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Rubén Mondragón El espacio “No nací para la épica” Marco Antonio Acosta narrativo www.heytabasco.com Por Carlos Coronel Sergio A. Reyes Constituyentes esclavistas Entrevista con Foto: Ariel Lemarroy Dedo majado Marcos Rojas

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Número de Hey Tabasco, seleccionada de las entregas más recientes del sitio web www.heytabasco.com

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Rubén Mondragón

El espacio

“No nacípara la épica”

Marco Antonio Acosta

narrativo

www.heytabasco.com

Por Carlos Coronel

Sergio A. Reyes

Constituyentesesclavistas

Entrevista con

Foto: Ariel Lemarroy

DedomajadoMarcos Rojas

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“No nacíColaboradores: Fracisco Magaña Magaña, Jorge Priego Martínez, Sergio Antonio Reyes Ramos, Marcos Rojas Guti-érrez, Gerardo Rivera, Antonio Solís Calvillo, Pablo A. Graniel, Sara Emilia Medina, Moisés Vil-lareal, Andrés Ignacio, Francisco Payró, Carlos Dzul, Juan de Jesús López, Mario Guzmán, Diego R. Barrionuevo, Aníbal Santiago, Josimar Reyes Mosqueda (q.e.d.), Ulises Rodríguez, Alejandro Rabelo, Didier Garaven, Alejandro May, Luis Acopa, Pedro Luis, Be-atriz Pérez Pereda, Jesús Heredia Cañaamo, Liz Marín, Nezih Einar, Cecilia Díaz de León, Jasmín Simone, Fernando Abreu, Alejandro Breck, Manuel Campos, Francisco Cubas, Manuel Felipe, Garbro, Rubén Mondragón, Pavel Santa Rosa, Marina Lugo Martínez, Hakeem Reddie Hernández y David R. García

www.heytabasco.com

Semanario digital=Ideas+Gente+Cultura;

Cuento+Poesía+Ensayo;Crónica+Entrevista+Noticia;

Ajedrez+Cartones+Audio;Radio por internet.

EditorCarlos CoronelInfomáticaWilberth de la OArteAlejandro Hernández-GarcíaRadioGilberto Vigil

Editorial

Marco Antonio Acosta pertenece a una generación de escritores ta-basqueños que se codeó con Carlos Pellicer y José Carlos Becerra.

Fue uno de los fundadores de las primeras jornadas dedicadas al Poeta de América, organizadas en su natal Cárdenas, Tabasco, al abrigo del ayun-tamiento municipal.

Hoy que el Gobierno del Estado celebra con bombo y platillo el Encuen-tro Iberoaméricano de Poesía, con una pasarela de personalidades literarias traídas de otras tierras, resulta irónico que la figura de Marco Antonio Acosta siga siendo ninguneada.

Acosta cumplió el año pasado 80 de edad, y sigue activo recopilando sus crónicas teatrales y entrevistas. Su história Antología de poetas mod-ernos tabasqueños lo sigue siendo porque incluyó los trabajos de Becerra. Y también los de su amigo Dionicio Morales. Si los chavales de la Direc-ción Editorial fueran menos arro-gantes, lo habrían tomado en cuenta.

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Carlos Coronel

“No nacípara la épica”

La memoria del poeta Marco Antonio Acosta

(Cárdenas, Tabasco, 1934) se mantiene pródiga, a pesar de que los recuerdos se le han nublado a consecuen-

cia de dos intervenciones quirúrgicas. “La capacidad de pensar sigo recuperán-dola. No me acordaba de aquel Marco Antonio Acos-ta de hace 40 ó 50 años”.

Con 80 años de edad, el maestro Marco Antonio Acosta sigue trabajando en la revisión de sus crónicas

teatrales, con miras a reuniarlas en un libro.

Foto: Ariel Lemarroy

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– ¿Cómo era entonces?, se le in-quiere.

Su mirada detrás de las gafas se queda fija en el techo de la amplia sala de su casa. “Era inocentón, sin temor a la vida. A esta edad no es que le tenga uno miedo, pero, en mis condiciones, hay temor de que me caiga al caminar”.

En su convalecencia se ha ded-icado a leer “todo lo que no había leído”. Y aunque machaca en lo débil de su memoria, no deja de evocar personalidades literarias y detalles memoriosos. “Sigo escrib-iendo y corrigiendo los textos que corregí hace años, a ver si puedo con ellos”.

Cuando compuso su primer po-ema tenía apenas ocho o nueve años. “No creí que eso me marcara. Me dije: ¡no, no, no quiero ser es-critor! Tuve que hacer la musa a un lado, primero hago mi carrera, ter-minando busco trabajo y, luego… me pongo a escribir”.

Nunca perdió la cabeza, ni si-quiera para enamorarse. Paradó-jicamente, esa determinación lo condujo de nuevo al camino de la poesía, aunque no como hubiera querido, a través de las cuerdas del “loco amor”. “Cuando me ponía a

pensar sobre un poema de amor, entraba en conflic-to: ¡Necesito enamorarme! ¡Apasionarme! Pero nunca llegué a perder la cabeza. Para pasar la prueba, me hubiera gustado perderla, pero siempre visualicé todo a través del poema”.

Durante 32 años vivió en la Ciudad de México, prime-ro estudiando en la Facultad de Ciencias Políticas, de la UNAM, y después trabajan-do en las salas de redacción de los diarios nacionales Novedades, donde debutó como periodista; El Día, El Nacional y El Universal.

“Trabajé como periodista en ‘Dioarama de la Cultu-ra’, de Excélsior, que estaba a cargo de Magdalena Sal-daña; en “Fin de semana”, del periódico El Día, con “la China” Mendoza, y en la sección de espectáculos, que estaba a cargo del ecuatori-ano, Miguel Donoso Pareja. Ahí me di cuenta que tenía vocación para el espectáculo y empecé a hacer la crónica teatral.

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“Me decían que era crítico y yo rectificaba: ¡no, yo soy cronista! No es lo mismo ser crítico, que cronista. Sólo cuando se tiene mucha cul-tura empieza la crítica… Yo investigaba, pero no tradicio-nalmente, sino leyendo, es-cribía sobre cualquier autor e inmediatamente encontraba el sentido poético con su ex-periencia justa”.

El periodismo lo salvó, pues gracias al pago por cada nota, pudo mantenerse en la capital por muchos años.

“Se desarrolla tu estilo, pero tienes que leer para cap-tar el mensaje, no se puede inventar. Al poeta puede ser que el periodismo lo mate. En el caso mío, me aisló, pero yo no me perdía de leer a los grandes: a José Gorostiza, a José Carlos Becerra y a Car-los Pellicer, de quien tenía todo un monumento para leer, y estudiarlo. También a Charles Baudelaire, de quien no sólo leí mucho sino que también escribí mucho”.

Esas publicaciones suyas y de otros las recortó y pegó en

unos cuadernos que se transfor-maron en archivos invaluables de los que se ha estado ocupando en estos días de convalecencia con el firme propósito de sacar un libro.

Desde la década de los cincuen-ta conoció a Carlos Pellicer. “Lo empecé a tratar en el año de 1956, yo no sabía quién era; lo llegaba a visitar, íbamos al cine y al teatro, entonces yo no escribía poemas.

“Una vez Pellicer y José Car-los Becerra fueron a protestar a la Embajada de Estados Unidos y no sé que cosas, porque eran muy políticos. Yo le reclamé al primero: ¡ah, no me invitó, hubiera ido para hacer bulla! Pellicer se defendió: era, al fin y al cabo, me dijo, una protesta anti yanqui, en todo el mundo las hay”.

Cuenta que una vez el maestro se quejó con él amargamente por un comentario que recibió de Oc-tavio Paz. “Dice que yo no pienso”, reclamó Pellicer. Acosta apaciguó los ánimos de su amigo: “Paz se refiere a que usted no puede escri-bir una crítica como Villaurrutia, que era intelectual; usted, lo suyo, lo trae en el ritmo, la voz, y tiene cada poema con ideas propias, pero no necesita copiar a Villaur-

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de otros poetas porque, según sus palabras: “lo mío, lo mío, lo fui de-jando, dejando”.

Su formación pasó por las con-vulsiones políticas en todo el mun-do: Tlatelolco, París, los golpes de estado en el Cono Sur, las guerril-las latinoamericanas.

“Yo empecé a escribir cuando había el compromiso de escribir de la protesta, me hice a la idea de la protesta, pero fui modificando ese pensamiento y ahora escribo de diversos temas. Toqué un poco el tema político, pero ya todo eso lo hice a un lado. En realidad la poesía, si tu escribes, ya es una protesta en sí. porque nadie te lee.

“Desde hace 10 años cambié mi temática por la preocupación mística, mis pensamientos ahora se llegan al Creador, no soy católi-co como Pellicer, soy creyente en Dios”.

Sus libros Ur y otros poemas (1998) y Venía del sur (2011) no es-coden las influencias. “Por supues-to, leyendo a los demás, se llena uno, se enriquece y da vueltas el es-tro poético. Leí a los griegos siem-pre: Platón, Aristóteles, Homero.

“En aquella época trataba de hacer una épica, no sabía cómo, no nací para la épica, hay que es-

rutia, a Novo, a Mallarmé, a Clau-del, como hacen los contemporá-neos”.

Sus ojos, escondidos detrás de las gruesas gafas, enrojecen. Los silen-cios son más prolongados. “Ah qué don Carlos”, suspira.

Las palabras cálidas alcanzan a José Carlos Becerra, a quien cono-ció en el año de 1971.

“Mi primer libro fue la Antología de poetas modernos tabasqueños. A José Carlos Becerra le dije que me diera unos poemas y me dio un mazo de poemas inéditos y los publiqué. Era muy amable, muy atento y conocía mucho, tenía mu-cha sensibilidad, yo lo admiraba y respetaba mucho.

“Recuerdo cuando lo vi por pri-mera vez. En una conferencia. No sé qué le disgustó y se enojó mucho. Yo dije: este es tabasqueño por el modo de enojarse. No le dije nada porque hizo corajes”.

En esa antología editada por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, en 1971, también apare-ció Dionisio Morales. “El más chi-co de todos los seleccionados. Lo vi nacer como escritor, lo leí en su primera etapa”, agrega.

Lo primero que publicó este cardenense fue una muestra lírica

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cribir la historia, pero no común y corriente sino como en el caso de Homero, reconstruirla, agregar datos personales, vivirla y contarla. Trataba de escribir al estilo de ellos siempre y no podía, hay que tener temperamento y la cultura que el-los tuvieron, no se puede. Se puede imitar la forma, pero no vale eso.

A sus 80 años, el poeta, ensay-ista, antologador y promotor cul-tural, admite haber encontrado un estilo: “Todo poeta es insus-tituible. No puede uno copiarse a otro poeta, me pasó con Homero, ¿cómo iba a escribir como él o al estilo de Pellicer? Quizá de tanto leer se enriquece el estilo, pero al contrario, se aparta uno porque ve uno el monumento y al otro que es más glorioso, como en el caso de Pellicer.

“La poesía lo es todo. Uno comienza a construir como inge-niero el poema hasta que se desar-rolla, y al terminar comienza uno a reconstruir el estilo, a corregir, a quitar ladrillos, y queda el poema. No estoy contento, lo que pasa es que se adapta uno, a uno mismo, con su estilo. Reconozco mi estilo y como un pez nado en él, por eso mi diferencia con los demás”.

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Constituyentesesclavistas

Sergio Antonio Reyes RamosLa primera legislatura de Tabasco rechazó el aboli-

cionismo, en la Constitución local de 1825.

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Hábiles y acomodaticios, ayer como hoy, los políticos

de ese entonces –monárquicos y republicanos– coincidieron en permitir mañosamente la esclavitud en la primera Consti-tución Política de Tabasco, aproba-da el 5 de febrero de 1825.Aunque el abolicionismo in-

spiró la revolución de Indepen-dencia, y la primera declaración antiesclavista en América fue el Decreto contra la esclavitud, las gabelas y el papel sellado, expe-dido el 6 de diciembre de 1810, en Guadalajara, por Miguel Hidalgo y Costilla, la prime-ra Constitución federal, del 4 de octubre de 1824, fue omisa al respecto –aunque existe el antecedente paradójico de que en el imperio de Iturbide, una de las comisiones de la Junta Pro-visional Gubernativa, aprobó y propuso la abolición parcial de la esclavitud, absoluta del servicio personal de los indígenas y de los trabajos forzados en los obrajes.Siendo así, y en virtud de lo

dispuesto en el artículo 161 de la Constitución federal, los estados debían organizar su adminis-tración interior sin oponerse a la misma, ni al acta constitutiva: los constituyentes tabasqueños

tenían vía libre para abolir la esclavitud. Pero no lo hicieron. Recurrieron a una mañosa fórmula para aparentar que lo hacían pero que en los hechos la instituyeron:“Art. 3.- El Estado está obliga-

do a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad, igualdad, prosperidad y seguri-dad de todos sus individuos. Por lo mismo prohíbe la introduc-ción de esclavos en su territorio, y declara libre a los hijos que nacieren en él…“Art. 10.- Son tabasqueños:4º. Los esclavos que actual-

mente existen en él desde que adquieran su libertad.”

Así pues, hoy como ayer, los políticos facciosos le dieron, le dan, al traste a los reclamos populares.

El 15 de septiembre de 1829, una ley federal abolió formal-mente la esclavitud en México: “Queda abolida la esclavitud en la República”. También: “… Son por consiguiente libres los que hasta hoy se hubieren consider-ado como esclavos”. Y “… Cuan-do las circunstancias del erario lo permitan, se indemnizará a los propietarios de esclavos, en los términos que dispusieran

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las leyes”. ¡Diecinueve años después de aquel decreto de Hidalgo!

Empero aquí, dos años más tarde, en 1831, los diputados locales (ahora federalistas y centralistas) repitieron la formula perpetuadora del esclavismo en la segunda Constitución local, vigente hasta 1850; en el ínterin, a la par de la existencia de esclavos viejos, expidieron la legislación que formalizó la servidumbre personal “vol-untaria” u obligatoria, y los contratos coloniales, insti-tuyendo amos y mandones, peones, castigos corporales; en suma, un nuevo sistema de esclavitud denominada de modo distinto.

Así que en Tabasco los esclavos fueron una realidad no lejana de nuestros días, pues aunque el 19 de septi-embre de 1914, se expidió el “Decreto que libera a los peones”, fue una ley de facto, declarativa, pero sin observancia, propia de la efervescencia revoluciona-ria del momento, a la que incluso se opusieron algunos

hacendados “democráticos” de entonces, por lo que fue hasta la Constitución local del 5 de abril de 1919, cuando quedó abolida para siempre la servidumbre adeudada, se prohibió la introducción de sirvientes al tiempo que se les declaraba libres por el solo hecho de entrar al territo-rio tabasqueño. También se abolió el impuesto de cap-itación y las contribuciones personales (fuente de la servidumbre obligatoria).

Pero 56 años más tarde, el 5 de abril de 1975, a iniciativa del gobernador Mario Trujil-lo, en cinco minutos la legis-latura de entonces borra de la Constitución local (como en la película de La Ley de Herodes), junto con más del 50% de su contenido original, los dispositivos abolicionis-tas referidos. Lo dicho: Los políticos (los catorce diputa-dos de la XLVIII legislatura eran a la vez revolucionarios e institucionales) de ahora actúan de modo similar que los de antaño. El neoesclavis-mo no es pues, un escenario distante.

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El espacionarrativo

Rubén MongradónA partir de concebir la obra literaria o arquitectónica

en relación a lo otro, se explora el territorio contextual.

El espacio contiene nar-raciones, evoluciona

en sus significaciones, se implanta en una serie evo-lutiva a fin de conocerse y reconocerse dentro del

contexto de experiencias. A su vez el espacio se deter-mina en el tiempo o con el tiempo, siendo este –el ti-empo– un contenedor de historias y no de lo históri-

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co –ya que, lo histórico es el relato, de eventos de manera oficial, y la histo-ria son acciones variadas cuya manifestación ocurren desde y por el sujeto, de lo individual a la colectividad, la historia o historicidad permite situar una obra (lit-eraria o arquitectónica) en referencia y alteridad con el otro, al otro, al individ-uo, al receptor, al usuario.

Tiempo/espacio son por lo tanto dos componentes intrínsecos, José Emilio Pa-checo en Batallas en el de-sierto configura una novela donde el amor es el pretex-to para describir un espacio ambivalente con tintes mel-ancólicos y críticos: “Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nun-ca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mar-iana”. Crear una imagen/

recuerdo forja a Carlos como un soñador, sin embargo, él mismo es consciente que la ciudad es una narración dinámica que cambia en días, semanas, meses, años, etc.

Debido a lo anterior, la ci-udad puede ser vista como un recuerdo, pero si creamos una retrospectiva objetiva, la melancolía urbana se trans-forma en desasosiego. Por ejemplo, la película de Luis Buñuel, Los olvidados (1950), muestra el México que no queremos percibir, acostum-brados en aquella época a ver películas del mexicano ma-cho, conquistador, alegre, y de un México lleno de júbilo en donde la modernidad em-pezaba a florecer, y con ella el crecimiento de una sociedad libre de dolencias, Buñuel en su filme irrumpe esa ilusión para mostrar una sociedad sin esperanza, sin moral, donde la pasión es más im-portante que el semejante.

“El Jaibo” y Carlos son guías urbanos mostrando una sociedad un tanto hostil, dos historias de un México

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en vías de crecimiento, car-gadas de imágenes visuales y virtuales, una a través del cine y la otra literaria, dos histo-rias trágicas que nos revelan la decadencia de las ciudades en aras de seguir una ilusión llamada progreso, aun “los mayores se quejaban de la inflación, los cambios, el tránsito, la inmoralidad, el ruido, la delincuencia, el ex-ceso de la gente, la mendi-cidad, los extranjeros, la cor-rupción, el enriquecimiento sin límite de unos cuantos y la miseria de casi todo”.

José Emilio Pacheco ob-serva una ciudad libre cuyo cambio físico es más aceler-ado que la sociedad, dando como resultado sentimien-tos raciales aun en individ-uos de un mismo nivel socio económico. En ese sentido ¿qué le queda a la arquitec-tura? Quizá sea el momento de permanecer inmóvil unos minutos y reflexionar que en lo formal, lo arquitectónico crea una segregación a los habitantes que la ven emerg-er y enfrentar, a veces sin sen-

tido social, una batalla en ese desierto sembrado de calles y anuncios. Y es que, la calle es la protagonista principal del espacio narrado, si lo-gramos vivirla como lo hace Vicente Quirarte en Ar-quitectura hechizada, la calle sería el génesis de una es-tética de la subjetividad con-stituyéndose como referente de una arquitectura humana.

“En cuanto pones el pie en San Juan de Letrán, redes-cubres que ésta fue la calle por antonomasia. Por San Juan de Letrán caminó todo México, cuando la calle era la arteria inagotable de la urbe, fuente para la sed vampírica de sus exploradores”: la nar-rativa de Quirarte es de con-traste, por un lado la calle es el México pintoresco, por el otro es la manifestación de una decadencia llamada progreso. “Prueba de nues-tra inferioridad es esa calle de San Juan de Letrán cuyas bellezas pretéritas cargadas de fuerza espiritual por la re-ligión y el arte, hemos susti-tuido con arquitecturas mes-

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tizas y miserables, pues no las norma la belleza, ni siquiera la utilidad”: la discrepan-cia del espacio concebido y el espacio vivido trastoca el concepto de la estética urba-na, sin descartar las dos pos-turas, se hará posible hablar de lo bello de una ciudad, solamente a través de los sujetos y no de sus objetos, el espacio arquitectónico debe entenderse por tan-to como la narración de los eventos reinventados en la cotidianidad de la metrópoli.

Plantear la pregunta qué es el espacio vivenciado, quizá ayude a soslayar la definición de ciudad como forma/objeto, la incipiente aproximación de la Real Academia Española dice:

Ciudad. (del lat. Civitas. – atis). Conjunto de edificios y calles, regidos por un ayunta-miento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas.

Marta Piña Zentella en su tesis “La ciudad en la obra de Octavio Paz”, menciona que “no existe una definición ab-soluta para el concepto de-

nominado ciudad, una que contemple el peso histórico y abarque la multiplicidad de factores que en ella se reúnen”. Palabras reconfor-tantes, ya que no se pretende ser parte de un concepto reduccionista, de una defin-ición donde la importancia de la ciudad radica en sus edificios/objetos. Francisco Di Giorgio Martini en la época del Renacimiento es-cribía, hay que “aceptar a la ciudad, como ente orgáni-co que evoluciona, ente que nace, crece, se desarrolla, procrea (colonias o el ger-men de otras ciudades) y muere (aunque se trate de una muerte relativa, es de-cir, de una época o de una zona citadina particular)”.

Nacer, crecer, desarrollarse, la ciudad, pero sobre todo el espacio se análoga como un ente viviente en el que los recuerdos conceptualizan el espacio narrado. La re-membranza más alejada que tiene el que escribe en esta idea del recuerdo/espacio, es de hace tres décadas, na-ciendo en la parte sur de la

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República Mexicana, lugar muy caluroso para emerger, ciudad nombrada metafóri-camente el jardín de Dios, el Edén. Con solo tres aveni-das importantes, la urbe ofrece paisajes naturales y majestuosos, ahí el cambio de temperatura es muy mar-cado, el calor a veces “inso-portable” en sus calles asfal-tadas y por otro, el ambiente fresco proporcionado por la brisa que emana de sus lagu-nas y ríos que han quedado atrapadas en el ir y venir de cajas automotrices y pa-sos de habitantes, lagunas, ríos o árboles, todas ellas musas del poeta de Améri-

ca, Carlos Pellicer Cámara.Pellicer en su poema

“Deseos” habla de una ciu-dad cuyo espacio se mues-tra alegre, un lugar de en-soñaciones, un espacio que jamás se desprende, color y alegría se vuelven errantes.

“Trópico, para que me diste / Las manos llenas de color./ Todo lo que yo toque/ Se llena-rá de sol./ En las tardes sutiles de otras tierras/ Pasearé con mis ruidos de vidrio torna-sol./ Déjame un solo instan-te/ Dejar de ser grito y color.”

La definición del espa-cio a partir de la ciudad se debe sustentar en el pasado y en la narración literar-

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ia, concibiendo con ello una interconexión al presente. La ciudad prohibida, amada y de-spreciada al mismo tiempo, de sueños y desilusiones, la ciudad de Quirarte, de José Emilio Pacheco, de Monsiváis, la ciu-dad de Nietzsche, la de Émile Zala, la ciudad de Picasso, la de García Márquez, todas el-las forjan el espacio/narrado.

Carlos Fuentes en Aura con-struye el espacio que transgrede el papel y deviene espacio real, la lectura de Aura se fusiona en el sujeto lector para edificar un espacio de sombras y luces, de silencios y fantasmas, ob-teniendo otra narrativa arqui-tectónica a partir de la ficción (Aura) y la realidad (el yo). Con Aura cada espacio, cada rincón tiene una sustancia única, sus-tancia que ni el arquitecto o el constructor pueden transfer-ir a la edificación, esa sustan-cia es creada por uno mismo como lector/habitante, por el solo hecho de leer, caminar, sentarse, dormir, comer, etc.

Esta narración concibe el es-pacio (del otro, del sujeto lec-tor) como un lugar inmedible donde suceden los eventos, por

lo tanto más que explicar el concepto de espacio, es nece-sario experimentarlo a partir de la fusión literatura –reali-dad, devenir recuerdos confi-eren sentido al espacio como narración; de Certeau mencio-na que las vivencias literarias pueden expresar otro espacio.

La relación espacio y liter-atura no puede reducirse solo a una representación de la re-alidad, ni entenderse como imagen de esta misma, por el contrario debe entenderse en su efecto social, como prax-is vital [lo cotidiano], porque la experiencia literaria se in-tegra a la práctica cotidiana.

Como epilogo transcribo un fragmento del poeta Ce-sar Vallejo que pertenece al poemario Poemas en prosas:

“Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de pie-dra o de acero, pero no de hombre. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando em-piezan a habitarla, una casa vive únicamente de hombre.”

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Dedomajado

Marcos Rojas Gutiérrez

Como tengo la lengua larga hasta la pared de enfrente y

me la peluqueo grueso vendien-do tamales en la banqueta, tengo la maña de colocarme una tablilla en el dedito. Cuando mis clientes se dan cuenta de la ineptitud que esto ocasiona, el chisme disfraza-do de filantropía se les dispara

y enseguida quieren saber qué es lo que me sucedió. “¡Ay, manito!”, finjo entonces una contracción. “Me mordió una puerta”, confie-so, siendo ordinaria, y cualquiera que sabe lo que se siente, hace una mueca solidaria de dolor, como si el lagartón de verdad lo sintiera.

Ahora bien, si se trata de llegar-

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les al corazón, me chillo de una malformación: “Es la polio, señi-to”, lamento a media voz, como si no fuera mi culpa, sino la de ellos, por zalameros. Otras veces soy más ocurrente y me aviento unos cuentos tan fumados que hasta en-fisema le causan a la razón: “Se me atoró en una botella; me lo chupó una coladera”, confidencias que en la arbitrariedad de las mentes co-chambrosas pueden ocasionarme problemas.A los cerebrudos que veo un tanto

dudosos, no reparo en mostrarles el dedo, cárdeno y mallugado en donde las bandas de la tablilla ha-cen presión, para lamparearles la atención. Por si esto no fuera su-ficiente, la uña que me dejé crecer a propósito cumple de igual modo su función. Gruesa, cerosa, con una luna de mugre, es el complemento perfecto para cerrar el shou.Por el otro lado, no me faltan las

comadritas hipócritas que vienen a advertirme de mis estrategias. Preocupadas porque yo me aflija y me preocupe de lo que no les im-porta, se me acurrucan al oído y en tono de falsa confidencia me di-cen que deje de estarle inventando cuentos a la gente y no sea puerca. ¡Puerco tienen el fundillo y ahí lo

andan cargando! Qué más quisier-an, pinches viejas. Si yo misma las he visto estirar los ojos y alargar las carotas cuando se me acaban los chanchamitos. Luego, luego, como no las pelo se apestan y el hedor les dura largo en la indif-erencia. Yo que ya las conozco ni siquiera me sorprendo cuando de la noche a la mañana una de ellas ya se hizo enyesar la muñeca. La envidia es muda; no se inmuta ni celebra, pero eso sí, es una pésima imitadora. Además un dedo maja-do no es lo mismo que una muñe-ca torcida. El dedo es una articu-lación delicada, sensible y aunque tengamos varios, siempre andamos por ahí anunciándolo cuando nos lo machacamos. En cambio, una torcedura de muñeca alude tor-peza y el yeso aplicado proporcio-na una imagen de imbecilidad en quienes lo portan. ¡Mmmju!, que le hagan como quieran y cada qui-en se rasque la tirria como pueda. No sé las otras tamaleras, pero a mí me va al cien cuenteando. Mi úni-co temor es que la imparable uña creciente, ahora hecha jirones, me traiga la desfavorable consecuencia de tomar un cortaúñas y degollar las historias que entretienen a mi clientela.

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Esta corbata es mi lenguaje pero tú puedes usarla como yo

Por ella muchos poseen diezmildiamantes comodiezmiledades en el horario de la ira

Esta corbata fue tejida por el sol y ha bebido agua de río para rozar mi cuello y desde allí retumbar como relámpago sobre la camisa del obrero

La amo como a mi amada y por ella defendería diezmil años de cultura

Si me exigieran quemarla ¡me pondría en guardia!Si me la quitaran con lujo de fuerza estrangularía al verdugoSi por ella me hiriesen mi sangre alfabeto vivo seguiría luchando por la libertad de hacer con su vida lo que quiera

Pero si me exigieran quemarla para salvar a mi hermano del hambre yo sí que la quemaría!

Estacorbata

MarcoAntonioAcosta

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Cartón de Alejandro Hernández-García