmino de revoluciones
hispnicas.
Pero el plural "revoluciones hispnicas", pertinente para analizar las especificidades regionales, esinsuficiente para calificar algo ms que todas las fuentes indican : la imbricacin constante y la mutua
causalidad entre los acontecimientos espaoles y los americanos. Todo remite de hecho a un proceso
revolucionario nico que comienza con la gran crisis de la Monarqua, provocada por las abdicaciones regiasde 1808, y acabar con la consumacin de las independencias americanas. Estamos ante una crisis global
que, como la crisis del imperio sovitico a la que acabamos de asistir, afecta primero al centro del imperio,
replantea despus su estructura poltica global y acaba por provocar su desintegracin.La revolucin hispnica tiene, pues, como dos caras complementarias : la primera es la ruptura con el
antiguo rgimen, el trnsito a la Modernidad; la segunda, la desintegracin de ese vasto conjunto poltico
que era la Monarqua hispnica, es decir las revoluciones de independencia. Dos caras, que corresponden en
parte, pero slo en parte, a dos fases cronolgicas. En la primera, que va de 1808 a 1810, predomina larevolucin poltica, el gran debate, terico y prctico, sobre la Nacin y sobre la representacin. Debate que
va a provocar la mutacin poltica de las lites espaolas y a darles su primera y fundamental victoria : la
reunin de las Cortes en Cdiz y la proclamacin de la soberana nacional, que abre la va a la destruccinsubsecuente del antiguo rgimen.
En la segunda, a partir de 1810, predomina cada vez ms la fragmentacin de la Monarqua : las
"revoluciones de independencia". El esquema, sin embargo, resulta simplista, puesto que las regiones ygrupos que reconocen a las Cortes y al gobierno central siguen participando, hasta su independencia, a
principios de los aos 1820, en los avatares del liberalismo peninsular. Inversamente, las regiones o grupos
independentistas, en lucha contra las autoridades peninsulares y contra los americanos "lealistas" no dejanpor ello de participar indirectamente de las evoluciones, tanto tericas como prcticas, del conjunto poltico
del que se estn separando; de ah que muchas disposiciones de la Constitucin de Cdiz y, entre ellas, susprcticas electorales ejerzan una gran influencia en las de los nuevos pases.
Es patente que en esta manera de abordar los problemas de la poca revolucionaria, lo poltico ocupa unlugar central. No se trata de la poltica en el sentido tradicional de la palabra, de una historia vnementielle,
de una narracin de acontecimientos mil veces contados en los libros de "historia patria". Se trata, ante todo,
de comprender la lgica profunda de un proceso complejo que pone en juego los elementos constitutivos delo poltico : Quin debe ejercer el poder? Dnde? Cmo? En nombre de qu o de quin? Las
respuestas a estas cuestiones no pueden reducirse ni al simple anlisis de los actores que intervienen en esta
pugna, ni a las estructuras sociales o econmicas, ni tampoco a una historia de las ideas o de los imaginarios.Dado el espacio limitado del que disponemos, vamos a centrarnos en el proceso global y en sus principales
problemas y coyunturas, sin entrar en el detalle de las particularidades locales que son, evidentemente,
esenciales para la comprensin de cada pas.Queda, en fin, por hacer una ltima consideracin sobre el trmino mismo de liberalismo. Como el
trmino se ha impuesto no slo en la historia poltica de los pases hispnicos del siglo XIX, sino como un
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trmino universal en la historia de las ideas y de las prcticas polticas (aunque con mltiples significados yvariantes) corremos el riesgo de hacer de l en nuestro perodo algo bien definido, un ente atemporal, con
existencia propia, igual en todas las pocas y capaz de ir imponiendo su lgica a los acontecimientos.
Recordemos que, aunque muchos de los elementos que configurarn despus al liberalismo existen yacuando comienza la revolucin hispnica, es sta la que crea el termino "liberalismo" y "liberal" para
designar ciertos, "partidos", regmenes y prcticas polticas. Es precisamente durante la revolucin hispnica
cuando se constituye poco a poco esa particular combinatoria de elementos venidos de Francia, de Italia, de
Inglaterra o de Estados Unidos. El liberalismo de nuestro perodo es pues, ante todo, algo en construccin,que va definindose poco a poco en funcin de los diferentes momentos polticos de la revolucin hispnica.
Una revolucin inesperada
Buena parte de las interpretaciones clsicas de las revoluciones de independencia, en su doble vertiente de
paso a la modernidad poltica y de separacin de ese conjunto original que fue la Monarqua hispnica,fueron forjadas en pleno siglo XIX. Eran aquellos tiempos de liberalismo combatiente, en los que los nuevos
pases hispanoamericanos estaban empeados en una difcil construccin de lo que apareca entonces como
el modelo poltico ideal : un Estado-Nacin, fundado sobre la soberana del pueblo y dotado un rgimenrepresentativo. La necesidad de legitimar este modelo poltico hizo que esas interpretaciones se
caracterizasen por dos rasgos complementarios que privilegiaban la evolucin y no la ruptura. El primero
consista en presentar el proceso revolucionario como la consecuencia casi natural de fenmenos de "largaduracin"; el segundo, el considerar que la poca y manera en que se produjeron no podan ser distintas de
lo que fueron. Partiendo del hecho de que al final del proceso aparecieron nuevos Estados y que stos
fundaron su existencia legal sobre la soberana de los pueblos o de la nacin, se supuso que ese punto dellegada era un punto de partida. Es decir, que la aspiracin a la "emancipacin nacional" y el rechazo del
"despotismo espaol" eran las causas principales de la independencia.
De ah surgen dos premisas omnipresentes en las historias patrias, e incluso en las interpretaciones de
historiadores profesionales actuales : por un lado, la existencia de naciones a finales de la poca colonial lo que implica una precoz aspiracin a la independencia y, por otro, el contraste entre la modernidad
poltica de Amrica y el arcasmo poltico de la Espaa peninsular El confundir elpost hoc con elpropter
hoc, aunque fuese conceptualmente indefendible, tena la ventaja de dar una explicacin simple de unfenmeno muy complejo, pero tambin la de legitimar con referencias modernas incontestables, el acceso de
los nuevos pases al concierto de las naciones.
Los problemas que plantea esta visin teleolgica del proceso revolucionario son tan grandes que, dehecho, la hacen insostenible. Algunos, sobre los que no nos extenderemos, conciernen al siglo XIX : la
fragmentacin territorial (consecuencia de la incertidumbre que reina en cuanto a la determinacin de las
supuestas naciones); el contraste muy frecuente entre la modernidad legal y el tradicionalismo de los
imaginarios y comportamientos de la mayor parte de la sociedad, e incluso de las lites; la dificultad en fin,de fundar, una vez desaparecida la legitimidad del rey, la obligacin poltica, en ese ente abstracto que es la
nacin moderna
Otros problemas, ataen al mismo proceso revolucionario. El ms importante es que elimina del campo deinvestigacin todo lo que no es conforme con el modelo de interpretacin : ya se trate de algunos tipos de
temas o, incluso, de perodos enteros. Desaparecen as del campo histrico, por una parte, todo lo que, en los
movimientos de independencia, remite a un tradicionalismo social por ejemplo, los temas religiosos ycontra-revolucionarios con los que tantos insurgentes movilizaron a la poblacin y, por otra, toda la
primera fase del proceso revolucionario (desde 1808 hasta, por lo menos,1810). En efecto, toda esta fase
cuadra muy mal con la teleologa de esos esquemas explicativos, puesto que todas las fuentes muestranentonces la lealtad de la inmensa mayora de los americanos hacia al rey y hacia la Espaa resistente, el
carcter ms tradicional de las referencias mentales de los americanos y el papel motor que juega entonces la
Espaa peninsular en la mutacin ideolgica, en la elaboracin y en la difusin de esa versin particular de
la modernidad que es el liberalismo hispnico.Ante estas dificultades invencibles, resulta necesario partir de lo que las fuentes nos muestran : por un
lado, que la crisis revolucionaria es no slo totalmente inesperada sino tambin indita y, por otro, que es su
propia dinmica la que provoca no slo la mutacin ideolgica, sino tambin la desintegracin de laMonarqua. Los actores mismos de la revolucin lo confiesan sin ambages, antes de que triunfe la
interpretacin cannica de las historias patrias. As Bolvar, en 1815, en cuanto a la independencia :
"De cuanto he referido ser fcil colegir que la Amrica no estaba preparada para desprenderse de
la metrpoli, como sbitamente sucedi, por el efecto, de las ilegtimas cesiones de Bayona [] ".
Y, en cuanto a la modernidad poltica:
"Los americanos han subido de repente y sin los conocimientos previos, y lo que es ms sensible, sin
la prctica de los negocios pblicos, a representar en la escena del mundo las eminentes dignidades
de legisladores, magistrados [etc]".
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Volvamos pues a esas abdicaciones de Bayona que abrieron la gran crisis de la Monarqua y que fueron elcomienzo radical de todo el proceso revolucionario. La abdicacin forzada no slo del rey Fernando VII
sino la de todos los miembros de la familia real, y la transferencia de la Corona a Napolen y luego a su
hermano Jos, representa un acontecimiento totalmente singular no slo en la historia de Espaa, sino en lade las monarquas europeas.
Lo que se produce entonces no es un cambio de dinasta provocado por la extincin de una familia
reinante, ni por la victoria de un pretendiente sobre otro en una guerra civil, ni por la rebelin del reino
contra su rey, ni siquiera por la conquista por otro monarca Como lo sealarn todos los patriotasespaoles y americanos, se trata de un acto de fuerza pura, ejercido no sobre un enemigo vencido, sino sobre
un aliado, es decir de una traicin, tanto ms grave cuanto que afecta a un rey, cuya acceso al trono unosmeses antes haba sido acogida en ambos continentes con la esperanza entusiasta de una regeneracin de la
Monarqua.
Las reacciones a este acontecimiento inaudito son conocidas, pero, teniendo en cuenta que estamos aqu
en el punto de partida real de todo el proceso revolucionario, es necesario examinar cules fueron susprincipales actores y cules eran sus referencias mentales. En la Espaa peninsular el actor principal fue el
pueblo de las ciudades. El fue, dirigido ciertamente por una parte de las lites urbanas, quien impuso a las
autoridades establecidas que tendan a aceptarle fait accompli el rechazo del nuevo monarca, laproclamacin de la fidelidad a Fernando VII "el Deseado" y la formacin de juntas insurreccionales
encargadas de gobernar en su nombre y de luchar contra el invasor. El clima de la insurreccin es el de un
patriotismo exaltado que, una vez pasada la sorpresa de los primeros das, expresan una multitud deimpresos : peridicos, proclamas, manifiestos, cartas, hojas volanderas, escritos por toda clase de
individuos y cuerpos de la sociedad del Antiguo Rgimen.
Y lo mismo ocurre en Amrica cuando con los inevitables desfases temporales van llegando las
noticias de la pennsula : rechazo del invasor, manifestaciones nunca vistas de fidelidad al rey, explosin depatriotismo espaol, solidaridad con los peninsulares; temas todos que aparecen no slo en los impresos
ms variopintos producidos por toda clase de individuos y cuerpos, sino tambin en rogativas, procesiones
cvicas, ceremonias de jura, etc. A pesar de que no haba all tropas francesas ni autoridades queabiertamente pretendieran colaborar con el invasor, hubo incluso tentativas de formacin de juntas que, por
las razones que explicaremos luego, no llegaron a formalizarse. Aqu tambin, por contraposicin a lo
peninsular, los principales actores fueron las lites y el pueblo de las ciudades capitales, pero, a diferencia deella, los patriciados urbanos desempearon el papel principal y dirigieron o controlaron siempre las
manifestaciones del pueblo.
Las semejanzas entre Espaa y Amrica son, pues, considerables, tanto en lo que atae a los actores lasciudades principales como cabeza de su reino o de su provincia, con sus lites y su pueblo como a la
manera de pensar o de imaginar la Monarqua. Un anlisis ms detallado de este ltimo aspecto muestra la
semejanza de los valores y de los imaginarios de los dos continentes pero tambin algunas diferencias de
gran significacin para el porvenir. Entre las semejanzas ms evidentes est el lenguaje empleado y losvalores que expresa. Todos incluidas las repblicas de indios, iguales en esto a los dems grupos sociales
rechazan al invasor apelando a la fidelidad al rey, a los vnculos recprocos entre l y sus "pueblos", a la
defensa de la religin, de la patria y de sus "usos y costumbres"Particularmente significativa para comprender cmo se concibe el vnculo poltico es el uso universal de
palabras como "vasallo" o "vasallaje", "seor" o "seoriaje" : todas remiten a una relacin personal y
recproca con el rey, que bien podemos calificar de "pactista". Esta relacin tiene una doble dimensin,personal y corporativa pues, aunque el juramento de fidelidad sobre el que se funda haya sido prestado por
cuerpos de todo tipo territoriales, corporativos o estamentales ese juramento compromete
personalmente a sus miembros. De esa "fe jurada" al rey como a su seor surge la obligacin para sus
vasallos de asistirlo con su accin, sus bienes e incluso su vida. La obligacin poltica est, por lo tanto,fundada en un compromiso con una persona, formalizado por el juramento. De ah, la importancia que
tendrn durante la poca revolucionaria, los juramentos mltiples que se prestarn a las mltiples
autoridades que suplen a la ausencia del rey : a la Junta Central, al Consejo de Regencia, a las Cortes, a laConstitucin despus De ah tambin, la dificultad que experimentarn los independentistas para
prescindir de la llamada "mscara" de Fernando VII; ya que no se trata slo de eliminar una figura
simblica, sino de mucho ms : romper un juramento que compromete a cada individuo. De ah, en fin, ladificultad de pasar de la fidelidad a una persona singular a otra que vincula con una entidad abstracta,
llmese esta Constitucin o Nacin.
Semejante y diferente a la vez es la manera que los dos continentes tienen de concebir el conjunto poltico
al que pertenecen, es decir, la Monarqua hispnica, o con trminos ms modernos, la "nacin espaola", talcomo se dice frecuentemente entonces. Las metforas utilizadas son muy clsicas y remiten a la unidad de
todos sus habitantes, a pesar de la desigualdad de situaciones y de funciones. La nacin se concibe, por
ejemplo, como una gran familia, que tiene al rey como padre y mltiples hijos, diferentes pero igualados enlos mismos deberes de defenderlo y asistirlo. Otras veces se la compara a un cuerpo, con miembros
diferentes pero con una sola cabeza, el rey. Es tambin una comunidad producto de la historia, con sus leyes,
sus costumbres, su religin y su rey, seor natural del reino; pero tambin un pueblo cristiano que, como un
nuevo Israel, es objeto de una especial providencia divina.Pero, superpuestas a estas imgenes muy clsicas del universo mental del antiguo rgimen, aparecen otros
temas que abren la va a concepciones modernas de la nacin. Como ya lo hemos esbozado, una de las
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caractersticas de la reaccin patritica fue no slo su carcter espontneo sino tambin la manera dispersaen que se produjo. Cada ciudad, cada pueblo, tuvo que reaccionar slo, en la mayora de los casos, sin saber
cmo iban a hacerlo los dems. Cuando poco a poco se fueron recibiendo emisarios, noticias e impresos,
venidos de otros lugares, todos constataron admirados, lo que nosotros observamos an ahora a travs de lasfuentes, es decir la extraordinaria unidad de actitudes y valores. Dirase que los habitantes de la Monarqua
se descubren "nacin" por esa unidad de sentimientos y de voluntades. Ciertamente esos sentimientos y esas
voluntades se mueven an en un registro muy tradicional, pero esos elementos pueden conducir a una
concepcin moderna de la nacin, contemplada como asociacin voluntaria de individuos iguales, es decir laque haba hecho triunfar la Revolucin francesa. No es sta una pura posibilidad pues, de hecho, en Espaa,
se ser uno de los argumentos utilizados por los revolucionarios tanto para instaurar la igualdad de losciudadanos, como para reemplazar las pertenencias a los antiguos reinos por la nica pertenencia a una
unitaria nacin espaola.
Es en este ltimo campo, el de la estructura interna de la nacin espaola identificada con el conjunto
de la Monarqua donde se perciben las mayores diferencias entre los dos continentes. La diferencia noconcierne, por el momento, la estructura poltica de la Monarqua. La mayora, en ambos lados del
Atlntico, la ve an formada por una pirmide de comunidades superpuestas : pueblos, ciudades-provincias,
reinos, Corona. Los mismos hechos acababan de mostrar que esos eran precisamente los actores polticos dellevantamiento. La diferencia viene de que los americanos aaden a esta visin plural y pre-borbnica de la
Monarqua, una visin dual de la misma, puesto que agrupan los reinos de los dos continentes en dos
unidades: los "dos mundos de Fernando VII", los "dos pilares de la Monarqua" o, incluso, "los dospueblos", el europeo y el americano, que juntos forman la nacin espaola. Este es el marco que permite
comprender la independencia de la que se habla en Amrica, en Mxico o en Buenos Aires, por ejemplo,
antes de que lleguen las noticias de los levantamientos peninsulares. No se trata en esa poca de
patriotismo hispnico exaltado de una precoz tentativa de emancipacin, sino de una manifestacin de esepatriotismo : salvar el pilar americano de la Monarqua, puesto que se piensa que se ha perdido el europeo.
Soberana y representacin
La consecuencia ms inmediata, pero al mismo tiempo ms importante a largo plazo, de las abdicaciones
reales fue el hundimiento del absolutismo tanto en la prctica como en la teora. En la prctica, puesto quelas juntas peninsulares se constituyeron contra las autoridades del Estado absolutista que, en su mayora,
estaban aceptando el nuevo orden ya sea por realismo poltico el podero de Napolen estaba entonces en
su zenit o por adhesin a la modernidad poltica que el nuevo rgimen conllevaba como heredero de laRevolucin Francesa. Fueran cuales fueren los artilugios jurdicos que los patriotas emplearon para fundar el
rechazo de las autoridades constituidas, las juntas eran poderes de facto, sin ningn precedente legal y
desde ese punto de vista poderes revolucionarios, fundados en la insurreccin popular y en total ruptura
con la prctica absolutista de un poder venido de arriba, que se ejerca sobre una sociedad supuestamentepasiva.
Ahora bien, el hundimiento del absolutismo fue tambin terico, ya que ninguna de sus variantes ofreca
bases para rechazar la transferencia de la soberana a otro monarca y para fundar la legitimidad de las juntasinsurreccionales. Slo doctrinas o imaginarios que concibiesen una relacin bilateral entre el poder del rey y
la sociedad podan ofrecer esas bases, y a ellas recurrieron, bajo formas diversas, la resistencia espaola y la
lealtad americana. No es nuestro propsito tratar aqu de la naturaleza de esa relacin ni distinguir, segn loscasos, su carcter tradicional o moderno, sino poner de manifiesto que, con terminologas diversas y muchas
veces confusas, todos apelaron a una relacin pactista o contractual entre el rey y la sociedad. Gracias a ella,
se afirm en todo tipo de discursos doctrinales, metafricos o simblicos que sus vnculos recprocosno podan ser rotos unilateralmente y que, si el rey faltaba, la soberana volva a la nacin, al reino, a los
pueblos
Por las circunstancias mismas de la crisis, y sin que nadie se lo propusiese, la soberana recae
repentinamente en la sociedad. Lo que la Revolucin francesa haba obtenido en un larga pugna contra elrey, se obtiene en su nombre y sin combate en la Monarqua hispnica. Ciertamente, para la inmensa
mayora no se trata todava ms que de algo provisional en espera del retorno del soberano, y hubo que
esperar la reunin de las Cortes en 1810 para que fuera proclamada solemnemente la soberana de la nacin.Pero, visto en la "larga duracin", el absolutismo, como algo comnmente aceptado, deja definitivamente de
existir en todo el mundo hispnico a partir de esa primera poca de los levantamientos. Sus posteriores
restauraciones sern episodios residuales que se sitan adems en otra lgica : la lgica moderna delenfrentamiento de grupos con bases ideolgicas.
La constitucin de un "gobierno libre" es decir no absoluto a la que aspiraron sin demasiadas
esperanzas una parte de las lites a finales del XVIII, decepcionadas por el costo poltico del "despotismo
ilustrado" evidente en la poca de la privanza de Godoy e influenciadas por el ejemplo ingls y por el,ms prximo y radical, de la Revolucin francesa, se abra as de golpe. Desde ese punto de vista, los
acontecimientos, a pesar de su enorme gravedad, eran "una divina sorpresa", para los discretos partidarios de
una revolucin hispnica. Sin embargo, este fundamental paso, traa consigo la aparicin de mltiples
problemas en cuanto a la naturaleza de la Monarqua que haban estado hasta entonces como "congelados"por el absolutismo.
El primero, concerna a su estructura territorial: Era la Monarqua hispnica unitaria o plural? En la
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Espaa peninsular, contrariamente a la manera de expresarse de los actores reales de la insurreccin y sinduda al imaginario popular la inmensa mayora de las lites gobernantes, fuesen cual fuesen sus
concepciones polticas pro o antiabsolutistas, la pensaban como unitaria. Es significativo, a este
respecto, que en los debates de las Cortes de Cdiz y en la Constitucin promulgada por ellas, no se tuvieseen cuenta en absoluto a los antiguos reinos. En este sentido, y anlogamente a la observacin que
Tocqueville hizo, para un tema anlogo, en Francia, los revolucionarios peninsulares acabaron el proceso de
unificacin poltica que los Borbones haban comenzado con los decretos de Nueva Planta.
Muy otra era la concepcin predominante en Amrica. Ah, salvo para una nfima minora constituida poruna parte de los europeos residentes en Amrica funcionarios, alto clero y comerciantes ligados al
comercio de Cdiz, la Monarqua era claramente plural, en una doble dimensin : una tradicional unconjunto de "pueblos", es decir reinos y provincias y otra ms reciente y dualista de la que ya hemos
hablado, que la vea como formada por un pilar europeo y otro americano. En este sentido, Amrica era el
ltimo reducto de la antigua estructura plural de la Monarqua.
Pero detrs de las dos concepciones opuestas unitaria o plural comunes a la Espaa peninsular y aAmrica, se esconda otro problema, antiguo y reciente a la vez, propio de Amrica : el de su estatuto
poltico, y su corolario : la igualdad poltica con la pennsula. Se trataba de un problema antiguo en la
medida en que las Indias haban sido definidas desde la poca de la Conquista como unos reinos ms de laCorona de Castilla. Ahora bien, los reinos de Indias no tenan en algunos campos, como el comercial o el de
la representacin, derechos equivalentes a los de sus homlogos castellanos. En efecto, aunque estuviese
previsto en las leyes, que podan reunirse en ellos Cortes y se previese incluso qu ciudades ocuparan enellas el primer lugar, esas Cortes nunca se haba reunido ni tampoco Amrica haba enviado nunca
procuradores a las de Castilla.
Era tambin un problema reciente en la medida en que desde mediados del siglo XVIII, las lites
ilustradas peninsulares tendan a considerar los reinos de Indias como colonias, es decir como territorios queno existen ms que para el beneficio econmico de su metrpoli y de forma implcita carentes de
derechos polticos propios. Esta nueva visin implicaba igualmente que Amrica no dependa del rey, como
los otros reinos, sino de un territorio, la Espaa peninsular Que este vocabulario no fuese empleado en losdocumentos oficiales, en los que seguan utilizndose las viejas apelaciones de reinos y provincias, no era
bice para que el trmino "colonias" se utilizase con frecuencia creciente en la prensa, en los libros, e
incluso en la correspondencia privada de los funcionarios reales, provocando un descontento difuso enAmrica, tanto mayor cuanto que el peso humano y econmico de sta no haca ms que aumentar en el
seno de la Monarqua.
Cierto es que el tema de la igualdad entre las dos partes de la Monarqua estaba ya implcito en mltiplestensiones anteriores, como en las rivalidades entre criollos y peninsulares para el acceso a cargos
administrativos, o en las quejas, frecuentes en la poca de las reformas borbnicas, de falta de dilogo entre
el rey y el reino. Pero lo que hasta entonces eran tensiones diversas, sin unidad de espacio ni de tiempo,
puesto que resultaban esencialmente de decisiones particulares, se transform entonces en un tema nico el de los derechos de Amrica por la aparicin de una poltica fundada en la representacin.
Todos esos problemas, latentes hasta entonces, por la inercia de la antigua terminologa y por la comn
prctica absolutista a la que estaban por igual sometidas la Espaa peninsular y la americana, se conviertenen un problema urgente, provocando conflictos que no van a cesar de envenenarse hasta provocar la ruptura
entre los dos continentes. En efecto, con el hundimiento del absolutismo y la reversin de la soberana a la
nacin, la igualdad poltica entre Espaa y Amrica deja de ser un problema en gran parte terico, paraencarnarse en cuestiones muy prcticas e inmediatas, consecuencia de la instauracin de una lgica
representativa.
El debate sobre la igualdad poltica entre los dos continentes va a concretarse en dos problemas
principales surgidos del renacer de la representacin, que van a ser las causas principales de la ruptura : elderecho para los americanos de constituir sus propias juntas y la igualdad de representacin en los poderes
centrales de la Monarqua : en la Junta Central primero, en las Cortes despus.
El primer problema la formacin en Amrica de juntas semejantes a las de Espaa se plante desdeel origen de la crisis, en cuanto se conocieron en Amrica las abdicaciones. Como igual era el imaginario
poltico a ambos lados del Atlntico, igual fue el reflejo de llenar el vaco dejado por el rey mediante la
constitucin de poderes fundados en el pueblo. Sin embargo, ninguna de estas tentativas tuvo xito conlas solas excepciones de Montevideo y Nueva Espaa pues no haba en Amrica tropas extranjeras, ni
levantamiento popular, ni guerra prxima. Tampoco haba, a pesar de las sospechas sobre la lealtad de
algunos, autoridades colaboracionistas como las haba en la Pennsula. Por eso, era difcil vencer de un solo
golpe las resistencias de las autoridades reales que seguan fundndose en una tradicin absolutista que ya sehaba hundido en Espaa. Tambin, en cuanto se supo que la metrpoli resista al invasor, los americanos
dieron la prioridad a la ayuda que podan prestarle para la guerra. Eso explica cmo en Amrica del Sur, a
pesar de sus dudas, los americanos acabaron reconociendo a la Junta de Sevilla, que finga ser el gobiernolegtimo de toda la Monarqua, precisamente para evitar la formacin de juntas en Amrica. Este subterfugio
dej una profunda traza de desconfianza para el futuro que ejercer su efecto en 1810 y propiciar la
formacin de juntas en Amrica. Slo Nueva Espaa, que supo de las abdicaciones antes que del
levantamiento y de la formacin de las juntas espaolas, se lanz a reunir juntas preparatorias para lareunin de un Congreso, o Junta general, durante el verano de 1808. Slo el golpe de estado en septiembre
de los peninsulares dirigidos por Yermo puso fin a este proceso.
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Pero la situacin no poda ser ms que transitoria a medida que se iba conociendo la rivalidad entre lospoderes peninsulares y que iba avanzando el debate poltico. Las tentativas para formar esa juntas sern en
adelante permanentes. Unas no pasan de conjuraciones abortadas, como las de Caracas, Buenos Aires o
Valladolid de Michoacn, otras, despus de un xito inicial, como las Quito y el Alto Per, son reprimidaspor las autoridades reales como si se tratara de vasallos rebelados contra el rey. Por todas partes se instala un
rencor creciente ante esta negacin prctica de la igualdad de derechos En virtud de qu principio, cuando
se afirma solemnemente la igualdad de ambas partes de la monarqua, se impide que los americanos cuenten
con las mismas instituciones que Espaa? Qu legitimidad diferente de la de los "pueblos" pueden invocarlos gobiernos peninsulares para impedir que los de Amrica se apoyen tambin en ella para constituir sus
propios gobiernos? Por qu esa tolerancia hacia los europeos que, como Yermo en Mxico, rompen elorden legal en Amrica? Por qu ese tratamiento desigual hacia los partidarios de las juntas americanas
prisin, exilio cuando las juntas peninsulares pueden luchar entre ellas o incluso rehusar la obediencia a la
Junta Central y recobrar su soberana?
Uno de los temas que ser despus integrado en las interpretaciones de la historia patria, el delpermanente gobierno "desptico" al que han sido sometidos los americanos por los peninsulares, nace
solamente entonces a partir de estos acontecimientos. Al argumento de los "trescientos aos de despotismo",
tan utilizado por los revolucionarios espaoles para caracterizar el perodo durante el cual desaparecieron laslibertades castellanas, se superpone este otro, mucho ms nuevo, el de las autoridades reales en Amrica que
no slo no se fundan en la legitimidad "popular", sino que persiguen a los americanos que quieren usar de
sus derechos. En el vocabulario utilizado entonces por los americanos en algunas regiones, la palabra"mandones" designa a esas autoridades que no han sido reconstruidas o por lo menos remozadas por una
inmersin en la fuente de la nueva legitimidad.
Si este primer problema era esencial en el plano local, pues lo que estaba en juego era el poder que los
americanos queran ejercer en su patria, el segundo, la participacin en la representacin y en los gobiernoscentrales de la Monarqua, planteaba de una manera explcita y global el problema de la igualdad de
representacin y, a travs de l, la espinosa cuestin del estatuto poltico de Amrica.
El problema de la representacin estaba en la base misma del proceso revolucionario, puesto que, si lasoberana volva a la comunidad poltica, la representacin de sta era una cuestin insoslayable. En Espaa,
en la primera poca de los levantamientos, se consider que las juntas eran una forma improvisada de
representacin popular. Pero esta solucin era precaria, puesto que faltaba un gobierno central, dotado deuna legitimidad indiscutible. Por eso, pronto se empez a debatir sobre la reunin de Cortes generales a las
que, por tradicin, corresponda la representacin del "reino". Pero esta convocatoria planteaba tantos
problemas tericos y prcticos que la solucin fue la formacin de una Junta Central Gubernativa del Reyno,formada por dos delegados de cada una de las juntas de las ciudades capitales de reino o provincia. Ambigua
institucin que tom el ttulo de Majestad, pues gobernaba en lugar y en nombre del rey, pero que, por estar
constituida por delegados de las juntas, ellas misma surgidas del "pueblo", fue tambin considerada como
una "representacin nacional", que remita por su composicin representantes de reinos y provincias auna visin plural de la Monarqua.
A esta forma embrionaria de representacin nacional fueron invitados los americanos, por la Real Orden
del 22 de enero de 1809 :
"[] la Junta Suprema central gubernativa del reyno, considerando que los vastos y precisosdominios que Espaa posee en las Indias no son propiamente colonias o factoras como las de las
otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la monarqua espaola [] se ha servido
S.M. declarar [] que los reynos, provincias e islas que forman los referidos dominios, deben tenerrepresentacin inmediata a su real Persona por medio de sus correspondientes diputados".
Este documento es un hito fundamental en las revoluciones hispnicas. Era una declaracin solemne de la
igualdad poltica entre Espaa y Amrica y, a la vez, su negacin, tanto por el lenguaje empleado colonias
o factoras que mostraba cmo los peninsulares vean a Amrica, como por el escaso nmero de diputadosque se atribua a sta 9 frente a 26 de la pennsula cuando su poblacin era mayor. Por eso, provoc
mltiples protestas y contribuy a hacer de la igualdad de representacin uno de los campos en que se
expresaran en adelante los agravios americanos. Cuando un ao despus se convocaron las elecciones a lasCortes extraordinarias, una desigualdad an mayor se manifest, puesto que se previo 30 diputados para
representar a Amrica frente alrededor de 250 para la Espaa peninsular. Esta desigualdad flagrante ser una
de las causas fundamentales del rechazo del recin formado Consejo de Regencia y de la constitucin dejuntas autnomas en Amrica
Pero, a pesar de los defectos ya citados, la Real Orden era tambin un paso decisivo para la construccin
de un rgimen representativo. Por primera vez tena lugar en el mundo hispnico un proceso electoral
general que pronto ser seguido de otros muchos. Las disposiciones electorales todava remitan a una visintradicional de la nacin y de la representacin, ya que a cada reino o provincia corresponda un diputado y
que ste era elegido por los cabildos de las ciudades cabeza de distrito, consideradas como investidas de la
representacin de todo su territorio con sus ciudades, villas y pueblos sujetos. La nacin apareca como una
pirmide de comunidades polticas, y no como una nacin nica formada de ciudadanos iguales. Para quepudiera llegarse a este fundamental paso a la modernidad, haca falta una profunda mutacin ideolgica de
las lites intelectuales.
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La mutacin poltica
Si el debate sobre la igualdad de Espaa y Amrica dentro de la Monarqua prepara la ruptura, el paso a la
modernidad poltica se efecta a travs de otro debate, paralelo, sobre la naturaleza ntima de la nacin :
est formada sta por las antiguas comunidades polticas, con sus estamentos y cuerpos privilegiados o porindividuos iguales? Es producto de la historia o resultado de una asociacin voluntaria? Est ya
constituida o an por constituir? Reside la soberana en la nacin? De qu tipo es esta soberana? Segn la
respuesta que se d a estas preguntas las futuras Cortes sern una restauracin de las antiguas instituciones,con representacin de los tres estamentos, o una asamblea nica de representantes de la nacin. El debatefrancs de la convocatoria de los Estados Generales y de sus primeras reuniones hasta la proclamacin de la
Asamblea Nacional se repite en el mundo hispnico desde 1808 a 1810.
En esos dos aos, la mutacin de las ideas y de los imaginarios de las lites hispnicas fue considerable.El tradicionalismo del universo mental de la inmensa mayora de los habitantes de la Monarqua en los
meses siguientes a la insurreccin era, como dijimos, evidente. Sin embargo, dos aos despus, cuando se
renen en Cdiz las Cortes Generales y Extraordinarias, se impone el grupo revolucionario que va adesempear el papel motor en las Cortes, y que ser llamado poco despus "liberal"; sus referencias
mentales son ya totalmente modernas. La victoria puede explicarse, en parte, por el carcter particular de la
ciudad de Cdiz, que sirve de refugio entonces a lo ms granado de las lites intelectuales espaolas y
americanas pero es, tambin, la consecuencia de una evolucin ms global de los espritus durante los dosaos pasados.
En esta mutacin extremadamente rpida desempean un papel esencial dos fenmenos concomitantes: la
proliferacin de los impresos y sobre todo de la prensa y la expansin de las nuevas formas desociabilidad. Con ellos nace verdaderamente la "opinin pblica" moderna y lo que se puede designar, con
Habermas, como "el espacio pblico poltico". Es verdad que ya exista antes lo que ste llama un "espacio
pblico literario", o Cochin "la repblica de las letras", es decir, un medio social, una red de hombresagrupados en sociedades y tertulias literarias, econmicas, cientficas en las que la libre discusin sobre
toda clase de temas, entre ellos los polticos, empieza a erigirse en una instancia moral, independiente del
Estado, que juzga en nombre de la "Razn" la validez no slo de las medidas del gobierno, sino tambin delos principios generales que deben regir la sociedad .
Aunque la "repblica de las letras" sea relativamente amplia a finales del siglo XVIII y haya dispuesto en
la dcada de 1780 de publicaciones bastante numerosas, las medidas tomadas por el Estado contra la
influencia de la Revolucin francesa la han limitado al mbito de sus lugares privados de sociabilidad y auna red de relaciones y de correspondencias privadas sin expresin pblica. Los acontecimientos de 1808
han sido para este medio una inesperada ocasin de salir a plena luz:
"Si alguno hubiera dicho a principios de Octubre pasado, que antes de cumplirse un ao tendramos
la libertad de escribir sobre reformas de gobierno, planes de constitucin, examen y reduccin delpoder, y que apenas no se publicara escrito alguno en Espaa que no se dirigiese a estos objetos
importantes; hubiera sido tenido por un hombre falto de seso"
La "divina sorpresa" del hundimiento sbito del absolutismo va a permitir a la "repblica de las letras"constituir un "espacio pblico poltico" mediante dos vas diferentes, pero paralelas. Por un lado, mediante la
multiplicacin de las formas de sociabilidad modernas, con una libertad de palabra muchsimo mayor que la
que acostumbraba hasta entonces. Por otro, a travs de la proliferacin de impresos y peridicos con fines
patriticos, causada por la desaparicin, de hecho, de la censura .La nueva prensa y los abundantsimos impresos de todo tipo que aparecen entonces, en efecto, han dado a
muchos de sus miembros la oportunidad de exponer pblicamente sus ideas, aunque con gran prudencia al
principio para no herir la sensibilidad de unos lectores que siguen refirindose a imaginarios y valorestradicionales. Pero esta influencia difusa en una prensa que tena esencialmente como fin el movilizar a la
poblacin en lucha contra el invasor no era suficiente. Los grupos modernos, obsesionados tanto por la
urgencia y por inmensidad de la obra de regeneracin que haba que llevar a cabo, como por el estado realde los espritus, muy alejados an de sus principios, se dotaron pronto de rganos de expresin para exponer
sus ideas. Ciertamente, para encontrar una opinin pblica moderna ya constituida, con una pluralidad deperidicos de tendencias diversas, hay que esperar en Espaa, como mnimo hasta el verano de 1810 y,
sobre todo, hasta despus de la reunin de las Cortes en Cdiz, en el otoo del mismo ao. En Amrica, porsu parte, esto se dar en pocas ms tardas en Mxico, por ejemplo, con la proclamacin de la libertad de
prensa en 1812 y en las regiones independentistas, en fechas variadas, pero en general no anteriores a
finales de 1810.Sin embargo, antes ya de esa poca de madurez, tres peridicos peninsulares han desempeado por su
precocidad, por la calidad de sus redactores y por su difusin un gran papel en la evolucin de los
espritus: el Semanario Patritico , El Espectador Sevillano yEl voto de la Nacin espaola. Fueron stoslos que en poca de la Junta Central perodo clave de la revolucin hispnica desempearon el papel de
motor en la mutacin ideolgica de las lites de los dos continentes. En ellos se encuentra, no slo un
testimonio sobre la cronologa de esta mutacin, sino tambin la estrategia empleada para fomentarla y unaexposicin muy acabada y completa del proyecto de la revolucin hispnica.
La existencia de estos peridicos y la explosin de una literatura patritico-poltica contribuyen a explicar
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dos fenmenos todava en parte inexplicados. El primero, la extraordinaria rapidez y coherencia con que lasCortes de Cdiz llevaron a cabo su empresa de destruccin del Antiguo Rgimen, puesto que, en gran
medida, las lneas rectoras de la Constitucin y de las reformas haban sido ya formuladas pblicamente
anteriormente. El segundo, la mutacin, durante este mismo perodo, de unas lites americanas que en 1808aparecen ms tradicionales an que las peninsulares y en 1810, casi tan modernas como ellas hasta el punto
de manejar con facilidad las mismas referencias. La explicacin de este fenmeno reside en la difusin de
los peridicos e impresos peninsulares en Amrica y las reimpresiones que de ellos se hicieron all. Las
reimpresiones de impresos peninsulares de tema patritico o poltico representa en Amrica casi la mitad deltotal de lo publicado sobre estos temas en la poca: por ejemplo, el 34% en Mxico en 1808, y el 48% en
1809; el 50% 1808 y 1809 en Buenos Aires. Ese inters por lo publicado en la pennsula viene de que stasegua siendo la sede del poder central de la Monarqua, pero tambin de la libertad de palabra y de prensa
que exista en ella desde el principio de la crisis, infinitamente mayor que en Amrica, donde todava
seguan aplicndose las prcticas absolutistas de censura de la imprenta. Por eso, la pennsula fue entonces el
motor y el principal centro de difusin de las mutaciones polticas.En dos aos, decamos, a travs de ese combate de la opinin pblica naciente, triunfaron en ella las
referencias de los ms radicales, de los que poco despus sern llamados liberales. En efecto, el anlisis de
los peridicos muestra claramente que para finales de 1809, estaba ya construido el corpus doctrinal delliberalismo que triunfar en las Cortes de Cdiz. Esta construccin intelectual es a la vez muy parecida a la
efectuada por la Revolucin francesa, y al mismo tiempo muy original. La semejanza, por no decir la
identidad de los principios y del imaginario que stos conllevan, es considerable aunque a veces se formulencon la prudencia que exige el estado de la opinin.
La nacin es concebida como una asociacin voluntaria de individuos iguales, sin ninguna distincin de
pertenencias a pueblos, estamentos y cuerpos de la antigua sociedad. De ah que, en adelante, stos ya no
sern nunca ms representados y que la base de la representacin sea el individuo. Se exaltan la libertadindividual, los derechos del hombre y del ciudadano, la igualdad de todos ante la ley y se concibe sta como
la expresin de la voluntad general. La nacin es soberana y, por eso, debe elaborar una constitucin que
ser como el pacto fundador de una nueva sociedad. La crtica de lo que pronto se llamar el AntiguoRgimen es cada vez ms radical; el despotismo tiene races tan profundas en la Monarqua que es de hecho
imposible que esa constitucin sea una restauracin de las antiguas "leyes fundamentales" a las que apelan
los moderados como Jovellanos. Se impona una construccin ex novo:
"[] una sociedad nueva, cuyo edificio empiece por los slidos cimientos del derecho natural, yconcluya con la ms perfecta armona del derecho civil, arruinando al mismo tiempo el gtico
alczar construido a expensas del sufrimiento y de la ignorancia de nuestros antepasados"
Se trata aparentemente de hacer, como en la Revolucin francesa, tbula rasa del pasado y de construir de
un solo golpe una sociedad y un gobierno ideales. Sin embargo, el radicalismo del lenguaje y del imaginariovan parejos con un ideal poltico moderado. Los hombres que estn inventado el liberalismo hispnico,
pertenecen a una generacin que conoce muy bien las desviaciones de la revolucin en Francia. Por eso,
temen que la aplicacin de sus principios les lleven tambin al Terror o a un nuevo despotismo. De ah locomplejo de su proyecto, pues deben realizar al mismo tiempo dos tareas diferentes: por una parte, hacer la
revolucin contra el Antiguo Rgimen y por otra, evitar que sta siga los pasos de Francia. Podramos decir
que se encuentran, por un lado, en una situacin anloga a la de los revolucionarios franceses de 1788-89,luchando por imponer -en las ideas y en los hechos- la soberana de la nacin, y, por otro, en la de la
generacin de la Repblica termidoriana, reflexionando, como Benjamin Constant, sobre la manera de
construir un rgimen, fundado sobre los principios de la revolucin, pero estable y respetuoso de la ley y dela libertad.
De este doble objetivo nacen muchas de las ambigedades del grupo revolucionario y, como las de Jano,
sus dos caras. Por el radicalismo de sus principios sus miembros son revolucionarios -"jacobinos", los
llaman sus adversarios- pero, por su preocupacin constante de construir un rgimen representativo sonciertamente moderados y de hecho los primeros constitucionalistas modernos que plasmarn en una
constitucin, y, por un tiempo, en la realidad, sus objetivos. De ah su importancia europea y su influencia
durable en Portugal, en Italia, en la lejana Rusia , e incluso en la misma Francia. De ah tambin lascontradicciones entre sus intenciones moderadas y su radicalismo ante las resistencias que la sociedad
opondr a su empresa.
El rgimen que van a intentar construir es fundamentalmente un rgimen representativo, basado en lasoberana del pueblo ejercida por sus representantes y en el reino de la opinin. Que este rgimen deba ser
una monarqua constitucional nadie lo pone en duda entonces, tanto por el prestigio de que goza el monarca
cautivo, como por la vigencia de la idea comnmente aceptada de la imposibilidad de construir una
repblica identificada con la democracia en un gran pas. Con el lenguaje que Constant emplear pocodespus, podramos decir que hay en ellos el deseo de construir la "libertad de los modernos", pero, al
mismo tiempo, por la exaltacin de las virtudes de las repblicas de la Antigedad clsica, una exaltacin de
"la libertad de los antiguos" que haca posible el paso a un rgimen republicano. Eso es lo que harn poco
despus los americanos ayudados en esta empresa por el marco poltico predominante en muchas regionesde Amrica, el de la ciudad-provincia, que tender a convertirse en ciudad-Estado.
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Ruptura, guerra y nacin
Todo lo que haba ido gestndose en estos dos primeros aos cruciales estalla bruscamente en 1810.
Como en 1808, sus causas inmediatas son tambin de orden externo : la invasin de Andaluca en diciembre
de 1809 por ejrcitos franceses. A finales de 1809 la situacin es crtica en Espaa. La ofensiva francesaprovoca acusaciones de traicin contra los miembros de la Junta Central, la formacin de una junta
independiente en Sevilla y la huda a Cdiz de una parte de los miembros de la Junta Central. El 27 de enero
de 1810, los miembros del Consulado de Cdiz toman el poder en la ciudad a travs de una nueva junta yponen bajo su tutela los restos de la Junta Central. Har falta la presin inglesa para que se formase a partirde ellos, el 29, un Consejo de Regencia que proclamase asumir la autoridad soberana, mientras que las
tropas francesas marchan hacia Cdiz.
El mismo da de su autodisolucin la Junta Central fija las modalidades de la convocatoria de las Cortes yredacta un manifiesto a los americanos para pedir el reconocimiento del nuevo poder. Pero el
reconocimiento que Amrica haba otorgado, por patriotismo y por sorpresa, a las poderes provisionales
peninsulares en 1808 les ser ahora negado por casi toda Amrica del Sur. Para la mayora de losamericanos, que siguen muy de cerca la situacin militar, la pennsula estaba irremediablemente perdida y el
Consejo de Regencia no era ms que un espectro destinado a durar muy poco o a gobernar bajo la tutela de
la Junta de Cdiz, del Consulado y de sus corresponsales de Amrica. Ms an : fuese cual fuese su suerte,
careca de la ms elemental representatividad y del consentimiento de los pueblos de los dos continentes.Frente a ese poder precario, dotado de una muy incierta legitimidad, Caracas primero, Buenos Aires y
diferentes ciudades de Amrica del Sur despus, se lanzan a constituir juntas que no reconocen el nuevo
gobierno provisional peninsular. Los principios invocados para justificar su formacin tienen las mismasbases pactistas que los que haban sido empleados dos aos antes por las juntas peninsulares. La Junta de
Caracas lo explica claramente en su primera proclama:
"La Junta Central Gubernativa del Reyno que reuna el voto de la Nacin baxo su autoridad
suprema, ha sido disuelta y dispersa en aquella turbulencia y precipitacin, y se ha destruidofinalmente aquella Soberana constituida legalmente para la conservacin del Estado []. En este
conflicto los habitantes de Cdiz han organizado un nuevo sistema de Gobierno con el ttulo de
Regencia [] [que no] rene en s el voto general de la Nacin, ni menos an el de estoshabitantes, que tienen el derecho legtimo de velar por su conservacin y seguridad, como partes
integrantes que son de la Monarqua espaola. []" .
El razonamiento es perfectamente coherente y comprensible en el marco de referencias de una monarqua
plural regida por principios pactistas. El poder provisional de la Junta Central espaola haba sido legtimopuesto que, por un lado, haba sido formado por los representantes de las juntas insurreccionales
peninsulares, que llevaban entonces la representacin supletoria de los "pueblos" de Espaa, y, por otro,
porque haba sido reconocida luego por todos los reinos y provincias americanas. Estos la haban juradocomo gobierno legtimo, estableciendo as un nuevo vnculo mutuo -y voluntario- con aquella autoridad que
sustitua provisionalmente al rey.
La Espaa peninsular rompa ahora este nuevo vnculo sin ninguna consulta ni consentimiento de lospueblos americanos. Por lo tanto, cada comunidad poltica asuma una parte de la soberana primigenia :
"El Pueblo de Caracas [] deliber constituir una Soberana provisional en esta Capital, para ella
y los dems Pueblos de esta Provincia, que se le unan con su acostumbrada fidelidad al Seor Don
Fernando VII" .
Por el momento, la nacin espaola segua siendo nica, pero cada "pueblo" el de Caracas ahora, losotros despus cada ciudad principal con su territorio y sus ciudades dependientes, constitua una soberana
provisional a la espera de la reconstitucin de una soberana nica e incontestable. Fuera sincera o no esta
declaracin de intenciones sin duda lo era an para una mayora el proceso que iba a llevar a laIndependencia franqueaba un primer, pero tambin conflictivo, paso. En efecto, la reversin de la soberana
a los "pueblos" segua planteando, ahora a escala ms reducida, el problema de quines eran esos "pueblos"
y, por tanto, quin tena derecho a constituir sus propias juntas. Por eso, de inmediato, las ciudades capitalesque haban formado las nuevas juntas, tuvieron que enfrentarse con otras ciudades importantes que no
aceptaban su pretensin de preeminencia. Caracas tuvo que afrontar Coro y Maracaibo; Buenos Aires, no
slo como antes Montevideo, sino tambin las ciudades del interior y Nueva Granada, se fragment en
mltiples juntas rivales.La va estaba abierta para un conflicto entre ciudades, es decir para una guerra interna. Pero tambin lo
estaba para una guerra que iba a enfrentar cada vez ms los dos continentes. La gran ruptura se produce en
este campo no tanto por el no reconocimiento del Consejo de Regencia por las juntas americanas, como porel rechazo por l de la legitimidad de las juntas americanas. Porque su legitimidad y su poder eran dbiles y
precarios, la Regencia no acept la negociacin con ellas e hizo fracasar la mediacin inglesa. Las nuevas
juntas fueron consideradas como un signo de deslealtad y expresin de un movimiento separatista que habaque reprimir por la fuerza : el miedo a la Independencia contribuye a precipitarla.
Guerra, pues, que es doblemente una guerra civil : por un lado, entre las ciudades que aceptan el nuevo
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gobierno provisional espaol y las que lo rechazan; y por otro, guerra exterior contra el gobierno central dela Monarqua. A partir de ahora, la guerra y una guerra tanto ms cruel cuanto que civil va a ser la
causa principal de la evolucin de Amrica. La oposicin amigo-enemigo tiene su propia lgica y va a
provocar progresivamente una inversin en la identidad americana.Hasta entonces, en efecto, como la querella esencial entre americanos y europeos estaba centraba en la
igualdad poltica entre los dos continentes, esto explicaba que los americanos reivindicaran, colectivamente,
su estatuto de reinos y provincias e, individualmente, su condicin de espaoles, iguales a los peninsulares y
gozando adems de los privilegios y fueros que les daba su condicin de descendientes de los"conquistadores y pobladores" de esos reinos. La guerra que les declara el gobierno central y el lenguaje que
la acompaa el de una nueva Conquista de Amrica les obliga a reformular su estatuto y su identidad.Van ahora a emplear la apelacin de colonias, que haban hasta entonces rechazado con indignacin, para
fundar en ella su derecho a la independencia. Igualmente, para distinguirse de sus enemigos que dicen ser
los verdaderos espaoles, van a asimilarse retricamente a los antiguos poseedores del territorio, a los indios
sometidos por la conquista. La independencia empieza a ser presentada como la revancha de los vencidos yla recuperacin de la libertad que la nacin haba perdido con la conquista.
En tiempos de guerra esa global identidad americana bastaba para caracterizar la lucha como el
enfrentamiento de dos naciones o dos pueblos, el americano y el espaol. Pero esta identidad, que se definapor rasgos esencialmente negativos su oposicin a lo peninsular, es decir, fundamentalmente el lugar de
nacimiento resultaba a todas luces insuficiente para constituir nuevos estados. Haba que definir, al
contrario, precisamente los "pueblos", las comunidades polticas que, al considerarse "naciones" iban alegitimar as su independencia.
En ese momento, precisamente, aparece la estructura poltica real de la sociedad americana : de la
sociedad y no la de las divisiones administrativas del Estado, aunque exista evidentemente entre ellas una
relacin que puede ser ms o menos estrecha. Como en Castilla, de donde proceden los modelos de laorganizacin poltica de las Indias, la trama poltica de base de la sociedad son las ciudades, villas, pueblos y
lugares, dotados de gobiernos propios, pero con grados de autonoma diferentes segn su dignidad. La
plenitud de esas prerrogativas corresponde a la ciudad principal que da su nombre al territorio del que es lacapital : a su provincia. Como en Castilla tambin, por encima de esas circunscripciones que podemos
denominar ciudades-provincias, se encuentra el reino, comunidad humana tendencialmente completada por
su territorio, por su gobierno y por el sentimiento que tienen sus habitantes de una comn pertenencia ytambin de una comn diferencia con otras comunidades anlogas.
Con la desaparicin del vnculo bilateral con el rey o con los que en su nombre ejercen el poder, en el
centro de la Monarqua se desintegra entonces esa pirmide de pertenencias a comunidades polticassuperpuestas. La nocin de "nacin americana", operativa para la guerra, no basta para constituir un Estado-
nacin. Comienza entonces un proceso de desintegracin territorial, del que son los actores principales los
"pueblos", las ciudades provincias o los reinos en el que intervienen adems aquellas otras ciudades
que aspiran a emanciparse de las ciudades principales. Hubiera cabido que esos diferentes "pueblos",hubieran podido, como en Estados Unidos, construir una unidad por un nuevo pacto entre sujetos soberanos.
Pero, en Amrica hispnica, ese pacto era prcticamente imposible, tanto por las distancias, como por los
rencores de una guerra que fue tanto o ms una guerra civil que una guerra de emancipacin.El proceso de desintegracin pone de manifiesto la diferente consistencia poltica de los "pueblos"
americanos. Las regiones que resistieron mejor a ese proceso fueron las que desde tiempo atrs se vean
como reino, gracias a una construccin cultural compartida por todos sus habitantes. Ese es el caso de laNueva Espaa, de Chile, de Quito y en parte del Per. En las otras regiones Amrica central, Nueva
Granada, Venezuela, Ro de la Plata se impone la lucha de ciudades y la desintegracin territorial. En
ellas, solamente la guerra y un largo perodo de inestabilidad podrn permitir al fin la constitucin de nuevas
unidades polticas.
La Nueva Espaa y la antigua
En este esquema general, Mxico ocupa un lugar muy particular y en gran parte paradjico pues en l se
dan fenmenos que, a primera vista, pueden parecer contradictorios y, que de todas maneras cuadran muy
mal con las correlaciones clsicas entre modernidad e independencia. En Mxico la reivindicacin de laautonoma fue la ms precoz de todas las regiones de Amrica, puesto que la tentativa de constitucin de
una Junta nacional de unas Cortes del reino se remonta a los primeros tiempos de la crisis, al verano de
de 1808; pero, curiosamente, su independencia definitiva ser una de las ms tardas.Nueva Espaa era, tambin, sin ninguna duda, la regin en la que la existencia de un reino, de una
comunidad poltica indivisible, era la ms cierta; como tambin aquella en la que la elaboracin de una
identidad cultural estaba ms avanzada, hasta el punto que podemos considerarla como una proto-nacin. Y,
sin embargo, los independentistas no fueron, hasta la fase final, mayoritarios ni en las lites ni, sin duda, enel conjunto de la sociedad; hecho que contrasta con la relativa unanimidad de las regiones independentistas
del sur del continente, que eran sin embargo desde este punto de vista, mucho menos coherentes.
Nueva paradoja, que explica en parte, pero solamente en parte, la anterior, Mxico conoci en 1810, una
enorme insurreccin popular identificada clsicamente con la bsqueda de la independencia quecontrasta con el carcter marcadamente elitista, en sus comienzos, del movimiento juntista en Sudamrica.
En fin, la Nueva Espaa era, ciertamente, la regin ms cultivada de Amrica. Posea un sistema
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educativo muy desarrollado a todos sus niveles incluido el primario y tambin numerosas imprentas,con una abundante publicacin de toda clase de impresos e incluso de bastantes peridicos. Sin embargo, no
es en ella donde se expresan las ideas polticas ms "avanzadas"; stas triunfan al contrario en regiones
como Venezuela o el Ro de la Plata, muy retrasadas en esos campos con relacin a Mxico.Las razones que explican estas paradojas, no pueden ser evidentemente expuestas en unas lneas;
sealemos, por tanto, solamente algunas. La primera es que la Nueva Espaa era en gran parte eso, una
Espaa nueva. Es decir una sociedad que, a pesar de su heterogeneidad tnica, era una comunidad humana
de una gran coherencia cultural que haba interiorizado profundamente los valores que durante largo tiempohaban asegurado la cohesin de la Monarqua hispnica: la fidelidad al rey como seor natural de todos los
reinos que la integraban, y el catolicismo como elemento distintivo y unificador de la Monarqua. Lasimilitud de los imaginarios y valores que hemos puesto en evidencia anteriormente para 1808, valen ante
todo para la Nueva Espaa y para todos los grupos sociales, incluidos los indios. Esa interiorizacin de los
valores comunes de la Monarqua es la consecuencia de la precocidad y de la intensidad de la
evangelizacin y tambin de la extensin de la educacin primaria, de la alfabetizacin y del impreso afinales del siglo XVIII. La Nueva Espaa de principios del siglo XIX es la sociedad ms cultivada y la ms
homognea culturalmente de Amrica, pero con una cultura que era mayoritariamente de tipo tradicional.
Todo eso explica en parte la moderacin poltica de las lites mexicanas, en comparacin con elradicalismo ideolgico de sus homlogas del sur del continente. En esta ltima regin, menos alfabetizada y
culturalmente ms heterognea, las lites gozaban de hecho de una mayor libertad en relacin con el resto de
la sociedad. Su radicalismo poda manifestarse tanto ms abiertamente cuanto que existan menosarticulaciones entre la cultura de las lites y la cultura del pueblo. Por el contrario, en Mxico, las lites
saban cun extendidas estaban, aun en pueblos de indios, los valores y el imaginario poltico tradicionales.
Saban igualmente que, por la amplitud de la alfabetizacin y por la abundante circulacin del escrito, la
expresin de ideas en ruptura con ese universo mental, podan provocar reacciones de rechazo muy fuertesen la masa de la poblacin. De ah que, cuando se produce la insurreccin de Hidalgo, esa gran "jacquerie"
en gran parte debida a la crisis econmica y social los argumentos utilizados para movilizar al pueblo
sean de tipo tradicional : accin en nombre del rey, defensa de la religin amenazada por los imposprincipios de la Revolucin francesa difundidos por Napolen, y por los gachupines, sus cmplices De ah
tambin, que hasta muy tarde se siga manteniendo la ficcin de Fernando VII, ya que para el pueblo su
persona estaba cargada de mesianismo y de promesas de justicia, pero tambin porque tambin representabapara una buena parte de la lite insurgente el smbolo necesario de una legitimidad a la que todava no se
haba encontrado un sustituto.
Este carcter tradicional es lo que, en buena parte, explica que, a pesar de su fuerte identidad y de susagravios hacia los gobiernos peninsulares y hacia los europeos de Mxico, la Nueva Espaa mantuviese sus
vnculos con la Antigua y participase con ella en todas las mutaciones que van a conducir a la formulacin y
al triunfo del liberalismo. Su participacin fue constante, tanto en todas las elecciones de este perodo, a la
Junta Central en 1809, a las Cortes extraordinarias de 1810, a las Cortes ordinarias de 1813 e incluso a lasordinarias de 1815 que nunca se reunieron como en el debate poltico, en Mxico y tambin en Espaa a
travs de sus diputados.
Fue esa participacin constante en el proceso revolucionario peninsular la que produjo ms que supropia evolucin interna su acceso a la modernidad poltica. En efecto, el desfase ideolgico entre las dos
Espaas es evidente, y los actores de la poca lo confiesan sin ambages. As lo explica claramente, al
principio del proceso revolucionario, el pasqun elaborado por el licenciado Castillejos en 1809, para llamara los criollos a la revuelta:
"Ya no es tiempo de disputar sobre los derechos de los pueblos: ya se rompi el velo que los cubra:
ya nadie ignora que en las actuales circunstancias reside la soberana de los pueblos. As lo
ensean infinitos impresos que nos vienen de la Pennsula" .
O, al final, en 1822, Rocafuerte a propsito de Mxico:
"La Amrica, ilustrada no slo con la doctrina de tantos libros como han corrido en ella desde el
establecimiento de la Constitucin espaola, sino lo que es ms, con el ejemplo que le daba laPennsula en la lucha contra el servil []".
Como lo expresa bien esta cita, fue en las Cortes de Cdiz donde triunfaron los revolucionarios y seformul de la manera ms coherente el liberalismo hispnico. Un triunfo preparado, como ya lo vimos, por
los debates de los aos 1808 a 1810, pero que se concretar luego en la proclamacin de la soberana
nacional en la primera sesin de las Cortes, el 24 de septiembre de 1810; en la libertad de prensa, decretadael 15 de noviembre de 1810 y, sobre todo, en la Constitucin de la Monarqua espaola promulgada el 19 de
marzo de 1812 a la que seguirn mltiples disposiciones legales destinadas a destruir el Antiguo Rgimen.
Por una fidelidad a las autoridades centrales de la Monarqua fundada en razones muy tradicionales, la
Nueva Espaa "lealista" aplicaba las disposiciones ms avanzadas de las Cortes y efectuaba as su paso a la
modernidad. Adoptaba un rgimen poltico moderno que aceleraba no slo las mutaciones ideolgicas desus lites, sino que tambin modificaba los espacios y los actores del poder desaparicin legal de las "dos
repblicas", multiplicacin de los municipios, igualdad poltica de los pueblos, aparicin de las diputaciones
7/31/2019 Guerra, F. X. La Independencia de Mexico y Las Revoluciones Hispanicas
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provinciales, etc. y los comportamientos polticos de toda la poblacin, al efectuar las elecciones medianteun sufragio casi universal para designar todas esas nuevas autoridades.
En comparacin con todas estas extraordinarias novedades que se producen en el campo "lealista", el
lenguaje y las prcticas polticas de los insurgentes aparecen mucho ms arcaicas. Se ve as a Ignacio Rayn,en sus proyectos para la estructuracin poltica de la insurgencia, hablar de una futura constitucin y de
soberana del pueblo, pero dos aos despus de la proclamacin en Cdiz de la soberana nacional; hablar de
"ciudadanos" pero precisar que slo los patricios ocuparn los empleos y que los representantes al Congreso
Supremo tendran que nombrados por los cuerpos municipales; hablar, s, de libertad de prensa, pero abogarpor la restauracin de la Inquisicin . Y todo esto, el ao mismo de la adopcin de la Constitucin de Cdiz
y de su promulgacin en Mxico.Cuando, por fin, Morelos decide convocar elecciones a un Congreso, estas decisiones son de ao y medio
despus de la Constitucin de Cdiz, cuando ya han tenido lugar en Mxico una multitud de elecciones,
siguiendo sus disposiciones. En el momento en que, por fin tienen lugar las elecciones de los insurgentes
para el Congreso de Chilpancingo, se ve claramente en ellas no slo la imitacin de una buena parte de lasdisposiciones de Cdiz sino tambin la persistencia de un imaginario social ms tradicional. De hecho se
conservan las "dos repblicas", pues forman parte de las asambleas electorales primarias, por una parte, los
"vecinos" individualmente y, por otra, los gobernadores y los escribanos de las repblicas indgenas una representacin de cuerpos.
El desfase entre el Mxico "lealista" y el insurgente es pues evidente y corrobora la distincin que
hicimos al principio entre independencia y modernidad. Cuando en 1821, los antiguos "lealistas", realicen alfin la independencia, Mxico haba accedido ya antes a esa forma original de la Modernidad que fue el
liberalismo hispnico.