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Instituto de Desarrollo Económico y Social is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Desarrollo Económico. http://www.jstor.org Instituto de Desarrollo Económico y Social Tulio Halperín Donghi y la sociología Author(s): Emilio de Ipola Source: Desarrollo Económico, Vol. 39, No. 154 (Jul. - Sep., 1999), pp. 261-284 Published by: {ides} Stable URL: http://www.jstor.org/stable/3455930 Accessed: 10-05-2015 20:30 UTC Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at http://www.jstor.org/page/ info/about/policies/terms.jsp JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. This content downloaded from 201.20.17.249 on Sun, 10 May 2015 20:30:22 UTC All use subject to JSTOR Terms and Conditions

Halperin Donghi y La Sociología (1999, De)

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historia de las ideas, sociología

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Instituto de Desarrollo Económico y Social

Tulio Halperín Donghi y la sociología Author(s): Emilio de Ipola Source: Desarrollo Económico, Vol. 39, No. 154 (Jul. - Sep., 1999), pp. 261-284Published by: {ides} Stable URL: http://www.jstor.org/stable/3455930Accessed: 10-05-2015 20:30 UTC

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DESARROLLO EcONOMIco, vol. 39, NQ 154 (julio-setiembre de 1999) 261

TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA

EMILIO DE IPOLA*

Las ciencias sociales y las ciencias humanas, especialmente la sociologia y la historia, no han mantenido a lo largo de su desarrollo relaciones muy amistosas. La ponderable pero tambi6n pretenciosa ambici6n de la sociologia de encuadrar te6ricamente el trabajo de los historiadores asi como la emperiosa costumbre de estos I0timos de resistirse a esos encuadres e incluso a demoler cada nuevo marco te6rico propuesto por los soci6logos nutrieron una mutua hostilidad que todavia persiste. El hecho no debe ser, en mi opini6n, excesivamente lamentado. Finalmente, la controversia y la polemica son formas, aun extremas, de dialogo. Pero en ocasiones no es injusto extraiar modalidades menos belicosas de relaci6n entre ambas disciplinas. El presente trabajo, escrito, digamos, desde la sociologia, esta inspirado por el deseo de abordar t6picos que pongan positivamente en contacto la teoria sociol6gica y la historia, pero tambien aspira a que sea leido como un homenaje al historiador de quien sera cuesti6n en lo que sigue. Cumplir con este homenaje fue para mi grato; en cambio, plantear y desarrollar los t6picos mencionados me oblig6 a una faena que, sin ser ingrata, result6 a mi pesar, como se vera en los engorrosos meandros en que crei necesario internarme, extremadamente laboriosa.

La obra de Tulio Halperin Donghi, ampliamente reconocida por los cultores de las ciencias sociales y humanas, no ha suscitado, salvo excepciones, la esperable disposici6n a analizarla a que tal reconocimiento pareceria obligar. Seria sin embargo err6neo condenar esta omisi6n sin antes intentar entenderla. Ocurre en efecto que hay tambien razones atendibles para no abocarse a esa tarea -mas aun si se la emprende desde el problemdtico terreno de las ciencias sociales-. Hacerlo comporta aceptar un reto que algunos no vacilarian en Ilamar temerario. Prolifica, elaborada con amplia e impecable erudici6n, con una prosa abundante en construcciones complejas, y en la que a veces, como se ha dicho de otros autores, algunas de sus ideas mas sugerentes

est.n en las clausulas subordinadas,

la obra de Halperin desafia, no dire la critica, sino la simple recensi6n descriptiva. No obstante, quienes intentamos dedicarnos a las ciencias sociales y, en particular, a la sociologia, ganariamos en encarar ese desaffo como un estimulo y hasta como una exigencia. Quisiera desarrollar brevemente este Iltimo punto -que asi formulado se presta a una interpretaci6n banal- y, por la misma ocasi6n, explicitar el horizonte de problemas en el cual procura situarse la lectura de Halperin que aqui efectuaremos.

* CONICET, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. [ 29 Part.: Costa Rica 4652 / 1425 Buenos Aires / I 4833-0430 / Correo electr6nico: <[email protected]>.]

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262 EMILIO DE IPOLA

En Le cru etle cuit, Claude Levi-Strauss afirma que cuando el andlisis estructural logra demostrar que mitos de muy diversa procedencia (esto es, provenientes de sociedades entre las cuales a menudo no se conocen vinculos hist6ricos) forman objetivamente un grupo', dicha demostraci6n plantea un problema a la historia -y no a la inversa, como algunos pretenderian- invitandola "a abocarse a la boisqueda de una soluci6n"2. Envite este iltimo no exento de malicia, puesto que unade la convicciones

mas s6lidas del pensamiento levi-straussiano es que, por razones de principio, la historia no puede tener una respuesta valida para ese problema3.

Hemos citado estas afirmaciones de Levi-Strauss, coetaneas del momento triunfante del pensamiento estructuralista, para ilustrar el tipo de enfoque que no nos proponemos adoptar en este trabajo. Esto es: no se tratara, en este recorrido de la obra de Halperin, de interrogar al historiador sobre la validez de los conceptos y enunciados te6ricos que dicha obra utiliza o simplemente presupone -conceptos y enunciados que por lo demas no abundan en la obra de Halperin-. Se tratara, al contrario, de sacar a luz preguntas, problemas, cuestionamientos que (tal es al menos nuestra hip6tesis) la obra de Halperin plantea a quienes intentamos reflexionar sobre determinados aspectos te6ricos de las ciencias sociales.

Al adoptar este enfoque no pretendemos ser originales; ello sin embargo no nos exime de hacernos cargo de que el enfoque en cuesti6n conduce a un tratamiento atipico de la obra de Halperin. Atipico, en efecto, porque, internindose en ella bajo el acicate de una interrogaci6n te6rica, nuestra indagaci6n habra de seguir un itinerario caprichoso y cambiante por dicha obra, deteniendose con excesivo detalle en algunos textos y apenas sobrevolando otros, "saltando" a veces de unos a otros y, sobre todo, recortando ciertos analisis e interpretaciones para que sirvan de apoyo a una argumentaci6n, lo que en ocasiones les hara perder parte de su sabor propiamente hist6rico. Creemos sin embargo que esa atipicidad no da razones para invalidar esta tentativa.

Debemos con todo tomar precauciones contra la posible objeci6n de que estariamos buscando dirimir querellas de teoria sociol6gica utilizando para ello a mansalva el campo de la historiografia. Prever esa objeci6n tiene la ventaja de obligarnos a limitar, y a hacer asi explicita, la problemdtica te6rica a ser explorada en el curso de este trabajo, en la medida en que nos exige escoger un problema te6rico no banal que, mAs alli de particularidades terminol6gicas propias de cada disciplina, sea efectivamente compartido por la sociologia y la historia. Existen por cierto mOltiples interrogantes te6ricos comunes a la reflexi6n sociol6gica y ala hist6rica; por ejemplo, el de las relaciones entre estructuray acontecimiento (o, segOn otras formulaciones, entre estructura y proceso), el de los criterios de conceptualizaci6n de la complejidad social (de las "sociedades"), el de los "constituyentes (ltimos del mundo social"4, etcetera.

1 Es decir, "un sistema de afinidades 16gicas" (Levi-Strauss, 1964, 16). 2 "Hemos construido un grupo -prosigue L6vi-Strauss-, y esperamos haber proporcionado la prueba de que

era un grupo. Incumbe a los etn6grafos, a los historiadores y a los arque6logos decir c6mo y por qu6" (L6vi-Strauss, 1964, 16).

3 En Les structures 616mentaires de la parent6 L6vi-Strauss admite que existen "fen6menos de convergencia", en virtud de los cuales secuencias hist6ricas diferentes dan lugar, en sociedades tambi6n diferentes, a instituciones andlogas. Pero, por una parte, cuando se trata, no por fuerza de una misma instituci6n, sino de propiedades formales comunes a una o varias instituciones, y, por otra, cuando esas propiedades formales se reencuentran en un gran nO- mero de sociedades antiguas y modernas (si no en todas ellas) la explicaci6n hist6rica se revela insuficiente (Cf. L6vi- Strauss, 1967, 26-27, y, mis generalmente, sobre los limites del conocimiento hist6rico, L6vi-Strauss, 1962, 332-348).

4 Se trata del problema que, sobre todo en sociologia, ha sido popularizado por los criticos y defensores del Ilamado "individualismo metodol6gico", pero que, bajo diversas formulaciones, tiene precedentes de larga data entre cientistas sociales e historiadores. (Max Weber, entre otros, lo trata explicitamente).

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 263

Creemos sin embargo que, entre esos problemas, hay uno que goza de un poco discutible privilegio: nos referimos al de las relaciones entre acci6n y representaci6n. Elegimos esta formulaci6n clasica s6lo como punto de partida, para no comprometernos de entrada con una interpretacion mis sofisticada que correria el riesgo de revelarse luego demasiado estrecha. En terminos generales, el problema de las relaciones entre acci6n y representaci6n remite a la idea, compartida en ese nivel por muchos soci6logos e historiadores, de que la acci6n humana no es una mera sucesi6n objetiva de actos discretos a los que, como un componente segundo respecto de la accion como tal, cabria agregar una sucesi6n de contenidos ideacionales (intenciones, creencias, argumentos, interpretaciones, voliciones, etcetera). Muchos cientistas sociales e historiadores tienden al contrario a coincidir en la convicci6n de que aquello que los actores saben, creen, desean, esperan de su acci6n, asi como los criterios con arreglo a los cuales recortan, explican, justifican y eval an to que hacen, forman parte integrante de la acci6n como tal -y deben por tanto ser incorporados en la caracterizaci6n del concepto mismo de acci6n.

Pero si hablamos de "problema" de las relaciones entre acci6n y representaci6n es porque, mas alla de esa coincidencia en lo general, y por poco que se busque acceder a nociones mas precisas acerca de la naturaleza de las relaciones en cuesti6n, comienzan los equivocos y las divergencias. Ateniendonos a las ciencias sociales, es notorio que un mar- xista, un weberiano, un funcionalista y, mas cerca de nosotros, un partidario de la teoria del rational choice o un giddensiano tienen ideas muy diferentes acerca de esas relaciones, a su- poner-lo que no es seguro en todos los casos- que tengan ideas bien definidas sobre ellas.

En cuanto a la historia, la obligada frecuentaci6n de historiadores que en las Oltimas decadas se han empeiado en confrontar sus puntos de vista con los de las ciencias sociales (entre otros, F. Braudel, E. P. Thompson, P. Anderson, P. Veyne y F. Furet) nos permiten asegurar que el mencionado problema posee la misma vigencia y provoca debates tan f6rtiles como los que posee y provoca en las ciencias sociales.

Pero el problema de las relaciones entre acci6n y representaci6n no tiene s6lo la virtud de jugar un papel central en la reflexi6n te6rica de esas disciplinas. Tiene tambien la ventaja de hallar en la obra de Halperin Donghi una abundante materia para su discusi6n. Ventaja ambigua, sin embargo. En efecto, si, por una parte, dicha obra pone a nuestra disposici6n un comulo de andlisis extremadamente ricos en los que, a prop6sito de multiples temas, Halperin enfrenta y responde in concreto al problema en cuesti6n, por otra, es preciso tener anticipadamente en cuenta que, como ya sehalamos, esos andlisis son harto frugales en cuanto a explicitaci6n de supuestos te6ricos se refiere5. Sera a veces necesario entonces intentar reconstruir, al menos en sus rasgos principales, esos supuestos, a traves de los indices no demasiado explicitos, y las en cambio multiples sugerencias implicitas, que la obra de Halperin contiene.

1. Acci6n, conciencia, discurso

En una entrevista reciente, preguntado sobre la relaci6n entre los proyectos ideologico- politicos de algunos intelectuales argentinos de mediados del siglo pasado y las modalidades concretas en que se desenvolvieron y culminaron los procesos hist6ricos que dichos proyectos pretendian orientar, Halperin daba una respuesta en la que se advertia su resistencia a aceptar ciertas presuposiciones que suele acarrear la pregunta misma. Era claro, ante todo, que no lo tentaba demasiado insistir en las tesis que, al amparo de diferentes observancias te6ricas y filos6ficas, postulan como irrevocable necesidad una

5 Ese (parcial) silencio te6rico de Halperin, no susceptible a mi entender de reproche alguno, ha dado con todo ocasi6n al presente trabajo.

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total inadecuaci6n entre objetivos buscados y logros obtenidos, entre proyectos (individuales o colectivos) y resultados hist6ricos concretos. Tampoco lo satisfacia el dictamen ingenioso, pero a su juicio trivial, de un Hobsbawm, para quien "todas las revoluciones fracasan porque ninguna logra todo lo que se propone, y al mismo tiempo todas tienen exito porque ninguna deja las cosas como las encontr6" (Entrevista a Tulio Halperin Donghi [*], 1994, 42). Halperin parecia preferir una respuesta mas compleja, pero tambien mas abierta a esa pregunta. En la misma entrevista, precisaba su pensamiento en estos terminos:

"Lo que hace interesante esa trayectoria de los intelectuales argentinos de mediados de siglo no es tanto lo que al final algunos de ellos consideran su fracaso sino la desaforada ambici6n que Ilevan a ese proyecto al comienzo y la medida en la cual han tenido 6xito" (Ibidem). Asi pues, lo significativo en este caso no es la incongruencia entre objetivos propuestos

y resultados obtenidos, sino la congruencia (es cierto que solo parcial) entre ambos, mas alla de la evaluaci6n pesimista que, aios mas tarde, haran de la empresa quienes fueron sus responsables.

Siguiendo una linea de pensamiento analoga, en uno de sus trabajos recientes, Halperin, luego de evocar una celebre frase de Marx ("los hombres hacen la historia, pero no saben que historia estan haciendo"), al referirse a los dirigentes de los grupos clandestinos surgidos en la Argentina hacia fines de los '60 y hacer notar su capacidad de "orientarse... certeramente en el marco politico que se niegan a reflejar en sus perspectivas te6ricas", anota que "es dificil no concluir mas bien que se esfuerzan por no saber lo que sin embargo sospechan bastante bien" (THD, 1995a, 57). Aqui nuevamente, pero en terminos mais complejos, el analisis de Halperin hace jugar una cierta relaci6n entre acci6n y representaci6n. No se trata ya de la evaluaci6n tardia de un proceso politico consumado por parte de intelectuales que intervinieron activamente en eI y que, ahos o incluso decadas mas tarde, unen indisociablemente esa evaluacion a la de su propio proyecto personal; tampoco simplemente del modo en que los dirigentes de un grupo politico reflexionan acerca de los resultados de su acci6n, sino mas bien de la manera en que dichos dirigentes caracterizan a esa acci6n misma.

SegOn Halperin, el discurso politico de los jefes montoneros definia a este grupo como precursor de la guerra popular que deberia Ilevar, atraves de un peronismo y un Per6n ahora

s61idamente avalados por la hegemonia indisputada de esos mismos grupos, a la construcci6n de la "Patria socialista". Pero los atractivos ideol6gicos de ese discurso no podian ser tan enceguecedores como para que quienes lo enunciaran no advirtieran que la positiva resonancia que sus primeras acciones (los asesinatos de Vandor y Aramburu) habian tenido en sectores de la ciudadania, la benevolencia con que el propio Per6n las habia acogido, e incluso su repercusi6n en el gobierno militar mismo, daban al comportamiento de ese grupo significados muy diferentes de los que su predica explicita le atribula. Como afirma sin rodeos Halperin:

"...el 6xito de los movimientos insurreccionales se mide, mAs que en su capacidad de movilizar a las masas para la lucha final, en el acostumbramiento progresivo que induce a la opini6n piblica a admitir la inclusi6n del asesinato entre las pr.cticas politicas tenidas por aceptables" (THD, 1995a, 57-58). Las posteriores autocriticas de los dirigentes montoneros, insistiendo sobre su

vanguardismo y su aislamiento de las masas, no parecieron dispuestas a recordar ese exito inicial, ni mucho menos a dar cuenta de eI. Pero -insiste Halperin- esos grupos no podian ignorar que, gracias a sus primeras intervenciones, habian eliminado dos molestos escollos

[*] En las citas bibliogr6ficas, THD de aqui en adelante.

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para el retorno del Lider desterrado. Al declarar no ver en sus acciones iniciales otra cosa que aventurerismo marginado del movimiento de masas, el discurso montonero decidi6 desconocer, con la dudosa 16gica de un forzado a posteriori, aquello que, incluso para los jefes montoneros mismos, habia contribuido decisivamente al 6xito de su accionar. Decidi6 olvidar o desmentir en su discurso lo que en sL practica sabia; lo que, por lo demas, daba una significaci6n precisa a su empresa: un proyecto de poder, antes que de transformaci6n social radical, que, utilizando osadamente los instrumentos de la violencia, buscaba la restauraci6n de Per6n y la transferencia del poder politico a sus "formaciones especiales", es decir, a los propios Montoneros. Sin duda, la aplastante eficacia con que contribuyeron a que se cumpliera acabadamente el primer objetivo fue una de las causas principales que hicieron imposible el logro del segundo. Pero, segOn Halperin, el sentido inicial de su accionar politico no podia escaparseles.

Estas indicaciones permiten ya una primera incursi6n en lo te6rico. En la referencia a los fundadores de la Argentina moderna -punto que retomaremos mas abajo- y a los Montoneros parece ser cuesti6n de una significativa distancia entre, para emplear una f6rmula abreviada, lo dicho y lo hecho. Desde muy opuestos enfoques, la sociologia tradicional ha comentado largamente ese desajuste. Falsa conciencia, residuos, ideologiay sus derivados, han sido los recursos conceptuales mas frecuentemente utilizados para dar cuenta de 1l. En todo caso, el drama se jugaba siempre entre dos personajes: por un lado, los hechos, los actores, la conducta, en suma, los procesos sociales "objetivos"; por otro, las "ideas", las "representaciones colectivas", explicitas o implicitas, manifiestas o latentes, pero siempre detectables a traves del andlisis de la palabra de los actores. Estructural- funcionalistas, estructuralistas y marxistas podian disentir en Io que hace a la descripci6n y explicaci6n de tal desfasaje, pero sus dispositivos te6ricos tenian en comun la clasica separaci6n entre el registro de lo "real" y el registro de la "representacion" -generalmente inadecuada o deformada.

Corrientes sociol6gicas mas recientes han cuestionado ese clivaje. Lo han hecho, por lo general, subordinando uno de los registros en provecho del otro. Asi, por una parte, enfoques objetivistas, como los que ilustra, desde el marxismo analitico, Gerald Cohen6, concuerdan en considerar que determinados parametros estructurales, definibles a nivel macrosocial y con prescindencia de categorias subjetivas tales como normas, valores, creencias, etcetera, constituyen los principios de inteligibilidad del sentido de las conductas y, en general, de los procesos sociales (incluidas las normas, valores, creencias, etcetera).

La popularidad academica de las diversas variantes del objetivismo sociol6gico se ha apoyado desde siempre en dos pilares: uno reside en su continuidad con la actitud objetivante de sentido comu'n, cuyas ventajas (economia, no necesidad de referirse a estados mentales inaccesibles, adaptaci6n a las exigencias de un juicio comon) conserva. El otro pilar radica en el hecho de que la posici6n objetivista en sociologia ha sido proverbialmente asociada a la tesis seg'n la cual el objetivismo es la Unica opci6n te6rica conciliable con el ideal, que se supone plausible, de que las ciencias sociales gocen de un estatuto epistemol6gico similar al de las ciencias naturales.

En los antipodas, y como alternativa a esa posicion, se situ0an enfoques de corte subjetivista, en particular la etnometodologia, heredera de los planteos fenomen6logicos de Alfred Schutz, donde el acento esta puesto en las opiniones y creencias de los actores sociales, en torno al tema de la "construcci6n social de la realidad". Al contrario de los anteriores, estos enfoques deben su atractivo al hecho de que se esfuerzan por exhibir los supuestos no tematizados sobre los que descansa la actitud objetivante de sentido comin.

6Cohen, 1986.

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Centrando el anilisis sobre las condiciones subjetivas de posibilidad de las conductas, las normas institucionalizadas y las identidades colectivas, los etnometod6logos han dado forma a lo que Ducrot llama una "sociologia de lo implicito", no exenta por cierto de interes7.

Aqui empero no interesa tomar posici6n en torno de la ontologia de lo social que cada una de estas opciones te6ricas expresa. Importa en cambio investigar hasta qu6 punto dichas opciones dan acceso a recursos conceptuales que permitan pensar a nivel te6rico aquello que Halperin expone a nivel hist6rico.

Retomando el ejemplo de los grupos politicos clandestinos en la Argentina y, en particular, el de los Montoneros, parece claro por un lado que nos encontramos con un caso de desajuste entre un curso de acci6n y el modo en que este es reflexionado por sus propios actores y, por otro, que tal desajuste, para decir lo menos, se muestra refractario a la conceptualizaci6n tradicional en torno de la "falsa conciencia" y sus variantes. En efecto, dichaconceptualizaci6n reduce sistemAticamente a un solo nivel (al que denomina "conciencia social", "subsistema cultural" o "superestructura ideol6gica") todo aquello relacionado con lo que Ilamaremos la dimensi6n simb6lica de la acci6n, ocluyendo toda posibilidad de dar cuentade fen6menos de resignificaci6n o de recuperaci6n discursiva expostde significados producidos, intencionalmente o no, "al ras", por asi decir, de la acci6n misma. La conciencia social, los residuos, las ideologias, las creencias y, en general, las formas de expresi6n simb61lica se sitian ex hypothesis en un nivel sin duda derivado, "segundo", pero tambien unico y lineal. Por cierto, sus formas de aprehensi6n suelen ser muy variadas y otro tanto cabe decir de las interpretaciones a que pueden dar lugar8. Pero tales modalidades diversas de registro y de interpretaci6n dan por supuesta una previa concepci6n unidimensional del dominio de la significaci6n de la accion y ese supuesto limita

irremediablemente al ana'lisis.

En cuanto a las opciones mas recientes a que hemos hecho referencia, se nos permitira ser breves con respecto a las teorizaciones de corte objetivista, como la antes mencionada de Gerald Cohen, porque, al margen de los meritos o las insuficiencias que puedan atribuirseles, es notorio que cuando abordan la problemitica que ahora nos ocupa no intentan aiadir nada nuevo a los planteos clAsicos, sociol6gicos o marxistas, antes expuestos. Cabe decir, en descargo de Cohen, que este autor, con encomiable desenvoltura, se hace un deber aclarar, en la principal de sus obras, que su prop6sito es defender un marxismo anticuado y tradicional9.

Una apreciaci6n harto mAs ponderada merecen los aportes de la etnometodologia y, en general, las corrientes de raiz fenomenol6gica agrupadas habitualmente bajo el r6tulo de "sociologias de la vida cotidiana" (E. Goffman, H. Garfinkel, A. Cicourel y otros). Para dar s61o algunos ejemplos, los analisis de Goffman acerca de las estructuras de interacci6n en situaciones, ocasiones y, mas especificamente, en "encuentros" cara a cara, o los de Garfinkel sobre las estructuras formales de las actividades comunes, cuentan entre las contribuciones mas originales al conocimiento de las configuraciones de sentido que subtienden, de manera generalmente implicita, a actitudes, conductas e identidades personales en diferentes contextos.

7 Cf., sobre este punto, Ver6n, 1973, especialmente pAgs. 268-272. 8 Este Oltimo aspecto presta el flanco a otra serie de criticas que no podemos desarrollar aqui. Indiqu6molas

sucintamente: es comOn en este tipo de enfoque referirse a las formas simb61licas en t6rminos de "traducci6n", "expresi6n", "reflejo" (la palabra importa poco, pero dentro de su vaguedad, sugiere una relaci6n de tipo causal) de determinados hechos o comportamientos sociales. Sin embargo, a esta conceptualizaci6n de inspiraci6n causalista suele superponerse otra de carccter funcional e incluso, en sus versiones m's bastas, de corte conspirativo: la ideo- logia "disimula", "falsea", "oculta" o tambi6n "intenta justificar", con fines inconfesables, un cierto estado de cosas.

9 "Porque lo que yo defiendo es un materialismo hist6rico anticuado, una concepci6n tradicional en la que la historia es, fundamentalmente, el desarrollo de la capacidad productiva del hombre..." (Cohen, XVI).

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 267

En cuanto a las criticas, son conocidas entre nosotros las que les dirigen A. Gouldner y E. Ver6n10. Reservas con muchos puntos en comon con las de estos dos autores formula a su vez Anthony Giddens, sin que ello le impida utilizar ampliamente las contribuciones de los etnometodologos. Precisamente a Giddens hemos de referirnos en lo que sigue.

Se impone destacar de entrada que la de Giddens es una de las mas fecundas propuestas formuladas en los l0timos ahros desde la teoria social para superar los impasses a que conducen los enfoques dependientes de la dicotomia objetivismo/subjetivismo. En efecto, apartndose resueltamente del binarismo simplista que opone la objetividad de hechos y conductas a la subjetividad de la conciencia, la ideologia o lo imaginario, Giddens plantea un modelo mas complejo, del cual nos interesa destacar los aspectos que hacen a lo que llama el "modelo de estratificaci6n", esto es, "una interpretaci6n del agente humano, que se centra en tres 'capas' de cognicidn/motivacion: conciencia discursiva, conciencia practica y lo inconsciente" (Giddens, 397).

Giddens define "conciencia discursiva" como aquello "que los actores son capaces de decir, o aquello a lo que pueden dar expresi6n verbal, acerca de las condiciones sociales, incluidas, en especial, las condiciones sociales de su propia acci6n". La conciencia discur- siva esta relacionada con los procesos de racionalizaci6n de la accibn (y, por esa via, con los temas que la sociologia tradicional subsume bajo las nociones de creencia e ideologia). Por "conciencia prActica" Giddens entiende "aquello que los actores saben (creen) acerca de condiciones sociales, incluidas en especial las condiciones de su propia acci6n, pero que no pueden expresar discursivamente; sin embargo, ninguna barrera de represi6n protege a la conciencia practica, a diferencia de lo que ocurre con lo inconsciente" (Giddens, 394).

Los conceptos de "conciencia practica" y "conciencia discursiva" parecen querer rescatar ese carActer complejo, no unidimensional, del registro reflexivo de la acci6n, al cual nos hemos referido mas arriba. En tal sentido, a modo de hip6tesis, podriamos reformular lo que Halperin enuncia acerca de los Montoneros diciendo que los dirigentes de ese movimiento politico mostraban a traves de sus actos -es decir, en el registro de su conciencia practica- conocer bien Io que, por el contrario, era disimulado y deformado por su conciencia discursiva. Pero este punto requiere especial cuidado, so pena de abrir el camino a malentendidos o, peor, de pretender dar cuenta de lo claro apelando a lo oscuro.

Un primer problema reside en la dificultad de determinar con precision el alcance del concepto de conciencia practica. Esa dificultad no es en nuestra opinion casual: deriva de la relaci6n "indefinida" que existe entre, por una parte, el tipo de interrogantes a los cuales intenta responder dicho concepto y, por otra, su campo virtual de aplicaci6n. El tipo de interrogantes remite a los explicitos origenes fenomenol6gicos del concepto en cuesti6n: se trata en principio de dar cuenta de los saberes implicitos, no tematizados, cuyo dominio exhi- ben los actores individuales en las situaciones cotidianas y, especialmente, en los encuentros cara a cara: "desatenci6n cort6s", sentido de las distancias apropiadas, tacto para enfrentar circunstancias inesperadas, etcetera. En tales situaciones los actores dan muestras de un sabio manejo de las normas, de las actitudes y las conductas en cada caso requeridas, aunque por lo general sean incapaces de formular verbalmente ese conocimiento prActico.

LSe debe concluir de lo anterior que el campo de aplicaci6n del concepto de conciencia practica se limita solamente a los contextos de copresencia? Nada es menos

10 Aunque atendibles en ciertos aspectos, las criticas de Alvin Gouldner no menoscaban sin embargo la validez de esas contribuciones (Gouldner, 347 y ss.). Otro tanto cabe decir de las objeciones de Eliseo Ver6n a los etnometod6logos, en cuanto a los limites que impondria a los aportes de estos 6ltimos su dependencia respecto de sus origenes fenomenol6gicos (Ver6n, 1973, 271 y ss). Ver6n destaca sin embargo la pertinencia descriptiva de dichos aportes.

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seguro. Si el locus te6rico en el marco del cual la noci6n es presentada -precisamente la conceptualizaci6n de los encuentros sociales- parece imponer una respuesta afirmativa a esa pregunta, ciertas indicaciones ulteriores de Giddens arrojan serias dudas sobre la pertinencia de esa respuesta.

Surge de esas indicaciones que la idea de un "saber implicito en la practica" no por fuerza exige que ese saber se limite solamente a encuentros cara a cara. La referencia de Giddens a la obediencia de reglas no expresadas discursivamente -por ejemplo, reglas de parentesco, como ia que en ciertas culturas prescribe el matrimonio entre primos cruzados- pone sobre la mesa un modo de ejercicio de la "conciencia

pra.ctica" sin comon medida con

aquel que opera en las situaciones de copresencia. Algo semejante cabe decir de las reflexiones de Giddens acerca del saber implicito de los actores sociales sobre "condiciones de vida social que no (son) aquellas en las que ocurren sus propias actividades" (Giddens, 123). Esos ejemplos parecen franquear el camino a una versi6n "ampliada" del concepto de conciencia practica. Siguiendo esa via, la idea de una conciencia practica cuyo dominio de ejercicio abarcara tambien la acci6n politica no seria inconcebible. De todos modos, la discusi6n dificil e incierta que Giddens Ileva a cabo en el capitulo II de La constituci6n de la sociedad muestra con creces la cautela pero tambien las vacilaciones de su autor sobre este punto.

Eso no es todo. El concepto de conciencia practica -pese a formar parte (y parte central, segOn Giddens)- de la teoria social, es tambien planteado por su autor como elemento de una conceptualizaci6n alternativa a la teorizaci6n freudiana sobre el aparato psiquico. Asi, a la triada "ello", "yo", "supery6" de la Ilamada segunda t6pica, Giddens sustituye la triple divisi6n "sistema de seguridad basica", "conciencia prActica" y "conciencia discursiva" (Giddens, 77)11. No cabe aqui desarrollar los argumentos que ofrece Giddens para justificar ese reemplazo. Senialemos simplemente que su preocupaci6n principal aparece centrada en la promoci6n de lo que llama "los componentes mas cognitivos, racionales, del agente" (Giddens, 87), subestimados, en su opini6n, por Freud12.

Volviendo al tema del cual partimos, y al margen de las reservas que puedan suscitar estas nada banales macro-operaciones te6ricas13, no parece irrelevante intentar rescatar el concepto de conciencia practica -y subsidiariamente el menos complejo de conciencia discursiva- para dar cuenta de los modos de aprehensi6n subjetiva de su accionar politico por parte de los dirigentes montoneros. Queda en pie sin embargo un problema. En efecto, segOn Giddens -en estricta coherencia con la raiz fenomenol6gica del concepto- la conciencia practica refiere a un saber insito en la acci6n misma, que los actores no pueden expresar discursivamente, aunque en esta restricci6n no operan censura ni represibn algunas. Esta 1ltima acotaci6n es pertinente si se tienen en cuenta el tipo de situaciones a los que generalmente remite Giddens para ilustrar el uso de dicho concepto (situaciones de copresencia, encuentros cara a cara) y al tipo de "saber prActico" investido en ellos. Pero, nuevamente, no es en modo alguno impensable la idea de una conciencia practica cuya imposibilidad de verbalizaci6n se explique, siquiera sea parcialmente, por la incidencia de operaciones tales como la negaci6n y la censura.

" En el primer capitulo la triada propuesta por Giddens era "motivos/cognici6n inconscientes", "conciencia prcctica", "conciencia discursiva" (Giddens, 44).

12 Por ese camino, propone una reivindicaci6n de los "psic6logos del yo" (E. Erikson, K. Homey, H. S. Sullivan) parte de cuyas tesis retoma o reformula.

13 Este es uno de los aspectos que nos parecen mas cuestionables del aporte giddensiano. Por nuestra parte, creemos que el problema no consiste en exorcizar el demonio objetivista forjindose un inconsciente menos molesto y un preconsciente sin censura. En un planteo como 6se se incurre en una muy inc6moda petici6n de principio, segOn la cual es tarea -y tarea prioritaria- de la teoria social presentar una alternativa a la concepci6n psicoanalitica de la psiquis.

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 269

Asi, por ejemplo, y retomando nuevamente el caso de los grupos clandestinos en Argentina, resulta evidente que, para Halperin (en nada preocupado por ofrecer una alternativa a las t6picas freudianas), hay en los dirigentes montoneros, apuntalado por ese "parad6jico recurso discursivo que es el silencio" (THD, 1987a, 22), un indudable proceso de negaci6n, racionalizado a posteriori, tras la figura de una autocritica, en el discurso politico de ese grupo. El hecho de que Halperin seWale que los dirigentes montoneros se negaban a reflejar su atinada percepci6n de la situaci6n en dicho discurso, que incluso se esforzaban por no reconocer lo que sabian, muestra inequivocamente que ese aspecto esta presente en su analisis.

Por otra parte, la idea de que, a traves de algunas victimas bien escogidas, se abria un expeditivo atajo para el retorno al poder del jefe del peronismo, y con 61 de las que se habria de Ilamar por entonces sus "formaciones especiales", logr6 un arraigo tanto mas profundo en estas I01timas cuanto que estuvo avalada por la anuencia de ese mismo jefe, asi como por la tolerancia benevolente de buena parte de la sociedad argentina-sin contar las vacilaciones de la dirigencia militar ante la emergencia de una violencia que no podia dejar de asociar a su propia irresoluci6n frente al dilema que la exclusi6n del peronismo le planteaba-. Es sabido que una vez producido el regreso del lider, este no demor6 en tomar distancias cada vez mas tajantes respecto de quienes habian sido sus companeros de ruta. Con el correr de los meses esas distancias se ahondaron hasta convertirse en la mas despiadada hostilidad; por otra parte, la voluble sociedad argentina dej6 de mirar con ojos indulgentes los hechos violentos que, producida la vuelta de Per6n al gobierno, carecian para ella de sentido, ademas de que comenzaban a incomodarla seriamente. En ese nuevo contexto histbrico, la mera idea de saberse pioneros exitosos de la legitimaci6n de una violencia que ahora se encarnizaba con ellos se torn6 insoportable para los movimientos clandestinos y cedi6 facil- mente su lugar a los temas ideol6gicos del vanguardismo elitista y del divorcio de las masas.

Concluyendo provisoriamente: como sehalamos antes, en una reflexi6n te6rica sobre este juego tragico de acciones inicialmente eficaces, de percepciones certeras y de expli- caciones ex post-juego cuya trama Halperin desata pero no teoriza- pareceria haber lugar para los conceptos de "conciencia practica" y de "conciencia discursiva". Pero es indudable que, para ello, dichos conceptos (y en particular, el primero) requeririan un mayor desarrollo y una mayor precisi6n 14. Preciso es reconocer que, sobre este punto, la teoria de la estructu- raci6n -pese a su refinada elegancia- esta auin lejos de haber Ilegado al fin de sus esfuerzos.

Los problemas que plantea el intento de encuadre conceptual del modo de aprehensi6n de su propio accionar por parte de los grupos clandestinos en la Argentina durante los aios '70 ilustran s61o parcialmente la gama de interrogantes te6ricos que abre, en los escritos de Halperin, la tematica de las relaciones entre acci6n y representaci6n. En otros lugares de su obra, dicha temAtica se desarrolla, y tambien se complejiza, con la introducci6n de registros reflexivos mas elaborados y de mayor alcance que los que hubo que tomar en cuenta en el ejemplo anterior.

El de los Montoneros era un caso de interpretaci6n a posteriori, con fines de autocritica pero tambien de reapropiaci6n ideol6gica, de un recorrido politico cuyo sentido efectivo se habia tornado lisa y Ilanamente inasumible por quienes habian sido sus protagonistas. La obra de Halperin es particularmente sensible a la eficacia del apr6s coup como modalidad de resignificaci6n subjetiva de hechos y conductas pasadas. Ilusiones retrospectivas, fables convenues, mitos individuales y colectivos, reconstrucciones ex post. no siempre

14 No tanta, sin embargo, como para bloquear la indiscutible fecundidad heuristica del concepto en cuesti6n.

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270 EMILIO DE IPOLA

para Halperin esos modos artificiosos de recrear la imagen de actos cumplidos o hechos sucedidos son obra de la ideologia, la malafe o la necesidad de exculpar un pasado dudoso. Son tambien efectos del impacto, a menudo contradictorio, de ciertas mutaciones sociales y culturales sobre las creencias y los sentimientos de quienes vivieron esos cambios y tuvieron, tan bien que mal, que acomodarse a ellos.

Efectos a los cuales importa estar especialmente atento cuando se trata de analizar el modo en que los actores hist6ricos han abordado y transmitido sus propias vivencias. Aludo obviamente aqui a los trabajos que Halperin dedic6 a esa encarnaci6n particular de la concienciadiscursiva que es el genero autobiografico y, especificamente, alas autobiografias de algunos prohombres (intelectuales y politicos) hispanoamericanos'5. Dichos trabajos permiten percibir, con mayor nitidez quizas que otros, hasta que punto la labor historiogrdfica de Halperin acuerda privilegiada atenci6n a la relaci6n entre la acci6n de los agentes hist6ricos y las formas bajo las cuales esos mismos actores, a menudo al calor de las inquietudes y demandas del presente, intentan recuperar el sentido de dicha acci6n, esto es: recortan sus secuencias, dan cuenta de sus motivos y sus fines, justifican sus decisiones, en fin, eval0an su curso y sus resultados. En la autobiografia el autor define (y generalmente justifica) su actitud ante la vida no s6lo en lo que explicitamente declara al respecto sino tambien en el acto de enunciaci6n mismo. La autobiografia es asi un trabajoso performativo. El dean Gregorio Funes, al redactar la suya en tercera persona del singular, us6 de un subterfugio poco sutil para hacer como que buscaba soslayar ese aspecto, cuando en realidad no queria otra cosa que subrayarlo16

Esta referencia al dean Funes pretende no ser arbitraria. En mais de una ocasi6n Halperin ha opuesto la actitud de este letrado colonial, que "negoci6 cautelosamente su carrera" en el Rio de la Plata, a la de otro letrado, clerigo como e6, que malogr6 la suya en Mexico.

2. Fray Servando en las ciudades

El 12 de diciembre de 1794, Fray Servando Teresa de Mier17, de la orden de Santo Domingo, letrado regiomontano de auspiciosa carrera y reputado orador, pronuncid un serm6n en Guadalupe, donde sostuvo la tesis de que el lienzo de Tepeyac, asociado al milagro de la aparici6n de la virgen al indio Juan Diego, tendria un caracter efectivamente milagroso, pero mucho mas remoto y venerable que el inicialmente supuesto, ya que se remontaria a los origenes mismos del cristianismo. El lienzo seria una reliquia de la predicaci6n del ap6stol Santo Tombs en tierra mexicana y encarnaria un simulacro de la Virgen Maria, originado milagrosamente en vida de esta. El milagro apost6lico, presentado como un hecho s6lo probable, no excluiria, segon Fray Servando, aquel otro del que fuera agraciado testimonio el indio Juan Diego: la Virgen bien pudo haber revelado a este Oltimo d6nde estaba oculto el lienzo, escondido por indigenas fieles, herederos de aquel originario cristianismo mexicano, durante la persecuci6n desencadenada ya en tiempos de la predicaci6n de Santo Tomrs en Mexico.

15 Entre otros, Fray Servando Teresa de Mier, el dean Gregorio Funes, Manuel Belgrano, Domingo Faustino Sarmiento, Jos6 Victoriano Lastarria, Jose Maria Samper, Guillermo Prieto (THO, 1987a,41-63; 1982,113:143).

16 De este escrito de Funes dice Halperin: "...su autobiografia no podria ser ms piblica; es, en verdad, casi el prospecto de un candidato a posiciones politicas" (THD, 1987b, 56).

17 Tulio HALPERIN DONGHI: "El letrado colonial como inventor de mitos revolucionarios: Fray Servando Teresa de Mier a trav6s de sus escritos autobiogrificos", en VVAA: De historia e historiadores (homenaje a Jos6 Luis Romero), Siglo XXI, M6xico, 1982.

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 271

El serm6n de Guadalupe caus6 escandalo y arruin6 la carrera de Mier, quien, previamente a la indagaciOn dispuesta por el arzobispado, recibi6 de su superior orden de no abandonar el convento. En sus memorias Fray Servando narra el episodio y admite que pronto tuvo que convencerse de que su conjetura estaba basada en argumentos muy debiles, producto de una credula lectura del doctor Borunda, un jurista enfermizamente adicto a fraguar las historias mas desatinadas. Sin embargo, s6lo se declar6 dispuesto a ofrecer una retractaci6n plena si se cumplia la promesa de "cortar el asunto en su virtud" y, en consecuencia, si su honor, ya lastimado por la sanciOn, quedaba a salvo.

Ello no ocurri6. Examinado en proceso eclesiastico, el serm6n guadalupano recibi6 un primer dictamen condenatorio. La sentencia definitiva del arzobispo conden6 a Mier a diez aios de reclusi6n en un convento y lo inhabilit6 a perpetuidad para el ejercicio de toda enseianza p~blica.

A partir de entonces, la vida de Fray Servando hubo de recorrer hasta su vejez, en que obtendria una reivindicaci6n casi p6stuma, un largo y tortuoso itinerario hecho de prisiones, fugas, persecuciones, disputas, escarnios, e incluso sorpresivas recompensas. Al cabo de esa trajinada travesia, quien fuera en su juventud un monarquico convencido y casi militante -hasta el punto de sostener que la obediencia a los reyes era un deber esencial de los cristianos- se

convertir, en uno de los prohombres fundadores del

Mexico republicano. El proyecto de vida de Mier era eminentemente utilitario: obtener figuracion mundana

en la alta sociedad de su tiempo, como espiritu brillante y original. En ese plan general se inscribia su sermon de Guadalupe. Y, aunque no dej6 de cuidarse las espaldas planteando su versi6n s6lo como "probable", tampoco fue capaz de evitar una actitud ante las cosas que le acarrearia no pocos sinsabores: la tendencia a ser excesivo, a colmar y sobrepasar la medida. De todos modos, una vez condenado -y aunque no quisiera o no pudiera confesarselo- su carrera ya estaba irremisiblemente comprometida.

Sin embargo, alli Mier puso en juego su sentido del honor y en su defensa inici6 una batalla que imprimiria un giro inesperado a su conducta futura. Sin duda, el significado de la empresa autorreivindicatoria en que se embarc6 Fray Servando estaba afectado de una insoluble ambig0edad. Como nos recuerda Halperin, Montesquieu ha mostrado en celebres paginas que el honor que esta en los cimientos del orden monarquico es, aunque pOblicamente Otil, un falso honor que requiere como contrapartida el desprecio de la virtud del ciudadano y tiene por contenido una jerarquia de rangos y preferencias a la que no sustenta ningOn basamento moral. Por lo demis, Fray Servando no podia ignorar "que honores, virtud y superioridad de origen y de talento no iban necesariamente juntos" (THD, 1982, 129).

"...Pero si sabe que honor y honores no son la misma cosa, el hecho, lejos de darle la clave del conflicto que destroza su vida, que le permitirla reconciliarse con su destino, se le presenta como un perpetuo escAndalo, frente al cual es deber del hombre de honor negarse a la resignaci6n" (THD, 1982, 124). Honor y honores son cosas distintas -entiende Fray Servando- no tanto porque haya

que separar la verdadera virtud de la mera nombradia, sino porque las reglas que deberian presidir el legitimo acceso a esta 01tima estan insanablemente subvertidas. Mier, entonces, ademcs de desmentir su retractacion, se considera directamente agraviado. Alega en terminos dramaticos que su honor ha sido atacado. Dramatismo, por lo demas, no fingido, desde el momento en que "ese honor identificado con su persona pOblica es a la vez el n0cleo central de su entera personalidad" (THD, 1982, 122). Eso no es todo. "Al identificar su vida con su honor, Mier la identifica tambien, traslaticiamente, con su cursus honorum (THD, 1982, 125), es decir, con su carrera. Inicia asi lo que sera una desesperada odisea en

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272 EMILIO DE IPOLA

procura de su reparaci6n, en la que -sobre el fondo de la crisis terminal del orden politico tradicional y del sistema de creencias que lo sustenta- Fray Servando va poco a poco reconociendo nuevos aliados y, sobre todo, nuevos enemigos. Primero, por cierto, el arzobispo NuOiez de Haro y Peralta, principal responsable inmediato de su caida en desgracia. Sin embargo, no tardard demasiado en descubrir que el arzobispo s6lo es a lo sumo una expresi6n menor de aquello que encarna en esta tierra el mal absoluto, a saber, el poder.

Esta concepci6n del poder como mal absoluto le proporcionara una clave general de interpretaci6n de las desventuras que lo aquejan asi como del entero mundo que to circunda. Y le ofrecera ademas el escenario convenientemente vasto en el que desplegard su lucha. Slo que, gracias a esa clave, la empresa se poblara de nuevos sentidos. Ya no se limitara a declararse inocente contra quienes lo calumnian y persiguen; ahora afirmara tambien su innata superioridad, negada y vituperada por el poder. Pero esa superioridad no sera la del talento (poco creible en una vida marcada por sucesivos fracasos) sino la de linaje. Afirmard pues su nobleza de origen18, haciendo de ella la m6dula de su personalidad moral. Con ese bagaje de convicciones enfrentar' al mundo, dominado por los poderosos.

No corresponde aqui narrar las mOltiples peripecias que jalonaron la posterior trayectoria de FrayServando. En su articulo, Halperin desmenuza con maestria la sobresaltada trayectoria de este letrado atipico y a la vez ejemplar. Mier es puesto en prisi6n, se fuga y es reaprehendido varias veces; en esa serie de persecuciones recorre Espaia, Francia, Italia, Portugal. En el interin ha adherido a la idea independentista, aunque se mantendra por un tiempo monarquico. Recala finalmente en Londres y en 1816 se embarca en una expedici6n al mando de Francisco Mina con rumbo a America. La expedici6n Ilega a Norfolk (Virginia) y de ahi pasa a Baltimore, donde se organiza la incursi6n en Mexico. Esta es rapidamente derrotada y en seguida recomienza para Fray Servando una nueva retahila de prisiones, fugas, reaprehensiones y traslados. Es por entonces (1820-1821) que proclama su ad hesi6n a la RepOblica. Sin embargo, esta adhesi6n se da en Mier sobre el fondo de valores tradicionales. MAs precisamente, sobre lo que Halperin denomina una "utopia arcaica", seg'n la cual la repOblica restablecera en su alto lugar a la verdadera nobleza. Harajusticia: resarcird a los aut6nticamente bien nacidos.

Finalmente, la pospuesta reivindicaci6n Ilega: es electo diputado y constituyente y un decreto le concede una pensi6n de 3.000 pesos anuales. El 17 de noviembre de 1827 recibe la extremaunci6n en un acto pOblico, con la presencia del presidente de la RepOblica y de una nutrida concurrencia. El 3 de diciembre de ese mismo aio muere.

Importa especialmente subrayar que Mier es un letrado al que le toca vivir una epoca carente del suelo que proporciona un sistema de creencias firmes sobre la sociedad y sobre la historia: como suele decirse, lo viejo ya ha dejado de vivir, lo nuevo no puede nacer. Sin embargo, esta circunstancia no lo convierte en cultor de ning0n escepticismo, sino que libera en 61 la posibilidad de tener respecto de las ideas la misma actitud pragm6tica que quiso imprimir a su vida: es ese pragmatismo el que le permite ver en ciertos sistemas de ideas un arma para la movilizaci6n politica. Nada interesado en la b('squeda de la verdad, Fray Servando se muestra en cambio como un eficaz inventor de mitos revolucionarios. Un inventor en modo alguno inocente o involuntario y que, en todo conocimiento de causa, pudo hasta el fin de sus dias rescatar como vilida, en ese registro, su versi6n del milagro de Tepeyac19

18 Pretensi6n problematica en los hechos, anota Halperin. 19 En su Apologia, argumenta con la vista puesta menos en la pertinencia que en la eficacia ideol6gica de sus

tesis: se trataba nada menos que de "ofrecer un ap6stol a M6xico".

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 273

"Es esta actitud -escribe Halperln- la que confiere a Mier una perversa y parad6jica modernidad, acercAndolo a cuantos en nuestro siglo vieron tambi6n la inseguridad creciente de los criterios de verdad como una oportunidad para desinteresarse de esa dimensi6n de la tarea intelectual y consagrarse en cambio a la fabricaci6n deliberada de mitos con vistas a muy precisos objetivos pr~cticos" (THD, 1982, 136).

4Es capaz la teorizaci6n sociol6gica sobre la acci6n de contribuir a dar cuenta del comportamiento y las actitudes de Fray Servando, segOn las interpreta Halperin? A esta pregunta muchos reponderian que seria excesivo pedir hoy tamaia capacidad a dicha teorizaci6n. Esa es por lo demAs la respuesta que preguntas de ese tipo suele suscitar entre los mismos te6ricos de la acci6n2?. Sin embargo, aun con las reservas que ya hemos tenido oportunidad de explicitar, no es evidente que los conceptos giddensianos de "conciencia practica" y "conciencia discursiva" serian en este caso ineptos para echar una luz siquiera sea parcial sobre el caso. Halperin seialael caracter a menudo caprichosamente cambiante e incluso las contradicciones (THD, 1982, 141) de la conducta de Mier. Pero no deja por ello de seialar todo aquello que dicha conducta deja ver de la "percepci6n muy viva" y hasta de la "exasperada lucidez" (THD, 1987b, 54) de que, por momentos, daba muestras Fray Servando respecto de las caracteristicas de la epoca que le habia tocado en suerte vivir21.

Aquello que sin duda plantearia problemas mucho mas arduos, no s6lo a la teoria giddensiana, sino a todos aquellos enfoques te6ricos que ponen el acento en "los componentes mis cognitivos, racionales, del agente", es la inevitable tarea de articular de un modo inteligible las luces y las sombras de Fray Servando, sus aciertos y sus errores, sus vislumbres y sus extravagancias.

LPodra, si no resolverlos, coadyuvar a esclarecerlos, una teorizaci6n que, como la de la "elecci6n racional", otorga primacia a esos componentes, sin por ello dejar de reconocer que existen conductas menos racionales que otras e incluso conductas crasamente irracionales? Cabe dudarlo.

La teoria de la acci6n racional en efecto, al menos en sus versiones claramente identificables como tales22, es un ejemplo cimero de lo que cabe llamar "hermen6utica simple" (por oposici6n a la hermeneutica doble de Giddens) en el sentido de que,

acomparhada en esto por buena parte del pensamiento sociol6gico, se mantiene at ras del

sentido pensado y construido por los actores mismos, de cuya percepci6n del mundo social ofrece unaversi6n en todo similar a la de estos 0ltimos, si se exceptea el lenguaje acad6mico con que la formula. Para el rational-choice,23 cada acci6n es inmediata y aproblemiticamente identificable, desde que dicha teoria no s6lo toma como punto de partida, sino que tambien

20 Por ejemplo, Elster no vacila en acordar a interrogaciones de este tipo un cardcter programatico,

mas bien de largo plazo (Elster, 27).

21 Percepci6n y lucidez que traducen la (parcial) conciencia prdctica de Mier. Aunque Halperin descubre esos atisbos a trav6s de los escritos de Fray Servando, no deja de sugerimos que Io que importa son los actos de enunciaci6n y no los enunciados de que esos escritos son testimonio (ver THD, 1982, 128-129).

22 Como ocurre a menudo con ciertas teorizaciones dotadas de un alto grado de generalidad, la del rational choice envuelve un espectro amplio que abarca desde versiones fuertes, con una personalidad bien definida e hip6tesis muy restrictiva lo que les otorga mayor inter6s pero las torna mis vulnerables, hasta versiones soft, preparadas para desarrollarse en extensi6n mds que en intensi6n, con hip6tesis d6biles y amplio auxilio de teori- zaciones complementarias -lo que las hace mas resistentes pero menos interesantes-. Sucede sin embargo que, aun venerando la cautela y el espiritu hospitalario de esas versiones soft, resulta dificil frente a ellas escapar a la sensaci6n de que aquello que se presenta bajo el r6tulo de "rational choice theory"ha perdido identidad y se parece demasiado a muchos otros intentos de teorizaci6n soci6logica tan igualmente ecl6cticos como poco definidos.

23 Elster, en su "Introduction" a Jon ELSTER (comp.): Rational choice, New York University Press, New York, 1990, ofrece, con notable claridad y encomiable economia conceptual, una versi6n sucinta de la teoria.

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274 EMILIO DE IPOLA

adopta el punto de vista explicito del actor; por otra parte, segOn esta teoria, las creencias y los deseos de los actores han de admitir ser enumerados y ubicados en un rAnking de acuerdo al coeficiente de racionalidad que la teoria les atribuye -generalmente en virtud de criterios utilitarios-. Racional, y por tanto prescribible, sera aquella acci6n que aspire a satisfacer deseos y este basada en creencias y conocimientos ubicados en el puesto mas alto de cada rAnking, y que articule unos a otros (conocimientos y deseos) en un curso de acci6n 16gicamente consistente.

No diremos que estos postulados son empiricamente falsos o discutibles. Diremos mas bien que ellos suponen una concepci6n a la vez extremadamente exigente y extremadamente tosca de la acci6n, de las creencias y de los deseos (y, por consiguiente, del actuar, del creer y del desear). Se nos objetara que los defensores del rational choice no excluyen la posibilidad de posiciones de creencia o de deseos ambiguos e incluso de zonas totalmente indiferenciadas, en particular de aquello que se cree y/o se desea (por ejemplo, "wishful thoughts'). Pero el reconocimiento de estas posiblidades no contempladas en la definici6n de los conceptos bAsicos, y del hecho de que ellas plantean efectivas dificultades al rational choice, conlleva la presuposici6n de que se trata, o bien de casos atipicos, por no decir excepcionales, o bien de escollos provisionales (que por eso mismo pueden superarse con el desarrollo antes que con el cuestionamiento de la teoria24).

Fray Servando encar6 su vida con criterios que hubieran provocado la admiraci6n del mas entusiasta de los partidarios de la teoria del rational choice. Ambicioso, seguro de sus talentos, pero carente del reaseguro que le proporcionaria una vinculaci6n s61ida con la elite de la sociedad colonial, procur6 gobernar el empleo de su ingenio con una orientaci6n resueltamente utilitaria. La carrera de orador se prestaba inmejorablemente a esos fines. Habia comenzado a ganar un cierto prestigio en ella cuando ocurrid el funesto episodio del serm6n guadalupano. Grave error sin duda, basado en una lectura trAgicamente equivocada de la situaci6n y en una no menos equivocada evaluaci6n de las consecuencias que la pieza oratoria acarrearia a su autor. Hemos visto sin embargo que la teoria de la elecci6n racional no se ve afectada por casos como el que comentamos. Debidamente instruida, podria decirnos lo que Fray Servando tendria que haber hecho en lugar de lo que hizo. La existencia de conductas menos racionales que otras, e incluso por completo irracionales, no la invalida necesariamente25. Por otra parte, mas alli de sus errores, e incluso de sus desatinos, propios ambos de un ingenio vivaz pero "escasamente reflexivo" y "poco dispuesto a calcular consecuencias" (THD, 1982, 128 y 127), la visi6n utilitaria que gobern6 los primeros pasos de Mier en la vida puiblica no dej6 nunca de acompariarlo. Ella esta en el origen de su tendencia a valorar las ideas por su funcibn practica y a la fabricaci6n y defensa, siempre profusamente argumentada, de mitos con claros objetivos politicos. Finalmente, si no "lo mejor posible", Fray Servando alcanz6 sus objetivos y obtuvo al final de su vida el reconocimiento pOblico por el que tanto habia bregado. Triunfo demasiado tardio; triunfo puramente simb6lico y, por Io mismo, vacio. Pero, aun magra y casi p6stuma, esa recompensa permiti6 que Mier, cuya vida habia sido marcada por innOmeros fracasos, concluyera por no ser un fracasado (THD, 1982, 142).

24 No pretendemos, a pesar de estos juicios un tanto taxativos, desconocer los aportes del rational choice. En tal sentido nos inclinamos a opinar que, a la inversa de lo que sostienen algunos de sus partidarios, dicha teoria produce sus aportes mds s6lidos alli donde se trata de analizar situaciones por definici6n fuertemente institucionalizadas y por tanto muy restrictivas en cuanto a los cursos de acci6n a adoptar. Por ejemplo, determinados litigios a nivel de la politica internacional.

25 Salvo que sistemticamente la gente no se comporte como la racionalidad requeriria que lo hiciera (ver Elster, 17 y ss.).

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 275

Nada pues del relato de Halperin a prop6sito de Fray Servando parece contradecir los postulados y las tesis de ia teoria de la elecci6n racional. Al mismo tiempo, resulta imposible sustraerse a la impresion de que dicha teoria, aun ateniendonos a un piano m6dicamente descriptivo, es de escasa utilidad para encuadrar conceptualmente las "elecciones" a las que, en su accidentada existencia, se vio Ilevado Mier. Se podra contraargumentar que el caso del prelado mexicano desafia cualquier tentativa de conceptualizaci6n. Pero ese contraargumento no nos parece suficientemente s61lido. El car'cter atipico de la trayectoria de Fray Servando -seiiala Halperin- no le quita valor representativo:

"...ella refleja, con una brutal nitidez de lineas que la hace Cinica, los mismos dilemas que otros letrados de carrera menos excepcional buscaron afrontar sin ser destruidos en la empresa" (THD, 1982, 114). Es esa especifica representatividad la que, en nuestra opini6n, da materia a la reflexi6n

te6rica. Si el rational choice se manifiesta apocado e incluso incompetente en ese terreno, ello no se debe a la (por lo demas incuestionable) complejidad del caso Mier. Se debe a limitaciones que afectan a los ya enunciados supuestos en que se basa la propia teoria de la elecci6n racional26.

La vida de Fray Servando no fue avara en estrategias, calculos, encrucijadas y dilemas (incluidos "dilemas de prisionero"). Y hasta cierto punto es valido pensar que su conducta quiso atenerse a un canon racional. Tambien es verdad que, si tal fue su intenci6n, no siempre logro plasmarla en decisiones acordes y que incluso es dable opinar que algunas de sus actitudes reclamarian una explicaci6n patol6gica. Pero, como hemos dicho, no es ia irracionalidad imputable a muchas de las opciones que asumio el letrado mexicano lo que torna su vida impermeable a los c6digos interpretativos del rational choice. Son estos c6digos mismos los que esta'n en el origen de esa impermeabilidad.

Como veremos mas abajo27, existen momentos en la vida de Mier, que busca un lugar en el mundo, en los que aquel, no s6lo por su propia confusion, no sabe literalmente en que mundo

esta, viviendo. En esos momentos, su incapacidad de dar una respuesta racional -o,

mas amplia y simplemente, sensata- a las situaciones que le toca enfrentar es mas producto de esas situaciones mismas que de la tormentosa psiquis del religioso. Ello, segOn indicamos antes, no implica que no haya intentado esas respuestas, porque tuvo en parte que hacerlo a partir de hip6tesis arbitrarias o inciertas -tambien a veces absurdas- a menudo al precio de riesgos que culminaban en catastrofes. Aun buscando ser razonables, sus acciones aparecian afectadas de ambig0edad; aun queriendo orientarse segOn un orden de razones, los motivos por los que actuaba se revelaban oscuros y contradictorios. Y muchas veces, como es notorio, su actuar estaba dominado por pasiones que Mier no controlaba. Pasiones que insistian, se repetian, se tornaban literalmente interminables.

Lo excepcional en Mier no radic6 empero en la ambig0edad de sus acciones, la oscuridad de sus motivos o el imperio de sus pasiones. Me atreveria a decir que todo eso es abrumadoramente normal. Radic6 mis bien en el modo inesperado y "an6malo" en que el conflicto de epocas y de mundos que le toco en suerte y las incertezas que de dicho conflicto derivaron afecto la eficacia y la coherencia de su pensar y su actuar. Y aqui nuevamente se tornan visibles ciertos limites insuperables del rational choice.

En efecto, como ya hemos sehialado, siguiendo a Halperin, toc6 a Fray Servando Ilevar adelante su empresaen un mundo intelectual en crisisy carente de certezas. El reconocimiento

26 Mucho tememos que ia sofisticada elaboraci6n matem&tica de temas, problemas y dilemas efectuada por los sostenedores del rational-choice queden gravemente hipotecadas por su aceptaci6n previa de esos supuestos. Recu'rdese con todo lo seialado en la nota 24.

27 Ver infra las observaciones acerca de Boltanski y Thivenot.

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de Elster de que, frente a tales situaciones de incertidumbre, la teoria de la eleccion racional tiene muy poco que decir es sin duda elogiable (Elster, 6). Pero creemos justo agregar que es tambien un poco decepcionante.

Para concluir de un modo mas alentador y positivo este paragrafo, dire que en los 01timos arios han Ilamado con justicia la atenci6n los trabajos de Luc Boltanski y Laurent Thevenot y, en particular, la concepci6n de la acci6n discernible en ellos. Permitasenos entonces mencionarlos, siquiera sea fragmentaria y sucintamente. Por nuestra parte, creemos que entre los aportes recientes a esa teoria, la de los mencionados autores no parece ceiir mis ajustadamente que los precedentemente expuestos las sinuosidades de un recorrido hist6rico como el que nos propone Halperin a prop6sito de Mier.

Boltanski y Thevenot conciben las acciones humanas como una serie de secuencias en las cuales los agentes se embarcan, debiendo a tal efecto movilizar recursos y habilidades de diverso tipo para enfrentar, conforme se van sucediendo, las circunstancias con que se encuentran. Pero lo esencial de su aporte se resume en lo que cabe Ilamar una teoria de la pluralidad de los mundos de accidn. Boltanski y Thevenot descomponen el hilo de la acci6n en momentos; en cada uno de ellos las personas despliegan competencias para encarar las exigencias de la situaci6n. Pero ese hilo, y por tanto esos momentos, no pueden ser pensados como un recorrido simplemente lineal. Al entrar en interacci6n unas con otras, "las personas se ven obligadas a deslizarse de un mundo a otro, de una forma de ajuste a otra, de una magnitud (grandeur) a otra en funci6n de la situacion en la cual se embarcan" (Boltanski y Thevenot, 30). El punto de partida esta constituido por ciertos momentos claves a los cuales los autores denominan "disputas en justicia". Esas situaciones aparecen como una suerte de estilizaci6n de aquellas escenas de la vida cotidiana en el curso de las cuales las personas, estando en desacuerdo entre ellas, apelan a principios de justificaci6n diferentes para sostener argumentadamente sus puntos de vista y, si cabe, buscar las modalidades de un acuerdo valido28.

La utilizacibn de las categorias de Boltanski y Thevenot para esclarecer aspectos del "caso" Fray Servando s61lo puede hacerse en este articulo de una manera ilustrativa, dado que no hemos expuesto de ella mas que un aspecto extremadamente parcial29.

Con su serm6n, Mier tiene como objetivo principal, aunque no Unico, sumar un galard6n mas a su incipiente renombre. No pide al selecto mundo de la opinidn al que se dirige, y al que toma como Onico juez, mas que salir airoso en una prueba, que, planteada segOn los criterios vigentes en dicho mundo, debe serle favorable. De hecho, para tener exito no se requiere que los destinatarios del serm6n sean convencidos de la verdad de lo que en el se afirma; se requiere tan selo que ellos reconozcan el ingenio oratorio de su autor, confirmando asi lo bien ganado de su reputaci6n. Sin embargo, hay otros aspectos en juego, que Mier no deja de advertir, pero que, para su mal, escaparan rapidamente a su control. El mas notorio de ellos es que, al presentar p0blicamente una tesis hist6rica e hist6rico- religiosa que se enfrenta con otra tenida por verdadera y afincada en la tradici6n vigente, Mier corre el riesgo de exhibir su serm6n en otros "mundos", donde rigen otros criterios de justicia y donde zanjan la cuestion otros tribunales. En suma: corre el riesgo de que intercedan y se hagan valer otros principios de justificaci6n. Mier habia previsto esa posibilidad al tomar la precauci6n de calificar su punto de vista solo como probable. Pero ese recaudo no basta y el riesgo se vuelve pronto dura realidad: la pieza oratoria que habia pronunciado para su lucimiento en los salones, al tornarse piblica y al contradecir a la

28 Sobre el aporte de Boltanski y Th6venot, puede consultarse el impecable articulo de Nicolas Dodier: "Agir sur plusieurs mondes" (Dodier, 1991).

29 Sin contar el hecho de que dicha teoria esta aOn en elaboraci6n.

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tradici6n, se convierte para 6sta Oltima en documento que acusa a su autor. Este serd juzgado segOn los principios de justicia y los criterios de evidencia vigentes en el mundo tradicional de su sociedad y de su tiempo, esto es, el dogma y la verdad hist6rico-religiosa consagradas.

Eso no es todo. Su serm6n no s61o es osado en el terreno intelectual; pretende tambien serlo, y lo es, en el politico. En efecto, aunque en 61 afirma enffticamente su lealtad a la monarquia, no deja de sazonar esa afirmaci6n con muestras claras de un patriotismo mexicano que trasunta, por to dem&s, claras connotaciones antiesparlolas. Con ello agrava su caso y se expone nuevamente al juicio condenatorio de la tradici6n.

Pragmdtico, Mier habia comenzado por proponer un compromiso, un "arreglo" en los terminos de Boltanski y Thevenot3?, en virtud del cual ofrecia retractarse a cambio de que el caso se diera por definitivamente cerrado. De este modo, la tradici6n por un lado, el honor de Fray Servando por otro, quedaban a salvo. Ya hemos visto que no hubo tal arreglo. Nos interesa sin embargo prestar atenci6n a la curiosa deriva por la que discurri6, a partir de la condena, la conducta de Mier y algunas de las consecuencias que se siguieron de ella.

En efecto, luego de la sentencia, Mier no puede recurrir, para defender su causa, al mundo de la opini6n que hasta entonces habia sabido reconocer su ingenio (Io hart mucho mas tarde, justamente en su autobiografia). Como dice Halperin "la eminencia que Mier ambiciona"... cifrada "en la estima de los que cuentan, en suma en la opini6n puOblica... es intrinsecamente fr~gil" (THD, 1982, 122). El escandalo que provoca el serm6n basta para cuestionarla irreversiblemente. Pero, ademas, por haber traido el escindalo al mundo -al mundo de la tradici6n- Fray Servando recibe condena formal. Y to que es nombradia en el mundo de la opini6n, es honor en el de la tradici6n domestica. La lucha en aqu61 esta perdida o es inviable. Mier, sin embargo, no esta dispuesto a resignarse: librara batalla en el segundo.

Esa batalla sera, como vimos, larga, penosa y se saidara durante mucho tiempo por repetidos fracasos. En la imagen que nos ofrece Halperin, Fray Servando se muestra como un hombre apasionado, rico en afectos tenaces y dado a emociones y sentimientos fuertes. Estos rasgos nos ilustran sobre la psicologia del personaje. Pero tambien, siguiendo una linea de interpretaci6n propuesta por Boltanski y Th6venot (Boltanski, 1990, 122 y ss.; 244 y ss.), admiten una segunda lectura, de acuerdo con la cual la intransigencia obcecada, la terca persistencia en la queja y en general el sentimiento de ultraje, se manifiestan con especial intensidad "cuando las personas se situian en la linea divisoria entre dos regimenes, o pasan de un regimen a otro, de suerte que formas correspondientes a varios regimenes se mantienen en contigOidad en la memoria inmediata" (Boltanski, 1990, 122). No otra cosa ocurre con la agitada trayectoria de Fray Servando, quien no s61o ha de ser arrancado de la esfera de la opini6n mundana donde ya su talento afloraba sino que tambien se vera bruscamente alejado de la placidez al que una carrera sin sobresaltos parecia acercarlo. El sentimiento de haber sido victima de un inconmensurable agravio, la dolorosa conciencia de "haber caido desde muy alto", estan sin duda en el origen de la santa c61era de Mier y de la obstinada persistencia con que busca su reparaci6n31.

Es claro que el interes que tienen para Halperin ia autobiografia y la vida de Mier reside en el hecho de que en una y otra se sintetizan y a la vez se extrapolan algunos rasgos que

30 El "compromiso" es un acuerdo entre dos mundos de acci6n (y por tanto dos principios de justicia incompatibles) basado en la defensa de un bien comoin superior, reconocido por las partes en disputa. El "arreglo" es una transacci6n contingente, sin bien comcin superior, basada en el interes y la conveniencia de reciprocas de los participes ("T6 haces esto, que me conviene; yo hago esto, que te conviene") (Boltanski y Thevenot, 1991, 408 y ss.).

31 Halperin hace referencia a la "inagotable capacidad de indignaci6n" que caracteriza a Mier (THO, 1982,125).

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seran propios del letrado colonial y luego del intelectual hispanoamericano32. Dichos rasgos, no siempre congruentes entre si, pero que suelen en otros moderarse y compensarse mutuamente, aparecen en Mier disociados, independientes unos de otros y capaces de exacerbarse hasta limites insospechados; s61lo los apaga o los desengaia -o bien al contrario los galvaniza- el choque casi siempre brutal con realidades (objetos, personas, mundos de acci6n) a cuyas exigencias no pueden ni quieren plegarse. El destino de Mier parece asi signado por una suerte de desajuste esencial. Y ese desajuste remite sin duda al no menos esencial destiempo que afect6 a la epoca en que le toc6 vivir y que marco profundamente sus convicciones yactitudes: hemos visto que, tradicional y hasta reaccionario en ciertas ideas, se revela de pronto prematuro, y en esa medida anticipatorio, en ciertas iniciativas. Es quizas esa asincronia esencial la que proporciona la clave de la disociaci6n de la que hablabamos antes. Por eso, la vida de este letrado "atipico y quintaesencial" puede resumirse en una serie de oximorons: intelectual indiferente a la verdad, republicano aristocratizante, revolucionario conservador, utopista arcaico. Es que, retomando las categorias de Boltanski y Thevenot, su itinerario transit6 casi por entero en los bordes que separaban a tiempos y mundos incompatibles. De todos modos, sus sucesores recuperaran, en otro contexto, muchos de sus temas y sus obsesiones.

3. Mito, 6tica, verdad "...esa vasta comprensi6n sin la cual no hay historia verdadera"

La creaci6n de mitos politicos no es una caracteristica que haya sido privativa de Fray Servando. Es por el contrario una vocaci6n en la que ha tenido, en su pais y en otros de Hispanoamerica, precursores, contemporaneos y, lo que ahora nos interesa, connotados sucesores.

El tema del mito y, mas ampliamente, el de Io que Ilamaremos, faltos de un termino mejor, el del discurso politico "instituyente"33 como invenci6n intelectual -y de intelectuales- ocupan un lugar estrat6gico en la obra de Halperin. Presentes ya en el libro sobre Echeverria y en algunos de los articulos de Imago Mundi, dichos temas vuelven -esta lista no es restrictiva- en Tradici6n politica espafiola e ideologia de Mayo, en varios ensayos de El espejo de la historia34 y en el articulo "Los fundamentos discursivos del fen6meno peronista". La indagaci6n sobre dichos temas es asimismo uno de los hilos conductores de Una Naci6n para el desierto argentino, ensayo al que hemos de referirnos mts abajo.

Una o dos observaciones antes de entrar en materia. Paginas atras habiamos ya hecho referencia a la atenci6n que dedica Halperin al papel del mito y de las diversas formas de discursividad politica en los procesos hist6ricos. Creemos que el importante lugar que

32 Sobre el tema de los intelectuales en la obra de Halperin, ver Altamirano (1992). 33 Del cual el primero no seria sino un caso particular. Sea dicho de paso, al menos a nuestro conocimiento,

Halperin no define explicitamente qu6 entiende por "mito". Sin embargo, cada vez que recurre al t6rmino, lo hace con una precisi6n mds que suficiente como para permitir reconstruir su definici6n implicita. En principio, Halperin denominaria "mito" a todo discurso que plantea determinados ideales u objetivos politicos prccticos (brevemente, a toda "ideologia") y que asume la forma de un relato hist6rico. Para dar un ejemplo elemental (que no es de Halperin): la tesis del comunismo primitivo como estadio original de las sociedades es un mito marxista y socialista; no asi las "Tesis sobre Feuerbach" o el ",0Qu hacer?" de Lenin. Sin embargo, la posibilidad de casos ambiguos o hibridos sugieren una definici6n mbs matizada, que se mantiene fiel al uso que hace Halperin del vocablo: "mitos" serian aquellos momentos o lugares de un discurso en los que el argumento vira hacia la historia, en los que la explicaci6n (causal u otra) es reemplazada por una narraci6n que construye, y luego desanuda, una intriga.

34 Especialmente en los articulos "Intelectuales, sociedad y vida p6blica en Hispanoam6rica a trav6s de la literatura autobiogrfica", "Imagen argentina de Bolivar" y "Liberalismo argentino y liberalismo mexicano".

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dicha tematicaocupa en su obratambien merece atenci6n, porque ese privilegio remite a un problema que excede el de la simple reconstrucci6n hist6rica. Un problema filos6fico, politico y, quiz as, etico.

Al abordarlo nos apartamos parcialmente -pero s61o parcialmente- del t6pico que nos habiamos inicialmente asignado. Puesto que tambien se trata en este caso de reflexionar acerca de un tipo particular de relaci6n entre acci6n y representaci6n. Y de hacerlo guidndonos por un conjunto de interrogantes que involucran prioritariamente a la sociologia y las ciencias sociales. En tal sentido, los mejores aportes recientes a la teoria sociol6gica de la acci6n se reinterrogan de manera explicita y novedosa sobre la posibilidad de imputar una acci6n a un agente y plantear en consecuencia el problema de su responsalidad35. Es precisamente sobre este aspecto hoy en dia incorporado a la reflexi6n sobre la acci6n que quisi'ramos detenernos en este paragrafo. Pero para ello es preciso un previo rodeo.

En su articulo "El positivismo historiogrkfico de Jose Ramos Mejia"36, Halperin, refiriendose lateralmente al "mundo de Facundo", caracteriza a este 01timo como una "estructura ilena de sentido, demasiado Ilena de sentido (en la cual) cada elemento requiere y resume al todo" (THD, 1954, 63). Seniala tambien que en Sarmiento -del Facundo- "falta todo lo que hay de ambiguo e indiferenciado en la vida".

En esa suerte de voluntad frustrada de pregnancia semantica, e incluso en esa ausencia de ambig0edad y de indiferenciaci6n37, Levi-Strauss reconocia dos rasgos tipicos del pensamiento mitico. Es licito entonces sugerir que, al advertir esos mismos rasgos en el Facundo, Halperin -antes aOn de que el etn6logo frances formulara sus tesis- esta indicandonos la inherencia mitica del libro de Sarmiento. Y no s61lo indicandola, si tenemos en cuenta el inequivoco matiz critico que colorea la observaci6n de Halperin.

Pero no es el Facundo-sobre el cual esta no es ni la primera ni la 01tima palabra que ha formulado Halperin- el texto que ahora nos interesa. Por razones que esperamos se hardn claras en Io que sigue, preferimos tomar como objeto el modo en que Halperin interroga al mas seiero de nuestros discursos politicos "instituyentes": las Bases de Alberdi.

Halperin no duda en reconocer el lugar de privilegio que, como texto fundacional, fuera asignado a las Bases. No obstante, sin extenderse en detalle sobre el tema, entreabre, apenas un resquicio, la puerta a un interrogante. No mas que una discreta prevenci6n, pero suficiente en todo caso para complicar sutilmente las cosas.

"... las Bases resumen con una nitidez a menudo deliberadamente cruel el programa adecuado a un frente antirrosista tal como la campanla de opini6n de los desterrados habfa venido suscitando; ofrece, a

mc.s de un proyecto de pals nuevo, indicaciones precisas sobre

c6mo recoger los frutos de su victoria a quienes han sido convocados a decidir un conflicto definido como de intereses. Y dota a ese programa de lineas tan sencillas, tan precisas y coherentes, que es comprensible que se haya visto en 61 sin mls el de la nueva naci6n que comienza a hacerse en 1852" (THD, 1980, XXXV) (yo subrayo).

Aquello que puede entonces entenderse sin mayor andlisis, no es por cierto que, err6neamente, como una impostura, se haya creido que las Bases era nuestra obra fundacional, puesto que ese hecho es indiscutible -y lo es justamente por esa creencia-. Es

35 Ver, sobre este punto, el volumen colectivo La th6orie de Iaction, coordinado por P. LADRIIRE,

P. PHARO y L. QUIRi, CNRS Sociologie, 1993.

36 En Imago Mundi, NQ 5, Buenos Aires, setiembre de 1954, pigs. 56-64. 37 O al menos en el esfuerzo por reducirlas o domesticarlas, Io que, por una parte, lo ileva a inctuir cada

elemento en un sistema de diferencias 16gicas y, por otra, explica la universal traducibilidad de todo mito (Lvi- Strauss, 1964, 14; 1958, 232).

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mAs bien que se haya creido, no s61o que el proyecto propuesto por las Bases fue el efectivamente asumido por la incipiente Naci6n, sino tambien que fue el mas IOcido, el mas matizado, el mas rico entre los que coetneamente fueron propuestos.

Ahora bien, es notorio que Halperin no comparte esas dos Oltimas opiniones. Mas precisamente, subyace en Halperin la idea de que las Bases es un texto ideol6gica y politicamente instituido como fundante en el seno de un proceso efectivamente fundacional del cual, por lo

dem.s, dicho texto forma parte, pero cuyas claves principales se le escapan.

Y, a la hora de formular reservas, no las escatima (ver THD, 1980, XXXIV-XXXV). Asimismo, a los severos, descarnados dictamenes de Alberdi, Halperin opone la visi6n menos

sistemaitica pero m6s precisa y coherente de Sarmiento, visi6n "que supera en riqueza de perspectivas y contenidos" a la alberdiana (THD, 1980, XXXV).

No hay pues complacencia en los juicios de Halperin sobre las Bases (y sobre su autor). Sin embargo, mas alla de la dureza de esos juicios, y morigerando hasta cierto punto esa dureza misma, hay en la evaluaci6n global de Halperin acerca de Alberdi algunos matices que, por razones que expondremos mas abajo, nos interesa rescatar.

Halperin muestra por un lado que hay criticas posibles al proyecto de Alberdi, diferentes incluso de las que imaginaron sus adversarios. Sin embargo, al enunciarlas, no deja de tener en cuenta, como una suerte de punto de referencia y a la vez de testimonio, el modelo de pais que en la misma epoca, a

traves de distintos escritos, proponen Sarmiento

y otros. Por lo demas, antes de sacar a la luz lo que, en su opini6n, son limitaciones o falencias del programa alberdiano, Halperin se preocupa por poner de manifiesto la 16gica interna de ese programa, explicando-y de este modo reduciendo- la aparente arbitrariedad de algunas de sus tesis. Por cierto, demostrar que algunas de las opiniones mAs discutibles de Alberdi, lejos de constituir una prueba de la falta de rigor de este 01timo, son al contrario producto de ese rigor mismo, no las exime de critica. Pero si tal demostraci6n no las absuelve, contribuye en cambio a tornarlas mas comprensibles y, en esa medida, menos injustificadas.

En una breve recensi6n aparecida en Imago MundiP, Halperin hacia justamente referencia, y reivindicaba, a "esa vasta comprensi6n, sin la cual no hay historia verdadera". Creemos que uno de los sentidos en que puede entenderse el ejercicio de esa comprensi6n es el que campea en la evaluaci6n que hace Halperin del pensamiento de Alberdi. Sin embargo, esta evaluaci6n envuelve temas y problemas mas complejos que lo que ha dejado entrever lo dicho hasta ahora. Asi, acabamos de senalar que, para Halperin, mostrar la coherencia 16gica del pensamiento de un autor, asi como el contexto cultural en que dicho pensamiento fue enunciado y discutido, no es razon para dejar de criticar sus propuestas. Ahora bien, al formular esta observaci6n, rozamos indirectamente un t6pico con el cual ya nos habiamos encontrado en el paragrafo precedente. Podemos nombrarlo con las palabras del propio Halperin: se trata de la "preocupaci6n por la boisqueda de la verdad".

En efecto, de un modo recurrente, aparecen en los escritos de Halperin, particularmente en aquellos dedicados a la vida y obra de letrados e intelectuales, reflexiones acerca de c6mo encaran estos 01timos, en su labor propiamente intelectual -labor que a menudo se imbrica con el quehacer politico-, la interrogaci6n sobre la verdad de aquello que declaran o escriben. Esa interrogaci6n, presente ya en el libro sobre Echeverria, tiene un alcance que excluye toda remisi6n a lo anecd6tico. Queremos con ello decir que es notorio que Halperin, al plantearla, no apunta al registro epis6dico de tal o cual aseveraci6n deliberadamente falaz o, al contrario, plena de sinceridad y veracidad hecha por aquel cuya vida estudia; tampoco

38 Se trata de la reserFa del libro de Leo VALIANI: Storia del movimento socialista; I'opera de la prima internazionale, publicada en Imago Mundi, if 4, 1954.

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 281

simplemente a sacar a luz ciertos rasgos de carActer de este Iltimo: si ese punto estA a veces presente, no agota las razones por las cuales Halperin se ocupa del tema.

En Elpensamiento de Echeverria el t6pico en cuesti6n es abordado desde diferentes angulos. En un primer nivel, Halperin toma nota de los a su juicio contados aciertos y de los muchos desaciertos del autor del Dogma. Desde luego que no se limita a contabilizar unos y otros, ni tampoco simplemente a consignarlos como meras verdades o errores. No s6lo porque, como lo hard con Alberdi, procurara siempre contextualizar cultural y 16gicamente a cada uno de ellos, sino tambien porque prestar- tanta atenci6n a los actos de enunciaci6n de Echeverria como a sus enunciados. Dicho de otro modo, buscard sacar a luz aquello que dichos enunciados dejan traslucir de la relaci6n o, si se quiere, de la actitud de Echeverria respecto de su propio discurso: mero gesto o pose, aceptaci6n resignada o esceptica de la opini6n de terceros, hipocresia, o bien al contrario convicci6n firme y sinceridad sin dobleces.

Esta enumeraci6n, aunque desordenada, no es caprichosa: un poco de todo eso encuentra Halperin en Echeverria. De todos modos, se emperia en elaborar ante cada una de estas actitudes un juicio ponderado. Por cierto, no omite consignar las vacilaciones, las inconsecuencias, las contradicciones y hasta las limitaciones de Echeverria-quien, frente a ciertas ideas que lo turbaban, no desdeniaba tomar, segdn Halperin, "el camino de la incomprensi6n" (THD, 1951, 84)-. Pero, en cada caso, un previo y prolijo examen de Io que hoy Ilamariamos el "campo intelectual" y de los problemas, las aporias y las paradojas que este planteaba al pensamiento (por lo demas, no siempre 10cido, ni consecuente ni desinteresado) de Echeverria cierra de entrada la via a cualquier dictamen apresurado o arbitrario.

Sin embargo, en el final del libro, el juicio de Halperin sobre Echeverria se torna mas definido y, sobre todo, mas severo. "...Sera preciso -escribe Halperin- juzgar a Echeverria como 1e gust6 de juzgar alos demis, mediante un juicio ideol6gico que se hace alavez juicio etico: es bueno o malo que haya pensado asi" (THD, 1951, 160). Ahora bien, en este punto la conclusi6n de Halperin es claramente negativa.

Lo es, no porque las ideas de Echeverria sean equivocadas, o porque este adhiera a ellas apoyandose en un ingenuo argumento de autoridad (porque son las que sostienen los "publicistas mas adelantados"). El error, y aun la obstinaci6n en el error basada en la confianza acritica del discipulo en el maestro, son actitudes comprensibles y a veces, quizas, inevitables. Si no pueden ser compartidas, pueden en cambio ser justificadas e incluso encomiadas, cuando ellas trasuntan la obstinaci6n apasionada de una indagaci6n honesta. No es este empero el caso de Echeverria. Su "idea de que puede recibirse pasivamente la verdad por medio de los <<publicistas mAs

adelantados,>", esta idea ingenua

de la que Echeverria duda sin osar confesarlo, va unida -dice Halperin- "a la decisi6n de labrarse un destino como poeta y pensador revolucionario" (THD, 1951, 160). Y es esa decisi6n lo que mantiene atada su adhesi6n, no a la verdad -ni siquiera a la creencia en la verdad-, sino al puro y simple prestigio de ciertas doctrinas.

"...Ello -escribe Halperin- no implicaba tan s6lo un error, era un despreocuparse del recto pensar en la esperanza de alcanzar esa buscada realizaci6n de un dado tipo humano, el de innovador ideol6gico. El error se dobla asi en despego por esa bosqueda de la verdad que, s6lo ella, puede dar sentido a la actividad del pensador" (THD, 1951, 160). Esa culpa de Echeverria, ese rehusarse a toda reflexion critica aun cuando no se crea

demasiado en Io que se pregona, ese inter6s por cuidar la imagen de si mismo unido al mis craso desinteres por la bosqueda de la verdad, no nos son desconocidos: son las mismas actitudes que Halperin encontrard, y no excusar8 tampoco, en Fray Servando.

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282 EMILIO DE IPOLA

Si retomamos ahora el caso de Alberdi, advertimos que la evaluaci6n de Halperin es

mas compleja, mAs matizada y, en esa medida, mas ambigua que la que reserva a Mier y a Echeverria39. Critico hasta el sarcasmo respecto no s61lo de los puntos de vista alberdianos, sino tambi6n, mas radicalmente, de su modo de aproximarse a la cosa politica40, no deja empero de elogiar la "sobria maestria" y la "originalidad de ideas" del autor de las Bases. Y, Ilegado el momento en que el juicio ideol6gico se enuncia a la vez como juicio 6tico, Halperin se muestra mucho mds reservado que en los otros dos casos.

Es que, como dice Halperin de Clavijero en su articulo sobre Fray Servando, Alberdi no vio en la historia argentina s61o un campo para lucir sus talentos. La orientaci6n prActica que marca sus escritos, incluso cuando aparece ligada a la obtenci6n de ventajas concretas para si mismo, esta a menudo acompahiada por un autentico inter6s en la problemAtica del pais. No tanto por cierto como para que ese inter6s lo Ileve a explorar seriamente las realidades politicas y sociales a las que constantemente alude. En tal sentido, no es dificil detectar en Halperin un cierto malestar -y hasta una brizna de malhumorado desprecio- ante quien, al tiempo "que se ha visto siempre a si mismo como el guia politico de la naci6n" (THD, 1980, LXIII), se muestra tan poco dispuesto a observar los hechos sobre los que pretende legislar. Pero la ceguera y el platonismo politico, que explican en parte los fracasos personales de Alberdi, son defectos intelectuales, no claudicaciones eticas.

Parece posible concluir entonces, a partir de esta breve revision, que esa referencia a la "bOsqueda de la verdad" remite al nocleo de lo que para Halperin constituye la dimensi6n

etica de la labor intelectual. Esta conclusi6n no es en modo alguno falsa, pero si,quizas, incompleta. En efecto, si

la bosqueda de la verdad es aquello que da sentido a la tarea intelectual, a partir de ese sentido elemental y fundante, sugiere Halperin, es posible abrirse hacia otros significados y construir otros sentidos que importa tambien rescatar.

Este segundo aspecto que hace a la naturaleza del quehacer intelectual es insinuado -por "via negativa", digamos- en el articulo sobre Ramos Mejia publicado en Imago Mundi:

"...A Ramos Mejla -escribe Halperin- no le interesaba el pasado nacional como huella de un destino en el cual 61 mismo estaba incluido, en el cual 61 mismo podia -o ya no podia- influir eficazmente" (THID, 1954, 63). Contrastando con las preocupaciones que Ilevaron a Sarmiento y a Mitre a inclinarse

sobre el pasado argentino, una cierta frivolidad parece afectar a la historiografia positivista encarnada, entre otros, por Ramos Mejia. Esa "baja de tension (del) empello que mueve al historiador a ocuparse de historia" aparece vinculada, en dicho articulo, a la declinaci6n del grupo social al que Ramos Mejia representa. El tema es retomado, y proyectado a nuestro presente, en la entrevista con Roy Hora y Javier Trimboli (THD, 1994, 44 y ss.):

"...Si usted ve la manera en que se trataba de explorar el pasado argentino en la d6cada del '60, usted ve ahora de nuevo esa baja de tensi6n. A lo mejor estamos equivocados, pero la gente est; mucho mAs tranquila, y porque estd mucho mfs tranquila podemos tener una

39 Aclaremos, para circunscribir mejor el tema que nos ocupa (y para no cometer injusticias ni con Halperin ni con los personajes que en su obra analiza), que estos juicios no son necesariamente definitivos, ni tampoco los 6nicos que Halperin enuncia con respecto a dichos personajes. Lo que intentamos

ceriir son los criterios -o m&s

exactamente los principios- que gulan la evaluaci6n de Halperin; no los contenidos -que por muchas razones pueden variar- de esa evaluaci6n misma.

40 En La larga agonfa... (rHD, 1995a), Alberdi es equiparado parcialmente nada menos que con el ex presidente de facto Juan Carlos Ongania. Aun rindiendo homenaje a la sutileza y originalidad de ideas de las Bases, Halperin seF•ala

que Alberdi y Ongania compartian una "casi sobrenatural ineptitud para entender la politica tal como se practica en nuestro mundo sublunar" (THD, 1995a, 45).

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TULIO HALPERIN DONGHI Y LA SOCIOLOGIA 283

historia que sin ninguna intenci6n de desvalorizarla, es una historia que podemos caracterizar como mucho mds acad6mica" (THD, 1994, 45). Sin duda, como esta misma cita lo muestra, Halperin no pretende poner en tela de

juicio la validez de esta historiografia mas acumulativa y menos militante. Pero algo en su espiritu de historiador critico, abierto a la polemica y atento a las cuestiones del presente, Io Ileva a subrayar, y quizas a lamentar, el caracter "muy poco estimulante" y "muy poco interesante" del clima de ideas que oficia hoy de tel6n de fondo para la labor historiogrtfica (THD, 1994, 47). Y si, por otra parte, aunque en un orden de ideas semejante, expresa sin retaceos su admiraci6n con respecto al excelente estudio de Silvia Sigal y Eliseo Ver6n sobre el discurso de la izquierda peronista en los afios '70, ello no le impide sentirse en algunos aspectos mas cerca de la actitud de un Le6n Rozitchner quien, sobre el mismo tema, elabora un analisis que, sin dejar de aspirar a la objetividad, se asume de entrada como critico y politico -a diferencia de Sigal y Ver6n quienes prefieren atenerse, al menos explicitamente, al exclusivo terreno de la indagaci6n cientifica (THD, 1987a, 21-22 y 28).

Si subrayamos ese segundo aspecto relativo a lo que podriamos Ilamar la deontologia halperiniana de la tarea intelectual, no es s6lo con el objeto de ofrecer una imagen mis ajustada y mas completa del punto de vista de Halperin sobre el particular. Es tambien para destacar, en el final de este intento de analisis, un punto de convergencia entre la obra de Halperin y las contribuciones mas valiosas de la reflexi6n en ciencias sociales. Ese punto de convergencia no es dificil de circunscribir: aludimos con el a la irrenunciable y a menudo conflictiva relaci6n entre una vocaci6n intelectual lo suficientemente 10cida como para saber detectar y rechazar en ella misma la tentaci6n de las soluciones prefabricadas y un compromiso con la realidad hist6rica y politica lo suficientemente s61ido como para lograr realimentar de manera constante, aun al precio de duras revisiones, aquella vocaci6n41. Optimista o desengarada, seguin los casos, esatensi6n esta presente en los mas rescatables aportes del pensamiento social. Y est6 presente tambien, exigiendose a si misma y exigiendonos, en Halperin.

BIBLIOGRAFIA CITADA

I. Obras y articulos de TULIO HALPERiN DONGHI

THD (1951): El pensamiento de Echeverria, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

THD (1954): "El positivismo historiogrdfico de Jos6 Maria Ramos Mejia", en Imago Mundi, NQ 5, Buenos Aires, setiembre.

THD (1961): Tradici6n politica espatiola e ideologia de Mayo, Editorial Universitaria de Buenos Aires.

THD (1980): "Una naci6n para el desierto argentino", en Proyecto de construcci6n de una naci6n (Argentina 1846-1880), Biblioteca Ayacucho, Caracas.

THD (1982): "El letrado colonial como inventor de mitos revolucionarios: Fray Servando Teresa de Mier a trav's de sus escritos autobiogrificos", en WAA:

De historia e historiadores (homenaje a Jos6 Luis Romero), Siglo XXI, M6xico.

THD (1987a): "Los fundamentos discursivos del fen6meno peronista", en Vuelta Sudamericana, NW 14, Buenos Aires, setiembre.

THD (1987b): El espejo de la historia, Editorial Sudamericana, Buenos Aires.

Entrevista a Tulio Halperin Donghi (1994), en Roy HORA y Javier TRIMBOU (eds.): Pensar la Argentina, Eds. El Cielo por Asalto, Buenos Aires.

THD (1995a): La larga agonia de la Argentina peronista, Ariel, Buenos Aires.

THD (1995b): Argentina en el callej6n, Ariel, Buenos Aires.

41 Ver sobre este punto la nada autocomplaciente "Advertencia" a la segunda edici6n de Argentina en el callej6n (THD, 1995b).

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284 EMILIO DE IPOLA

II. Otras obras o articulos citados

ALTAMIRANO, Carlos (1992): "Hip6tesis de lectura (sobre el tema de los intelectuales en la obra de Tulio Halperin Donghi), en Punto de Vista, NQ 44, Buenos Aires, noviembre.

BOLTANSKI, Luc, y TH4VENOT, Laurent (1991): De la justification (Les 6conomies de la grandeur), Gallimard, Paris.

BOLTANSKI, Luc (1990): L'Amour et la Justice comme comp6tences, M6taili6, Paris.

COHEN, Gerald (1986): La teoria de la historia de Karl Marx. Una defensa. Siglo XXI de Espara y Editorial Pablo Iglesias, Madrid.

DODIER, Nicolas (1991): "Agir sur plusieurs mondes", en Critique, NP 529-530, Paris, junio-julio.

ELSTER, Jon (1986): "Introduction", en Jon ELSTER (comp.): Rational choice, New York University Press, New York, 1986.

GIDDENS, Anthony (1995): La constituci6n de la sociedad (Bases para una teoria de la estructuraci6n), Amorrortu, Buenos Aires.

Lbvi-STRAUSS, Claude (1958): Anthropologie structurale, Plon, Paris.

LEvI-STRAUSS, Claude (1967): Les structures 61ementaires de la parent6, 20 edici6n, Mouton, Paris-La Haya.

L•v-STRAUss, Claude (1964): Le cru et le cuit, Plon, Paris, 1964.

LVI-STRAUSS, Claude (1962): La Pens6e Sauvage, Plon, Paris.

VERON, Eliseo (1972): Conducta, estructura y co- municaci6n, Tiempo Contemporineo, Buenos Aires.

VERON, Eliseo (1973): "Vers une 'logique naturelle des mondes sociaux"', en Communications, N- 20 (Le sociologique et le linguistique), Seuil,?Paris.

RESUMEN

Este articulo intenta una aproximaci6n, desde la teoria sociol6gica, a la obra historiografica de Tulio Halperin Donghi. Se trata de examinar la eventual fecundidad y las posibles limitaciones de ciertos conceptos ('conciencia discursiva", "con- ciencia prdctica", "mundos de acci6n', etc6tera) y, mis ampliamente, de ciertos enfoques te6ricos

recientes (la teoria.de la "elecci6n racional", la teoria de la estructuraci6n, de Anthony Giddens, los aportes de Luc Boltanski y Laurent Th6venot) para informar e iluminar te6ricamente los produc- tos de la labor historiogrifica, tomando como ejemplo cimero y caso crucial la producci6n de Halperin Donghi.

SUMMARY

This article searches to establish an approach, from sociological theory, to the historiographical work of Tulio Halperin Donghi. The matter is to consider the presumed fecondity and possible limitations of some concepts ('discursive conciousness' "practical conciousness", 'worlds of action', etc.) and some recent theoretical

approachs (the rational choice theory, de Anthony Gidden's theory of structuration, the contributions of Luc Boltanski and Laurent Th6venot) to enlighten theoretically the products of historiographical labour, choosing as prime example and crucial case the works of Halperin Donghi.

REGISTRO BIBLIOGRAFICO DE IPOLA, Emilio "Tulio Halperin Donghi y la sociologia". DESARROLLO ECONOMICO - REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES (Buenos Aires), vol. 39, N2 154, julio-setiembre 1999 (pp. 261-284). Descriptores: <Sociologia> <Historia social> <Historiografia> <Tulio Halperin Donghi> <Acci6n> <Repre- sentaci6n> <Argentina>.

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