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Gustavo pereira los cuatro horizontes de una poetica por gabriel jiménez emán

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Ensayo sobre el poeta venezolano Gustavo Pereira escrito por otro poeta: Gabriel Jiménez Emán

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Gustavo Pereira: Los cuatro horizontes de una poética

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Gabriel Jiménez Emán

GUSTAVO PEREIRALos cuatro horizontes de una poética

VIII Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo

Falcón, Venezuela2014

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© Gustavo Pereira: Los cuatro horizontes de una poética© Gabriel Jiménez EmánEdiciones Fábula 2014Editorial El perro y La rana, 2014

En el marco del VIII Festival Internacional Palabra en el MundoCoro, Estado Falcón, Venezuela24 de mayo de 2014

Diseño y diagramación: Asmiriam GarcíaObra de portada: Bajo estrellas distintas, de Ricardo DomínguezCoordinación Editorial: Gabriel Jiménez Emán

Impresión: Sistema de Imprentas Regionales, Estado FalcónMinisterio del Poder Popular para la CulturaRepública Bolivariana de VenezuelaCoro, VenezuelaMayo, 2014

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LOS CUATRO HORIZONTES DE UNA POÉTICA

Aventura por los horizontes

El de Gustavo Pereira (Punta de Piedras, estado Nueva Esparta, 1940) es uno de los trayectos poéticos que mejor desenvolvimiento han mostrado en la tradición contemporánea de la literatura venezolana. Lo digo porque desde la aparición de Preparativos de viaje (1964), cuando el poeta apenas contaba 24 años, su fuerza lírica ha venido en ascenso. Ya se advertían en este primer volumen algunos de los rasgos que ulteriormente irían tomando cuerpo. Este viaje, el viaje por el bosque de las palabras, venía en Pereira signado por la voluntad de un largo desvelo, un proyecto trocado en aventura:

Un día de mayo me dio por soñar Y de cada sueño bajo un cuarto trastornado y lejano hice una aventura igual a mí

(…)

(“Tema para un día de mayo”)

Aventura singularizada por una voluntad de transgresión que no le abandonaría nunca; una transgresión que, preciso es decirlo, viene formulada por varios espacios de reflexión, cristalizados tanto en la configuración de su lenguaje como en los matices de su abordaje. Parafraseando uno de los títulos del poeta, pienso que se dirigen esencialmente a cuatro horizontes conceptuales: el erótico, el histórico, el social y el filosófico. No puedo abarcar aquí la totalidad de sus libros, aunque si insistiré en ciertas constantes de algunos de éstos que consideramos medulares. En efecto, el poeta muestra desde su juventud el tono de su voz: volcánico y desenfadado, irreverente, deudor de los movimientos vanguardistas europeos que tanto influyeron en Latinoamérica, como el surrealismo, el dadaísmo, el cubismo o la patafísica. El verso vanguardista de largo aliento dispensa a Pereira una libertad inusual para acercarse a sus preocupaciones humanas y filosóficas. Las asociaciones

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insólitas presentes en versos o títulos (“Techo pelado de risa”, “Trompeta que muerde los huesos”) son algunos ejemplos de esta voluntad de transgresión que le permitirá avanzar en su indagación estética. En este libro inicial, Pereira ya anuncia su capacidad crítica para observar el fenómeno social: la injusticia, la corrupción, los abusos imperiales, la explotación de los oprimidos; y por otra parte la celebración erótica, la vida como viaje permanente y la reflexión interior. En su segundo libro, En plena estación (1966) Pereira vuelve con su verbo exultante:

Escribo país mío sonoro como un claxon Para que te destornilles riéndote de mi pecho crucificado a un poste de luz (…)

(“Pan abierto sobre la mesa”)

Tono que va a cultivar con mayor amplitud en uno de sus libros centrales: Hasta reventar (1966). Pereira intensifica su entonación eruptiva, pero llevándola a una mayor concentración significante, hasta producir un texto de hallazgos novedosos y personales como “Zapato que llora bajo el pie”:

Para mí el ladrido del ojo de vidrio de mi mujer en la cama El susurro de su boca Para mí el escape abierto de su pecho girando sobre mí veinticuatro horas diarias la mueca de muerto del muerto la mueca muerta sobre la boca muerta. Para mí el polvo de las radiaciones De todas las bombas del siglo 21 Para mi la sartén donde se fríen al mismo tiempo Los amores de hoy los bistecs Para mí el zapato que llora bajo el pie Con llanto horriblemente seco. Para mí únicamente tus labios Únicamente tus labios.

Este poema contiene varios elementos que le convierten en referenciales por aludir, primero, a la presencia femenina, pasando luego

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de inmediato a la “mueca muerta sobre la boca muerta” (¿de quién?), luego a la guerra atómica, de seguidas a una suerte de cotidianidad cruda --con la debida alusión al cuerpo humano-- (el zapato que llora) y finalmente a la presencia de la mujer como elemento reconfortante (sintetizada en la imagen de los labios). En fin, este texto es indicador de una serie de recursos desarrollados en otros textos por separado; por ejemplo, en el poema titulado “Rosa contaminada” el motivo central es la basura, en contraste con una rosa blanca; ambas, metáforas del rostro de la ciudad, de la urbe terrible que puede asomar destellos de ternura. A la vez, me parece uno de los textos fundadores de la poesía urbana de Venezuela en el siglo XX. Hay otro texto rotundo en cuanto a la tradición de las Artes Poéticas, “Cómo se hace el poema”, y es inaugural en el momento de señalar signos de renovación en nuestra poesía:

Dicen que las gavetas están llenas de sugerencias Pero yo sé de qué están llenas las gavetas De tus ojos de tus ojos Tienes el espionaje de la tierra colando de tu perfume Hasta en los senos se adivina tu gran capacidad de detectar

Cómo se hace el poema Te enseñaré Una buena dosis De barata porquería de entusiasmo y esas cosas

Otra de humo Agarras las palabras las pones y ellas se aman.

Observamos cómo el texto resume la concepción del poeta sobre su oficio y lo que debe significar para sí mismo, noción que se mantendrá así hasta el final y es aplicable, creo, a toda su obra. El libro, pleno de piezas logradas, es referencia central de un ejercicio verbal donde quedan señaladas direcciones posteriores de los textos integradores de El interior de las sombras (1968), los cuales a menudo se presentan más ceñidos, más concentrados. En unos domina la imagen surreal y las asociaciones asombrosas; mientras otros se valen de la reiteración o de las sonoridades rítmicas o musicales de sus versos, al asumir una polarización en la imagen de tipo onírico, rozando de manera alternativa cada uno de los cuatro horizontes conceptuales antes mencionados, presentes tanto en Poesía de qué (1970) como en

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Los cuatro horizontes del cielo (1973), donde apreciamos inflexiones paródicas y las reiteraciones a través de leit motivs en oraciones religiosas y en indagaciones acerca de la soledad, el abandono o la derrota. Se acentúa también la reflexión sobre el país y sus contextos de lucha social:

Y este país Que amo con rabia Y desprecio hasta adentro Este país vasallo sediento y sin embargo apagado Este país que carece del más elemental sentido de su interior (…)

Pasa en otros textos a hacer la acerba crítica del mundo fastuoso de lo burgués, donde un personaje se halla rodeado de infinidad de objetos o personas:

Rodeado por esta gente rodeado por esta manada de buitres Que persigue satisfacer los intersticios de su alma (…) (XXV)Un poema que es muchos

Los cuatro horizontes del cielo se lee como si se tratara de un solo poema dividido en estancias o partes; de hecho, los textos no poseen títulos sino números, y cada uno de ellos se ofrece como una especie de complemento del otro, nunca como una continuación. En el proceso estético del fenómeno poético no priva lo continuo cronológico, sino lo complementario. En este caso son 36 textos donde se tocan tópicos esenciales: la muerte, la sobrevivencia, las heridas del amor o el combate político. En el poema XIX los asuntos de la sobrevivencia y el desprecio se plasman de modo soberbio:

Cuando el labio taje el pensamiento Desprendido a golpes Descomunal como muerto que abrigué y creció Bajo mis pies como una raíz Cuando alguien camine por la ciudad masticando sangriento desprecio

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Tal como yo anduve por años Cuando la última campana suene en la última iglesia Yo sacaré mi hígado vivo Y lo mostraré orgulloso a todos En prueba de haber sobrevivido a la hecatombe del siglo.

Se trata, digamos, de la sobrevivencia de la especie humana. El hecho de mostrar orgulloso el hígado vivo después de una hecatombe, y que sea el hígado y no el corazón, (como pudo haber escrito un romántico), revela la visceralidad de su posición (“páncreas desnudo metido hasta el alma”, dice en otro poema), frente a un mundo en peligro de extinción. El texto VI es otro poema a la mujer, donde no es únicamente la mujer la destinataria de todos los versos; ahí vuelven a aparecer los órganos viscerales (“recorres mis glándulas rebosadas sin hallar la risa buscada”) para indagar en una imagen de más impacto vanguardista. A primera vista la construcción verbal “los cuatro horizontes del cielo” pareciera pertenecer al dominio de belleza lírica pura, pero no. La imagen está referida a un país:

Este país que no tiene un punto fijo sino los cuatro horizontes del cielo Para perderse o salvarse. (XII)

Se trata de una imagen vasta, de una enorme posibilidad, ofrecida a un país para encontrar su independencia o su soberanía de paz y justicia. Recuerda por su intencionalidad al “maravilloso país en movimiento” en el cual creyó Víctor Valera Mora, otro poeta comprometido con las luchas de liberación de la izquierda revolucionaria, con quien Pereira tiene afinidades vitales, poéticas y humanas.

Vanguardismo y revolución A este respecto, quizá sería oportuno reseñar de dónde proviene esta preocupación en Pereira, quien formó parte durante los años 60 del siglo XX de un grupo que hizo historia en la literatura del oriente del país: Trópico Uno. Puerto La Cruz y Barcelona fueron las ciudades donde se movieron sus integrantes Jesús Enrique Barrios, Carlos Hernández Guerra, Rita Valdivia, Eduardo Sifontes o José Lira Sosa. Por ejemplo, Lira Sosa es a mi juicio el surrealista más puro con que

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cuenta la poesía venezolana; su libro Vicios ceremoniales está inscrito en el más ortodoxo espíritu bretoniano; otro tanto ocurre con Carlos Contramaestre (Tanatorio) y Dámaso Ogaz (Anverso y reverso del número 8 es, creo, el único libro de cuentos completamente surrealista escrito en Venezuela), surrealistas sustentados en el espíritu de la revolución permanente de cambiar la vida; mientras Juan Sánchez Peláez es el poeta que mejor digiere y asimila esta primera resonancia surrealista, en su libro Elena y los elementos, para ir luego en otros libros en busca de registros más sosegados o matizados, alcanzados en la obra maestra Por cual causa o nostalgia. Pereira acusa, en mayor o menor grado, los ecos de todos ellos, así como los de grupos de escritores de la vanguardia de izquierdas de esos años, incluyendo a Trópico Uno, el Techo de la Ballena, Sardio, Cal, Tabla Redonda y otros serian sensibles a estos influjos, haciéndose sentir en el escenario venezolano. En varias ciudades nuestras se fraguaron grupos, revistas literarias y manifiestos se conectaron con movimientos insurgentes y renovadores, donde destacó, entre otros, el surrealismo con su consiga de revolución permanente. Recordemos que el surrealismo también está influenciado por la revolución francesa, la revolución rusa y la revolución mexicana, y que desde Guillaume Apollinaire, Tristan Tzara o Robert Desnos hasta Vicente Huidobro, César Vallejo, Pablo Neruda o César Moro todos los poetas esenciales de aquel tiempo se vieron fuertemente influenciados por ese potente eco vanguardista. Uno de los poetas más admirados por Pereira es el rumano y dadaísta Tristan Tzara, a quien hace alusión muchas veces en sus escritos, comentando sus lecciones de poesía como acción: “para ayudarle a superar sus apremios interiores, de orden moral, y exteriores, de orden social.” El surrealismo (quizá debiéramos ponerlo entre comillas) de Pereira está perfectamente atemperado a las texturas del trópico; es solar, barroco, exultante, pero también magmático, desordenado, deliberadamente caótico; absorbe cosas, sensaciones, colores, formas; se arma de un poderoso arsenal sinestésico, se siembra en los sentidos y desde ahí despliega su ojo indagador, una suerte de escáner que todo lo escruta. No olvidemos aquí los aportes del cubismo, que mediante sus procedimientos de yuxtaposición y simultaneidad permite los efectos del collage, de la inclusión del fragmento o del recorte para incorporarlos al discurso, lo cual posibilita una simultaneidad de planos narrativos o alternancia de voces, algo que no se podía hacer en la poesía clásica,

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romántica o simbolista. El cubismo fue mejor aprovechado en pintura, aunque en poesía fue muy bien usado por poetas como Guillaume Apollinaire, Vicente Huidobro, Pierre Reverdy o César Moro, por ejemplo, recurso al que Pereira acude en muchos de sus poemas, lo cual no es fácilmente advertible por el lector. No olvidemos algo importante: en la década de los años 60 se produjeron acontecimientos definitorios tanto en el plano cultural como en el político a escala mundial, y en América Latina se fraguan la Revolución cubana, la Revolución chilena; los movimientos de la izquierda intentaron insurgir en Venezuela, Chile, Colombia, Bolivia o Argentina, y un poderoso movimiento contracultural intentaba ganar terreno en los Estados Unidos. Todos estos países intentaban recuperar su legado indígena o afroamericano, plasmado en expresiones populares o del folklore; más tarde llegarían el blue, el jazz o el rock, el movimiento hippie o el camp en las universidades; el arte pop, los trovadores y cantautores de toda América se dejarían sentir como expresiones emergentes, y Venezuela no podía ser la excepción. El movimiento de guerrillas no pudo cristalizar en Colombia, Bolivia ni Venezuela, y los ideales de izquierda se esfumaron en medio de los partidos políticos reformistas de entonces. Pereira estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela, y si apenas ejerció la profesión de abogado fue para defender a presos políticos, o a clientes humildes maltratados por el poder. También cumplió una carrera académica y universitaria bastante notable, de fundador de centros de estudios literarios y cátedras humanísticas, sobre todo en la Universidad de Oriente, donde se mantuvo como profesor por un cuarto de siglo, a la vez que funda al suplemento cultural del diario “Antorcha” en la ciudad de Barcelona en el estado Anzoátegui y merece varios premios literarios en la Universidad del Zulia. Luego, en la década de los años 70 comienzan los viajes por América Latina, especialmente a Cuba; luego en los años 80 esos viajes serían por Europa y la Unión Soviética. Justo en 1980 está en París con el fin de hacer un doctorado en literatura en la Universidad de La Sorbona (recuerdo bien que a su llegada a la ciudad-luz, lo recibimos allá ese año el poeta trujillano José Barroeta, quien por entonces vivía allá, y yo, que vivía en Barcelona de España, y estaba allá de visita). A su regreso a Venezuela en 1982 comienza trabajar en Historias del paraíso, y funda el Centro de Investigaciones Humanísticas en la Universidad de Oriente.

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Ideas en movimiento No podemos dejar de lado las ideas que el propio Pereira tiene acerca del fenómeno poético. En varios de sus libros éstas se hallan presentes, como es el caso de El peor de los oficios (1990) notas y ensayos publicados en el diario “El Nacional” y que constituyen prodigiosas síntesis sobre poetas y poesía de todo el mundo, recogidos luego en un volumen editado por la Academia Nacional de la Historia. Tanto en este libro como en otros apuntes y notas recogidos en su libro Cuentas (2007), así como algunos artículos editados en la revista “A Plena Voz”, Pereira nos refiere varias de sus posiciones y concepciones acerca del oficio de poeta. Me gustaría referirme a uno de ellos, titulado “Poesía e injusticia” (A Plena Voz, Caracas, 2004) que me parece sustancial en el momento de acercarse a su concepción sobre este ejercicio. En primer lugar, partimos de la circunstancia de que nuestro autor piensa que “explicar el sentido de la poesía será siempre un contrasentido”. Teniendo esta premisa inicial, reconociendo a la vez que la poesía “pertenece y pertenecerá al habla de los grandes misterios”, y admitiendo sólo la consecución de sus “insondables armonías”, hemos de consentir un método puramente lúdico, como cuando Pereira acude al Tao Te King y sustituye en éste a la palabra “Tao” por la palabra “Poesía”, con lo cual logra notables efectos de correspondencias entre los que pudieran ser correlatos de la poesía para ambas tradiciones. Admitamos primero este principio lúdico, para luego ir en pos de una significación más acorde con la historia y la cultura occidentales, mediante la siguiente pregunta: “¿Será verdad que los seres humanos hemos finalmente arrinconado a la conciencia sensible que hace posible las artes y la poesía, y cuanto ellas significan y han significado en la historia del mundo?” Esta pregunta nos permite inferir que para Pereira la poesía es ante todo la conciencia sensible de la humanidad, capaz de hacer resurgir, cada cierto tiempo, a más seres sensibles en condiciones de luchar por la dignidad humana. Admitamos que este es su norte conceptual, es su esperanza y es a la vez la de quienes, sintiéndonos o creyéndonos poetas, asumimos la interpretación sobre algo que ya está dicho de una manera superior, lo que de otra manera equivaldría a decir que estamos pensando la poesía con un metalenguaje. Después de hacer una relación estadística de hambre, pobreza, prostitución, mortalidad infantil, desnutrición, crímenes ecológicos y otros horrores sociales o ambientales del mundo contemporáneo, Pereira

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nos dice que un poeta no puede hacer “más ni menos que cualquier hombre o mujer capaz de sentir indignación ante toda injusticia (…) o de lo que el más humilde de los mortales sensibles debe alegar contra el oprobio, el cinismo o la indiferencia”. Más adelante nos refiere que “ser poeta latinoamericano es hoy por hoy todo un estado de conciencia, el descubrimiento de cuanto la vida interior puede oponer a los intentos de desvincularla a su esencia humana, a su sed de justicia, de cuanto el hombre tiene de sensitivo y solidario”. Esta es sólo una de las ideas centrales de este escrito, contentivo, me parece, del más completo ideario de Gustavo Pereira en relación a este fenómeno, y donde podemos calibrar, en las cinco secciones que lo componen, cómo se va gestando tal estado de conciencia en espíritus iluminados como los de Li Po, Tristán Tzara, Horacio, Federico Schiller, Ki No Tsurakuyi, Percy Bishe Shelley o el sabio maya Tochihuitzin. Es un ensayo referencial para entender por dónde andan las ideas de nuestro poeta cuando se confronta (y en cierto modo se cumple y redime), con sus palabras al mundo. Y nosotros no podemos menos que identificarnos con él. Me parecen aquí oportunas las palabras de otro gran poeta y filósofo, mi maestro y amigo Ludovico Silva, cuando nos recuerda en su ensayo “Vida literaria” (Teoría poética, Editorial Equinoccio, Universidad Simón Bolívar, Caracas, 2006), que “ (…) no se trata de que los poetas hagan política con sus versos. Eso vamos a dejárselo al falso socialismo, al estúpido “compromiso de izquierda”. Se trata de que los poetas escriban en prosa sus opiniones políticas, que digan lo que piensan, para que no sea verdad aquello de que “el talento poético se aloja en cerebros casi imbéciles”. El rescate de la poesía, en nuestro país, tiene que venir aparejado con un rescate de la inteligencia. La síntesis tiene que acompañarse del análisis. El entendimiento necesita de la sensibilidad, como diría Kant. La intuición necesita de la conciencia. Y el poeta, que en nuestras sociedades modernas es un hombre que vive en perpetua guerra contra las grandes ciudades capitalistas, tiene que aprender racionalmente qué es eso del capitalismo, y es más, tiene que denunciarlo, porque la sociedad está en guerra contra él”.

Traigo estas líneas a colación por considerar que poseen hoy una tremenda actualidad, dado el momento histórico por el cual atravesamos, y que nos requiere no sólo como meros constructores verbales o individuos merecedores de reconocimientos “sociales” o en el rol de “creadores”, sino también como individuos con una

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responsabilidad ética y con la obligación común de luchar por la libertad y la belleza, por la revolución y la paz no como meros rótulos ideológicos, sino como estandartes de emancipación social, prestos a construir una nueva historia y un hombre nuevo, deslastrado de tantas matanzas e ignominias. Otra referencia significativa del compromiso de Pereira con la construcción de un nuevo país, de una Venezuela que pueda andar por mejores caminos de participación colectiva y con voz política de sus indígenas, afroamericanos y clases trabajadoras y productivas, es el haber participado en la redacción del texto introductorio de la Constitución venezolana de 1999, después de haber sido sometida ésta a una amplia consulta popular. Él se mantuvo siempre vigilante en cuanto a que el pueblo fuese parte protagónica de esta cultura en los escenarios del Estado, ya fuera a través de las actividades de los diversos ministerios, en ferias del libro, festivales de poesía y otras áreas de la cultura, pero sobre todo formando parte sustantiva del entramado social, de las actividades que conforman nuestro legado tradicional y popular. En tal sentido, es importante citar aquí el texto íntegro de este preámbulo de Pereira para esta Constitución. Nos dice:

“ El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios, el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes y de nuestros precursores y forjadores de nuestra Patria libre y soberana; con el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la identidad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la igualdad sin discriminación y subordinación alguna; promueva la cooperación pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración latinoamericana de acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e irrenunciable de la humanidad; en ejercicio de su poder originario representado por la Asamblea Nacional Constituyente mediante el voto libre y en referendo democrático, decreta la siguiente CONSTITUCIÓN”

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Se trata, en efecto, de una síntesis admirable de su ideario y de su condición de humanista.

El cuerpo de los Somaris

En Libro de amor se encuentran las piezas más representativas del autor referidas a los avatares del sentimiento mayor, de los vaivenes, tribulaciones y sentimientos del deseo o ternura que nos presenta este poeta, al que debiéramos considerar referencia ineludible en este difícil terreno. Si alguien quisiera adentrarse en este territorio de lo amoroso, le bastaría con leer al azar en cualquiera de sus páginas. Para muestra, el botón más breve del conjunto:

Desgraciado aquel que ante los muslos desnudos De la amante en el lecho Es capaz de mandarse un discurso.

Luego de esta fase de verbo exultante y extenso, vendrá en Pereira otra: la de contención reflexiva que representan los Somaris, desde El libro de los Somaris (1974), Pereira se da a la tarea de crear un concepto para imprimir un sello a su trabajo y crear su propio idiolecto. Son poemas sintéticos, relampagazos verbales, condensaciones de sentido que atraen hacia sí las plurales verdades del mundo; sus despliegues están en el poema y a la vez son una forma propia que le permite una particular concisión en la voz, es decir, su manera de asumir el poema. En adelante, Pereira cultivará su creación intentando emular las creaciones poemáticas chinas, persas, japonesas, mayas, pemonas o wayús, lográndolo con creces. Los Somaris se localizan invariablemente en el resto de sus libros: en Segundo libro de los Somaris (1979), Vivir contra morir (1988), hasta el punto de organizar un Sumario de Somaris (1988); luego en La fiesta sigue (1992) y más de una década después en Sentimentario (2004), este último una especie de summun de su poesía erótico-amorosa.

Sería interesante emprender un estudio detallado de éstos a la luz de su significación unitaria. Por ahora señalaremos solamente algunos rasgos: epigramáticos, sentenciosos, a veces aforísticos; por momentos oraculares o lúdicos, siempre reflexivos o abiertamente celebratorios. Veamos por ejemplo uno referido a la cotidianidad, “Somari del periódico”:

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Cada mañana recojo el periódico en la esquina ¿Cuánta mala noticia abatirá las esperanzas del día? ¿Cuánta basura enterrará los sueños del amanecer? Los diarios viven como buitres de muerte y de carroña.

Otro referido a la política, “Somari de los barrotes”:

Si los barrotes pudieran atrapar también los deseos de libertad No servirían de nada.

Veamos ahora uno amoroso, “Somari de la imposibilidad de tus ojos”:

La clase de tus ojos es la imposibilidad de ver en ellos algo distinto al deseo de llevarte a la cama.

La variedad de los Somaris es vasta, dijimos. Estimula un acercamiento a éstos en bloque, como la poesía de Pereira a través de sus horizontes temáticos, en el intento de ir develando (nunca revelando, pues de ello se encargarían los poemas en si mismos) con minucia algunos de sus rasgos constitutivos, cosa que no es posible en este breve ensayo. Pero sí lo es señalar ciertos elementos de libros en particular. En Sentimentario, por ejemplo, se localizan otras de las preocupaciones medulares de Pereira: el legado prehispánico, tanto en Venezuela como en Latinoamérica, constatable en la profusa investigación de Historias del paraíso (1997), donde nuestro autor ofrece una relación asombrosa de los atropellos e iniquidades realizadas en tierras americanas por parte de los imperios europeos, en tiempos de conquista y colonización. En el momento de su aparición, reseñé esta obra señalándola de importancia capital para el conocimiento de nuestra historia, lo cual desmiente la creencia corriente de que los poetas no tienen la suficiente capacidad para el análisis sistemático. La otra obra que da fe de esta preocupación es la serie de textos agrupados bajo el título de Costado Indio (2001), donde Pereira se da a la tarea de traducir textos de la mitología wayú, acercarnos a su perspectiva cultural y observar en ellos la afirmación de una cosmogonía propia, un mundo y una cultura raigales, con rasgos definidos, que no

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requieren de la intromisión de una cultura externa para expresarse. Antes bien, revelan valores, mitos y costumbres de mayor claridad y humanidad. Veamos cómo expresa Pereira esta preocupación en algunos de sus textos: Érase en verdad que los mayas soñaban con el tiempo. Obsesivos, lo pensaban dormidos y despiertos bajo el sol y bajo el oscuro ulular del infinito. Imaginaban algo imponderable de eterno fluir, sin comienzo ni fin advenido como océano ilimitado entre cuyas olas el misterio del cosmos se enunciaría en lengua secreta. Noche tras noche los sabios escudriñaban los cielos en procura de concebir aquella estructura espacial y hallar sentido a la existencia. Así crearon las ruedas de los katunes, sus ciclos de veinte años, para trazar significaciones y destinos e interpretar la secuencia de las fuerzas del tiempo en el espacio. (…) (“Chichén Itzá”)

Y en otro, dedicado al pueblo Warao:

Llámeme usted diara tororo (temblor de fiebre) Dígame denokobutu (que pregunta mucho) Pero no me diga inaguaja (sequía) Nómbreme domu (pájaro) o akuajabari (fronda de los árboles) Dígame jarakobe (pulsación) o kojaka (movimiento de una cosa en el aire) Pero no me llame jani (montaña deshabitada) Dokotu-roko (cantor) Aroko turu (el deseoso de cantar) Dokotu-guará-tu (cantor) hasta ver seco mi corazón. (…) (“Canción del Dokutu-guará-tu”)

O este otro, conmovedor, acerca de un piache entre llamas: (…) Lo que fue esmalte del alma ya no vive El río corre como si se deshiciera en sollozos Y me pesan los pies como antaño la desventura

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Allá voy al encuentro de los míos Allá voy precipicio de mi mismo Allá voy para volverme de nuevo el que fui. (“Adagio del piache entre las llamas”)

Un Somari que a través de la reiteración de un leit motiv sirve como o un buen ejemplo del rechazo del autor a la ideología del capitalismo, dice en sus versos iniciales: (…) Tal vez sobrevivan los metales relucientes pero no las mariposas. Los plásticos y los escombros pero no los pétalos bajo el rocío. Los gremios de rufianes pero no los solitarios Los banquetes y festines pero no la alegría.

(“Fin de la historia”)

Hay un Somari que me gusta especialmente, por su significación múltiple, “Somari con desilusiones”:

Pregunto en la esquina por la muerte “Está en los cerros” –dicen— Se acurruca en el pecho de los pobres” Pregunto en casa por el mediodía “Se llevó hasta la sopa en el pellejo” ¿Y el fulgor de la noche? “No viene por aquí” “Viaja en primera”.

Aquí la noche, el mediodía y la muerte son abordados en sólo ocho versos a través del recurso de lo coloquial. En Tiempos oscuros tiempos de sol (1981) es muy visible el tema de la inutilidad de la literatura frente a la realidad política o social, o a la crudeza de los acontecimientos. En el texto “La estupidez de escribir poemas” está presente esto, desde el ritmo y el leit motiv:

Qué estupidez escribir un poema cuando todo nos deja Sus rabias frías en cada hueso y la dura realidad nos golpea (…)

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La responsabilidad política y ética se colocan, en lo humano, por encima de la búsqueda estética, pero al mismo tiempo lo estético puede incorporar a aquéllas en el espacio del poema como un ejercicio crítico de la imaginación. En uno de los Somaris también se lee en su primer verso: Un ridículo poema en tu nombre señora

Se insiste aquí, de paso, en el elemento amoroso como salvación última: “Esta desconocida sustancia de desdichas / me lleva hasta tu vientre.”) como puede observarse en varios de los Somaris que integran este libro, el cual no excluye el horizonte filosófico permanente –como se puede constatar en otros Somaris— sobre todo en lo concerniente al discurrir sobre el tiempo: el tiempo como torbellino, el tiempo de los días locos de la juventud (“Pasaron los días de locura”), el tiempo que parece reconocerse en las imágenes infantiles (por ejemplo, a la remembranza del paisaje marinero en el poema “Velas”). En el primero de los poemas Pereira depura su expresión en favor de lo filosófico, para concluir:

Todo se ha limitado a un inútil orgullo Que siendo polvo somos la vida que se agita.

Pudiera afirmarse que en este libro también se produce una depuración de las imágenes: mayor nitidez, más concisión y menos enumeración; por ejemplo, en el verso:

Vengo de la lengua polvorienta de una calle perdida

Las identidades poéticas, los regresos

En cambio, el asunto de las artes poéticas domina buena parte de Vivir contra morir (1988) no de una manera consciente, claro está, sino como ejercicio de pensar sobre el oficio de poeta, o sobre el ejercicio cotidiano. Está también el tópico de la “tristeza”, un tópico que Pereira no siempre maneja con eficacia, más bien incurre en un énfasis innecesario, junto al de varias torpezas, odios o histerias que no agregan nada significativo a los textos. En cambio la permanencia o

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no en lo poético le hace reflexionar hondamente sobre el gesto de lanzar una piedra a un estanque:

No tengo dioses Ni humanos ni divinos Conozco el destino de la piedra lanzada al estanque Conservo en mis papeles una página en blanco Para tener presente lo que quedará de mí.

Esta veta me parece la más rica en la poesía de Pereira, cuando éste inquiere sobre el mundo, el amor, la soledad o la infancia desde el gesto o desde el núcleo de la experiencia, afincado en una indagación casi visceral del acto de existir, y ello es lo que le confiere una impronta especial, cuando el poema deja de ser puramente lírico o descriptivo, o bellamente construido, para convertirse en una inquisición sobre el propio ser. Pasa de un “Cartel de esteta” donde Hay un poema Que se escribe Con tinta vacía

a otra de sus poéticas, concentrada en un Somari donde

La poesía debe ser vista como un cuerpo al que todos desean besar.

En otros textos, más extensos, el autor registra otra de sus indagaciones principales: la de la perdida identidad, escamoteada desde los orígenes prehispánicos. Ello lo detectamos en la obra maestra “Carta de (des)identidad”, donde realiza un itinerario cultural desde la “derrota” histórica de una raza proveniente de la esclavitud: de sus sombras, de su maíz amargo, de las flechas indias, de “los viejos coágulos de aquellas sombras”. Otros poemas extensos como “Fin de partida” o “En pie” ventilan las temáticas del viaje, la movilidad, el partir a un nuevo derrotero. Al final del texto, éste cierra con la eficaz imagen del rasgueo de una guitarra:

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Así partí otra vez hacia ninguna parte hacia donde rasguear una guitarra era un riesgo apacible sin vanidad ni orgullo ni amargura.

En otros poemas largos como “Cuentos y otros sueños” y “En pie” Pereira intenta en el primero narrarnos algo haciendo parodias de relatos franceses, españoles, chinos o árabes con la sola intención de ironizar o saludar las nuevas invitaciones a soñar, mientras en el segundo, ya lo dije, el tema de la tristeza no logra ser manejado de forma convincente. En La fiesta sigue (1992) –el título no es fortuito, remite a la exaltación del existir— esta poesía sigue adentrándose en sus núcleos, a través de un peculiar sentimiento de exacerbación del ser donde asoman diversos motivos: la infancia y sus personajes entrañables, el hogar, los viejos mercados, las historias íntimas, los ardores por las mujeres hermosas, los amigos. Entre ellos destaco el titulado “La eterna batalla”, una suerte de narración de la lucha con la cotidianidad resuelta en la búsqueda, dentro de un tacho de la basura, donde cae por accidente un juego de ajedrez. En su busca surgen papeles, panes viejos, medias, colillas, jabones gastados, juguetes descompuestos y hasta las hojas marchitas de un mal poema, y finalmente aquel rey negro (“invencible y demacrado”) del ajedrez. Este poema con su naturalidad expresiva y su nitidez narrativa nos pone frente a otra de las obras maestras de Pereira. Me gustan mucho también el “Somari de los soñadores” y “Cuando se dice la palabra amigo” donde el poeta hace una hermosa declaración de lo que para él es la amistad: “Se tiene una lámpara encendida en los ojos / y un resplandor adentro”, dice. Escrito de salvaje (1993) es el libro donde Pereira asume la responsabilidad literaria de recrear el mundo indígena de la cultura warao o de la cultura wayú. El poeta radicaliza su expresión para comunicarnos su “costado indio”, contrapunteándolo con los otros mundos no occidentales de la cultura hindú o un paseo por Samarkanda; pero los más notorios son los textos que aluden a lo warao y wayú. En efecto, uno de éstos, “Sobre salvajes”, se ha convertido en el texto más conocido de Pereira, referido y citado de continuo, recordado por la belleza y concisión de las imágenes que glosa de la cultura pemona

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de la Gran Sabana en el estado Bolívar. El poema constituye una requisitoria contra Occidente, en la medida en que éste ha ignorado el legado de la literatura prehispánica. Entre las hermosas metáforas que allí se registran bastará citar sólo cuatro: rocío: “saliva de las estrellas” (pemones); lágrima: “guarapo de los ojos” (pemones); alma: “sol del pecho” (waraos); amigo: “mi otro corazón” (Waraos). Ironizando, Pereira escribe al final:

Tienen tal confusión de sentimientos Que con toda razón Las buenas gentes que somos Les llamamos salvajes.

El Somari favorito mío de este libro es aquel que concluye con la meditación:

Ignora que todo lugar bajo el cielo es siempre el mismo y sólo son otros en el sueño y la imaginación.

En Oficio de partir (1999) el tono de los Somaris se intensifica, reflexionando sobre el carácter efímero y fugaz de la existencia:

Nótese como la vida se escurre Cómo entre nada y todo Entre estar y no estar En subir y bajar naufragan viejos sueños proyectos insensatos amores en cuyo temblor no viviremos (…) (“Somari de la vida que se escurre”)Fugacidad confirmada en el mismo título del libro, o expresado en apenas dos versos:

Asciendo al cielo donde hago mis planes Después desciendo al mundo y los deshago En numerosos ejemplos se alude a este sentimiento de lo efímero donde aparecen los licores que embriagan, lo perdido, los navíos que parten, la presencia de la casa vacía (que es en el fondo una ausencia); por cierto, este regreso a la casa de la infancia está plasmado en los poemas “La abatida” y “Memorial de la casa vacía” son temas propios

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de este libro acaso porque el poeta, ya instalado en su edad de madurez, siente la necesidad del regreso a sus raíces. En efecto, Pereira logra aquí expresar un estremecedor tono lírico sin abandonar el poder de sus imágenes e indica un nuevo giro en su poesía, un tema hasta ese momento no abordado. Escribe, por ejemplo: Hay un sentimiento humano tapiado para siempre sin que ningún poeta descifre su terrible poder (…) Hay nubes y frutos desconectados de todo egoísmo Y una ventana que sólo sirve para ignorar el mundo (…) Por supuesto, Pereira no olvida nunca el horizonte amatorio, carnal, erótico el cual es siempre variable y se cumple en circunstancias o tiempos diversos, desde la sola mención de un nombre de mujer; los amantes que esperan su reencuentro en un restaurant; la amante furiosa que concentró su acto erótico en 16 minutos; la hermosa mujer de negro que cruza sus bellas piernas en la estación del Metro; las metáforas que no pueden asir completamente el amor pleno, aunque esa imposibilidad se desmiente ante el “Somari de lo imposible” cuando el poeta nos dice: “cada mañana salgo a la calle con tu vientre a cuestas”, para citar sólo uno de esos “imposibles posibles” que sólo tienen lugar en la experiencia amoroso-erótica. También el tono filosófico se intensifica hacia nuevos sentidos, y en apenas dos versos el poeta puede dar cuenta de sugerencias múltiples. Por ejemplo:

Por favor tener conciencia de la propia ignorancia es un gran peso. (“Somari con gran peso”)

O: Los huevos de paloma son como los cohetes Todo el mundo presume que volarán algún día. (“Somari de los huevos de paloma”) Éstos alcanzan límites máximos en los llamados Antiproverbios, los cuales poseen un claro contenido sarcástico o de crítica social, y son, como dijimos, dos de los horizontes que sustentan esta poesía. Pongo

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tres ejemplos solamente, pero le aseguro a los lectores que vale la pena disfrutarlos todos, tal es su poder de condensación.

10El hombre superior vive en paz con todos los hombres. ¿Y los otros?

13Lo que tú das a los demás te lo das a ti mismo. Sigamos repartiendo golosinas.

27Hasta el día más largo tiene fin. Menos en el tercer mundo.

La mordedura del tiempo

Se pudiera decir que el discurrir del tiempo es el tema central del libro Equinoccial (2007) y que en éste se cumplen y compendian otros. El tiempo en este libro adquiere varias fases y formas: peregrinaciones, viajes, pasajeros, partidas, amigos idos, trayectos solitarios, el salitre marino que desgasta las cosas y los pronósticos del tiempo físico aquí se vuelven tormentas interiores; en fin, aquí el tiempo ejerce su dominio y lo va tejiendo de modo meticuloso en los diversos poemas. Así lo percibimos de manera expresa en “El viaje solitario”, “Relojería”, “La partida”, “En la nada de ahora”, “La pasajera”, “Los amigos no llegan” o “Memorial de la pobreza”. Como no disponemos de espacio para citar todos estos poemas completos, nos referiremos a una parte mínima de éstos.

Fluye suelta en el aire la vida que vivimos la muerte que abrigamos (“La casa sepultada en la arena”)

Cada equipaje sirvió para el regreso pero estaba vacío (“En la nada de ahora”) Los amigos no llegan Cuando vengan La desdicha se habrá vuelto magnolia. (“Los amigos no llegan”) El peregrino siempre vuelve a casa. (“Memorial de la pobreza”) ¿Quién inventó las horas? ¿Quién dividió los días en minutos segundos angustias

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zozobras y simplezas? (“Relojería”) Yo había luchado en vano contra viento y salitre En el peñasco de océano donde erigí mi casa (“Memoria del salitre”) Aunque este elemento temporal sea lo dominante como veta de la reflexión filosófica, no pueden excluirse los demás horizontes que he venido remarcando. Me atrevería a decir que en Equinoccial esta palabra parece adquirir un tono de compactación donde el itinerario de voces y latencias despliega un singular poder expresivo. Tenemos aquí por ejemplo el Somari más concentrado de Gustavo Pereira, un Somari a secas de apenas cinco palabras:

Lo imperceptible ama el silencio. El equinoccio es, como bien sabemos, la época del año en que los días y las noches tienen la misma duración en todo el globo terrestre, por hallarse el sol sobre el ecuador. Según parece, el sol no piensa moverse mucho del ecuador aquí en las regiones de este trópico absoluto, como bien le decía nuestro gran poeta Eugenio Montejo, y mucho menos aquí en Venezuela, donde ciudades como Porlamar, Barcelona o Coro pareciera que el sol no quisiera tomarse nunca unas vacaciones, para fijar aquí su residencia permanente. Aquí, cuando el sol alumbra los médanos o el mar, y el mar ruge al cielo y el cielo amontona las nubes para crear lluvias o tormentas, entonces podemos decir que somos seres equinocciales, que nuestras pieles han sido curtidas por ese sol, que somos hombres y mujeres solares. Creo que esto es lo que se percibe en este libro de Gustavo Pereira, donde ha dibujado un itinerario o un repertorio muy acabado de su periplo vital. Entre otras, ha vuelto a insistir sobre la imagen urbana del “pipote de basura” presente en uno de sus primeros libros de poemas, a la cual señalé como fundamental en la construcción de su mundo. No hay como un pipote de basura en la noche para remedar en la calle la triste derrota del esplendor.

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Deseo insistir en la sección intitulada “Declaración de amor con tormentas” donde el poeta exhibe un tono melancólico, elegíaco o nostálgico, un tono que lo reconcilia con el tiempo y en el tiempo. En elegías a su madre, en oraciones, inventarios, Somaris, declaratorias o tonadas, el poeta vuelve sobre la idea de la poesía como herramienta de justificación existencial, moral o estética. Por ejemplo, nos dice en “Tonada de la gran dama” preguntándose al final ¿La poesía será la inadvertida que nos persigue entre las sombras? Si, en efecto, ella parece encarnar la mejor forma de otorgar una razón de ser a lo vivido, lo pensado o lo sentido.

Abrazo desde el horizonte amistoso A través de este breve repaso por algunos textos de Gustavo Pereira en sus libros principales, he querido indicar cuatro de las propuestas de este escritor en el momento de acercarse tanto al mundo que le rodea, como a su mundo interior, el mundo de los sentimientos, y por el otro al orbe de sus preocupaciones éticas y estéticas, valga decir, humanas y literarias. Para Pereira estos horizontes se hallan todos interconectados, despliegan su poder comprensivo en varias direcciones pero mantienen el vigor de su tono, ese vínculo de sobrerealidad que le viene del mejor surrealismo y del cubismo vanguardista, evidentemente mixturado al de todas sus lecturas de autores venezolanos e hispanoamericanos de cualquier tendencia, pero sobre todo a las expresiones de la cultura de su región natal del oriente del país, donde destacan la tradición musical y la tradición plástica, el folklore, los bailes, el contacto con esa hermosa música de polos margariteños y el roce directo de sus gentes, con sus labores y afanes cotidianos, que reinventan de continuo la realidad en ese mar, ese sol y bajo ese cielo, y esa habla veloz y graciosa que modulan a diario. Legado que muta en el trópico del Caribe mediante un lenguaje cromático, poblado de una riqueza sensorial considerable, que ha hecho de él uno de los más sólidos exponentes de nuestra poesía, con pleno derecho a conquistar un espacio en el ámbito hispanoamericano. Al lograrlo, Gustavo está convirtiendo su palabra en un arma cargada de futuro, como bien nos lo proponía el poeta español Gabriel Celaya. Él es amigo de los amigos y ha hecho de ese noble sentimiento una suerte de apostolado, un valor esencial del ser humano, lo cual nos lleva a retribuírselo a él dándole un fraterno abrazo, situados siempre en el horizonte complementario de los afectos.

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LIBROS CONSULTADOS Gustavo Pereira, Sentimentario, Monte Ávila editores Latinoamericana, Colección Altazor, Caracas, 2004.

Gustavo Pereira, Poesía Selecta, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Biblioteca Básica de Autores Venezolanos, N° 14, Caracas, 2004. Gustavo Pereira, Antología compartida, Prólogos de Fidel Flores, Ramón Ordaz, José Canache La Rosa y Salvador Tenreiro. Fondo Editorial del Caribe, Colección El Círculo de los Tres Soles, I, Anzoátegui, Venezuela, 1993. Gustavo Pereira, Los cuatro horizontes del cielo y otros poemas, Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, III Edición, Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Caracas, 2011. Gustavo Pereira, Poesía y Prosa, Prólogo de José Balza, Cronología y Bibliografía de José Pérez, Fundación Biblioteca Ayacucho, Colección Clásica, N° 248, Caracas, 2013.

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Gustavo Pereira: Cuatro Horizontes de una poética de Gabriel Jiménez Emán se terminó

de imprimir en mayo de 2014,

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El Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo es un evento que se realiza simultáneamente cada año en todo el planeta durante el mes de mayo, y ha logrado consolidar una propuesta para hacer de la poesía un canto humanista por la paz y a solidaridad entre los pueblos.

En esta VIII Edición del Festival del año 2014, la ciudad de Coro y sus poetas se suman a este evento mundial con el lema “Si no hay paz no habrá futuro”, y han decidido homenajear al poeta venezolano Gustavo Pereira, a cuya obra se acerca en esta oportunidad el escritor Gabriel Jiménez Emán a través del presente ensayo de interpretación.

Gustavo Pereira es uno de los poetas fundamentales de la literatura venezolana contemporánea, autor de una vasta obra poética, ensayística y humanística que le ha merecido el reconocimiento continental.