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Hermes 37: Europa ¿cien banderas?

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EDITA: SABINO ARANA FUNDAZIOA. DIRECTOR JOSÉ ANTONIO RODRÍGUEZ RANZ.COORDINADORA: OLGA SÁEZ.CONSEJO DE REDACCIÓN: BELÉN GREAVES, IÑIGO CAMINO, SEBASTIÁN GARCÍA TRUJILLO, IÑAKI MARTÍNEZ DE LUNA, ANDONI ORTUZAR, MARI KARMEN GARMENDIA, FERNANDO MIKELARENA, IRAT XE MOLINUEVO, OLAT Z GONZÁLEZ ABRISQUETA, MANU CASTILLA, ASIER MUNIATEGI, JUAN LUIS BIKUÑA, MIKEL DONAZAR, IÑAKI BERNARDO, DANIEL INNERARITY, ARANT ZA GANDARIASBEITIA, NINO DENTICI, JOSÉ LUIS MENDOZA, IRUNE ZULUAGA, AITOR BIKANDI. COLABORAN: KLAUS-JÜRGEN NAGEL, ANNE-MARIE THIESSE, XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS, SILVIA MARTÍNEZ, LUDGER MEES, LEYRE ARRIETA ALBERDI .DISEÑO: LOGORITMO. OBRA GRÁFICA: IÑAKI GRACENEA. FOTOGRAFÍA: ERIC VIDAL. IMPRIME: FLASH IMPRESIÓN.SABINO ARANA FUNDAZIOA:MANDOBIDE,6-3º. 48007 BILBAO. T: 94 405 64 50. idazkarit [email protected] www.sabinoarana.org.

D.L.: BI-986-01 ISBN: 1578-0058

Europa, berriro hizpide. Izan gara –lehen urratse-tan partaide gainera–, gara eta izan nahi dugu Europa. Nahiz eta garaiko Europak ez zituen gure aurrekoen ametsak bete, nahiz eta gaurko Europak itxaropena bai-no askotan etsipen iturri izan.

Europa berriro hizpide. Sei hasieran, 27 gaur, eta beti estatuak. Eta hortik gure galdera, gero eta sarriago geure buruari egiten diogun galdera, gero eta legitimitate handiagoarekin aireratzen dugun galdera: Estatu inde-pendientea izan behar ahal dugu Europan boza eta botoa izan ahal izateko? –nahiz eta noski jakin gaurko Europan independentziak subiranotasun mugatua esan nahi due-la–. Edo beste modu batean esanda, ze etorkizuna, ze jomuga dugu Europan estaturik gabeko nazioek? Europa anitza da, bai, baina, adierazpen erretorikoetatik haratago zer? praktikan aniztasun horrek zer nolako ondorioak di-tu? Zein da bidea: Europari bizkarra eman? realpolitik-aren baitan ito eta etsi? Europa gehiago?...

Europa berriro hizpide Hermeseko orrialdeetan ere. Oraingo honetan zenbaki monografikoa. Sei begira-da, atzokoari eta gaurkoari, prozesu orokorrari eta nazio txikien nahi eta ezinari. Eta bi bereziki euskal abertzale-tasun historikoaren ikuspegitik. Eta ondorio bat: zailta-sunak zailtasun, Europa dugu joku-zelaia.

KLAUS-JÜRGEN NAGEL 4

ANNE-MARIE THIESSE 24

XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS 32

ELKARRIZKETA

GUY VERHOFSTADT 46

LUDGER MEES 58

LEYRE ARRIETA ALBERDI 74

APUNTE DIRECTOR 94

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5~19. EL PROYECTO EUROPEÍSTA DEL NACIONALISMO VASCO EN PERSPECTIVA HISTÓRICA. LEYRE ARRIETA ALBERDI.4

ENTRE LA “INDEPENDENCIA EN EUROPA”, UNA “EUROPA CON CIEN BANDERAS” Y UNA “EUROPA DE” O “CON LAS REGIONES”

LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA RELACIÓN ENTRE NACIONES SIN ESTADO Y LA INTEGRACIÓN EUROPEA EN EUROPA OCCIDENTAL (1945-2010)1

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L a integración eu-ropea puede ser vista como un pro-ceso que tiende a sustituir al estado-nación. Sin em-

bargo, podría también ser vis-ta como complementaria a sus funciones. Alg unos autores incluso consideran que desde la Segunda Guerra Mundial y en particular en el contexto de la globalización, la UE puede llegar a “rescatar” al estado-nación2.

Todos los movimientos nacionalistas de naciones sin

estado deben interpretar este proceso, y el futuro de sus naciones podría de hecho quedar sujeto a cuál resulte la interpretación correcta. No obstante, los movimientos y programas nacionalistas definen sus respectivas naciones de modos muy diversos. Sus historias son diferentes, sus partidos y movi-mientos tienen mayor o menor fuerza. Los nacio-nalistas en algunos casos gobiernan “regiones” reconocidas con competencias importantes como ocurre en Escocia; en otros casos forman partidos fuertes pero no mayoritarios como en Gales; otras veces el nacionalismo se manifiesta sobre todo cul-turalmente o como una defensa de la lengua; tal es el caso de Occitania. El territorio que reclaman los nacionalistas puede coincidir o no con las fronteras exteriores y de administración interna del Estado que habitan. Estas realidades pueden influenciar la postura que asuman los nacionalistas con respecto

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KLAUS-JÜRGEN NAGEL UNIVERSITAT POMPEU FABRA, BARCELONA

a la integración europea, y, en particular, la deci-sión de luchar por la independencia dentro o fuera de la UE, o por ser una región de Europa, con o sin vocación de reemplazar el estado como la unidad miembro de una Europa unificada.

En este trabajo me limitaré a naciones sin estado en Europa Occidental. Haré solo alguna mención a minorías nacionales que tienen un Esta-do de referencia más allá de las fronteras del Esta-do que habitan. Tampoco me ocuparé de posibles naciones no-territoriales como los roma.

Mi trabajo examina distintos modos de con-ceptualizar la relación entre naciones sin estado y “Europa” y busca continuidades y discontinuidades en los argumentos y las posturas que han asumido los movimientos y partidos más importantes con respecto a este tema.

EL FEDERALISMO DE PROUDHON, EL MOVIMIENTO PERSONALISTA, Y LA “EUROPA DE LAS REGIONES” DE DENIS DE ROUGE-MONT

Es sobre todo a partir de la Segunda Gue-rra Mundial cuando surgen ideas de relacionar “regiones” con “Europa”. Se menciona a menudo el nombre de Denis de Rougemont, uno de los lí-deres del movimiento Europeísta, como el creador del concepto de la “Europa de las regiones”, una fórmula que él solía utilizar. Esto quizás desdibuja el rol de algunos precursores que durante los años de entreguerras ya habían sembrado la idea, como Marc Duhamel, Jean Hennessy o Charles Brun. Por otra parte, las raíces ideológicas del movi-miento “personalista” al cual Rougemont se adhirió son obviamente aún más antiguas3. Rougemont, calvinista suizo, de hecho forma parte de una tradición que había comenzado con Althusius en el Siglo XVI. Con su consociativismo y su federa-lismo avant la lettre, Althusius se había enfrentado al concepto Bodiniano de soberanía4. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Rougemont, Alexandre Marc y otros “personalistas” volvie-

ron a leer autores como Proudhon para conce-bir un “gran diseño” de federalismo societal. Este diseño también mostraría la influencia del catolicismo social, y en especial, su idea de la subsidiariedad5. Rechazaban la idea de soberanía y profesaban el federalismo como una idea “integral”, que iba más allá de la esfera de la política.

Durante la guerra, algunos personalistas habían participado en movimientos de resisten-cia. Estos movimientos desarrollaron conceptos federalistas para una Europa de posguerra. Si bien para algunos Eu-ropa debía estar unida como una federación de estados, también había que reflexionaban acer-

ca de la disolución de los estados grandes en esta-dos pequeños, o bien sobre una futura federación europea que consistiera de algunos grandes esta-dos-nación federalizados con federaciones de los estados más pequeños6. En 1941, Leopold Kohr, un austríaco exiliado, incluso publicó un pequeño artículo en un diario católico de izquierda de New York, The Commonweal, en el cual reclamaba la sustitución de los estados-nación europeos por una Europa de posguerra “cantonalizada” que emulara el modelo suizo. Sin embargo, los grupos de la Resistencia en general otorgaban más impor-tancia a la federación europea supra-estatal que a su federalización interna.

Denis de Rougemont combinó el “euro-peísmo” con el “regionalismo” para conceptualizar la región como un “space for civil participation in whi ch man comes alive to the world and to himself

Si las regiones simplemente pasaban a ser los nuevos estados, entonces Europa no habría aprendido nada. Rougemont nunca abandonó su federalismo integral, que además pensaba en “plusieurs Europes régionales de définitions différentes”, diferentes regiones superpuestas, no jerárquicas.

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at the same time”7. Pero tal como en la Suiza nativa de Rougemont, las futuras unidades de Europa no debían basarse en factores étnicos: “Je crois à la nécessité de défaire nos États-Nations. Ou plutôt, de les dépasser, de démystifier leur sacré, de per-cer leurs frontières comme des écumoires,

de narguer ses frontières sur terre, sous terre et dans les airs, et de ne pas perdre une occasion de faire voire à quel point elles sont absurdes”8. Sin embargo, en la Unión de Federalistas Europeos, los puntos de vista orgánicos y de “federalista societal” de Rougemont entraron rápidamente en conflicto con las tendencias “hamiltonianas” de construir la Europa unificada sobre los estados existentes. Cuando se fundó el nuevo movimiento europeísta en La Haya (1948), los defensores de los estados-nación eran mayoría, mientras que los

“federalistas integrales” como Rougemont que-daban relegados a un segundo rango. El interés por la construcción de las instituciones europeas era claramente más grande que el de construir las regiones, y con el tiempo los “federalistas integra-les” debieron replegarse a instituciones europeas “menores” que giraban alrededor del Consejo Europeo. Algunos años más tarde, la fundación de la CEE ya obedeció a ideas diferentes, ideas “funcionalistas” de un derrame de la unificación económica hacia la esfera política, pero dentro de un club de seis estados-nación, cuya existencia ya no se cuestionaba.

Sin embargo, Rougemont no dejó nunca de hacer propaganda por una “Europa de Regiones”. Cuando sus críticos le preguntaban la razón de su insistencia sobre la importancia de construir Europa en tantas regiones, cuando de hecho ya era difícil su construcción sobre los seis miembros de la CEE, respondía que ése era justamente el problema: los estados-nación no se federarían

tan fácilmente como las regiones: “la Région ne doit pas être conçue comme un Etat-Nation en réduction”9.

Si las regiones simplemente pasaban a ser los nuevos estados, entonces Europa no habría aprendido nada. Rougemont nunca abandonó su federalismo integral, que además pensaba en “plusieurs Europes régionales de définitions di-fférentes”10, diferentes regiones superpuestas, no jerárquicas.

Hoy, Rougemont es considerado no solo un precursor de la Europa de las regiones, sino también se le relaciona con ideas de una Europa ecológica, con críticas al estado-nación en tanto obstáculo común a soluciones ecológicas11 y regio-nales y a la participación democrática.

“L’EUROPE DES ETHNIES” DE GUY HÉ-RAUD Y “EUROPE AUX CENT DRAPEAUX” DE YANN FOUÉRÉ

Las regiones de la Europa de Rougemont no correspondían ni a naciones sin estado ni a grupos étnicos. Sin embargo, hay una conceptualización diferente de una Europa de las regiones que sí que se basa en grupos étnicos y puede definirse, según las palabras de uno de sus defensores más acérrimos, Guy Héraud, como una “Europa de los grupos étnicos”, o según el título de un famoso libro del nacionalista bretón Yann Fouéré, una “Europa con cien banderas”, aunque ambos auto-res utilizaron también los términos “Europa de las regiones“ y “Europa de los pueblos”.

Los orígenes de este modo de conceptuali-zar Europa se pueden encontrar en el movimiento europeo de naciones minoritarias y minorías na-cionales de los años de entreguerras. Movilizados

Para Héraud, no es moralmente aceptable mantener un grupo étnico en una situación de minoría, ya que esto contradice la idea de igualdad de todos los pueblos, y “en consecuencia”, la igualdad de los seres humanos. El desafío es sustituir a los estados-nación “artificiales”, que continuamente producen dichas situaciones, por una muestra de unidades étnicamente homogéneas, a la vez que la soberanía se traspasa a una Europa unificada.

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por las en general ineficaces normas de protección de estas minorías establecidas por la Sociedad de las Naciones, distintos grupos nacionalistas se habían unido en el Congreso Europeo de Nacio-nalidades12. La mayoría de estos grupos no eran separatistas; algunos intentaban cooperar con los partidos de oposición presentes en todo el territo-rio estatal, otros defendían ideas antinacionalistas inspiradas por el federalismo de Proudhon. Las minorías nacionales de los grandes estados de Europa Occidental como Francia, España e Italia no estaban muy bien representadas, ya que estos Estados no eran parte del sistema de protección de minorías nacionales de la Sociedad de las Naciones. Algunos representantes del movimiento, en particular Wilhelm Heile13, ya habían intentado desarrollar un concepto de Europa distinto al que defendían los precursores de una unión de esta-dos europeos como Coudenhove-Kalergi. El movi-miento fue reconstruido en 1949 bajo el nombre de Unión Federal de Nacionalidades Europeas (FUEV por su nombre en alemán). De hecho, minorías germano parlantes como los tiroleses del sur juga-ron roles importantes en la Unión. La FUEV excluía a las minorías no-étnicas. Un intento alternativo de construir una “Unión de regiones y minorías nacio-nales” que incluía a algunos separatistas bretones, regionalistas del sur de Francia, vascos y repre-sentantes de algunas naciones celtas como tam-bién un grupo francoparlante del Valle de Aosta en Italia y el pequeño partido separatista Bayer npartei, fracasó (1949-53). Esto no significa que la FUEV haya resultado un éxito total. Los abogados de la FUEV luchaban por los derechos de las minorías, fundaron institutos de investigación y formación, y estaban en permanente contacto con el Consejo de Europa. El occitano Guy Héraud era el líder intelectual del grupo14.

La “Europa de las regiones” de Héraud era en realidad una “Europa de los grupos étnicos”. Para él los grupos étnicos eran “naciones en el sentido original del término”15, que viene del la-tín natus (nacido). Sin embargo era la lengua el principal elemento que lo definía. Aunque Héraud también ha sido clasificado de federalista integral y personalista16, la base de su “filosofía” es el eth-nisme17. Para Héraud, no es moralmente aceptable mantener un grupo étnico en una situación de mi-noría, ya que esto contradice la idea de igualdad de todos los pueblos, y “en consecuencia”, la igual-dad de los seres humanos. El desafío es sustituir

a los estados-nación “artificiales”, que continuamente producen dichas situa-ciones, por una muestra de unidades étnicamente homogéneas, a la vez que la soberanía se traspasa a una Europa unificada18. Para los grupos étnicos, sólo hay dos alternativas: el crisol de culturas, que Héraud despreciaba, o la ansiada convivencia entre naciones y grupos étnicos19. La democracia formal sin “etnismo” es no sólo desfavorable para las minorías étnicas sino que es injusta. Los pueblos pequeños y grandes sólo pueden convivir en paz si una Federación Euro-pea le asegura el derecho a la autodeterminación a cada grupo étnico, pero evita al mismo tiempo que los grupos más grandes reestablezcan su dominación20. Por lo tanto, la “Europa de Regiones Mono-Étnicas” que anhela Héraud debe dividir a los grandes grupos étnicos como los alemanes y los franceses, debe promover a los grupos étnicos más pequeños como los vascos o los catalanes (esto es a toda la comunidad lingüística) al rango de regiones (es decir, miembros de la Federación Europea), y mantener las fronteras de los estados mono-étnicos más pequeños como Noruega. A diferencia de Rougemont, que no consideraba a la etnicidad como el elemento distintivo principal, y cuyas fronteras regionales difieren de acuerdo a sus funciones, Héraud insiste sobre la etnicidad (y para el, la lengua es lo mismo) como determinante decisivo, y favorece sólo en el caso de los grupos étnicos más grandes la división por sobre la unidad

La “Europa de Regiones Mono- Étnicas” que anhela Héraud debe dividir a los grandes grupos étnicos como los alemanes y los franceses, debe promover a los grupos étnicos más pequeños como los vascos o los catalanes (esto es a toda la comunidad lingüística) al rango de regiones (es decir, miembros de la Federación Europea), y mantener las fronteras de los estados mono-étnicos más pequeños como Noruega.

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(dejando una pequeña puerta abierta a la cooperación fun-cional entre los diferentes es-tados-región del mismo grupo étnico en algunas cuestiones).

La descripción de Hé-raud acerca de cómo debería funcionar el “gobierno compartido” en Europa no es demasiado precisa. En algunos casos parecía favorecer tres cáma-ras, la primera en representación del demos europeo, la segunda por los estados-región (con delegados de sus parlamentos) mientras que la tercera cámara, descrita en algunos casos co-mo una especie de cámara cultural, no está concebida tan claramente21.

Los críticos de Héraud han ata-cado su concepto de grupo étnico y han subrayado la imposibilidad de delimitar los grupos con claridad y de separarlos sin violencia. Héraud ignora además claramente la existencia de naciones no-étnicas basadas sobre una concien-cia y voluntad nacional como los Esta-dos Unidos o, en Europa, Suiza22.

El segundo pensador importante de una Europa de regiones entendida como de grupos étnicos es el bretón Yann Fouéré. Su libro “L’Europe aux cent drapeaux” se inspira claramente en Guy Héraud, pero cita también al fe-deralista integral Alexandre Marc (quien escribió un prefacio) y al economista austríaco Leopold Kohr23. El objetivo fundamental de Fouéré es la construc-ción de la “tercera Europa”. Según su visión, la Europa de la Edad Media se había basado en la religión común, la segunda Europa –aquella favorecida por la CEE– en estados-nación. “La troisième Europe devra être l’Europe des peuples, non l’Europe des Etats24”. Fouéré comparte con Héraud un claro rechazo a la fusión de grupos étnicos25: “Le métissage ne peut être l’idéal d’une civilisation: il accélérerait l’atomisation de l’homme et son déracinement; il

conduirait tout droit à l’avènement de la société d’insectes.” Fouéré coincide con Héraud en la idea de separar a los grandes grupos étnicos en distintas regiones de igual tamaño, y admite que estas unidades pueden tener relacio-nes culturales especiales entre sí. Si un grupo étnico es realmente demasiado reducido como para tener su propio es-tado miembro, debería al menos tener autonomía dentro de este estado.

Fouéré, que se definió a sí mis-mo como un federalista integral, ve el peligro principal en un “super-Etat européen”26, con una nueva clase tec-nócrata, y al final de este proceso un “totalitarismo” europeo27, que impon-dría incluso una lengua común. Como tanto el capitalismo como el socialismo habían sucumbido al imperialismo del estado-nación y habían reforzado su estructura centralista, la primera tarea debería ser quebrantar estos estados-nación en unidades más pequeñas. Estas “regiones” podrían luego (!) fede-rarse y construir una nueva Unión Eu-ropea pero manteniendo su soberanía. Unidades de igual tamaño, y Fouéré28 coincide con Héraud en este punto, serían lo deseable, pero el principal elemento delimitante es la etnicidad. La “Europe des régions” de Fouéré, sus “futurs États-unis d’Europe”, es una federación según el modelo clásico de dos niveles, con las regiones como miembros, representadas en la se-gunda cámara. Fouéré no se opone a atribuir rango de estado a estas regio-nes29: “Quel que soit le terme employé [...] ces unités de base seront, on droit et en fait, des Etats au sens propre du mot”. Es fundamental que estas uni-dades sean capaces de resistir la pre-sión de la Federación Europea30: “Sous peine d’être purement artificielles et vidées de toute résonnance humaine, les régions-Etats devront être animées d’un esprit de résistance à l’absorption et à l’assimilation. Si elles ne le sont pas [....] elles seraient immédiatement

Fouéré, que se definió a sí mismo como un federalista integral, ve el peligro principal en un “super-Etat européen”, con una nueva clase tecnócrata, y al final de este proceso un “totalitarismo” europeo, que impondría incluso una lengua común. Como tanto el capitalismo como el socialismo habían sucumbido al imperialismo del estado-nación y habían reforzado su estructura centralista, la primera tarea debería ser quebrantar estos estados-nación en unidades más pequeñas.

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absorbées par un Etat européen unitaire, despo-tique et centralisé, destructeur des libertés des hommes et des groupes”. Esta desconfianza es una de las principales diferencias con Héraud y Rougemont. Fouéré es un crítico acérrimo de la CEE y de las otras Comunidades Europeas a favor de las cuales autores como Rougemont habían decidido trabajar.

Fouéré insiste en la necesidad de destruir tanto a la CEE como a los estados existentes, co-mo un acto creativo. “L’Europe des peuples, qui se confond avec l’Europe des régions et l’Europe des sources (término acuñado por él), est incompati-ble avec l’Europe des Etats. La troisième Europe ne peut naître que si celle des Etats disparaît”31. Mientras estados como Francia se aferrarían a su poder y rechazarían la integración supranacional, los movimientos nacionalistas (sin estado) son para Fouéré32, “les pionniers de l’Europe des Peuples”: “l’Europe des régions-Etats, l’Europe des peuples, ne peut naître que de leur victoire”. Son los únicos actores que pueden librar esta lucha “revolucionaria”, equivalente a la descoloni-zación33, ya que tienen los mismos derechos que “tous ces peuples d’outre-mer”34. Fouéré apoya el uso de la violencia en esta lucha y se niega a «disociar» los activistas violentos de las masas no violentas35: “Ce qui aujourd’hui est crime aux yeux du Code pénal français est droit aux yeux des Bretons, est le plus sacré des devoirs”.

Cuando Fouéré escribió su famoso libro, algunos movimientos nacionales ya habían comen-zado lo que luego se denominó la “rebelión de la provincia”. A fines de los años sesenta, esto signifi-caba resistencia cívica, pero también hubo violencia en Tirol del Sur, Córcega, Gales, el Cantón del Jura en Suiza, Bélgica, y en el País Vasco. Nuevos movimientos de masas y partidos tomaron el timón aún cuando la antigua FUEV continuaba. En 1985, incluso refundó el Congreso de Nacionalidades Eu-

ropeas de entreguerras, con 35 grupos participantes. Pero cuando Alexander Langer (Alternative Liste für ein anderes Südtirol) afirmó que su grupo también defendía los intereses de los ítalo-ha-blantes que habitaban en esta región, el Congreso interpretó esto como “Wunsch nach Herstellung einer Mischkultur..., die letztlich zum Untergang der Südtiroler Volksgruppe führen müsste” (deseo de producir una cultura mixta que fi-nalmente llevaría a la desaparición del grupo étnico sur tirolés)36. Este rechazo a “mezclar” culturas no era compartido por muchos de los nuevos o reno-vados movimientos de los años sesenta y setenta. Algunos de los miembros del Congreso, como el Centre Internacional Escarré per les Minories Etni-ques i les Naciones (CIEMEN)37, utilizaron la con-signa “Europa de Naciones”, para evitar el concepto de minoría, y se diferenciaron así de la “Europa de los grupos étnicos” de Héraud y Fouéré; al mismo tiempo insistían sobre el hecho de que la futura nueva comprensión de la “Europa de regiones” que promovían la CEE y la UE y el Consejo de Europa no atendía las reivindicaciones de los nacionalistas de las minorías. La FUEV, sin embargo, se mantuvo fiel a su creencia en el federalismo étnico, aunque también seguía utilizando el término “Europa de las regiones”. En 1992, la FUEV propuso una Magna Carta Gentium et Regionum, en la cual encontra-mos la siguiente idea38: “ogni regione, in prospettiva dell’unificazioni europea, dovrebbe svilupparsi come un propio Stato regionale autonomo [...]. […] le molteplicità culturale dell’Europa [... ] dovrà essere assicurata attraverso il diritto all’autodeterminazione e il federalismo etnico”. Durante los años noventa la FUEV combinaba la defensa de los derechos colectivos de las nacionalidades y grupos étnicos con una dosis de folklore y aún congregaba a unas 70 asociaciones, aunque algunas tenían menor tamaño y representatividad. Hoy, 45 organizaciones son miembros y a estas se suman 41 miembros asociados39.

En 1974, organizaciones nacionalistas de Galicia, Irlanda, el País Vasco, Gales, Cerdeña, Occitania y Cataluña Norte (francesa) y Sur (española) se reunieron en Brest, Bretaña, y acordaron un documento que condenaba el “colonialismo interior” entendiéndose representantes de una Europa mejor. Como parte de una lucha por una democracia “bottom up”, en algunos lugares parecía como si los movimientos prevalecieran sobre los partidos.

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LA “REBELIÓN DE LA PROVIN-CIA” DE LOS AÑOS SESENTA Y SE-TENTA: CONTRA EL “COLONIALISMO INTERIOR” Y LA INTEGRACIÓN EURO-PEA CAPITALISTA

Durante los años sesenta y setenta, los movimientos nacionalistas en Europa Occiden-tal aumentaron su actividad, su base social y su importancia política40. En el contexto de la primera recesión después de la Guerra y como parte de un movimiento de protesta contra la integración euro-pea capitalista y controlada por los estados, grupos nacionalistas de izquierda en algunas naciones sin estado crearon un nuevo marco ideológico, defendiendo conceptos alternativos de integración europea. En 1974, organizaciones nacionalistas de Galicia, Irlanda, el País Vasco, Gales, Cerdeña, Occitania y Cataluña Norte (francesa) y Sur (espa-ñola) se reunieron en Brest, Bretaña, y acordaron un documento que condenaba el “colonialismo interior” entendiéndose representantes de una Europa mejor. Como parte de una lucha por una democracia “bottom up”, en algunos lugares pare-cía como si los movimientos prevalecieran sobre los partidos41.

La nueva consigna, “colonialismo interno”, había sido desarrollada bajo la influencia de los sucesos en África, sobre todo en Argelia. Fue po-pularizada por activistas como el occitano Robèrt Lafont o el sardo Sergio Salvi. En su “Guida a dieci colonie “interne” dell’Europa occidental”, Salvi unió a “naciones” económicamente subdesarrolladas como Occitania, Cerdeña y Gales, con el Friuli, Frisia, Cornualles, y Bretaña, pero estaban tam-bién Escocia y algunos casos ibéricos claramen-te superdesarrollados, como Cataluña y el País Vasco42. Salvi explicó el concepto así43: “Veiem com la dominació capitalista, que s’expressa en imperialisme a nivell planetari, avui es mostra cla-rament, sigui sota la forma de monopolis europeus que desborden els límits esdevinguts estrets dels vells estats europeus a mesura que avança la integració econòmica del Mercat Comú, sigui sota la forma de les grans societats multinacionals”. El “mapa” de Europa de Salvi, finalmente, no era muy distinto del de Héraud, ya que ambos basaban las “naciones” en la lengua. Pero en contraste con Héraud y Rougemont, Salvi no tenía problema en admitir a las Islas Feroe o a Laponia como estados

independientes, y él si que hubiera aceptado un estado para los germano parlantes, con divisiones internas, aunque en algún momento también con-sideraba su partición en cuatro estados.

En un articulo reciente sobre el surgimiento y la caída de la Europa de las Regiones44, Eve Hepburn recordaba que “many parties were very cautious of Europe in the late 1970s”. Si bien apoyaban la integración europea, subrayaban que esto no significaba estar a favor de la CEE y de su funcionamiento. Plaid Cymru, (PC) por ejemplo, el partido nacionalista de Gales45, había cultivado, a partir de su fundación en los años veinte, una postura anti-estatista que el Partido Nacionalista Escocés (SNP por su sigla en inglés) no compartía nunca. El católico Saunders Lewis conceptuali-zaba a Gales por analogía con la época dorada de la Edad Media, como un territorio autónomo dentro de un marco central europeo. Hasta fines de los años cincuenta, la actitud del PC hacia la integración europea fue de apoyo. Pero el PC hizo campaña en contra de la entrada de Gran Breta-ña a la CEE en los años setenta, acusándola de capitalista y de satélite de EE UU. El PC tenía la consigna “Europe Yes, EEC No”46. Pero finalmente, luego de la derrota en el referéndum por la auto-nomía galesa en 1979, se imponían conclusiones diferentes. Con el tiempo, el partido cambió su punto de vista con respecto a Europa, ya que la CEE ofrecía más oportunidades que el gobierno británico centralizador de Thatcher. En Escocia, el SNP había sido particularmente crítico con la CEE y la CE tanto antes como después de la entrada de Gran Bretaña al Mercado Común. En 1975, el SNP había hecho campaña bajo el lema “No voice, no entry”47. Durante los años setenta, incluso en Bretaña, donde los nacionalistas (salvo algunas excepciones como Fouéré) habían sido siempre pro-CEE, algunos grupos escindidos se moviliza-ron en contra48. El nacionalismo vasco emergió de la resistencia contra Franco con una fuerte facción radicalizada. Hasta hoy estos independentistas “have no time”49 para la CEE, la CE o la UE, y lo mismo ocurre con Sinn Féin en Irlanda del Norte. Los occitanistas, el Bloque Nacionalista Gallego, e incluso algunas escisiones radicalizadas catalanis-tas (PSAN y sucesores) de origen marxista, veían a la CEE y a sus sucesores como colonizadores, y solamente fueron abandonando muy gradualmen-te su retórica anti-CEE durante los años ochenta.

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El “Aufstand der Provinz”50 se transformó en objeto de investigación académica. Lo que apare-cía como un resurgimiento de las luchas étnicas, iba en contra de la lógica tanto marxista como liberal, que había previsto que tales conflictos es-tarían superados. Algunos autores como Hechter o Nairn se tomaron el “colonialismo interno” en serio. Algunos autores criticaron las teorías de moderni-zación, y se inspiraron en teorías sudamericanas sobre la dependencia o intentaron explicar por qué la afiliación étnica era una opción lógica estratégi-ca en esas circunstancias51.

Sin embargo, organizaciones étnicas “anti-guas”, movimientos federalistas y regionalistas ins-pirados en las ideas de Proudhon, y separatistas radicalizados de izquierda (sobre todo) y de dere-cha (también), eran a menudo analizados conjun-tamente, dado que se alineaban temporalmente en alianzas por lo general precarias. Este auge se aplacó en los años ochenta52 entre otras razones, porque la CE ofrecía nuevas oportunidades a los movimientos, al mismo tiempo que por otra parte surgía un nuevo regionalismo ecologista.

“SMALL IS BEAUTIFUL”, EL PENSAMIEN-TO POLÍTICO ECOLOGISTA, Y EL “BREAKDO WN OF NATIONS” DE KOHR

Durante la “rebelión de la provincia”, las ideas de autonomía regional y de las pequeñas naciones confluyeron con las ideas ecologistas de “lo pequeño es lo hermoso”. El referente de los protagonistas de esta corriente no era necesaria-mente Rougemont, ni tampoco Héraud y ni siquie-ra Fouéré, quien, como ya hemos visto, ya había condenado a la CEE y tenía un discurso anti-colo-nialista. Era Proudhon, pero un Proudhon con un sesgo diferente del que explotaron los personalis-tas. Me refiero al Proudhon más relacionado con el anarquismo y el anarco-sindicalismo.

Proudhon y Bakunin ya habían pensado en una Europa unificada. Sin embargo, es sobre todo el tercero de los grandes padres del anarquismo, Kropotkin, quien se puede considerar precursor del regionalismo ecologista53. También podemos referirnos a Elisée Reclus, fundador de la geo-grafía regional, y a los economistas ecologistas (Carlyle, Ruskin), defensores de la “virtud cívica” en la polis 54. Ya hemos mencionado al economis-

ta austríaco Leopold Kohr (1909-1994) quien según Lehner había recibido ins-piración anarco-sindicalista en la Espa-ña de la guerra civil. En su libro sobre la breakdown of nations55 se expresa cla-ramente en términos antinacionalistas, atacando lo que él llamaba la “nacional megalomanía”. Los estados existentes tenían que quebrantarse, y Europa debía transformarse en una federación de unos 100 “cantones”. La idea parece de Rougemont; Europa debía seguir el ejemplo suizo. No se necesitaba “neither a uniform type of continental man, nor a common language, nor a common cultural and historical background” para crear esta maravilla56. Más aún: “If these three national groups (los hablantes del alemán, del ita-liano, y del francés, KJN) as such were the basis of her much-famed union, it would inevitable result in the domination of the large German speaking block”. La división suiza en cantones crea “the essential precondition for any democratic federa-tion: the physical balance of the participants, the approximate equality in numbers. The greatness of the Swiss idea, therefore, is the smallness of its cells from which it derives its guarantees”. La razón del éxito suizo es que “Switzerland is a union of states, not of nations”57. Todo el continente europeo debía ser dividido en cantones similares. Y las nuevas divisiones debían unirse “in new combinations making the creation of nation-sta-tes impossible”58. Algunos posibles miembros de

En la actualidad algunos movimientos y partidos ecologistas defienden la independencia de las naciones sin estado (en Escocia, por ejemplo), otros prefieren la autonomía o soluciones federales, y aceptan la Europa con regiones que suministra la UE. Muchos se han reconciliado con el proceso de integración europea “realmente existente” y apoyan el Tratado de Maastricht (1992) y otros sucesivos hasta el de Lisboa, mientras otros (como los ecologistas catalanes) se opusieron en nombre de una “Europa de los ciudadanos”.

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la “Europa de cantones” serían Pomerania-Polo-nia Occidental, Prusia Oriental-Báltica, Austria-Hungría-Checoslova-quia, Baden-Borgoña, o Lombardía-Saboya.

Si bien Kohr es un tanto con-tradictorio cuando se refiere a las fronteras –también quería que cada cantón puede “talk its own language when and whe-re it pleases”59– las diferencias fundamentales con respecto a otros autores que soñaban con una Europa de las regiones que-dan claras ahora. Para Kohr, el principal problema era de es-cala. Sin embargo, la creación de cantones también debía anular las divisiones étnicas, mantener o restaurar el equilibrio ecológi-co, y contribuir a promover el desarrollo cívico del individuo.

Kohr no fue muy conocido en vida, aun-que cuando vivía en Gales influenció a políticos del Plaid Cymru como Gwynfor Evans y Dafydd Wiggley. Algunos de sus discípulos, sin embargo, devinieron pensadores que inspiraron el movimien-to ecologista. El economista E. F. Schumacher acuñó el slogan “small is beautiful” en 197360. El sacerdote católico Ivan Illich (1926-2002), austría-co como Kohr, fue un autor muy popular entre los simpatizantes ecologistas. Illich a menudo repetía que Kohr lo había inspirado con su “alternative to economics”, y con la importancia que otorgaba a la proporcionalidad61.

A pesar de estas influencias, las “familia” de los partidos verdes mantuvo sus divisiones con res-pecto al regionalismo y a la cuestión de la integración europea. Si bien los verdes intentaban “pensar glo-balmente”, “actuaban localmente” sobre todo a nivel municipal. En la actualidad algunos movimientos y partidos ecologistas defienden la independencia de las naciones sin estado (en Escocia, por ejemplo), otros prefieren la autonomía o soluciones federales, y aceptan la Europa con regiones que suministra la UE. Muchos se han reconciliado con el proceso de integración europea “realmente existente” y apoyan el Tratado de Maastricht (1992) y otros sucesivos

hasta el de Lisboa, mientras otros (como los ecologistas catalanes) se opusieron en nombre de una “Europa de los ciudadanos”.

DE UNA “EUROPA DE LAS REGIONES” HACIA UNA “EUROPA CON REGIONES”. NACIONES SIN ESTADO, RE-GIONES EUROPEAS Y LA UE

Hasta finales de los años setenta, los movimientos nacio-nalistas a menudo se oponían a la CEE, ya que promovían ideas alternativas de integración europea. Pero a partir de esos años, la CE empezó a ofrecer

algo a las regiones de buen comportamiento: una nueva “Europa de las regiones”. Se creó una nueva estructura de oportunidad para las regiones administrativas. Como resultado, la fórmula de la “Europa de las regiones” que se había utilizado para oponerse a la Europa de los estados (o del gran capital) era usada ahora por actores cuando lo único que intentaban era desarrollar la CE exis-tente, agregándole una “dimensión regional”. “Eu-ropa” se conceptualizó como un sistema de varios niveles, o incluso de gobernanza y redes no jerár-quicas, “multilevel”. Estas ideas incluían la reforma o el desarrollo de la CE pero ya no la sustituían. Aunque en estas conceptualizaciones ni Europa ni las “regiones” sustituían directamente a los esta-dos-nación, algunos de sus defensores daban por sentado que ya les había llegado su hora.

A) 1979-1987

El primer período a considerar está más o menos delimitado por los años 1979 y 1987. Du-rante este período se desplegó la política regional europea. Las regiones “NUTS” organizadas por la CE y los estados miembro coincidían solo oca-sionalmente con los territorios de las naciones sin estado. Pero por otro lado la CE había abandona-do su “region-blindness”62. Además, el Consejo de Europa aprobó su Convenio Marco Europeo sobre Cooperación Transfronteriza en 1980. Esto parecía abrir nuevas posibilidades para las naciones que habitan en más de un estado europeo.

En España, después de la muerte de Franco, “Europa” era un símbolo de modernidad. Los nacionalistas catalanes que no eran separatistas comenzaron su propia lucha para ser los campeones de una “Europa de las regiones”, en la confianza de que con el tiempo Europa y las regiones contribuirían a la desaparición de los estados.

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La posesión de una región propia se transformó en un valor agregado para las naciones sin estado; su dominación se transformó en un objetivo importante para los partidos nacionalistas, aunque ni la descentralización de Francia, Italia y España ni la federalización de Bélgica ni el

despliego de la política regional de la CE promovie-ron o permitieron “eludir” al estado miembro.

Las animosidades en contra del proceso de integración comenzaron lentamente a desaparecer en aquellos lugares donde habían existido63. El lema de “colonización interna” perdió popularidad entre los nacionalistas bretones, gallegos y sardos. Durante la campaña electoral al Parlamento Eu-ropeo de 1979 Plaid Cymru abogó para “a strong voice for Wales in Europe alongside other small na-tions and historic regions”64. En España, después de la muerte de Franco, “Europa” era un símbolo de modernidad. Los nacionalistas catalanes que no eran separatistas comenzaron su propia lucha para ser los campeones de una “Europa de las regiones”, en la confianza de que con el tiempo Eu-ropa y las regiones contribuirían a la desaparición de los estados.

El Volksunie flamenco, la Union Démo-cratique de la Bretagne, y en alguna medida el Bloque Nacionalista Gallego también modificaron sus posiciones oficiales con respecto a Europa65. Los primeros partidos en proclamar una Europa de las Regiones obtuvieron ventaja en las eleccio-nes europeas; y a menudo se trataba de partidos de naciones sin estado. Seis de ellos fundaron la Alianza Libre Europea (ALE) en 1981 para coor-dinar actividades en el Parlamento Europeo (PE); el número de miembros se elevó a 31 en 2007, pero partidos nacionalistas muy importantes como Convergència Democràtica y Unió Democràtica en Cataluña no se sumaron. Michael Keating y Barry Jones, editores de dos de los libros más importan-tes que daban cuenta de esta nueva “Europa de las regiones” en evolución, habían incluido cuatro estados en su primer libro en 1985 –diez años más tarde, se analizaban 12–66.

B) 1988-1994

Entre 1988 y1994 la idea de una Europa de las Regiones como apéndice de la Europa de

los estados miembro (en ocasiones, con algunas esperanzas de sucederlo) alcanzó su punto más alto. Las oportunidades que ofrecía “Europa” au-mentaron considerablemente. Las plataformas y programas de los partidos resaltaban el tema más que nunca, la importancia electoral fue quizás la más alta que se ha experimentado hasta hoy. La “post soberanía” parecía estar en la agenda. Atrapados entre las crecientes instituciones de Europa y el “tercer nivel” de las también florecien-tes regiones, los estados terminarían desapare-ciendo (“sandwich thesis”). Otros vislumbraron una gobernanza posmoderna y multinivel en el horizonte, dentro de la cual las regiones y otros actores trabajarían junto a los estados miembro en una red no jerárquica. Muchos nacionalistas de minorías se adaptaron a una de estas inter-pretaciones durante estos años, y abandonaron o minimizaron posiciones irredenta o pro-indepen-dencia previas67. No tenía sentido reivindicar un estado-nación propio cuando este modelo parecía superado. La falta de estado ya no parecía una desventaja decisiva. Las regiones comenzaron a abrir oficinas de representación de diferente tipo y dimensión a partir de 1985. La mayoría de los partidos nacionalistas eran pro-europeos durante esta época; más bretones (59%) y alsacianos (65%) que franceses en general (51%) votaron por la afirmativa en el referéndum de 1992. El gobierno catalán, con los nacionalistas al poder, otorgaba más importancia a la cooperación con otras regiones prósperas que a las alianzas con otras naciones sin estado. Incluso partidos que antes habían sido marxistas como el BNG galle-go se adaptaron a la tendencia común, aunque quizás tardíamente68. Incluso el SNP pareció con-verger con los nacionalistas “post-soberanistas” cuando intentó pactar un aumento en el número de escaños escoceses en el Comité de Regiones con el gobierno conservador británico en 199469.

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Sin embargo, los estados mantenían la fun-ción del “gate keeper”70. El Tratado de Maastricht abrió el Consejo de Ministros a las regiones –pero solo si el estado miembro estaba de acuerdo–. El Tratado estableció el Comité de Regiones, pero formó un cuerpo amplio con funciones solo con-sultivas. Los estados decidían quien entraba, y los representantes de naciones sin estado como Cataluña se encontraron inmersos en una masa de delegados de regiones administrativas y autori-dades locales. Las elecciones del Parlamento Eu-ropeo seguían controladas por el estado miembro que decidía sobre normas y distritos electorales. Aunque el Tratado de Maastricht comprometía a la Unión con la diversidad cultural en general (sin limitarla a culturas y lenguas estatales), el régimen de lenguas europeo siguió cerrado a las lenguas no estatales. La Carta Europea de las Lenguas Mi-noritarias o Regionales, en redacción desde 1982, fue finalmente puesta en vigencia por aquellos miembros del Consejo de Europa que ratificaron su firma. Y el Convenio Marco para la Protección de las Minorías Nacionales fue abierto para las firmas en 1995. Sin embargo, los estados miembros que firmaron estos Convenios quedaron a cargo de las definiciones más importantes; y mientras la discri-minación se declaró ilegal y los derechos individua-les se protegieron por lo menos selectivamente, los derechos de los grupos se aceptaban en muy raras ocasiones y para las naciones sin estado más grandes como los catalanes o los vascos no tenía sentido recibir el mismo tratamiento que minorías de sólo algunos miles de miembros. La nueva estructura de oportunidades de la UE, a menudo resumida bajo el título “Europa de las regiones”, abría puntos de acceso, pero solo para administra-ciones regionales. Su gobernanza “multinivel” no trata a todos los niveles por igual. En palabras de Aguilera71: “Con todo, la teoría del MLG (multi level governance, KJN) tiene algo de engañoso, pues parece dar a entender que todos los niveles están en pie de igualdad, cuando los Estados siguen siendo los principales protagonistas políticos. […] Las regiones contribuyen a organizar el terreno

de juego de governance europea, pero casi nunca son los actores principales”. Como consecuencia, este autor se su-mó a otros que prefieren hablar de una Europa “con” y no “de” las regiones. Sin embargo, entre 1988 y 1994, aquellos que pensaban, quizás con cierta inge-nuidad, que la región era el “nuevo cauce para el nacionalismo”72, aún dominaron el discurso, e in-cluso partidos nacionalistas fuertes como Conver-gència bajo el presidente Pujol habían compartido esta opinión. Sin embargo, los partidos de alcance estatal comenzaron a disputarles el monopolio de la fórmula de la Europa de las Regiones y también se regionalizaron, con lo cual el término se tornó más ambiguo que nunca.

C) A PARTIR DE 1994

A partir de 1994, y comprendiendo cada vez más las limitaciones de sus oportunidades, la decepción de muchos actores nacionalistas fue en aumento. Es cierto que los partidos de la ALE no sufrieron un desastre electoral sino hasta las elecciones de 2004, después de la ampliación de la EU. Pero ya en Amsterdam (1996), el intento de fortalecer el Comité de las Regiones y de organi-zarlo en dos cámaras había fracasado. Los criterios de Copenhagen habían declarado obligatorio el “respect and protection of national minorities”, pero solo para los países de adhesión73. Las partidas de presupuesto que el PE había mantenido para forta-lecer las lenguas no estatales fueron suspendidas. Y si bien la Comisión aceptó la gobernanza multi-nivel en su Libro Blanco del 2002, el escepticismo ya se había instalado entre los nacionalistas sin estado, que habían puesto grandes esperanzas en la cooperación con las otras regiones con po-deres legislativos. Sin embargo, las propuestas de Napolitano y Lamassoure, que reclamaban estatus diferenciados para estas regiones, finalmente no prosperaron en el proceso Laeken.

Hasta comienzos de los años noventa, la UE había ofrecido crecientes oportunidades para los nacionalistas sin estado en una “Europa de las regiones”, que incluían algún dinero, voz, posibili-dades de cooperación transfronteriza, además de mayor protección para los miembros individuales de las minorías. Este desarrollo había alejado a las nacionalistas de las minorías del “etnicismo” y

Europa “moderó” a los nacionalismos sin estado. Pero las cuestiones nacionales siguieron abiertas.

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del “colonialismo interno”, y también del separatismo. Uti-lizar el discurso de la “Europa de las Regiones” significaba cada vez más abandonar conceptos anteriores de una “Europa de los Pueblos”. Las

nacionalistas sin estado habían de-mostrado claramente que no eran, en términos generales, menos liberales que sus rivales nacionalistas de es-tado74. Algunos incluso moderaron su nacionalismo hacia un movimiento cultural “amable” y no ofensivo total-mente aceptable para los inversores extranjeros. De este modo la iden-tidad regional se transformó en una ventaja en lugar de un obstáculo para la competencia entre las diferentes regiones.

Por otra parte, muchas de estas oportunidades ofrecidas se limitaban a los nacionalistas que gobernaban una región y con la condición de que aceptaran su rol como meros actores regionales. Europa “moderó” a los nacionalismos sin estado. Pero las cuestiones nacionales siguieron abier-tas75: “As minorities and stateless na-tion movements have europeanized, modernized and even adapted their histories to a liberal democratic teleo-logy, they thus challenge the state on its own moral and normative ground. This is one reason why the spread of universal values of liberalism and democracy do not resolve nationali-ties questions. On the contrary, they can exacerbate them, as minorities move from being ethnic fragments with particularist demands to making broad claims for self government and social regulation. A movement from ethnic to civic nationalism, or to cons-titutional patriotism, does not resolve the problem of this means the crea-tion of new and separate sovereign states”. El nacionalismo sin estado y el nacionalismo de estado se tornan similares. Sobre bases normativas, el

hecho de que el último sea privilegia-do en sus propios países y en Europa es más difícil de justificar. Con la expansión y la adhesión de nuevos y muy pequeños estados miembro en el Báltico, el Mediterráneo y en Europa Central, las demandas de auto-deter-minación e incluso de independencia volvieron a aumentar, lo mismo que la demanda de un nuevo régimen de lenguas, dentro del cual los hablantes de lenguas utilizadas por millones de personas no fueran relegados a ser ciudadanos de segunda, cuando al mismo tiempo las naciones más pe-queñas pero con Estado obtendrían pleno reconocimiento de su lengua y otros símbolos nacionales.

LA “EUROPE OF THE ETH-NIC GROUPS” (CUANDO SÓN AUTÓCTONOS). LA “EUROPA DE LAS REGIONES” Y LA EXTREMA DERECHA

Cuando la “Europa de las Re-giones” pasó a formar parte del dis-curso “oficial” sobre la integración europea durante los años ochenta y noventa, populistas de extrema derecha como Jörg Haider en Austria también se apropiaron de este térmi-no. Para ellos, las regiones tenían una especie de “capital cultural” que podría ser usado en contra de los estados multinacionales y multicul-turales76. Pero estos movimientos y políticos a menudo vacilan entre el nacionalismo étnico y el nacionalis-mo estatista, y su principal adversa-rio es la inmigración. Su versión de una “Europa de las Regiones” esta-ba llena de prejuicios contra la civi-lización occidental y formó parte de un discurso de jerarquía de culturas que sustituía el viejo racismo biológi-co de sus ancestros ideológicos.

Algunos partidos situados en el ala extrema derecha del espectro

Con la expansión y la adhesión de nuevos y muy pequeños estados miembro en el Báltico, el Mediterráneo y en Europa Central, las demandas de auto-determinación e incluso de independencia volvieron a aumentar, lo mismo que la demanda de un nuevo régimen de lenguas, dentro del cual los hablantes de lenguas utilizadas por millones de personas no fueran relegados a ser ciudadanos de segunda, cuando al mismo tiempo las naciones más pequeñas pero con Estado obtendrían pleno reconocimiento de su lengua y otros símbolos nacionales.

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ideológico ya habían participado en los movimien-tos etnicistas de los años de entreguerras y en la FUEV. Hasta hoy, periódicos que están cercanos de la extrema derecha o forman parte de ella citan a Yann Fouéré, y relacionan al nacionalismo, sea estatal o no, con una “necesidad de raíces” en un mundo cada día más globalizado y urbano77. Durante la época de la “rebelión de la provincia”, esta base ideológica se enriqueció con el con-cepto de “etnopluralidad”. Henning Eichberg, el creador de la fórmula, veía el fortalecimiento de la posición especial de Europa en el mundo como una consecuencia positiva de la integración eu-ropea78. Muchos políticos de la extrema derecha no le siguen, ya que temen por sus naciones en una Europa fuerte. Los miembros de la “nueva derecha” ya no proclaman abiertamente el valor superior de un pueblo en particular, sin embargo, aún subrayan la necesidad de homogeneidad “autóctona”, rechazan el mestizaje, y ven en la migración la principal amenaza. Si bien a menu-do proclaman una supremacía europea, también atacan a la UE en tanto proyecto de las élites en contra de los pueblos “verdaderos”. El mejor ejemplo es quizás Vlaams Blok, el actual Vlaams Belang. El partido ha retomado la retórica anti-UE y defiende como alternativa una Europa de grupos étnicos “originarios”, y como objetivo último, una confederación de pueblos o estados étnicos, como fortaleza en contra de la inmigración de fuera79. Intentan por lo tanto detener la tendencia entre los movimientos y partidos de naciones minoritarios de abandonar el etnicismo excluyente a favor de un nacionalismo más inclusivo, que en general comprende migrantes o minorías internas, incluso si pertenecen étnicamente o lingüísticamente a la mayoría del estado.

La Lega Nord en Italia se presentó en prin-cipio como una fuerza modernizadora y veía a la UE como un aliado natural. Para ellos Lombardía y luego “Padania” eran los únicos territorios italianos capaces de actuar en una UE moderna, siempre que esta “nación” fuera liberada del peso del Mez-zogiorno que socavaba sus fuerzas. Según Kea-ting, la Lega Nord adaptó al menos nominalmente un punto de vista de “independencia en Europa”, donde el norte de Italia entraría al Euro, mientras el resto continuaría pagando con la Lira80. Umberto Bossi proclamó: “La Padania è sempre stata una nazione. [...] una nazione formata da cittadini di

diverse origini etniche, ma con gli stessi interessi economici e lo stesso sistema produttivo”81. Pero finalmente, “più lon-tani da Roma, più vicino all’Europa”82, no incluía la separación total. Cuando el partido fue forzado a abandonar la ALE en 1994, también los contactos con partidos individuales de la ALE cesaron. Finalmen-te, el partido abandonó el secesionismo a favor de la defensa de un estado italiano federalizado, y tomó una postura más crítica con respecto a la Unión Europea.

DE LA “EUROPA DE LAS REGIONES” A LA “INDEPENDENCIA EN EUROPA”

Hace dos años, el periódico Regional and Federal Studies dedicó un número especial a “Whatever happened to the Europe of the regio-ns?” En la introducción a este volumen, Anwen Elias escribió83: “By the beginning of the new mi-llennium, much of the ‘hype’ associated with the Europe of the Regions idea had faded”. La realidad había frustrado a muchos de los nacionalistas que se habían adherido al concepto. A partir de los últimos años del último siglo, retomaron una nueva-vieja idea: la “independencia”, si bien ahora claramente “en Europa”. Una independencia tan limitada puede ser “less meaningful” (Keating84), pero se puede lograr con un costo menor. No se tienen que proveer todos los elementos de un estado totalmente soberano, desde las fuerzas armadas hasta una moneda nacional. Sin embargo hay una transacción cuyos costos no son claros: la aceptación de un nuevo estado miembro por parte de la Unión Europea.

La “independencia en Europa” parece ser una reacción lógica, siempre que no haya recono-cimiento para las naciones sin Estado. Además, el estatus de una región tiene inconveniencias. Mien-tras que las regiones (y no sólo las naciones sin estado) pueden tener acceso al Consejo de Minis-tros dentro de una delegación estatal si el estado miembro está de acuerdo, los estados miembro simplemente tienen tal delegación, y pueden inclu-so presidir el Consejo. Los estados independientes tienen votos en el Consejo, tienen derecho a veto en la admisión de nuevos miembros, tienen un Comisionado, tienen uno de sus jueces en la Corte

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Europea y tienen un número más elevado de MPE que cualquier región del mismo tamaño. Irónicamente, una región que as-ciende a la categoría de estado miembro incluso tendría mayor influencia en el Co-mité de las Regiones. Si tiene una lengua diferente, ésta adquiere estatus oficial con

la admisión, aún si el número de hablantes fuera insignificante. Estos son incentivos claros para aspirar a la condición de estado.

El poder relativo de las regiones con poderes legislativos en Bruselas ha disminuido con la ex-pansión, ya que la mayoría de los nuevos estados miembro tienen estructuras centralizadas. Los fon-dos regionales, esenciales para algunas naciones mi-noritarias como Occitania, Cerdeña, Galicia, Gales, etc., cada vez más, son transferidos a los países del Este. Al mismo tiem-po, en muchos estados europeos el electorado es ahora más crítico hacia la UE. En consecuencia, para los partidos de las naciones minoritarias, hoy día resulta menos atracti-vo defender la Europa de Regiones como parte de la realidad (o del futuro) de la UE. Insistir sobre una mayor integración eu-ropea puede resultar una mala idea para las cam-pañas electorales. En algunos estados miembro y naciones sin estado, coyunturas particulares han contribuido a fomentar el independentismo. Hoy, el SNP defiende incluso al Consejo de Ministros con-tra la intrusión por parte de otras instituciones de la UE, precisamente porque se trata del representan-te más claro de los estados, y por lo tanto, de un futuro estado escocés. En un sistema de partidos en el cual el Partido Laborista y los Demócratas Li-berales ya representan el punto de vista de la “Eu-ropa de las Regiones”, y los Conservadores son muy críticos de la UE en general, la “independen-cia” colocó al SNP en una posición única. Cuando esta posición única fue compartida por el Partido Verde Escocés y el anticapitalista Partido Socialis-

ta Escocés, a “independencia”, se le agregó el su-fijo “en Europa”85. En Gales, Plaid Cymru hizo suyo el nuevo mensaje de “independencia en Europa”, aunque con cierta reticencia86. Considerando su fuerza como segundo partido del país a mucha distancia de los laboristas (un partido que defiende el discurso de la “Europa de las Regiones”), y su interés estratégico de coalición con ellos, el PC se mantenía a favor de la integración europea, y aceptaba su rol de región. Pero como en Escocia, el electorado galés es cada vez más crítico con la UE. No es este el caso en Galicia. El Bloque Nacionalista Gallego hizo campaña en contra de la Constitución Europea en el referéndum español con el lema “Europa sí, pero non así”87. El parti-

do es menos favorable a la UE que el electorado. Pero dado que el partido obtiene cada vez menos votos en las elecciones, y Galicia trata de obtener otro estatuto de autono-mía, la cuestión europea no tiene alta prominencia.

A partir de 1993, la “Independencia en Europa” también fue un slogan para Esquerra Re-publicana de Catalunya. Sin embargo, las platafor-mas del partido prefieren hablar de soberanía en lugar de independencia. Como en otros casos, la competencia entre parti-

dos es esencial en la toma de posturas. La “in-dependencia” distinguía a la ERC de sus rivales nacionalistas catalanes de Convergència y Unió Democràtica y también del partido socialista es-tatal, que defienden la “Europa de las Regiones”. ERC usa la fórmula “Europa de los Pueblos”, pero sus plataformas a menudo defienden demandas muy pragmáticas que podrían ser perfectamente coherentes con conceptos de la “Europa de las Regiones”88. Hasta finales del 2010, ERC formó parte del Gobierno Catalán tripartito liderado por los socialistas; en consecuencia, moderó sus posiciones. Además, el electorado catalán es el menos crítico de la UE, al menos si se lo compara con otras naciones minoritarias. En Cataluña, la

El discurso de “independencia en Europa” resulta hoy atractivo para

muchos movimientos nacionalistas, cuando los electorados se tornan más críticos con Europa –o con la UE–, y

considerando que hasta los partidos de alcance estatal ahora también defienden

una “Europa de las Regiones”, y compiten con aquellos nacionalistas que

aún mantienen posiciones similares.

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federación bipartidaria Convergència i Unió (CiU) mantiene aún su compromiso con la “Europa de las Regiones”, pero ahora se enfrenta con un electorado con un menor entusiasmo por esta po-sición. En el referéndum español por el borrador de Constitución europea, en Cataluña había más votos por el “no” que el promedio español. “Si Europa no nos quiere, nosotros tampoco”, era la explicación que daba un autor89. Incluso Jordi Pu-jol, el ex presidente nacionalista de Cataluña, un ferviente defensor de la Europa de las Regiones, consideraba que el regionalismo europeo que él había propuesto e impulsado activamente duran-te su gestión se había desarrollado de manera positiva hasta fines de los años noventa, pero lue-go los estados habían “contraatacado”90. Al igual que CiU, el principal partido nacionalista sardo, Partidu Sardu, todavía defiende una Europa de las Regiones91, pero debió atravesar escisiones de independentistas en 1996 y 2006. Estos asu-mieron una postura “anti-colonial” en la tradición de la “rebelión de la pro-vincia”, comparable a la posición del (pequeño) Partido Socialista Escocés.

En el caso del País Vasco, el nacionalismo se divide básicamente entre un moderado PNV y una corrien-te separatista de dimensión variable ya que algunos de sus partidos son pros-criptos por no condenar la violencia de la ETA. El PNV, durante su gobierno, había practicado la “Europa de las Regiones”, mientras que ETA, el partido Herri Batasuna y sus sucesores estaban a favor de la “independencia en Europa” pero sin dar demasiada trascendencia a la cuestión europea. El ex presidente Ibarretxe, del partido nacionalista vasco PNV, en 2002 presentó una propuesta para un nuevo estatuto de autono-mía. Este proyecto, según Jauregui92, proponía un régimen específico para una relación política con el estado español basada en la libre asociación, en el respeto mutuo y en la tolerancia. Es intere-sante destacar que el plan de Ibarretxe, que fue claramente rechazado por España, era mucho menos radical en cuanto al rol vasco en Europa, y ni siquiera llegó a abogar claramente por la “inde-pendencia” en Europa.

El discurso de “independencia en Europa” resulta hoy atractivo para muchos movimientos nacionalistas, cuando los electorados se tornan

más críticos con Europa –o con la UE–, y considerando que hasta los partidos de alcance estatal ahora también de-fienden una “Europa de las Regiones”, y compiten con aquellos nacionalistas que aún mantienen posiciones simi-lares. Al mismo tiempo, y según las condiciones locales, la trascendencia electoral del tema de la constitución europea está en baja, y los partidos se ven obligados a buscar puntos de vista con respecto a su posición en sus respectivos sistemas de partidos y en sus intereses electorales y de coalición.

ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES

A partir de la Segunda Guerra Mundial, los europeístas comenzaron a soñar con el fin del estado-nación y su sustitución por regiones,

étnicas o no. Algunos nacionalistas de naciones sin estado compartían este sueño, incluso si esto significaba la re-nuncia a un estado-nación propio. La Europa de los Seis, la CEE de la silla vacía, la Europa de las Patrias (de los Estados, en realidad) de De Gaulle, no cumplieron estos sueños. Pero la globalización debilitó el control del es-tado en muchos aspectos económicos y culturales. Durante fines de los años ochenta y principios de los noventa,

algunos observadores pensaban que el fin del estado-nación se produciría de forma automática y continua. Las regiones por un lado, y Europa por el otro, aparecían como los ganadores, quizás sin soberanía para ninguno de los actores –un gobierno multinivel, incluso con actores privados, ONG, etc–. Este escenario parecía abrir las puer-tas a las regiones, y de hecho se aseguró cierto acceso al gobierno europeo. Parecía emerger una Europa de las Regiones, que se sumaba a la Europa de los estados miembro. Pero si bien se crearon algunos puntos de acceso para las regio-nes, los estados se reservaron para sí posiciones clave, y la UE apoyó la cooperación funcional sin brindar reconocimiento nacional. Las grandes es-peranzas que algunos movimientos nacionalistas habían mantenido se vieron frustradas. Como reacción, algunos de los nacionalistas sin estado abandonaron las ideas de una Europa de las re-

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giones cuando se dieron cuenta de que la única Europa que obtuvieron era una Europa con las regiones; retomaron la idea de independencia, aunque ahora “en Europa”, es decir que aceptaron la soberanía limitada que esto implica.

La Unión Europea ha contribuido a moderar las demandas nacionalistas difíciles de alcanzar. En general, los nacionalistas sin estado se han presen-tado como mejores europeos. Pero la independen-cia en Europa puede resultar hoy más atractiva, y esta atracción puede llegar a aumentar cuando los estados recuperen su importancia, por ejemplo, en

el manejo de crisis. El mero “acceso” que ahora tie-ne cualquier región no es suficiente para satisfacer las demandas de reconocimiento y acomodamiento de la diversidad nacional. Sin embargo, hasta ahora Europa no apoya los derechos nacionales de au-todeterminación o secesión. Según Keating93“ [...] nationalities and regions must find their niche in a Europe of the states rather than dreaming of their disappearance in favor of a utopian Europe of the Peoples”. Pero la “Europa con las regiones” sin re-conocimiento nacional provee un “nicho” demasiado modesto, mientras que llegar a ser uno de esos estados miembro aparece como un reto más intere-sante para muchos de los nacionalistas actuales.

NOTAS

1. �Una�primera�versión�de�este�artículo�se�pre-sentó�en�el�congreso�“Minority�Politics�Within�the�Europe�of�Regions”,�Sapientia�Hungarian�University� y� The�Romanian� Institute� for�Re-search� on� National� Minorities,� Cluj,� 18� de�junio� del� 2010.� Agradezco� los� comentarios�recibidos�en�esta�ocasión.

2. �Véase�MILWARD�(1992).

3. �Véase�BOISSIÈRE�(2007):�35.4. Véase�NAGEL�(2009b).5. Véase�SCHULZ�(1993):�93.6. Véase�SCHULZ�(1993):�143.7. HARVIE�(1994):�6.8. Citado�en�SCHULZ�(1993):�210.9. ROUGEMONT�(1969-70):�33.10. 39.11. Véase�BOISSIÈRE�(2007):�35.12. Véase�NÚÑEZ�(2001)�y�(2010).13. Véase�SCHULZ�(1993):�118-9.14. Véase�VEITER�(1989).15. ROEMHELD�(1987):�41.16. ROEMHELD�(1989):�388.17. HÉRAUD�(1967).18. (1967):�59.19. 64.20. 66.21. HÉRAUD�(1988):�94.22. Véase�SCHULZ�(1993):�206-207.23. FOUÉRÉ�(1968):�52.24. 21.25. 165.26. 59.27. 60.28. 155.29. 157.30. 161.31. 192.

32. 193�y�196.33. 195.34. 131.35. 205.36. Die�Wiedergründung�(1985):�66.

37. Véase�ARGEMÍ�(1993).38. Reproducida�en�LUVERÀ�(1996):�48.39. http://www.fuen.org�(14.06.2010)40. Véase�CACCIAGLI�(1990):�422.41. Véase�AGUILERA�(2006):�58.42. SALVI� (1973);� véase� también� LAFONT�

(1967),�(1971),�(1974),�(1991).

43. SALVI� en� CASTELLANOS� et� al.� (1977):�139.

44. HEPBURN�(2008):�537.45. Véase� NAGEL� (2004a);� ELIAS� (2006)� y�

(2008).

46. Véase�LYNCH�(1996):�62�y�70.47. HEPBURN�(2006):�227.48. Véase�NICOLAS�(2006).49. KEATING�(2004):�371.50. GERDES� (1980)� (la� rebelión� de� la� provin-

cia).

51. Véase� las� publicaciones� de� HECHTER�(1975)�y�NAIRN�(1977),�entre�otras.

52. Noténse� las� diferencias� entre� GERDES�(1980)�y�(1987).

53. Véase�WARD�(1992).

54. Véase�HARVIE�(1994):�44.55. KOHR�(1957).56. KOHR�(1941/1992):�94.57. 95.58. 96.59. PALAVER�(1992):�91.60. HARVIE�(1994):�45.61. ILLICH�(1996).62. BACHE/JONES�(2000).

63. Véase�HEPBURN�(2008):�548.64. ELIAS�(2006):�201.65. Véase�KEATING�(2004):�376.66. Véase� KEATING/JONES� (1985);� JONES/

KEATING�1995;�KEATING�(2008):�629.

67. Véase�KEATING�(2008).68. Véase�ELIAS�(2008).69. Véase�HEPBURN�(2006):�227.70. Véase�NAGEL�(2004).71. (2006):�52�y�54.72. PETSCHEN�(1993):�252.73. McGARRY/KEATING/MOORE� (2006):� 28;�

véase�SASSE�(2004).

74. Véase� McGARRY/KEATING/MOORE�(2006).

75. KEATING�(2003):�36.76. SCHULZ�(1993):�270.77. Véase� WEISSMANN� (2008).� Él� cita� el�

título� del� libro� de� Fouéré� como� “L’Europe�des� cent� drapeaux”.� El� título� correcto� es�“L’Europe�aux�cent�drapeaux”.

78. Véase�EICHBERG�(1973).79. Véase�KEATING�(2004):�371.80. Véase�KEATING�(2004):�371.81. Citado�por�LUVERÀ�(1996):�40.82. Citado�por�SCHULZ�(1993):�272.83. ELIAS�(2008):�485.84. (2003):�22.85. Véase�HEPBURN�(2006)�y�(2008).86. Véase�ELIAS�(2006)�y�(2008).87. ELIAS�(2008):�571.88. Véase�NAGEL�(2009a).89. MORATA�(2004).90. PUJOL�(2005).91. Véase�HEPBURN�(2008).92. Véase�JAUREGUI�(2006):�244.93. (2004):�382.

GUREGAIAK

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IRUDIAKIÑAKI GRACENEA. Donostia 1972.

Bellas Artes, UPV/EHU 1995 • Kunsthaus Essen, 2000 • ISCP, New York 2001-2002 • “Aprendiendo a través del arte”, Museo Guggenheim 2001-2012.

Exposiciones individuales en P/M/P, Distrito 4 Gallery. Madrid. Surrounding. Espai Quatre. Mallorca. 2008 • Rambling Space, Distrito 4 Gallery, Madrid. Package Room, DV Gallery, Donostia. 2005 • Garage Regium, Madrid 2002 • DV Gallery, Donostia. 2000, Torre de Ariz, Basauri. 1999 • J. M. Lumbreras Gallery, Bilbao 1998.

Exposiciones colectivas desde 1994 hasta 2011 en Arco, Artium, Gure Artea, Trayecto Gallery, Open Studios, Palacio Aramburu y BB. AA.

Ha recibido diferentes becas y premios a su trayectoria desde la beca Erasmus en la facultad de Be-llas Artes de Atenas hasta la última mención de honor en 2011 Premio Antoni Gelabert, además de beca Generación 2006 • Primer premio certamen de pintura “Generación 2001”, Beca de creacción Artística. Ayuntamiento de Hondarribia, entre otros.

Colecciones: Diputación de Gipuzkoa, Artium Centro de Arte Contemporaneo, Colección de Arte contemporaneo Ayuntamiento de Pamplona, Museo Unión Fenosa, Banco de España, Musac, Fun-dación Cajamadrid, Ayuntamiento de Hondarribia, Colección Innovalia, Ayuntamiento de Mojácar, Grupo Vocento, Ayuntamiento Valdeñar, etc.

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5~19. EL PROYECTO EUROPEÍSTA DEL NACIONALISMO VASCO EN PERSPECTIVA HISTÓRICA. LEYRE ARRIETA ALBERDI.24

QUELLE UNITÉ DANS QUELLE DIVERSITÉ? A LA RECHERCHE DE L’IDENTITÉ EUROPÉENE

Anne-Marie Thiesse

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«Unie dans la diver-sité» («In variete concordia», «Unidad en la diversidad»): le 4 mai 2000 cette formule a été adoptée comme devise de l’Union européenne. Elle figurait dans le projet de Traité Constitutionnel. Même si le Traité de Lisbonne ne prévoit plus de devise pour l’Union, cette expression est toujours au cœur des conceptions de l’Union européenne. Mais que signifie-t-elle? A première vue, c’est une formule consensuelle pour énoncer une identité mi-nimale («nous sommes unis malgré nos diversités»). Les euro-sceptiques peuvent la voir comme l’aveu d’un échec à définir une identité européen-ne forte. Pourtant, cette notion «d’unité dans la diversité» est au cœur des politiques cultu-relles européennes depuis 10 ans. L’article 3 du Traité de Lisbonne l’indique clairement:

“It (the Union) shall res-pect its rich cultural and linguis-tic diversity, and shall ensure

that Europe’s cultural heritage is safeguar-ded and enhanced.”

Cette conception de l’identité européenne est actuellement explicitement mise en relation avec un ensemble de notions politiques, écono-miques et sociales: la citoyenneté active, l’espace public européen et le développement durable.

Avant d’en expliciter les formes concrètes en termes de programmes européens, il faut d’abord rappeler les problèmes à résoudre. Comme cha-cun sait, l’Union européenne est une association d’Etats-nations. Or la construction des Etats-na-tions actuels, à partir du 18° siècle, a profondément réorganisé les rapports entre unité et diversité, défi-nissant des hiérarchies et des relations entre espa-ces politiques et espaces culturels qui sont encore déterminants pour nos conceptions actuelles. Une des grandes ambiguités de l’Union européenne est qu’elle doit dépasser le stade stato-national tout en conservant les Etats-nations, leurs prérogatives et leurs identités. Comment peut-on concevoir une identité européenne en conservant ces Etats-na-tions? En reproduisant le modèle de l’Etat-nation à une échelle continentale ou en le subvertissant? Et comment prendre en compte dans cette identité européenne les évolutions présentes et à venir, notamment les évolutions de population liées à l’immigration d’origine non europeenne? La situa-tion actuelle est particulièrement complexe puisque

1~7. QUELLE UNITÉ DANS QUELLE DIVERSITÉ? A LA RECHERCHE DE L’IDENTITÉ EUROPÉENE. ANNE-MARIE THIESSE.

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ANNE-MARIE THIESSECENTRE NATIONAL DE LA RECHERCHE SCIENTIFIQUE - CENTRE DE SOCIOLOGIE CONTEMPORAINE, PARIS

la mondialisation restreint fortement le pouvoir et la souveraineté des Etats tout en réactivant l’atta-chement des populations à la structure stato-natio-nale, qui semble la plus apte à protéger les droits individuels.

LE MODÈLE DE L’ETAT-NATION

La forme Etat-nation est relativement ré-cente dans l’histoire européenne, puisqu’elle a été réalisée à partir du 19° siècle, mais elle est déter-minante pour les conceptions contemporaines de l’unité et la diversité.

A l’époque pré-nationale, comme l’a rap-pelé Ernst Gellner (Gellner, 1983), les frontières des Etats variaient fréquemment en fonction de l’histoire dynastique, militaire et des alliances. Un Etat pouvait même être plus ou moins durablement constitué de territoires disjoints. Une très grande diversité culturelle existait au sein d’un même Etat. Les cultures et langues de l’élite étaient souvent communes à plusieurs Etats. Les cultures popu-laires étaient souvent fortement différenciées mais leur diffusion ne correspondait pas nécessairement à des espaces clairement cartographiables. Beau-coup d’espaces géographiques étaient, du point de vue culturel et juridique, des enchevêtrements de populations. D’un autre côté, des aires assez vastes couvraient des cultures locales à la fois différenciées mais présentant des similarités: en quelque sorte, des espaces de diversités en conti-nuité. Certains Etats européens, mais pas tous, présentaient une unité religieuse après expulsion ou conversion forcée des «minoritaires» (l’Espa-gne après la Reconquête, la France après l’expul-sion des Huguenots, les Etats allemands après la Guerre de Trente ans). Le christianisme, dominant en Europe, ne donnait pas au continent une unité puisqu’il était divisé en religions ennemies qui se considéraient mutuellement comme hérétiques. A l’ère pré-nationale, ce n’était donc pas l’unité de la population mais le pouvoir et sa force de contrôle du territoire qui définissaient l’Etat. Pour employer un terme contemporain, l’Europe, pendant des

siècles, a été multiculturelle, mais cette diversité était simplement un état de fait ; elle n’avait pas de valeur positive ou négative.

L’ère nationale a été le résultat d’un change-ment radical de conception de l’Etat, issu d’un pro-cessus de sécularisation et de rationalisation. Dans la perspective nationale, la souveraineté n’a pas pour origine la volonté divine ni le pouvoir monar-chique, mais la nation elle-même. La nation forme un corps politique qui est le seul détenteur légitime de la souveraineté (cf la déclaration des Droits de l’Homme et du Citoyen de 1789). Cette nouvelle conception du pouvoir a eu une conséquence ma-jeure: le corps politique national devait donc former une véritable unité et être stable. La nation, dans son sens moderne, est donc l’association d’un Etat, d’un territoire clairement et définitivement délimité, et d’une population culturellement homogène. Une telle situation ne correspondait pas à la réalité de l’Europe du 19° siècle mais elle est devenue un idéal. Le passage à l’ère nationale a été un énorme travail de reconfiguration politique et culturelle de l’Europe, qui a progressivement transformé les Etats nationaux en unités culturelles distinctes les unes des autres. Les frontières de l’Etat devaient désormais coïncider avec des frontières culturelles et, le plus souvent, des frontières linguistiques.

Il faut insister sur plusieurs conséquences du processus de nationalisation en Europe qui sont extrêmement importants pour comprendre la situation actuelle:

1) les nouvelles unités nationales ont été imaginées comme des êtres collectifs, existant depuis un passé très lointain. Les histoires nationales ont donc projeté rétrospectivement sur le passé européen les rapports modernes entre unité et diversité.

2) Une caractéristique du passage au stade national en Europe est le caractère trans-national du processus de nationalisation (Thiesse, 2009). Les nouvelles unités na-tionales ont été constituées par de nom-breux transferts culturels internationaux.

2~7. QUELLE UNITÉ DANS QUELLE DIVERSITÉ? A LA RECHERCHE DE L’IDENTITÉ EUROPÉENE. ANNE-MARIE THIESSE.

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Il y a une sorte de paradigme européen des identités nationales, élaboré pro-gressivement au 19° siècle. Le sociolo-gue Orvar Löfgren (Löfgren, 1989) avait parlé de check-list identitaire des nations modernes: leur diversité est en quelque sorte standardisée.

3) La réalisation de l’unité nationale a mo-bilisé énormément d’énergies intellec-tuelles, artistiques, pédagogiques et politiques pendant deux siècles. L’idéal de l’unité nationale a été fortement as-socié à des objectifs de modernisation et de rationalisation, même si la nouvelle culture nationale était déclarée extrême-ment ancienne et traditionnelle. L’unifica-tion nationale a dévalorisé ou supprimé des cultures populaires ou locales anté-rieures. L a formation de l’unité nationale a donc créé, souvent à partir de critè-res linguistiques, des «minorités» et des «diasporas» dont le statut est devenu un facteur majeur des conflits politiques. Toutefois, une relative prise en compte de la diversité interne à la nation a été acceptée. Cette diversité interne a même été valorisée dans une seconde phase du processus de construction nationale. En Europe occidentale, dans le dernier quart du 19° siècle, la représentation de la nation comme «une unité riche de sa diversité» a été fréquente. Cette insistance sur la richesse de la diver-sité correspondait à des valorisations économiques, touristiques, esthétiques des régions. Reconnaître la diversité du territoire –en termes de paysages, de cultures- avait aussi une fonction idéo-logique: elle permettait de représenter métaphoriquement la diversité sociale comme une mosaïque harmonieuse de différences complémentaires. La diver-sité sociale était alors interprétée en termes de complémentarité et non de luttes des classes. Du coup, la phase de construction nationale correspondant à l’intégration des masses populaires dans la nation (politique, sociale) a été dans bien des cas une période de célébration régionaliste. (Applegate, 1999 ; Confino, 1997; Seixas, 2001, ; Storm, 2003).

Pour résumer les transformations produites à l’ère nationale, on peut dire qu’elles ont abouti à une carte de l’Europe de type puzzle, où cha-que pièce est supposée former une unité, bien différente des unités voisines, et cela depuis les temps les plus anciens. Les bénéfices de cette conception politique sont évidents: la croyance des individus en l’appartenance à une communauté stable, solidaire, unitaire a permis la modernisa-tion du politique, la création d’un espace public, le développement de droits civiques et sociaux, la démocratisation et une relative redistribution des ressources. L’autre versant est aussi bien connu: les concurrences économiques entre nations, as-sociées à des nationalismes exacerbés, ont ra-vagé le continent par des guerres effroyables, les dictatures anti-démocratiques ont mobilisé les nationalismes, des génocides et des «nettoyages ethniques» atroces ont été commis.

QUELLE UNITÉ POUR L’UNION EURO-PÉENNE?

L’Union européenne, telle qu’elle s’est constituée dans sa première forme après la Secon-de guerre mondiale et dans le cadre de la guerre froide était d’abord un marché commun de démo-craties libérales. Son unité était fondée sur des va-leurs idéologiques, des principes économiques et un objectif de pacification entre ses composantes, notamment le couple franco-allemand. La question de l’unité et de la diversité dans le domaine culturel n’était pas véritablement posée. Mais la fin de la guerre froide, les guerres en ex-Yougoslavie et la potentialité d’autres affrontements nationalistes en Europe ont conduit à un élargissement extrême-ment rapide de l’Union européenne, accompagné d’un accroissement important de ses compéten-ces. C’est seulement alors, à partir des années 1990, qu’une série de questions nouvelle ont été alors posées: comment définir cette structure po-litique à échelle continentale? Quelle citoyenneté pour cette structure? peut-on, doit-on parler d’iden-tité européenne?

Ironiquement, le principal modèle de réfé-rence disponible pour cette nouvelle structure su-pra-nationale, était le modèle national. Le modèle national, développé depuis le 19° siècle, s’était généralisé comme la forme la plus «normale» du

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politique et elle était associée à la démocratie et l’économie de marché. Donc les premières tentati-ves pour penser l’identité de l’Union élargie ont es-sayé de transposer à l’échelle supra-nationale les principes qui définissent sur le plan culturel l’Etat-nation. Dans les années 1990, des opérations ont été lancées pour essayer de définir une culture européenne unitaire: une histoire européenne, une littérature européenne, des «lieux de mémoire» européens etc. Très vite, la recherche d’une unité européenne s’est heurtée à l’obstacle omniprésent de la diversité nationale. Par exemple: écrire une histoire européenne unitaire est à peu près impos-sible puisque que le passé européen a été com-plètement nationalisé, de même que la littérature, la musique, les paysages, les monuments, etc. Les billets de l’euro, à la différence des anciens billets nationaux, ne représentent pas des héros, des monuments historiques célèbres ou des paysages: ils sont illustrés par des ponts (symbole de lien) et des fenêtres (symboles d’ouverture) inspirés de styles historiques (ouest)-européens mais qui ne reproduisent pas des monuments réels, puisque la réalité est totalement nationalisée. En outre, la dé-termination d’une identité européenne qui ferait de l’Europe un espace bien distinct des espaces voi-sins, avec des frontières politiques coïncidant avec des frontières culturelles, selon le modèle national, est une source de conflits insolubles. La définition de l’unité européenne par la culture chrétienne –ou judéo-chrétienne - correspond à certaines concep-tions politiques: elle permet d’exclure la Turquie et éventuellement d’affirmer que l’Islam n’a pas sa place dans l’identité européenne. Mais cette défi-nition pose alors la question de l’ouverture légitime de l’U.E. à la Russie (et à la Moldavie, Ukraine, Biélorussie). Surtout, cette définition religieuse de l’Europe ne prend pas en compte le processus de sécularisation engagé à l’ère nationale. La véri-table particularité de l’Europe actuelle en matière religieuse, c’est une forte déchristianisation, qui co-existe avec l’expression des religions des popu-lations venues d’autres continents.

LA DIVERSITÉ COMME CARACTÉRISTI-QUE DE L’UNION EUROPÉENNE

Dans un deuxième temps, à partir des an-nées 2000, la recherche de l’identité européenne a été réorientée, avec insistance sur la diver-

sité. Cette approche des rapports intra-européens avait été esquissée dès les années 1980 au sein du Conseil de l’Europe, institution plus particulière-ment en charge des questions culturel-les. La «Résolution (85) 6» Sur l’Identité Culturelle Européenne (adoptée par le Comité des Ministres du Conseil de l’Europe le 25 avril 1985 lors de sa 76e Session)

(https://wcd.coe.int/wcd/com.instranet.Ins-traServlet? command=com.instranet.CmdBlobGet&InstranetImage=605065&SecMode=1&DocId=686332&Usage=2), indiquait déjà que «l’unité dans la diversité fait la richesse du patrimoine culturel européen commun. Dès cette période, s’amorçait un passage du multiculturel vers l’interculturel. Commençait alors à se développer l’idée que l’Eu-rope, juxtaposition de différences, devait évoluer par l’interaction et le dialogue entre ces différen-ces.

D’autre part, la nouvelle sensibilité écologi-que développée depuis la fin du 20° siècle a in-fluencé aussi le domaine culturel. Au 19° siècle, la disparition de langues ou de cultures a été souvent considérée comme une avancée de la modernité et un progrès de la civilisation. Mais aujourd’hui ces disparitions sont considérées comme des pertes pour l’humanité. La Charte européenne des Lan-gues régionales ou minoritaires, en 1992, (http://conventions.coe.int/treaty/fr/Treaties/Html/148.htm) insiste sur la nécessité de les protéger (il faut rappeler qu’elle concerne exclusivement les langues minoritaires «autochtones» et exclut les langues des migrants) en précisant:

«Considérant que la protection des langues régionales ou minoritaires historiques de l’Europe, dont certaines risquent, au fil du temps, de dispa-raître, contribue à maintenir et à développer les traditions et la richesse culturelles de l’Europe.»

L’UNESCO a établi en 2001 une convention sur la diversité culturelle (http://unesdoc.unesco.org/images/0014/001429/142919f.pdf) qui a été ra-tifiée par l’Union européenne en décembre 2006.

Les conceptions de l’Union européenne correspondent désormais à une double détermi-nation:

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- préserver la diversité: non seulement les diversités nationales, mais aussi les diversités «sub-nationales» que le modèle de l’Etat-nation n’avait pas vraiment res-pectées.- développer un patrimoine commun par interaction, rencontres et fécondation mu-

tuelle des diversités anciennes et récentes.

La Charte des droits fondamentaux (http://www.europarl.europa.eu/charter/pdf/text_fr.pdf), contraignante depuis le 1er décembre 2009, indi-que donc dans son préambule:

«Les peuples de l’Europe, en établissant entre eux une union sans cesse plus étroite, ont décidé de partager un avenir pacifique fondé sur des valeurs communes. (…) L’Union contribue à la préservation et au développement de ces valeurs communes dans le respect de la diversité des cultures et des traditions des peuples de l’Europe, ainsi que de l’identité nationale des Etats mem-bres.»

Ce programme est très conciliateur. Mais il pose une série de problèmes puisqu’il a pour ambition de faire co-exister des conceptions de l’unité et de la diversité extrêmement hétérogènes, plutôt contradictoires et appartenant à des âges politiques et sociaux complètement différents. Le processus multiforme de la mondialisation suscite sur le continent européen de violentes réactions de défense: elles s’expriment parfois par des mouve-ments nationalistes, hostiles à l’Union européenne, souvent xénophobes et anti-immigrés. Cela peut entraîner aussi des revendications nationalistes séparatistes (Padanie, Belgique, Basques).

Il faut souligner aussi que l’investissement politique dans la détermination d’une identité euro-péenne, au niveau des Etats-membres ou de l’Union, reste faible. Il n’y a pas non plus d’enga-gement intensif des intellectuels et artistes pour élaborer une culture commune européenne. Au 19° siècle, l’investissement de ces milieux avait été décisif pour créer des cultures nationales. Les associations (sociétés savantes, touristiques, sportives, récréatives), formes alors naissantes de l’organisation moderne des citoyens, avaient joué un rôle décisif dans la diffusion des nouvelles cultures nationales. En fait, depuis 2000, l’Union

Européenne finance des programmes soutenant les initiatives venant des milieux artistiques, des associations et des autorités locales pour faire naître une culture européenne vivante, fondée sur les échanges et les mises en réseaux. C’était l’objet principal du programme Culture 2000 qui a fonctionné de 2002 à 2006 (le budget alloué, 236.5 millions d’euros, représentait 0,1% du budget de l’UE). La mobilité transnationale des artistes et des professionnels de la culture a été une des priorités des programmes «Culture» depuis 2000, avec un double but: enrichir l’espace culturel partagé par les Européens et inciter à la citoyenneté euro-péenne active.

Pour le grand public existent aussi des programmes dédiés à l’objectif de construction d’une culture commune respectueuse des diver-sités. Parmi ce type de programme, il faut citer les «Itinéraires culturels», qui ont commencé en 1987 sous les auspices du Conseil de l’Europe (http://www.coe.int/t/dc/files/events/itineraires). L’idée explicite est de montrer au moyen de voyages dans l’espace et dans le temps que les différents pays d’Europe, malgré leurs frontières, forment des continuités et ont un patrimoine cultu-rel commun. Les continuités de l’ère pré-nationale ont donc été exhumées et mises en valeur. Le premier itinéraire culturel constitué a été celui des «Chemins de Saint-Jacques de Compos-telle» (références Internet): le vieux pèlerinage médiéval, renouvelé, connaît un énorme succès, sans doute parce qu’il correspond à des attentes et des pratiques actuelles des Européens: retour vers la nature, recherche de l’effort physique sans compétition, spiritualité et rencontres d’autres pè-lerins). Les autres itinéraires (références Internet) sont moins connus, même s’ils ré-organisent et développent l’offre touristique et culturelle. A l’été 2010, lorsque le gouvernement français a pris des mesures répressives contre les Roms, très commentées en France et en Europe, nul n’a évoqué l’Itinéraire culturel «Héritage des Roms» qui devait être inauguré a Strasbourg très peu de temps après (http://www.coe.int/t/dg4/cultureheri-tage/culture/routes/roma_en.asp).

Un autre programme, lancé en 1985, connaît un large succès. Il s’agit du programme «Capitales européennes de la Culture». La première ville cou-ronnée fut Athènes, mais actuellement chaque an-

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née deux villes européennes –en général des villes qui ne sont pas des capitales nationales- sont célé-brées pendant 12 mois. (http://ec.europa.eu/cultu-re/our-programmes-and-actions/doc443_fr.htm).

Les villes candidates au titre doivent prépa-rer un programme culturel remplissant des critères précis ayant trait à la dimension européenne de la manifestation et à la participation de ses citoyens. La dimension européenne s’illustre à travers les thèmes retenus et la coopération entre artistes et opérateurs culturels de différents pays amenés à travailler ensemble à l’occasion de la mani-festation. Le programme doit en outre avoir des effets durables et contribuer au développement culturel, économique et social à long terme de la ville. Depuis 2007, la dimension interculturelle des projets est officiellement un élément décisif dans la sélection des villes. Les villes retenues récemment sont:

- 2009, Linz et Vilnius - 2010: Essen, Pécs et Istanbul- 2011: Turku et Tallinn - 2012: Maribor et Guimarães- 2013: Marseille et Kosice- 2014: Riga, Umea - 2015: Mons, Plzen

En mai 2007, la Commission a proposé «un Agenda européen de la Culture» axé sur trois grands objectifs communs: la diversité culturelle et le dialogue interculturel, la culture en tant que catalyseur de la créativité et la culture en tant qu’élément essentiel des relations internationales. Le programme Culture 2007-2013 prolonge le pro-gramme Culture 2000 avec les mêmes objectifs et un budget à peine supérieur (400 millions d’euros pour 7 ans) (http://ec.europa.eu/culture/our-pro-grammes-and-actions/doc411_fr.htm). D’autre part, l’année 2008 a été déclarée année européenne du dialogue interculturel (budget accordé: 10 millions d’euros). L’objectif explicite était de sensibiliser tous les citoyens de l’Union européenne, en particulier les jeunes, à l’importance du dialogue interculturel dans leur vie quotidienne et à la citoyenneté euro-péenne active. Fin 2008, le Parlement européen a adopté une nouvelle ligne budgétaire (d’un montant de 1,5 million d’euros) pour le budget de 2009, au titre de la poursuite du projet pilote sur la mobilité artistique mis en chantier en 2008. Parmi les projets bénéficiant de financement, on trouve:

- “e-mobility” “A project held by the Pépinières européennes pour jeunes artistes, e.mobility builds a vast pan-European network dedicated to young creation via an interactive community pole developed on the Internet. It facilitates ex-changes between different actors, artists and places, amplifies the offer with new proposals and enables as many artists as possible to access mobility.”

( h t t p : / / w w w . a r t 4 e u . n e t / a r t 4 e u .php? page=article_en&id_secteur=32&id_rubrique=152&id_article=799&aff=152)

- “Space”: “Supporting Performing Arts Cir-culation in Europe, Pilot Project for Artist Mobility, December 2008 – November 2011. The SPACE project’s objective is to give priority to the mobility of arts productions and to combine cultural mobility with cultural diversity, European citizenship and investing in emerging generations”

(http://www.spaceproject.eu)

- “Practics”: “See Mobile See Practical is a 3-year project coordinated by the Finnish Theatre Information Centre which joined forces with ten other cultural organisations from six EU-countries with the aim to facilitate the provision of information about EU cross-border mobility in the cultural sector.”

(http://www.practics.org/)

- “Changing room”: “Changing room is a two-year pilot project by Trans Europe Halles looking for new ways of stimulating cross-border mobility of cultural operators.”

(http://teh.net/CHANGINGROOM/tabid/200/Default.aspx).

Quels sont les effets de ces nouvelles prati-ques institutionnelles concernant l’unité et la diversi-té? Il est certain que les itinéraires culturels, les villes sélectionnées comme capitales européennes, les artistes et les associations financés bénéficient d’une valorisation importante, avec des conséquences éco-nomiques intéressantes et une dynamique culturelle durable. Mais est-ce que cette démarche est efficace pour renforcer une citoyenneté européenne active, ce qui est un des objectifs prioritaire des politiques me-nées? C’est beaucoup moins certain. Les Européens, sur le plan culturel, sur celui des valeurs morales et idéologiques, des modes de vie et de consommation sont aujourd’hui beaucoup plus semblables qu’ils le furent dans les siècles précédents. Mais cela ne suffit pas à constituer un sentiment d’appartenance suffi-

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samment fort à un espace politique solidaire. Le rejet du Traité constitutionnel, lorsqu’il a été soumis à référendum en 2005, de même que les sondages récents, montrent que le sentiment d’appartenance nationale est placé pour une majorité d’Européens avant le sentiment d’appartenance européenne. La culture, comme l’avait bien montré l’ère

nationale, est indispensable à la transformation poli-tique. Mais elle ne peut pas, à elle seule, compenser les défaillances du politique. Or la période actuelle est caractérisée par un déficit de projets politiques de longue portée et à dimension internationale. La crise en cours, engendrée par le libéralisme dérégulé dans le contexte de la mondialisation, fait clairement ap-paraître le déficit d’un pouvoir politique démocratique en phase avec la nouvelle situation. Les élections en Europe montrent bien qu’une partie importante des populations n’ont pas confiance dans des structures supra-nationales pour garantir le droit et la solidarité. Elles espèrent au contraire qu’un Etat-nation plus authentique, «plus pur» sera plus efficace pour proté-ger ses ressortissants. On connaît les conséquences: des revendications de partition dans des Etats jugés anormalement pluri-nationaux, ou bien des reven-dications d’expulsions de populations immigrées, déclarées responsables des problèmes actuels des populations européennes. En mai 2007 avait été créé en France un Ministère de l’Identité nationale, qui a organisé pendant l’hiver 2009 un «Grand Débat sur l’Identité nationale», très éloigné dans ses principes de l’interculturalité et de «l’unité dans la diversité». Les dirigeants politiques des pays européens oscillent entre traitement européen et traitement national des problèmes L’évocation d’une possible fin de l’euro, ou l’exclusion hors de l’Union européenne de pays à déficits budgétaires excessifs, font craindre que la définition de l’unité européenne dépende maintenant plus des «agences de notation» que des Européens eux-mêmes.

L’Europe est-elle autre chose qu’un magnifique et ambitieux paquebot avec un équipage divisé et des canots de sauvetage nationaux? C’est le défi actuel posé aux Européens qui doivent en urgence prouver leur solidarité pour affronter les périls communs.

RÉFÉRENCES BIBLIOGRAPHIQUES

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5~19. EL PROYECTO EUROPEÍSTA DEL NACIONALISMO VASCO EN PERSPECTIVA HISTÓRICA. LEYRE ARRIETA ALBERDI.32

SOBRE LA IDEA DE LA EUROPA DE LOS PUEBLOS EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS (1918-1939)

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L os diversos movi-mientos naciona-listas que nacieron o se desarrollaron durante el período de entreguerras

en Europa Occidental com-partían una autopercepción de sus naciones muy diferente de la albergada por los repre-sentantes políticos de las mi-norías nacionales de Europa Oriental. Aunque su situación objetiva tendiese en algunos aspectos a ser similar (por ejemplo, en lo referente a la negación o insuficiencia de derechos culturales y lingüís-ticos), la imagen que los na-cionalistas periféricos de Oc-cidente hacían de sí mismos no los emparejaba con los ale-manes de Transilvania o los

ucranios de Polonia, sino que implícitamente les llevaba a establecer paralelismos con luchas de li-beración nacional triunfantes que creían semejan-tes a la suya: movimientos nacionalistas en pugna por su independencia contra un Estado opresor, como habían sido los irlandeses o, con anteriori-dad a la I Guerra Mundial, checos y polacos. La adaptación de los nacionalistas catalanes, vascos o gallegos a organizaciones como el Congreso de Nacionalidades Europeas (CNE) fundado en 1925 no fue sencilla. Solo en el caso de los catalanistas se registró una aportación contínua y relevante a los debates teóricos del movimiento nacionalita-rio centroeuropeo, dominado por la cosmovisión e intereses de las organizaciones políticas de las minorías étnicas germanas, magiares, judías y eslavas de Europa centro-oriental. En el caso de los gallegos y, sobre todo, los vascos, los mitos internacionalistas y las propias bases doctrinales de un movimiento nacionalista “sin Mutterland” hallaban una muy problemática plasmación en plataformas comunes con minorías nacionales de Europa centro-oriental1.

1~13. SOBRE LA IDEA DE LA EUROPA DE LOS PUEBLOS EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS (1918-1939). XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS.

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XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

En el Estado francés se registraron intentos de imponer una dinámica de actuación común en-tre los movimientos nacionalistas bretón, alsaciano y corso —y sólo secundariamente, occitano—, que en ciertos aspectos se asemejaba al movimiento de las minorías nacionales centroeuropeas2. Con todo, los intentos de articulación de una “coordina-ción” europea de las nacionalidades occidentales, y en primer lugar de las del Estado francés, for-maban parte de una suerte de tendencia natural de todos los movimientos nacionalistas a buscar la solidaridad exterior de otros movimientos simi-lares para conseguir objetivos comunes, aunque a la postre tales alianzas tiendan a fracasar debido a la divergencia de intereses y a la consabida dificul-tad de los nacionalistas para entenderse entre sí. Alianzas “paneuropeas” de movimientos naciona-listas sin Estado en Europa Occidental habían sido concebidas por los más variopintos actores a lo lar-go del siglo XIX. Ya Giuseppe Mazzini, partiendo de su asociación Giovane Italia (fundada en 1831) promovió los ideales de nacionalismo democrático y republicanismo y su visión de un nuevo orden in-ternacional basado en la coexistencia pacífica de naciones libres. Con ese fin, contribuyó a la apa-rición de una Joven Irlanda, Joven Polonia, Joven Serbia, etc., y estableció relaciones regulares con los líderes nacionalistas de varios pueblos de Aus-tria-Hungría y del Imperio Otomano, con el utópico objetivo de promover una revolución nacionalista común3.

En el ámbito ibérico, existieron varias ten-tativas de coordinación entre nacionalistas galle-gos, vascos y catalanes, desde las iniciativas de Cambó en 1917/19 y la Triple Alianza de 1923 a la alianza Galeuzca en 1933-344. Durante la dictadura de Primo de Rivera, los líderes catalanistas Fran-cesc Macià y Gabriel Cardona dieron pasos en el exilio entre 1923 y 1926 para fundar una Liga de Naciones Oprimidas, aspirando a un utópico apo-yo irlandés, y que se encuadraría dentro del típico mundo de alianzas más o menos fantasiosas entre los exiliados políticos de nacionalidades y los ser-vicios secretos de diferentes países en ciudades como París, Londres, Berlín o Viena5. Los actores

involucrados en ese tipo de alianzas podían ser políticamente muy diversos. Como precedente pa-radigmático, que además se inspiraba en las espe-ranzas despertadas por el nacimiento de la Socie-dad de Naciones, podemos mencionar el proyecto del fascista italiano Gabriele d’Annunzio para crear una Liga de Pueblos Oprimidos o Lega di Fiume en 1920, paralela a la SdN y que planeaba reunir des-de los fuorusciti e irredentistas italianos de Fiume hasta nacionalistas egipcios, filipinos, irlandeses y catalanes6. La quijotesca iniciativa de d’Annunzio hacía un uso instrumental y estratégico de las rei-vindicaciones nacionalistas de otros pueblos para defender la anexión de Fiume por parte de Italia. Pero detrás de ello no existía ninguna formulación teórica acerca de la rearticulación de Europa o del mundo con base en nuevos principios que implica-sen el reconocimiento de las aspiraciones naciona-les insatisfechas.

FEDERALISMO, NACIONALISMO Y LA “EUROPA DE LOS PUEBLOS”

A diferencia de Europa oriental, en Europa occidental estaba presente con fuerza una tradi-ción política recurrente a aplicar al campo de las relaciones interétnicas y la organización territorial del Estado, que hundía sus raíces en Pierre-Jose-ph Proudhon y Mazzini: el federalismo. En sus orígenes, el federalismo proudhoniano no era sino un principio de or-ganización de la socie-dad desde su base de manera democrática y voluntaria, de modo que colectividades libres se articulasen según su vo-luntad y mediante pac-tos en un Estado o forma superior de organización común, que con todo no descartaba el peso de los factores étnicos e históricos a la hora de

El escritor bretón Charles Le Goffic (1863-1932) propugnaba así en 1919 que el ideal de la Europa futura habría de ser una Europa de las pequeñas y «auténticas» patrias.

2~13. SOBRE LA IDEA DE LA EUROPA DE LOS PUEBLOS EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS (1918-1939). XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS.

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fijar las unidades federativas7. Esa fórmula fue adoptada por Mazzini, en combinación con el principio de las nacionalidades, como la receta para alcanzar una convivencia internacional armónica: una vez que las au-

ténticas naciones hubiesen adquirido el deseado autogobierno habrían de coexistir en el futuro en paz, pues ya no habría razón para contenciosos territo-riales8. En el plano de la organización interior del Estado, el principio federa-lista pasó a ser asumido como objeti-vo político, con distintas variantes, por varios movimientos etnonacionalistas que surgieron a finales del siglo XIX, desde el catalanismo o el galleguismo al Félibrige occitano. Este último, bajo la inspiración de su líder carismático, el escritor Frédéric Mistral (1830-1914), propugnaba una reordenación interior del territorio francés en la que se com-binaban provincias o regiones étnicas y adminis-trativas, pero que en todo caso debía implicar un respeto a la lengua y tradiciones culturales de las nacionalidades. De ese federalismo interior se pa-saría a la federación internacional.

La fórmula federal era asumible por muy distintos protagonistas, y podía adoptar diversas gradaciones. El movimiento regionalista francés, articulado en la Fédération Régionaliste Française [FRF] de Jean Charles-Brun (1870-1946), defendía así en su programa algunas fórmulas de autono-mía local o regional a nivel político a comienzos del siglo XX9. Pero, a la vez, de él surgían ideas y es-tímulos que impregnaban las reivindicaciones, en un principio de naturaleza cultural, de los diversos movimientos nacionalistas periféricos también aso-ciados a la FRF, como la Union Régionaliste Bre-tonne. Algunos círculos regionalistas agrupados en la Société Proudhon avanzaron en 1919-20 la idea de una reordenación internacional del continente con base en demarcaciones étnicas “auténticas”, y no en las fronteras de los Estados existentes. Era una propuesta que pretendía llevar a sus últimas consecuencias los postulados idealistas —la de-fensa del principio de las nacionalidades— difun-didos durante la Iª Guerra Mundial por los conten-dientes como arma de propaganda, y que sólo en

parte fueron aplicados en Versalles10. El escritor bretón Charles Le Goffic (1863-1932) propugnaba así en 1919 que el ideal de la Europa futura habría de ser una Europa de las pequeñas y «auténticas» patrias11. Ahí surgió una división de los regionalistas franceses —hasta entonces mayoritariamente partidarios de una simple descentrali-zación administrativa— entre un sector “tradicional”, que siguió fiel al legado de Charles-Brun y la FRF y publicó el ór-gano L’Action Régionaliste, y una rama “federalista” disidente, cuya mejor ex-presión fue el antiguo socialista y sindi-calista Eugène Poitevin y su revista Le Fédéraliste, que desde 1921 se convir-tió en una tribuna de diálogo y apertura del federalismo proudhoniano hacia los nuevos principios avanzados por los nacionalistas bretones y corsos.

La FRF, un grupo de presión que pretendía influir de modo transversal en los partidos políticos franceses a favor de la adop-ción de su programa descentralizador, desarrolló en los años siguientes a la Gran Guerra una gran actividad propagandística, apoyada por ejemplo desde el Parlamento francés por el diputado ra-dical Jean Hennessy. Esa actividad coincidía con la cierta expansión tras el conflicto de un regiona-lismo “económico”, que proyectaba la división de Francia en unidades administrativas regionales que se suponía —como la guerra había demostra-do— que serían más eficaces desde un punto de vista administrativo y funcional. Sin embargo, esta corriente federalista, además de pecar de falta de articulación interna, era incapaz de llegar a una síntesis entre las reivindicaciones etnonacionalis-tas en Bretaña u Occitania y el principio federal. La existencia del Estado nacional tampoco era puesta en cuestión12.

Lo mismo se podría afirmar de las corrien-tes más radicales del federalismo durante los años treinta, precursores directos del europeísmo fe-deral de la década de 1950, especialmente la co-rriente del personalismo no-conformista, seguidor del “principio de subsidiaridad” y del llamado fede-ralismo integral, que cuestionaba la intangibilidad del Estado-nación y asociaba el principio federal a

El federalismo no-conformista y “revolucionario” se declaraba neutral en el eje izquierda-derecha, y en su búsqueda de una alternativa al Estado liberal cayó en algunos momentos en una cierta fascinación por algunos aspectos del fascismo y su oposición a la “comedia” del parlamentarismo.

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descentralización y sindicalismo13. Nucleados alre-dedor de la revista Esprit de Emmanuel Mounier desde 1930, en algunos de sus integrantes —por ejemplo, el católico de izquierda y prodhouniano Alexandre Marc (1904-2000), una de las figuras principales del movimiento federalista europeo de postguerra— se dieron tímidos pasos teóricos hacia la conciliación de un todavía confuso regionalismo étnico con el principio federal a escala europea14. Igualmente, en el núcleo federalista y europeísta agrupado alrededor de la revista L’Ordre Nouveau figuraba uno de los primeros abanderados del ideal de la “Europa de los Pueblos”, el filósofo suizo De-nis de Rougemont (1906-1985). El federalismo no-conformista y “revolucionario” se declaraba neutral en el eje izquierda-derecha, y en su búsqueda de una alternativa al Estado liberal cayó en algunos momentos en una cierta fascinación por algunos aspectos del fascismo y su oposición a la “come-dia” del parlamentarismo. Pretendía reactualizar el corporativismo a través de un regionalismo de ins-piración maurrasiana, impregnado ahora de espiri-tualismo individualista, que habría de llevar a una “Europa de las patrias” definida de modo bastante vago15. Ambos tipos de federalismo —el clásico hamiltoniano y descentralizador-administrativo, y el “revolucionario”, que también tenía en cuenta los elementos de índole órganico-historicista a la hora de definir las unidades territoriales a federar— po-dían combinarse en aparente armonía apelando a las comunes bases teóricas de Proudhon. Y, asi-mismo, en alguna de sus manifestaciones el fe-deralismo integral abogaba por una federalización de Europa y del mundo cuya base constitutiva no fuesen necesariamente los Estados, sino las “re-giones” y las “patrias” naturales16.

El puente teórico entre el primigenio fede-ralismo internacionalista de la Société Proudhon y las concepciones europeístas de los movimien-tos etnonacionalistas, e incluso con la problemá-tica europea de las minorías nacionales, fue el núcleo “federalista disidente” del Foyer d’Études Fédéralistes, liderado por Eugène Poitevin desde 1919, que editó desde 1921 la modesta revista Le Fédéraliste. Este órgano se situaba en la fronte-ra de ciertos grupos sindicalistas revolucionarios (L’Homme réel, Révolution prolétarienne, Combat syndicaliste), y en sus páginas colaboraron fede-ralistas occitanos como Charles Camproux, Jean Lesaffre y François Jean-Desthieux, y nacionalis-

tas bretones17. Poitevin defendía en pri-mer lugar la reordenación territorial de Francia en sentido federal, con base en las nacionalidades existentes en su in-terior, que en un estadio posterior debía unirse a una Federación Europea en la que los derechos de las nacionalidades hallasen un reconocimiento satisfactorio. La SdN era considerada como el primer paso para esa fe-deración. Así, se conjugaba el wilsonismo nacio-nalitario pro-SdN que se había propagando entre varios movimientos nacionalistas de Europa Occi-dental durante la Guerra Mundial con los principios federalistas. En febrero de 1936, el Foyer d’Études Fédéralistes publicó un número de una efímera re-vista mensual titulada Les Patries de France18.

El federalismo era contemplado como una solución al problema de las nacionalidades a es-cala europea. Pero también implicaba una fórmula de autonomía territorial, aplicable a nacionalidades compactas, a diferencia de la fórmula de la auto-nomía cultural y el Estado anacional, propugnado como fórmula ideal por el movimiento nacionalitario centroeuropeo para áreas de poblamiento étnico mixto y entremezclado como Europa oriental. Fue el nacionalismo bretón el que más intentó profun-dizar en la dimensión internacionalista de su con-cepción federalista para el interior de Francia, lo que fue realizado no sin tensiones con los sectores más panceltistas dentro del movimiento bretón o Emsav.

Desde principios de la década de 1920, el ór-gano principal del nacionalismo bretón, el semana-rio Breiz Atao, mostró un notable interés por situar la reivindicación bretona dentro de un universo de “naciones en lucha”, de modo semejante a como lo había hecho en Cataluña Antoni Rovira i Virgili o en Euskadi Luis de Eleizalde. Un primer objeto de atención fueron las estrategias políticas de los mo-vimientos nacionalistas triunfantes, desde la India hasta Letonia, además del papel preponderante atribuido a Irlanda19. El interés por los movimien-tos nacionalistas exitosos se conjugaba con los intentos de establecer una relación y coordinación con otros movimientos nacionalistas de Europa Occidental, estimulados además por los contactos que ya existían entre Breiz Atao y el nacionalis-mo flamenco. En 1925 el arquitecto y brétonnant federalista Morvan Marchal (1900-1963) lanzó la

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propuesta de constitución de un Comité Internacional de Minorías Nacionales que integrase a los movimientos flamenco, cor-so, escocés, galés y vasco, con el fin de formar una suerte de “internacional” de los oprimidos, «verdadero sindicato de las na-ciones pobres, de los pueblos sometidos,

aniquilados»20. Los argumentos de Marchal eran todavía confusos, y no incluían un acercamiento al paraguas protector de la SdN. El líder bretón de-finió su propuesta unos meses más tarde: el pro-grama de una entente de nacionalidades habría de ser el federalismo internacional, único sistema de organización política que instauraría una era de libertad y paz basada en el respeto a las naciona-lidades21. La orientación federalizante del bretonis-mo se acentuó tras la incorporación en 1926 del músico y escritor Maurice Duhamel (1884-1940), quien provenía de la vertiente más izquierdista del movimiento bretón. Breiz Atao adoptó desde ju-nio de ese año en su cabecera el lema «la revista mensual del nacionalismo bretón y del federalismo internacional»22.

Los acontecimientos que tuvieron lugar en Alsacia en 1926 llevaron a los diferentes naciona-lismos minoritarios del Estado francés a buscar fórmulas más efectivas de coordinación común. La represión de las autoridades francesas contra los autonomistas, que instigaban la agitación popular contra las medidas de laicización del Gobierno de París, marcó el inicio de la aproximación entre los diferentes movimientos nacionalistas del Hexágo-no, acentuado tras el proceso contra varios dirigen-tes y militantes del Partido Autonomista de Alsacia y Lorena [Elsaß-Lothringisch Autonomisten Partei, ELAP] que tuvo lugar en Colmar en mayo de 1928. También tuvieron influencia algunos factores exter-nos. Los autonomistas alsacianos, pese a haber mostrado una disposición favorable a participar en el CNE, no fueron invitados a tomar parte en sus

labores, ya que el Ministerio Alemán de Exteriores no deseaba complicaciones en sus relaciones con Francia, al igual que tampoco lo fueron los breto-nes, pese a asistir a los congresos de nacionali-dades de Ginebra como observadores23. Existían además reticencias teóricas por parte del CNE a aceptar nacionalidades consideradas dudosas y todavía en proceso de consolidación, que debe-rían “evolucionar” en su proceso de concienciación social, política y cultural para ser admitidos en un futuro24.

Bretones y alsacianos tomaron entonces otra iniciativa. Tras el congreso del Parti Autono-miste Breton (PAB) en Rosporden en 1927, al que asistieron representantes alsacianos, flamencos, corsos, galeses y escoceses, tuvo lugar en sep-tiembre del mismo año la fundación en Quimper del Comité Central de las Minorías Nacionales de Francia [Comité Central des Minorités Nationales de France, CCMNF]. En él participaban el Partido Autonomista Corso [Partitu Corsu Autonomista, PCA], el PAB y el ELAP25. En el acto estaban tam-

bién representados los nacionalistas flamencos, así como Eugène Poitevin. Como expresaba el manifiesto fundacional del Comité, las ideas que lo inspiraban eran de pura raigambre occidental, a saber: la afirmación del federalismo como solución al problema nacional.

La doctrina a la que recurre el CCMNF se basa en el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos y en el federalismo internacional. A los Estados modernos, basados en la fuerza [...] de-seamos contraponer una federación de los pue-blos, en la que cada nacionalidad podrá determinar su propio estatuto político y perseguir su desarrollo cultural según sus tradiciones y sus tendencias, pero cuya unidad económica será asegurada por la supresión de las aduanas y la práctica del libre

El federalismo era contemplado como una solución al problema de las nacionalidades a escala europea. Pero también implicaba una fórmula de autonomía territorial, aplicable a nacionalidades compactas, a diferencia de la fórmula de la autonomía cultural y el Estado anacional, propugnado como fórmula ideal por el movimiento nacionalitario centroeuropeo para áreas de poblamiento étnico mixto y entremezclado como Europa oriental.

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comercio, pareciéndole esta concepción la única que puede dar a los pueblos los dos bienes esenciales: la libertad y la paz26.

El CCMNF comenzó a publicar un boletín de información y estableció una sede provisional que serviría de coordi-nación entre los tres movimientos nacio-

nalistas signatarios del acuerdo fundacional. Ni occitanistas, ni los débiles grupos catalanistas y nacionalistas vascos de Francia se adhirieron al Comité, que estaba sostenido por el activismo in-telectual de los bretones y por los votos obtenidos por los autonomistas alsacianos en las elecciones legislativas de 1928. Con ocasión del proceso de Colmar, el Comité desarrolló una activa labor de propaganda que hizo recaer sobre él las sospe-chas de estar sostenido por el dinero de Berlín. Algunos indicios permiten suponer que una orga-nización revisionista que agrupaba los intereses de los “alemanes étnicos” ahora devenidos ciu-dadanos de otros Estados, la Deutscher Schutz-bund, se hallaría detrás de la iniciativa, a través fundamentalmente de las relaciones existentes entre los comités de exiliados alsacianos en Ale-mania del exiliado Robert Ernst y el movimiento autonomista en Alsacia27. El CCMNF aspiraba a convertirse en el interlocutor del movimiento de las nacionalidades centroeuropeas, y ya en 1928 delegó a Duhamel y al diputado autonomista alsa-ciano Dahlet al IV Congreso de Minorías Nacio-nales de Ginebra, siendo acogidos en calidad de observadores. Pero su ingreso continuó denegán-dose, pese al interés de los círculos intelectuales alemanes interesados en la cuestión de las nacio-nalidades por el nacionalismo bretón y por Alsa-cia, considerada una parte más de la germanidad irredenta28. Tampoco los nacionalistas flamencos y valones fueron aceptados en 1930 como inte-grantes del CNE29. El frecuente interés intelectual y etnográfico por los movimientos nacionalistas flamenco, bretón o escocés por parte de los cír-culos revisionistas alemanes no se traducía en reconocimiento político30.

El PAB, bajo la dirección de Duhamel, reafir-maba con su impulso del CCMNF su opción por una reordenación del continente europeo con base en la federación de las patrias naturales, desde una perspectiva igualitaria y democrática. Así se afirma-ba en la Declaración de Châteaulin, aprobada por el II Congreso del PAB en agosto de 1928:

“Creemos que Europa está destinada a constituir, más tarde o más temprano, una unidad económica [...] Pero estimamos [...] que ésta no se hará por los grandes Estados, cuyo papel histórico habrá acabado, sino por las nacionalidades de las que aquéllos se componen agrupadas según sus afinidades étnicas, lingüísticas y culturales. En ese momento, las verdaderas comunidades nacionales podrán recuperar una independencia que sola-mente limitarán las necesidades de la federación, y pensamos que Bretaña será una de las células de ese nuevo organismo”31.

Semejantes concepciones anidaban en el partido nacionalista corso fundado en 1922 (Par-titu Corsu d’Azione, después Partitu Corsu Auto-nomista, PCA), que en 1932 se hacía eco, en un manifiesto difundido en la prensa de Córcega, de su posición a favor de una aplicación progresiva del federalismo, «para defender la reorganización de Europa mediante la federación de las naciones y no de los Estados»32.

Duhamel expuso de manera pormenorizada sus teorías internacionalistas en su libro La cues-tión bretona en su contexto europeo, publicado en 1929. En él reafirmaba su bretonismo autonomista y federalista, pero diferenciaba claramente los con-ceptos “descentralización” y “regionalismo”, con-siderando el segundo como el reconocimiento de los derechos de las minorías nacionales dentro de un Estado a ver reconocida su especifidad cultural. Propugnaba para Bretaña una autonomía política y administrativa comparable a la de los cantones suizos. Duhamel usaba el término “minoría nacio-nal” como equivalente a nacionalidad, refiriéndose claramente a las definiciones de los Tratados de Minorías. Pero llevaba su reivindicación más lejos. Para el bretón, la Europa de posguerra asistía a dos fenómenos paralelos: por un lado, la aparición de organizaciones internacionales que condiciona-ban las relaciones entre Estados, y por otro lado un «despertar de las nacionalidades» que proclamaba el principio de autodeterminación de los pueblos. Las reivindicaciones de las nacionalidades debían adaptarse a la corriente internacionalista, cuyo es-píritu más puro habían sido las declaraciones del presidente norteamericano Wilson años atrás. La SdN era una “adulteración” de los principios wil-sonianos, al igual que los Tratados de Versalles; pero era la institución de la que tendría que surgir la futura federación europea, a partir de una cesión

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previa de soberanía interior por parte de los Esta-dos integrantes. Así se conciliarían los derechos de los pueblos con la internacionalización de la vida económica y social:

“Primera etapa, pues, el federalismo interior, al estilo suizo o alemán. Y cuando los últimos Esta-dos unitarios de hoy se habrán plegado al régimen federal, cuando la autonomía les habrá privado de toda veleidad, de toda posibilidad de imperialismo, entonces será realizable el federalismo internacio-nal, al estilo americano. [...]

¿En qué se convertirán los Estados en la Federación Europea? Si en algún modo permane-cen en pié, persistirán bajo la forma debilitada e inofensiva que las circunstancias les habrán impuesto [...] Se pue-de creer que la Europa federal despedazará parcialmente los Estados actuales; pero según los límites, esta vez lógicos, de las verdaderas comunidades na-cionales”33.

La posición federalista a ultranza de Duhamel fue motivo de fricción con el “ala dura” del PAB, encabezada por Olier Mor-drel (1901-1985). Esta tenden-cia, defensora de un naciona-lismo integral orientado hacia el panceltismo, predicaba, al igual que el Sinn Féin irlandés, la ne-cesidad de la violencia para “despertar” la Bretaña de su letargo. Ya en el Congreso extarordinario de Rennes (abril 1931), ambas visiones se confronta-ron, agravadas por el fracaso electoral de 1930. Al poco tiempo, en el congreso de Guingamp (agos-to de 1931) se produjo la ruptura definitiva. Por un lado surgió el Parti National Breton de Mordrel (PNB), partidario de un nacionalismo integral y neutro en la cuestión social, pero con ribetes cada vez más autoritarios, y asimismo inclinado hacia la acción de minorías decididas a la irlandesa. Y por otro lado se reagrupó la fracción “federalista” de Duhamel, inclinada hacia la izquierda, con el nombre de Ligue Fédéraliste de Bretagne [LFB], que tuvo una breve vida organizativa34.

El CCMNF entró en una fase de inactividad hasta 1932, cuando la LFB lanzó un llamamiento

a reanimar la coordinación con otras nacionalidades de Francia, respon-diendo esta vez los federalistas occi-tanos y el PCA35. Pero esta resurrec-ción fue efímera, debido a la debilidad organizativa de la LFB, y a que los autonomistas alsacianos, el verdadero motor organizativo de la alianza, ya mostraban escaso interés en ella y dirigían sus ojos hacia la nueva Alemania. El federalismo europeísta de Duhamel tuvo continuadores en la década de 1930, sobre todo, por los núcleos occitanistas de izquierda que eran activos en Marsella, Toulouse y Montpellier bajo el influjo de la izquierda cata-lanista36.

Entretanto, fue particular-mente la revista editada por Poi-tevin Le Fédéraliste la que man-tuvo la bandera del federalismo nacionalitario. El compromiso federal, progresista y pro-nacio-nalitario de Poitevin era patente en su tejido de relaciones políti-cas, que abarcaba desde la LFB hasta los catalanistas de izquier-da, pasando por los núcleos oc-citanistas y los europeístas de L’Esprit. La posición más original de Poitevin, sin embargo, era su sindicalismo de pura raíz proud-honiana, que él concebía como complemento ideal del federalis-mo basado en unidades étnicas:

«Toda la economía a los sindicatos, toda la admi-nistración social a los municipios»37. Esas concep-ciones estaban teñidas igualmente de corporativis-mo, como rezaban los estatutos de la asociación L’Ordre Nouveau: antiimperialismo, federalismo que «no separa a la región, por lo tanto, de la ac-tividad corporativa», y defensa de la corporación, «a la vez una institución descentralizadora, por lo tanto antiestatista, y un medio de reglamentar la producción teniendo en cuenta la naturaleza mis-ma del trabajo y las necesidades de consumo»38.

Esa defensa del sindicalismo-corporativis-mo, combinado con un cierto carácter vanguardis-ta, llevaba a Poitevin a mantener relaciones vario-pintas: desde el movimiento anarquizante italiano Giustizia e Libertà, hasta el intelectual pancatala-nista J. V. Foix. No por ello cayó Le Fédéraliste en

El federalismo europeísta de Duhamel tuvo continuadores en la década de 1930, sobre todo, por los núcleos occitanistas de izquierda que eran activos en Marsella, Toulouse y Montpellier bajo el influjo de la izquierda catalanista.

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una deriva fascista. Poitevin era beligerante con el PNB, con los nacionalistas fla-mencos profascistas o con los autonomistas corsos que simpatizaban con la Italia fascista. Para Le Fédéraliste,

sólo una Europa federalizada podría consagrar el respeto a las nacionali-dades y a su especificidad cultural, y a la vez superar la amenaza totalita-ria que se cernía sobre el continen-te39. A las concepciones de etnicismo jerárquico, caras a los sectores de la derecha völkisch alemana, que aspiraban a reordenar el Continente con base en fronteras étnicas obje-tivas, los federalistas contraponían el ejemplo del acercamiento entre catalanistas y occitanistas, quienes aspiraban a crear una suerte de fe-deración interregional por encima de las divisiones entre Estados40. El contacto en-tre las concepciones proudhonianas y los criterios orgánico-historicistas de definición de las patrias naturales se puso de manifiesto con ocasión de la encuesta llevada a cabo entre representantes de diversas minorías nacionales francesas sobre los principios fundadores de la futura federación, y la combinación de criterios administrativos y políticos que la fundamentarían41. El elenco de respuestas comprendía desde los autonomistas alsacianos, bretones y de Iparralde hasta los grupos federa-listas y sindicalistas de París XXème siècle, Front National Syndicaliste, Esprit, L’Ordre Nouveau, L’Homme Réel, el grupo Prélude de Hubet Lagar-delle, y Le Combat Syndicaliste. El difícil equilibrio que algunos de esos grupos neo-proudhonianos mantenía con el fascismo (sobre todo, el grupo de Prélude), no obstaba para que Le Fédéraliste se mantuviese fiel a los principios democráticos del federalismo y se opusiese al auge de las potencias fascistas, así como a la Action Française42.

Para los parisinos no habría gran diferencia entre Europa oriental y occidental. Como conse-cuencia lógica del principio de las nacionalidades, cada nación o grupo étnico compacto debía alcan-zar una autonomía territorial combinada con la fede-ración a nivel estatal y europeo. La cuestión de las minorías nacionales en Europa Oriental no se con-

templaba como un fenómeno distinto que requería soluciones específicas, sino que se asimilaban automática-mente ambas realidades mediante el uso de una terminología común. Uno de los escritos más reivindicativos del nacionalismo occitano de los años treinta lleva por título Occitania, mi-noría francesa43, y denunciaba que el Estado francés se hubiese compro-metido a garantizar en los Tratados de Versalles derechos culturales y lingüísticos que no respetaba en su territorio. Igualmente, un reconocido jurista especializado en la formula-ción del principio de las nacionalida-des y en el análisis de los derechos de las minorías nacionales tras 1918, Louis E. Le Fur (1870-1943), argüía en 1937 que el Estado francés esta-ba obligado a reconocer esos mismos derechos a Bretaña:

“Si, tras la Gran Guerra, se ha considerado indispensable reconocer derechos especiales a las minorías nacionales de todos los nuevos Estados... Este sentimiento de una justicia y equidad elemen-tales, ¿no exige a los Estados que han impuesto esta exigencia a otros que también la reconozcan dentro de sus territorios?”44

Los principios de la SdN y de los Trata-dos de Minorías eran mecánicamente repetidos por los nacionalistas corsos, por ejemplo, como arma dialéctica, al igual que por el CCMNF había manifestado en 1930 como respuesta al Memo-rándum Briand de unión europea45. Por el con-trario, desde otros movimientos nacionalistas se señalaban precisamente las diferencias en-tre las minorías nacionales de Europa del Este y las nacionalidades de la mitad occidental del continente. Por ejemplo, el intelectual naciona-lista flamenco G. Schamelhout advertía en sus escritos sobre las diferencias que existían entre las nacionalidades “homogéneas” de Europa occidental y las dispersas de Europa Centro-oriental46. El movimiento nacionalista galés, a la inversa, mostró un interés mucho menor por la cuestión de las minorías étnicas en Centroeuro-pa, aunque sí desarrolló de forma temprana una fuerte orientación internacionalista, también ba-

“Si, tras la Gran Guerra, se ha considerado indispensable reconocer derechos especiales a las minorías nacionales de todos los nuevos Estados… Este sentimiento de una justicia y equidad elementales, ¿no exige a los Estados que han impuesto esta exigencia a otros que también la reconozcan dentro de sus territorios?”

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sada en la prédica del federalismo internacional y de las virtudes del modelo asociativo flexible del Imperio británico, donde Gales podría optar a un status similar al de Canadá o Nueva Zelan-da47. A la inversa, en las publicaciones de la de-recha völkisch alemana, y particularmente entre los círculos interesados en la internacionaliza-ción de la cuestión de las minorías nacionales, las reivindicaciones flamenca o galesa mostra-ban cómo en Europa occidental también existían problemas de minorías análogos a los de Tran-silvania o Polonia48.

EL EUROPEÍSMO NACIONALITARIO Y PROFASCISTA DE PEUPLES ET FRONTIÈRES (1936-39)

Los sectores fascistizantes del nacionalismo bretón intentaron transformar el CCMNF en un po-sible embrión de un Congreso de Nacionalidades Occidentales desde 1937. Como órgano de pro-yección “europea” del CCMNF apareció primero en junio de 1936 (como Bulletin des Minorités Natio-nales) y en formato más generoso a partir de enero de 1937 la revista Peuples et Frontières, alentada por el PNB pro-nazi de Olier Mordrel y Marcel De-bauvais, y que probablemente contaba con subsi-dios procedentes de Alemania49. Aspiraba a con-vertirse en un remedo de la revista de la Unión de Minorías Alemanas publicado en Viena Nation und Staat, pero centrada en el ámbito específico de Eu-ropa Occidental. A problemas diferentes, argumen-taba la revista, correspondían soluciones distintas:

“Nunca hemos aceptado sin grandes reser-vas la expresión minoría nacional, cuyo aspecto esencialmente jurídico, además, estaba totalmente carente de dinamismo, porque, si bien esa defini-ción se justifica para los alemanes de los países bálticos, o los sajones de Transilvania, disemina-dos entre poblaciones extranjeras, no conviene al pueblo bretón, al pueblo flamenco o al pueblo vas-co, que forman verdaderas naciones, susceptibles de constituir Estados independientes”.

Por ello, una iniciativa pan-nacio-nalitaria en Occidente debía adquirir una dirección propia y autónoma, ya que «la existencia de esos pueblos no plantea, por otro lado, los complejos problemas que surgen cuando se estudian cues-tiones semejantes en Europa central y oriental. En Occidente, las fronteras étnicas y lin-güísticas son, las más de las veces, muy netas»: por esa razón, una futura reordenación europea en Occidente habría de basarse simplemente en el principio de autodeterminación de los pueblos50.

La orientación antimarxista y peligrosa-mente “neutra” en lo político del nuevo órgano, sin embargo, no ocultaba su alineación con los fascismos europeos. También mantuvo una es-trecha relación con el movimiento irredentista de las minorías magiares impulsado por el Go-bierno de Budapest, y en especial con el Bureau Central des Minorités fundado por el político ma-giar de Transilvania exiliado Gustave de Köver, cuyo órgano ginebrino reproducía a menudo, al menos desde 1934, artículos de nacionalistas bretones y flamencos51. En cambio, su relación con el CNE fue mucho más distante, en parte porque esta organización se negaba a aceptar un protagonismo excesivo de los nacionalismos de Europa Occidental, aparte del catalán. A fi-nales de los años treinta se registraron en las páginas de la revista bretona duras críticas al CNE, «una asamblea de técnicos, discutiendo en lo abstracto», que parecería «más un con-greso de arqueología que una asamblea real de los pueblos minoritarios»52.

Peuples et Frontières incluía reportajes de casi todas las nacionalidades de Europa occi-dental, desde los frisones a los corsos, pasando por los escoceses y los vascos, así como de las minorías nacionales del Este. Pero sus malaba-rismos conceptuales eran equívocos. Una de las secciones era denominada Groot-Nederland, los “Grandes Países Bajos” que englobarían a todas

…En Occidente, las fronteras étnicas y lingüísticas son, las más de las veces, muy netas»: por esa razón, una futura reordenación europea en Occidente habría de basarse simplemente en el principio de autodeterminación de los pueblos.

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las tierras de habla neer-landesa y reflejaba la visión de un sector del movimien-to flamenco que aspiraba a una confederación o unión con los Países Bajos. Igual-mente, prestaba una gran

atención al clerical y derechista na-cionalismo eslovaco de Jozef Hlinka. La revista jugaba igualmente con la idea del paneuropeismo federalis-ta, pero al contrario que Duhamel o Poitevin no lo consideraba como la única solución al problema de las na-cionalidades. Por ejemplo, reaccionó con ambigüedad frente a una iniciati-va de los nacionalistas occitanos en 1938 para formar una nueva alianza federalista de nacionalismos perifé-ricos en Francia. Pero se mostraba de acuerdo con una unión de esfuer-zos que «permitirá sin ninguna duda llegar a ciertas soluciones, al menos en lo que concierne a la defensa de los derechos culturales de cada una de las nacionalidades de Francia»53.

La fragilidad de los principios democráti-cos de Peuples et Frontières se puso en eviden-cia en su aprobación del Anschluß de Austria por el III Reich en marzo de 1938, y de la partición de Checoslovaquia por parte de Alemania tras el Acuerdo de Munich de septiembre del mismo año. Justificaba así la anexión de los Sudetes por el III Reich desde el punto de vista nacionalista, por tratarse de una aplicación pura y simple del principio de las nacionalidades. Sin mencionar el tipo de régimen imperante en Alemania, criticaba a las democracias occidentales por su olvido de los derechos de las nacionalidades en su “su-puesta” defensa de los derechos del hombre54. Peuples et Frontières sólo asumió una ardiente defensa de los nacionalistas vascos contra los «generales españoles» tras julio de 1936, con-traviniendo en ello la orientación profascista de la revista55. Sin embargo, su posición ante el ca-talanismo, predominantemente izquierdista, era mucho más esquiva. La anexión de los Sudetes por la Alemania de Hitler fue interpretada por los “internacionalistas” bretones como un primer sig-no de lo que había de ser una futura Europa de

los pueblos libres y étnicamente ho-mogéneos. E, igualmente, se oponía a considerar que los movimientos nacionalistas de países colonizados de Asia y Africa, atrasados y faltos aún de un estadio de civilización pu-diesen ser equiparables a los nacio-nalismos europeos56.

La “movilización antimilitaris-ta” que Peuples et Frontières promo-vió desde finales de 1938 entre las nacionalidades de Europa Occiden-tal, defendiendo una posición neu-tralista a ultranza, abonó aún más las sospechas de que los intereses del III Reich estuviesen detrás del órgano nacionalitario57. Predicaba así la neutralidad del nacionalismo flamenco ante las reivindicaciones alemanas sobre Eupen-Malmedy, la campaña neutralista a ultranza que en aquel momento propugnaba el

Partido Nacional Escocés [Scottish National Par-ty], o las declaraciones también favorables a la neutralidad del presidente irlandés Eamon De Va-lera en 193958.

Peuples et Frontières se consolidó a fines de 1938 como el órgano internacionalista y de vínculo e información entre varios movimientos nacionalistas de Europa Occidental, muchos de ellos ya bajo la sombra del fascismo —como el Vlaamsch National Verbond flamenco—, así como había establecido una relación estable con la red de publicaciones consagradas a las minorías nacionales del Este de Europa. No obstante, su relación con ellas no estaba exenta de contradic-ciones. Olier Mordrel clasificaba las nacionalida-des europeas en varias categorías, y llegaba a la conclusión de que los problemas de las “minorías nacionales” y de las “nacionalidades minoritarias” no eran los mismos, y que además los objetivos políticos inmediatos y la fuerza de los diversos movimientos nacionalistas de las últimas (entre las que incluía a eslovacos o ucranios) imponían una solución general que no pasase por la auto-nomía cultural, sino por una «revolución en las instituciones políticas de Europa» que entrañase «una nueva concepción de las relaciones entre el Estado y la nacionalidad, por un lado; entre el

Como es sabido, el desarrollo de

la política de ocupación nazi en Europa durante la II Guerra Mundial

despejó esas ilusiones, pues su propio concepto

de un Nuevo Orden europeo dejaba poco o ningún espacio a un concepto

alternativo de la Europa de los

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Estado y la vida económica, por otro; y, finalmen-te, entre la nacionalidad y el individuo»59. Quizás la mejor expresión de esa crisis la constituía el hecho de que, en abril de 1939, Peuples et Fron-tières todavía justificase la invasión de Checos-lovaquia por las tropas alemanas y la partición de su territorio en nombre de los derechos de los pueblos, y esperase que el III Reich fuese a res-petar la autonomía de Bohemia, dando un ejem-plo a las “hipócritas” potencias occidentales que no hacían lo propio en sus territorios60.

Como es sabido, el desarrollo de la política de ocupación nazi en Europa durante la II Guerra Mundial despejó esas ilusiones, pues su propio concepto de un Nuevo Orden europeo dejaba poco o ningún espacio a un concepto alternativo de la Europa de los Pueblos. Éste resurgiría desde la década de 1950 y 1960, asociado a sus raíces primigenias, de naturaleza federalista y democrática.

1. Vid. X. M. Núñez Seixas, Entre Ginebra y Berlín. La cuestión de las minorías nacionales y la política internacional en Europa, 1914-1939, Madrid: Akal, 2001, e id., Internacionalitzant el nacionalisme. El catalanisme polític i la qüestió de les minories nacionals a Europa, 1914-1936, Catarroja/València: Afers / PUV, 2010.

2. Por ejemplo, D. Gerdes, Regionalis-mus als soziale Bewegung: Westeuropa, Frankreich, Korsika, Frankfurt a.M./New York: Campus, 1985, pp. 114-18, y M. Schulz, Regionalismus und die Gestal-tung Europas, Hamburgo: Kraemer, 1993, pp. 103-08.

3. Vid. R. Cunsolo, Italian Nationalism: From its Origins to World War II, Malabar: Ro-bert E. Krieger, 1990, pp. 18-19 y 58-60. Una buena plasmación de ese internacio-nalismo mazziniano fue la participación de voluntarios serbios, albaneses, rutenos, húngaros y polacos en la expedición de Garibaldi a la conquista del Sur de Italia en 1860.

4. Vid. entre otros X. Estévez, De la Tri-ple Alianza al Pacto de San Sebastián, 1923-1930, Donostia: Mundaiz, 1991; id., Galeuzca: La rebelión de la periferia (1923-1998), Madrid: Entimema, 2009, y J. L. de la Granja, El siglo de Euskadi. El nacionalismo vasco en la España en el siglo XX, Madrid: Tecnos, 2003, pp. 77-106.

5. Un interesante análisis de estos ambien-tes de exiliados nacionalistas para el caso de Viena en S. Troebst, «Wien als Zentrum der mazedonischen Emigration in den Zwanziger Jahren», Mitteilungen des bulgarischen Forschungsinstituts in Österreich, II:2 (1979), 68-86.

6. Vid. M. Ledeen, The First Duce. D´Annunzio at Fiume, Baltimore/Londres: Johns Hop-kins UP, 1977, pp. 176-86, y L. Kochnitjky, La Quinta Stagione o i Centauri di Fiume,

Bolonia: Zanichelli, 1922, pp. 141-68. El proyecto tuvo vigencia durante algunos meses, contando con la colaboración de los nacionalistas egipcios, irlandeses e incluso dálmatas. También mantenía con-tactos con exiliados húngaros, croatas, albaneses, flamencos y turcos.

7. Vid. el clásico B. Voyenne, Histoire de l’idée fédéraliste. Vol.II. Le fédéralisme de P.J. Proudhon, Niza: Presses d’Europe, 1975.

8. M. Howard, «Ideology and International Relations», Review of International Stu-dies, 15 (1989), pp. 1-10.

9. Vid. T. Flory, Le mouvement régionalis-te français. Sources et développements, París: PUF, 1966, pp. 27-28, y J. Wrig-ht, The Regionalist Movement in France 1890-1914: Jean Charles-Brun and Fren-ch Political Thought, Oxford / Nueva York: Oxford UP, 2003.

10. Vid. C. Pegg, Evolution of the European Idea, 1919-1932, Chapel Hill: Univ. of California Press, 1983, p. 12.

11. Ch. Le Goffic, prólogo a F. Jean-Des-thieux, L´évolution régionaliste. Du Féli-brige au fédéralisme, París: Ed. Bossard, 1918.

12. J.-Y. Guiomar, Rélations entre les mouve-ments autonomistes, régionalistes et fé-déralistes et les partis de la gauche française, 1919-1939, Tesis de licencia-tura, Université de Paris I, 1968, p. 147.

13. Vid. R. Sparwasser, Zentralismus, De-zentralisation, Regionalismus und Föderalismus in Frankreich. Eine insti-tutionen-, theorien- und ideengeschi-chtliche Darstellung, Berlín: Duncker & Humblot, 1986, pp. 119-69.

14. Vid. p.ej. A. Marc y R. Dupuis, «Le fédé-ralisme révolutionnaire», L’Esprit, 2, no-viembre 1932. Cf. de los mismos autores Jeune Europe, París: Plon, 1933.

15. Sparwasser, Zentralismus, pp. 119-20; E. González Calleja, «Los intelectuales filofascistas y la “Defensa de Occidente” (Un ejemplo de la “crisis de la conciencia europea” en Italia, Francia y España durante el período de entreguerras)», Revista de Estudios Políticos, 81 (1993), pp. 129-74 (sobre todo, pp. 151-57).

16. Vid. por ejemplo el volumen L’ Europe fédéraliste. Aspirations et réalités, París: Marcel Giard, 1927, con contribuciones del federalista Eugène Poitevin, Charles Brun, el antiguo primer ministro italiano y exiliado en Suiza Francesco Nitti, Jean Hennessy, el nacionalista occitano Jean Bonnafous, el flamenco Van der Ghinst, etc.

17. Guiomar, Rélations, p. 171. Entre sus animadores figuraban también M. Pe-guy, el bretón R. Audic, el occitano J. Roumanes y el vasco continental Eugè-ne Goyheneche.

18. Vid. J. C. Larronde, El movimiento es-kualerrista (1932-1937), Bilbao: Funda-ción Sabino Arana, 1994, 188-89.

19. Vid. por ejemplo J. La Bénelais, «Le Réveil tunisien», [B]reiz [A]tao, 31, julio 1921; «Le Réveil et le Triomphe de la nation lettone», BA, 37, 15.1.1922.

20. M. Marchal, «Pour une politique inter-nationale des minorités», BA, 75, marzo 1925, pp. 536-37.

21. M. Marchal, «La paix», BA, 78, junio 1925, pp. 572-73.

22. A. Déniel, Le mouvement breton, 1919-1945, París: Maspero, 1976, p. 75; M. Nicolas, Histoire de la révendication bre-tonne, Spézet: Coop Breizh, 2007.

23. Vid. por ejemplo el informe del cónsul alemán sobre el IV Congreso de Nacio-nalidades Europeas, Ginebra, 1.9.1928 ([P]olitisches [A]rchiv des [A]uswärtigen [A]mtes, Berlín, R.60469).

NOTAS

12~13. SOBRE LA IDEA DE LA EUROPA DE LOS PUEBLOS EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS (1918-1939). XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS.

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24. Vid. O.Junghann, Die nationale Minder-heit, Berlín: Zentralverlag Gmbh, 1931, 47-48, y la carta del presidente del CNE, Josip Vilfan, a un nacionalista bre-tón no identificado, Trieste, 29.10.1927 ([B]undesarchiv [K]oblenz – [A]rchivo [J]osip [V]ilfan).

25. Vid. O. Mordrel, Breiz Atao ou histoire et actualité du nationalisme breton, París: A. Moreau, 1973, p. 129; M. Duhamel, Le Fédéralisme international et le réveil des nationalités. Suivi d’un extrait des Statuts du Comité Central des Minorités Nationales de France, Rennes: Éditions du P.A.B., 1928.

26. Manifeste du C.C.M.N.F., citado por Dé-niel, Mouvement breton, p. 92.

27. L. Kettenacker, Nationalsozialistische Volkstumspolitik in Elsaß, Stuttgart: Deutsche Verlags-Anstalt, 1973, p. 25; Déniel, Mouvement breton, pp. 94-95; H. Rothenberger, Die Elsass-lothringis-che Heimat- und Autonomiebe- wegung zwischen den beiden Weltkriegen, Fran-fkurt a. M.: Peter Lang, 1976.

28. Carta de E. Ammende a J. Vilfan, Viena, 9.2.1929 (BK-AJV).

29. Informe del cónsul alemán, Ginebra, 10.9.1930 (PAAA R.60528).

30. Vid. por ejemplo M. H. Boehm, Euro-pa Irredenta. Eine Einführung in das Nationalitatenproblem der Ge- genwart, Berlín, R. Hobbing, 1923; K. Trampler y K. Haushofer (eds.), Deutschlands Weg an der Zeitenwende, Munich, H. Hugendubel Verlag, 1931, pp. 236-37, donde se sitúan en un mapa geopolítico las diferentes minorías nacionales de Europa, incluyendo también a bretones, catalanes, vascos y gallegos. Igualmen-te, vid. K. Trampler (ed.), Die Krise des Nationalstaates, Munich, Verlag Hirth, 1931. Este autor consideraba que la superación de los problemas naciona-les de Europa sería posible únicamente mediante una combinación, un tanto in-definida, de «autonomía cultural» y fede-ralismo, llegando así a una «Federación Cultural Europea».

31. Citado por Déniel, Mouvement breton, p. 81.

32. Vid. H. Yvia-Croce, Vingt années de cor-sisme (1920-1939). Chronique corse de l’entre-deux-guerres, Ajaccio: Ed. Myr-nos et Mediterranée, 1979, p. 302. Sobre el desarrollo del nacionalismo corso en este período, vid. F. Pomponi, «Le ré-gionalisme en Corse dans l’entre-deux-guerres (1919-1939)», en C. Gras y C. Livet (eds.), Régions et régionalisme en France, du XVIIIème siècle à nos jours, París: PUF, 1977, 393-415, y A. Leca, «“A Muvra” ou le procès de la France par

les autonomistes corses (1920-1939)», en VV.AA., L’Europe entre deux tempé-raments politiques: idéal d’unité et parti-cularismes régionaux, Aix-en-Provence: Presses Univ. d’Aix-Marseille, 1994, pp. 525-44.

33. M. Duhamel, La Question Bretonne dans son cadre européen, Quimper: Ed. Natu-re et Bretagne, 1978 [1929], pp. 150-51.

34. J. Saint-Pierre, «Breiz Atao, le second mouvement breton. De l’autonomisme à la collaboration (1919-1945)», en VV.AA., L’Europe entre deux tempéraments, pp. 511-23.

35. Yvia-Croce, Vingt années, pp. 340-41.36. Guiomar, Rélations, pp. 45-60. Entre

ellos destacaba el grupo marsellés de L’Araire, y su sucesor en 1935, el peque-ño Parti Fédéraliste Provençal.

37. «9 mars 1934»,[L]e [F]édéraliste, 1 (18), 1934.

38. LF, 4 (27), 1933, pp. 11-13.39. Vid. E. Berth, «Totalitarisme ou Fédéra-

lisme», LF, 2 (41), 1937, y 3 (42), 1937. Igualmente, criticaría las propuestas de Jean-Desthieux en 1937, relativas a una «federación de pueblos mediterráneos», por considerar que detrás de esa idea se hallaba la sombra peligrosa de las pro-puestas anteriores de Charles Maurras (LF, 2 (37), 1936).

40. Vid. p. ej. LF, 1 (28), 1934. Poitevin man-tuvo un estrecho contacto con los foyers occitanistas y las revistas de tendencia pancatalanista en contacto con la Oficina de Relacions Meridionals de la Generali-tat de Catalunya.

41. «Province et Révolution. Enquête», LF, 2 (29), 1934.

42.. «Rapprochements», LF, 2 (25), Abril-junio 1933.

43. M. Larrieres, L’Occitanie, minorité française, Narbona: Occitania ed., 1933.

44. L. Le Fur, Les Droits et les Devoirs de la France vis-à-vis de la Bretagne, s.l.: Ed. par le Bleun Brug, 1937, p. 3.

45. Yvia-Croce, Vingt années, pp. 328-32.46. Schulz, Regionalismus, pp. 117-19; G.

Schamelhout, «De Staatenbond en de ethnische minderheden», en id., Eth-nische vraagstukken en verzamelde toespraken, Amberes: Schamelhout-Hul-decomité, 1939, p. 36.

47. Vid. K. Diekmann, Die nationalistische Bewegung in Wales, Paderborn: Schö-ningh, 1998, p. 249; H. Davies, The Welsh Nationalist Party, 1925-1945: A Call to Nationhood, Cardiff: University of Wales Press, 1983, pp. 106-08, y R. Wyn-Jones, “From Utopia to Reality: Plaid Cymru and Europe”, Nations and Nationalism, 15:1 (2009), pp. 129-47.

48. Vid. ejemplos en Núñez Seixas, Entre Ginebra, pp. 270-71; H. Fiebiger, “Ent-wicklung und gegenwärtiger Stand der Sprachenfrage in Wales”, en O. Jung-hann y M.-H. Boehm (eds.), Ethnopoli-tischer Almanach. Ein Führer durch die europäische Nationalitätenbewegung, Viena / Leipzig: Braumüller, 1931, pp. 62-67.

49. Mordrel, Breiz Atao,p. 208, y Larronde, Movimiento eskualerrista, 189-90. La fi-nanciación del Gobierno alemán llegaría a través de la organización científico-arqueológica Ahnenerbe de las SS (G. Héraud, Contre les États, les régions d’Europe, Niza: Presses d’Europe, 1973 , p. 101). Algunos integrantes de Ahne-nerbe (como Friedrich Hielschers) predi-caban la vuelta a los auténticos “grupos étnicos” definidos por la Historia, con el fin de articular una nueva Europa sobre las ruinas de los Estados nacionales (vid. M. H. Kater, Das “Ahnenerbe” der SS 1935-1945. Ein Beitrag zur Kultur-politik des Dritten Reiches, Stuttgart: Deutsche Verlags-Anstalt, 1974). Sobre la orientación pro-nazi del PNB en los años treinta, vid. L. Quéré, Jeux interdits à la frontière, París: Anthropos, 1978, 323-25, y B. Frelaut, Les nationalistes bretons de 1939 à 1945, s.l.: Ed. Beltan, 1985.

50. Y. Douget, «Notre programme», [P]euples et [F]rontières, n.1, 1.1.1937, 1-2.

51. Vid. por ejemplo «Minorités en France», Minorité-La Voix des Peuples, Mai-Juin 1935.

52. G. Kerberiu, «Pour une action commune des minorités», PF, abril 1938 (reprodu-cido en Minorité-La Voix des Peuples, V:4, 15.5.1938, pp. 247-52).

53. «Pour un rassemblement des mouve-ments minoritaires de France», PF, 10, 15.3.1938, p. 259.

54. Ed., «Fin d’année», PF, n.19, 15.12.1938.

55. S. Rojo Hernández, “Prensa bretona y nacionalismo vasco durante la Guerra Civil: La revista Peuples et Frontières”, Sancho el Sabio, 18 (2003), pp. 89-104.

56. PF, 7, 1.12.1937. 57. «Les faux apôtres de la démocratie et la

liberté», PF, 16, 15.9.1938, pp. 405-06.58. PF, 20, 15.1.1939.59. O.M., «Essai d’un classement des mi-

norités», PF, 10, 15.3.1938. Más equí-voco se presentaba en las páginas del suplemento en inglés, donde manejaba con gran confusión el término “minoría nacional”: vid. C. R. Malley, «What are West-European Minorities?», PF, 20, 15.1.1939.

60. J. Cam, «Du pire peut parfois sortir le meilleur», PF, 23, 15.4.1939.

13~13. SOBRE LA IDEA DE LA EUROPA DE LOS PUEBLOS EN EL PERIODO DE ENTREGUERRAS (1918-1939). XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS.

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LÍDER DE LA ALIANZA DE LIBERALES Y DEMÓCRATAS DE EUROPA EN EL PARLAMENTO EUROPEO Y EX PRIMER MINISTRO DE BÉLGICA

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C omo la mayoría de los flamencos Guy Verhofstadt (11 de abril de 1953, Dendermonde) es

un apasionado del ciclismo. Y prueba del amor que profesa a la bicicleta, deporte nacional de Flandes, la encontramos en la gran fotografía que preside una de las pareces de su despacho en la sede del Parlamento Europeo en Bruselas: la del primer ganador del Tour de Francia de 1903. Como Maurice Garin hiciera en su día, este político liberal flamenco también se ha tenido que batir a fondo en su dilatada carrera política. Su curriculum habla por sí solo. Estudió lenguas clásicas en el Ateneo de Gante, se licenció en derecho y desde muy joven se vinculó al Partido de la Libertad y el Progreso (PVV). Fue concejal en la localidad de Gante y en 1999 se convirtió en el primer ministro de Bélgica, un cargo que ocupó hasta 2008 cuando el partido liberal fue batido por los democristianos. Europeista convencido, su nombre sonó con fuerza para presidir la Comisión Europea, pero su defensa de una Europa federal incomodó tanto a los grandes Estados-nación, celosos de su soberanía, que quedó fuera de combate. Ahora ejerce de jefe de filas del grupo de los Liberales y Demócratas del Parlamento Europeo, un cargo en el que dice sentirse “muy cómodo”.

“LA ÚNICA FORMA DE LUCHAR CONTRA EL POPULISMO ES A TRAVÉS DE UNA EUROPA MÁS INTEGRADA”

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Es uno de los creadores del grupo Spine-lli, donde comparte mesa con Jacques Delors o Joschka Fischer. Un movimiento profundamen-te europeísta en el que defienden la integración europea, la solución europea como antídoto frente a la crisis ¿No cree que los intereses na-cionales siguen pesando demasiado, que están paralizando a Europa?

Estoy absolutamente de acuerdo. Lo que está ocurriendo es que los ciudadanos sienten inseguridad y apoyan las ideas nacionalistas y populistas. El liderazgo europeo no está dando

alternativas a ese discurso y es normal que la gente sienta incertidumbre e inseguridad debido a la crisis económica y financiera, pero por eso tenemos que explicarles que no es dando marcha atrás, hacia las fronteras nacionales, como vamos a crear certeza y estabilidad sino dando una res-puesta europea a nuestros problemas. Es obvio que si miras al mundo y a la crisis financiera hay un desequilibrio entre los mercados globalizados y problemas como la inmigración, que es también global, pero que son las autoridades nacionales, regionales o locales quienes tienen que hacerle

frente. Es este desequilibrio al que te-nemos que hacer frente. El problema de los activos tóxicos procedentes del otro lado del océano y la inmigración provocada por las revoluciones árabes solo se puede gestionar a través de una estrategia europea pero no a través de soluciones nacionales.

¿Hay falta de liderazgo?El problema es que todos estos líderes

europeos, especialmente los nacionales, hacen

seguidismo de las ideas y tendencias populistas y piensan: ¡han tenido éxito, intentemos copiar-les!. Pero ya sabe como es la política. Cuando copias al original nunca ganas, es el original quien gana. Así que creo que es un enorme error de la mayoría de líderes europeos. Lo único que están consiguiendo es reforzar esa retórica populista y nacionalista. No deberían seguir ese populismo sino desarrollar una visión que pueda ser la alternativa a esta retórica. Y la alternativa solo puede ser europea. En un mundo moderno multipolar con Japón, China, India, Brasil, Ru-

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sia, Indonesia la única forma de hacer frente a la situación es a través de una Europa más integrada de lo contrario no jugaremos ningún papel significativo en el mundo.

Pero es evidente que las ideas de la ultraderecha se han impuesto y que tienen también cada vez más más po-der. También en esta Eurocámara.

Es cierto, están en todas partes, Finlandia, Suiza, Holanda, Bélgica, Francia, Hungría, Eslo-vaquia.... pero se debe a los líderes políticos que piensan que la democracia consiste en seguir la pauta del populismo y nacionalismo. En mi opi-nión la democracia es completamente diferente. Significa asumir el liderazgo como político. Tener una visión, un concepto y tratar de convencer a los ciudadanos para que te sigan. Democracia no son los líderes políticos que siguen a la opinión pública sino aquellos que lideran la opinión pública.

Así que estos líderes populistas son una amenaza para la integración europea.

Exactamente porque tienen miedo de trans-ferir más poder a Europa, el dinero de los ciu-dadanos. Eso es lo que está en juego en estos momentos.

En el manifiesto del grupo Spinelli decla-ran que el nacionalismo es una ideología del pasado, que su objetivo es superar la realidad actual hacia una Europa federal y postnacional, una Europa de los ciudadanos. ¿Ve alguna se-mejanza con el modelo defendido por el PNV de una Europa de los pueblos?

Sí, lo que ellos defienden es que más allá de los Estados nación existen otras realidades. La realidad de las regiones, como por ejemplo el País Vasco, la gente, las comunidades locales. Lo importante es que todavía vemos a Europa y al continente europeo simplemente como 27 estados independientes, monolingües, monoculturales y monoétnicos. Pero esa no es la realidad y es la razón por la que debemos dar el poder a los ciuda-danos a través de diferentes formas.

¿Por ejemplo?Que puedan votar por eurodiputados no

solo de su país sino también de otros países a

través de listas transnacionales. O darles poder de decisión sobre los recursos de la Unión para que haya un vínculo directo entre los ciudadanos que pagan por Europa. Hoy en día los ciudadanos pa-gan sus impuestos al Estado español y el Estado español hace su contribución a la Unión Europea, pero el poder de controlar a la UE está en manos del Estado español cuando sería mejor que fueran los ciudadanos quienes directamente lo controla-ran porque son quienes pagan. Siempre digo que la democracia no fue creada por ningún iluminado en el siglo XVIII sino por los impuestos. El rey iba a la guerra, necesitaba dinero y lo pedía a cambio de influencia, poder, derechos... Ésa ha sido la base de la democracia y es lo que necesitamos de forma urgente a nivel europeo porque si mucha gente no participa en las elecciones europeas es porque sienten que no pueden influir a nivel europeo. El día en que haya un sistema de financiación directo entonces tendrán influencia.

¿Ha sabido Europa gestionar adecuada-mente la crisis financiera y económica?

Todavía no estamos al final del problema. Todavía estamos padeciéndolo porque el proble-ma bancario no está resuelto. Tenemos bancos dañados en Europa y sólo habrá recuperación económica cuando los limpiemos, porque mien-tras tanto seguiremos teniendo problemas con el crédito a las pequeñas y medianas empresas que es precisamente lo que está conteniendo el crecimiento. Es exactamente lo que vivieron los japoneses en los años noventa. Vivieron una crisis y tuvieron que esperar trece años para limpiar sus bancos con un programa de 500.000 millones de dólares. Y sólo después consiguieron lograr creci-miento. El segundo problema es que tenemos una unión monetaria pero no una unión económica. Eso hace que las diferencias en Europa entre el norte y el sur, el este y el oeste estén creciendo y eso está creando tensiones dentro de la Eurozona. Así que tenemos que hacer dos cosas: limpiar los bancos y organizar una gobernanza económica en Europa, por lo menos dentro de la zona euro.

El Parlamento Europeo ha estado muy implicado en la nueva estrategia. ¿Qué piden?

El paquete de propuestas de la Comisión es demasiado débil, no va lo suficientemente lejos. ¿Cuál es el problema básico? Que el punto de par-

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tida es que el Consejo gestionará la gobernan-za económica y eso no está funcionando. Es como pedir a los criminales que se castiguen a sí mismos. No funciona. No son los gobiernos y el Consejo quienes deben gestionar la go-bernanza económica o el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

¿Quién debe ser?Tiene que haber un control de la Comi-

sión Europea y del Banco Central Europeo. He estado nueve años en el Consejo Europeo y en ninguna ocasión vi que un colega apunta-ra con el dedo a otro por incumplir los criterios del Pacto de Estabilidad. Nunca ocurrió. Es más, cuando Francia y Alemania no aplicaron el pacto simplemente lo cambiaron, así que no deben ser ni el Consejo ni los Estados miembros quienes tengan el control. Nosotros somos partidarios de reforzar el pacto. Cam-biarlo y es lo que intentamos lograr.

¿Cree que habrá decisión en junio?Eso es lo que espera el Consejo. Pa-

ra mí no hay ningún problema si aceptan nuestras críticas. Hemos presentado algunos cambios fundamentales para hacer más auto-mático el pacto, en línea con las expectativas de los mercados financieros, porque eso de sanciones semiautomáticas que proponen no existe. O son automáticas o no lo son. Queremos que se sancione a los países que cometieron fraude con sus estadísticas, hay que pensar en introducir eurobonos. Ahora estamos en negociaciones con el Consejo. Francia y Alemania quieren mantener todos los instrumentos en sus manos y nosotros lo que queremos es que estén en manos de la Comisión Europea.

La UE ha tenido que negociar ya tres rescates para evitar la bancarrota de Grecia, Irlanda y Portugal. En el caso de Grecia la ayuda ha sido insuficiente y la situación no ha hecho sino agravarse.

Lo que tenemos que conseguir en estos casos es tratar de rebajar el interés que pagan y al mismo tiempo reforzar las reformas que tienen que hacer. Las dos cosas a la vez. La realidad es que Grecia

“La Comisión solo actúa cuando tiene la aprobación de los grandes países y

eso es algo malo”

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está pagando entorno a un 4% de interés, pero los otros dos países tienen un 5 o 6%, el doble de lo que pagan Alemania u Holanda. Es un ejemplo de que debemos profundizar en la gobernanza económica. Está claro que los mercados financieros esperan una política económica común en el verdadero sentido de la palabra. Tener una política monetaria en la UE y después 27 políticas económicas en la UE y 17

en la zona euro es una tontería. Simplemente se crean tensiones, aumentan los spreads y se pone al euro bajo presión.

Más allá de la economía, el problema que más afecta a los europeos es el del paro. Por lo menos en el Estado español. Con una tasa del 20% es el país con mayor nivel de desempleo. ¿Qué se está haciendo mal, porque alguna lectura habrá que sa-car de un dato tan negativo?

Al margen de austeridad y disciplina se necesita una política de crecimiento y de inversiones y eso solo pue-de hacerse utilizando dinero por ejemplo de los eurobonos para invertirlo en carreteras, ferrocarriles, economía verde, conexiones a internet..... Que-remos disciplina y austeridad pero al mismo tiempo nece-sitas un segundo instrumento que es la política de inversiones y crecimiento para realizar nuevas inversiones.

¿Cómo valora las ideas de Merkel para armonizar la edad de jubilación y las vacacio-nes en Europa?

Está claro que tenemos que poner a todas las economías en la misma pista, pero no armoni-zarlo todo. No creo en un sistema con las mismas pensiones, el mismo mercado de trabajo. No puede ser porque las tradiciones son distintas. Lo que necesitamos no es armonizarlo todo sino más convergencia y eso significa decidir sobre valores mínimos y máximos. Pongamos, por ejemplo una carretera, unos coches pueden utilizar más el carril de la izquierda y otros el de la derecha pero

todos van en la misma dirección. No como ahora, el coche alemán en una dirección y el griego en la otra. Lo único que puede ocurrir es un accidente. Es absolutamente irrealista pensar que todos te-nemos que hacer lo mismo. Lo realista es decir que hay que cumplir valores mínimos para evitar el dumping social y valores máximos para garantizar la competitividad de tu economía.

Con divergencias tan grandes dentro de la UE, ¿cree que el peligro de construir una Eu-ropa a dos velocidades cobra fuerza?

Lo que tenemos que evitar es crear dos velocidades dentro de la Eurozona porque eso no funciona y destruiría el euro. Los mercados financieros empezarían a especular con las dife-

rencias dentro de la moneda y sería un juego muy peligroso que como digo puede llevar al final del euro. Eso sería lo peor que podría ocurrirnos porque el euro ha funcionado extre-madamente bien en la crisis financiera. ¡Imagínese por un momento esta crisis financiera sin el euro!. Hubiéramos visto una depreciación de monedas, devaluaciones en casi todos los Estados miembros y podría haber destruido el comercio dentro del mercado interior. Eso no ha ocurrido gracias al euro.

Otra de las batallas que tendrán que en-carar en breve es la del presupuesto europeo. Ya ha habido movimientos de países como Rei-no Unido para intentar limitarlo. ¿Cómo afronta este debate?

No tengo ningún problema con limitar el presupuesto europeo. Pero lo que ocurre es que todos los años se devuelve dinero a los Estados miembros porque no se utiliza. Eso no es en absoluto normal. Así que podría aceptar limitar el presupuesto si al mismo tiempo decidimos que el dinero no gastado se mantenga en el presupuesto. Estamos hablando de 4.000 o 5.000 millones. No es una cantidad pequeña y con este dinero po-dríamos financiar nuevas prioridades de la Unión como la estrategia Europa 2020, un programa

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“Tenemos que evitar crear dos

velocidades dentro de la Eurozona

porque eso destruiría el euro”

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para apoyar al norte de Africa.... Porque se trata de un dinero que ya estaba comprometido y si lo devuelves en realidad lo que haces es reducir el presupuesto de la UE.

Uno de los cambios más importantes del Tratado de Lisboa para hacer que Europa hable con una sola voz ante el mundo fue el de crear un servicio de acción exterior. Las negociacio-nes fueron complicadas pero finalmente echó andar. ¿No se sienten un poco defraudados con el trabajo de la alta representante para la política exterior, Catherine Ashton?

La verdad es que miro lo que está ocurrien-do en Egipto, Libia, Túnez, Siria y todo lo que veo es una Unión Europea o que no tiene una visión común, como en el caso de Libia, o una Unión Eu-ropa que no se posiciona. Lo que necesitamos es una alta representante que lidere la política exterior de la Unión y no una persona que se quede detrás y que diga que primero necesita un acuerdo de los 27 Estados miembros antes de hacer nada. Eso es un problema.

Las recientes revueltas en el norte de Africa han puesto de mani-fiesto que la UE actúa con un doble rasero ante terceros países. ¿Por qué sí se actúa contra Muamar Ga-dafi y no contra Bashar al asad en Siria?

Lo mismo ocurrió con Túnez. Nuestra pri-mera reacción fue la de no reconocer la revolución porque nunca se sabe si es una revolución que pueda aupar al poder a los fundamentalistas. Lo mismo ocurrió con Egipto donde fuimos muy reacios a condenar a Hosni Mubarak. Después Libia con tragedia en Bengasi. Hay un sentimiento generalizado en este Parlamento de que la Unión Europea es demasiado lenta y que Ashton está reaccionado con demasiada lentitud en la política exterior.

¿Es un problema de la persona? Creo que puede cambiar. Le he preguntado

personalmente en varias ocasiones por qué no asume el liderazgo y que sean después los go-

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biernos los que digan sí o no. Al contrario, ella espera a que los gobiernos le marquen la pauta y después lo que ocurre es que llegamos tarde en Túnez, Egipto, Siria. No quiero hacer de este tema un asunto personal pero hay un problema y tenemos que estudiarlo y actuar.

La represión en el norte de Africa ha llevado a miles de personas a huir

de Túnez, de Libia, de Egipto y a resguardarse en Europa.

¿Miles? Estamos hablando de 25.000 tu-necinos. Es un problema, pero no es tan grave si lo comparamos con los 350.000 kosovares que llegaron hace unos años. Y ese caso se resolvió sin ningún tipo de problema, con solidaridad entre los Estados miembros.

Silvio Berlusconi con-cedió permisos de residen-cia confiando en que los inmigrantes se marcharan a Francia. Nicolas Sarkozy cerró sus fronteras y ambos pidieron después la refor-ma del espacio Schengen. Pocos salvo la Eurocámara lo criticaron. ¿Qué ha cam-biado?

Que hay líderes políticos que están utilizando a estas 25.000 personas para aplicar una agenda populista y nacio-nalista. Los utilizan rechazándolos, como Italia, o reinstaurando los controles, como Francia. Y después la reacción de la Comisión Europea fue tan débil que otros países simplemente decidieron seguir el ejemplo de Italia y Francia, que es lo que ocurrió con Dinamarca. Soy muy crítico con los líderes políticos porque lo están utilizando para ganar votos en su país pero están destruyendo la Unión Europea, porque todos sabemos que para hacer frente al problema de la inmigración hay que incrementar los controles hacia las fronteras ex-teriores no reintroducir los controles dentro de las fronteras internas de la Unión Europea. Eso puede destruir la UE y las primeras víctimas serán los ciu-dadanos normales que se marchen de vacaciones en unos meses.

¿Cree justificado limitar la libre circula-ción de personas?

¡Por supuesto que no!. Si es necesario cam-biar algo ese algo está en las fronteras exteriores. Puedo aceptar que digan que no hay suficientes controles, que Frontex no está trabajando de forma adecuada. Pero entonces lo que tenemos que hacer es cambiar eso y no reinstaurar los controles dentro de la UE porque es un enorme paso atrás para la libre circulación de personas y mercancías.

Los gobiernos insisten en que defienden la libre circulación, pero nadie dijo nada cuan-do el ministro danés presentó su plan para restablecer los controles. ¿No cree que hay demasiada hipocresía en este debate?

El Parlamento sí lo hizo, mientras que la Comisión tardó dos días en reaccionar y lo hizo sólo después de que lo hiciera Alemania. Eso ilustra un problema más general que es que la Comisión sólo actúa cuando primero tiene la aprobación de los gran-des países y eso es algo malo porque no es par-te del Consejo. Es un órgano independiente, el más importante de la Unión, porque tienen el

derecho de iniciativa y si esperan a hacer algo y solo actúan cuando tienen luz verde de las capita-les europeas pierden el derecho de iniciativa.

¿Cree que se están perdiendo los valores sobre los que se construyó Europa, solidari-dad, confianza?

El hecho de que los movimientos populistas estén ganando terreno, el hecho de que se estén cerrando controles fronterizos por la inmigración, la falta de solidaridad entre algunos países dentro de la zona euro, la falta de unidad sobre la cuestión libia... Si se toma todo esto en conjunto pienso que vamos en la dirección incorrecta. Y la única institu-ción que puede bloquear y revertir la tendencia es el Parlamento Europeo.

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“Hay un sentimiento en este Parlamento de que Catherine Ashton está reaccionado con demasiada lentitud”

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Las elecciones euro-peas son un termómetro inigualable para medir el grado de implicación de los ciudadanos. Hasta ahora lo que muestran es que esto de Europa sigue quedando muy lejos.

La tasa de participa-ción es baja porque no tene-mos listas transnacionales, no hay ningún vínculo directo entre los ciudadanos y las instituciones europeas a tra-vés de un sistema de recur-sos propios.

Usted es un gran defensor de crear listas transnacionales. ¿En qué beneficiaria a los ciudada-nos?

Podría ser el inicio de una opinión pública europea. Habría dos votos: una repre-sentación nacional al Parla-mento Europeo y un segundo voto para votar por 25, más o menos, eurodiputados eu-ropeos. Se podría votar por un francés, un alemán, un belga. Eso sería una elección europea de verdad. Y, en se-gundo lugar, está la cuestión de los recursos propios. Si se paga directamente, por ejemplo, estableciendo un impuesto sobre el valor aña-dido europeo en el que se pagaría una parte al Estado y otra a Europa, de forma que todos supieran que están pagando a Europa. Creo que así la gente se preguntaría si se está utilizando bien el dinero, si está dispuesta a poner más.

Europa es un proyec-to todavía en marcha. En

el horizonte tenemos ya a Croacia, Turquía, Serbia, Kosovo.... ¿Cree realmente que sus aspiraciones a in-tegrar algún día la UE son realistas?

Lo mejor en mi opi-nión es que los países de los Balcanes entren en la Unión Europea porque costará me-nos integrarlos que desplegar soldados sobre el terreno en esos países que es lo que está ocurriendo hoy en día cuando tenemos cientos de soldados en los países de los Balcanes. ¿Dónde y cuándo estará terminado el proyecto europeo? Ni idea.

En Bélgica llevan ca-si un año negociando inca-paces de formar gobierno. ¿Cómo es posible?

No soy la persona adecuada para darle una res-puesta. No soy responsable de eso. He sido elegido como eurodiputado por la Alianza de Liberales y Demócratas de Europa y no estoy impli-cado en esa negociación. Lo único que puedo decir es que espero que tengamos un go-bierno lo más rápido posible.

La crisis política no es nueva. ¿No cree que el modelo belga está agotado y que se hace necesario evolucionar hacia otro sis-tema con más autonomía para las regiones?

¡Pero si solo han ne-gociado durante 48 horas!

¿El resto del tiempo ha sido solo teatro?

Bueno, no voy a entrar a criticar. Es muy difícil para

10~11. GUY VERHOFSTADT.

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aquellos que están negociando pero está claro que necesitamos un gobierno lo antes posible. Puede que ahora no se vea el peligro de no tener un gobierno pero puede aparecer a medio plazo. Tenemos el euro, la economía alemana está trabajando muy bien y estamos muy cerca de ese país pero si no haces los cambios necesarios en materia de reformas de pensiones, del mercado

laboral por ejemplo, puede tener efectos negativos en cinco años.

¿Está Bélgica abocada a la secesión?No lo creo porque más de dos tercios de

los ciudadanos, un 80%, no lo quieren. Quieren más autonomía para las regiones, que haya más responsabilidad sobre las polí-ticas y las decisiones que uno toma pero eso no significa la separación del país. Creo que sería un gran error.

¿Qué lectura hace de los resultados electorales cosechados por los nacio-nalistas en su Flandes natal hace menos de un año o en Escocia hace unas sema-nas?

En el caso de Bélgica diría que es más una reacción a las malas políticas de los últimos años. Pero siempre es díficil valorar si se votó por una mayor autonomía o la expresión de un deseo de cambio.

¿Cree que son muestra del descontento que aflora en Europa por la gestión política de los Estados-nación?

Creo que pensar que los Estados nación pueden resolver todos los problemas es falso. Creo que solo las soluciones europeas pueden ser soluciones de futuro económica y políticamente.

De Reino Unido siempre se dice que no pondría problemas a celebrar un referéndum de independencia escocés. ¿En Europa habría problemas para aceptar a un nuevo Estado sur-gido de la escisión de un Estado miembro?

No creo que sea una cuestión de Europa sino de los ciudadanos que vivan en ese país. Y además ya tenemos ejemplos en el pasado como en Checoslovaquia.

El año pasado, con su grupo, realizaron una jornada de trabajo en Euskadi. ¿Qué impre-sión se llevó?

Muy positiva. Nunca había estado antes en el País Vasco y me gustó mucho. Es una zona muy intensa y activa de España. Algunos decían que es como Suiza. Muy activa, dinámica. Creo que es una de las regiones más dinámicas de España, si no la que más. Y muy buena comida por cierto.

Sería usted partidario de apoyar un even-tual proceso de paz a través de la creación de un progra-ma PEACE como el que tiene Irlanda desde los noventa?

No sé lo suficiente como para opinar. Soy de los que piensan que es mejor hablar de las cosas que conoces y no sé si conozco lo suficiente. Lo único que hay que esperar, visto el proceso de integra-ción europeo, es que se pueda encontrar un equilibrio entre el Estado central en España y la autonomía de las regio-nes. Lo mismo está ocurriendo en Bélgica. Nosotros también estamos buscando ese nuevo

equilibrio. Creo que ocurre lo mismo en el País Vasco o en Cataluña donde están intentando obte-ner más autonomía, aunque en el País Vasco van más lejos gracias a su autonomía fiscal.

¿Cree que Europa debería implicarse?Es algo que debe resolverse dentro de las

fronteras de España, pero déjeme decir que la violencia nunca ha sido una buena forma de hacer frente a estos problemas. Sólo podemos esperar que las cosas avancen y encuentren el equilibrio entre el Estado central y la región autónoma del País Vasco.

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ELKARRIZKETA: SILVIA MARTÍNEZ (BRUSELAS). ARGAZKIAK: ERIC VIDAL.

“Pensar que los Estados-nación

pueden resolver los problemas es falso”

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5~19. EL PROYECTO EUROPEÍSTA DEL NACIONALISMO VASCO EN PERSPECTIVA HISTÓRICA. LEYRE ARRIETA ALBERDI.58

AGUIRRE, EUROPA Y EL PARTIDO NACIONALISTA VASCO

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LA ACTUALIDAD DE LA HISTORIA

El 2 de diciembre de 2004, la Asamblea Nacional del PNV se enfrentó a un deba-te polémico1. Había que tomar una decisión en torno al Tra-tado Constitucional Europeo (TCE) que entonces se estaba discutiendo en los países de la Unión como documento base para la reorganización de Euro-pa y su adaptación al contexto cambiante del siglo XXI. Este Tratado iba a ser sometido en España, como en otros países, al plebiscito popular a través de un referéndum y esto hacía ineludible un posicionamiento claro de los nacionalistas vas-cos. Durante los meses ante-riores había quedado patente que el partido entraba dividido en este debate y que Josu Jon Imaz, el nuevo presidente y sucesor de Xabier Arzalluz, no lo iba a tener fácil a la hora de conseguir una mayoría para la ponencia oficial que abogaba

por un sí crítico al Tratado. En realidad, la división en este debate prolongaba una situación que ya se había generado un año antes, cuando hubo que cubrir la vacante dejada por Arzalluz. Entonces, y en contraste con todos los procesos electorales a la presidencia del PNV habidos en su larga histo-ria, no se impuso el candidato promocionado por el presidente saliente. Imaz logró vencer al líder gui-puzcoano Joseba Egibar por un escaso margen de votos. Así, el debate sobre la Constitución Europea se convirtió también en un test sobre la solidez del liderazgo de Imaz que era un reconocido experto en asuntos europeos, ya que entre 1994 y 1999 había sido eurodiputado del PNV.

Pero, además del revuelo por el cambio en la presidencia del partido, había otra importante interferencia que condicionaba el debate sobre la Constitución Europea. Cuando se reunían los delegados en la sede del partido para afrontar la decisiva discusión y votación, el partido se en-contraba inmerso en otra polémica que también venía de lejos. En septiembre de 2003, el lehen-dakari nacionalista Juan José Ibarretxe había presentado en el Parlamento vasco su Propuesta de Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi, un documento que desde entonces se había con-vertido en la nueva hoja de ruta no sólo del PNV, sino también de los partidos que formaban con él el gobierno (EA, EB) y, con matices y críticas, de los partidos nacionalistas cercanos a la izquierda

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LUDGER MEES UPV / EHU

abertzale. Los partidos no nacionalistas, en cam-bio, lo habían rechazado de forma categórica, reprochando a Ibarretxe y su partido buscar una independencia encubierta y pagar un precio políti-co al terrorismo de ETA. Lo que los delegados del PNV que discutían sobre la Constitución Europea en ese momento todavía no podían saber es que tres semanas más tarde el Parlamento vasco iba a aprobar, con mayoría absoluta y gracias a tres votos de la izquierda abertzale, el llamado Plan Ibarretxe, que en febrero del año siguiente fraca-saría, en cambio, en el Parlamento español al no ser admitido a trámite2.

En este escenario tenso y complicado, los delgados del PNV necesitaron cuatro horas para finalmente aprobar la ponencia oficial sobre la Constitución Europea con el resultado de 46 votos a favor, 20 en contra y uno en blanco3. A lo largo de sus 20 páginas, el texto de la ponencia denota una notable impronta historicista con el fin de insertar la propuesta de un apoyo crítico a la Constitución Eu-ropea en la larga tradición europeísta del PNV. Ya en la segunda página aparece la primera referen-cia al lehendakari Aguirre cuya “doctrina”, según los autores de la ponencia, “el Partido ha manteni-do como eje central de su política europea hasta el día de hoy”4. Y si fuera poco, algunas páginas más adelante, esta referencia se convierte en una poco disimulada advertencia para el sector crítico del partido al que, debido a sus planteamientos maximalistas, se sitúa al margen de la tradición histórica. Y es que, –y éste es el argumento– pese a ser conscientes de las deficiencias del proceso de la construcción europea, Aguirre y los suyos no cayeron en la tentación del maximalismo y su-pieron reconocer también las grandes ventajas de este proceso para Euskadi:

“Si la generación de Aguirre hubiera jugado al maximalismo, arrinconando el pragmatismo, no habrían creído en la Europa que emergía. En su tiempo, la Europa que ellos vieron nacer era una Europa asentada en los Estados. Conviene recor-dar que los tratados fundacionales ni tan siquiera mencionaban a las Regiones. Pero ellos, siem-

pre pensaron que, con el tiempo, Europa aca-baría succionando a los Estados, lo que pondría inexorablemente en su lugar a las comunidades naturales, a los pueblos como el vasco”5.

Como se ve, la memoria del primer le-hendakari era invocada para legitimar y sacar adelante una propuesta política de la dirección de su partido 44 años después de la muerte de Aguirre. La propuesta, su discusión y su vota-ción se desarrollaron en un contexto en el que el

tema no era únicamente, quizás ni siquiera princi-palmente Europa, ya que en el fondo subyacían otros temas de calado como la disputa de los dos sectores del partido por la hegemonía, así como la pregunta sobre cómo podía encajar una propuesta soberanista como el Plan Ibarretxe en una Consti-tución Europea construida desde una perspectiva estatal y no sub-estatal. Como ocurre tantas veces, la historia –o la interpretación que los sectores en liza hacían de la misma– había alcanzado la ac-tualidad, lo que es una razón suficiente para mirar atrás y analizar el papel del primer lehendakari y de su partido en el incipiente proceso de la construc-ción de Europa. Para ello, dedicaré en primer lugar algunas reflexiones a la, a mi juicio, mal llamada “doctrina Aguirre”. Después analizaré algunos de los principales hitos de la política europeísta de Aguirre. Para concluir, retomaré las reflexiones so-bre la relación entre la historia y la actualidad con las que he iniciado este artículo.

LA MAL LLAMADA “DOCTRINA AGUIRRE”

Tal y como aparece en la ponencia sobre la Constitución Europea que se ha citado antes, hoy en día es casi un lugar común hablar de la

Aguirre y los suyos “siempre pensaron que, con el tiempo, Europa acabaría succionando a los Estados, lo que pondría inexorablemente en su lugar a las comunidades naturales, a los pueblos como el vasco”.

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“doctrina Aguirre” para de-finir la línea política que el PNV ha desarrollado desde los inicios de la unificación europea. Se da a entender así que fue José Antonio Aguirre quien elaboró este

conjunto de ideas, opiniones y es-tratégicas que confluían en la po-lítica europeísta del partido. Según Leyre Arrieta, quien se basa en un testimonio de Iñaki Aguirre Zabala, fue Xabier Arzalluz quien acuñó el concepto de “doctrina Aguirre” 6. A la luz de los documentos dis-ponibles conviene, sin embargo, matizar el significado de esta ex-presión7. En primer lugar cabe se-ñalar, como veremos, que entre los escritos doctrinales del primer lehendakari los textos relacionados directamente con el tema europeo son más bien pocos. Este pano-rama no varía mucho si incluimos también la correspondencia privada de Aguirre. Aún sin tener datos empíricos exactos, en su conjunto parece confirmarse la impresión de que otros líderes como José María Lasarte o Manuel Irujo, y, sobre todo, Francisco Javier Landaburu se prodigaban bastante más que Aguirre sobre la política europea. Por lo tanto, desde este punto de vista, podríamos hablar con tanta o más razón también de una “doctrina Irujo” o una “doctrina Landaburu”, porque en realidad fue un conjunto de personas que dio cuerpo a la po-lítica europeísta del PNV. Si figura el nombre del primer lehendakari al lado de la doctrina, se puede justifi-car no por la cantidad y la extensión de sus elaboraciones teóricas al respecto, sino por otras dos razo-nes: la primera radica en el hecho de que Aguirre fue la persona en el grupo de los líderes mencionados que publicó el primer texto doctrinal relacionado con el tema europeo en una fecha tan temprana como es la

de diciembre de 1943; y la segunda razón tiene que ver con el liderazgo carismático e incondicional del le-hendakari, a quien todos los demás líderes nacionalistas consideraban su dirigente y su representante. Por ello, una palabra de Aguirre o una aparición pública del lehendakari tenía más impacto y proyección que las palabras y comparecencias de cualquiera de los demás dirigentes jeltzales. En el primer aniversario de la muerte del lehendakari, Manuel Irujo ya expresó claramente este indiscutido liderazgo de Aguirre en el tema europeo:

“Europa sigue su marcha, con grandes dificultades y a paso más lento que el que nosotros desearíamos, pero sin marcar re-trocesos en su concepción y reali-zaciones. Nosotros estamos donde estábamos cuando el Presidente Aguirre nos dejó. Pero el esfuerzo y el sacrificio de su vida no serán estériles. Y los hombres que le he-mos sobrevivido, conducidos por su sucesor el Presidente Leizaola, tenemos a gran honor el de seguir sus enseñanzas, adaptándolas a los momentos que vive hoy y que ha-brá de vivir mañana nuestro pueblo, recordando su lección constante, reiterada a cada paso de su obra, de que la política es, en todo caso, el arte de lo posible”8.

Como se ve, es más que probable que ni Irujo ni Landa-buru hubieran aceptado jamás que una doctrina se relacionara con su apellido y no lo hiciera con el del primer lehendakari.

Cabe añadir una segunda matización del concepto “doctrina Aguirre”. Cuando aquí hablamos de una doctrina, nos referimos a un cor-pus de ideas, opiniones y estrategias políticas elaboradas con rigor y cohe-

La política europeísta del PNV que en sus orígenes fue definida por hombres como Aguirre, Irujo, Lasarte, Leizaola o Landaburu fue construida en torno a dos o tres ideas-fuerza bastante vagas e indeterminadas que no llegaron a configurar una auténtica doctrina coherente y acabada. Este carácter inacabado del pensamiento europeísta tenía una enorme ventaja: cambiar y adaptar una doctrina coherente, elaborada y acabada resulta mucho más complicado que modificar un conjunto de ideas más o menos abiertas e incluso ambiguas cuando las circunstancias lo requieren. Esta volatilidad de su pensamiento europeísta permitía a Aguirre y su gente reaccionar con flexibilidad y pragmatismo ante los vaivenes del proceso de unificación europea sin entrar en demasiadas contradicciones.

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rencia. Sin embargo, lo que se suele señalar como “doctrina Aguirre” es más bien un enorme puzzle con muchas piezas que nunca encajan del todo, piezas cuyas dimensiones y colores van cambiando con el paso del tiempo y que nunca terminan de configurar la imagen del puzzle en su totalidad. Dicho de otra manera: la política europeísta del PNV que en sus orígenes fue definida por hombres como Aguirre, Irujo, Lasarte, Leizaola o Landaburu fue construida en torno a dos o tres ideas-fuerza bastante vagas e indeterminadas que no llegaron a configurar una auténtica doctrina coherente y acabada. Este ca-rácter inacabado del pensamiento europeísta tenía una enorme ventaja: cambiar y adaptar una doctrina coherente, elaborada y acabada resulta mucho más complicado que modificar un conjunto de ideas más o menos abiertas e incluso ambiguas cuando las circunstancias lo requieren. Esta volatilidad de su pensamiento europeísta permitía a Aguirre y su gente reaccionar con flexibilidad y pragmatismo ante los vaivenes del proceso de unificación europea sin entrar en demasiadas contradicciones.

Hechas estas puntualizaciones al concep-to de la “doctrina Aguirre”, veamos cuáles son los ejes básicos del pensamiento europeísta del lehendakari y cómo evolucionó hasta su muerte. Además de la correspondencia privada, entre las fuentes primarias con carácter doctrinal sobre el tema europeo sobresale un largo artículo titulado “Coordinación de nacionalidades europeas” que Aguirre publicó en diciembre de 1943 en la revista Post War European Federation9. Este artículo des-taca también porque en años posteriores Aguirre lo reelaboró al menos en dos ocasiones para publicar sendos artículos en otras dos revistas internacio-nales: en febrero de 1945 lo hizo en la revista La Revue Belge con el título de “L’Homme et la natio-nalité, bases de la paix future”, y en una fecha no determinada de 1949 apareció en la revista Corps Diplomatique su escrito titulado “Le problème des nationalités devant la Fédération Européenne”10.

En este artículo, Aguirre desarrolla dos ideas prin-cipales: una, que el problema de las nacionalidades sin Estado con derecho a la “autodeterminación” y al “self-government” no es un problema interno de los respectivos Estados, sino un problema interna-cional que debe ser solucionado en el marco de la nueva Europa federal que se avecinaba; y, dos, que –en consecuencia– Europa no puede ser una Europa de los Estados que hace caso omiso de las nacionalidades oprimidas. Al contrario, la “nueva

filosofía política” que inspira el proyecto de Europa abre la puerta a la solución de los problemas planteados por las naciones sin Estado:

“No se concibe en una Europa que quiere la paz y su propio ordena-miento que queden prendidas en sus sedes nacionalidades oprimidas. La federación es un camino de libertad porque nace del compromi-so entre iguales. La filosofía política que se orienta al futuro, al introducir notables modificaciones en el concepto de la vieja soberanía estatal, quiere consagrar y conjugar la libertad nacional de los pueblos haciéndola compatible con la participa-ción en espacios político-económicos más am-plios. La garantía de los pueblos, principalmente de los pequeños, reside precisamente en estas más amplias estructuras supraestatales”.

En este sentido, el futuro organismo rector de la Europa federada era para Aguirre una especie de agencia tutelar con potestad para establecer las condiciones en las que una nacionalidad oprimida podía acceder a su libertad, así como para asegu-rar la realización de este proceso de forma demo-crática y pacífica. Una vez realizado este proceso de liberación, la entidad europea protegería a la nación ahora “soberana” o “auto-gobernada” ante cualquier intento de modificación “unilateral” y “vio-lenta” de su estatus. Esta propuesta de encontrar un “encaje jurídico del problema de las nacionalida-des insatisfechas” en la Europa de la post-guerra se concretaba en los siguientes puntos:

“Consagrados el principio de la autodetermi-nación y el derecho al self-government de todos los pueblos grandes y pequeños con características y voluntad nacionales definidas, la organización conti-nental (caso de Europa) o la internacional en su día:

A. Acordará una norma jurídica general que facilite el acceso a la libertad política de todos los pueblos que la deseen según el grado de su capacitación y voluntad. Estas reglas quedarán incorporadas al Derecho Internacional positivo.

B. Fijará las condiciones que debe reunir una nacionalidad y las pruebas de auténtica ex-presión de voluntad popular que debe llenar para obtener el beneficio de la libertad política.

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C. Admitirá las demandas de las nacionalidades reclamantes que hayan lle-nado las condiciones establecidas, reco-nociendo y amparando su derecho a la comparecencia ante el organismo interna-cional para la defensa de su derecho.

D. Las autonomías o soberanías políticas obtenidas por las nacionalidades quedarán garan-tizadas en su ejercicio pacífico por el organismo internacional. Si una nacionalidad obtuviera su autonomía política mediante convenio libre con el Estado del que forma parte, la nueva situación jurídica creada gozará de las mismas garantías internacionales, sin que pueda modificarla ningún acto violento o unilateral.

E. La Organización internacional podrá esta-blecer plazos de prueba para comprobar la capaci-tación política de un pueblo y la posibilidad de su desenvolvimiento, y establecerá aquellos términos dentro de los cuales una nacionalidad puede obte-ner la plenitud de sus derechos políticos hasta su equiparación con los demás Estados”.

Los dos últimos puntos de la propuesta ha-cían referencia a la creación de una oficina perma-nente para la problemática de las nacionalidades sin Estado propio, así como el tutelaje del proceso de emancipación por parte de la entidad europea con el fin de asegurar su desarrollo democrático y pactado.

Cuando Aguirre redactó estas líneas, se encontraba todavía en su fase más radical inicia-da tras la definitiva derrota de la República. En la primavera de 1939, el lehendakari y los demás dirigentes del PNV reunidos en el exilio francés habían decidido dar por finiquitado todo compro-miso con la República y su engranaje político y jurídico con el fin de aprovechar la situación para buscar un nuevo estatus político que sobrepasa-ra el Estatuto de 1936. Este giro estratégico se plasmó también en una mayor presión sobre los partidos no nacionalistas en el Gobierno vasco a los que se les exigía aceptar la línea nacional vasca y romper amarras con sus homónimos españoles si querían seguir en el gobierno. Por lo tanto, en el texto citado de 1943 no sorprende la reivindicación de la internacionalización del problema de las na-

cionalidades, como tampoco sorprende la postulación del derecho de la auto-determinación que podría llegar hasta la “equiparación con los demás Estados”, es decir, la constitución de una nacionalidad en Estado propio.

Sin embargo, el rechazo de la idea de que el proble-ma nacional sea un asunto doméstico del respectivo Estado afectado y la reivindi-cación de trasferir su solución al ámbito in-ternacional contrasta con la polémica que el propio Aguirre ha-bía mantenido un año antes con Ma-nuel Irujo. Como pre-sidente del Consejo Nacional de Euzkadi, fundado y gestionado por Irujo en Londres durante la odisea del

lehendakari por la Europa nazi, el navarro había ideado para la Europa post-bélica el proyecto de una Confederación Occidental con sede en París y con Euskadi como un Estado soberano más. Se trataba, según Irujo, de “sacar Euzkadi del cuadro peninsular” y descartar “soluciones relacionadas con el Estado español”. Tras su reaparición en la escena pública, Aguirre había criticado este proyecto, reprochando al ex (y futuro) ministro “ir contra la Geografía y la Historia” al pretender una Confederación “Continental sin pasar por la Pe-ninsular”. Más tarde, en una carta a los miembros del EBB en Londres, concretó su planteamiento en estos términos:

“Creo honradamente que no podemos lle-gar a nuestra independencia ni a la integración continental, sin agotar la fase peninsular a base claro es de nuestra libertad nacional. Agotada esta fase por incomprensión o dureza con los espa-ñoles, el camino está libre y créanme que yo no

Sólo tras agotar la negociación con el gobierno de España cabía acudir a las instancias internacionales en búsqueda de una solución para las ansias de auto-gobierno de Euskadi. La vía internacional directa era precipitada y potencialmente suicida. Como no existía la varita mágica -la escalera en el símil de Aguirre- había que avanzar de forma gradual, “subiendo de rama en rama”.

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me detendré por duro que parezca (…), no vaya a ser que por querer alcanzar la copa del árbol nos matemos, cuando pudimos haberla alcanzado subiendo de rama en rama. A no ser que Vd. vean la escalera. Díganme dónde está para cogerla in-mediatamente”11.

Con otras palabras: sólo tras agotar la nego-ciación con el gobierno de España cabía acudir a las instancias internacionales en búsqueda de una solución para las ansias de auto-gobierno de Eus-kadi. La vía internacional directa era precipitada y potencialmente suicida. Como no existía la varita mágica -la escalera en el símil de Aguirre- había que avanzar de forma gradual, “subiendo de rama en rama”.

Cuando Aguirre publicó la segunda versión de su artículo, estaba ya a punto de abandonar definitivamente su fase previa de nacionalismo radical, intransigente y hegemonista con el fin de poner en práctica la estrategia que había anuncia-do a los líderes de su partido. En 1945, el lehen-dakari se encontraba completamente volcado en una complicada labor de mediador entre los dife-rentes sectores del republicanismo español con el fin de impulsar la restauración del Gobierno de la República en el exilio. Había llegado a la conclu-sión de que en la nueva Europa que emergía tras la derrota del fascismo estrategias aislacionistas y unilateralistas en favor de la soberanía vasca carecían de operatividad política. Los aliados que supuestamente estaban llamados a acabar con todos los residuos de regímenes dictatoriales que aún quedaban en el Occidente tras el fin de Hitler y Mussolini, miraban más a Madrid que a Bilbao. Só-lo intervendrían si se vislumbraba una alternativa sólida para el Estado capaz de garantizar el orden y la paz. Por consiguiente, cualquier tipo de liber-tad vasca pasaba necesariamente por la creación de un gobierno central fuerte y estable, así como por la obtención del máximo grado de influencia

vasca posible en ese mismo gobierno. En el verano de 1945, la traducción de estas convicciones en hechos reales condujo a la constitución del Gobierno republicano presidido por José Giral y, con ello, al mayor desembarque del nacionalismo vasco en la política espa-ñola en toda su historia12.

Ante este trasfondo, hubiera sido lógico esperar una cierta revisión de la tesis internaciona-lista en el artículo de 1945, cosa que, sin embargo, no ocurrió. El texto mantiene básicamente las mismas tesis, incluso párrafos enteros literalmente idénticos, para lamentar la laguna que existe en el ordenamiento jurídico internacional respecto a la realización del derecho de las nacionalidades a autogobernarse, una laguna que, a juicio de Aguirre, había derivado en el hecho de que “las nacionalidades que siguen un proceso de libera-ción o independencia no han tenido otro camino que aquel de la violencia”. Como en la publicación de 1943, la única referencia a la necesidad de un acuerdo previo con el Estado queda subordinada a la instancia internacional que debía garantizar el ejercicio de “las autonomías o soberanías obteni-das por las nacionalidades” “incluso si han sido el resultado de una libre convención con el Estado del que forman parte”.

En cambio, en la tercera edición de este artículo programático de 1949 sí existe alguna modificación de calado. Como veremos, cuando se publicó esta nueva versión del texto de 1943, el proyecto de la unificación europea estaba ya en marcha. Aguirre lo había seguido muy de cerca y había madurado la idea de que, de momento, la base de este ambicioso proyecto seguían siendo los Estados y que era altamente inverosímil creer que alguna instancia central europea pudiera asu-mir la tarea de iniciar, tutelar y blindar procesos soberanistas dentro de algún Estado miembro.

Cualquier tipo de libertad vasca pasaba necesariamente por la creación de un gobierno central fuerte y estable, así como por la obtención del máximo grado de influencia vasca posible en ese mismo gobierno. En el verano de 1945, la traducción de estas convicciones en hechos reales condujo a la constitución del Gobierno republicano presidido por José Giral y, con ello, al mayor desembarque del nacionalismo vasco en la política española en toda su historia.

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Como ya lo había previsto en su polémica con Irujo, sabía que el futuro de Euskadi no podía entrar en la agenda eu-ropea si Euskadi previamen-te no había forjado alguna alianza estratégica con los

demócratas y europeístas españoles. Por consiguiente, en el texto de 1949 se suprimió un punto que muy previ-siblemente hubiera provocado el re-chazo de los demócratas españoles como era la referencia al derecho de autodeterminación. En 1943 y 1945, este derecho se había reivindicado abiertamente como punto de partida del proceso soberanista iniciado en el ámbito internacional: “Consagrados el principio de la autodeterminación y el derecho al self -government de to-dos los pueblos grandes y pequeños con características y voluntad nacio-nales definidas (...)”. En el texto de 1949 esta premisa desaparece com-pletamente y se habla generalmente de “pueblos que desean la libertad” a los que habría que garantizar un procedimiento jurídico internacional para poder alcanzar esta meta. Se mantiene, por tanto, la idea básica de que las reivindicaciones nacionales de las naciones sin Estado no son asuntos domésticos del Estado en cuestión y que alguna instancia de la “Organización Federal de Europa” de-bería ocuparse de este tema. Pero, al mismo tiempo, se realiza un peinado del texto para eliminar todas aquellas fórmulas susceptibles de provocar la contestación de aquellos con los que había que llegar a algún tipo de consenso.

Aquí aparece de nuevo este rasgo característico que marcó la po-lítica del primer lehendakari durante buena parte de su vida: su empeño casi obsesivo en forjar consensos y mantener la unión de los demócratas. Para ello era necesario, como en este caso, ceder y hacer concesiones

parciales, sin renunciar a metas más ambiciosas.

Ésta era la línea europeísta que Aguirre ya no va a abandonar en los años que le quedan de vida y que conseguirá imponer a su partido. En los diferentes mensajes programáti-cos que el lehendakari irá publicando regularmente para celebrar el Aberri Eguna, el aniversario de la constitu-ción del Gobierno vasco o el Mensaje de Gabon (Navidad) el tema europeo es recurrente y se construye en tor-no a dos ejes argumentales: uno, la federación es el futuro de la historia y debe aplicarse, por tanto, no sólo en el marco europeo sino también en el ámbito ibérico; y dos, la federación europea es el único camino para ga-rantizar el desarrollo y el bienestar de los pueblos. Franco y su régimen son “los separatistas de Europa, los que con su permanencia tiránica en el po-der ofrecen al pueblo un futuro de mi-seria”. Por ello, Franco acabará como un obstáculo anacrónico al progreso y a la lógica de la historia, máxime cuando la lucha anti-comunista exigía la unidad y fortaleza de toda Europa. Así lo resumió Aguirre en una carta a Jesús Galíndez de octubre de 1953:

“Aplicando todas estas consi-deraciones a nuestro problema par-ticular, no ya sólo el vasco, sino el español y aun el peninsular, por implicar también a Portugal, es fácil deducir que tenemos enfrente la pla-taforma de una gran política que nos alcanza de lleno. Si Europa se cons-tituye en las bases que han sido re-flejadas, se producirá una conmoción general que alcanzará, sin remedio, a todos los países, quiéranlo o no sus dirigentes actuales. (…) El conjunto de estas instituciones en función nos servirá para demostrar ante nuestro pueblo, el pueblo español y también ante Europa nuestra situación de in-digencia y el derecho que nos asiste

El futuro de Euskadi no podía entrar en la agenda

europea si Euskadi previamente no

había forjado alguna alianza estratégica

con los demócratas y europeístas

españoles. Por consiguiente, en el texto de 1949 se suprimió un punto que muy previsiblemente

hubiera provocado el rechazo de

los demócratas españoles como era la referencia al derecho de

autodeterminación.

Un rasgo característico que marcó la

política del primer lehendakari durante buena parte de su vida: su empeño casi obsesivo en

forjar consensos y mantener la unión

de los demócratas. Para ello era

necesario, como en este caso, ceder y hacer concesiones

parciales, sin renunciar a metas más ambiciosas.

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a ser europeos y a pertenecer, por lo tanto, a la unión continental y recibir de ella los beneficios consiguientes. El obstáculo es el régimen dictato-rial del General Franco. Nuestro programa tendrá entonces una razón de ser interior y exterior, que será entendida por todas las personas razonables, pues no será fácil entonces oponer argumentos basados en supuestos peligros comunistas u otros de índole parecida, puesto que precisamente la autoridad supra-nacional constituirá la garantía más firme contra todo intento antidemocrático”15.

Ni en el año en el que el gobier-no estadounidense firmó los acuerdos de cooperación militar y económica con el régimen, ni después el lehen-dakari albergó duda alguna acerca de este programa. No existe el más mínimo rastro de duda en sus pro-clamaciones públicas, pero tampoco en su correspondencia privada, de manera que se impone la impresión de que este optimismo no era una actitud fingida con el fin de alentar y animar a sus seguidores, sino fruto de su convicción personal. Hay una sola excepción de esta regla y, significa-tivamente, se encuentra en el último mensaje que publicó pocos meses an-tes de morir. Su mensaje de Gabon de 1959 probablemente es el único texto suyo en el que, junto a la ya clásica defensa de la “unión férrea de todos los vascos” como condición impres-cindible en la lucha contra la dictadura, aparecen vestigios de dudas e incluso de críticas contra las democracias europeas. Durante los últimos meses de su vida, Aguirre había tenido que observar que las democracias inter-nacionales y, también las europeas, en lugar de deshacerse de Franco, lo habían admitido en las Naciones Unidas y en la UNESCO. El presi-dente norteamericano había visitado personalmente al dictador. Pese a los obligados mensajes de resistencia (“Los pueblos se conocen en la adver-sidad”), el mensaje es un texto triste y abatido que incluye párrafos tan poco característicos como éste:

“Nuestra lucha contra la dictadu-ra sería más fácil si no nos viéramos an-te la curiosa necesidad de defendernos contra el realismo de las democracias y sus constantes reconocimientos del dictador. Nos dirán que su filosofía no ha cambiado, pero su conducta mar-cha detrás del interés. No es ésta una novedad en la historia de las relaciones humanas. Como tampoco lo es el tributo que nos imponen la privación de libertad y el exilio, es decir, nuestra

incapacidad momentánea; pues nada podemos ofrecer sino nuestro idealis-mo y nuestra fe en el futuro, moneda que no tiene curso en el mercado internacional, más atento al interés inmediato (...)”16.

De repente, ya no hay referen-cia alguna al proyecto europeo como instrumento de lucha antifranquista y marco de la libertad de Euskadi. Al contrario, Europa y el “realismo de las democracias” se ha conver-tido en un adversario, ante el que era necesario “defenderse”. Aguirre, el apasionado defensor de la unión europea ¿estaba a punto de pasarse al bando de los euro-escépticos? No lo podemos saber, porque poco des-pués una aguda crisis cardíaca acabó con su vida. En todo caso, después de haber salvado su firme convicción europeísta en otros momentos de crisis y contrariedades, no parece muy verosímil pensar que esta última crisis de 1959 hubiera provocado un cambio sustancial en las ideas que Aguirre defendía desde mediados de los años 40. Más que de cambio sus-tancial quizás pueda hablarse de una cierta atemperación realista de su pasión europeísta, producida en un momento en el que la fisionomía de Aguirre revelaba claras muestras de cansancio y envejecimiento, debido también a que los proyectos euro-peístas concretos en los que había participado se habían mostrado impo-tentes en la lucha antifranquista y por la libertad de Euskadi.

Franco y su régimen son “los separatistas de

Europa, los que con su permanencia

tiránica en el poder ofrecen al

pueblo un futuro de miseria”. Por ello, Franco acabará

como un obstáculo anacrónico al

progreso y a la lógica de la historia,

máxime cuando la lucha anti-

comunista exigía la unidad y fortaleza

de toda Europa. Así lo resumió Aguirre

en una carta a Jesús Galíndez de octubre de 1953.

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ALGUNOS HITOS DE LA POLÍ-TICA EUROPEÍSTA DE AGUIRRE Y DEL PNV

Los principales hitos de la política europeísta de Aguirre se concentran en el lustro entre 1947 y 195117. Por una parte,

apoyándose en sus buenas relaciones con el par-tido francés Mouvement Républicaine Populaire (MRP), en junio de 1947 una representación del PNV encabezada por Aguirre asistió al con-greso constituyente de la federación de partidos democristianos denomi-nada Nouvelles Équipes Internationales (NEI). El lehendakari fue elegido miembro del Consejo de Honor y Landaburu entró en la directiva en repre-sentación de “Euzkadi”. Los vascos, que hasta el año 1965 iban a ser los únicos representantes del Estado español en los NEI, acompañaron la actividad de esta organi-zación desde la primera fila, ofreciendo su sede de la Avenida Marceau para las reuniones y, en 1950, incluso para la instalación del Secreta-riado que antes había estado en Bruselas.

La clara vocación europea de los NEI con-dujo a que en mayo de 1948 una delegación vasca de esta asociación fuera invitada a asistir al bautizo del Movimiento Federal Europeo en la conferencia constitucional de La Haya, donde se pusieron las bases para la aceleración posterior de la unidad europea. Gracias a un largo informe redactado muy probablemente por Landaburu, co-nocemos con detalle los problemas que tuvo la de-legación vasca (Aguirre, Landaburu, el miembro de Acción Nacionalista Vasca Juan Carlos Basterra) para acreditarse como invitados de la Conferencia,

problemas originados, según el autor del informe, por las maniobras del representante del antifran-quismo conservador Salvador Madariaga ante los sectores conservadores británicos bajo el pretexto de que “si se invitaba a vascos y catalanes cons-tituían, unidos, mayoría sobre los españoles”18. Aunque Madariaga negase posteriormente esta acusación, por las fuentes analizadas por Ugalde sabemos al menos que sus propuestas para la invitación de representantes de la España de-

mocrática no incluyeron a ningún vasco19. Final-mente, después de ha-berse perdido la sesión de apertura, gracias a muchas gestiones de úl-tima hora, y en medio de una confusión notable, los vascos consiguieron ser acreditados como observadores invitados, lo que fue posible, se-gún el informe citado, merced a las presiones de los federalistas fran-ceses y holandeses.

Estos problemas fueron más que meras anécdotas, ya que de-mostraron a Aguirre, tal y como ya se ha indica-do antes, que la Europa que se estaba creando iba a seguir siendo una Europa de los Estados, y no de los pueblos. De ahí que impulsara con toda su energía la fundación del Consejo Federal Español del Mo-

vimiento Europeo (CFE) como órgano aglutinador de todas las fuerzas federalistas del Estado es-pañol. Así, en febrero de 1949, y esta vez en la sede del Gobierno vasco de París, se constituyó este Consejo presidido por el mismísimo profesor liberal-conservador Madariaga y con Irujo como vicepresidente y Lasarte como secretario general.

Pero, como ya había ocurrido en otras oca-siones, Aguirre y su grupo de París funcionaban

Durante los últimos meses de su vida, Aguirre había

tenido que observar que las democracias internacionales

y, también las europeas, en lugar de deshacerse de Franco, lo habían admitido

en las Naciones Unidas y en la UNESCO. El presidente

norteamericano había visitado personalmente al dictador.

Pese a los obligados mensajes de resistencia (“Los pueblos se

conocen en la adversidad”), el mensaje de Gabon de 1959

es un texto triste y abatido.

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con una velocidad, y el partido con otra, bastante más lenta. Ya en 1945, la decisiva implicación del lehendakari en la constitución del Gobierno de la República en el exilio, había provocado las inquietudes y protestas del sector más dogmático del PNV y Aguirre tuvo que defender su política ante Doroteo Ziaurritz, el presidente del EBB, quien le había exigido aclarar “cuándo se podrán romper estos lazos y compromisos … con los es-pañoles”20. En esta ocasión, el hecho de que en el Consejo Federal Español unos nacionalistas vas-cos debían representar a un organismo español, había levantado ampollas. Las críticas provenían no sólo de los sectores más sabinianos, sino fue-ron compartidas incluso por Juan Ajuriaguerra, el presidente del EBB en el interior:

“Se ha afirmado que no estamos hoy en hacer una política separatista. Nosotros, el Partido, estamos en política nacionalista, que en determinados casos se hace clara-mente y en otros no. Nos estamos dejando llevar por una tolerancia y moderación excesivas que nos hacen andar en un trapecio (…) No inte-resa construir Europa y destruir Euzkadi”21.

Estas críticas arreciaron a raíz de unas jornadas organizadas por el CFE y con la participación de varios políticos nacionalistas, que más tarde fueron tachados por algunos correli-gionarios suyos de hacer declaraciones “españo-listas” y anti-vascas. Para salvar la situación, se recurrió al mismo truco que ya había permitido respirar tranquilos a los jeltzales más ortodoxos cuando en 1945 Manuel Irujo volvió como ministro al Gobierno de la República: se consideraba que Irujo entró en el gobierno como representante de una institución supra-partidista como era el Go-bierno vasco, y no como representante del PNV. Así, en 1951 se fundó el Consejo Federal Vasco que debería representar a los intereses vascos

de forma colectiva dentro del CFE. Su presidente fue el consejero de Agricul-tura del Gobierno vasco y miembro de ANV Gonzalo Nárdiz.

Sin embargo, las inquietudes y críticas no desaparecieron. Como nadie quiso desautorizar personalmente al lehen-dakari, el máximo responsable de esta línea euro-peísta pragmática, la dirección del PNV optó por silenciar las actividades del CFE, cuyo presidente Madariaga, complicando las cosas un poco más, no mostró precisamente un cuidado especial para evitar manifestaciones susceptibles de herir las sensibilidades nacionalistas22. Esta situación

incómoda fue muy pro-bablemente otro motivo más para que José Ma-ría Lasarte, el secreta-rio general del CFE y consejero del gobierno, abandonara en 1952 la política activa de prime-ra fila y se trasladara a América Latina. Más tarde, las presiones del partido impidieron que Javier Landaburu, cuya candidatura fue apoya-da por Aguirre, ocupara la vacante dejada por Lasarte.

En todo este con-flicto, el lehendakari ac-tuó siempre de la misma forma: primero creando

hechos consumados, y después manteniéndose por encima de los intereses enfrentados, para es-cudarse preferentemente en los colaboradores y defender a través de ellos sus postulados. Nunca entraba al trapo, criticando o desautorizando a alguien de forma directa. Sólo en la correspon-dencia con sus colaboradores más cercanos dejaba caer, muy de vez en cuando, alguna refe-rencia crítica nunca personalizada, pero siempre unívoca, como cuando poco después de toda la polémica en torno al CFE defendía ante Galíndez la idea de que la gente de Euskadi se sentía euro-pea “por motivaciones muy superiores a los viejos y estrechos conceptos patrioteros”23.

Para Aguirre el CFE no era sólo una expresión de un pensamiento europeísta. Además de ello tenía la

potencialidad de constituirse, por fin, en la institución unitaria

tan necesitada en la lucha contra Franco.

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Es más, para Aguirre el CFE no era sólo una ex-presión de un pensamiento europeísta. Además de ello tenía la potencialidad de constituirse, por fin, en la institución unitaria tan ne-

cesitada en la lucha contra Franco. En este sentido, el CFE, y su inte-grante el Consejo Federal Vasco, sustituyeron a dos tentativas pre-vias en las que el lehendakari ha-bía participado activamente y que tenían fecha de caducidad, cuando Aguirre envió a su delegado en Nueva York las siguientes líneas sobre la trascendencia que en su opinión tenía la creación del CFE:

“La trascendencia a que me refiero está no sólo en la integra-ción de tan distintas fuerzas, sino en que en un momento determi-nado lo que es hoy un instrumento europeísta puede convertirse, por-que ese es su espíritu, en la alter-nativa gubernamental que se echa de menos por las Cancillerías ex-tranjeras. Todo esto hasta hoy no es más que una experiencia, pero si los hombres que componen el Consejo y las organizaciones que le apoyan toman en serio su mar-cha y desarrollan todos sus traba-jos de relación principalmente en el interior podemos elaborar un instrumento que sea el que cubra el periodo provisorio y del cual se saquen aquellos elementos que puedan constituir el Gobierno de la alternativa que falta. Ante los fracasos anteriores, uno el del Go-bierno de la República imposibili-tado de reunir fuerzas divergentes, y otro el del Pacto socialista-mo-nárquico llevado en forma poco hábil por Prieto y poco leal por parte de los monárquicos, queda esta tercera tentativa que al calor de la Europa y de sus realidades tenga más posibilidades que los ensayos anteriores. (…)”.

Aguirre concluyó esta misiva con una buena definición de la idea-fuerza que ha guiado su vida política:

“Yo no me hago demasiadas ilusiones para un inmediato próximo, pero siempre he sido partidario de la integración de fuerzas diversas, que se entable entre ellas el conocimiento y el diálogo, pues por ahí comenza-mos nosotros realizando la experien-cia vasca que ha resultado, dentro de los defectos que toda obra tiene, eficaz y utilísima” 24.

Como es sabido, tampoco re-sultó este tercer ensayo de crear un instrumento antifranquista unitario y eficaz, al que la dirección del partido nunca había visto con buenos ojos. Y el problema no era la concepción más o menos federalista de Europa, o el mayor o menor papel que se les reser-vaba a los Estados en detrimento de las naciones, sino el viejo miedo sabi-niano de contagio y de la consiguiente pérdida de la pureza nacional vasca a través de una relación demasiado directa y estrecha con España. Era una cuestión de perspectiva: mientras que para el sector más ortodoxo del partido la única virtud del proyecto europeo para los vascos radicaba en la hipotética disminución de la influen-cia española, Aguirre y el “Comité de París” –tal y como lo denominaba Ajuriaguerra– estaban convencidos de que ningún proyecto político para Euskadi tenía visos de ser escuchado en Europa sin el aval del Gobierno democrático español o de la entidad que lo sustituía. Dicho de forma plás-tica: para lograr el menos España en el que todos los nacionalistas vascos estaban de acuerdo, era preciso pasar previamente por una fase de –formal-mente– más España, en la que había que hacer concesiones y llegar a com-promisos con el Gobierno español y, a mayor influencia en este Gobierno, mayor beneficio político para la liber-tad y el autogobierno vascos. Por dos

La única virtud del proyecto europeo para

los vascos radicaba en la hipotética

disminución de la influencia española, Aguirre y el “Comité

de París” –tal y como lo denominaba Ajuriaguerra- estaban convencidos de que

ningún proyecto político para

Euskadi tenía visos de ser escuchado en Europa sin el

aval del Gobierno democrático español o de la entidad que lo sustituía. Dicho de forma plástica:

para lograr el menos España en el que

todos los nacionalistas vascos estaban de

acuerdo, era preciso pasar previamente por una fase de -formalmente- más España, en la que había que hacer

concesiones y llegar a compromisos con el Gobierno español y,

a mayor influencia en este Gobierno, mayor

beneficio político para la libertad y el

autogobierno vascos.

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razones, este contraste de perspectivas no llegó a provocar un choque abierto: una, como hemos vis-to, en el ámbito teórico Aguirre mantuvo un discurso que, pese a determinados guiños semánticos hacia los no nacionalistas, en su calculada imprecisión conceptual era compatible también con plantea-mientos abiertamente independentistas: los “pue-blos que desean la libertad” de su texto de 1949 podían ser entendidos perfectamente como los pueblos que aspiraban a la “auto-determinación” que figuraba en el texto de 1943 y 1945; y dos, su política de hechos consumados estaba blindada por su aureola carismática que envolvía y protegía al máximo dirigente del na-cionalismo vasco, con el que nadie osaba enfrentarse de forma abierta, al menos en público.

EL LEGADO EUROPEÍSTA DE AGUIRRE

Retomando algunas de las reflexiones que figuran al comienzo de esta ponencia, podríamos resumir el legado europeísta que dejó el primer lehendakari a su partido y a la sociedad vasca en general con dos aportaciones fundamentales. En el plano teórico, Aguirre y sus colaboradores -el “Co-mité de París”- elaboraron un nuevo pensamiento político que tendía a superar lo que Aguirre mismo denominaba “los viejos y estrechos conceptos pa-trioteros” de un nacionalismo decimonónico caduca-do para insertar el discurso nacionalista en la nueva corriente moderna del federalismo europeo. No lle-garon a elaborar una doctrina, porque las coorde-nadas ideológicas del pensamiento europeísta eran lo suficientemente abiertas, inacabadas y laxas co-mo para permitir interpretaciones diversas e incluso contrapuestas. Esta aportación teórica se completa-ba, en segundo lugar, con una pragmática política de los hechos consumados que, sin abandonar el programa nacionalista, primaba de facto una inter-pretación posibilista del mismo. Esta aproximación gradualista a la naciente Europa unida permitió a Aguirre y sus hombres -no hubo ninguna mujer- en la medida de sus posibilidades presentar el caso vasco en los foros europeos, entablar contactos y amistades con políticos de diferentes países y, a la vez, divulgar con éxito el ideal europeísta entre la gente de Euskadi.

Medio siglo después de la muer-te del primer lehendakari, la figura y el ejemplo de Aguirre, así como algunas de las polémicas suscitadas en su día por sus decisiones siguen presentes en el Partido Nacionalista Vasco del siglo XXI. Ya se ha hecho referencia a

la invocación del pragmatismo y de la renuncia a planteamientos maxi-malistas como argumentos legitima-dores de la ponencia que apoyaba el voto favorable a la Constitución Europea. En este mismo texto no podía faltar el guiño a aquellos sectores nacionalistas, cuya única vara de medir y valorar la política europeísta en el País Vasco es España, es decir, la pregunta de si una determinada política en el ám-bito europeo aleja o acerca Euskadi de o a España. Así, un epígrafe de la ponencia se titula “El TCE su-

pone más Europa y menos España y Francia”. Sin embargo, a reglón seguido los autores hacen suya -sin mencionarla- la crítica que Aguirre había lanzado contra Irujo y aquellos nacionalistas que creían poder obviar las relaciones y acuerdos con España y acudir directamente a las instancias eu-ropeas con sus proyectos políticos. Esta situación no había cambiado en 2004, cuando se estaba discutiendo el Plan Ibarretxe:

“Si el Estado español diese por buena la Propuesta de Nuevo Estatuto Político (…) la UE no le pondría ninguna objeción. Ninguna. Europa no es, pues –no podría ser– el muro de contención del denominado Plan Ibarretxe. El muro, en este caso está en España. Lo que ésta eventualmente aprobase, sería validada [sic] de inmediato en el seno de la Unión. Lo que no sería realista, en esta fase de la construcción europea, es que Europa sea la instancia que garantice la salvaguarda de los derechos nacionales de Euskadi ante España y Francia”25.

Hay otra advertencia más: “Si el País Vasco promoviese un proceso unilateral de secesión, la UE no lo apoyaría, por supuesto (…). El territorio hipotéticamente independizado, eso sí, habría de solicitar su reingreso en la UE, en caso de estar interesado en continuar formando parte

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de la misma y la solicitud sólo podría ser aprobada con el visto bueno unánime de todos los miembros del Consejo, incluidos España y Francia”26.

¿Cuál es el significado real de esta advertencia? ¿Debe ésta ser interpretada como un rechazo a una secesión unilateral, a cualquier planteamiento secesionista o, inclu-so, como un abandono del clásico programa independentista? Ni en la ponencia sobre la Constitución Europea, ni en otros documentos programáticos posteriores del PNV hay una respuesta unívoca a esta pregunta, lo que quizás es el peaje a pagar para que las dos almas del PNV puedan seguir conviviendo dentro del mismo partido. Tampoco ayuda aquí una lectura de los clá-sicos como José Antonio Aguirre. Aguirre no tuvo tiempo –y tal vez tampoco lo consideraba ni nece-sario ni oportuno– de profundizar en su idea de Europa como agente erosionador de los Estados. Esta idea está presente en una buena parte de sus escritos sobre cues-tiones europeas. Ya en los textos citados de 1943, 1945 y 1949, el le-hendakari afirmaba que el desarro-llo de la idea introducía “notables modificaciones en el concepto de la vieja soberanía estatal”. En su mensaje de Gabon de 1958 aseve-ra que Europa está constituida por “pueblos adelantados y progresi-vos que no ven otra solución para su salud y seguridad futuras que la de su unión en una organiza-ción común y supranacional”. Esta unión suponía una “obligada cesión de determinadas facultades corres-pondientes a la soberanía de cada Estado”27. Y, finalmente, en octubre de 1959, en su mensaje conmemo-rativo de la constitución del primer Gobierno vasco afirma: “Cada día

tiene menos valor el argumento de las fronteras cerradas pues lo que se quiere es precisamente derrum-barlas”28.

Si, en definitiva, Aguirre fue consciente de la paulatina transfor-mación que el concepto decimonó-nico de soberanía estaba viviendo en el marco del proceso unificador europeo, ¿no hubiera sido lógi-co dar un paso más y reflexionar también sobre las repercusiones de esta transformación para el pro-grama político del nacionalismo? Si el diagnóstico de la erosión de las soberanías estatales y de las fronteras fuera correcto, y así lo parece corroborar una buena par-te de la bibliografía específica29, ¿no convendría revisar también conceptos como el de la indepen-dencia, la soberanía o el Estado propio? Evidentemente, en un Es-tado democrático no se le puede exigir a un partido nacionalista con una larga tradición democrática re-nunciar a su programa, sea este una amplia autonomía, un sistema federal o la formación de un Esta-do propio, siempre y cuando es-tos objetivos se persigan de forma pacífica y democrática. Pero este programa debe ser concreto, co-herente y dotado de una estrategia adecuada y realista. Y es en este contexto donde surgen las dudas y preguntas antes formuladas. Estas dudas no se despejan si recurrimos a algunos de los textos progra-máticos aprobados por el partido recientemente30. Así, por ejemplo, en enero de 2009 fue aprobado un extenso documento estratégi-co titulado “Think Gaur Euskadi 2020”, que fue elaborado tras un largo proceso de debate y contiene reflexiones y propuestas interesan-tes sobre los diferentes ámbitos en los que ha de desarrollarse el autogobierno vasco en el futuro

¿Existe en la Europa del siglo XXI algún país que disfruta de una “plena soberanía”? ¿Cuánto queda de la soberanía clásica en un momento en el que Bruselas interviene en la llamada crisis del euro para salvar o rescatar a determinados países de la quiebra? ¿Dónde está la soberanía si uno de sus atributos clásicos, la política monetaria, se ha convertido en un asunto compartido y gestionado por el Banco Central Europeo, al menos en la zona euro? ¿Es soberano un país cuyos presupuestos deben ser aprobados por Bruselas?

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próximo31. En este texto, en el ca-pítulo sobre la globalización y sus consecuencias para Euskadi se plantea para la relación Euskadi-Europa el “desafío” de “desarrollar plenamente muestro autogobierno y alcanzar la paz”. Más tarde se añade como otro de los objetivos el de “obtener la presencia directa de Euskadi en la Unión Europea”. La meta final de este “pleno desarrollo del autogobierno” y de la presencia en Europa es, aparentemente, la creación de un Estado propio. Así lo sugiere el capítulo 17 sobre la “Institucionalización compartida”, donde se afirma que lo que “guía la acción política de EAJ-PNV” es “el camino hacia la plena soberanía de Euskadi”. ¿Existe en la Europa del siglo XXI algún país que disfruta de una “plena soberanía”? ¿Cuánto queda de la soberanía clásica en un momento en el que Bruselas interviene en la llamada crisis del euro para salvar o rescatar a de-terminados países de la quiebra? ¿Dónde está la soberanía si uno de sus atributos clásicos, la política monetaria, se ha convertido en un asunto compartido y gestionado por el Banco Central Europeo, al me-nos en la zona euro? ¿Es soberano un país cuyos presupuestos deben ser aprobados por Bruselas?

A mi juicio, este es un debate que el nacionalismo democrático debería realizar sin tabúes. El le-hendakari Aguirre lo inició, pero no tuvo tiempo para profundizarlo. Es un debate complejo y no exento de riesgos, ya que el razonamiento sosegado se suele ver condiciona-do por la fuerte carga simbólica y emotiva que acompaña a los con-ceptos en liza. Reivindicaciones genéricas como el del derecho a decidir que se encuentran ahora en todos los documentos progra-máticos del PNV, quizás tengan la

virtud de cohesionar a los diferentes sectores del partido. Pero, a mi juicio, también corren el riesgo de convertirse en fetiches simbólicos cuyo único valor es el de ayudar a calentar mítines, si no se añade qué es lo que se quiere decidir. En un contexto comple-tamente distinto, en 1946 Aguirre explicó al presidente de su partido su animadversión hacia programas vacíos y altisonantes. La “libera-ción de la patria”, escribió, no se conseguía “ni con gritos, ni con programas que sólo están en el pa-pel o en las tribunas vocingleras de los mítines baratos, ni vitoreando a la Patria cuando se está desan-grando la nación”. Este objetivo só-lo se lograría “trabajando, creando la patria y restaurando la nación en su verdadero y auténtico sentido”32.

50 años después de su muerte, afortunadamente la nación vasca ya no se está “desangrando”. Pero esta invitación del primer lehen-dakari a concretar los programas y a rehuir de tentaciones populistas, además de volcarse en el trabajo del día a día, sigue plenamente vigente hoy en día. Si toda la clase política vasca hiciera suya esta re-flexión, que en el fondo no es otra cosa que una definición perfecta de lo que debería ser una POLÍTICA con mayúsculas, el camino hacia la Euskadi democrática, plural y pacífica del siglo XXI estaría más despejado.

Aguirre escribió que la “liberación de la patria” no se conseguía “ni con gritos, ni con programas que sólo están en el papel o en las tribunas vocingleras de los mítines baratos, ni vitoreando a la Patria cuando se está desangrando la nación”.

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NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

1. Este artículo forma parte de un proyecto de investigación subven-cionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (ref. HAR2008-03691/HIST), en el marco de un Grupo de Investigación de la UPV/EHU (ref. GIU 07/16).

2. Cf. Mees (2009).3. El País y El Mundo del 3.12.2004. Pese a esta postura favorable

del PNV, la Comunidad Autónoma del País Vasco fue la Comu-nidad en la que el referéndum registró el mayor porcentaje de rechazo al Tratado en todo el Estado. La participación fue tan sólo de 38,7%, los votos a favor sumaban el 62,6% y los en contra el 33,66%. Resultados según El Mundo, 22.2.2005.

4. Cf. el documento Posición de EAJ-PNV ante el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa, Ms., p. 2.

5. Ibid. p. 14.6. Arrieta (2007): 81.7. Además del libro de Arrieta, para lo que viene, así como sus an-

tecedentes, se pueden consultar Ugalde (1996, 2001 y 2001b); Landaburu (1982-1984).

8. Cf. el artículo de M. Irujo: “El Presidente Aguirre y el movimiento europeo”, Alderdi, 168, (III- 1961), p. 8.

9. En 1944, este artículo fue reproducido por la revista Euzkadi de Caracas y figura también en las Obras Completas (OC) de Aguirre (1981: 473-479).

10. Una reproducción del artículo de La Revue Belge se encuentra en Euzko Deya, París, 211, 31.3.1945; el otro está en Aguirre (1981: 791-793).

11. Para las citas cf. Pablo / Mees / Rodríguez Ranz (2001: 122 s).12. Cf. Mees (2006: 95-157), Ludger: El Profeta Pragmático. Agui-

rre, el primer lehendakari (1939-1960), Irún: Alberdania, 2006, pp.95-157.

13. Cf. el artículo “L’Homme et la Nationalité” antes citado. La tra-ducción es mía.

14. Cita del mensaje publicado con ocasión del Aberri Eguna de 1948, OC, II, pp. 763-765.

15. J.A. Aguirre a J. Galíndez, París 28.10.1953, Archivo del Nacio-nalismo (AN), GE-648-2.

16. “Mensaje de Gabon 1959”, en: Aguirre (1981): 1016-1018.

17. El mejor análisis de la política europeísta de Aguirre y del PNV es el de Arrieta (2007).

18. “Congreso de Europa. La Haya, 7 al 10 de mayo 1948. Razones de nuestra presencia en el Congreso”, documento sin fecha ni firma {probablemente de Landaburu}, Fondo Irujo (FI), 37-3.

19. Ugalde (2001): 83-90.

20. J. A. Aguirre a D. Ziaurritz, s.l., 16.1.1946, AN, PNV-119-4.

21. “Reunión del EBB con la Comisión Política, 28.5.1950”, AN, EBB, 120-2. En esta reunión, Lasarte había argumentado que no se había entrado en el CFE para hacer “política separatista”, sino “antifranquista y autonomista”.

22. Cf. Pablo / Mees / Rodríguez Ranz (2001): 205-212.

23. J.A. Aguirre a J. Galíndez, París, 28.10.1953, AN, GE-648-2.

24. J. A. Aguirre a J. Galíndez, París, 17.10.1952, AN, GE-648-2.

25. Posición de EAJ-PNV, p. 12.

26. Ibid. p. 17.

27. “Mensaje de Gabon 1958” en: Aguirre (1981): 1001-1006.

28. “Mensaje conmemorativo de la constitución del primer Gobierno vasco” en: Aguirre (1981): 1009-1015.

29. La bibliografía al respecto es muy amplia. De forma introductoria, se puede recurrir a Guibernau (2000); Keating / McGarry (2001).

30. Para lo que viene cf. Mees (2009).

31. El texto está disponible en www.thinkgaureuskadi2020.com.

32. J. A. Aguirre a D. Ziaurritz, s.l., 16.1.1946, AN, PNV-119-4.

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EL PROYECTO EUROPEÍSTA DEL NACIONALISMO VASCO EN PERSPECTIVA HISTÓRICA

LEYRE ARRIETA ALBERDI

L os organizadores del curso “Estados, naciones y regiones en la construcción de Europa” nos su-girieron impartir una

conferencia sobre “El proyecto europeísta del nacionalismo vasco en perspectiva histórica”. Hemos intentado dotar de con-tenido a dicho epígrafe, a pesar de que a la hora de preparar la comunicación, inmediatamen-te nos surgió un interrogante, que al fin y a la postre, se ha convertido en el hilo conduc-tor de nuestra exposición. ¿Ha existido realmente un proyecto europeísta como tal del nacio-nalismo vasco o los distintos partidos nacionalistas han de-fendido cada uno su propio plan

europeísta? O, dicho de otra manera ¿podemos ha-llar elementos comunes acerca de Europa en los discursos de los diversos movimientos y partidos nacionalistas vascos?

El que más se ha acercado a lo que podría-mos llamar un proyecto europeísta propiamente dicho ha sido el Partido Nacionalista Vasco (PNV), partido hegemónico en la esfera nacionalista vasca durante un largo período de tiempo; razón por la cual serán sus planteamientos europeístas los que centrarán la mayor parte de esta comunicación. Pero incluso en este caso cabe plantearse varias preguntas. ¿El PNV ha tenido un proyecto euro-peísta desde sus inicios?, ¿ha mantenido un único discurso europeísta?, ¿cómo se ha imbricado la vi-sión europeísta en la propia doctrina nacionalista?, ¿discurso y praxis han ido de la mano?, ¿comparte este discurso europeísta con otros movimientos o partidos nacionalistas surgidos posteriormente? Y finalmente, ¿qué ha sido Europa para el PNV y para el nacionalismo vasco en su conjunto?G

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En las siguientes páginas intentaremos dar respuesta a estos interrogantes, que son los que marcan la estructura del texto. En primer lugar, analizaremos desde cuándo son constatables ele-mentos europeístas en el corpus ideológico o en la acción política del PNV y repasaremos cómo, en función del acontecer europeo, del propio proceso de construcción europea y del sistema bipolar que, durante cuarenta años, constituyó el telón de fon-do del devenir mundial, dicha política europeísta fue transformándose o, para ser más exactos, adaptándose. Aunque haremos referencia a años posteriores, nos centraremos principalmente en las fases de la evolución de la política europeísta del PNV hasta el final del franquismo, puesto que los planteamientos europeístas del nacionalismo vas-co en la actualidad han sido tratados en el capítulo precedente. En un 2º apartado, abordaremos el debate sobre si existe un único discurso europeísta del PNV o si, por el contrario, debemos hablar de diferentes “modos de entender” Europa en el seno de dicho partido. También mencionaremos las perspectivas europeístas de otros movimientos y partidos nacionalistas vascos. Y, en tercer y último lugar, reflexionaremos sobre qué ha sido y qué es Europa para el conjunto del nacionalismo vasco. Será el momento de contrastar si los diversos movimientos nacionalistas comparten visión de Europa.

EVOLUCIÓN DE LA POLÍTICA EURO-PEÍSTA DEL PNV

Desde el nacimiento del PNV a finales del siglo XIX hasta el final del franquismo, se pue-den distinguir varias fases en la evolución de su proyecto europeísta, fases que corresponden a distintas actitudes o enfoques de la cuestión que, a su vez son reflejo, lógicamente, de contextos internacionales distintos y de diferentes momentos en el devenir político del propio PNV.

La primera se extiende desde 1895 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, y es un pe-ríodo en el que la acción exterior, y más concreta-

mente los planteamientos acerca de Europa, van adquiriendo progresivamente mayor peso especí-fico en las formulaciones del partido. La segunda fase, correspondiente a los años 1945–1950, se inició con la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Fue un lustro de enorme esperanza. Nunca antes había sido tan clara la apuesta del PNV por Europa. De hecho, los primeros años de esta segunda posguerra constituyeron la edad de oro de la política europeísta del PNV, pues fue entonces cuando se dibujó lo que hemos llamado discurso europeísta y cuando los líderes de dicho partido entablaron una rica red de relaciones con organismos y partidos europeos. Estos contactos abrieron puertas hasta entonces inimaginables, puertas conducentes al proceso de construcción europea que, a la sazón, comenzaba a dar sus primeros pasos. Dicho proceso, sin embargo, desembocó en una realidad europea radicalmen-te distinta a la que, en principio, esperaban los nacionalistas.

Así, la década de los cincuenta correspon-de a una fase de des-ilusión. La esperanza en la oportunidad que Europa brindaba al País Vasco en los primeros años tras el conflicto, dio paso a la decepción que supuso evidenciar que la realidad política no se correspondía con dicha esperanza. A partir de 1960 comienza lo que hemos denominado fase de resignación, que se extiende hasta 1977. El desengaño de los años cincuenta se transformó en una participación vo-luntaria y resignada del PNV en organismos de ámbito estatal como vía de participación en Eu-

La década de los cincuenta corresponde a una fase de desilusión. La esperanza en la oportunidad que Europa brindaba al País Vasco en los primeros años tras el conflicto, dio paso a la decepción que supuso evidenciar que la realidad política no se correspondía con dicha esperanza.

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ropa. Asimismo, es la época en la que, siguiendo las tendencias en boga por aquellos años, se generaliza también en el País Vasco, el uso del término “Europa de los Pueblos”. Actualmente este con-cepto no sólo se mantiene sino que cons-tituye el leit motiv del discurso europeísta

del PNV –también de otros partidos nacionalistas vascos –; un discurso que, desde 1977 hasta hoy, se ha mantenido prácticamente invariable y que se ha basado en la que hemos denominado concepción evolutiva del proceso de construcción europea. Conozcamos, detenidamente, cada uno de estos períodos.

1895–1945: CRECIENTE INTERÉS POR EUROPA

Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, y los primeros líderes del PNV apenas prestaron atención a Europa y a las cuestiones continentales. Lo cierto es que, en aquellos momentos iniciales de gestación, sus esfuerzos se centraron en afianzar las bases del recién fundado movimiento y en precisar su estructura interna. No obstante, el interés por Europa fue aumentando en los siguientes años y, principal-mente, a partir de la Primera Guerra Mundial. Luis de Eleizalde y Engracio de Aranzadi, principales ideólogos de la vertiente estatutaria del naciona-lismo vasco en la segunda década del siglo XX, fueron los líderes que mayor interés mostraron por la acción exterior y por otros pueblos del con-tinente. Paulatinamente, las referencias a cues-tiones europeas y los artículos relativos a esta temática comenzaron a salpicar esporádicamente la prensa nacionalista1.

Los nacionalistas vascos habían tenido conocimiento de las demandas de las minorías europeas y de las nacionalidades sin Estado y empezaron a implementarlas en su ideario. Ésa es la razón que explica el progresivo interés del PNV por Europa. Para dichas nacionalidades, además de símbolo de progreso, democracia y custodia de la pluralidad y diversidad de lenguas y culturas, Europa representaba nuevas expecta-tivas y posibilidades políticas. El PNV se percató así, por influencia externa, de las oportunidades que Europa le podía ofrecer. De hecho, el euro-peísmo de este partido y, posteriormente, de otras

apuestas nacionalis-tas vascas, siempre estuvo y ha estado ligado a la problemá-tica de las minorías nacionales. En aque-lla segunda mitad de los años diez del pasado siglo, Euro-pa comenzó a con-cebirse como caja de resonancia de la reivindicación nacio-nal y como escenario adecuado para la in-ternacionalización de la denominada cues-tión nacional vasca.

Durante los años veinte y treinta, el interés por la te-mática internacional y, primordialmente, europea, fue in cres-cendo y, paulatina-mente, aunque no sería exacto hablar de discurso europeísta, Europa fue adquirien-do un mayor papel en los presupuestos na-cionalistas y ello se debió a tres razones. En primer lugar, algu-nos líderes del PNV conocieron y asumie-

ron en esa época las ideas paneuropeístas de Ri-chard Coudenhove–Kalergi, aristócrata austríaco, fundador del movimiento Unión Paneuropea, que apostaba por un concepto político, no geográfico, de Europa, denominado Paneuropa2.

En segundo lugar, leyeron y comenzaron a valorar muy positivamente los planteamientos del personalismo y, posteriormente, del federalismo integral. El personalismo es una corriente de pen-samiento que se centra, como su propio nombre indica, en la primacía de la persona y propone la creación de una organización federalista que conceda protagonismo a municipios, regiones,

El interés por Europa fue aumentando en los siguientes años y, principalmente, a partir de la Primera Guerra Mundial. […] En aquella segunda mitad de los años diez del pasado siglo, Europa comenzó a concebirse como caja de resonancia de la reivindicación nacional y como escenario adecuado para la internacionalización de la denominada cuestión nacional vasca.

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pueblos... entidades todas ellas en las que la persona se sienta identificada. El federalismo integral, nacido en los años treinta y heredero del personalismo, aboga por una reestructura-ción superadora del Estado que derive en una organización supra-estatal que reconozca las comunidades existentes en su seno. Es decir, el elemento básico del federalismo integral es la unidad en la diversidad. Pues bien, a pesar de que no hallamos referencias explícitas del federalismo integral en los textos del lehen-dakari José Antonio Aguirre, el léxico que utiliza responde claramente al lenguaje de los textos personalistas (de autores como Alexandre Marc, Emmanuele Mounier, Denis de Rougemount). Se observan multitud de referencias al ser humano, al hombre, a la familia.

En tercer lugar, una joven generación de na-cionalistas liderada por el mismo Aguirre, llamada a ser la renovadora ideológica y líder del partido en las siguientes décadas, estableció contacto con destacados representantes de la democracia

cristiana europea y americana, contactos que se consolidaron y reforzaron durante la Segunda Guerra Mundial. Baste con señalar ahora que la citada joven generación será también la más ferviente defensora del proyecto europeísta en el seno del PNV.

Así, a medida que la contienda se de-cantaba a favor de los aliados y en el contexto europeo se multiplicaban las iniciativas y pro-puestas pro-unidad europea, muchas de las cuales abogaban por la construcción de una Europa cimentada sobre una base distinta a la de los Estados, las esperanzas puestas por los nacionalistas vascos en esa futura Europa iban en aumento. En la práctica, ello tuvo su reflejo en una creciente atención de la prensa nacionalista

por los acontecimientos europeos, en la asistencia de políticos nacionalistas al Tercer Congreso de la Unión de Nacionalidades Europas celebrado en Lausanne (Suiza) en 1916 y a varios Congresos de Nacionalidades Euro-peas. Un hecho significativo, y poste-riormente muchas veces reivindicado por el PNV como ejemplo de su longevo y enraizado euro-peísmo, fue la celebración del Aberri Eguna –día de la Patria Vasca– de 1933 (segundo Aberri Eguna de la historia) bajo el lema “Euzkadi-Eu-ropa”. Tuvo lugar en San Sebastián y congregó a más de 5.000 simpatizantes. Asimismo, no podemos olvidarnos de la constitución de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAV) en París en 19383. Los años de la Segunda Guerra Mundial fueron años de enorme actividad para el PNV, que participó en la Unión Cultural de los Países de Europa Occidental, en la Federal Union y en la International Christian Democratic Union, organizaciones todas ellas profundamen-te europeístas.

1945–1950: LA EDAD DE ORO

La fase de mayor esperanza corresponde al segundo lustro de los años cuarenta. Fina-lizada la Segunda Guerra Mundial, surgieron por doquier movimientos y organizaciones que apostaban por una Europa unida que pudiera recuperar el protagonismo de antaño, clara-mente superado ahora por los dos gigantes que habían irrumpido en el escenario internacional: los EEUU de América y la URSS. Las iniciativas europeístas, inicialmente de carácter privado, fueron recabando primero la complicidad de algunos gobernantes y posteriormente también el apoyo de los gobiernos y, a diferencia de épo-cas pasadas, contaron con un amplio refrendo popular.

Un hecho significativo, y posteriormente muchas veces reivindicado por el PNV como ejemplo de su longevo y enraizado europeísmo, fue la celebración del Aberri Eguna –día de la Patria Vasca– de 1933 (segundo Aberri Eguna de la historia) bajo el lema “Euzkadi–Europa”. Tuvo lugar en San Sebastián y congregó a más de 5.000 simpatizantes.

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Para los nacionalistas vascos todo hacía presagiar un horizonte enormemente ventajoso. Pensaron que, tras la dolorosa y cruel experiencia de dos guerras prácticamente consecutivas, y con el fin de

evitar más, los países europeos ten-drían en cuenta las distintas nacionali-dades existentes en su seno a la hora de acometer la reestructuración del continente. El segundo factor provoca-dor de optimismo en las filas del PNV también era externo: las óptimas rela-ciones con los EEUU. Los estrechos contactos entablados por el lehen-dakari Aguirre en su exilio americano con destacados políticos e intelectua-les europeos y norteamericanos, con-dujeron a un total alineamiento con la política estadounidense, a pesar de que los entendimientos entre los gobiernos franquista y norteamericano existieron incluso en los momentos de mayor aislamiento del régimen.

Aún así, eran momentos espe-ranzadores para el PNV. El optimismo se extendió entre sus filas. Aunque, en principio y visto desde hoy, este optimismo pueda parece iluso o exa-gerado, lo cierto es que en esa época la presencia de los vascos era reque-rida en muchos foros y algunas de sus personalidades, principalmente el lehendakari Aguirre, quizá por su don de gentes y madera de líder y tam-bién porque su fama había trascendido fronteras tras su novelística huída de Europa a los EEUU, fueron presencia habitual en numerosos actos y eventos internacionales.

De hecho, los años 1945-1948 fueron años de intensa actividad pa-ra los delegados del PNV. En esta época alcanzó sus mayores cotas de reconocimiento a nivel europeo y ello se plasmó en una serie de logros que alimentaron, aun más, el optimis-mo reinante. Uno de esos decisivos

tantos, lo consiguió al integrarse en los Nouvelles Equipes Internationales (NEI), la más importante organiza-ción democristiana de ámbito europeo. Otro fue la participación de algunos de sus líderes en la Unión Europea de Federalistas. Un sinfín de reuniones y congresos llenaron sus agendas en aquellos años. No deja de ser un hecho destacable –exitoso, nos atre-veríamos a decir– que el PNV conste como miembro fundador de la interna-cional democristiana o que algunas de las reuniones de dicha organización se llevaran a cabo en la sede parisina del Gobierno vasco, sita en el número 11 de la céntrica Avenue Marceau.

La máxima de esta etapa se podría resumir en el siguiente enuncia-do: subirse a todos los trenes. Dadas las difíciles circunstancias en las que el partido se veía obligado a actuar, la necesidad de aprovechar cualquier posibilidad que el contexto pudiera otorgarle se convirtió en la varita mági-ca que le permitió sobrevivir con cierta dignidad –e incluso con nombre– en el panorama europeo. De hecho, no es dato a desdeñar que hasta 1948, el PNV fuese el único grupo de la demo-cracia estatal presente en organismos europeos.

Con el inicio de la Guerra Fría en 1947, el gobierno de Francisco Franco comenzó a percibirse, a ambos lados del Atlántico, como un valioso elemento geoestratégico en la lucha contra el comunismo y los países de la Europa occidental pasaron de las condenas al régimen al establecimien-to de relaciones bilaterales con la España franquista. Al tiempo, los es-tados europeos iban recuperándose, fortaleciéndose e iniciando el camino hacia la reconstrucción del continen-te. Precisamente, ése fue el objetivo prioritario del Congreso de La Haya celebrado en 1948, aunar fuerzas en la empresa común de crear una Euro-

Los años 1945-1948 fueron años de intensa actividad para los delegados del PNV. En esta época alcanzó sus mayores cotas de reconocimiento a nivel europeo y ello se plasmó en una serie de logros que alimentaron, aun más, el optimismo reinante. Uno de esos decisivos tantos, lo consiguió al integrarse en los Nouvelles Equipes Internationales (NEI), la más importante organización democristiana de ámbito europeo.

Hasta 1948, el PNV fue el único grupo de la democracia estatal presente en organismos europeos.

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pa unida y consolidada. Y esa conferencia, en la que estuvieron presentes el lehendakari Aguirre, Francisco Javier Landaburu y Juan Carlos Baste-rra –los dos primeros del PNV y el tercero de ANV (Acción Nacionalista Vasca)– fue, sin embargo, la que truncó las ilusiones de las corrientes federa-listas impulsoras del proceso y, por ende, también las aspiraciones del PNV, por cuanto la Europa que de ella surgió trascendía las aspiraciones na-cionales para sustentarse sobre dichos estados reforzados.

A pesar de la decepción que ello provocó en las filas nacionalistas, el PNV siguió apostando por Europa, en primer lugar porque, como decía el citado Landaburu –uno de los principales, sino el principal exponente del europeísmo de su par-tido– “a fuerza de decepciones y contrariedades”, seguían teniendo fe en la Europa federal que pro-pugnaban porque “si el corazón está ausente, la Europa no será más que una abstracción, acep-tada por sociólogos y políticos, pero indiferente a las masas”4. En segundo lugar, Europa era, más que nunca si cabe, la única opción de derrocar el régimen franquista que les restaba tras el “aban-dono” norteamericano y, posteriormente, con el descalabro del plan monárquico–socialista ideado por el líder socialista Indalecio Prieto.

En su libro La Causa del Pueblo Vasco, del que posteriormente hablaremos, Landaburu justifica la elección y explica que la aceptación de la Europa de los Estados era un mal menor que

había que asumir a la espera de una Europa mejor. “Hoy sólo se hace –afir-maba Landaburu– la Europa de los Estados, la que era más fácil de hacer, porque hay prisa en hacerla, porque uno de los acicates de la organización europea es el miedo. Cuando el miedo pase y la doctrina madure, se pensará en hacer la Europa de los pueblos, y en esa Europa nadie podrá negar puesto al nuestro, a este pueblo fe-deralista y pacifista, ya que Europa no habrá de hacerse con más finalidad que la de la paz”5.

Años más tarde, otro de los dirigentes más importantes en la historia del PNV, el navarro Ma-nuel Irujo, expuso dicha decisión de forma muy cla-ra: “Los vascos llevaban [en la Haya] en la mente y en el corazón la Europa de los pueblos. La que na-cía no era la Europa de los pueblos, sino la Europa de los Estados. Para Aguirre y los suyos el dilema planteado no era el de una Europa u otra, sino el de Europa de los Estados o ninguna. Y aceptaron la Europa de los Estados”6.

Esta disyuntiva, la de bajarse del tren eu-ropeo o seguir en él, aun reconociendo que no era el ferrocarril rápido que esperaban y por el cual abogaban, se mantiene hoy día, como vere-mos después, entre las diferentes tendencias del nacionalismo vasco. Es la misma alternativa que años atrás explicara tan nítidamente el dirigente navarro.

1950–1960: AÑOS DE DES ILUSIÓN

Pero volvamos a 1950. Este año da inicio a una década trascendental en el proceso de construcción europea y realmente crítica para el PNV. En esos diez años los países europeos, a pesar de los desequilibrios en sus políticas inter-nas, fueron reforzándose paulatinamente, tanto desde el punto de vista político como económico, y en esa atmósfera de crecimiento el proceso de integración europea avanzó decididamente con la creación de la CECA, del Mercado Común y del EURATOM. A medida que los nexos entre los distintos países iban robusteciéndose, se conso-lidaban el atlantismo y el anticomunismo de las democracias occidentales y, consiguientemente, también las relaciones con el régimen franquista, que se erigía como escudo y bastión anticomu-

“Hoy sólo se hace –afirmaba Landaburu– la Europa de los Estados, la que era más fácil de hacer, porque hay prisa en hacerla, porque uno de los acicates de la organización europea es el miedo. Cuando el miedo pase y la doctrina madure, se pensará en hacer la Europa de los pueblos, y en esa Europa nadie podrá negar puesto al nuestro, a este pueblo federalista y pacifista, ya que Europa no habrá de hacerse con más finalidad que la de la paz”.

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nista. Recíprocamente, el gobierno de Franco aceleró su condición europeísta y buscó nuevas vías de conexión con instituciones y organismos europeos y, a pesar de que su carácter dictatorial vetaba su acceso a organismos oficiales, durante esos años la España franquista

logró incorporarse a las redes de cooperación internacional.

Lógicamente, la progresiva rehabilitación del régimen y las ya no disimuladas relaciones entre éste y el gobierno estadounidense consti-tuyeron dos de los “males” de esta aciaga etapa en la historia del PNV7. El tercero fue el concer-niente a la propia y poliédrica crisis interna del partido. La década no pudo empezar peor. En junio de 1951, el Gobierno galo ordenó el des-alojo del inmueble del número 11 de la Avenue Marceau, que para entonces había adquirido ya un enorme carácter simbólico no sólo para los nacionalistas, también para los demócratas

españoles que se reunían en aquel palacete, convertido en foco de democracia y de fervor europeísta. Una estructura interna desecha, es-trecheces económicas y las bajas y abandonos de varios dirigentes sumieron al PNV en una situación agónica, con nula capacidad de reac-ción ante el nacimiento de Euskadi ta Askatasuna (Euskadi y Libertad, ETA) en 1959.

Pero en la difícil situación de esa década, o precisamente porque en esa tesitura no había otro remedio, Europa siguió viéndose como una alternativa, como plataforma de lucha antifran-quista con ciertas probabilidades de éxito, como la última posibilidad de derrotar a Franco. Los esfuerzos de los nacionalistas se centraron, por

un lado, en evitar que el gobierno franquista se integrara en los organismos europeos y accedie-ra a la primera línea de la política europeísta y, por otro, en mantener la red de relaciones que había logrado tejer en la edad de oro de su polí-tica europeísta.

1960–1977: AÑOS DE RESIGNACIÓN

La inesperada muerte del lehendakari Aguirre en marzo de 1960 marca el final de esa crítica etapa y el inicio de una nueva fase en la historia del PNV. Durante esta larga fase que se extiende hasta 1977 el Mercado Común logró éxitos que atrajeron hacia su órbita más países, de suerte que en 1972 Europa pasaba a ser la Europa de los Nueve. Entretanto, el Gobierno franquista, auspiciado por el crecimiento econó-mico de los sesenta, emprendió una política de aproximación a Europa que tuvo como fruto la firma de tratados comerciales. Cualquier inten-

ción de conseguir algo más estaba completamente cer-cenada por el propio perfil autoritario del régimen. De hecho, las negociaciones para ingresar en la Comu-nidad Europea no pudieron iniciarse hasta 1977, una vez fallecido Franco.

Con el fin de neutra-lizar las posibilidades que el régimen pudiese hallar

en Europa, el PNV apostó por hacer fuerza co-mún con otros grupos democráticos españoles, postura ésta que en períodos anteriores –pro-fundizaremos en este tema más adelante– había sido abiertamente criticada por el sector menos posibilista del partido. Este posicionamiento era entendido como una jugada de largo alcance que proporcionaría a los nacionalistas una posición de salida más que apropiada en un posible escenario de transición a la muerte del dictador. Mientras, siguiendo la tendencia en boga en Europa en los años sesenta, el PNV se reafirmaba en el discurso de la Europa de los Pueblos. Al socaire de las políticas oficiales pro–regionalistas, en los años sesenta revivieron las corrientes federalistas integrales que popularizaron expresiones como la

Desde 1977 hasta la actualidad los planteamientos europeístas del PNV apenas han variado. En el plano teórico, el partido ha seguido criticando la Europa real, la Europa de los Estados, pero en la práctica, ha revalidado la elección de 1948, a saber, aferrarse conscientemente a dicha Europa.

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Europa de las Regiones y la Europa de las Etnias. Ahora bien, ninguna de estas denominaciones terminaban por encajar en el ideario del partido nacionalista que se aferró al término Europa de los Pueblos, pues se ajustaba más a su concep-ción de Euskadi como nación, que no región.

A finales de la década de los cincuenta y primeros de los sesenta irrumpieron en el seno del nacionalismo vasco nuevos movimientos co-mo ETA y Enbata –grupo nacionalista del País Vasco francés– que también se decían euro-peístas. Con la doble finalidad de contrarrestar la potencial atracción que dichos movimientos pudieran ejercer sobre sectores europeístas y dejar patente su papel protagonista en la esfera europea, el PNV organizó en San Sebastián el Aberri Eguna de 1968 bajo el viejo lema “Euskadi-Europa” utilizado en la celebración de 1933.

1977–2010: CONCEPCIÓN EVOLUTIVA DEL PROCESO DE INTEGRACIÓN EUROPEA

Desde 1977 hasta la actualidad los planteamien-tos europeístas del PNV apenas han variado. En el plano teórico, el partido ha seguido criticando la Europa real, la Europa de los Es-tados, pero en la práctica, ha revalidado la elección de 1948, a saber, aferrar-se conscientemente a dicha Europa. Esta opción se en-marca en lo que se ha denominado concepción evolutiva del proceso de construcción europeo, concepción, ya expresada por Landaburu, que plantea dicho proceso como algo inacabado, sus-ceptible de mejora. Se parte de la base de que el Estado–nación es un concepto cambiante, que se halla en plena evolución, inmerso en un proceso de descentralización, que puede desembocar en una Europa diversa y federal, en la que la “Nación vasca” pudiera ser sujeto y protagonista político.

Desde esa perspectiva, el PNV no considera incompatible la defensa de la soberanía vasca y de la autodeterminación con un apoyo a la actual cons-trucción europea. A nivel discursivo, ese apoyo es reiteradamente crítico pero en la práctica, los nacio-

nalistas vascos, aplicando su tradicional pragmatismo, se pliegan a la realidad e intentan aprovechar las posibilidades a su alcance para participar en Europa. Como posteriormente comprobaremos, es en este punto, en la práctica, donde difieren con otros grupos nacionalistas nacidos tras la muerte de Franco.

Este concepto dinámico, progresivo e in-concluso del proceso de integración europea ha posibilitado que el PNV respaldara a Europa en cada una de las citas que así lo han requerido. Por ejemplo, en 1986, año de la adhesión del Estado español a la Comunidad, este partido “no albergó la más mínima duda en torno a la pertinencia del ingreso”. Posteriormente, ante tratados como los de Maastricht, Ámsterdam, Niza o el propio Tratado de Constitución Euro-pea en 2004, el PNV ha ratificado su vocación europeísta. Ahora bien, el sí del partido ha sido reiteradamente crítico. Esa crítica es resultado

de la concepción evolutiva y, asimismo, reflejo de los debates internos que la cuestión europea ha suscitado en el seno del PNV. Dicho sí no siempre ha sido amparado unánimemente por las voces del partido pero finalmente, en todos los casos, se ha impuesto la opción pro–europeísta, apelando precisamente a la trayectoria histórica del partido y a la denominada Doctrina Aguirre, a la que aludiremos inmediatamente. Como botón de muestra, la controversia interna suscitada en la Asamblea del PNV de noviembre de 2004 en torno al Tratado Constitucional. Finalmente, por escaso margen, el partido se decantó por un sí crítico porque consideró que un rechazo al texto no se avendría a las posiciones adoptadas por el PNV a lo largo de su historia8.

Ante tratados como los de Maastricht, Ámsterdam, Niza o el propio Tratado de Constitución Europea en 2004, el PNV ha ratificado su vocación europeísta. Ahora bien, el sí del partido ha sido reiteradamente crítico. Esa crítica es resultado de la concepción evolutiva y, asimismo, reflejo de los debates internos que la cuestión europea ha suscitado en el seno del PNV.

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¿UN ÚNICO Y UNÍVOCO DISCUR-SO EUROPEÍSTA?

Una vez dibujada la evolución de la política europeísta del PNV, podemos abordar ahora la pregunta sobre la existen-cia de uno o varios discursos europeístas.

Pero para ello hemos de detenernos previamente en analizar en qué consistía dicho discurso y cuáles han sido y son los rasgos o líneas básicas que lo determinan. Igualmente, conviene evaluar la pervivencia o no de dichos rasgos y sondear la consonancia entre discurso y praxis.

ELEMENTOS DEL DISCURSO EUROPEÍSTA

Aunque los planteamientos europeístas del PNV no fueron sistematizados y explicitados has-ta que Landaburu los desarrolló en La causa del pueblo vasco (1956), no dudamos en asegurar que fue en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando este partido fijó los elementos cardinales de su discurso euro-peísta9. La base de dicho discurso la constituyó la denominada Doctrina Aguirre, que reivindica la participación de Euskadi en Europa en igual-dad de condiciones que el resto de las naciones integrantes. Como hemos visto, y como sucede habitualmente en el ideario de los movimientos nacionalistas que aspiran a un mayor papel en Europa, el plan de Aguirre se sustentaba en una supuesta crisis del Estado-nación y, consiguiente-mente, proyectaba materializarse en una Europa de corte federal cimentada no sobre Estados sino sobre pueblos o entidades infraestatales.

Este proyecto europeísta concordaba ple-namente con el marco doctrinal del PNV, en tanto que dicha Europa federal otorgaría una salida natural a la llamada cuestión vasca. La merma de la soberanía de los Estados se traduciría en nuevas oportunidades para las nacionalidades sin Estado como Euskadi. La Europa defendida representaba el marco idóneo para construir y consolidar la identidad vasca y para propagar las reivindicaciones del pueblo vasco, zafándose así de las estereotipadas acusaciones que tildaban al nacionalismo vasco de aislacionismo conscien-te10. Constituía, al tiempo, un escenario adecuado para tratar de acrecentar la hostilidad política de los estados americanos y europeos hacia el régi-men franquista.

En suma, Europa simbolizaba una puerta abierta a nuevas expectativas y posibilidades polí-ticas, puerta a la que el PNV logró acceder a través de dos caminos distintos pero no divergentes: la democracia cristiana y el federalismo, corrientes ideológicas en las que se sustentó su política europeísta y que, a su vez, en la práctica, le pro-porcionaron vías de acceso reales a determinados organismos pro–europeístas a nivel continental.

La asunción por parte del PNV del los plan-teamientos tanto de la democracia cristiana como del federalismo fue absolutamente natural, en nin-gún modo artificial. Los vínculos establecidos en años anteriores por el lehendakari Aguirre y otros destacados miembros del partido con líderes de la democracia cristiana internacional corroboraban esta comunión de ideas. Por lo que al federalismo respecta, ya señalamos que la nueva hornada de dirigentes encabezada por el lehendakari bebió de los presupuestos de las corrientes denominadas federalismo integral y personalismo sobre todo durante los años treinta.

La denominada Doctrina Aguirre reivindica la participación de Euskadi en Europa en igualdad de condiciones que el resto de las naciones integrantes.

El plan de Aguirre se sustentaba en una supuesta crisis del Estado–nación y, consiguientemente, proyectaba materializarse en una Europa de corte federal cimentada no sobre Estados sino sobre pueblos o entidades infraestatales.

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El alineamiento con am-bos marcos ideológicos propor-cionó al PNV sendos cauces de aproximación práctica a Europa, que le posibilitaron el acceso al Movimiento Europeo y, en consecuencia, al proceso

de integración europea. Si no hubieran contado con las oportunidades deriva-das de los contactos establecidos en ambos ámbitos en los años previos, los nacionalistas vascos difícilmente habrían podido tomar parte en orga-nismos como los que a continuación se nombran y, por consiguiente, ha-brían tenido completamente vetada su participación en el proceso de integra-ción, dada la imposibilidad de acceso a las instituciones oficiales.

En el espacio democristiano, el PNV mantuvo relaciones con otros partidos de esta corriente –principal-mente con el MRP francés (Mouve-ment Republicain Populaire) y la DC italiana (Democrazia Cristiana)– y con sus correspondientes organizaciones juveniles y participó, en calidad de miembro fundacional, en la constitu-ción de los NEI en 1947. En la esfera del federalismo, los nacionalistas vas-cos materializaron su confianza en es-ta tendencia a través de la creación de organismos tanto a nivel vasco (MFV, CVFE) como a nivel estatal (CFEME), en aras a participar en la Unión Europea de Federalistas, en el Congreso de Comunidades y Regiones Euro-peas y en la Unión Federalistas de Comunidades Étnicas. Estos datos indudablemente positivos quedan un tanto atenuados si tenemos en cuenta que ninguno de dichos organismos era de ca-rácter oficial y que la representación del PNV no llegó a ser autónoma más que en el caso de los NEI y no durante todo el exilio.

DISTINTOS RITMOS TEORÍA–PRÁCTICA

Por tanto, democracia cristiana y federa-lismo constituyen los elementos fijos y perma-nentes de la política europeísta del PNV, aunque

ello no significa que dicha política se mantuviera inalterable durante el largo exilio. Entramos así a dar respuesta al siguiente doble interrogante. ¿Ha va-riado la política europeísta del PNV? ¿Discurso y praxis se corresponden? Estas dos cuestiones van inevitable-mente unidas porque a la hora de analizar la transformación o el man-tenimiento del proyecto europeísta, es necesario distinguir entre discurso y praxis. Mientras el primero, con la salvedad de ligeros matices, se man-tuvo prácticamente sin cambios, su aplicación práctica fue evolucionando, en la medida que fue respondiendo y adaptándose, no a los deseos de los nacionalistas y a los planteamientos de su corpus ideológico, sino a las posibilidades reales de acción en los marcos estatal y europeo.

Dos factores explican los cam-bios observados en la praxis europeís-ta. El primero fue, sin duda alguna, el alejamiento de los postulados del federalismo integral y el reforzamiento de los Estados europeos que supuso el Congreso de La Haya. El segundo, la frustración que se apoderó de los nacionalistas vascos cuando los ges-tos condescendientes del gobierno norteamericano para con el general Franco y su régimen fueron innega-

bles, y cuando, como consecuencia de lo anterior, las democracias europeas occidentales no sólo no criticaron dichas avenencias, sino que esco-raron claramente hacia posiciones notablemente más conservadoras.

La suma de ambos factores, a la que habría que añadir la crisis interna que afectó al partido en la década de los cincuenta, provocó cambios a nivel práctico. El primero y más importante, ya citado, la aceptación del proyecto europeo en base a estados reafirmado en La Haya. A partir de ese momento, será patente el desajuste entre teoría y práctica, la falta de correspondencia entre la reclamada Europa de los Pueblos y la aceptada Europa de los Estados. La segunda transforma-ción es la relativa a la transición de un activismo

La asunción por parte del PNV de los planteamientos tanto de la democracia cristiana como del federalismo fue absolutamente natural, en ningún modo artificial. Los vínculos establecidos en años anteriores por el lehendakari Aguirre y otros destacados miembros del partido con líderes de la democracia cristiana internacional corroboraban esta comunión de ideas.

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enfervorizado en los primeros años de posgue-rra a una cada vez más espaciada y reducida presencia en los foros europeos. Y la tercera, el beneplácito a la cooperación con fuerzas españo-las como canal de participación en Europa, posi-bilidad que pocos años antes –lo ampliaremos en el siguiente apartado–, había levantado ampollas entre el sector más intransigente del partido. La propia naturaleza de dichos organismos requería una participación conjunta estatal y cuando otras fuerzas españolas empezaron a tocar la puerta de estas entidades, el PNV tuvo que plegarse ante dicha exigencia, por temor a quedarse sin puesto alguno. Teóricamente, no renunció al separatis-mo ni a la independencia, pero el contexto forzó a una estratégica dejación transitoria de dichas reivindicaciones.

DEBATES INTERNOS EN TORNO A EUROPA

Con todo, y a pesar de estas variaciones, sí podemos hablar de una política europeísta “oficial” del PNV, de unas características comunes y acep-tadas por la mayoría de sus miembros. A saber, el escenario post-bélico europeo era entendido como excelente plataforma para lograr, en primer término, el derrocamiento del régimen franquista y, posteriormente, la inserción de Euskadi en una nueva Europa que se conjeturaba federal. Estos supuestos de partida se tradujeron en una firme apuesta por Europa que se plasmó en la inclusión del europeísmo como rasgo doctrinal propio del PNV y en la fuerte proyección de la política euro-peísta, mediante la participación en foros demo-cristianos y federalistas.

En el párrafo anterior queda resumida la base común compartida por la totalidad de afiliados del PNV. No obstante, las diferencias entre las diversas corrientes que, desde bien

temprano, convivieron en este partido tuvieron también reflejo en su política europeísta. Dichas corrientes podría-mos agruparlas en dos. La primera es aquella más ortodoxa, cuya máxima es velar por el cumplimiento de los dictados del fundador y no renunciar, en ningún caso, a la independencia de Euskadi. Esta máxima se traduce en la práctica en sortear cualquier compromiso con España o con fuerzas españolas. Luego está la tendencia más pragmá-tica y posibilista, partidaria de la vía autonomista, y amparadora de la articulación con grupos políti-cos democráticos españoles como vía tanto para derrocar la dictadura como para insertarse en organismos europeos de alcance internacional.

Este segundo grupo lo integra la anterior-mente aludida generación de políticos, que en la II República se acercó y asumió los principios de la democracia cristiana y del federalismo y que re-presenta la cara más moderna, demócrata y euro-peísta del PNV. Hablamos, en primer y destacado lugar, de Francisco Javier Landaburu –ya citado, la cara visible del PNV en Europa–, y, junto a él, Manuel Irujo –también nombrado anteriormente–, el propio lehendakari Aguirre, José María Lasarte –político de enorme talla, muchas veces olvidado, incluso por su propio partido, a pesar de que el peso que tuvo en él fue mucho mayor del que se le ha reconocido–, Jesús María Leizola –que será nombrado lehendakari a la muerte de Aguirre–, y los entonces miembros de EG (Euzko Gaztedi, organización juvenil del PNV), Iñaki Rentería e Iñaki Agirre.

La mayoría de estos dirigentes ostentó cargos en el Gobierno vasco y, por tanto, obe-deciendo la normativa interna del partido, no asumió responsabilidades en su aparato. Al estar directamente relacionados con el ejecu-

El escenario post–bélico europeo era entendido como excelente plataforma para lograr, en primer término, el derrocamiento del régimen franquista y, posteriormente, la inserción de Euskadi en una nueva Europa que se conjeturaba federal. Estos supuestos de partida se tradujeron en una firme apuesta por Europa que se plasmó en la inclusión del europeísmo como rasgo doctrinal propio del PNV y en la fuerte proyección de la política europeísta, mediante la participación en foros democristianos y federalistas.

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tivo vasco en el exilio, su domicilio se ubicaba en París y, consiguientemente, ellos fueron los que ejecutaron la puesta en práctica de la política europeísta del PNV. Mientras, el EBB (Euzkadi Buru Batzar, órgano directivo del partido) te-nía su sede en territorio vasco-francés,

a cientos de kilómetros de distancia de la capital parisina. Por tanto, varios factores convergen en la disyunción entre un grupo y otro. Por un lado, el carácter más abierto, moderado y posibilista del que hemos denominado Grupo de París; por otro, la mera distancia física que “desdibujaba” los mensajes emanados desde el EBB; y por último, el hecho mismo de ser, por su propia ubi-cación, los “hacedores” de la política europeísta, los ejecutores en la práctica diaria.

Desde ese privilegiado centro de actuacio-nes en el que se convirtió París, estos hombres encarnaban tanto al Gobierno vasco como al partido en los organismos y foros europeos en los que participaron. Y he aquí, en esa doble re-presentación Gobierno-partido, donde hallamos el primer motivo de desavenencia entre este grupo y la dirección del PNV. La importancia que tanto el ejecutivo como el partido concedieron a las relaciones internacionales, principalmente a nivel europeo, estimuló la búsqueda de contactos y ello provocó, en ocasiones, el roce competencial entre uno y otro. ¿A quién representaban Landaburu y compañía? ¿Al Gobierno o al partido?

Y lo que más preocupaba a los dirigentes del interior ¿cuál es el mensaje que se transmi-

tía en esos foros? A medida que los parisinos interiorizaban la idea de una Europa unida y eran conscientes de las posibilidades reales de actuación autónoma, su posibilismo crecía y sus planteamientos se moderaban, de forma que se produjo un mayor distanciamiento respecto a las demandas originarias del nacionalismo vasco. Conocían el día a día de la política europeísta, las posibilidades reales de actuación, e intelec-tualmente, se fueron alejando de los conceptos clásicos de soberanía e independencia y busca-ron otras fórmulas de articulación tanto a nivel español como europeo. Ello provocó recelos por parte de la dirección del PNV que, a su vez, era presionada constantemente por el ala más radi-cal del partido, organizado en torno al biógrafo sabiniano Ceferino Jemein. Las divergencias se plantearon ya en 1949, a raíz de la creación del Consejo Federal Español del Movimiento Euro-peo (CFEME). Fue el propio lehendakari Aguirre, junto con el escritor español Salvador Madariaga, quien fomentó la constitución de dicho consejo y alentó lógicamente la participación del PNV en el mismo. Enormemente significativo es el mismo hecho de que la inauguración oficial tuviese lugar en la citada sede del Gobierno vasco de la Ave-nue Marceau.

Para Jemein y los suyos fue la gota que colmó el vaso. Temerosos de que la esencia nacionalista quedara diluida en contacto con los españoles, este grupo de ortodoxos criticó repe-tidamente la actuación de los hombres de París y rechazó de lleno la participación de Euskadi en una posible España Federal. Es decir, el federalis-mo era aceptado vinculado a la idea europea, no si se aplicaba al caso español. Eran federalistas en tanto que europeístas. Jemein entendía “las federaciones y confederaciones peninsulares co-mo soluciones extravascas que no satisfacen a la Justicia y al Derecho a la Patria”11. El propio Juan Ajuriaguerra, líder indiscutible del PNV, lo dejó bien claro: “Ante Europa somos federalistas; ante España es otra cosa”12.

La relación con representantes y fuerzas políticas españolas fue un extremo criticado bási-camente por el sector aranista, no rechazado por el EBB. Sin embargo, existió otro elemento de fricción que sí incomodó a la dirección del partido: el nivel de acatamiento de sus órdenes por parte

Desde ese privilegiado centro de actuaciones en el que se convirtió París, estos hombres encarnaban tanto al Gobierno vasco como al partido en los organismos y foros europeos en los que participaron. Y he aquí, en esa doble representación Gobierno–partido, donde hallamos el primer motivo de desavenencia entre este grupo y la dirección del PNV.

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de los representantes parisinos. A nivel europeo, esa querencia por estar en todo, esa necesidad de estrechar todas las manos tendidas y de aprovechar todas las ocasio-nes que el contexto, la suerte o los contactos pudieran suministrar, pro-vocó que, en no pocas ocasiones, la práctica precediera a la teoría, es decir, que los parisinos tuviesen que decidir y actuar en función de las necesidades y las posibilidades, sin esperar las órdenes provenien-tes del interior. La inexistencia de una estrategia europeísta elaborada por parte del PNV también coadyuva a explicar la dislocación entre la dirección y los hacedores prácticos de la política europeísta.

En consecuencia, el distanciamiento ideo-lógico, azuzado por el propio alejamiento físico, provocó un claro décalage entre interior y París y un largo debate interno. En este debate que, según los aranistas más extremos, situó al PNV en riesgo de escisión, el EBB jugó el papel de árbitro. Intentó controlar la actividad de los “pari-sinos” por temor a que el mensaje nacionalista no se transmitiera con la suficiente nitidez y, aplican-do la calculada ambigüedad que ha caracterizado a este partido, aspiró a mantener el equilibrio entre su discurso nacionalista y la participa-ción consciente en la Europa de los Estados, como paso previo y nece-sario a la Europa de los Pueblos. Esa participación en Europa debía efectuarse, a ser posible, de mane-ra autónoma, y únicamente en caso contrario, a través de organismos de ámbito peninsular, siempre que se respetara y quedara claramente definida la idiosincrasia del pueblo vasco.

Para calmar los ánimos del sector aranista, aún encendidos por la postura “españolista” de los de París, se creó, en primer lugar, el Instituto Sabiniano (Sabinadiar Bat za), como organismo custodio de la doctrina de Sabino. Asimis-

mo, se les prometió la constitución de un consejo europeo vasco (Consejo Vasco por la Federación Europea, posteriormente Consejo Vasco del Movi-miento Europeo), fundado oficialmente en 1951. El PNV de-positó grandes esperanzas en este organismo pero su actuación fue muy reducida, por lo que idearon otra vía: articular un grupo europeísta en el interior, en territorio del Estado espa-ñol, que cumpliera un triple objetivo. Por un lado, reforzar el CVFE sito en

París; por otro, estimular la inquietud europeísta de los elementos nacionalistas que pudieran existir en el País Vasco; y, por último, frenar los in-tentos de grupos autodenominados europeístas, cercanos al régimen o cuando menos tolerados por aquél, que intentaban por aquel entonces ha-cerse un hueco en el escenario europeísta y, por tanto, podían constituir un polo de atracción para aquellos individuos con interés por la temática eu-ropea. Tampoco cuajó esta iniciativa. Landaburu fue el encargado de enviar información al interior y de animar a los jóvenes nacionalistas pero, a pesar de que la idea de crear el grupo fue recibida

con entusiasmo, el ambiente que se respiraba en el País Vasco a raíz del pacto entre Franco y los EEUU, fue lo suficientemente descorazonador co-mo para que los intentos fracasaran una y otra vez.

La frustración ahondó la falla entre “parisinos” e interior, falla que alcanzó su culmen a finales de 1957 y principios de 1958. Utilizando un símil futbolístico, el vestuario se revuelve cuando los resultados no acompañan. Y a esas alturas de la temporada, el vestuario nacionalista estaba práctica-mente desarticulado. Desde mediados de la década de los cincuenta, después de un sinfín de bajas y dimisiones, pro-vocadas algunas de ellas por las des-avenencias descritas, la inactividad del EBB adquirió tintes alarmantes y fueron, precisamente los hombres del Grupo de París quienes dieron la

La inexistencia de una estrategia europeísta elaborada por parte del PNV también coadyuva a explicar la dislocación entre la dirección y los hacedores prácticos de la política europeísta.

En consecuencia, el distanciamiento ideológico, azuzado por el propio alejamiento físico, provocó un claro décalage entre interior y París y un largo debate interno. En este debate que, según los aranistas más extremos, situó al PNV en riesgo de escisión, el EBB jugó el papel de árbitro.

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voz de alarma. En 1957 Leizaola, Irujo y Landaburu redactaron un informe dirigido al EBB, en el que, entre otras críticas, se constataba la pérdida de protagonismo de los nacionalistas vascos a escala europea, pérdida achacada al escaso respaldo de la dirección y a su incapacidad de crear un grupo cómplice del de París.

El equilibrio entre sectores, que se había logrado mantener a pesar de las discrepancias, se rompió a raíz de dicho informe. El EBB asumió su parte de culpa pero también puso sobre la mesa las objeciones a la labor de los parisinos que durante esos años había preferido archivar para evitar males mayores. Se abrieron viejas heridas. Acusaban al equipo de Landaburu de haber actuado de espaldas al interior, de haber transformado en feudo propio las asociaciones europeístas vascas y de no haberles suministrado más que informaciones mínimas, “arrancadas a fuerza de mendigar”13.

Estas imputaciones hicieron mella, lógica-mente, en el ánimo de la terna firmante. Hasta Landaburu, optimista empedernido y hombre con-ciliador donde los haya, se sintió derrotado. Única-mente quedaba aferrarse a la fe y añadirle unas gotitas de sentido del humor que, por suerte, no perdió: “¿Soluciones a este drama? No sé si queda otra cosa que la de los problemas muy íntimos: la oración, la voluntad de Dios… hace años le llamá-bamos el afiliado número 1. Espero que no se haya

dado de baja del Partido. O que no haya puesto entre el Zadorra, el Urumea y el Nervión un taller mecánico. En ese caso, estamos perdidos”14.

En 1960 moría repentinamente el lehen-dakari Aguirre, el nexo de unión entre tendencias, el líder capaz de apaciguar y serenar posturas encontradas. En la década de los sesenta y, so-bre todo, a partir de 1970, la quiebra entre unos y otros, entre exilio e interior, se hizo aún más inten-sa debido a la asunción de la dirección del PNV por una generación de jóvenes políticos que provocó el relego a un segundo plano de las personas que durante años habían asumido la gestión y aplica-ción de la política europeísta. A la distancia física se añadía la generacional y ambas multiplicaron los enraizados problemas de comunicación.

EL EUROPEÍSMO DE OTROS PARTIDOS NACIONALISTAS

Antes de entrar en el último apartado, en el que intentaremos concluir qué ha significado Euro-pa para el PNV y para el nacionalismo vasco en su conjunto, abordaremos ahora, siquiera de manera somera, las propuestas europeístas de otros movi-mientos y partidos nacionalistas vascos.

Hasta finales de la década de 1950 el PNV fue partido hegemónico en el mundo nacionalista vasco y el único catalizador del europeísmo. Pero a finales de esa década surgieron en el seno del nacionalismo vasco nuevas organizaciones que también hicieron su apuesta por Europa. Habla-mos de ETA y Enbata. En sus primeros años de vida, ETA –nacida en 1959, como escisión de EG– se mostró en sus escritos partidaria de una Europa federal, una Europa “de los pueblos, de las patrias, que ofreciera igualdad de oportunidades para to-das las naciones que formaban parte de ella”. Ve-mos que la unión europea era percibida, también en este caso, como la solución al problema de las naciones sin Estado. Este planteamiento no difiere en nada de la Doctrina Aguirre. ETA apoyaba la unión europea “siempre que no atente contra la personalidad nacional vasca”. Esta otra premisa había dado lugar a diferentes interpretaciones e incluso divergencias en el partido originario. Pero, en esencia, se trataba del mismo discurso que, en el plano teórico, había defendido el PNV15.

En 1957 Leizaola, Irujo y Landaburu redactaron un informe dirigido al EBB, en el que, entre otras críticas, se constataba la pérdida de protagonismo de los nacionalistas vascos a escala europea, pérdida achacada al escaso respaldo de la dirección y a su incapacidad de crear un grupo cómplice del de París.

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En el mismo sentido, Enbata, movimiento nacionalista fundado en el País Vasco francés en 1963, se mostró partidaria de una Europa basada no en “estados artificiales” sino en comunidades naturales. En este caso, a diferencia del PNV, sí se aceptó la denominación de “Europa de las Re-giones”. La influencia del autor suizo defensor del federalismo Denis de Rougemount es clara. De

hecho, el federalismo fue un rasgo clave de este movimiento, que preconizaba la unidad y la auto-nomía de las siete provincias vascas en el seno de una Europa federal. De esas siete provincias cua-tro son las situadas en el Estado español –Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra– y tres en el francés –Lapurdi, Behenafarroa y Zuberoa–. Para Enbata,

era precisamente la unificación de Eus-kal Herria, entendida como el conjunto de los siete territorios, el resultado más ventajoso que Europa, al trascender las fronteras de España y Francia, podía proporcionar.

Europa entendida así es la Europa de los Pueblos reclamada por el PNV y también por ETA, y compartida, a su vez, por otros partidos vascos surgidos después de la dictadura.

Eusko Alkartasuna (EA), partido origina-do de una escisión del PNV en 1986, se aferra al discurso europeísta tradicional de aquél. Es decir, se confiesa europeísta, pero considera imprescindible que Europa se transforme en “un continente en el que sean los Pueblos que lo componen y no los Estados los verdaderos protagonistas de la construcción europea”. El propósito último sería la constitución de una Federación europea sustentada no sobre una estructura intergubernamental regida por los go-biernos estatales vigentes, sino cimentada sobre los principios del federalismo integral y que, en consecuencia, instaure un equilibrio competen-cial entre Estados, Naciones, Regiones y Pue-blos. En esa tesitura, cada uno de esos niveles asumiría el rol adjudicado por la Federación. Eusko Alkartasuna aboga por una unión que re-conozca todas las naciones, posean o no estatus jurídico de Estado, una Europa que contemple el derecho de autodeterminación de los pueblos y que defienda un modelo de cohesión, bienestar

y justicia social. En esa Europa habría sitio para una “República Vasca”. La constatación de que la Europa real queda lejos de esa Europa ansiada provoca que el apoyo a la integración europea de esta formación sea más crítico que en el caso del PNV. De hecho, este partido requirió un “no cons-tructivo” al Tratado de Constitución Europea16.

Hasta finales de la década de 1950 el PNV fue partido hegemónico en el mundo nacionalista vasco y el único catalizador del europeísmo. Pero a finales de esa década surgieron en el seno del nacionalismo vasco nuevas organizaciones que también hicieron su apuesta por Europa. Hablamos de ETA y Enbata.

En 1960 moría repentinamente el lehendakari Aguirre, el nexo de unión entre tendencias, el líder capaz de apaciguar y serenar posturas encontradas. En la década de los sesenta y, sobre todo, a partir de 1970, la quiebra entre unos y otros, entre exilio e interior, se hizo aún más intensa debido a la asunción de la dirección del PNV por una generación de jóvenes políticos que provocó el relego a un segundo plano de las personas que durante años habían asumido la gestión y aplicación de la política europeísta. A la distancia física se añadía la generacional y ambas multiplicaron los enraizados problemas de comunicación.

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Por su parte, la au-todenominada izquierda abertzale no discute la creación de un marco po-lítico unificado ni niega lo positivo del proceso de integración europea,

aunque dispensa a esta cues-tión mucha menos atención que Eusko Alkartasuna y, sobre todo, que el PNV. En un primer esta-dio confiaron, como otros grupos nacionalistas vascos, en que la unión europea fuese sinónimo de debilitamiento de los Estados y trajera emparejado el “recono-cimiento de la identidad políti-ca de Euskal Herria” (de nuevo entendida como el conjunto de los siete territorios). En la actuali-dad, no obstante, ese sector po-lítico manifiesta reiteradamente una actitud crítica ante la Unión europea porque considera que simboliza el poder de los Estados sobre las naciones y del capitalis-mo sobre el socialismo que ellos preconizan, al menos a nivel teó-rico. En esa perspectiva conver-gen, por tanto, el enfoque social y el político. La principal crítica argüida en sus reiterados no–s al proceso integrador es la sistemá-tica marginación del derecho de autodeterminación. Es el pueblo vasco el único que puede decidir la relación de Euskal Herria con el Estado español y, por ende, también con Europa. Mientras este extremo no se cumpla, ne-gará su apoyo a la Unión, como sucedió con motivo del Tratado constitutivo17.

EUROPA: MOTIVO DE ESPERANZA

¿Podemos hablar, por tan-to, de un proyecto europeísta del nacionalismo vasco? En nuestra

opinión, únicamente el PNV ha desarrollado un proyecto como tal, con unos objetivos y una es-trategia a medio y largo plazo, con un discurso hilado e imbri-cado en su propia doctrina y una vertiente práctica más posibilista y adecuada a la realidad de cada momento. El resto de los grupos y movimientos nacionalistas hacen gala de europeísmo únicamente en función de lo que Europa pue-da aportar a sus intereses y recha-zan la Europa real mientras no se transforme en Europa de los Pue-blos. Ahora bien, dicho esto, hay una componente común no sólo a las distintas representaciones del nacionalismo vasco, sino también a todas las naciones carentes de reconocimiento jurídico como Estado. Desde los tiempos de la Gran Guerra, Europa ha simbo-lizado el mejor escenario para la salvaguarda de dichas naciones y la protección de sus lenguas y culturas y una puerta abierta a nuevas expectativas y posibili-dades políticas. El nacionalismo vasco en su conjunto, al igual que sucede con otros nacionalismos europeos, se aferra a la posibili-dad de que un rebrote federalista a nivel continental ahonde en el, en su opinión, ya de por sí debi-litado Estado–nación, abriéndose así una vía para el reconocimien-to internacional de dichas nacio-nalidades sin Estado.

La dimensión simbólica de Europa fue aún mayor durante el largo exilio. Entonces, además de ser el terreno de juego ideal y el altavoz privilegiado para la exteriorización de la denominada cuestión nacional vasca, la nue-va Europa se erigió en símbolo de democracia y en el mejor antí-doto contra regímenes totalitarios como el franquista. De hecho,

La constatación de que la Europa real queda lejos de esa Europa

ansiada provoca que el apoyo a la integración

europea de EA sea más crítico que en el caso

del PNV. De hecho, este partido requirió un “no

constructivo” al Tratado de Constitución Europea.

El PNV, aplicando una estrategia

tradicionalmente pragmática –recordemos

que la decisión se tomó allá por 1948– acepta la Europa de los Estados como un estadio previo hacia la Europa preconizada y, en la medida de sus

posibilidades, participa en ella de manera consciente.

Eusko Alkartasuna se muestra partidaria del proceso de integración

aunque expresa su crítica al modelo imperante, y la llamada izquierda

abertzale la rechaza de manera radical.

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el común sentimiento europeísta se convirtió en nexo esencial entre los demócratas españoles y los nacionalistas vascos. En 1954 Alderdi, el boletín oficial del PNV, publicaba: “Esa Europa es la garantía más sólida contra la supervivencia de dictaduras nuevas”. En el marco de la Europa democrática no cabían regímenes autoritarios como el del general Francisco Franco y, por tanto, la lucha por la Europa unida se convertía a su vez en lucha por la libertad y contra su régimen. A los ojos de los nacionalistas vacos Europa represen-taba “askatasunaren itxaropena” (esperanza de libertad).

Actualmente, Europa sigue simbolizando el progreso, la modernización, la democracia, la defensa de los derechos humanos y las libertades individuales y colectivas, y por dicha razón conti-núa siendo motivo de esperanza para el naciona-lismo vasco. Éste, en su conjunto y sin excepción, se aferra a un discurso utópico y algo retórico y reiterativo sobre Europa, el discurso de la Europa de los Pueblos. Desde que el PNV vislumbrara la

posibilidad de encaje de Euskadi en un marco más amplio, Europa ha estado presente en el ideario nacionalista co-mo oportunidad y horizonte final para la articulación de una Euskadi dueña de su destino. Por tanto, podemos concluir que a nivel discursivo todos los grupos nacionalistas vascos han compartido y continúan compartiendo un denominador común: la defensa de la Europa de los Pueblos.

Sin embargo, es la aplicación práctica de ese discurso la que marca la diferencia. Mientras el PNV, aplicando una estrategia tradicional-mente pragmática –recordemos que la decisión se tomó allá por 1948– acepta la Europa de los Estados como un estadio previo hacia la Europa preconizada y, en la medida de sus posibilidades, participa en ella de manera consciente, Eusko Alkartasuna se muestra partidaria del proceso de integración aunque expresa su crítica al modelo imperante, y la llamada izquierda abertzale la rechaza de manera radical.

ARRIETA, Leyre (2007): Estación Europa. La política europeísta del PNV en el exilo (1945–1977), Madrid, Tecnos.

COUDENHOVE–KALERGI, Richard (1961): Una bandera llamada Europa, Barcelona, Argos. COUDENHOVE–KALERGI, Richard (2002): Paneuropea. Dedica-do a la juventud de Europa, Madrid, Tecnos.

PABLO, Santiago de; MEES, Ludger; RODRIGUEZ RANZ, José Antonio (1999–2001): El Péndulo Patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco. Tomos I y II, Barcelona, Crítica.

GALEOTE GONZÁLEZ, Géraldine (1999), “La temática europea en el discurso del Partido Nacionalista Vasco (PNV), Revista de

Estudios Políticos, nº 103, págs. 259-278.

LANDABURU, Francisco Javier (1977), La causa del pueblo vas-co, Bilbao, Editorial Geu.

UGALDE ZUBIRI, Alexander (1996), La Acción Exterior del Nacio-

nalismo Vasco (1890–1939): Historia, Pensamiento y Relaciones

internacionales, Tesis doctoral, Bilbao, HAEE/IVAP.

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

1. Luis de Eleizalde Brenosa (1878–1923), conocido con los sobrenombres Iturrain, Axe, Azkain, nació en Bergara el 9 de junio de 1878. Consideraba las naciones partes constitutivas de Europa y creía firmemente que éstas po-drían jugar en el futuro un papel decisivo. Eleizalde prestó notable atención a otros pueblos, particularmente a las nacionalidades europeas, en un afán de conocimiento mutuo y de búsqueda de una salida exterior enlazando las reivindicaciones vascas con las de otros pueblos europeos. Engracio de Aranzadi Etxeberria Kizkitza (1873–1937) nació en San Sebastián el día 16 de abril de 1873. Íntimo cola-borador de Sabino Arana, Aranzadi está considerado como el principal ideólogo nacionalista del post–aranismo. Abogó por la consolidación de la anglofilia y por el ensalzamiento de los valores cristianos en las relaciones exteriores; de-fendió las corrientes moderadas de otros nacionalismos y asumió las orientaciones federalistas y europeístas de creciente protagonismo en el continente. Durante la Primera Guerra Mundial, sus artículos en Euzkadi –publicación del PNV– reflejaban el sentir nacionalista mayoritario a favor del bando aliado y en defensa de las pequeñas nacionalidades. Mayor detalle sobre estas primeras consideraciones europeís-tas del nacionalismo vasco en UGALDE ZUBIRI (1996).

2 Las propuestas de este visionario europeísta quedan recogidas en COUDENHOVE–KALERGI, Richard (1961) (2002).

3 La LIAV se constituyó con el objetivo de ayudar a los refugiados vascos en Francia y como órgano para dar a conocer la proble-mática vasca. Contó con el apoyo de importantes personalidades de la sociedad gala como el cardenal Jean Verdier, arzobispo de París; monseñor Clement Mathieu, obispo de Aire y Dax; George Rivollet, ex ministro y secretario general de la Confederation Na-tionale des Anciens Combattants; François Mauriac, miembro de la Academia Francesa, etc. Merced a la labor desarrollada sobre todo por el periodista Pierre Dumas, delegado de propaganda de la Liga, ésta desplegó una intensa actividad y, gracias a las reputadas personalidades que integraban sus filas, se convirtió durante unos años en valioso instrumento de influencia directa en la administración francesa.

4 La primer cita en LANDABURU, Francisco Javier, “Nacimiento de Europa”, OPE, nº 574, 1949: 1–2 y con el título “Ante el resurgir de Europa”, en Euzko Deya (Buenos Aires), nº 366, 1949: 1. La segunda cita en LANDABURU, Francisco Javier, “L’Ame populai-re de l’Europe”, Euzko Deya (París), nº 309, 1949: 3.

5 LANDABURU, Francisco Javier (1977).6 IRUJO, Manuel, “Euzkadi–Europa I”, Alderdi, nº 274, 1972: 7–8.7 Un inciso para subrayar la fe ciega del lehendakari Aguirre en el

gobierno norteamericano. El pacto Washington–Franco firmado en 1953 no hacía más que evidenciar lo irreversible de la situa-ción. Pero incluso en esa tesitura, Aguirre diagnosticaba que ese acuerdo bilateral no iba a tener la virtualidad que muchos le conferían. Él seguía creyendo que la política americana nece-sariamente se tenía que inclinar por una Europa decididamente democrática.

8 “Posición de EAJ–PNV ante el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa”, pp. 2–3. Texto favorable al sí presen-tado en la Asamblea del PNV en noviembre de 2004.

9 En esta obra se condensa magistralmente el discurso europeísta del PNV y se usa por primera vez el término Europa de los Pueblos.

10 Significativas estas palabras de Iñaki Unceta, secretario del EBB –Euzkadi Buru Batzar, Consejo Nacional del PNV–: “Nos conocen muy poco los que creen que nosotros queremos estar metidos dentro de nuestro cascarón con nuestros cantos y bai-les. Lo que queremos es, conservando y queriendo lo nuestro, conservando nuestra esencia, nuestra plena personalidad, salir al mundo para enseñárselo a los demás y aprender lo que debamos aprender, pero eso sí, nunca olvidando lo que somos. Somos un árbol viejo, pero que va creando nuevas y poderosas ramas, completamente jóvenes y que no puede ni quiere des-prenderse de sus raíces, porque moriría”. Carta de Iñaki Unceta a Francisco Javier Landaburu, Bayona, 14/10/1949, AHNV (Ar-chivo Histórico del Nacionalismo Vasco), Fondo EBB, 120–3.

11 Cursillos de las Juntas Locales. Ideas para el desarrollo del primer tema: Nacionalismo Vasco, 1947. AHNV, Fondo EBB, 209–4.

12 Acta de la reunión de la Comisión Política con Juan Ajuriague-rra, 23–24/03/1948, AHNV, Fondo EBB, 120–2.

13 Informe del BBB (Bizkai Buru Batzar, consejo regional del PNV en Bizkaia), enero de 1958, AHNV, Fondo EBB, 58–27.

14 Carta de Francisco Javier Landaburu a Iñaki Unceta, París, 23/10/1958, AHNV, Fondo EBB, 81–7.

15 Las citas en este orden en: Zutik, 6, 1962; Zutik 2, 1963; Docu-mentos Y, Cuadernos Ekin, I, 1959: 84–85.

16 Alkartasuna, 33, 2004: 18.17 Herria 2000 Eliza, 181, 2002: 7–8; Herria 2000 Eliza, 195, 2005:

13–17.

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José Antonio Rodríguez Ranz

Hace apenas 72 horas que se han constituido los nue-vos ayuntamientos en la CAV y en Na-varra –escribo es-

tas líneas el martes 14 de junio–. Y para cuando tú lector las leas, probablemente se hayan consti-tuido ya las nuevas diputaciones –previsiblemente sin mayores sor-presas (PNV en Bizkaia y Araba y Bildu en Gipuzkoa)–.

Imposible prácticamente decir nada nuevo. Pero en este apunte no me resisto a dar mi opinión y a poner sobre el papel tres consideraciones, aun siendo consciente de no resultar espe-cialmente original.

1.- Necesitábamos recupe-rar la posición relativa. La ilega-lización de la izquierda abertzale oficial y su no concurrencia a los comicios había generado una clara distorsión en el mapa político vasco. Nos estábamos empezando a acostumbrar y a considerar como real un mapa artificial, en el que todas las fuerzas políticas estaban sobre-rrepresentadas y la izquierda abertzale no existía. Y existe, claro que existe.

2.- Bildu ha ganado en Gipuzkoa y es la segunda fuerza política en la CAV. Sus resultados y su poder tienen plena legitimidad democrática. Ciertamente comienza un nuevo ciclo político, pero ciertamente también, la historia no empieza hoy. La construcción nacional y social de este país no comienza con Bildu. Y la democracia no nace el 22 de mayo del 2011.

Bildu –la izquierda abertzale– no es un suflé, claro que no. En el corto/medio plazo indepen-dentzia y presoak etxera serán dos potentísimos aglutinantes que retroalimentarán la fuerza de la “coalición”. Ahora bien, en el medio/largo plazo es probable que el “lobo” socialista vaya desplazando al “cordero” independentista. Y, ciertamente, me resulta de difícil encaje la revolución socialista que preconiza Bildu –orain bai Donostia sozialista rezaban los carteles que arroparon en su toma de posesión a Juan Karlos Izagirre en Donostia– y el modus vivendi de una gran mayoría de vascos y vascas, incluido el universo Bildu.

3.- ¿Y el nacionalismo histórico institucional, en general, y el PNV, en particular? Preservar la unidad del partido, su poder e influencia en Madrid, “gobernar” desde la oposición, revalidar gobierno en las diputaciones de Bizkaia y Araba y el “efecto” Azkuna y la victoria en importantes enclaves vizcaí-nos constituyen importantes activos del balance de un periodo crítico que comenzó hace dos años con su desalojo de Ajuria-enea. No obstante estas luces, los resultados electorales arrojan también sombras, y leídos en perspectiva histórica, suponen un serio aviso a navegantes, especialmente en Gipuzkoa. ¡Ojalá los árboles nos dejen ver el bosque!

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