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Primera edición, junio de 2010

© Futurbox Project, S.L. 2010.© del prólogo y la selección, Iria Rebolo, 2010.© de la traducción del francés, María Alberdi González, 2010.© de la traducción del inglés, Jacinto García Marcial, 2010.© de la traducción del alemán, Montserrat García Durán, 2010

La traducción del texto de François-René de Chateaubriand procede de laedición de Establecimiento Tipográfico de D. F. De P. Mellado, Madrid, 1847,corregida para adaptarla a las convenciones ortotipográficas actuales.

Diseño de colección y cubierta: Compañía

Publicado por Ático de los librosC/ Galileu 333, 6º 2ª08028 [email protected]

ISBN: 978-84-937809-3-7Depósito Legal: B- 27.103-2010Preimpresión: Anglofort, S.A.Impresión y encuadernación: Romanyà – VallsImpreso en España – Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titularesdel copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccióntotal o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidosla reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplaresmediante alquiler o préstamos públicos.

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Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7Índice de ilustraciones . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

La grandeza de Roma, Estrabón . . . . . . . . . 13Roma y la Biblioteca Vaticana,

Michel de Montaigne . . . . . . . . . . . . . . . 17El Coliseo, Edward Gibbon . . . . . . . . . . . . . 29Las termas de Caracalla y el Panteón,

Tobias Smollett . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37Goethe en Roma, Johann Wolfgang

von Goethe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47Viaje a Italia, François-René de

Chateaubriand . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55El síndrome de Roma, Stendhal . . . . . . . . . . 81El Palazzo Cenci, Percy Bysshe Shelley . . . . 91El Panteón y las mujeres de Roma,

James Fenimore Cooper . . . . . . . . . . . . . 95Primera visión de Roma, Charles Dickens . . 99Las estatuas de Roma, Herman Melville . . . 107El Corso, Pedro Antonio de Alarcón . . . . . . 131

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San Pedro, el Coliseo y las Catacumbas,Mark Twain . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135

Horas italianas, Henry James . . . . . . . . . . . 155Piazza di Spagna, Hugh Macmillan . . . . . . . 175La belleza de Roma, Rainer Maria Rilke . . . 189

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Prólogo

Roma es la ciudad de los ecos, de las ilusiones, de losanhelos.

Giotto di Bondone

Durante los últimos dos milenios Roma ha sidouna de las ciudades más visitadas del mundo. Fue lacapital de un Imperio que dominó el Mediterráneo,luego se convirtió en el centro de la fe cristiana y, portanto, en lugar de peregrinación de multitud de fie-les. Durante el Renacimiento fue un enclave impres-cindible en cuanto a arte, educación, filosofía ycomercio y a ella acudían por igual artistas y ban-queros. En los siglos xvii, xviii y xix la ciudad se es-tableció como una de las principales paradas delGrand Tour, el viaje por Europa que todo joven aris-tócrata inglés debía hacer para completar su educa-ción e imbuirse de la cultura, el arte, la filosofía y laarquitectura clásicas. Los viajeros del Grand Toureran eruditos, apasionados, amaban el lujo y podíanpagárselo. Sus percepciones son importantes porcuanto moldearían el imaginario de los posteriores

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visitantes y crearían los caminos que luego ensan-charía el turismo de masas. Este nuevo tipo de turis-mo se inició a mediados del siglo XIX y, con algunabreve interrupción debida a los conflictos bélicos,continúa hasta la actualidad.

Por eso resulta tan interesante saber qué pensóMontaigne, quizá el primero de todos esos viajerosmodernos, sobre la ciudad que en su imaginación yen la de sus contemporáneos había adquirido una di-mensión mítica. Por eso no podemos dejar de leer lasandanzas Goethe confrontado con los múltiples pa-sados de la capital del Lacio. Igual que ellos, Chateau-briand, Shelley y los demás autores que aparecen eneste volumen nos permiten disfrutar de Roma conuna inocencia imposible hoy en día. Ellos, sin darsecuenta, estaban prefigurando el que luego sería el re-corrido que harían los turistas modernos y tambiénellos fueron los primeros en dar forma a las reaccio-nes que han sido características en el turista que via-ja a Roma desde entonces.

El orden en el que aparecen los distintos autoreses cronológico, según la fecha en la que visitaronRoma, con una apertura, a modo de introducción, acargo de Estrabón, pues convenía al libro incluir lavisión de un historiador que había visto la Roma an-tigua en su máximo esplendor.

En este recorrido a través del tiempo nos aguar-dan pequeñas celadas. Roma, después de todo, no esrealmente eterna y el tiempo la cambia como a todocuanto existe en la naturaleza. En ocasiones ese cam-bio es producto del desgaste, la ruina y la decaden-

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cia. No vemos el Coliseo sino sus escombros, asícomo en el Foro hoy apenas asoman los huesos dis-persos por el suelo de lo que fueron sus edificios. Sinembargo, este tipo de cambio ya se había producidocuando visitaron la ciudad la mayoría de nuestrosautores. Ellos ya vieron las ruinas de la Roma clási-ca y, desde entonces, el proceso de decadencia se hadetenido y, acaso, revertido en parte. Pero otras co-sas sí han cambiado: las excavaciones han devueltoel suelo al nivel de la antigüedad, se han eliminadocampanarios y cruces de lugares originalmente paga-nos y se han mejorado algunas zafias restauracionesbarrocas y decimonónicas. En este sentido, quizásorprenda al lector saber que en el Panteón había,hasta no hace mucho, dos campanarios que emer-gían del tejado del pórtico, o que el Laoconte se res-tauró diversas veces y cambió notablemente de as-pecto y actitud en varias de ellas, o que el Foro en elxix se había excavado mucho menos que ahora.

¿Cómo transmitir al lector las sensaciones que vi-vieron los escritores que hemos reunido en esta se-lección? Las fotografías parecían un medio tosco y nisiquiera las más antiguas lo eran lo bastante comopara aproximarse a lo que vieron nuestros viajeros.La solución llegó felizmente de la mano de tres ex-traordinarios artistas: Giuseppe Vasi (1710-1782),Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) y LuigiRossini (1790-1857). Los tres realizaron sendas se-ries de espectaculares grabados sobre la ciudad deRoma que capturan perfectamente el ambiente de suépoca y los detalles de los monumentos de la ciudad.

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Vasi tiene un estilo melancólico, limpio y elegante,casi austero; Piranesi, que fue discípulo de Vasi, se nosrevela como un auténtico genio, un creador de imá-genes con fuertes claroscuros y perspectivas casi ex-presionistas que, personalmente, encuentro tremen-damente evocadoras, y Rossini, por último, ofreceuna sensibilidad más moderna y más próxima al sen-timiento actual. Ellos —con la ayuda puntual de unalámina del inglés Simon Thomassin— se encargan detrasladarnos mediante imágenes allí donde los gran-des escritores que participan en este volumen nos lle-van con sus palabras.

Robert Browning dijo que, tarde o temprano,todo el mundo acaba pasando por Roma. Este libroque tiene en sus manos es una invitación a no em-prender ese viaje en solitario sino en compañía de al-gunos de los espíritus más inteligentes, creativos ydivertidos que han pisado la que hoy es capital deItalia.

Iria Rebolo

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Índice de ilustraciones

Foro romano por Piranesi . . . . . . . . . . . . . . 15

El Coliseo por Piranesi . . . . . . . . . . . . . . . . 31

El Panteón por Rossini . . . . . . . . . . . . . . . . 38

Piazza di San Pietro por Piranesi . . . . . . . . . 49

Puente y castillo de Sant’ Angelopor Piranesi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

La Fontana di Trevi por Vasi . . . . . . . . . . . . 89

Palazzo Cenci por Vasi . . . . . . . . . . . . . . . . 92

El Ponte Milvio por Piranesi . . . . . . . . . . . . 103

El Laoconte por Simon Thomassin . . . . . . . 108

Piazza Colonna por Vasi . . . . . . . . . . . . . . . 134

El Coliseo por Piranesi . . . . . . . . . . . . . . . . 144

Basílica de San Juan de Letrán por Piranesi . 160

Piazza di Spagna por Piranesi . . . . . . . . . . . 177

El Acqua Claudia por Piranesi . . . . . . . . . . . 190

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El síndrome de Roma

Journal

Stendhal

«Lo primero que debe hacer el viajero es sumergirse enla lectura de los libros que traten del destino al cual sedirige», nos dice el propio Stendhal. Él viajó a Roma envarias ocasiones, la primera en 1815. Nada mejor quela lectura de estos fragmentos del Journal de un autorpara el que Roma era la metáfora del amor perfecto.

Coliseo

Es una triste verdad para los que se ocupan del es-tudio de la Antigüedad que cada día trae consigonuevos descubrimientos que contradicen la opiniónestablecida que atribuye tal o cual nombre a este oaquel monumento. Por ejemplo, hasta hoy todoscoincidían en que la Via Sacra pasaba bajo el arco deTito. Pues bien, los recientes trabajos arqueológicoshan demostrado que dicha conjetura es falsa. Heaquí que nos vemos forzados a reconocer que las in-terpretaciones de los versos de Marcial, de Ovidio y

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de Horacio, que tan claras y decisivas parecían, eranen realidad completamente erróneas. Resulta que elmonumento a Tito se encontraba en la Via Trionfa-le, entre la Via Sacra y el Coliseo.

Llego al arco de Constantino, el mejor conservadode los tres que he visitado. Tras la victoria de Cons-tantino sobre Majencio, el 28 de octubre de 312, seempezó a erigir un monumento en honor del nuevoemperador. Pero como no quedaban artesanos acausa de la decadencia del Imperio, y no había formade encontrar un artista digno del objeto del homena-je, se optó por lo que parecía más natural: despojarel arco de Trajano de sus ornamentos para construirel de Constantino. Así, a los pies de un monarca quejamás cruzó el Éufrates se prosternan partos cauti-vos, y por encima de los trofeos de Constantino aúnse distingue la cabeza de Trajano.

Al lado se yergue el Coliseo, que se empezó aconstruir bajo Vespasiano y terminó su hijo Tito.Cien días duraron los juegos dedicados en su honor,y más de cinco mil bestias feroces y varios miles degladiadores hallaron la muerte allí. Una cruz de ma-dera se eleva en medio de la arena, y alrededor se eri-gen catorce oratorios, por orden de Benedicto XIV,en recuerdo de los cristianos que murieron, mártires,en este anfiteatro. Hay una capilla al lado de la esca-lera que permite el acceso a las plantas superiores.Los obreros se afanan trabajando en los yacimientosarqueológicos, y, más allá, otros limpian las restan-tes secciones del edificio, que el tiempo y la podero-sa vegetación atacan y destruyen sordamente.

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¡Qué decir del Coliseo! El espíritu se confundeante su magnitud. Nada, excepto estas ruinas ma-jestuosas, puede transmitir una idea más clara delpoder romano. […] Por los restos que han llegadohasta nosotros, se deduce que tres filas de pórticosrodeaban el exterior del edificio, una sobre la otra.Cada fila contaba con ochenta arcadas y otras tantascolumnas. La forma interior y exterior del Coliseo esovalada, y casi ochenta y siete mil espectadores seinstalaban sobre las gradas mientras que otros vein-te mil se colocaban en los pórticos inferiores.

Durante diez siglos, el Coliseo ha constituido lavasta cantera, para disfrute de los grandes de Roma,de dónde salían los materiales para construir las mo-numentales estancias de los poderosos. Los palaciosBarberini, el de la Cancillería, el de Venecia, el deFarnese, el de la Farnesina, la calle de los Baullari, laiglesia de San Agustín… Todos han nacido de las pie-dras arrebatadas al Coliseo. Pablo II, Pablo III y elcardenal Rafael Riario son los bárbaros que han au-torizado tamaña agresión al Coliseo, o bien se hanaprovechado de eso. El recinto septentrional escapómilagrosamente del saqueo codicioso de los grandesseñores, y Pío VII construyó un contrafuerte que ase-gura una larga existencia.

Para comprender la inmensidad de este monu-mento y apreciar sus detalles, decido subir a las plan-tas superiores. Hay que caminar con cuidado, y evitarpisar las partes del suelo que reposan sobre bóvedasdebilitadas por el paso del tiempo. Estas ruinas,donde crecen lianas, zarzas y musgo y hasta peque-

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ños jardines, producen un efecto de lo más pinto-resco: ofrecen una posición única para los artistasy para todos aquellos que saben entender la natu-raleza de las cosas verdaderamente grandes y her-mosas.

Sant’Angelo

Me detengo frente al mausoleo de Adriano, conver-tido en fortaleza durante el ataque de los godos con-tra Roma. La tumba reposa sobre una base cuadra-da, desde cuyo centro se eleva la gran masa redonda,forrada enteramente en mármol. De los tres nivelesarquitectónicos que poseía, hoy sólo quedan rastrosdel primero, antaño envuelto en columnas de már-mol de Paros que formaban un pórtico circular, de-corado por estatuas. […] El edificio estaba coronadopor una cúpula; y en la cumbre, una piña, donde re-posaban las cenizas de Adriano. De tan maravillosaconstrucción sólo se ha conservado la gruesa torreinferior, encima de la cual se eleva un ángel de bron-ce que empuña una espada. Belisario, obligado a re-tirarse hasta el corazón de Roma por el empuje delos bárbaros, se refugió en el mausoleo de Adriano.Sin posibilidad de defenderse, optó por echar abajolas estatuas y arrojar los pedazos contra el enemigo.Constantino arrancó las columnas para llevarlas a laiglesia de San Pedro, y desaparecieron después delincendio que asoló esa basílica. […] Alejandro VI fuequién mandó construir el largo pasadizo que lo co-

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* A pesar de todo, salta a la vista que el templo no tiene unafachada digno digna de él. Miguel Ángel quería dotarlo de unpórtico a imagen del Panteón; con una entrada como esa, la cú-pula hubiera surgido con todo su valor y magnificencia. Lafachada actual aplasta el conjunto del edificio, y oculta la es-pléndida cúpula.

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munica con el palacio del Vaticano. Así, en caso deun ataque sorpresa, el papa siempre podrá huir y re-fugiarse en el castillo de Sant’Angelo.

San Pedro

Para apreciar, aunque sea imperfectamente, la pro-porción de las dos alas del pórtico que configuran laplaza, hay que recurrir a las áridas cifras. Esta grancreación de Bernini se compone de 284 columnas demármol travertino, alternadas con 88 pilastras quecomponen tres galerías semicirculares; la del medioes demasiado estrecha como para que puedan cru-zarla dos carrozas juntas. La columnata tiene 56 piesde ancho y 55 de alto; la balaustrada superior estádecorada con otras 192 estatuas de mármol, de unaaltura de doce pies y medio. […] Este monumentocostó 250 millones de francos.

Al ascender por las escaleras, las columnas corin-tias de la fachada atraen nuestra atención; tienen8 pies y 3 pulgadas de diámetro, y 88 pies de alto,contando base y capitel. Hay otras trece estatuas de17 pies de altura que representan a Jesús y los após-toles y ocupan la parte superior*. Cinco vestíbulos

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dan entrada a la iglesia. A ambos lados de ese espa-cio se yerguen sendas estatuas ecuestres de Constan-tino y Carlomagno.

Empujo un pesado portón y me hallo en el inte-rior del templo más bello del universo, labrado deoro y forrado de mármol, resplandeciente de luz.¡Nada iguala el frescor, el orden y el brillo de estaiglesia incomparable!

Me dirijo a la Confesión de San Pedro, el altarmayor situado debajo del baldaquín, la mayor obraen bronce conocida. Las reliquias del apóstol queconfesó su religión y dio su sangre por ella reposanen la capilla subterránea, a la que se accede por unaescalera de dos rampas, cuya balaustrada está cu-bierta por 120 lámparas que permanecen encendidasa todas horas, excepto el Viernes Santo. En ese día deduelo, se apagan y se sustituyen por una inmensacruz luminosa, suspendida frente al baldaquín. Dise-ñada por Miguel Ángel, dicen que esta iluminaciónproduce un hermoso efecto.

La iglesia subterránea está en el espacio que seencuentra entre el pavimento de la antigua basílicaerigida por Constantino, y el que está encima, quees el suelo construido para la nueva. Se compone deantiquísimas grutas, que fueron respetadas pues secreía que estaban consagradas por la sangre de losnumerosos mártires que hubo antes de la era deConstantino, así como por la sepultura de santos ypapas de siglos posteriores. Contiene una notablecantidad de estatuas y objetos artísticos de interés re-ligioso e histórico.

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El gran altar de San Pedro está reservado al papa.Al contrario de lo que es costumbre en nuestras igle-sias, está dispuesto de forma que el oficiante da la es-palda a la tribuna (al fondo de la iglesia). Levanto lacabeza y contemplo la cúpula más vasta que existe, yla parte más asombrosa del edificio. Su interior estárevestido de mosaicos que representan al Salvador,los apóstoles, los santos, ángeles y querubines.

Al fondo de la tribuna se encuentra el trono en elcual San Pedro se sentaba. Está rodeado por otro, debronce dorado, verdadero chasis de la reliquia. Cua-tro figuras de diez pies sostienen el trono: casi152000 libras de bronce se emplearon en su cons-trucción. […] Me refirieron un hecho curioso respec-to a este trono, pero creo que no es muy verosímil.Ojalá que un día pueda desmentirlo o confirmarlo.«La curiosidad de los franceses fue tal que superarontodos los obstáculos con tal de ver el trono de cerca.Así que retiraron la soberbia protección y examina-ron la reliquia minuciosamente. Quitaron las telasde arañas y el polvo que cubría la venerada silla ydistinguieron unas figuras grabadas en la base demadera. Se trataba de una inscripción en caracteresárabes. Diligentemente, fue copiada y traducida. Erala conocida profesión de fe mahometana: “No haymás Dios que Alá y Mahoma es su profeta”. Quizáproviniera del tiempo en que el trono formó parte delos despojos de una batalla, ofrecidos por los cruza-dos a la iglesia, cuando aún no había sabios ni anti-cuarios ni academias».

[…] En mi segunda visita a San Pedro, pienso que

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esta obra maestra no sorprende por su grandeza.Todo está enlazado con tal acierto que nada parecedestacar en exceso con respecto al conjunto. La igle-sia no es demasiado alta ni demasiado ancha. Nadaes más sorprendente que la falta de sorpresa ante lavisión de lo más hermoso que hay en el universo; esteerror de los sentidos es el verdadero milagro de SanPedro.

Villa Borghese

Durante la primavera, todos (los que tienen carrua-je, los que poseen un caballo y los que se desplazanandando) van por las tardes a la Villa Borghese.

Es un inmenso jardín a la inglesa que reúne todocuanto puede convertir un parque en un lugar belloy grácil. Monumentos egipcios, griegos y romanos sederraman entre los parterres por doquier. Pabellonesy pequeñas glorietas de variados estilos, cascadas deagua aquí y allá; bosques, céspedes, claros, grandesavenidas. Excepto la fiebre que uno corre el riesgo decontraer, a mi juicio el paseo combina lo más agra-dable y bello que se pueda imaginar. Solamente elnúcleo de la Villa Borghese ocupa casi una legua,pero aún más si sumamos los terrenos adyacentes,que no son pocos. Los apartamentos del palacioconstituyen un rico desfile de pinturas, estatuas, bus-tos, bajorrelieves, jarrones, copas y sarcófagos.

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La Fontana di Trevi, en un grabado de Vasi.

Las Termas de Caracalla

Las Termas Antoniane, o de Caracalla, están situa-das al pie del Aventino. Fue uno de los monumentosmás bellos y enormes de la Antigüedad. Más de tresmil personas podían bañarse al mismo tiempo. Ha-bía 1600 asientos de mármol […] y hoy estas ruinasinmensas sólo son una carcasa de ladrillos. Ocupanaproximadamente la extensión de un cuadrado detodo el jardín de las Tullerías.

Fontana di Trevi

Desde Monte-Cavallo a la Fontana di Trevi hay unoscinco minutos de distancia. La masa de dicha edifi-cación y la abundancia de agua le confieren un airemajestuoso; pero, desafortunadamente, descansa so-

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bre un terreno muy bajo y el espacio es muy estre-cho. Una gran figura de Neptuno ocupa la arcada deen medio. En los dos nichos laterales se levantan lasestatuas dedicadas a la Salud y a la Fecundidad.Cuando era edil, el yerno de Augusto, Agrippa, hizoconstruir un acueducto de 14 millas para alimentar ala fuente de agua, y así sigue desde hace mil ocho-cientos cuarenta y siete años. Es el mismo Agrippaque construyó en un solo año 105 fuentes, 700 de-pósitos, 130 castillos de agua y 300 estatuas de már-mol o de bronce. Por su celo y su afán recibió el títu-lo de «curator perpetuus aquarum». Madame deStaël afirma, en mi opinión algo exageradamente, losiguiente: «Cuando por causa de alguna reparación,el agua cesa de manar en la Fontana di Trevi, ¡Romaparece estupefacta!».

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