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Herejes, marginales e infectos: Extranjeros y mentalidad excluyente en la sociedad colonial (siglos XVI y XVII) Fernando Armas Asin El tema de la presencia de extranjeros en el Perú Colonial (europeos no españoles) ha sido uno de los puntos menos tratados en las investigaciones históricas. Tanto porque siem- pre se consideró de escaso interés, como también porque se creía que implicaba a piratas, corsarios y personas marginales en el conjunto de elementos sociales, este tema devino en totalmente intrascendente en las grandes interpretaciones sobre la sociedad colonial perua- na. Tal presunción tiene sus raíces en el hecho inapelable de que los trabajos que los dieron a conocer daban cuenta de historias individuales, o de grupos, muy concretas y hasta anecdóticas, sobre incursiones de piratas, corsarios, o los problemas con la Inquisición de algunos extranjeros asentados en el territorio. Lo cual, indudablemente, no dejaba ver tras- fondos necesarios que eran suprimidos. La imagen que sobre ellos nos dan documentos y libros de la época, trasmitidos a la historiografía clásica, los omiten casi por completo. Un silencio que llama la atención. O las imprecisiones, que también nos indican los documentos, cuando se les refiere, tildándolos muchas veces de luteranos, herejes, y sobre todo, "extranjeros" pe- yorativamente. ¿Qué hay detrás de todo ello? ¿Qué imagen existe de los europeos no espa- ñoles entre los diversos estamentos de la sociedad? ¿Qué implicancia tiene su irrupción en un universo mental donde se concibe la Cristiandad Indiana como algo monolítico y que no admite nuevos elementos? Son preguntas necesarias, y que nos llevan a trabajar el tema de los extranjeros en nuevos términos 1. Es éste el interés del presente artículo. Por lo cual nuestro enfoque es distinto al de Tomás Gutiérrez, Luteranos y Locos. Protestantes en la Colonia. Lima, Facultad Orlando Costa, s.f.; y Jean-Pierre Tardieu, L'/nquisition de Lima et les N 2 2, diciembre de 1997 355

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Herejes, marginales e infectos: Extranjeros y mentalidad excluyente en la sociedad colonial (siglos XVI y XVII)

Fernando Armas Asin

El tema de la presencia de extranjeros en el Perú Colonial (europeos no españoles) ha sido uno de los puntos menos tratados en las investigaciones históricas. Tanto porque siem­pre se consideró de escaso interés, como también porque se creía que implicaba a piratas, corsarios y personas marginales en el conjunto de elementos sociales, este tema devino en totalmente intrascendente en las grandes interpretaciones sobre la sociedad colonial perua­na. Tal presunción tiene sus raíces en el hecho inapelable de que los trabajos que los dieron a conocer daban cuenta de historias individuales, o de grupos, muy concretas y hasta anecdóticas, sobre incursiones de piratas, corsarios, o los problemas con la Inquisición de algunos extranjeros asentados en el territorio. Lo cual, indudablemente, no dejaba ver tras­fondos necesarios que eran suprimidos. La imagen que sobre ellos nos dan documentos y libros de la época, trasmitidos a la historiografía clásica, los omiten casi por completo. Un silencio que llama la atención. O las imprecisiones, que también nos indican los documentos, cuando se les refiere, tildándolos muchas veces de luteranos, herejes, y sobre todo, "extranjeros" pe­yorativamente. ¿Qué hay detrás de todo ello? ¿Qué imagen existe de los europeos no espa­ñoles entre los diversos estamentos de la sociedad? ¿Qué implicancia tiene su irrupción en un universo mental donde se concibe la Cristiandad Indiana como algo monolítico y que no admite nuevos elementos? Son preguntas necesarias, y que nos llevan a trabajar el tema de los extranjeros en nuevos términos 1. Es éste el interés del presente artículo.

Por lo cual nuestro enfoque es distinto al de Tomás Gutiérrez, Luteranos y Locos. Protestantes en la Colonia. Lima, Facultad Orlando Costa, s.f.; y Jean-Pierre Tardieu, L'/nquisition de Lima et les

N2 2, diciembre de 1997 355

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La construcción de un universo mental

En 1648, Juan de Solórzano y Pereira, en su comentario a las Leyes de Indias, lle­gó a afirmar tajante que el Imperio Español no había brotado de los esfuerzos individua­les de los conquistadores, o de los azares del descubrimiento, sino del designio providen­cial de Dios Todopoderoso, que había escogido a España para llevar al Nuevo Mundo el don de la fe católica2. Recordaba que justo en momentos en que Lutero y sus seguidores llevaban a cabo la herejía en el norte de Europa, los españoles, ayudados por el Apóstol Santiago y por la Virgen María conquistaban nuevas tierras para la Iglesia. De allí pues se seguía que ellos eran los «más firmes , puros y limpios en la fe católica y obediencia de la Santa Madre Iglesia Romana y sin mezclas de herejías con la cual se hallaban tan man­chadas otras naciones». Lo que le llevó a afirmar que las tierras del Nuevo Mundo eran de donación pontificia. Ultima posta, de un camino complicado, en donde de tener en cuenta las aseveraciones de Palacios Rubio y el derecho natural de Francisco de Vitoria se retomaba el humanismo imperial de Sepúlveda, Matienzo o Herrera. En el siglo XVll el reconocer una donación papal no implicaba peligros como el conceder demasiada im­portancia al derecho natural. En ese sentido la Recopilación de leyes de los Reynos de las Indias ( 1681) comenzó con la afirmación rotunda de que Dios había dado poder de pose­sión sobre las Indias al rey de España y que en consecuencia está «más obligado que nin­gún otro príncipe de la tierra» a ¡romover la entrada de los pueblos naturales en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana . Cuestión que para Solórzano convertía al Estado espa­ñol en protector de la Iglesia, para así poder defender la unidad política, pues toda herejía siempre amenaza con «pervertir o subvertir totalmente el estado político de los Reynos» de modo que «en ninguna república católica y bien gobernada se debe permitir». Algo que por supuesto no existía en España, donde desde los Reyes Católicos, políticas tales como la implantación de la Inquisición habían salvado a estos Reynos de las anarquías: «por que estas causas son las más christianas en el mundo»4.

Ciertamente dichas afirmaciones las podemos encontrar prolijamente en muchos documentos, ensayos y libros de fines del siglo XVI y principios del siglo XVII. De modo tal que tanto la Política Indiana como la Recopilación responden a una proclamación triunfal y retrospectiva de la visión providencial de la monarquía católica. Está presente en ella la vieja idea medieval de Cristiandad. En el fondo estas afirmaciones se encuentran ya en Las Siete Partidas castellanas, que sostenían que los «reyes sori los vicarios de Cristo», y se fundan además en toda una tradición cristiana occidental de protección del Estado

héretiques étrangeres (XV/e-XVI/e siécles). París, Harmattan 1995. El primero, un breve trabajo desde la óptica de la teología de los procesados por luteranismo; y el segundo, un análisis de los procesos a extranjeros en sí (vidas, legalidad, y cuestiones jurídicas).

2 Solórzano y Pereira, Política Indiana. Madrid, BAE 1972, T .I, Parte 1, cap. II. 3 Recopilación de leyes de los reynos de las Indias (Ed. facsimilar de 1681, 4 vol.) Madrid 1973. 4 Solórzano, o.e., III, pp.18-23. Sobre el tema de la concepción católica como uniformizadora

socio-política en España y América, David Brading, Orbe Indiano. De la Monarquía católica a la República Criolla, /492-1867. México, FCE 1991.

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sobre la Iglesia. Pero -y es lo importante- se hallaban sobre todo basadas en la tradición hispánica, y en el propio derrotero histórico seguido por Castilla y Aragón a lo largo del siglo XV.

En efecto, el desarrollo de los reinos hispánicos había estado marcado en el trans­curso de los últimos ocho siglos por una serie de factores como la invasión musulmana y el posterior proceso de «reconquista», la animadversión a los judíos desde por lo menos el siglo XIV, y en fin, por un rechazo cuasi natural a lo no-cristiano, por ser detentador de elementos que ponían en entredicho el supuesto orden moral, religioso y político de estos reinos. Así, desde el inicio del mismo fenómeno de «reconquista», se buscó no sólo la derrota militar de los musulmanes, sino que sobre todo se impuso la idea de subordi­narlos culturalmente, esto es, de imponer en todo orden de símbolos y realidades la pri­macía de la cultura cristiana y occidental. No fue algo exento de marchas y contradiccio­nes, pero esta subordinación cultural les fue quitando los derechos elementales, tanto el acceso a puestos públicos; como a determinadas profesiones, a la venta de sus productos, etc. Lo cual contribuyó a la construcción de la marginalidad musulmana, y de su cultura, la morisca, mezcla de lo cristiano y lo árabe. Esta situación de marginalidad, creada y dirigida, les hizo presa fácil de las construcciones mentales excluyentes, que se labraron en el cristiano hispano, defensor de lo católico, de lo ibérico, en tanto no árabe ni judío. Espíritu militante, proselitista, de cruzada, que les llevó no sólo a la conquista territorial de la península, sino sobre todo a considerar poco a poco a esos moriscos un serio peligro de Estado para sus intereses. Al amparo de las nuevas ideas políticas renacentistas sobre la unidad y construcciones estatales, los reyes trastamares tanto de Castilla como de Aragón se preocuparon por solucionar el problema. Fue en tiempos de los Reyes Católicos, máxi­mos representantes de esos ideales, quienes procedieron a la conquista de Granada, final del proceso de «Reconquista» en 1492, y en 1502 a la expulsión de los moros de esa re­gión. Se logró eliminar un problema político y cultural que atentaba contra la unidad que­rida. Aunque se planteó un nuevo problema, el de los convertidos al cristianismo por la fuerza, por miedo a la expulsión, y que a su modo, practicando secretamente sus ritos religiosos, cuestionaban el ideal. La Inquisición se encargó de ellos, creada por los Reyes Católicos para mantener la pureza de la fe católica en los reinos castellano-aragoneses. No lo lograron totalmente empero, y la prueba se dio en tiempos de Felipe II y la rebelión morisca de las Alpujarras. Finalmente Felipe III eliminó el problema con la expulsión definitivas.

5 Femando Aznar, España Medieval. Musulmanes, judíos y cristianos. Madrid, Anaya 1980; Abe! Barbero y Marcelo Vigil, Sobre los orígenes sociales de la Reconquista. Barcelona, Ariel 1974; Carmen Barceló, «Mujeres, campesinas, mudéjares». En: Viguera, María. La mujer en Al-Andalus. Reflejos de su actividad y categorías sociales. Sevilla, Universidad Autónoma de Madrid y Edito­riales Andaluzas Unidas 1980; Ron Barkal, Cristianos y musulmanes en la España medieval. Madrid, Rialp 1991 ; Henry Charles Lea, Los moriscos españoles. Su conversión y expulsión. Alicante, Instituto Juan Gil-Albert 1990; Emilio Mitre, Cristianos, musulmanes y hebreos. La difícil convivencia de la España medieval. Madrid, Anaya 1991.

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Es un hecho sintomático que monarcas renacentistas y del Barroco coincidieran en esas aprehensiones. El interés de construir un Estado sobre las bases de la unidad religio­sa y social, para ellos análogo a lo político, llevó a esas peculiaridades. Y no es que otras formaciones políticas, siglos antes no Jo hubiesen practicado. Solo que esta vez el ingre­diente era distinto. Había elementos étnicos, culturales, en escena. Se les puede apreciar en el plano de lo cotidiano. Todas estas acciones crearon en la persona común, el villano, los hijosdalgo, cristianos viejos, una suerte de construcción mental basada en la exclusivi­dad de lo que portaban, frente a lo otro, menospreciado, marginal. Etnica y socialmente se construyó un universo basado en Jo superior de lo Cristiano, de lo Ibérico, ante lo moro, término de por sí peyorativo, para tildar a los parias que el sistema iba creando. Fue mar­cando el ethos español, corroborado luego por el asunto judío.

Los judíos, desde los tiempos del Imperio Romano, vivían desperdigados por la cuenca del Mediterráneo y el Mar del Norte. En «juderías» o «ghettos», periódicamente fueron víctimas de persecuciones a manos de los monarcas o de las plebes urbanas. Pero en España, la situación había sido de suma tranquilidad hasta el siglo XIV, tanto en los nacientes reinos cristianos como en el de Al-Andalús. Sin embargo, su situación se tornó dramática, luego, en ambas zonas ibéricas. Especialmente dura fue en Castilla, donde desde el siglo XIII las persecuciones y matanzas, fueron vehículos cotidianos incentivados por diversos sectores sociales, que haciendo uso de la ira popular, convirtieron a los judíos en chivos expiatorios para canalizar los ánimos populares frente a sequías, hambrunas, des­contentos políticos, etc. Hubo muchos que se «castellanizaron», como hubo muchos que prestando dineros a soberanos y nobles fueron exentos de las diatribas. Fueron los pocos sin duda, y el grueso fue víctima de una construcción mental excluyente antijudía que se labró a la sombra de estos siglos, y que estaba dirigida contra todo lo no-cristiano. El es­píritu intolerante y militante, así como las necesidades del Estado renacentista isabelino llevaron a su expulsión en 1492, momento cumbre del espíritu antimarrano. Pero pervivió con esa misma intensidad a lo largo del siglo XVI, esta vez a manos de la Inquisición. Eliminados los judíos, quedaron los judaizantes, es decir, los convertidos al cristianismo por la fuerza de las circunstancias, pero judíos practicantes en secreto. El Santo Tribunal dio cuenta de ellos, y hasta hoy los historiadores discuten si fueron 30,000 los quemados en la hoguera, u 80,000. Aquí no están en cuestión las cantidades. Sí, más bien, la menta­lidad intolerante y étnica excluyente que se consolidó6.

6 Cristina Arbos Ayuso, «Los judíos en la literatura medieval española (ss XIII y XIV). Los judíos y la economía, protecciones y privilegios». En: Viudas, Antonio. Actas de las Jornadas de estudios Sefardíes. Cáceres, Universidad de Extremadura 1980. C.f. también Haim Beinhart, los judíos en España. Madrid, MAPFRE 1992; Catherine Brault-Noble y Marie-José Marc, «La unificación religiosa y social. La represión de las minorías». En: Bennasar, Bartolomé, Inquisición Española. Poder político y control social. Barcelona, Crítica 1981; Julio Caro Baroja, Inquisición, Brujería y Criptojudaísmo. Madrid, Ariel 1972; Henry Kamen, La Inquisición española. México, Grijalbo 1990; José Jiménez, Sobre Judíos, Moriscos y Conversos. Salamanca, Ambito 1989; Antonio Domínguez Ortiz, los judeoconversos en la España Moderna. Madrid, MAPFRE 1992.

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Es bueno imaginarse al castellano típico del siglo XVI, cristiano viejo, antijudío y antimorisco declarado. Para él, ser castellano y ser étnicamente diferente, culturalmente ibérico, y religiosamente católico, era lo mismo. No podía concebir matices. Aunque los hubiera excepcionalmente (un judío convertido, por ejemplo, católico y defensor del rei­no), no era posible admitirlo para la mentalidad colectiva. Llegar a ese nivel, ciertamente es producto del particular derrotero seguido por los reinos castellanos. Y este proceso se distinguió de otras realidades europeas, donde hubo expulsiones de judíos, o luchas con­tra musulmanes. Aquí el proceso estuvo marcado por un carácter militante y de intole­rancia cultural. Eso acentuó la diferencia, y creó un fenómeno, además de racismo xenofóbico, singular entre fenómenos aparentemente parecidos de la época. Se creó un tipo de hombre del XVI, mentalmente intransigente7.

Resulta interesante distinguir estos elementos, de otros tradicionales a la cultura occidental, como el egocentrismo, o el rol del cristianismo como aporte global teológico­político, que marcaron a toda Europa. Ahora bien, en el transcurso del XVI, se agregarán dos nuevos elementos, con trasfondos culturales: la lucha contra el protestantismo y el surgimiento del Barroco.

La lucha contra Lutero, primero, y luego contra el calvinismo en Francia, contra la Inglaterra Anglicana, etc., fue labor asumida desde el inicio por la España de Carlos V. Cerrando filas detrás del catolicismo y del Papa, Carlos percibió que era en el fondo la defensa de la unidad política amenazada desde la digresión religiosa. Nuevamente el ar­gumento cesarista se hizo presente. Sólo que esta vez (y a diferencia de Polonia, Austria o los mismos reinos italianos, por ejemplo), los españoles --castellanos, aragoneses, nava­rros- lo asumieron como una defensa no sólo de la religión, o de lo político, sino también de lo cultural. Allí está toda la labor desplegada por la Inquisición en el propio suelo es­pañol para evitar que la «peste luterana» se propagara en su suelo. Se logró, pero <!l costo de la eliminación de una serie de elementos heterodoxos, presos en la nueva coyuntura dominada por la disyunción de ser católico ortodoxo o hereje. La posterior política de Felipe II afirmó esa línea intolerante antiprotestante del Estado español. Con lo cual vino el Barroco, sustentando en el plano de la vida corriente la actitud católica. Nunca más que antes lo religioso estuvo unido a lo político en España, y para el común de los villa­nos, ya no sólo se rechazaba al judío o musulmán, sino también al hereje de los países del norte8. La mentalidad antiextranjera terminó de forjarse en los términos que nos intere­san: excluyente, peyorativa, destructora. Así pasó a Indias, como esa manera muy espe­cial (aunque compartida con otros reinos) de concebir la relación Iglesia-Estado, y sobre todo, el rol de lo cultural, religioso y étnico diferenciales.

7 M. Monsalvo, Teoría y Evolución de un co'!flicto social. Madrid, Siglo XXI 1982. Para interpreta­ciones peruanas del tema c.f. Emilio Choy, «De Santiago Matamoros a Santiago Mataindios» . En: Antropología e Historia (Homenaje a Emilio Choy). Lima, UNMSM 1979, T.I; y el trabajo de Nelson Manrique, Vinieron los Sarracenos. El universo mental de la conquista de América. Lima, DESCO 1993.

8 Werner Weisbach, El Barroco. Arte de la Contrarreforma. Madrid, Espasa-Calpe 1942.

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Concepciones importantes, donde religión, Estado y defensa de lo cultural eran lo mismo. Rol descollante, donde la apología de lo católico era incuestionable. Mentalidad labrada, donde lo propio era impostergable de realzar. Y donde lo extranjero, por supues­to y al fin y al cabo, era sospechoso per se. La sociedad colonial americana, el mundo de españoles, criollos y mestizos, se nutrió de esos elementos, se forjó sobre la base de esas tradiciones. No sin esa perspectiva podemos entender toda una serie de actitudes de esta sociedad cimentada en Indias, donde se resaltaban configuraciones mentales que descu­brían permanentemente ese rechazo radical a lo no español, a lo foráneo, a lo extranjero.

En 1594 Richard Hawkins, corsario al servicio de Su Majestad Británica, en gue­rra contra España, penetró en el Mar del Sur, por el estrecho de Magallanes, dispuesto a entorpecer la navegación y el comercio hispano en el Pacífico. Ya veinte años antes, las autoridades peruanas habían visto atravesar el estrecho al primer corsario conocido, Francis Drake. Como ayer, ahora la sociedad hispana se convulsionaba, mostrando los elementos de una cultura excluyente. El padre Calancha, que fue testigo de excepción, inconsciente­mente, nos trasmite ese pathos, mientras narra los acontecimientos:

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«Estando por Virrey destos Reynos del Perú don García Urtado de Mendoca Mar­qués de Cañete, entró a principio del año noventa i cuatro, por el estrecho de Magallanes un galeón de corsarios ingleses luteranos, en el qua! venía por Gene­ral Ricarte Xaquel. .. Llegó al Reyno de Chile, i entre otros navíos que allí tomó, cogió un navío en el qua! alió una imagen de Crucifijo de vulto. Los luteranos despues de averlo encarnecido le izieron pedacos i lo echaron al mar. Vino la nueva al Virrey, i oyéndolo lo que los luteranos avían echo con la imagen ... (escribió) pi­diendo que todos los religiosos en comendasen este negocio a Dios y al Santo Cru­cifico de Burgos que en esta casa (de San Agustín, en Lima) eslava, cuyo gran devoto confesava ser, pero que tuvieze por bien de bolver por ella su causa, i de ayudarle contra estos enemigos de su Santa Fe ... Prometió el Virrey, i asilo escri­bió en la dicha carta, que si su magestad le dava victoria i cogía al enemigo, que le avía de celebrar una procesión solene; i así luego, confiado en Dios despachó la armada tras del corsario que ya había pasado deste puerto del Callao azia Pana­má, según se avía tomado noticia, i embió al General de la dicha armada ... embiaron la buena nueva al virrey (de la victoria), la qual llegó a esta ciudad, el mesmo día que se celebraba la fiesta principal del Santo Crucifico .. . que cae a catorce de se­tiembre, i fue el año de mil quinientos noventa i quatro. Muy de noche llegó la nueva, i en aquella era el virrey con el gozo de victoria tan deseada, sin aguardar gente ninguna, sin capa i sin sombrero, sino como le cogió la voz i salió de su Pa­lacio con los que de su casa le siguieron, i vino a este convento de nuestro padre San Agustín ... a visitar al Santo Crucifico de Burgos a quien avía encomendado aquel negocio ... No tan solamente fue esta vez la que el virrey vino i acudió a en-comendar todos sus negocios i a dar gracias de las mercedes que recibía a esta Santa Imagen, sino también quando vino la nueva del capitán francisco Draque, inglés corsario, que murió sobre Nombre de Dios, queriendo tomar aquel puerto. Llegó la nueva a esta ciudad entre las nueve i diez del día, aquella hora vino el Marqués i toda la audiencia a la capilla del Santo Crucifico a darle gracias: i mandó que las religiones le cantasen un te deum laudemus ... en esta ocasión deste erege in-

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glés la imagen crucificada dio la victoria a este Perú sin que se acercase un erege ... »9.

No fue el único que pensaba bajo ese esquema mental, católico convicto, dispues­to a entender todo como una intersección divina, a creer que la verdad asistía a los suyos, y no a esos herejes. Fue una constante en memoriales, crónicas, o testimonios vividos, por ejemplo en los comentarios de Fray Reginaldo de Lizárraga del asalto de Drake a las costas peruanas en 15771º. Sin embargo, ese miedo al extranjero estaba plasmado no sólo por una formación cultural específica ya vista, sino por las mismas caracteósticas históri­cas de conflictos crecientes entre Estados-Naciones que iban reforzando sus definiciones en un sentido de rechazo permanente de lo extraño. Para el caso español es clara la aver­sión a lo francés y lo inglés. Ahora bien, la legislación española, hija de ese conjunto de factores, ayudó a su vez a consolidar estos criterios.

Profusa la legislación, daba todo de tipo de señales de trabas para los europeos no hispanos. Para empezar había unas disposiciones genéricas que dejaban en evidencia su exclusión para pasar a Indias (del 16 de septiembre de 1505, del 21 de mayo de 1534, y del 4 de febrero de 1550), y uná terminante del 6 de diciembre de 1538 -gestionada por el gremio de comerciantes sevillanos- que tenía ante todo un carácter de restricción eco­nómica. La síntesis de estas premisas legales fue la Pragmática de 1552, que además de prohibirles pasar a América, les impedía comerciar directamente con las lndiasl 1.

Por supuesto que hubo casos excepcionales, como el obtener licencias especiales de pase, figurando como regnícolas de Castilla y León 12, como también la posibilidad de comerciar directamente por el lapso de tres años, gracia que se extendía a sus factores (administradores) 13. También las mismas facilidades que daban las autoridades colonia­les al no tener mucho celo en aplicar las normas14. Sin embargo, la legislación siguió luchando por imponerse. Así, por una norma del 17 de diciembre de 1557, se impedía a los marineros, que en barcos extranjeros por alguna emergencia tuviesen que recalar en puertos indianos, salir del ámbito del puerto 15. En cuanto a la marinería de barcos espa­ñoles e indianos, desde el 2 de agosto de 1527, estaban prohibidos por ser foráneos tanto pilotos como marineros simples. Este veto se reiteró el 9 de noviembre y 7 de diciembre de 156116. Y el 17 de julio de 1572 se hizo extensiva a la marinería del Mar del Surl7.

9 Fray Antonio de la Calancha, Corónica Moralizadora de la Orden de San Agustín. Lima, 1638. Libro I, cap. XLV, ff. 283-284.

10 Lizárraga, Descripción breve del Perú. Madrid, BAE 1968/1605, t. 11., pp. 613-627. 11 Diego de Encinas, Cedulario Indiano. Madrid 15%, t. l., f. 441; Nueva Recopilación de Leyes de

Indias, Libro VI, tít. XVIII, ley V. 12 Richard Konetzke, «La legislación sobre inmigración de extranjeros en América durante el reina­

do de Carlos V». En Charles Quint et son temps. París, 1959, pp. 93-108. 13 Leyes del 16-Vll-1550, del 5-Xl-1561, y del 14-Vll-1563, con arreglo a la Cédula del 19-Xl-1554.

Recopilación de Leyes de los Reynos de Indias, Lib. IX, tit. XXVI., leyes XXIX y XXXII. 14 Roberto Levillier, Gobernantes del Perú, T.I., pp. 365-366. 15 Recopilación, Lib. IX, lit.XXVII, ley IV. 16 lbíd., Lib. LX, tit. XXIII, ley XIV. 17 Encinas, Cedulario., T.I., f. 451. También Recopilación, Lib. IX, tít. XLIV, ley XI.

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Aunque en el Perú, ya antes de que se promulgara la norma, un grupo del gremio de comerciantes limeños, con el apoyo del fiscal de la Audiencia, Ramírez de Cartagena, había promovido una acción contra levantinos, napolitanos, griegos y corsos, que nave­gaban en el Pacífico. La Audiencia aceptó esta acción como válida el 28 de abril de 1573 (confirmada el 10 de julio), a pesar de que Francisco Falcón, defensor de los navegantes, intentara impedirlo con di versos argumentos l 8.

Legislación intransigente que consolidaba una aversión a lo extraño. Pero, ¿esto fue suficiente para impedir que hubiera extranjeros en el Perú Colonial? ¿Podría decirse que los mecanismos legales funcionaban? Aquí hay verdades a medias, que es mejor ir aclarando. Para empezar, ¿eran o no raros los extranjeros en nuestro medio?

Presencia extranjera en el Perú Colonial

Desde los momentos mismos del proceso de conquista es posible detectar la pre­sencia de extranjeros en el Perú. Bien sabemos que la conquista no fue una empresa sólo llevada a cabo por castellanos, vascos o algunos aragoneses: españoles, gruesamente ha­blando. Hubo también alguno que otro portugués o griego entre las huestes de Pizarro, en los hechos de Cajamarca de 1533 y en la toma del Cuzco de 153419. Durante las Guerras Civiles esta presencia no disminuyó. Allí están los 200 extranjeros que pelearon con Gon­zalo Pizarro en su rebelión20. También los quince o veinte artilleros griegos que reunió Almagro el Mozo para su campaña, a las órdenes de Pedro de Candia, otro griego, que llegó a la inmortalidad en Chupas. También entre las fuerzas vencedoras del Licenciado Vaca de Castro hubo por lo menos seis artilleros griegos. Candia es un caso sui generis. Fue uno de los pocos extranjeros que llegó a ser encomendero y dirigió una fracasada expedición conquistadora al este del Cuzco en 1538, que dio al trasto en parte debido al poco respeto que sus subalternos demostraron por él. Era al fin y al cabo un extranjero. La presencia de los griegos en las artes militares, de la fabricación y manejo de cañones y pólvora, al parecer disminuyó hacia mediados del XVI. En 1554, aunque los artilleros que manejaban los once cañones de la Armada Real eran todos extranjeros, salvo un vasco y un castellano, había únicamente dos griegos entre ellos21 .

También desde temprano es posible hallar en los archivos mención a carpinteros extranjeros. Muchos de los cuales se habían dedicado a oficios parecidos en el mar: de marineros o reparadores navales a carpinteros de tierra. Es el caso de Rostrán Tujía, ge-

18 Archivo General de lndias-AGI. Audiencia de Lima 128. 19 Incluso en Cajamarca hubo hasta tres judíos conversos, Machim de Florencia, Pedro de Párana y

Pedro de San Millán. Tal vez el primero era de origen italiano. J.A. Del Busto, «Tres conversos en la captura de Atahualpa». En: Revista de Indias 109-11 O (1967) pp. 425-442.

20 Calvete de Estrella, Rebelión de Pizarro en el Perú y Vida de don Pedro Gasea. Madrid, BAE 1963-1965, p. 317. Gutiérrez de Santa Clara, Quinquenarios. Madrid, BAE 1963-1965, pp. 109 -139. Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias. Madrid, BAE 1959, t. V pp. 195 - 300.

21 James Lockhart, El mundo hispanoperuano 1532-1560. México, FCE 1968, p. 164.

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novés, que para 1537 se desempeñaba como marinero y reparador naval del Santiago, que pertenecía a los Pizarra. Pronto renunciaría a ese oficio, trabajando con un español en la Ciudad de Lima, y para 1543 lo hallamos en Arequipa, con familia, y dedicándose a acti­vidades empresariales22. En el sector comercial también encontramos a antiguos hombres de mar, reconvertidos en prósperos comerciantes. Tratantes -pequeños comerciantes- como Bartolomé de Ferrer, que en 1547 tenía intereses desde México hasta Lima, era un anti­guo hombre de mar e incluso todavía para ese año poseía un bote en Nicaragua. O Juan Bautista Genovés, que vendía carnes ahumadas, compartiéndolo con el próspero negocio de la venta de caballos. Los vendía desde 60 hasta los 400 pesos, según fueran rocines cojos o buenos ejemplares de raza. Estos lucrativos negocios los llevaban a veces a diversificarse, comprando o vendiendo ropa indígena en diversos pueblos, o abasteciendo con ciertos productos específicos a las grandes ciudades. Es el caso de Pedro Alemán, germano, que abastecía de mercaderías arequipeñas la plaza de Potosí. O Bartolomé Tardín, un genovés que comerciaba en Arequipa, Lima y la región alto peruana, en los años 154023. A su lado, los grandes comerciantes extranjeros eran más bien raros, aunque un Neri Francisqui, florentino, entre 1534 y 1536 vendía hatos de ganado, mercaderías, y esclavos a los conquistadores. O un Nicolao del Benino, igualmente florentino, que se jactaba de ser pariente de los Médici, operaba grandes negocios en Trujillo y Lima, aun­que para 1552 se avecindó en Potosí y se convirtió en un rico minero en los días del Vi­rrey Toledo. Sin embargo, las palmas se las llevaban los famosos hermanos José Antonio y Nicoloso Corso, que de marineros devinieron en grandes importadores y tratantes de esclavos hacia mediados del siglo XVI. En 1560 remesaron a España la fabulosa suma de 80 mil pesos, producto de sus pingües negocios24. El grueso de la población de mar era sin embargo de profesiones humildes. Su contribución a la navegación en la Mar del Sur, abasteciendo poblaciones y transportando expediciones, es destacable. Pero su importan­cia social estuvo circunscripta, en mar o en tierra luego, a actividades marginales y bajas. El hombre de mar (y aquí es indiferente si es extranjero o español) era marginado, ocu­pando la posición más degradada entre los europeos, por ser marinero. Su permanencia en tierra apenas si mejoraba ese origen. Pero además aquí, recibía un doble estigma, esta vez por el origen extranjero. Tenía que conformarse entonces con actividades muy hu­mildes, en las que eran tolerados y donde llegaron a ser numerosos, a pesar de ser reputa­dos por su supuesto mal vivir y falta de decencia. Siendo minoría (entre 1532 y 1560, pasaron o se establecieron en el Perú entre 500 y 1500 de ellos25) es muy probable que muchos indios o mestizos nunca hubieran visto uno, a pesar de su número. Estuvieron profundamente ignorantes de ellos, como algunos españoles. Fueron incapaces de distin­guir a un corso de un eslavo, o llamaban levantinos a los ingleses. Muchos de éstos se

22 AGN. Protocolos Notariales. Castañeda 2, f. 18; 11, f. 6; Salinas, 42-43. f. 20. 23 AGN. Protocolos Notariales. Salinas 46-48, f. 606. Marte! 55-58, ff 24 ss. Lockhart, o.e., pp. 166-

167. 24 Guillermo Lohmann V. «Los Corsos. Una hornada monopolista en el Perú del siglo XVI». En

Anuario de Estudios Americanos LI, I (1954); Libros del Cabildo de Lima, Lima 1935, t. I p. 21; Jiménez de la Espada, Relaciones Geográficas de Indias. Madrid, BAE 1965, t. l., pp. 352-365; AGN. Protocolos Notariales. Salinas 46-48, f. 973.

25 Lockhart, o.e., p. 172.

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terminarían mimetizando con la población, hispanizándose, como mecanismo de protec­ción ante su condición singular.

Pero no todos los extranjeros provenían del mar. También los había quienes dedi­cándose en Europa a la artesanía, pasaron a continuarla como trabajo en el Perú. Muchos plateros y sastres eran portugueses, italianos, pero por sobre todo flamencos. La platería durante años fue, luego de la fabricación de municiones, de las actividades donde concu­rrían más extranjeros. Curiosamente la sastrería no lo fue tanto, y aunque integraba a al­gunos flamencos que construyeron auténticas redes comerciales en Trujillo, Lima, Cuzco o Arequipa, muchos de ellos terminaron casándose con criollas y mimetizándose con la población 26.

Siendo la nacionalidad algo tan difuso, la palabra «extranjero» se tornaba vaga y cambiante. Se usaba para cualquiera que no fuese residente permanente de una determina­da comunidad (el «forastero» del siglo XVI) como para aquéllos que no eran súbditos del Rey de España en general. Esto convertía a sicilianos y milaneses, y hasta 1640 a portu­gueses y flamencos, en un subgrupo que era o no era extranjero según las circunstancias, pues eran súbditos de la Corona, al ser sus territorios parte de las posesiones detentadas por los Austrias, pero a la vez no eran españoles en sentido estricto, y al ser minorías portaban la marca de lo extraño. No ser españoles era un distingo, pero también lo era no ser caste­llanos. Unidas Castilla y Aragón, la fusión real de ambas territorialidades no fue sino un fenómeno del siglo XVIII, por tanto, en estos años era fácil dejar en claro que aragoneses, como vascos o portugueses eran susceptibles de caer en la tipología del extranjero. Para un castellano del XVI era claro que el vasco era sinónimo de lo extranjero.

Igualmente sucedía con el portugués típico. Entre 1580 y 1640 (los años de la unión luso-española), era muy difícil decir que los portugueses eran españoles, a pesar de que se era consciente que tenían una condición de cuasi pertenencia a ella. A pesar de que los ma­rinos españoles, procedentes de las Indias, recalaban en Lisboa, y solían decir que habían regresado «a España»; y que en algún juicio criminal temprano en Lima se les consideró como testigos «españoles»; no por eso se podría hacer creer a los hombres de la época, que Por­tugal era como Castilla, España27 . Un buen grupo de ellos en la sociedad colonial peruana tenían ocupaciones «propias de extranjeros», es decir ocupaciones marginales como mari­neros, tratantes, o estancieros, empleos en los cuales se les toleraba. De los once hortelanos o labradores de Lima, ocho eran portugueses. Una actividad considerada degradante por los españoles. El caso de Baltasar Drago es ilustrativo. Era analfabeto, con cierta mezcla de sangre negra, hacia 1555 tenía 85 años y desde hacía casi dos décadas cultivaba frutas y verduras para el mercado de Lima, vi viendo en una choza en su parcela de tierra próxima al río. Aunque prosperó algo~ pudo casar decentemente a su hija con un «mestizo», siempre fue conside­rado un paria2 . Por el contrario, hubo un grupo de portugueses que eran nobles de origen, miembros de órdenes militares, hijosdalgo, que orgullosos mostraban el «Don». Su nobleza los emparentaba con sus homónimos castellanos, y los diferenciaba de los plebeyos extran-

26 ANG. Protocolos Notariales. Salinas 38, 40. ff. 74 y ss. 27 Cuestión que Lockhart se negó a aceptar, o.e., p. 169. 28 Libros del Cabildo de Lima, t. V, p. 31.

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jeros, de oficios mediocres o bajos. A pesar de que entre estos hubiera algunos que tenían orígenes humildes. Por ejemplo, en la toma del Cuzco de 1534 y el posterior repartimiento de encomiendas, podemos verificar a dos o tres con esas características, uno de los cuales fuera Lope Martín, explorador y guía, importante encomendero, asesinado en 155429.

También para un castellano del siglo XVI era obvio que los italianos o flamencos, asentados como comerciantes en sus territorios (en Medina del Campo por ejemplo, o Sanlúcar o Sevilla), por más que tuvieren dos o tres generaciones en suelo español, y pasa­ran a Indias, no dejaban de ser «extranjeros». Fue el caso de los Faler, ingleses de segunda generación, que en Arequipa fueron prósperos vecinos, y donde alguno llegó a ser encomendero: no por ello dejaron de recibir este epíteto. También Antonio del Solar, de los primeros conquistadores del Perú y encomendero de Lima, era nacido en Medina del Cam­po y de padre italiano y madre castellana. Era propiamente ya un español y su hija, mestiza, de italiana tenía poco. La hizo casar con Iñigo de Bocanegra, nacido en Burgos, y medio ita­liano, con lo cual pretendía reforzar el vínculo ancestral. Para él su linaje seguía siendo no español. Hubo al lado igualmente personajes como David Bus ton, inglés por completo, y socio de los Faler, que estuvieron desde los inicios de la conquista, demostrando la fuerza del elemento extranjero, pero también su condición de singulares30. En verdad, salvo italianos -genoveses, florentinos- y griegos -de lugares sometidos a control de estados italianos-; franceses, eslavos e ingleses eran una rareza en el Perú.

Los límites de la restricción

Pero, en un mundo cambiante como el de aquellos siglos y en una realidad como la indiana, debemos, más bien, ser prudentes en asumir que existía una suerte de línea demarcatoria clara entre el ser o no extranjero, y sobre todo, en que la sociedad, a través de sus mecanismos de control ejercía real y efectivamente todo lo que la legislación afir­maba. Pues podríamos preguntar si esas normas se cumplían, si realmente los «indeseados» no ingresaban a Indias. En parte lo hemos respondido, pero hay más.

Los estudiosos sobre las cifras y calidades de los Pasajeros a Indias (J.H. Perry, Konetzke, Céspedes del Castillo), es decir aquéllos a los cuales se les permitía el pase a América, han basado sus estudios en una copia ( Catálogo de Pasajeros a Indias) del Libro de Asientos de Pasajeros (AGI. Contratación. Leg. 5536-5540)31 . El problema consiste en que la copia está mal elaborada, pues ignora las glosas del texto, y por tanto tergiversa el sentido de los datos del asiento (pasajeros que inscritos luego nunca viajaron, duplicidad o triplicidad de pasajeros que se inscribían y reinscribían, gente que se inscribía y luego

29 Diego Fernández, Historia del Perú. Madrid, BAE 1963-1 %5., p. 285: Gutiérrez de Santa Clara, Quinquenarios, p. 106; también las diversas referencias a Lope Martín en Garcilaso de la Vega, Obras Completas. Madrid, BAE 1%0 (4 Vols).

30 Biblioteca Nacional-BN. A 337; AGI. Justicia 1073, n. 3; AGI. Lima 177. Probanza de Antonio del Solar.

31 Catálogo de Pasajeros a Indias. Sevilla, AGI 1940-1986. 7 ts.

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se les negaba el pase, etc.). Además los pasajeros inscritos son cabezas de numeración, es decir en su mismo ítem se les inscriben los criados, hijos, et al., que tengan. La copia omite todo ello y asume un ítem como un pasajero simple. Además el Asiento es de la Casa de Contratación de Sevilla, cuando sabemos que entre 1529 y 1579 hubo nueve ciudades (La Coruña, Bayona, Avilés, Loredo, Bilbao, San Sebastián, Cartagena, Málaga y Cádiz) que tuvieron licencia para comerciar y pasar emigrantes a Indias, con sólo la obligación de in­formar a Sevilla, cosa que casi nunca se cumpJía32_

Así no podemos contar con un número exacto de pasajeros a Indias. Y menos creer­le al Catálogo, que casi no pasaban judíos, moros y extranjeros desde puertos hispanos. Pues a lo endeble de los datos, se junta el problema de los pasajeros ilegales. Hubo muchos casos de gente prohibida de pasar que pagaba a los autorizados para hacerlo, fingiendo ser sus criados. Con lo cual evitaban ser descubiertos. También se disfrazaban de clérigos; se sabe que de esa forma llegaron muchos judío-cristianos33. Como también moros y margi­nales extranjeros afincados en los puertos hispanos. La Corona buscó legislar al respecto. Por ejemplo pedir licencia del prelado o del Consejo de Indias a los clérigos. Pero había mecanismos para burlar estas restricciones. Y al final, siempre estaba la posibilidad mani­fiesta de esconderse en los barcos y pasar como polizones. También de comprar en los puertos licencias otorgadas a personas que frustraban en último momento su viaje. Prohibida, des­de 1543, esta compra-venta de licencias siguió siendo un floreciente mercado negro. Don­de no sólo acudían judíos o moros, sino además transeúntes extranjeros. Finalmente, para los que no podían usar cualquiera de estos mecanismos, quedaba la opción de pasar a Amé­rica como marineros, en barcos hispanos o extranjeros que recalaban para aprovisionarse en puertos indianos, y al menor descuido fugarse del navío y adentrarse en tierra.

Entonces la capacidad de prohibición era limitada. También incluso en términos legales, pues cartas y licencias especiales de comercio fueron extendidas a algunos extranjeros34. De este modo por diversas vías, como otros prohibidos, los extranjeros po­dían asentarse en Indias. Los casos con nombres contados, hablan por sí mismos. La Co­rona en vano intentó oponerse. Le resultaba, a fines del XVI, tan complejo de solucionar, por la cantidad enorme de gente que hubiera sido echada, que hubo de mostrar transigen­cia. Como en otras temáticas en las cuales se resignó (la apropiación ilícita de tierras, la venta de cargos públicos) aquí tampoco le quedó otra opción que legalizar esta situación ilegal. Así nació la «Composición»: legalizar la estancia de los extranjeros ya afincados en las colonias. Esto permitió contar con efectivo a una Hacienda siempre necesitada de recursos. Legalizar la permanencia de una persona significaba que ésta pagase una de-

32 Auke Pieter Jacobs, «Pasajeros y Padrones: algunas observaciones sobre la emigración española a las Indias durante el siglo XVII». En: Revista de Indias XLIII, 172(1983). También CDIU­Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España y sus posesiones de Ultramar. Madrid 1885., T. IX, pp. 405-407.

33 J. Friede «Algunas observaciones sobre la realidad de la emigración española a América en la primera mitad del siglo XVI». En: Revista de Indias 49 (1957), pp. 467-496.

34 Sobre la política con los extranjeros, cf Richard Konetzke, «Legislación sobre emigración de extranjeros en América durante la época colonial» . En: Revista Internacional de Sociología III , 11-12 (1945), pp. 269-299.

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terminada cantidad (por lo general un porcentaje al capital poseído) por obtener esa «ex­cepción». Pero debían reunir algunos requisitos: como residencia por un tiempo determi­nado, haber contraído matrimonio en estas tierras, etc.

La primera Composición en el Perú data de 1595. Cuatro años antes, Felipe 11, siempre celoso en su actitud contrarreformista, aludía en una cédula al Virrey don Hurtado de Mendoza, la existencia de muchos extranjeros en el territorio, que llegados sin licencias, permanecían a la vista y paciencia de las autoridades, que no tomaban medida alguna para el cumplimiento de las leyes35 . Mandaba su expulsión en un plazo de cuatro meses (los que no tuviesen licencia siendo ni castellanos, catalanes, valencianos o aragoneses). Obviamente el Rey había actuado presionado por los comerciantes limeños, que veían en los intrusos (mayormente dedicados al comercio minorista) una competencia «desleal». Los acusaban de contrabandear o de destruir con precios artificiales el comercio formal. Monopolistas, no deseaban ningún tipo de competencia36. Pero también Felipe II era consciente de que los extranjeros contribuían al erario. Por lo cual en otra cédula simultánea cuidó de decir que los ilegales que tuviesen un tiempo razonable de residentes, se les conminase a pagar una cantidad para la Armada de la Mar del Sur, a cambio de su permanencia. Ni una ni otra medida aplicó Don García Hurtado de Mendoza, muy preocuf ado por el clima social mo­vido, a raíz de la implantacion de las Alcabalas en el Reino3 . Recién en 1594 se pasó a preparar la Composición, enviándose delegados a los Distritos de Lima, Cuzco, Charcas, La Paz, Trujillo, Quito, Arequipa y Camaná. Se dispuso que los extranjeros acudiesen a declarar su nombre, edad, trato y oficio, licencia con que pasaron a India, bienes, etc. Se les fijaba plazo de cuatro meses para salir del país, dando fianzas para asegurar que lo harían. Pero al mismo tiempo se les recordaba que podían acogerse a la Composición.

Surgieron, empero, problemas: gente que tenía licencia de comercio o Carta de naturaleza en España, pero no tenía especificado su lugar de residencia. U otros que pasa­ron con licencia pero sin especificar que eran extranjeros; ilegales declarados, pero que eran encomenderos, o habían participado en expediciones de conquista y pacificación, casados o no38. Asimismo religiosos que tenían doctrinas a su cargo y miembros de la marinería de la Mar del Sur, experimentados y necesarios pilotos muchos de ellos39_

35 AGI. Lima 33. Real Cédula del 1-11-1591. Ya antes, la Instrucción al Virrey había hablado de los problemas del paso de extranjeros y del poco cuidado en cumplir las leyes. Instrucciones. En: Lewis Hanke (ed), Los Virreyes españoles de América durante el gobierno de la Casa de Austria ( Perú) Madrid, BAC 1978., t.

36 María Encarnación Rodríguez Vicente, El Tribunal del Consulado de Lima en la primera mitad del siglo XVII. Madrid 1960.

37 Cartas del Virrey Marqués de Cañete al Rey, Los Reyes I-IV-1592 y 20-1-1593. En: Levillier, o.e., T. XII, p. 252 y T. XIII, p. 11, nota 8.

38 En el caso de encomiendas, según la Recopilación, Lib IV, tit. VIII, ley 14., los encomenderos no debían ser extranjeros ni descendientes de aquéllos. Sin embargo hubo los casos, para el Distrito de Lima, de Miguel Angel Filipón, el inglés Tomás Farel ya visto, el milanés Francisco Bosso, el italiano Cipio Ferrara, entre otros. José de la Puente Brunke, Encomiendas y Encomenderos en el Perú. Sevilla, Ayuntamiento y Diputación de Sevilla 1992, p. 35.

39 M.E. Rodríguez Vicente, «Los extranjeros en el Reino del Perú a finales del siglo XVI». En: Economía, Sociedad y Real Hacienda en las Indias españolas. Madrid, Alhambra 1987.

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A las autoridades no les quedó más remedio que ser laxas. Tanto con los extranje­ros vasallos del Rey (portugueses, flamencos, italianos) con carta de naturaleza, o ilega­les nacidos en España de padres extranjeros, como con los encomenderos, conquistadores y casados en el territorio. A todos ellos no se les cobró, tampoco a religiosos y a mujeres extranjeras en general. Para el resto se aplicó la Composición. Duró años en ser pagada. En Lima no terminaría de cobrarse sino hasta 160640. En Potosí lo fue hasta 1605, y en Quito hasta 1603. ¿Qué pasó con los recién llegados, se les echó? No lo sabemos, aunque por la laxitud demostrada, es poco probable que sucediera.

Hubo 400 extranjeros que se acogieron a la medida (¿cuántos ni siquiera se dieron por aludidos, y permanecieron marginales a la medida ?)4 1: 117 portugueses, 57 corsos, 40 genoveses, 32 griegos, 15 saboyanos, 13 flamencos, 13 venecianos, siete de Ragusa, cuatro romanos, cuatro napolitanos, tres milaneses, tres sicilianos y un boloñés, borgoñón, francés, florentino y lombardo. Hubo además otros 59 sin mayor especificación del lugar de procedencia. Llama la atención la fuerte presencia de portugueses, en primer lugar, y de corsos, flamencos, milaneses, sicilianos y napolitanos, 197, casi la mitad de los inscri­tos. Natural, si tenemos en cuenta que provenían de regiones vasallas al Rey. Pese a res­tricciones existentes, siempre les era relativamente fácil asentarse en estos territorios. Además, es probable que muchísimos de ellos, con carta de naturaleza, o de otro tipo, más que otro grupo, estuviesen entre los exentos a la Composición. Todo lo cual, más las consideraciones vertidas líneas arriba, sobre lo fácil que era para muchos no considerar­los como extranjeros (en tanto vasallos del Rey) nos lleva a separarlos del resto de la Composición, casi automáticamente.

Lo mismo en cierto modo, pero bajo otra óptica, se puede aplicar para los genoveses, venecianos, florentinos, griegos, romanos, saboyanos, et al. Provenientes de Estados a su vez dependientes de los Estados ya mencionados, o de potencias comerciales del momen­to, adivinamos que formaban parte de un grupo mayor dedicado al comercio, que no po­seían licencias especiales. El grueso eran gente del Mediterráneo y de países católicos. Los mecanismos excluyentes legislativos y sociales, pese a no haber limitado su presen­cia, habían logrado que no se asentasen gente que no fuera de la esfera de influencia es­pañola: salvo el francés que dan las estadísticas, no había en estricto sentido político al­gún extraño en estas tierras42. La distribución por villas era de 209 en Lima, cuatro en el Callao, 64 en Potosí, Pisco con 26, Cañete con 16, lea con 24, Trujillo con nueve, Chincha

40 En las Instrucciones al Virrey Luis de Velasco, se le mandaba no permitir el ingreso de extranje­ros, luego de terminar la Composición. Hanke, o .e., t. II.

41 Hemos analizado las cuentas de las recaudaciones de los oficiales reales para las Cajas de Lima y Potosí. AGI. Contaduría 1701-1704 y 1810-1813. Es una manera indirecta de conocer a los que se acogieron a la Composición. Para la audiencia de Quito, Javier Ortiz de la Tabla, «Extranjeros en la Audiencia de Quito (1593-1603)», en: Francisco Solano y Ferrnín del Pino, América y la España del siglo XVI. Madrid, CSIC 1983, t 11, pp. 93-103; trabaja las Cajas de Quito. Nuestros análisis han sido confrontados con los resultados de Rodríguez Vicente.

42 La Composición de Quito fue idéntica en características a la de Lima. Hubo sólo 2 franceses. Ortiz, o.e. , p. 97.

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con cuatro, Tarija y Nazca con tres, La Plata y Jauja con dos, y con uno Canta, Arequipa, La Barranca, Amedo, Guarochirí, y Santa Ana. Más de la mitad se concentraba en Lima. Y otro grupo en Potosí. Comprensible, son los centros comerciales y políticos del mo­mento. Como también lo es la presencia del resto en las villas de la Costa (Cañete, Pisco, Trujillo, Amedo). Todas, excepto Trujillo, están ubicadas cerca a Lima, y son zonas ma­rítimas. Lugares propicios para viejos marineros o comerciantes que recién llegan. Y to­das, con Trujillo, son ejes de florecientes valles frutícolas y de pan llevar. Valles donde casi han desaparecido los indígenas y donde blancos y mestizos se asientan fuertemente. Su presencia en el resto del distrito de la Audiencia de Lima es insignificante. A nivel de oficios nuestras presunciones eran correctas: 26 están dirigidos a actividades de mar, griegos e italianos. 24 integran las filas de la guardia real (como en Europa, las milicias son luga­res favoritos de extranjeros), doce pequeños comerciantes, once chacareros u hortelanos, y 18 artesanos. No son todos, pues muchos ni siquiera declararon su oficio, pero nos da una idea relativa de sus ocupaciones, oficios menores (chacareros, artesanos, milicianos) u oficios marginales (hortelanos, marineros). Sólo uno declara tener una profesión libe­ral. Es además portugués (grupo con muchas prerrogativas entonces), el licenciado Bartolomé Trejos.

Nos parece claro por otro lado, que casi no existieran muchos comerciantes entre los declarantes. El grueso de los exentos lo era, con licencias especiales. Y además mu­chos de éstos, los que no declararon su oficio, tal vez lo fueran, pues queda claro que el pequeño comercio minorista e ilegal en muchos casos, estaba copado por ellos. Los 400 pagaron cantidades que oscilaron entre 100 a 300 pesos. Sólo uno, de Potosí, llegó a pa­gar 3 000. Lo cual indica el grado sumamente medio o medio bajo de los capitales que poseían. 400 extranjeros, todos, excepto uno, podría decirse que eran extranjeros entre comillas, por todo lo dicho respecto a sus orígenes exactos. Pero sabemos que fueron los inscritos en la Composición, y los exentos ¿tenían esas mismas características respecto a sus orígenes? Seguro que sí43. En ese sentido, los mecanismos de exclusión coloniales funcionaban, pese a todas sus limitaciones. No había enemigos de España en estas tierras, o si los había, eran marginales, siempre escondiéndose, al menos a fines del siglo XVI.

Corsarios, piratas y bucaneros

Por lo afirmado en líneas anteriores, el caso de estos marginales (extranjeros de países en guerra con España) adquiere, de repente, enorme importancia. Representan a los reales «extraños», los auténticos enemigos. Ya en 1550 hay un proyecto inglés de en­viar 4 000 hombres al Perú por el Amazonas44. Y en la década de 1570, el proyecto de

43 La Composición de Quito fue idéntica en características a la de Lima. Hubo sólo 2 franceses. Ortiz, o.e., p. 97.

44 «Carta de Sebastián Caboto a S.M. Carlos V, en Londres a 15-IX-1554, denuncia acuerdo del duque de Nothurberland con Francia de invadir el Perú por el Amazonas 4000 en 12 pinazas». En: Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España-CODOIN, t. 3.

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tomar un puerto del estrecho de Magallanes «y llegar tan cerca como quisieran al Perú». Pero no será sino hasta las incursiones de Francis Drake ( 1577-1580) y de Thomas Cavendish ( 1586-1588) por las costas del Pacífico Sur, que se tomará en realidad45. En­tonces los mortales enemigos, los ingleses, aparecerán en nuestras costas. Producto de las guerras europeas, su presencia despierta desconcierto en las autoridades. Como las poste­riores incursiones de Richard Hawkins (1594) y de John Oxenham (1576). En el lado in­glés había una euforia frente a la posibilidad de tomar estas tierras: «No cabe duda de que vamos a someter a la corona inglesa todas las minas de oro del Perú»46. Falsa ilusión que la derrota de Hawkins echó por tierra. Igual destino le tocaría vivir a la primera in­cursión holandesa (también en guerra con España) a nuestras costas: la de Joris Van Spilberg, que en 1615 fue derrotado frente a las costas de Cañete47_ Apenas había conse­guido 3 000 pesos de un barco apresado en Pisco. Tras una tregua en 1621 , la guerra con­tra Holanda se reanudó, y en esas circunstancias en 1623 llega la flota de Jacques L'Hermite. Con once navíos, y la intención de «conquistar el Perú» con la ayuda de los naturales (utopía común con incursiones anteriores). Después de ser rechazados en Arica y Pisco, asaltaron Guayaquil y Puná, antes de retirarse hacia el oeste48_

En cuanto a los ingleses, tras Hawkins, intentaron retomar en 1669 con John Narborough, pero éste no pudo llegar al Perú. Su escribano, Carlos, fue apresado y murió en 1682 en Lima. Entre 1671 y 1677 hubo otros varios intentos ingleses de llegar al Pací­fico, pero no sería realmente hasta 1689 que lo lograrían, sin embargo esta vez no como enemigos sino como aliados de España, para luchar contra los corsos franceses. Trajo consigo John Strong cargamentos de «bayetas, media, y herramientas tales como hachas y arados». El Virrey Monclova fue claro en que había que tener cuidado, pues llegaban a comerciar con las Indias49. Así pues, después de Hawkins realmente no llegaron al Perú más ingleses corsos. Como tampoco holandeses luego de L' Hermite.

Los que sí llegaron fueron bucaneros. Sin patria por quién luchar y sólo dispuestos a obtener un rico botín. En 1671, informaba el Virrey Conde de Lemos, que el célebre Henry Morgan atacaba Panamá, e ingresaba al Mar del Sur luego de atravesar el istmo, saqueando y retomando al Caribe. El Virrey estaba seguro de que sentaba un mal precedente50_ En efec­to, tras tomar conciencia Francia e Inglaterra de la creatura hecha, en esos años pasaron a combatir fuertemente el filibusterismo en el Caribe, por lo que a estos corsarios no les que­dó más remedio que buscar otras regiones que asaltar. Así en 1680 Berthonew Sharp, Allison, Harris, Essex, Magott, Rous, y John Coxen cruzan el istmo, toman Portobelo con ayuda de

45 «Relación de lo que el corsario Francisco hizo y robó en las Cortes de Chile y Perú y las diligencias que el Virrey don Francisco de Toledo hizo contra él». En CODOIN, t. 94, pp. 432-458; «Siete Cartas de Don Antonio de Padilla sobre Francisco Draque, a Felipe 11», ibíd. , pp. 458-471.

46 Peter T. Bradley, «La fascinación europea por el Perú y expediciones al Mar del Sur en el siglo XVII». En: Revista de Indias XLVIII, 182-183 (1988) p. 257 y ss.

47 BN. Ms 2348. Fol. 233. Relación del Viaje de J.V. Spilberg. 48 AHN. Cartas de Indias 296. Insigne Victoria. 49 AGI. Lima 28. Carta del Conde de Monclova del 14-IX-1690. 50 AGI. Lima 72. Informe del Virrey Conde de Lemos del 31-VIII-1671.

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indios lugareños. Luego, como una horda atacan Guayaquil, Paita, Barranca, Ilo, Arica, con­tinuando hasta bien al sur. Regresaron luego y se dirigieron hacia Baja California. Persegui­dos del Caribe, en 1684 otro grupo de ellos penetró en el Mar del Sur por el istmo, dedicán­dose buen tiempo a atacar entre Panamá y México, e intentar en vano tomar la Flota de la Plata. Fracasados, un grupo de 250 migraron al sur, y asaltaron Paita, Coquimbo, sometie­ron Saña al peor de los incendios y saqueos conocidos. Como a Huacho, que la redujeron a cenizas, y en Huaura y Casma, donde asaltaron las Iglesias y mataron a los curas que se negaron a decir dónde se encontraban los tesoros. En Arica se llevaron 40 000 pesos. En Guayaquil (1687), se reunieron con otros que llegaban del norte (capitaneados por Gronet) e invadieron la ciudad. Tomaron de rehenes a 700 personas y durante días se dedicaron a saquear la villa, llevándose al final 500 000 pesos, luego de hacerse con 60 bajeles. Según el Virrey Conde de Monclova, hasta 1695 hubo pequeños grupos que actuaban más o me­nos esporádicamente. Hasta que desaparecieron. Y con ellos toda una historia de lo más romántica como sangrienta51.

Pero, ¿realmente estos hombres representaban al demonio en persona para el común de los individuos de América? ¿O es una versión que nos han dejado las historias oficia­les, ciertamente mediatizadas? Para empezar es bueno saber que en las ciudades de costa, en tabernas y chicherías no se hablaba, en tiempos de incursiones, de otra cosa que no fuera sobre esos personajes. De hecho a Francis Drake se le llamaba por su nombre «el capitán Francisco». Su fama era enorme. Como la de otros corsarios, que se convertían en autén­ticas leyendas, siendo sus hechos tergiversados y engrandecidos por la mentalidad popu­lar. Es el caso de Cavendish, según narra Francisco de Quirós en carta al Rey en 161052. Pero más aún, investigando papeles nos damos con la sorpresa de que también ha­bía algunos que esperaban algo. Resentidos con el orden, por prebendas no obtenidas o sim­plemente por admiración a hechos que transformaban sus sentimientos. Com9 Juan Femández de las Heras, preso en la Inquisición, dijo en 1589 que Enrique VIII tenía razón en asuntos de fe y no Su Santidad, y que el mundo había de unificarse bajo una sola ley «y esta auía de ser la que el Rey Henrico auía dado a Ynglaterra»53. También García de Lamadrid, preso por la Inquisición, consolaba a sus compañeros de cárcel. Decía que su prisión era breve porque «antes de muchos días verían al capitán francisco ynglés en este puerto con gruesa armada»54. Incluso, en 1599, cuando abortó una rebelión en La Plata y Potosí promovida por Luis de Cabrera ~ Juan Díaz Ortiz, se supo que esperaban «meter yngleses por el puerto de buenos ayres» 5. Tal vez eran palabras dichas de más, o simple­mente tergiversación de sus comentarios en un momento que el asunto era cotidiano.

51 Manuel Lucena Salmoral, Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios en América. Perros, mendi­gos y otros malditos del mar. Madrid, MAPFRE 1992; Philip Gosse, Historia de la Piratería. Madrid, Espasa-Calpe, 1935; Alexander Exquemelin, Piratas de América. Madrid, Historia 16, 1988; Manuel Fernández Alvarez, «Orígenes de la rivalidad naval hispano-inglesa en el siglo XVI». En: Revista de Indias 28-29 (1947) pp. 311-369.

52 BNM. Manuscritos. 3099. Año 1610, fol. 177. 53 AHN. Inquisición. Lib. 1028, ff. 395-404. 54 AHN. Inquisición. Lib. 1027., ff. 302-304. 55 AHN. Inquisición. Lib. 1036, ff. 307-308. Carta de Juan de Losa. La Plata, 17-111-1599.

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Parece claro en Miguel del Pilar, que le acusaron de decir que al llegar los ingleses «lo primero que han de hacer es soltar los presos del sancto officio»56. Igualmente las pa­labras del presbítero Antonio de Echevarría, quien acusó a algunas monjitas del Monaste­rio de la Encarnación de Lima, que andaban alborotadas por las piraterías inglesas, desean­do secretamente una victoria británica, que les diera libertad «para poder vivir en el mun­do»57. Mentiras de un presbítero acusado por ellas, y que buscó con esta argucia conver­tirse en acusador. El echar mano de argumentos así es síntoma de la popularidad del tema en la sociedad de entonces. Con todo, lo cierto es que algunos hubo que contemporizaron con los «enemigos». Por ejemplo Juan de Santillana de Guevara, alias «capitán Trápala», un español preso en las cárceles del Tribunal, que hizo amistad con Hawkins y sus com­pañeros, también presos hacia 1595. Terminó culpando a Felipe II de la guerra contra los ingleses, defendiendo a Isabel II de las acusaciones que se Je hacían, y es más, arguyendo «que los yngleses antiguamente avían conquistado esta tierra y que ynga, que es apellido de reyes yndios que fueron destas provincias quería dezir yngles, y que los yngas eran yngleses, y que no consentía el Rey nuestro señor yndio alguno passase a España para que no dixese allí esto»58. De parecido modo fue el proceder del mestizo Francisco de Esco­bar, quien tras enterarse del asalto de Drake al Callao, se llenó de júbilo y cogiendo uno de sus caballos daba galopadas, diciendo (según sus denunciantes). «Con esta venida del ca­pitán francisco somos hombres, y no me llamen de aquí en adelante sino el capitán francisco»59. Aunque Jo suyo más pareciera un entusiasmo típico de joven aventurero.

El tema fue popular. De otro lado, sí hubo casos demostrados de participación. Como el asalto de Portobelo, ya revisado, donde naturales ayudaron a los bucaneros. O la ayuda que recibió Thomas Oxenham en 1579, de negros cimarrones, para cruzar el istmo y pene­trar al Mar del Sur60. Pero no tiene parangón con la fantasía que demostraron los ingleses al creer que a su presencia, los indios se sublevarían contra las autoridades coloniales. Uto­pía, que por la contundencia alarmista, la hicieron suya muchos indianos para llamar la aten­ción del Rey. En ese sentido Francisco de Quirós, en su memorial de 161 O, decía que Cavendish llegaba para «juntarse con los indios araucanos y pregonar desde allí la libertad de conciencia, libertad a todos los indios y negros de la América, acogimiento a los retraí­dos y perdidos y, a todos cuantos la quisiesen, seguridad de vidas, honras y haciendas, bue­na compañía y esperanzas, y por remate soltar presos ... »61 .

Ayudas. Pero el tema esconde más aristas de las que suponen muchos. Piratas y corsarios llegan, asaltan, y son objeto de comentarios. Sin embargo, muchos ignoran los contactos pacíficos, cotidianos, diríamos, que entablan en algunos puntos de la costa.

56 J.T. Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Lima. Santiago de Chile, Imp. Gutemberg 1887, t. l., p. 255.

57 B. Escandell Bonet, «Repercusión de la piratería inglesa en el pensamiento peruano del siglo XVI». En: Revista de Indias XIII, 51(1953) p. 87.

58 AHN. Inquisición: Lib. 1028, ff. 425-429. 59 ANH. Inquisición. Lib. 1027, ff. 571-574. 60 lbíd., f. 106. 61 BNM. Manuscritos. 3099, f. 177.

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Comercian, contrabandean, y ello implica colaboración de muchas personas. Hacia fines del XVII, cuando la piratería y el comercio francés reemplazaron al inglés, según veremos después, esto se ahondó. El contrabandeo implicaba a las autoridades locales de puertos y caletas remotas, siempre mal pagadas y dispuestas a obtener algunos pesos en negocios compartidos. O simplemente caer en el soborno. En muchas caletas donde repos­tan navíos extranjeros hay posibilidad de vender mercancías, de vender incluso (a fines del XVII) al crédito. En el sur, en Chile, comerciantes indianos, luego de estas compras a pla­zos, denunciaban a las autoridades centrales de aquello, para luego de la confiscación y remate de ley, poder recomprarlas a precios bajísimos. Argucias mercantiles. Lo cierto es que entre 1690 y 1720, la época de oro del comercio francés en el Pacífico, el tráfico fue intenso, y la ilegalidad también. Por ejemplo, la expedición de Martinet degeneró una colusión increíble de pequeñas autoridades locales, mercachifles y hasta navieros62.

La corrupción del contrabando a fines del XVII implicó también a la Iglesia. Hubo clérigos de pueblos que encargaban a estos navíos sus mercancías, y hasta correos, para Europa. Así, Juan Antonio de Mena, alcalde del crimen de la Real Audiencia, decomisa en Pisco tres fardos de ropa y ocho de cera «que tocaban y pertenecían a la Cofradía del San­tísimo Sacramento de Lima»63. También, a veces, las Iglesias parroquiales eran depósitos de mercaderías de contrabando. Para Lima es famoso el caso del Potau64. Hasta el Inquisi­dor de Lima, en 1701, envió 16 000 pesos en un navío francés (ciertamente por circunstan­cias especiales de la guerra contra Inglaterra). En Pisco, en diligencias hechas, se decomi­sa a un clérigo dos petacas de ropa de Francia y a un lego mercedario dos fardos pequeños con idéntico contenido. En 1715 se descubre en la Hacienda jesuita de Roca Negra doce fardos ilegales de ropa65.

Así pues, en el asunto de piratas y corsarios, debemos andar con mucho cuidado en emitir opiniones, tanto del supuesto carácter de confrontación que tuvo su llegada,_ con la sociedad colonial, como en el hecho de que implicaron al duro enemigo al cual había que eliminar con todas las fuerzas que se tenía. Algo análogo se podría decir respecto al rol que tuvo con ellos la Inquisición.

La Inquisición como ordenadora social

La Inquisición, como institución al servicio del Estado Español, fue hechura de los Reyes Católicos, a fines del siglo XV. Fue hija de una necesidad y de una mentalidad determinada, a la que curiosamente reforzó en sus ideales. En América Colonial, siguió

62 Cf C.D. Malamud, Cádiz y Saint Malo en el comercio colonial peruano (1698-1725) . Cádiz, Diputación Provincial 1986.

63 AHN. Consejos 21308, f . 221v. 64 lbíd., Juicio de Residencia de Potau. Para Dominicos, f. 228; para Agustinos f. 237v, y para

Franciscanos f . 245-246v. 65 AGI. Contaduría 1764.

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cumpliendo esos fines . Trataba de velar por la «pureza de la fé catholica», según rezaban sus edictos constitutivos. Había que ser celoso entre españoles, criollos y mestizos (ya sabemos que los indios no entraban en su esfera de acción) con sus prácticas, con las heterodoxias, la moral relajante, etc. Y en el plano externo, en una época de lucha contra el protestantismo (la Inquisición de Lima, con ámbito de acción desde Panamá hasta Chi­le, se instaló en 1570), había que velar que la «peste» luterana (léase protestante) no in­vadiera el Perú. Y que tampoco se renovaran acá los problemas de judíos y moriscos.

¿Cumplió en términos relativos sus objetivos? Entre 1570-1600 existieron 497 pro­cesos individuales iniciados (no necesariamente concluidos). De ellos hubo 86 procesos contra extranjeros ( 17 ,30% )66. En contra de lo común que se piensa, la Inquisición en Lima no sólo se dedicó a ejercer un control sobre la población blanca y mestiza peruana, sino que también cuidó mucho de evitar la penetración extranjera (por definición sospe­chosa desde el punto de vista religioso) . Por el Delito de Fe Luterana hubo 46 casos (por el Delito de Fe judaizante hubo 78, y por Prácticas Moriscas sólo dos). Los otros 40 pro­cesos a extranjeros estuvieron repartidos entre los Delitos Proposicionales (285), Contra el Santo Oficio (75), y alguno en Casos de Judaizantes. ¿Quiénes eran esos extranjeros, según oficios? Había profesionales liberales, artesanos, mercaderes y marineros, sobre todo. Es decir, una diversidad apreciable que contradice grandemente a quienes han creído que eran únicamente marineros. El primer auto de fe (ejecución de sentencia) de la Inquisi­ción tuvo lugar el 15 de noviembre de 1573. Hubo seis penitenciados, de los cuales dos eran extranjeros. De esos seis, uno fue relajado al brazo secular (pena capital de muerte). Hasta finalizar el siglo XVI habría seis extranjeros más que morirían en hoguera (es decir siete, de 86 procesados).

Entonces, no todos los extranjeros fueron procesados por ser luteranos (sólo 46 de 86). Fueron, sin embargo, casos notables. Como los de Juan Bautista, francés natural de Córcega; o Juan de Lyon, nacido en «San Joir»; o el de Juan Bernal , de 27 años, natural de Groninga, «mozo pequeño y de pocas barbas», en el fondo un sastre que había viajado mucho por Francia, Alemania, Italia y España, que vivía en estas tierras y confesó su lu­teranismo, tan hondo y sentido, que en una audiencia (22 de noviembre de 1580) los inquisidores llamaron a los más brillantes teólogos como José de Acosta y Miguel de Adrián, con el mismo Virrey Toledo a la cabeza, para intentar «la conversión del rreo». No lo lograron, y terminó siendo relajado por el brazo secular el 29 de octubre de 158167.

También hubo dos extranjeros procesados por judaizantes: el francés Antonio de Estacio, que salió en Auto en 1578; y un griego, procesado antes de finalizar el sigio68.

Entre 1600 y 1700, el número de procesos seguidos por la Inquisición sumó los 650. De ellos 15 eran procesos por luteranismo, 198 por judaizantes, y el resto por propo­siciones heréticas, bigamia, solicitación, etc. Sorprende la baja considerable de causas por

66 Pérez Villanueva y Escandell Bonet, Historia de la Inquisicüín en España y América. Madrid, BAC 1984, p. 924.

67 AHN. Inquisición. Lib. 1036, ff. 115 y ss. 68 Paulino Castañeda y Pilar Hernández, La Inquisición de lima. Madrid, Deimos 1989, t.l. , pp. 419

y 431.

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luteranismo, justo en un siglo en el cual la piratería y la guerra de corso estuvieron en su apogeo. Un nuevo argumento frente a quienes ven una relación de causa-efecto simple entre ambos fenómenos. Es el tema de los judaizantes, el que acapara la atención del Tri­bunal en esos años. Entre 1600 y 1605 se sentencian 43 causas, muchos judíos de origen portugués, y el resto españoles o criollos. Luego, entre 1622 y 1631, y tras un período de escasos procesos69, éstos pasan a sumar 127, siendo el auto de fe público de 1639 el que más sentencias acumula70.

Si tenemos en consideración lo dicho anteriormente -una Inquisición que actúa contra los judaizantes en dos momentos definidos del siglo, y que poco o nada atiende a los casos de luteranismo- más nos sorprende el número de procesos sentenciados a rela­jamiento por el brazo secular: treintaiuno, de los cuales 19 son en persona (el resto en estatua). Pero 18 lo fueron por judaizantes, cinco entre 1600 y 1604 y 13 en el famoso auto de 1636. Es decir, ¡sólo uno no fue por judaísmo en todo el siglo!71 ¿Qué les suce­dió a los 15 extranjeros procesados por luteranismo? ¿Fueron ellos los únicos extranjeros procesados por la Inquisición?

No. Hubo extranjeros procesados en otro tipo de delitos. Por ejemplo, nuevamen­te, en el cúmulo de procesos seguidos contra los judaizantes, hubo un extranjero: Juan de León Cisneros, comerciante, hijo de españoles, pero nacido en Burdeos. Salió en Auto en 1666 y fue reconciliado72. Entre los procesados por Proposiciones Heréticas estuvo el caso famoso de César Bandier, un hombre que seguía la ley natural , preceptor del hijo del Virrey, su médico personal , sacerdote y francés , se llamaba en verdad Nicolás Legras. Había estudiado en París, Roma y Alemania, viajero incansable, era políglota, había ser­vido al Emperador y al Papa. Vino con su sobrino al Perú. Llamó la atención del Santo Oficio, por su interés en fundar un instituto de salud para curar los cuerpos y las almas. Como lo pidió a Roma antes que a Su Majestad, molestó al Consejo de Indias, que lo denegó. Como decía que sólo seguía la ley de Aristóteles y Epicuro, fue denunciado a la Inquisición. El 5 de septiembre de 1667, por unanimidad se dijo que era apóstata, hereje de la fe, y observador de la ley natural. Fue desterrado a Sevilla, donde abjuró y fue ab­suelto. Era un hombre cosmopolita, polifacético. En ese auto también fue sentenciado su sobrino, y otro clérigo, ambos extranjeros 73.

69 En virtud de la Breve de Clemente VII sobre judaizantes, la política real tendiente a complacer al Papa, y la propia actitud en Lima del Inquisidor Verdugo. Pilar Pérez Cantó, «El tribunal de Lima en tiempos de Felipe III». En: Pérez Villanueva y Escandell Bonet, Historia de la Inquisición en España y América, p. 982.

70 En el cual se destruyó al núcleo de comerciantes judíos-portugueses que dominaban el ramo en Lima. René Millar Corbacho, «La confiscación de la Inquisición de Lima a los comerciantes de origen judío-portugués de la gran complicidad de 1635». En: Revista de Indias XLIII, 171(1983) 27-58; Gonzalo de Reparaz, Os portugueses no vice-reinado do Perú, Seculos XVI e XVII. Lisboa, Instituto de Alta Cultura 1976.

71 AHN. Inquisición Libs. 1028-1032. 72 AHN. Inquisición. Lib. 1031 , ff. 510-514, y Lib. 1045, f. 270. 73 AHN. Inquisición. Lib. 1032., ff. 79v al 133.

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Pero sin duda los procesados por luteranismo nos llaman la atención. Hemos estu­diado a seis de ellos: tres eran holandeses, uno inglés, otro francés y el último irlandés. Náufragos llegados a nuestras costas, o piratas capturados en operaciones militares . Sólo uno era alguien distinto: el trompeta del Virrey Marqués de Mancera 74. De ellos dos fue­ron reconciliados75, uno abjuraría, y tres serían condenados a galeras, aunque luego fue­ron liberados por considerarse que eran presos políticos.

Sorprende la escasez de causas, con respecto al siglo XVI. ¿Podría demostrarse que el celo inquisidor funcionaba? ¿Desde el inicio de su funcionamiento creó un clima tal que, para el siglo XVII, casi había resuelto el problema?

Comencemos diciendo que deberíamos empezar por matizar la imagen de dura per­secución, hasta la muerte de los herejes. De las 45 personas implicadas en los 46 proce­sos del siglo XVI (el flamenco Giles Flambel fue procesado dos veces por el mismo deli­to) fueron, según lugar de origen, 24 ingleses, nueve flamencos, cinco franceses, tres ir­landeses, dos holandeses y dos negros guineanos. Todos hombres, excepto la negra ladi­na María. 31 de esos 45 eran marineros de naves corsarias o de contrabandistas, apresa­dos o que se entregaban voluntariamente. Los demás eran residentes que ejercían diver­sos oficios, como cerrajero, platero, sastre, carpintero, mercachifle, zapatero, y dos escla­vos: María de 50 años y Sebastián de Silva, ladino de 90. Ya en el primer auto de fe ce­lebrado por el Tribunal de Lima (1573) fueron condenados 2 franceses, Juan de León, que fue reconciliado, y Mateo Salado, que fue relajado en persona (muerto en la hogue­ra). Sobre el primero, adujo en vano que cuando había salido de Francia no había herejes todavía allí, y que era muy católico y podría probarlo «con bastante número de testigos», pues era consciente de que «se iría al infierno». Sin embargo, los Inquisidores Cerezuela y Gutiérrez de Ulloa, como el secretario Arrieta lo presionaron tanto que terminó admi­tiendo su luteranismo, a pesar de vivir tanto tiempo en Lima. No le quedó más remedio que abjurar76. En el caso de Mateo Salado, como el anterior, extranjero marginal, que vivía en las chacras y huacas de Pueblo Libre, no era más que un hombre humilde, sin letras, que decía muchas vaguedades. El proceso se suspendió por considerársele un loco, aunque ante nuevas informaciones que lo acusaban de numerosas herejías, procedieron contra él , pues era «un hereje pertinaz» según creía Arrieta. Como era un hombre ya des­quiciado, nunca, ante los tormentos, se retractó, por lo cual las elaboraciones del Tribunal lo terminaron llevando a la hoguera 77.

74 Sabemos casi nada de Juan Díaz. Sólo que era inglés, tenía 32 años, y se le acusó de calvinismo. Fue reconciliado el 30-IV-1630, después de haber sido instruido por un jesuita. AHN. Inquisición. Lib. 103 l. ff. 258-258v.

75 La Instrucción del Consejo de la Superior y General a los tribunales provinciales, del 28-1-1631 , argumenta que, cuando un hereje desea convertirse, hay que distinguirlos en dos tipos: nacidos en herejía o convertidos a ella. Luego de darles 3 audiencias de descargo, los segundos son reconcilia­dos en forma. Los primeros hay que absolverlos ad cautelam, con penas espirituales y confesión. Se aplica a ingleses y otros herejes. Manuel Tejano Fernández, «Procedimiento seguido por la Inquisi­ción Americana con los herejes extranjeros». En: Revista de Indias 26 (1946) pp. 827-839.

76 AHN. Inquisición. Leg. 1640-l. Exp. 4. 77 AHN. Inquisición. Lib. 1033, ff. 233-236.

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Hoy día parece claro que el Tribunal, para iniciar funciones con buen talante, des­plegó sus fuerzas los primeros años, capturando a cuanto hombre de oficio menesteroso (y ya sabemos que en el Perú el grueso de los extranjeros se dedicaban a empleos bajos) pudo conseguir, que ante simples informaciones de no mostrar prácticas piadosas, termi­nar acusándolos de luteranos. Un análisis realista de ambos procesos no nos permite ha­llar rastros de teología luterana. Más bien sí, rastros de una religiosidad popular, típica en la época. Y en Mateo Salado un simple caso de persona desquiciada. Ya el visitador Ruiz de Prado, que veinte años después revisó las sentencias, argumentaba (como en otros ca­sos que vieron estos primeros inquisidores del Perú) que el Tribunal había sobreactuado78.

Lo mismo dijo de Matías de Amberes, un flamenco que vivía en el Cuzco y que fue acusado de luteranismo ante el Obispo. Este inició la causa, y al instalarse el Tribunal lo derivó a ella. Fue condenado a abjurar y salir en auto de fe (1578). Ruiz de Prado ano­tó, que se le debió dar «otra pena o ninguna» 79. El tribunal vivía su euforia contra los herejes. La necesidad por dar la impresión de actuar seriamente los llevó a ordenar que los maestres de barcos que llegasen al Callao, den cuenta de los tripulantes extranjeros que tuvieren, para obligarles a salir del país. Propusieron luego que los Comisarios en Panamá y Cartagena impidan a estas naves seguir adelanteBO. Una paranoia ciertamente rebosante, que el Consejo de Indias detuvo, pues les increpó a intervenir en barcos con extranjeros «cuando alguno hubiere dicho o hecho cosa contra nuestra santa fe católica o metido libros prohibidos»81 . Es decir, a intervenir en sus justos fueron, y no a perseguir a cuanto extranjero apareciera por las costas. No todos los extranjeros eran herejes.

Esta manía por creer que todos los extranjeros eran herejes, es decir perseguibles por asuntos religiosos, que como hemos visto es producto de la mentalidad labrada en la sociedad hispana, lleva muchas veces (a pesar de intervenciones como las del Consejo) a entrecruzar asuntos religiosos (función de la Inquisición) con asuntos políticos. Fue el mismo poder político quien los indujo. En 1580, a raíz de un asalto corsario frustrado a Tierra Firme, el Virrey Toledo entrega al Tribunal a cuatro ingleses (Juan Oxnem, Tomás Xeroel, Jhoan y Enrique Butlar). Bien sabemos la buena relación de este Virrey con el Tribunal, y su predisposición a entregarle enemigos políticos. La Inquisición limeña toma nota y desata una persecución, a la par, contra extranjeros en la región, buscando cómpli­ces o simples herejes. Trae a Lima a cuatro flamencos. De los ingleses uno fue condena­do a galeras, y otros tres fueron reconciliados luego de abjurar sus creencias (marineros al fin y al cabo, gente pobre, ¿cuánta convicción tendrían en su religión?, por ello quizás muchos siempre abjuraban para salir del problema). El Virrey que quería dar una lección, una vez abjurados los llevó a tribunales civiles y los ahorcó. Eran enemigos de guerra, y si el Tribunal no los quería sentenciar a morir. El sí lo deseaba82.

78 AHN. Inquisición. Leg. 1640-1. Exp. 4. 79 lbíd. 80 AHN. Inquisición. Lib. 1034, ff. 13-23. Carta del 26-IV-1579. 81 AHN. Inquisición. Lib. 352, fol. 126. Carta de la Suprema del 14-1-1580. 82 Para estos asuntos cf. Carta del Virrey Don Francisco de Toledo del 19-LX-1578. AGI. Lima 30.

Y AHN. Inquisición Lib. 1027, ff. 106-107 y 143.

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De los flamencos, tres fueron reconciliados (los hermanos Juan y Diego Lorenzo, y el zapatero Giles Flambel), y uno, el sastre Juan Berna!, cuyo error fue ayudar a los ingleses: fue relajado, por ser «hereje pertinaz»83. Hecho irónico, la Inquisición actuó tremendamente politizada, y no reparó en que otro luterano (Giles Flambel) se le escapa­ba de las manos. La humillación la tuvieron que soportar en 1597, cuando fue nuevamen­te llevado a sus cárceles. Entonces le impusieron tormento, y sentenciaron con penas es­pirituales e instrucción84. Actuación política. Desde ese año y en adelante, casi todos los procesos son a piratas o corsarios capturados y entregados al Santo Oficio. Fue el caso de Richarte Ferroel y Juan Drake (primo de Francis Drake), que náufragos de un barco in­glés, en el Río de la Plata, salieron en auto en 158785. En ese Auto fue reconciliado tam­bién el marinero irlandés Tomás Gray, que se había autodenunciado por consejo de su confesor, quedándose después como intérprete del Tribunal86. También entre los senten­ciados en el Auto de 1592, siete supervivientes de la armada de Cavendish, fueron recon­ciliados cuatro y relajados tres. Los hermanos Duarte y Cristóbal Tillert y Enrique Axli, en verdad personas que aunque dijeron querer convertirse al catolicismo (como lo hacían el resto y terminaban siendo reconciliados) no les creyeron87. Finalmente dos años des­pués, en 1589, como producto del apresamiento de la armada de Richard Hawkins a mano de la Armada del Mar del Sur, que Calancha nos reseñaba líneas arriba, Hawkins y 14 de sus hombres fueron traídos a Lima para ser procesados. Pero si hasta ese momento, y desde 1580, había sido común que les entregasen prisioneros políticos, so pretexto de que eran herejes·, esta vez el Virrey Don Hurtado de Mendoza se negó a entregárselos, pues enten­dió que sí eran presos políticos. Al final accedió, pero pidiéndoles no ejecutar sentencias mientras él no consultara el caso a la Corona. Por otro lado, el Tribunal creyó a Hawkins, quien dijo convertirse en 1595, como sospechosamente el resto de sus compañeros. El Consejo finalmente ordenó ese año, que los absolviesen ad cautelam y los entregasen al Virrey. Pero cuando la orden llegó a Lima todos, excepto Hawkins, habían salido en auto de fe, por lo cual el Tribunal no los transfirió sino hasta 1600 en que la Suprema ordenó su entrega, y prácticamente anuló las consecuencias futuras de la abjuración y abrazo del catolicismo88. Esa orden fue dada también para los ingleses Guillermo Bries y Juan Tocker, capturados en Santo Domingo, igualmente reconciliados, y el auto delatado holandés Ri­cardo Burgrave89.

83 AHN. Inquisición. Lib. 1036, f. 115 y ss. 84 Ruiz del Prado, ciertamente, consideró esto prueba de la ineficiencia del Tribunal limeño. AHN.

Inquisición, leg. 1640-1, exp. 4. El proceso de 1597 en AHN. Inquisición. Lib. 1028, ff. 471-473. 85 AHN. Inquisición. Lib. 1028. Relación de Causas 1587-1600., ff. 152v-161. Y el proceso íntegro

de Juan Drake en AGI. Indiferente 266. Año 1587, ff. 1-25. 86 AHN. Inquisición. Lib. 1028. ff. 116-7. 87 lbíd., ff. 193-197. 88 AHN. Inquisición. Lib. 1028, ff. 344-346; Lib. 1035 ff. 316-317 y 320, Lib. 1036, fol. 272, Lib.

352, ff. 217 y 256. También Medina, o.e., t. I, pp. 389-390. 89 AHN. Inquisición. Lib. 1028 ff. 358v-363v.

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Así, la Inquisición actuó en todo momento buscando la reconciliación de los mari­neros capturados, como éstos, sin muchos escrúpulos, terminaban aceptando su conver­sión como vehículo para obtener la libertad. Ninguno de ellos quiso morir por su fe. El caso de los tres relajados de 1592 fue por que no les creyeron, según hemos visto. Y el caso de los ahorcados por Toledo, fue por decisión propia de la autoridad política. El Tri­bunal se mostró flexible, y los corsarios utilizaron esa flexibilidad en beneficio propio. Era ciertamente mejor a caer en manos civiles y ser procesados como enemigos de guerra. Muchos vivieron para contarlo, de regreso a sus países. ¿Por qué? ¿ Tal vez porque era un encargo, y eran conscientes los inquisidores de que no podían juzgar a esos pobres mari­neros, ignorantes de lo que hacían o no en materia religiosa, y menos en alta teología, y que por lo mismo, reconciliarlos era lo más propio? Tal vez sea ésa la respuesta. Su actua­ción con los extranjeros que vivían en el propio territorio, sí fue algo distinta, como es el caso de esos dos franceses sentenciados en el primer auto de 1573. O con el platero fla­menco Miguel del Pilar o de Bruselas, relajado en 158790. O con el negro Sebastián de Silva, de 90 años, quien dijo que no necesitaba a los curas y que por eso se confesaba directamente con Dios, palabras que al Tribunal Je resultaron con tufillo a luteranismo. Fue condenado a destierro perpetuo en Tierra Firme y a servir por dos años en un convento91.

El Tribunal entonces se mostraba exactamente como era, es decir una instancia de control y supervisión de la vida moral y ética de la sociedad colonial, antes que ocuparse de perseguir foráneos herejes. No fue por extranjeros que fueron procesados el negro Sebastián, Miguel del Pilar o Mateo Salado, sino por cuestionar el orden de costumbres y moral públicas, por tener indicios de luteranismo (como pudo ser por otros motivos). El Tribunal no contenía tantos gérmenes de mentalidad excluyente anti-extranjera, como se piensa. Era en la vida cotidiana, en las calles donde se respiraba ese olor, en el fragor de las guerras contra los corsos, por las noticias que llegaban de las guerras europeas, y por los casos sonados que trascendían los muros del Santo Oficio. No fue elemento de la mentalidad excluyente, pero sí contribuyó a ella.

Sociedad excluyente. Cuando Guillermo Bryes fue sentenciado por la Inquisición, debía purgar cuatro años en un convento, para ser instruido. Huyó del convento de los dominicos de Lima, donde recibía formación, dejando el sambenito en la celda. En las calles Je reconoce un clérigo, le delata, e ingresa a la cárcel. Confesó que huyó porque los alcaldes de corte Je buscaban para ahorcarle. Francisco Corneilles, también procesado, Je acusa que con él atacaron una noche a un español. Bryes Jo reconoce, pero argumenta que no Jo hicieron para robarle, sino porque les llamó herejes. En 1598 fue absuelto y volvió al convento, pero no saldría los feriados y fines de semana, para evitar ser ahorca­do, como sí Jo fue Cornailles92.

En el siglo XVII, aumentan los procesos contra extranjeros residentes, y casi des­aparecen los capturados en operaciones militares. Solo están los procesos al soldado fran­cés Nicolás de Porta, el alemán Andrés de Hendrick y el prusiano Isbran, todos desertores

90 AHN. Inquisición. Lib. 1028. ff. 161-175v. 91 lbíd., fol. 296. 92 lbíd., ff. 529-531.

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de la armada de Spilberg. El primero, que algo se resistió a confesar su herejía, fue con­denado a galeras. Los otros dos fueron absueltos ad cautelam93 . El resto de procesados por luteranismo, doce, eran residentes en el Perú. Las causas sentenciadas fueron las del francés Juan Montañés, soltero de 35 años, cuidador de enfermos en hospitales, «algo ton­to e insensato», luego de soportar tormento recibió 100 azotes, y abjuró. Fue desterrado de Indias «por ser de nación infecta y tener tantas cosas»94. A la negra María le acusaron de decir «que mala cosa es confesarse el hombre con otro hombre para que vaya a descubrir los pecados». Fue entendida como proposición luterana, y aunque ella mostró su poca ca­pacidad, pues no sabía qué decía, y se entendía «que su intento había sido más tratar del daño que semejante género de gente suele tener de la confesión», tuvo que abjurar y salir en auto en 160895. En 1625 fue reconciliado el holandés Adrián Rodríguez. Acusado de luterano y apóstata, se resistió, y estuvo a punto de ser relajado, pero su cordura pudo más y se arrepintió y pidió perdón. Fue condenado a sambenito, cárcel perpetua, confiscación de bienes, y ocho años de galeras. Miembro de un barco pirata, apresado en 1600, durante cuatro años vive en el Callao, de la carpintería, fue instruido al catolicismo por un francis­cano. En 1604, en virtud del final de la guerra, el Virrey lo envía a su tierra. Regresa des­pués y permanece en el Callao. Allí estuvo cuando llegó a sitiar el puerto la escuadra holandesa de Jacob L'Hermite. Entonces fue detenido por espía y juzgado. En el fondo se trataba de un chivo expiatorio, lo que solía hacerse cada vez que un corso aparecía por estas costas96.

El mercachifle Pedro de Campos, residente en Lima se auto delató en 1623. Des­pués de un período de instrucción fue admitido a reconciliación. Finalmente fueron sus­pendidas las causas del cordonero francés Juan de Salas, por falta de pruebas; del flamen­co Andrés Comelio «por las satisfacciones que dio»; y absueltos el mercader flamenco Adrián Adán, de Potosí, el cirujano holandés Alexander Benocla, de Saña, y el danés Pablo Janingo, de Portobelo97_ En general nos vuelve a sorprender la dureza con que actúa la

· Inquisición con algunos de estos residentes extranjeros, particularmente con Montañés, Rodríguez o la negra María. Sin duda, como hemos dicho antes, cuidaba mucho de con­trolar la moral y costumbres públicas antes que otra cosa. De luterana la esclava María no tenía ni rastro, pero igual se quiso ser ejemplar, o con Rodríguez, en medio de una nueva guerra contra Holanda. Las consideraciones sociales, llevaron a los inquisidores en su afán de colgar el epíteto de «hereje», a no reparar incluso en trabar causa a locos. Fue el caso del sastre flamenco Comieles Jors, que arremetió contra un sacerdote que llevaba el San­tísimo con intención de arrebatárselo. Acabó en el manicomio después de muchas con­sultas que se hicieron para constatar su salud mental98. O el caso del holandés Pedro Joanés, protestante declarado, que estando preso en las galeras del Callao se volvió loco,

93 AHN. Inquisición. Lib. 1030 ff. 71-77 y 165-167. 94 AHN. Inquisición. Lib. 1029. ff. 26-32. 95 lbíd., 401-402. 96 AHN. Inquisición. Lib. 1030 ff. 296-302. 97 [bíd., ff. 179-187. Lib. 1029 ff. 125-127, 219.220, 468-473. 98 Ibíd., ff. 523-527.

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y como escandalizaba en materia religiosa fue llevado a la Inquisición. Nada pudieron hacer. Liberado en 1630, andaba por la ciudad annando escándalos, por lo que terminó en el hospital «de locos de San Andrés»99. En general entonces importaba más los mo­delos a mostrar que las realidades fácticas. Ante algunos casos, empero, tuvieron que ad­mitir los hechos. El proceso al inglés Enrique Bullar, «mozo y muy sencillo», terminó porque los inquisidores determinaron que simplemente debía ser instruido en la fe. Es decir de luterano no tenía nadalOO_

Crear modelos. No lo pretendieron con los tres holandeses de Spilberg, ni en el siglo anterior con los 31 cogidos en campañas navales. Luego de la paz con Inglaterra de 1604 y la Tregua con Holanda de 1609, muchos protestantes se instalaron en el Caribe y Filipinas a comerciar, sin ser molestados. Incluso después del inicio de la guerra con Holanda en 1621, y con Inglaterra en 1624, esto no cambió. Cuando L 'Hermite pasó por nuestras costas, 15 holandeses se quedaron en Pisco, para escándalo de la Inquisición. Y los desertores que se quedaron en Guayaquil anduvieron libremente por la ciudad «y vi­vían en las casas del presidente y oidores» 1 o 1. Pero no exageremos, estas denuncias tam­poco implicaban que estuvieran dispuestos a perseguirlos y mandarlos a la hoguera. Lo hemos visto. Muchos de ésos serían llevados al Tribunal, y terminarían siendo reconcilia­dos. Detrás de los procesos al luteranismo se esconden entonces muchas medias verdades e infinidad de mentiras. Al final lo que queda es la intención de crear modelos, de vez en cuando, sentar precedentes, alimentar esa mentalidad excluyente. La Instrucción de la Suprema de 1631 lo deja en claro, sólo interesa procesar a transeúntes extranjeros (léase marineros) si escandalizaban a la religión. En cambio, los residentes sí que eran conside­rados como vasallos de Su Majestad y pesaba toda la maquinaria de vigilancia sobre ellos 102. Esta actitud, ayuda a entender por qué 31 procesados piratas en el XVIII y sólo tres en el XVII, y sí, en cambio, varios residentes rudamente procesados.

Construcciones sociales excluyentes

Modelos de moralidad y orden público, que irónicamente alimentaban la mentali­dad excluyente de la sociedad de entonces, de los procesos a residentes por luteranismo en el siglo XVI con penas graves (los de Juan de León y Mateo Salado de 1573, el de Juan Berna) de 1581, el de Miguel del Pilar en 1587), tanto como los procesos del siglo XVII por diversos motivos (el grupo del doctor Bandier, el médico César Pasani), hemos cogido unos pocos al azar para demostrar lo que decimos.

Mateo Salado era un hombre nacido en Francia hacia 1524, pobre y sin patrimo­nio alguno, que deambulaba por Lima «y andava muy maltratado y abía casi diez años que andaba cabando en una guaca que es un enterramiento de yndios que está cerca desta

99 AHN. Inquisición. Lib. 1030. ff. 351-354. 100 AHN. Inquisición. Lib. 1027. fol. 143. 101 AHN. Inquisición. Lib. 1039. ff. 212-214. Carta del 25-11-1625. 102 AHN. Inquisición. Lib. 497, ff. 393-398.

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ciudad», en el actual Pueblo Libre. Un marginal, que «pública y comúnmente estaba avido y tenido por falta de juicio; entre todos los que le conocían, por verle andar tan destraydo, y travajando solo y en bano en aquella guaca». Que en sus años de juventud había sido un autodidacta, lector de muchos textos, entre ellos de una biblia luterana escrita en len­gua francesa «que le dio un francés en Sevilla abrá veinte años». Interesado en aprender y saber más, atravesar los límites de la cultura oral y religiosidad popular, leyó ese texto sin temor, como el Testamento Nuevo del Coro, y otros materiales. Ya demente, no haría más que entremezclar conceptos e ideas «él andava diziendo estas heregías tan claras y manifiestas y cavaba en aquella guaca». Pero que sus enemigos (sus acusadores) utiliza­ron de estas sinrazones para deshacerse de él. En el mes de mayo de 1570, fue denuncia­do al Santo Oficio que recién se había instalado. Le acusaron de decir «para qué adorába­mos y reberenciábamos a una cruz, que un platero había hecho con fuego y con martillazos, y que ... tratando de los lutheranos abía dicho que otras cosas peores abía en el mundo». El Tribunal tomó cartas en el asunto, pero al darse cuenta de que era un demente, mandó sobreseer el caso. Sus enemigos decidieron entonces actuar con más fuerza y sistematicidad. Hicieron una probanza, firmada por diez de ellos (¿por qué molestarse tanto?) en noviembre de 1571, donde lo acusaron de hablar «que no se an de adorar las ymágenes ni reberenciallas, que San Pablo decía que lo que se presentava a la ymagen se offrecía al demonio y que no avía de aver fray les ni monjas ni clérigos, que comían de la renta de la yglesia y la daban a mugeres ... que abía que comulgar como en Alemania ... que el papa gastava la renta de la yglesia y la dava a algunos .. . que el Papa no era más que uno de nosotros»l03. En fin, cuidaron mucho de poner las frases con sabor a luteranismo que ayu­dara a despertar el celo inquisidor. Y lo lograron, ya sabemos, en una época en que el Santo Oficio decidió marcar precedentes en el Perú de los 1570. El pobre Mateo Salado, frente a los inquisidores, siguió diciendo muchas frases contra el Papa y Cardenales. Se le dio tormento in caput alienum. Y luego relajado, murió en la hoguera. Un típico caso donde determinadas personas obtuvieron del Tribunal lo querido, y donde éste se cebó en un inocente para dar pruebas de su disposición a mantener la moralidad pública. Algo de lo que el Visitador Ruiz del Prado, décadas después, se escandalizaríal04.

No fue el único caso, sin embargo, de esas características. A Miguel del Pilar o Miguel de Bruselas le denunció su esposa en 1587. El era un flamenco de 44 años, char­latán y burlón de las costumbres piadosas de su esposa, española de 25 años. Se burlaba de las repetidas confesiones que hacía con el clérigo licenciado Villalta; o argumentaba que el Papa no era más que un hombre como cualquiera. Tal vez con un pasado luterano, como les contó alguna vez a su esposa Quiteria y a Villalta, que en un pueblo luterano de Europa había comulgado según sus prácticas, su burla se transformó en ira al darse cuen­ta de que su esposa sostenía amores con el licenciado. Estos, buscando curarse en salud, voluntariamente se presentan al Tribunal y lo denuncian por presunto luteranismo. Pero los tres testigos presentados por la pareja, solos y sin presión delante del Santo Oficio afirman «que la dicha Quiteria tenía comunicación carnal con el dicho Villalta, primero

103 AHN. Inquisición. Lib. 1033, ff. 233-236. 104 AHN. Inquisición. Leg. 1640-1. Exp. 4.

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testigo». El Tribunal entonces no hace mayor diligencia y archiva el caso. Miguel del Pi­lar se lleva a su mujer a un viaje a Guayaquil, pero en el barco comenta con los marine­ros que había servido al rey Danés, luterano, y que en un pueblo de aquel reino había participado, por curiosidad, de una ceremonia litúrgica, y había comulgado según aquel rito. La misma historia de antes, pero que esta vez, denunciada por los marinos, lo lleva de regreso al Tribunal. Su esposa se vuelve a presentar de testigo para acusarlo, y agrega a lo ya dicho que cuando murió en la hoguera el también flamenco Juan Berna), había ido a ver el auto «y que le avía hablado en la lengua que lo avía entendido el y ... dixo el dicho Pilar que el dicho hombre que quemaron yba mártir». Luterano de sentimiento, que en el Perú trataba de vivir como uno más olvidándose del pasado, las acusaciones de muchos testigos, hasta de los presos con los que compartía celda, lo llevan a delatarse finalmente, «y se le leyó su sentencia y se entregó a !ajusticia real y fue por ella quemado» 105. Nue­vamente la Inquisición mostró su rostro moralista. Y Quiteria tal vez obtuvo lo que de­seaba.

Esta manera de presentarse como Tribunal de control de costumbres, con modelos para la práctica de recta moralidad, y contribuir con ello a reforzar determinadas ideas nada éticas al satisfacer los requerimientos de los denunciantes, lo vemos también en el célebre caso del médico Bandier y su grupo, a fines del siglo XVII.

Nicolás Legras Bandier era un francés borgoñón, que había estudiado artes, filo­sofía y teología. Médico de profesión era además sacerdote, pero no tenía las licencias requeridas. No decía misa ni se portaba como tal. Era un cosmopolita europeo del gran siglo racionalista. Llegó al Perú con su sobrino Luis Legras y su criado Antonio de la Fuente, siendo médico de cámara y maestro del hijo del Virrey Conde de Santisteban, Juan Manuel, pues le había curado al padre y a la hija. Prestigiado, su condición especial en el sacerdocio, no le impidió a ojos del Conde de Santisteban llenarlo de mercedes, como doctor de San Marcos y apoyarle en su deseo de fundar la Orden de los Crístinos, de ca­rácter hospitalario y benéfico. El problema es que lo pidió directo al Sumo Pontífice, lo que ocasionó que irremediablemente el Consejo de Indias impidiera el trámite. En Lima, ya había contactado con Pedro del Hom, peletero, que grabó láminas para las futuras cons­tituciones de la Orden. César (o Nicolás), su sobrino Luis, el criado Antonio, y Pedro del Hom conformaron una camarilla de amigos. Pero César con su sobrino se llevaban mal, incluso se disputaban amores comunes, de modo tal que el médico lo echó de su casa. Por diferentes razones, el francés calvinista Antonio de la Fuente se separó del grupo y se fue a vivir a Arequipa. Hereje consumado, pero protegido por todos los anteriores, fue acusado por un jesuita de Lima, amigo de César Bandier, en 1665. El reaccionaría acu­sando al doctor (seguro que estaba detrás de la denuncia). También el francés Hom, te­miendo represalias de la Inquisición, acusó al médico. A lo cual se unió el sobrino. En tragicómica escena, los demás a su vez acusaron al sobrino Luis Legras de tener las mis­mas inclinaciones que el tío, es decir ser naturalista, pensar racionalmente temas dogmá­ticos (la virginidad de María, la fornicación, la existencia de Dios, etc.). Todos termina-

105 AHN. Inquisición. Lib. 1028, ff. 161-175v.

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ron abjurando y siendo conducidos a España (excepto Hom)106. No eran más que un grupo de mundanos y dedicados a una vida, a los ojos de las instancias represoras coloniales, cosmopolita que agredía los sentimientos conservadores limeños. Como bien dijo César Bandier, su error fue perder la fe. En un mundo cambiante como el de fines del siglo XVII.

Pero la Inquisición consiguió nuevamente normar, con modelos de escarnio, la vida pública. En una época, como nos muestran los mismos hechos, donde situaciones como esas (de ocultamiento de pasados, disputas de parejas, de amigos, enemistades) eran coti­dianas. Pero que, frente a los hechos sentenciados por el Tribunal, todos, al unísono po­dían rasgarse las vestiduras frente a las «herejías», la «inmoralidad» que se ventilaba, considerándolo ahora atípico. Sobre situaciones, que más de un allegado a las víctimas, conocía. Interesante fenómeno social, pero que es muestra de un tipo de reacción que se ha convertido lugar común entre nosotros. Era en ese contexto donde el fantasma de la exclusión mental se activaba. Por ser herejes o por ser mundanos. La muerte de Mateo Salado fue saludada por sus enemigos como un ejemplo de la lucha contra la peste lutherana, aunque sabían muy en el fondo que era sólo una excusa. O la denuncia proba­ble que hizo César Bandier sobre Fuente, acusándolo al ex amigo de calvinista, por pro­blemas personales. O las denuncias de la esposa de Miguel del Pilar. ¿Acaso ella no sabía que su esposo siempre había sido un hereje? Por supuesto que sí, pero sólo cuando se descubrieron sus amores ilícitos decidió actuar y activar el fantasma social excluyente, frente a los Inquisidores y frente a la sociedad. Era bien fácil echar mano de estos argu­mentos para destruir personas, pues la sociedad estaba impregnada por aquellos elemen­tos. En el fondo es en las calles, en la vida cotidiana, donde se tejen estas intrigas que van a dar al Tribunal, y regresan convertidas en elementos que refuerzan el universo mental intransigente, intolerante. Por eso decíamos que el Tribunal no participa en esa paranoia antiextranjera excluyente, pero irónicamente la estimula, en su afán de crear modelos públicos morales.

El Siglo XVIII. Cambios y permanencias

El siglo XVIII trajo cambios importantes. El Tribunal del Santo Oficio, reorgani­zado y vuelto a reorganizar por Felipe III, Carlos II y Felipe V; sacudido por problemas de corrupción y malos manejos, y en fin, por una transformación en las directrices doctrinales, se dedicó a ver casos de bigamia y sortilegios preferentemente107. Cierto es que de 319 procesos ( de 1700 a 1809) revisó 36 casos por luteranismo, y 17 por judaizantes, pero las penas fueron siempre la abjuración, como máximo. En todo el siglo sólo hubo un relajado de los 319 procesos, y hoy se discute si esa sentencia fue ejecutada o no. De los 36 encausados por luteranismo (11 franceses, 9 ingleses, turcos y holandeses) el grueso se presentó voluntariamente, abjuró ad cautelam, y luego se casaron y se dedicaron a ac-

106 AHN. Inquisición. Lib. 1032, ff. 79v-l08v y Lib. 1031, ff. 514-517. 107 Pérez Villanueva y Escandell Bonet, o.e., p. 1406 y ss.

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tividades económicas para mimetizarse en la sociedad. La mayoría de los procesos fueron en la primera parte del siglo, cuando el comercio francés en el Pacífico era muy intenso, y el contrabando holandés e inglés también 108. En 1751, la Suprema advierte al Tribunal limeño que hay muchos franceses viviendo en el Perú, y es probable que sean algunos francmasones, la nueva herejía del XVIII. La Inquisición decide actuar y encausa a tres, pero ni el caso más sonado, de Diego de Lagrange, puede concluir. A fines de siglo, son más bien escasos los procesos a extranjeros, a pesar de que al lado de franceses, también ingleses, ayudados por las generosas exenciones al comercio, que España había tenido que otorgar, aprovechan el Navío de Registro para pasar a América. Por más alerta que hace la Suprema en 1774, no se puede evitar109. Los raros casos sonados fueron el del francés Francisco Moyen, detenido en Potosí, cuyo proceso dura, ¡diez años! Y del austriaco Barón de Nordeflicht, jefe de la misión mineralógica (con A.Z. Helms y otros) que llegó en los 1780 al Perú, y que tenía licencias especiales para leer libros prohibidos. Fue acu­sado de propalarlas. El tenia no llegó a más, y Nordeflicht por otro lado, renunció a su luteranismo y terminó casándose con una dama limeña! 10.

Es que, luego del fuerte comercio y contrabando francés e inglés de inicios de si­glo, llegan las expediciones científicas. Los extranjeros ahora son bien recibidos. La ex­pedición geodésica de La Condamine, la expedición Malaspina, que trae consigo a Tadeo Haenke. También los viajeros que escriben memorias, como Frezier, La Barbinais, y a inicios del XIX, el Barón Alexander von Humboldt 111 . Francia ya no es la mortal enemi­ga de España, e Inglaterra ha impuesto sus condiciones económicas sobre América. Pero sobre todo, la mentalidad ilustrada, del Siglo de las Luces, se va adueñando de la cultura. El descreimiento se va imponiendo, y la Iglesia pierde mucha influencia frente al Estado Ilustrado como frente a las clases medias y elites intelectuales. Todo eso repercute en mo­dificar el patrón excluyente. De allí al siglo XIX, la independencia, y la irrupción de ex­tranjeros en cantidades apreciables no hay mucho trecho. Pero es en el XVIII en el cual la mentalidad antiextranjera se disipa poco a poco. En el XIX se consolida una especie de «veneración» al extranjero. De la exclusión al endiosamiento del europeo. Difícil de en­tender, pero que tiene sus raíces en el Siglo de las Luces.

Y sin embargo algo no cambia, o se sumerge demasiado, se tensiona o desvía. Son las mentalidades excluyentes e intolerantes de carácter étnico-cultural, que labradas a lo largo de siglos, permanecen, y se dirigirán con más fuerzas sobre el indígena desde fines

108 Fernando Campos, Veleros franceses en el Mar del Sur. Santiago, Zig-Zag 1969; Malamud, o.e., p. 185 y ss.; P.T. Bradley, Navegantes Británicos. Madrid, MAPFRE 1992.

109 Cuando La Condamine tuvo problemas financieros, un comerciante inglés le dio una carta de crédito en Lima. Antonio Lafuente, «Una ciencia para el Estado; la expedición geodésica hispano­francesa al Virreinato del Perú». En: Revista de Indias XLIII, 172 (1983) pp. 549-629.

110 John Fisher, Minas y Mineros en el Perú Colonial. Lima, IEP 1977; Pérez Villanueva y Escandell Bonet, o.e., p. 1408.

111 Antonio Lafuente, «Las expediciones científicas del Setecientos y la nueva relación del científico con el Estado». En: Revista de Indias XLIII, 180 (1987) 373-378; Fermín del Pino y Angel Guirao, «Las expediciones Ilustradas y el Estado Español», ibíd. , pp. 379-430; Estuardo Núñez, Viajes y Viajeros extranjeros por el Perú. Lima, P.L. Villanueva 1989.

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del siglo XVIII, nuevo (y viejo) leitmotiv. Y luego también sobre diversas minorías (chi­nos, japoneses) que saldrán a la luz en el siglo XIX, a raíz del tema de la libertad religio­sa 112. Pero es ya otra historia.

Fernando Armas Centro Bartolomé de Las Casas

Apartado 477 Cuzco - Perú

112 Fernando Armas Asin, Liberales, Protestantes y Masones. Modernidad y Tolerancia Religiosa en el Perú del Siglo XIX. Lima, PUCP-CBC 1997.

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