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Hechos los depósitos de Ley. Todos los derechos Es ... · Por los campos se escuchaba el canto de los gallos, el ladrido de los perros y una que otra vez la voz de las madres que

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Hechos los depósitos de Ley. Todos los derechos mundiales reservados en conformidad con la Convención Internacional de Derechos de Autor, de Ginebra, de 1952. Es propiedad del autor.

VITKO NOVI

APU, UN MUNDO SIN DINERO

“MISERIA DEL DINERO”

TOMO I

PROLOGO “APU, UN MUNDO SIN DINERO”. Bajo esta denominación se reúnen varios libros magistralmente escritos por Vitko Novi, autor de gran calidad humana y literaria, cuya primera obra, editada hace unos pocos años, fue “La hija de Mostar”, en la que describe las atrocidades y la barbarie de la Segunda Guerra Mundial. Y, ahora, con “MISERIA DEL DINERO”, primer tomo de la serie arriba mencionada, le auguro su consagración como uno de los Grandes de la Literatura Universal, pues él, sin ser Peruano de nacimiento, sino Yugoslavo, se siente tan nuestro, tan europeo, o tan asiático u oceánico como africano; es decir, es un “ciudadano del mundo” y escribe con amor para todos sus hermanos terrícolas, para entregarnos sus conocimientos, sus experiencias con seres del cosmos y de nuestro planeta... para alcanzarnos sus mensajes.

“APU, UN MUNDO SIN DINERO” es, sin lugar a duda, un mensaje y un alerta a la humanidad terrícola, que bien convendría conocer a todos los hombres, pues, estoy seguro que, en la diversidad de sus personajes, nos encontraremos así mismos, motivando en nosotros el deseo de ser mejores, de buscar nuestra superación y amar real y sinceramente a nuestros semejantes para lograr una sociedad más justa, sin ricos ni pobres, sin poderosos ni débiles, sin explotadores ni explotados, sin temibles ni temerosos… Una sociedad humana donde reine la pura y auténtica libertad, igualdad y fraternidad.

Y es así como, en “MISERIA DEL DINERO” relata, a través del personaje principal, la desdichada existencia terrestre de una niña llamada Ivanka y la de sus dos menores hermanitos. Ella, como tantos otros seres desgraciados, olvidados y abandonados por los demás, vive una tragedia inimaginable, que Vitko Novi ha sabido describir y plasmar en su obra, gracias a su sensibilidad y facultad que posee para comprender a sus semejantes.

El drama de Ivanka que Vitko Novi relata con positividad, es un enérgico llamado de atención a la Humanidad Terrestre y a su dios dinero que sólo crea miseria, que marchita y destruye la vida de muchos seres.

La desgraciada existencia de Ivanka hiere muy hondo el alma y, conmueve en grado tal, que

provoca gritar al mundo y a sus gobiernos: ¿Qué hacen Uds. por estas criaturas, pequeños ciudadanos del mundo, hijos nuestros? ¿Qué hacen por los pobres y desventurados? Parece ser que sus sentidos y sus mentes, su acción y preocupación, estuviera sólo orientadas en cómo hacer dinero, cada vez más dinero y en la creación de nuevas, sofisticadas y mortíferas armas para seguir guerreando. ¡Hasta cuándo!... ¿hasta cuándo habrá que esperar para que en este mundo los hombres sean más sensatos, amantes de su prójimo y de la vida misma? ¿Hasta cuándo seguirán perdiendo el tiempo y malgastando intelecto y energía en estériles discusiones y mostrando seudo preocupación por la paz y el bienestar de la Humanidad? Los caminos trazados y las medidas tomadas hasta ahora no han sido precisamente las más indicadas. Préstese más atención a la debida educación, cuidado y preparación de la niñez y de la juventud; esforcémonos por la unidad del mundo, eliminemos diferencias, acerquémonos más los unos a los otros; borremos fronteras, dejemos que los pueblos se

mezclen libremente en fraternal abrazo… así evitaremos nuestra destrucción y forjaremos un mundo superior, sin dinero, sin hambre, sin maldad, sin miserias… tengamos presente que el mundo, parte o partes de él, no pertenecen a nadie en particular, sino más bien que es de todos los que en él habitan.

En “MISERIA DEL DINERO” encontramos de todo: emoción, suspenso, ternura, pasión, amor… No falta nada en este magnífico libro, a tal punto que ilustra al lector en Historia, en Geografía, en Sociología, en Política, etc.

Confío en que la lectura de esta cósmica obra y los volúmenes que le seguirán, al tocar los corazones, sacuda y despierte la conciencia de los hombres, para que, en un aunado esfuerzo, trabajen por un mundo mejor, digno de su Hacedor, y destierren para siempre la miseria y la injusticia.

“MISERIA DEL DINERO” es pues, un mensaje sincero de amor para todos los hombres de positiva voluntad para que confraternicen, se respeten y se quieran.

Salvador Maya Ortiz

CAPÍTULO I

-¡Eh!. .. ¿Adónde vas? -preguntó una voz femenina a Pedro cuando caminaba por la playa de Ploce, a la orilla de la parte yugoslava del mar Adriático, cerca de la ciudad de Dubrovnik.

-Voy al pueblo -contestó. Al oír la voz se detuvo y vio una chiquilla con el cabello largo y echado al viento que asomaba entre las piedras y peñas.

-Ya sé que vas al pueblo, en busca de mujeres, como lo hacen todos los marineros, ¿no es así?

-No voy precisamente para eso, pero. . . ¿quién sabe? Tal vez. La vida a bordo cansa y aburre, por eso decidí pasear un poco por la ciudad para conversar con la gente.

-¿Cómo te llamas? -preguntó de nuevo la muchachita, que salía de entre los peñascos. -Pedro. . . -¿Nada más que Pedro? -Sí, tengo también mi apellido. -¿Cuáles? ¿Quieres decírmelo? -¿Para qué? -dijo Pedro, sorprendiéndose por el atrevimiento de la muchachita, quien ya le

estaba aburriendo con tantas preguntas. -Es que yo no tengo apellido y me gusta escuchar a la gente que me diga el suyo; cuando lo

pronuncian suena bonito. Para mí el nombre sin apellido es como el hombre sin piernas. . . -¿No eres de acá, verdad? -volvió a preguntar la chiquilla, mientras el sol se ponía dejando

un crepúsculo rojo, color de fuego, dando la impresión de que allá, en el horizonte, pronto se iba a encender una llama gigantesca.

Aquel raro comportamiento de la pequeña llamó 1a atención a Pedro; fijó sus ojos en ella y vio ante sí a una niña desnutrida y vestida de harapos, que le inspiró pena y lástima. La apartó suavemente y siguió caminando, más ella corrió con rapidez, se le adelantó y se sentó sobre una piedra por donde él tenía que pasar forzosamente.

“¡Pedro!, ¿por qué me huyes?.. Quédate sólo un rato”, insinuó con su vocecita suplicante. Y cruzando la pierna mostró su muslo de niña, flaco y blanco como el papel.

Pedro se detuvo de nuevo; sintió repugnancia. La chica tuvo un violento acceso de tos y arrojó saliva espesa, amarillenta.

-“Ven, acércate. Ustedes los marineros son gente buena, tratan bien a las mujeres, y no son tacaños. Los otros sí son brutos, sucios, dan asco -expresó, y arrugó la frente. Se ruborizó-. Ven... te daré un beso. No seas malo, ven; claro que soy una niña, pero también hago el amor; me enseñaron a hacerlo muy bien. Te lo demostraré en seguida. No tengas miedo que vaya a gritar, ¡no!, eso ya pasó. Antes sentía dolor, pero ahora… me da lo mismo, no siento nada... ¡Ay; qué asco!, ¡puf.!”, dijo y escupió de nuevo; se paró y exhibió en toda su forma el talle de niña, adornado por unos senos pequeños y erectos, cuyos pezones rosados se asomaban por entre las tiras de su blusa como dos frambuesas maduras.

Estaba desca1za; sus pies se hundían en la arena. A Pedro le daba la impresión de que el arenal se proponía tragar a esa pequeña víctima de la miseria que ofrecía su frágil cuerpo para ganarse el pan y pensó: "¡Qué hermosa sería la vida sin la existencia del dinero que nos incita a tanta bajeza!”. Se sentía tan confundido ante la acción de la pequeña, que por un instante creyó que no era realidad lo que estaba viendo. Nunca había experimentado algo semejante y no sabía cómo actuar. Si aquella jovencita se transformara de pronto en una mujer adulta, a Pedro no le faltaría valor para dirigirle unas palabras de pasión. Pero a una niña, en cuya mirada todavía se reflejaba la inocencia de la niñez, ¿qué se le podía decir? La muchacha se le acercó, tomó la mano derecha de Pedro, la apretó contra su seno e hizo movimientos lascivos, como demostración de que ya había aprendido a tratar a los hombres. Aprovechando la confusión de Pedro, se paró sobre la punta de los pies y le dio un beso en el mentón; no alcanzó a dárselo en la boca. Comprendió que había actuado como una niña y para demostrar su madurez estiró sus brazos delgados, los pasó alrededor del cuello de Pedro y lo atrajo hacia sí.

El, inconscientemente, bajó la cabeza y sintió los fríos y delicados labios de la niña, que le provocaron repulsión.

Ella se apartó, miró a Pedro en los ojos y dando muestras de haber sentido pudor, en voz baja le dijo: “Vamos tras ese peñón; es un lugar bonito; yo lo conozco, nadie nos puede ver allí”. Pero Pedro permaneció en el mismo sitio, paralizado por la desagradable sensación que le había causado el beso de la chiquilla. Su mente se sintió invadida por una tremenda amargura que le obligaba a detestar la vida y la sociedad. La sangre le bullía y su corazón le latió con tanta fuerza como si quisiera romperle el pecho. Sintió deseos de cogerla y estrellarla contra las rocas, cual si ella fuera la culpable de todas las desgracias que el dinero produce entre los humanos. Se detuvo. Un sentimiento de horror y asco se apoderó de su ser, al encontrarse ante tan horrible fruto de la miseria.

-“Vamos apúrate, no te cobraré mucho, lo que me des lo acepto. Me doy cuenta que no eres abusivo. La clase de hombres a la que tú perteneces son bondadosos”, dijo la niña, interrumpiendo los pensamientos del marinero. Este recuperó la serenidad y, como volviendo de un profundo sueño, vio frente a sí a una pequeña adolescente, desaseada, mal vestida y pálida por la desnutrición. Se dio cuenta que la muchacha era una víctima más de la miseria y sintió desprecio por la vida, por la vileza a que conduce la necesidad del dinero, convertido por el hombre en el único medio para poder vivir.

-¿Cuál es tu nombre? -Me llamo Ivanka, pero qué importa. Vamos -contestó ella, insinuante, señalando con la

mirada el peñón. El sol estaba ya en el horizonte y sus rayos caían sobre el mar, dando la impresión de que su

superficie se encendía. Allá, por las alturas, todavía iluminaba con todo su brillo, aunque por las pendientes su luz se volvía débil y pálida. Por los campos se escuchaba el canto de los gallos, el ladrido de los perros y una que otra vez la voz de las madres que llamaban a sus hijos para que volvieran a casa antes del oscurecer. Notas de flautas acompañadas por el acordeón y gritos de águilas que se dirigían hacia las rocas para pernoctar daban la apariencia de que un observador extraterrestre advirtiera que en la Tierra los hombres ya se habían organizado tan correctamente que cada individuo recibía por su trabajo todo lo necesario para la vida, acabando, así la explotación del hombre por el hombre, que se refleja en el sistema monetario desde su aparición.

Mientras tanto, sin embargo, Pedro se encontraba frente a una incipiente y novel vendedora de placeres que prostituía la sagrada ley de la reproducción, sólo para sobrevivir. Y eso era una horrible contradicción a la vida misma, observada desde el espacio o desde un palacio, centro de diversión, lugares desde los cuales no se puede ver el verdadero aspecto de la miseria y de las injusticias que el dinero crea en los hombres, tal como lo veía Pedro. “Muertos que desean vivir, vivos que quieren morir. Los que son y no son, los que no son y desean ser. Estas son las creaciones del dinero… Todos... todos tragan hiel y miel del sistema monetario que mata y engaña, que hace y destruye, que hunde y humilla”, pensó Pedro en aquel momento. . .

“Vamos rápido antes que venga la jefa a buscarme; nos prohíbe que nos acostemos con los hombres antes que ella cobre. Luego nos entrega a los clientes como si fuéramos objetos para el juego. .. ¿Qué te pasa?, Hazme el favor, necesito dinero, mis hermanitos se encuentran enfermos y hambrientos”, suplicaba la muchacha, jalando a Pedro hacia 1a peña.

Horrorizado y sin darse cuenta de lo que hacía, Pedro se encontró de repente tras del peñasco solitario y cómplice. Una cantidad de paja de trigo había allí extendida sobre la arena aplanada. La niña soltó la mano de Pedro bruscamente y se tendió sobre la paja.

“Te obedeceré en todo con tal que me des algún dinero para el pan de mis hermanitos... No quiero que se vayan a morir de hambre... Tú eres bueno; lo veo en tu mirada; no creo que me engañarás como los otros”, decía la chiquilla, con voz entrecortada y ojos llenos de lágrimas.

El marinero se estremeció de horror. Pensó en Dios, en la sociedad y culpó al hombre por inventar el dinero, que corrompe y conduce a la humanidad al egoísmo, a la esclavitud, a la explotación y a la desgracia.

Allí, ante sus pies, tendida en el suelo, estaba uno de los más tristes productos del dinero. . ., allí estaba la flor de la miseria. Pedro miró los lagrimeantes ojos de la muchacha, que habían perdido su brillo de tanto maltrato físico y moral, y se dio cuenta que le miraban humillados y tristes, con la esperanza de recibir el dinero que necesitaba para ganarse el mísero sustento. . . “¡Qué sucia es la vida humana en su intimidad!”, pensó Pedro. Dobló su largo cuerpo y cogió de los hombros a la adolescente, quien yacía semidesnuda sobre la paja húmeda.

-¡Levántate! -le dijo en tono severo, como si quisiera descargar sobre aquella pobre criatura toda la amargura y el horror que sentía.

Ella se paró asustada; había perdido toda su esperanza y en su imaginación veía a sus pequeños hermanos que se retorcían de dolor, con desesperación, hambrientos. Se cubrió los ojos con las manos y gritó:

-¡Malo!… ¡Eres malo!, no me dejas ganar un par de panes para salvar a dos niños que se están muriendo de hambre. No han comido nada desde hace dos días. Por eso me he arriesgado a burlar la vigilancia de mi explotadora. ¡Quién sabe qué hará conmigo cuando se entere de mi fuga! Tal vez me pegará hasta matarme; ella es capaz de todo. ¡Es mala igual que tú!, ¡que Dios los castigue a los dos, que se los lleve al infierno y que allá se mueran: -dijo entre sollozos. Y se alejó corriendo.

Pedro sintió pena por la muchacha, quería conocer sus problemas y tratar de ayudarla, pero ella corría como loca. Sus cabellos despeinados ondeaban al viento; las tiras de su falda flamearon, descubriendo la flacura de las caderas y los muslos desnudos. Su blusa se rasgó en la espalda; huía, como si la persiguieran monstruos.

Al final del arenal había una grada que separaba la playa de las chacras y prados. Al llegar al primer peldaño, Ivanka quiso subir con velocidad, pero tropezó y cayó bruscamente; quedó atontada durante algunos segundos.

Pedro llegó corriendo donde ella, y la tomó de las manos para ayudarla a levantarse, pero Ivanka lo rechazó enérgicamente.

“¡Vete, maldito!, ¡no me toques!” gritó; furiosa. -¡Por amor de Dios, chiquita, tranquilízate! Yo sólo quiero ayudarte. Cálmate y cuéntame lo

que está pasando contigo. No temas... te comprenderé. Tengo experiencia con los sufrimientos. -¡Suéltame maldito!, ¡me has despreciado como a cualquier objeto! ¿Acaso mi carne no es

como la de las otras? Prefieres pagarles a ellas, que tienen dinero, que viven solas y no tienen nadie a quién llevarle un poco de comida.

-No se trata de eso -contestó Pedro con sentimiento-. Me gustaría ser tu amigo; tal vez podría ayudarte en algo; pero si me desprecias, vete -dijo el joven. Y mientras trataba de levantarla, le depositó en su pechera rota un billete de cinco coronas austriacas. La muchacha ni cuenta se dio del generoso gesto; se libró de las velludas y rudas manos que la levantaban y escapó con toda rapidez. Cuando sé hubo alejado, sintió que algo le rozaba la piel entre sus senos, se detuvo y vio con sorpresa que era un billete de cinco coronas. Rápidamente se dio cuenta que Pedro se lo había puesto mientras trataba de levantarla. Lo observó unos instantes, lo dobló más y lo guardó muy dentro para que no se cayera. Miró en dirección a Pedro y vio que caminaba con las manos en los bolsillos del saco, perdiéndose entre los olivares, camino hacia la ciudad. Meditó sobre el tan raro proceder de aquel hombre, que, no parecía ser de este mundo. Ningún otro la habría tratado así. Sintió pena y no quería que se alejara de ella el hombre que acababa de regalarle, un billete de ¡cinco coronas! Reconoció que eso sólo lo hacían personas extremadamente bondadosas, como las hermanas de las órdenes religiosas y pensó correr tras él para alcanzarle y pedirle que la perdonara.

Sin duda lo hubiera hecho, pero la noche se acercaba y tenía que llevar algo de comer a sus hermanitos y regresar a su cuarto para atender a los clientes, antes que su explotadora notara su ausencia. Hizo cuentas y advirtió que para ganar esa cantidad habría tenido que acostarse con cincuenta hombres por lo menos, para recibir su parte de diez centavos de corona por cliente, de acuerdo al sistema impuesto por su patrona. Se horrorizó cuando pensó que, para evitar el castigo de su explotadora, tenía que acariciar a cincuenta hombres; ver cincuenta caras diferentes, soportando el trato vilipendioso de borrachos obscenos y corrompidos, y enfermos sádicos, sucios, viejos y jóvenes, tufo de tabaco y alcohol, apretones fuertes o histéricos; palabras indecentes que dicen la verdad; miradas lascivas o estúpidas; risas, frases bonitas que dichas en los lugares sucios torturan y hieren. ¡Y todo por cinco coronas para poder saciar el hambre!

La muchacha suspiró, sintió repugnancia, y escupió. ¡Cuántos sacrificios tendría que soportar para conseguir cinco coronas, que aquel buen marinero le acababa de regalar sin exigir de ella nada, absolutamente nada! Por un instante no creyó que fuera realidad. Su terrible experiencia le había hecho creer que no existían personas bondadosas en el mundo. Tocó de nuevo el billete que tenía en el pecho y, desconfiando de los cálculos que hacía minutos había hecho, volvió a hacerlos… “¡Maldito dinero, a qué bajeza y miserias conduces a unos para conseguirte!”, se dijo en silencio, y limpió una furtiva lágrima, que se deslizaba, amarga, hasta la comisura de sus labios.

Ivanka, revolviendo sus tristes monólogos, siguió caminando y casi al final del parque sintió ganas de “hacer aguas” y lo hizo tras de un olivo centenario, encuclillándose a medias, como una

perra asustada, mirando a su alrededor por si alguien la viera. Sin perder el tiempo en arreglar prendas interiores, porque no las tenía, partió corriendo en dirección de la panadería del italiano para comprar pan. Caminando, pensó en su buena suerte de aquella tarde, y colocando su mano sobre el pecho, apretando el billete contra su cuerpo, se dijo: “¡Es un milagro, gracias, Dios mío! ¡Jamás había poseído un billete de cinco coronas en tan poco tiempo! A las mujeres mayores que yo, sí las buscan los hombres a cada rato; la mala esa, de mi dueña, les paga el cincuenta por ciento de lo que cobran. Eso es bastante, y así ellas reciben cinco coronas por dos clientes, pero yo no tengo esa suerte; soy chiquilla. Por eso los hombres huyen de mí y cuando los llamo me contestan: “¡Anda, chiquilla -me dicen-, no fastidies; tú no eres capaz de aguantar a un hombre, anda donde la niñera!”. Pero no se dan cuenta que yo necesito dinero… más que las mujeres grandes. Yo estoy manteniendo a dos niños, mis hermanitos; pero ellas viven bien, visten trajes de seda, no lían los cigarrillos como lo hacen los hombres; los compran fabricados y además se emborrachan con aguardiente”, pensó y apuró el paso para llegar a su cuarto antes que obscureciera…

CAPÍTULO II

Allá, en la lejanía, resonó un tiro de escopeta. Algún cazador había disparado a un conejo silvestre que salía del bosque, a la puesta del sol, para comer alfalfa en las huertas. El disparo interrumpió los pensamientos de Ivanka por algunos instantes, pero al poco rato sus recuerdos volvieron más de prisa a desfilar por su mente, como si se acercara el fin de su vida.

Caía el manto de la noche y una tibia brisa de verano acariciaba la playa de Dubrovnik, llenando el ambiente con el característico olor a mar. Al final de los olivares se escuchaba el ladrido de los perros y el llanto de un niño que lloraba, quién sabe por qué... Las campanas de las iglesias de San Frane y de San Vlaho empezaron a tocar, recordando a los fieles la misa de la tarde. Sus ecos gruesos y melodiosos penetraban por las pendientes de los cerros y, llegando a los oídos de Ivanka, le recodaron que era ya la hora de atender a los compradores de placer. Eso la puso nerviosa... sintió asco, y miedo. Sabía que su patrona, al no encontrarla en el “trabajo”, se pondría furiosa como un tigre y que la castigaría de la manera más severa posible. Ivanka recordó cuando vio por primera vez a la mujer que la explotaba, allá, en el basural, a la orilla del mar, por la salida del puerto de Ploce, y renegó de aquel momento que resultó ser el principio de su terrible vida en el prostíbulo, Recordó también que había salido, aquel día, a las ocho de la mañana para llegar allí en el momento en que las carretas municipales empezaban a arrojar la basura recogida en la ciudad y así poder arrebatar los residuos de comida y ropa que encontrara en la inmundicia, adelantándose a los demás, que también, como ella, vivían de los desperdicios.

Había aprendido la maña de aquel trabajo desde que su madre empezó a encerrarse en el cuarto con el carpintero, durante mediodía de cada domingo. Al principio tenía asco de remover con sus manos la porquería de los perros, gatos y de la gente; pero tuvo que acostumbrarse porque su madre la llamó un día y le dijo: “Escucha, Ivanka, tienes que alimentar a tus hermanitos si quieres que sigan viviendo. Busca como sea y por donde sea, dinero para darles de comer; si no lo haces te vamos a botar al mar junto con ellos. Debes comprender que mi amigo y yo no los necesitamos: nos estorban. Y si quieren vivir, luchen para conseguirlo, si no... Les daremos pasaporte a la eternidad, de donde nunca más volverán, pues tú y tus hermanos sobran en la Tierra porque falta el dinero para que se alimenten. Así se podrán ir al otro mundo, en donde no hay dinero y todos viven bien”.

A pesar de que Ivanka, por su tierna edad, no comprendía casi nada de este mundo en que vivía y mucho menos del otro, adonde su madre amenazaba enviarla, prefirió seguir rebuscando en el basural para que sus hermanos, pudieran vivir a su lado. No conoció a los padres de sus hermanos. Tampoco conoció el suyo. Desde que tuvo uso de razón veía cómo entraban y salían de la casa donde vivía con su madre, distintos hombres y jamás vio que uno mismo regresara dos veces.

Cuando su madre salía a la calle, la dejaba con una vecina, pero cuando ésta se cambió de domicilio, llegó a vivir allí un viejo herrero con su esposa. Ivanka tenía que acostumbrarse a permanecer encerrada en su chocita hasta que su madre volviera. A. veces pasaban dos o tres días y

su madre no aparecía. Ivanka tenía entonces ya cinco años de edad y había aprendido a aprovechar los víveres que su madre le dejaba cuando salía. De vez en cuando regresaba acompañada por hombres borrachos. Estos le regalaban bombones, ciruelas e higos secos, nueces y avellanas. La niña se ponía alegre porque comía y conversaba con esa gente o, le parecía que estaba celebrando el cumpleaños de mamá.

Así pasaban días y meses, e Ivanka soportaba la carga de miseria e ignorancia que torturaba

su vida. Cuando cumplió seis años su madre le “obsequió” el primer hermanito y al cumplir el octavo aniversario le “regaló” el otro. Ivanka se convirtió en niñera. Obligada a cuidar de sus hermanitos, iba, al mismo tiempo, aprendiendo las lecciones de la rudeza que la miseria impone, tales como soportar el hambre, mentir para conseguir algunas monedas, revisar los bolsillos de los amantes de su madre, pedirles que le obsequien algo para comer, dirigirles miradas lujuriosas como lo hacía su madre, y otras prácticas usuales en los “jardines” de la miseria, creados por el dinero, donde los débiles se arrastran como gusanos hipotecando, por unas cuantas monedas, las bellezas del alma y del cuerpo.

Pero esa vida de Ivanka no duró mucho. Ella ya tenía diez años. Era una flor de los parques de la miseria y su aroma atraía ya a los visitantes. Eso notó el amante de su madre y decidió ser el primero que probara su aroma. Un día sucedió lo que ella no esperaba.

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Era domingo por la tarde, cuando su madre entró en la casa, acompañada por el carpintero y un hombre barbudo que ella no había visto antes. Los tres estaban borrachos. El barbudo entró primero, luego su madre, apoyada sobre el hombro del carpintero. Apenas entraron, la mamá se abrió la blusa dejando sus senos descubiertos; se quitó la falda, y alzando su enagua, se tendió sobre la cama. El carpintero se sentó al borde del lecho, suspiró fuertemente y, sin quitarse los zapatos, se acostó con ella. El barbudo dio a Ivanka una sarta de higos secos, se sentó en una silla, echó su cabeza para atrás, cerró los ojos y con la boca abierta empezó a respirar profundamente y se durmió.

Ivanka comió los higos con un apetito feroz. Afuera estaba oscuro y en el cuarto de Ivanka ardía una lamparita de petróleo que alumbraba muy débilmente. Los chicos estaban despiertos y jugaban con una lata oxidada. El barbudo echaba unos ronquidos que parecían gruñidos de perros.

En la cama, el carpintero y la madre de Ivanka; Se retorcían como culebras enroscadas, ultrajando la sagrada ley de la reproducción, donde principia la vida de los seres. . . Ivanka presenciaba lo que la moral prohíbe que los niños vean. . . Sintió vergüenza y se puso a jugar con sus hermanitos para disimular la ofensa a su pudor. Pero a pesar de todo, la curiosidad de la niñez no le permitió quedarse tranquila. Mirando de reojo vio cuando el carpintero se bajó de la cama con la bragueta desabotonada y al ver al descubierto la principal particularidad del macho, sintió repugnancia y empezó a odiar a su propia madre.

El carpintero se dirigió hacia la pared donde colgaba su saco y extrajo del bolsillo una botella de aguardiente, tapada con una coronta. Regresó a la cama, destapó la botella jalando la coronta con los dientes; bebió dos sorbos y volteándose con la cara hacia la madre de Ivanka, empezó a echarle el aguardiente en la boca. La mujer abría y cerraba la boca moviendo la cabeza, tragando y botando el licor hasta que la botella quedó vacía. El hombre la tiró contra la pared y los pedazos de vidrio volaron por el cuarto. Se echó de nuevo.

Los ronquidos del barbudo llenaban la habitación. Pero todo esto no duraría mucho. Media hora después el carpintero empezó a discutir con su concubina, e Ivanka escuchó a su

madre que decía, con la voz debilitada por la influencia del alcohol: -Haz de ella lo que quieras, pero no me tortures así, sabes que no te puedo negar nada, te

quiero y no me importa nada más. El carpintero bajó de la cama y tambaleándose llegó donde Ivanka. -Ya has oído lo que dice tu madre, niña. -Sí -balbuceó Ivanka-, con miedo, porque veía frente a sí a un hombre que parecía un oso

hambriento. -¿Y sabes de qué se trata, mi nena? -No, señor, creo que mi madre te quiere y nada más. -Y tú qué dices, ¿me quieres también?

-¿Yo, señor? -Sí, tú. Ya eres bastante grandecita, tienes diez años de edad y eres bien “despachadita”. Mi

madre tenía once años cuando me parió dijo el carpintero-. Claro, ella murió de parto, pero si tú llegaras a concebir no morirías, aunque tienes un año menos de los que tenía mi madre. Además, eres bastante robusta para no morir pariendo -decía mientras su rostro, por la excitación, se ponía rojo como un tomate.

Ivanka no entendió la intención del corrompido, pero un presentimiento extraño la embargó y empezó a temblar de miedo, como si se encontrara al borde de un cráter volcánico.

“¿Qué me contestas pequeña? ¿Vas a cumplir la orden de tu madre o no?”. Ivanka agachó la cabeza; sentía vergüenza de desobedecer al amigo de su madre, y sin saber

con seguridad de qué se trataba le respondió: -¿Qué es lo que debo hacer, señor? -Pues nada malo, mi corderito. Lo que debes hacer es acostarte al lado de tu madre, que

después yo te enseñaré... ¡Mira qué feliz se siente tu madre! -añadió señalándola, cínicamente. En eso, el barbudo levantó la cabeza, suspiró y chasqueando los labios, miró a su alrededor.

Por un instante permaneció atolondrado, se frotó los ojos y bostezó. Pero al ver al carpintero al lado de la niña, se paró súbitamente y dando a entender que le había escuchado, le dijo bruscamente:

-¿Qué estás pretendiendo de la niña? ¡Apártate de ella o te mato! -gritó de repente, con todas sus fuerzas, amenazándolo con los puños, mostrando sus dientes anchos y amarillentos.

El carpintero giró sobre sus talones, se detuvo frente al barbudo y sin contestarle le aplicó un fuerte puñetazo en la sien izquierda. El hombre cayó al suelo y el agresor siguió golpeando, aplicándole puntapiés en el cráneo hasta que la sangre le empezó a brotar por la nariz. Luego regresó donde Ivanka, la tomó de las manos y le dijo:

-Haz lo que te estoy ordenando y no temas nada. -No me haga daño, señor, por piedad. Espere que se despierte mi mamá -decía suplicante la

niña con voz temblorosa, asustada de lo que acababa de ver. -Escucha, nena -balbuceó el degenerado, contoneándose- ¿Has visto lo que le pasó al

individuo este? Pues bien; si no deseas que a tu madre le pase lo mismo, obedéceme. Soy muy malo cuando me molestan.

En eso su madre volvió la cabeza hacia ella y le ordenó: -¡Obedécele, Ivanka, es la única solución! La niña se levantó, se despojó de sus ropas y se tendió al lado de su madre. El borracho cayó

pesadamente sobre la pequeña... Ella se aterrorizó... Luego sintió un dolor agudo en la parte inferior del vientre, que le hizo gritar histéricamente...

Dolor, grito y placer; la muerte y el miedo; torturas y alegrías; inmundicia, asco... la belleza que se hundía en la miseria y la bajeza que se creía triunfadora, bella.

La humilde casita de Ivanka se había convertido en campo de ensayos de la miseria, principal creación del dinero, llenándola con su legítima fetidez.

El depravado tapó con sus manos la boca de la niña para que no siguiera gritando, pero el dolor aumentaba, le faltaba el aire y sentía náuseas... luego un fuerte; mareo; finalmente quedó sin conocimiento...

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Cuando despertó era ya de día. Sintió una espantosa sensación cuando no pudo mover las piernas ni los brazos. Su madre no se encontraba en el cuarto y la puerta estaba con llave... Tampoco el cadáver del barbudo se hallaba en la casa. Algunas manchas de sangre se veían en el suelo... y nada más.

Tres días después su madre regresó con el carpintero. Esta vez le trajeron una chompa de fabricación casera, algunas cosas para que comieran los pequeños, un jabón para que se lavaran, y un par de medias para cada uno. Pero Ivanka se sentía mal; se arrastraba dificultosamente. No podía comer ni dormir y tenía mucha fiebre.

El amante de su madre, al verla en ese estado; salió en seguida de la casa. La madre se quedó con la niña, más no le habló del asunto, como si nada hubiera sucedido esa noche. Al poco rato volvió el carpintero acompañado de una mujer que en la ciudad llamaban “la doctora Iovana”. Aquella mujer aplicó a la enferma varias frotaciones con agua de mar sobre el vientre. Luego puso a

hervir algunas hierbas y raíces y le hizo tomar la mezcla. Cuando la curandera terminó de atender a la niña, recibió por sus servicios cinco coronas del carpintero y luego se marchó.

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Ivanka permaneció postrada dos semanas más. Cuando mejoró y pudo caminar, el carpintero le regaló un vestido barato con la condición de que nunca contase a nadie lo que había ocurrido con el barbudo, aquella noche en el cuarto. La infeliz tuvo que aceptar, pero se dio cuenta que el tal barbudo había muerto a causa de los golpes y que su cadáver lo habrían arrojado al mar, en complicidad con su madre, lo que la espantó mucho más.

Así; pues, obedeciendo las órdenes de su madre y aterrorizada por las amenazas del malvado carpintero, Ivanka se vio obligada a ceder a todas las peticiones y antojos de ellos, víctimas de la miseria, productos del sistema monetario: eficaz creador de clases, dueño de la vida y de los placeres, verdugo que devora... el todo y la nada...

CAPÍTULO III

Un día por la mañana, mientras Ivanka atendía a los niños, su madre le llamó y le dijo con tono suave, poniéndose triste: “Tú eres ya una mujer. Conoces la vida, a los hombres y ya sabes cómo tratarles. Yo tengo que salir por algunos días con él -se refería al carpintero-. Hasta que regresemos, tú debes encargarte de tus hermanitos. Sal a la calle; en la ciudad hay hombres ricos y jóvenes que pagan bien por divertirse con las muchachas; debes perseguirlos, guiñarles el ojo, dirigirles miradas excitantes; muéstrales tu cuerpo; anda moviendo las caderas y busca la manera de atraerlos. Todos los machos son débiles cuando la hembra los busca, y ceden fácilmente. Actúa con astucia, róbales y engáñales. Trata de quitarles la última moneda. Aquí te dejo tres coronas; es todo el dinero, que tengo. Como sabes, en ese costal hay un poco de harina de maíz y en la canasta algunas papas. Prepara algo para que los niños coman; son tus hermanos y si quieres que sigan viviendo, tienes que cuidar de ellos tú misma; si no... Ellos morirán y tú quedarás sola. La vida es una lucha continua, hija… Una lucha para seguir viviendo. Frente a ti está el campo de batalla; te toca luchar con la muerte: Ojala que venzas”, dijo, mientras ponía sus escasas prendas en una maleta vieja. La cerró y salió sin despedirse de Ivanka. ¡Nunca más volvió! ¡Quién sabe por qué!

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La niña quedó sola y sin protección. Dos platos de madera, dos cucharas, una botellita convertida en lámpara de petróleo, una frazada rota, un costal remendado, con dos o tres kilos de harina de maíz, una canasta con algunas papas, tres coronas y dos niños, uno de dos y otro de cuatro años de edad: ¡eso era todo lo que Ivanka poseía en aquel momento! Abandonada, con dos hermanitos que atender y con solamente diez años de edad, ¿qué podía hacer una niña analfabeta, que flotaba virtualmente en una ciudad que en aquella época vivía los turbios días dirigidos por los políticos servios, austriacos y alemanes?

Era el principio del siglo XX, cuando las masas trabajadoras de los países europeos, agitadas por la doctrina de Carlos Marx, reclamaban sus derechos, y por no tener experiencia en la lucha, caían en las trampas de los políticos de ideologías diferentes, que los utilizaban para defender sus fines personales.

A Ivanka le había tocado la mala suerte de nacer en aquellos turbulentos tiempos, sin protección y con dos pequeños hermanitos a su cargo.

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Durante los primeros días, y mientras duraron las papas y la harina, no se daba cuenta del peligro al que se enfrentaba. Pero cuando se acabó la pequeña reserva de víveres, la sal y el petróleo para alumbrar la casa durante la noche, empezó a sentir verdadero terror de no tener dinero.

Si Ivanka se encontrase en una sociedad en la cual no existiera el dinero, y cuyos habitantes recibieran por su trabajo diario lo necesario para su consumo, en lugar de monedas; no hubiera tenido por qué exponer su tierno cuerpo a tantos sacrificios, torturas y miserias para poder vivir un día más, pues sólo habría tenido que trabajar lo que su edad le permitiese. Mas, como se encontraba en nuestra sociedad donde el dinero ha dividido a sus habitantes en explotadores y explotados, que tratan de obtener la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible para poder vivir mejor-, Ivanka tenía que soportar la dura miseria y las trágicas consecuencias de la falta de dinero. En su tierno corazón brotaba un sentimiento humanitario que no le permitía dejar que esos dos pequeños seres murieran de hambre. Tenía que conseguir el dinero suficiente para alimentarles; pero. .. ¿Cómo? Con las tres coronas que tenía compró algunos kilos de harina de maíz y una pequeña olla de cobre. Por las mañanas, temprano, Ivanka se iba por los bancales y chacras, recogiendo ramitas secas, y cuando regresaba, colocaba al centro de su chocita dos piedras del tamaño de dos zapallos medianos, las separaba, y llenaba el vacío con las ramitas y hojarascas. Ponía sobre las piedras su olla de cobre con agua y encendía la chamarasca, haciendo una pequeña hoguera. Cuando el agua empezaba a hervir, Ivanka vertía en ella algunas cucharadas de harina de maíz, la agitaba durante algunos minutos, preparando así una aguarina (1) sin sal ni grasa. En seguida sacaba la olla del fuego y

cuando la aguarina se ponía tibia, la repartía a los niños. Ellos la bebían como si fuera leche, alimento que nunca probaban.

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Pero la harina duró sólo una semana. Al octavo día, los niños no recibieron aguarina y el hambre empezó a torturarles. El llanto, las quejas y protestas, los gritos y lamentos, enloquecían a Ivanka. “¡Pan!, ¡hambre!, ¡mamá!, ¡pan!”, gritaban al viento los niños, llorando. Esas y sólo esas palabras percibían los oídos de Ivanka, lo que la torturaba, como si un pájaro le picotease el cráneo. Estaba obligada a buscar la solución... Tenía sólo diez años de edad, pero eso no importaba. El instinto de huir y defenderse de la muerte lo tienen grandes y pequeños, jóvenes y viejos, hombres y animales… Todos ansían vivir un día más, un día y otro día; no importa cómo, pero hay que vivir un día más... Eso mismo pensó Ivanka. Ella también deseaba vivir un día más con sus hermanitos, pero sin comer era imposible. Pensó cómo empezar. ____________ (1) Neologismo.- Designa una sopa que se prepara con agua y harina de maíz, sin sal ni grasa. Recordó en ese instante los “consejos” que su madre le había dado antes de partir y pensando en lo que el carpintero había hecho con ella un estremecimiento de horror le hizo temblar como si se encontrase sobre las llamas de una hoguera. Desde aquella vez en que fue ultrajada por él, los hombres le producían miedo. Durante las noches, cuando intentaba dormir, aparecía en su mente la imagen del carpintero con la bragueta abierta, y este espantoso cuadro que le atormentaba, le hacía gritar; entonces se levantaba y no cerraba más los ojos el resto de la noche.

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Terror, pudor, asco; la ignorancia, el miedo a los hombres y la necesidad de dinero torturaban atrozmente su mente de niña.

Cuando salía a la calle y se cruzaba con los hombres, sentía un miedo inexplicable; pero cuando se le escapaba la mirada hacia la bragueta, sentía asco y repugnancia; regresaba corriendo y se encerraba en su “casita”. Esas impresiones espantosas hacían que por unas horas se olvidara de sus hermanitos y de ella misma. Cuando el hambre comprimía su estómago con furia y sus hermanitos ya no podían mantenerse en pie, salía otra vez a la calle para conseguir algo que comer.

Una mañana, antes de la salida del sol, se dirigió a la casa de un comerciante albanés, que tenía su establecimiento en la plaza principal de la ciudad. Cuando llegó, el comercio recién abría sus puertas. Ivanka vio al albanés tras del mostrador, le saludó al entrar, pero éste en vez de contestarle el saludo, le gritó colérico:

-¡Fuera demonio! ¿Acaso vienes a pagar la deuda de tu madre? ¡Vete de una vez si no quieres que llame a la policía, para que te metan a la cárcel! -Ivanka salió a la calle asustada y eso aumentó en ella el miedo que sentía por los hombres. Quiso regresar a su casa, pero tenía que llevar algo que comer a sus hermanitos, que se estaban muriendo de hambre. Entonces se dirigió a la tienda de un judío, dueño de varias lanchas que hacían transporte marítimo por la orilla sur del Adriático hasta la ciudad de Kotor, donde principia la falda occidental de la montaña montenegrina, Lovchen. Cuando llegó a la tienda del judío, éste, después de escuchar con atención la súplica de Ivanka, le dijo en tono afectuoso:

-Hija, siento no poder darte empleo. Acá el trabajo es sólo para hombres; es de navegar, cargar bultos y descargar las lanchas.

Ivanka salió apresuradamente de la tienda sin esperar que el judío terminara de hablar y se dirigió hacia la iglesia de San Vlaho, para pedir a los párrocos del convento que le dieran un trabajo cualquiera. Pero grande fue su sorpresa cuando vio salir a un monje tuerto, de nariz chata, que sin preguntarle para qué había venido, le dijo:

-Rogaremos por ti y por los tuyos, hija de Dios. No importa quién eres ni cuál es tu sufrimiento, nuestro Padre Celestial lo sabe mejor que tú, y ten la seguridad que te ayudará; ahora vete con Dios. Bendita seas -cerró la puerta, haciéndola tronar, e Ivanka cayó de rodillas, debilitada por la inanición. Después de un rato, intentó levantarse y lo consiguió, apoyándose con ambas manos en la pared.

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El día llegaba a su fin y ella tenía que estar al lado de sus hermanitos. Regresó, corriendo, mas al pasar por las afueras de la ciudad se acercó a un montón de basura que los carretilleros traían de la ciudad para quemarla. De pronto, con ojos de lechuza, vio sobre el montículo de basura una cabeza de col marchita. Trepó con ansia, la cogió, engulló una hoja entera, tragándosela como si fuera una zarzamora. Luego devoró una hoja más y corrió hacia su choza llevando el resto para compartirlo con sus hermanitos.

Así, día tras día, Ivanka iba de casa en casa en busca de trabajo; pero no encontraba una persona caritativa que le diera empleo. Los niños, famélicos ya no podían levantarse, y el menor casi agonizaba.

Una tarde, Ivanka pasaba delante de un restaurante cuyo dueño era un italiano. Entró para suplicar a éste le diera las sobras de comida que dejaban en los platos los consumidores. El hombre empezó a gritar con cólera, parecía loco: “¡Madona!, ¡fuera hija de putana...!, io no lavoro per te. Trabaja para mangare; esto io doy a mi maialo para que engorde. Mi cerdo es mío; tú vete donde tus padres...”. Esa respuesta entristeció aún más a Ivanka, pero al pasar junto a la mesa donde comía el pescador Ante Porquini, hombre ya maduro, la necesidad de alimento despertó en ella el instinto animal, y sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, cogió un pedazo de carne del plato del pescador y lo engulló con la rapidez de un perro hambriento. El pescador se quedó paralizado por la sorpresa, e Ivanka, aprovechando la confusión cogió un billete de cinco coronas que se encontraba sobre la mesa de Porquini, y partió a la carrera. El hombre salió tras ella y cuando Ivanka doblaba la esquina, para entrar en el parque, la alcanzó. La tomó del brazo, pero ella se zafó, corrió unos pasos y cayó enmudecida de temor. Ante la levantó y la sostuvo entre sus brazos; ella percibió un fuerte tufo a licor. “Ladrona pero bonita”, dijo el rudo hombre de mar, con ganas de violarla. Ivanka permanecía en sus brazos paralizada por el terror. “No temas, no te haré daño. Todo tiene arreglo en esta vida; todo se puede solucionar de una u otra manera... Tu delito es gravísimo, pero aun siendo así, si tú quieres podemos arreglar de buena forma para que yo quede satisfecho. Mas, si no quieres, pues allá tú... ¡Habla! ¿Por qué no dices nada? ¿Te has tragado la lengua? ¿No quieres hablar? Está bien... Te diré que hay dos maneras de pagar tu delito: una, es entregarte a la policía para que te pudras en la cárcel y la otra es acostarte conmigo”. Ivanka empezó a agitar brazos y piernas con la intención de escapar, pero el pescador la apretó fuerte contra su pecho y sin hablarle más del asunto; cruzó el sendero cargándola hasta un matorral en el centro del parque. Allí se sentó sobre la hierba, y acomodó a Ivanka, que había perdido el conocimiento.

El Sol se ocultó tras el horizonte. Parecía que estaba huyendo muy de prisa, para no ser el único testigo ante el Juez Supremo de un acto inmundo que, por causa de unas monedas, se realizaba en el lugar de recreo de una ciudad milenaria.

La monstruosidad que allí se ejecutaba conmovió al astro rey, y por un instante cerró su único ojo ardiente, para no ver aquella dolorosa y espantosa escena. Las estrellas se sorprendieron por esa rara acción del Sol, y los fríos vientos aprovecharon la ausencia de los astros y provocaron un singular desorden en la atmósfera, azotando la tierra. Los mares enfurecidos bramaron como pidiéndole al sol que los protegiera de los vientos que amenazaban esparcirlos por el espacio. Al instante, densas y negras nubes envolvieron el planeta para proteger a los mares. Retumbó el trueno horrendo; un rayo cayó sobre el parque de Dubrovnik y abrió, en señal de protesta una enorme herida en las entrañas de la Tierra. El pescador acababa de violar a su propia hija.

Horror... ignorancia... miseria, sufrimiento, salvajismo y goce… Las protestas de los que sufren y de la naturaleza. Enojo y advertencias de los astros y del Creador se confundieron en aquel parque, legado del hombre antiguo, creador del dinero.

Ivanka no despertó; estaba inconsciente de lo que sucedía a su alrededor. Ante, viéndola en ese estado, la tomó en sus brazos y la llevó al cuarto de él; buscó a la

curandera Iovana, que había atendido a Ivanka en ocasión anterior, y aquella, con frotaciones e hincones con colmillos de lobo, la hizo volver en sí. El pescador pagó por sus atenciones a la curandera, y a Ivanka le -regaló víveres, ropa y diez coronas en monedas. Le abrió la puerta y le dijo: “Vete chiquilla y no vuelvas a cometer semejante delito”.

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La pobre infeliz corrió a su chocita y logró salvar a sus hermanitos. Pero esa mejora de la situación de Ivanka duró sólo algunos días. Cuando se acabaron los víveres que había comprado con el dinero del pescador, el hambre empezó nuevamente a torturarles, y tuvo otra vez que salir a la calle a buscar el pan.

A pedir, a suplicar y humillarse. Rogar para que alguien aceptara sus escasas fuerzas a cambio de un puñado de harina de maíz.

¡Pan!, ¡pan!, ¡Trabajo! ¡Pan!...para seguir viviendo. Hambre... pan, trabajo, dolor, angustia. Las puertas de las casas, abiertas; pero sin personas dentro. Para Ivanka toda la ciudad está vacía, sin gente. Para ella no hay vida en la Tierra... Tierra... bendita Tierra que hace producir maíz y pan... tierra... madre para unos, madrastra para otros, gólgota para algunos y tumba para todos. Tierra... tierra para trabajarla, y no hay trabajo; no hay, no hay y no hay trabajo... Pero Ivanka tiene un compromiso sagrado e ineludible con sus hermanitos.

Entraba en los restaurantes a pedir limosna, pero la gente, indiferente, comía y bebía sin importarle el hambre de Ivanka, que les miraba con ojos desorbitados.

Los soldados viciosos y borrachos la cogían, la desnudaban y hacían de ella lo que se les antojaba. Los tripulantes de los barcos se la llevaban a bordo y cuando la devolvían a tierra, le daban algunos panes, un par de costales vacíos y muchas veces nada, solamente un insulto un adjetivo hiriente y nada de dinero.

CAPÍTULO IV

Un día, Ivanka contó su desgracia a una campesina que traía leche y huevos para vender en la ciudad, y ésta después de escucharla le dijo:

-¿Por qué no te alejas de la ciudad, Ivanka? La gente del campo es más noble; son personas que hacen trabajos pesados y luchan para vivir. En las ciudades la gente, es insensible y dura; muy pocos comprenden lo que es sembrar el maíz y esperar tres meses para cosecharlo y luego hacer el pan con su harina. Anda al campo y verás que encontrarás quien te ayude.

Ivanka estaba aturdida, se emocionó y lloró amargamente. La vendedora siguió su camino, sin ceder a la petición de Ivanka, de regalarle el poco de leche que le había sobrado.

Al día siguiente empezó a buscar un empleo por los alrededores de la ciudad, visitando casa por casa. Un día pidió trabajo a Ristana, esposa de un pope, quien vivía cerca de la aldea de Brgat, a pocos kilómetros de Dubrovnik. Era una mujer alta y gorda; tenía tal vez cuarenta años de edad, pero se mostraba tan ágil como una joven de veinte. Era buena y cariñosa. Se había casado con el pope al cumplir veintiséis años, pero el destino, quién sabe por qué, había descargado sobre ellos una coincidencia tan rara que la gente la llamaba maldición.

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En los primeros años de su vida matrimonial, Ristana no pudo concebir; pero luego alumbraba cada año, y por dictamen del destino, cada hijo moría a los cuatro meses de haber nacido. Esa coincidencia o “castigo divino”, como lo consideraban algunos, había atraído una especial atención de los vecinos y de toda la región.

La población entera comentaba el extraño caso que sufría el matrimonio. En muchas ocasiones fueron considerados por la gente como que estuvieran pagando algún delito gravísimo, cometido por sus padres o abuelos. Algunos atribuían la desdicha del hogar a la enfermedad de Ristana. Pero nadie sabía cuál era la verdadera causa de la desgracia. Lo cierto es que el suceso producía mucha pena a todos los que conocían a los esposos. El pueblo se reunía para discutir el caso e intentaba ayudarles con todo lo que estaba a su alcance. Mandaban decir misas especiales, hasta cantadas; rezaban y reunían dinero para hacer donativos a los pobres y ciegos, pidiendo a Dios que le concediera el perdón a la infeliz pareja. Algunos amigos íntimos de la familia hicieron un viaje a Italia para consultar el caso con los mejores médicos, pero todo resultaba en vano. Entonces reunieron sus ahorros y construyeron un alto campanario en la vieja iglesia del pueblo...

Allí instalaron dos enormes campanas traídas desde Italia. Para subirlas utilizaron cincuenta y cuatro yuntas de los mejores bueyes de la región, veintiocho pares de caballos amaestrados para el trabajo y doscientos hombres preparados para llevar objetos pesados a lo alto. El pueblo se sacrificaba en todas las formas posibles y hacían plegarias a Dios por el pope y su esposa, quienes eran los únicos maestros, predicadores, consejeros y hasta médicos en la región.

Pero todo resultaba inútil. Ristana quedaba encinta cada año y el resultado era siempre el mismo; el niño moría antes de cumplir cuatro meses de nacido.

En la vida, a veces suceden cosas raras. No se saber por quien o por quienes han sido establecidas; si serán obras divinas o simplemente sucesos casuales, pero en la mayoría de los casos ocurre que la desgracia de unos sirve para beneficio de otros.

El sistema monetario ha extendido sus tentáculos sobre los humanos como un terrible pulpo, sometiendo bajo su yugo la vida, la mente y los pensamientos del hombre, obligándolo a que todo su tiempo lo utilice pensando cómo conseguir el dinero. La tendencia a poseer mayores cantidades de monedas y los planes de cómo conseguirlas con el menor esfuerzo para poder vivir mejor son la constante preocupación de la mente humana, desde que el individuo empieza a tener uso de razón hasta que termina su existencia. Esta es la causa de la miseria, de la ignorancia, de la maldad, de la incomprensión, de la explotación del hombre por el hombre, de la existencia de clases, del retraso de la civilización o de su raquítico adelanto, esto último, esfuerzo de una pequeña porción de personas, que menospreciando el dinero, sacrificándolo todo, se han ofrecido íntegras a la humanidad, dedicándose al desarrollo del conocimiento y al ennoblecimiento de la dignidad humana.

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La mala suerte del pope y de su esposa sirvió de bien para muchos. Apenas murió su

segundo hijo, los brujos y curanderos acudieron de todas partes, invadiendo el hogar para ofrecerle sus “sabidurías”, “pronósticos” y “curaciones” a la esposa, a la cual en mayor proporción atribuían la desdicha. Los curanderos de la ciudad avisaron a otros que vivían en regiones lejanas; éstos pasaron la noticia a los del extranjero, resultando así la casa del pope, un lugar de competencia entre curanderos y brujos de todo el mundo.

El pope construyó grandes armarios con múltiples divisiones para archivar las recetas e instrucciones de cada brujo o curandero que lo visitaba. En aquellos armarios había recetas de curanderos italianos, austriacos, alemanes, búlgaros, albaneses, griegos, turcos, árabes y dos famosos brujos de la India.

La mala suerte del pope ayudaba también al viejo Rádoie, propietario de la única agencia funeraria de la región. Era un hombre bueno, de edad avanzada. No se había casado y no conocía lo que era el amor paternal, ni mucho menos qué significa para los padres perder un hijo. Eso de perder al hijo recién nacido a Rádoie no le daba pena; no lo entendía. El viejo anotaba el número de los embarazos de Ristana y cuando cada hijo moría, preparaba el ataúd con tiempo, para el próximo, y en muchas ocasiones lo cobraba por adelantado, de alguna manera, disimuladamente.

El pobre pope tenía que aguantar, además de la tristeza, un gasto material muy grande, que aumentaba cada año. Al principio vendió la parte de la chacra que había heredado de su padre; pero al morir su octavo hijo, se encontró con muchas deudas y no tenía suficiente dinero para atender ni el entierro. Entonces, algunos aldeanos, amigos suyos, se hicieron cargo de los gastos. Y desde aquel día la suerte del matrimonio cambió como por arte de magia... Cinco meses después, Ristana quedó otra vez encinta y al final dio a luz una niña.

Los cálculos del viejo Rádoie esta vez fallaron. La niña sobrevivió los cuatro meses y la alegría en la casa del pope y en el pueblo revivió con entusiasmo. Un año después, los esposos trajeron al mundo un robusto varón y con su llegada la dicha fue completa. Más esto no duró mucho tiempo. Los niños crecían normalmente, pero su madre empezó a sentirse mal. Las innumerables mezc1as y combinaciones de hierbas, ajos y raíces que había consumido durante años de curación, afectaron su organismo de varias formas. En un principio, empezaron a dolerle el estómago, los riñones y el hígado; pero cuando su hijo había cumplido ya cuatro años, Ristana sintió dolores en su seno izquierdo, que aparecían y desaparecían de tiempo en tiempo.

Después de medio año esos dolores se irradiaron a su espalda, con mayor intensidad, hasta que un día sintió dificultad para respirar y tuvo que guardar cama. Su esposo la llevó donde el médico, quien diagnosticó que Ristana tenía iéktika (*), enfermedad que entonces era incurable. Corrió la noticia de la enfermedad de Ristana y los curanderos volvieron a invadir la casa del pope, vendiéndole los “remedios” conocidos y los que recién habían descubierto. Pero el estado de la enferma seguía igual, y empeoraba en las estaciones de otoño y primavera. _____________________________

( *) Tuberculosis. Los gastos aumentaban cada día y la poca entrada que recibía el pope por su trabajo no

alcanzaba a cubrir ni la cuarta parte de ellos. Los parroquianos decidieron ayudarlo nuevamente. Los negociantes pagaban a los curanderos y los campesinos se comprometieron a brindarle sus productos. Le traían sacos de trigo, papas y maíz, carneros, vacas lecheras y una yunta de toros que le servía para arar la pequeña chacra que aún poseía.

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Así pues, mientras en la mente de Ivanka revivían todos estos acontecimientos, se acordó de aquella mañana en que tocó la puerta de la casa del pope para pedirle trabajo. Ristana le abrió y le hizo pasar, trato que Ivanka no estaba acostumbrada a recibir, lo que le produjo sorpresa. La entrevista se efectuó en la cocina, en momento en que Ristana estaba preparando el almuerzo. El olor de la comida avivó el apetito de Ivanka, haciéndole tragar saliva continuamente. Hacía dos días que no había probado bocado.

Una semana antes había salido de la comisaría donde estuvo detenida durante un día y una noche por haber robado una cabeza de col a un viejo verdulero que tenía su establecimiento cerca del mercado. Por su mente pasó con la velocidad de un relámpago la impresión grabada de aquella escena, y aún seguía creyendo que habría logrado escapar si el hijo del verdulero, que regresaba del

colegio en el preciso momento en que ella se echaba a correr llevándose la col, no lo hubiera visto y empezado a gritar:

“¡Papá!, ¡Papá...!; esa muchacha que está corriendo te ha robado algo; corre, alcánzala”. El veterano no podía correr, pero soltó a su perro. El can alcanzó a Ivanka, le mordió en la pierna derecha, y la hizo caer al suelo. Cuando llegó el anciano, tomó su col insultando a Ivanka. En eso, se acercó un policía que vigilaba el mercado, montado en su bicicleta. El verdulero presentó la denuncia ante el guardia y éste ordenó a la niña que lo acompañara a la comisaría. Ella obedeció sin protestar, mas en el camino pensó que su vigilante estaba en bicicleta y que si ella escapaba entre las casas y el gentío, aquel no la seguiría, por no dejar su bicicleta abandonada. Ivanka partió corriendo como un conejo, pero el guardia dejó su bicicleta y la alcanzó de un par de trancos; le ató las manos a la espalda, pensando que podría tratarse de una subversiva, y cuando llegaron a la comisaría la acusó por el robo y por haber intentado fugar.

Mientras tanto, los dos hermanitos de Ivanka permanecían en la chocita húmeda y sucia, sin comida ni atención de nadie.

El comisario la encerró en el calabozo para interrogarla al día siguiente. Como era de tarde la chiquilla durmió esa noche sin protestar, pero cuando amaneció, empezó a gritar:

-¡Por amor de Dios, déjenme ir!; ¡soy huérfana, tengo dos hermanitos que se están muriendo de hambre; no han comido desde hace días! ¡Señor comisario, tenga piedad de ellos, salve a mis hermanitos! Robé para darles de comer. Por ellos lo hice, ¡Suéltenme!, ¡Se los pido por Dios; ustedes también tienen hijos...!

Al principio nadie hizo caso de los chillidos de Ivanka, pero cuando ésta empezó a sollozar el comisario llegó a la puerta del calabozo y le preguntó, enojado:

-Oye, bruja, ¿qué te pasa? ¿Por qué no me dejas tranquilo durante todo el día? Cállate o te mandaré un policía para que te silencie con el látigo.

-Haz conmigo lo que quieras; mátame de una vez, pero por amor de Dios, no dejes que mis hermanitos se mueran de hambre; son pequeños, están encerrados dentro de la casa y no pueden salir. ¡Sálvalos, por tu santa madre, haz algo por ellos, Pero rápido!

-¿De qué diablos estás hablando? Explícate -exigió el comisario, tomando interés en las súplicas de Ivanka. Ella, sollozando y con voz entrecortada por el llanto, le explicó los detalles.

“¿Dónde están esos niños?”, volvió a inquirir, pero ya con mayor preocupación. -Al final de la calle Conavli, en una chocita construida de cartón, lata y paja de trigo -

contestó la chiquilla. -¡Quién sabe dónde quedará eso! -murmuró el comisario, escéptico. -Es fácil saberlo, señor, y si nadie la puede encontrar, déjenme salir y yo les llevaré hasta mi

casa, pero pronto por amor de Dios. El comisario cerró la puerta del calabozo y regresó a su oficina. Ivanka quedó acurrucada en

un rincón y cogiéndose la cabeza siguió sollozando. Unos minutos después apareció un guardia armado, le abrió la puerta del calabozo y le dijo: -Sal de ahí chiquilla, el comisario quiere hablarte -Ivanka salió asustada y junto con el

guardia se dirigió a la oficina del jefe. Este le dijo: -Escucha, diablilla; el guardia Marko te va a acompañar hasta tu casa para ver si es cierto lo

que estás diciendo, pero si mientes te quedarás en la cárcel durante un año. Has robado y luego intentaste fugar burlando al guardia; si nos estás engañando, tu situación será peor. ¿Has oído bien?

-Sí, señor comisario, he oído bien. Pero si es cierto lo que les estoy diciendo, ¿qué harán conmigo?

-Anda, vete al diablo y ya no hagas más preguntas -dijo el comisario, haciendo una seña al guardia para que fuera con la muchacha.

-Vamos -le dijo el policía y jalándola del brazo la condujo afuera. Ivanka partió hacia su casita, corriendo. El policía al verla que se distanciaba mucho, creyó que se le escapaba y se echó a correr para alcanzarla. Pero no logró hacerlo. Ivanka le llevaba varios metros de ventaja, hasta que llegaron cerca de la chocita, donde se encontraban los niños. Allí la alcanzó sorprendiéndose al oír el llanto de los pequeños. Ella empujó bruscamente la puerta de cartón y penetró precipitadamente. El policía entró tras ella y se convenció que la muchacha había dicho la verdad. Los niños daban lástima; tenían hambre y no podían mantenerse en pie. Dos seres abandonados que parecían dos momias, los cuellos delgados, como lombrices, dos cuerpecitos desnudos, desnutridos, las rodil1as que temblaban y las costillas sin carnes parecían que se estaban separando de las vértebras; tenían

los ojos hundidos en las cuencas; la nariz afilada, con las aletas sumidas por la inanición; las manos flacas que colgaban. El menor se había caído sobre el borde filudo de una lata de conserva vacía, y su labio superior estaba hendido hasta la nariz.

El cuadro era patético. Toda la inmensidad del drama se advertía en esos rostros marchitos y cuerpos consumidos. Dos víctimas de la miseria, dos muertos que deseaban vivir, sin saber si valía la pena hacerlo, porque aún no conocían que la vida de los humanos, en este planeta, depende del dinero, que exprime la fuerza del individuo, desde que viene al mundo hasta que se va de él.

Ivanka cogió a su hermanito menor y le limpió las lágrimas, pero no desinfectó la herida, porque ignoraba que eso debía hacerse, y tampoco sabía con qué hacerlo. El policía tomó en sus brazos al mayor.

-¿Ya se ha convencido usted que es cierto lo que le decía? -preguntó Ivanka al policía con expresión de amargura.

-Sí,... perdóname... vamos a buscar algo para darles de comer -dijo el guardia, saliendo de la choza apurado. El iba adelante e Ivanka le seguía sin saber a donde se dirigían. “Este polizonte ¿a dónde me está llevando?”, pensó en principio, pero cuando vio que se acercaban a la comisaría se aseguró de que él no planeaba nada malo. Cuando llegaron, el comisario se sorprendió con lo que le refirió el policía. Llamó al cocinero de la comisaría y le ordenó que diera de comer inmediatamente a los chicos. Ivanka también comió con los niños y cuando terminaron, el comisario, acompañado por un guardia, los llevó a la tienda del verdulero. El mismo comisario le explicó el motivo por el cual Ivanka había robado la col y le pidió que retirara la denuncia que había sentado en contra de ella. El verdulero aceptó la sugerencia del comisario. Además de retirar la denuncia, regaló a Ivanka varias cabezas de col, zapallos, papas y una bolsa de harina de maíz que le sirvió para preparar polenta a los chicos.

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Mientras esos recuerdos se iban de su mente, de pronto volvió a pensar en aquella mañana cuando visitó por primera vez la casa del pope. Sobre la cocina había varias ollas en las cuales la esposa del sacerdote preparaba el almuerzo familiar. Ivanka sintió ganas de coger una de las ollas con la comida y correr con todas sus fuerzas para llevarla donde sus hermanitos que no habían comido hacía dos días. Tal vez lo hubiera hecho, pero la repentina presencia del pope en la cocina se lo impidió. Ivanka agachó la cabeza y sintió mucha pena por sus hermanitos, y sin poder contener su angustia se cubrió el rostro con sus manos y empezó a llorar.

El pope se sorprendió por el proceder de la niña y la detuvo antes que saliera. -Espera un momento, niñita, ¿qué te sucede? ¿Por qué lloras? -ella trató de salir pero el

pope se paró en la puerta y tomándola suavemente de los hombros la hizo regresar, diciendo: “Cuéntame lo que te está pasando, tal vez pueda ayudarte”. Ivanka se paró bajo el dintel y entre sollozos; contó al pope todo.

Los esposos hablaron algo a solas, entraron en el cuarto contiguo a la cocina y cuando regresaron trajeron varias bolsas llenas de alimento y las entregaron a Ivanka. En ellas había quesos, sartas de higos secos, nueces, papas, harina de trigo, algunos membrillos, un gran pedazo de bacalao, manteca y algunos kilos de harina de maíz. Además, el pope le obsequió un billete de diez coronas y su esposa una frazada de lana pura, que ella misma había tejido en la máquina casera construida por un soldado de Napoleón I. ¡Qué inmensa era la dicha de Ivanka al ver que le obsequiaban tanto para comer! Se arrodilló frente a ellos; luego se paró y les abrazó con emoción y cargó las bolsas. El pope la acompañó hasta la puerta y antes de despedirse le dijo:

-Nosotros no tenemos trabajo para darte. Es cierto que de vez en cuando necesitamos una persona que ayude a mi esposa a lavar la ropa, pero eso es sólo unos días al mes. Más no pienses que no queremos verte más; ven siempre que tengas tiempo; nosotros veremos en qué te podremos ayudar y en qué no. Dios nos perdonará.

------ ● ------ Desde aquel día Ivanka se convirtió en una asidua visitante de la casa. Ante cualquier

dificultad que se le presentaba, corría a contárselo a Ristana y ésta le solucionaba todos los problemas. Pero eso duró muy poco tiempo. La salud de Ristana empeoraba, hasta que un día cayó en cama, muy enferma. Tosía a cada rato y cuando respiraba hondo sentía agudo dolor en sus pulmones. Su rostro se ponía cada día más pálido; los dedos de sus manos se adelgazaron como

agujas y todo su cuerpo adquirió un color amarillento, que causaba miedo. Así, padeciendo, pasó en cama todo el invierno. En la primavera, cuando la hierba empezaba a brotar por los prados, Ristana murió.