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Historia universal de la filosofía, de Hans Joachim Störig II. LOS PENSADORES MÁS IMPORTANTES DEL PERÍODO DE TRANSICIÓN 1. NICOLÁS DE CUSA. 1 En medio de la corriente de este desarrollo múltiple se encuentran los grandes pensadores filosóficos de la época, de los cuáles trataremos a continuación, con más detalle, a cuatro de los más relevantes. Su obra es, en parte, el fenómeno espiritual, y en parte, el espejo de este desarrollo; sólo se la puede comprender en conexión con él. Al principio de toda esta era se encuentra el filósofo más significativo del primer Renacimiento. Con un atisbo genial, anticipa ya en su obra muchas de las cosas que, sólo después de él, los grandes investigadores de la naturaleza formularían como teorías exactas, basándose en las nuevas observaciones. Se hallan contenidos en su pensamiento tantas semillas de la evolución del espíritu moderno que algunos le consideran el verdadero fundador de la filosofía moderna. Se trata del alemán Nicolás Chrypffs (o Krebs), procedente de Cusa (Kues), junto al río Mosela; de ahí Nicolás de Cusa o, a veces, al Cusano (1401-1464). Después de sus estudios en Italia, que hicieron posibles sus protectores nobles, fue primero abogado, y luego sacerdote, único oficio, en aquel tiempo, que le estaba dado al intelectual, y el único oficio, en aquel tiempo, que le estaba dado al intelectual, y el único, también, que abría las puertas para ascenso a posiciones del más alto rango. El Cusano subió hasta los cargos y dignidades más elevados: el papa lo nombró cardenal, distinción extremadamente rara entonces para un alemán de origen burgués, lo hizo obispo de Brixen. Durante la navegación a Constantinopla, el Cusano esbozó el plan de su obra más conocida, De docta ignorantia, de la ignorancia sabida e 1 En el diccionario de la página 339-341

Hans Störig - Nicolás de Cusa y Giordano Bruno

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Historia universal de la filosofía, de Hans Joachim Störig

II. LOS PENSADORES MÁS IMPORTANTES DEL PERÍODO DE TRANSICIÓN

1. NICOLÁS DE CUSA.1

En medio de la corriente de este desarrollo múltiple se encuentran los grandes pensadores filosóficos de la época, de los cuáles trataremos a continuación, con más detalle, a cuatro de los más relevantes. Su obra es, en parte, el fenómeno espiritual, y en parte, el espejo de este desarrollo; sólo se la puede comprender en conexión con él.

Al principio de toda esta era se encuentra el filósofo más significativo del primer Renacimiento. Con un atisbo genial, anticipa ya en su obra muchas de las cosas que, sólo después de él, los grandes investigadores de la naturaleza formularían como teorías exactas, basándose en las nuevas observaciones. Se hallan contenidos en su pensamiento tantas semillas de la evolución del espíritu moderno que algunos le consideran el verdadero fundador de la filosofía moderna. Se trata del alemán Nicolás Chrypffs (o Krebs), procedente de Cusa (Kues), junto al río Mosela; de ahí Nicolás de Cusa o, a veces, al Cusano (1401-1464). Después de sus estudios en Italia, que hicieron posibles sus protectores nobles, fue primero abogado, y luego sacerdote, único oficio, en aquel tiempo, que le estaba dado al intelectual, y el único oficio, en aquel tiempo, que le estaba dado al intelectual, y el único, también, que abría las puertas para ascenso a posiciones del más alto rango. El Cusano subió hasta los cargos y dignidades más elevados: el papa lo nombró cardenal, distinción extremadamente rara entonces para un alemán de origen burgués, lo hizo obispo de Brixen. Durante la navegación a Constantinopla, el Cusano esbozó el plan de su obra más conocida, De docta ignorantia, de la ignorancia sabida e instruida, del saber del no saber. Contiene en germen pensamientos fundamentales que son esenciales para sus obras posteriores.

Muchos rasgos esenciales del Cusano lo revelan como un hombre de la nueva era que alboreaba, el Renacimiento: así, su inclinación por los manuscritos antiguos, que le llevó a reconocer como una falsificación la llamada donación Constantina, un supuesto escrito del emperador Constantino el Grande al papa Silvestre I, en el cual había apoyado la Iglesia durante siglos para sus reivindicaciones de poder terrenal. Su afán de saber, que todo lo abarcaba, su estilo cultivado, su preferencia hacia la matemática y la ciencia natural, su alta estima de lo individual: todo esto son rasgos característicos del Renacimiento.

En astronomía, pronuncia pensamientos que apuntan hacia el futuro: el universo no tiene centro, en concreto, la Tierra no es su centro, ni tampoco

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está quieta. Discute el que los cuerpos celestes sean de naturaleza fundamentalmente diferente a la Tierra y la Luna. Declara que el universo no tiene límites…

También señala hacia el futuro la doctrina del Cusano sobre la esencia y el valor de la individualidad. No hay, según él, dos individuos iguales, especialmente dos seres humanos. El pensar del hombre individual refleja el universo de un modo particular e irrepetible, igual que espejos cóncavos con diferente curvatura.

Sobre el orden y la armonía que reinan en el universo, el Cusano dice que deben atribuirse a que Dios: ¡no creó el universo sin un plan, sino sosteniéndolo sobre principios matemáticos! Por ello, para conocer el universo, debemos aplicar los mismos principios. El Cusano mismo se sirve a menudo de conceptos y símiles matemáticos. Es, no obstante, un modo muy particular de consideración matemática, el que él aplica: son casi siempre las llamadas consideraciones límite; así, cuando muestra, por ejemplo, que la extensión de un círculo coincide con la de una recta si se supone un radio infinito. Se anuncia ya aquí claramente lo que distingue a la matemática occidental, creada, mucho después del Cusano, por Leibniz, Newton y sus sucesores: el impulso “fáustico” hacia lo infinito, hacia un modo de consideración fluido y dinámico –a diferencia de la geometría antigua, que trataba más bien de figuras y cuerpos estáticos, claramente delimitados-. El espíritu griego aspiraba siempre a la medida, la claridad y la delimitación; lo ilimitado era, para él, de un valor inferior; en el pensamiento del Cusano, en el desarrollo de la matemática occidental que él presintió, y en todos los demás dominios de nuestra cultura, se vive, por el contrario, el impulso, seguramente propio tan sólo del hombre europeo, de salir más allá de cada frontera hasta el infinito: una diferencia cultural que se muestra claramente, por ejemplo, en la contraposición de la escultura antigua y la pintura al óleo occidental, con su perspectiva cónica, y sobre la que ha llamado la atención, sobre todo, Oswald Splenger.

Semejantes ejemplos matemáticos le sirven al Cusano, principalmente, para rescribir la esencia de Dios como la de un infinito absoluto, en el que coinciden todos los contrarios. En lo que se refiere a la facultad humana de conocimiento, distingue diferentes niveles: primero, el sensible, que transmite impresiones individuales y sin conexión entre ellas; el del entendimiento, que ordena y une las impresiones de los sentidos –su actividad principal es, por ello, discernir, separar los contrarios, su principio supremo es el del tercio excluso –y por último la razón, que une en una unidad superior, una síntesis, lo que el entendimiento ha separado. En el nivel de la razón por lo tanto, se da la

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coincidencia de los opuestos (coincidentia oppositorum), con la cual el Cusano pronuncia la profunda verdad que captaron, antes de él, Heráclito, y después, muchos otros.

Dios, objeto supremo de nuestro pensar, es lo absoluto, donde quedan simplemente superados todos los contrarios, es lo más grande y lo más pequeño, está oculto (deus absconditus) más allá de los contrarios y más allá de nuestra capacidad de comprensión. Un pensamiento que conocemos ya por los místicos neoplatónicos y su “teología negativa” y por el maestro Eckhart; ambos ejercieron su influencia sobre el Cusano. Por ello, en lo que se refiere a lo absoluto, el resultado de todo nuestro pensar es un no-saber (ignorantia). No es una ignorancia corriente, sino consciente e instruida, justo la docta ignorantia; un saber de nuestro no saber, tal como el que tenía Sócrates y como se halla al comienzo –y acaso al final-de toda verdadera filosofía.

La amplitud e independencia de este espíritu universal, en el que aparecen unidos el sentido mundano de un hombre de Estado, la formación científica, la especulación audaz y una profunda religiosidad, su afán de unir los contrarios en un plano superior, se destaca también en su trabajo a favor de un acuerdo entre las confesiones y la paz religiosa. En la práctica, intentó acercar las dos ramas principales de la cristiandad de entonces, la oriental y la occidental, y también encontrar un compromiso con los husitas. En sus pensamientos, va más allá, hasta la idea de una tolerancia mundial, que tampoco excluyera a las religiones no cristianas. Así, por ejemplo, investigó la doctrina del Corán; en otro escrito, que hace congregarse por un mandato de Dios, a los sabios de todas las confesiones, un griego, un judío, un árabe, etc., los cuales escuchan conjuntamente que todos ellos buscan y adoran al mismo Dios de modos diferentes, y que, más allá de las diversidades del culto, hay una única verdad divina suprema.

La influencia de los pensamientos de este hombre tan significativo, en el umbral de la Edad Media a la Edad Moderna, se muestra, entre otros, en Bruno, a quien más abajo, en Leibniz, con su teoría de las mónadas, muy afín a la del Cusano, en Kant y en muchos otros.

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2. GIORDANO BRUNO2

El 17 de febrero de 1600 se levantaba una hoguera en una plaza de Roma. Un hombre fue atado a ella, y el fuego, encendido. Del moribundo no se podía oír ni un solo grito. Cuando le mostraron un crucifijo, volvió la cabeza despectivamente, con un gesto hosco. Quien así moría era el antiguo monje dominico Giordano Bruno.

Bruno, nacido en 1548 en Nola, cerca de Nápoles, llamado Filippo –Giordano era el nombre que tomó al ordenarse- había entrado con quince años aun en la orden de los dominicos. Sin embargo, su ardiente amor por la naturaleza, su carácter, apasionadamente orientado hacia el mundo, el conocimiento de los descubrimientos científicos de su tiempo y, en general, su ocupación de estudios no religiosos, le movieron a salirse de la orden, un paso inaudito por entonces. A partir de ahí llevó una vida errante, atormentada e inestable; fue primero a Ginebra, después a Francia, donde dio lecciones en París, luego a Inglaterra, donde enseñó en Oxford y, durante largo tiempo, vivió en Londres, en un círculo de amigos y protectores nobles, de Wittemberg, Praga, helmstedt, por fin a Fráncfort. En ningún sitio encontraba la paz, en ningún sitio, a la larga, un número suficiente de oyentes abiertos a sus nuevas ideas, manifestadas en sus conferencias y lecciones, apenas un editor que se atreviera a imprimir sus heréticos escritos. Invitado por un veneciano a esa ciudad, volvió a su patria por primera vez, después de quince años de ausencia. Allí, su anfitrión le delató al Santo Oficio, por cuya demanda los venecianos le extraditaron a Roma. Tras siete años de encarcelamiento, fue condenado finalmente a la hoguera, posiblemente, más por acusaciones de magia que por sus tesis filosóficas.

Los hombres que le entregaron a las llamas se creían en el deber de proteger la religión y la moral de uno de sus enemigos más peligrosos; en lo que se refiere a la peligrosidad de Bruno y de sus ideas, no para la religión, pero sí para muchas doctrinas fundamentales de la teología de entonces, tenía razón. No pudieron impedir que las ideas de Bruno, y el ejemplo que dio de extremada firmeza y fidelidad a sus convicciones, siguieran teniendo efecto. Así ocurre casi siempre en la historia; al menos en el pasado, pues nuestros días conocen métodos mucho más perfeccionados de represión espiritual. Bruno escribía en su lengua materna, el italiano. Algunas de sus obras son: De la causa, del principio y de lo Uno, Del universo infinito y de los mundos, la

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cena del miércoles de ceniza, Expulsión de la bestia triunfante y De los heroicos furores.

Si el Cusano había anticipado en el pensamiento la revolución en el modelo del sistema solar, llevada a cabo por Copérnico, Bruno conoce las ideas de éste, y las asumió conscientemente; pero, a su vez, da un paso especulativo más allá de éste, y pronuncia algo que la investigación posterior ha confirmado: Copérnico reconocía nuestro entorno celeste más próximo como un sistema de estrellas móviles que giraban alrededor del sol; más allá del sistema, sin embargo, dejaba existir el cielo de las estrellas fijas como una bóveda inmóvil. Bruno lleva la idea más lejos. Merced a una intuición literaria, Bruno ve el universo como una infinitud inmensurable, repleta de innumerables soles, estrellas y sistemas, sin límites y sin centro, en movimiento constante. El pensamiento de un universo infinito lo había tomado del Cusano, del que habla con la máxima admiración. Pero no se limita a asumirlo; Bruno lleva la idea hasta sus últimas consecuencias y le da por su boca una profundidad y un significado totalmente nuevo.

Lo mismo vale para los pensamientos que Bruno tomó en gran número, además de su antecesor espiritual más próximo, el Cusano, de otros filósofos; de los antiguos –entre ellos, principalmente, el poema de Lucrecio, que convenía particularmente a su propio natural poético, mientras que Aristóteles le combate como maestro de la escolástica- y de la filosofía de la naturaleza del Renacimiento, de la cual nombraremos en esta ocasión, a los dos nombres más importantes. En Alemania hay que mencionar, sobre todo, al médico y filósofo de la naturaleza Teosfrato Bombasto von Hohenheeim, llamado Paracelso (1493-1541), que tuvo una vida igual de movida que la de Bruno, pero con un final menos trágico. Paracelso veía la medicina en el marco globarl de una imagen del mundo de filosofía natural, aportándole a ella y a la química una plétora de fructíferos pensamientos y sugerencias. Paracelso influyo, entre otros, en Fancis Bacon y en Jakob Böhme. Su significado para la historia del espíritu sólo se ha reconocido plenamente en tiempos recientes. Junto a él está Jerónimo Cardano (1500-1576), a quien puede llamarse el Paracelso italiano. También él fue médico y filósofo de la naturaleza, y pronunció muchas veces los mismos pensamientos, en cierto modo infundados, que Paracelso. Éste era, sobre todo, práctico; Cardano, más teórico y con intereses científicos; y mientras Paracelso era un hombre del pueblo, una naturaleza ingenua y combativa, que sólo escribía en lengua alemana, Cardano era un aristócrata de formación, que incluso prohibía que se trataran las cuestiones científicas en la lengua del pueblo, y quería mantener a éste alejado de todo saber. A ellos les

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siguieron otros dos italianos. Bernardo Telesio (1508-1588) y Francesco Patrizzi (1529-1591). No vamos a exponer en detalle la obra de estos hombres. A todos les es común el haber entrado en conflicto con la dogmática eclesiástica a causa de sus teorías: Paracelso contemporáneo de Lutero en Alemania, en abierta y agria polémica, los italianos, más disimuladamente.

Con el pensamiento de la infinitud del universo, Bruno unifica el de la unidad dinámica y el de la eternidad del mundo. El mundo es eterno porque, en él, sólo las cosas individuales están sometidas al cambio y a la caducidad, pero el universo como un todo es el único ente, y por ello, indestructible. El mundo es una unidad dinámica por que todo el cosmos constituye un gran organismo vivo, y es dominado y movido por un único principio:

Así, el universo es único, infinito e inmóvil […]. No es creado, pues no existe ningún otro ser que él pudiera anhelar o esperar; tiene todo el ser en sí. No perece, pues no existe ninguna otra cosa en la que pudiera transformarse. Él mismo lo es todo. No puede crecer ni disminuir, pues es infinito; e igual no puede añadírsele nada, tampoco nada puede quitársele3

Al principio que todo lo domina y anima lo llama Bruno Dios. Dios es el concepto global de todos los contrarios, lo más grande y lo más pequeño, infinito e indivisible. La posibilidad y la realidad en uno. Semejante representación de Dios procede aún del Cusano, y se corresponde con él, de quien Bruno toma también la fórmula de la coincidetia oppositorum. Y como muestra la obra del Cusano y el pensamiento de la mayoría de los místicos, sigue siendo perfectamente conciliable con las doctrinas cristianas fundamentales.

Lo que resulta inconciliable con el cristianismo, sin embargo –aparte del pensamiento de la eternidad de la creación-, es el modo en que Bruno describe la relación entre Dios y el mundo. Rechaza la opinión de que Dios gobierne el mundo desde afuera, como un conductor el tiro de los caballos. Dios no está por encima y fuera del mundo, está en el mundo, actúa como el principio que lo anima, tanto en el todo como en cada una de sus partes.

Buscamos a Dios en las leyes inalterables e inflexibles de la naturaleza, en la venerante disposición de un espíritu que se rige por estas leyes [¡Cuán cercano queda aquí el principio kantiano del cielo estrellado y la ley moral!], le buscamos en el resplandor del sol, en la belleza de las cosas que nacen del seno de nuestra madre tierra, el verdadero destello de nuestro ser, en la visión de innumerables estrellas que lucen, viven, sienten, piensas, en el limbo inconmensurable de un cielo, y le cantan alabanzas al que es todo bondad, todo-uno, al supremo.

3 Bruno, Sobre la causa, etc.5.Dialog.

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Todo el cosmos está animado, animado de Dios, y Dios está sólo en el cosmos y en ninguna otra parte. Es esta la equiparación de Dios y de la naturaleza que se llama panteísmo.

Hasta qué punto Bruno se estaba oponiendo con esto o con otras cosas a la Iglesia, incluso al cristianismo en general, es algo de lo que él era muy consciente. Reiteradamente, califica su intuición como la más antigua, es decir, la pagana. Lo que constituye su particular posición en la historia es, precisamente, que él, a partir de los pensamientos que bullían confusamente en muchas cabezas de su tiempo, extrajo las consecuencias, les dio expresión y los profesó abiertamente. Claro que no les dio expresión en un sistema acabado, sino con exaltación poética, en una poesía arrebatada, ebria del poder de lo intuido interiormente. Se comprende que Bruno no encontrara lugar donde quedarse, ni en círculos de mentalidad poco eclesial, ni tampoco en el protestantismo.

Entre los pensadores en los cuales la influencia de los pensamientos de Bruno es manifiesta Leibniz, con su teoría de las mónadas, que se remonta hasta el Cusano y que tomó de Bruno; está, sobre todo, Spinoza, y además Goethe y Schelling.