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HERMANOS DE SANGRE

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Es la historia de dos amigos, enemigos por una guerra, pero amigos y más que amigos, hermanos.

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Hermanos

de Sangre

Yván Balabarca Cárdenas

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A mi amada esposa Victoria

A mis niñas de caramelo Jehiely y Sophía

A mi padres Esther y Félix

A mis hermanas Mercedes e Ynés

A mis alumnos

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“Hay un estudio de la historia que no debe condenarse. La historia sagrada fue uno de los estudios que se hacían en las escuelas de los profetas. En la crónica de su trato con las naciones se trazaban las huellas de Jehová. Así también debemos considerar hoy día los tratos de Dios con las naciones de la tierra. Debemos ver en la historia el cumplimiento de la profecía, debemos estudiar las obras de la Providencia en los grandes movimientos de reforma, y entender la marcha de los acontecimientos en la reunión de las naciones para el conflicto final de la gran controversia.

Semejante estudio suministrará ideas amplias y comprensivas de la vida. Nos ayudará a entender algo de las relaciones y dependencias de ella, nos enseñará cuán maravillosamente unidos estamos en la gran fraternidad de la sociedad y de las naciones, y hasta qué extensión la opresión y la degradación de un solo miembro perjudica a todos.

Pero la historia tal como se suele estudiarla, se relaciona con las hazañas de los hombres, sus victorias en la guerra, y su éxito en alcanzar poder y grandeza. Pero la intervención de Dios en los asuntos de los hombres se pierde de vista. Pocos estudian la realización del designio divino en el levantamiento y decaimiento de las naciones”.

Elena G. de White, Consejos para los maestros, padres y alumnos. 368, 369.

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I

Introducción

Este cuento ha sido desarrollado pensando en mis hijas y en mis alumnos que no conocen la historia de la llegada de la Iglesia Adventista del Séptimo Día al Perú. En esta narración ficticia que combina datos fidedignos con una trama de personajes imaginarios, trato de acercar la historia adventista a las manos juveniles.

Además menciono algunos eventos que rodearon el desarrollo de la IASD desde un enfoque muy genérico y breve.

Espero que este cuento sirva para conocer y amar un poco más la historia de nuestra iglesia.

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Santiago de Chile – Octubre de 1869

“¡Julián Martínez!”

“¡Presente!”

“Acérquese por favor… Oiga, ¿usted solicita pasar la frontera por algún interés en especial?”

“Bueno mi alférez, lo que sucede es que estoy de camino a Lima junto con mi esposa y mis dos hijos porque allá se ha solicitado la presencia de obreros para la construcción de las vías del nuevo ferrocarril central”

“Bueno, bueno… y ¿hasta cuándo piensa quedarse por el norte…?”

“No tengo fecha de retorno…” (El “July”, como le decían a Julián, no sabía lo que le depararía el futuro, e hizo bien en no dar fecha de retorno porque los suelos del Perú albergarían sus restos).

“Puede pasar”.

Julián y su esposa Sara, junto con sus hijos Arturo de diez años e Isabel de nueve, tomaron el vapor hacia el Perú. Pronto subieron al buque de madera que los

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acogería por los siguientes días hasta llegar al puerto del Callao.

Durante los primeros días de viaje, no hubo mayor contratiempo por que el océano Pacífico hizo honor a su nombre. Los niños jugaban felices por todo el barco. Cierto día, cuando Julián se encontraba tomando el sol y conversando sobre las riquezas exuberantes de Atacama con otros pasajeros, escuchó el grito desgarrador de su esposa Sara.

“July… Isabel no está, Arturo está en el camarote, pero Isabel no está…”.

Julián recordó con espanto el infortunio de su hermana Hermelinda que fue abusada por un tal don Oscar. Resulta que la mama de Julián muy entretenida en la charla con cierta vecina, no se percató que la pequeña Hermelinda había sido captada por un sujeto que la llevó dentro de una casa de por allí cerca. Fueron recuerdos tristes y espantosos los que llegaron a la cabeza de July. No reclamó ni increpó nada a su esposa, sin pedir permiso a nadie fue corriendo a la cabina del capitán y dio aviso del incidente.

De inmediato el capitán, todo un gentleman, dio la orden con voz firme, que más sonaba a advertencia, de que quería que la niña apareciera sana y salva de inmediato. Toda la tripulación tuvo que ver con la búsqueda.

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A los quince minutos apareció la pequeña en brazos de un marino quien la entregó a su madre:

“Aquí tiene a su hija, señora…”

“¡Isabel!” exclamó su madre cuando se la entregaron. Julián se encontraba buscando por algún lado del barco. Alguien le dio aviso del feliz reencuentro.

La pequeña Isabel tenía la bendición (a veces maldición) de ser una niña hermosa, de cabellos negros y tez blanca como una nube en un cielo iluminado por el sol. Su sonrisa era hermosa y sus ojos reflejaban la belleza de la inocencia de la niñez con la vivacidad de la curiosidad constante.

“La encontré dormida dentro de un bote salvavidas abrazada a su juguete”, era su osito, que su tío Ricardo le había obsequiado antes de zarpar.

Ricardo era el hermano mayor de Julián, el mayor de ocho hermanos. Julián era el menos afortunado de la familia Martínez. (Todos sus hermanos mayores se habían forjado un espacio en la sociedad que les permitía vivir sus vidas con tranquilidad, pero Julián, aunque muy hacendoso, no había logrado alcanzar el nivel económico de sus hermanos mayores. A veces anhelaba tener la suerte de sus tres hermanitos, los mellizos Alexis y Sandro y del penúltimo Arturo quien era su mejor amigo y quien aún era soltero y vivía con sus padres. Pero Julián no era de los que se echaban a llorar sus penas o de

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los otros que se pasan la vida acariciando anhelos, era un hombre de acción).

Aliviado por haber encontrado a su hijita, su semblante otrora con las marcas faciales de la angustia y el pánico disimulados lucían nuevamente con la tez de la tranquilidad.

El resto de días de viaje hubieran transcurrido sin novedad de no ser por otro contratiempo, ahora por la salud de su esposa Sara, que obligó a Julián aprovechar que la tripulación debía desembarcar paquetes de correo y mercancías en Mollendo para desembarcar también a fin de buscar alguna medicina en el puerto.

Bajó en el bote de mercancías junto con los otros pasajeros que ya habían llegado a su destino. Aprovechó en preguntarles donde se encontraba la botica más cercana. Le refirieron de una que quedaba muy cerca del puerto.

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Con ansiedad vio llegar el bote que los transportaba al traicionero lugar de desembarco. Entonces el donque hizo su trabajo y Julián se trepó como pudo a las sogas que transportaban la oroya para una persona. Tan pronto pisó tierra firme se topó con un jovencito de nombre Benigno, el que lo guió sin demora hacia la botica por una propina.

El boticario, que no era natural de la zona, sino un extranjero, Julián lo supo por el español mal hablado del

1 Fotografía tomada de:

http://www.clubmollendo.com/pages/008_El%20Muelle%285%29g_jpg.htm

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que hacía gala, preguntó por los síntomas de la señora y sabiendo la premura del viajero le preparó el elixir que ayudaría a aliviar el dolor de su esposa.

Pronto, y agradecido por la bondad de aquel puerto peruano, regresó corriendo al donque para embarcarse nuevamente a su vapor.

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Lo que quedaba del viaje solo sería un mero trámite marítimo. Julián y su familia desembarcaron en el Callao a los pocos días. A diferencia de la vista de Mollendo desde el mar que daba la apariencia de que la ciudad pronto sería devorada por las violentas aguas del océano, el Callao ofrecía una vista más apacible.

2 Fotografía tomada de:

http://www.clubmollendo.com/pages/010_El%20Muelle%2810%29_jpg.htm

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Al desembarcar, pronto viajaron hacia la Punta en el tranvía jalado por caballos que unía ambas localidades. Pronto abandonaron el puerto chalaco para transitar en medio de chacras y caminos polvorientos hasta llegar a la capital de la república del Perú. Enseguida buscaron un lugar para hospedarse de manera temporal hasta encontrar algo más permanente.

Lima era una ciudad hermosa y muy fina. Sus habitantes, todos corteses. Le hacía recordar a su Santiago amado. Hacía poco lo había abandonado y ya anhelaba volver. Pero Julián tenía un objetivo, hacer dinero y sacar adelante a su familia.

En poco tiempo iniciaría su trabajo en la titánica labor que Don Henry Meiggs tenía a cargo, y esta era la de plasmar los sueños arquitectónicos de Ernest

3 Fotografía tomada de: http://www.boletindenewyork.com/tranvias1864.htm

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Malinowski, el ingeniero que diseñó el tendido de rieles del Ferrocarril Central del Perú.

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Julián fue destacado para trabajar en la rivera del Rímac, lejos de su hogar, por lo que debía pasar varios días lejos de sus amados. En su trabajo se entretenía tratando de entender a otros trabajadores que hablaban quechua y chino, pues muchos de sus colegas de faenas eran chinos traídos expresamente de Macao. Hombres recios para el trabajo, y Julián no se quedaba atrás.

Las vías del tren se trajeron del extranjero al igual que los durmientes. El trabajo era muy peligroso y muchos murieron al poco tiempo de iniciar las obras. Los derrumbes y los problemas de salud acabaron con

4 Fotografía tomada de: http://2.bp.blogspot.com/_wzg-

QAJuuyg/R5DaOegqxAI/AAAAAAAAAHY/Bw2WCJ5lafg/s320/limapanoramica1870.jpg

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muchos de los obreros, y cuando llegaron a la altura de la quebrada que hoy llamamos Verrugas, una fiebre menoscabó la salud de Julián. El no le dio importancia, pero pronto tuvo que ser dado de baja en el trabajo. Sara, Arturo e Isabel no comprendían lo que le sucedía a Julián. El July antes muy dispuesto y amable, ahora estaba constantemente cansado.

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La enfermedad fue progresiva y veloz. En el mes de marzo de 1872, Julián murió y fue enterrado en el Presbítero Maestro.

5 Fotografía tomada de:

http://blog.pucp.edu.pe/media/1294/20080629-ferrocarril.jpg

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Juntando el dinero que trajeron de Santiago y las ganancias del trabajo del July, Sara había podido abrir una tienda que en aquellos trágicos días sirvieron para que la desventura no fuera total.

Mientras el July se encontraba fuera de Lima trabajando, Sara, siendo de un espíritu emprendedor, abrió su tiendecita, que además de mantenerla entretenida, le ayudaba para financiar los estudios de sus hijos. Su pequeña terminó la educación básica y permaneció en casa ayudándola, pero Arturo fue matriculado en el colegio Guadalupe, donde estudiaba sin ser el primero de la clase pero tampoco el último.

Arturo ya había conocido a los santos más famosos entre los escolares: San Pedro (un palo que se soltaba con fuerza en la palma de la mano o en las posaderas para hacer recordar al infractor los olvidos imperdonables de la tabla de multiplicar) y San Martín (un látigo de tres puntas que era asestado en las nalgas para lograr los mismos oficios del otro patrono). Además Arturo, al principio de sus estudios en este nuevo ambiente, fue recibido con hostilidad por los abusivos del salón, por lo que más de una vez su mamá debió lavar la camisa ensangrentada de su hijo, manchada no con la propia sangre de su hijo sino con la de sus adversarios, porque Arturo había resultado ser todo un púgil, era conocido como “el invencible”.

Corría el año 1876 y Arturo ya contaba con 17 años y no conocía a ninguno que le pudiese hacer frente. No era un

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matón, pero ninguno como él en palomilladas. No se dejaba pisar el poncho por nadie. Quien osara desafiarlo pues entendería el por qué de su sobrenombre.

Un día, un nuevo muchacho llegó de la Oroya, Santiago era su nombre. Un muchacho alto y robusto, de ojos y cabellos negros, la providencia le había dotado de cierto atractivo especial que lo hizo rápidamente el objeto de atención de las señoritas de la vecindad.

Santiago y Arturo eran muy diferentes. Arturo era de piel blanca y cabello castaño con ojos vivos, y Santiago era de piel canela y cabellos negros, sus ojos transmitían firmeza y seriedad.

“El nuevo” era el sobrenombre mono neuronal que le calzaron los condiscípulos a Santiago. No pasó mucho tiempo para que ambos muchachos se encontraran frente a frente para demostrar quién era quién.

Un problema baladí sirvió de excusa para que” el invencible” y “el nuevo” demostraran sus habilidades.

Lo que no sabía Arturo era que Santiago había sido traído a Lima por qué de bravuconadas y líos, sus padres, unos hacendados de la zona, ya no soportaban, así que el mozo había sido enviado con un tío militar para que se corrigiese a las malas.

A la salida los golpes corrieron, las tumbadas, los puñetes, las patadas. Al comienzo con algo de técnica,

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evocando al norteamericano John L. Sullivan, para luego “mecharse” como la creatividad escolar lo permitiese.

La lid terminó en un amargo empate. Pero fue este evento lo que transformó, por extraño que suene, a estos enemigos en amigos entrañables. Pronto ya visitaban las casas uno de otro y llegaron a ser grandes amigos. Amigos del alma, amigos a los que nada podría separar.

Cierta tarde, en el claroscuro del atardecer, Santiago quedó deslumbrado con la belleza de Isabel, la hermana de su “hermano” de sangre. Era la primera vez que veía a su “hermana”, pero no la visualizó como tal, sino como un ángel que había que conocer, amar y cuidar.

A todo esto, ya Santiago se había acostumbrado a la manera extranjera de hablar de doña Sara Martínez, la mamá de su “hermano”, y del amor de su vida. Esta mujer de apariencia noble y bondadosa, lo había aceptado como el buen amigo de su hijo.

La primera vez que escuchó a la mama de Arturo, Santiago le había preguntado:

“¿De dónde es tu mamá?”

“Del mismo lugar que yo, de Santiago de Chile”.

“Pero no hablas como tu mamá”- dijo Santiago.

“Es que, por mi modo de hablar tuve que romper más de una cara en el colegio, entonces debía decidir entre cambiar a todos los burlones o ahorrarme las peleas y

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cambiar yo… entonces decidí que lo mejor era cambiar yo y cambiar modo de hablar, ahora ya no tengo el dejo de mi madre”.

Esa fue toda la explicación de aquel día.

Isabel había impactado la mente de Santiago y Arturo lo había notado y quien mejor que su mejor amigo para pretender a su hermana a la cual defendía de quien osara verla con ojos de maldad. De algún modo asumió muy bien su rol de hermano mayor, aunque fuera mayor solo por un año.

Pronto Santiago frecuentaba la casa de doña Sara para visitar a su hija. Doña Sara cuando se dio cuenta de las pretensiones del muchacho y la correspondencia de su hija, cuidó de aconsejar al mozo para ahorrarse malos ratos. Bien sabía ella lo doloroso de salir embarazada sin casarse.

Sara solo tenía 17 años cuando conoció a Julián, él era un muchacho emprendedor y agradable de 21 años. Pronto salieron y entre besos que van y vienen, consintieron en albergar un pecado oculto. Pronto ella tuvo que enfrentar la indignación e ira de sus padres cuando enfrentó el hecho de que la menstruación no le venía como tan regularmente lo había hecho. Pronto se vio convertida en la señora de Martínez. Los padres de Julián decidieron no ayudarlo a concluir sus estudios de Comercio por lo que tuvo que ponerse a trabajar. Esto explica el porqué de sus estrecheces económicas en comparación con sus cuatro

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hermanos mayores quienes sí terminaron una carrera, dos egresados de la Normal, uno egresado de Comercio y el mayor de Derecho. No, no era lo que doña Sara quería para su hija. Por más que quisiera mucho a “Santiaguito” como lo llamaba, ella amaba muchísimo más a Isabel como para dejarla sola en medio del camino sinuoso del amor juvenil.

Ella siempre acompañó a su hija y los vecinos tenían en muy alta estima a la familia de doña Sara, aunque mono parental. Una familia singular, pero de muy buen nombre.

Arturo y Santiago siguieron estudiando en el colegio Guadalupe.

Una de las clases que más impactaron a estos jóvenes fueron las clases de higiene y ciencias, en las que se deleitaban en imaginarse médicos. Solo uno de sus compañeros, un amigo de Santiago, de la Oroya, un tal Daniel, de aquellos que ocupaban los primeros lugares, compartía los mismos sueños con la medicina.

En poco tiempo habían de egresar del colegio y se tendrían que enfrentar a la vida de egresados. Arturo había aprendido a amar Lima, y Santiago más que recordarle su hogar de infancia, le recordaba a su mejor amigo. Era una verdadera ironía.

Arturo era chileno de nacimiento, pero peruano de corazón. Su hermana también había trabajado su modo de

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hablar y por lo recibido de este Perú generoso, había aprendido a amarlo también.

Sara era quien añoraba volver a Santiago, pero la realidad no se lo permitía. No tenía nada en el Sur como para regresar, todo lo que amaba estaba con ella… en Lima.

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La secundaria ha terminado y Daniel, el compañero de Arturo y Santiago, ya ha ingresado a San Marcos a la escuela de Medicina, todo muy emocionado.

“¿y ahora que vas a hacer Santiago?”

“voy a estudiar derecho, quiero ser abogado”

Los recuerdos vinieron rápidamente a la mente de Arturo, sí, derecho parecía ser una carrera que le ayudaría de mucho y le aseguraría un buen porvenir, ya su tío Marcial, su tío más viejo, era abogado y era el más noble junto con su tío Arturo, a diferencia de todos los hermanos de su papá, Arturo pensaba así porque eran los únicos que se acordaban de ellos. Eran infaltables los regalos en los cumpleaños y días de fiesta. Aunque, cuando recién llegaron a Lima, los regalos llegaban con un mes de demora. Ahora los regalos llegaban a tiempo, y es que los tíos al comienzo no se habían percatado de la demora de los vapores aprendiendo a despachar todo con anticipación para que los regalos sean oportunos.

Sus dos tíos abogados, ya que su tío Arturo también había decido estudiar esa profesión. Ahora su mejor amigo también, y eso lo ayudó a tomar la decisión, total, eran tiempos de cambio.

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Con tristeza escuchaba mencionar los avances del ferrocarril central camino al interior de país y siempre se mencionaban las muertes por aquella enfermedad que, según todos, era un castigo de los apus por estar invadiendo sus territorios con aquella máquina infernal (la locomotora).

Su hermana se dedicaría al comercio con su mama y heredaría la tiendecita, porque el niño Arturo tendría un mejor porvenir.

Eran tiempos de gran alegría. Los muchachos se inscribieron a San Marcos para orgullo de sus familias.

Santiago, desde que conoció a la familia de Arturo y desde que fueron grandes amigos, no tuvo quien le desafiase, ya que los dos púgiles del Guadalupe eran amigos y meterse con uno era tener una tunda asegurada de parte de los dos, no era buen negocio en ninguna forma.

A Santiago ya hacía mucho tiempo que no le decían “el nuevo”, sino que ahora le decían: “negro” y fue justamente Arturo quien le encajó tan mal aplicado apelativo, pero en comparación con la blancura de si mismo, Santiago hacía honor a su “mote”.

Ambos iniciaron sus estudios logrando rozarse con la crema y nata de Lima, muchachos que de otro modo no hubieran podido conocer por ser de cunas más nobles y de difícil acceso social.

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Así conocieron a los hijos de los hacendados más prestigiosos de la época quienes los invitaron a una reunión social allá, cerca a la hacienda de Shell, por Miraflores. El tranvía que los transportó solo pudo acrecentar las expectativas de los muchachos por conocer a las jovencitas de sociedad.

Estuvieron en la reunión, bailaron y bebieron mucho refresco. Tomar y fumar no era dable para jóvenes mozos, futuros abogados de la república, por lo que se limitaban a beber refresco y a darle a los valses que se dejaban escuchar por la ejecución de la orquesta de cámara que amenizaba la reunión por un lado del salón.

En medio de todo ese festejo, un grupo de jovencitos se apartaron a un salón contiguo al de la fiesta, para charlas, como lo hacían sus padres, y es que todo lo aprendemos por modelos, de política y relaciones internacionales, y el tema que las relaciones entre Bolivia y Chile habían ido de mal en peor.

“He escuchado que se van a detener las obras de Ferrocarril Central, y es que desde que murió don Meiggs, ya no hay quien supervise con tanta eficiencia la labor”

“Yo he escuchado que se está deteniendo la obra por otros motivos, no creo que por la muerte de Meiggs, por que el ingeniero Malinowski sigue vivo, no es por eso, escuché que Perú tiene un tratado de defensa secreto con Bolivia”

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“No creo Antonio, Perú no está para ponerse en líos con nadie”

“¿Como que no?, ¡el Perú le puede plantar frente a cualquier nación si le declararan la guerra!”

“¡están locos! - dijo Santiago- el Perú, me dijo mi tío, no está a la altura de la capacidad de combate de Chile” (providencialmente Santiago olvidó el origen de Arturo)

Arturo escuchaba en silencio a todos hasta que un amigo le dijo:

“Y tu Arturo, ¿te irías a la guerra si esta empezara?”

Arturo dio su respuesta con energía: “¡Por supuesto!”

Santiago escuchó todo y guardó palabras para algún momento más apropiado.

Los estudios continuaron y los vientos de guerra iban en aumento. Cierto día Santiago interrogó a su amigo de camino a San Marcos.

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“Dime, ¿Cómo es eso de que lucharías por el Perú?”

“Santiago, la guerra es uno de los errores más grandes que tiene la humanidad, pero si la gente que quiero se ve amenazada, entonces la voy a defender, y mi familia está aquí, en el Perú”.

“Arturo, sabes que los alumnos de medicina han tomado el voto de ser médicos de guerra cuando la batalla arrecie, y se están haciendo planes para defender Lima de una posible invasión”

“Si, lo he escuchado. Y no me alegra…”.

No se dijo más. El dialogo fue cortado por la llegada de ambos al aula de clase.

Los profesores de cada cátedra tenían dificultades en mantener el tema del día sobre el tapete de los comentarios. La guerra era lo que llenaba sus mentes y sus bocas delataban sus pensamientos. Era como si se deseara entrar en batalla.

Conforme cada mes llegaba, las clases se hacían más insoportables para Arturo, quien detestaba el tema de la guerra, primero porque recordaba su niñez en Santiago y segundo, amaba este país. Cierto día de clases, no puso ser capaz de contener su ira y explotó en medio del salón.

“quiero decirles que si Perú va a la guerra, yo iré también, pero sépase que no estamos preparados y con solo entusiasmo no ganaremos. Hay gente que estuvo presente en el combate del 2 de mayo que fue solo hace 13 años, y piensan que porque detuvimos a España, sucederá lo mismo con Chile. Los tiempos han cambiado y me resulta inaudito que siendo estudiantes de derecho,

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estemos tan enceguecidos de la realidad jurídica que tenemos en nuestro país. Estamos divididos y ahora la argamasa que nos pone en sintonía unos con otros es una guerra. Por favor, reflexionen…”

Un compañero se puso de pie en ese momento y dijo:

“Arturo, parece que eres chileno, ¿Cómo vas a pensar que no estamos preparados para una guerra?, si vencimos a España en el 66, venceremos a Chile hoy…”.

No era el patriotismo por el terruño que lo vio nacer lo que impulsó a Arturo, sino su temor por lo que podría suceder de perder la guerra.

Santiago en el acto tomó la palabra:

“Espero que todos ustedes que mucho hablan y alegan estén listos para entrar en batalla cuando se los requiera, como lo estamos Arturo y yo”.

No se dijo más.

Marzo de 1879

“’¡Guerra Arturo, guerra…!, los chilenos han invadido a Bolivia”.

“No puede ser Santiago, eso es un mero problema tributario, Bolivia de acogerse a la figura de un arbitraje internacional, el que sea un problema tributario le concede ese derecho…”

“Ya lo sé, pero Chile ya ingresó a territorio Boliviano, buscan el guano y el salitre”.

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“No lo sé. Esto no me queda claro… que pena por Bolivia.”

“¿Por Bolivia?” “Si “

“Acuérdate que pronto esto nos afectará a todos”.

El 23 de marzo, un grupo de civiles bolivianos no pudieron contener la fuerza del sur y cayeron en la batalla de Calama. Poco después, Arturo y Santiago llegaron como siempre temprano a clases para encontrarse con que todo era alboroto… Todos gritaban de algarabía, era una celebración de regocijo.

“¿Qué pasó?”

“Chile nos declaró la guerra ayer (5 de abril)”.

“Como”

Una corriente eléctrica corrió por sus columnas vertebrales. Ahora era cierto. Perú se tendría que enfrentar a sus hermanos chilenos por un lio ajeno. Santiago esperó el regreso de su tío aquella tarde para que lo pusiera al tanto de todo y su tío, con mucho menos entusiasmo que los estudiantes, le refirió la noticia y las expectativas mucho más realistas que se tenían de este conflicto.

Pronto se requirieron la presencia de las reservas para empezar el entrenamiento.

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Doña Sara comenzó a ser azuzada por sus vecinos. Los que antes le tenían un gran respeto, ahora ni la veían por la calle. Doña Sara tuvo que viajar a Chile por que el atrevimiento de los que la conocían como ciudadana sureña llegó desde amenazas hasta piedrazos a sus lunas y puertas.

Sus hijos la enviaron. Isabel se quedaría a buen recaudo en casa de Santiago, siempre bien vigilado por doña Higinia, tía del mozo, y Santiago y Arturo compartirían habitación. La tienda tuvo que cerrarse y los muchachos tuvieron que pasar por sobrinos que vinieron de visita del interior del país para pasar unos días en casa del Coronel De la Colina.

El 21 de mayo fue una fecha que marcó la preocupación entre los peruanos. Se había perdido uno de los navios más importantes, junto con el monitor Huáscar, de la armada Peruana, la fragata Independencia.

Solo con el Huáscar las cosas se veían color de hormiga, pero fue el genio militar de Don Miguel Grau Seminario lo que hizo que el mar peruano se defendiera hasta el día 8 de octubre de 1879. Para muchos la guerra se había terminado aquel día.

“Hemos perdido al Huáscar”

La noticia llenó de consternación a todos en Lima. Nada defendía las costas del Perú ahora. El que el ejército del sur llegara a Lima era cuestión de tiempo.

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Pronto las batallas de Pisagua, Tacna y Arica serían victorias chilenas y Bolivia se retiraba de la contienda en la batalla del alto de la alianza en Tacna. El Perú se había quedado solo. 1880 fue simplemente un año de desgracias para el Perú.

Pronto las defensas de Lima se debían de convocar. El prefecto de Lima, Juan Martin Echenique fue el jefe de 10 divisiones y 30 batallones, constituida por empleados públicos, profesores y alumnos de San Marcos y del Guadalupe, además de los empleados de la construcción del tren. La caballería se conformó por los comerciantes de caballos y los que entendían de armas conformaron la artillería. Todos los días a las 3 de la tarde era la hora de entrenamiento y las campanas de la catedral anunciaban la hora.

Arturo y Santiago se encontraban entre los reservistas que entrenaban todos los días a las 3… todos los días a las 3…

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El amor entre el peruano y la chilena, hermana de su amigo. La caída de la Covadonga, “Perú generoso”, y la caída del Huáscar.

6 de abril de 1979

“Te amo”

“Yo también Santiago”

Por fin, luego de tantos años, los sueños de Santiago se hicieron realidad. El era un estudiante de derecho de San Marcos y sobrino de un respetado militar peruano. Ella era una jovencita limeña de algún barrio de la ciudad. No la conocían bien y Santiago se encargó de no proferir palabra alguna de su origen a nadie. Lo motivaba el amor por su ángel.

“tengo miedo de lo que pueda suceder de hoy en adelante”

“No temas vida, no tengas miedo, nos cuidaremos mutuamente, yo desde la trinchera y tu desde aquí con tus rezos”.

“No quiero que pelees”

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“lo haré, por ti y por nosotros… no llores Isabel… todo pasará pronto, no te desconsueles…”.

Aquel día que consistió en ponerse al corriente con su tío, aquel día que había iniciado con un baldazo de agua fría por la noticia de la guerra dada por los compañeros de clase, terminaba así.

Todo había comenzado hacia dos años. Dos años de visitas a la familia del amigo. Dos años de amar en silencio. Dos años que tuvieron que pasar para que tomara una decisión, la de salir de la duda de si será aceptado o no.

Cuando estaba en la Oroya se enamoró perdidamente de María, una señorita mayor que él por dos años, él era un estudiante del colegio nacional de la zona, un muchacho tranquilo para sus 15 años pero que cambio radicalmente con el inicio de este amor juvenil. La señorita de 16, maría, tenía la fama de ser la chicha del pueblo, y esta fama se la hizo ella misma.

Las señoras de la plaza, que comentaban todo porque por sus largos años de vida (y graduadas de zamarras) sabían mucho de chismes y diretes. Entre ellas se corría la voz de que la María había sido hija de una pareja extraña. Su padre fue un vendedor ambulante que llegó de Lima y enamoró a la Hortensia, quien era la chica guapa de su época. Jurándole amor eterno, el vendedor aquel iba y venía por años a Lima, y en cada viaje, pues entre arrumacos y besos, embarazaba a la mujercita.

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Ocho hijos, y la última era María. La Hortensia se olía que su marido no era libre. Algo había sospechado la vez que le encontró una carta de una mujer, pero estaba dirigida aun tal Darío. Bueno, se conformó con la explicación de que Darío era un vecino en las alturas y que él le estaba llevando la carta de su novia de Lima.

Más tarde que temprano la Hortensia descubrió la verdad. El vendedor, cuyo nombre la comunidad ni quería recordar, estaba casado y tenía hijos regados por todo el valle del Rímac. La Hortensia sufrió mucho, y la pequeña María no tuvo más remedio que crecer sin el modelo paterno. Cuando la mujer despechada le contaba a su hija acerca de su padre, no era más que para verter todo su veneno de amargura en la juvenil mente. La niña empezó a abrigar un rechazo a los compromisos y al sexo opuesto.

María era una chica que intentaba vengarse de su padre con cada muchacho con que se acostaba. Hasta que Santiago llegó a su vida y lo envolvió en sus lazos cual mujer extraña.

Por ella Santiago aprendió a pelear, no tanto para defenderse sino para dejar en alto la honra de su amada, tan vilipendiada por las bocas desmueladas de la localidad.

En cuanto a las notas, el antes Shanti, tan aplicado, dejó de lado los azules para llenarse de rojos constantemente.

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Ni las palmetas, ni san Pedros, ni San Martines le dejaron la huella necesaria como para dejarse de cosas y entran en el carril que debía como es conveniente al hijo de un hacendado exitoso.

Lo único que lo hizo detenerse fue el encontrar a amor de su vida embarazada. La María le dijo:

“No Santiago, no te preocupes no es tuyo, es de Rosendo, a él siempre lo he amado. Solo te utilizaba”.

Eso fue lo último que habló con la María. Santiago salió como alma que se lleva el diablo, corriendo por las calles de la Oroya, llorando, pero limpiándose rápido, y lo que quedaba de las lágrimas se secaba con el viento que soplaba por su rostro ante la velocidad desarrollada por el mozo.

Al día siguiente tocaron la puerta de la casa del hacendado.

“¡Oiga, don Colina, quien se cree su hijo que es para haberle propinado tamaña paliza a mi Rosendo!”

“Disculpe don Bonifás, pero Rosendo es muchacho grande, que le pudo haber hecho mi Santiago”

Luego de caminar lo que era necesario para llegar a la casa de los acusadores, Don Narciso solo pudo horrorizarse al ver el rostro del jovencito. La familia se indignó y le refirieron que ya habían hablado con la policía para que se lo llevaran.

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Cuando regresó don Narciso a la casa, el jefe de la policía, el capitán Arenas, le dijo:

“oiga don Narciso, llévese al muchacho, lo que le hizo al Rosendo no tiene nombre, lléveselo lejos para que no lo meta preso, le doy hasta mañana”

El mañana no llegó, esa misma noche, acompañado de dos peones de confianza, Santiago ya estaba camino a Lima donde sería recibido por un tío militar que alto rango para que lo corrigiese.

Esta realidad le hizo mucho más temeroso de las intenciones de las damas. Después de todo había desperdiciado casi dos años de su vida siendo engañado por una señorita.

El día en que se declaró a Isabel, pues el muchacho estaba casi desmayado del pánico, pero más podían sus deseos de tener el amor de Isa que su temor.

“Isabel, tengo algo muy importante que decirte… me gustas mucho”.

Eso fue todo. El muchacho tragaba saliva y la niña lo quedó mirando impactada. De pronto el mozo sonrió para disimular sus nervios y se despidió cordialmente. Saludó a doña Sara que estaba en la cocina y se marchó.

Durante quince días literalmente desapareció.

Nadie daba razón de él. Ni siquiera Arturo.

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“Arturo, ¿has visto a Santiago?, ¿por qué no viene a verte?”

“No lo sé, no me dijo nada, ni siquiera va al colegio, debe de estar enfermo” (Pero Arturo estaba coludido).

Isabel pasó aquellos quince días pensando si aquel “me gustas mucho” significaba si era un “me gustas como amiga” o un “me gustas como novia”.

Cuando por fin Santiago reapareció, lo hizo como si no pasara nada. Doña Sara estaba al tanto de todo, pues Santiago ya le había pedido su autorización de visitar a Isabel como su amiga.

“Hola Doña Sara”

“! Santiaguito ¡”

El grito encrespó los nervios y las ilusiones de Isabel

“! Santi ¡”

De la emoción de golpeó un hombro contra el dintel de la puerta por el apuro en salir a la vez que se recogía el cabello viéndose al espejo.

“Hola Santiago”

“Hola Isabel”

Cenaron, y se quedaron a conversar mientras doña Sara y Arturo se fueron a la cocina (a propósito para lavar los platos)

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“Y qué piensas de lo que te dije la última vez que nos vimos”

Luego de un silencio larguísimo para ambos (de solo unos segundos), Isabel contestó:

“tú también me gustas mucho”

El no sabía qué hacer. Solo atinó a darle un beso en la mejilla y en abrazarla. Su ángel por fin se había hecho carne para poder amarla.

Sara y Arturo salieron de la cocina…

“! Que ¡… ¿ya?”

“¡¿Ya qué?!... ¿acaso ustedes supieron todo mamá?”

“Si, y déjame decirte que estoy de acuerdo”

Arturo agrego: “Solo me desilusiona que no opusiste mucha resistencia”, no pudo terminar la frase por que Isabel emprendió a corretear al insolente para propinarle una bofetada, y Arturo desapareció como cuando la vecina Gertrudis lo sorprendió llevándose las manzanas del árbol que había en el medio de su patio.

Hacía poco tiempo de todo aquello. El amor se había iniciado, pero pronto se ensombrecería por la guerra fatal.

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“No quiero que pelees”

“lo haré, por ti y por nosotros… no llores Isabel… todo pasará pronto, no te desconsueles…”.

Isabel sabía que su hermano y su novio pronto estarían defendiendo esta tierra que los acogió.

La guerra debía definirse en el mar. La escuadra chilena estaba compuesta por las fragatas gemelas Cochrane y Blanco Encalada y por las corbetas Chacabuco, O´Higgins y Esmeralda, con la cañonera Magallanes y la goleta Covadonga. El Perú tenía la fragata blindada Independencia y el monitor Huáscar, además de la corbeta Unión, la cañonera Pilcomayo y los monitores fluviales Atahualpa y Manco Capac. Bolivia no contaba con buques de guerra.

Cuando Iquique fue bloqueado las circunstancias llevaron al desarrollo del combate naval de Iquique, el 21

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de mayo de 1879. El Huáscar con Miguel Grau, logró hundir a la corbeta Esmeralda capitaneada por Arturo Prat Chacón. Pero ese mismo día la Independencia, por perseguir a la Covadonga, se encalla en Punta Gruesa. Se liberó Iquique, pero se perdió el navío más valioso de la marina peruana de 3500 toneladas, misma que se hundió querer capturar una nave de madera de 630 toneladas.

Desde aquí la figura de Miguel Grau Seminario cobra notoriedad por la tremenda campaña marítima que mantuvo en jaque a la marina sureña.

En las batallas navales de Antofagasta del 26 de mayo de 1879,y el 28 de agosto del mismo año, y el punto álgido de la guerra fue la captura del vapor Rímac, el 23 de julio de 1879, acto que le costó la renuncia al almirante Juan Williams Rebolledo quien rápidamente fue sucedido por el comodoro Galvarino Riveros con un solo objetivo, cazar al Huáscar.

Así llegó el 8 de octubre de 1879. La armada peruana superada en número, perdió aquel combate y el Huáscar fue capturado inmolándose como héroe Don Miguel Grau Seminario.

El Océano Pacífico se había perdido para el Perú.

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“Arturo, es cuestión de tiempo para que tus paisanos “cumpas” lleguen a Lima”

“Si… pero hoy soy peruano Santiaguito, no lo olvides… hoy defiendo lo que amo…”

La noticia del Huáscar llegó el 9 a oídos de todos los limeños. Pronto se vería la bajeza de la guerra diabólica cerca de sus propias casas.

Contando con la superioridad naval, las tropas sureñas llegaron a las provincias de Tarapacá, Tacna y Arica. Las batallas de Pisagua, Tacna y Arica fueron victorias chilenas en 1880 y aunque la batalla de Tarapacá fue victoria aliada, esto no cambió el curso de la guerra.

Fue notable la batalla ocurrida en Arica entre el 27 de mayo y el 7 de junio de 1880, pero fue el 5 de junio cuando el general Baquedano envía al sargento mayor José de la Cruz Salvo como parlamentario frente a las

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tropas que defendían Arica para intimar la rendición de la plaza, realizándose el siguiente diálogo:

Bolognesi: Le oigo a usted.

Salvo: Señor, el General en Jefe del Ejército de Chile, deseoso de evitar un derramamiento inútil de sangre, después de haber vencido en Tacna al grueso del Ejército aliado, me envía a pedir la rendición de esta plaza, cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conocemos.

Bolognesi: Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho.

Salvo: Entonces está cumplida mi misión.

Luego de este diálogo, y de no aceptar la rendición, Bolognesi consultó con sus oficiales, mismos que lo respaldaron, entre ellos el argentino Roque Saenz Peña que luego sería presidente de Argentina en 1910.

Las noticias llegaron pronto a Lima el 8 de Junio. Arica había caído.

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Pronto Tacna se teñiría de sangre en los campos del Alto de la Alianza y Bolivia, a fin de evitar el exterminio de su ejército y dejar su suelo sin protección alguna, se retira de la lid. El Perú lucharía solo.

El siguiente paso en la guerra era la toma de Lima, pero allí dos hermanos de sangre lucharían.

Dos jóvenes de diferentes patrias se unirían para defender a una de ellas. La historia llamaría héroe a uno y traidor al otro, pero la redención del amor llegaría para ambos a su tiempo. Ambos se dedicaron a prestar servicio de entrenamiento en Lima. Se detuvieron las clases en San Marcos… les esperaba luchar.

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Los padres de Santiago habían llegado a fines de 1880 con el único objetivo de impedir la participación de su hijo en la guerra y de ser posible lograr que se marchara del Perú.

Santiago ya era todo un joven de 21 años e Isabel una mujer de 20, él tenía todo un futuro promisorio por delante y acababa de graduarse de abogado y su primera práctica profesional sería en el campo de la muerte, el campo de la guerra.

“¡¿Están locos?!... jamás abandonaré el Perú”

“Espero que no lo hagas por la chica esa”

“Ten cuidado de cómo te refieres a mi novia”

“Es verdad – intervino su tío – esa niña es toda una dama, no hay nada que objetarle”

“… bueno… como sea… debes irte del Perú, debes esconderte por lo menos…”

“no mamá, yo pelearé”.

“mmmmm”

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La charla había terminado y la cena en casa de los De la Colina la cena que empezó entre sonrisas, terminó en un ambiente de tensión.

Al día siguiente salieron todos los reservistas a la plaza mayor de la ciudad para los entrenamientos, pero recibieron la noticia de que los chilenos estaban listos para desembarcar cerca a la capital.

Los esposos De la Colina viajaron nuevamente a Cerro de Pasco. Ellos pensaban como muchos en el interior del País, “es una guerra entre Chile y Lima, no tenemos nada que ver nosotros”. Cuan grande era el divorcio entre la capital y sus provincias.

Diciembre de 1880

“¡desembarcaron en Curayacu, desembarcaron en Curayacu!”

Era la noticia del día. El conflicto era inminente. Santiago y Arturo fueron destacados a la división que presentaría combate en Chorrillos.

Lima fue organizada en una “U” imaginaria de defensa, se organizaron 10 reductos, el primero estaba en la localidad de Miraflores y entraría en combate solo si el Morro Solar cayese.

Dentro de las tropas peruanas todo era jolgorio. Parecía que no estaban tomando conciencia de lo que sucedía.

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Arturo y Santiago se quedaron sorprendidos cuando vieron a sus profesores del Guadalupe y a los pequeños que ellos dejaron en primaria cuando dejaron el colegio.

“Arturo, estamos tan desesperados que hemos aceptado la presencia de los escolares del Guadalupe, esto es terrible…”.

“Si Santiago. No sè que es lo que sucede”.

Estas navidades son de las mas tristes.

12 de enero de 1881

“Todos vengan a recibir sus armas, los chilenos están acampados en el valle de Lurín y se preparan para venir”.

Todos se fueron a dormir sin chequear bien lo que habían recibido. Solo tomaron las armas y las municiones y se fueron a dormir.

A las 3 de la mañana del 13, una voz llamó a filas a todos las tropas. Se sirvió un trago a las tropas y se sirvió el “rancho”. Todo se preparó, y sucedió:

Un ejército de 30000 soldados de la república de Chile se acercaron. El paisaje infundió respeto. Los defensores solo eran 14000 y todos con poca preparación y con pocas municiones. Solo cuando se propusieron cargar sus armas muchos se dieron con la ingrata sorpresa de que las municiones no eran las que las armas podían recibir.

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La batalla empezó. Arturo miró a su amigo Santiago, el también, no dijeron palabra alguna, solo se dieron un abrazo, ambos tenían el ceño fruncido y esperaron la orden de ataque.

Las reglas militares de la guerra suponían que quien abriese fuego debía dar inicio a la contienda. No se supo quien fue, pero cuando Santiago comenzó a dispara, disparó y gritó a la vez, dándose arengas a él mismo: “¡si no mato, me matan!”

De pronto un cañonazo enemigo estalló cerca de Santiago y este cayó herido. Santiago solo escuchó como si estuviera debajo del mar. Sonidos sordos y graves que lo inquietaban. Se trató de levantar y solo consiguió volver a caer. De pronto se dio cuenta que estaba solo. La línea había retrocedido. Trató de correr y a duras penas se encontró con sus camaradas. En esa loca carrera encontró cadáveres de algunos profesores del Guadalupe, así como de niños héroes quienes murieron creyendo que hacían bien. Cuando se detuvo para descansar en el suelo, pudo ver un pie cercenado con un yanqui de calzado. Solo cerró los ojos y entonces pudo reconocer la voz de su amigo Arturo. Lo tomo fuertemente de la solapa del uniforme y lo llevó corriendo lo más rápido que pudo… Arturo lloraba como un niño.

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“he visto la muerte… he visto la muerte… era el diablo, el diablo en persona…”.

El alma de Santiago de sobrecogió de pánico…

“¡Retrocedan valientes defensores!, ¡Rescaten a los heridos!” Esa era la voz de un hombre de porte de general, era el coronel, en ese entonces aun, Andrés Avelino Cáceres.

Todo parecía ser una Babilonia, cientos de soldados corrían hacia la retaguardia habiendo abandonado sus rifles y calzados con yanquis. Es que muchos fueron reclutados o forzados a presentar batalla desde el interior del país. Huían hablando en quechua…

Cuando corrían, Santiago le pregunto a Arturo…

“¡¿Por qué lloras?!”

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“¡Dios mío, he matado a mi hermano, a mis hermanos, he matado a muchos de mis hermanos!”

Santiago comprendió. Arturo estaba sufriendo la muerte y la dureza del campo de batalla. Pronto se reagruparon en torno de Miraflores para recibir nuevas órdenes. Santiago se había recuperado y Arturo recuperó la compostura. Recordó por qué luchaba.

“Oye Arturo, ¿Cómo es eso que viste al diablo?”

“Hermano, ¿Quién nos metió en este lío sino el mismo belial?, Chile y Perú fueron naciones hermanas y amigas, ¿Cómo llegamos a esto?”.

Las tropas peruanas retrocedieron en todos los frentes.

Se había perdido Villa, San Juan y Santa Teresa y la batalla arreciaba en el Morro Solar. Iglesias estaba retrocediendo con el apoyo de la batería Mártir Olaya que comandada por Arnaldo Panizo desde el Morro, por otro lado el morro era atacado por la cañonera Pilcomayo y la lancha Toro. A la 1:45 de la tarde, en la cima del Morro Solar se encontraron los últimos cien defensores al mando del coronel Panizo hasta que fueron reducidos por las tropas chilenas. De los 4 500 hombres de Iglesias que combatieron, fueron hechos prisioneros 280 hombres. Entre los prisioneros se encontraban el coronel Miguel Iglesias, Guillermo Billingurt, Carlos de Piérola, hermano de Nicolás de Piérola. Entre los muertos se encontró Alejandro Iglesias, hijo de Miguel Iglesias.

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Luego de la pérdida de San Juan, las tropas sobrevivientes fueron hacia Chorrillos para detener el avance de Sotomayor. La Santiago y Arturo se parapetaron en cada casa, esquina y habitación desde donde pudieran disparar. Pero en poco tiempo, los sobrevivientes se retiraron hacia la línea de Miraflores. Chorrillos había quedado casi totalmente destruida por los combates, los incendios y los posteriores desmanes del la soldadesca invasora.

Al anochecer, las reorganizadas fuerzas peruanas estaban exhaustas. El dos de mayo atendía a cuantos podía atender, estaba todo el nosocomio en alerta roja, los estudiantes de medicina de San Marcos estaban allí, atendiendo a todo herido que llegara, entre ellos el compañero de Arturo y Santiago, Daniel Alcides Carrión.

El 14 de enero se pacta un armisticio para que ambos lados se recompongan, pero se desató finalmente el 15 la batalla de Miraflores a las 2: 30 de la tarde. Luego de los excesos de Chorrillos el almirante francés Petit Thouars amenazó con hundir la escuadra chilena si es que se repetían las escenas en Lima.

En Miraflores, los 3000 soldados del ejército presentaron batalla junto con solo 2500 de los 8000 reservistas que se disolvieron y no entraron en batalla.

Arturo y Santiago nuevamente lucharían comandados por Andrés Avelino Cáceres en la derecha de la línea, justo al lado del reducto número 1. En el Reducto n.º 1, ubicado

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cerca al malecón de Miraflores estaba el batallón 2 conformado por comerciantes de Lima. Estos resistieron el avance enemigo.

Pronto la batalla estaba perdida.

Arturo y Santiago ya no escucharon disparar a las baterías de los cerros San Cristóbal y San Bartolomé, en su camino hacia el 2 de Mayo. Ambos habían caído heridos. Arturo estaba muy mal herido por el bayonetazo recibido en una pierna que había comprometido un sangrado muy profuso. Santiago por otro lado estaba herido por las esquirlas de un cañonazo de los krubb de los enemigos.

Ya en el hospital sabían ue no quedaba mucho tiempo, debían ser atendidos y escapar pro que pronto llegarían las fuerzas de ocupación chilenas y podrían ser tomados prisioneros. Debían salir de cualquier modo. En el hospital se encontraron con Daniel, quien comprendiendo lo delicado de su situación política, los atendió rápidamente y los envió a un lugar seguro.

Arturo y Santiago estaban preocupados por Isabel, ella se había incluido en el grupo de enfermeras improvisadas que atendieron a los heridos, damas de buena voluntad que respondieron al llamado de dolor del prójimo. Para el 17 de enero, Santiago y Arturo se encontraban bien resguardados en una hacienda lejos del Centro de Lima.

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Ese día las tropas chilenas desfilaban dentro de Lima. Todos los negocios estaban cerrados, la ciudad embanderada y ninguna persona andaba en las calles. Lima estaba en silencio.

Lima había capitulado, pero en Andrés Avelino Cáceres logró escapar e iniciara la campaña de la Breña. El interior del país se enteraría que esta guerra también era suya. El Perú continuaría en guerra.

Arturo fue llevado la Oroya por su amigo Santiago donde se terminaron de recuperar.

“Arturo, voy a Lima por Isabel… “

“debes estar demente… no puedes hacer nada por Isabel, en cambio yo puedo argumentar mi ciudadanía y me dejarán pasar al igual que a mi hermana… no comentas torpezas, déjame ir…”

En seguida emprendió viaje a Lima.

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Cuando llego a Lima, enseguida buscó la casa de los De la Colina a fin de encontrar a su hermana. Cuando fue interceptado por la guardia civil extranjera que velaba por que las casas no fueran asaltadas. Arturo tuvo que dar las explicaciones del caso, de que su hermana, ciudadana chilena, vivía en aquel domicilio y debía verla.

Pronto Isabel abrazó a su hermano y juntos viajaron a hacia la Oroya… Isabel estaba traumatizada por todo lo que había presenciado en el hospital. Brazos cercenados, piernas rotas y huesos expuestos. Isabel quería olvidar todo, y de cuando en cuando lloraba en el viaje, sin explicación alguna dada a su hermano que después de tanto preguntas que sucedía, decidió solo callar y abrazarla.

El reencuentro fue final.

Isabel y Santiago se abrazaron entre llantos y risas.

Fue en junio de 1881 que ambos contrajeron matrimonio en la casa hacienda de los padres de Santiago.

La guerra terminó para ellos. Vivieron en la clandestinidad hasta que en 1884 se firmó la paz.

El Perú debía iniciar la reconstrucción en medio de deudas y el dolor de los seres amados muertos… con el tiempo doña Sara volvió para la reapertura de su tiendecita y encontrar que ya era abuela.

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Santiaguito era el retoño del amor entre Isabel y Santiago. Arturo, un orgulloso tío, y más unido al Perú que antes.

Cierta tarde, cuando ambos conversaban recordando los momentos vividos concluyeron en lo siguiente:

“La guerra es el invento del diablo para enemistar pueblos amigos… pero… tengo una duda: ¿Por qué sucedió esta guerra?”

“Por el guano y el salitre pues Arturo”

“Si, pero ¿recuerdas aquella ocasión en que ví aquella aparición diabólica en el campo de batalla?”

“si”

“me temo que esto es parte de una estrategia diabólica para interrumpir algo”.

“estás loco Arturo… me asustas.”

Muchos hijos de hacendados fueron enviados fuera de Lima y del Perú en aquella época para no formar parte de las revoluciones que se veía que estallarían en el Perú.

Un muchacho cobraría notoriedad en la vida de Arturo, su nombre, Eduardo Francisco Forga, quien en ese año, fue enviado a Europa para separarlo de las tenciones del momento.

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Doña Sara permaneció en Santiago de Chile durante los cuatro años que duró la guerra. En esos cuatro años no paró de asistir a la iglesia para rezar por sus hijos quienes ahora corrían un doble peligro, el de morir en manos de sus paisanos o el de morir de mano de los peruanos si es que eran descubiertos. Como sea Doña Sara solo pensaba en tener su mente concentrada en el pensamiento de que volvería a ver a sus hijos cuando volviese al Perú.

“¡como dos naciones hermanas que antes habían combatido juntas ante la invasión española del 66!, ¡Chile que antes había participado en la corriente libertadora del sur con San Martín ahora era la opresora de una nación antes amiga!”.

Los pensamientos que generaba la guerra no eran sino un sinsentido de cosas. Algo más había después de esta guerra. El guano y el salitre eran dos fuentes de riqueza que no le durarían mucho a Chile como principal fuente de riqueza, ya que pronto Alemania inventaría el salitre sintético durante la primera Guerra Mundial, pero la enemistad con sus vecinos duraría por décadas.

“Debo volver, debo volver”.

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Sus amigas intentaban desanimarla, pero entendían sus intenciones porque sabían que sus hijos se encontraban allá, pero no a que se dedicaban.

Finalmente doña Sara logró volver auxiliada por su cuñado Arturo, quien le pagó el boleto en el vapor que la conduciría de regreso al Perú.

Durante el viaje ella alguien había colocado en su camarote una Biblia.

“qué horror, una Biblia de herejes… no puede ser”

Pero luego del susto inicial, pensó que podría utilizar las hojas para abrigarse y hacer un poco de luz en la casa, ya que no sabía en qué condición encontraría todo, así que guardó aquel libro negro y lo puso entre sus pertenencias.

El viaje transcurrió y cuando desembarcó en el Callao pudo ver las miradas de los vecinos.

No eran más las miradas de calidez y cariño, sino las de reproche y odio. Nadie la saludaba, nadie la auxiliaba, ni aun cuando iba a la iglesia. Era una invasora, como todos los demás. Con cuánto dolor ella tuvo que convivir hasta ponerse en contacto con sus hijos. Cuando fue a ver a los De la Colina, descubrió que la casa había sido vendida, pero le dieron el dato de que quienes vivieron allí tenían parientes en la Oroya, así que envió una carta hacia allá. Pronto pudo ponerse en contacto con Santiago quien la saludó con una carta de retorno:

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“Querida mamá: Isabel, Arturo y Yo estamos muy bien, pronto iremos a verla a Lima…”.

Que bocanada de aire puro y fresco significó esa carta para su apesadumbrado corazón. Por fin palabras amables y de cariño en esta tierra ajena, pero más suya que nunca. Ella comenzó a limpiar la casita que a Dios gracias no había sido saqueada. Todo estaba en orden, los muebles, los espejos, las vasijas, el menaje… todo estaba allí tal como lo había dejado. Era una bendición.

“Dios quiere que me quede aquí”.

Luego de una semana que recibiera la carta de Santiago, escuchó que tocaban la puerta, y ese toque de la puerta le era muy familiar…

“¿Santiago?”…

Corrió a ver quién era, y al abrir la puerta se encontró con dos manos que sostenían a un niñito de algo más de un año, a la altura de su rostro, de tal manera que fue con quien primero se topó. Era el color de piel de Santiago y los ojos y la sonrisa de Isabel.

Entonces escuchó una voz que le dijo:

“¿Mamá?”

Pronto todo fue alegría y confusión…

“¿Es que este es mi nieto?, entonces tú e Isabel…”

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Los fantasmas de su pasado la asaltaron nuevamente. ¿Acaso se podría repetir la historia suya en su hija amada? ¿acaso el destino se había ensañado con Isabel?, pero todo encontró calma cuando escuchó lo siguiente:

“No te preocupes mamá, Santiago e Isabel se casaron ya hace tres años…”.

“Si mamá… tu me educaste como una señorita, me educaste bien…”.

La alegría era ahora plena. “Soy abuela”… los besos y abrazos se hicieron interminables.

Se pasaron todo el día conversando y contándose las peripecias que les había tocado vivir durante el conflicto y Arturo le contó aquel encuentro místico que tuvo en el campo de batalla.

“Yo también he vivido algo singular en este viaje”

Entonces les contó que en su camarote había encontrado una Biblia protestante y que la había traído para quemarla en caso de tener necesidad de luz y combustible, pero no fue necesario.

“Mamá, préstamela”

Fue el favor de Arturo. Cuando ella se la entregó, el abrió el libro y encontró que una cinta cómplice hiciera que se abriera en Éxodo 20, teniendo subrayados los versículos 8 al 11. Arturo ni los leyó, solo se limitó a hojear el volumen y a cerrarlo

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“Esto fue de alguien mamá”

“no lo sé hijo, pero ya es mío y me parece que te servirá de mucho si es que has visto eso que me cuentas, y de digo más hijo… esta guerra no fue nada santa… sino al contrario, fue una gran maldad….”.

“estoy de acuerdo mama”.

Los juicios comenzaron a llover y los jóvenes abogados comenzaron a tener trabajo en asesorías y casos. Pronto la tiendita de doña Sara se volvió a abrir y los vecinos, luego de varios años volvieron a tratar a la correcta vecina Sara como lo que era, una mujer confiable y de buen trato.

Aquellos años, Arturo y Santiago guardaron en su mente aquel momento en que lloraron juntos por el dolor de la muerte de los amigos, y siempre tuvieron la certeza de que todo aquello tuvo un objetivo que trascendía lo netamente político.

Locuras de veteranos se repetían, “simples locuras de veteranos”.

1898

Arturo y Santiago decidieron hacerle un regalo a la mamá, un viaje a Santiago de Chile. Ya habían pasado 14 años desde su llegada al Perú y no había vuelto, así que le dieron esa sorpresa. Cuando regresó en agosto de aquel año, en el vapor que la traía de vuelta encontró en su

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camarote nuevamente otro libro, pero esta vez no era una biblia, sino una revista titulada “El Faro” y un libro llamado “Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos”. Nuevamente, aunque sorprendida, ella solo se limitó a guardar los volúmenes.

Esto sucedió poco después de que se hubieran embarcado un grupo de personas de buen trato y apariencia en Valparaíso. Al encontrar estos libros, ella supuso que tenían algo que ver, pero no dijo ni preguntó nada. Bueno. Nada sucede por casualidad se dijo a si misma.

Cuando regresó doña Sara a verse con sus seres queridos, repartió algunos regalos traídos de Santiago y luego les comentó lo que había encontrado en su camarote.

“mamá, solo a ti te pasan estas cosas”, dijo Isabel.

“bueno mamá, creo que te voy a acompañar por un mes, porque Santiago y Arturo van a viajar hacia Arequipa, tu sabes que se ha presentado un caso que hay que resolver allá y ambos se van”.

“que pena que se van los muchachos, pero qué bueno que estaremos juntas con Santiaguito en casa”.

Los días pasaron y Santiago y Arturo viajaron a Arequipa durante todo el mes de enero de 1899.

Cierta mañana de enero, un joven alto, blanco, parecía ser extranjero, se acercó a la tiendecita a comprar algo de

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víveres. Doña Sara que a la sazón estaba acompañada por Isabel y Santiaguito, reconoció al joven.

“Disculpe joven, pero yo lo conozco de alguna parte”

“Bueno señora, es un poco difícil que nos conozcamos, yo he llegado aquí no hace mucho, sino en agosto del año pasado”.

Doña Sara entró a la casa y sacó “El Conflicto”, y le preguntó: “¿Es de ustedes este libro?”.

El joven abrió los ojos grandes, las vio a los ojos, Isabel se interesó en el tema y el joven le respondió: “Bueno, sí… yo vendo ese libro y en el barco en el que vine al Perú, pues uno de mis libros desapareció”.

Disculpen, mi nombre es Víctor y soy colportor.

Isabel dijo: “Yo sé quien es un colportor, son personas que venden biblias y literatura religiosa, cuando estuvimos en la Oroya, un hombre que se llamaba Julio Espinoza, nos visitó, era muy amable y nos quiso vender una biblia… ahora que lo recuerdo, nosotros no quisimos comprar una, pero… ¡Claro!, con razón Arturo te pidió la biblia que te encontraste en el vapor, esa hubiera sido la segunda vez que la hubiera rechazado… aquí está sucediendo algo”.

Victo estuvo sorprendido de escucharlas y les ofreció visitar las para estudiar la Biblia. Ellas, sensibilizadas por tantas cosas raras que sucedían accedieron.

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Pronto el joven Víctor, junto con una señorita visitaron Sara e Isabel quienes iniciaron uan serie de estudios bíblicos.

Los temas en los que ellas se interesaron más fue en las señales de la segunda venida del Jesús.

Mateo 24:6-8 “Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de Dolores”.

Las señales del tiempo del fin, las impactaron. Ellas en cada sesión desearon conocer más de la Biblia.

Mientras tanto en Arequipa, Santiago y Arturo, en el hotel donde se estaban alojados encontraron un panfleto con diversos artículos sobre salud y temperancia.

“¿quién es el que promueve esta publicación?”, preguntó Arturo al jefe del hotel.

“Pues la verdad no lo sé, pero se rumora que es un ingeniero de minas que trabaja por Cuzco y que detesta todo uso y abuso del alcohol y la coca”.

Al examinar mejor el documento, Santiago dio con un nombre: E. F. Forga. Y dijo:

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“Yo conozco a esa familia y es de la zona, pero no son nada temperantes, sino más bien buenos vecinos con costumbres naturales y sociales muy normales, que raro”.

“No lo sé Santiago, pero quisiera conocer más sobre esto”.

“Yo también Arturo, yo también”, la voz de Santiago encerraba interés e intriga.

Cuando se cumplió el mes de trabajo en Arequipa, ambos ya conocían mucho acerca del “Lutero de Arequipa”, Eduardo Francisco Forga, quien nació en Arequipa, en marzo de 1871. Cursó estudios en Suiza y Alemania, donde recibió el título de Ingeniero de Minas, para luego volver a su ciudad natal en el año 1896, encontrando un entorno religioso “oscuro” y lleno de hipocresía y maldad. Luego de trabajar en la mina de plata de su padre, en los Andes, inició la traducción de panfletos sobre temperancia, hidroterapia y salud para distribuirlos a quienes estuvieran interesados. Casi cien mil tratados y panfletos fueron distribuidos por su influencia. ¿Cómo le explicarían a Sara e Isabel que regresarían a Lima con otros pensamientos con respecto a la salud y la religión? Ellos no sabían en los cambios que estaban operando en ellas allá en Lima.

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Nuevamente en Lima, Santiago quiso encontrarse con su esposa y nuevamente volver a tener vida familiar con ella y el pequeño Shanti. Ya estaba harto de saber de su esposa solo por cartas y con varios días de atraso.

Ahora estaba listo para conversar con ella de todo lo que le paso y de lo extraño que se sentían al conocer nuevas cuestiones con respecto de la salud y del cuidado del cuerpo.

Luego de estar por un par de días nuevamente juntos en su casa, Isabel quiso comentarle a Santiago lo que les había estado sucediendo durante el mes en que él estuvo fuera y tenía premura de hacerlo porque quería que Santiago conociera al joven Víctor y a la señorita que lo acompañaba y de las verdades que se encontraban en aquel libro negro.

“Santiago, tengo que contarte de algunas cosas que he aprendido durante tu viaje”

“vaya, vaya, yo también he aprendido cosas nuevas, pero dime de qué se trata tu primero”.

“Bueno, todo empezó en la tienda de mi mama. Estábamos conversando cuando en eso llegó un joven que no parecía de aquí, parecía europeo, pero su español

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tenía el dejo chileno. Mama lo vio y le dijo que lo conocía… y a que no sabes, ellos se habían visto en el vapor que trajo a mamá de Chile el pasado agosto y el libro y la revista que mamá encontró en el barco eran de la congregación del que este joven era pionero en el Perú.

El se llama Víctor ofreció venirnos a visitar para estudiar la Biblia. El comenzó a visitarnos con una jovencita. Ambos muy correctos y muy conocedores de la palabra de Dios. Estos jóvenes desarrollaron los estudios delante de nosotros y un día llegaron a relatarnos acerca de la ley de Dios y mi mamá y yo nos sorprendimos mucho cuando llegaron a Éxodo 20 y nos enseñaron que el sábado es el día de reposo que Dios desea que le dediquemos a Él.

Quería, Santiago proponerte el poder estudiar juntos con esta pareja de jóvenes acerca de la Biblia que tienes”.

Mientras Santiago escuchaba a su esposa, su atención estuvo totalmente dispuesta para sus palabras y cuando llegó al punto de éxodo 20, entonces el recordó que ese era precisamente el texto bíblico que tenía subrayado en la Biblia de Arturo. No era casualidad todo lo que le pasó. Isabel le trajo la revista El Faro de su mamá y cuando Santiago la ojeó, encontró que varios de los temas que se abordaban allí eran de salud y solo pudo darse cuenta que eran similares a los temas con los que se había relacionado con las lecturas de Forga en Arequipa.

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“Esto que me cuentas en extraño… cuando tu hermano y yo estuvimos en Arequipa, nos hospedamos en un hotel y allí tuvimos contacto con una publicaciones de un tal Eduardo Forga, las cuales tenían contenidos anti romanos y de salud.

Esto nos impresionó mucho y ahora encuentro los mismos conceptos de salud en esta revista, lo que me invita a saber acerca de los conceptos religiosos que traen… invítalos para que vengan y estudiemos la Biblia, y de paso, pídeles que te traigan una para comprarla”.

Por otro lado, la mamá de Isabel estaba dándole la misma noticia a Arturo, y era escuchada con tanta atención que ella misma se sorprendió de la rápida aceptación para estudiar la Biblia de parte de Arturo, en especial quería saber sobre los versículos que estaban subrayados y de los temas de la salud.

Pronto estuvieron todos reunidos en casa de Isabel y Santiago para estudiar la Biblia desde cero, y es que las dos damas querían volver a escuchar todo y esta vez contando con sus propias Biblias.

Los días de estudio eran esperados con mucho interés e incluso se suspendían actividades para estar presentes y poder aprender la lección correspondiente. Pronto conocieron a más amigos de Víctor, todos hombres industriosos y consagrados.

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Cierta vez organizaron un almuerzo para conocerse más. Entonces surgieron preguntas obvias pero que casualmente no se habían hecho hasta ese momento:

“¿Cómo fue que llegaron aquí al Perú?”.

“Bueno amigo, hace pocos meses atrás, la dirección central de la Iglesia Adventista del Séptimo Día (IASD) votó que la Misión del Pacífico Occidental de la IASD asuma la evangelización del Perú, Bolivia y Ecuador, por lo que se convocó a voluntarios para emprender la tarea de llegar con el evangelio al Perú y a los demás países”.

Fue precisamente en 1898 que se inicia la obra de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el Perú, con la partida del puerto de Valparaíso, Chile, de dos grupos

Rumbo a Perú. El primer grupo, conformado por José y Liborio Osorio, ambos misioneros laicos que llegaron con sus familias y se sustentaban mediante el comercio ambulatorio. El segundo grupo, estaba integrado por José Luis Escobar, de oficio carpintero, su esposa, Víctor Thomann, una señorita voluntaria y los hermanos Luis y Víctor Osorio. Esto ocurría en el mes de agosto de 1898. El viaje había sido financiado con 150 dólares aportados por la Misión Chilena, así como por una donación de hermanos de Alemania, y ambos grupos llevaban la misión de compartir la verdad adventista con el pueblo del Perú.

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El primer grupo llegó a Mollendo, marchando de inmediato a la ciudad de Arequipa “adonde llegaron al atardecer del mismo día. Al día siguiente, muy temprano, se percataron de que estaban frente al mercado y vieron que la gente se reunía por lo cual pensaron que debían iniciar sus actividades misioneras repartiendo folletos.” Pronto fueron rodeados por una turba, teniendo que ser encerrados por la policía, que evitó su linchamiento, y luego fueron deportados a su país.

El segundo grupo fue algo más cauto, pues llegaron al puerto del Callao y se establecieron en la capital peruana, trabajando en diversos oficios a fin de auto sostenerse.

En la Review and Herald del 6 de junio de 1899 se informaba a través de G. H. Baber que habían sido bautizadas tres personas en Perú, lo cual debió de haber ocurrido a fines de 1898 o comienzos de 1899. El bautismo fue realizado por el hermano Escobar. Desde un inicio de la obra adventista en Perú, existieron valientes hermanos que testificaron aun a costa de su propio bienestar, como el caso que informó el pastor Baber a la Review and Herald de un joven de 16 años que fue considerado como muerto por su familia al haberse bautizado en la nueva fe.

“No puedo creer la intolerancia religiosa que reina aquí entre nosotros”

“Yo tampoco Arturo”

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“¿Y qué pasaría con nosotros si nuestros amigos y familiares de Chile se enteraran que ya no asistimos a la iglesia romana?”

“Peor aún, ¿Cómo nos tratarían nuestros vecinos si se enteran de que frecuentamos a otra congregación?”.

Las dudas con respecto a la intolerancia religiosa los sumían en pensamientos sombríos pero que eran rápidamente desalojados cuando se espaciaban en las lecciones de la Biblia que habían aprendido.

“¿Y que saben del otro grupo que llegó a Mollendo?”

“Pues sabemos que están bien en Chile”

“Pero fue una imprudente salir a evangelizar en Arequipa. Esa ciudad es muy católica, doy fe de eso al igual que Arturo, por que estuvimos cerca de un mes por allí hace poco y la gente resiste todo lo que no sea

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católico. Y pienso que pudieron haberlos confundido con las ideas de Forga”.

“lo cierto es que ahora están ustedes aquí y eso es muy bueno para mucha gente”

Pronto la reunión terminó de modo cordial. La semilla del evangelio se había sembrado en estas familias.

A fines de aquel año 1899 se hacían muchos preparativos para la recepción del nuevo siglo, el siglo XX. Cierto día, la casa de Isabel y Santiago recibió la visita de Arturo, llegando a almorzar juntos en aquel día.

“Santiago, ya creo saber que hubo detrás del la guerra de hace alguno años”

“¿Qué cosa Arturo?”

“Pues el Diablo conocía muy bien que el evangelio adventista llegaría desde Chile al Perú a través de la revista el Faro y los misioneros, y como yo lo veo, la guerra con Chile fue usada por el diablo para que la verdad, además de ser resistida por los religiosos tradicionales, sea resistida por la sociedad que aun siente la perdida de Tacna y Arica, y al ser el evangelio adventista traído desde Chile pues, ya te imaginarás…”.

“Interesante Arturo, continúa…”.

“Ahora, veo mejor cual fue el papel de Forga, al ser los hermanos de Chile objeto del doble rechazo, primero por ser confundidos con protestantes y luego el ser de

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nacionalidad sureña, pues Dios proveyó que un peruano llevara con mayor fuerza el mensaje, aunque primero habiéndolo recibido desde Chile y me refiero…”

“¡Forga!”

“si”.

“Ya veo”.

“y también en puno, otro hombre ya ha iniciado su trabajo entre los indígenas. No sé su nombre, pero estando en Arequipa, escuche de un cacique que está trabajando por la vindicación de su raza en los alrededores del Lago Titicaca…”.

“Me parece interesante tus pensamientos Arturo. Te confieso que suenan tendenciosos. Pero los comparto contigo. Para mi esto fue así”.

“Gracias amigo”

“Piensa en que el evangelio llegará a todo el mundo de un lado u otro, porque Dios es el gran Jefe de los misioneros de hoy”.

Los pensamientos de Arturo impactaron la mente de Santiago. Lo que había logrado el enemigo era poner enemistad entre dos naciones tradicionalmente amigas, y esto posiblemente con el propósito, entre tantos otros, de estorbar la difusión del evangelio en el Perú. Pero el Señor tenía sus mensajeros escogidos también allí, en el Sur y en Puno.

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La enemistad entre dos países, lograda por la guerra, los intereses, el dinero y el odio, se disolvían con la presencia del evangelio en el corazón de quienes lo aceptaban.

El evangelio sería uno de los medios para sanar las heridas abiertas por los conflictos geopolíticos.

Ahora muchas cosas tenían sentido para Arturo y Santiago y ya evaluaban el tomar el santo bautismo…

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1921

Ambos amigos han vivido mucho, ambos tienen ahora 61 años. Un extraño mal aquejo a Isabel que no tuvo la bendición de poder tener más hijos, por lo que se quedaron con Santi, pero eso no afecto a Santiago quien, aunque frustrado por años al pensar en tener una familia grande, se consoló con la presencia de sus cuatro nietos, hijos de Santi: Santiago Tercero, Arturo, Isabel y Felipito.

Ya habían pasado 52 años desde su llegada al Perú y ambos amigos ya contaban con 62 años, llenos de muchas aventuras y peripecias. Ambos veteranos de la guerra del pacífico se disponían a asistir a la inauguración de la plaza San Martín que con motivo del centenario de la independencia del Perú se iba a realizar.

Mientras se preparaban, ambos tomaron el tranvía con dirección del Rímac hacia el centro de Lima y comenzaron a evocar recuerdos de los eventos que sucedieron desde que conocieron el evangelio adventista.

“recuerdas a don Beltrán, Arturo?”

“Claro pues hermano, el fue uno de los primero miembros de la iglesia de Lima”

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Entre los conversos de la aún incipiente iglesia de Lima se contaba Ramón Beltrán, quien era su líder. Y fue precisamente Beltrán quien acudió a recibir al pastor Perry, el primer pastor permanente para el Perú, quien llegó el 14 de noviembre de 1905. Beltran fue alertado acerca de su llegada por carta del pastor J. W. Westphal, presidente de la Misión Occidental con sede en Chile.

Ramón Beltrán, de nacionalidad ecuatoriana, pero residente en el Perú, fue un converso de los primeros tiempos, y ya llevaba dos años liderando la obra de la pequeña congregación adventista en Lima. La iglesia era en un pequeño salón, detrás de su tienda de venta de comestibles, donde los hermanos e interesados se reunían. La habitación estaba pobremente iluminada y las paredes estaban cubiertas con carteles y lemas que incluían pancartas proféticas. Algunas bancas y sillas y un acordeón (melodeón).

“Santiago, recuerdas aquella vez que quisiste coprar un himnario y no pudiste?”

“Si. Supiste porque no lograrnos que nos vendieran uno?

“no”

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“Pues fue una respuesta de rechazo al celo evangelizador de un hermano”.

Se conoce el caso de un hombre metodista que luego de conocer la verdad del sábado, decidió guardarlo. Y, no sólo eso, sino que predicó audazmente en la reunión de su iglesia. El resultado fue una fuerte oposición de los metodistas hacia la Iglesia Adventista, al punto de no querer vender sus himnarios a los hermanos guardadores del sábado.

“nuestra pequeña iglesia ha crecido mucho en estos últimos años”

“si. Recuerdo con nostalgia cuando dejamos aquella pequeña habitación para buscar un salón de reunión mas grande, pero se hizo necesario”.

La iglesia en Lima siguió creciendo, se hicieron nuevas bancas y se buscó un lugar más grande para las reuniones. El testimonio de los hermanos era contundente. Personas buscaban a la naciente iglesia para unirse a ella. Hubo hermanos a los que se les negó el sábado libre, a pesar de su propuesta de trabajar el domingo en compensación. Se vieron obligados a renunciar a sus puestos para buscar un lugar donde les dieran la libertad de adorar en el sábado.

“No olvidaré nunca el día que nos inauguramos como iglesia, ¿recuerdas aquella Review que dio parte del evento?”

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“Si Arturo y también me acuerdo de aquel hermano soldado que nos acompañó”

“si, si… te acuerdas su nombre?”

“no, lo he olvidado”

El 13 de junio de 1907, se informaba en la Review and Herald, la organización formal de la primera iglesia adventista en el Perú, casi 10 años después de la llegada del evangelio a costas incas. Luego de un bautismo de 5 hermanos, el pastor Perry organizó esta iglesia con 17 hermanos en total.

Y la apertura de la iglesia en el interior de país no se hizo esperar. Pronto, En enero de 1909, el hermano Eduardo Thomann informó de la existencia del pequeño grupo de creyentes en Puno. El pastor Perry lo invitó a visitarlos, y estuvo con ellos dos semanas, enseñando la palabra noche a noche, y durante tres sábados. El hermano Thomann esperaba que pronto se organice una iglesia

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allí. Una hermana viuda proveyó unos altos para que se realizaran las reuniones. Ese espacio fue dedicado el 26 de setiembre del año 1908 en presencia de 42 hermanos.

Además el hermano Thomann informó que cerca de Puno, estaba un profesor de escuela que era nativo de la zona, quien había aceptado la verdad y está enseñando lo que él comprendía del evangelio a sus 60 alumnos.

“El hermano Manuel Zúñiga Camacho… ¡ese hermano si es un misionero!”

“ni que lo digas, un tremendo hombre de Dios”

El hermano Eduardo resaltaba el amor por el evangelio que algunos de los estudiantes manifestaban, y que para asistir a la escuela sabática, caminaban 12 millas hasta Puno.

El 12 de abril de 1909 se sintió un movimiento sísmico en Lima y En este mismo mes, por problemas de salud, el pastor Frankling Leland Perry tuvo que abandonar el Perú y volver a los Estados Unidos, asumiendo el liderazgo de la iglesia en el Perú el pastor Avelino N. Allen. Se hizo urgente la llegada de más misioneros.

El 6 de junio del año 1909, el pastor F. L. Perry se encontraba en Norteamérica como delegado del Perú, en el 43º Asamblea de la Asociación General, en esa misma asamblea se votó los llamados al Perú de los pastores W. R. Pohle, de la Asociación de Chesapeake, E. T. Wilson, del Seminario para las Misiones Extranjeras y de O. H.

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Maxson, del Sanatorio de Washington y del Seminario para las Misiones Extranjeras. También se votó el llamado para Bolivia, de Ohio, de Fernando Anthony Stahl.

“Háblame un poco más de Camacho, Santiago”

“por aquellos años se informó que un grupo de hermanos vivían en las orillas del Lago Titicaca. Este grupo estaban muy lejos, por lo que ningún obrero los había visitado, sin embargo ellos eran el fruto de la labor de un nativo del lugar, Manuel Camacho, quien fue tomado para servir en la casa de un caballero en Moquegua cuando muchacho, mientras estuvo allí disfrutó de educación en una escuela de renombre. Después conoció el evangelio y deseó compartirlo con su pueblo. El regresó a su comunidad y abrió una escuela donde comenzó a enseñarles el evangelio.”

“Cuando el pastor Maxson estuvo en Puno con el pastor W. R. Pohle, trataron por todos lo medio de conseguir caballos para poder visitar este grupo, pero al fracasar en el intento, enviaron por el hermano Camacho para que viniera a ellos. Una noche antes de recibir el recado, el hermano Camacho había tenido un sueño donde se veía a sí mismo en la ciudad de Puno teniendo una reunión con dos extraños para conversar, uno de ellos le dijo en su sueño que habían sido llamados para dar a su pueblo el evangelio. Cuando creció su mensaje, vino a ellos. Cuando les relató su sueño, fue un hecho asombroso. En aquel año, el hermano Camacho tenía en su escuela 52

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alumnos y entre 25 a 30 personas asistiendo a la Escuela Sabática. El sacerdote del lugar no ha dejado de perseguirlo, al punto de que poco tiempo antes de la entrevista, había tenido que huir de una turba de indígenas que lo querían linchar, pero Dios protegió a su siervo. Esto ocurrió en varias ocasiones y siempre sus perseguidores terminaban confusos”.

“Que bárbaro Santiago!”

“Y eso no es todo, en 1913 Un mensaje telefónico, lacónico, lleno de angustia y buscando consuelo en la oración llegó a manos de los dirigentes: “Puno, persecución, oren”. Las palabras venían del telégrafo en el Lago Titicaca, cerca de 25 millas de distancia de la estación indígena adventista. El catolicismo fanático continuó agrediendo a los hermanos de la zona y estos clamaron por las oraciones de sus hermanos en todo el mundo. Pero la persecución llegó por el estupendo trabajo desarrollado en el Titicaca”.

“Ahora recuerdo que en 1914 un sacerdote del interior del país mandó quemar a un hombre acusado de hechicería y el obispo Ampuero de Puno envió una turba de hombres al colegio del hermano Camacho poniendo al hermano y a otros en una sucia prisión, solo por enseñar a los nativos a leer y a escribir y predicarles el evangelio, y con esto, que dejen el alcohol y la coca y fue la posterior queja del hermano Camacho en audiencia con el presidente del Perú, Billinghurst, quien inició las investigaciones dando como resultado un cambio en el

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artículo IV de la constitución, pero, extrañamente, el presidente fue derrocado y enviado al exilio”.

“mm… lo recuerdo Arturo, pero la enmienda al artículo IV de la constitución, fue aprobada después en ambas cámaras del legislativo, en 1914, debió pasar por una última revisión antes de modificar el documento constitucional y la iglesia católica no se quedó con los brazos cruzados sino que reunió a sus fuerzas para truncar el cambio. La sociedad peruana de esta época está más que dispuesta a considerar el punto de vista liberal. Ya en 1915. Luego de haber sido truncada la votación de la enmienda del artículo IV de la constitución que prohibía la propaganda de otros credos ajenos al católico, finalmente se votó la enmienda, en medio del alboroto armado por las esposas de hombres de sociedad, en los pasadizos de la cámara legislativa. Fue un paso importante a favor de la tolerancia religiosa y todo gracias al valor del hermano Manuel Z. Camacho”.

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“eso es por Puno, y ¿por aquí cerca?”

“pues la verdad adventista fue llevada al pueblo de Lanca de Otao por el hermano Máximo Espíritu, quien obtuvo literatura de la esposa del hermano Ramón Beltrán. Su interés se despertó y fue bautizado junto con otros cinco creyentes el año 1910. Experimentaron persecución, pero su interés no cesó y en 1911 otros cuatro fueron bautizados. La iglesia se organizó en 1912 y el trabajo de recaudar fondos para la construcción de un templo se inició. Este fue el primer templo en ser construido enteramente con recursos nativos y pudo ser dedicado al Señor completamente libre de deudas. En la ceremonia

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de dedicación estuvieron presentes los pastores E. L. Maxwell, C. E. Knight y F. A. Stahl, así como el pastor O. Montgomery. En 1915 esta iglesia organizó una sociedad de temperancia, la primera en la república, fuera de Lima, contando con trece miembros todos de la iglesia de Lanca de Otao. La iglesia contó con 34 miembros al momento de su dedicación”.

“Tu si que sabes”

“lo que más me alegró fue la apertura de el Instituto Industrial de Miraflores y las cinco bases misioneras de la Mision del Lago Titicaca: Platería, Península, Llave Pampa, Pomata y Moho y gracias a la apertura educativa por parte del gobierno, se han manejado 26 escuelas con cerca de quinientos alumnos matriculados”.

“las palabras del pastor Peterson de la Review de julio del 19 fueron elocuentes, más o menos recuerdo el texto:

“Nuestro colegio de entrenamiento in Lima a estado sesionando esta semana. La presente matrícula ha sido solo de ocho estudiantes, pero esperamos por más pronto. Este es el primer año de esta escuela y esperamos que se desarrollará en un Instituto o en una escuela superior de entrenamiento para toda la Unión Incaica. Hasta ahora estamos muy complacidos de la clase de estudiantes que se han matriculado y algunos de ellos estarán en un año o dos trabajando en el campo misionero.”

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“Tenemos nuestro propio colegio adventista, que privilegio”

“oye, ya llegamos, avisemos para bajar”

“Muchas gracias caballeros”

“Buen día señor conductor”

En 1921 el gobierno peruano construyo la plaza San Martín con un monumento ecuestre del libertador que se inauguró el 27 de julio. La municipalidad también inauguro una plazuela en recuerdo del almirante Bergasse du Petit Thouars.

Las colonias de residentes extranjeros hicieron varios obsequios: la colonia Alemana obsequió una torre con reloj (parque universitario), la colonia belga la estatua de un estibador, la colonia italiana construyó el museo de arte italiano, la colonia española construyó el arco de la amistad, la colonia japonesa obsequió el monumento a Manco Cápac, la colonia China obsequió el portal para el barrio chino presente en el Perú…

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1931

Santiago y Arturo tienen ahora 72 años, y aun están lúcidos. Isabel sigue con Santiago y ya son abuelos de muchachos adolescentes.

Doña Sara, luego de haber asistido a la Iglesia Adventista, no pudo cumplir su sueño, el ver construido el templo de su iglesia, pero sus hijos sí lo verían.

“Arturo, ¿recuerdas el 30 de abril de 1919 cuando fue fundado el Instituto Industrial, también llamado el “Colegio de la Fe” por su fundador H. B. Lundquist, en una casa del balneario de Miraflores”.

“Claro Santiago, el primer alumno llego del pueblo de Laraos, luego llegaron más alumnos del norte. Todos los alumnos estaban allí para prepararse a fin de servir a la iglesia de Dios. Luego de una semana de clases, el director cayó gravemente enfermo, por lo que debió dejar temporalmente la dirección en manos del J. M. Howell quien continuó con las clases hasta el final del año”.

Los obreros de Lima, Vivian en el suburbio de Miraflores a 25 minutos de la ciudad. A través de las calles, con sus casas, se podía divisar los edificios de la primera escuela. Contaba con casas y edificios de estilo puramente sudamericano, con un muro en el frente y un patio en la

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parte posterior. El colegio contaba con facilidades de dormitorio, salones de clase, industrias, pero todo en un mismo edificio. El hermano H. B. Lundquist padeció de una enfermedad larga que lo apartó de sus labores académicas al frente del Instituto Industrial para recuperarse en Buenos Aires, Argentina, en su reemplazo el pastor J. M. Howell terminaría el año escolar. El pastor Lundquist esperaba retornar para reiniciar las actividades académicas en abril del año siguiente.

“Y aquellas campañas de recolección tan exitosas”

“si hermano, los miembros del personal del Instituto Industrial de Lima tenían una participación activa en los programas misioneros, recuerdo que el año 1921 en la campaña de recolección un profesor aseguró 50$ de un ex candidato a la presidencia del Perú y el director del Instituto aseguró 75$ de la “All American Cable Office”.

“Y la hermana Lundquist era toda una dama”

“si, la hermana sirvió como profesora en el departamento de primaria, mientras que su esposo y el profesor Osorio en secundaria, pero ambos ayudaban también en primaria, el profesor Osorio dictaba historia y gramática y el profesor Lundquist gramática inglesa. Así aliviaban la carga académica de la joven madre Lundquist quien cuidaba también de su bebé”.

“ahora que hablas de la bebe, fue un duro golpe el que tuvo que sufrir la familia del pastor H. Lundquist, su hija

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de casi dos años, Harriet Elizabeth, quien nació el 12 de julio de 1919 en Miraflores, murió el 6 de julio de 1921 después de una enfermedad fulminante de tres días”.

“Eso fue muy triste, pero con qué vigor la joven pareja asumió la terrible pérdida. Pronto serían relevados de sus funciones para asumir otras direcciones en la iglesia”.

“¿recuerdas al pastor Claude Striplin?”

“Claro, en su época se compro el terreno del Instituto Industrial”

El 3 de marzo de 1921 se tomó el voto para que el pastor Claude D. Striplin sea el nuevo director del Instituto Industrial de Miraflores. Cargo que ocupó entre 1922 y 1925. Fue en esta época que se adquirió el terreno propio del Instituto Industrial cerca al balneario de Miraflores. El Instituto Industrial operaría de manera más confortable en sus nuevos edificios.

“¿Y Bernard Thompson?”

“¡Claro hermano, cómo no recordar al buen Bernard. Y seguidito nomás vino el profesor Lust, con quien se imprimió el primer Eco del Instituto”.

En 1926, el pastor Claude D. Striplin es relevado de sus funciones y sucedido por Bernard L. Thompson quien trabajó ya hacía tres años en la escuela de entrenamiento del Titicaca. El pastor Thompson dirigiría el Instituto Industrial entre 1926 y 1927.

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El año 1927 se lanzó la primera revista del Instituto Industrial para informar a la población que era lo que se hacía en el centro educativo. El número especial contuvo vistas del Instituto y esto causó un interés en el pueblo como no se ha visto antes.

El Instituto Industrial ofrecía los cursos primario y secundario además de cursos especiales en los ramos de Comercial (Contabilidad), Normal (educación) y Ministerial (Teología).

“Ahora está el profesor Ayars”

“Si, es un hombre de muchas habilidades de dirección”.

El nuevo director del Instituto Industrial, para 1930, fue Ernest U. Ayars (1930 – 1934), un docente de amplia experiencia habiéndose desempeñado antes como director del Colegio Adventista de Chillán en Chile (1922 – 1925) y profesor de la Escuela Normal del Titicaca (1926 – 1927). En su gestión se inició la industria panadera “Unión”. Organizó el coro del Instituto Industrial que fue el vehículo misionero para con las comunidades vecinas de Miraflores.

“Pero también tenemos nuestro crédito nacional Santiago”

“Te refieres al buen profesor Agustín Alva?

“Así es”

“Es un hombre de Dios”.

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La edición especial el Eco del Instituto de 1931 fue dedicada al profesor Agustín Alva en su calidad de primer graduado y maestro peruano, en mérito y en reconocimiento de la labor desplegada en pro de la juventud como consejero y guía.

Para 14 de julio de 1932 los trabajos del templo de Lima estaban por concluirse y las oficinas de la Misión Peruana ya se habían trasladado a su nueva ubicación en la iglesia.

“Santiago, apresúrate con Isabel, llegaremos tarde”

“Amor… vámonos ya…”

“Ya voy Shanti…”

“¿Has visto como ha ido quedando el nuevo local de la iglesia verdad?”

“esta hermosa”

“Arturo, Santiago, ¡Como me hubiese gustado que mamá viviera para que asistiera a su dedicación”.

“Si. Pero alégrate, en la nueva tierra le contaremos de este maravilloso día”

“Isabel, estará el coro del Instituto”

“¿Verdad Arturo?”

“Sí”

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En ocasión de la dedicación del templo de la primera congregación adventista de Lima, 7 de enero de 1933, el coro y orquesta del Instituto Industrial de Miraflores estuvieron presentes. Luego de estar de lugar en lugar alquilando locales para el culto de adoración, la iglesia de Lima finalmente encontró un terreno en un lugar que para la época era una naciente urbanización, con muchas ventajas de locación. En la inauguración del primer Templo de la capital del Perú, el Instituto Industrial estuvo presente.

Los tres ancianos estaban uno junto al otro. En medio del canto del coro del colegio… Arturo le dijo a Santiago…

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“Un chileno que parece peruano… vaya, eso es lo que soy”.

“Según como yo lo veo… eres mi hermano de sangre… eres mi hermano… mi hermano”.

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Una breve reflexión

“Dos veces había tenido David a Saúl en su poder; pero cuando se le exhortó a que le diera muerte, se negó a levantar la mano contra el que había sido consagrado por orden de Dios para gobernar a Israel. . . El dolor de David por la muerte de Saúl era sincero y profundo; y revelaba la generosidad de una naturaleza noble. No se alegró de la caída de su enemigo. El obstáculo que había impedido su ascensión al trono de Israel había sido eliminado, pero no se regocijó por ello. La muerte había borrado por completo todo recuerdo de la desconfianza y crueldad de Saúl, y de su historia David recordaba sólo lo que era regio y noble. El nombre de Saúl iba vinculado con el de Jonatán, cuya amistad había sido tan sincera y tan desinteresada”. (Patriarcas y Profetas, págs. 752, 753).

“Jonatán, que por nacimiento era heredero del trono, sabía que había sido privado de él por decreto divino; fue el más tierno y fiel amigo de David, su rival, y lo protegió a riesgo de su vida; fue fiel a su padre durante los días sombríos de la decadencia de su poder, y cayó al fin a su lado. El nombre de Jonatán está atesorado en el cielo, y en la tierra es un testimonio de la existencia y del poder del amor abnegado” (La Educación, págs. 151, 152).

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“El canto en que David derramó los sentimientos de su corazón, llegó a ser un tesoro para la nación, y para el pueblo de Dios en las generaciones sucesivas:

"¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!¡Jonatán, muerto en tus alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, Que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor, que el amor de las mujeres. ¡Cómo han caído los valientes, Y perecieron las armas de guerra!" (Patriarcas y Profetas, pág. 753).

Santiago y Arturo, separados por un pasado histórico, genético, familiar, y conflictivo, lograron que los muros de separación cayeran, para dar paso a una amistad sincera y trascendente.

Querido amigo, el apóstol Pablo refiere en la carta a los Efesios 2:13-15 “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”.

Cuando estamos en Cristo Jesús, nos volvemos hermanos… hermanos con un solo Padre Celestial y un solo hogar, el que está más allá del sol.

Este cuento quiso lograr dos cosas:

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1. Destacar la amistad de dos personas que no debían ser amigos, pero decidieron serlo a pesar de todo.

2. Repasar la historia y el contexto histórico que rodeó el surgimiento de la IASD en el Perú.

Gracias por el tiempo dedicado y me despido con el siguiente pensamiento.

1 Juan 2: 10: “El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”.

Amémonos hermanos.