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Guerras Santas Las Gemas de Poder

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Guerra Santa

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J. A. ESTACIO PEÑA

GUERRAS SANTAS Las gemas de poder

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“Cada uno somos nuestro propio demonio y hacemos de este mundo nuestro infierno”

Oscar Wilde

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CAPITULO I

Del inicio de los tiempos

Al comienzo era la singularidad, era la Nada y era el Todo. Había terminado un Ciclo y el Absoluto no se encontraba manifestado. Luego en una fracción de tiempo inentendible, Menaih se manifestó a través de diversas creaciones. Hubo una gran explosión de energía donde comenzó el espacio tiempo para dar cabida a lo que conocemos como universo físico y el cosmos. Menaih entonces crea a los Elohim o dioses menores, que son los que continúan la tarea creadora en los distintos universos. Deriva la tarea principal a 3 Elohim, Miriahn, Arish y Thorab. Estos tres Elohim son los encargados de terminar la creación de Menaih, dando forma a todas las cosas que conocemos. Su primera creación fueron las estrellas, las galaxias, los planetas, todos y cada uno de ellos cuidadosamente dispuestos con diferentes condiciones, no escatimaron ningún esfuerzo, todo fue creado y dispuesto hasta la misma frontera extrema del universo. Por un tiempo vieron maravillados su creación y dieron gracias a Menaih por haberles compartido sus dones. Pero dentro de todas las cosas que crearon los Elohim una llamó poderosamente la atención de El creador, un pequeño planeta azul que giraba alrededor de una estrella brillante y que a la vez a este planeta lo gravitaba una pequeña luna. Aquel planeta era un diminuto punto azul en la negrura y la inmensidad del cosmos pero desde el mismo momento que Menaih lo vio despertó en él un profundo amor tal así que convocó a los tres Elohim y les dijo:

-hemos creado muchas cosas, todas sin duda alguna hermosas, han puesto todo su esfuerzo para complacerme, yo he compartido parte de mi sabiduría y poderes con ustedes y no me han decepcionado, me han maravillado con todas las cosas que han creado pero una por sobre todo me ha cautivado, aquel planeta azul que gira alrededor de aquella estrella, señalando al sol, ¿me podéis decir cómo se llama y quien lo creó?-.

-Se llama tierra y fui yo quien lo creó-. Respondió Arish.

-pues bien-. Siguió el creador. -Creo que es lugar indicado para continuar con toda la creación pues aún falta mucho por hacer-.

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En efecto el creador y los tres Elohim se dirigieron a la tierra, allí Menaih les dijo:

-he aquí mi decisión, este lugar es el elegido para ser la casa de mis hijos que estarán pronto por ver la luz del día, ustedes serán los que hagan de este lugar un sitio habitable para ellos, para ello a cada uno de ustedes le hago entrega de esto-. Y les entregó una gema, tal joya brillaba más que cien luces de estrellas juntas además de ser de una extremada belleza. -dentro de estas gemas que se llaman Timbilis, los portadores de vida, está la luz del mundo-. Prosiguió Menaih. -Solo piensen en lo que desean crear, pongan la gema en lo alto y dejen que la luz del sol traspase sus cristales y verán como sus deseos se hacen realidad. Pero cuidado-. Advirtió el creador. -No dejen que esta gema los gobierne, pues es tanto el poder que tiene que pareciera que tiene deseos propios, por eso úsenla con inteligencia y bondad, cuiden de sus pensamientos cuando la estén usando-.

Entregó entonces a cada Elohim un Timbilis, cada uno de ellos lo contempló asombrados pero uno en especial amó a su gema más que a nada, Miriahn el Elohim orgulloso puso todo su amor y más tarde toda su codicia al servicio de la joya. Y así fue como todo se hizo, Thorab separó las aguas abundantes y creó los mares y los ríos y todas las fuentes y cataratas y las aguas de los cielos y fue así como se creó la lluvia; Miriahn por su parte amante de las formas creó todas las montañas, riscos, desiertos y todos los desniveles de la faz de la tierra; Y por último Arish el más querido por Menaih, amante de la vida, con la ayuda de su Timbilis creó todo lo verde del planeta, los árboles, las plantas, el pasto, todas las flores terrestres y marinas, los bosques, los valles, y no solo creó las plantas sino que todos los animales, los terrestres, los que vivían en el mar y los que volaban los cielos, todo lo hecho fue de agrado del creador en especial lo hecho por Arish, tal cosa despertó en Miriahn un sentimiento para él nuevo, sentimiento que desde ese momento creció día tras día en el corazón del más orgulloso de los Elohim. Viendo El creador que esta tierra era más habitable les habló a los Elohim con las siguientes palabras:

-he visto lo que han hecho de este lugar y me ha gustado en demasía, los mares y los ríos son de una extremada belleza-. Dirigiéndose a Thorab. -la lluvia es un fenómeno increíble, haz hecho que me sienta orgulloso de ti. Y a ti Miriahn te digo-. Continuó diciendo Menaih con una voz que sonaba como la más hermosa de las melodías. -que las montañas son realmente hermosas, algunas verdes otras grises y otras blancas cubiertas de nieve, de verdad que has hecho un trabajo admirable–. Terminó diciendo el creador. -y por ultimo tú–.

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Dirigiéndose a Arish. -tu creación es la que más me ha hecho feliz, los bosques son realmente hermosos, lo mismo que los verdes valles y prados, las flores todas con diferentes colores y olores, toda una gama de animales haz creado cada uno de ellos con diferentes características, haz hecho de este sitio un lugar más habitable para mis hijos que pronto estarán por venir-.

Esto último y la complacencia de Menaih con la creación de Arish siguieron acrecentando en Miriahn aquel sentimiento de desconformidad que pronto se convertiría en un odio mayúsculo y que traería a esta nueva tierra días de inmenso dolor y muerte.

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CAPITULO II

El Nacimiento de los primeros Elfos

Luego de trascurrido cierto tiempo aun no contabilizado, en el cual los espíritus de los tres Elohim moraban la tierra recién creada, jugueteando en el agua o simplemente dejándose llevar por el viento, Menaih los llamó para darles buenas nuevas, les pidió que le entregaron los tres Timbilis, Arish y Thorab accedieron sin ningún problema, pero Miriahn de quien el Timbilis ocupaba todos sus pensamientos en principio se rehusó a entregarlo diciendo -¿acaso no fue un regalo tuyo, que clase de regalo es este el cual tienes derecho a quitárnoslo de nuevo?-.

Menaih inmediatamente leyó los sombríos pensamientos del Elohim y le respondió -en realidad es solo un momento que los necesito, para la creación más esperada-.

Con desagrado Miriahn cedió el cristal al creador, este lo juntó con los otros dos, los levantó hacia el sol, en ese momento hubo una explosión de luz que encegueció a los tres Elohim, luego de la explosión de luz y cuando los Elohim recobraron la vista, Menaih les dijo -les concedo este mi último regalo para ustedes-.

En seguida los tres Elohim se dieron cuenta que habían dejado de ser espíritus para transformarse en cuerpos físicos.

-además-. Continuó diciendo Menaih -mis primeros hijos ya empiezan a habitar este mundo-.

-¿en dónde están?-. Preguntó Thorab.

-más allá de aquellas montañas-. Respondió Menaih, señalando las montañas escarpadas. -en el valle los encontraran, ahora su misión será cuidar de ellos y enseñarles toda la sabiduría que por mi ustedes han recibido-.

Luego de decirles esto le devolvió a cada uno su Timbilis, Miriahn al tenerlo de vuelta sintió como si parte de su vida hubiera regresado y se sintió completo de nuevo, nadie notó esto excepto el creador, que conocía hasta el más remoto pensamiento de los tres Elohim.

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-¿Y qué será de ti?-. Preguntó Arish.

-yo estaré cerca, aunque no me veáis siempre estaré presente, hay solo una creación que me falta por hacer pero eso será luego-. Respondió Menaih, luego ante los ojos de los tres Elohim desapareció con el viento.

Como ordenó el creador, los tres se dirigieron al valle más allá de las montañas escarpadas, valle que luego se llamaría el valle de los lamentos por los hechos que ahí ocurrirían, cuando llegaron al fin, vieron por primera vez a los elfos, aquellos seres eran de una extremada belleza así como de inteligencia y fuerza, también eran inmortales, esto último llenó de cólera a Miriahn pues su orgullo no le dejaba aceptar que estos seres tuvieran la inmortalidad tanto como él, así que desde el mismo momento que los vio, les tuvo rencor y no participó en la tarea de protegerlos y enseñarles, por lo contrario se marchó a vagar solo por la tierra, pues en su corazón solo cabía espacio para su Timbilis. Arish y Thorab por el contrario amaron a estas criaturas y les enseñaron todo y los protegieron y fueron sus guías en los primeros años, juntos construyeron la primera de las grandes ciudades de los elfos, Gwangur, la ciudad de los señores elfos de antaño, que fue construida en la ribera del rio Gidli en el borde occidental del bosque de Othis y reguardada por las montañas rocosas. Y mucho tiempo pasó y los elfos crecieron en sabiduría y en amor por los dos Elohim, y el pueblo de los elfos creció en número y fue coronado el primer gran rey elfo, Elenor hijo de Sethenor, y vino la primera gran separación del pueblo de los elfos, muchos en cabeza de Tireber abandonaron la ciudad de Gwangur y se dirigieron al norte con la intención de establecer un nuevo reinado, y así fue como partieron muchos elfos acompañados por Thorab quien amaba a Tireber quien había sido su discípulo, por muchos años vagaron tratando de encontrar una tierra propicia para construir una nueva ciudad, y así fue como después de largo tiempo explorando nuevas tierras dieron con un el sitio imaginado, en el oriente de la tierra media, y lo bautizaron como el reino de los lagos, y desde ese momento amaron el agua y se dedicaron a la construcción de majestuosos barcos, y Tireber fue coronado como rey bajo la bendición de Thorab y su reinado fue bueno y llevó a su pueblo a la prosperidad y fue amado por los habitantes del reino. Y se construyó la ciudad capital del reino la cual se llamó Aqarad o la ciudad de las aguas en lengua local, pues quedaba en el borde del gran lago Obelet. Mientras tanto en Gwangur las cosas también iban bien, el pueblo de Elenor crecía y tuvieron que construir más ciudades, entre ellas la más importante Portenense, y la gente amaba a Elenor pero también a Arish. El reinado de Elenor fue Bueno y llevó a su pueblo al esplendor y Elenor tuvo mucha descendencia, nacieron sus tres hijos de su esposa Inbanar, los cuales se

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llamaron Anathol, Elebert y Liris, la más hermosa de todos los elfos que habitaron la tierra media y que más tarde jugará un papel determinante en esta historia; en definitiva fueron buenos años, en los cuales reinó la paz, pero como nada es para siempre pronto esa paz se convertiría en desesperación, odio y muerte.

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CAPITULO III

El regreso y levantamiento de Miriahn.

Como se dijo antes Miriahn no participó en la enseñanza ni en la protección de los elfos y se fue a vagar por el mundo, mucho tiempo estuvo errante y cada día que pasaba más y más crecía su amor por su Timbilis, así fue como llegó a muchos lugares, conoció muchas tierras, vio a muchos animales entre los cuales estaban los majestuosos Mumak y los Olifantes, se dice que pisó tierras blancas en el norte y que lo maravillaron aquellos lugares cubiertos por la nieve , pero que también gustó de la tierra al noroccidente, tierra que más tarde se llamaría Mingart, un lugar bastante escarpado en el cual se erguía majestuoso un volcán de nombre Gordolin. Pasaron muchos años al final de los cuales el Elohim orgulloso decidió volver al lugar donde había partido a su solitaria travesía, entonces emprendió el viaje de regreso pero esta vez regresó un Elohim diferente, un poco más callado, más astuto y por supuesto con más resentimiento hacia los elfos y hacia sus hermanos y por supuesto una dependencia absoluta a su joya. Así fue como un día, después de muchos años llegó a la tierra que había dejado atrás y se sorprendió con lo que encontró, una ciudad majestuosa llamada Gwangur, cuando los elfos lo vieron lo apresaron, pues nunca lo habían visto antes, además estaba muy mal vestido y de no muy buena apariencia. Entonces lo llevaron a la presencia del rey elfo Elenor, pero junto al rey estaba Arish quien al ver a su hermano ordenó que lo soltaran inmediatamente.

Entonces Miriahn preguntó -¿es así como recibes a tus hermanos, con espadas y grilletes?-.

Pero Arish contestó -discúlpame hermano pero ellos jamás te han visto, tal vez se asustaron, además esa no es la ropa digna de un Elohim-.

Cuando los presentes en el gran salón del rey oyeron esto se arrodillaron incluyendo el rey elfo Elenor, esto llenó de gran orgullo a Miriahn. -he regresado para ver a mis hermanos y me encuentro con esta gran ciudad-. Continúo Miriahn -y a ti-. Mirando a Arish -vestido con ropas de oro y plata, creo que has hecho muy buenos sirvientes-mirando con desprecio a los elfos.

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-Te equivocas, ellos no son mis sirvientes-. Respondió Arish. -son un pueblo autónomo, yo solo los aconsejo y los protejo pero ellos toman sus propias decisiones, prueba de ello es él-. Señalando a Elenor. -es su primer rey y soberano de estas tierras-.

-¿soberano de estas tierras?-. Replicó Miriahn con tono burlón. -nosotros tres somos los únicos soberanos de estas tierras, ellos solo son una raza inferior. A propósito de los tres, ¿dónde está Thorab, no me digas que también se cansó de este absurdo y se fue así como yo?-.

-no está aquí-. Contestó sonriendo Arish. -es verdad que se fue, pero lo hizo con parte del pueblo elfico que decidió probar suerte en otros lugares, se dice que encontró su hogar al oriente en el reino de los lagos y que su pueblo es prospero tanto o más que éste-. Terminó diciendo Arish.

Esta noticia molestó en demasía al Elohim Orgulloso, pues esto significaba que los planes que había trazado para su regreso se truncaban, al menos momentáneamente. Muy en contra de su voluntad aunque no lo demostraba abiertamente, Miriahn accedió a quedarse un tiempo en la gran ciudad de los elfos, en ese tiempo muy en secreto perfeccionó sus planes, luego decidió que el siguiente paso era ir a encontrar a su hermano Thorab y así se lo comunicó a Arish quien apesadumbrado por ver partir a su hermano de nuevo no tuvo más remedio que dejarlo ir. Fue así como Miriahn partió al oriente en busca del reino de los lagos, en donde comenzaría su oscuro plan. Luego de recorrer muchos kilómetros por fin llegó al lejano reino de los lagos y a la ciudad de Aqarad, allí fue recibido con honores por su hermano Thorab y por el rey Tireber. Allí Miriahn se maravilló con la ciudad y con los elfos de este pueblo pues eran más fieros que los del reino elfico de Gwangur, esto alegró al Elohim pues sabía que necesitaría de ellos para llevar a cabo su plan. Así que con mucho tacto y disimulo y sin levantar sospechas ni de Thorab ni de Tireber, empezó a envenenar las mentes y los corazones de muchos elfos que lo seguían y se maravillaban con sus palabras.

Había pasado cierto tiempo y el Elohim Miriahn se había ganado la confianza de la mayoría de los elfos de la ciudad y la de su hermano Thorab, pero no todos veían a Miriahn con buenos ojos, Tireber, el rey elfo, sin saber por qué, se cuidaba mucho de intimar con el Elohim como los otros lo hacían y mantenía cierta distancia con él, pues en su corazón algo le decía que Miriahn era el portador de una desgracia para su pueblo. Cierto día estaban Thorab junto con Miriahn en el castillo del rey, y este último le pidió a su hermano que le dejara

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ver su Timbilis, entonces Thorab accedió, fueron a una habitación secreta para la mayoría de los habitantes del castillo y allí guardado en una cajita muy bella de oro estaba el Timbilis, cuando Miriahn lo alzó con las manos, sus ojos brillaron de codicia.

-¡es hermoso, no crees!- . Dijo.

-en verdad que lo es- . Respondió Thorab.

-y su poder es ilimitado, imagínate lo que haríamos con él, seriamos los dueños y amos del mundo, reinaríamos en toda la tierra y nuestro nombre seria venerado en todos los rincones de este planeta-. Siguió diciendo Miriahn.

Thorab notando algo extraño en la voz de su hermano le arrebató la gema de sus manos y poniéndolo de nuevo en la cajita de oro dijo –este mundo no necesita más amos pues ya tiene uno, nuestro padre Menaih-.

Esta actitud de Miriahn inquietó mucho a Thorab, pero supuso que era normal viniendo de alguien tan orgulloso como él. Mientras tanto Miriahn sabiéndose incapaz para convencer a Thorab de unirse a sus planes, maquinó un oscuro y sangriento plan para apoderarse de la joya de su hermano, en este plan estarían involucrados los propios elfos de la ciudad, así fue como envenenó los corazones con malicia y oscureció la mente con mentiras de 75 de los más fuertes elfos.

Ocurrió que en la ciudad de Aqarad se celebró por esos días una gran fiesta en el gran castillo de dicha ciudad, para celebrar el término de las cosechas que aquel año habían sido abundantes, además el lago les proporcionaba a los habitantes del pueblo pescado en abundancia, todo esto en honor al padre, Menaih. Para ese motivo se decoró el gran castillo del rey de una manera hermosa, se dispusieron mesas y sillas para todos los habitantes del pueblo, se preparó la más deliciosa comida y se puso a disposición el mejor vino del reino; la fiesta era amenizada con la mejor música y absolutamente todos estaban contagiados con la felicidad, todos hasta el Elohim Thorab. Esta era la oportunidad que había estado esperando Miriahn junto con los 75 Elfos traidores. Aprovechando que todos estaban en la fiesta incluso los guardias del palacio, fueron a la armería, allí todos tomaron espadas y las escondieron en las capas pero antes de salir Miriahn les dijo –ha llegado su hora, la hora en que ustedes sean reconocidos como los más grandes elfos de la faz de la tierra, su recompensa será grande, la tierra será de ustedes, calmen su orgullo con el filo de su espada, pero recuerden que Thorab no debe morir, yo me encargaré de él,

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adelante mis hermanos esta noche será recordada por todos como la noche en la que elfos Azules se alzaron y conquistaron para ellos este reino-.

Dicho esto Miriahn junto a los 75 elfos se encaminaron hacia el gran salón del castillo. Como se dijo antes los guardias también estaban en la celebración así que cuando vieron entrar al Elohim con los elfos no los requisaron como era la orden, pues estaba prohibido el ingreso de las armas al gran salón del castillo. Aquella celebración era en grande, los elfos se habían hastiado de comer pues la comida era abundante y también como se dijo antes el vino, así que todos estaban bastante ebrios, todos menos el rey Tireber y por supuesto Thorab. Cuando la noche había avanzado bastante, el rey Tireber se sintió bastante cansado y se retiró a sus aposentos, lo mismo ocurrió con Thorab entonces Miriahn se dio cuenta que los elfos estaban bastante indefensos, entendió que la hora había llegado, dio la señal a sus secuaces y estos dieron inicio al acto más vil de traición conocido hasta ese momento. Todos al mismo momento desenfundaron sus espadas y la emprendieron primero con los guardias elfos, estos al verse atacados intentaron defenderse en medio de su aturdimiento por el alcohol, pero los atacantes estaban más lúcidos y los superaban en número así que la muerte les vino rápido, en seguida las víctimas fueron los asistentes, los atacantes no tuvieron piedad con nadie, mujeres y jóvenes fueron brutalmente masacrados sin nadie que detuviera este holocausto, muchos intentaron salir desesperadamente del castillo pero los 75 Elohim eran demasiados y sin ningún remordimiento les dieron muerte. Esta fue la primera gran matanza de elfos a manos de elfos. Los gritos provenientes del salón del castillo despertaron al rey quien en medio de su aturdimiento entendió aquel presentimiento que había tenido el mismo día en que había llegado a la ciudad Miriahn, se levantó rápido de la cama, se puso rápido la ropa y fue en busca de la espada, la desenvainó y se dirigió al gran salón consiente de lo que ocurría y de lo que estaba por venir, pasó por las habitaciones de algunos de sus hombres de confianza, afortunadamente algunos de ellos, pocos, estaban en sus aposentos, Tireber los enteró de la situación y pidió que todos buscaran espadas y se alistaran para defender al pueblo, llamó a uno de sus colaboradores quien respondía al nombre de Ilusir y le dijo –con mucho cuidado ve y anda a la habitación del señor Thorab y dile lo que está pasando-. Este último asintió y partió raudo.

Cuando Tireber entró al gran salón, no podía creer lo que estaba viendo, la imagen que le mostraba aquel lugar lo conmovió y a la vez lo llenó de ira y de rabia, muchos elfos indefensos, inocentes, cruelmente asesinados, hizo que Tireber el primer gran rey elfo del reino de los lagos se abalanzara sobre los asesinos. Ilusir con la fuerza y rapidez que le daban sus piernas llegó a la

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habitación de Thorab, con suavidad pero a la vez con premura tocó la puerta, inmediatamente el Elohim respondió. Ilusir le contó lo ocurrido, Thorab consternado por tal noticia pero con rapidez alistó su espada y salió en compañía de Ilusir. El gran rey elfo como poseído por una fuerza superior y junto a los pocos hombres de confianza sobrevivientes retaron a los agresores y empezó una gran lucha de espadas, los elfos leales al rey no pusieron mucha resistencia y murieron de manera heroica , no sin antes también matar a algunos pocos de los traidores, pero el que no moría aún era el rey elfo que impulsado por la ira, peleó de manera admirable, matando a otros 15 traidores antes de morir a manos de Eryanor el más poderoso de los elfos rebeldes o elfos negros como desde ese momento se llamaron. Cuando Thorab llegó al salón ya era demasiado tarde, el gran rey elfo yacía en el piso en una laguna de sangre con múltiples heridas, también sus fieles elfos e igual todos los guardias; sin entender muy bien lo que pasaba dijo – ¿qué has hecho Miriahn, que has hecho?-.

Miriahn sin mostrar remordimiento alguno contestó -solo lo necesario, esta tierra nos pertenece solo a los tres Elohim que lo creamos todo, yo solo reclamo lo que es nuestro, ahora bien-. Siguió diciendo Miriahn. –te brindo la posibilidad de que te me unas, trae tu Timbilis y dámelo y juntos reinaremos en esta tierra, nuestro nombre será honrado y temido, gobernaremos toda la tierra a placer, si tanto amas a estas criaturas ellos tendrán su tierra solo con el compromiso de darnos parte de lo que acumulen de riquezas, que me dices hermano, por tu bien piensa bien tu respuesta pues de ella depende tu vida-.

Thorab como no creyendo lo que escuchaba, desenvainó la espada, la tomó con su mano izquierda (pues los tres Elohim lo eran), la miró, bajó la cabeza y luego con una voz que era una mezcla de tristeza y decepción, pero también con orgullo dijo –esta matanza sin razón debe ser vengada-.

-supongo que eso es un no-. Replicó Miriahn. –pues bien si esa es tu decisión-. Siguió diciendo. –No tendré más remedio que apoderarme de tu piedra por la fuerza-.

Thorab con voz firme respondió –pues la única forma en que la tendrás, es si me la quitas de mi mano fría y tiesa, y créeme no te será fácil-.

Y dicho esto, dio un gran salto para atacar a Miriahn. El gran combate comenzó, bajo la mirada de los sobrevivientes de los elfos negros, la destreza y habilidad con la espada de Thorab sorprendió a Miriahn, aunque este último también era bastante dúctil, la fortaleza de Thorab iba menguando sus fuerzas, movimiento tras movimiento Miriahn sentía que sus fuerzas desfallecían, no

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encontraba un punto flaco para atacar a Thorab, y este a su vez se sentía con las fuerzas intactas y en un movimiento rápido de su espada, hirió en el hombro a Miriahn quien retrocedió entre una mezcla de dolor y sorpresa por la agilidad de Thorab. Dominado por mas odio, Miriahn se abalanzó en contra de Thorab, mas con vértigo que con fuerza y dejando muchos puntos flacos en su defensa, situación que aprovechó Thorab para herir en contadas ocasiones a Miriahn quien consumido por el dolor cayó de rodillas al suelo; justo cuando Thorab se alistaba para asestar el golpe mortal y hacer justicia, Miriahn uso la última de sus artimañas, rompió en llanto, arrojando la espada lejos dijo –lo siento, tienes razón me equivoqué, lo que hice no tiene perdón, lo único que merezco es la muerte, ahora haz lo que tengas que hacer-.

Esto le sonó tan honesto a Thorab que se le ablandó el corazón y retomando la calma le respondió con lo siguiente –sabes que te equivocaste, lo que hiciste es imperdonable, pero no seré yo el que te juzgue y mucho menos te quite la vida, eso le corresponde a nuestro padre, es a él a quien tendrás que rendirle cuentas y aceptar el veredicto que él te dé, y lo mismo para ustedes-. Dirigiéndose a los demás elfos traidores, quienes estaban sorprendidos con la reacción de Miriahn.

Después de esto, Thorab se dirigió hacia Miriahn y le tendió la mano para ayudarlo a parar, pero el arrepentimiento de Miriahn era fingido pues ahora que se veía herido sabía que tenía que pensar rápido, cuando Thorab le estiró la mano, la tomó y en ese momento de la otra mano sacó una daga que ocultaba en el cinto y con rapidez le dio una puñalada justo en la zona abdominal. Thorab, herido se tambaleo hacia atrás y trató con desesperación de tomar otra vez su espada, pero la herida era demasiado profunda y el dolor era insoportable lo que hizo que sus piernas flaquearan y cayera al suelo. Miriahn riendo con una risa maléfica, se levantó, tomó la espada y dijo –de verdad creíste lo que dije, mi querido Thorab, tu que tanto hablas de Menaih, mira que no está aquí justo cuando lo necesitas, ahora que tu vida expira, estas solo, te abandonó, solo toma mi mano, bésala y te ayudaré a curar tus heridas- y le extendió la mano a Thorab, pero este último con lágrimas en sus ojos y con sus últimas fuerzas, le escupió en la cara, esto último enfadó aún más a Miriahn quien con la espada atravesó el pecho del Elohim quitándole la vida. Y así murió Thorab, amante del agua, gran Elohim del reino de los lagos y defensor de los elfos azules.

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CAPITULO IV

La creación de las tierras negras.

Cuando la sangre de Thorab llenó el suelo, la tierra se sacudió salvajemente, de los mares se alzaron gigantescas olas que devastaron todas las costas, los volcanes hicieron erupción arrojando lava ardiente, el suelo se agrietó, del cielo y acompañado por salvajes lluvias cayó granizo ardiente, el día que apenas empezaba se oscureció. Cientos de elfos murieron y otros tantos se horrorizaron por estos fenómenos nuevos para ellos. En Gwangur mientras tanto, los elfos sintieron miedo pues esta era la primera vez que experimentaban algo así, todos fueron en busca de la sabiduría del Elohim Arish, quien también estaba un poco preocupado y a la vez pensativo tratando de imaginar que habría ocasionado esta furia de la madre tierra. Los temblores debilitaron la estructura del gran castillo, cientos de casas fueron destruidas pues no resistieron la fuerza de los temblores, los daños fueron cuantiosos no solo en Gwangur sino en todas en todas las ciudades incluyendo Portenense.

♦♦♦♦♦

Después de Asesinar a su hermano y sin ningún remordimiento aparente, Miriahn se dirigió a donde Thorab tenía guardado el Timbilis, abrió la pequeña caja de oro y lo tomó, en ese momento y ante el asombro de los demás elfos traidores, Menaih se presentó en presencia de Miriahn, este último al verlo desenfundó de nuevo la espada.

-¿qué harás Miriahn, también me asesinarás de la misma manera como lo hiciste con tu hermano?-. Preguntó Menaih visiblemente afectado.

Miriahn titubeó no sabiendo que decir pero sostuvo la espada esta vez mas amenazante, entonces Menaih hizo un ademan con la mano y de pronto la espada le empezó a pesar mucho a Miriahn tanto así que no pudo sostenerla ni siquiera con las dos manos, también sintió que las heridas de la pelea con Thorab, ahora le dolían más, así que no pudo soportar el dolor y se inclinó. Lo mismo les pasó a todos los demás elfos quienes entraron en un extraño sueño y cayeron al piso.

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-lo que hiciste es imperdonable, trajiste el dolor a este mundo, ahora por tu culpa los habitantes de este lugar conocerán el sufrimiento, debería quitarte la vida pues sería lo más justo, pero no es lo más conveniente dar muerte por muerte, además eres hijo mío, por eso y solo por eso te dejo vivir, pero la vida que tendrás estará sumida en el dolor y la oscuridad, día tras día tus pensamientos se perderán en los profundos recodos del infierno que crearás, tu cuerpo se deteriorará a causa de la maldad, las heridas que tienes nunca se cerraran, ¿mataste a tu hermano por el Timbilis?, tu vida se unirá a el destino de esas joyas, cuando las gemas desaparezcan también tu vida dejara de existir-. Esta fue la maldición que Menaih le impuso a Miriahn por su pecado.

Cuando despertaron los elfos de aquel extraño sueño, vieron a su líder parado, pensativo tratando de disimular su dolor, no solo por las heridas de la batalla sino por la maldición de Menaih, cuando los vio despertar y pararse, trató de disimular y dijo –los estaba esperando, muévanse rápido pues tenemos que partir lo antes posible, la armada de Gwangur vendrá para acá y a ellos no tendremos como enfrentarlos al menos no por el momento-.

-¿y a dónde iremos?-. Preguntó Eryanor.

–Al occidente-. Solo eso contestó Miriahn.

♦♦♦♦♦

Arish se encontraba en el castillo, preparándose para responder las preguntas que seguro tenían los elfos acerca de lo que había pasado, cuando Menaih se materializó en su presencia, al verlo el Elohim se arrodilló.

–Soy portador de malas y oscuras noticias-. Dijo Menaih.

–eso lo sospechaba-. Contestó un poco confuso Arish. – ¿qué fue lo que produjo esta ira de la madre tierra?-. Preguntó.

El creador respondió con voz severa –Miriahn, llevado por la ambición mató a muchos elfos en Aqarad incluido el rey Tireber y también a tu hermano Thorab-

Al oír esto Arish rompió en llanto, pues amaba en demasía a los elfos y también en igual proporción a su hermano Thorab quien en los primeros días había ayudado al crecimiento de esta raza. -¿pero por qué?, ¿Qué malignos pensamientos llevaron a Miriahn a cometer tal acto de crueldad?-.

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En seguida Menaih le contó lo sucedido y el porqué de las acciones del Elohim traidor, le habló de su amor por su Timbilis y de la obsesión con la joya, también le previno y le advirtió que Miriahn no se detendría en su oscuro camino que había empezado a recorrer hasta tener los tres Timbilis juntos, le ordenó que armara a su ejército y que partieran lo antes posible hacia el reino de los lagos para ayudar a los elfos sobrevivientes.

♦♦♦♦♦

Con el Timbilis de Thorab en su poder, Miriahn partió junto con casi 50 elfos hacia las tierras occidentales, después de muchos días de cabalgata llegaron a un sitio conocido por Miriahn, el cual lo había conocido en su travesía de los primeros días. Mingart esta ves estaba muy diferente de cómo Miriahn recordaba, Gordolin había hecho erupción y había devastado todo a su alrededor, el paisaje que mostraba aquel lugar era lúgubre, riscos impenetrables, cataratas de lava, ninguna señal de arbustos, un olor indescriptible y en el centro del lugar un gran valle muerto, además todo bien resguardado por montañas intransitables y al norte por una gran cadena montañosa de hielo llamada Mitrang. –He aquí el lugar que será de ahora en adelante nuestro hogar-. Le dijo Miriahn a sus acompañantes. Ninguno de ellos objetaron tal decisión pues el Elohim era amo y señor de todos sus pensamientos, veía por sus ojos, escuchaba por sus oídos, respiraba por sus narices, ahora la voluntad de los elfos negros estaba sometida a los caprichos del Elohim maldito.

♦♦♦♦♦

Cuando Arish le contó todo lo ocurrido a Elenor, hubo grandes muestras de dolor en toda la ciudad y en las ciudades vecinas de todo el reino se escucharon llantos de dolor, rezos, maldiciones hacia Miriahn, nadie podía creer lo que escuchaban, no entendían como alguien hijo mismo del creador podía ser tan cruel y asesinar a seres indefensos; no tardaron mucho para alistar su ejército y marchar hacia Aqarad, miles de elfos armados con escudos, espadas y lanzas, partieron hacia las tierras orientales incluyendo el rey Elenor, por supuesto también Arish iba en primera fila y con él su Timbilis pues el creador le había ordenado que siempre lo llevara consigo, pues el próximo objetivo de Miriahn seria apoderarse de él. Pasaron largos días de interminables caminatas, cuando por fin vieron el reino de los lagos. La primera impresión fue de asombro por aquella tierra tan hermosa llena de ríos, lagos, cataratas, afluentes de cristalinas aguas por doquier; siguieron caminando un par de días más cuando divisaron el gran lago Obelet y en sus costas la gran ciudad de Aqarad otrora hermosa y

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radiante, ahora fría y con una gris sepulcral, pocos elfos en las pequeñas viviendas de las afueras de la ciudad, todos con caras de tristeza y aun de miedo; el gran ejercito llegó al centro mismo de la ciudad, a las propias puertas del castillo, el panorama era desolador. Arish junto con el rey Elenor descendieron de los caballos y se dispusieron a entrar al castillo no sin antes el rey dar órdenes a los soldados elfos de su ejército de asegurar la ciudad y de ayudar en todo lo que pudieran necesitar sus hermanos.

Aquel castillo era realmente hermoso, construido con gran maestría, decorado con igual dedicación, mientras Arish y Elenor lo caminaban en dirección al gran salón conducido por uno de los elfos locales sobrevivientes, ambos miraban asombrados la majestuosidad de aquella construcción, al fin después de recorrer hermosas habitaciones y pasillos llegaron al gran salón, en el centro del mismo estaba un gran cuadro gigantesco en dónde se apreciaba al rey Tireber y postrado ante él estaba Nieber, su hijo, quien lo lloraba desconsoladamente. Con mucha tristeza Arish y Elenor se acercaron al joven príncipe elfo y le dijeron -compartimos tu dolor, estamos contigo, todo Gwangur está contigo-.

Al principio el joven pareció no advertir la presencia de los dos visitantes y no hizo caso de las palabras que le dijeron, pero luego de un rato salió de su aturdimiento y aun con lágrimas en los ojos respondió – ¿dónde estaba Gwangur cuando esto pasó?, ¿dónde estaban ustedes cuando mi padre fue asesinado?, ¿dónde estaban cuando los asesinos se fueron de la ciudad sin ningún obstáculo?-.

Elenor entendiendo el dolor del joven príncipe lo abrazó con fuerza y mientras lo hacía le dijo –te prometo que esto no se quedará así, la muerte del rey será vengada, Miriahn pagará por lo que hizo-.

Nieber se aferró con fuerza al rey Elenor, pero Arish también dijo –sé que esto es duro pero tienes que ser fuerte porque tu pueblo te necesita, la esperanza y el futuro de tu gente ahora depende ti, tú eres el heredero al trono, tienes el deber de ser el líder de tu pueblo, debes levantarte de estos momentos trágicos y mirar hacia delante-.

El muchacho como entendiendo lo que le decía Arish, se levantó y empezó a dar órdenes a los elfos presentes. Los siguientes días no fueron menos tristes, Nieber les contó como su padre había sido despedido: se había mandado anclar un gran bote en la costa del lago Obelet, cuando todo estuvo listo se habían puesto en el bote los cadáveres de todos los elfos, también el cuerpo del Rey Tireber y del Elohim Thorab quienes habían sido acompañados en un solemne

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y multitudinario cortejo fúnebre desde el palacio hasta las costas de la ciudad, cuando todos los cuerpos estuvieron en el bote, se le prendió fuego y se desancló, el bote llevado por la corriente fue en dirección al centro del gran lago mientras las llamas se avivaban, luego de un minuto todo el bote ardió en llamas y en cuestión de minutos se redujo a cenizas. Ese fue el día más triste que hasta ese momento se había conocido en estas tierras; según contó Nieber.

Después de varios días en el que el ejército de Gwangur permaneció como guardián de la ciudad de Aqarad y el joven Nieber fuera coronado como nuevo soberano del reino de los lagos, llegó el momento de partir, Arish y el rey Elenor se despidieron del joven rey, le dieron consejos para su reinado, consejos que fueron bien recibidos por el nuevo rey, este último con mucha tristeza despidió a sus amigos no sin antes decirles –nunca olvidaré lo que ustedes mis amigos han hecho, les juro que algún día se los pagaré-.

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CAPITULO V

El primer ataque a las tierras negras.

Muchos años pasaron, el joven rey Nieber creció y se convirtió en un elfo hermoso, poderoso y sabio. Aqarad fue reconstruida y ahora lucia tan esplendida como aquellos primeros días de antaño, los habitantes de la ciudad vieron el futuro con caras de esperanza pero sin olvidar a los héroes caídos, cada año se les recordaba con una gran celebración. El reino creció y se construyó otra gran ciudad al otro lado del Obelet la cual llamaron Escalat, otra gran ciudad igual de hermosa que Aqarad. Pero en la mente y en el corazón del rey Nieber siempre estaba presente la muerte de su padre y esperaba muy en el fondo de su corazón el día en el que pudiera vengarse de Miriahn, por eso siempre les insistió a los de su pueblo el hecho de tener un ejército lo suficientemente grande para defender al reino de otro posible ataque. Mas sin embargo, él tenía otras intenciones las cuales eran marchar hacia el oeste con un ejército nunca antes visto y arribar a las tierras negras y allí darle sentencia a Miriahn y a los elfos negros y vengar así la muerte de su padre, tales propósitos los mantuvo en secreto tanto para la gente de su reino como para Arish y el rey Elenor.

♦♦♦♦♦

Por su parte el reino de Gwangur ahora era más esplendido que nunca, Gwangur y Portenense lucían imponentes, la belleza de estas dos ciudades era el orgullo de su rey Elenor también el de Arish, además se construyó una tercera gran cuidad esta vez en la costa que daba al gran mar Tormentoso, llamado así porque era imposible que algún navío lo cruzara, esta tercera ciudad se llamó Endelesh. Pero algo le intranquilizaba el corazón al Elohim, la traición de Miriahn y las recomendaciones de Menaih, lo hicieron prevenir al rey y entonces Elenor siguiendo las recomendaciones de Arish construyó una gran muralla alrededor de la ciudad de Gwangur mas no así en Portenense, tal muralla rodeaba toda la ciudad protegiéndola de posibles ataques haciendo a la ciudad infranqueable, por su parte en Portenense se construyó una gran torre de vigilancia y se asentó allí una gran compañía de soldados elfos para defender a la ciudad de futuros ataques.

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Mientras Los dos reinos elfos crecían en esplendor, el reino oscuro de Mingart lo hacía también. Con la ayuda de su Timbilis, Miriahn despertó de las profundidades de la tierra a criaturas abominables que nunca debieron ser despertadas, en oscuras cuevas de estas tierras malditas las criaturas llamadas orcos se reprodujeron como moscas, lo mismo los uruks y los trolls, así como otras tantas criaturas infernales que serían parte del ejercito negro de Miriahn. Con ayuda de estas criaturas se construyó en el gran valle muerto la ciudad oscura de Agbard y en ella la gran torre de Borag, construida en la misma montaña de Gordolin, aquella torre fue el hogar de Miriahn y desde allí fue tramando sus maléficos planes, fue así como las tierras malditas o las tierras negras como fueron conocidas desde ese momento en adelante, se alistaron para la conquista de la tierra conocida. Pero las criaturas infernales despertadas por Miriahn se expandieron más allá de los muros de Agbard, muchas fueron enviadas a distintos lugares de la tierra para que sirvieran de espías de Miriahn y así conocer que estaba pasando con los dos reinos elficos, de este modo el señor oscuro se enteró de la construcción de Escalat y Endelesh, también de la muralla de Gwangur y del esplendor de estos dos reinos, tal cosa llenó más de odio el corazón negro del señor oscuro.

♦♦♦♦♦

Transcurrió cierto tiempo y Menaih se volvió a presentar a Arish con estas palabras –este mundo ha cambiado, los elfos han crecido hasta convertirse en una raza poderosa pero en el norte una amenaza a despertado, Miriahn está reuniendo un ejército nunca antes visto para atacar estas tierras hermosas y apoderarse del timbilis que le falta, con él en su poder será indestructible. Tu deber será detenerlo y destruirlo junto con los Timbilis con ayuda de los elfos y también de dos nuevas razas que por mi voluntad se han creado, una de ellas es la de los hombres, seres débiles físicamente y de corazón frágil, pero de gran bondad y amor, ellos serán los herederos de esta tierra después de la batalla, batalla en la que su participación será clave y decisiva, por otra parte la otra raza es la de los enanos, pequeños en estatura no tanto así en fuerza y coraje, nunca los subestimes pues son seres de verdad admirables aunque de temperamento fuerte-.

Con estas palabras Menaih se despidió de su hijo y solo sería visto por última vez más adelante en esta historia.

Y así lo dicho por Menaih se hizo realidad, los primeros hombres empezaron a habitar la tierra, en sus primeros años vivieron en el reino de Gwangur bajo el

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amparo , la protección y la sabiduría de los Elfos, este pueblo de los hombres creció en sabiduría y amor hacia los elfos, pero también en número, tanto así que después de muchos años el consejo del reino decidió que ya era hora de que el pueblo de los hombres se gobernara solo y construyeran su reino en otro lugar, fue así como Elnor fue coronado como el primer rey del pueblo de los hombres y la primera decisión de este fue marchar con toda su gente hacia el este, más allá del bosque de Othis. Después de muchas semanas de largas caminatas, por fin encontraron la tierra que sería su hogar y en donde se construiría el reino más grande conocido por los hombres, el reino de Henaith o el gran reino de los prados, por la gran cantidad de valles y pastizales que allí se encontraban. La primera gran ciudad humana fue Eroth.

Por otra parte la otra nueva raza, los enanos, forjaron su conocimiento por ellos mismos, siempre estuvieron muy alejados de los elfos y de los hombres solo aceptaron el conocimiento, la ayuda y la protección de Arish, de quien aprendieron la labor que más los apasionó, la minería. El Elohim amaba a estas criaturas por su temperamento y tenacidad, les enseño la lengua de los elfos pero los enanos decidieron crear su propia lengua, aunque nunca les interesó crear un reino en sí, nombraron a su primer rey, Goim, y también construyeron su primera y única gran ciudad llamada Kilinyz, pero mucho decidieron vivir en la profundidad de la montaña misma, fue así como se construyeron las famosas cuevas de Kazam-Kun en el corazón de las montañas de hierro. Este pueblo creció tanto en número como en talento para todo lo que tiene que ver con la minería y la construcción sobre la roca, eran unos trabajadores formidables.

Y así quedaron distribuidos los reinos de los pueblos que habitaron la tierra nueva, los elfos divididos en dos reinos, uno el reino de los lagos en el Noroeste, cuyas dos grandes ciudades eran Aqarad la capital y Escalat, ambas en la ribera del gran lago Obelet. El otro reino elfico era el reino de Gwangur, con tres ciudades, Gwangur, la capital, Portenense un poco más al norte y la ciudad costera de Endelesh. En el éste más allá del bosque de Othis, en la región de las grandes llanuras los hombres establecieron su reino, el reino de Henaith y su gran ciudad Eroth; por su parte los señores enanos no establecieron un reino en sí, solo construyeron su ciudad Kilinyz y también las cuevas de Kazam-Kun en el corazón de las montañas de hierro y la cadena montañosa del mismo nombre; pero en el norte también se estableció el reino oscuro de Mingart y su ciudad negra de Agbard y la torre de Borag construida sobre el Volcán Gordolin y en cuyas entrañas miles de criaturas infernales fueron despertadas.

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Como se dijo antes el rey elfo del reino de los lagos, Nieber, guardó siempre en su corazón un remordimiento hacia los asesinos de su padre y de muchos elfos de su pueblo, además de un ánimo de venganza, para lo cual instó a muchos de sus conciudadanos a formar parte de un ejército nunca antes visto para atacar el reino de Mingart, pero lo que no se esperaba Nieber era que muchos de los suyos no tenían la mínima intención de ir a una guerra donde seguramente morirían, para eso el pueblo del reino decidió delegar a un elfo llamado Ileveter para que hablara con el rey y lo convenciera de desistir de llevar a muchos elfos de su ejército a una guerra innecesaria, fue así como Ileveter se dirigió donde el rey y le dijo -mi señor, el pueblo ha hablado, compartimos tu dolor de perder a tú padre, pero muchos de nosotros también perdimos a alguien en aquella masacre, pero no por eso iremos hacia el oeste a una guerra de la cual no sabremos si regresaremos con vida o si siquiera encontraremos a Miriahn y cobrar venganza-.

hubo un largo silencio en el gran salón del palacio, Nieber después de escuchar al elfo se paró de su silla y con voz dura pero respetuosa dijo –hay mucha razón en lo que dices mi querido amigo, se bien que marchar hacia el oeste seguramente será muy difícil y más difícil será encontrar en las inmensas tierras negras a Miriahn y sus secuaces, pero también entiéndeme, esto es algo que se tiene que hacer, La muerte de mi padre fue un sacrificio, lo mismo la muerte de los muchos otros elfos asesinados, es por eso que yo también como homenaje a sus muertes estoy dispuesto a sacrificar mi vida, para que aquel hecho no quede impune, por ultimo mi querido Ileveter, no estoy obligando a nadie a ir a la guerra, puedes hablar con cada uno de mis soldados, ellos están dispuestos también a ofrendar su vida por su pueblo-.

-¿pero esta ofrenda mi señor, es necesaria?-. Preguntó Ileveter. –para que marchar al oeste cuando aquí podemos vivir en paz y armonía como ahora-.

Nieber visiblemente molesto pero con calma prosiguió –¿esa paz y armonía de la que tanto hablas, crees que durara para siempre? cuando Miriahn arme su ejército negro ¿cuál crees que será su primer blanco? no Ileveter, mi decisión está tomada, el ejercito del reino marchara hacia el oeste, lo cierto quizá es que muchos de los nuestros no regresaran, pero prefiero eso que quedarme de brazos cruzados esperando el próximo movimiento de mi enemigo, prefiero atacar ahora que no está tan fuerte y no después cuando sea imposible establecer batalla con el-.

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Ileveter agotó su último recurso diciendo – ya tu decisión está tomada, pero por lo menos pide ayuda al reino de Gwangur mi señor, ellos estoy seguro, responderán a tu llamado-.

-Gwangur ya ha hecho mucho por nosotros-. Respondió Nieber. –esto es algo que lo tenemos que hacer solos- . Y dicho esto dio por terminada la conversación y salió del gran salón con rumbo a sus aposentos.

Pasaron unos cuantos meses, Nieber y su ejército estaban preparados para partir, pero antes del día señalado para la marcha, el rey llamó a Ileveter a el gran palacio y con el convocó también a los más prestantes elfos no solo de Aqarad sino también de Escalat, sin ninguna objeción todos los citados se hicieron presentes, viéndolos allí a todos reunidos el rey Nieber tomo la palabra y dijo –mis hermanos, me alegra verlos a todos aquí hoy, como ya sabrán en estos últimos meses he estado alistando mi ejército para marchar hacia el oeste, las razones ya son de todos conocidas y no vale la pena traerlas a discusión, más sin embargo lo que quiero comunicarles hoy es que en tres días el ejército del reino en cabeza mía, empezará la larga travesía que nos llevara hasta Miriahn, pero eso no es lo único que tengo que comunicarles, he tomado la decisión de que en mi ausencia, un grupo de los más sabios e inteligentes elfos de mi pueblo gobiernen el reino y quiero que en cabeza de ellos esté Ileveter-.

Hubo en el salón murmullos y voces bajas hasta que uno de los asistentes tomó la palabra –mi rey, dices que Ileveter y un grupo de los nuestros gobiernen el reino, ¿eso significa que tú no volverás de la guerra?-.

-es lo más probable-. Respondió con franqueza Nieber. –la misión que estoy a punto de emprender, se podría decir que es una misión suicida, por lo cual no quiero que se aferren a falsas esperanzas de mi regreso, mi pueblo necesita a elfos sabios que los lideren y que los defiendan de futuros ataques y creo que Ileveter y ustedes son los más apropiados para eso-.

Ileveter visiblemente conmocionado declaró – es una decisión sabia mi señor, no se arrepentirá de dejar el reino en nuestras manos-.

Como había anticipado el rey Nieber el día señalado para el inicio de la marcha del ejercito del reino llegó, en total más de mil elfos impecablemente vestidos con la armadura del reino en formación esperaban la orden para el inicio de la gran caminata; los habitantes de Aqarad se votaron a las calles para despedir a el ejército y a su rey, les hicieron una calle de honor. Cuando el momento llegó, Nieber montó su caballo blanco y a su lado sus más allegados colaboradores

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entre ellos uno con el estandarte del reino en alto, este estandarte era una inmensa embarcación en forma de cisne sobre un lecho azul. Cuando Nieber dio la orden, aquel ejercito de elfos empezó su marcha a través de la calle de honor que los habitantes de la ciudad habían hecho, muchas mujeres del reino al paso de los caminantes arrojaban toda clases de flores. Al frente de tal ejército iba Nieber, impecablemente vestido con su armadura, como si aquellos momentos no fueran lo suficientemente tristes y grises, de la nada el cielo se nubló y se desató una fuerte llovizna que no permitió diferenciar las lágrimas de aquellos que despedían a sus seres queridos hacia la guerra.

Los tres mil soldados del reino de los lagos emprendieron el largo camino hacia tierras oscuras del oeste, aquel viaje iba a ser agotador, eran muchos kilómetros lo que les esperaba por recorrer y muchas sorpresas les acaparaba aquel camino traicionero. Habían ya recorrido cierto trecho y se hacía de noche, el ejercito del reino arribó a un gran valle que estaba en la rivera del rio bravo, entonces Nieber ordenó que en aquel lugar hicieran un campamento para pasar la noche, más sin embargo Nieber no queriendo sorpresas llamó a tres de sus elfos que iban en caballos y les dio la orden de adelantarse y explorar la zona y traer noticias del camino que les esperaba, y así fue como estos tres elfos obedeciendo las ordenes, montaron sus caballos y en medio de la oscuridad salieron a explorar la zona y a elegir el mejor camino a seguir, lo que no contaban los elfos era que como ya es sabido Miriahn tenía muchos espías en toda la tierra y se había enterado del inicio de la marcha de aquel ejército y había tomado ciertas medidas para que aquel ataque no lo fuera a tomar por sorpresas y muy pronto Nieber se iba a dar cuenta de eso.

La mañana llegó, y no había señal de los tres jinetes que habían salido a altas horas de la noche anterior, entonces hubo gran preocupación en Nieber y sus elfos más cercanos.

–Ya era hora de que estuvieran de vuelta-. Dijo uno de los elfos de nombre Galdero, dirigiéndose a Nieber.

-lo mejor será que retomemos la marcha, que se alisten para la partida-. Ordenó el rey a Galdero, así fue como en menos de lo pensado ya el ejército estaba listo para irse de aquel lugar y a la orden de nuevo del rey empezó otra jornada de marcha.

Pasaron muchas jornadas de extensas y agotadoras marchas cuando por fin cruzaron los límites del reino y se prestaban para adentrarse en el reino oscuro. Cada jornada era más agotadora que la anterior, mientras más se adentraban en

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aquel reino más se sentían cansados. El aire era más pesado y traía horribles aromas, las noches eran sumamente frías y los días en extremo calurosos, cada vez había menos fuentes de agua para que los soldados y los caballos bebieran y menos pastizales para que las bestias se alimentaran; en un principio la idea de Nieber y sus colaboradores era asaltar las tierras oscuras por el sur, rodeando la cadena montañosa de Gordolin, este era un viaje más largo pero más seguro, pero debido al agotamiento que Nieber veía en los miembros de su ejército, se vio obligado a tomar el camino más rápido pero no necesariamente el más seguro como veremos a continuación.

Nieber y sus tropas se dispusieron a adentrarse en la cadena montañosa de Gordolin, una serie de riscos y elevaciones muy peligrosas, con ríos y cataratas de lava que significaban otro inconveniente más, esto sumado al cansancio acumulado por el largo viaje ya que sumaban más de tres meses de largas y agotadoras jornadas de marchas. El clima también era un enemigo pues los días eran muy calurosos con temperaturas que sobrepasaban los 35 ° centígrados. Como se dijo antes las fuentes de agua limpia cada vez escaseaban más, las provisiones de alimento también empezaban a escasear y los soldados elfos ya mostraban signos de inconformidad latentes, más aun así seguían al frente adentrándose más y más a estas tierras agrestes. Si bien la parte física empezaba a pasarles factura, aún tenían la fuerza en el espíritu. El paisaje que mostraban aquellas montañas era sombrío, casi no había ninguna señal de vida animal o vegetal, tan solo unos pocos árboles muertos, y demasiado polvo alrededor, también rocas, muchas rocas, acantilados y despeñaderos peligrosos, tanto así que llegado a un sitio les era imposible a los caballos cruzar aquellos pasajes tan peligrosos, entonces Nieber decidió prescindir de ellos, les ordenó a todos los caballistas que desmontaran, pues desde ese lugar debían seguir a pie, de inmediato todos obedecieron, les quitaron las cargas que traían los caballos y las repartieron entre todos, luego Galdero pronunció estas palabras –son libres de regresar al reino o esperarnos aquí-. Refiriéndose a los caballos; desde ese punto la marcha de todos fue a pie.

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CAPITULO VI

Una derrota aplastante.

Siguieron muchos días de largas caminatas, cada vez más se adentraban en Gordolin y cada vez más la visión que les brindaba el paisaje era lúgubre, de pronto oyeron unos relinchos de caballos a la distancia, más allá de una inclinación, la subieron sin problema y cuando miraron desde su sima lo que vieron los sorprendió, parecía que aquel terreno les daba una tregua, pues el paisaje que se mostraba ante sus ojos era como un oasis en el desierto. Era un valle, rodeado de riscos, desde lo alto de unos de esos riscos caía un pequeño hilo de agua limpia y cristalina, en el centro de aquel valle habían crecido unos árboles frutales y estos estaban cargados de frutos para alegría de todos los elfos, y en uno de estos árboles estaban amarrados los tres caballos de los tres elfos que tiempo atrás habían salido a explorar la zona; sin pensarlo dos veces todos bajaron raudos y muchos se precipitaron sobre los frutos de los arboles mientras que otros se prestaron a beber del agua que en su caída había hecho un pequeño pozo. Nieber sin pensar en la desventaja estratégica de aquel lugar ordenó que hicieran campamento en ese valle. Luego de saciar su sed y hambre, Galdero inspeccionó los tres caballos de los elfos desaparecidos y lo que encontró lo sorprendió a tal punto que mandó llamar al rey Nieber, cuando este último se presentó, Galdero le mostró lo que había encontrado.

–No es posible, pero si hace más de 40 días que no tenemos noticias de ellos, no puede ser que todas las provisiones estén intactas-. Reclamó el rey con notable extrañeza. En efecto las provisiones que cargaban los caballos estaban todas intactas, el alimento estaba casi completo y las botas de agua estaban llenas, así mismo los caballos parecían estar bien comidos.

-esto es demasiado raro-. Comentó Galdero. – ¿Me pregunto cómo los jinetes llegaron a este lugar y porque no regresaron, es más donde están en este momento?-. Preguntó de nuevo Galdero.

Con preocupación pero con serenidad respondió Nieber –esperemos que estén por aquí cerca y que regresen pronto, por lo pronto oscurecerá dentro de muy poco así que todos dispónganse a descansar, pero organicen la vigilancia, recuerden que así este lugar parezca muy confortable no olviden que estamos en el reino oscuro de Mingart-.

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La oscuridad en estas tierras oscuras era mucho más pesada, no había luna, unas nubes la ocultaban no dejando que iluminara estas tierras. Mientras muchos de los soldados dormían unos pocos estaban en los turnos de vigilancia, pero era una vigilancia inútil pues la noche negra no les dejaba ver más allá de lo que alumbraban sus tímidas antorchas, en este punto el ejército del reino de los lagos estaba más vulnerable que nunca tal como lo había previsto Miriahn.

Con el sigilo que los caracterizaba y con la oscuridad como cómplice, los orcos tomaban posiciones estratégicas en lo alto de los riscos, muchos de ellos con arcos y flechas, otros con catapultas y muchos otros con escudos y espadas. Habían estado esperando este momento por muchos días, preparando minuciosamente el terreno, y aquel valle era el lugar ideal para el ataque sorpresa, pues desde lo alto brindaba a los orcos una ventaja estratégica.

Desde que los espías habían hecho llegar las noticias de que un ejército del reino de los lagos había salido de Aqarad con dirección a Mingart, las hordas de orcos bajo la capitanía de Eryanor, el elfo negro, quien a su vez seguía las órdenes estrictas de Miriahn, habían trazado un plan para que el ejército del reino de los lagos fuera derrotado y aniquilado en aquellos parajes lejanos, lejos de toda ayuda, lejos de toda misericordia.

Lo primero que se escuchó fue el sonido de unas catapultas activadas, de pronto cayeron tres proyectiles y se estrellaron en algunas tiendas de campaña, por supuesto hubo una gran algarabía y confusión y más cuando al ver los proyectiles que habían sido lanzados por las catapultas se dieron cuenta que eran las cabezas de los tres elfos que muchos días atrás habían salido a explorar la zona, de pronto Nieber se dio cuenta de la realidad de las cosas, entendió que todo era una trampa y que él y todo su ejército habían caído muy fácilmente, dio una breve vista a su alrededor y se dio cuenta de la posición tan desventajosa en la que su ejército estaba, pero ya era demasiado tarde para reproches pues cientos de orcos bajaban raudos para entablar batalla, mientras que otros tantos apostados en la cima de los riscos dispararon una lluvia de flechas sobre los soldados que aturdidos por la sorpresa de aquel ataque y más aún en la oscuridad de la noche no adivinaban de dónde venían sus enemigos, más sin embargo muy valerosamente desenfundaron sus espadas y se aprestaron para luchar. Tal lucha era de cualquier manera desigual para el ejército del reino de los lagos, ya que no solo los orcos tenían mejor posición estratégica para sus arqueros y sus catapultas, sino que en número eran casi el doble y seguían llegando más y más. En medio de tal oscuridad total que solo se interrumpía cuando los orcos lanzaban con sus catapultas bolas de fuego, el fragor de la

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lucha se hizo sentir, muchos elfos murieron con la lluvia de flechas, otros tantos fueron alcanzados por las bolas de fuego, pero muchos otros resistieron el ataque de los orcos y en combates cuerpo a cuerpo eran más dúctiles con la espada ya que los orcos basaban sus ataques en la fuerza bruta y los elfos contrarrestaban esto con una técnica depurada con la espada y la lanza. En medio de la confusión Nieber se las arregló para que sus tropas hicieran una formación estratégica para así soportar mejor la estampida de los orcos, pero aquel ataque era interminable, por cada orco muerto aparecían otros tres más en el campo de batalla, pero así y todo aquellos valerosos soldados lograron repeler el ataque durante buena parte de la noche oscura.

La mañana despuntaba, el astro sol se disponía a salir y la lucha aún continuaba, muchos eran los elfos que yacían muertos en el campo de batalla, muchos eran los orcos asesinados, pero eso no era problema para aquel ejercito oscuro pues a diferencia de los elfos, ellos tenían refuerzos que llegaban a cada minuto y eso sin contar que solo los orcos eran los que luchaban y no se había requerido la presencia de los Uruks o de los trolls o de las tantas otras criaturas infernales que Miriahn había despertado del inframundo. Desde un punto elevado estaba Eryanor junto a un Uruk de nombre Kreig, dirigiendo a sus soldados y llevando a cabo las órdenes impartidas por Miriahn. Eryanor tenía órdenes claras y precisas, sabía muy bien lo que tenía que hacer y también sabía lo que le pasaría si fallaba en la tarea que le había sido impuesta, de ahí que sin misericordia dirigía a su ejército y esperaba con ansias la salida del sol pues sabía muy bien que bajo los rayos incandescentes de aquel astro, la victoria iba a llegar. En efecto, cuando la mañana comenzó a avanzar, los rayos del sol hicieron su trabajo, la temperatura se elevó considerablemente y volvió ese aroma mortecino que infestaba aquel país; bajo estas condiciones Nieber veía como perdía cada vez más y más a elfos valientes, entre ellos a su fiel sirviente y a uno de los mejores soldados, Galdero. El cansancio era evidente en cada uno de ellos, aunque habían matado a muchos orcos, aquel infernal ejercito parecía intacto, pues como se dijo antes por cada orco muerto tres aparecían para sumarse a la batalla, además que los orcos no sentían cansancio pues se alimentaban de la carne de cada elfo asesinado y saciaban su sed con la sangre de las víctimas, Nieber se dio cuenta de que esta batalla era perdida pero aun así seguía luchando con más gallardía.

Eryanor montado en una bestia horrible en forma de hiena gigante, sintió que era el momento para dar el siguiente paso, llamó a Kreig y le dijo –es hora de dar el golpe definitivo, que entren tus soldados-.

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Kreig al oír estas palabras solo atinó a hacer un ademán de una sonrisa con su horrible cara, luego elevó una especie de cuerno que tenía en la mano, se lo llevó al boca y lo hizo sonar; aquel sonido se escuchó por todo el lugar de batalla, paralizando a los combatientes, los orcos que conocían aquel sonido se hicieron un poco para atrás y abrieron una especie de camino entre ellos, mientras tanto los elfos sorprendidos por aquel sonido y por la actitud de los orcos trataron de reunirse de nuevo y hacer una formación defensiva. Para sorpresa y preocupación de Nieber, aquella decisión le mostro la aterradora verdad, su ejército había disminuido de manera considerable, de los tres mil soldados elfos que habían salido de Gwangur, ahora quedaban algo menos de la mitad, más sin embargo se dirigió al frente de la formación y con la espada en alto gritó –¡sin miedo, aquí resistiremos. A la victoria!-.

cuando terminó de decir esto se escucharon voces de respaldo a su espalda; de pronto de un momento a otro se sintieron pisadas, y del medio del camino que habían hecho los orcos entre ellos, hicieron su aparición unas criaturas nuevas para los elfos, los Uruks, eran un poco más de 500 pero aun así eso significaban malas noticias para los elfos pues estas criaturas eran mucho más fuertes, resistentes, inteligentes y más sanguinarios que los orcos y eso muy pronto los elfos lo iban a experimentar en carne propia.

Cuando la batalla se reanudó el sol estaba en lo más alto y sus rayos caían con más fuerza, pero unas nubes grises aparecieron en el cielo como prediciendo el futuro del ejercito del reino de los lagos. Aquellos uruks entraron a la batalla y junto a los orcos muy pronto desequilibraron la balanza de la guerra, muchos elfos fueron muertos pues no eran rivales para los uruks, la matanza fue terrible. Mientras más se encapotaba el cielo más elfos eran asesinados sin compasión. Ya llegada la tarde el cielo estaba totalmente gris y la victoria de las fuerzas de Miriahn era inminente, los últimos elfos eran muertos, los elfos heridos que clamaban compasión eran asesinados sin misericordia, solo un elfo se mantenía de pie, y aunque herido ningún uruk ni orco lo atacaba, era el rey Nieber que sostenía aun su espada, pero en su rostro reflejaba la tristeza de quien ve morir a sus amigos, de pronto con rabia e impotencia en sus labios gritó –¡que esperan, aún estoy vivo, mátenme ya, malditos!-.

De pronto se escuchó una risa, Nieber volvió la vista atrás y vio a Eryanor quien descendía de aquella hiena gigante.

– ¡Tu maldito traidor, asesino, pagaras por la muerte de mi padre!- exclamó con rabia Nieber quien con ímpetu se le abalanzó a Eryanor, pero este último sin

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mucho esfuerzo doblego fácilmente a el rey, que cayó de rodillas en el suelo, momento que aprovecho Eryanor para con la espada amenazar el cuello de Nieber.

-mátame qué esperas, estoy listo para morir-. Dijo Nieber.

Pero Eryanor con voz de satisfacción respondió –no aun no, no será tan fácil, Miriahn te tiene algo especial reservado para ti-. Dicho esto dio unas órdenes y unos orcos encadenaron los pies y las manos del rey del ejército de los lagos.

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CAPITULO VII

La primera gran marcha del ejército negro.

Aquel valle había quedado atrás, ahora de nuevo aquella tierra muerta le daba otra vez la bienvenida a Nieber quien encadenado de pies y manos iba rodeado por cientos de orcos y Uruks, al frente de la compañía y montado en su bestia iba Eryanor quien lucía diferente a como Nieber lo recordaba, tal vez la maldad que ahora había en su corazón lo hacía un elfo sombrío, con la piel mucho más pálida y un color rojizo en los ojos. Muy en el fondo de su corazón Nieber se preguntaba que le esperaba allá en la ciudad maldita de Agbard, pero fuera lo que fuera sabía muy bien que no era nada bueno ni alentador su panorama. La caminata junto a sus enemigos se le hizo insufrible al rey Elfo, pues además de que había sido herido en la batalla, aquel ejercito negro no se detenía a descansar, ya eran tres días de largas y extenuantes jornadas de caminatas, sin una gota de agua ni asomo de comida alguna, al final del cuarto día de marcha, a la distancia, Nieber alcanzó a divisar la ciudad que sería su destino final. Majestuosa pero horripilante se erguía ante el ejército negro la ciudad maldita de Agbard. Después de que las enormes puertas de la ciudad se abrieron, el ejército de orcos ingresó con el preciado botín. la visión de la ciudad para Nieber era como una pesadilla, miles y miles de orcos estaban en la ciudad, también uruks y trolls, el olor era fétido y a el rey le costaba mucho trabajo respirar, pues el olor a azufre llenaba todo el lugar, además el calor era sofocante ya que la ciudad como se sabía estaba construida muy próxima al volcán Gordolin, todo esto junto con la deshidratación y la falta de comida en días, hizo que el rey elfo cayera desmayado a los pies de sus custodios. Después de descender de su bestia, Eryanor, se dispuso a subir los escalones de la torre de Borag, en poco más de un cuarto de hora llegó al final y entró a una especie de salón en el que estaba dispuesto un trono y en él estaba Miriahn, impaciente por las noticias que traía Eryanor.

–Dime, ¿has hecho lo que te pedí?-. Preguntó el Elohim, con un aire de satisfacción en su rostro.

Eryanor contestó –si mi señor, tal como lo pediste, te lo he traído, aunque tengo que advertirte que está herido-.

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-¿pero no se morirá pronto? espero, pues tengo algo preparado para el-. Volvió a hablar Miriahn –.

-no mi amo, de inmediato hago que le limpien las heridas-. Respondió Eryanor.

–Muy bien, que lo lleven a los calabozos-. Fue lo último que dijo el Elohim traicionero.

♦♦♦♦♦

Cuando Nieber abrió los ojos no pudo ver mucho a su alrededor pues tan solo había una pequeña antorcha en la pared que se debatía con la inmensa oscuridad que reinaba en aquel lugar. Como pudo se puso de pie, de inmediato notó que las heridas no le dolían como antes y con sorpresa vio que alguien las había limpiado y vendado. Ahora con más lucidez que antes, avanzó hacia el frente y notó que estaba en una especie de celda, intentó gritar pero de inmediato se dio cuenta que la faltaban las fuerzas, pues no sabía hacia cuantos días había sido su última comida, eso y la falta de agua hicieron que el rey elfo de nuevo optara por acostarse en el piso. Allí en lo profundo de Borag, en aquella oscura y fría celda el rey elfo Nieber lloró, lloró por todos sus soldados elfos asesinados, lloró porque sabía que su final estaba pronto y lloró por no poder vengar la muerte de su padre, pero también lloró porque sabía que ahora que el ejército del reino de los lagos había sido derrotado, el siguiente paso de Miriahn era el de atacar a Aqarad y Escalat y El nada podía hacer para evitarlo, tal vez esto último era lo que más tristeza le daba a el rey elfo del reino de los lagos.

habían pasado muchos días, tantos que Nieber ya había perdido la cuenta, con la oscuridad como única compañera en aquella cárcel siniestra, con pocos alimentos y con una minúscula cantidad de agua diaria, el aspecto del rey dejaba mucho que desear y no solo físicamente sino mentalmente pues diariamente tenía que luchar con la demencia, de pronto se oyeron unos pasos a lo lejos, pero que poco a poco se iban acercando, pensó que eran los orcos guardias quienes le traían la comida, bueno si a eso que le daban se le podía llamar comida, sin embargo esta vez parecía que eran muchos más los que venían y no los dos orcos de costumbre, de pronto y para la sorpresa de Nieber ante sus ojos debilitados por la oscuridad, se hizo la imagen de Eryanor, con odio en su corazón y con la poca razón que le quedaba el rey solo atinó a decir –¿vienes por fin a matarme?-.

Eryanor con suficiencia respondió –no, aun no, como te dije antes esto no será tan fácil para ti-.

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-¿entonces a que has venido?, ¿a burlarte de mí?-. Replicó Nieber.

-además de eso, vengo para llevarte a la sorpresa que te prometí, es algo muy especial-. Respondió El elfo traidor.

Los orcos que acompañaban a Eryanor soltaron unas risas macabras, que presagiaban lo que le esperaba a Nieber.

♦♦♦♦♦

ya eran seis meses los que habían pasado desde que el ejército del reino de los lagos en cabeza de Nieber había salido de Aqarad, y no habían tenido noticia alguna de ellos, Ileveter estaba realmente preocupado y mucho más cuando en los últimos días habían llegado algunos de los caballos, entre los cuales se encontraba Crin-veloz el caballo del rey Nieber, por esto Ileveter mandó reunir a todos los elfos miembros del consejo, cuando estaban todos reunidos, Ileveter tomó la palabra y dijo –queridos y respetados miembros de este consejo, los he citado ya que me ronda una preocupación que me está agrietando el corazón. Ya han pasado seis meses desde que nuestro rey Nieber salió con tres mil de nuestros elfos en camino hacia las tierras oscuras del oeste y aún no hemos sabido nada de ellos, ninguna noticia. Para los que no se han enterado, algunos de nuestros caballos que son montados por algunos soldados entre los que se encuentra el caballo de nuestro rey, han regresado solos con un muy mal aspecto, eso creo que es presagio de lo que le pudo haber ocurrido a nuestro rey y a nuestros elfos-.

después de oír esto hubo murmullos entre los asistentes al consejo, después de unos segundos de silencio Ileveter volvió a tomar la palabra –comprendo su consternación porque yo también la comparto, pero esto era algo que nosotros sabíamos que pasaría, incluso creo que el mismo rey Nieber sabía que esto pasaría, por eso nos eligió a nosotros para que dirigiéramos el futuro de nuestro pueblo, creo que ese momento ha llegado, debemos empezar a tomar decisiones que aseguren la paz de nuestra gente-.

-¿qué clase de decisiones quieres que tomemos?-. Preguntó uno de los concejales.

–creo que lo que ha pasado es un mensaje de advertencia, si nuestro ejército ha sido vencido por las fuerzas de Miriahn, que es lo más probable, eso quiere decir que muy pronto la amenaza del oeste vendrá a estas tierras con ánimo de guerra, para eso debemos estar prevenidos y que el ataque no nos tome por sorpresa,

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debemos fortalecer nuestras defensas en nuestras dos ciudades y también en la frontera del reino poner un contingente de nuestro ejército para que nos prevenga si las fuerzas de Miriahn quieren invadir esta tierra hermosa que tanto amamos-. Terminó diciendo Ileveter.

Las propuestas de Ileveter fueron bien recibidas y aprobadas por todos los miembros del concejo, quienes veían en Ileveter el líder que en esta época de incertidumbre el reino de los lagos tanto necesitaba.

♦♦♦♦♦

Después de que fue sacado de la celda encadenado de pies y manos, a Nieber se le tapó la cabeza con una funda que olía a inmundicia, luego fue conducido por entre los pasillos de la torre de Borag, obligado a subir escalones, hasta que por fin luego de muchos escalones atrás Eryanor le habló de nuevo a el rey –he aquí la sorpresa que te prometí-.

luego de decir esto, hizo que los orcos descubrieran la cabeza del rey, estos obedecieron al instante y le quitaron la funda, el rey trató de abrir los ojos y mirar de donde venía tal algarabía que escuchaba, pero la luz le lastimó los ojos, más sin embargo hizo un esfuerzo y vio hacia arriba con la esperanza de ver el azul del cielo o al sol, pero no había sol, solo nubes grises y una extraña niebla rojiza que cubría todo el cielo, parecía que en aquel lugar maldito no alumbraba el astro rey; y allí parado en un balcón de Borag el rey Nieber fue testigo del poderío de Miriahn, allá en el valle muerto formados en hileras bien distribuidas, un ejército de miles y miles de orcos Uruks, Trolls y demás criaturas, rugían de rabia y odio.

– ¿qué te parece?-. Se escuchó una voz que interrumpió la mirada fija de Nieber en tal ejército.

El rey se dio vuelta y vio por primera vez en mucho tiempo a su verdugo, imponente, con una armadura negra y una espada al cinto, Miriahn continuó diciendo –nunca jamás esta tierra vio un ejército tan magnifico-. Señalando allá abajo. -solo están esperando una orden mía para marchar, y adivina hacia donde dirigiré esta vez mis queridos soldados-. Soltó una risa maléfica.

Nieber se retorció de la ira, pero con las manos y pies encadenados nada pudo hacer – ¡maldito pagaras por la muerte de mi padre!-. Atinó a decir.

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pero Miriahn con suficiencia y casi con desden respondió –mira alrededor, mira donde estas, aun crees que puedes vengarte, No eres más que basura para mí, si aún estas con vida es porque tengo preparado un castigo por osar atacar mis tierras con ese insignificante ejército, después de lo que te haremos aquí, me suplicaras que te mate, pero no será fácil, no será rápido y la muerte no te llegará pronto, morirás lentamente, agonizaras consumido por el dolor, para que recuerdes que yo soy el único amo de este mundo, por ultimo tu sufrimiento será puesto de ejemplo a quienes osen no aceptar mis designios y no me reconozcan como rey y amo de este mundo-.

-estás demente maldito, goza de tu pequeña victoria, tortúrame si es lo que quieres pero habrán quienes se venguen por mí. En Aqarad no te será tan fácil, tampoco en Gwangur, los pueblos libres de la tierra te vencerán eso te lo aseguro, por lo pronto mi venganza puede esperar, pero te lo juro que en esta vida o en la otra tomaré venganza-. Dijo Nieber a la vez que escupía la cara de Miriahn.

Al momento los orcos guardianes golpearon a el rey en el vientre bajo haciéndolo arrodillar del dolor, Miriahn se agachó y al oído del rey le dijo –espero que recuerdes este momento porque será el último en el que veras la luz del día-. Luego les dijo a los orcos. –Ahora es de ustedes, hagan lo que quieran con él-. Los orcos visiblemente regocijados atendiendo las órdenes del Elohim se llevaron a rastras a Nieber.

Después de que vio cómo los orcos sacaban al rey elfo a rastras, Miriahn el Elohim negro o como seria llamado después el señor del dolor, se dispuso a hablarle a la multitud de sus criaturas quienes estaban en el gran valle muerto ansiosos por recibir órdenes para marchar hacia el este. Desde su balcón en la torre Borag se dirigió a sus súbditos malditos con estas palabras –la nueva era que inicia hoy señala que ustedes serán los dueños de la tierra, seguramente tendrán resistencia y tendrán que derramar sangre para ello, pero el horizonte señala la victoria, sin piedad, vayan y reclámenla, muy pronto la era de los elfos habrá llegado a su fin, destruyan, quemen, violen, no tomen prisioneros, que la sangre de los elfos se derrame por la tierra, desde hoy una nueva era inicia, la era del orco-.

se oyó una gran algarabía en todo aquel lúgubre lugar, los orcos, Uruks y trolls desenvainaron las espadas y elevaron las lanzas a la vez que rugían como leones enfurecidos, lo último que escucharon de su señor fue un –¡marchad a la guerra!- a viva voz.

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Seguidamente a tan breve pero eficaz discurso, el Elohim traidor le dio las últimas instrucciones a Eryanor que de nuevo seria su general en el campo de batalla, le enseñó por donde dirigir sus tropas y por dónde empezar el ataque a el reino de los lagos, los puntos débiles de la defensa de Aqarad y Escalat, tras escuchar atentamente, Eryanor salió de aquella habitación y se dirigió raudo a montar a su bestia para empezar así a la primera gran marcha del ejercito oscuro.

♦♦♦♦♦

Cuando aquel inmenso ejercito empezó su marcha, a Nieber le pareció que la tierra temblaba, atado de pies y manos y a la merced de aquellos orcos despiadados, en la profundidad de aquella tierra maldita, el rey se sintió impotente, vencido, desesperanzado, y de nuevo lloró, pero aquel momento de reflexión no le duró mucho ya que vio como los orcos regocijados en su maldad se preparaban para su festín. La situación no era para nada esperanzadora, rodeado de enemigos, sin oportunidad de escapar, con el calor sofocante de aquel lugar, atado de pies y manos y a la merced de aquellos malignos verdugos, el rey Nieber optó por cerrar los ojos, y tratar de extraviarse más allá de sus pensamientos, más allá del espacio y el tiempo, recordó el país donde nació, el lago Obelet, recordó que cuando era niño le gustaba navegarlo junto a su padre, vio el castillo, las casas de sus elfos amigos, las mañanas en donde despuntaba el sol y las tardes de su puesta, recordó a su caballo y lo mucho que amaba montarlo, vio a los elfos del reino saludarlo con agrado, haciéndole venias, dándole sonrisas sinceras, los grandes campos cultivados. pero de un momento a otro todo cambió en aquella visión, el cielo se oscureció, vio a las hordas de los orcos destruir todo, grandes incendios que cubrían a toda la ciudad de Aqarad, a los elfos de la ciudad correr de un lado para otro pidiendo auxilio, muchos de ellos yacer en el suelo inmóviles e inertes, aquello fue lo último que vio porque las tinieblas dominaron su mente; el rey ya no era dueño de su cuerpo se encontraba perdido en algún lugar del pensamiento donde no sentía el dolor que le causaban las heridas de las laceraciones provocadas por los orcos en su faena de tortura, aquel cuerpo al que los orcos torturaban ya no le pertenecía al rey, tan solo era una masa de músculos carente de alma al que aún le latía débilmente el corazón.

♦♦♦♦♦

Habían pasado cerca de 40 días desde que habían salido de Mingart y la travesía del ejército negro por Gordolin había transcurrido sin sobresalto alguno, ahora

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se encontraban en las fronteras del reino de los lagos, faltaban algunos kilómetros para atravesarla e ingresar a aquel país cuando Eryanor quien iba al frente del grupo ordenó parar, se quedó inmóvil mirando a la lejanía, esto llamó la atención de Kreig, el uruk, quien se le acercó y dijo –¿qué os pasa mi señor?, ¿porque mandais parar la marcha?-.

Eryanor con la mirada puesta en algún lugar del horizonte contestó –ordena que todos descansen, que coman, que beban, pero que se preparen porque esta noche estableceremos batalla-.

Kreig que no notaba nada alrededor, ni indicios de enemigo alguno replicó – ¿batalla mi señor, con quién?, Creo que lo más conveniente es que no nos detengamos y sigamos marchando hasta entrada la noche, entonces ahí podremos descansar un poco-.

Al instante Eryanor dejo de mirar a lontananza y le dio una mirada severa al uruk –no cuestiones mis órdenes y haz lo que te digo-.

Como un perro regañado el uruk bajó la cabeza y se dispuso a acatar las órdenes aun sin entenderlas; lo que no sabía Kreig era que el elfo podía ver más allá que cualquier criatura, como es sabido la vista del elfo es más aguda, esta misma vista que ahora le advertía al elfo Eryanor que más allá en el país de los lagos había un contingente de soldados custodiando la frontera, en un numero para nada despreciable. Bajó de su bestia y llamó a los comandantes de división, Kreig capitán de los Uruks, urdekirnis capitán de los orcos y Telesiek a cargo de la división de los trolls, cuando estuvieron todos reunidos les comentó lo que había visto y juntos tramaron un plan de asalto.

♦♦♦♦♦

La noche era fría, tal vez la más fría desde que habían sido enviados a esta frontera, además había una gruesa y gris niebla que cubría todo el lugar, el centinela de turno apostado en la torre de vigilancia hermosamente construida no podía ver mucho a causa de la susodicha niebla aun con su visión de elfo. Se dispuso a prepararse un té de hierbas para calmar un poco el frio, los demás elfos soldados dormían inocentes sin saber de la amenaza que los rodeaba, todo estaba preparado para la incursión de los orcos.

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Los trolls que son evidentemente los más fuertes, eran los encargados de llevar y poner las catapultas en su posición, los orcos las cargaron con grandes rocas y las rociaban con un líquido inflamable, luego procedían a prenderle fuego. Todas las catapultas estaban armadas y listas, los trolls que las impulsaban solo esperaban las órdenes de Eryanor, impacientes los orcos y uruks desenvainaron las espadas y elevaron las lanzas. Eryanor dio la orden y comenzó el ataque, las primeras cargas de las catapultas estallaron sobre las tiendas de campañas de los elfos matando al instante a muchos, otra carga se estrelló en la torre que ardió en llamas al instante, los elfos sobrevivientes aun soñolientos tomaron escudos, espadas y lanzas, se alistaron para defender la frontera, pero ya era demasiado tarde, cientos, miles de orcos cruzaban corriendo el valle con espadas en las manos gritando y rugiendo en dirección a donde los elfos estaban apostados, estos últimos tomaron posiciones defensivas y sacaron sus carcaj repletos de flechas y sus arcos, con un rapidez admirable y gracias a su visión superior muchas fechas dieron en el blanco matando a muchos enemigos, pero aun así los orcos seguían en su correría, cuando estuvieron demasiado cerca, Lagores el líder de los elfos grito –¡elfos, espadas!-.

De inmediato todos dejaron sus arcos y desenvainaron sus espadas, dieron un paso adelante saliendo de las barricadas y alistándose para frenar a los orcos. La arremetida de los orcos fue tremenda, ellos basan sus ataques en la fuerza bruta, pero eran torpes, situación que aprovecharon los elfos, quienes además de su fuerza que era considerable, eran más inteligentes, más coordinados y más dúctiles con la espada. Durante casi una hora los elfos que se contaban hasta 500 lograron repeler el ataque de los orcos, pero la noche era joven aun, los elfos estaban solos, lejos de casa y lo peor sin posibilidades de recibir refuerzos, mientras al contrario por el ejército negro solo peleaban los orcos, ni los trolls, ni mucho menos los uruks entraban aun a la batalla. Lagores presintiendo la derrota inminente, llamó a uno de sus subalternos que estaba herido en un brazo y le dijo –anda, toma un caballo, ve y alerta a Aqarad-.

El elfo herido respondió –señor yo aún puedo y quiero seguir peleando-.

-yo sé que puedes, pero necesito que lleves este recado al señor Ileveter-. Replicó Lagoles.

–Muy bien señor-. Asintió el elfo herido. – ¿digo que protejan la ciudad y que manden refuerzos?-.

-no refuerzos no, aquí no podremos soportar ya mucho tiempo, además estamos muy lejos de casa, cuando vengan los refuerzos seguramente ya

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estaremos muertos, los orcos son demasiados, diles que evacúen a quienes vivan en la dirección que seguramente tomaran los orcos, que todos se dirijan a la ciudad, tenemos que proteger a los que más se puedan- .señaló lagoles.

–Pero señor-. Atinó a decir el elfo contrariado.

-no discutas mis órdenes y ve raudo-.

Otra vez las catapultas enemigas dieron en el blanco, matando a muchos elfos, Eryanor quien miraba como se desenvolvía la batalla miro a Kreig y dijo –parece que no necesitaremos de tu gente en esta batalla-.

Kreig rugió de rabia.

–tranquilo amigo cuando lleguemos a la ciudad tus soldados se darán un festín, eso te lo prometo-.

Eryanor tenía razón, la victoria estaba cerca, el daño hecho por las cargas de las catapultas era considerable. Los elfos no podrían seguir resistiendo aquella salvaje embestida, más aún seguían luchando aun sabiendo que las posibilidades de victoria eran nulas.

Ya entrada la media noche, la victoria para el ejército negro estaba consumada, los orcos, uruks y trolls, andaban por el campo de batalla matando a los elfos que heridos suplicaban clemencia, Eryanor proclamó – ¡no tomen prisioneros!-.

Antes de matar a los elfos heridos, los orcos robaban sus pertenencias, luego apilaron los cadáveres y procedieron a prenderle fuego, cuando las llamas ardieron, hubo una gran algarabía por parte de los orcos, aquellas matanzas les gustaban, les satisfacía causar dolor y muerte al fin y al cabo para eso Miriahn los había sacado de las profundidades de la tierra. Eryanor llamó de nuevo a Kreig y dijo –que descansen un poco, al despuntar el alba continuaremos hacia Aqarad-.

♦♦♦♦♦

Con la rapidez del viento, el elfo herido que se llamaba Reudan, avanzaba montado en su caballo, hacía ya dos días que cabalgaba hacia Aqarad a llevar el mensaje de Lagores, la herida le causaba mucho dolor pero aun así seguía cabalgando, muy pocas veces se detenía a descansar y para que el caballo comiera algo y se hidratara y luego volvía rápido a tomar camino, sabía que no tenía mucho tiempo. Al cabo del 5to día por fin vio a elfos, era un pequeño

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poblado de unas 10 casas, los habitantes de aquel poblado cuando vieron al elfo le brindaron miradas de desconfianza y era de entender ya que la apariencia del elfo dejaba mucho que desear, Reudan habló y les dijo –apresúrense tomen solo lo necesario y diríjanse a Aqarad, un gran ejercito malvado viene hacia nosotros-Los elfos ignoraron aquellas palabras, pensaban que el pobre elfo había perdido la razón y siguieron en sus quehaceres, Reudan al no notar reacción alguna volvía a decir esta vez con más autoridad –que no me escuchan, deben salvar sus vidas, es orden del rey Ileveter, diríjanse a Aqarad-.

Esta vez uno de los presentes notó en las ropas desgastadas del elfo la insignia del ejercito real del reino –veo que traes el uniforme del ejército, ¿de dónde vienes?- preguntó.

Reudan bastante incomodo respondió –de la frontera del reino, los orcos nos atacaron, son miles y todos se dirigen a Aqarad, es probable que pasen por aquí dentro de 2 o 3 días. Pero ya basta de preguntas, hagan lo que digo si quieren salvar sus vidas, solo tomen lo necesario y sigan el camino a Aqarad-. Y dicho esto último partió de nuevo raudo.

Reudan había perdido la cuenta de cuantos días hacia que cabalgaba, había pasado por muchos poblados del reino regando el mensaje de proteger la vida y dirigirse hacia la capital Aqarad , en muchos lugares fue tomado por loco, en otros le hicieron caso, en otros se apiadaban de él y le daban alimento y agua para él y para su caballo, caballo que no era el mismo en el que había empezado su recorrido, en un caserío había tenido que cambiarlo ya que el pobre animal estaba realmente cansado y se negó a seguir el recorrido, por eso se vio en la necesidad de cambiarlo con alguien que amablemente le ofreció uno de los suyos, en aquel mismo caserío le habían curado amablemente la herida del brazo. Ahora que parecía que por fin la voluntad le desfallecía, sentía que no podía seguir ni un minuto más, hacía ya dos días y medio que se le había acabado el alimento, aunque el agua siempre estaba al alcance de la mano, por la cantidad de manantiales que habían en aquel reino, no era suficiente, veía la necesidad de comer algo sólido, los elfos eran una raza muy resistente, podían durar días tan solo comiendo el famoso pan de lembas, aquel pan se le había acabado casi a los 15 días de cabalgata y en este caso la resistencia al joven elfo pareciese que le llegaba el fin, pero en un momento en que levantó la mirada, de inmediato reconoció aquellos paisajes , estaba cerca de casa, de inmediato le volvió la esperanza, apresuró a su caballo diciéndole –ya estamos cerca amigo, cabalga, cabalga, hemos llegado-.

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El caballo por su puesto no le respondió pero entró raudo por las primeras calles empedradas de la gran ciudad de Aqarad, todos los que estaban en la calle miraron al elfo que montaba aquel animal y no lo reconocieron, cuando llegó a las puertas del palacio, desmontó el caballo, los guardias del palacio ignorando de quien se trataba le cerraron el paso y le preguntaron – ¿quién eres y que es lo que quieres, extraño?-.

–Soy Reudan del segundo regimiento encargado de proteger la frontera, traigo un mensaje para el rey Ileveter de nuestro capitán Lagores que requiere de mucha urgencia-. Respondió Reudan, mostrándoles a los guardias la insignia en su uniforme del ejército real, mientras decía esto el elfo pareció algo agitado.

Los guardias al mirar la insignia se dieron cuenta que el elfo decía la verdad y lo dejaron pasar, luego se llevaron al animal para las caballerizas del palacio. Cuando Reudan llegó al gran salón uno de los guardias le ordenó que se sentara y esperara mientras era anunciado, el elfo de mal aspecto se sentó; habían pasado 15 minutos que al elfo le habían parecido casi una hora, de pronto entró Ileveter, este último le brindo una mirada de curiosidad al elfo y le preguntó – ¿me dices que vienes de la frontera y que traes noticias para mí, no es cierto?-.

Reudan con las pocas fuerzas que le quedaban, le contó al rey lo que había pasado en la frontera, el ataque de los orcos, la batalla, el mensaje que le había mandado su capitán Lagores, por último el elfo le informo sobre la advertencia que había dado a los habitantes de los pequeños caseríos, de venir a refugiarse a Aqarad.

-hiciste bien muchacho, ahora ve y descansa-. Dijo el rey Ileveter. Luego ordenó a los sirvientes que se encargaran de cuidar al elfo –llévenlo a descansar, cúrenle las heridas, denle alimento, estén atentos de él, este elfo es muy valiente-.

Luego de ver como los sirvientes del palacio se llevaban al elfo, Ileveter mandó llamar de nuevo a los miembros del concejo con la premisa de urgente. El máximo temor de Ileveter se hacía realidad, un ejército basto venía con ánimo de guerra y había llegado el momento de probar su liderazgo defendiendo a las gentes de su pueblo. Rápidamente se reunieron, pues la situación ameritaba acciones rápidas, mientras tanto iban llegando a la ciudad elfos que habitaban en pueblos cercanos y que fueron advertidos por Reudan. La tensión en el consejo era visible, pero Ileveter siempre trató de mantener la calma, reflejando seguridad, él sabía que si proyectaba tranquilidad y seguridad, los demás miembros del consejo se contagiarían y así llegarían a tomar decisiones más calmadas y asertivas. Lo primero que el concejo decidió fue evacuar la ciudad,

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las mujeres y los niños de Aqarad debían cruzar el Obelet y refugiarse en Escalat, mientras tanto todo hombre del reino capaz de sostener una espada debía quedarse a defender la ciudad, la segunda decisión fue poner una gran barricada en la entrada de la ciudad, sabiendo que era la única entrada posible para las fuerzas de Miriahn, allí el ejército real debía resistir la embestida, por último se dictó mandar mensajeros a Gwangur solicitando ayuda, Ileveter sabía que Arish y Elenor vendrían a socorrerlos tan pronto se enteraran de la situación. Ileveter y el concejo sabían que estas acciones se tendrían que ejecutar con premura ya que el ejército negro llegaría dentro de 15 o 20 días, ese el tiempo que precisaban para evacuar la ciudad, montar su defensiva y orar para que los mensajeros llegaran sanos y salvos a Gwangur y este a su vez respondiera, movilizando sus tropas hacia Aqarad. En esto último basaba calladamente Ileveter sus esperanzas de triunfo, entendía que el ejército real había sufrido dos grandes derrotas, sus soldados no eran muchos en número ni en motivación, además no todos eran soldados, muchos eran elfos que serían escogidos y obligados a llevar espadas o lanzas para defender la ciudad. Ileveter sufría en silencio, su pueblo estaba por afrontar una guerra devastadora que seguramente dejaría en ruinas la ciudad de Aqarad y la única esperanza que tenía estaba muchos kilómetros al sur, en Gwangur, rezaba para que cuando llegaran los refuerzos no fuera demasiado tarde.

♦♦♦♦♦

Quemando todo a su paso, así machaba el gran ejército negro, siguiendo las órdenes de Eryanor, este último se mostraba sorprendido porque en los pequeños caseríos que se habían topado, no habían visto a casi ningún elfo, pereciera que se hubieran marchado de prisa, en las casas aun había algunos enseres, alimentos y demás. Pronto se dio cuenta que habían sido advertidos de la presencia del ejército negro y habían huido a refugiarse a la ciudad de Aqarad, pero esto no le preocupaba a Eryanor pues en su opinión todos morirían en esa ciudad, tenía mucha confianza de su ejército, era basto, desalmado, cruel, asesino, resistente y lo mejor de todo seguían las ordenes sin chistar. Una derrota del ejército negro no estaba en sus planes, sabía que si eso pasaba era su vida la que corría peligro, pero ahora no le preocupaba eso, es más le satisfacía volver a Aqarad, Miriahn le había prometido que si la conquistaba seria elevado a la categoría de rey del reino de los lagos y tan solo tendría que darle cuantas a Miriahn, sería el amo y señor de aquella ciudad en la que mucho tiempo atrás tuvo que salir de prisa y que ahora lo vería como su rey, un rey malvado y cruel, esto llenaba de emoción el frio y oscuro corazón del elfo negro. Así marchaba el

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ejército negro en camino a Aqarad y Escalat, marchaban hacia la guerra, marchaban hacia un infierno.

♦♦♦♦♦

Tal como lo dispuso el concejo, los habitantes de la ciudad, mujeres, niños y ancianos, fueron evacuados, en barcos hermosos cruzaron el Obelet en dirección a Escalat, allí fueron bien recibidos, también se transportaron alimentos, pues eran conscientes que la arremetida del ejército negro se mantendría durante días, quizá semanas, y de todo corazón esperaban que no durara meses. Los hombres capaces de empuñar un arma fueron rápidamente instruidos, alistados y puestos a trabajar, plantaron una gran barricada en la entrada de la ciudad, se distribuyeron posiciones estratégicas en las casas abandonadas, los sitios más altos fueron designados para los elfos con mayor rapidez y puntería en el manejo del arco y la flecha, las catapultas se cargaron con rocas sacadas del fondo del Obelet y otras con bolas hechas de trapo empapadas con líquidos inflamables, listas para ser prendidas y arrojadas; solo quedaba una cosa por hacer, escoger al portador de las noticias que viajaría a Gwangur. Ileveter y el concejo redactaron una carta en fino papel, la sellaron con el sello real del reino de los lagos y se dispusieron a salir a buscar al portador, en ese momento entró Reudan, ya recuperado del extenuante viaje ahora lucia más fortalecido, y sin más palabras se ofreció a llevar la encomienda hasta Gwangur, los presentes vieron con buenos ojos este gesto, y así fue como Reudan se alistó para hacer otro viaje, este quizá más largo, más extenuante, pero diferente, ya que lo haría a través de barco, navegaría por el rio Gidli hasta Gwangur, pero no iría solo, lo acompañaría otros elfos. El día del embarque llegó, llenaron el barco de víveres, estos elfos fueron despedidos como héroes, llevaban consigo la esperanza de todo un pueblo, el pueblo elfico del reino de los lagos, aquel viaje les llevaría semanas antes de desembarcar en Gwangur, pero aun así llevaban en su corazón la emoción y la esperanza de que sus defensas resistieran el ataque del ejército negro hasta cuando ellos volvieran a casa con refuerzos.

♦♦♦♦♦

En lo más alto de la torre de Borag, en una habitación llena de la oscuridad constante que reinaba en aquel lugar donde nunca brillaba el sol, Miriahn lo veía todo, gracias al poder de sus dos joyas, había conocido las oscuras artes del inframundo, podía mirar más allá de los muros de su ciudad, miraba a través de los ojos de Eryanor, capitán de sus tropas y su más leal servidor. incluso podía

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ver que ocurría en otros lugares, a través de los ojos de los cuervos negros que el mismo había mandado a espiar a todos los rincones de la tierra, se enteró de la evacuación de la ciudad de Aqarad y también de los mensajeros mandados a través del rio Gidli hacia Gwangur, no se demoró mucho en darse cuenta que eran mandados muy seguramente a pedir ayuda, esto no eran muy buenas noticias para él, así que a través de los pensamientos le ordenó a Eryanor que mandara un contingente de orcos para interceptar la embarcación con los elfos mensajeros, la orden destruir el barco y asesinar a los tripulantes antes que pasaran la frontera con Gwangur. Efectivamente Eryanor escogió un contingente de al menos 100 de los más fuertes orcos y les ordenó desviarse hacia el sureste para interceptar el barco, debían hacerlo antes que la embarcación cruzara la frontera del reino de los lagos y se adentrara en el reino de Gwangur. Sin ninguna objeción los orcos se separaron de la tropa que marchaba hacia Aqarad y tomaron camino hacia el sureste, su misión interceptar el barco elfo, no debían fallar.

♦♦♦♦♦

14 días después que Reudan llegara con las malas noticias, aquella ciudad estaba silenciosa, nada parecida a la Aqarad de antes, deshabitada la ciudad lucia inerte, lúgubre, el cielo otrora azul, traía esa tarde los vientos desde lugares remotos y con ellos las nubes grises, la tarde caía, el sol ya se escondía detrás de la nubes y el reinado de la luna era inminente, los guerreros elfos esperaban, ansiosos, esperaban detrás de las barricadas o en los lugares altos con sus arcos y ballestas y sus carcaj llenos de flechas y otros nerviosos con las catapultas, así esperaban al ejercito negro que a medida que se acercaba hacia que la tierra temblara, a lo lejos se escuchaban los tambores de guerra que anunciaban la proximidad de tales bestias, también los canticos infernales que salían de sus asquerosas bocas, eran como himnos de batalla, los cantaban en una extraña lengua, la lengua del infierno. Oscurecía, más y más se acercaba la hora de la guerra, por un lado el ejército real del reino dispuestos a proteger la ciudad a toda costa y por el otro el inmenso ejercito negro que los doblaba en número, venían y vivían con un solo propósito, dar por terminada la era de los pueblos libres de la tierra, y aquella ciudad, Aqarad, era el primer obstáculo en su diabólica meta.

esta noche en particular era cálida, alumbrada por la luna que en lo más alto del cielo irradiaba su alegre y tenue luz, el firmamento estaba despejado, las estrellas brillaban mostrando toda su belleza, quien podía creer que en una noche tan hermosa estaba por derramarse sangre; a una distancia prudente el gran ejercito negro a la cabeza de Eryanor se detuvo, estas bestias horribles

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rugían y esos rugidos llegaron a los oídos agudos de los elfos que con valentía no se movieron de las posiciones, con una rapidez asombrosa se formaron, era una lucha no física, por un lado el ejército negro mostrando todo su poderío, sus miles de orcos y uruks aplastando sus lanzas contra el piso, chasqueando sus espadas, golpeando sus escudos todo esto junto con rugidos que los hacia parecer como animales feroces, por otro lado los elfos dispuestos a proteger la ciudad, inmóviles, serenos. De pronto Eryanor le dio la orden a urdekirnis y este a su vez hizo sonar un gran cuerno de guerra y empezó la movilización de los orcos hacia adelante, cientos de ellos, con espadas en las manos, rugiendo de rabia y odio, corrían en dirección a la ciudad. Ileveter quien se encontraba junto al capitán de los elfos, Lain, detrás de la barricada que media más o menos unos tres metros de alto, hizo una señal. De inmediato los elfos apostados en las edificaciones altas con una coordinación admirable elevaron sus ballestas y arcos esperando la señal para disparar la primera ráfaga de flechas, la orden no se hizo esperar, hasta cuando los orcos habían avanzado. Cuando estuvieron al alcance de las flechas se dio la orden. Las flechas viajaron en el aire haciendo una parábola primero ascendente y luego en un descenso vertiginoso y mortal, muchas dieron en el blanco, acrecentando más la rabia de los orcos que veían como muchos de los suyos caían muertos por el efecto de las certeras flechas. Con la velocidad que los caracteriza los elfos dispararon dos, tres, cuatro, cinco ráfagas en una fracción muy corta de tiempo, causando otras tantas muchas bajas a los orcos, Eryanor consiente del daño que los arqueros elfos estaban haciendo a sus tropas, ordenó a Telesiek, capitán de la división de los trolls, que dispusiera las catapultas todas que apuntaran a donde se apostaban los arqueros, Telesiek actuó de inmediato haciendo que los trolls cargaran las catapultas con pesadas piedras, cuando estuvieron cargadas, les dieron dirección y las dispararon. Las rocas gigantes volaron por el cielo, raudas se estrellaron en muchas edificaciones de la ciudad, derribando casas, algunas de ellas dieron en blancos certeros pues derribaron edificaciones en donde se encontraban apostados los arqueros elfos. Al mismo tiempo las catapultas de los elfos también entraron en acción, Las cargas de las catapultas volaban de un lado a otro dando en el blanco y causando muchas bajas de un lado como del otro. Mientras esto pasaba, los orcos iban avanzando, muchos caían ante la incesante ráfaga de flechas elfas, pero muchos otros lograron avanzar lo suficiente como para amenazar la posición de los elfos, quienes aún estaban atrás de las barricadas puestas en la entrada de la ciudad. A pesar de la incesante lluvia de flechas, y que muchas de ellas daban en el blanco, muchos orcos seguían avanzando a tal punto que estaban próximos a estrellarse contra la gran barricada con la misma fuerza con la que se estrella el agua del mar con la roca

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costera. De pronto y al darse cuenta de la proximidad de los enemigos, Lain, ahora capitán del ejército real, gritó – ¡elfos, desenvainen sus espadas y adelante!-.

Al unísono todos lo obedecieron, y saltaron hacia adelante, cortándole el paso a los orcos que enfurecidos corrían como estampida de búfalos salvajes. Allí empezó la batalla real, se oyeron como estruendos los choques de las espadas, los gemidos, los lamentos empezaron a escucharse también. La muerte esa noche también haría su festín.

La primera luz del segundo día de guerra se empezaba a divisar, la mañana era fría, los primeros rayos del sol estaban pronto a calentar el ambiente, la niebla que venia del lago cubría todo el campo de batalla. La lucha se había extendido por dos noches seguidas. La batalla era pareja, Ileveter y Lain aun lideraban a los elfos que resistían valientemente la arremetida del ejército negro, que impotentes veían como sus hordas de orcos se estrellaban contra las firmes defensas elfas, era una batalla con mucho fragor e intensidad, de un lado y del otro se planteaban estrategias para la victoria. Eryanor que no se esperaba que las defensas de la ciudad fueran tan fuertes sabía que si lograban derrotar a las primeras defensas elfas en las barricadas de la entrada de la ciudad, les sería mucho más fácil tomarse la ciudad y derrotar al enemigo, así que ordenó un ataque a todo por el todo contra estas defensas, les ordenó a los suyos que las catapultas esta vez apuntaran a la gran barricada. Decenas de rocas volaron por el aire y se estrellaron en el objetivo previsto, matando a muchos elfos a su paso, esto acompañado por una arremetida aún más violenta de orcos y uruks, pero el contraataque de los elfos no se hizo esperar, esta vez los arqueros apuntaron mucho más lejos, a los trolls, estaban a mucha distancia pero aun así muchas flechas dieron en el blanco, pero se necesitaban por lo menos una decena de ellas para matar a los trolls, más aun muchos de estas criaturas cayeron inertes al piso, también las catapultas elfas fueron dirigidas para desactivas las catapultas enemigas que tanto daño hacían cada vez que disparaban sus cargas, las bolas de fuego intenso salieron disparadas de las catapultas elfas y fueron certeras, muchas de ellas llegaron a su destino.

♦♦♦♦♦

Era el quinto día de viaje a través del rio Gidli, Reudan y los otros elfos tripulantes de la embarcación estaban a casi 3 kilómetros de traspasar la frontera y adentrarse a Gwangur, el viaje había sido normal, el rio estaba bastante tranquilo. Durante todo el trayecto habían visto muchas criaturas vivas en la

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rivera del rio, muchos peses, aves, caballos salvajes, pero lo que más llamó la atención e inquietó a Reudan fue que durante un día completo, los había estado siguiendo una grupo de pájaros negros, que a la distancia allá arriba parecían como cuervos, esto le preocupó a Reudan pues había oído que el señor oscuro tenía muchos espías y además podía ver a través de los ojos de cualquier criatura de corazón negro. Eso había pasado hace ya dos días, ahora el sol estaba en lo alto del cielo, un cielo azul totalmente despejado, Reudan se preguntaba y lo mismo hacían los demás elfos acompañantes, como estarían sus hermanos en Aqarad. Ahora que estaban a punto de cruzar la frontera, Reudan sabía que debían apresurarse si querían llegar con la ayudada tiempo. Navegaban por un sector cuyos ambos lados de la rivera del rio estaban sembrados pinos y otros árboles, no parecía que en aquel lugar habitara ninguna criatura, pues no se oía mucho ruido, ni la densa vegetación dejaba ver algo que estuviera allí entre los arbustos. Y precisamente entre los arbustos esperando agazapados, estaban los orcos, habían viajado sin descansar día y noche acortando camino, tomando atajos y trochas, pero finalmente habían llegado muy cerca de la frontera como había sido la orden de Eryanor. La misión era sorprender a los elfos navegantes desde la espesura de la selva, con flechas prendidas en fuego, se alistaban para el asalto sorpresa. De pronto vieron a la embarcación que se acercaba, con sigilo tomaron pociones, prendieron fuego a sus flechas, apuntaron con sus arcos y esperaron que pasaran muy cerca. Mientras tanto en la embarcación los elfos eran inocentes de lo que estaba pasando entre los arbustos, jamás se imaginaron que los orcos sabían de este viaje y menos aún que los habían perseguido en silencio y que ahora estaban entre la vegetación. La frontera estaba muy cerca y los orcos sabían eso, tenían que actuar de prisa, asesinar a los elfos, destruir la embarcación y no dejar rastro ni evidencia de nada, pues si dejaban algo que los guardias de la frontera de Gwangur pudieran reconocer, su misión habría fracasado y su vida peligraría, pues el señor oscuro no toleraba errores y aquel que los cometiera pagaría con su vida. Cuando el bote pasó lo suficientemente cerca, el que parecía ser el líder de los orcos dio la orden y empezó la lluvia de flechas en llamas contra el bote elfo, tomados por sorpresa, los elfos solo atinaron a protegerse de las flechas, hubo una gran zozobra, en medio de la confusión no veían a sus enemigos ni sabían desde donde venía el ataque. La lluvia no paraba, una tras otra las flechas en llamas se estrellaban contra la embarcación, como es normal el fuego de las flechas al chocar contra la madera del bote, inicio un fuego, al instante el bote empezó a arder. Sin dejar que el pánico lo dominara, Reudan dio órdenes para que los elfos ayudaran a apagar el fuego que se estaba propagando por toda la embarcación, pero ya era demasiado tarde, algunos de los elfos yacían en el suelo, atravesados por flechas orcas, los

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pocos sobrevivientes optaron por dejar el barco y lanzarse al agua, el fuego del barco ya era incontrolable. Reudan sabía que también tenía que abandonar la nave, pero antes tomó la carta sellada, la guardo con cuidado y se lanzó a las aguas del rio. En ese momento los orcos salieron de los arbustos y se adentraron un poco en la orilla del rio la cual era poco profunda, pero esta vez apuntaron sus flechas no al barco sino a los elfos que fatigados nadaban hacia la orilla opuesta. Muchas flechas dieron en el blanco. Mientras se acercaba a la orilla, Reudan veía como el agua cristalina del rio se mesclaba con el rojo de la sangre de los elfos que habían fracasado en su intento de llegar a la orilla y que ahora yacían agonizantes en el rio luchando con sus últimas fuerzas para no ser arrastrados por la corriente, mientras el veneno impreso en las flechas hacia su trabajo mortal de paralizarlos y finalmente matarlos, vio también como el barco ardiendo en llamas se desvió del cauce y fue directo a la orilla del rio y se estancó en la arena mientras era consumido por el fuego. Como pudo Reudan llegó a la orilla, tratando de esquivar las flechas que venían desde el otro lado del rio, sabía que aún no estaba a salvo, pero el cansancio lo dominaba. Acostado sobre la orilla tomaba respiraciones muy profundas, al cabo supo que tenía que moverse de prisa, como pudo se arrastró hacia los arbustos. Desde la otra orilla el jefe de esta compañía de orcos rugía histérico dando órdenes para que asesinaran al elfo sobreviviente. Mientras algunos de los orcos se sumergían al agua sacando los cuerpos de los elfos muertos. Otra lluvia de flechas disparada desde los arcos orcos, irrumpió el cielo y se dirigió a donde con dificultad Reudan se arrastraba. Ya casi llegaba a los arbustos que lo protegerían cuando sintió dos punzadas que lo embargaron de dolor, una flecha se le clavó en la espalda baja, otra en el muslo izquierdo, aquella sensación de dolor nunca jamás la había experimentado. Antes que el veneno hiciera efecto, Reudan sabía que tenía que sacar las flechas, se sacó la primera, la de la espalda y dio un grito de dolor que seguramente se escuchó por todo el lugar, luego con mucha valentía retiró la segunda flecha, esta vez el dolor fue mayor, tanto así que se tambaleo, sintió como un hilo de sangre cálida se deslizaba por su muslo y espalda, pero aun así tomó camino hacia la frontera, sabía que según los planes de navegación, estaría a dos kilómetros de la frontera, allí estaría a salvo. Mientras caminaba escuchaba a sus espaldas como los orcos eufóricos celebraban, lo creían muerto y como no, si dos flechas habían dado en el blanco. El veneno impreso en esas flechas era mortal así que al elfo ninguna medicina conocida podía curarlo, si no había muerto aun, era cuestión de minutos para que el veneno se dispersara por todo el cuerpo y llegara al corazón causándole la muerte.

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Reudan llevaba caminando cerca de 30 minutos, pero sentía que no podía ir más allá, el dolor de las heridas era insoportable, se sentía débil, había perdido mucha sangre, se recostó sobre un pino, el dolor no era tanto como la frustración de no poder regresar a casa con ayuda. Mientras yacía de espaldas sobre aquel pino y sentía que el conocimiento se le escapaba, creyó escuchar voces que venían de un lugar que no estaba muy lejos de allí, como pudo se levantó tambaleándose y teniéndose de la vegetación, avanzó unos cuantos pasos hacia donde provenían las voces que ahora se escuchaban cada vez más y más claras, con esperanza intentó lanzar una voz de auxilio para advertir que estaba allí, pero fue inútil se dio cuenta que le faltaban las fuerzas necesarias para gritar, también sintió que se le iba el conocimiento, dejó de caminar, cayó sobre el piso boca abajo. Sentía como el veneno fluía por su sangre, cada vez más le costaba respirar, la vista se le nubló, su hora final estaba cerca. Allí tendido, impotente, moribundo, lejos de casa, Reudan con la última fuerza de su cuerpo y con el ultimo asomo de razón en su mente tomó un pequeño palo que estaba junto a él en el suelo y lo golpeó contra un árbol cerca de él, dio unos cinco o seis golpes y no más, la vida se le fue del cuerpo, el corazón dejo de latir, cerró los ojos por última vez, nunca jamás los volvió a abrir.

♦♦♦♦♦

El horror de la guerra era visible, el caluroso día avanzaba, en el campo de batalla el polvo se mezclaba con el olor a sangre derramada. Los cuervos tenían su festín con la cantidad de cadáveres que yacían en el suelo, ellos preferían la carne elfa, era más blanda, por lo tanto a los cadáveres de los orcos los dejaban intactos. Era el cuarto día de guerra, cada vez más el ejército negro avanzaba, ya la entrada de la ciudad había sido tomada, los elfos la habían defendido con valentía pero el poder destructor de aquel ejercito maligno era imparable y esto Ileveter lo sabía muy bien. Lain aun capitaneaba el ejército real e intentaba que los elfos defendieran la ciudad e impedir que los enemigos llegaran hasta el palacio imperial, si es preciso Lain estaba dispuesto a defenderlo con su vida. Por el otro bando Eryanor miraba con agrado como su ejército desequilibraba la balanza de la batalla, veía como las filas enemigas se debilitaban, era solo cuestión de tiempo para que la ciudad fuera toda suya. Desde su bestia impartía órdenes a sus compañías de orcos, trolls y uruks, todo parecía ir bien, si sus cálculos eran correctos al amanecer del día siguiente, las ultimas defensas elfas serían derrotadas, por eso alentaba cada vez más a sus tropas.

Lain e Ileveter veían como el asedio se volvía cada vez más intenso, el número de sus combatientes había disminuido dramáticamente, durante la noche

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anterior el enemigo había avanzado mucho, ya casi dominaban 3 cuartas partes de la ciudad, ahora que amanecía el quinto día de batalla, con dolor en el corazón pero con la certeza de que era lo mejor para salvar la vida de los elfos que aun combatían, Ileveter decidió que era hora de abandonar la ciudad, ir hacia los puertos y tomar los barcos allí dispuestos y cruzar el Obelet, sabía que en Escalat podrían resistir unos cuantos días más hasta cuando llegara la ayuda, ayuda que aún era incierta. Lain compartió la decisión del rey, así que los elfos dejaron sus posiciones defensivas y corrieron hacia los barcos, dejando atrás la ciudad que habían jurado defender. Eryanor se dio cuenta al instante lo que pretendían hacer los elfos así que dio órdenes a todos sus soldados de no dejar llegar a los elfos a sus barcos. Los orcos arqueros hicieron que una lluvia de flechas cayera sobre los elfos que corrían hacia el puerto, muchos alcanzaron a llegar y desde allí respondían con flechas certeras haciendo las veces de cubrir a los que aún no habían llegado a los barcos. El primer barco en poco tiempo estuvo lleno, se elevó el ancla y partió hacia Escalat. Ahora era el tiempo del segundo barco, por causa de las flechas y lanzas que lanzaban los orcos y uruks, muchos elfos no habían podido llegar al segundo barco, incluso algunos habían sido alcanzados por los enemigos y asesinados, entre los que aún no llegaban estaba Ileveter quien con arco en mano intentaba cubrir a sus elfos para que llegaran sanos y seguros al barco. Ya faltaban pocos los que tenían que llegar a abordar el barco, pero los orcos y uruks estaban ya muy cerca, era cuestión de minutos para que el ejército negro llegara a el puerto, en ese momento Ileveter decidió correr hacia el barco, no podía hacer nada por salvar la vida de los demás elfos que faltaban, ellos ya estaban muertos. Corría como nunca antes en su vida, sentía como las flechas le pasaban rosando la cabeza, de pronto y cuando estaba a punto de llegar al barco sintió como una flecha se le clavó en la espalda, cayó de rodillas por el impacto, intentó pararse y correr de nuevo, estaba tan cerca, pero cuando avanzó unos cuantos pasos otra flecha dio en el blanco y otra más. En su cara se dibujó una clara expresión de dolor, de rodillas sobre el tablado del muelle sentía como la sangre le fluía de las heridas, oía a lo lejos, aunque en realidad estaban muy cerca, como los elfos lo animaban para que corriera hacia ellos, vio como Lain daba órdenes para que tres elfos fueran a auxiliarlo, pero sabiendo que no quedaba tiempo pues los orcos estaban demasiado cerca, ya sentía las pisadas muy próximas, gritó a viva voz –¡márchense, de prisa, defiendan a Escalat, es una orden!-.

Los elfos con dolor le hicieron caso, Lain mandó elevar las anclas, cuando estuvieron elevadas, el barco empezó a moverse en dirección a Escalat, ninguno de los tripulantes sobrevivientes apartó la mirada del Valiente rey elfo que yacía

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de rodillas en el entablillado piso del puerto, miraron como los orcos lo rodearon, mientras los demás rugían furiosos mirando al barco y otros intentaban en vano disparar sus flechas al mismo.

Rodeado de orcos, de rodillas en el suelo el rey Ileveter vio como uno de los uruks desenvainó una espada de hoja ancha y de un color grisáceo que terminaba en curva, se dirigió hacia él y cuando estuvo cerca para dar el golpe final, se oyó una voz. De pronto todos los orcos y uruks abrieron paso en el círculo que habían dibujado, en medio de ellos apareció una vez más Eryanor. Bajó de su bestia, caminó hacia Ileveter y mirando al uruk que amenazaba con la espada al rey, dijo –detente, de este me encargo yo-.

El uruk hizo caso a la orden de mala gana y se retiró rugiendo de rabia.

-ya vez que para el ejército negro no hay nada imposible-. Declaró Eryanor mirando a Ileveter, luego siguió –tu gente cree que cruzando este lago y yendo a Escalat estarán a salvo, ja ja ja-. Rió con una risa siniestra, prosiguió –no les servirá de nada, solo vivirán un par de días más, cuando lleguemos allá no habrá nada que los pueda salvar, ya no tendrán lugar para esconderse, estarán solos-.

Con las pocas fuerzas que le sobraban y de manera fatigosa Ileveter respondió –no…….no estaremos solos…pronto….vendrá ayuda-.

Con una sonrisa malévola en su rostro Eryanor replicó –esa ayuda de que tanto hablas, la que viaja a través del Gidli, ¿estás seguro de que llegará a su destino?, si fuera tú, no pondría mis esperanzas en eso, a estas alturas tus mensajeros ya estarán en la otra vida-.

La noticia que Eryanor supiera de los mensajeros que habían enviado hacia Gwangur, sorprendió a Ileveter que intentó decir algo más, pero supo que ya no era necesario, además ya no tenía la facultad necesaria para articular alguna palabra o frase con sentido, sintió como un frio le helaba el cuerpo y como una niebla le nublaba la vista.

–Es hora que termine contigo-.

Fue lo último que los oídos de Ileveter escucharon, esas palabras venían de la boca del que antes había sido un elfo y que ahora era el más leal y ferviente servidor del señor oscuro. Eryanor tomó un arco de uno de los orcos, tomó dos flecha, rodeó al rey hasta que estuvo detrás, alzó el arco con las dos flechas y

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apuntó a la parte baja de la cabeza del rey Ileveter que yacía de rodillas, disparó y terminó con la vida del rey que cayó de bruces sobre el suelo.

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CAPITULO VIII

La armada blanca.

Desde la frontera Noroeste del reino hasta la capital Gwangur, había más o menos una distancia de unos tres o cuatro días de viaje ininterrumpido. El soldado elfo vio la muralla de la ciudad y se alegró, los guardias que vigilaban la gran puerta y que estaban en una torre de vigilancia lo vieron a la distancia y reconocieron sus insignias, supieron que era uno de los suyos así que abrieron las enormes puertas para que entrara, el soldado entró raudo a través de las puertas abiertas, cuando entró inmediatamente después se empezaron a cerrar a espaldas suyas. Siguió cabalgando cuesta arriba, pues Gwangur tenía un diseño especial, la ciudad estaba construida al pie de las montañas rocosas, así que había distintos niveles, estaba la gran muralla alrededor de la ciudad y de allí para adelante para llegar al gran castillo, había que subir diferentes niveles, pues el gran castillo del rey estaba ubicado en la parte más alta de la montaña. Cuando llegó al gran castillo, bajó del caballo y pidió hablar con el rey a uno de los guardias, luego pasó a los primeros salones del palacio y se sentó fatigado, esperando ser anunciado. Pasaron unos 10 minutos y el joven soldado estaba más descansado, de pronto una gran puerta se abrió y apareció la figura del rey Elenor, elegantemente vestido con un traje azul y blanco de lino y con una espada al cinto.

-me han dicho hermano que me necesitas, habla ahora, te escucho-. Dijo el rey observando al joven soldado.

Este último al ver al rey se paró de su silla e hizo una reverencia y con mucho respeto contestó –traigo algo mi señor que puede ser de su atención-. Estiró la mano y le dio el sobre al rey.

Elenor lo miró y se dio cuenta que tenía el sello real del reino de los lagos, con curiosidad destapó el sobre y en silencio leyó las palabras que estaban escritas en él, luego con un además de la mano llamó a uno de los guardias presentes y le dijo –ve y llama al gran señor Arish, dile que hay algo que debe ver-.

Al instante el guardia salió presuroso del salón. Luego de ver al guardia salir del salón, Elenor se sentó en una hermosa silla, miró al joven soldado elfo y le dijo –cuéntamelo todo, pero primero…-. Hizo otro ademan de inmediato llegaron

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dos sirvientes con una vasija de oro y dos tazas color plata, sirvieron en ellas y le dieron una al rey y otra al joven elfo. El elfo se la llevó a la boca y apenas dio el primer sorbo notó el efecto tranquilizador y relajador del agua de rosas, una bebida especial de los elfos de Gwangur. Dio un segundo sorbo, y empezó su relato.

–mi nombre señor es Bastia, soy guardia asignado a la frontera noroeste, la que da al rio Gidli, hace cinco días estábamos con mis demás compañeros haciendo la guardia, como de costumbre todo estaba demasiado tranquilo, de pronto oímos que algo entre los arbustos sonaba, cuando fuimos a ver nos encontramos para nuestra sorpresa con un elfo tirado en el suelo, nos dimos cuenta al instante que llevaba el uniforme del reino de los lagos, estaba sin vida, tenía dos heridas, una en la espalda baja y otra en el muslo izquierdo y todo indicaba que eran resientes, intentamos reanimarlo-. Continuó con su relato el elfo. –pero ya no había nada que hacer, claramente estaba muerto. Cuando intentamos alzarlo para enterrarlo, notamos que algo le cayó de sus ropas, era una carta, esta carta precisamente-. Señalando la carta que Elenor tenía en sus manos. –después de darle un entierro rápido le llevamos la carta a nuestro capitán en jefe y él al mismo tiempo me encomendó la misión de traérsela a usted, mi señor, me dijo que al llevar la carta el sello real del reino de los lagos seguramente el contenido de la misma era de su….-.

El relato del elfo fue interrumpido por la presencia en el salón del Elohim Arish, al verlo el elfo hizo una profunda reverencia y bajó la cabeza sin mirar al Elohim, algo que le causo curiosidad al elfo fue ver que el rey Elenor el más poderoso y sabio entre todos los elfos, también hacia la misma reverencia ante la presencia de Arish.

–aquí me tenéis, ¿para qué me mandáis llamar?-. Preguntó Arish. Elenor respondió al mismo tiempo que le alcanzaba la carta al Elohim –para esto señor-

Todo el gran salón permaneció en silencio mientras Arish seguía con sus ojos las líneas escritas en la carta, cuando terminó de leer dijo.

–hay que actuar de prisa, nuestros hermanos nos necesitan-.

♦♦♦♦♦

Ya el primer paso estaba completo, la ciudad de Aqarad estaba en su poder, devastada por la guerra había perdido toda la hermosura de otrora, Eryanor sabía que era hora de comenzar con la segunda fase del plan maligno que

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Miriahn había trazado, la conquista total del reino de los lagos, pero para ello debía ser tomada también la ciudad de Escalt, pero la pregunta era como, no habían barcos en el muelle para atravesar el gran lago y llegar a la otra ciudad, y si los hubieran se necesitarían un número considerable de los mismos para transportar al inmenso ejercito negro, esa opción quedo descartada. Eryanor tenía que decidir cuál era el paso a seguir, tenía dos opciones y debía elegir de prisa, en este momento el tiempo era su más terrible enemigo. La primera de las opciones, era bordear al gran lago por el lado éste, una zona peligrosa de grandes valles de pantanos, sería muy arriesgado intentar cruzar por aquellos valles, esa opción no parecía muy buena, la segunda opción era cruzar la montaña de Aduin–nan, una cadena montañosa bastante agreste y con pocos caminos transitables, pero que por lo menos sería más segura que intentar cruzar los valles empantanados. Eryanor supo a través de sus pensamientos que Miriahn también estaba de acuerdo que Aduin-nan era la mejor opción para llegar hasta Escalat. Sin más tiempo para pensar Eryanor tomó la decisión, les comunicó a sus capitanes las nuevas órdenes, también ordenó dejar una compañía completa de orcos en Aqarad, no quería sorpresas. Fue así como el gran ejército negro empezó otra marcha, esta vez en el horizonte estaban las montañas de Aduin-nan y más allá los esperaba Escalat el último escollo en este cruel plan de conquista del reino de los lagos.

♦♦♦♦♦

No había mucho que pensar, el reino de los lagos estaba pidiendo ayuda y lo mínimo que podía hacer Gwangur era responder a ese llamado, por ello Arish y Elenor decidieron actuar de prisa, no había tiempo que perder en preparativos, precisamente eso, tiempo, era el enemigo número uno del reino de los lagos y eso Arish lo sabía muy bien. Pero también sabía que a esta hora Aqarad muy seguramente había caído, en la carta Ileveter lo explicaba muy claro, Nieber había marchado hacia tierras oscuras con un ejército muy grande, los soldados que permanecían en Aqarad y Escalat eran muy pocos y aún más porque un contingente de esos soldados se mandó a custodiar la frontera con el reino muerto, así que el número se redujo mucho más. Arish presentía muy en el fondo de su corazón que la derrota en Aqarad era un hecho, que seguramente el próximo desafío del ejercito negro era llegar hasta Escalat; pero como llegarían esa era la pregunta que se hacia el Elohim, según lo que sabía Arish por medio de mapas regularmente hechos las únicas tres únicas formas de llegar hasta Escalat era cruzando el Obelet, pero seguramente no tendrían barcos suficientes para hacerlo, otra era por los gigantes valles empantanados a través de ellos o rodeándolos lo que les tomaría mucho tiempo o la tercera era ir hacia la

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montaña de Aduin-nan, que era igualmente demorada pero que le brindaba al ejercito negro seguridad para sus tropas. Con lo anterior en mente Arish se puso en frente del gran Ejército de Gwangur o como seria llamado por todos, la gran armada blanca, a su lado estaba el rey Elenor, majestuoso, imponente, detrás de ellos miles de soldados, dispuestos a liberar a Aqarad y Escalat de la tiranía y devolverle la paz a ese hermano pueblo de elfos.

♦♦♦♦♦

El viaje través de la cadena montañosa de Aduin-nan, era peligrosa y más para un ejército de tal magnitud, cada paso que daba el ejército negro era cuidadosamente preparado por Eryanor, quien se veía en la obligación de elegir el mejor camino para sus tropas. Sin perder nunca la ubicación, la travesía los había llevado muy hacia el noroeste, pero eso no le preocupaba a Eryanor, lo hizo a propósito para evitar pasos que eran imposibles de cruzar, ahora era solo cuestión de rodear la montaña por el norte y tomar camino hacia el este y eso fue lo que hizo, después de rodear la montaña por el norte se encontró de frente con un gran valle y más allá hasta donde le alcanzaba la vista de elfo, con un gran bosque que parecía limitar con la línea que trazaba en el horizonte el cielo. Ahora Eryanor dio la orden de acelerar el paso, no tenía que tener más precaución del terreno, pues lo que tenía en frente era propicio para que su inmenso ejército anduviera veloz y con mucha seguridad, si los cálculos no le fallaban era cuestión de 7 u 8 días a marcha forzada para llegar a Escalat.

♦♦♦♦♦

Con el gran estandarte del reino en frente el viaje seguía, Elenor y Arish habían convenido desviarse un poco hacia el este para rodear los grandes pantanos, tanto así que pasaron muy cerca de la frontera con el reino de los hombres de Henaith, el objetivo era evitar los pantanos, sabían que si lo hacían se iban a encontrar con la tierra de las cascadas una región hermosa y poco explorada, además poco hostil y fácil de atravesar, con suerte llegarían a tiempo para defender a Escalat. Mientras cabalgaba, Arish pensaba y reflexionaba del porque Miriahn había atacado primero al reino de los lagos y no a Gwangur, era más lógico que hubiera atacado a Gwangur pues allí y Miriahn lo sabía, estaba el otro Timbilis que le hacía falta, pero pronto entendió que lo que pretendía Miriahn era exterminar a los posibles aliados que pudiera tener Gwangur en la guerra, el objetivo era dejar solo y sin amigos a Gwangur para cuando Miriahn decidiera lanzar el ataque más contundente contra ese reino, ataque que sería devastador. ¿Pero y el reino de los hombres? Se preguntaba Arish, que papel desempeñaría

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en esta guerra tal pueblo, seria acaso que Miriahn los ignoraba o tendría algo preparado para ellos. Estaban también los enanos, pero a ellos muy seguramente no les importaba lo que estaba pasando en la tierra, las guerras no eran cosas de ellos, solo vivían y disfrutaban de la extracción de oro, otros metales y piedras preciosas de sus minas y les interesaba poco interactuar con los elfos y hombres; en tiempos de guerra, los enanos y hombres muy seguramente no serían aliados, en resumen los elfos tendrían que ir a la guerra y defender la tierra libre ellos solos.

♦♦♦♦♦

Cuando vieron llegar los dos barcos desde el Obelet, a los miembros del concejo y las demás habitantes de Escalat, los embargó un sentimiento de tristeza e impotencia. Hubo grandes muestras de dolor pues muchos no vieron bajar de los dos barcos a sus hijos, esposos, hermanos y padres; tampoco vieron bajar a Ileveter, el rey valeroso que había decidido ir a la guerra en vez de refugiarse en Escalat como lo hicieron los demás miembros del consejo. Pero no hubo mucho tiempo para lamentaciones, Lain convenció a los miembros del concejo que debían actuar de prisa, Aqarad había caído pero Escalat tenía que resistir el ataque hasta que llegara ayuda. El consejo en pleno ordenó a los elfos recoger provisiones, abandonar sus casas e ir hacia el gran templo, allí los muros de aquel templo tenían que resistir y mantener a salvo a los elfos. Todos con tristeza obedecieron, llevando solo lo necesario abandonaron sus hogares, las provisiones como alimento y agua fueron llevadas a un gran salón del templo, allí serian bien administradas para que duraran lo necesario. Cuando todos los elfos, que no eran muchos por cierto, estuvieron dentro del templo, que había sido construido para adorar a Menaih, las enormes puertas se cerraron, además se reforzaron con grandes vigas de madera, también se dispusieron refuerzos para todas las ventanas que aun permanecieron abiertas pues solo se cerrarían el día que el ejército negro llegase a la ciudad. Ahora la última esperanza de los elfos del reino de los lagos encerrados en el templo de la ciudad de Escalat, estaba puesta en que la carta enviada hacia Gwangur hubiera llegado a su destino y fuera felizmente respondida.

♦♦♦♦♦

Despues de rodear la cadena montañosa de Aduin-nan, cruzar grandes llanuras, atravesar grandes bosques y bordear unos cuantos lagos, por fin el gran ejército negro estaba a las puertas de la ciudad de Escalat, les sorprendió la soledad y el silencio que se respiraba en aquel lugar. Avanzaron un poco y encontraron todas

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las casas vacías, no parecía haber nadie en aquella ciudad, urdekirnis se acercó a Eryanor y dijo con rabia –esos malditos elfos huyeron, seguramente a las llanuras del este mi señor, si apresuramos el paso quizás los encontremos-.

Eryanor aparentemente tranquilo echó una mirada alrededor, notó en el muelle de la ciudad los barcos que utilizaron los elfos para escapar de Aqarad, luego dirigió la mirada hacia el gran templo que se alzaba y se distinguía de entre las demás casas en el centro de la ciudad, luego dijo al jefe orco –no huyeron, se escondieron allí-. Señalando el gran castillo que se erguía silencioso.

–Se esconden como ratas, ataquemos mi señor-. Rugió el orco.

–sí, pero primero debemos descansar un poco, coman, beban, saqueen las casas, si lo piensas bien ellos no tienen a donde ir.

El orco asintió y compartió las órdenes con los demás orcos y uruks. En efecto, todas las casas de la ciudad fueron saqueadas, luego se les prendió fuego. Momentáneamente las calles de la ciudad se convirtieron en campamento para el ejército negro. Los elfos en la seguridad del templo, escuchaban como los orcos destruían sus viviendas y como más y más los rodeaban, si bien las puertas fueron bien reforzadas, sabían que no iban a resistir mucho, pero como solo había una entrada al templo y esa era por la puerta principal que no era muy ancha, los pocos soldados elfos que habían, se contaban más o menos en unos 150 se apostaron en una especie de barricada el frente de las puertas y detrás de unos muros, para cuando los orcos las derribaran y entraran, se encontraran con una lluvia de flechas, mientras los otros habitantes llenaban el gran salón, todos a la espera del inicio del ataque. Ya viendo a sus soldados un poco descansados, Eryanor dio la orden para que iniciara el asedio al gran templo, como solo había una puerta de entrada y ningún otro lugar para entrar, a los trolls se les dio la orden de derribar las grandes puertas. Desde adentro del templo se escuchaban fuertes golpes que en las puertas que se sacudían con cada uno de ellos y que retumbaban en todo el templo llegando a los oídos de los elfos en el gran salón, llenándolos de miedo. Golpe tras golpe las puertas empezaron a ceder más pronto de los que los elfos esperaban. Lain intentando mantener la calma gritó a los soldados – ¡permanezcan tranquilos elfos, alisten sus arcos!-

De pronto se escuchó un gran estruendo, las puertas finalmente fueron derribadas, cayeron al suelo destrozadas haciendo un gran ruido y levantando una cantidad considerable de polvo que nubló todo el lugar, por un momento corto nadie cruzó ni entró al templo.

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–sea lo que sea que cruce por esa puerta hay que resistir….-. Dijo Lain.

Cuando el polvo empezaba a asentarse un poco y los elfos esperaban ansiosos la entrada de los orcos, les sorprendió lo que entró por las puertas, gigantescos trolls vestidos con armaduras y llevando en sus manos enormes mazos; las flechas de los elfos se estallaron inútilmente en las armaduras de los trolls que seguían avanzando torpemente agitando los grandes mazos a diestra y siniestra en dirección a donde estaban los elfos y nada parecía detenerlos, detrás de ellos entraron los orcos con arcos disparando a discreción y detrás de esa lluvia de flechas si entraron los orcos y uruks con espadas. Los 150 soldados fueron fácilmente derrotados, sin casi ninguna baja en las filas de los orcos solo un troll y unos cuantos orcos. Los elfos que pudieron, entre ellos Lain, corrieron al gran salón y cuando estuvieron a salvo, cerraron las puertas de entrada al lugar, estas a diferencia de las de entrada al templo, eran de hierro sólido, en teoría debían resistir un poco más, además desde adentro con otras grandes vigas se reforzaron. Eryanor entró al gran templo, era la primera vez que entraba a ese lugar, recorrió todo el lugar, vio a los elfos inertes tirados en el suelo, llegó a donde estaban los demás, se hizo paso entre la multitud de orcos y vio a los trolls dando fuertes golpes a las puertas con sus mazos, uno de los orcos le dijo con una voz desagradable –se esconden detrás de las puertas mi señor-.

Eryanor dijo -muy bien que los trolls sigan hasta que derrumben las puertas, los demás aseguren el lugar, registren las habitaciones, aquí seguramente hay muchas cosas de valor-.

En efecto los trolls se quedaron solos en frente de las puertas y se turnaron para golpearlas, los orcos y uruks fueron a registrar las habitaciones y en verdad como lo dijo Eryanor encontraron muchas joyas, ropas caras y demás cosas. Detrás de los orcos que saqueaban las habitaciones iba uno con una gran antorcha, cuando terminaban de inspeccionar cada habitación el orco de la antorcha le prendía fuego en un ritual ya conocido de estas criaturas.

Pasó el segundo día de asedio, y las grandes puertas de hierro parecían no querer ceder, los trolls estaban ya cansados de gar golpes y golpes y aunque eran muchos y se turnaban, sus golpes no tenían aparentemente un gran efecto en las puertas. Telesiek informo de la situación a Eryanor que visiblemente enfadado expresó –solo unas puertas nos separan de los elfos que se esconden y tus trolls no son capaces de derribarlas…anda y diles que regresen los necesito aquí para otra misión, si no podemos entrar por las puertas entraremos por otro lado-.

–Pero no hay ninguna otra entrada mi señor-. Respondió confuso Telesiek.

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–si la hay, ahora apresúrate ve por los trolls-. Dijo por ultimo Eryanor que ya tenía un plan para acabar con los últimos sobrevivientes de Escalat.

De pronto los golpes en la puerta que se habían extendido por casi dos días, cesaron. La zozobra se apoderó de los elfos que se preguntaron el porqué del fin del intento por entrar por las puertas. Lo siguiente que escucharon fueron grandes estruendos en el techo que se estremeció haciendo que el polvo cayera sobre las cabezas de los elfos, una y otra vez se escucharon estos impactos. En efecto Eryanor parecía tener otro plan, si no podía entrar, podía derrumbar el templo con los elfos adentro y a su vez incendiarlo; ordenó a los trolls que apuntaran las catapultas hacia el techo del templo, luego mandó cargarlas con grandes y pesada rocas unas y otras con enormes bolas de caucho encendidas en fuego. Las rocas y bolas de fuego volaron por el aire impactando en el techo de la edificación causando en apariencia el daño que Eryanor esperaba, una tras otra las cargas de las catapultas se dispararon, los orcos y uruks miraron con una mórbida felicidad como el techo del templo poco a poco, golpe tras golpe de las cargas parecía ceder, el fuego se propago rápidamente, era cuestión de minutos para que ardiera todo el lugar y si a eso le sumamos las pesadas rocas que caían sobre el techo, era inminente la caída del mismo sepultando a los elfos.

Al interior del gran salón el humo se filtraba por las gritas que hicieron los impactos de las rocas arrojadas por las catapultas, la histeria y el descontrol se apoderó de todos los elfos, no sabían que hacer, si salían del salón los estaban esperando el ejército negro y si se quedaban adentro en cuestión de minutos el techo se les caería encima. De pronto en medio de la algarabía Lain pareció escuchar algo, gritó – ¡un momento, escuchen!-.

Así lo hicieron, hubo silencio y todos atentos a escuchar algo, en efecto el sonido que había escuchado Lain se repitió, pero esta vez no solo lo escuchó el sino también los otros elfos que no sabían que era ni mucho menos de dónde provenía ese sonido, era un sonido real pero lejano. El sonido aquel que pertenecía a una trompeta rudimentaria se escuchó por tercera vez, pero en esta oportunidad llegó claro, nítido a los oídos del elfo negro Eryanor que estaba incrédulo ante la visión que tenía en ese momento, se preguntaba el cómo había llegado tan rápido tal basto ejército. Tal ejercito enorme, en cuyo estandarte que portaba un elfo montado en un caballo de blanca y larga crin, se podía ver una águila de oro devorando ferozmente a una serpiente negra; estaba formado impecablemente y en el frente de aquella formación estaban el Rey Elenor y el gran Elohim Arish; la visión triste de aquella hermosa ciudad ahora destruida y envuelta en llamas con sus calles llenas de orcos, llenó de rabia a Elenor que

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saltó de la formación y se puso en frente de la misma, sacó su enorme espada agitándola al viento y dijo –hermanos, hemos visto la barbarie del enemigo que sin misericordia y piedad a destruido y asesinado a muchos inocentes todo para llevar a cabo sus sucios y malvados planes, ha llegado hasta aquí sin que nada les ofreciera resistencia, ha profanado esta tierra bendita con sangre y lágrimas, pero no más, no más mis hermanos, hoy es el día en que todo ese odio llegue a su fin, hoy aquí lucharemos por el amor y la hermandad. ¡Hoy aquí, gran ejercito de Gwangur; ellos caerán ante el filo de nuestras espadas!-.

Hubo una gran algarabía de respaldo ante aquellas palabras del rey. Todos los elfos del ejército alzaron sus espadas y lanzas al cielo azul. Elenor montando a su caballo fue recorriendo toda la formación de la gran armada blanca, con la espada en sus manos gritaba – ¡valor, valor, valor, a la victoria, a la victoria!-.

Dicho esto último comenzó la arremetida de la gran armada blanca contra las fuerzas del mal. En los ojos de los orcos por primera vez se notaba miedo, miraban con estupor como aquel inmenso ejército se dirigía raudo a través de la planicie que daba a la ciudad hacia ellos. Eryanor moviéndose con rapidez dio órdenes a viva voz para que su ejército hiciera una formación defensiva con el interés de soportar la envestida, en efecto la formación en poco tiempo estuvo lista, todos con las lanzas hacia adelante formando en apariencia una sólida pared de lanzas.

La gran armada blanca seguía su camino raudo hacia la gran pared de lanzas que formaban los orcos y adelante de todos, en frente de batalla estaba el rey Elenor y el gran Elohim Arish y detrás de ellos cientos, miles de elfos, todos con una sola misión, liberar al reino de los lagos de la tiranía y el odio. La arremetida fue terrible, la defensa de los orcos que a primera vista parecía sólida, fue fácilmente destruida por los caballistas de la gran armada blanca, muchos es cierto murieron por las lanzas, pero esas bajas fueron pocas en comparación a las del ejercito negro. Luego de la arremetida de los caballistas vino la lucha con espada en mano y allí se consumó la victoria contra las fuerzas del mal, nadie era rival para el rey elfo Elenor ni para el gran Elohim Arish. En cuestión de un par de horas, el ejército negro fue exterminado, el número y la fuerza de los elfos aplastó a los orcos que murieron bajo las espadas y lanzas de la gran armada blanca, muchos otros con miedo corrieron tratando de alejarse de la batalla, muchos de estos fueron alcanzados por las flechas de los elfos. Mientras tanto Eryanor viendo que la derrota era aplastante decidió que era hora de dejar el campo de batalla y huir para salvar su vida, esquivó velozmente a quienes trataron de impedirle la huida y se encaminó en dirección por donde había

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llegado el ejército negro a la ciudad. Uno de los elfos gritó con desesperación – ¡se escapa, se escapa!-.

Muchos elfos montaron sus caballos para perseguir al elfo traidor, pero entonces se escuchó a Arish decir –no, deténganse, dejadlo ir, no vale la pena, ya le llegará su hora. Hay que asegurar la ciudad, atender a nuestros heridos y ustedes-. Dirigiéndose a un grupo de elfos –vengan conmigo, tenemos que auxiliar a nuestros hermanos, el templo es un lugar peligroso-.

En efecto, la estructura del templo había sufrido grandes daños por el fuego y por las cargas de las catapultas orcas, no era seguro que los elfos aun siguieran allí adentro. Tan de prisa como era necesario, la armada blanca se abrió paso por entre los escombros, llegó al templo que aún se mantenía en pie aunque ardía y entró en él. Lo que había dentro de la edificación no era una visión agradable, el lugar estaba destruido, además en el suelo yacían inertes los cuerpos de los elfos, los últimos defensores del templo. Como pudieron se abrieron paso por entre los cuerpos sin vida y por entre escombros hasta llegar a las puertas que daban al gran salón, el silencio dominaba el lugar, Elenor entonces habló en alta voz –Soy Elenor, rey del reino libre de Gwangur, he llegado con más de mil elfos hasta su ciudad, también me acompaña el gran Elohim Arish, os pido que abráis la puerta-.

De pronto se empezaron a escuchar sonidos detrás de las puertas, vigas que daban en el suelo, cerrojos abriéndose, murmullos, conversaciones, risas, llanto. Con la rapidez que ameritaba la situación, Lain y otros elfos, se apresuraron a abrir las puertas desde adentro, mientras los demás elfos no podían resistir la emoción de saber que sus plegarias habían sido escuchadas y respondidas. Cuando se abrieron las puertas Elenor estaba al frente de ellas y lo primero que dijo al ver a sus hermanos fue –salid, no hay peligro, las fuerzas del mal han sido expulsadas- .

Las muestras de afecto y agradecimiento no se hicieron esperar, todos y cada uno de los elfos salieron del gran salón que los había protegido y había sido su hogar durante aquellos días tristes. Y vieron la luz del día, era la primera vez que la veían en dos semanas, pero cuando dirigieron la mirada hacia su ciudad que ahora estaba en ruinas hubo tristeza y llanto y no era para menos, los orcos la habían destruido por completo, solo unas cuantas casas aún se mantenían en pie, mas sin embargo el salir con vida de aquella invasión les bastó a los elfos para mirar el futuro con esperanzas y más si como ahora tenían el apoyo y la protección de sus hermanos de Gwangur.

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CAPITULO IX

La calma después de la tormenta.

Con la ayuda y la protección de la armada blanca de Gwangur y del rey Elenor y Arish, Aqarad y Escalat fueron reconstruidas, el concejo del reino fue restablecido. La armada blanca se mantuvo en la ciudad para brindar seguridad. Con la presencia del gran Elohim Arish, el concejo del reino de los lagos se reunió de nuevo y juntos decidieron que era hora de nombrar a un nuevo rey, en una decisión unánime, Rineo, concejal pariente directo del inmolado rey Nieber, fue elegido como rey. En una ceremonia majestuosa en el gran palacio de Aqarad ya reconstruido y presidida por los demás miembros del consejo y por muchos habitantes y por supuesto el Elohim Arish, Rineo fue coronado como nuevo rey del reino de los lagos. Pasaron muchos meses, en los cuales como se dijo antes la armada blanca ayudó con la reconstrucción de las ciudades y brindo seguridad. pero llegó el momento de partir y así se lo comunicó Elenor al consejo y al rey Rineo diciendo estas palabras –vinimos aquí para prestar la ayuda que ustedes mis hermanos nos solicitaron, hemos expulsado las fuerzas de Miriahn, les hemos ayudado a reconstruir sus ciudades, hemos presenciado como han elegido a su nuevo rey, todo lo hemos hecho movidos por el amor y el respeto entre nuestros dos pueblos, pero ha llegado el momento de partir, ya ha pasado casi año y medio desde que salimos de nuestra ciudad Gwangur, extrañamos a nuestras familias, además creo que aquí ya no tenemos nada que hacer-.

El día acordado para la partida finalmente llegó, las gentes de la ciudad se reunieron para despedir a quienes los habían salvado de morir, hubo grandes muestras de afecto y gratitud para quienes se marchaban, allí también se hicieron presentes los miembros del consejo y por supuesto el rey Rineo quien con una ofrenda floral en sus manos dijo –mi amigo-. Dirigiéndose a Elenor. –Mi señor-. Dirigiéndose a Arish. –no hay palabras que expresen el agradecimiento de todos nosotros para con ustedes, solo nos queda decirles que aquí serán bienvenidos cuando quieran regresar, serán tratados como si fueran de nuestro país y no como extranjeros, también les aseguro que si algún día Gwangur requiere de nuestra ayuda, correremos presurosos a ayudarles de eso no tengan dudas-.

Dicho esto y después de que el rey Rineo entregara la ofrenda floral a Arish, la armada blanca se marchó en medio de una calle de honor hecha por los elfos de

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Aqarad y Escalat. Y así se marchó la armada blanca de Aqarad, asegurando la paz y la tranquilidad de sus hermanos, ahora los esperaba un largo viaje a casa, en donde serían recibidos como lo que eran, héroes.

♦♦♦♦♦

Mientras tanto en Agbard, Miriahn hasta ahora asimilaba la derrota en Escalat, entendió que había subestimado el poder de los elfos, supo que la conquista de la tierra no iba a ser tan fácil como suponía, no hasta que tuviera el otro Timbilis. Entendió que la guerra que él quería empezar, requeriría de muchos, muchos guerreros, muchos más que los que mandó al reino de los lagos. Para eso empezó a convocar de las entrañas de la tierra y del inframundo a muchos más guerreros, pero esta vez, con la ayuda de sus dos joyas, los hizo más fuertes, resistentes y malignos. Fue así como día tras día en las entrañas del Gordolin, miles de orcos nacieron y estos a la ves salieron de la ciudad y deforestaron los alrededores en donde aún existían algunos árboles que fueron cortados, estos árboles se transportaron hasta Gordolin en donde en una aberración de la naturaleza, nacieron cientos de uruks. Pero Miriahn sabia en su interior que el ejército que tenía que armar debía ser enorme si quería derrotar a la gran armada blanca, también sabía que por el momento debía dejar que las aguas se calmaran, por lo menos hasta cuando su ejército estuviera listo para lanzar su último ataque, ataque que él tenía la confianza fuera devastador. Los planes de conquista de la tierra por el momento estaban aplazados.

♦♦♦♦♦

Pasó cierto tiempo, en donde reinó la paz, las noticias de guerra parecían hechos demasiado lejanos, nadie quería recordar aquellos difíciles días. En el reino de los lagos la tranquilidad reinaba, bajo el liderazgo del rey Rineo y las sabias recomendaciones del consejo, las dos ciudades florecían prosperas. Aquel pueblo elfico que tuvo que enfrentar una invasión devastadora, ahora parecía que había renacido de entre las cenizas, sus dos ciudades estaban más hermosas que antes, hermosas y prosperas.

Por otro lado el reino de Gwangur era más esplendido que nunca. La hermosura de sus ciudades solo se comparada con la bondad de sus gentes. Se respiraba un aire de tranquilidad y de paz, por el momento los elfos no se preocuparon por guerras ni invasiones, solo se dedicaron a fortalecer relaciones con sus pueblos amigos, no solo con los elfos del norte, si no con los enanos, con los cuales tenían excelentes relaciones comerciales. Pero también el reino elfico de

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Gwangur comenzó a mirar también hacia el oriente, más allá del bosque de Othis, al reino de los hombres, conocido como el reino oriental de Henaith. Para estrechar relaciones de todo tipo con el reino de los hombres, una comitiva elfa fue mandada hacia la ciudad de Eroth, capital del reino de Henaith. Cruzaron el hermoso y misterioso bosque de Othis, más allá de aquel bosque se extendían unas hermosas y bastas llanuras de verde y dorado pasto, hogar de los caballos salvajes y de los Mumak gigantes. Cuando llegaron a la ciudad de Eroth, los elfos quedaron sorprendidos con el progreso y la belleza de aquella ciudad, por las calles empedradas siguieron en dirección a la casa de los reyes mientras los habitantes de la ciudad los miraban, algunos con desconfianza, otros con asombro, pues nunca en su vida habían visto en persona a los elfos, la única información que tenían databa de los antiguos manuscritos, hechos por los primeros hombres. Algunos niños y otra gente los siguieron, iban detrás de los caballos que transportaban a los elfos, estos últimos no hacían más que mirar de un lado a otro contemplando la belleza de las casas, de los balcones colgaban hermosos arreglos florales, algunas pintadas de alegres colores. Al cabo llegaron a la casa de los reyes, sitio destinado a ser el hogar del rey del reino, allí los recibió Arestes, el tercer rey de los hombres, hijo de Blastar hijo de Elnor el primer rey humano. Los elfos le entregaron al rey Arestes el mensaje enviado por el rey elfo Elenor. En aquel mensaje el rey Elenor saludaba al rey Arestes, y lo convidaba a ir a la ciudad de Gwangur para que así los dos pueblos estrecharan relaciones. Arestes que era un muy buen rey, amado por su pueblo, un rey bondadoso y justo, también era un hombre duro, él siempre había creído que su pueblo podía crecer solo sin la ayuda de los elfos, apreciaba el amor, cuidado y enseñanza de los elfos en los primeros días de los hombres, pero sabía, al igual que su abuelo, el primer rey Elnor, que los hombres debían forjar su camino solos. También sabia de las guerras entre los elfos y Miriahn y no le interesaba en lo más mínimo participar ni de un lado ni del otro, él creía que su pueblo era demasiado joven para entrar a una guerra que no era suya. Terminó de leer el mensaje, miró con seriedad pero con bondad a los elfos mensajeros y les dijo –díganle a su rey que, Arestes rey del reino de Henaith, agradece a su invitación y que ahí estaremos el día señalado, ahora deben marcharse, hay una regla clara que dice que ningún forastero puede pasar la noche en nuestra ciudad-

El día tan esperado para la visita de los hombres llegó. La ciudad de Gwangur fue preparada para la ocasión, los elfos se vistieron con hermosos vestidos y el gran palacio fue adornado con hermosos arreglos florales, en aquel día la ciudad lucía esplendida, en lo alto de un cielo azul brillaba alegre el astro rey, los elfos

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creían que era Menaih el que a través del sol reía al ver a sus hijos tan alegres, todos a la espera del rey de los hombres, Arestes.

La comitiva del rey Arestes estaba conformada por su guardia real, un grupo de 20 hombres bien armados e impecablemente vestidos con finas y pulcras ropas, iba también su esposa Pernea y su único hijo y heredero al trono, el príncipe Harod, un joven hermoso y valiente, por el que el rey profesaba un amor infinito y un orgullo incomparable. Como es sabido los hombres son mortales, pero en aquellos días eran más longevos, podían vivir en promedio cerca de los 150 años, incluso el primer rey Elnor murió a los 162 años, después de llevar a su pueblo a las tierras orientales y construir la ciudad de Eroth, su hijo el rey Blastar, vivió hasta los 157 años, Arestes contaba con 116 años y su hijo Harod con 33 años, edad en la que ya podía elegir esposa. Su padre, el rey, lo animaba para que escogiera entre muchas opciones a la mujer indicada, pero aun el joven príncipe sentía que ninguna de sus pretendientes lo llenaba del todo, aunque todas eran hermosas. El joven príncipe aún estaba esperando a la mujer indicada. El príncipe estaba emocionado por este viaje, conocer la ciudad de los elfos había sido su sueño por mucho tiempo. Cabalgaba emocionado al lado de su padre, esperando por fin ver la ciudad hermosa de la que había leído en los antiguos manuscritos, lo que no sabía el joven príncipe era que su destino iba a estar ligado a esa ciudad de los elfos, y que allí se iban a desencadenar hechos imposibles de detener que afectarían la vida de todos y la suya misma.

Los antiguos manuscritos escritos por los primeros hombres y que hablaban de los primeros días de los hombres en la tierra, de la protección y el cuidado de los elfos y que describían la hermosura de la ciudad de Gwangur, quedaban cortos ante la visión de la ciudad que brillaba hermosa ante los ojos del rey Arestes y su comitiva. Las expectativas que tenían de ver a una ciudad hermosa quedaron cortas, porque la belleza de la ciudad que tenían en frente no se podía expresar en palabras, no había ninguna palabra en lengua común que reflejara la magnificencia de aquella ciudad elfa. Desde el camino que salía del Bosque de Othis hasta la ciudad, la armada blanca hizo una calle de honor para los visitantes, todos los soldados elfos impecablemente formados y vestidos con resplandecientes armaduras color plata grisáceo. El rey Arestes y sus acompañantes transitaron el largo trayecto que lleva de la salida del bosque a las puertas de la ciudad en las cuales colgaba un estandarte que decía “Bienvenido Arestes, rey de los hombres”. Cuando cruzaron las puertas y cuando el rey creía que no podía sorprenderse más, se equivocó, porque la ciudad que se erguía detrás de esas murallas era mucho más hermosa que la vista de sí misma desde afuera. Harod no podía ocultar su fascinación, dejó la formación de la marcha y

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se adelantó. Después de casi 15 minutos subiendo escalones y calles hermosamente construidas y decoradas en honor a los visitantes, por fin llegaron al gran palacio que esta vez como era necesario estaba más esplendido que nunca, en la puerta estaba el rey Elenor y el gran Elohim Arish. Arestes bajó de su caballo, lo mismo hicieron su esposa y su hijo.

–es un honor tenerte aquí, Arestes, rey de los hombres, nos honras a todo el reino con tu presencia-. Dijo Elenor, poniéndole una mano en el hombro al rey Arestes, que hizo el mismo gesto y respondió –el honor es mío de estar en esta hermosa ciudad-.

Luego miró al Elohim e hizo una reverencia que imitó toda su comitiva, a lo que Arish expresó –no es necesario hijo mío, me alegra que hayas aceptado la invitación y que estés aquí con tu gente-.

Luego de esto Elenor expresó –seguid para dentro del castillo tenemos preparado algo para homenajearte, seguid todos inclusive ustedes-. Mirando a la guardia del rey Arestes. –Pero entended que debéis dejar todas sus armas afuera, está prohibido llevar armas en el castillo-.

Los soldados se miraron entre sí, bastó un gesto de Arestes para que su guardia accediera a entregar las armas.

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CAPITULO X

Un Amor Prohibido.

El gran salón principal del castillo, estaba arreglado como la ocasión lo ameritaba, estaba dispuesta una gran mesa para los comensales, con hermosos y apetitosos platos, bastantes elfos sirviendo platos aquí, acomodando sillas allá, cientos de elfos sentados en hermosas sillas disfrutaban de la música relajante y agradable que interpretaban unos virtuosos elfos con violines, laudes, flautas y tambores, en verdad era una música hermosa. Cuando fue anunciada la entrada al gran salón del rey Elenor y sus invitados, la música cesó, los elfos que estaban sentados, se pararon e hicieron una reverencia. Los invitados fueron conducidos a elegantes y decoradas sillas, Arestes y Harod no dejaban de admirar la belleza de aquel lugar. Arish y Elenor tomaron asiento. El trono del rey Elenor era una silla majestuosamente hecha y decorada, lo mismo que la del gran Elohim Arish que estaba ubicada a la izquierda de la de Elenor, a la derecha del rey Estaban 4 sillas un poco más pequeñas pero igualmente hermosas. Una para la reina Inbanar y las otras tres para sus hijos Anathol, Elebert y Liris.

Cuando todo estuvo dispuesto y en silencio habló el rey Elenor –hoy es un día de fiesta para nuestro reino, nos acompañan este día visitantes notables, el rey del reino oriental de Henaith, Arestes, su bella esposa y reina Pernea y su hijo el joven príncipe Harod-.

El joven príncipe casi ni se dio cuenta que el rey elfo Elenor lo había mencionado a no ser por las miradas que los presentes le dirigieron. Desde que entró al gran salón, maravillado por tanta belleza no paró de mirar para todos los lados, a los elfos presentes, a los que tocaba la música, a los que servían los platos, pero en especial a una mujer increíblemente hermosa que estaba sentada en la cuarta silla a la derecha del trono del rey Elenor. Esta mujer lo cautivó con su belleza, tenía unos largos y lisos cabellos negros que le llegaban hasta más debajo de la cintura, en su cabeza llevaba una diadema de color dorado y con incrustaciones de pequeñas gemas, una figura delgada y estilizada, un color de piel muy blanco característico de los elfos, un rostro fino pero a la vez hermoso y unos grandes y espectaculares ojos azules que esquivaba las miradas que el joven príncipe le daba. Esta mujer era nadie menos que la princesa Liris, que también había notado la entrada del joven príncipe humano. La princesa Liris era la menor de los hijos de Elenor, su padre la amaba en demasía y aunque ya

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estaba en edad para casarse y en verdad que tenía muchos pretendientes, a ella no le interesaban para nada la idea del matrimonio, pasaba su tiempo ayudando a su pueblo, quienes la admiraban y la amaban por su dedicación y bondad, pero también la princesa tenía un sueño y era defender a su pueblo a toda costa, así eso significara ir a la guerra, desde muy pequeña tomaba clases de lucha con espadas y de estrategia militar, esto a su padre el rey Elenor no le molestaba, creía que solo era un pasatiempo para ella, pero no, no era así, era más que un simple pasatiempo, era un sueño. Lo siguiente que se vio fue la presentación oficial de todos y cada uno de los visitantes, uno por uno de los elfos se pararon de sus sillas y fueron a estrecharles las manos muy cordialmente al rey Arestes, su esposa y a su hijo. Cuando las dos manos se unieron en ese saludo amistoso, una corriente les paso a los dos por todo el cuerpo. La mano de aquella elfa era muy suave y cálida y aunque el saludo fue muy breve, Harod hubiera querido que se detuviera el tiempo, para seguir admirando la belleza de aquella joven que estaba de pie al frente de él y que le estiraba la mano en un gesto muy cordial mientras le brindaba una frágil y tenue pero a la vez hermosa sonrisa. Este momento no pasó desapercibido para Liris, estrechar aquella mano firme y varonil de aquel joven que no paraba de mirarla, había sido extraño, nunca jamás se había sentido tan nerviosa de saludar a alguien, justo cuando ambos se tocaron la manos en aquel saludo, había sentido una sensación indescriptible atravesándole la dermis y activando todos los nervios sensoriales en una sensación que no había experimentado jamás. Llegó la hora de pasar a la mesa, los invitados se sentaron, el rey hizo un ademan y la música volvió a sonar. En aquella mesa se podían apreciar distintos platos y distintos tipos de bebidas, que todos con emoción y apetito fueron consumiendo con agrado. Durante la cena y mientras Elenor, Arish y los dos hijos del rey Anathol y Elebert, le relataban al rey Arestes los acontecimientos ocurridos en el reino de los lagos, Harod no podía dejar de mirar a aquella hermosa joven, era como si ella tuviera una belleza magnética que impedía dejar de mirarla, pero para alegría del joven príncipe muchas de esas miradas eran contestadas con esos grandes y espectaculares ojos azules. Era una especie de comunicación cifrada a través de miradas que nadie más advertía, nadie más en aquella enorme mesa a excepción de Moriel, un elfo miembro de una de los clanes más distinguidos del reino y por supuesto pretendiente de Liris, que era visto con buenos ojos por el rey Elenor, ya que era hijo de uno de los miembros más notables del concejo. Él era el único que había advertido la atención que el príncipe humano depositaba en Liris. Después que los comensales estuvieron satisfechos, se dio paso al baile, los elfos músicos entonaron alegres melodía que animaban a los presentes a bailar. Mientras que seguían los relatos de Elenor que Arestes escuchaba con

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mucha atención y emoción, la pista de baile improvisada se llenó de elfos y elfas que bailaban al son de las tonadas tocadas por los músicos. En un extremo del salón, sentado con la mirada fija al frente estaba el príncipe Harod que ansiaba el momento de poder cruzar palabra con Liris, por momentos la vista de la princesa se perdía entre los elfos que se cruzaban al frente de él como consecuencia del baile, no se dio cuenta que alguien se sentó al lado suyo.

-¿es hermosa no cree?-. Volvió la vista a su lado y notó a un elfo bastante bien vestido.

Con cortesía respondió –bastante hermosa-.

El elfo le estiró la mano –mi nombre es Moriel-.

Harod apartando por un momento la vista de Liris contestó el saludo. -¿qué sabes de ella, es casada?-. Preguntó Harod.

–aun no, aunque solo nos faltan algunos detalles por concretar-. Respondió el elfo. –La he estado cortejando por muchos días-. Continuó –y creo que por fin me ha dado una respuesta positiva, solo es cuestión que el rey nos de su bendición, lo cual creo que será fácil porque tengo buena relación con él-.

Fue visible en el rostro de Harod la decepción que le produjo oír aquella respuesta de los labios del elfo, que luego de dicho eso procedió a pararse e integrarse a quienes oían atentamente los relatos en la voz del rey Elenor.

Tomó una respiración profunda, reunió fuerzas y voluntad y se paró de su silla, caminó esquivando a los bailarines, se dirigió a donde estaba la princesa Liris sentada, aquella princesa que desde el primer momento en que vio a Harod pararse de su silla no le apartó la mirada y más cuando vio que venía hacia ella. Estirándole la mano y haciendo una breve reverencia, Harod preguntó – ¿me haría el honor, señora?-.

Liris no le respondió pero le estiró la mano hacia la de él y se paró de su silla y también le respondió con una reverencia y una sonrisa. Durante aquel baile Harod se sintió más atraído por aquella elfa, de sus cabellos se desprendía un olor a rosas y lilas que era muy agradable, también su piel que era delicada y suave se desprendía un olor delicioso. Ahora que la tenía más de cerca notó la verdadera belleza de Liris, era una belleza transparente, nítida, incomparable, no era solo unos hermosos ojos, una hermosa cara ni un cuerpo hermosamente delineado, era todo un conjunto que la hacían una elfa verdaderamente

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agraciada. En ese primer baile no hubo palabras, no se necesitaron y no se necesitaron porque la piel era el mejor medio de comunicación, también las miradas, miradas que durante aquel primer baile se encontraron en muchas ocasiones, oír el respirar cálido y el latido de los corazones que se aligeraron cuando empezaron al bailar, estos fueron los medio que desplazaron a las palabras por lo menos por el momento. Al terminar el baile, cada uno se fue hacia su respectivo puesto. La música seguía, también el relato de Elenor que interesadamente Arestes y unos no muy pocos elfos escuchaban. De pronto Liris se paró de su silla y se dirigió hacia unas escaleras que daban a el segundo piso, no sin antes brindarle una mirada cómplice a Harod, era una especie de invitación a seguirla, cosa que Harod entendió muy bien, esperó unos cuantos minutos, luego también se dirigió a las escaleras; estas daban a un largo pasillo a través de muchas habitaciones hermosamente decoradas, lo atravesó hasta el final. Aquel pasillo daba a un balcón con vista a la ciudad y allí de espaldas estaba la hermosa Liris. También de espaldas lucia hermosa, sus largos cabellos negros que bailaban alegremente al son del viento que venia del norte. Liris notó la presencia del hombre y sin mirarlo dijo –me ha seguido hasta aquí, ¿porque?-.

–Es solo que quería estar a solas usted un momento-. Respondió Harod, que entró al balcón y se puso al lado de Liris.

Ella tenía la vista fija hacia el norte luego volvió a hablar – ¿no es hermosa la vista?-.

Harod respondió –si lo es, pero en tu reino esto parece muy constante-

– ¿Qué cosa?- preguntó Liris sin mirar al joven príncipe.

–las cosas hermosas, desde que llegué a esta tu ciudad, he visto muchas de ellas-. Respondió Harod también mirando hacia el norte tratando de descubrir que era lo que veía Liris, pero se dio cuenta que no era nada especifico, que lo que miraba la elfa era solo la belleza que se podía ver desde aquel balcón. Y así se mantuvieron en silencio durante unos largos minutos en los que solo se escuchaba el susurro del viento. La tarde estaba llegando a su fin y la vista de ese fenómeno natural era espectacular desde aquel lugar donde estaba Harod y Liris. De pronto Harod cortó aquel profundo silencio –me he enterado de su compromiso, solo quiero en nombre de mi reino, darle mis más sinceras felicitaciones-.

Liris un poco confusa solo atinó a decir – ¿compromiso?-.

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-si con Moriel, él me lo comunicó en el baile, me dijo que todo estaba arreglado, me dijo que durante mucho tiempo él la había cortejado y que usted al fin le había dado una respuesta positiva-. Dijo Harod.

Liris con una sonrisa en el rostro y mirando por primera vez a Harod dijo –si es verdad que él me corteja, pero no es cierto que yo le haya dado una respuesta, el solo es un buen amigo, un buen amigo que habla mucho, como usted se puede dar cuenta-.

Aquella respuesta llenó de alegría a Harod, quien trató de ocultarla, pero de su cara se desprendió una sonrisa de satisfacción.

– ¿Por qué, desde su llegada no hace otra cosa más que mirarme?-. Preguntó Liris, dirigiendo otra vez la mirada al horizonte.

Harod respondió con honestidad –la verdad señora es que en mi vida jamás he visto tal belleza como la suya-.

Liris volvió a mirar a Harod un poco ruborizada y dijo –no puedo creerle eso que me dice, seguramente en su reino habrá mujeres muy hermosas-.

–Las hay, muchas de ellas, pero ninguna como usted, la belleza suya, mi señora, es única-. Respondió Harod.

Liris bajando la mirada y visiblemente apenada dijo –basta ya que me hace sonrojar, señor príncipe, mejor hábleme de usted-.

Aquella conversación siguió durante muchos minutos en los cuales hablaron de sus intereses comunes, Harod habló de lo bello que era su reino, Liris escuchaba alegremente los relatos del joven príncipe quien hablaba de su país y de su ciudad.

♦♦♦♦♦

Llegó la hora de partir, era de mañana, la fiesta se había prolongado hasta el amanecer, cuando Arestes decidió que era hora de partir. Elenor despidió al rey de los hombres y a su comitiva con estas palabras –Arestes, tú y tu pueblo siempre serán bien recibidos aquí en mi ciudad, que tengas un feliz regreso a casa y no te olvides del camino, espero algún día muy cercano volver a encontrarnos-.

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Arestes respondió –no tengo más que palabras de agradecimiento por tu hospitalidad, además quisiera aprovechar esta oportunidad para invitarte a mi país, allí como tú lo has hecho conmigo, serás bien atendido, adiós viejo amigo-.

Se estrecharon las manos como señal de despedida pero también de amistad y respeto. Y llegó el momento del adiós para los dos, Liris le estiró la mano y Harod la tomó y se la besó mientras hacia una pequeña genuflexión.

-que tenga un buen viaje-. Dijo ella.

A lo que él respondió –espero que esta no sea la última vez que tenga el privilegio y la alegría de verla, mi señora-.

Luego de aquella despedida, montaron sus caballos y se alejaron del castillo, momentos en los cuales Harod no dejaba de mirar hacia atrás. Liris tampoco dejaba de mirar, en lo profundo de su corazón una llama se había encendido, el haber conocido a aquel joven la llenaba de un sentimiento ajeno a ella, y ahora que lo veía partir solo deseaba volverlo a ver. Mientras permanecía parada, sonriente, despidiendo a los que partían, la elfa notó unos ojos que la observaban, era el elfo Moriel quien no dejaba de verla como notando algo que a los demás presentes les era esquivo. Liris visiblemente incomoda con aquella situación, procedió a retirarse del lugar e ir a su habitación y mientras lo hacía siguió sintiendo la mirada puesta en ella de Moriel, aquella mirada que le resultaba incomoda, porque sentía que era una mirada que la escudriñaba tratando de encontrar el más profundo secreto.

♦♦♦♦♦

Pasó cierto tiempo desde aquellos eventos, Harod regresó a su reino, pero nunca dejó de pensar en la elfa Liris, de hecho no hubo un día siquiera que dejara de pensar en ella, sabía que había encontrado el amor que por largo tiempo había esperado, los días se le hicieron eternos, entendió que tenía que verla de nuevo, pero también sabia el riesgo que aquello implicaba, según las leyes de su reino, no era aceptada la unión entre un hombre y una elfa, esto era causal de destierro y también sabía, por los antiguos manuscritos, que en el reino de Gwangur también era prohibido la unión de las razas, pero el castigo era más severo, se hablaba de pena de prisión perpetua a quien osara pretender a una elfa. Pero esto poco le importó a Harod, lo único que le importaba era hallar la forma de ver otra vez a la hermosa elfa. Así que se ideo la forma de ver otra vez a Liris, pero sin que ninguno de los dos corriera peligro. Como había quedado establecido en la ciudad de Gwangur, donde no solo era una fiesta de

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integración entre los dos pueblos, sino que se firmaron acuerdos comerciales, entre los cuales estaba uno que decía que mensualmente del reino de Henaith saliera una gran cantidad de comida y productos agrícolas hacia Gwangur, mientras de Gwangur se enviaba a Henaith toda clase de finas ropas cocidas con el talento de los prodigiosos elfos. Aprovechando esto, el príncipe escribió una pequeña nota con un pequeño presente y se la entregó a uno de sus más leales sirvientes quien era uno de los que transportarían la carga hacia Gwangur, con la orden estricta de ser discreto y hacerla llegar a Liris con el mayor sigilo posible sin que nadie se diera por enterado. La carga partió de Eroth con dirección a Gwangur y en ella iban las esperanzas de Harod.

♦♦♦♦♦

Era aun de mañana y Liris estaba frente al espejo peinando su hermoso cabello y mientras lo hacía y como en los demás días anteriores una sola persona dominaba sus pensamientos, Harod, ella al igual que él no sabía la hora de volver a ver a quien encontraba tan encantador y que despertaba en ella tales sentimientos. De pronto alguien tocó a la puerta de la habitación sacando del letargo a Liris, -siga-. Dijo la elfa sin dejar de peinarse.

–perdone señora pero ha llegado algo para usted y se me ha rogado que se le entregue con el mayor sigilo posible-. Quien hablaba era una de las serviles del castillo y amiga de Liris. Se acercó y le entregó un pequeño paquete en forma de cofrecito pequeño.

– ¿qué es esto y quien me lo ha enviado?-. Preguntó Liris.

La sirvienta respondió –mi señora, uno de los hombres que vienen del país de los humanos me lo ha pasado con la orden que se lo entregue a usted. Quien lo envía, no lo ha dicho-.

La elfa lo abrió y en el interior estaba un bello gancho para el cabello, junto a él estaba una pequeña nota, Liris cogió el bello gancho y se dio cuenta que estaba hecho en oro puro, luego desdobló el papel y leyó la nota allí escrita mentalmente, de pronto y ante la mirada cómplice de la empleada que aún estaba en la habitación, del rostro de Liris brotó una sonrisa que iluminó su bello rostro. –Es el príncipe Harod, me pide que nos veamos en el bosque-. Dijo Liris mirando a la empleada que sonrió apenas escuchó lo que su ama decía.

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– ¿y usted señora irá?-. Preguntó la empleada con delicadeza pero a la vez con emoción.

A lo que Liris respondió –cierto es que esto es lo que yo quiero, pero tú sabes que es peligroso, si mi padre se entera…..-. Hubo una pausa, luego Liris volvió a hablar a su empleada –te lo ruego, nadie, nadie puede enterarse de esto-. La empleada asintió con la cabeza y salió de la habitación.

♦♦♦♦♦

El día señalado para la cita llegó. Esa mañana era espectacular, el sol brillaba radiante en el azul cielo, un viento fresco venia de las montañas del oeste haciendo una combinación ideal de calor con frescura. Liris estaba lista para la ocasión, llevaba un hermoso aunque sencillo vestido color aguamarina, el pelo hermosamente peinado y llevaba el presente de Harod. Salió de su habitación junto con su servil elfa llamada Yennin con dirección a las caballerizas, allí previamente estaba listo su corcel, un ejemplar color blanco que lleva en su frente una hermosa diadema para caballos color dorado, una crin larga color gris y una lujosa silla. La elfa lo montó y salió con rumbo al bosque de Othis, al punto acordado para la cita, detrás de ella iba su leal y servil Yennin. Cabalgaron lentamente por entre las calles de la ciudad que estaba afuera de las murallas de Gwangur, ante la mirada de afecto y admiración que le daban a la princesa los residentes del lugar, de pronto un grupo de guardias del reino notó la presencia de la princesa y que se dirigía con dirección al bosque y le dio alcance, uno de los guardias el que parecía ser el jefe le dijo –señora, ¿queréis que te acompañemos como escoltas?-.

La elfa con amabilidad respondió –no es necesario solo he venido a cabalgar un poco, no me voy a alejar mucho.

-como gustéis señora, que tengáis un tranquilo y placentero paseo-. Volvió a decir el guardia mientras con un gesto les ordenaba a los demás guardias dejar sola a la princesa y a su sirvienta.

El sitio que Harod había convenido para la reunión era un pequeño claro en el bosque de Othis, había una pequeña fuente de agua rodeada de un verde pasto y hermosas flores que a la luz del día le daban un toque de hermosura a aquel lugar. Liris y su sirvienta habían cabalgado cerca de 1 hora siguiendo las instrucciones de la pequeña nota que días atrás había recibido de Harod. Cuando la princesa supo que estaban cerca del sitio acordado para el

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reencuentro se detuvo y le dijo a Yennin –es aquí, espérame y si ves a alguien o algo raro me avisas, no me demoraré-.

La sirvienta asintió y desmontó su caballo, lo amarró a un árbol cercano y se puso alerta a montar guardia. Liris mientras tanto también desmontó su caballo y se acercó al sitio escogido para el encuentro, dio un vistazo alrededor y notó la hermosura de aquel lugar, el agua cristalina, el verde pasto y las hermosas y dulcemente aromáticas flores; siguió un poco más y no vio a nadie, se desanimó por no ver a el príncipe Harod, de pronto la alegría le volvió al ver a Harod sentado recostado sobre un árbol, trató de ocultar su emoción por ver al príncipe pero de su rostro y casi sin poderlo evitar brotó una sonrisa. Harod cuando vio a Liris se paró inmediatamente y fue a su encuentro, luego dijo –creí que no ibas a venir, pero ya que estas aquí mi corazón se alegra de que hayas aceptado verme, además de eso, te vez realmente hermosa-. Se acercó, tomó las riendas del el caballo y lo llevó y lo ató a un árbol.

Liris dijo –no lo ates puesto que no voy a demorarme demasiado-. Hubo un silencio, luego Liris siguió –solo he venido a decirte que esto no es correcto, agradezco mucho tu presente pero sabes que esto no puede ser-.

– ¿no puede ser?, ¿Porque?, ¿Por quién?, ¿O por quienes?-. Preguntó Harod.

Liris se dio la vuelta, en ese momento Harod se acercó y le puso la mano en el hombro de la elfa y dijo con voz dulce –si solo me dices que tu no sentiste lo mismo que yo en la fiesta y que en realidad no quieres estar aquí, me daré media vuelta y me iré y jamás volverás a saber de mi…… ¿es eso lo que quieres?-.

Liris aun de espaldas frotó su rostro con la mano de Harod que aún estaba en su hombro, luego puso la suya encima de la del hombre, se dio media vuelta y miró a Harod con esos enormes y hermosos ojos azules y dijo –yo también lo sentí….es solo que……-. Liris bajó la cabeza.

Harod con suavidad la tomó de la barbilla y le subió la cara, luego dijo –solo que nada…..no te preocupes, lo que sentimos no puede de ninguna manera ser algo inapropiado, solo es algo que ambos sentimos y que debemos dejar que fluya. El hecho que estés aquí, tan hermosa y con mi presente en tu cabello, significa para mí que tú también sientes lo que estoy sintiendo, ¿entonces porque no arriesgarnos?-.

Liris respondió con una voz dura –porque las leyes así están escritas y no solo hablo de las nuestras y de las de tu pueblo sino también de las leyes de la

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naturaleza. Harod, tu eres un hombre, mortal, envejecerás y morirás, esa es tu naturaleza, mi naturaleza es vivir por mucho tiempo hasta que la memoria no me dé para recordar estos tiempos, cientos de miles de años pasaran ante mis ojos, ese es mi destino-. La elfa se dirigió hacia donde estaba su caballo atado, pero Harod la tomó de la mano y con delicadeza la sujetó.

luego le dijo –es cierto todo lo que dices, tu eres una elfa inmortal y yo solo un hombre, pero no me preocupa el futuro, sé que algún día moriré, sea por la lenta acción del tiempo o por el filo de la espada de algún enemigo en batalla, moriré, pero cuando llegue ese día mirare hacia atrás y me diré y me reprochare el haberte dejado ir…..lo que quiero decir es que no mires el futuro, mira el presente, míranos a los dos aquí, ahora mismo, solo dos enamorados que quieren expresar su amor, sin importar la raza o los designios de la naturaleza, solo dos amantes en este inmenso bosque-.

Luego de dicho esto puso sus manos sobre su esbelta y delgada cadera y la besó en los labios, al principio ella se resistió pero después de un corto tiempo respondió aquel beso con una habilidad notable. Aquel primer beso mágico selló la unión de estos dos enamorados.

El momento de la despedida llegó, Había pasado mucho tiempo y la elfa sabía que su padre se podía preocupar, de ninguna manera quería levantar alguna sospecha. Ambos se despidieron y tomaron distintos rumbos no sin antes concretar la próxima cita, que desde luego iba a ser en este mismo lugar mágico, lugar que de ahora en adelante iba a ser el cómplice de este amor prohibido entre la elfa Liris y el Hombre Harod.

♦♦♦♦♦

Era de noche en el castillo de Gwangur y la cena estaba servida y en la mesa todos los comensales, el rey Elenor, su esposa la reina Inbanar y los tres príncipes Anathol, Elebert y Liris. Mientras el rey discutía con sus dos hijos cuestiones del reino, la reina Inbanar le dijo a su hija Liris –que hermoso prende llevas en el cabello, no te lo había visto-.

Liris respondió –lo compré en el mercado-.

–qué extraño, nunca había visto nada parecido por aquí, es muy hermoso-. Dijo la reina.

Liris respondió de nuevo –lo es-.

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La reina volvió a hablar –en toda la mañana no te vi, ¿dónde estuviste?-

– es cierto-. Interrumpió el rey. –algunos soldados me dijeron que te habían visto ir en dirección al bosque, que te ofrecieron compañía y tú no la quisiste. ¿A dónde ibas hija mía?-.

Liris disimulando su nerviosismo respondió –solo quise montar un rato, fui hasta no muy lejos en el bosque-. Luego mirando al rey dijo –sabes padre que de niña me encantaba pasear por el bosque y hace mucho tiempo no lo hacía, así que decidí ir a observar un rato, me entretuve mucho y no me di cuenta de la hora-.

El rey con una sonrisa en el rostro dijo sonoramente –me alegra que te entretengas paseando, siempre estas cuidando de los soldados y visitando a los enfermos, de vez en cuando es bueno relajarse un rato, tus hermanos y yo podemos encargarnos de lo demás-. La cena siguió tranquila y normal.

♦♦♦♦♦

Pasaron los días y los dos enamorados siempre cumplieron sus citas en aquel claro en el bosque, cubiertos por la soledad del lugar creyeron que nadie excepto Yennin los veía, pero se equivocaron, en el bosque a través de los árboles, unos ojos los vigilaban, unos ojos maliciosos, ojos de maldad, ojos de ira, ojos indiscretos los vigilaban esperando la oportunidad perfecta para gritar aquel secreto a los cuatro vientos; esos ojos pertenecían a nadie menos y nadie más que a Moriel, el elfo, quien desde el principio sospechó de Harod y su interés en Liris. Este elfo valiéndose de amistades en la guardia del castillo se había enterado de los paseos de la princesa y un día la siguió con sigilo, hasta hallarla en aquel claro en medio del bosque con el hombre que tanta desconfianza le inspiraba, en aquel momento tuvo que retenerse para no salir y dejarse notar y así expresar su descontento por esa situación, pero se contuvo y entendió que podía sacar provecho de aquella situación en el futuro, solo era cuestión de esperar con paciencia el momento preciso para actuar.

♦♦♦♦♦

Como fue convenido en Gwangur, llegó el día de la visita de los elfos al reino humano de Henaith. El rey Elenor su esposa y sus tres hijos además de unos pocos allegados entre ellos estaba Moriel y por supuesto el Elohim Arish, se dirigieron y llegaron a Eroth en donde fueron bien recibidos por la gente de la ciudad y por supuesto por el rey Arestes y junto a él su amado hijo Harod, quien

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estaba emocionado por ver a su amada, quien esta vez estaba más hermosa que de costumbre. Harod tuvo que reprimir las ganas de ir abrazarla y besarla y gritar a los cuatro vientos que la amaba con toda el alma, pero sabía que debía ser cuidadoso, pues si hacia eso su vida corría peligro, primero tenía que hablar y contarle lo que sentía a su padre, el rey Arestes, quien seguro lo entendería y lo apoyaría. Pero Harod decidió dejarlo para después de aquella visita, por el momento se concentró en ser un buen anfitrión para las visitas y en admirar la hermosura de su amada. Durante aquella visita Moriel nunca le quitó la mirada de encima a Harod y a Liris quienes no necesitaron de hablar para demostrarse lo que sentían, solo bastaba un pequeño rose de las ropas para que ambos sintieran como las pulsaciones de sus corazones subían. Como en Gwangur, en la casa de los reyes de Eroth también se organizó una pequeña fiesta, el salón humildemente decorado pero hermoso, del techo colgaban exóticas flores que emanaban cálidos aromas que envolvían todo el lugar, también había una mesa con mucha comida, carnes de diferentes tipos, cerdo, pescado y pollo acompañadas por deliciosos aderezos y ensaladas típicas de aquel reino. También habían músicos tal vez no tan prodigiosos como los elfos pero tocaban una música bastante agradable, de pronto uno de ellos, con una apariencia bastante longeva, en un receso tomó la palabra y dijo haciendo una venia al rey Arestes –si me permite mi rey, quisiera cantarle a ustedes hoy uno de mis más famosos y lindos romances, es sobre el amor, ese amor que viene del alma y que no tiene barreras-.

El rey asintió mientras los hombres del lugar aplaudieron con algarabía pues ya conocían aquel romance que de verdad era muy hermoso. Mientras aquel poeta iniciaba su romance tocando en su laúd una entrada bastante admirable, Liris y Harod cruzaron las miradas y escucharon atentamente las líneas de aquel hermoso romance. Aquel romance hablaba del amor de un hombre por su mujer y como un día el mal lleno de envidia por aquel amor crisálido, se manifestó quitándole a su amada para siempre, el hombre solitario y triste vagó por el mundo, tratando de encontrar la manera de traer a su amada de nuevo a la vida y como en un país lejano encontró un mago que le dijo que tenía la forma de abrir las puertas del infierno, pero el mago le advirtió que si entraba al infierno no podía volver a salir, mas sin embargo esto poco le importó al hombre quien no lo pensó dos veces y se adentró en el averno para rescatar a su amada, el maligno al ver al hombre lo retó a un duelo y comenzó una extraordinaria pelea entre el maligno y el hombre que ahora el portador de la luz, al final el hombre ganó la batalla y pudo ver a su amada de nuevo, pero la dicha no pudo ser duradera porque el hombre estaba mal herido, así que con las

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ultimas fuerzas el hombre le exigió al maligno liberar del infierno a su amada, el maligno accedió pero condenó al hombre a morar para siempre en el infierno. Y así su amada volvió a la vida, y vivió triste, pero nunca jamás se olvidó del sacrificio de su amor de quien aún se escuchan sus lamentos en el infierno.

Cuando terminó aquella canción los presentes brindaron un ensordecedor aplauso al poeta quien solo atinaba a hacer reverencias y sonreír y mostrar su malformada dentadura. Aquella visita siguió y muchos comensales se alistaron para pasar a manteles. En la mesa central se sentaron el rey Arestes su esposa y su hijo Harod y se situaron hermosas sillas para el rey elfo y sus tres hijos y esposa, en el centro de la mesa en un lugar de privilegio sentado en la silla más hermosa se sentó Arish, alrededor de ellos otras mesas con los demás asistentes, entre elfos y hombres, se sentaron juntos, cosa que incomodó bastante a Moriel pues él era un elfo muy orgulloso que consideraba a los hombres como una raza inferior a los elfos. Durante aquella cena el rey Arestes recitaba historias e los primeros hombres y de cómo habían construido la ciudad luego de haber salido de Gwangur.

Mientras las conversaciones iban y venían y la comida era digerida, el rey elfo Elenor miró a Harod y preguntó –dime hijo, ¿ya estás en edad para encontrar una mujer no es así?-.

Harod respondió con respeto –así es señor-.

–El príncipe tiene muchas buenas opciones-. Dijo Arestes visiblemente orgulloso.

–muy bien y dime, ¿ya elegiste alguna?-. Volvió a preguntar el rey elfo mirando de nuevo a Harod quien miró a Liris y luego respondió –sí, yo ya he elegido, tan solo falta que ella me elija a mí-.

Del rostro de Liris brotó una sonrisa imperceptible para todos los presentes menos para Harod y para Moriel. Como decían las leyes de aquel país, ningún extranjero podía pasar la noche en el país de Henaith así que la comitiva elfa fue alegremente despedida y allí Harod despidió a su amada, con la tristeza de verla partir pero con la esperanza de verla de nuevo en su lugar, aquel claro en el bosque de Othis. Mas sin embargo aquella tristeza por la despedida iba a ser premonitoria de hechos que muy pronto se iban a desencadenar y que le darían un vuelco trascendental a esta historia, pero por el momento Liris montada en su caballo y en dirección a su reino, volvía la cabeza y miraba a su amor quien la

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despedía con la mano en alto y con una sonrisa, ella también esperaba con ansias el momento del próximo encuentro.

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CAPITULO XI

Un destino ya trazado.

Cada vez los encuentros entre los dos enamorados se hicieron más y más frecuentes, sin embargo se mantenían en la más profunda clandestinidad, tan solo Yennin y Moriel lo sabían, este último llevado por los celos y el odio que crecía en su corazón supo que había llegado la hora de actuar y puso en marcha su plan.

Cierto día Liris llegó como era costumbre de mañana a aquel claro en el bosque, para reunirse con su amor, pero él aún no había llegado y eso le pareció raro a la elfa, porque en todo este tiempo Harod siempre llegaba primero al lugar y siempre estaba esperándola. Ató a su caballo y se sentó a esperar a Harod confiada que su amor estaría bien y que solo se había retrasado por alguna razón. Había pasado cerca de 1 hora y la princesa elfa ya estaba un poco preocupada porque Harod no daba señales, de pronto escuchó ruidos cercanos precisamente por el lugar por donde Harod solía venir, rápidamente se puso de pie y caminó hacia el lugar donde provenían los ruidos y efectivamente alguien estaba allí, pero ese alguien no era el que esperaba Liris. Quien estaba allí era nadie más y nadie menos que Moriel quien al darse cuenta que Liris ya lo había notado dijo – ¿esperabas a alguien princesa?-.

Liris visiblemente confundida, solo atinó a decir –pero que…. ¿qué haces tú aquí?-.

–esta debe ser una sorpresa para ti… ¿no princesa?-. Dijo burlonamente Moriel, luego caminó hacia ella y pasó de largo con dirección a la fuente, al llegar allí se agachó y metió la mano en el agua cristalina luego ante el asombro de Liris, dijo –este es un muy buen lugar, entiendo porque lo escogieron para verse….a propósito, parece que hoy te han dejado plantada-.

Liris saliendo un poco del asombro dijo –dime Moriel que estás haciendo aquí y que es lo que quieres-.

El elfo miro fijamente a Liris y respondió con una sonrisa de satisfacción en el rostro – ¿que estoy haciendo aquí?...esto es lo que hago-.

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El elfo silbó y de entre los arbustos y ante la mirada de asombro de Liris salieron varios elfos quienes traían a Harod atado de las manos y con la boca vendada, al notarlo Liris corrió hacia Harod, pero dos de los elfos le salieron al paso impidiéndole llegar hasta el hombre.

– ¿qué es lo que hacen?……desátenlo, se los ordeno….desátenlo-. Dijo Liris con rabia e indignación.

Moriel volvió a hablar –de verdad creíste que nadie nunca se iba a enterar de tu pequeño secreto…. por favor, un elfo mezclado con un humano…es asqueroso…pero esto termina aquí hoy…yo en nombre de nuestra raza limpiare con sangre esta ofensa-.

Moriel caminó en dirección a Harod, quien era sujetado con fiereza por dos elfos mientras que los dos elfos que le cerraron el paso a Liris ahora la sujetaban también con fuerza impidiéndole a la elfa moverse, de pronto del otro lado del sendero apareció otro elfo y este traía dominada a Yennin, al verla Moriel dirigió la vista a Liris y dijo –otra traidora….pagara por ello-.

–déjenla ir ella no tiene nada que ver con esto. Ya verás que a mi padre no le gustará esto que haces-. Dijo Liris inmóvil por la fuerza de los elfos.

-¿de verdad quieres hablar de tu padre?-. Preguntó Moriel, luego siguió –El rey me agradecerá por lo que estoy haciendo-. Luego se acercó a Harod y le desató la venda de la boca, luego recogió del piso la funda de la espada de Harod, en ella estaba la espada y dos cuchillos, sacó la espada e hizo unas muestras de sus dotes como espadachín seguido dijo –esta es una muy buena espada-.

Harod aun recuperándose de la incomodidad que le había producido la venda en la boca que estaba fuertemente apretada, dijo en tono desafiante –desátame y te enseñare que puedo hacer con ella-.

Moriel rió y lo siguieron los otros elfos. – ¿sabes cuál es el castigo en nuestro reino por pretender a una elfa?.......prisión perpetua…. ¿y sabes cuál es el castigo para ustedes los hombres por matar a un elfo?....pena de muerte-.

Después de decir esto y ante el asombro de todos los presentes en especial el de Liris y Harod, Moriel con una rapidez admirable clavó la espada de Harod en el pecho de uno de los elfos que sostenía a Harod, el elfo cayó al suelo moribundo con la espada clavada en su pecho, seguido Moriel se agachó y le dijo al oído al elfo moribundo –míralo como un pequeño sacrificio por tu pueblo-.

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–Estás loco Moriel-. Gritó Liris con llanto en sus ojos.

Moriel se puso de nuevo de pie y desenfundó su espada, caminó hacia donde estaba Liris y contra su voluntad la besó a la fuerza. En ese preciso momento y aprovechando un momento de descuido de su captor, Harod hizo una maniobra y se liberó del elfo con un codazo certeramente asestado en el pecho, el elfo cayó de rodillas sobre el pasto retorciéndose de dolor, Moriel y los otros voltearon la vista hacia Harod, pero Liris rápida, también aprovechó la coyuntura y empujó a sus dos captores y se liberó de la opresión, luego y ante la sorpresa de Moriel, la elfa le dio un golpe en la cabeza al elfo quien cayó aturdió al suelo, seguido la elfa desenvainó su espada de su cinto y dio un gran salto para caer con la espada en dirección horizontal sobre el elfo que segundos antes tenía sujetado a Harod y que ahora sacaba un cuchillo amenazante contra su amor. La espada se le clavó en el pecho al elfo quitándole la vida de manera inmediata, luego rápidamente Liris recogió el cuchillo y con el cortó las ataduras de las manos de Harod, quien después de ser libre de las manos, le dio un enorme y apasionado beso a Liris quien respondió con la misma pasión. El otro elfo quien tenía sujetada a Yennin, la arrojó con violencia haciendo que su cabeza diera contra el borde de un árbol y perdiera el conocimiento, luego el elfo desenfundó la espada y se dirigió a toda carrera a donde estaban Liris y Harod, mientras tanto Moriel salía del aturdimiento y también tomó en sus manos su espada. Era una lucha de dos contra dos, Liris y Harod contra Moriel y el otro elfo que respondía al nombre de Zwylak. La lucha empezó y Harod derrotó hábil y rápidamente a Zwylak, pero Moriel era demasiado rival para Liris, el elfo tenía una técnica superior y ni hablar de la parte física, viendo esto Harod se sumó a la lucha, mas sin embargo Moriel luchó contra los dos sin mostrar debilidad, por el contrario sus ataques eran más certeros y sus defensas eficaces. Durante la batalla, Harod fue herido en el costado por la espada de Moriel, así que la lucha volvía a ser de Liris contra el elfo, una lucha desigual que rápidamente Moriel inclinó a su favor, hiriendo con un rápido tajo de su hoja en el dorso de Liris, esta última cayó tomándose la herida con la mano y soltando su espada, en ese momento Moriel se dio cuenta que Liris también lo había herido, quizá por el calor de la batalla, no se había dado cuenta que tenía una herida en el brazo, lleno de rabia e invadido por la ira, Moriel se dirigió a donde estaba la princesa y la tomó del cabello luego dijo –¿en verdad estas dispuesta a sacrificar tu vida por este miserable humano?-.

Liris respondió –mi vida y mucho más…. ¿y sabes porque?.....porque lo amo-.

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Esto Llenó aún más de ira a Moriel quien sujetaba a la elfa por sus negros cabellos y con una fuerza brutal la arrojó al piso, caminó hacia donde se encontraba Harod, quien yacía de espaldas contra el suelo tomándose el costado herido, Moriel se aproximó y sacó un cuchillo, cogió a Harod del cuello y lo elevó hasta estar a la altura de su rostro y con una sonrisa malévola le dijo –esto termina hoy aquí para ti….miserable humano-.

Luego de decir esto hizo el movimiento para clavarle el cuchillo en el pecho de Harod, pero este último fue más rápido, ya que apenas Moriel lo había tomado del cuello, Harod con disimulo había sacado un cuchillo de su cinto y lo escondió en su mano, así que cuando Moriel hizo el movimiento para clavarle el arma, Harod se le adelantó y clavó el cuchillo una y luego dos y tres veces en el pecho del elfo que cayó maldiciendo y mal hedido y aun con el cuchillo clavado en su pecho. Luego de esto Harod caminó hacia donde se encontraba Liris, quien yacía sin conocimiento en el piso, pero cuando había dado dos o tres pasos, sintió que una flecha se le clavó en el muslo, aquel impacto y su seguido dolor lo hicieron caer de rodillas al suelo, luego vio que dentro de la espesura del bosque empezaban a salir mucho elfos con arcos y flechas. El mismo elfo que segundos atrás le había disparado a Harod, sacó una flecha nueva de su carcaj y le apuntó de nuevo listo para disparar, pero una voz lo detuvo, una voz de autoridad, era ni más ni menos que el rey Elenor quien estaba montado en un enorme y majestuoso caballo. El rey bajó de su equino y viendo aquel panorama que mostraba el lugar, elfos muertos y entre ellos uno que reconocía, Moriel, quien yacía con un cuchillo en el pecho en medio de un charco de sangre, dijo -pero que ha pasado aquí….¿qué es todo esto?-.

Luego vio a su querida hija tirada inconsciente al lado de un árbol y corrió hacia ella, la tomó en sus brazos, vio la herida en su costado y con desesperación exclamó –hija mía, mi querida hija, ¿qué te han hecho?-.

Harod trató de incorporarse y mientras lo hacía dijo –señor, quisiera explicarte lo que ha pasa….-.

-¡callad!-. Interrumpió Elenor, luego hizo unas señas a algunos elfos y mirando a Harod volvió a decir –ya tendrás tiempo de explicar….apresadlo y traigan una carrosa para mi hija…-.

De pronto otro elfo interrumpió al rey diciendo –mi señor, hay alguien aún con vida-.

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Efectivamente Moriel aún estaba con vida pero no por mucho tiempo, la hemorragia era intensa y las cuchilladas habían alcanzado órganos vitales, así que era cuestión de minutos para que se le fuera la vida de su cuerpo. El rey dejando a Liris al cuidado de varios elfos quienes la cargaron hasta una carrosa, se dirigió hasta donde estaba Moriel, se agachó y con tristeza dijo –no te muevas mucho, te sacaremos de aquí…-.

Pero el rey sabía en su interior que la situación era crítica y que poco o nada se podía hacer para salvarle la vida a Moriel. El elfo tomó la mano de su rey y haciendo un esfuerzo más allá de lo que podía soportar dijo con voz temblorosa y entrecortada – mi señor….el humano…el humano…..-.

– ¿El humano que?- .Preguntó Elenor intrigado.

Moriel seguía haciendo esfuerzos dolorosos por hablar –el humano….nos hizo esto…el…tiene....Romance con la princesa….castigadlo-.

Y dicho esto último, murió. El rey le cerró los ojos y consternado a un por las últimas palabras del elfo, ordenó que en otra carrosa montaran todos los cuerpos sin vida de los elfos, en efecto así se hizo y la comita real partió con rumbo a Gwangur.

♦♦♦♦♦

Cuando abrió los ojos, y vinieron a su memoria los recuerdos cercanos, lo primero que le vino a la mente a Liris fue el nombre de su amor y sin querer, solo con el impulso de su corazón se sentó en su cama y gritó – ¡Harod!-.

-Tranquila, recuéstate- le dijo una voz que le resulto muy familiar.

Liris volvió los ojos y se dio cuenta que estaba en su habitación y la persona que le hablaba era su madre, quien estaba sentada al lado de su cama, también notó un poco de incomodidad y vio que la herida del costado estaba impecablemente curada y vendada. Como le había dicho su madre, Liris volvió a recostarse pues se sintió un poco adormecida, preguntó – ¿cuánto tiempo llevo aquí?-.

La reina contestó –te dimos de beber agua de yawe, así que haz dormido por dos días seguidos.

– ¿Tanto tiempo?-. Preguntó de nuevo Liris.

La reina contestó de nuevo –sabes que el yawe es una planta para anestesiar-.

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En medio del adormecimiento, Liris preguntó una vez más -¿Dónde está Harod?, ¿está bien?-.

–Él está bien….pero por el momento descansa hija mía, porque tendrás que darnos muchas explicaciones-. Dicho esto último, la reina abrigó a Liris y la besó en la frente, luego salió de su habitación.

♦♦♦♦♦

Pasaron otros días en los que Liris aun dormía por los potentes efectos del yawe, cuando al fin despertó, se sintió descansada, pero de inmediato le vinieron a la mente los recuerdos de los hechos acontecidos y sin más espera, se puso de pie y salió de su habitación para averiguar cuál había sido la suerte de Harod. Recorrió unos cuantos pasillos y el jardín principal del castillo, ante la mirada de los elfos sirvientes del lugar, le preguntó a muchos de ellos si sabían algo del humano, pero nadie le respondía, hasta que la reina Inbanar la vio y salió a su encuentro –¿ya te sientes mejor hija mía?-. Preguntó.

Liris respondió –sí, las heridas físicas parecen que están curando, pero madre, hay algo que me llena de dolor el corazón y es… ¿dónde está Harod?-.

La reina la invitó a sentarse junto a una pila de agua y con franqueza le respondió –tu padre lo envió a las mazmorras en Portenense-.

Liris consternada preguntó – ¿qué?....en la cárcel... ¿Porque?… ¿porque en Portenense?-.

La reina con dulzura respondió –hija mía, sabes que mató a unos de nuestra raza…sabes cuál es el castigo por eso…tu padre decidió mandarlo a Portenense ante el pedido de los concejales-.

–Tengo que ir a verlo, madre, saber cómo está-. Dijo Liris.

–Eso es imposible, tu padre dio órdenes estrictas de no dejarte salir del palacio, no sin antes hablar con él, en este preciso momento, está reunido con el rey de los hombres, quien ha venido a rogar por su hijo-Terminó diciendo la reina.

Liris afanada dijo –porque no lo dijiste antes madre, vamos para allá-.

En efecto Liris, acompañada de la reina salió presurosa con dirección al salón del castillo donde sesionaba el consejo, allí la suerte de Harod estaba siendo definida.

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♦♦♦♦♦

El Sitio donde sesionaba el concejo, era un gran salón, modestamente decorado, allí se reunían los concejales, quienes eran los elfos más notables de todo el reino, para discutir todos los asuntos del mismo. La función de los concejales era la de aconsejar al rey a tomar las decisiones, pero en ningún momento ellos eran los que mandaban lo que se tenía que hacer, solo eran consejeros. En esta ocasión el salón estaba muy concurrido, pues además de los concejales y el rey Elenor, estaba también el rey del reino de Henaith, Arestes, quien estaba acompañado también por sus propios consejeros y unos cuantos hombres armados, que eran obviamente su guardia personal. Cuando Liris entró, el salón estaba en total caos, todos hablaban a viva voz exponiendo sus puntos de vista y lo que se debería hacer en este caso tan complicado. Inbanar tomó de la mano a Liris y casi contra su voluntad la llevó y se sentaron en unas bancas junto con los otros elfos asistentes. Entonces el rey Elenor por fin tomó la palabra y dijo con voz severa –Basta ya, dejad que hable el rey Arestes, escuchemos muy bien lo que tenga que decir-. Y mirando a Arestes dijo –hablad rey de los hombres-.

En ese momento cesó el alboroto, Arestes se paró de su silla y dijo mirando a los concejales y al rey Elenor –Elenor rey de los elfos, notables elfos concejales, esta es una situación compleja y entiendo muy bien cuáles son las leyes de su pueblo, pero por la amistad renaciente entre nuestras dos razas, les pido que dejéis libre a mi hijo, pues él es un príncipe y por lo tanto no puede estar encerrado como un criminal, no digo más, esta es mi suplica rey Elenor-.

Hubo murmullos entre los concejales, Elenor dijo mirándolos –ustedes que aconsejáis, notables concejales-.

El elfo que parecía ser el portavoz del consejo se paró y habló –dada la gravedad de los hechos, lo que el concejo recomienda mi señor es que se le aplique el mayor castigo al hombre, pues cinco de nuestro amados hermanos fueron muertos por su espada en nuestras tierras, eso lo consideramos nosotros como un acto de crueldad que debe ser castigado, así como lo mandan nuestras leyes-.

Elenor visiblemente confuso y afectado dijo –muy bien señores concejales su recomendación ha sido escuchada, también la súplica del rey del país de Henaith, como ustedes entenderán la situación es compleja así que me tomaré unos días para tomar una decisión, por lo pronto el humano permanecerá recluido en Portenense bajo la extrema vigilancia de nuestros elfos, esta es mi decisión y así se hará-

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En ese momento Arestes volvió a tomar la palabra dirigiéndose al rey Elenor en tono desafiante –espero señor por el bien de la paz entre nuestros pueblos que penséis muy bien la decisión que vayáis a tomar-

Uno de los concejales, quien era padre de Moriel, alcanzó a escuchar y con dureza dijo –¿qué decís rey Arestes?....¿acaso una amenaza?....pues cuida muy bien tus palabras señor rey de los hombres porque de pronto son tomadas como un reto, a nadie más que a mí me gustaría ver correr sangre humana para que así sintieran lo que sentí yo al saber que mi amado hijo fue muerto por la espada del tuyo, así que no vengas con amenaza que seguramente no puedas cumplir y no nos retes porque no hay ejército en el mundo más grande que nuestra armada blanca, mejor calla y márchate de aquí-.

–Espero que pienses tu decisión, te repito, la paz entre nuestros pueblos está en juego-. Volvió a decir el rey Arestes, ignorando al concejal y mirando a Elenor, luego se retiró junto con sus súbditos.

♦♦♦♦♦

El rey Elenor entró a la habitación y su hija, la princesa Liris, estaba mirando por la ventana en dirección al norte, parecía distraída, tanto que no notó la presencia de su padre, el rey sabiendo muy bien a donde intentaba ver su hija dijo –tranquila hija mía, él está bien, he ordenado que lo traten bien, mas no puedo hacer-.

Liris volvió la mirada y vio a su padre sentado en la cama, caminó y se sentó a su lado, él la abrazó fuerte y dijo –en que momento hija mía ocurrió esto….no necesito que me cuentes los detalles, solo quiero saber hija mía… ¿lo amas?-.

Liris con lágrimas en los ojos y con la cabeza en el pecho de su padre respondió –si padre, lo amo…..no se en que momento pasó, solo sé que me enamoré de él-.

–pero tu sabias hija mía que ese tipo de unión está prohibido y mira ahora estas son las consecuencias. ´Tengo una decisión que tomar y cualquiera que sea traerá amargas y tristes consecuencias para todos…si cumplo a cabalidad con las leyes y lo condeno, muy seguramente su padre, el rey Arestes, nos declarará la guerra….pero si lo dejo en libertad, muy seguramente a los elfos no les caería bien saber que un asesino de elfos ande libre y perderé parte del respeto y eso hija mía es algo a que tener cuidado en estos tiempos en donde el enemigo aprovechará cualquier coyuntura en nuestro país, para sacar provecho de la

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situación…como vez hija mía, es una difícil situación esta en la que nos has puesto a todos-. Terminó diciendo el rey.

Luego la besó en la frente y se paró de la cama con rumbo a la puerta, cuando estaba a punto de salir, sin darse vuelta para ver a Liris dijo –mañana dispondré una caravana para que vayas a Portenense con tu madre…..pero entiende que quizá esa sea la última vez que lo vas a ver…lo siento-. Dicho esto cerró la puerta a sus espaldas.

♦♦♦♦♦

Era de noche y mientras la ciudad dormía, el rey Elenor estaba parado en su balcón mirando a la lejanía, la reina se dio cuenta que el rey no estaba en la cama y se paró y lo vio en el balcón, se arropó y caminó hacia él, luego le dijo con dulzura –vuelve a la cama mi rey, esta es una noche fría-.

El rey la miró y dijo –perdona reina mía…es solo que los pensamientos no me dejan dormir…estoy tratando de encontrar una solución a todo esto, pero no lo consigo-.

–El único consejo que puedo darte, mi rey, es que vayas a pedir consejo a Arish, sus sabias palabras serán como una luz en la oscuridad, además de eso solo te digo que escuches a tu corazón, tu corazón que es limpio y cristalino-. Dijo la reina.

El rey tomó de la mano a Inbanar y dijo –si tienes razón, mañana temprano iré a donde el Elohim, él sabrá que decirme, por lo pronto vamos a la cama, tienes razón esta es un noche muy fría-.

♦♦♦♦♦

Como dijo el mismísimo rey Elenor, el enemigo sacaría ventaja de cualquier situación en Gwangur y en efecto Miriahn estaba al tanto de lo acontecido en el reino elfico, sus incontables espías le habían llevado hasta sus oídos lo acontecido en aquel país de los elfos, así que el señor oscuro, ahora más lleno de odio y rabia en su corazón y fortalecido por las dos joyas, puso en marcha su siniestro plan, el último de ellos, el que finalmente le entregaría la victoria sobre todos los pueblos de la tierra, y en el que Miriahn depositaba toda su fe que al final del mismo tendría la tercera joya en sus manos y convertirse así en el amo indestructible del mundo conocido y cuyo poder no tendría límites . Este malévolo plan, minuciosamente diseñado por Miriahn en todo este tiempo,

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constaba de definidos y certeros pasos, el primero de ellos ya estaba en marcha. Hace varios días de las puertas negras de la ciudad maldita de Agbard había salido un contingente pequeño de orcos, cuya misión era clara y concisa, habían salido hacia el sur, hacia la misma frontera con el reino elfico de Gwangur. Una nueva y definitiva guerra estaba a punto de empezar y en ella el reino de los hombres y Harod en particular jugarían un papel determinante.

♦♦♦♦♦

Como el rey Elenor había dispuesto, Liris y su madre la reina Inbanar se disponían a salir en dirección a Portenense, acompañadas por un puñado de elfos guardias, En su corazón Liris estaba llena de alegría por ver a su amor, pero mientras se alejaba en su carruaje de la ciudad y veía a su padre, el rey Elenor, parado despidiéndolas, no dejaba de pensar en el destino que le esperaba a Harod, pero por lo pronto, Liris contaba los minutos, para poder ver a su amor de nuevo, sin saber que esta sería la última vez que se verían en mucho tiempo. El rey Elenor siguiendo el consejo de su reina, se dirigió a los aposentos del gran Elohim Arish, con el fin de pedir un consejo sabio en estas horas de incertidumbre. Entró a la enorme habitación, en donde Arish atendía a las visitas, pocas en verdad pues el Elohim no tenía mucho contacto con el mundo exterior.

Viéndolo Arish dijo –te estaba esperando rey-.

Elenor hizo una ligera reverencia y respondió –entonces sabes por qué he venido hoy a verte-.

Arish contestó –sí, lo sé, haz venido por consejo, pero te equivocas si crees que la respuesta que buscas te la he de dar yo-.

– ¿qué quieres decir? Señor- .preguntó confuso Elenor.

Arish se paró de su hermosa silla y caminó en dirección a la ventana, la luz que se filtraba a través de ella hacia que el Elohim luciera majestuoso, imponente. Luego de un rato miró de nuevo a Elenor y dijo: –temes tomar una decisión que ponga fin a esta paz de la que tu pueblo goza ahora, que la guerra vuelva a ser protagonista…pero déjame decirte amigo que lo quieras o no, la guerra ya está en movimiento, sea cual sea la decisión que tomes; el enemigo del norte ya está en movimiento, la amenaza que tanto hemos temido, por fin es realidad, con la derrota en Escalat, Miriahn aprendió algo, que los elfos no serían tan fáciles de vencer como él creía, así que, se tomó este tiempo para fortalecer sus

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tropas y lanzar el ataque final del cual su furia se hará sentir con más fuerza aquí en Gwangur ….. Así que rey, ahora tus preocupaciones deben estar más allá de un humano y su amor por tu hija….como te dije antes la respuesta que buscas no te la daré, solo tú la sabes, pero déjame preguntarte algo final. ¿Se debe castigar por amar o por odiar?…..ahora debes irte-.

Elenor entendió lo que Arish le quería decir y con otra reverencia abandonó el salón, sabiendo muy bien lo que tenía que hacer.

♦♦♦♦♦

Portenense era la segunda ciudad en importancia del reino, era al contrario de Gwangur una ciudad militar, allí se concentraba la mayor fuerza de la gran armada del reino, su misión más importante era vigilar y defender la frontera con el reino oscuro del norte. Esta ciudad estaba a un par de días de camino en carruaje de Gwangur, así que cuando la comitiva que llevaba a Liris y a la reina Inbanar por fin arribó a la ciudad, ya era de noche, allí las recibieron muy respetuosamente unos elfos soldados. Lo primero que Liris hizo fue preguntarle a uno de ellos en donde estaba Harod y le ordenó que la llevara a donde estaba recluido, a lo que el guardia que parecía ser el jefe de aquel regimiento accedió. De donde las dejó el carruaje a donde estaba ubicada la mazmorra había cierto trecho, Liris caminó presurosa. Luego después de 10 Minutos de camino llegaron a una gran construcción, en la puerta frontal habían dos guardias a cada lado fuertemente armados, apenas vieron a el jefe ambos se quitaron de las puertas dejándoles el paso libre e hicieron una reverencia para la reina. Luego de cruzar las puertas avanzaron por unos muchos corredores, en donde a cada lado podían apreciar muchas habitaciones humildemente dispuestas, en ellas solo había lugar para dos camas y una pequeña mesa central, sin duda alguna era el dormitorio de los elfos guardias de la ciudad. Luego de avanzar cierto trecho llegaron al final del corredor, allí el jefe guardia tomó una antorcha de la pared y les habló mirando a la reina –por aquí su majestad-.

Del suelo se abrían una serie de escalones que iban por supuesto hacia abajo, Bajaron y al final de los escalones se extendía unas filas de celdas a lado y lado de aquella habitación, estas celdas eran pequeñas y tenían fuertes barras de acero, ninguna de ellas estaba ocupada a excepción de la última en lo más profundo de aquel salón, en la cual estaba un hombre que lucía demacrado, tenía los cabellos descuidados y la cara llena de bello facial.

El guardia dijo –esa es la celda su majestad-. Señalando aquella ultima celda.

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Inbanar le dijo a Liris –ve, hija mía, te esperaremos afuera-.

Liris asintió y le recibió la antorcha al guardia, vio cómo su madre y el guardia subían de nuevo los escalones, entonces caminó hacia aquella celda. Cuando llegó a ella trató de alumbrar con la antorcha el lugar y vio a su amado, allí sentado en la oscuridad con la cabeza apoyada en un costado de la celda en un intento incomodo por dormir, pero la luz de la antorcha lo hizo despertar, al abrir los ojos estos fueron destellados por la tenue luz de la misma, pero poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a aquella diminuta luz, luego de un momento distinguió a quien estaba parada al otro lado de la celda. Se paró de inmediato y fue a los barrotes y se unieron en un largo y amoroso beso, la tomó de su mano y volvió a besarla, ella respondió apasionadamente acariciándole el rostro.

Luego de un momento de silencio ella dijo –me estaba matando la incertidumbre el saber cómo estabas-.

A lo que Harod dijo –a mí también…..pero ahora que te veo de nuevo, me hace pensar que todo esto vale la pena-.

Se miraron, se besaron, se acariciaron tanto como lo permitían los barrotes, se dijeron cosas bellas, se contemplaron bajo la tenue luz de la antorcha casi extinta. Y allí, bajo esa tenue luz él la encontró de nuevo hermosa, radiante y la besó amorosamente de nuevo, al final del cual el preguntó – ¿cómo están las cosas?-.

Liris respondió sin dejar de contemplarlo –no muy bien, tu padre se presentó en la ciudad y amenazó a mi padre con hacer una guerra sin no te deja en libertad. Pero….-.

Hizo una pausa, a lo que Harod preguntó – ¿pero qué?-.

Liris volvió a tomar fuerza y respondió -el concejo…recomendó tu ejecución….-.

Liris volvió a hacer una pausa. Harod dijo –está bien…era lo que esperaba….pero no te preocupes sé que tu padre es un elfo justo, el no….no me condenaría….no te preocupes-.

Se unieron de nuevo en un largo y apasionado beso. Liris preguntó – ¿cómo está tu herida?-.

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Harod se alzó la camisa y mostró los vendajes, dijo –mira, ya está mejor, el dolor es mínimo, no te preocupes-. Mentía.

Pasaron muchos minutos en los que los dos enamorados se contemplaron mutuamente, hasta que de pronto la reina Inbanar que de nuevo había bajado los escalones habló –ya es hora de irnos hija mía, Liris asintió y mirando tristemente a Harod dijo –te sacare de aquí, solo tienes que soportar unos cuantos días más, es todo lo que te pido-.

Bajó la cabeza y una lágrima se le deslizó por el pómulo. Harod le acarició delicadamente el rostro y dijo –si después de esto estaré a tu lado por toda mi vida, no me importaría estar aquí años enteros…ahora ve y no te preocupes por mi…estaré bien-.

Aquella fue una despedida triste, a Liris le partió el corazón dejar a su amor en aquella oscura y fría celda, mientras que Harod sintió en lo más profundo de su alma que con Liris se le iba la esperanza, tenía el amargo presentimiento que las cosas no iban a mejorar, que por el contrario este era el inicio de sucesos insospechados que los llevarían a alejarse irremediablemente, mas sin embargo la despidió con una sonrisa en el rostro. Mientras veía que su amor se alejaba, también se alejaba su alegría y esperanza.

El camino de regreso a Gwangur fue silencioso, Inbanar no pronunció palabra pues sabía que no era el momento para decirlas, mientras tanto Liris solo pensaba en el método para darle la libertad a su amor, pero lo que no sabía la princesa elfa era que la libertad de Harod estaba próxima, pero aquella libertad era la puerta para que Miriahn trajera a esta tierra una nueva ola de esclavitud, muerte y destrucción.

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CAPITULO XII

El señor de los licántropos.

El día de la tan esperada audiencia llegó. Harod había sido llevado desde Portenense hasta Gwangur para ser juzgado. Había sido recluido y estaba fuertemente vigilado por cientos de elfos. Nadie ni siquiera Liris había podido verlo ni mucho menos hablar con él. Tan solo a Arestes se le permitió verlo antes de la audiencia. Aquel encuentro fue muy breve. El rey encontró a su hijo en un aparente buen estado físico. Apenas Arestes entró a la habitación, Harod corrió hacia su padre y se unieron en un fuerte y emotivo abrazo.

El rey con lágrimas en los ojos dijo – ¿cómo llegaste a esto hijo mío?…. a estar preso en un país extranjero… tu eres un príncipe…. no deberías estar aquí… deberías estar en tu reino junto con tu madre y conmigo-.

Harod poniéndole ambas manos en los hombros de su padre contestó –No te preocupes padre, seguro el rey Elenor tomará una correcta decisión, él es sabio y bondadoso….te aseguro que en pocos días estaré libre-.

Arestes replicó –espero que tengas razón hijo mío y que Elenor tome una sabia decisión pues de no ser así….yo mismo vendré a sacarte por la fuerza de aquí….así me toque pasar por encima de quien sea-.

La conversación entre padre e hijo fue interrumpida por un guardia que invitaba a Arestes a abandonar la habitación. Arestes se despidió de su hijo no sin antes besarlo en la mejilla, luego salió de la habitación con rumbo al gran salón, sitio elegido para la audiencia en la que Elenor debía dictar sentencia en este caso.

Harod fue conducido al gran salón, con las manos y los pies con cadenas, estaba humildemente vestido con ropas elficas y escoltado por tres elfos bien armados. Cuando entró al salón vio que el lugar estaba lleno. Fue caminando a través de los elfos que estaban sentados a la izquierda y la derecha de él. Al frente estaba Elenor y a la derecha del rey estaban los elfos del concejo. El hombre se esforzó por mirar a todos los lados buscando a su amada y no la encontraba, hasta que por fin después de tanto buscarla con la mirada, la vio, sentada al lado de su madre, la reina. Estaba hermosa, llevaba el prende en su cabello y le brindaba

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una hermosa y cálida sonrisa. Elenor entró al salón y de inmediato todos se pararon de su asiento.

El rey tomó asiento y dio por iniciada la audiencia. –honorables y sabios concejales, hermanos presentes, Arestes rey de Henaith y acusado. Yo Elenor rey de estas santas tierras elficas, doy por iniciada esta audiencia en donde daré a conocer mi decisión en este ya conocido caso. Primero que nada, quiero que entiendan que la decisión que tomare, será inapelable, no habrá derecho a réplica ni a reconsideración de la misma. Durante este tiempo que me he tomado para pensar y reflexionar para tomar esta decisión, he tomado en cuenta las recomendaciones del concejo y también la petición de mi amigo aquí presente-. Señalando a Arestes. El rey continuó –Este es un caso complicado. Pero las leyes de nuestro pueblo son muy claras y el castigo para los que cometan el delito del que se acusa a este hombre es muy severo, pues es un delito grave…-.

Los elfos presentes asintieron, dándole la razón al rey.

Elenor siguió –sin embargo he hablado con el Elohim y en sus santas y sabias palabras he encontrado la respuesta que tanto he buscado-.

Todos Los presentes estaban expectantes de las próximas palabras que iba a pronunciar Elenor.

El rey miró a Harod y dijo –no puedo dejarte en libertad-. Luego miró al concejo y dijo –ustedes esperan algo de mí que no puedo hacer, no puedo mandar ejecutarlo, por la tanto la decisión que he tomado es la siguiente: Harod, te sentencio a cadena perpetua y pagaras tu pena en las mazmorras de Portenense, jamás después de hoy volverás a ver la luz del día, no podrás tener contacto con nadie, tu confinamiento será eterno….esa es mi decisión-.

Después de oír la sentencia que Elenor le proclamó a su hijo, Arestes se paró iracundo de su lugar y desenvainó la espada, luego señaló a Elenor y dijo –no permitiré que le hagas esto a mi hijo, Elenor, te lo advertí-. El rey hombre camino amenazante hacia elenor, mientras tanto los elfos guardias del lugar le cerraban el paso y otros apostados en los balcones del segundo piso apuntaban con sus flechas a la humanidad del rey de los hombres.

Elenor viendo lo tenso de la situación se dirigió a Arestes –amigo guarda tu espada, no permitas que se riegue sangre en este salón, no tiene por qué terminar así-.

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Arestes entendió que la situación era desventajosa y volvió a poner la espada en la funda de su cinto, luego abrazó a su hijo y lo besó de nuevo en la mejilla, al hacerlo le dijo en el oído –Aguarda hijo mío, muy pronto vendré por ti-.

Los guardias procedieron a retirar del salón al sentenciado en medio de los insultos de los elfos que ya a esa altura habían perdido la compostura que los caracterizaba. Liris con lágrimas en sus ojos se acercó a su padre y le dijo –como haz podido padre mío hacer esto….condenar a un hombre inocente…-. Las lágrimas no la dejaron continuar.

Elenor le acaricio el cabello y le dijo al oído –las cosas no siempre son lo que parecen, confía en mi hija mía-. Luego de decir esto, el rey salió de la habitación; a Liris le quedo la sensación que a su padre algo le quedaba por hacer, que todo esto había sido una distracción que ocultaba las verdaderas intenciones y la voluntad del rey. En efecto a Elenor algo le quedaba por hacer, algo que irremediablemente y a pesar de las buenas intenciones, no tendría un buen futuro.

♦♦♦♦♦

Era de noche y mientras su carruaje era impulsado por cuatro ejemplares equinos vigorosos y las ruedas rechinaban alegres cortando el silencio del viaje, Elenor no dejaba de pensar en las implicaciones de lo que iba a hacer. Hacía ya unos días había mandado un mensaje secreto para el rey Arestes y esperaba ansioso que aquel mensaje hubiera llegado con éxito y que además hubiera sido bien atendido por el rey del país de los hombres. Esas y otras cosas rondaban en la mente de Elenor, pero ya las cosas estaban en marcha y por más que quisiera ya no había tiempo de retractarse de la decisión que había tomado, decisión que por más que estuviera llena de buenas intenciones llevaría a Harod a un destino insospechado, a ser protagonista en la guerra que se iba a iniciar. En fin, la guerra ya estaba en marcha y este era el primero de muchos eslabones en la cadena de hechos que llevarían a una inevitable guerra en la que mucha sangre de elfos y hombres se derramaría, tiñendo la tierra de rojo.

♦♦♦♦♦

Aquella noche era fría, la manta con que se cobijaba, apenas si lograba disimular el frio de aquella solitaria y oscura celda. Harod luchaba para conciliar el sueño, un sueño que desde que vio a su amada, Liris, varios días atrás, le era esquivo. De pronto escuchó pasos que descendían de los escalones y sombras

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producidas por las antorchas encendidas, aquellos pasos se acercaban cada vez más a su celda, sintió miedo. Los elfos guardias se apostaron a cada lado de la celda y le abrieron paso a otro elfo que estaba cubierto por una manta purpura o al menos eso parecía a la luz tenue de las antorchas, aquella manta también le cubría la cabeza a aquel elfo. Uno de los guardias abrió la celda y aquel elfo entró, mientras Harod sentado miraba inmóvil, lleno de miedo y preocupación.

Entonces aquel visitante habló –muy bien, hablare solo una vez así que presta mucha atención-.

Aquella voz le era familiar a Harod, pero por más que intentaba no podía reconocer a quien pertenecía.

Aquel sujeto volvió a hablar –asesinaste a elfos en nuestro país y el castigo para tal cosa como haz de saber es la muerte y créeme estuve tentado a decretarla…-. Hizo una pausa y luego siguió –atendiendo a las palabras de un sabio, no se debe castigar por amar sino por odiar…. por este motivo y por el amor que profesa por ti mi hija, te doy la libertad…-. Aquel elfo se quitó la capucha de la cabeza y dejó ver su rostro.

Ante el asombro e incredulidad de Harod, quien estaba al frente suyo era el rey elfo Elenor, quien continuó diciendo –te concedo tu libertad, pero debes saber que lo que se dirá de este día, es que tú huiste ante un descuido de nuestros guardias, por ese motivo y por tus acciones pasadas no podrás pisar tierra elfica de Gwangur de nuevo, si lo haces correrás grave peligro de muerte pues los elfos dispararan a matar si te ven en nuestro país…-.

Harod confuso preguntó – ¿que pasara con Liris, la podre volver a ver de nuevo?-.

Elenor lo miró fijamente y en sus ojos se notó dureza, dijo – nunca jamás….tienes que entender que ese amor tan grande que ella te tiene es en gran parte el responsable de que continúes con vida….por eso te pido que nunca jamás vuelvas a buscarla, pues si lo haces, lo más probable sea que mueras y ese es un dolor que quiero evitarle a mi amada hija…-.

Harod bajó la cabeza en señal de que había entendido lo que el rey Elenor le decía, este último lo afanó diciendo –debes darte prisa, he llamado a guerreros de tu país quienes serán tu guardia y te llevaran a salvo con tu padre, ya han llegado y están esperándote…vamos de prisa-.

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♦♦♦♦♦

Era la primera vez en días que Harod veía la luna, en esta noche en particular estaba de un color rojizo, uno de los elfos guardias notando el interés del humano por el satélite dijo –se dice que cuando la luna está roja es porque se ha derramado o se va a derramar sangre inocente-.

A lo que otro repuso –esas son tonterías-.

En efecto afuera de aquel lugar que servía de cárcel y aposentos de aquella legión de elfos, estaban cuatro caballistas del reino de Henaith, Harod los reconoció por la manta dorada de los caballos. Estos al ver al príncipe se bajaron de sus equinos y lo saludaron muy cortes y respetuosamente. Elenor también los saludó y tomando del brazo a Harod se los entregó diciendo –aquí les hago entrega de su príncipe, háganle saber al rey Arestes de este gesto de bondad que tengo con su pueblo, que no lo olvide pues estoy arriesgando muchas cosas y pasando por encima de las leyes de mi pueblo para proteger y salvar la vida de su hijo-.

Uno de los jinetes se acercó y tomó del brazo a Harod y lo llevó hacia un hermosos caballo y dijo –suba mi señor, es hora de irnos-.

Harod hizo el ademan de subirse, miró para atrás en dirección al rey Elenor y le dijo –Cuide mucho a Liris…dígale que la amo…que nunca la olvidare….que siempre estará en mis pensamientos hasta el fin de mis días-. Después de decir esto Harod se montó a su caballo. Los otros jinetes hicieron lo mismo y se dispusieron a cabalgar, se despidieron de los presentes e iniciaron la cabalgata hacia tierras del este.

Los cinco caballistas en cabeza de Harod, cabalgaban a la luz de la luna hacia el este, el terreno por cubrir era mucho y por tal motivo cabalgaban a buen paso, según sus cálculos tendrían que llegar al puente de Ehb al amanecer. El puente de Ehb era el lugar obligado de convergencia de todos los que querían pasar al otro lado del rio Gidli, pues era el único puente con capacidad para pasar grandes cantidades de mercancía y personas al mismo tiempo. Tenían que llegar antes de amanecer y cruzar el puente sin ser notados, pues de lo contrario los presentes reconocerían a Harod y a los caballistas y se frustraría la fuga, por tal motivo aceleraron la marcha. Mientras cabalgaba a la luz de esa luna roja, Harod no dejaba de pensar en su amada, los sentimientos se entremezclaban, por un lado sentía alivio y alegría por estar de nuevo en libertad, pero por otro lado tenía un nudo en el corazón al pensar que nunca más volvería a ver a su

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hermosa elfa, sentía y pensaba que su vida no tendría sentido si no besaba de nuevo esos provocativos y tiernos labios rojos. Todas estas cosas rondaban en la mente del príncipe del reino de los hombres, ignoraba que su destino iba a estar ligado al señor oscuro y que su vida tal y como la conocía se iba a desvanecer, que pronto dejaría de ser el mismo para convertirse en el títere de una voluntad siniestra que lo dominaría. Pronto no tendría memoria ni recuerdos, pronto no recordaría a su padre, su reino ni a su amada, pronto solo sería la criatura más abominable y sangrienta que se hubiera visto sobre la faz de la tierra, ese era su destino, un destino al que él no podría huir, un destino inevitable que lo ataría a las tinieblas haciéndolo olvidar su condición de humano.

Como se habían propuesto los caballistas, llegaron al puente de Ehb antes de que el sol se hiciera visible, cruzaron su camino de piedra y estuvieron del otro lado, allí los recibieron otros dos caballistas del reino de Henaith. Ahora eran siete los que cabalgaban hacia el oriente, el viaje era largo y duro, tendrían que atravesar el bosque de othis y luego las grandes planicies, hogar de los Olifantes y Mumak salvajes, era un viaje largo y agotador, viaje que sin que ellos lo sospechaban no iban a llegar a feliz término.

♦♦♦♦♦

En la ciudad de Gwangur la noticia de la huida de Harod se esparció rápidamente y llegó a los oídos de todos los habitantes de la ciudad, los consejeros del reino hicieron un gran alboroto, lo mismo que los elfos del ala más conservadora de la ciudad. El rey y la familia real estaban sentados en la gran mesa, disfrutando de un tranquilo desayuno cuando de repente entró unos de los elfos en jefe. El rey al verlo exclamó –que cara traes, Remundasky, ¿dime porque has venido a interrumpir el desayuno?-.

El elfo hizo una venia general y dijo –las noticias que traigo no son buenas, mi rey-.

Elenor fingiendo sorpresa dijo –habla de una vez y dinos cuáles son esas malas noticias-.

–Han llegado noticias del regimiento del norte mi señor, más concretamente de Portenense….el humano que estaba preso…se ha escapado, mi señor-. Proclamó Remundasky.

A lo que el rey dijo, con una falsa sorpresa – ¿se escapó?....pero ¿cómo?... ¿cuándo?-.

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Remundasky respondió –de madrugada posiblemente, mi señor, aprovechando el manto de la noche, se escabulló…esta mañana cuando le fueron a dejar el desayuno no estaba en su celda, ninguno de los elfos allí presentes da razón de lo que pudiera haber ocurrido-. Después de una pausa el elfo volvió a hablar –ya he organizado una búsqueda, señor, para capturar de nuevo al humano-.

Elenor dejando el plato a un lado y parándose de su puesto dijo –no creo que esa búsqueda de resultado, lo más probable es que se encuentre ya demasiado lejos, además sin pistas por donde se fue, sería muy difícil seguirle el rastro, mas sin embargo que los expertos en reconocer y seguir huellas se pongan a trabajar-Elenor hizo un ademan con su mano dándole a entender al elfo que se retirara, este último así lo entendió y se retiró. Elenor sabía muy bien que a esta hora Harod y sus guardias ya deberían estar demasiado lejos, seguramente ya estarían en el bosque de Othis, allí en aquel lugar eran prácticamente indetectables y estarían seguros, por más que los elfos se movieran con rapidez, jamás podrían alcanzarlos y capturar a Harod de nuevo.

Cuando Remundasky se retiraba, inmediatamente entró al lugar el elfo más respetado del concejo y a la vez padre de Moriel, al ver al rey se dirigió hacia él y dijo –me he enterado su majestad que el asesino de mi hijo se ha escapado, solo vengo a pedir que se le atrape de nuevo-.

Elenor dijo –no te preocupes mi amigo, ya he dado órdenes para que se empiece la búsqueda, tarde que temprano daremos con él-.

–Muy bien, mi rey, confío en tu palabra-. Dijo el elfo y con esto salió de la habitación.

Cuando el elfo salió del comedor, todo fue silencio, entonces el rey Elenor volvió la vista hacia su familia y se dio cuenta que Liris no estaba, preguntó – ¿a dónde ha ido Liris?-.

La reina respondió –apenas se ha enterado de la noticia ha salido-.

El rey salió hacia donde la reina le había indicado con la vista. Cuando el rey llegó, Liris tenía la vista clavada en el norte, estaba pensativa y silenciosa, pero apenas notó la presencia de su padre dijo sin mirarlo – ¿no fue un escape cierto padre?-.

Elenor sorprendido respondió –que quieres decir con que no fue un escape si tú acabas de oírlo muy bien-.

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–sabes muy bien padre que escapar de la fortaleza de Portenense es imposible…..no me mientas-. Dijo Liris con dureza, luego miró al rostro del rey.

Elenor notó que los ojos de su hija estaban húmedos, luego de una pausa dijo –si es cierto, no puedo mentirte…..yo mismo lo deje en libertad…..a esta hora debe probablemente estar cruzando el bosque de Othis por el lado norte…en poco tiempo estará en casa con su padre y los suyos….-.

El rey se acercó a su hija y la abrazó fuerte, ella también abrazó a su padre y dijo –gracias padre por tu bondad, te arriesgas por mí-.

El rey con voz compasiva dijo –y como no hacerlo si tú eres mi hija, además no puedo castigar ese amor tan grande que tú tienes por el……no te preocupes, él estará bien…no te preocupes-.

♦♦♦♦♦

El lado norte del bosque de Othis era el más corto para atravesarlo y como lo había dicho el rey Elenor los siete caballistas humanos estaban en esa dirección, uno de los caballistas se acercó a Harod que estaba pensativo y le dijo –príncipe en un poco más de tiempo debemos de doblar hacia el sureste, para tomar el camino a casa-.

Harod asintió con la cabeza, los demás caballistas iban en silencio, solo se escuchaban los sonidos propios del bosque, pero algo más pasaba en aquella vegetación, algo que Harod y sus acompañantes ignoraban, algo o mejor alguien los estaba acechando, moviéndose silenciosamente a través del bosque ocultándose detrás de los arbustos, esperando el mejor momento para atacar. Inocente de aquella situación, de lo que pasaba más allá de los árboles que los rodeaban, Harod dio la orden de acelerar un poco el paso, la noche se iba aproximando y quería llegar al lado este del bosque antes de que llegara, no sabía porque pero no quería que la noche lo sorprendiera aun adentrado en aquel bosque, así que se aligeró el paso.

En efecto el sol ya había caído y la luz de la luna ya se filtraba por entre los árboles, uno de los caballistas dijo –estamos muy cerca de los linderos del bosque señor-.

Harod para sorpresa de los acompañantes se había detenido y parecía concentrado tratando de escuchar algo, entonces uno de los soldados humanos le dijo – ¿qué pasa señor?….será mejor que avancemos-.

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Harod le dirigió una mirada dura y dijo –escuchad. Me pareció oír algo. Algo nos acecha detrás de esta espesa vegetación-.

Al instante los demás caballistas se detuvieron y también guardaron silencio tratando de escuchar, pero no oyeron nada, uno de ellos entonces dijo –seguramente mi señor fue un ave o un animal salvaje, será mejor que continuemos-.

Cuando el soldado terminó de decir esto, una flecha voló por el aire y se le clavó en el pecho, el jinete cayó de su caballo inerte al suelo, la flecha fue certera. Los demás caballistas, incluido Harod reaccionaron, uno de ellos gritó – ¡es una emboscada….de prisa hacia la salida del bosque!-.

Otro mientras azuzaba a su caballo para ir más de prisa también gritó– ¡estos hijos de puta elfos nos tendieron una trampa!-.

En ese momento otras flechas surcaron el bosque, todas fueron certeras, los hombres se retorcían de dolor en el suelo y sentían que el veneno impreso en las flechas hacia un efecto mortal, sin aquellas flechas eran elfas, aquella. Harod descendió del caballo y acudió al rescate de sus acompañantes que yacían en el suelo, algunos ya muertos y otros agonizantes, uno de ellos haciendo esfuerzo doloroso para hablar le dijo al Príncipe –tiene que huir rápido…sálvese….de prisa….huya-.

En ese momento Harod escuchó que a su alrededor empezaron a salir sus enemigos y para sorpresa de Harod, no eran elfos, eran orcos, desagradables, malolientes, inmundos, sanguinarios orcos que lo cercaban, en ese momento Harod con rabia sacó la espada de su cinto y tomó una posición defensiva, entonces el que parecía ser el líder de los orcos, que era un orco enorme con una imponente espada en su mano se acercó. Harod atacó pero el orco esquivó hábilmente el golpe y contraatacó con un golpe de la empuñadura de su espada en la cabeza del joven humano que sintió como un cálido hilo de sangre le bajaba por la frente, eso fue lo último que sintió antes de perder el conocimiento.

♦♦♦♦♦

Habían pasado ya varios días, en los que se suponía que Harod ya debiera estar en casa, el rey Arestes preocupado por la suerte de su hijo, dio la orden para que la guardia real saliera a inspeccionar la zona y en tal caso escoltar a su hijo, pues se decía que orcos estaban rodando la zona adyacente al bosque de Othis. Algo

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en lo más profundo del corazón del rey le decía que su hijo lo estaba necesitando. La guardia real salió en su misión y el rey los despidió deseoso de verlos volver prontamente con su hijo. La guardia del reino de Henaith Tomó camino por donde se suponía debía de haber transitado el Príncipe Harod y sus acompañantes, por días anduvieron reconociendo el camino, cuando atravesaron las grandes llanuras y llegaron a los linderos del bosque de Othis, se desviaron hacia el norte, bordeando el bosque. Después de largos días de cabalgata en los que no habían tenido noticia alguna de la comitiva del príncipe Harod, por fin llegaron al lado norte del bosque, entonces se adentraron en la forestación. Llevaban cerca de 5 minutos en el bosque cuando de pronto la guardia empezó a notar huellas, huellas recientes de caballos, además de las huellas de los caballos, habían unas huellas diferentes, tanto que ninguno delos guardias las pudo reconocer. Siguieron avanzando con cautela y continuaron encontrando más vestigios de que aquel lugar había sido testigo de una lucha, de pronto uno delos guardias vio algo extraño que estaba entre la vegetación y se dirigió a ver, para la sorpresa del guardia, era uno de los acompañantes de Harod, lo reconoció por lo poco que le quedaba de su uniforme, el cuerpo estaba sin cabeza y en el tronco llevaba clavadas varias flechas, los animales salvajes del bosque se habían dado un festín con su carne. Y así fueron encontrando dispersados por todo el lugar, los cuerpos de los demás miembros de la comitiva de Harod, todos con las mismas características, decapitados y con su torso clavado con varias flechas y por su puesto degollados por los animales salvajes del lugar, pero no dieron con el cuerpo del joven príncipe, ni tampoco con sus caballos. Por cerca de una jornada, los guardias humanos, barrieron el lugar tratando de encontrar noticias de joven príncipe, pero no hallaron nada, ni el cuerpo ni ninguna pista acerca de su paradero. Con dolor en su corazón decidieron que debían volver a su reino, habían permanecido mucho tiempo en aquel bosque, además estaban en un país ajeno al suyo, si fueran descubiertos seguramente serian encarcelados por los elfos, así que montaron los restos de sus compañeros a una carreta y se marcharon con rumbo a la ciudad de Eroth, las noticias que llevaban consigo no eran buenas.

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El viaje de regreso desde el bosque de Othis hasta la ciudad oscura de agbard era muy largo y tortuoso, pero no para los orcos, estas criaturas de extraordinaria resistencia podían cubrir largar extensiones de recorrido sin pararse a descansar, cuando tenían hambre paraban y mataban a cualquier animal salvaje, cualquier cosa entraba dentro de su menú, incluso en casos extremos podían recurrir al canibalismo, tomaban poco liquido así que el agua

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no era una de sus prioridades. Ya habían atravesado la frontera con el reino elfico de Gwangur y ahora ya estaban en su país, se sentían más tranquilos, sentían que el negro manto de su señor oscuro los protegía de sus enemigos, pronto llegarían a casa así que aligeraron la marcha, allí serian bien recompensados, pues el botín que llevaban era el que su señor oscuro les había pedido, la recompensa iba a ser generosa.

♦♦♦♦♦

Arestes y pernea esperaban con inquietud e impaciencia noticias de su hijo. Según sus cuentas la guardia enviada a escoltar a su hijo ya debería estar de vuelta, a menos que algo malo se les hubiera presentado, el rey humano oraba para que no fuera así y poder abrazar a su hijo de nuevo. La mala y contaminante influencia de Miriahn se había diseminado por toda la tierra, su negro manto no solo cobijaba el país oscuro, sino que había llegado hasta el país de los humanos, que para él eran más sencillos de corromper. Como parte de su plan malvado, Miriahn sabía que tenía que poner a los humanos de su lado, así que había comprado algunas conciencias y voluntades, y no hubo mejor momento para llevar a cabo sus planes que este.

Al fin muchos días de lo presupuestado, llegó la caravana con la guardia real que se suponía debía traer a Harod, pero este último no llegó en ella. Los guardias le explicaron y dieron detalles al rey de lo que se habían encontrado y de lo que habían visto, le entregaron al rey varias de las flechas que se habían encontrado, estas flechas eran de los elfos. El rey y la reina estuvieron inconsolables y allí fue donde Miriahn a través de sus cómplices empezó a influenciar en la voluntad del herido rey. Abatido por la desaparición de su hijo, el rey por fin salió de su encierro de varios días, aun con los ojos húmedos, dejaba ver un su rostro no solo dolor sino también rabia, aun así reunió a sus consejeros para tomar decisiones, en el corazón del rey había deseos de guerra, deseos de venganza. Los consejeros del rey eran cinco, eran los más sabios del reino, todos eran hombres de edad y como lo pidió el rey se reunieron para brindarle al rey palabras sabias que lo ayudaran a soportar la pérdida de su hijo. La reunión había comenzado, todos le dieron al rey palabras de consuelo, todos menos uno a quien llamaban Lennabar. Este último tomó la vocería y dijo –mi señor, está claro que los elfos han hecho esto, han matado a tu hijo para intimidarnos, esto puede ser el inicio de su plan para apoderarse de nuestras tierras que son fértiles y bastas-. Por supuesto Lennabar hablaba en nombre de Miriahn, quien le había comparado la voluntad con promesas vacías.

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Los demás elfos rechazaron las palabras de Lennabar, uno de ellos dijo –eso es absurdo, que sentido tendrían los elfos en liberar a tú hijo, mi señor, y luego asesinarlo en el bosque, además los elfos no quieren nuestras tierras, no olvidemos que con ellos vive el Elohim Arish, él no se los permitiría, seguro este ataque fue hecho por los orcos, según he escuchado, orcos andan merodeando por estas tierras-.

Lennabar replicó –Los elfos liberaron a tu hijo solo porque Elenor quería quedar como el rey bueno y magnánimo que no es, pero después ordenó que fuera asesinado lejos de su ciudad y sin dejar ninguna pista para que nadie sospechara de él…..en cuanto a los orcos, nadie puede asegurar con veracidad que los ha visto, no creo que a esas criaturas les guste venir tan al sur y menos a la tierra de los elfos-.

Arestes que había estado en silencio con la cabeza gacha escuchando los argumentos de sus consejeros, por fin pareció interesarse en la conversación y dijo – esto fue encontrado en donde estaban los cadáveres de nuestros hombres y que escoltaban a mi hijo- el rey tiró al suelo varias flechas.

Lennabar entonces aprovechó el momento para decir –lo ven ustedes, estas son flechas de los elfos. Ellos y no otros son los asesinos de tu hijo, mi rey-.

Arestes entonces dijo -¿qué sugieres que haga?-. Mirando a lennabar.

Este último sintió la fría y triste mirada del rey y dijo –que estemos preparados mi rey….hay una guerra que se aproxima y debemos decidir en qué bando estaremos-.

Los otros hombres demostraron su desconformidad con las palabras de Lennabar, pero aquella semilla de odio y de guerra ya había sido plantada en el corazón del herido rey, muy pronto el país de los hombres irían a la guerra en contra de sus primeros protectores y amigos.

♦♦♦♦♦

Cuando despertó, tenía los ojos tapados, y las manos atadas lo mismo que los pies, el olor que reinaba en aquel lugar era insoportable. Harod en su interior se preguntaba en donde estaba, gritó un par de veces pero no obtuvo respuesta de nadie, forcejeó para desatarse las manos, pero le fue imposible hacerlo, entonces recordó lo que había pasado, se le vinieron a la mente las imágenes de sus acompañantes cayendo heridos moribundos por las flechas de los orcos, flechas

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que extrañamente eran las mismas que utilizaban los elfos. Recordó a orcos saliendo y acorralándolo y a un orco grande, el más grande jamás visto yendo hacia el con una enorme espada en mano, hasta ahí le llegaban los recuerdos claros, después de eso solo fragmentos de memoria, instantes de recuerdos que no eran claros, confusos, distantes. El calor lo agobiaba, el olor lo mareaba y el hambre y la sed se apoderaban de él, gritó más fuerte, tan fuerte que esta vez pareció que si tenía respuesta, escuchó como se habría una puerta y pasos que se acercaba a él. Los orcos entraron a la habitación y desataron las manos y los pies del prisionero, Harod intentó forcejear, pero las fuerzas le faltaban y además los orcos eran muy rudos y fuertes. Fue transportado aun con las vendas en los ojos, hasta el lugar en donde Miriahn lo estaba esperando, cuando llegó hasta allí los orcos volvieron a atarlo de pies y manos pero esta vez lo tendieron boca arriba, cuando estuvo atado, le quitaron la venda de los ojos. Harod intentó ver, pero había muy poca luz, este lugar no olía desagradable como la habitación anterior, de entre las sombras vio a los orcos y a alguien que les daba órdenes de abandonar la habitación, los orcos obedecieron y este sujeto cerró la puerta. Aquel sujeto que no era otro sino el propio Miriahn, después de cerrar la puerta, fue a donde estaba una mesita, sirvió un poco de agua cristalina en un vaso y se dirigió a donde estaba Harod quien lo miraba confusamente, cuando estuvo cerca le alzó un poco la cabeza y le dijo –toma un poco, debes tener sed-. Harod en efecto lo hizo y sintió placer al sentir como el agua fría se le deslizaba por la garganta, al mismo tiempo sintió esa sensación de estar junto a alguien poderoso, esa misma sensación la había sentido antes cuando conoció en persona al Elohim Arish.

Después de beber toda el agua, Harod reunió las fuerzas para preguntar – ¿Que es este lugar y que hago aquí?-.

Miriahn lo ignoró por completo, estaba ocupado haciendo algo que Harod no podía ver porque el Elohim lo tapaba con su cuerpo ya que estaba de espaldas, solo después de un tiempo volvió a hablar – estas ahora en Agbard, haz sido traído aquí, porque esa ha sido mi orden…..quienes te trajeron eran orcos bajo mis órdenes…..-. Miriahn se dio la vuelta y se quitó el yelmo de la cabeza y Harod pudo ver el otrora hermoso rostro y aquellos aterradores ojos. Miriahn siguió –te he traído aquí con el fin de darte un regalo-.

– ¿regalo?.... ¿qué clase de regalo?-. Preguntó Harod aun aturdido.

Miriahn continuó –pronto desataré una guerra contra los elfos del reino de Gwangur y contra mi hermano Arish, mi regalo será darte la posibilidad de ser

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el comandante de mis ejércitos, iras a la batalla al frente de mi ejército, un ejército tan basto como nunca nadie vio y tú serás el general de todos ellos-.

Harod aun confuso por las palabras de Miriahn intentó forcejear con sus ataduras y dijo –de ninguna manera peleare por ti…primero prefiero morir antes que pelear por ti-.

Miriahn lo miró con superioridad y se notó una leve sonrisa en su ya desfigurado rostro – ¡ho si lo harás! y lo harás porque ya no será tu voluntad la que domine tu cuerpo, a partir de ahora nacerá otra voluntad en ti, pronto dejaras de ser llamado Harod el príncipe de los humanos, de ahora en adelante serás alguien o algo completamente diferente-. Miriahn se dirigió hacia la mesa donde estaba postrado Harod y movió una palanca, de inmediato la mesa comenzó a levantarse hasta ponerse totalmente vertical, luego el señor del dolor se sacó una daga del cinto y la empuñó en la mano, para sorpresa de Harod, el Elohim se cortó la muñeca de la mano, de la cual como es natural brotó abundante sangre que el Elohim recogió en una copa de plata, cuando la copa estuvo llena, milagrosamente la herida de la mano cerró. El Elohim cerró los ojos y pareció hacer una oración en voz baja, claramente era un conjuro, como se sabía Miriahn era conocedor de las artes oscuras y de la parte oscura del cosmos. Luego miró a Harod y ofreciéndole la copa dijo –toma debes beber esto-.

Harod incrédulo se reusó. Aquella sangre tenía un color más oscuro de lo normal además que tenía un extraño olor, un olor desagradable. Miriahn entonces lanzó un conjuro sobre el humano. Aquel conjuro paralizó el cuerpo de Harod, no podía mover ningún musculo, excepto los que se requerían para respirar y tragar. Miriahn entonces con fuerza le tomó la mandíbula a Harod y poco a poco fue haciéndole beber del contenido de la copa. Harod indefenso, inmóvil, solo sintió el asqueroso sabor de aquella sangre siniestra que se le deslizaba por su garganta y que al llegar al estómago le produjo nauseas, conjuradas por otra magia de Miriahn. Cuando toda la sangre fue bebida, el señor oscuro quitó el conjuro sobre Harod que lentamente fue recuperando la movilidad. Cuando por fin recuperó la sensibilidad, Harod escupió muchas veces tratando de quitarse aquel mal sabor de la boca. Entonces Miriahn pronunció estas palabras que marcaron el destino del joven príncipe del reino de los humanos: -haz probado mi sangre, en ella está el secreto para la vida eterna, ese es mi regalo para ti. A partir de este momento dejaras de ser quien eres, no tendrás recuerdos, no tendrás pasado, no recordaras nada de tu vida pasada, tus padres, tus súbditos, tu amor, todo se te olvidara, de tu carne y tus huesos

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renacerá una nueva forma de vida, serás la criatura más poderosa que jamás he creado, bajo el poder de la luna tu fuerza no tendrá comparación, tu hambre solo será saciada con carne, tu sed solo será calmada con sangre. En ti no existirá asomo de moral o de bondad, solo maldad y odio crecerán en tu corazón. Tú serás el primero de tu especie, el que iniciará todo, la fuente de maldad, pero también podrás esparcir tu maldad a través de la mordida y es ese tu primer reto, tendrás que hacerme un ejército de criaturas como tú, tendrás que convertirlas y traerlas a mí, para que formen parte de mi ejército. Ya no eres más Harod, el príncipe de Henaith, de ahora en adelante serás conocido como Harod el señor de los licántropos-. Dicho esto último Miriahn empezó a desatar las ataduras de las manos y pies de Harod.

Este último empezaba a sentir una extraña sensación en todo su cuerpo, después vino dolor mucho dolor. Miriahn entonces abrió una de las ventanas y a través de esta se pudo ver a la luna, cuando sus tenues rayos tocaron el cuerpo de Harod, el joven príncipe sintió mucho más dolor en su interior, sintió como sus huesos y músculos se reubicaban y se expandían, el dolor que estaba experimentando era insoportable, tanto así que Harod cayó de rodillas al piso gritando, pero ya la transformación estaba en proceso y nada podía hacer para detenerla. En efecto la criatura que estaba delante de Miriahn ya no era Harod, nunca más. Aquel animal antropomórfico tenía un blanco pelaje, enormes y afiladas garras, y amenazantes dientes. El licántropo se dirigió a la ventana y miró la luna y aulló, tal aullido se escuchó por toda la ciudad oscura, entonces Miriahn acercándose le puso la mano en el hombro y le dijo –muy bien ahora esto eres tú, mi fiel servidor, mi fiel súbdito, el general de mi ejercito-.

La criatura, ante la mirada de Miriahn volvió de nuevo a su forma humana. Harod estaba de pie completamente desnudo, pero ya no era él, algo en sus ojos era diferente, la voluntad en su interior ahora le pertenecía a Miriahn.

Y así fue como nació el primer licántropo, una criatura de extraordinaria fuerza, sin limitaciones morales, sin amor, sin compasión, solo ira, odio y maldad habitaba en su corazón; el primero de muchos, todo iniciaría con él y con el todo debía terminar.

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CAPITULO XIII

El Valle De Los Lamentos.

El cielo era azul completamente despejado, el sol brillaba en lo alto alegre. El viento traído del norte jugueteaba con su cabello, en aquella inmensa llanura de verde pasto que se extendía hasta más allá de la posibilidad de la vista, estaba ella y junto a ella su amor, quien la tomaba en sus brazos y la besaba apasionadamente. El momento era perfecto, el sol, el viento, los pájaros volando sobre un cielo despejado y en aquella llanura, ella y su amor. Pero repentinamente todo cambió, el cielo antes azul, ahora se tornaba de un color rojizo, las nubes grises ahora tapaban el sol, haciendo todo más oscuro, a sus pies ya no había más llanura, solo un suelo rocoso y a su alrededor corría lava ardiente, los pájaros del cielo ya no estaban, ahora eran cuervos negros, cuervos hambrientos. Ante la sorpresa de Liris ahora Harod la tomaba con mucha fuerza de los brazos, pero Harod estaba como ido, algo en sus ojos había cambiado, Liris trató de hablarle pero este no respondía, de pronto la figura de Harod comenzó a cambiar delante de Liris, el hombre comenzó a transformarse en otra cosa. Aquel animal en frente de ella con forma de lobo gritaba de dolor mientras le decía – ¡ayúdame, ayúdame!-. Y luego sin previo aviso la atacó mordiéndola en el cuello.

Los gritos de la elfa retumbaron por todo el castillo llegando hasta la habitación del rey y la reina, esta última corrió hacia la habitación de su hija y cuando llegó la encontró sentada en su cama empapada en sudor y con la cara llena de lágrimas.

– ¿otra pesadilla, hija mía?-. Preguntó Inbanar.

Liris respondió con la respiración agitada –sí, la misma de todas estas noches-.

Desde que la noticia de la desaparición de Harod habían llegado al reino, Liris no había tenido una sola noche en la que no soñara con él, pero ese sueño se convertía en pesadilla, tal y como el de esa noche. –tengo miedo madre de pensar en que algo malo le haya pasado, que nunca más vuelva a verlo……creo que estas pesadillas son la forma en la que él me pide que lo ayude pero yo no sé cómo…y me duele pensar que él está en algún lugar necesitando ayuda y yo no puedo dársela-.

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Inbanar abrazó a su hija y mientras lo hacía notó en su pecho el calor de sus lágrimas, luego intentó tranquilizarla diciéndole –ahora duerme hija mía, los sueños solo son eso, sueños, esta es la realidad, la realidad en la que estás aquí con tu padre en tu reino, aquí nadie puede lastimarte….te aseguro que esté donde esté Harod está bien y que más pronto de lo que crees lo veras de nuevo-

– ¿de verdad crees eso madre?-.

–debo hacerlo hija mía, ahora duerme-. La reina se quedó al pie de la cama hasta que Liris durmió, la contempló y se veía hermosa, pero algo en su rostro daba entender que aquel sueño no era placentero, que algo atormentaba la mente de su hija. Luego se marchó de la habitación.

– ¿otra pesadilla?-. Preguntó Elenor.

Inbanar respondió –la misma de todas estas noches-.

El rey dijo –mi pobre hija….hay algo que me preocupa de todo esto….es esa sensación de que algo está por ocurrir….yo tampoco he dormido mucho estas noches, estoy seguro que el mal del norte ha tenido algo que ver en la desaparición de Harod, las preguntas no me dejan conciliar el sueño… ¿porque secuestrar a Harod?..... ¿Para qué?… ¿qué planes siniestros tiene Miriahn?…..la tormenta se avecina….tenemos que estar preparados para lo peor-.

–Duerme mi rey-. Dijo la reina.

♦♦♦♦♦

El plan de Miriahn ya estaba en marcha, el primer paso que era el de retener a Harod, ya estaba completado, ahora tenía que poner a rodar la segunda parte de su malvado plan, para eso le comunicó a sus marionetas en Henaith, que era hora de actuar en la mente y voluntad del entristecido rey Arestes.

Arestes el rey sabio que llevó al país de los hombres a su esplendor, ahora estaba consumido por la tristeza, tristeza que le invadía el corazón y que le perturbaba la mente, además aquella condición se reflejaba en su apariencia. Tenía el rostro demacrado y descuidado, estaba débil por la poca comida que ingería al día y pocas veces se dejaba ver por sus súbditos a excepción de sus consejeros y entre ellos al que más veía era a Lennabar. Y Miriahn hablaba a través de la boca de Lennabar. Día tras día le llenaba la mente con pensamientos sombríos haciendo que el odio y el rencor hacia los elfos le crecieran en el corazón del perturbado

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rey. Pero Miriahn necesitaba un rey fuerte, capaz de liderar a sus tropas en el campo de batalla de esta guerra que estaba a punto de comenzar. Y en efecto en este momento de duda y rencor Miriahn le tendió su siniestra mano a Arestes, y este último sin medir las consecuencias, la tomó y aceptó su ayuda en el plan de venganza en contra del pueblo elfico de Gwangur. En efecto, el rey Arestes poco a poco pareció recuperarse físicamente, no así mentalmente, por el contrario mientras más iba recuperando fuerza física, más y más iba aumentando el rencor y los deseos de venganza; esto alegraba el negro y frio corazón de Miriahn, el plan estaba saliendo tal y como él esperaba.

Después de muchos días de encierro, Arestes se dejó ver de nuevo por sus súbditos, quienes advertían que algo había cambiado en el viejo rey, su mirada antes llena de bondad y amabilidad, ahora era una mirada fría, inexpresiva, en la que solo se podía advertir dolor y odio. Un odio creciente hacia los que él consideraba los asesinos de su hijo. Claramente Arestes había aceptado la fuerza oscura, ahora tenía la misión de reunir el ejército real jamás antes visto por el pueblo de Henaith y luego caminar por las grandes planicies y atravesar el bosque de othis para luego llegar a Gwangur. Solo había un deseo en el corazón del rey, destruir la ciudad de los elfos.

Con los hombres comprometidos a luchar en su guerra, Miriahn entendió que era el momento de que sus tropas empezaran el largo viaje hacia Gwangur. Aquel viaje era largo y tortuoso pero sus criaturas no sentían cansancio ni fatiga, así que cuando finalmente llegaran a territorio elfo, estarían listos para luchar. Más ahora que tenían nuevo general, Harod, el primer licántropo, estaría al mando de aquel basto ejército, esto disgustó enormemente a Eryanor, pero entendió que la derrota en Escalat había sido determinante para su degradación. Así que Eryanor pidió ser convertido por Harod, y este bajo el consentimiento de Miriahn accedió, sus dientes probaron la sangre elfa de Eryanor y éste último el dolor de la transformación.

Aquel era un ejército inmenso, más grande aun que el que marchó y fue derrotado en Escalat, Miriahn había aprendido la lección, La armada blanca de Gwangur era un vasto ejército de elfos bien preparados, la única forma de derrotarlos era con un ejército dos veces más grande en número y en fuerza, y este era tal ejército. Tenía 20 divisiones de orcos, con casi 1000 orcos por división;10 Divisiones de Uruks, que juntas sumaban 5000; dos de enormes trolls que eran los encargados de llevar las armas pesadas, los trolls sumaban casi 2000 y por ultimo una división elite, formada por Harod, el primer ejercito de hombres lobos, con casi 200 criaturas convertidas por el mismo señor de los

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licántropos, entre los que se encontraban hombres salvajes y elfos que decidieron vivir en los bosques, este era el as bajo la manga de Miriahn pues aquellas criaturas tenían la fuerza de tres elfos eso sin contar con su voracidad y resistencia. A este ejército se le iban a sumar los casi 10000 hombres del ejercito de Henaith comandados por el mismísimo rey Arestes. De este modo Aquel ejército negro jamás antes reunido y visto, esperó las órdenes de su nuevo general, Harod, para marchar. Miriahn se sentía regocijado, sabía que la victoria estaba asegurada, por más que la armada blanca fuera un digno adversario, su enorme tropa los derrotaría y por fin tomarían a Gwangur, y por supuesto lo que tanto buscaba, el motivo de esta guerra, estaría en sus manos, el tercer Timbilis, el cual le daría vida eterna y extraordinario poder.

♦♦♦♦♦

En Gwangur por su parte, el rey Elenor recibía nuevas noticias que llegaban de sus espías en el norte, un enorme y poderoso ejército estaba marchando hacia el sur, hacia sus tierras, entonces decidió llamar a todos sus generales de la armada blanca para trazar el plan a seguir. Remundasky recientemente ascendido a general de la armada blanca discutía con otros generales y jefes de división sobre la estrategia para frenar tal basto ejército, a la discusión también se sumaron los dos hijos de Elenor, Anathol y Elebert, quienes ocupaban cargos importantes en la armada. En aquella discusión Elenor solo se dedicaba a escuchar las observaciones de cada uno de los asistentes, al fin y al cabo él era el que tomaba la decisión final. Remundasky era partidario de llevar varias divisiones de la armada y salir y cortarle el paso al ejército negro, mientras que los demás generales coincidían que la mejor estrategia era enviar más divisiones de infantería a Portenense, y allí esperar el ataque. Anathol y Elebert estaban de acuerdo con Remundasky, pero ellos querían ser más audaces, pensaban que debían marchar al norte casi hasta más allá de la frontera con las tierras negras y allí cortarle el avance al ejército negro, tomarlo por sorpresa, pues aquel ejército, jamás esperaría eso.

Remundasky hizo una pausa y le preguntó a Elenor – ¿señor, que opina usted?-.

Elenor que hasta entonces había permanecido en silencio escuchando atentamente todas las opiniones, miró el mapa que estaban viendo, aquel mapa extendido en la mesa, escasamente dibujado, pero que brindaba a todos una visión aproximada de la tierra conocida. Señaló un punto en aquel mapa y dijo –es aquí donde en donde debemos establecer batalla-.

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Remundasky y los demás miraban atentamente las indicaciones del rey.

Elenor continuó –este es el mejor lugar, no podemos permitirles que avancen más de este lugar….el sitio tiene alrededor de una milla, podremos esperar y ver al enemigo, no podrán sorprendernos, además no permitiré que destruyan ninguna ciudad, no debemos permitirles que llegan a ninguna de nuestra ciudades-.

Uno de los generales con respeto preguntó – ¿pero mi señor, como sabemos que pasaran por este lugar?, podrían tomar un rumbo diferente-.

Elenor respondió –según los espías este será el camino que tomarán, Miriahn no se arriesgara a desviarse hacia el oeste pues se encontrara con las montañas de hierro y por supuesto con los enanos, a él no le interesa hacerse de otro enemigo, por otro lado si se desvía al este, le tomaría mucho tiempo rodear el gran desierto…por lo tanto señores, la batalla se llevara a cabo en el Valle de los lamentos-.

Remundasky y los demás estuvieron de acuerdo que el plan trazado por el rey Elenor era el mejor y antes de salir para alistar sus tropas tomó la palabra y dijo –Hay algo más que debemos tener cuidado-. Hizo una pausa mientras todos los presentes le prestaban atención, luego siguió –algo está pasando más allá del bosque de Othis, más allá de las grandes planicies, no hemos recibido más suministros de parte de Henaith, declararon cerrada la frontera, aumentaron su número de guardias en la misma y según algunos rumores que han llegado a mí, Arestes está armando un ejército muy importante. ¿Para qué?...no se sabe, lo único que sé, es que según cuentan, el rey ha recibido a extraños emisarios, nunca antes vistos por estos lados…esto es lo único que sé y esta información data de al menos dos semanas, ya que no he tenido noticias de mis informantes, temo que hayan sido tomados presos o peor, pues según ellos mismos, el rey Arestes proclamó públicamente su odio y rencor hacia nuestro pueblo por lo ocurrido con su hijo-.

Elenor sorprendido por esta declaración dijo –pues bien entonces hay que tener cuidado de la frontera, aunque dudo mucho que Arestes se atreva a atacar, él sabe del poderío de nuestra armada, sin embargo no debemos dejar que este asunto se nos salga de las manos-. Mirando a Remundasky dijo –manda soldados a la frontera y que informen lo que vean. Roguemos al cielo que Arestes no ataque, sería muy difícil combatir en dos frentes, en el norte con el ejército de Miriahn y en el este con los hombres-.

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–Así se hará mi señor-. Asintió Remundasky, y así se dio por terminada esta reunión.

Oficialmente la guerra había comenzado para Gwangur, muy pronto la armada blanca marcharía de nuevo, pero esta vez hacia el norte, hacia el valle de los lamentos. En una guerra que se derramaría mucha sangre y que reclamaría muchas vidas, muchos irían a la batalla, pero no todos regresarían a casa. Tiempos difíciles para los elfos estarían por venir.

♦♦♦♦♦

Arestes, que ahora era un ciervo más de Miriahn, miraba complacido su ejército. Había recibido órdenes de su nuevo amo, ordenes que le decían que debía marchar hacia el norte. Las ordenes eran claras, marchar a través de las grandes planicies, cruzar las majestuosas montañas Azules y luego tomar hacia el oeste para reunirse allí con el ejército negro. Y así fue, Arestes dio la orden para empezar la marcha. Dejando atrás sus tierras y sus familias, los hombres del país de Henaith marcharon hacia una guerra impulsados por el odio y el rencor que ahora habitaba en el corazón de su rey, otrora justo y sabio. Muchos de los hombres que ahora marchaban a la guerra contra los elfos, ni siquiera eran soldados, muchos eran artesanos, agricultores, artistas; reclutados con oscuras mentiras, atizando el sentimiento nacionalista de defender su tierra en contra de un enemigo invisible, de un enemigo que solo veía Arestes. Dejaban atrás a sus familias que los despedían con lágrimas en los ojos, como un presagio de su triste final, la gran mayoría de estos hombres que marchaban a la guerra, no regresarían a casa, no verían de nuevo a sus esposas, no besarían a sus hijos, no abrasarían a sus hermanos, muchos yacerían en el campo de batalla, y sus cuerpos serian devorados por los cuervos y otros animales de carroña. Los que iban a la guerra no eran soldados, eran simples marionetas que complacian los caprichos de odio y rencor de Arestes que a su vez era un simple títere de Miriahn.

♦♦♦♦♦

El día de la partida llegó. Recientemente habían llegado reportes a Elenor de sus espías, que le advertían del ritmo vertiginoso con el que marchaba el gran ejercito negro, ya se aproximaban a Aeldrim, una serie de riscos y cañones en donde seguramente el ejército negro, se retrasaría un poco para cruzar aquel lugar. Sabiendo esto Elenor decidió que era hora de partir. Y el día llegó, La armada blanca estaba reunida, solo un par de regimientos no iban a la guerra.

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Un regimiento se quedaba en Gwangur para darle seguridad a la ciudad, otro fue enviado a la frontera con el reino de Henaith, y los demás iban a reunirse con los regimientos de Portenense. En total aquella armada blanca contaba con cerca de 15 mil elfos Valientes, todos y cada uno de ellos dispuestos a ofrendar su vida con tal de proteger estas sagradas tierras. A la cabeza de este ejercito poderoso iba el rey Elenor, a su lado su general Remundasky y con ellos los dos hijos del rey, Anathol y Elebert. Días antes, cuando Elenor le comunicó a pueblo la decisión de marchar a la guerra, Liris le hizo saber a su padre la intención de unirse a la armada para ir a combatir, pero el rey se negó a esta solicitud diciéndole –No iras a la guerra, no permitiré que arriesgues tu vida-.

Liris repuso –no me quites esta oportunidad de defender esta que también es mi tierra-.

–debes entender hija mía que el pueblo te necesita aquí, cuidándolos, ellos necesitan a alguien que los gobierne mientras yo estoy en la guerra…me eres más útil aquí cuidando de que todo marche normalmente….además el campo de batalla no es lugar para una princesa-. Esa fue la última palabra del rey,

Liris no tuvo más remedio que obedecer.

Aquella mañana soleada y calurosa fue la elegida para partir. El Elohim Arish se hizo presente, bendiciendo a todos los soldados y a sus espadas. El rey Elenor dio la orden y empezó la marcha. Dejaron atrás la ciudad, ahora se enrumbaron hacia Portenense, en donde se les unirían los regimientos restantes.

El lugar elegido para la batalla era un lugar conocido como el valle de los lamentos, aquel lugar iba a ser testigo del choque de dos fuerzas extraordinarias. Por un lado el ejército negro, al comando de su nuevo general, Harod, al que se le uniría los hombres de Henaith, este ejército solo vivía con para una cosa, traer muerte y dolor al mundo. Por otro lado la armada blanca de Gwangur, al comando del mismísimo rey Elenor, su misión, derrotar la tiranía, exterminar el mal y traer paz definitiva y duradera al mundo conocido. Ambas fuerzas poderosas marchaban, cada una con sus ideales, con sus objetivos, con sus metas claras. Pronto la tierra iba a ser testigo de la batalla jamás antes vista en donde se empezaría a escribir la historia. Sería la victoria de la luz sobre las tinieblas o acaso la oscuridad cubriría al mundo, extinguiendo la luz del amor. Pronto lo sabremos, pronto el destino de la tierra será decidido en el valle de los lamentos.

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Esta noche era oscura y bastante fría, tan fría que helaba los huesos de aquellos que esperaban al enemigo para combatir. A lo lejos ya se podían oír los tambores de guerra de los orcos, casi como sonidos imperceptibles. Aquellos sonidos eran lejanos y se confundían con la sonoridad de los truenos que caían del cielo. Elenor, Remundasky y en general toda la armada blanca, estaban formados en perfectas formaciones, esperando ver al enemigo a la distancia. Si bien la vista de los elfos era privilegiada y ya notaban la presencia de su enemigo en el frente de ellos a una distancia considerable en aquel enorme lugar, solo podían ver las tenues luces de las antorchas que portaban los orcos. Mas sin embargo la oscuridad del lugar no dejaba ver la verdadera magnitud de aquel basto ejército. De pronto los tambores de guerra se hicieron más sonoros. En frente de la armada blanca, a unos 300 metros de distancia la primera avanzada del ejército de Miriahn se hacía presente. La marcha de los orcos se detuvo, aquellas criaturas, para sorpresa de Elenor hicieron una impecable formación, cientos y cientos de combatientes malignos llegaron detrás de los primeros y se acomodaban para la batalla. Los tambores siguieron sonando mientras más y más enemigos seguían llegando. De pronto algo en la formación del ejército negro cambió. Para sorpresa de Elenor, otra gran cantidad de orcos empezaron a avanzar a la izquierda de la primera formación. Orcos, uruks, trolls y demás criaturas seguían llegando. De un momento a otro paró la música de los tambores, esto le dio a entender a Elenor que el enemigo estaba completo, pero el rey se equivocaba. Del este, más precisamente de las majestuosas montañas azules, otro grupo de combatientes parecía que se hacía presente, las pequeñas luces de las antorchas así lo dejaban a entender. El temor de Remundasky se hacía real, no cabía duda eran los hombres de Henaith. De la salida de las montañas azules, hasta el campo de batalla había más o menos alrededor de 2 kilómetros. El ejército de Henaith a la cabeza de Arestes avanzó por el valle hasta estar en posición de ataque, pero se situó a la derecha de la primera formación de orcos. Aquella formación de tres frentes no era mera casualidad, era estrategia de Miriahn. No atacaría solo por un frente sino por tres. Aquella estrategia dictaba un movimiento de pinzas, mientras que un frente atacaba por el centro, los otros dos frentes atacarían por los costados, así que poco a poco que avanzarían en contra de la armada blanca, las pinzas se irían cerrando, dejando a la armada blanca atrapada y rodeada.

El ambiente era tenso en el campo de batalla, los elfos con arco y flecha en mano, apuntaban en dirección a su enemigo, lo mismo hacían los orcos, pero nadie se atrevía en ser el primero en agredir. De pronto aquellas criaturas del ejército negro empezaron en su ritual previo a la guerra. Mientras rugían,

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aplastaban sus lanzas en el suelo y chocaban sus espadas contra sus escudos, aquel sonido se escuchó por todo el lugar. De repente, Un trueno del cielo centelló y por primera vez dejo ver a la armada blanca, la inmensidad del enemigo. De verdad que aquel ejercito nunca jamás se había visto, eran miles de miles y seguían llegando más. De pronto del cielo empezaron a caer unas pequeñas gotas de lluvia, la mayoría de la armada blanca miró al cielo pero nadie dijo nada.

De un momento a otro Remundasky igualó a Elenor, quien estaba más adelante, y le dijo –señor…llueve…-.

Elenor con calma y con una leve sonrisa en su rostro le respondió –veo……tal parece que pelearemos bajo la lluvia-.

La fría lluvia caía sin dar tregua, era una lluvia helada que congelaba los huesos, largas columnas de humo se desprendían de las antorchas como consecuencia de la lluvia. Era una fuerte lluvia, acompañada de sonoros truenos y poderosos rayos que caían en la lejanía, pero que alumbraban todo el lugar en su majestuoso recorrido. Mas sin embargo nadie parecía moverse ni siquiera un poco. Al frente de la gran armada blanca estaba Elenor, a su izquierda Remundasky y a su derecha sus dos hijos. Mientras tanto Arestes montaba su caballo al frente del ejército real del reino de Henaith. Pero no se veía quien era el comandante del ejército negro, todos, incluyendo a Elenor, esperaban que Eryanor estuviera al frente de tal basto ejercito; pero no se veía por ningún lado. Todos se preguntaban quién sería ahora el comandante de aquella fuerza destructiva. De pronto de entre las tropas malditas se abrió paso un individuo montado en un gigantesco caballo negro. Nadie sabía quién era, pues aquel sujeto llevaba una armadura negra y en la cabeza un yelmo del mismo color, impidiendo que se le notara el rostro. Este sujeto era por supuesto Harod, pero nadie lo reconoció, ni siquiera su padre y por supuesto él tampoco reconoció a nadie ni a su padre, porque desde su conversión en aquella criatura que ahora era, había perdido los recuerdos del pasado.

La batalla tan esperada por fin comenzó. De uno y otro lado volaron flechas que surcaron el negro cielo, la batalla más grande por el dominio de la tierra había comenzado, por un lado la gran armada blanca de Gwangur contra las fuerzas maléficas de Miriahn apoyadas por el ejército real de Henaith. El lugar elegido para la batalla era aquel inmenso valle llamado el valle de los lamentos, un nombre, vale la pena decir muy apropiado.

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Mientras tanto en Gwangur, Liris no hacía más que mirar hacia el norte. Desde aquel balcón donde se encontraba se podían ver los truenos que caían en la lejanía. Se sentía incomoda, algo en su interior le decía que de esta guerra estaban por venir tiempos de oscuridad. Se preguntaba si su padre estaría bien, le rogaba a los cielos que guardara la vida de su padre y la de sus hermanos; mas sin embargo las cartas ya estaban echadas, el destino ya estaba rodando, el dolor, la tristeza y el desconsuelo pronto nublarían el corazón de la princesa del reino de Gwangur.

♦♦♦♦♦

En tiempos de guerra el odio del hombre se desata. Combatiendo por una causa maldita y sin saberlo, al lado de su hijo que creía muerto, Arestes dirigía a su ejército. Si bien los hombres no tenían ni la fuerza ni la resistencia de los orcos y peleaban más con desorden que con inteligencia, su participación en esta guerra fue crucial. Hora tras hora las tenazas de la estrategia de Miriahn se fueron cerrando, y los elfos aunque combatían con tesón y valentía, cada vez cedían más terreno. Pero los elfos al comando de Elenor y Remundasky se mantenían firmes, aunque cedían terreno, también causaban considerables daños a sus enemigos, principalmente a los hombres de Arestes. Mas dúctiles con la espada, más fuertes físicamente y más agiles, los elfos sacaban ventaja de la confrontación cuerpo a cuerpo con los hombres mas no así con los orcos y uruks del ejercito negro, ahí la lucha era más equilibrada.

♦♦♦♦♦

Desde lo más alto de la torre de Borag, en su habitación oscura, rodeado de los espíritus malignos, Miriahn veía como se desarrollaba la batalla, hacia movimientos con las manos como mandando en un tablero imaginario, sus órdenes se las trasmitía a el propio Harod en el campo de batalla a través de sus oscuros pensamientos. Miriahn lo veía todo.

♦♦♦♦♦

Pasaron días enteros de sangrientas batallas. Días de intenso sol, días de lluvia implacable, noches de frio congelante y paralizante y la guerra seguía. Era una guerra sin tregua, no había espacio para el descanso, para el reposo, para la reflexión. Los muertos yacían en el piso, tiñendo de oscuro el verde pasto del

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valle. No había tiempo para retirarlos, solo los heridos eran sacados del campo de batalla. Pero aquella batalla estaba próxima a terminar, aquel final de la batalla seria trágico para las fuerzas del bien. Miriahn decidió que era hora que su as bajo la manga entrara a la guerra para darle un giro definitivo. A través de la magia oscura le comunicó su decisión a Harod. El momento había llegado, las horribles criaturas conocidas como hombres lobo harían su aparición. Mientras tanto, en otro escenario de esta batalla, una flecha elfa impactó al rey de los hombres, Arestes, quien cayó de su caballo al suelo herido de muerte, sus hombres lo sacaron del campo de batalla con premura y fue llevado a las toldas para ser curado. Una vez en las toldas, el medico lo examinó y no lo encontró muy bien, el disparo había sido certero y la flecha se había incrustado en el lado izquierdo del pecho, muy cerca del corazón, cualquier movimiento para sacar la flecha podría causar la muerte del rey, pues en su trayectoria de salida, la flecha podía reventar alguna arteria coronaria. Se le comunicó la situación al rey que aún estaba consiente pero agobiado por el dolor. Arestes sabiendo que su fin se aproximaba, llamó a su fiel hombre de confianza llamado Mikael y le pasó el mando de sus tropas, de ahora en adelante Mikael sería el general del ejército de los hombres. Repartiendo las ultimas órdenes a sus hombres, acostado en una humilde cama, lejos de casa y agobiado por el dolor, Arestes, soberano del reino de Henaith, murió con estas últimas palabras –me voy feliz porque al otro lado me está esperando mi hijo, en sus fuertes brazos descansare por siempre en paz-Cerró los ojos para siempre.

La noticia de la muerte de Arestes se expandió por el campo de batalla como una peste, acrecentando el odio de los hombres. Ahora Mikael era el general a cargo del ejército real de Henaith, ejercito que se veía disminuido dramáticamente en número, pero que igual seguía combatiendo con fiereza, más ahora que los hombres supieron que su amado rey había sido muerto por los elfos. Otra razón más para odiarlos.

Llegaba otra noche más al campo de batalla. La luna en lo alto del cielo se veía majestuosa, esta vez no habían nubes que opacaran su luz, pero esta luz era diferente, tenía un color rojizo, maligno, era como si la luna estuviera bajo el influjo de alguna clase de magia y en efecto Miriahn tenía mucho que ver en aquel espectáculo extraño de la naturaleza.

El momento de entrar a la guerra había llegado. Bajo aquella luz de esa majestuosa luna, Harod y los suyos se dispusieron a combatir. En la distancia, Elenor miraba como se desenvolvía la batalla, miraba como sus elfos peleaban, entre ellos sus dos hijos, los cuales eran muy hábiles con la espada, veía a

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Remundasky hacer muy buenos movimientos y como se apañaba a muchos enemigos que parecían demasiado torpes al lado del virtuoso elfo. Pero el rey con su vista de elfo, también veía a la distancia como un grupo de hombres, en las toldas enemigas se quitaban las armaduras hasta quedar en solo un atuendo sencillo, Elenor no entendía lo que estaban haciendo aquellos individuos y más sorprendido quedó cuando aquellos hombres y elfos empezaron a correr a través de la sabana. Harod iba al frente del grupo y detrás de él, aquellos que él mismo convirtió. Corrían por la llanura en dirección al campo de batalla y mientras lo hacían, bajo la luz de la luna, comenzaron a mutar de forma. Los que al principio parecían ser hombres corriendo, lentamente se fueron transformando en otra criatura hasta ahora no vista por los elfos e inclusive los hombres de Henaith. Los que al principio corrían en dos pies, ahora lo hacían a cuatro patas. Fue la primera vez que los licántropos hacían su aparición en la guerra y sería fundamental y definitiva. Esta vez, el as bajo la manga de Miriahn le daría el triunfo tan esperado en esta batalla. Elenor veía con horror como aquellas criaturas, parecidas a lobos pero gigantescos, mataban sin compasión y con facilidad a muchos de los suyos. El rey cabalgó con rapidez hasta su división de arqueros y les dio la orden de disparar apuntando a aquellas criaturas. En efecto las flechas surcaron el negro cielo y muchas de ellas dieron el blanco, pero aquel frenesí de muerte y sangre continuaba. Otra carga más de flechas fue disparado y otra más y más, pero nada parecía detener a aquellas agiles y fuertes criaturas, muy pocas cayeron al suelo con cinco o seis flechas clavadas y mientras morían, regresaban a su forma humana, así a simple vista parecían seres normales. La entrada de estas bestias fue definitiva, su fuerza y agilidad eran incomparables, además de eso aquellos licántropos eran sanguinarios al extremo, todas sus víctimas morían desangradas por crueles y salvajes mordidas. Los crueles Licántropos seguían su festival de muerte y sangre, desequilibrando la balanza de la guerra. Los elfos comenzaron a perder terreno y a retroceder. Detrás de los licántropos avanzaba el gran ejército negro y también el ejército de Henaith, la victoria estaba muy cerca. Aquel espectáculo era horripilante a los ojos del rey Elenor, el dolor de ver a muchos de los suyos morir de tan cruel manera le partía el corazón al buen rey. Pero aquel dolor no terminaba ahí, se acrecentó cuando el rey vio impotente como sus dos hijos fueron brutalmente heridos a manos de estas criaturas, los príncipes de Gwangur ahora yacían moribundos en el piso, con heridas mortales se desangraban. Elenor y un grupo de soldados elfos fueron a tratar de auxiliarlos pero ya era demasiado tarde. El rey elfo lloró por sus dos hijos y por todos los elfos que yacían alrededor, muertos en ríos de sangre. Con rabia desenvainó la espada y no atendiendo los gritos de los suyos, se abalanzó sobre las criaturas.

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Bajo la mirada asombrada de Remundasky, el poderoso rey Elenor luchaba con los licántropos, matando a muchos de ellos, entonces el general de la armada blanca entendiendo que tenía que apoyar a su rey dio la orden para contraatacar a los enemigos y defender a su rey que tan valientemente peleaba. Y así lo hicieron los elfos, con espada en mano fueron al frente siguiendo el ejemplo valeroso de su rey. Mientras tanto Remundasky dio también la orden de rescatar los cuerpos de los dos príncipes del campo de batalla. El Poderoso rey Elenor con espada en mano, seguía apañándose a muchos enemigos entre los que se encontraban orcos, hombres y aquellas criaturas conocidas como licántropos, en fin cualquier desafortunado que se atravesara en el camino del rey, probaría el sabor de su espada, y detrás de él, venían sus soldados quienes ahora recuperaban un poco del terreno perdido. Pero una lucha titánica estaba a punto de empezar, pues al frente del rey Elenor estaba aquel que parecía ser el líder de aquellas criaturas, Harod convertido en un hombre lobo gigantesco de pelaje blanco, lucia temerario e imponente. Entonces el rey se le abalanzó al licántropo con espada en mano, dando inicio a aquella lucha extraordinaria de dos fuerzas titánicas, pero la lucha no duraría mucho, aunque el rey era extremadamente fuerte y ágil, aquella malévola criatura no tenía rival en el mundo conocido. Remundasky y los demás elfos vieron con horror como aquel inmenso y temerario lobo mordía el cuello del rey y después con una fuerza magnifica arrojaba su cuerpo lejos. El rey estaba gravemente herido, la mordida en el cuello era fatal y seguramente tenía muchos huesos rotos por la fuerza del impacto. Remundasky dio la orden de defender las posiciones, mientras a otro grupo de elfos les ordenó rescatar al rey. En efecto, un grupo de soldados rescató al adolorido y agonizante rey que fue llevado a las tiendas de campaña, hasta allí llegó Remundasky. Elenor el poderoso rey elfo yacía consumido por el dolor y desangrado, a su alrededor sus más fieles súbditos, todos agobiados por el dolor de ver a su rey agonizante. Pero si bien el dolor lo consumía, Remunsaky sabía que tenía que tener en ese momento cabeza fría, ahora las vidas de los elfos que aun combatían estaban en sus manos, la gran armada blanca ahora estaba bajo su mando, así que tenía que tomar decisiones rápidas e inteligentes. Vio cómo se desenvolvía la batalla, con los enemigos ganando terreno y al ver los rostros de sus soldados, Remundasky supo que era hora de retroceder y así dio la orden. La armada blanca, el más grande ejército libre de la tierra, perdía la primera batalla en esta sangrienta guerra, aquel era el primero de muchos golpes que sufrirían los elfos. Por otro lado Miriahn saboreaba este momento, veía como los elfos retrocedían, si bien su malvado ejército había sufrido muchas bajas, eso no le importaba mucho, por lo pronto disfrutaba de ver como su plan por conquistar toda la tierra y exterminar a los elfos había

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comenzado con pie derecho, ahora el camino estaba despejado, sabía que la armada blanca había sufrido un golpe devastador, sus filas estaban reducidas en números, seguramente en Portenense no ofrecerían mucha resistencia y la ciudad seria suya, aquello alegraba el negro corazón del Elohim, pero por lo pronto le dio la orden a Harod que reorganizara las tropas y que esperara refuerzos que reemplazarían a quienes habían muerto en combate.

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CAPITULO XIV

Una nueva reina.

El agonizante rey viajaba en un carruaje hacia Gwangur, el dolor era insoportable, pero Elenor sabía que debía llegar a Gwangur vivo para ver por última vez a sus amadas, esposa e hija. Así que el poderoso rey sacaba fuerzas para no dejarse morir, no aun, aunque cada vez más el dolor por las heridas aumentaba. Al lado de su rey, iba fielmente Remundasky, después que dio la orden a sus tropas de retroceder, la misión ahora era defender a sangre y fuego la ciudad de Portenense, sabía que si Portenense caía todo estaría perdido, pues esa era la última defensa de Gwangur, con la ciudad en su poder, las fuerzas de Miriahn estarían a un paso de conquistar a la ciudad de Gwangur. Con la comitiva que llevaba al agonizante rey, iban solo unos pocos soldados, pero muchos elfos que vivían cerca de Portenense y en sus alrededores, estos por órdenes de Remundasky, ahora se dirigían a Gwangur, para salvaguardar su vida, ya que la batalla por Portenense iba a ser muy pronto y sería una batalla sin cuartel, por lo tanto Remundasky mandó a todos los civiles reunir sus cosas y partir hacia Gwangur, no quería muertos civiles.

El viaje de varios días desde Portenense hasta Gwangur fue insoportable para Elenor, pero finalmente estaba en las puertas de la ciudad sagrada de Gwangur. Cuando la noticia de que su padre había llegado a la ciudad y que estaba mal herido llegó a los oídos de Liris, la princesa sintió que sus más oscuros presentimientos se hacían realidad. Bajó presurosa al gran salón y a su lado también iba la reina Inbanar. Cuando entraron al salón, vieron a su rey acostado en una humilde camilla, a lado los cuerpos sin vida de sus dos hijos y con ellos Remundasky. La reina apenas cruzó la puerta se abalanzó sobre los cuerpos inertes de sus dos queridos hijos y lloró. Mientras ese espectáculo doloroso con la reina y sus dos hijos acontecía, todos veían como Liris con lágrimas en los ojos se acercaba a donde su padre y lo tomaba de la mano, este al sentir a su amada hija, pese al dolor que lo agobiaba se esforzó por esbozar una sonrisa.

–en que momento padre ocurrió esto-. Dijo Liris bañada en lágrimas.

El rey con pocas fuerzas pero aun lucido le dijo –no sufras hija mía…ambos sabíamos que este momento llegaría….-.

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Liris le besó la frente y sus lágrimas bañaron el rostro de Elenor, este último dijo –tienes que ser fuerte amada hija, ahora hay un pueblo que tienes que defender, ellos necesitan ahora de ti, necesitan de una Líder que los guie y los defiendan en este momento de sombras-.

– ¿cómo lograré hacerlo sola, padre mío, si tú no estarás a mi lado, como podré hacerlo?- Dijo Liris.

El rey apretando la suave mano de su hija de nuevo habló –no estarás sola hija mía, yo estaré a tu lado, Arish estará a tu lado también, sigue sus sabios consejos…tienes que defender a los elfos inocentes en esta guerra….-.

Ahora el rey mirando a Inbanar le dijo –mi amada reina, perdóname por venir con tus dos hijos muertos-.

La reina con una sonrisa en su hermoso rostro y con los ojos bañados en lágrimas le dijo al rey –no tengo nada de que perdonarte mi amado….tan solo no nos dejes solas….-. La reina no pudo seguir por el llanto.

El rey con sus últimos alientos tomó las dos manos, la de la reina y la de Liris y dijo –no estarán solas, se tienen la una a la otra, todos los elfos del reino también estarán con ustedes, además el Señor Arish está de nuestro lado y esa es una ventaja en esta guerra-.

Luego miró a Liris y dijo –tienes que defender a nuestro pueblo, yo sé que puedes hacerlo-.

Liris asintió.

El rey siguió –ahora tienes que dejarme ir mi amada hija…..me ha llegado la hora….en la casa del padre a su lado pasaré la eternidad y siempre te protegeré….siempre…siempre-.

El rey Elenor, el poderoso rey elfo cerró los ojos para siempre. La noticia de la muerte del rey se divulgó por toda la ciudad, hubo grandes muestras de dolor, pues los elfos amaban a su sabio rey. Mientras tanto la noticia de la muerte de Elenor también llegó a los oídos de Miriahn, regocijando el oscuro corazón del Elohim, entonces supo que era hora de dar el golpe definitivo, el golpe contundente que lo llevaría a derrotar a los elfos y por supuesto apoderarse de lo que tanto deseaba, la tercera joya. Dio la orden para que Harod y sus tropas marcharan hacia Portenense y atacaran la ciudad, ese ataque debía ser devastador, aquellas eran las órdenes que se le dieron a Harod y que este

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obedeció ciegamente. También el ejército de Henaith marchó, pero muchos de los soldados se preguntaban si ahora que su rey había muerto era necesario seguir en esa guerra, muchos lo pensaban pero pocos se atrevían a decir algo, pues los que siquiera se atrevían a poner en duda aquella marcha, eran asesinados por los orcos, ya que ahora Harod era el gran general no solo el ejército negro sino también del ejercito real de Henaith. Tiempos oscuros se acercaban, tiempos de zozobra para los elfos se advertían en la distancia, pero en medio de aquella oscuridad latente Liris tenía la esperanza que su tenue luz brillara, trayendo la victoria final para su pueblo y la tan anhelada paz.

♦♦♦♦♦

El rey Elenor fue despedido por todos sus súbditos en un acontecimiento nunca antes visto y en una celebración absolutamente majestuosa. Todos los habitantes no solo de Gwangur, Portenense y Endelesh sino de todos los rincones del reino se hicieron presentes para homenajear a su rey y darle el último adiós. Pero no había mucho tiempo para lamentarse de la pérdida del rey y eso lo sabía muy bien Arish, el Elohim sabía que el trono no podía quedar vacío así que se reunió con los concejales del reino para acordar los pasos a seguir. Todos estuvieron de acuerdo que al haber muerto los dos hijos varones del rey, el trono debía quedar por sucesión en Liris. De este modo se le comunicó la decisión del concejo al pueblo. Este último recibió con mucha alegría y esperanza la noticia, pues los elfos amaban a su princesa y ahora nueva reina de Gwangur, Liris. De este modo comenzaron los preparativos para la ceremonia de coronación, una ceremonia que sería sencilla, ya que la situación lo ameritaba.

♦♦♦♦♦

Por otro lado, al norte del reino, los vientos de una nueva batalla ahora soplaban con más fuerza que nunca. Las tropas negras leales a Miriahn estaban ya en las afueras de Portenense. La batalla que se aproximaba seguramente iba a ser muy sangrienta y larga, eso lo sabían los elfos, pero la esperaban con ansias, en sus corazones estaba el dolor de haber perdido a su rey, pero también el deseo de defender su sagrada tierra de aquellas fuerzas malignas del norte que traían consigo e iban dejando tras de sí muerte, sangre y dolor.

♦♦♦♦♦

En aquellos tiempos de guerra no había lugar para grandes ceremonias, así que la celebración de coronación de Liris como nueva reina de Gwangur fue sencilla.

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En el gran salón del palacio, Arish en presencia de los elfos locales que abarrotaron dicho salón, coronó a Liris como nueva reina de aquel país de los elfos. No había lugar para un gran banquete ni para una gran fiesta, la guerra estaba en marcha y Liris lo sabía muy bien, ahora que era la reina tenía la responsabilidad de tomar decisiones rápidas que aseguraran y protegieran la vida de los que ahora eran sus súbditos y que desde el mismo momento que se habían enterado que tenían nueva reina, le habían depositado toda su confianza en ella. La primera gran reunión que Liris presidia como reina estaba en marcha, junto a los miembros del concejo y a Remundasky, general de la armada blanca, estaba también el Elohim Arish, este último silencioso. Aquella gran reunión tenía el motivo de discutir los pormenores para frenar el avance del ejército negro.

–las ultimas noticias que llegan del norte no son buenas, mi señora-. Tomó la vocería Remundasky. Al tener la atención de todos siguió –las fuerzas de Miriahn, ahora con sus nuevas criaturas, atacan ferozmente a Portenense, nuestras fuerzas tratan de resistir, pero….no sé hasta cuando puedan hacerlo-. Bajó la cabeza.

Uno de los concejales tomó la palabra y dijo –deben resistir, deben defender la ciudad, no podemos permitir que tomen Portenense, si lo hacen estaremos perdidos-.

Los otros concejales asintieron.

–No-. Dijo Arish y su voz retumbó en todo el lugar. Bajo la mirada de asombro de todos, el Elohim continuo –no importan cuantos días resistan, todos van a morir allá. Las fuerzas de Miriahn en este punto son incontenibles, además si todas nuestras fuerzas son derrotadas en Portenense al ejército negro le sería más fácil invadir a esta ciudad…dime-. Mirando a Remundasky –cuantos hombres defienden hoy por hoy la ciudad-.

Remundasky con resignación en sus palabras contestó –solo dos compañías, señor-.

Liris que hasta ese momento se había mantenido en silencio atenta a las palabras del Elohim, por fin dijo –Tiene razón, no podemos permitir que masacren a nuestros elfos allá, mi padre….-. Hizo una breve pausa y luego siguió –mi padre me dijo que escuchara las sabias palabras del Elohim y creo que tiene razón en lo que dice, debemos regresar nuestras fuerzas a casa para defender la ciudad, así eso signifique ceder Portenese al enemigo, no quiero que corra más sangre-.

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Los concejales dejaron ver su malestar por aquella decisión y uno de ellos habló –señora, ¿está sugiriendo que perdamos la ciudad que con tanto empeño construyó su padre?..... ¿Es eso necesario?-.

Liris iba a contestar pero Arish se le adelantó –lo es, tienen que entender que Miriahn no se detendrá hasta tener lo que desea, así eso implique matar a todos los elfos de la tierra, él y su ejército solo tienen una misión, apoderarse de la tercera joya y harán todo lo necesario para hacerlo, incluso llevar esta ciudad a las ruinas-.

Uno de los concejales mirando a Arish dijo –pero aquí con nosotros está un Elohim, ¿eso nos tiene que servir de algo no?-.

Arish hizo una pausa, miró al elfo con ojos de incertidumbre y dijo –mi hora para entrar en esta guerra aún no ha llegado, serán ustedes los que deban proteger esta santa ciudad, mas sin embargo hay algo que puedo hacer-.

Se dio por terminada la reunión, las órdenes de Liris fueron claras, que las compañías de elfos en Portenense debían volver a casa, desafortunadamente esa decisión implicaba perder Portenense, pero Liris sabía que aquello era un sacrificio necesario.

♦♦♦♦♦

Como lo expresó Arish, tenía algo por hacer, así que en la mañana siguiente, el Elohim mandó alistar su caballo y se preparó para un viaje, un largo viaje hacia el Oeste. Apenas despuntaba el alba cuando el Elohim emprendió la cabalgata bajo el asombro y la mirada de los pocos elfos que a esa hora transitaban las calles. Los guardias que custodiaban la ciudad al ver marchar al Elohim murmuraban entre ellos diciendo –se va, justo cuando la guerra se aproxima a nuestra ciudad, él se va… ¿porque?

Otro guardia dijo –porque no hay esperanza, se marcha para proteger su vida-.

El jefe de aquellos guardias que también había visto partir a Arish y que escuchaba atento la conversación de los suyos por fin dijo –si aquello que dicen es verdad, pues que así sea, nuestra obligación es defender esta ciudad y eso es lo que vamos a hacer…por lo pronto dejen de hablar tantas tonterías…a trabajar…-.

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La noticia de la partida del Elohim, no sorprendió a la nueva reina cuando llegó a sus oídos, ya que la noche anterior, el mismo Arish le había dicho que iba a cabalgar hacia el oeste, ¿hacia dónde?, Arish no lo había mencionado, ni Liris se atrevió a preguntar, pero era claro hacia donde se dirigía, solo había un pueblo que vivía en esa dirección, los enanos.

♦♦♦♦♦

Miriahn miraba satisfecho el andar de su ejército, en menos de los que el tenia presupuestado, había tomado Portenense, los elfos se habían retirado, asegurando la victoria de su ejército. Otra victoria más para él y otra derrota para los odiados elfos, ahora su victoria total y definitiva estaba más cerca, estaba a un paso de Gwangur, el último paso sería tomar la ciudad, sabía que le iba a ser difícil, que los elfos iban a oponer más resistencia, pero Miriahn tenía un plan, un plan infalible para derrotar a los elfos y su última resistencia en Gwangur. Miriahn sabía que su ataque debía ser poderoso, tenía que atacar por todos los frentes. Su ejército atacaría por el norte, los hombres que ahora eran sus súbditos atacarían por el este, el único lugar no ocupado seria el sur-oeste. Pero Mirianh había pensado en todo, semanas atrás había comenzado la construcción de un gran puerto al oeste de la ciudad de Agbard, en las orillas mismas del mar tormentoso. El mar indomable, aquel que se decía era imposible de navegar, le ofrecía a Miriahn otra ventaja más en su guerra, el poder de la sorpresa. La construcción del mencionado puerto avanzaba rápidamente, lo mismo que los navíos negros, sus innumerables orcos trabajaban día y noche al servicio de su malvado amo, eso era lo bueno de aquellas siniestras criaturas. Pero Miriahn no dejaba ningún detalle a la zar, después de la victoria en Portenense, le ordenó a su general, Harod, que enviara un destacamento grande a la frontera con el reino de los lagos, la misión, no permitir que una inesperada ayuda que aquel reino quisiera brindarle a Gwangur llegara a su destino. En fin el circulo pronto se iba a cerrar en contra de Gwangur y aquella santa ciudad iba a sufrir el poder malvado y destructor de las fuerzas de Miriahn, la única esperanza de los elfos para sobrevivir a tan colosal ataque yacía en ellos mismos y en su nueva reina, que había jurado días atrás defender la ciudad con su vida misma.

♦♦♦♦♦

Habían pasado varios días de cabalgata, en los que a través de montañas, verdes prados, rocas y despeñaderos, con lluvia, con sol, y bajo las estrellas y la hermosa luz de la luna, Arish montado en su caballo no descansaba. Su destino

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estaba próximo. En lontananza se divisaban las montañas de hierro y más allá estaba su destino final, la ciudad de los enanos, Kilinyz. Apenas despuntaba el alba en otro día de cabalgata, El Elohim tenía la esperanza que al caer la noche llegaría a su meta. Mientras cabalgaba, por la cabeza del santo pasaban muchas cosas, una de ellas su joya. Echó la mano a su morral y la tocó, sintió el poder de aquel hermoso diamante, aceleró el paso. Como lo esperaba, Arish estuvo en los bordes de la ciudad de los enanos cuando el sol ya se escondía en el horizonte. Le sorprendió que la ciudad no contaba con muchas casas, en realidad muy pocas, pero recordó que los enanos prefieren vivir en la montaña misma. Los pocos habitantes, que jamás habían visto a un extranjero le brindaban miradas de desconfianza y corrían presurosos a casa y cerraban las puertas. Cuando estuvo en la puerta misma de la ciudad lo detuvieron unos guardias enanos fuertemente armados con unos enormes mazos y martillos – ¿extranjero que es lo que quieres?-. Preguntó uno de ellos con dureza e incluso con descortesía y con voz amenazante.

Arish respondió –busco a tu rey, noble señor enano-.

El mismo enano contestó –mi rey no recibe visitas inesperadas… ¿dime quien eres y para que lo buscas?-.

Arish de un salto rápido bajó de su caballo, tal acto alarmó a los enanos, visiblemente nerviosos ante la presencia del foráneo. Empuñaron amenazantes sus armas, uno de ellos volvió a hablar –no deis un paso más, si no lo lamentaras-.

Arish con serenidad habló de nuevo –tranquilo señor enano, no soy tu enemigo, mira que ni siquiera tengo arma alguna-. En efecto el Elohim no portaba espada ni cuchillo en su cinto. Arish continuó –vengo desde el este, del país de los elfos, le traigo un presente a tu rey…solo pido noble señor, que me anuncies ante tu rey, de seguro el querrá verme…-.

Uno de los enanos de mala gana se retiró a llevarle el recado al rey, mientras los otros no bajaban la guardia ante el extraño. Poco a poco los enanos fueron saliendo tímidos de sus casas para observar a quien había llegado solicitando la presencia del rey. Después de casi 1 hora de espera por fin la comitiva del rey se hizo presente, custodiado por muchos guardias el rey de los enanos venia al encuentro del extraño, montado en su inmenso y hermoso caballo. Cuando estuvo próximo, desmontó de su caballo y caminó hacia el Elohim quien seguía sin dejar de verlo. El enano que estaba delante de él Arish no lo reconocía, este no era Goim, el primer rey enano. Seguramente era el hijo o nieto. Este rey

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enano, no era como los demás reyes de los otros pueblos, en sus manos y cuello no colgaban caras y destellantes joyas, tampoco sus ropas eran de lino o seda, aquel era un enano de aspecto áspero, con una larga y gris barba y vestido con humildes pero limpias ropas, el único detalle que lo hacía rey ante los ojos de los extraños era un discreto pero hermoso anillo de oro.

Cuando el rey enano estuvo cerca de Arish habló por fin, con una voz seca, pero con un profundo respeto que el mismo Elohim inspiraba – ¡Me dicen que tú quieres verme, dime quien eres, de dónde vienes y que es lo que buscas!, extraño-.

Arish respondió –Tú no eres Goim, mi noble señor enano, ¿qué fue de la vida de mi amigo?-.

El rey contestó –Soy Darvin, rey del pueblo de los enanos, tercero en la sucesión del trono de Kilinyz, hijo de Marvin hijo de Goim…..ahora dime ¿de dónde conociste a mi antepasado?-.

Arish con una sonrisa en su rostro dijo –Goim, el señor enano, lo conocí en los primeros días de tu raza, noble señor, su partida me rompe el corazón, pero veo que su trono ha caído en sabias y trabajadoras manos…veo la hermosura de tu ciudad….respecto a tu pregunta de quién soy, yo soy Arish, el Elohim y vengo desde la ciudad de los elfos del este a traerte un presente-.

Al oír el nombre del extraño, el rey se arrodilló y sin levantar la cabeza dijo –perdóname, santo señor, no sabía quién era usted…..mi abuelo me contó muchas cosas de usted…-.

Los presentes al ver a su rey arrodillado ante la presencia del foráneo, solo atinaron a imitarlo. Arish se le acercó a Darvin le puso la mano en el hombro y dijo –levántate señor enano, ustedes no deberían arrodillarse ante nadie-.

Todos los enanos miraban curiosos al Elohim, el muerto rey Goim, siempre recordaba las sabias enseñanzas del Elohim en los primeros días de aquella raza, mientras tanto Darvin le enseñaba orgulloso las construcciones. Después de ver la ciudad de Kilinyz, el Elohim fue llevado a las montañas de hierro, a las cuevas de Kazam-Kun y allí Arish quedo deslumbrado por lo que vio, la ciudad que los enanos habían construido en las profundidades de la montaña era majestuosa, allí vivían muchos más enanos que los que lo hacían en la ciudad de Kilinyz. Pero aquella no era una visita social, así que después de terminar el recorrido por la ciudad subterránea, Arish le pidió a Darvin un momento para hablar a

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solas, Darvin accedió y ambos fueron conducidos al palacio subterráneo del rey y de allí caminaron hasta la oficina en donde Darvin atendía los asuntos de su reino. En aquella sorprendentemente bien iluminada oficina, teniendo en cuenta que como se dijo la ciudad estaba construida en las entrañas de la montaña, Arish le relató los acontecimientos sucedidos en las tierras del este a Darvin quien escuchaba atentamente.

Cuando Arish terminó, Darvin habló –Los enanos no entendemos esa obsesión vuestra por las guerras y demás, durante estos años hemos vivido en completa paz, excavando la montaña y de ella y de la tierra en las afueras nos hemos abastecido de lo que necesario para vivir……la guerra para nosotros señor es solo una idea lejana-.

Arish le replicó –en fin, no vengo a pedirte que entres a la guerra, eso sería absurdo, pero si me puedes ayudar en algo, Darvin….-. Arish metió la mano en su bolso que cargaba consigo y sacó de él, un objeto que estaba cubierto por un pedazo de lo que parecía ser lino. Lo puso sobre la mesa y mirando a Darvin le dijo –te pido mi señor enano que me guardes esto aquí…tómalo como un presente para tu pueblo-.

Darvin estiró la mano, tomó el objeto lo desenvolvió cuidadosamente y cuando estuvo a su vista, en sus ojos deslumbro la felicidad que tales joyas producían en aquella raza. – ¡es hermosa!-. Dijo Darvin –jamás había visto una joya tan bella y que brille tanto… ¿qué es?-.

Arish respondió –su nombre es Timbilis….fueron hechos por la misma mano del creador…es una de tres joyas que hay en la tierra…estas joyas son creadoras de vida, dos ya están en manos del enemigo…no podemos permitir que esta tercera caiga en sus manos, los propósitos que el señor oscuro tiene para esta joya incluyen el fin de todo lo que conocemos……es por eso mi señor enano, que te encargo su cuidado y protección, esperando que la tenebrosa sombra del señor oscuro no llegue hasta aquí-.

Darvin aun maravillado por la joya dijo –no se preocupe su santidad, la cuidare y la protegeré con mi vida si es necesario…aquí estará segura-.

Se dio por terminada la charla entre el rey de los enanos y Arish. El Elohim pasó la noche en la ciudad subterránea y temprano en la mañana se despidió de todos y se dispuso a regresar a tierras elficas. Pero antes de irse los enanos le hicieron presentes, le obsequiaron finas ropas, hermosamente fabricadas con toques de cristales y polvo de oro y diamantes extraídos de la montaña, también

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Darvin le dio al Elohim un presente para la nueva reina elfica, Liris. Arish puso todos los presentes en su caballo, subió a su lomó y cabalgó hacia el este, dejando atrás la ciudad de los enanos y dejando atrás también un poco de sus preocupaciones, sabía que la joya había quedado en buenas manos, ahora Miriahn estaba más lejos de conseguirla, el Elohim había ganado algo de tiempo en esta guerra.

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CAPITULO XV

Muerte y Sangre. Holocausto.

Cada día que pasaba era uno menos en la cuenta regresiva para el ataque final. Liris sabía que Miriahn estaba reuniendo sus fuerzas en Portenense, día tras día llegaban desde las tierras oscuras del norte cientos de sus horribles y sangrientos orcos, formando un ejército nunca antes visto. La reina estaba dispuesta a salvar y proteger la mayor cantidad de vidas de sus súbditos, sabía que el golpe más duro de la mano de Miriahn caería sobre la santa ciudad de Gwangur, así que ordenó que todos los no combatientes, ancianos, mujeres y niños, emprendieran un viaje largo y agotador hacia la costera ciudad de Endelesh. Allí por lo menos estarían seguros, siempre y cuando las defensas de Gwangur resistieran el ataque y expulsaran de sus territorios al enemigo. La orden fue dada y obedecida, los elfos emprendieron el viaje hacia la costera ciudad, con ellos iba acompañándolos una pequeña compañía de sus soldados. Los que se quedaban en la ciudad miraban con tristeza como sus hermanos marchaban hacia el oeste, siguiendo el afluente del Gidli, dejando atrás sus viviendas y muchas de sus pertenencias. Este era un momento triste, los que marchaban lo hacían para proteger su vida, los que se quedaban lo hacían para luchar por su ciudad y por sus hermanos. Muchos de los caminantes veían hacia atrás mientras caminaban y miraban los rostros afligidos de sus hermanos elfos, tristemente muchos de esos rostros jamás iban a volver a ser vistos con vida de nueva por muchos de los que hacia Endelesh marchaban.

♦♦♦♦♦

Los puertos grises estaban listos, la construcción había terminado, lo mismo los navíos negros, una veintena de ellos, con capacidad de transportar a más de 50 orcos bien armados. Miriahn dio la orden y empezó el viaje de aquellos navíos por el mar tormentoso, aquel que se decía era imposible de navegar, pero Miriahn gracias al poder oscuro de sus dos joyas, y gracias a su relación con el inframundo, conocía ritos y conjuros para calmar aquel mar difícil de agresivas olas. Mientras sus barcos empezaban a navegar, su ejército estaba listo, esperando las órdenes para dejar atrás Portenense y encaminarse hacia Gwangur. Harod impaciente, con sed de sangre recibió la órdenes y complacido comenzó la última gran marcha del ejercito negro, la misión, destruir Gwangur y

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apoderarse del último de los Timbilis, lo que no sabía Miriahn era que la joya ya no estaba en dicha ciudad, estaba muchos kilómetros al oeste, segura, bien protegida y adorada por los señores enanos.

♦♦♦♦♦

Desde el norte venían vientos fríos, vientos de guerra, Los espías le habían dicho a la nueva reina que un enorme, inmenso ejercito de orcos y otras criaturas ya estaban en camino a Gwangur. Por otro parte se sabía que los hombres de Henaith, ahora de corazón oscuro y llenos de odio por la muerte de Arestes, por la cual culpaban a los elfos, atacarían del lado este, por el bosque de Othis. Se venían días sombríos, días de asedio, días para defender la ciudad y defender sus vidas, los elfos se alistaban para una de las batallas más sangrientas y despiadadas de la corta historia.

♦♦♦♦♦

El silencio reinaba, nadie se atrevía siquiera a decir una sola palabra, solo había silencio alrededor. A lo lejos, una gran mancha oscura se aproximaba, una mancha oscura como oscuro era el cielo, apenas era medio día y el cielo está totalmente gris, como presagio del ambiente de guerra que había en la ciudad. El gran ejecito negro se aproximaba a buen paso a la ciudad y mientras lo hacía parecía más inmenso a los ojos de los elfos que los veían bajo la protección de los muros de las murallas que bordeaban la ciudad de Gwangur. Al caer la tarde, aquel basto ejército ya estaba en las afueras de la santa ciudad. Aquella era una tarde fría y para hacer las cosas un poco más tétricas, del cielo empezó a caer una fría llovizna. Los tambores de guerra de los orcos empezaron a sonar bajo la luz de sus antorchas que bailaban tratando de ganarle la batalla a la lluvia que aun caía. Ya entrada la noche y cuando los tambores infernales aun sonaban, por fin paró de llover, entonces apareció una figura que se puso al frente del ejercito negro, era Harod, llevaba una armadura negra y sobre ella una capa del mismo color, su cabeza protegida por un yelmo el cual solo permitía ver sus dos ojos, unos ojos penetrantes y terribles, el yelmo terminaba con una decoración de lo que parecían ser unas alas de cuervo. Aquel que parecía ser el general del ejército negro, le producía a la Reina Liris un sentimiento de familiaridad, era como si anteriormente lo hubiera visto, pero eso era imposible, esta era la primera vez que veía a aquel ser. La reina lo veía desde la seguridad de los muros de Gwangur. Los tambores no se callaban, seguían su infernal ruido, los orcos, Uruks, trolls y demás criaturas estaban inmóviles, parados en formaciones de batalla, solo esperaban una orden de su general para comenzar

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su embestida. Nadie se atrevía a atacar primero, los elfos desde sus posiciones en la ciudad armados de arco y flecha y abajo el ejército negro que aún seguía tocando sus tambores, era como si esperaran algo. De pronto a lo lejos, del bosque de Othis se empezó a divisar que una compañía grande de combatientes se aproximaba, eran los hombres de Henaith, tras la muerte de su rey, al frente de ellos como su general estaba ahora Mikael.

La batalla comenzó, las cargas de las catapultas volaron por el oscuro cielo y se estrellaron sobre las edificaciones de la ciudad, mientras los elfos disparaban interminables lluvias de flechas, muchas de ellas dando en el blanco. Abajo, los trolls, que eran los más fuertes, cargaban las catapultas y además empujaban, grandes escaleras, mientras que los orcos y demás los protegían también con disparos de flechas. Las catapultas de la armada blanca, también eran efectivas, lo mismo que sus flechas, aun así el grueso del ejército negro estaba en las mismas puertas. Las enormes puertas resistieron el primer embate de las tropas negras. Muchos trolls empujaban enormes troncos, intentando derribarlas, pero las puertas resistían, otros trolls con enormes mazos las golpeaban pero las puertas aun resistían. Mientras esto pasaba, por otro lado, muchas escaleras estaba firmes y por ellas subían los orcos y Uruks, muchos de ellos lograron coronar la muralla cuando estuvieron en frente de los elfos, Liris gritó – ¡elfos saquen sus espadas!-.

Fue allí cuando comenzó la verdadera batalla. El día despuntaba, las hordas de Miriahn combatían ferozmente, las interminables cargas de las catapultas seguían lloviendo, causando significativos daños no solo en las estructuras de la ciudad, si no en las mismas vidas de los elfos de la armada blanca. Pero Liris y sus elfos seguían en la batalla, sus enemigos orcos y hombres, seguían subiendo las escaleras, pero arriba eran esperados y aniquilados por los elfos. Todo parecía controlado, la ciudad santa resistía el ataque valientemente, solo unos pocos de tal enorme ejercito enemigo había logrado ingresar a la ciudad, hasta ese momento las murallas y las puertas habían guardado la vida de los elfos, pero no por mucho tiempo más. De pronto las puertas parecían que empezaban a ceder, los interminables golpes y arremetidas, parecían estar dando resultado finalmente. De pronto y ante la vista de asombro de Liris y sus elfos, las puertas finalmente se fueron abajo, permitiendo que cientos de enemigos entraran en la ciudad. La situación no era buena, para nada buena. Las puertas de la ciudad habían cedido y por ella entraban cientos de enemigos, tantos que parecían como hormigas. Liris ordenó a sus tropas dirigirse al primer nivel de la ciudad, la misión ahora era contener a las tropas enemigas y no permitir que llegaran a los niveles superiores. Pero la gran mancha oscura seguía avanzando y entrando

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más y más a la ciudadela elfa y mientras lo hacía, iban dejando a su paso cientos de cadáveres de los elfos que inútilmente osaban cortarle el paso a tal ejército. Nada parecía ir bien para los elfos, ahora que sus puertas de la ciudad habían cedido, combatían para no permitir que los enemigos avanzaran, pero su enemigo era poderoso y no tenía misericordia, la derrota era cuestión de horas.

♦♦♦♦♦

Endelesh era la ciudad costera del reino de Gwangur, estaba ubicada en la costa que da al mar tormentos y separada a más de 500 Kilómetros al sur-oeste de la capital del reino. Antes la ciudad de pocos habitantes, ahora estaba super habitada, pues unos días atrás habían llegado los elfos de la santa ciudad para salvar su vida. Si bien la angustia por saber el destino y la suerte de sus hermanos en la ciudad santa los apesadumbraba, se sentían de algún modo seguros y lejos de todo peligro, por lo menos por el momento. Jamás se imaginaron que aquella era una falsa seguridad y que por aquel mar que les proporcionaba alimentos, pronto arribarían enemigos que les traerían mucho dolor. Por el momento, aquel mar parecía tranquilo, más tranquilo que de costumbre, pero no por mucho tiempo. A lo lejos ya se divisaba la costera ciudad, así que el capitán encargado por Miriahn ordenó a todos estar listos para el desembarco, debía ser rápido y sorpresivo. Al parecer nadie se había percatado de los barcos, pues la oscuridad era su mejor aliada. La ciudad dormía, solo unas pocas antorchas iluminaban el puerto, los orcos sigilosos uno a uno desembarcaron. Aquella noche oscura y fría traía consigo olor a sangre y muerte y gritos de dolor. La toma de la ciudad por los orcos fue rápida y casi sin resistencia, los soldados elfos que habían sido mandados para proteger la ciudad cayeron rápidamente, los elfos que habían salido de la santa ciudad para proteger su vida, ahora morían bajo el filo de las espadas orcas. Los orcos con la misión de no dejar a nadie con vida y no tomar prisioneros, cumplieron a cabalidad con las órdenes, asesinaron a todos y quemaron todo. En la mañana del día siguiente, la ciudad aun ardía, mientras los orcos apilaban los cadáveres de los elfos asesinados, solo unos cuantos lograron salir con vida de aquel cruento ataque, tomaron sus caballos y cabalgaron de nuevo hacia la santa ciudad. De la ciudad costera de Endelesh ahora corrían ríos de sangre, sangre inocente, aquella no había sido una batalla, había sido una masacre, una pelea desigual de orcos con espadas y lanzas contra elfos desarmados. Muchos elfos habían suplicado clemencia, pero no se le puede pedir clemencia a tales criaturas que habían asesinado sin remordimiento alguno a mujeres, ancianos y niños. Aquel acontecimiento quedaría para la historia como uno de los hechos más barbaros y despreciables en la historia de la tierra.

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La batalla seguía por otro día más, si bien las tropas enemigas habían logrado ingresar a la ciudadela, de allí no pasaban, por lo menos no por el momento. Los elfos habían logrado repeler el ataque y defendían valientemente la entrada al segundo nivel de la ciudadela, ya nada podían hacer por el primer nivel, ya era posesión del enemigo. El ruido de las espadas seguía sonando, aquel era un ruido infernal, el chasquido del metal era incesante, pero los elfos seguían combatiendo. Abajo en el primer nivel, el general, aquel que seguía con su armadura y montado en su bestia, seguía repartiendo ordenes, pero no se había manchado aun las manos de sangre, no había llegado el momento para él. Las cargas de las catapultas de nuevo arreciaban contra la ciudad, pero esta vez, los trolls las cargaban no con rocas, si no con cargas incendiarias. Aquellas cargas empezaron hacer mella en la ciudadela que defendían los elfos en cabeza de Liris, los incendios empezaron a propagarse, mientras que algunos elfos intentaban apagar las crecientes llamas, el humo nublaba todo el lugar, impedía ver y por supuesto respirar, el calor del fuego era insoportable, Gwangur ardía. Muchos cuerpos de elfos yacían en el suelo, esta era una guerra sin piedad y sin descanso. Si bien los esfuerzos de los elfos por apagar las llamas había dado resultado, los daños eran irreparables, la otrora ciudad con casas hermosas, hoy era una ciudad de ruinas y humo. Llegó de nuevo la noche, los elfos estaban cansados por la batalla, pero seguían combatiendo, aunque cada vez se veían superados por los enemigos. El segundo nivel de la ciudadela había caído, muchos elfos valientes murieron al tratar de defenderla, ahora los elfos sobrevivientes se replegaban hacia el tercer nivel, al que había que defender a toda costa, pues si la tercera ciudadela caía en manos enemigas ya todo estaría perdido. Ya solo quedaba el cuarto nivel que era donde estaba el palacio real, las perspectivas de los elfos no eran buenas, pero aún seguían combatiendo con bravura y valentía así el enemigo fuera más fuerte y mucho más numeroso. La noche cayó y en el cielo gris brilló una enorme luna. La luz que irradiaba aquel satélite, provocaba extrañas cosas en muchos combatientes del ejército negro incluyendo a Harod. Este último entendió que había llegado su hora para entrar de lleno en la batalla, lo mismo que a muchos de los suyos, los que él había convertido, a los que él había, con una mordida, compartido su maldición. Bajó de su bestia, con tranquilidad se quitó el yelmo de su cabeza y dejó ver su rostro irreconocible, ninguno de los que lo miraron lo reconocieron, ni los elfos, ni los hombres de su reino que combatían por el señor oscuro, ni tampoco Liris lo reconoció, aunque la sensación de desconcierto crecía dentro de ella, lo recordaba del algún lugar pero no recordaba de cuándo ni dónde. La

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transformación se completó bajo la mirada incrédula de los elfos, de pronto aquellas criaturas, los hombres lobo, arremetieron en contra de los defensores de la ciudad. La agilidad, fuerza y rapidez de aquellas criaturas no se podía comparar con nada visto antes. El campo de batalla se convirtió en un festival de sangre y muerte provocado por los licántropos, simplemente no tenían rival, uno por uno los elfos que se osaban a enfrentárseles caían desangrados. Mas sin embargo muchos arqueros de la armada blanca, apostados en la parte alta de la ciudadela, hicieron llover sus flechas en contra de estas criaturas, solo algunas dieron en el blanco, pero increíblemente, las heridas de las flechas no hacían mella en aquellas abominaciones de la naturaleza. La entrada de los licántropos, cobijados por la luz de la luna, fue definitiva para el destino de aquella batalla, todo esto acompañada por una feroz arremetida del ejercito negro, vaticinaba una derrota inminente para los elfos, todo parecía indicar que para la santa ciudad de Gwangur ni para los elfos que allí combatían, no habría mañana. Se aproximaba la mañana y ya la tercera ciudadela había caído, Liris miraba con tristeza a sus pocos elfos que habían sobrevivido y que estaban junto con ella, protegiéndola, detrás de las últimas puertas, que daban al cuarto nivel de la ciudadela, aquellas puertas no eran muy resistentes, en cualquier momento se vendrían abajo. Detrás de ellas cientos, miles de orcos, uruks, trolls, lobos y demás, arremetían contra las no muy resistentes puertas, la victoria para el ejército a cargo de Harod estaba cerca. Detrás de aquellas últimas puertas estaban muy pocos elfos y su reina, los cuales no brindarían mucha resistencia, la victoria estaba cerca. Arish, ajeno a la batalla pues jamás había empuñado su espada se hizo presente a los ojos de los elfos y de Liris.

La reina lo miró y le dijo casi con decepción –parece que este es el fin-.

Arish le puso sus dos manos en los hombros a la reina y él dijo – ¿el fin?....este aun no es el fin….mientras haya elfos dispuestos a luchar para defender a su ciudad, no será el fin….además…..las ayudas llegan cuando uno menos se las espera….el agua siempre nos trae esperanza…tienes que seguir luchando, por el amor que le tienes a tu pueblo, no desfallezcas-.

Liris no entendió las últimas palabras del Elohim, pero si entendió que no podía rendirse, así que con la ayuda de otro elfo, se puso su armadura de nuevo, empuñó su espada, la misma que había usado su padre y mirando a sus elfos les dijo –jure defender esta ciudad hasta la muerte y eso haré, ahora vallamos afuera y combatamos, lo cierto quizás es que muramos, pero lo haremos con orgullo y dignidad-.

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Esta actitud de su reina, entusiasmó a los elfos que al igual que Liris se alistaron de nuevo para combatir. Las puertas cedieron y en un segundo por el lugar en donde hace un momento habían estado, comenzaron a entrar enormes y horribles trolls, despiadados orcos y temerarios uruks. Los enormes trolls, armados con mazos poderosos no tenían rival, solo las flechas tiradas por los prodigiosos elfos apostados en la retaguardia hacían mella en aquellos enormes trolls. La lucha era desigual, en número y en poderío, pero en medio de aquella batalla, la reina luchaba con fiereza, a estas alturas ya había logrado apañarse a varios orcos desafortunados que se le habían atravesado en su camino y a su lado, continuaban muchos elfos valientes luchando, entre ellos el fiel y valiente Remundasky, luchando y muriendo al lado de su amada y valiente reina. De pronto por la entrada a la última ciudadela, apareció aquel enorme lobo de blanco pelaje, sus ojos brillaban con un color rojizo. El lobo caminaba sobre sus cuatro patas y lo hacía en dirección hacia la reina Liris. Liris advirtió la presencia de aquel animal, aquella monstruosidad venia justo hacia ella, así que la reina adoptó una posición defensiva, uno de los elfos advirtió que el lobo iba hacia la reina y lo atacó, pero fue muerto en dos simples movimientos. El licántropo, que no era otro sino Harod, con un salto estuvo próximo a la reina y con una rápido movimiento le dio un golpe a Liris, quien voló y fue a chocar contra una pared, los demás elfos trataron de ir a socorrer a su reina quien estaba siendo atacada por aquel lobo, pero ellos también estaban combatiendo con los orcos. Liris, como pudo pero con mucho dolor se incorporó de nuevo, tenía una herida en el costado, lo más probable era que se hubiera quebrado varias costillas por la fuerza del impacto, pero disimuló el dolor que le producía aquella lesión y tomó en su mano de nuevo su espada. El lobo gigantesco de nuevo estaba muy cerca, así que Liris decidió atacar, en un movimiento muy rápido dio un tajo, pero el lobo lo esquivó con mayor velocidad aun y contraatacó con otro golpe, esta vez Liris chocó contra otra de las paredes. Se sintió asfixiada así que decidió quitarse el yelmo de la cabeza dejando al descubierto su hermoso rostro del que se desprendía un hilo de sangre desde su frente. Ahora la reina estaba más que indefensa, su espada estaba lejos y el lobo ahora se dirigía otra vez hacia ella, este parecía ser el fin. De nuevo y con mucho dolor, Liris se incorporó de nuevo sosteniéndose de la pared. Recostada en la pared, Liris alzó la cabeza y dejo ver sus dos enormes y hermosos ojos totalmente bañados en lágrimas de dolor y de desconsuelo. El Licántropo avanzaba amenazante, mostrando unos enormes y filudos colmillos y unas enormes y afiladas garras, dispuesto a dar el golpe definitivo. Y entonces pasó lo inesperado, el lobo que estaba dispuesto a matar, se detuvo en su caminar, al ver los ojos de la reina el lobo parecía confuso. Liris no entendía lo que pasaba, aquel monstruo que no

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parecía tener piedad ni sentimientos y que se dirigía para darle el golpe mortal, ahora estaba parado delante de ella y no dejaba de mirarla directamente a los ojos.

♦♦♦♦♦

De la más profunda oscuridad en la que había estado sumido, Harod volvió a la vida, se desató de las cadenas que lo ataban a la oscuridad y a la maldad y recordó a quien pertenecían esos dos hermosos ojos y ese hermoso rostro. De su rostro aun transformado brotó una lagrima, miró a todos los lados y entendió todo el dolor y la muerte que había causado, vio a los suyos, los hombres de su reino, muchos de ellos tirados sin vida en el suelo, vio también a los elfos bañados en sangre también inertes. Y por último otra vez volvió su mirada a su amor, la vio asustada, tímida como aquel primer encuentro en el bosque de Othis. Miró al oriente, el sol estaba próximo a salir, el lobo entendió que tenía que volver a su forma humana, así que empezó su transformación.

♦♦♦♦♦

Liris no podía creer lo que veía, arrodillado en el suelo, desnudo, indefenso, estaba su amor, Harod, a quien creía muerto. Con sus ojos bañados en lágrimas lo abrazó, lo besó, le acarició el rostro, era el rostro que recordaba. Pero Harod estaba débil, quizás el haber rechazado la maldad y recobrar conciencia le había mermado su forma física. El hombre sonrió mientras le acariciaba el rostro a Liris, pero de nuevo la conciencia se le iba, lo último que escuchó antes que cayera en el sueño fue unos sonidos de cuernos de guerra, unos sonidos distantes, allá en la lejanía, tan lejanos que parecían irreales.

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CAPITULO XVI

Amor y Enfermedad.

Abrió los ojos, la luz que entraba a través de las cortinas le incomodó, intentó pararse y lo hizo pero con mucho esfuerzo. No reconocía el lugar, no sabía que había pasado, tan solo en su mente habían pequeños fragmentos de recuerdos, la cabeza le dolía como los mil demonios. Salió caminando de la habitación, una habitación que en vez de muros tenía unas cortinas blancas colgando. Lo que vio afuera le sorprendió, se dio cuenta que estaba en Gwangur, pero la ciudad estaba destruida, los elfos sobrevivientes estaban trabajando en recoger el escombro y demás. Pero la guerra había terminado, miró a todos los lados y no vio al ejercito negro, solo vio a elfos y hombres, hombres de su reino que ayudaban con la labores. También notó en la lejanía, en el rio Gidli, hermosas embarcaciones en forma de cisnes gigantescos y blancos.

– ¿está bien mi señor?-.

Harod reconoció aquella voz y se volvió, en efecto era la voz de Adad, un fiel amigo de infancia y comandante de armas del ejército real de Henaith.

Harod lo abrazó y dijo con emoción – ¡amigo, que bueno es ver una cara conocida!-.

–La felicidad es nuestro señor por ver que está de nuevo en pie-. Respondió Adad.

– ¿Cuánto tiempo ha pasado mi amigo?-. Preguntó Harod.

–tres días-. Respondió Adad.

Harod que aún estaba débil se sentó y de nuevo preguntó – ¿en dónde está ella?-

El hombre respondió –ella no se separó de usted mi señor, ni un solo minuto en estos tres días-. Y señaló el lugar donde se encontraba.

Harod se paró de nuevo y la vio, tan hermosa como el primer encuentro en el bosque de Othis. Caminó hacia ella y ella al verlo también camino hacia él, cuando se encontraron se unieron en un apasionado y largo beso que hizo

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sonrojar a todos los presentes. Después de aquel reencuentro vinieron las preguntas de Harod que quería saber cómo había terminado la guerra y Liris le conto todo.

Cuando Liris sostenía a Harod en el suelo, sonaron unos cuernos, los mismos que Harod escuchó antes de perder la conciencia. Todos, incluidos elfos y los soldados del ejército negro escucharon aquel sonido y se preguntaban de donde podía venir, claramente no era un cuerno de guerra orco, tampoco era de los elfos ni de los hombres. El sonido de los cuernos se repitió de nuevo y fue allí cuando uno de los elfos gritó señalando hacia el rio Gidli – ¡mire mi señora, en el rio, en el rio….!-.

Liris volvió la vista al rio y con sus ojos de elfa vio lo que el elfo señalaba, en efecto el sonido de los cuernos venia de los barcos con formas de cisnes gigantescos que atracaban en la orilla, en uno de los barcos ondeaba un estandarte que Liris reconoció – ¡son los elfos del reino de los lagos…han venido a ayudarnos!-. Gritó con emoción la reina.

Pues sí, de aquellos hermosos barcos descendieron cientos de soldados comandados por el mismísimo rey Rineo quien con espada en mano estableció batalla con las fuerzas del mal. Su entrada en esta guerra fue definitiva, además los hombres al ver a su príncipe con vida se volvieron en contra de los orcos. En cuestión de pocas horas, el ejército negro fue derrotado, cientos de orcos corrieron desesperados para salvar su vida. La embestida del ejército de los lagos fue sangrienta, brutal y eficaz. Fue así como la santa ciudad aunque destruida y arrasada, resistió el ataque y expulsó al ejército negro de estos santos territorios, con la ayuda de sus hermanos elfos del norte. Pero también fue liberada Endelesh, una división especial del ejército de los lagos fue hasta esa ciudad y expulsó a los enemigos en una cruenta batalla.

♦♦♦♦♦

Harod lloraba desconsoladamente, el dolor lo invadía, el dolor de no ver a su padre, solo instantes atrás, se había enterado de la muerte del rey de Henaith. Su ira crecía, maldecía a Miriahn, juro venganza. Pero Harod también tenía mucho que narrar y así lo hizo. Bajo la luz de unas cuantas velas, Harod narró su odisea a su amada y amigos, narró hasta donde la memoria le daba, era como si los últimos meses hubiera estado dormido pues no recordaba nada de lo sucedido.

Harod permaneció unos días en la ciudad de Gwangur que estaba siendo reconstruida, cuando se sintió que había recuperado algo de sus fuerzas, decidió

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que era el momento de viajar hacia su país. Liris así lo entendió y con tristeza de ver partir de nuevo a su amor, lo despidió a él y a los demás hombres. Después de largos días y noches de cabalgata en los que la salud del príncipe parecía disminuir, por fin llegaron a la ciudad de Eroth, capital del reino. Allí fueron recibidos con alegría de ver de nuevo al príncipe con vida, pero con tristeza por los pocos que habían regresado de la guerra. Todos los habitantes tenían motivos para llorar, pues muchos familiares y conocidos no habían regresado a casa, incluido el rey Arestes. La reina Pernea lloró desconsoladamente por la muerte de su rey, al mismo tiempo que besaba y abrasaba a su hijo que creía muerto. El rey fue sepultado simbólicamente, pues había sido sepultado rústicamente muy cerca del valle de los lamentos donde murió. Harod declaró seis días de duelo, después hizo colgar de la orca a los traidores, hombres que habían vendido la voluntad a Miriahn, alentando a Arestes a entrar a la guerra. Entre los que colgaron estaba el consejero del rey, Lennabar y otros tantos que en opinión de Harod, tenían algo de culpa por impulsar a su padre a entrar en la guerra y llevar a la muerte a muchos hombres del país.

Pero Henaith necesitaba un rey y el heredero por derecho al trono era Harod. Así fue como la ceremonia de coronación se organizó, fueron invitados los elfos de Gwangur y por supuesto el Elohim Arish, quien iba a ser el encargado de coronar al nuevo rey. De nuevo Harod y Liris se reencontraron después de varias semanas, de nuevo estaban juntos, pero esta vez era diferente. Estaban juntos a la vista de todos, su unión era aceptada y celebrada. Ante la presencia de los elfos, de su madre, de sus súbditos y ante la mirada de su hermosa Liris, Harod fue coronado y bendecido por Arish como nuevo rey del reino de Henaith. Pero algo le pasaba al nuevo rey, aunque lucia feliz, estaba demacrado y bastante delgado. En los últimos días había comido poco, las noches eran un tormento, no dormía nada, noche tras noche luchaba contra una fuerza maligna que venía de la luz de la luna. Pero sin embargo la celebración por la coronación del nuevo rey, duró varios días en la ciudad de Eroth. Llegó el momento para que Liris, Arish y los elfos volvieran a casa. Harod los despidió alegremente, a todos les dio presentes y a su amada la despidió con una largo beso, otra vez se despedían, pero no era por mucho tiempo, Harod tenía que quedarse para organizar algunas cosas en su país, pero pronto le había prometido a Liris que iría a la santa ciudad para verla de nuevo y estar con ella. La reina y los suyos partieron de nuevo hacia Gwangur, allá los esperaba la difícil tarea de reconstrucción de las tres ciudades.

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Miriahn no había aun asimilado una nueva derrota, otra más, justo cuando estaba tan cerca de lograr su maligno objetivo. Ahora veía cada vez más lejos la posibilidad de tener en su poder la tercera joya. Un nuevo ataque a Gwangur no era posible y lo sabía, además aun si quisiera no tenía como hacerlo, sus tropas habían sido diezmadas terriblemente y había perdido a su general, Harod. Sus malignos soldados, los que habían sobrevivido, ya habían arribado de nuevo a casa, pero estaban cansados y heridos. Miriahn sabía que tenía que esperar, formar otro ejercito le llevaría tiempo, pero tiempo era lo que no tenía, sabía que mientras más tiempo pasara, los elfos de Gwangur mas se fortalecerían para resistir otro ataque, además el reino de los lagos estaría allí para apoyar a Gwangur. Miriahn entendió que la victoria en su guerra solo se la podía brindar la tercera joya, mientras que no la tuviera no probaría el sabor de la victoria. Miriahn maldecía por su suerte, pero esa suerte estaba por cambiar y dar un giro a favor del señor oscuro. Sin saberlo, otra raza, la que él nunca había considerado, le daría la posibilidad de tener lo que tanto anhelaba y esta vez le iba a resultar más fácil de lo esperado.

♦♦♦♦♦

El olor era inmundo, insoportable. Respirar era dificultoso, ver también le costaba, no solo por la oscuridad sino también por las lágrimas que caían de sus ojos. Ya no recordaba cuanto tiempo había andado desde que había sido desterrado de su pueblo, seguramente tres semanas tal vez cuatro. La comida ya se le acababa, el agua igual y en esas tierras no había fuentes de agua ni tampoco arboles con fruto, maldecía el momento que había tomado ese rumbo, pero ya era tarde, demasiado tarde para volver atrás. Caminaba de forma dificultosa, el terreno no ayudaba, era rocoso, áspero, no daba tregua, no había lugar para descansar, pocos árboles que dieran refugio. Estaba muy cansado, agotado, hambriento, solo por la mañana de aquel día había probado bocado. Había encontrado un nido de lagartija, tres huevos, todos se los devoró. El sabor era horrible pero no comer era peor. La noche era oscura, la más oscura que había experimentado, no había luna, tan oscura que apenas si se podía ver sus propias manos, así que decidió que debía descansar. Encontró una roca con forma de hongo que daba algún refugio contra el viento frio que empezaba a arreciar. Se sentó, hizo una pequeña hoguera con algunos palillos y hojas secas que encontró, mala decisión. Allí sentado en frente de aquel débil fuego, Troim lloró, no era la primera vez que lo hacía, era costumbre de todas las anteriores noches y días. Pensó en los que había dejado atrás, su madre, su padre, pensó en Dina, lloró por no poderle cumplir la promesa de casarse, lloró. Se secó las lágrimas y decidió dormir, apagó el fuego, el humo se levantó por los aires, se

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acurrucó como un ovillo, sacó una manta no muy gruesa y se la echó encima, sintió el calor que la manta le brindaba y que derrotaba, al menos por el momento al frio que arreciaba con el viento. A la sombra de aquella piedra, el enano durmió. Tuvo extrañas pesadillas, pesadillas que jamás nunca había tenido, vio a criaturas que jamás había visto, también vio a un alto caballero que lo llamaba por su nombre, aquel caballero de armadura negra tenía sangre en las manos y no paraba de llamarlo. Durmió toda la noche, no lo despertó ni siquiera el viento que ya entrada la madrugada arreciaba y que traía consigo un frio penetrante. Pero su manta cumplía la tarea de mantener el calor. Lo despertaron unos ruidos alrededor, se levantó de prisa, se frotó los ojos, para su sorpresa vio que lo que lo había despertado no era sino un pequeño conejo, se tranquilizó un poco. Se dispuso a atraparlo, lo hizo sin mucho esfuerzo, por primera vez en muchos días volvió a sonreír, era la primera vez en muchos días en los que tendría algo decente para desayunar. Se dispuso a preparar tal manjar, sacó de su bolso una olla pequeña y también de su cinto sacó un pequeño pero afilado cuchillo, llenó la olla con la poca agua que le quedaba en la cantimplora, reunió unos cuantos palillos secos y unas hojas y de nuevo hizo fuego. Pero cuando se disponía a despellejar al muerto animal, de no sabe dónde voló una flecha que le paso muy cerca y que se estrelló en la piedra a sus espaldas. Troim aturdido por la sorpresa dejó todo y salió corriendo sin saber a donde solo corrió para salvar su vida. Pero los enanos no son conocidos precisamente por ser veloces, así que pronto fue alcanzado por sus verdugos y se vio rodeado por horribles criaturas, los mismos orcos de sus pesadillas. Pensó en estar soñando, pero eso no era una pesadilla y lo supo cuando uno de los orcos le dio un fuerte golpe en la sien que lo derribó al suelo y le hizo perder momentáneamente el conocimiento. Después de varios minutos recobró de nuevo la conciencia, sintió un dolor indescriptible en la cabeza, se tocó la frente y se dio cuenta que tenía sangre, cálida sangre que le bajaba de la testa.

De pronto uno de los orcos empuñó su espada y se le acercó, listo para dar el tajo final, pero otro, el que parecía ser el jefe dijo con una horrible voz, tan o más horrible que su forma física. –no lo matéis, no aun, llevémoslo a donde nuestro señor. Él sabrá que hacer, si no le sirve, nos lo dará a nosotros….y allí mis amigos probaremos una nueva carne, la suya…miradlo se ve delicioso-.

Los otros orcos rieron de una forma siniestra y obedecieron al jefe, alzaron de mala forma al enano y se dispusieron a marchar.

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– ¿encontraste algo de valor? -. Preguntó el que parecía ser el jefe a uno de los orcos que estaba esculcando el bolso del enano, este último de mala gana respondió –nada, este insecto no trae nada de valor, solo este pequeño cuchillo-.

–Muy bien es hora de volver a la ciudad-. Dijo el orco.

El camino se le hizo insoportable al enano, el dolor de la cabeza se le agudizó con el ardiente sol, eso sumado al andar presuroso de aquellos orcos. No soportó más el dolor y cayó inconsciente, entonces el orco jefe le dio la orden a uno de los suyos para que lo llevara a cuestas y así se hizo.

♦♦♦♦♦

-ya está despertando mi señor-. Dijo uno de los orcos.

En efecto Troim estaba volviendo en sí de nuevo. No reconocía el lugar en donde estaba, era un lugar oscuro, solo iluminado por unas pocas velas que daban una tenue luz. Salió del aturdimiento y recordó los hechos recientes, el dolor de la cabeza aún no había desaparecido aunque había mermado, se miró las manos y pies y notó que no estaba encadenado, eso le sorprendió.

De pronto una voz en la oscuridad habló –me dicen que andabas solo, merodeando por mis tierras-.

El enano forzó la vista para reconocer a quien había hablado y lo logró. Quien estaba frente suyo y le miraba fijamente era un caballero alto, esbelto y que lucía poderoso con sus ropas negras, pero por la oscuridad no le vio la cara. Troim apenas vio a quien le hablaba se echó para atrás muerto de miedo, aquel sujeto al frente suyo se parecía mucho a aquel caballero de armadura negra de su pesadilla, era el mismo.

♦♦♦♦♦

Después de la coronación de Harod como rey de Henaith, la tarea de Liris era clara, reconstruir Gwangur, Portenense y Endelesh, sobre todo esta última debía ser levantada del polvo. Poco a poco así como las semanas fueron pasando, Gwangur fue lentamente reconstruida. Aunque no era posible que la ciudad volviera a ser la imponente y hermosa ciudad que era antes de la guerra, si se logró reconstruir medianamente, la reconstrucción total llevaría mucho tiempo, era muy difícil borrar las marcas que había dejado la guerra, no solo en los muros de la ciudad, si no en los corazones de los elfos. En las calles aún se

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advertían algunas manchas, eran las marcas de aquellos que habían muerto defendiendo la santa ciudad, además de eso el olor a muerte y sangre aún no se disipaba. Si bien los cuerpos de los elfos muertos fueron sepultados, la pregunta era que harían con los cadáveres malolientes de los orcos, la respuesta fue llevarlos lejos, adentrarse en el bosque de othis y hacer una enorme hoguera. Así se hizo, los cadáveres ya putrefactos de los orcos se apilaron y se le prendieron fuego, el olor que se desprendía de aquellos cuerpos era insoportable y nauseabundo y llegaba hasta la propia ciudad, contaminando el aire. Los únicos que no parecía molestarles el olor, era a los cuervos, buitres y demás animales carroñeros que se deleitaban con la carne podrida y putrefacta de aquellos cadáveres, en cuestión de pocos días los cuerpos fueron devorados, tanto por el fuego que los llevo a cenizas y también por los animales de carroña.

Pasaron los días y la ciudad pareció recuperarse de las huellas de la guerra, todos los habitantes superaron la perdida de los familiares y conocidos y volvían a la normalidad de sus vidas. Liris veía como su pueblo de nuevo se levantaba orgulloso después de la guerra, había cumplido su tarea, la que su padre le había encomendado, proteger a su pueblo, salvar la mayor cantidad de vidas que pudiera, además la felicidad ahora era completa, tenía de nuevo a su amor. Harod por su parte, ahora como rey, seguía ordenando las cosas en su reino, había mucho que hacer. Pero algo le pasaba al rey, día tras día su salud y vitalidad disminuía, todos eran testigos del agotamiento reflejado en el rostro del rey, aquel rostro demacrado y pálido. Sin embargo Harod después de poner orden en la casa, decidió que era el momento de ir de nuevo a la ciudad elfa para ver de nuevo a su amor, junto con su guardia real, partió de nuevo hacia Gwangur, el viaje iba a ser largo y agotador, aun mas para el débil rey, pero lo animaba el hecho de tener de nuevo en sus brazos y besar de nuevo aquellos labios rosados de Liris. El encuentro entre Harod y Liris como se esperaba fue muy emotivo, además Harod fue recibido no como un visitante cualquiera sino como rey. Los elfos fueron testigos de la felicidad de su reina, miraban felices como Liris después de mucho tiempo volvía a sonreír. Harod pasó muchos días con Liris en Gwangur, compartieron muchas cosas. Ambos una tarde volvieron a aquel claro en el bosque en el que se pusieron la primera cita y que fue siempre su cómplice en aquel naciente amor. Aquel claro estaba tal y como lo recordaban, el agua de la fuente estaba más que cristalina y a su alrededor habían crecido hermosas flores con exquisitos perfumes que ambientaban todo el lugar. Se recostaron en un árbol, Liris sobre el pecho de Harod mientras este jugueteaba con el cabello de la elfa. Estuvieron allí mucho tiempo sin decir ni

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una sola palabra, no era necesario, solo miraban el cielo azul, escuchaban el croar de las ranas y olían el dulce perfume de las flores.

Allí estuvieron hasta que el sol empezaba a ponerse, entonces Harod animó a Liris para regresar a la ciudad –ya está oscureciendo, será mejor que regresemos-

Liris se apretó más a él y dijo –yo esperaba que pasáramos la noche aquí-.

Harod sonrió y la besó, luego dijo –no confió mucho en pasar la noche en este lugar, hay cosas que despiertan en la noche-.

Liris acarició el rostro del rey y replicó –ahora estamos juntos, nada nos puede pasar, nuestro amor es más fuerte que cualquier cosa que la noche traiga-.

Harod dio un suspiro y miró a lo alto, el cielo se empezaba a oscurecer y algunas estrellas ya empezaban a aparecer. Luego de un rato de silencio otra vez habló –no me perdonaría si algo te llegara a pasar por mi culpa-.

Liris tratando de escapar al frio que empezaba a reinar dijo de nuevo –nada me pasará por que tú estás a mi lado y me protegerás-.

Al caer la noche, bajo el abrigo protector del cielo estrellado se consumó por fin su amor. Las manos tiernas y temblorosas empezaron a despojar las ropas, los labios empezaron a besar la desnuda y húmeda piel. El calor del encuentro venció el frio. Sus bocas se encontraron y empezó la danza del amor, fueron tiernos y salvajes, fueron delicados y silenciosos. Él con delicadeza recorrió cada centímetro de tan agraciado y deseable cuerpo, sus pechos firmes y duros, su vientre plano y cálido, sus prominentes caderas y sus largas y esbeltas piernas. El tiempo pareció detenerse ante los dos amantes, el éxtasis y la excitación tuvo por fin su cálida y alegre recompensa. Solo una pequeña manta cubría su desnudes, Harod jugueteaba con sus dedos en la piel blanca de la elfa, ella también hacia lo mismo con el pecho del hombre.

De pronto hubo de nuevo palabras, Liris habló y dijo –ámame otra vez-.

A la luz de la luna, aquella que traía malos recuerdos a Harod, él la amó de nuevo.

La mañana era fría, el sonar de las aves y demás criaturas del bosque lo hizo despertar, sintió aun el calor de sus cuerpos juntos. Ella aun dormía y Harod la contemplaba alegre, aun dormida lucía hermosa, de pronto ella habló aun con los ojos cerrados –no dejes de mirarme-.

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Él sonrió. Él tenía algo en la mente, algo que desde hace muchos días le estaba rondando en la cabeza pero no se atrevía a preguntar, pero se dio cuenta de lo propicio del momento. Tomó valor y preguntó -¿Te casarías conmigo?-.

Liris abrió por fin sus enormes y hermosos ojos azules y miró al hombre, pero no dijo nada, lo besó con pasión, pero no dijo nada, no era necesario, aquel beso había sido la respuesta.

♦♦♦♦♦

La noticia del casorio fue divulgada entre los elfos de Gwangur, que celebraron tal unión, así mismo la noticia llegó hasta el reino de Henaith, todos sin excepción alguna se alegraron por la noticia. Se fijó la fecha para la celebración, sería para dentro de un mes a consejo de Arish. Durante aquel mes los preparativos no se hicieron esperar, los elfos y humanos unidos organizaron los detalles de tal boda tan celebrada. El día de la boda llegó, así que los novios se despertaron muy temprano, pues la tradición elfa decía que las bodas tendrían que realizarse antes de las 9 de la mañana. Los asistentes tomaban sus respectivos lugares, la boda se realizaría en la misma orilla del rio Gidli, junto al agua que significaba vida. Hombres y elfos se entremezclaban como símbolo de unión, también habían llegado los elfos del norte, del reino de los lagos. Todos estaban ansiosos esperando a la novia, el más nervioso de todos Harod quien estaba vestido con un vestido de fiesta confeccionado por los artesanos de su país, aquel vestido había sido bordado en algodón, con toques de diamantes. De pronto pareció Liris, a falta de su padre, esta vez quien la entregaría era su madre. Harod y todos los presentes se maravillaron por la hermosura de la reina, llevaba un hermoso vestido rojo con múltiples adornos y bordados en hilo de oro y profusamente vestida de joyas y abalorios. Todos los presentes comentaban lo hermoso del vestido y también lo hermosa de que lucía la elfa. Liris del brazo de su madre recorrió aquel corredor en medio de los presentes, al final del mismo había una hoguera y después de la hoguera estaba Harod quien no paraba de mirarla. Cuando llegó al final del corredor, Inbanar le dio un beso en la frente a su hija y también a Harod y le dijo –aquí te entrego mi más valioso tesoro, la luz de mi pueblo, recíbela con alegría, amala hasta el fin de tus días mortales y más allá, en la otra vida síguela amando-.

Harod escuchó atentamente lo que Inbanar le dijo, luego él le extendió la mano a la elfa y sintió el cálido contacto de su piel. La ceremonia fue presidida por Arish, quien bendijo a los novios con estas palabras que atentamente todos los asistentes escucharon –junto a este fuego sagrado digo: el amor lo puede todo,

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el amor vence todo, el amor libera y desata las cadenas de la oscuridad, el amor no conoce de barreras, no distingue razas ni color de la piel, el amor vence todo hasta la muerte-. Ahora mirando a Harod, Arish dijo –Harod, rey de los hombres, aceptáis tomar como esposa a Liris, reina de los elfos, y juráis amarla y respetarla hasta el final de tus días-.

Harod tomó un collar de flores y se lo puso a Liris como símbolo de fidelidad y felicidad y dijo – ¡Acepto!-.

Ahora Arish, mirando a Liris dijo –Liris, señora del reino de Gwangur, aceptáis a Harod, rey de los hombres, para amarlo y respetarlo tanto en los días de esplendor como en los días sombríos-.

Liris tomó otro collar de flores y se lo puso a Harod como símbolo de fidelidad y felicidad y dijo – ¡si, acepto!-.

Arish continuó –esta unión esta bendita por Dios y ningún ser viviente podrá deshacerla-.

Después de aquello, los recién casados intercambiaron amuletos. Harod dio a la elfa un anillo con incrustaciones de piedra y diamantes. Liris por su parte le dio a Harod un collar de cuya cadena colgaba la imagen de un águila. Después de esto, como dicta la tradición de los elfos, Harod roció en el cabello de la elfa un polvo de color rojizo como símbolo para todos los presentes que la elfa ya estaba casada. Luego se tomaron de la mano y se dispusieron a rodear el fuego sagrado, fue aquí cuando empezaron los hermosos cantos de los elfos. Los novios rodearon siete veces el fuego, todo esto se hace para invocar las bendiciones a la unión de la pareja. Como testigos los hombres y elfos, Harod y Liris formalizaron su amor. Un amor fuerte pero condenado por el destino, pues Harod era un hombre, mortal como todos los de su raza, ya fuera por la espada o por el lento pero eficaz paso del tiempo a Harod le llegaría la muerte y allí cuando eso ocurriera Liris finalmente entendería que su amor como muchos pensaban, estaba condenado al sufrimiento, ella vería morir a su amor y sentiría impotencia de no poder hacer nada al respecto. Mas sin embargo, ahora mientras caminaba del brazo de su amor en medio de la multitud que eufórica los aplaudía y entonaba hermosos cantos, Liris no pensaba en aquellos que parecían días lejanos, sabía que el sufrimiento y el dolor eran inevitables, pero ahora quería disfrutar del hoy. Allí tomada de la firme pero cálida mano de Harod, Liris caminaba con la esperanza de un futuro de felicidad, hasta que la muerte en un futuro lejano le quitara a su amor.

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Liris se dio media vuelta y estiró la mano para abrazar a Harod, pero él no estaba, el lugar de la cama donde debería estar, estaba vacío, aunque aún cálido, eso indicaba que hace no mucho Harod se había levantado de la cama. Liris abrió los ojos y se dio cuenta que era media noche, la luz de la luna entraba por la ventana de la habitación, el viento hacia que las cortinas juguetearan alegremente, era un viento frio. Se paró de la cama y lo llamó, pero no tuvo respuesta, Liris se asustó. Salió al balcón y vio la luna en lo alto, era luna llena. Miró alrededor, la ciudad dormía pero no veía a Harod. Hasta que por fin gracias sus ojos de elfo, Liris vio a Harod caminando alejándose de la ciudad, en dirección al bosque. Con mucha rapidez bajó a los establos y a toda prisa ensilló su caballo, lo montó y cabalgó hacia donde había visto que Harod se dirigía. Llegó a los bordes del bosque y se adentró en él. La noche era muy fría, había viento y poca luz que se filtraba a través de los árboles, Liris bajó de su caballo, lo ató a un árbol y decidió seguir a pie. Los sonidos que emitía tal bosque a esas horas eran escalofriantes, pero por ningún lugar veía a Harod. Un poco asustada por la apariencia siniestra del bosque a tales horas, Liris desenvainó la espada, de pronto de más allá, en la espesura, se escuchó un grito desgarrador, Liris inmediatamente reconoció que se trataba de Harod así que corrió hacia donde había escuchado tal grito. Cuando llegó vio a Harod, estaba de rodillas, con las manos en el piso y la cabeza gacha, sus cabellos le tapaban el rostro, Liris trató de acercársele pero Harod notando la presencia de la elfa la previno –tienes que marcharte, de prisa...no….no sé cuánto tiempo más podré aguantar-.

Liris angustiada y aun sin entender dijo – ¿qué haces aquí solo en el bosque?… ven regresemos a casa…-.

Harod de nuevo, pero esta vez con rabia en sus palabras dijo –te he dicho que te vayas…por….por favor……márchate…..-. No pudo decir más, lanzó otro grito al cielo.

Liris vio como Harod parecía luchar con algo, una fuerza invisible que provenía de la luna. Impotente veía como Harod parecía sufrir, escuchaba los aterradores gritos que lanzaba. Pero de un momento a otro todo pareció terminar, Harod ya no gritó más y empezó a respirar con menor dificultad e intentó pararse, pero no pudo y terminó cayendo al piso. Liris corrió hacia él y se dio cuenta que estaba inconsciente, le acarició el rostro y notó que estaba cubierto de sudor. Intentó reanimarlo pero fue en vano.

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♦♦♦♦♦

–Es necesario que le bajemos la fiebre-. Dijo Arish mientras le ponía otra compresa húmeda en la frente a Harod que yacía acostado en la cama, estaba pálido, demacrado y no dejaba de sudar.

– ¿qué le sucede?-. Preguntó Liris.

Arish se paró de la cama, se notaba algo preocupado, no contestó.

De pronto Harod pareció despertar, dijo –amor--.

Liris tomó la mano del hombre y dijo –aquí estoy amor mío…siempre a tu lado-

-¿qué me pasó?-. Pregunto Harod.

Liris respondió – ¿de verdad no te acuerdas de nada?... ¿del bosque?....-.

–No-. Respondió Harod. Luego haciendo un esfuerzo se sentó en la cama y notó como le dolía la cabeza y el mundo le daba vueltas, se tomó la cabeza con la mano y miró a Arish, luego dijo – ¿qué me sucede?-.

Arish respondió –estas enfermo, una enfermedad de la sangre-.

Harod confuso replicó – ¿pero cómo, donde, cuando?-.

Arish volvió a hablar –una maldición ha caído sobre ti a causa de probar la sangre maldita de Miriahn cuando te convirtió en esa cosa que eras y que aun eres y que en todo este tiempo haz estado luchando en secreto con ella. Al principio no sufrías porque estabas bajo el manto oscuro de tu señor, aquel siniestro manto te daba fuerza maligna, pero cuando rechazaste y renegaste de su poder y rompiste las cadenas de la oscuridad y volviste a la luz, dándole la espalda a él, la maldición, la enfermedad de tu sangre se empezó a manifestar-. Arish hizo una pausa y luego siguió –ahora estas sintiendo los malignos síntomas y cada día será peor. Día tras día empezaras a no tolerar la comida normal, por más que tomes agua tu sed no desaparecerá, durante la luna llena esto será incontrolable para ti, tal como hoy, pero mucho peor, inevitablemente al final te convertirás en aquella criatura que hay en tu interior y esta vez nada ni nadie podrá salvarte-.

Liris visiblemente triste preguntó a Arish – ¿y esta enfermedad tiene cura?-.

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Arish miró a Harod y dijo –no hay planta o remedio en el mundo conocido que cure tu enfermedad, solo hay una manera para que todo esto acabe para ti….pero no es muy fácil-.

Harod pareció a volverle la esperanza al escuchar las palabras del Elohim, dijo –dime que hay que hacer y lo haré-.

–hay que matar a la fuente de tu mal. Así es, para que tú puedas vivir con normalidad, Miriahn tiene que morir. Todo empezó con él y todo debe terminar con el-. Terminó diciendo Arish ante los rostros estupefactos de Liris y Harod, quienes no podían creer lo que escuchaban.

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CAPITULO XVII

La Santa Alianza.

El tiempo fue testigo silencioso de la reconstrucción de las ciudades elficas devastadas por la guerra. Portenense, Endelesh y Gwangur parecían recuperar el esplendor de antaño, mas sin embargo los habitantes de estas ciudades nunca olvidaron a los caídos, a aquellos quienes dieron su vida para defender su santa tierra. Así mismo el reino de Henaith superó la pérdida de su rey y de muchos de sus amados habitantes muertos en la guerra y ahora de la mano de Harod miraban hacia adelante con esperanza, más ahora que de nuevo estaban bajo el manto protector y la amistad incondicional de los elfos. Por su parte Liris y Harod se mostraban felices y disfrutaban cada instante que tenían para estar juntos. Harod aun con síntomas latentes de su enfermedad, luchaba con valor en contra de ella día tras día y lo hacía con el apoyo y el amor incondicional de su amada elfa, a su lado el encontraba alivio y esperanza. Por su parte Arish viendo que la ciudad estaba de nuevo protegida y segura, decidió que era el momento de viajar de nuevo a donde los enanos y traer de vuelta el Timbilis a la santa ciudad. Cuando Liris se enteró de las intenciones del Elohim, le pidió permiso para acompañarlo, ella quería conocer la ciudad de aquella asombrosa raza ya que siempre había escuchado elogios y buenos comentarios de parte de su difunto padre, quien profesaba una admiración y un respeto enorme por aquellas criaturas. Arish accedió y juntos prepararon el viaje hacia tierras de los enanos. La comitiva estaba integrada por supuesto por Arish, Liris, Harod y por 20 de los más fuertes y expertos jinetes de la armada blanca. El viaje que empezaban a transitar era largo así que debieron llevar muchas provisiones, pero también llevaban regalos, tanto de los elfos como de los hombres. Durante el trayecto, Arish animado, hablaba de la prosperidad de aquel pueblo, describió la hermosura de la ciudad de los enanos, también de la ciudad en la misma montaña, Arish no dejaba de elogiar las cualidades de aquel pueblo al que estaban en camino de visitar para fortalecer relaciones. Todos escuchaban atentamente y animados, las palabras del Elohim, que se esforzaba por describir cada detalle minuciosamente. De la boca santa de Arish no salían palabras, salían imágenes. El viaje era largo, pero se hizo ameno, jornada tras jornada veían más cerca aquellas montañas y más allá la ciudad de los enanos. Liris anhelaba ver por sus propios ojos aquella majestuosa ciudad que el Elohim tan alegremente describía y estrechar la mano de aquellas criaturas que despertaban

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en su difunto padre tanto respeto y admiración. Pero lo que les esperaba más allá de las montañas de hierro, jamás aquella comitiva se lo pudiera haber imaginado. El dolor y la muerte no conocían de límites y también habían llegado a tan alejadas tierras. Al cabo de muchas jornadas de cabalgata por fin estaban ya cerca de su destino, las montañas de hierro les daba la bienvenida. Todos aligeraron el paso pues sabían que la ciudad de los enanos ya estaba cerca. Pero algo andaba mal y eso Arish lo presentía, mientras transitaban aquel camino que los llevaba hacia la ciudad, el Elohim no dejaba de mirar a todos los lados, no había divisado los enanos centinelas que cuidaban el camino y que en su primer viaje había visto muy bien escondidos entre la vegetación del lado del camino, esos enanos eran los que anunciaban a los extraños y prevenían a los habitantes de la ciudad ante la presencia de extraños y de enemigos. De pronto uno de los guardias de la comitiva paró de improvisto su caballo y descendió del mismo, todos al mismo tiempo vieron los que el guardia real hacía, lo vieron adentrarse un poco en la vegetación.

Liris preguntó – ¿qué haces?-.

–Creo que vi algo en la vegetación-. Respondió el guardia mientras que con su espada despejaba su camino. De un momento a otro el guardia detuvo su marcha y dio un ligero salto hacia atrás y se puso en guardia, al verlo los demás miembros de la caballería descendieron de los caballos e hicieron lo mismo.

Harod y Liris también bajaron de sus sementales y Harod preguntó – ¿qué pasa que has visto?-.

El guardia no respondió, solo se inclinó y pareció que arrastrara algo, el guardia lo sacó de la vegetación y lo arrastró hasta el camino. Lo que el guardia había arrastrado y que lo había sorprendido tanto era el cuerpo sin vida de un enano. Arish lo reconoció de inmediato, era uno de los enanos que cuidaban el camino, llevaba el uniforme de la guardia de la ciudad, se notaba que los animales salvajes se habían dado un festín con su carne, el olor que se desprendía del cadáver era realmente hediondo. Aquel cuerpo tenía varias flechas clavadas, pero solo una de ellas estaba entera, las demás se habían quebrado, seguramente los animales en su frenética lucha por su carne las habían destrozado. Arish se inclinó, se tapó la nariz para protegerse del olor y examinó bien el cuerpo, luego dijo –orcos, a este enano lo han matado los orcos-.

Al escuchar aquello los presentes al unísono desenvainaron las espadas y se pusieron alertas.

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Arish volvió a hablar –esta es una flecha típica de los orcos-. Mostrando la flecha a los demás, luego siguió –según veo la muerte de este enano se produjo alrededor de cuatro o cinco días-.

Arish se disponía a seguir hablando pero fue interrumpido por uno de los soldados quien gritó – ¡allá, miren!-.

Todos dirigieron la mirada hacia donde el soldado apuntaba y vieron una gran columna de humo negro que se elevaba por los aires, aquella columna venia de donde se encontraba la ciudad de los enanos.

Arish dijo con angustia –esto no puede ser posible-. Montó rápido su caballo y cabalgó en dirección a donde venía la columna de humo, todos siguieron al Elohim quien raudo avanzaba a toda velocidad en dirección a la ciudad de los enanos.

La visión que tuvieron de aquella ciudad no era para nada parecida a la descripción que Arish les había dado. Muchas de las casas de la ciudad ya eran simplemente ruinas ya que muchas habían sido consumidas por el fuego hasta convertirse en polvo, otras simplemente aun ardían. El lugar antes hermoso, parecía un campo santo. Muchos cuerpos mutilados e inertes de enanos yacían en el piso. Pero fue algo en especial que llamó la atención de los visitantes, una gran hoguera había sido alzada y en ella aún se estaban consumiendo los cuerpos de muchos enanos, de aquella hoguera se desprendía un terrible olor pero también una enorme humareda negra que surcaba el cielo, la misma que minutos atrás habían visto a la distancia.

– ¿quién pudo haber hecho esto?-. Preguntó el jefe de la caballería acompañante en un tono de rabia e indignación.

Harod que hasta ese momento había permanecido en silencio, habló y dijo mirando al jefe de la guardia –solo alguien puede ser tan cruel y ruin…..sin duda sus orcos estuvieron aquí-. Después de un momento de pausa volvió a hablar –pero lo que no entiendo es que hacían en tierras tan orientales….algo los trajo hasta aquí……algo…… ¡maldita sea!-. Harod miró a Arish y notó que este último también había caído en cuenta de lo malo de la situación, de inmediato montó de nuevo su caballo y siguió a Arish que cabalgaba en dirección a la montaña, los otros hicieron lo mismo.

La entrada a la ciudad subterránea antes bien iluminada, ahora estaba completamente a oscuras y en un profundo silencio. Arish que iba adelante del

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grupo tomó de la pared de la entrada una antorcha apagada y la encendió, lo mismo hicieron Liris y Harod. La luz de las tres antorchas iluminaron el camino de entrada y dejaban ver la ciudad totalmente oscura y silenciosa al término del camino. Recorrieron la entrada y comenzaron a cabalgar despacio por las calles solitarias de la ciudad subterránea, al igual que afuera, allí no parecía haber nadie, mas sin embargo muchos enanos notaron la presencia de los extraños, pero llevados por el miedo, apenas comprensible se escondían en las casas y miraban de reojo por las rendijas de las ventanas. Transitaron todo el recorrido que los llevó desde la entrada hasta el gran palacio del rey enano sin ver a nadie, pero Arish sabía que en la ciudad había muchos sobrevivientes, los había sentido. Cuando llegaron hasta los pies de las escalinatas del gran palacio, bajaron de sus caballos, Liris dio la orden a los soldados que vigilaran la entrada a las cuevas, los soldados asintieron y se devolvieron por el camino rumbo a la entrada de la ciudad subterránea. Arish, Liris y Harod comenzaron a subir por las gradas hacia la puerta de entrada al palacio real de los enanos cuando de pronto una flecha surcó los aires y fue a dar justo en la grada delante de Arish quien se detuvo junto con Liris y Harod, este último desenvainó la espada creyendo que se trataba de una flecha de los orcos.

– ¡deténganse e identifíquense, de lo contrario las siguientes flechas no fallaran!-. Se oyó una voz áspera que venia del palacio.

Los tres hicieron una barrida con la vista tratando de ver quien les hablaba, pero fue Liris quien vio a los enanos, apostados en el segundo nivel del palacio, eran alrededor de 10 todos con arcos y flechas apuntando hacia abajo, hacia ellos. Liris señaló lo que había visto a Arish y Harod que también lo vieron, la visión de estos enanos tranquilizó a Arish.

Entonces el Elohim habló fuerte –Soy Arish, vienen conmigo Liris reina de Gwangur y Harod rey de Henaith-. Con una mirada le indico a Harod que guardara de nuevo la espada, Harod lo hizo. Después de un instante las enormes puertas de entrada al gran palacio empezaron a abrirse, los tres visitantes miraban ansiosos. Cuando estuvieron abiertas del todo, de la penumbra emergió una figura de un enano, la oscuridad del lugar no dejaba ver quien era, pero cuando atrás del enano salieron otros más como él con antorchas, Arish distinguió la figura de Darvin, rey de los enanos.

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-¿por qué tanta maldad?..... ¿Por qué se tiene que causar tanto dolor y tanto mal?.....-. El enano se detuvo un momento y lloró, entre lágrimas siguió –se supone que son los hijos los que tienen que enterrar a sus padres no al revés….él……él solo tenía 20 años, tenía toda la vida por delante-. El enano acarició el rostro de su joven hijo quien yacía muerto.

–Lamento mucho tu perdida, querido amigo-. Dijo Arish acercándose al enano y poniéndole la mano en el hombro.

El enano sin darse vuelta puso su mano sobre la del Elohim y dijo –no lo lamentes señor, quien tendrá que lamentarlo es quien hizo esto-.

El sepelio del hijo del rey Darvin se llevó a cabo al día siguiente, fue enterrado al lado de grandes enanos, al lado de Goim el primer rey de los enanos.

Después del sepelio de su amado hijo, Darvin pudo narrarles a los visitantes los hechos que días atrás habían acontecido. –la joya que nos trajiste-. Empezó Darvin mirando a Arish. El enano contó que aquella joya fue la más preciada y hermosa joya de todo el reino, su luz y hermosura eran inagotables, una vez a la semana era puesta en exhibición en el palacio para que los que quisieran verla de cerca se acercaran y pudieran hacerlo, pues como es bien sabido, los enanos aman las joyas y aún más las que brillan y esta era la más brillante y hermosa que jamás habían visto. Pero algo había en la joya, algo que atraía a las personas a no dejar de mirarla, algo que cautivaba, algo que embrujaba, hacía que las personas sacaran su lado maligno. Cierto día Darvin estaba atendiendo asuntos del reino en las afueras de la montaña, cuando fue interrumpido por uno los guardias del palacio quien venía bastantes agitado montado en su caballo –señor tiene que volver al palacio de prisa…. ha ocurrido algo-.

Darvin montó su caballo y cabalgó hacia la ciudad construida en las cuevas. Cuando llegó allí, había gran algarabía, los guardias corrían de un lado al otro y el rey vio como del palacio sacaban el cuerpo sin vida de los dos guardias cuya misión era proteger día y noche la habitación en donde reposaba el Timbilis. El rey descendió del caballo, entró presuroso al palacio y se dirigió a la mencionada habitación. Cuando llegó al primero que vio fue a su jefe de guardia, el rey le preguntó – ¿Tamir que ha pasado aquí, por qué los cuerpos sin vida de los guardias, a que se debe tanto alboroto?-.

El jefe de la guardia quien era un enano corpulento y de barba corta y quien portaba orgulloso el uniforme de la guardia, respondió –Troim hijo de Lorck

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señor, se ha vuelto loco, ha matado a los guardias sin mediar palabra y se ha encerrado en la habitación-.

– ¿están seguros que está allí dentro?-. Preguntó Darvin.

–si señor muy seguros, nadie lo ha visto salir, además la puerta está cerrada desde adentro y como su majestad sabe, esta habitación no tiene ventanas, la única salida es por esta puerta-. Contestó Tamir, luego siguió –estamos esperando sus órdenes, señor-.

Darvin dijo con voz de mando severa – ¡derriben la puerta!-.

De inmediato Tamir dio unas órdenes y algunos enanos trajeron enormes martillos y empezaron a descargar fuertes cargas contra la puerta que poco a poco empezó a ceder. Al cabo de unos cuantos minutos de constantes y fuertes cargas, la puerta por fin cedió y les permitió a los enanos ingresar, el primero en hacerlo fue Tamir seguido por Darvin, lo que vieron adentro los sorprendió. Troim, el enano, estaba sentado en el suelo de espaldas a la puerta y tenía en sus manos la joya, no paraba de mirarla, la contemplaba, la acariciaba, la besaba. Al lado de Troim, en el suelo, estaba la espada con que había matado a los dos guardias, la hoja aun tenia sangre. Tamir con sigilo sacó su espada, pero Darvin lo previno, pasó adelante y tomó la vocería –Troim, Troim, ¿qué has hecho, qué haces?-.

Troim no respondió, estaba distraído mirando la joya, perdido en la hermosura y el brillo del Timbilis. De pronto empezaron a entrar en la habitación más guardias enanos y Troim lo notó, estiró la mano y tomó la espada, luego se paró.

Darvin de nuevo habló –Troim, te habla tu rey, te ordeno que dejes la joya y te entregues, no queremos lastimarte, no nos obligues a lastimarte-.

Troim con furia grito – ¡la joya es mía!-. Dio vuelta su cara y por un momento los presentes vieron como el rostro se le desfiguraba.

De todas maneras, la situación no era para nada buena para Troim, estaba siendo rodeado por más y más enanos, los mismos que a la orden de Darvin, se abalanzaron en contra de Troim inmovilizándolo. La lucha fue intensa, Troim como poseído por una fuerza maligna se retorcía y luchaba por no dejarse quitar la joya, solo después de varios minutos de lucha se la lograron arrebatar de las manos, de inmediato Darvin que recibió de la mano de un enano la joya, la cubrió con una manta negra y la puso de nuevo en su sitio. Troim mientras

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tanto aun daba lucha y era muy difícil controlarlo, se retorcía, lloraba, gritaba, gritaba horriblemente por su joya, pero al final cayó, perdió el conocimiento y se desplomó en el suelo.

-¿qué pasó con Troim?-. Preguntó Liris.

Darvin respondió –las leyes que mis antepasados redactaron para nuestro pueblo son muy claras. Aquellas leyes dictan que no se puede aplicar la pena de muerte a alguno de nuestra propia raza, aun así este sea acusado de muerte, como en efecto lo era troim, así que se le aplicó la pena máxima, la cual indica el destierro absoluto. Troim fue expulsado y se le prohibió volver a nuestras tierras y mucho menos a nuestra ciudad-.

– ¿Pero qué tiene que ver eso con lo que ha pasado aquí en tu reino?-. Preguntó Harod.

Darvin dijo –paciencia joven rey, allá precisamente voy-. –Es muy posible que Troim se dirigiera al norte.- Siguió hablando Darvin –no sé como pero se adentró en las tierras negras y allí conoció al amo de esas tierras, al que ustedes llaman Miriahn-.

–Ahora entiendo, Miriahn siempre ha querido apoderarse de la tercera joya y Troim sabia donde se encontraba, así que se alió con el enano dolido-. Dijo Arish.

–exacto-. Asintió Darvin, luego siguió –Troim sabia el camino a la ciudad y Miriahn lo utilizó como guía para conducir su ejército hasta aquí. El ataque fue improvisto y certero, nos vimos superados en número pero les dimos batalla durante dos días, pero al final la derrota era inminente. Di la orden de replegarnos y ocultarnos en la montaña, así lo hicimos, dejando a merced de las fuerzas del mal la ciudad. Quemaron todo, asesinaron a muchos inocentes, entre a ellos mi hijo y muchos enanos más, enanos inocentes en esta guerra, simples trabajadores del metal y la minería en la montaña-. Darvin hizo una pausa –en fin, Troim sabia donde exactamente reposaba la joya, así que los orcos la encontraron y se la llevaron, no sin antes destrozar todo el lugar. Un día después de que las tropas enemigas se retiraron con su botín, decidimos salir de las cuevas de la montaña donde nos escondíamos. Lo más sorprendente de todo eso, fue que también encontramos el cuerpo sin vida de Troim horriblemente mutilado, supongo que se lo merecía. Una semana ya de eso, una semana enterrando a nuestros hermanos y reconstruyendo todo-.

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Arish se le acercó al rey enano y le dijo –lo siento mi amigo, yo he traído la destrucción a tu pueblo el día que te traje la joya-.

Darvin se paró de su trono y camino hasta una ventana, se dio la vuelta y dijo a los presentes –aquí solo hay un culpable y debe pagar por eso. Durante años no me importaron las guerras de los elfos y de los hombres, pero ahora esa guerra ha llegado hasta mi pueblo. Los enanos entramos a la guerra, lo más seguro quizás es que será nuestra muerte pero lo haremos con valentía-.

♦♦♦♦♦

Un concilio fue acordado, un concilio de las tres razas en el que se discutirían las acciones a tomar en contra de Miriahn ya que este último ya tenía las tres joyas en su poder, dicho concilio se llevaría a cabo en Gwangur y contaría con la presencia de Darvin rey de los enanos, Liris reina de los elfos de Gwangur, Harod rey de los hombres, Rineo rey de los elfos del reino de los Lagos y por supuesto Arish. Para eso emisarios de Gwangur fueron enviados a llevar el mensaje a Aqarad.

♦♦♦♦♦

Miriahn se regocijaba en su éxito, después de tanto tiempo de haber buscado tener la tercera joya, de entablar sangrientas batallas y perder a muchos soldados, esta había venido a él de una manera tan fácil que parecía irreal. Pero era real, el señor oscuro ahora tenía las tres joyas y con ellas un inmenso poder. Aquel poder oscuro que se desprendía de los Timbilis le daba la posibilidad de abrir las puertas del inframundo y permitir que las criaturas que vivían allí desde el mismo inicio de los tiempos, caminaran la tierra y sirvieran a su único Señor, Miriahn, quien ahora veía la posibilidad de hacer su más oscuro anhelo realidad, gobernar toda la tierra conocida a su antojo y poner de rodillas a los odiados elfos. Pero Miriahn sabía que los elfos seguramente le darían batalla, que serían difíciles de vencer, pero también sabia la ventaja que poseía, las tres joyas. Como lo Profetizó el mismo Menaih, Miriahn y las tres joyas se fundieron como uno solo. En los fuegos subterráneos de Gordolin, los orcos, a pedido de Miriahn, hicieron un yelmo y en el fundieron las tres joyas. En el momento en el que Miriahn se puso el yelmo en la cabeza sintió el poder que se desprendía de sus tres diamantes, sintió como su vida, ahora pasaba a depender de las tres joyas. El señor oscuro y los Timbilis, la alianza oscura para destruir a los elfos y adueñarse de la tierra, había comenzado.

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Aquel evento conocido como el primer gran concilio de las razas, estaba en marcha. Todos habían respondido rápidamente a la invitación. El lugar, el palacio de Gwangur, los invitados estaban presentes.

Arish tomó la palabra –me alegros veros a todos aquí, sabéis para que han sido llamados, lo que tanto hemos temido durante todo este tiempo se ha hecho realidad, todas nuestras pesadillas ahora están a punto de hacerse realidad. En el norte, en las tierras oscuras de Mingart, Miriahn ahora posee las tres joyas y con ellas un poder sin límites que supera nuestra imaginación-.

Rineo se levantó de su silla y mirando a Arish dijo –eso quiere decir que ya todo está perdido, tú siempre nos dijiste que si Miriahn se apoderaba de la tercera joya, sería prácticamente indestructible e imparable-.

–es cierto que os dije eso, pero también les digo ahora esto, mientras estemos con vida nuestro deber es defender nuestra amada tierra-. Replicó Arish.

Darvin que hasta el momento había permanecido callado por fin habló – ¿y qué sugieres que hagamos mi señor?-.

Arish miró al enano y respondió –para eso estamos aquí, para pensar y tomar decisiones-.

Darvin habló de nuevo –es claro lo que tenemos que hacer, debemos atacar-.

Rineo miró con un aire de superioridad al enano y dijo –es una locura, no sabes lo que dices señor enano-.

–Estoy de acuerdo con Darvin-. Habló Harod –mientras más pronto ataquemos las tierras negras, más posibilidades hay de victoria-.

Liris respaldó lo que Harod dijo –es cierto, Miriahn no espera que ataquemos, esto para el sería una sorpresa-.

Rineo levantó la voz y dijo – ¿se están escuchando? lo que sugieren es ridículo, son más de 2000 kilómetros hasta las puertas negras, eso si logramos llegar. ¿Y allí que?....como Arish lo dijo, el poder de Miriahn ahora es superior, su ejército nos aplastara como hormigas-. Hizo una pausa –no mis amigos, yo no voy a sacrificar a más elfos en algo en lo que no tenemos la mínima chance de ganar-.

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Arish preguntó – ¿y entonces que sugieres que hagamos, mi señor elfo?-.

-debemos fortalecer nuestras defensas para resistir sus futuros ataques-. Respondió Rineo.

–no habrá defensas que aguanten cuando Miriahn se decida a dar el golpe definitivo, cuando Miriahn esté listo no tendrá rival. Por eso estoy de acuerdo con atacar ahora que nos es tan fuerte. Por lo menos ahora tenemos una oportunidad de ganar, así sea muy mínima, pero eso es peor que quedarnos a esperar el ataque mortal y definitivo que lanzará-. Dijo Arish.

Hubo un corto silencio. Después de unos instantes Liris le habló a Rineo –contigo o sin ti esa es nuestra decisión, atacar las puertas negras, pero sería de gran ayuda si decides unirte a nosotros-.

Rineo no estaba convencido del todo, dudó unos momentos, pensó, pero al final dijo –Lo siento mis hermanos, se lo que ustedes esperan de mí, pero no arriesgare a mis soldados y los llevaré a una muerte segura. Lo siento pero mi reino no irá a la guerra-. Luego de decir esto, salió de la habitación.

Darvin miró esta vez a Arish y dijo –y usted gran señor, ¿peleara junto a nosotros?-.

Arish que era considerablemente más alto que el enano, se agachó y puso su mano en el pecho del rey enano y dijo –por fin ha llegado mi hora de entrar en la guerra-. Luego se decir lo anterior se puso de pie y proclamó –que quede escrito para la historia, la santa alianza partirá hacia el norte para derrotar el mal-

Los presentes sacaron sus espadas y las juntaron en el centro, luego Arish estiró la mano sobre las espadas y dijo –hoy nace la santa alianza, este momento quedará en la historia como el momento en el que las razas de la tierra se levantaron para combatir la tiranía, que el todo poderoso bendiga esta santa unión y este santo propósito-.

De esta manera una alianza entre los pueblos libres de la tierra nació, esta alianza seria recordada como la santa alianza, en la que los ejércitos de los elfos, los hombres y el de los enanos se unirían y serian uno solo con único propósito.

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CAPITULO XVIII

Marcha hacia Las Puertas Negras.

Miriahn reía, no podía creer lo que había escuchado. En su oscura habitación, el portal que le permitía ver más allá de los muros de Borag, se había cerrado. Lo había visto todo, lo había oído todo, pero no le preocupaba la decisión que en aquella reunión se había tomado, ahora nada le preocupaba. Tenía la certeza y la seguridad que cuando sus enemigos llegaran a las puertas negras de Agbard, su poderoso ejército los iba a reducir a polvo de una vez por todas, en el fondo, Miriahn pensaba que el ataque que sus enemigos le iban a lanzar le ahorraría tiempo en su misión de derrotar a sus enemigos y apoderarse del mundo, pues las tres razas conocidas estarían juntas peleando y si las vencía, que era lo más probable, la tierra conocida quedaría a su disposición. Lleno de la oscuridad y del oscuro poder que las joyas le daban, Miriahn se dispuso a abrir las puertas que separan nuestro mundo del inframundo, dispuesto a traer de otras dimensiones a demonios antiguos, tan antiguos como antiguo era el universo, así como otras criaturas que jamás debieron pisar la faz de la tierra. De este modo y gracias a la alta magia oscura, Cientos de vampiros, es cabeza de su madre oscura Lilith, zombis en cabeza de Nergal, Wyrms y demás demonios empezaron a cruzar lentamente las puertas a nuestro mundo y todos sin excepción mientras lo hacían, aceptaron a Miriahn como amo y señor. Así de este modo el ejército de Miriahn no iba a ser conformado simplemente por orcos, uruks, licántropos y trolls, si no por criaturas infernales de un poder extraordinario. Muy pronto su infernal y maligno ejercito estaría completo y listo para enfrentar a quienes osaban a marchar hacia las puertas negras de Agbard, en la que sería la última gran guerra de los tiempos antiguos, la guerra que decidiría el futuro de la tierra conocida.

♦♦♦♦♦

Arish sabía muy bien lo que los estaba esperando detrás de las puertas negras de Agbard, sabía que el ataque que iban a lanzar contra las tierras negras no iba a ser sorpresa para Miriahn y que muy seguramente los iba a estar esperando con un ejército nunca antes visto, con criaturas que nunca deberían estar en esta, nuestra dimensión. Arish sabía que Miriahn no perdería ni un solo instante para abrir las puertas del inframundo a esta nuestra dimensión y que a través de ella

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pasaría cientos de espectros, demonios y espíritus del bajo astral que servirían sin chistar a los oscuros propósitos de Miriahn. De este modo el Elohim reflexionó y supo que era hora de pedir consejo y ayuda al alto espíritu del alto astral, su creador, su padre, Menaih. Para aquello, Arish se encerró en sus aposentos, abrió las ventanas dejando que la luz del sol entrara a la habitación, se sentó en el piso, luego dibujó en el piso con sal un circulo alrededor de él. Cerró los ojos y se concentró, dejando su pensamiento en blanco, dejando que su mente viajara más allá del pensamiento, más allá del cosmos, que la mente se desprendiera de su cuerpo físico y que volara a la dimensión alta donde su padre habitaba. En efecto, la conciencia del Elohim se desprendió de su cuerpo y voló. Voló a través de túneles de inmensa luz, viajó a gran velocidad a través de estos túneles de colores y luz intensa. El viaje terminó y al final de aquellos túneles, el Elohim se encontró con un hermoso palacio de un blanco que deslumbraba los ojos. Arish se dirigió a aquel palacio y empezó a subir escalinatas, mientras lo hacía vio que en las puertas alguien lo observaba, al principio no pudo distinguir quien era, pero al subir un poco más se dio cuenta que era su hermano Thorab. Thorab estaba vestido de un blanco pulcrísimo pero sin ninguna joya o detalle, solo en su cinto llevaba una larga e imponente espada. Arish subió de prisa las muchas escalinatas y cuando llegó al final de las mismas y estuvo cerca de su hermano, corrió y lo abrazó. Ambos se unieron en un emotivo y duradero abrazo, pero también hubo llanto, lágrimas de emoción.

–te echamos de menos en la tierra hermano….no merecías morir así….lo lamento-. Dijo entre lágrimas Arish.

Thorab respondió –no lo lamentes hermano, aquí junto a mi padre soy feliz, además de vez en cuando tengo permiso de bajar a la tierra y nadar alegremente en los ríos y mares, junto con mis elementales-. Thorab hizo una pausa y luego siguió –basta de charla, haz venido a ver a nuestro padre en este momento de incertidumbre que sufres, así que deprisa vamos a verlo-.

Los Elohim atravesaron el palacio y Arish se maravilló con la belleza del lugar, era una belleza nunca antes vista por sus ojos, indescriptible, en donde los ángeles caminaban alegremente de aquí para allá y en donde estaban los elfos muertos en las anteriores batallas, entre ellos, Arish pudo distinguir al rey elfo Elenor. Al final de cruzar habitaciones, pasillos y hermosos patios por fin llegaron a donde el creador estaba.

Arish haciendo una reverencia y sin levantar la mirada dijo –Padre, he venido porque en esta hora de dificultad requiero de tu consejo y ayuda-.

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Hubo silencio, de pronto la voz de Menaih retumbó en todo el lugar, Arish casi había olvidado tal voz, que sonaba como un relámpago –levántate hijo mío-.

Arish obedeció y miró a su padre quien estaba majestuosamente vestido y de su aura salía una luz brillante que cegaba.

Menaih continuó –Estoy al tanto de todo lo que pasa en la tierra y sé que momentos de oscuridad se aproximan, pero veo también una pequeña luz que trata de combatir con la oscuridad reinante y esa luz eres tu hijo mío. Tú eres el único que puede luchar y derrotar a Miriahn-.

– ¿cómo lucharé con el padre mío?, él ahora es más fuerte que antes, es casi indestructible-. Dijo Arish.

Menaih replicó –es cierto que el poder maligno de Miriahn es inimaginable, pero tu poder también lo es. El amor y la bondad que hay en tu corazón son la mejor arma contra la maldad de tu hermano. Este consejo te doy, hijo mío, aún hay esperanzas, los tres pueblos de la tierra estarán a tu lado luchando y su poder y valentía no son para nada despreciables, sé que el enemigo es poderoso, pero confía en la valentía de los elfos, los hombres y los enanos y sobre todo confía en el poder dentro de ti, recuerda que eres un Elohim, parte de mi poder está contigo. Solo este consejo te doy, mas no puedo hacer. Esta es una guerra que los elfos, hombres y enanos deben luchar y ganar por si solos-. Menaih se acercó a Arish y lo besó en la frente, de nuevo dijo –recuerda que siempre estaré contigo, llegado el momento sentirás mi presencia, ahora debes regresar. Te bendigo a ti y al ejército de la alianza, el futuro de nuestra amada tierra está en sus manos-.

♦♦♦♦♦

Arish abrió los ojos. Ahora más fortalecido y confiado por las palabras del padre, entendió que aun aunque parecía que el enemigo era indestructible, había serias posibilidades de ganar, que el poder del amor y la bondad llegado el momento era más poderoso que la oscuridad y la maldad de los enemigos. Así de este modo, la armada de la santa alianza estaba bendecida por el creador. Armada que estuvo lista para el día indicado, en la ciudad de Gwangur, los elfos de la armada blanca estaban formados y listos para partir, lo mismo el ejército real de Henaith, los hombres que antes lucharon contra los elfos, ahora formaban junto a ellos, esperando la orden para iniciar la marcha hacia el norte. El camino que tenían por delante era largo y tortuoso, eran más de 2 mil kilómetros hasta las puertas negras y allá lo que les esperaba no era para nada

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alentador. Pero todos esperaban ansiosos el momento de marchar. Unos ayudantes le ayudaban a Liris y a Harod a ponerse sus respectivas armaduras; el hombre se veía un poco alicaído, la enfermedad de la sangre día tras día mermaba su salud, pero aun así Harod se disponía a afrontar aquel desafío personal, sabía que aquel viaje iba a ser tortuoso para él, pero sabía que su destino estaba ligado a esas tierras negras, allí empezó todo y allí terminaría todo, eso lo sabía muy bien el rey de los hombres, así que respiro hondo, trató de alejar de su mente el dolor que le invadía el cuerpo y adoptó un semblante diferente para proyectar seguridad ante sus soldados.

En cabeza de Liris la reina elfica, junto a ella Harod el rey de los hombres y junto a ellos dos Arish, el poderoso Elohim, la orden para marchar no se hizo esperar, no sin antes dar por parte de Arish, la respectiva bendición para las tropas. Atrás quedaba una vez más la ciudad de Gwangur, atrás quedaban las familias que despedían con lágrimas en los ojos a los marchantes, por delante un largo y peligroso camino, pero un camino que era necesario recorrer para librar la batalla más grande de la historia de la tierra antigua y derrotar la maldad de una vez por todas. Elfos y hombres marchaban juntos, a este ejército conocido como la armada de la santa alianza más adelante se le iban a unir los enanos, de ese modo estarían completos para afrontar el desafío más grande en la historia de la tierra. A varios días de marcha estuvieron en Portenense y allí los estaban esperando las provisiones para el resto del viaje, aquellas provisiones se iban a transportar en carruajes alados por sendos sementales, en total iban cerca de 20 carruajes, pero también se sumaron a la marcha la división de caballería de los elfos de Gwangur, unos 800 jinetes elfos se sumaban a los 350 jinetes humanos. Después de un día de descanso y aprovisionamiento y de trazar rutas seguras de viaje, la marcha se inició de nuevo. El ritmo de la marcha era muy bueno, iban a buen paso, marchaban todo el día, desde que despuntaba el alba, hasta que caía la tarde, de noche descansaban, cenaban muy bien y les daban de comer y beber a los animales. Obviamente los hombres eran mucho menos resistentes que los elfos así que muchos se enfermaban en el camino pero eran atendidos por sanadores elficos que viajaban con el ejército, estos en base a la medicina tradicional, los trataban y los curaban devolviéndoles la fuerza para seguir la marcha. También muchos animales denotaban cansancio, la carga que transportaban era muy pesada y las jornadas de cabalgata eran muy largas. Portenense quedaba muy atrás, en este punto ya no había marcha atrás, lo que tenían por delante era un tierra desconocida para muchos, una tierra que se denotaba en el horizonte. Estaban más o menos a unos 50 kilómetros de la frontera con las tierras oscuras y todos ya comenzaban a sentir el ambiente de

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maldad que reinaba alrededor y que se respiraba en el aire. Por su parte los animales, entre más se acercaba a la frontera más nerviosos parecían ponerse.

Aquel lugar que ya caminaban les traía horribles recuerdos a los elfos, allí habían luchado, allí habían visto morir a muchos hermanos, allí vieron morir a los dos príncipes del reino y allí también fue herido de muerte el rey Elenor. A los hombres también aquel lugar les traía recuerdos no gratos, ellos al igual que los elfos, habían visto morir a muchos de los suyos incluyendo a su rey. Ahora aquel valle lucia inerte, los efectos devastadores de la batalla se hacían notar, el valle antes poblado de vegetación, ahora lucia árido, la vegetación poco a poco parecía morir, el olor a muerte reinaba en el aire, pero aun así, ese era el lugar escogido para acampar, en la espera de la compañía de los enanos, aquel había sido el lugar escogido para que la unión de los enanos con la armada de la santa alianza se diera. Al amanecer del segundo día de acampar en aquel valle, por fin divisaron a la compañía de los enanos en la distancia. Como una pequeña mancha brillante en aquel tapete verde, los enanos avanzaban desde el oeste, emergían desde las montañas de hierro como pequeñas hormigas de color gris brillante. En cabeza de su rey, Darvin, quien venía montado en un semental gigantesco, los enanos pronto estuvieron a la vista de todos. Quizás no eran muchos como los elfos y hombres esperaban, pero bien era conocida la fiereza y la resistencia de aquella raza, así que fueron muy bien recibidos. Cuando el ejército de los enanos llegó a la presencia de Arish se detuvo y se formó. Todos los enanos lucían su armadura gris que brillaba ante los rayos del sol, muchos llevaban espadas en su cinto pero todos en sus manos cargaban su arma favorita, grandes y pesadas hachas. Las caras de los enanos eran muy similares, todos de largas barbas y cejas pobladas, unos cuerpos pequeños pero fornidos y en sus rostros una expresión de fiereza.

Cuando Darvin estuvo cerca de Arish y los demás, descendió de su caballo e hizo una reverencia al Elohim, luego dijo –aquí estamos, hemos cumplido nuestra promesa-. Luego miró a Liris y a Harod –será un honor luchar junto a ustedes-.

Liris se acercó al enano y le dijo –el honor mi señor enano es nuestro de luchar al lado de una raza tan admirable y digna-.

Luego rompiendo el protocolo le dio un fuerte abrazo al rey enano. De inmediato los enanos se integraron al campamento, campamento que duraría un día más, porque a la mañana del día siguiente reiniciarían la marcha hacia tierras oscuras. Como estaba acordado, a la mañana del siguiente día se reinició tal

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marcha, en cabeza iban montados en sendos equinos Arish, también iba Liris y junto a ella Remundasky quien portaba el estandarte de los elfos de Gwangur; Harod iba al lado de su esposa y junto a Harod iba su general Adad quien también portaba el estandarte de su reino y por último y no menos importante cabalgaba Darvin señor de los enanos y junto a él su general Tamir quien alzaba en alto y con orgullo la bandera de su país. Detrás de ellos cabalgaban y marchaban cientos de elfos, Hombres y enanos, tres razas distintas pero con la misma misión, antes rivales entre sí, pero hoy unidas en un vínculo de confraternidad y amistad.

Ese mismo día de marcha llegaron a la frontera misma del reino de Gwangur con las tierras negras, al paso llamado como Nakar-dan. Lo pasaron con cuidado y lentamente. Aquel paso peligroso era muy difícil de cruzar, con riscos a lado y lado, grandes acantilados y camino pedregoso y en otros puntos solo fango por la acción de la lluvia, a la armada de la alianza les llevo tiempo cruzarlo. Los carruajes de provisiones fueron los que más sufrieron, algunas ruedas se dañaron por las piedras y otras se quedaban atascadas en el barro y sacarlas de ahí o cambiar de ruedas era un trabajo dispendioso. Pasar tal paso les tomó un día completo. Si no fuera porque aun la ciudad oscura de Mingart estaba muy lejos, aquel sitio era el propicio para una emboscada, pues la armada de la alianza estaba en un punto estratégicamente en desventaja, pensaba Arish. Al llegar la noche decidieron montar el campamente. Todos estaban agotados por la difícil tarea de pasar aquel paso y pocos advirtieron que aquella iba a ser la primera noche en que iban a dormir en tierras oscuras. La noche estuvo tranquila, aunque demasiado fría y con mucho viento. Muy temprano en la mañana se dio la orden para de nuevo afrontar la larga marcha. En aquella tierra maldita por la traición de Miriahn, el sol parecía pegar de una forma más fuerte. Arriba en lo alto, el astro rey calentaba con toda su fuerza y dureza y lo peor aún es que en aquellas tierras, las fuentes de agua eran muy escasa y algunas que se encontraban el agua era demasiado amarga y traía un extraño sabor, tanto que fue ordenado no beberla. En raras ocasiones se encontraban pequeñas fuentes que parecían bastante cristalinas y puras, sin embargo solo se podían beber después que Arish las bendecía. El sol canicular, las pocas fuentes de agua limpia y el cansancio acumulado, hizo que el ritmo de la marcha mermara. Todos entendían que los animales estaban bastante agotados por transportar las provisiones, además las provisiones de comida de los caballos habían disminuido notable y preocupantemente, ya que en esas tierras no había muchos pastizales y los que se encontraban, por una extraña razón, los equinos se reusaban a comerlo, a este paso las provisiones de todos, incluyendo la de los

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animales, no iban a alcanzar para el viaje de regreso, si iba a haber tal. Había transcurrido ya una semana de travesía por aquellas malditas tierras. Por conveniencia se habían desviado un poco hacia el este, para evitar el gran cañón de Irian-dur, un sitio realmente imposible de atravesar. Sabían que rodear tal cañón les iba a significar tres jornadas más de lo esperado, pero era necesario para la seguridad de los marchantes. Hacia el este, aquella agreste tierra parecía que cedía un poco, se encontraron con un pequeño valle, si bien no había mucha vegetación ni arboles con frutos, el lugar parecía que luchaba por no dejarse morir. Allí en medio de aquel valle, apenas sobrevivía un pequeño riachuelo, el cual fue asaltado de inmediato por los sedientos caballos, lo mismo que el pasto, poco pero suficiente para los animales que alegre y vivazmente lo consumieron. Acamparon en aquel sitio aquella noche, pero como las anteriores, fue difícil para la gran mayoría, exceptuando a los enanos, poder conciliar el sueño. Los que lograban dormir tenían sueños raros, el mismo sueño en el que luchaban y morían enfrentando a terribles y horribles criaturas. Una premonición de lo que les esperaba en Mingart. La marcha de nuevo empezó al despuntar el siguiente día, ya con la tranquilidad del respiro que aquel lugar les había ofrecido, un respiro que era la calma antes de la tormenta, porque la tierra que tenían por delante y que debían cruzar era verdaderamente como cruzar el infierno. Con el sol en lo alto marchaban. De un momento a otro, los vigías, que eran jinetes mandados adelante para advertir el terreno, regresaron presurosos.

–Hemos visto señor a la distancia un ejército considerable-. Dijo uno de los vigías, dirigiéndose a Arish.

– ¿has visto su estandarte?-. Pregunto Arish.

El elfo apenado respondió – no mi señor, no lo he logrado ver, están aún lejos de nosotros, yo diría que a unas tres millas de distancia-.

Los generales de la santa alianza intercambiaron miradas de preocupación, se preguntaban si quizás Miriahn había mandado a su ejército para cortarles el paso, si era así estaban en grandes problemas.

A toda prisa lo vigías fueron enviados para que cabalgaran más de cerca y verificaran. Los vigías obedecieron y cabalgaron. Mientras tanto la orden para la armada de la santa alianza era no parar en su marcha, seguían aunque por prevención lo hicieron en un paso más lento que de costumbre. Cerca de una hora pasó cuando los vigías regresaron y traían consigo Noticias. Los que acampaban al parecer eran elfos del ejército del reino de los lagos, los vigías a la distancia habían observado el estandarte y para su tranquilidad ese estandarte era

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conocido. La noticia sorprendió a Arish y a los demás, pues eso significaba que la armada de la alianza estaría completa del todo. Rineo no les había fallado pese a sus dudas y eso era algo de admirar pues el reino azul había sufrido muchas pérdidas de vidas en el transcurrir de la guerra, mas ahora habían aceptado el desafío de unirse a sus hermanos, hombres y enanos para combatir una vez más contra las fuerzas del señor oscuro. El encuentro fue muy efusivo. Rineo lideraba un ejército de 3 mil elfos, muy bien entrenados y dúctiles en el manejo de la espada y sobre todo muy buenos tiradores. La división de arqueros de los elfos azules era la mejor del mundo conocido, su rapidez, destreza y atino eran admirados por todos y no tenían semejantes en el mundo conocido.

-¿Así que después de todo haz decidido unirte a nuestra santa armada?- Dijo Liris seria. Luego de su hermoso rostro brotó una sonrisa. Con gran alegría abrazó fuerte a su hermano, el rey elfo del reino azul.

Ya con la armada completa la marcha siguió por muchos días, días duros, pues el terreno que afrontaban era áspero y difícil. En total aquella armada blanca contaba con los siguientes combatientes: los elfos de Gwangur eran 5500, pocos en comparación de otras épocas en los que se llegaron a movilizar cerca de 15000 elfos. Los hombres aportaban a 2500 hombres valientes y bien armados. Por su parte los enanos marchaban con 1500 soldados, duros, resistentes y valientes, con un espíritu inquebrantable. Como se dijo los elfos azules aportaban a 3 mil soldados, en total la armada de la santa alianza marchaba con 12500 soldados entre elfos, hombres y enanos. Todos marchando con un solo propósito, acabar con la tiranía, el odio y el mal que quería reinar en la amada tierra. Muy dentro de ellos sabían que muy pocos de los que marchaban hacia las puertas negras iban a regresar a casa, eso en el mejor de los escenarios, pero no les importaba, estaban dispuestos a dejar sus vidas en el campo de batalla con tal de derrotar al enemigo y asegurar el porvenir de las futuras generaciones y que esas mismas vivieran en una tierra en paz, lejos del fantasma de la guerra. Una tierra libre, segura y prospera.

Ya era el vigésimo tercer día de marcha y mientras más se internaban en esas tierras, mientras más viajaban al norte, aquella maldita tierra más se mostraba áspera. Las provisiones mermaban dramáticamente pues aquella tierra no daba sustento alguno, ningún fruto, ninguna verdura, ningún animal salvaje para cazar, tan solo pequeños conejos y lagartijas. El agua también escaseaba, pues la marcha demandaba mucho líquido ya que el sol canicular calentaba con toda su fuerza, pero las fuentes de la misma cada vez se encontraban con menos regularidad, lo único que encontraban eran los cauces secos, empedrados, que

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daban a entender que otrora había habido un rio allí. Las noches no eran mucho menos dificultosas, el frio era congelador, a veces acompañado por fuertes vientos y lluvias en ocasiones acompañadas de granizo. Así y todo su moral no bajaba, seguían marchando con valentía y tesón, venciendo todas las dificultades, contra todo marchaban. Contra el sol abrazador, contra las noches frías, contra la lluvia que arreciaba, contra el viento huracanado, contra el polvo que se levantaba de aquella tierra árida y contra la niebla cegadora que bajaba del gris cielo. Marchaban sabiendo que esto solo eran pequeñas dificultades comparadas contra el infierno que les esperaba detrás de las puertas negras de Agbard. Marchaban hacia la muerte, una muerte segura, una muerte a los que pocos podrían escapar, eso lo sabían muy bien, pero aun así marchaban.

Otra noche más para descansar, tan fría como las demás, solo que a diferencia de las otras, en esta no había lluvia, el cielo estaba despejado y la luna brillaba en lo alto orgullosa con un tono rojizo. Desde que había caído la tarde y se había decidido descansar, Harod había entrado a su tienda y no había vuelto a salir, había aducido no sentirse bien y con él, cuidándolo estaba Liris, que lo contemplaba como dormía. Pero aquel no era un sueño tranquilo, entre sueños Harod balbuceaba palabras, se retorcía y sudaba mucho, tanto así que Liris tenía que secarle constantemente el sudor del rostro. En las demás carpas todo era tranquilidad, en una en especial estaban reunidos enanos, elfos y hombres jugando cartas. Las risas se alzaban y se escuchaban mientras transcurría el juego, los enanos como era sabido les gustaba mucho el juego de las cartas y eran muy buenos y sagaces jugadores. Era casi la media noche tal vez un poquito más, el juego de cartas ya había acabado pues había que descansar para el día siguiente, cuando de pronto se escucharon a lo lejos unos sonidos terroríficos que despertaron a todos incluyendo a Liris que se había dormido cuidando a su amor, de inmediato todos salieron de su carpas pues aquellos sonidos los habían sacado a todos del sueño.

Un enano se acercó a Arish y preguntó – ¿qué sonido es ese mi señor?-.

Arish mirando al horizonte y contemplando las montañas que apenas si se podían divisar en la lejanía respondió –lobos, criaturas malditas enviadas por Miriahn, hacen el papel de espias, nos vigilan y le llevan información a su amo-.

De pronto un grito alertó a todos, venia de la tienda en la que Harod descansaba. La primera en reaccionar fue Liris que de inmediato corrió hacia la tienda seguida por Arish y algunos más. Cuando entraron a la tienda encontraron a Harod que yacía acostado en la cama, pero se retorcía, lanzaba

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gritos de dolor y maldecía entre sueños, como si peleara contra una voluntad oscura en sus pesadillas. Harod ardía en fiebre y a pesar que parecía sufrir en sueños, no despertaba. Arish ordenó a Liris ponerle paños de agua en la frente, la fiebre había subido de manera peligrosa y había que bajarle la temperatura corporal como fuera. Lo que el Elohim ordenó dio resultado, El rey hombre pareció tranquilizarse un poco y además la fiebre pareció ceder, poco a poco la temperatura le bajó hasta los niveles normales y entonces por fin despertó.

–él estaba en mis sueños, me hablaba en mi mente, sentía su maligna presencia muy cerca de mí-. Dijo Harod con voz entrecortada y fatigado, siguió diciendo –tuve una visión de él, de lo que nos espera más allá de las puertas negras, vi a miles de criaturas nunca antes vistas, vi a su enorme ejército esperándonos…lo vi todo-.

Arish reflexionó sobre lo que el rey de los hombres dijo –claramente Miriahn aún tiene una influencia sobre él y su enfermedad, lo que Harod vio no fue solo por casualidad, no mis queridos amigos, Miriahn quiso que así fuera, quiso mostrarle a Harod y a través de él a todos nosotros lo que nos espera, el pretende sembrar el miedo en nuestros corazones, y si es verdad, lo que vio Harod es real, las criaturas de las que habla son reales, eso lo sabíamos y ahora no podemos dar marcha atrás y aún más estando tan cerca-.

En fin, la noche pasó y Harod pareció descansar bien, Liris no durmió velando a su amor. La mañana trajo más noticias malas, los lobos de Miriahn habían desangrado y degollado a muchos caballos, los otros, que habían sobrevivido al feroz ataque, estaban sumamente nerviosos. Los días siguientes no fueron para nada mejores, la salud del rey hombre disminuía dramáticamente, quienes lo veían notaban claramente que el rey sufría, más cuando en las noches se repetían las mismas pesadillas de todos los días. Pero aun así la misión era que la moral de las tropas no bajara y para eso Arish, Rineo y Darvin marchaban al frente de la compañía, para que los soldados vieran que a pesar de las dificultades, no había que rendirse y en efecto daba resultado, las tropas marchaban a paso firme y sin dudas. Después de muchos días de caminata, por delante de la armada se presentaba el bosque de braq, el último escoyo antes de ver las enormes puertas negras. Pero aquel bosque era diferente, no era un bosque común, no había vegetación, los arboles estaba secos y sin frutos, tampoco habían animales, era tétrico aun de día, los enormes arboles desnudos y secos los observaban como guardias mientras la armada blanca atravesaba aquel bosque. Se escuchaban ruidos, como si los árboles se comunicaran entre ellos, también risas, risas malignas se escuchaban clarito, aquel bosque maldito se burlaba de los

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marchantes, se escuchaban murmullos, murmullos que hablaban de guerra y muerte, una muerte sin piedad y sin gloria, una horrible muerte a mano de despiadados y terribles enemigos, aquellos murmullos no era más si no advertencias, advertencias de lo que los esperaba detrás de las puertas negras.

Las puertas negras, estructuras gigantescas y solidas de hierro que solo se podían abrir desde adentro. Abarcaban cerca de 100 metros de longitud, verdaderamente gigantescas, de alto tenían unos 50 metros. A lado y lado de tales puertas, puestos de observación y vigilancia, al parecer desocupados por lo menos por el momento. Después de más de 45 días de marcha hacia tierras norteñas, por fin en el horizonte se divisaban las enormes puertas negras de Agbard. Después de atravesar el bosque negro de Braq, delante de ellos un descenso, luego una planicie y al final de la misma las enormes puertas. El primer objetivo estaba cumplido, habían llegado hasta la misma ciudad oscura. Los hechos que iban a ocurrir allí quedarían guardados para la historia.

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CAPITULO XIX

Siete días en el infierno.

Arish, Rineo, Harod, Liris, Darvin y los demás contemplaban con asombro la colosal estructura que tenían al frente. No daban crédito a lo que veían. Pero había silencio, no se escuchaba nada, tan solo el murmullo del viento, un viento cálido que venía de más allá de las puertas negras, de la misma ciudad oscura de Agbard, un viento que traía un hedor que apestaba, aquel olor insoportable, hizo que muchos se cubrieran las narices.

Entonces Arish alentó a su caballo para que caminara y se adelantó mientras todos veían la actitud del Elohim. Gritó a viva voz, con una voz que retumbó en el silencio del lugar – ¡Miriahn sal, sal para que se te haga justicia, tiene que pagar por todo el daño causado!-.

No tuvo respuesta, nada, ni un solo ruido, ni una sola muestra de agresión, nada. Arish se devolvió y tomó de nuevo su lugar junto a Rineo.

Entonces Darvin en tono burlón dijo –quizá se enteró de nuestra misión y le dio miedo y se marchó-. El enano rió a viva voz, seguido por muchos de los suyos. Pero Arish y los elfos estaban serios, el comentario del enano no les hizo ninguna gracia. Por cerca de una hora nada pasó, ni una sola señal del enemigo, ni un ruido, ni el más mínimo. Pero todos sin embargo se mantuvieron alerta y perfectamente formados. El sol comenzó su natural descenso y empezó a oscurecer. Las antorchas se fueron encendiendo a medida que la oscuridad avanzaba. De pronto todo fue oscuridad y frio, un frio penetrante, un frio congelante, un frio que engarrotaba los músculos, un frio cruel. Todos se lanzaban miradas de incertidumbre, no entendían porque el enemigo no se dejaba ver aun. De pronto a lo lejos, detrás de las enormes puertas llegaron por fin ruidos, ruidos de tambores de guerra, lejanos pero audibles. Aquellos ruidos se escuchaban cada vez más con mayor claridad, más cercanos, tanto que aturdían. Entonces el suelo empezó a moverse, primero fue un pequeño movimiento, después fue como si estuviera temblando, los caballos se asustaron, uno de los hombres entonces le gritó a su rey – ¡tiembla mi señor!-. Pero Arish sabía que no era un temblor, así lo entendían los demás.

Harod entonces dijo –no es un temblor, es el ejército del Miriahn-.

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En efecto la tierra retumbaba mientras el ejército de Miriahn detrás de las puertas negras marchaba al encuentro de sus enemigos. De un momento a otro hubo movimiento en las puertas. Del otro lado de las enormes puertas, un veintenar de trolls, 10 a cada lado tiraban de las enormes estructuras para que abrieran, poco a poco y muy lentamente los enormes y fuertes trolls fueron abriendo las colosales puertas. Los pulsos se aceleraron, las manos empezaron a sudar, la vista se agudizaba y el miedo natural empezaba a hacer su trabajo mientras la armada de la alianza miraba como las imponentes puertas poco a poco abrían y dejaban ver el enorme y poderoso ejército que detrás de ellas estaba. Las puertas de hierro ya estaban abiertas y por ellas utilizando todo el ancho, salía en perfecta formación el ejército de Miriahn. Una procesión interminable de criaturas salían de la ciudad oscura acompañadas por los acordes de los tambores malignos cuyo sonido pudiera producir escalofríos a seres comunes y corrientes, pero no a la armada blanca pues sus soldados eran valientes y decididos y aun viendo que el enemigo era considerablemente más en número, nunca se acobardaron y por el contrario deseaban pronto entrar en lucha.

♦♦♦♦♦

Por fin, las dos fuerzas más grandes del planeta estaban frente a frente. La armada de la alianza era superada en número tanto que se vio rodeada de enemigos por todos los frentes, el ejército negro los encerraba en una especie de anillo, la ventaja de los malditos era de tres a uno, tres veces más de combatientes y tres veces más de fuerza. A la luz de las antorchas, las caras de los orcos y uruks y demonios lucían más horripilantes que de costumbre. Enfurecidos, emanaban vapor por sus bocas cada vez que respiraban, aullaban como perros rabiosos. Como si la situación no fuera ya demasiado oscura para la armada blanca, pues sus enemigos los superaban en número, ahora otra sorpresa más, otra dificultad que superar, en el cielo empezaron a aparecer criaturas voladoras, enormes dragones surcaban el cielo, emanando chorros de fuego a través de sus jetas. Eran los temibles Wyrms, demonios voladores del inframundo, implacables, temerarios, malvados, sin embargo no eran las peores criaturas que Miriahn había pasado a ésta, nuestra dimensión. Los Wyrms eran montados por espectros malignos, los espíritus de los primeros elfos traidores y que fueron muertos en las pasadas batallas, criaturas que no tenían ya nada de seres vivientes, resucitados gracias a la magia oscura de la que Miriahn ahora era maestro.

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La situación no era para nada alentadora para las santas tropas, rodeados por enemigos por tierra y aire y por las muchas sorpresas que Miriahn les tenía preparadas que iría desvelando con el pasar de las horas. De pronto uno de estos Wyrms descendió y se posó justo delante de Arish y los demás comandantes del santo ejército. Del lomo de aquel demonio bajó un sujeto con armadura negra, era alto, esbelto, tenía el rostro cubierto por un yelmo negro y una capa que le bajaba desde el cuello hasta la pantorrilla, en el cinto una enorme espada. Aquel sujeto acarició a su demonio alado y este salió volando, entonces se quitó el yelmo y dejó ver su rostro. Era Eryanor, uno de los 75 elfos traidores originales, el único aún con vida, los demás habían muerto en las batallas pasadas, ahora eran espectros que volaban al lomo de los Wyrms. La apariencia de Eryanor era siniestra, su piel por naturaleza blanca, ahora era pálida al extremo, sus ojos otrora azules ahora tenían un brillo rojizo, sus labios morados y su pelo antes negro azabache, ahora era gris sepulcral. El aun elfo, con su yelmo en el brazo, miró con un aire de superioridad a los que estaban delante suyo, detrás de Eryanor los miles de orcos rugían rabiosos, pero a la orden del elfo callaron.

Entonces el elfo miró a Harod y con una voz tan o más siniestra que su apariencia le dijo –de nuevos nos vemos, señor de los licántropos-.

Harod tranquilo no respondió.

El elfo siguió –así que no respondes y te atreves a venir aquí a desafiar a nuestro señor y vienes con este ejército de risa-. Eryanor rió malvadamente, su risa produjo escalofríos sobre todo a los humanos, los elfos seguían tranquilos. De nuevo Eryanor siguió hablando refiriéndose a Harod –que estúpido eres, mi señor te dio un don increíble y tú lo desprecias y le escupes en el rostro. Ahora es hora que pagues por ello, esa es mi tarea, matarte. Pero no ahora, no, primero deberás ver como tu ejército de risa muere, todos los que están a tu lado morirán ante tus ojos, todo incluyendo esa puta que escogiste como esposa-.

Harod se exaltó pero Liris lo tranquilizó poniéndole la mano sobre el hombro.

Eryanor que tenía la atención de todos habló por última vez –ya es hora que empiece lo que han venido a buscar, han venido por muerte, la encontraran, han venido por sangre, su sangre correrá por la tierra-.

De pronto el elfo fue interrumpido por Arish que en medio de la sorpresa de todos le habló a Eryanor –cierra tu boca maldita, ciervo del mal, guárdate tus insultos, no eres más que una simple marioneta de Miriahn, para mí no eres más

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que una insignificante cucaracha rastrera, vuélvete antes que decida sacarte las tripas en frente de tus hombres. Pero descuida tu hora y la hora de tu amo pronto llegará, no olvides que soy un Elohim y tengo tanto poder como el de tu maldito amo-.

Eryanor quedó mudo, las palabras de Arish le produjeron al elfo un sentimiento que hace mucho tiempo no sentía, miedo.

♦♦♦♦♦

La batalla más esperada y definitiva por fin empezó. Una batalla que se iba a prolongar por siete días, en donde la sangre y la muerte tendrían su festival. El santo ejército resistió valientemente los primeros ataques de los enemigos, hombres, elfos y enanos luchaban valiente y ferozmente. Las bajas fueron muchas en el primer día de batalla de bando y bando. Liris, Harod, Arish, Rineo y Darvin se hacían sentir en el campo de batalla, ordenando a sus tropas y también luchando, simplemente no tenían rival, al menos no por el momento. Los primeros embates del ejército negro eran acometidos por orcos, uruks y Trolls quienes peleaban con ferocidad, pero que no eran rivales para elfos, hombres y enanos. Miriahn veía como sus soldados caían en el campo de batalla, pero no le preocupaba, aquello simplemente era un pequeño sacrificio que tenía que hacer, sacrificaba a sus orcos y uruks para cansar al santo ejército para así después enviar a sus aces bajo la manga a terminar el trabajo. La primera decisión de Miriahn fue enviar en el segundo día de batalla a los poderosos Wyrms. Desde el cielo, estos dragones infernales, arremetieron contra los soldados del ejército blanco, de sus bocas salieron chorros de fuego que eran enviados en dirección al santo ejército. Muchos valientes murieron allí por la acción de los Wyrms, murieron rostizados, muchos aun agonizantes gritaban de dolor pidiendo auxilio, pero ya no se podía hacer nada por ellos, solo seguir combatiendo. Pero para fortuna del santo ejército con ellos combatían los arqueros del reino de los lagos, estos a la orden de su rey, apuntaron sus arcos al cielo y dispararon una interminable lluvia de flechas. Una tras otra y con una velocidad inigualable las flechas surcaron los cielos y muchas dieron en el blanco matando a unos cuantos Wyrms, tanto así fue efectiva la defensa de los arqueros que los Wyrms no atacaron de nuevo, solo sobrevolaban. Pero los dragones infernales conocidos como Wyrms eran tan solo el primer as bajo la manga de Miriahn, muy pronto y dependiendo de cómo se desenvolviera la batalla, el santo ejercito enfrentaría a terribles criaturas de poder extraordinario.

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Después de dos días completos de batalla el cansancio era evidente, porque la batalla no daba tregua, si bien los orcos y uruks no daban mucha resistencia, si eran muchos, uno tras otro, en decenas llegaban cada vez más al campo de batalla. Las bajas de la santa alianza eran numerosas pero no tanto como lo esperado, las divisiones de arqueros y de caballistas estaban casi completas, la división de los enanos estaba intacta, por el contrario los hombres si veían mermadas sus filas, pero igual seguían combatiendo con valentía al lado de su rey. Harod que en los últimos días de viaje había estado mal de salud y su enfermedad se había recrudecido, ahora parecía otro, estar en aquellas tierras malditas le había devuelto su fuerza, ya no sentía dolor, pudiera ser por el efecto de la adrenalina pero sus males parecían que habían desaparecido.

Llegó el cuarto día de batalla, una batalla que inclinaba la balanza en favor de la santa alianza, pero no por mucho tiempo más. Miriahn decidió que era el momento para enviar a los zombis y hombres lobo. Cuando estas criaturas entraron a la batalla su participación fue crucial. La ferocidad de los licántropos era ya conocida y ellos nos defraudaron a su amo, una de sus víctimas fue Rineo, rey del reino de los lagos, quien murió desangrado por una mordida de un lobo, allí en el campo de batalla murió un rey, otro más del reino de los lagos. Por su parte los Zombis en cabeza de su señor Nergal eran seres extraordinariamente resistentes y fuertes, además de muchos. Aquel cuarto día de batalla fue el más duro de todos los anteriores. Bajo el sol canicular, las dos tropas luchaban ferozmente. Las bajas fueron muchas, en especial de la santa alianza cayeron muchos combatientes, entre ellos la baja que más dolió fue la de Rineo, pero aun así el santo ejército no daba el brazo a torcer. Con el anochecer del cuarto día llegó otra sorpresa más para la santa alianza, aparecieron los vampiros, al comando de su malvada reina, Lilith y con ellos otras tantas criaturas traídas del inframundo, criaturas poderosas. Estas criaturas tenían un poder extraordinario que se acrecentaba hasta los límites insospechados con el anochecer. Simplemente no se podían matar, no tenían rival, los cortes de las espadas no le hacían daño, porque rápidamente se regeneraban, lo mismo pasaba cuando perdían un miembro del cuerpo, a excepción claro está de la cabeza. Pero darle un tajo en la cabeza a estos vampiros era prácticamente imposible, su velocidad y destreza eran inigualables, además de desmaterializarse y materializarse en cualquier momento y en cualquier lugar.

Lilith y Nergal, demonios que nunca debieron pisar la faz de la tierra, eran seres malignos y poderosos, con ellos a la cabeza la balanza de la batalla se empezó a inclinar en favor del ejercito negro. Las bajas fueron muchas para la santa alianza, su número de combatientes bajó dramáticamente, además del cansancio

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acumulado pues la batalla no daba tregua, también el cansancio lo provocaba el luchar en el día bajo el sol canicular, un sol que pegaba con todo el rigor y en las noches no era mejor el panorama, así no estuviera el sol, la proximidad a el volcán Gordolin, hacía que la humedad creciera lo mismo que el bochorno, en pocas palabras la derrota de la santa alianza era cuestión de días o tal vez de horas.

♦♦♦♦♦

Miriahn veía satisfecho lo que estaba pasando, en el amanecer del quinto día, las cosas iban bien para él, sus monstruosidades hora tras hora daban golpes contundentes a la santa alianza. Dirigía sus tropas y lo hacía con acierto, sus movimientos eran calculados y certeros, sus golpes fulminantes. En el quinto día de batalla, de los casi 13 mil soldados de la santa alianza que habían llegado a estas tierras negras, tan solo quedaban aún con vida combatiendo con escudo y espada cerca de 3 mil y cada vez eran menos, pues sus enemigos eran poderosos y numerosos. Aquel quinto día pasó bajo la impotente mirada de Arish quien veía morir ante sus ojos a todos los suyos a manos de sus enemigos. El cansancio era evidente, la moral baja, se veían rodeados por enemigos y cada vez los suyos eran menos. Después de todo, aquel viaje no había sido buena idea, pero ya era tarde para remordimientos, lo único que quedaba era morir luchando, luchando como lo seguían haciendo Arish, Harod, Liris y Darvin. Así de este modo, los que aun vivían, heridos, maltrechos pero aún con vida, al ver luchar a sus reyes, los llenaba de moral de nuevo y luchaban con más gallardía, es cierto morían pero lo hacían con valentía y tesón, pues no eran rivales de lobos, Zombis, vampiros, Wyrms y demás criaturas.

♦♦♦♦♦

La mañana del sexto día despuntaba, pero este día a diferencia de los anteriores, no había sol, en cambio comenzó a caer una llovizna, era una llovizna molesta, de aquellas que incomoda, una llovizna fina pero constante. La lucha continuaba, la sangre se vertía confundiéndose con el rojizo del suelo. Zombis, vampiros, licántropos y Wyrms no se detenían, seguían luchando con fiereza, estas criaturas parecían no cansarse, no daban respiro, no retrocedían, no tenían compasión, solo conocían el significado de muerte. La mancha oscura cada vez era más grande, mientras por el contrario la santa alianza se extinguía cada vez más, hora tras hora eran cada vez menos, muchos agonizaban, otros gritaban de dolor, otros pedían piedad, pero en el campo de batalla la piedad y la misericordia no existían y menos en los oscuros corazones de los demonios.

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Arish presentía que este era el fin, veía ante sus ojos como Harod, Liris y Darvin luchaban, como los demás luchaban y morían, miró al cielo y gritó, gritó tan duro que su voz retumbó en todo el lugar –¡Padre….padre!-. Cayó de rodillas, triste, con lágrimas en los ojos, soltó la espada y puso las manos en el suelo encharcado por la lluvia que a esa altura ya se había recrudecido.

Entonces Liris que lo vio todo, se acercó al Elohim que seguía de rodillas en el suelo, se agachó y le dijo –debemos seguir luchando mi señor-.

Arish compungido respondió alzando sus ojos verdes –qué sentido tiene seguir luchando, mira a tu alrededor ya todo está perdido-.

Liris se paró de nuevo y le tendió la mano al Elohim diciéndole –aún hay esperanza mientras respires, mi señor, además todo puede cambiar, así como el sol de nuevo aparece venciendo las nubes grises, así de ese modo podemos vencer el mal, pero debemos tener fe y seguir luchando-.

Era cierto, en medio de la llovizna, el sol apareció iluminando de nuevo el lugar, era un espectáculo bello, los colores de las gotas de lluvia traspasadas por los rayos del sol, absolutamente hermoso. Entonces Arish recordó las palabras de Menaih y sintió su presencia dentro de él, la aparición del sol era una señal, no podía ser de otra forma. Así lo entendió Arish, tomó la mano de Liris y se incorporó de nuevo, empuñó de nuevo su espada y entonces ante la vista de todos ocurrió algo extraordinario, algo majestuoso, algo irreal. El Elohim fue cubierto por una niebla, una especie de velo dorado cubrió desde la cabeza hasta los pies al Elohim, primero a él y luego a los soldados de la santa alianza, los que aun vivían. Aquella extraña niebla de color dorado los cubrió por completo, pero solo a la armada blanca. Mientras tanto Eryanor, Lilith, Nergal y los demás demonios veían confundidos lo que pasaba, hasta el mismo Miriahn veía preocupado lo que acontecía, no daba crédito a lo que veía y no podía explicar la fuente de aquella niebla que extrañamente solo cubría a sus enemigos, así que dio órdenes para no detener sus ataques, ordenó seguir atacando, sabía que estaba muy cerca de la victoria,

Todos miraban asombrados, que después de disiparse la niebla, sus armaduras ahora habían cambiado de su original gris a un color dorado que brillaba ante los escasos rayos del sol. Pero no era solo el color de su armadura lo que había cambiado, se sentían más fuertes, era si como el cansancio se hubiera ido, se

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sentían renovados, con más bríos, más fuertes. Todos se preguntaban y miraban a Arish, tratando de obtener una respuesta.

Darvin el enano tomó la vocería y acercándose al Elohim preguntó – ¿qué significa esto mi señor?-.

Arish que hora lucia majestuoso con su armadura dorada miró al enano, le sonrió pero no le respondió, en cambio caminó y se puso delante de sus soldados, al verlo todos entendieron que se debían formar, lo hicieron y entonces Arish dijo –mi padre, nuestro señor está con nosotros, siento su presencia dentro de mí, aún podemos ganar, solo les pido un esfuerzo más, sé que están cansados, pero ahora tenemos el espíritu de mi padre que está entre nosotros-. Hizo una pausa y luego siguió –cuando los ancianos hablen de este día, recordaran que un puñado de valientes, vencieron y derrotaron a un ejército poderoso y maligno, dando fin a la maldad y el odio en este mundo, así que mis hermanos alcemos nuestras espadas en señal de victoria, que esta noche se derrame sangre maldita-.

Este último grito de batalla de Arish animó a todos que al mismo tiempo sacaron sus espadas y las levantaban al aire mientras gritaban de euforia. Aquel grito retumbó por todo el campo de batalla, la armada de la santa alianza se lanzó contra sus enemigos en una estampida furiosa. Del otro lado del campo de batalla la respuesta no se hizo esperar, sus enemigos eran pocos, así que el ejército negro esta vez atacó con todo lo que tenía, licántropos, vampiros, muertos vivientes y Wyrms. En aquella noche del sexto día se vivió una de las batallas más épicas de todos los tiempos, dignas de recordar.

♦♦♦♦♦

La batalla se tornó pareja, la santa alianza refortalecida, equilibró Las cargas. Sin embargo no todo eran buenas noticias, en el amanecer del séptimo día, el rey Darvin cayó gravemente herido.

–tranquilo mi amigo, aguanta te vamos a sacar de aquí-. Dijo Harod, mientras veía al rey enano en el piso, poniéndose la mano en el costado, tratando sin éxito de detener la hemorragia de la herida provocada por un licántropo. De inmediato Harod llamó a Arish y a Liris quienes estaban peleando y apañándose a muchos enemigos. Arish examinó la herida del costado del rey enano y entonces miró al hombre y a la elfa, quienes de inmediato se dieron cuenta que aquella herida era mortal.

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Arish trató de tranquilizar al rey enano pero este último con mucho esfuerzo habló –mis amigos este es el fin para mí, lamento no poder seguir luchando-.

Liris se arrodilló y por su mejilla rodó una lagrima –no digas tal cosa, te salvaremos-.

–Mi querida señora elfa, fue un honor luchar a su lado-. Dijo Darvin, luego tomando la mano de Harod dijo –lo mismo para usted mi señor, ahora entiendo porque la señora Liris te escogió como esposo, es usted un hombre valiente y digno-.

De los ojos de Harod también brotaron lágrimas.

–ahora es mi tiempo de abandonarlos físicamente-. Darvin tomó la mano de Tamir, su general y dijo –es tu turno de defender a nuestro pueblo. Como no tengo herederos, el pueblo de la montaña de hierro tiene nuevo rey-.

Tamir bajó la cabeza y no dijo palabra alguna.

Luego Darvin Habló por última vez, esforzándose por mostrar en su ensangrentado rostro una sonrisa –este es mi fin-.

Entonces el rey exhaló por última vez y murió, en su rostro cubierto de espesa barba y ensangrentado se dibujó una tenue sonrisa.

Arish le cerró los ojos y dijo –Duerme amigo mío, al lugar donde vas no podrán lastimarte-.

Pese a la tristeza que los embargaba por haber perdido a su amigo, Arish, Harod y Liris debieron seguir luchando. Miraban a su alrededor y veían su ejército disminuido, pero aun combatiendo con gallardía. Llegó el medio día, en el cielo alumbraba majestuoso el astro rey, el calor era insoportable, el olor igual, la lucha seguía. Miriahn empezaba a preocuparse, la santa alianza había empezado a ganar terreno, ahora sus demonios no parecían tan poderosos, morían más fácilmente por el filo de las espadas elfas y humanas. Lo que antes parecía una victoria inminente para las fuerzas del mal, ahora lucia como una lejana posibilidad, una vez más Miriahn veía como su ejército de monstruos era vencido en el campo de batalla.

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CAPITULO XX

Choque de Titanes.

El viento del medio día era fuerte, tanto que levantaba el polvo entorpeciendo la vista. Liris la reina elfica, estaba parada y sujetaba la espada con fuerza y decisión, su mirada fija en su enemigo, en este caso su enemiga, poderosa, sanguinaria. Lilith, demonio del inframundo, señora de los vampiros, cuyo poder era superior, se encontraba de frente al objetivo que Miriahn le había trazado. Liris se quitó el yelmo de la cabeza para poder ver mejor y para librarse del peso extra, sus largos cabellos negros cayeron un poco enmarañados sobre sus hombros y espalda, aun así agotada, sedienta y sudorosa se veía hermosa. La reina tomó la espada, la misma que había sido empuñada por su padre, y se lanzó en ataque contra Lilith, quien esquivó el mismo con rapidez y habilidad y contraatacó con un mortal tajo que Liris desvió con eficacia. Aquel primer movimiento le sirvió a la elfa para darse cuenta de la clase de enemigo que enfrentaba. Un ataque más de Liris y una contraofensiva de Lilith, los ataques de la elfa no producían daño pues la reina de la oscuridad era muy rápida y veloz en el momento de contraatacar. Liris parecía exhausta, jadeaba por la boca, sudaba en demasía, Lilith por su parte solo reía diabólicamente al ver a la elfa cansada. Liris entonces decidió quitarse toda la armadura, cuando lo hizo se sintió aliviada, se sintió ligera, entonces Lilith por fin habló, su voz era espantosa, aun más que su presencia –mala decisión-. Dijo.

Liris respondió –no, buena decisión-.

Dicho esto Liris atacó una vez más y esta vez la elfa, más ligera sin el peso de su armadura, logró hacer daño, el suficiente para hacer retroceder un poco a Lilith, quien se enfureció al notar que de su mejilla brotaba un hilo de sangre producto de la hoja de la espada de Liris.

Lilith se tocó la mejilla y se lamio su sangre, luego dijo –no está mal, ahora es mi turno-.

Como una exhalación atacó a la elfa, quien por causa de la velocidad del ataque no pudo parar el golpe y fue lanzada varios metros a lo lejos, de nuevo Lilith lanzó un ataque tras otro, mientras Liris solo atinaba a defenderse. Si bien Liris retrocedía tras los ataques de Lilith, estos no daban resultado, ni un rasguño, ni

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un tajo era efectivo, ninguna herida acusaba la elfa, por aquello Lilith se comenzó a desesperar y atacó más con fuerza que con técnica, dejando muchos puntos en su defensa descubiertos, lo que aprovecho Liris y en uno de sus contraataques, su hoja alcanzó de nuevo el cuerpo de Lilith y la hirió de nuevo esta vez en el abdomen. El demonio chilló horriblemente mientras que con la mano cubría la herida, aquella era una herida profunda, una herida mortal. Liris entonces entendió que no debería dejar esa oportunidad, Lilith estaba mal herida, así que era hora de dar el golpe mortal definitivo. En los ojos del demonio se vio miedo, al ver a Liris caminar hacia ella con la espada en la mano y dispuesta a dar el golpe mortal.

♦♦♦♦♦

Miriahn veía incrédulo y con intranquilidad como uno de sus demonios, el más fuerte de ellos, moría bajo la espada de la reina de Gwangur, vio como después que Liris dio muerte a Lilith, sus hijos, los vampiros, afectados por la muerte de su madre empezaron a desvanecerse y a perder su fuerza, lo que aprovecharon los enemigos para darles una fácil muerte. Miriahn supo que era el momento de dejarse ver en el campo de batalla, sus soldados necesitaban a un líder que de nuevo los encausara a la victoria. Llamó a uno de sus asistentes, un orco horrible, y este último le ayudó al señor del dolor a ponerse su armadura negra, lo último en ponerse fue su yelmo con las tres gemas fundidas en él, luego tomó su majestuosa espada, la misma que utilizó tiempo atrás para darle muerte a su hermano Thorab en Aqarad, la misma que, desde aquel acto de barbarie había tomado un color oscuro, no era oxido, no era suciedad, era simplemente el mal, la maldición por haber tocado la santa sangre de Thorab.

♦♦♦♦♦

Mientras tanto la tarde caía y con ella la victoria para el ejército sagrado. Arish daba otro golpe a las fuerzas de Miriahn, dio fácilmente muerte al demonio Nergal. Ahora tan solo Eryanor comandaba a las fuerzas oscuras, trataba de contener a los enemigos con sus orcos y uruks, pero cada vez perdían más terreno, los demonios convocados por Miriahn, ahora muchos habían muerto, otros aún vivos luchaban pero eran superados por los enemigos, que portando las armaduras doradas parecían indestructibles. La noche vino y con ella la lluvia, una lluvia fría, una lluvia que en el suelo se mezclaba con la sangre derramada, dándole un color rojizo horrible al piso. Aquella lluvia lavó las heridas, los rostros y las espadas. Pero aquella lluvia fue pasajera, duró muy poco, porque poco tiempo después el cielo se despejó y alumbró con todo su

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brillo una imponente luna de color rojizo. Esa fue la señal para los licántropos de Eryanor, quienes al unísono aullaron horriblemente y se transformaron en horribles animales con sed de sangre, aquellos lobos eran la última carta y la última esperanza de victoria para las fuerzas de Miriahn comandadas por Eryanor. Pero Harod también se vio afectado por la luz de aquella luna, el dolor volvió, volvió el sufrimiento y volvió la lucha interna entre su voluntad y su naturaleza. Con el tiempo había aprendido a controlar aquel impulso de su naturaleza salvaje y maligna.

♦♦♦♦♦

–ha llegado la hora que tanto he esperado todo este tiempo, en este mundo solo debe haber un señor de los lobos y ese soy yo-. Dijo Eryanor amenazante, caminando en círculo alrededor de Harod, pero a una distancia prudente.

Harod no respondió, tan solo miraba fijamente al elfo.

Entonces Arish, el Elohim, se dirigió hacia Harod y le dijo -A llegado el momento, no temas sacar toda la fuerza que está escondida en ti y con la que has estado luchando todo este tiempo, es la única manera de derrotar a tu enemigo-.

Harod entendió de qué estaba hablando Arish y asintió con la cabeza. Luego miro a Liris y esta última también asintió con su cabeza. Harod entonces dejó de luchar con su furia interior y simplemente se dejó vencer por los efectos de los rayos de la roja luna y allí entonces empezó la transformación. Ante la mirada de Liris, Arish y los demás, en pocos minutos Harod terminó con su transformación. Era una criatura verdaderamente majestuosa, media cerca de 2 metros, su pelaje blanco le cubría todo el cuerpo, los ojos rojos y sus dientes grandes y afilados lucían amenazantes, además sus garras eran largas y lucían temerarias. Entonces después de la transformación de Harod, Eryanor entendió que era su turno.

Y allí estaban estas dos criaturas feroces, imponentes, una en frente de la otra, aquella sería una lucha digna de recordar en la que solo habría un vencedor. El primero en atacar fue Eryanor. Fue un ataque poderoso, pero Harod lo esquivó muy bien y contraatacó, pero Eryanor también era rápido además de fuerte. Todos miraban incrédulos la lucha entre aquellas dos bestias, miraban la fuerza y la velocidad de sus ataques, ataques que ningún ser humano e inclusive un elfo podrían resistir. Las garras afiladas buscaban partes del cuerpo, sobre todo el cuello para dar un golpe mortal, pero ninguno tenía éxito en aquel propósito.

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Aquella parecía ser una lucha equilibrada, pero no lo era, el poder del mal al que Eryanor dominaba le daba una fuerza mucho más superior y al trascurrir de los minutos se empezó a desequilibrar la balanza en favor del elfo traidor. La fatiga y el cansancio empezaron a hacer mella en Harod, quien había perdido un poco de velocidad y ahora tan solo atinaba a defenderse de los poderosos ataques de Eryanor. Poco a poco Eryanor causaba más daño a Harod, al punto que en un ataque rápido por parte del elfo traidor, ahora transformado en una bestia horrible, con una de sus garras alcanzó el cuerpo de Harod causándole una herida bastante importante en el costado derecho, de inmediato por aquella raja empezó a salir abundante sangre. Harod instintivamente retrocedió y con una mano se tapó la herida en un intento infructuoso de parar la hemorragia. La herida era muy dolorosa para Harod, la sangre no paraba de salir. Eryanor entendió que esta era su oportunidad y se dispuso a dar el golpe mortal final. Al mismo tiempo del otro lado Liris no podía soportar lo que veía, su gran amor herido, muy maltratado y próximo a morir, así que quiso ir a ayudarlo, pero Arish se lo impidió, el Elohim sabía que si la dejaba ir, también moriría.

Eryanor se disponía a dar el golpe definitivo a su enemigo cuando algo lo detuvo, de pronto y ante la mirada extraña de todos, la bestia alzó sus ojos al cielo, lo mismo hicieron todos y se dieron cuenta lo que había detenido a Eryanor. En lo alto del cielo, montado en un enorme y negro Wyrm, emergía la figura del señor oscuro. El demonio volador descendió raudo y aterrizó muy próximo a donde Harod yacía herido, las alas del demonio se agitaban con fiereza, levantando el polvo del suelo. Entonces Miriahn bajó del Wyrm. Estaba vestido con su armadura de color negro, una capa de color rojo oscuro le colgaba desde el cuello y le caía hasta los pies, en el cinto una espada, la misma con la cual le había dado muerte a su hermano tiempo atrás y en la cabeza un yelmo con las tres joyas fundidas en él, aquel yelmo no le dejaba ver su rostro, solo los dos ojos de un color rojizo. Miriahn lucia majestuoso, enorme. Apenas comenzó a caminar, quienes lo veían sintieron un verdadero y genuino miedo y retrocedieron instintivamente, el único que se mantuvo parado en su lugar y no retrocedió fue Arish.

El señor oscuro detuvo su marcha justo al lado de Eryanor, luego voltio la cabeza y miro a Harod y dijo con una voz que a todos les produjo escalofríos –te di un don, fuiste privilegiado y bebiste de mi sangre, te di parte de mi fuerza y la rechazaste y ahora osas de nuevo venir hasta aquí para derrotarme. Por eso debes morir-. Luego miró a Eryanor y le dijo –mátalo-.

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La bestia dio un gran salto y se pudo al lado de Harod, quien seguía infructuosamente intentando parar la hemorragia, seguido volvió la cabeza y miro a Liris, después dio el golpe mortal definitivo, clavó sus afilados y mortales colmillos en el cuello de Harod, luego lo lanzó con una fuerza brutal.

De los ojos de la reina elfica brotaron lágrimas, de Arish también, lo mismo que de los demás, de pronto con una fuerza sobrenatural Liris se le soltó a Arish y corrió a vengar la muerte de su amor, entonces Arish también entendió que era el momento para atacar y le gritó a sus soldados – ¡es el momento!-. Señalando a Miriahn – ¡a él!-.

Todos corrieron raudos a atacar al señor oscuro, pero este último ni siquiera se inmutó, ni siquiera sacó su espada de su cinto, solo seguía parado mirando como sus enemigos corrían hacia él, solo estaba parado mirando fijamente a Arish, quien hacía lo mismo, era como si el mundo alrededor no existiera, tan solo ellos dos en la inmensidad del universo. De pronto Miriahn hizo algo, tan solo un pequeño movimiento y de su cuerpo se desprendió una pequeña cantidad de energía maligna, aquella energía fue expulsada del cuerpo de Miriahn con violencia y chocó contra quienes corrían a atacar al señor oscuro, de inmediato todos volaron por los aires y cayeron heridos, ninguno quiso atacar de nuevo, estaban invadidos por el miedo, aquella honda de energía maligna que los había golpeado era fría como la muerte y su poder no tenía comparación. Por otro lado Liris atacaba con todas sus fuerzas a la bestia Eryanor, por poderoso que fuera Eryanor, Liris, como poseída por una fuerza superior rápidamente venció a la bestia dándole un tajo con su espada, contundente y mortal. Entonces la reina de los elfos, habiendo terminado su venganza, corrió donde yacía su amor. Poco a poco la transformación de lobo a ser humano terminó.

♦♦♦♦♦

Las suaves manos de la elfa acariciaban el rostro de Harod. –estarás bien, te curaremos-. Dijo ella entre lágrimas.

Harod quien conocía la gravedad de su herida y tomándole la mano dijo –este es mi fin, sabíamos que este día me llegaría, solo que no esperaba que fuera tan pronto; sin embargo me voy feliz porque te amé mi amada mía, te amé con todas las fuerzas de mi corazón y así quiero que me recuerdes, no en este momento triste, si no en los momentos alegres que pasamos juntos, la primera vez que nos vimos, los momentos en aquel claro en el bosque, las veces que nos

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amamos con pasión-. Harod hizo una pausa mientras que de los ojos de Liris brotaron más lagrimas que rodaron por su hermosa cara y cayeron en el rostro de Harod, luego el rey de los hombres siguió con voz entrecortada –perdóname mi amada mía, no puedo cumplirte la promesa de estar a tu lado hasta mi vejez, no lo hare físicamente pero tenlo por seguro que siempre estaré contigo protegiéndote…adiós mi amada mía…si…siempre te amare-.

Aquellas fueron las últimas palabras de Harod. Liris lo tomó en sus brazos y lo abrazó con todas sus fuerzas. Hubo llanto, los hombres, quienes aún estaban vivos lloraron y se acercaron a donde estaba Liris con el cuerpo sin vida de su rey, los elfos se quitaron los yelmos de la cabeza como símbolo de respeto, lo mismo hicieron los enanos. Entonces aprovechando el momento Miriahn habló de nuevo mirando a Liris con desprecio –ese será el destino de todos ustedes-.

Dicho esto sacó de la funda su espada, una espada enorme, temible, poderosa, amenazante, aquella espada hizo retroceder a todos, hombres, enanos, elfos, todos retrocedieron menos Arish que permanecía parado mirando fijamente a Miriahn. De pronto y sin que nadie se lo esperara Liris dejó el cadáver de Harod en el piso, se paró rauda y tomó de nuevo su espada con el propósito de atacar a Miriahn. Y así lo hizo, lo atacó, pero la fuerza del señor oscuro era infinitamente superior, fácilmente la doblegó y la dominó, seguidamente dijo mirando a Arish –si quieres que no muera, debes venir y rescatarla-.

Ante los ojos atónitos de todos incluyendo a Arish, el señor oscuro se subió a su Wyrm con Liris como prisionera y alzó vuelo con rumbo a la torre Borag. En las alas de aquel demonio volador, Miriahn voló por el oscuro cielo con Liris como prisionera.

♦♦♦♦♦

Todos maldecían su suerte y lloraban la derrota final, ahora que Miriahn tenía como prisionera a Liris todo había acabado, todos los reyes de los pueblos de la tierra habían caído, los cuerpos de Harod rey de Henaith, Darvin rey del pueblo de los enanos de las montañas de hierro y de Rineo rey de los elfos azules yacían en el campo de batalla.

Pero entonces Arish habló una vez más y dijo a todos quienes lo escuchaban atentamente –ha llegado mi hora, este es mi momento, el momento que tanto he esperado para entrar en batalla con el maligno-

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Luego con voz de orden les dijo a todos –entren a la ciudad y no dejen a nadie con vida, yo por mi parte iré a rescatar a Liris, ella aun esta con viva-.

El elfo Remundasky incrédulo le preguntó – ¿y usted mi señor como es que está tan seguro de que la reina aún sigue con vida?-.

Arish respondió –Miriahn no la asesinará, por lo menos no por ahora, ha perdido la guerra y sabe que ahora es mi turno de pelear contra él, necesitara algo para negociar-. De nuevo miró a todos y todos lo escucharon con atención –obedecedme, id y terminad con la misión que vinimos a realizar aquí. Yo por mi parte iré a la torre oscura, lo cierto será que esta sea la última vez que nos veamos, pero es un precio que estoy dispuesto a pagar por alcanzar la paz para nuestra amada tierra-.

Después de las palabras de Arish, los sobrevivientes a la batalla de las puertas negras, se adentraron en la ciudad para culminar con la misión final. Arish mientras tanto caminaba en dirección hacia la torre oscura de Borag. En su mente había solo un pensamiento, matar al señor oscuro y vengar la muerte de todos en especial la de su hermano Thorab. Mientras caminaba miró al horizonte y vio como la noche terminaba y el sol se disponía a salir, sabía que aquella era la última vez que iba a disfrutar el amanecer, la última misión de Arish era de no retorno, eso el Elohim lo sabía muy bien.

♦♦♦♦♦

Aquella torre tenía un aspecto siniestro, se respiraba el mal por todos los lados, las escalinatas eran de madera, eran solidas pero muy descuidadas, todo el lugar olía a orco. Mientras Arish subía los escalones, abajo en la ciudad, las ultimas defensas de los orcos eran derrotadas, los pocos orcos sobrevivientes corrían desesperados en dirección a Mitrang para esconderse, muchos de ellos no lo consiguieron, sin embrago unos pocos tuvieron éxito y se adentraron en aquellas montañas blancas del norte. La ciudad oscura fue saqueada por la armada de la alianza, no hubo lugar que no fuera registrado, cada rincón de aquella horrible ciudad fue controlado por los elfos, hombres y enanos.

La torre Borag estaba construida en la montaña misma del volcán Gordolin, así que en la parte de arriba de la torre había un largo puente que daba a las entrañas mismas del volcán. Mientras más subía Arish, el calor se hacía cada vez más insoportable, había silencio, no parecía haber nadie, pero era mentira, había orcos, Arish podía olerlos, pero los orcos eran silenciosos para no dejarse notar, apenas veían a lo lejos subiendo los escalones a Arish se escondían pues le

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tenían miedo, ninguno se atrevía a cerrarle el paso para enfrentarlo, aquellos orcos solo atinaban a esconderse y después a huir por pasadizos secretos de aquella torre que los llevarían a las entrañas del volcán, un sitio de donde nunca debieron que salir. Por fin las escalinatas se acabaron, Arish suspiró de tranquilidad, ahora frente a él estaban unas puertas enormes y grises que daban a una especie de puente. Arish cruzó la puerta y vio del otro lado del puente a Miriahn y también a Liris quien estaba sentada en el piso, recostaba sobre una pared y con las manos atadas.

Miriahn apenas vio al Elohim habló –te has demorado mucho hermano. Bienvenido a mi humilde hogar, este sitio que será tu última morada, grábate muy bien estos momentos porque será lo último que recordaras, hoy aquí se acabara tu libertad, tu vida y fuerza serán mías-.

–deja de hablar tanta basura y hagamos lo que tenemos que hacer-. Dijo Arish incomodo por el calor que se sentía en aquel lugar, era insoportable.

Entonces Miriahn dijo sonriente –eso quería escuchar, acabemos con esto de una vez por todas-.

Ambos caminaron desde los extremos del puente hacia el centro del mismo. Mientras caminaba el largo puente, Arish miraba como estaba diseñada aquella construcción colgante. El puente de mármol solido colgaba a unos 200 metros de altura, era angosto, el piso de piedra caliza y en cada extremo del mismo se erguían sendas estatuas de demonios en poses amenazadoras. Abajo lava ardiente que bailaba en una danza de calor insoportable y mortal, de vez en cuando los gases acumulados del volcán hacían escupir lava que se elevaba y daba casi en el mismo puente.

♦♦♦♦♦

Y allí estaban los dos hermanos, ambos hijos del creador, frente a frente, pero esta vez solo uno saldría con vida, en este mundo solo había lugar para uno solo y eso ambos lo sabían muy bien. Mientras tanto Liris del otro lado del puente, miraba a los dos Elohim. Estaba incomoda, las ataduras le lastimaban las manos, además estaba sedienta, el calor era insoportable y no había tomado liquido alguno en horas, por más que los elfos fueran muy resistentes, la reina luchaba por no perder el conocimiento. Casi al mismo tiempo los dos Elohim desenvainaron las espadas, pero algo los detuvo, ambos sintieron una presencia, aunque no podían verlo sabían que estaba allí. De pronto Arish lo entendió muy bien, era su padre que estaba como lo había prometido, junto a él, entonces

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elevó su espada al cielo y del firmamento ahora gris, bajó un rayo que brilló en todo el lugar, aquel rayo dio justamente en la espada de Arish, espada que absorbiendo todo el poder del rayo, se transformó y cambió de forma. La espada que Arish tenía en sus manos no era la suya, era otra completamente diferente, era grande y pesada pero al mismo tiempo hermosa y tenía un brillo especial, de pronto el Elohim bueno escuchó la voz de su padre que le decía –esta es Algwyn, la espada sagrada, mi espada, te la doy ahora a ti para que hagas justicia, de ahora en adelante esta espada será conocida como Algwyn la ajusticiadora-.

Las palabras de Menaih retumbaron en la cabeza de Arish, entonces empuñó la espada con fuerza.

Miriahn no entendía lo que ocurría, vio como el rayo descendió sobre la espada de Arish y como en su mano se materializó otra espada diferente, tan solo atinó a decir – ¿qué es lo que ocurre, crees que me asustaras con tu magia barata?-.

Miriahn vio como en los ojos de Arish brilló un fuego diferente, esa mirada nunca la había visto, sintió que del cuerpo de Arish se desprendía un aura poderosa, más poderosa de lo que se había imaginado, ahora no todo iba a resultar tan sencillo como había imaginado, su enemigo era muy poderoso, ahora lo sabía muy bien, había menospreciado a su contrincante y este lo había sorprendido con un enorme poder, por primera vez en su vida sintió miedo.

♦♦♦♦♦

Estaban muy cerca, parados uno en frente del otro con las espadas en sus manos, mirándose fijamente a sus ojos, por detrás del yelmo que contenía las tres joyas, los ojos de Miriahn brillaban con un rojo intenso. En lo alto el cielo estaba gris, debía de acercarse el medio día, pero sin embargo las nubes grises se arremolinaban impidiendo que los rayos del sol bajaran. De un momento a otro bajo ese manto gris, empezó la batalla más esperada de aquellos tiempos. En el extremo del puente, aun atada por las manos, Liris hacia grandes esfuerzos para seguir el transcurrir de la batalla, ambos eran muy rápidos tanto que aun para sus ojos elfos le era muy difícil seguir los rápidos movimientos de ambos, Liris estaba pasmada con la velocidad y la técnica de los contrincantes, sin duda alguna no tenían rival en el mundo conocido, pero mientras veía el transcurrir de la batalla, también intentaba desatarse las manos. Tajos iban y venían del uno y del otro lado, veloces movimientos, coordinados movimientos, ataques de magia. El chirriar de las espadas al chocarse se sacaban chispas que centelleaban,

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lo mismo ocurría con las bolas de energía que se lanzaban entre sí. Por el momento no se sacaban ninguna ventaja el uno al otro, todo era muy parejo. El primer round había terminado, ahora ambos caminaban en círculos mirándose fijamente.

Miriahn habló –no está nada mal hermano, veo que menosprecié tu poder, pero aun así no eres rival para mí, ahora ha llegado el momento de pelear con todas mis fuerzas-.

Arish se sorprendió con las palabras del señor oscuro. Arish notó que algo pasaba, una fuerza maligna se sentía en el aire, una fuerza diabólica que bajaba del cielo gris, que salía del piso, que venía del volcán y que se concentraba y que para sorpresa de Arish, aquella fuerza maligna era absorbida por Miriahn. Miriahn abrió de nuevo sus ojos rojos, sintió su cuerpo fortalecido por aquella fuerza maligna que había absorbido, ahora era mucho más poderoso, estiró la mano y se quitó el yelmo de la cabeza. El yelmo cayó al suelo e hizo un ruido terrible al chocar con el piso. Aquel rostro era diferente al que recordaba Arish, sin duda el poder del mal que Miriahn había aceptado y reunido, le había transformado su cuerpo, ahora no era más su hermano, era un monstruo de enormes e incomparables poderes. Poco a poco y muy lentamente Miriahn comenzó a quitarse la armadura. Las pesadas piezas de metal cayeron al suelo haciendo un ruido muy fuerte, ahora estaban de igual a igual, Arish solo miraba. De pronto Miriahn expulsó un poco de su poder a través de su aura negra, lo suficiente para sorprender a Arish que recibió el impacto de aquella maligna fuerza. El golpe lo hizo retroceder y trastabillar, ocasión que aprovechó Miriahn para atacar, dio un salto enorme, majestuoso y al caer velozmente dio un tajo que Arish alcanzó a rechazar hábilmente con su espada. La lucha transcurría, tajos iban y venían, movimientos rápidos, armoniosos, mientras tanto Liris del otro lado, miraba satisfecha como se había logrado zafar de las cuerdas que le ataban sus adoloridas manos, intentó pararse pero estaba débil, el calor del lugar, sumado con la falta de líquido, hizo que le fuera imposible ponerse de pie, entonces tan solo respiró hondamente, hasta donde los pulmones le daban e intento relajarse mientras observaba el transcurrir de la lucha.

♦♦♦♦♦

Abajo la ciudadela oscura estaba ya pacificada, no quedaba ningún orco con vida, ningún Uruk, ningún troll, ningún demonio, todos habían sido muertos, unos pocos y tan solo unos pocos habían logrado huir a las montañas frías del norte y a las entrañas del volcán. Los gritos de victoria no se hicieron esperar,

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los abrazos, pero la victoria aún no estaba completa, sabían que algo estaba pasando en lo alto de la torre oscura, las nubes se arremolinaban en lo alto de la torre, a diferencia del resto del cielo, en esa parte los nubes estaban grises y bramaban mientras más se oscurecían. Solo tenían una cosa por hacer, esperar, Arish les había ordenado no subir, así que plantaron sus tiendas de campaña para esperar, era lo único que por el momento podían hacer.

♦♦♦♦♦

La fuerza que le daba el mal a Miriahn era descomunal, su velocidad y consistencia no disminuían al pasar el tiempo, por el contrario parecía que cada vez se hacía más fuerte, por el contrario Arish ya denotaba cansancio, pero no había momento para descansar, la lucha no daba tregua, era ataque tras ataque, había que estar atento a cada movimiento del adversario, cualquier descuido lo podía aprovechar el enemigo para lastimar gravemente. El señor oscuro tenía la ventaja, su magia era superior, veía con satisfacción que Arish había perdido velocidad, fuerza y energía, de tal modo que quiso terminar de una vez con todas con la lucha. Caminó de nuevo hasta donde había arrojado su yelmo, lo alzó y se lo puso de nuevo en la cabeza, notó al instante como la fuerza maligna de las joyas le corría de nuevo por sus venas, como se fortalecía. Liris miraba impotente como la situación no era para nada esperanzadora, veía a Arish jadeando, demasiado cansado, agotado y por el contrario un Miriahn entero, dispuesto a dar el golpe mortal definitivo, impotente la elfa hacia esfuerzos en vano para vencer el aturdimiento en el que estaba e ir a ayudar a el Elohim.

Aquel era el fin, Arish lo sabía muy bien, sentía como la cálida sangre le brotaba de la herida, soltó la espada y cayó de rodillas y luego boca arriba; todo había sido muy rápido, muy deprisa. Miriahn estaba de pie, contemplaba complacido a su enemigo en el piso, era solo cuestión de darle el golpe definitivo, su enemigo estaba indefenso, entonces intentó caminar hacia Arish y algo le detuvo, un dolor en el muslo, miró y se dio cuenta que la parte que le dolía estaba cada vez más húmeda, sintió más dolor y comprendió lo que había pasado. El ataque había sido rápido, con fuerza descomunal, había dado un tajo en el costado de Arish, un tajo mortal, pero este último, si bien no había tenido la fortuna de repeler el ataque, si había contragolpeado muy rápidamente con un tajo en el muslo de Miriahn, un contraataque que Miriahn no había advertido. El dolor se hizo cada vez más intenso tanto así que venció la resistencia de Miriahn haciendo que el señor oscuro tocara con una de sus rodillas el suelo. Miriahn no podía creer su mala suerte, tan cerca de lograr su objetivo y ahora esto, maldijo en voz alta, aquella maldición retumbó en todo el lugar, luego intentó decir un

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conjuro, pero fue ineficaz, la herida fue provocada por la espada Algwyn, para aquella herida no había remedio conocido en el mundo entero. Otra vez blasfemó y otra blasfemia más, aguantando el dolor se puso de nuevo de pie, la herida le dolía como mil demonios, caminó y se alejó de Arish y se dirigió hacia el volcán, caminando muy dificultosamente, tropezando, agarrándose de las paredes para no caer, tras cada paso que daba en el suelo caían gotas de sangre, llegó al extremo del puente y desapareció tras él.

♦♦♦♦♦

-Liris ven….acércate-. Dijo Arish haciendo un esfuerzo terrible al hablar.

Liris que había presenciado todo lo ocurrido, como pudo se arrastró hasta donde yacía Arish, aún no se recuperaba del aturdimiento. Tras muchos esfuerzos estuvo ante la presencia de Arish, quien al verla trató de adoptar una sonrisa en su rostro y dijo –tienes que completar mi misión, tienes que acabar con él, está herido y le han mermado sus fuerzas-.

Liris respondió –lo siento mi señor, pero no estoy en condiciones de luchar, no me quedan energías-.

Arish respiró profundamente, que respirara de aquella forma le intensificó el dolor, pero aguantó y de nuevo le dijo a la elfa –ven acércate, toma mi mano, te daré la poca energía que me queda-.

En efecto Liris se acercó y Arish la tomó de las muñecas, en ese momento Liris sintió como una fuerza le invadía su ser, sintió como le desaparecía el aturdimiento y como de nuevo sus sentidos se agudizaban. Arish le soltó las muñecas de la elfa y sus manos cayeron como inertes al suelo, le había traspasado todo su poder, toda su energía, ahora estaba a merced de la muerte.

Tomándole con fuerza la mano le dijo –este es mi fin, ha llegado la hora que inicie este viaje, mi último viaje hacia la casa de mi padre, allí estaré en paz-. Hizo una pausa y siguió, se notaba que hacia un esfuerzo muy fuerte al hablar –ahora es tu misión de proteger la vida de todos, pero ten fe, mi padre estará a tu lado-. Hizo un ademan con la mirada que Liris entendió, alzó la espada, esta era muy pesada tanto que con sus dos manos por poco y no pudo alzarla, se la puso en las manos del Elohim agonizante, Arish la empuñó con fuerza y dijo –te entrego a Algwyn, la ajusticiadora, todo el poder que ella tiene ahora es tu poder también, con ella debes completar mi misión-.

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Liris tomó la espada y sintió todo el poder que fluía del arma, a diferencia de hace unos segundos, la espada le parecía muy liviana y manejable.

–Es mi hora, adiós mi señora….los ame a todos…adiós, que el poder de mi padre esté contigo-. Arish cerró sus ojos para siempre.

♦♦♦♦♦

Liris Se secó las lágrimas que le caían por su hermoso rostro, se puso de pie y empuñó con rabia la espada, se quitó el broche de su capa y con ella cubrió el cuerpo sin vida de Arish. Miró a todos los lados, estaba sola, caminó hacia donde había visto huir a Miriahn minutos atrás, desapareció tras una serie de pasadizos. Seguir el rastro del señor oscuro no le fue difícil a la elfa, pues tras de sí, Miriahn dejaba gotas de sangre que le caían desde la herida del muslo. Estaba exhausto, tomó de nuevo aliento, respiró profundamente, jadeó, puso la mano en una de las paredes, estaba muy cerca de llegar a sus aposentos en el interior de la montaña, allí podría curarse, escuchó ruidos que venían de atrás de él, así que retomó su huida ahora con un poco más de rapidez, aunque el dolor se hacía más y más insoportable. Aquellos era unos pasadizos muy estrechos, tenuemente y pobremente iluminados, el olor era inmundo y el calor agotante, sin embargo Liris seguía la persecución, sabía que Miriahn no debería estar muy adelante suyo, sabía que los separaban pocos pasos, tenía la certeza que Miriahn estaba perdiendo mucha sangre, tenia de estar débil, Liris aceleró el paso. Por fin salió de los pasadizos, ahora era un pequeño camino que rodeaba un acantilado, Miriahn se alegró, solo era cuestión de caminar aquel corto camino para llegar a sus aposentos, allí estaría seguro.

Detuvo su camino, maldijo en voz baja, volvió la vista atrás y allí estaba ella, Liris, con la espada de su hermano en las manos, aquella espada que le había causado tal herida, ahora era empuñada por la reina elfa, una reina que tenía odio y venganza en su mirada.

Ambos se midieron con la mirada, de inmediato Miriahn notó algo diferente en la elfa, la energía que salía de ella era más fuerte, supo entonces que parte de la energía de Arish le había sido dada, maldijo en su interior. Por su parte Liris miraba a su rival, lo veía cojear, por más que Miriahn disimulara, sabía que la herida le estaba causando mucho dolor.

Miriahn habló –así que osas enfrentarme, no seas ingenua, huye, es tu ultima oportunidad de salir con vida de este lugar, baja, reúne a tu gente y regresa a tu país-. Liris no respondió, Miriahn siguió –no tienes oportunidad de vencerme,

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caerás bajo el filo de mi espada así como cayó tu padre, tu amado y también cayó Arish….te pregunto ¿ese es el destino que quieres?.... ¿morir por mi mano?....huye es la última oportunidad que te doy-.

Entonces Liris subió la espada a la altura de su rostro, el resplandor de la espada tiño de un color plata el hermosos rostro transformado de la elfa quien respondió –si es verdad lo que dices, ¿Por qué noto en tus palabras vacilación?.... ¿porque sudas más de lo normal?.... ¿acaso tienes miedo?..... ¿O es que acaso sabes que ha llegado tu fin y que hoy, será tu muerte?-.

Miriahn rió macabramente y dijo – ¡no seas ridícula, no hay poder en este mundo superior al mío, yo soy inmortal!-.

–eso lo veremos-. Respondió Liris, luego atacó con todas sus fuerzas al señor oscuro.

♦♦♦♦♦

El cielo se oscureció terriblemente, eran alrededor de las tres de la tarde cuando empezó la lluvia, era un lluvia fría, esa clase de lluvia que no da tregua y con la lluvia truenos y rayos, el cielo bramaba. Los soldados de la santa alianza corrían buscando un techo para refugiarse de la lluvia. Miraban a la torre, sabían que algo ocurría, se preguntaban cuál sería la suerte de Arish y de Liris, pero por el momento solo debían esperar, nada podían hacer, por lo menos debían esperar que la tormenta menguara.

♦♦♦♦♦

A pesar de estar herido el poder de Miriahn era muy superior, más sin embargo cada vez más y debido al esfuerzo que tenía que hacer, la herida le dolía más y más, cada vez perdía más sangre. Pero aun así en una sola pierna, Miriahn era superior, repelía los ataques de Liris y contraatacaba con una fuerza monstruosa, tanto que Liris no lograba hacer daño alguno al Elohim. Daño que Miriahn si provocaba, en un rápido movimiento hirió el brazo de la elfa, quien instintivamente soltó la espada que cayó al suelo. Un hilo de sangre se deslizaba desde al antebrazo y haciendo todo el recorrido hasta la mano, caía en el suelo haciendo un pequeño charco color rojo oscuro. El cansancio era evidente para ambos, la pérdida de sangre de los dos hacia que se sintieran débiles a eso se sumaba al calor del lugar y a la falta de líquido. Liris recogió la espada y de nuevo la empuñó, pero esta vez con una sola mano, la otra colgaba inmóvil, el dolor era intenso pero sabía que debía soportarlo si quería completar su misión.

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Por su parte Miriahn también estaba incomodo, la herida hecha por la espada Algwyn le producía mucho dolor, con cada movimiento el dolor crecía y era un dolor extremo, punzante, como nunca había experimentado, pero también viejas heridas empezaron a incomodarle, las heridas de la pelea con Thorab que parecía que habían cicatrizado, de nuevo lo volvieron a martirizar, entonces le volvieron a la mente del señor oscuro las palabras del creador. Se quitó el yelmo de la cabeza, luego se secó el sudor de la frente y se lo volvió a poner, luego mirando a Liris dijo –es hora que terminemos con esto-. Dicho esto ambos se atacaron uno al otro, pero el ataque de Miriahn y pese al dolor fue más certero y fuerte. Liris cayó al suelo, su espada, distante de ella, la elfa hizo un esfuerzo por alcanzarla pero estaba muy lejos y el dolor no le permitía moverse mucho. Miriahn caminó con dificultad hacia la elfa que estaba en el piso haciendo esfuerzos en vano por ponerse de nuevo en pie, cuando estuvo cerca de ella la tomó del cuello y la levantó, tan alto que los pies de la elfa no tocaban el piso solo se sacudían en el aire. Liris solo miraba los ojos rojizos que resaltaban por entre el yelmo, sentía la fuerza que aplicaba Miriahn en su cuello, hizo un esfuerzo por librarse pero Miriahn sujetaba su cuello con mucha fuerza. Luego de un momento Miriahn arrojó a Liris con una fuerza descomunal, la elfa cayó y sintió el dolor del golpe, intentó de nuevo pararse pero esta vez también fue en vano, vio como de nuevo Miriahn caminó hacia ella y de nuevo la apresaba por el cuello levantándola por los aires. Entonces Miriahn habló de nuevo –te di la oportunidad de huir y la rechazaste, ahora es tu tiempo de morir…..-. Algo detuvo a Miriahn, sintió una presencia que lo asombró, puso su mano en el abdomen de Liris y confirmó lo que había sentido, luego rió macabramente y dijo –descuida, al parecer no morirás sola, también morirá esa horrible criatura que crece en tu vientre-. De nuevo Miriahn con fuerza arrojó a Liris contra el suelo.

De nuevo el dolor de un nuevo golpe la embargaba, pero en su mente no había espacio para eso, tan solo pensaba en las palabras de Miriahn, así que se mandó la mano al vientre e inmediatamente también notó la presencia de una criatura, el fruto del amor entre ella y Harod, con ternura y suavidad se frotó el vientre y Lloró. Luego alzó la vista y de nuevo Miriahn estaba junto a ella, no pudo reaccionar, Miriahn le dio un golpe con la parte posterior del puño en el rostro. Este último golpe mandó a Liris a muchos metros de distancia, lo único bueno fue que cayó muy cerca de su espada. Mientras Miriahn caminaba lentamente y con dificultad hacia su espada que estaba tirada en el suelo, Liris pensaba en su amor y en el hijo que estaba creciendo en su vientre, fruto del amor sincero y verdadero, entendió que tenía que hacer un esfuerzo más por salvar su vida y la

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de su criatura, entonces disimuladamente tomó de nuevo su espada y la escondió, poniéndola detrás de su cuerpo. Miriahn con espada en mano caminó hasta donde estaba Liris, solo era cuestión de dar un último tajo, el definitivo; miró a Liris con desdén y desprecio, mientras la elfa en el suelo y entre lágrimas pedía piedad –por favor no lo hagas, por favor…… ¡ohhh dios piedad…!.-. Dijo la elfa a lo que Miriahn replicó – ¿Dios? Dios no está aquí….ahora debes morir-. En ese momento Miriahn alzó la espada para dar el último tajo, pero Liris fue más rápida en su movimiento. Algwyn se clavó pasando muy cerca del esternón, saliendo por la espalda. El grito de dolor de Miriahn retumbó en todo el lugar, Miriahn soltó su espada y agarró la empuñadura de Algwyn con sus dos manos, intentó sacarla pero el dolor era demasiado, cayó de rodillas maldiciendo; Liris solo atinaba a observar todo. Desde que en un rápido movimiento había clavado la espada a Miriahn sintió que otra vez las fuerzas le faltaron para pararse, esta vez se tumbó boca arriba acariciándose el vientre con suavidad y miraba de medio lado lo que pasaba con Miriahn.

Con la espada que lo traspasaba de lado a lado, Miriahn de nuevo se puso de pie haciendo un esfuerzo casi titánico, intentó caminar hacia sus aposentos que estaban al otro lado del risco. La vista se le empezó a nublar, las piernas le fallaron, sintió como su poder, el poder de las joyas lo abandonaba esta vez para siempre y allí en medio del camino, muy cerca al abismo cayó. Con la espada que le atravesaba el pecho y le salía por la espalda Miriahn cayó a lo profundo del abismo, un abismo que no se sabía si tenía fondo, un abismo oscuro y frio, ese fue el destino final del señor oscuro, su legado de maldad y muerte terminó ese día. Con Miriahn cayeron las tres joyas fundidas en su yelmo, aquellas piedras, las que impulsaron tanta maldad y las provocadoras de todas estas guerras, cayeron al fondo del abismo y nunca más se volvieron a ver.

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CAPITULO XXI

La última morada de los héroes.

La noche fría y oscura, ahora se iluminaba con los truenos y rayos que desde hace un momento habían empezado a caer; en todo el lugar tembló abriendo grietas en la tierra, grietas por donde salía lava ardiente; Remundasky supo entonces que algo había pasado, así que dio órdenes para que los sobrevivientes salieras de aquella ciudad puesto que era cuestión de horas para que la lava ardiente la destruyera, ordenó dirigirse a los linderos del bosque de braq, así mismo escogió a sus mejores soldados para quedarse con él y subir a lo alto de la torre de Borag. Deprisa los soldados de la santa alianza salieron de la ciudad como les había sido ordenado, caminaron presurosos pero cuidadosos también, porque la lava seguía emergiendo de las grietas, el calor se tornaba insoportable; por su parte Remundasky y los suyos tomaron camino hacia la torre oscura. Entre los que acompañaban a Remundasky estaban tres elfos, dos de ellos de Gwangur y un elfo arquero del reino de los lagos, también iban tres hombres y junto a ellos dos enanos robustos.

Los soldados sobrevivientes llegaron cansados y sedientos al lindero del bosque, la travesía no había sido fácil, la lava ahora fluía de las grietas como ríos, los caminos estaban desapareciendo, el volcán exhalaba grandes cantidades de ceniza, de su costado el humo salía acompañado de vapores que apestaban todo el lugar, un olor a azufre empezó a llenar el valle. Quienes ahora estaban seguros en los linderos del bosque de braq, se preocuparon por Arish, Liris y los que iban con Remundasky, si no se apuraban no tendrían oportunidad de salir con vida de aquel infierno.

♦♦♦♦♦

Aquella torre bramaba, se agrietaba, mientras más subían más calor hacía, más peligro, cada peldaño parecía inseguro, los temblores habían debilitado la estructura, de las grietas en las paredes salían vapores, Remundasky redobló el paso. La torre parecía estar vacía y en efecto lo estaba, ni una sola alma divagaba por el lugar, los últimos orcos que se escondían habían huido apenas habían sentido desaparecer la presencia de su amo oscuro, habían corrido como ratas asustadas cuando sintieron los temblores, ahora estaban seguramente refugiados en las profundidades de aquella maldita tierra. Llegaron al final de la torre y con

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ella al puente que conectaba con el volcán. Ahora el calor era más que insoportable inclusive para los elfos, los vapores se elevaban desde abajo y cubrían todo el puente nublando la vista, el nivel de la lava abajo aumentaba a cada minuto y entonces vieron en el piso a Arish, en medio de un charco de sangre, lo auxiliaron pero era demasiado tarde, Arish estaba muerto. Remundasky se preguntó qué había pasado allí, mando revisar todo el lugar pero no había nadie, ninguna señal de Liris ni tampoco de Miriahn, pero entonces notó en el piso unas huellas y también manchas de sangre, se agachó y tocó las huellas con la mano, de inmediato supo que eran frescas, siguió las huellas y el caminito de sangre y vio que se dirigían hacia una especie de caverna. Le ordenó a dos de los hombres que lo acompañaban que se quedaran allí con el cuerpo de Arish y a los demás que lo siguieran a él a través de aquella oscura caverna. La visibilidad de la caverna era peor ahora que las antorchas estaban por morir, le costaba mucho a Remundasky seguir las huellas y las manchas de sangre en el piso, casi a tientas anduvieron las ultimas galerías de aquella caverna estrecha, pero al final lograron atravesarla y salir del otro lado; allí las condiciones no eran tampoco muy favorables, los gases acumulados revestían un peligro, las paredes agrietadas también, lo mismo que la tierra donde pisaban no parecía muy sólida porque empezaba a ceder y a agrietarse.

– ¡allí está mi señor!-. Gritó un enano señalando el lugar.

Los demás siguieron con la vista y vieron en el piso a Liris, corrieron y cuando estuvieron junto a ella vieron las heridas y laceraciones que tenía en el cuerpo, pero también notaron que respiraba, muy tenuemente y con dificultad pero respiraba aun. Remundasky la tomó en sus brazos y le quitó el cabello y las suciedades de la cara, entonces la reina abrió los ojos y reconoció el rostro de quien la tenía en los brazos y le dio una tenue sonrisa luego movió los labios para hablar y dijo unas palabras casi imperceptibles –todo acabó………se ha ido….lo derroté-.

Aquellas palabras llegaron a los oídos de los presentes y causaron una euforia indescriptible. Era cierto Liris había terminado con éxito la misión de Arish, había logrado vencer al poderoso Miriahn. Después de hablar los ojos de la elfa volvieron a cerrarse, el cansancio y la deshidratación la vencieron.

La parte fácil de la misión de Remundasky y quienes lo acompañaban había terminado, ahora tenían por delante la difícil misión de salir de aquel lugar que parecía que se desmoronaba, los temblores eran más constantes, el calor crecía, los gases se elevaban con más fuerza, la lava penetraba por las grietas, aquel

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maldito lugar le quedaban minutos para su total destrucción. Se dispusieron a marcharse, ahora llevaban a la reina en sus hombros, entraron de nuevo en la caverna, uno de los hombres se quedó atrás del grupo, había notado algo que le llamó la atención y quiso levantarlo del piso. Se acercó y recogió del piso una enorme espada, era muy pesada, supo de quien había sido esa espada así que la arrojó por el precipicio.

Salieron del otro lado de la caverna, aquí la situación no parecía mejor. Los hombres al ver a Remundasky se alegraron, el elfo notó que los humanos ya habían preparado el cuerpo para evacuarlo, a su señal levantaron el cuerpo sin vida de Arish y se dispusieron a marcharse. Detrás de ellos hubo una gran explosión, era el volcán que estaba entrando en erupción, así que Remundasky dio la orden para marcharse lo más a prisa posible. La torre se sacudía, los peldaños no parecían seguros, además llevaban con ellos a Arish que ya no estaba con vida y a Liris quien estaba desmallada. Al llegar a la salida de la torre y al cruzar las puertas para salir de la estructura se dieron cuenta que el escape de aquel lugar iba a ser más difícil de lo que habían esperado. La lava fluía de las grietas, había incendios, el calor y los gases mortales se elevaban desde la tierra al aire. El camino que llevaba desde la ciudad hasta el bosque, estaba destruido, ahora la misión era idearse un plan para salir de aquella ciudad negra que se destruía bajo la lava.

♦♦♦♦♦

Uno de los elfos que había salido de la ciudad y que ahora estaba a salvo junto con los demás en los linderos del bosque de Braq, sabía que algo tenía que hacer, ya habían pasado mucho tiempo desde que Remundasky junto a otros habían ingresado a la torre de Borag, así que decidió regresar, tomó a cuatro de sus mejores caballos y junto con otro elfo emprendió camino de nuevo hacia la ciudad oscura. Los ojos de Remundasky se iluminaron de nuevo y en su rostro se dibujó una sonrisa como hace tiempo no pasaba, había visto a la distancia a los elfos con los cuatro caballos, los demás que estaban con el elfo también vieron a los que venían galopando. Mas sin embargo no les iba a quedar muy fácil encontrarse, estaban separados por un rio de lava que había brotado de la tierra y que ahora les cortaba el camino. Si intentaban rodear el rio de lava eso les quitaba mucho tiempo y tiempo era lo que precisamente no tenían, minuto a minuto la situación empeoraba, la ciudad ardía en llamas y pronto seria llevada a cenizas, además los temblores no paraban y la torre se sacudía con violencia, no faltaba mucho para que se viniera abajo eso sin contar con que el volcán estaba

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preparando su erupción, una erupción que seguramente, y eso lo sabían muy bien Remundasky y los demás, sería el fin de todo.

♦♦♦♦♦

Kirin era la yegua de Remundasky, un ejemplar absolutamente hermoso, sus músculos tonificados, a pesar de ser muy enorme era tan veloz como el viento y fiel a su amo. La yegua obedeció las órdenes de su amo y dio un salto gigantesco sobre el rio de lava que la separaba de su amo, estuvo del otro lado y aceptó complacida las caricias de Remundasky. Siguiendo el ejemplo de Kirin las otras tres yeguas que también eran de los elfos, saltaron el acantilado, todas con éxito lograron cruzar la abertura. Sin tiempo para perder pues las dificultades crecían, Remundasky ordenó poner a su reina y a Arish en el lomo de dos de las yeguas, en las otras dos montaron un hombre y un enano por cada yegua. De nuevo con éxito las equinas saltaron la abertura que ahora estaba más ancha, cuando estuvieron del otro lado las recibió el elfo. Los hombres y enanos desmontaron para que sus yeguas cruzaran otra vez el acantilado pero entonces en ese momento sucedió lo que tanto habían temido. El volcán hizo erupción arrojando grandes cantidades de lava, ceniza y gases mortales, esto acompañado por un temblor destructor que hizo que la torre se sacudiera, debilitando las estructuras de la misma. Además la grieta en el piso que los separaba se hizo mucho más ancha, ahora si imposible de cruzar. Impotentes los que ya estaban a salvo vieron como Remundasky, los otros tres elfos y el hombre que aún no habían cruzado fueron devorados por una avalancha de rocas, piedras y lava ardiente. Un grito de dolor y desesperación se elevó en el cielo oscuro, mas así con lágrimas en los ojos y casi con desgano los hombres y enanos montaron las yeguas y cabalgaron hacia la seguridad del bosque de Braq, ahora los esperaba un largo y agotador viaje a casa.

♦♦♦♦♦

Por fin abrió los ojos, despertó de su sueño profundo, sueños que recordaba perfectamente, había soñado con su amor, que la tomaba en sus brazos y la besaba con pasión, le decía palabras hermosas, le daba caricias tiernas, sentía de nuevo sus manos firmes, fuertes y varoniles y el cálido aliento que recorría cada centímetro de su cuerpo, pero aquello solo era un sueño, sueño que finalmente terminó, había despertado. Tardó bastante tiempo antes que sus azules ojos se acostumbraran de nuevo a la luz, intentó pararse de la cama pero al instante sintió un dolor terrible, se tomó la cabeza y se dio cuenta que tenía vendas en la misma así como en el brazo y en el costado del torso, pero a pesar del dolor de

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sus golpes y heridas, sus ojos se iluminaron de nuevo, como hace un tiempo no lo hacían, brotaron lágrimas de felicidad porque vio a su madre Inbanar quien entraba a la habitación, esta última al ver a su hija tiró al suelo el pequeño tazón que estaba lleno de agua tibia y vendas frescas que traía para curar a su hija y corrió a abrazarla, ambas se unieron en un largo, emotivo y profundo abrazo. Hubo muchas lágrimas, besos, muestras de afecto. Inbanar no quería desprenderse de su hija, la abrazaba con fuerza, fue como si aquel abrazo le devolviera la vida y la esperanza.

Liris le contó a su madre lo que había pasado en las tierras oscuras del norte, con mucho detalle le relató los pormenores de la batalla, la muerte de Rineo, rey de los elfos azules; la muerte de Darvin, rey del pueblo de las montañas de hierro; la batalla de Arish con Miriahn y también su batalla con el señor oscuro y como lo había derrotado finalmente. Pero entonces los ojos de la reina de nuevo se humedecieron y de nuevo brotaron lágrimas cuando recordó la muerte de su amor. Pero en medio de las lágrimas también hubo sonrisas, algarabía, caricias, cuando Liris le dijo a su madre que estaba en cinta.

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Después de muchos días de encierro y cuando las heridas mejoraron, Liris por fin salió de su habitación, quería ver la ciudad de nuevo, ver a su gente a sus amados elfos. Cuando los elfos vieron a su reina de nuevo en pie hubo una algarabía incomparable, todos le ofrecían a la reina muestras de afecto nunca antes vistas.

– ¿regresamos tan pocos?-. Preguntó Liris a un elfo que la acompañaba de nombre Ndael.

El elfo respondió compungido –si mi señora y más pocos fueron los hombres de Henaith, lo mismo que los elfos azules, ni que decir de los enanos.

-cuéntame cómo regresamos, cuéntamelo todo-. Le pidió Liris al elfo.

Ndael le relató a su reina lo que había pasado, el rescate del cuerpo de Arish, la destrucción de la maldita ciudad, la muerte de Remundasky, el viaje de regreso a casa, la separación y despedida de los elfos azules en la región próxima al valle de los lamentos y en el valle mismo también se habían separado los enanos rumbo a su hogar, los hombres por su parte los habían acompañado hasta el puente de Ehb, allí la despedida había sido muy fraterna.

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Pasaron algunos días en los que la salud de la reina mejoró notablemente, sus heridas cicatrizaron rápido, por lo menos las físicas, porque aun la reina se lamentaba por la muerte de su amor; no había noche que no soñara con Harod y los días se volvían interminables sin sentir la presencia física del hombre que tanto amó a su lado. Pero Liris sabía que tenía que seguir adelante, tenía que dejar todo el dolor a un lado y mirar el futuro con optimismo, en su vientre crecía una semillita, el fruto de su amor , la reina entendió que aquella criatura tenía por delante un destino predeterminado, sería el heredero al trono del pueblo elfico pero también al del pueblo de los hombres, su misión, cuidar de él, cuidar que aquel destino se cumpliera, porque seguramente tendría muchos enemigos que no estarían dispuestos a aceptar a un medio elfo como rey de los dos pueblos.

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Pernea no se reponía de su perdida, por largos días lloró la muerte de su único hijo. Cuando había visto llegar a los pocos soldados que habían regresado y no ver entre ellos al rey, su hijo, Pernea estuvo inconsolable. El reino de Henaith también lamentó la pérdida de su rey y de muchos de sus valientes hombres y se preguntaban qué pasaría en el futuro, sin duda alguna había un vacío de poder, el rey había muerto en el campo de batalla y no había nadie que en línea de sangre accediera al trono, la única que podría ser coronada como reina seria Pernea, pero el orgullo de los hombres no permitiría que una mujer los gobernara. Muy pronto la lucha por el poder en el reino de los humanos iba a empezar, pero había algo con que no contaban aquellos quienes trazaban planes futuros, una revelación que echaría al traste sus planes y ambición.

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De nuevo la ciudad de los elfos, Gwangur, era visitada. Llegaron a través del rio Gidli la delegación de los elfos azules del reino de los lagos, en cabeza de ellos su nuevo y joven rey recién coronado, Iringel, hijo del inmolado rey Rineo. De las tierras occidentales llegó la delegación de los señores enanos, al frente venia Tamir su nuevo rey quien fue designado por el mismísimo Darvin antes de morir. Por ultimo de más allá del bosque de Othis se hicieron presentes los humanos, con Pernea a la cabeza y con ella los miembros del concejo mayor, hombres de avanzada edad, pero con mucha ambición. El motivo de tal visita no era más si no la celebración de un hecho solemne, la despedida del Elohim

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Arish, todos se reunieron para brindarle un tributo póstumo al ser que los acompañó, los protegió y los amó infinitamente; estaban todos allí para acompañarlo y decirle adiós en su último viaje. Pero también rendían homenaje y tributo a los reyes muertos, Rineo, Darvin y Harod, sus cuerpos sin vida yacían al lado del Elohim, esperando su destino final y la última morada para estos héroes caídos.

La tradición marcaba que no había un homenaje más grande que reposar en las aguas cristalinas de algún rio, así que ante la vista y presencia de todos, los cuerpos sin vida de los héroes que habían sido traídos desde las tierras lejanas del norte, fueron acomodados en la ribera misma del rio Gidli en un tablón. Los cadáveres estaban lavados y perfumados y también fueron vestidos con limpias y hermosas ropas, también se pusieron arreglos florales. Los cuatro cuerpos estaban uno al lado del otro y alrededor de ellos formando un rectángulo se puso abundante leña anteriormente remojada con un líquido inflamable. A la vista de los representantes de los pueblos de la tierra y de los habitantes de la ciudad, la reina Liris caminó hacia los cuerpos sin vida de los héroes, cuando estuvo ante el cuerpo de Harod, se arrodilló y le besó la frente, luego se puso de pie de nuevo, tomó un leño encendido y lo lanzó a los cuerpos que inmediatamente empezaron a arder. Luego y mientras el fuego iba consumiendo los cadáveres la reina de los elfos habló con las siguientes palabras -Así como las vestimentas viejas son lanzadas lejos y se toman nuevas, el alma sale del cuerpo después de la muerte para tomar otro nuevo, por esta razón entregamos los cuerpos de nuestros héroes, de nuestros seres amados al fuego. Que el fuego sagrado purifique sus almas y que los guie en el camino hacia la eternidad-. En silencio los presentes vieron como el fuego devoró los cuerpos hasta los huesos, levantando columnas de humo que se elevaron en el cielo azul. Después que el fuego consumió los cuerpos, las cenizas fueron recogidas y lanzadas al rio mismo. La ceremonia se dio por terminada al caer la tarde, cuando el astro rey ya se escondía en el horizonte y le daba al cielo ese color rojizo.

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En la noche los representantes de todos los pueblos se unieron en relatos de heroísmo y poesías hechas a los héroes caídos, se tocaron innumerables canciones, odas y trovas a los héroes. Entonces en medio de la celebración y aprovechando que estaban todos reunidos, Liris decidió que era el momento de compartir las buenas nuevas, así que tomó la palabra y dijo –Gracias a todos por estar hoy aquí, sean por siempre bienvenidos a mi ciudad, esta también será su ciudad-. La reina fue interrumpida por los aplausos de los asistentes. Liris

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continuó –hay algo que os quiero decir, una buena nueva que quiero compartir con todos ustedes-. Todos, absolutamente todos miraban a la reina elfa. Liris siguió –cuando estaba en la lucha final con Miriahn y él estaba por derrotarme me enteré de algo que en medio del sufrimiento y dolor en el que me encontraba, me dio fuerzas para pararme de nuevo y seguir adelante, aquella noticia me dio el impulso necesario para derrotar al enemigo-.

Tamir emocionado por las palabras de la elfa la interrumpió con elegancia y le dijo –cuéntenos señora mía de que se enteró, cuáles fueron las buenas nuevas-.

Liris le sonrió con dulzura, luego continuó –mis amados elfos, mis queridos enanos y humanos, estoy embarazada-. De inmediato entre quienes la escucharon se armó una algarabía, Liris los calmó a todos diciendo –así es amigos míos, en mi vientre ahora crece una criaturita, el fruto de mi amor con Harod, el heredero legítimo de este reino y también del reino de los humanos-.

La primera en abrazar a Liris apenas terminó de hablar fue Pernea que entre lágrimas le susurró al oído –Gracias, porque en medio de mi tristeza me has dado una felicidad enorme-. Luego Pernea se secó las lágrimas y volvió a hablar pero esta vez lo hizo a viva voz y dirigiéndose a todos en especial a los humanos que estaban allí –celebremos queridos hermanos, celebremos porque en este sagrado vientre crece el futuro rey de nuestro pueblo, el que continuará con el linaje de mi hijo Harod-.

Los hombres presentes, miembros del concejo de Henaith, se miraron unos a otros mientras que aplaudían casi con desdén y desgano, obviamente ellos tenían otros planes para hacerse con el poder del reino de los hombres. En los corazones de estos hombres solo había espacio para el deseo de poder, lentamente sus corazones se fueron corrompiendo y casi sin darse cuenta le abrirían las puertas del mismo a la maldad que a pesar de la derrota en las tierras oscuras del norte, aun vagaba por la tierra esperando encontrar seres en los cuales anidar y colocar su semilla de maldad y nadie más propicio para ello que los hombres que por encima de todo anhelan poder y hacen cualquier cosa para poseerlo, cueste lo que cueste.

♦♦♦♦♦

Después que Liris dio la noticia de su embarazo y mientras los demás continuaron con la celebración, Liris y los demás se dirigieron a él gran salón de reuniones del palacio Aquel gran salón hermosamente construido y decorado con pinturas hechas por talentosos elfos en las cuales se mostraban grandes

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hechos, como la construcción de la ciudad, en otra de ellas se mostraba la despedida de los elfos azules que marchaban al norte y en otras tantas se mostraban a los elfos peleando en las batallas anteriores, pero la pintura que más llamó la atención fue la del difunto rey Elenor. Esta acuarela era de tamaño mediano y mostraba al rey de los elfos sentado en su trono, impecablemente vestido y hermosamente dibujado, el pintor había captado en el dibujo toda la solemnidad y el respeto que el difunto rey proyectaba a los demás, sin olvidar el más mínimo detalle. Se sentaron alrededor de una mesa, pequeña, humilde pero hermosamente diseñada, lo mismo que los asientos. Allí estaban Iringel rey del reino de los elfos azules del norte, Tamir rey del pueblo de las montañas de hierro, Por supuesto Liris reina de Gwangur y por ultimo estaban Pernea, reina de Henaith y Abdul alto señor del concejo de Eroth. La reunión transcurrió normal, bebieron un poco de vino que Iringel había traído del norte, aquel vino que era conocido por ser el más delicioso del mundo, el que todos degustaron con satisfacción; también comieron un banquete digno de reyes, el cual todos los presentes alabaron por su exquisitez. Después de comer y beber lo suficiente se dio paso a la reunión en donde se daría por terminada la santa alianza de los pueblos de la tierra. En aquella pequeña mesa ubicada en el gran salón del palacio de Gwangur los pueblos de la tierra disolvieron la santa alianza, aquella fuerza de valientes que pasaría a la historia por haber derrotado a las fuerzas del mal de manera heroica. Los que estaban sentados en la pequeña mesa ignoraban el hecho que aquella fue la última vez que los pueblos de la tierra conocida, pelearon juntos contra un enemigo en común, pasarían milenios antes que de nuevo lucharan hombro a hombro para defender a la amada tierra.

♦♦♦♦♦

Este es el fin de esta historia, el fin de la guerra de la luz contra el poder maligno de la oscuridad. Aquí terminan las luchas entre elfos, hombres y enanos por defender el amor y el entendimiento entre los pueblos de la tierra y por restablecer la ansiada paz. Pero descuiden mis amigos, pronto vendrán más historias, porque la guerra contra el mal se pelea todos los días. Épicas batallas aún están por contarse, nuevos y malignos enemigos aparecerán y de nuevo hombres, elfos y enanos tendrán que pelear de nuevo para evitar que un reino de odio y muerte se establezca en nuestra amada tierra. En el futuro nuevos y valientes héroes aparecerán, héroes que tendrán que batallar con poderosos enemigos, héroes que de nuevo portaran la luz del amor en un mundo que será reinado por la oscuridad. Tiempos de guerra y odio nos esperan en el futuro, mis amigos, recuerden elegir de qué lado están, porque como saben tanto la luz

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como la oscuridad habitan en nuestros corazones, la verdadera sabiduría está en saber elegir de qué lado estamos.

FIN.

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Despedida

Adiós amigo lector, recuerda que: “El infierno está dentro de ti, así como el paraíso” Osho.

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INDICE

CAPITULO I. Del inicio de los tiempos ……………………………. 7

CAPITULO II. El nacimiento de los primeros elfos ……………….. 11

CAPITULO III. El regreso y levantamiento de Miriahn …………… 15

CAPITULO IV. La creación de las tierras negras …………………... 21

CAPITULO V. El primer ataque a las tierras negras ……………….. 27

CAPITULO VI. Una derrota aplastante …………………………… 35

CAPITULO VII. La primera gran marcha del ejercito negro ………. 41

CAPITULO VIII. La armada blanca ……………………………….. 63

CAPITULO IX. La calma después de la tormenta …………………. 73

CAPITULO X. Un amor prohibido ………………………………... 79

CAPITULO XI. Un destino ya trazado …………………………….. 93

CAPITULO XII. El señor de los Licántropos …………………….. 107

CAPITULO XIII. El valle de los lamentos ………………………... 123

CAPITULO XIV. Una nueva reina ………………………………... 137

CAPITULO XV. Muerte y sangre. Holocausto ……………………. 147

CAPITULO XVI. Amor y enfermedad ……………………………. 155

CAPITULO XVII. La santa alianza ………………………………... 169

CAPITULO XVIII. Marcha hacia las puertas negras ………………. 179

CAPITULO XIX. Siete días en el infierno ………………………… 191

CAPITULO XX. Choque de titanes ……………………………….. 201

CAPITULO XXI. La última morada de los héroes ………………… 217

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