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PABLO RIEZNIK. REFORMA EDUCATIVA, VERSOS Y FRACASO. UN ENSAYO DE COMENTARIO 1 Resumen La idea de “reforma educativa” sugiere que nos encontraríamos frente a una modifica‐ ción o cambio en un sentido positivo y con la finalidad de mejorar los regímenes peda‐ gógicos y la educación en todos sus niveles. Sin embargo, lo que se viene planteando desde hace décadas bajo el sello de “reforma” fue, al revés, una línea negativa de des‐ trucción en diversos niveles y grados de la educación existente; de su alcance formati‐ vo, de sus recursos, de los instrumentos materiales y humanos imprescindibles para su sostenimiento. La “reforma educativa”, según el lenguaje oficial, debutó por lo tanto como un mensaje de confusión deliberada, esto por la contradicción manifiesta entre el enunciado sugerido y la realidad de su materialización práctica. A lo que en verdad asis‐ timos desde la segunda mitad del siglo pasado no es a las tan meneadas “reformas edu‐ cativas”. Fueron (y son), para ser precisos, contrarreformas antieducativas. Reforma educativa, versos y fracaso. Un ensayo de comentario Pablo Rieznik IIGG – UBA [email protected]

Hic Rhodus N° 8

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Revista marxismo

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PA B L O RI E Z N I K. RE F O R M A E D U C AT I VA, V E R S O S Y F R AC A S O. UN E N S AYO D E C O M E N TA R I O

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Resumen

La idea de “reforma educativa” sugiere que nos encontraríamos frente a una modifica‐ción o cambio en un sentido positivo y con la finalidad de mejorar los regímenes peda‐gógicos y la educación en todos sus niveles. Sin embargo, lo que se viene planteandodesde hace décadas bajo el sello de “reforma” fue, al revés, una línea negativa de des‐trucción en diversos niveles y grados de la educación existente; de su alcance formati‐vo, de sus recursos, de los instrumentos materiales y humanos imprescindibles para susostenimiento. La “reforma educativa”, según el lenguaje oficial, debutó por lo tantocomo un mensaje de confusión deliberada, esto por la contradicción manifiesta entre elenunciado sugerido y la realidad de su materialización práctica. A lo que en verdad asis‐timos desde la segunda mitad del siglo pasado no es a las tan meneadas “reformas edu‐cativas”. Fueron (y son), para ser precisos, contrarreformas antieducativas.

Reforma educativa, versosy fracaso. Un ensayo de comentarioPablo RieznikIIGG – [email protected]

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Las llamadas “reformas educativas” tomaron una forma definida hace aproximada‐mente medio siglo. Se designaba de ese modo a un determinado tipo de reestructura‐ción de la educación formal y sus instituciones. Una reestructuración promovida comopolítica de estado y que pretendió universalizarse bajo el patrocinio de organismosinternacionales como la Unesco o, más tarde, el Banco Mundial, para citar los casos másnotorios y conocidos.

Desde un principio, la denominación “reforma educativa” para definir el propósitode tales políticas fue, para decir lo menos, un equívoco. Si nos atenemos al significadode sus términos, sugiere que nos encontraríamos frente a una modificación o cambio enun sentido positivo y con la finalidad de mejorar los regímenes pedagógicos y la educa‐ción en todos sus niveles. Sin embargo, y como sabemos, lo que se planteó desde hacedécadas bajo el sello de “reforma” fue, al revés, una línea negativa de destrucción endiversos niveles y grados de la educación existente; de su alcance formativo, de susrecursos, de los instrumentos materiales y humanos imprescindibles para su sosteni‐miento. La “reforma educativa”, según el lenguaje oficial, debutó por lo tanto como unmensaje de confusión deliberada, esto por la contradicción manifiesta entre el enuncia‐do sugerido y la realidad de su materialización práctica. O, para decirlo en términosactuales, como “relato”: una suerte de ficción narrativa de lo que (no) acontece en la rea‐lidad; lo que se conoce popularmente como verso o macaneo.

Por lo que acabamos de decir, a lo que en verdad asistimos desde la segunda mitaddel siglo pasado no es a las tan meneadas “reformas educativas”. Fueron (y son), paraser precisos, contrarreformas antieducativas, si hemos de adjudicar sentido a las pala‐bras con algún rigor. Contrarreformas que fueron procesadas y frustradas a la luz de lascircunstancias económicas, sociales y políticas que marcaron estas últimas décadas yque son decisivas para comprenderlas. Esta precisión en los términos tiene su propiovalor, en particular cuando de educación y pedagogía se trata, por razones que deberí‐an ser obvias: el lenguaje en este terreno, más que en ningún otro, debería contribuir aevitar la confusión... y el verso o el macaneo. Lamentablemente no es lo que habitual‐mente sucede porque es frecuente que la “expertise” en las ciencias sociales y de la edu‐cación aparezca con frecuencia asociada a formas y contenidos mistificadores.

Es necesaria una aclaración adicional en este punto puesto que en la educación capi‐talista o, para ser más cuidadosos, en las políticas capitalistas en materia educativa lamistificación es parte constitutiva de su formulación. Las políticas capitalistas, ya nosolo las educativas, siempre se fundamentan en la necesidad de la igualdad y la libertadde los hombres en una sociedad en la cual los antagonismos sociales conllevan a unadesigualdad material que no tiene precedentes en la historia. Es un hecho, en conse‐cuencia, que los que se benefician de tal desigualdad y dominan en el manejo del poderdeben presentar bajo la forma de interés general lo que no es otra cosa que su interésparticular. No es naturalmente a estos términos más generales de lo que constituye unasuerte de hipocresía oficial y general que puede limitarse un abordaje crítico de la frau‐dulenta presentación de las (contra) reformas a las cuales aludimos en este artículo. Valela pena aclararlo cuando nos proponemos algunas puntualizaciones sobre el proceso de“reformismo educativo” de las décadas más recientes, su relato oficial y la constataciónde en qué punto nos encontramos en la actualidad en este terreno.

El comienzo y su contexto

La primera y más conocida contrarreforma de la educación en el mundo capitalista de

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la última posguerra estuvo dominada por la tentativa de reducir drásticamente la matrí‐cula estudiantil en los niveles educativos más altos. Corrían entonces los años 60 y seincubaba una crisis económica de alcance mundial. La más grave crisis luego del céle‐bre derrumbe que detonó en el mercado bursátil norteamericano en 1929. De aquella cri‐sis previa y de la guerra mundial que explotara diez años después emergió sobre lamitad del siglo un nuevo “orden” que parecía llamado a gozar de un crecimiento eco‐nómico sin límites, acompañado de la extensión de conquistas sociales y de un “estadode bienestar” cuyos beneficios se extenderían a la sociedad toda. Tal era la promesa ofi‐cial del mundo dominante, dividido en bloques que convivirían pacíficamente como“Naciones Unidas” (las denominamos así para indicar que la mencionada Unesco y elBanco Mundial nacieron junto al surgimiento de tal organización internacional).

Un aspecto específico de la gran crisis iniciada a fines de los 60 se vincula a la cues‐tión educativa, por una doble vía. En primer lugar, porque en los círculos dominantes lasalida a la crisis implicaba una disminución de los gastos fiscales y en particular de loscorrespondientes a los escalones más altos del sistema educativo, cuya expansión habíasido enorme en el período precedente. En segundo lugar, porque era en las universida‐des, donde la matrícula estudiantil se había multiplicado vertiginosamente, donde ani‐daba una rebelión de la juventud que fue una marca de la época. Esa rebelión fue uncomponente clave de un fenómeno más general de levantamiento de masas que atrave‐saba en esos años regiones y países diversos en una gran extensión global. Recordemosaquí, apenas como referencia para situar al lector, el mayo francés de 1968, que incluyóuna huelga general con ocupaciones de fábrica, la llamada “primavera de Praga” contrala dictadura de la burocracia estalinista, las movilizaciones estudiantiles en los másdiversos países, y las que acompañaban la lucha del pueblo vietnamita, un aconteci‐miento decisivo de aquel entonces.

La (contra) reforma de la educación debuta entonces en este contexto, fuera del cualno podría entenderse. El cometido de atentar contra los niveles educativos más elevadosy una juventud radicalizada debía ser cuidadoso. Uno de los documentos emblemáticossobre el problema es un extensísimo trabajo publicado por la UNESCO, editado en ungrueso volumen a principios de los años 70. El libro lleva el título de Aprender a ser y esuna especie de hito cuando se examina la historia de la educación contemporánea. Laobra extensa era, además, el resultado de un trabajo de expertos en la materia, que inclu‐ía todas las vertientes ideológicas en el poder de la época, incluyendo a los de la enton‐ces denominada área “soviética”.

Guitarra y pedagogía

Bajo el ampuloso título que invitaba a una aventura “existencial” y con un supuesto pro‐pósito de hacer de la educación una suerte de bien universal, el planteo del “Aprendera ser” era decididamente reaccionario: adaptar a las condiciones socialmente convulsi‐vas del momento una línea de ataque centrada en una política de ajuste, en el ámbitouniversitario en particular. Se postulaba entonces, con un lenguaje de apariencia muyprogresista, que la juventud debía dejar de considerar la formación institucional supe‐rior y los diplomas que certificaban su conclusión como un “desiderátum” de su apren‐dizaje, de acceso una profesión y a un porvenir material en el resto de su vida. El“Aprender a ser” se presentaba como la propuesta de una educación que despreciara lacalificación que los títulos superiores proveían, que hiciera de la educación una tarea detoda la toda la vida y de la formación una tarea permanente no sujeta a instituciones y

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plazos. Y por sobre todas las cosas, que estuviera desvinculada de una salida laboral, unbuen sueldo, un trabajo estable y en condiciones adecuadas.

Un discurso laberíntico encubría el absurdo planteo de que había un “exceso” de edu‐cación, como si el acceso humano al saber tuviera un límite establecido o pudiera consi‐derarse como acumulado “en demasía”. Se escamoteaba algo más concreto y esencial:que era la sociedad (capitalista) en una profunda impasse la que no podía ya dar cuen‐ta de los graduados universitarios que producía, que la rentabilidad de la producción(capitalista) requería un corte de los gastos educativos, que el exceso de profesionalescon relación a la demanda (capitalista) contribuía a una radicalización juvenil estimula‐da por el acceso masivo a los escalones más altos de la cultura por parte de la nuevageneración, en una dimensión sin comparación con cualquier época preexistente. Dichode otro modo: se escamoteaba que capitalismo y educación se transformaban en térmi‐nos absolutamente incompatibles como resultado de las propias contradicciones de supropio desarrollo.

Aprender a ser omitía así la cuestión decisiva del límite insuperable del desarrollo(capitalista), que se expresaba entonces en una crisis de alcances enormes, que ponía derelieve el carácter ilusorio de una supuesta nueva era de progreso en flecha luego de lacatástrofe de dos guerras mundiales y de largo medio siglo catastrófico. La depresióneconómica cobraba en la primera parte de los años setenta una magnitud desconocidadesde la mencionada crisis de los años 30, cuando, como vimos, la promesa del mundooficial incluía el planteo de que aquello no se repetiría ya más, que las razones que lle‐vaban a las masas a levantarse habían sido abolidas y que las guerras ya no se repetirí‐an. ¡Ay!

La primera reforma educativa de nuestra época reciente quedaba asociada así a unrelato encubridor bien específico. En lugar de indicar abiertamente la finalidad de redu‐cir la matrícula de la enseñanza superior, de desvalorizar sus títulos, de avanzar en ellimitacionismo con exigencias académicas diversas, de cortar financiamiento de carrerase instituciones y de imponer tales objetivos mediante instrumentos y medidas precisas;en lugar de esto proclamaba una aventura existencial en la pretensión de alejar de losclaustros a la juventud con argumentos edulcorados y hasta de cooptar mentes y orga‐nizaciones para una empresa dirigida a desmoralizar a los jóvenes, desinstitucionalizar‐los, llamarlos a una suerte de conquista de la vida abandonando la educación formal ycalificada. Desde entonces la “reforma educativa” quedó vinculada al encubrimiento, almacaneo y al verso.

Bajo el manto de la UNESCO y su prestigio de organización impoluta e universal, lapropuesta del Aprender a ser, con reminiscencias setentistas, funcionó como discursofundante de una política educativa que, desde entonces, no cejó en su empeño de degra‐dación y destrucción del sistema de enseñanza en su conjunto. La “reforma” traducía lasnecesidades del gran capital en una crisis profunda y en condiciones de levantamientosde alcance revolucionario con gran protagonismo juvenil; no podía empeñarse en unataque directo, frontal y represivo: se disfrazó entonces de progresista e inclusiveizquierdista. (Claro que se pasó a las vías de hecho cuando el instrumento represivo ydictatorial estaba al alcance de la mano, como fue el caso de dictaduras latinoamerica‐nas también a finales de los 60).

En su versión disfrazada, la “reforma” contó con el beneplácito de elementos vincu‐lados a la burocracia estalinista de la época y dejó planteada una línea de cooptación dela intelectualidad y de lo que ahora se denomina el “progresismo”. Recordemos que en

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la época del Aprender a ser estaba de moda un planteo de apariencia libertario en favorde la destrucción de la escuela patrocinado por el austríaco Ivan Illich. La presentaciónideológica de apariencia frecuentemente radical sirvió, además, como excusa para quecierta intelectualidad proveniente de la izquierda se sumara al carro del fraudulentoreformismo educativo, luego de su debut en los años sesenta. Inclusive cuando las“reformas” pasaron del ámbito del diletantismo intelectual de la UNESCO al de losplanteos más concretos del Banco Mundial.

La etapa “bancomundialista”

El pasaje en la dirección general de las “reformas” del organismo cultural de lasNaciones Unidas a una entidad bancaria representativa del gran capital jugó un rol cla‐rificador. El Banco Mundial no es un banco cualquiera e integra una dupla con el FondoMonetario Internacional en el mismo plano de los llamados entes financieros “multila‐terales”, en el cual participan todos los países capitalistas. ¿Cómo ocultar entonces quela razón fundamental de las propuestas “educativas” del poder encontraba su funda‐mento en las necesidades económicas del capital? Es decir de la necesidad de recompo‐ner ganancias, cuya tendencia al estancamiento y a la baja no cesó desde la crisis mun‐dial que quedó abierta al concluir la década de los 60. No hay más secretos para expli‐car la insistencia machacona en reducir los recursos públicos en educación, en imponerrestricciones al ingreso en los niveles más elevados del sistema, en reducir la extensiónde las carreras, ampliar el arancelamiento y el coste privado en todos los órdenes y apo‐yar sin restricciones la privatización del sistema (de modo de transformar un gastoimproductivo para el capital en la fuente de un negocio productivo para la inversiónempresarial). Existe una enorme literatura crítica a los planes “educativos” del BancoMundial que nos exime de un mayor detalle en una nota dirigida sino a especialistas aconocedores del tema.

Lo que nos importa subrayar aquí es lo siguiente. En primer lugar que el viraje de las“reformas” hacia un planteo “financiero” y “capitalista”, dado el papel protagónico delBanco Mundial, estuvo vinculado al fracaso de las primitivas tendencias a procesar unvaciamiento educativo en cuya materialización se vinculó una suerte persuasión peda‐gogizante. De hecho, la reducción de la matrícula educativa no avanzó o fue inexpresi‐va si tomamos los datos respecto a los principales países del mundo. Al revés, la diná‐mica de la propia crisis y el curso declinante en el ritmo de la actividad económica desdelos años setenta provocaron la afluencia a las salas de aula de una generación con menosposibilidades de empleo que su antecesora. Contra la prédica interesada en desmerecerla calificación educativa, la juventud buscaba en la obtención de títulos y diplomas uninstrumento para protegerse en el mercado de trabajo.

Los planes “reformistas”, renovados ante el fracaso previo, intentaron avanzar en ladécada del ochenta y los noventa bajo el auge del llamado “neoliberalismo” y en las con‐diciones de degradación general de conquistas sociales que tuvo un alcance planetario.Los planes del Banco Mundial transformaron el engranaje educativo en una parte delenorme mecanismo asistencial que se planteó como pretendido reparo frente a underrumbe de las condiciones de trabajo y existencia extendidas como nunca, al punto deuna cuasi abolición de la protección laboral. Aquí debe encontrarse el origen de pro‐puestas como la asistencia limosnera a la niñez o la pensión extendida a los jubiladoscomo subsidio, desvinculada completamente del salario y con un poder adquisitivo queapenas permitía una pobre y degradada subsistencia. El “proyecto” bancomundialista

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es el de un cotolengo planetario, en el cual ocupa su lugar la nueva “reforma educati‐va”: la propia escuela se convertiría en un cotolengo en las condiciones de una miseriasocial creciente. Agreguemos como notas de color que medidas como la asignación deuna limosna a los niños o la transformación de la jubilación en un subsidio degradadoa la vejez son propuestas que generalizaron los gobiernos considerados como deizquierda y populares en la entrada del nuevo siglo.

Transfuguismo pseudopegagógico

El último señalamiento del apartado precedente nos introduce en una segunda conside‐ración vinculada al significado de los planteos “educativos” del Banco Mundial. Enbuena medida fueron aplicados por aquella izquierda “unesquista”, si se nos permite elexabrupto, encandilada, confundida o interesada en el macaneo “reformista” que aquíasignamos al ya muy aludido Aprender a ser. De modo que los planes en materia de edu‐cación “bancomundialistas” llegaron al apogeo con cierta izquierda desde el poder.

Una de las figuras clave en el armado “reformista” de la década del 90 fue la desapa‐recida Cecilia Braslavsky, ex militante del Partido Comunista y con un doctorado enmateria educativa en la ex Alemania Oriental, numen de la Ley Federal de Educaciónque acabó por colocar un moño al proceso de provincialización de la escuela secunda‐ria, luego de la municipalización de la primaria, es decir a la liquidación formal de unsistema educativo nacional. La cartera educativa del gobierno nacional quedó converti‐da en lo que desde entonces se llama ministerio “sin escuelas”, que se mantiene hasta laactualidad, luego de largos diez años de gobierno de los esposos Kirchner.

Sigamos. También militó entonces, en los equipos educacionales de Menem, DanielFilmus, ex militante del PC, travestido más tarde en peronista en las filas de lo que sepretende el progresismo justicialista, si así puede llamársele y que corona su carrera hoyen el kirchnerismo. Su ubicación en ese mismo progresismo peronista no ofendería tam‐poco a la propia ministra de la cartera educativa del gobierno pejotista neoliberal delmomento, Susana Decibe. Son nombres que aquí citamos con el exclusivo fin de concre‐tar cierta objetividad en este ejercicio ensayístico y sin el más mínimo afán de serexhaustivos, lo que requeriría otro y mucho más extenso texto.

Por supuesto el fenómeno que ahora mencionamos no fue solo argentino, si tenemosen cuenta que fue el Partido Socialista, integrante de la coalición gobernante, el que enChile convalidó una variante del “reformismo educativo” bancomundialista en su ver‐sión digamos más extrema, cuando se generalizó no apenas la privatización sino elendeudamiento del estudiantado para pagar los estudios con créditos que deben saldarluego de graduados. Los dos países del extremo sur de nuestro continente valen aquícomo evidencia de que “por la uña se conoce al león”: fue la izquierda inconsecuente,de filiación stalinista y/o dispuesta a sumarse a la defensa del orden existente, fue esaizquierda, insistimos, la que se encargó de la tarea deplorable de vestir a su modo laspropuestas del Banco Mundial.

Otra vez: educación, crisis social, catástrofe educativa y… algo más.

El llamado proyecto “neoliberal” de reconstituir la economía capitalista culminó conuna descomunal crisis sobre el final de los años noventa y comienzos de este siglo; unacrisis que tomó una dimensión mayor aún a partir del año 2008, signado por unaderrumbe bursátil planetario y por la bancarrota de los grandes bancos de inversión

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norteamericanos, encabezados por Lehman Brothers. Esta crisis, aún en curso y conver‐tida ya en la más grande de todos los tiempos, terminó por llevar las mentadas “refor‐mas educativas” a un estado de completa demolición. Como citamos recién, el caso deChile vale la pena de ser tomado en cuenta como una buena prueba de lo que acabamosde señalar, puesto que una gigantesca, extendida, prolongada e irreductible rebeliónestudiantil acabó por hacer pedazos la privatización educativa chilena. Un proceso queel poder (¡otra vez con el Partido Socialista!) busca ahora limitar tratando de salvar loque se pueda del desastre.

De un modo general, con la crisis mundial actual ha quedado liquidado el impotenteplanteo de “reforma educativa” que tuvo su origen en la crisis económica precedente,en la segunda mitad del siglo XX. De fracaso en fracaso, ni siquiera ha sobrevivido elrelato que encubría el reformismo pedagógico. En un mundo conmovido por una bar‐barización creciente que ha conducido a países y aún regiones enteras por la pendientede la descomposición económica social y política, ya no hay lugar para ello. Las cifrasconocidas de esta barbarie han sido difundidas recientemente por la prensa mundial yson aterradoras: casi la mitad de la riqueza mundial está en manos de solo el 1% de lapoblación; la riqueza del 1% de la población más rica del mundo asciende a 110 billonesde dólares, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad máspobre de la población mundial; la mitad más pobre de la población mundial (3.750millones de personas) posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo.

En definitiva, la educación se barbariza porque no podría ser de otra manera en unmundo en el que se instala un retroceso de orden civilizatorio. No hay secreto: las escue‐las se transforman en depósitos de pobres y explotados, los recursos escasean, la forma‐ción educativa ha sido sustituida por la necesidad de “contención social”, la educaciónpública se degrada sin que los efectos de los viejos planes (anti) reformistas hayan sidorevertidas. El “mercado educativo” está en disolución como resultado de un defaultmasivo de los que quedaron endeudados para educarse en los países donde el BancoMundial hizo de las suyas hasta el final. Nada queda siquiera del viejo relato, entendi‐do como pura deformación y engaño discursivo. La educación en quiebra se encuentraen la situación de un edificio cascoteado a pico y pala para hacerlo desaparecer. De lavieja retórica confusionista queda apenas, si se quiere, la tonta hipocresía de disimularel hundimiento de la educación pública con la excusa banal de que todo el sistema sería“publico” aunque dividido en “gestión estatal” y “gestión privada”.

En tales condiciones, hasta las plataformas reivindicativas clásicas del movimientoeducativo parecen requerir una reconsideración o adecuación, para dar cuenta de la rea‐lidad presente que aquí describimos. Nos referimos a consignas tradicionales como ladefensa de la enseñanza pública y gratuita, del derecho a la educación, del laicismo, dela satisfacción de los reclamos de una docencia agredida, vilipendiada y empobrecida,etc. Es claro que no han perdido nada de vigencia frente a la catástrofe social y educati‐va y por eso mismo, por el contrario, tienen un contenido vital incuestionable. Sinembargo, el programa educativo del sindicalismo combativo, del movimiento estudian‐til, de las organizaciones populares involucradas en la experiencia viva del sistema edu‐cativo debiera también buscar traducir en sus plataformas —y es lo que están haciendobajo la presión de la propia realidad— lo que llamamos la barbarización de la educa‐ción. Algo que debe ser abordado tanto en el nivel de los reclamos más inmediatos yurgentes como en el de las banderas que trazan un horizonte más amplio sobre la pers‐pectiva de la educación en las actuales circunstancias.

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Más allá del derecho a la educación

Tomemos un ejemplo. Con la miseria social que se ha hecho realidad en la vida cotidia‐na del docente, en particular en el nivel primario y secundario, se ha desenvuelto unatendencia igualmente miserable, aunque en una dimensión distinta, desde el poder esta‐tal. Consiste en procurar de hecho y ciertamente de un modo muy sutil una suerte dealianza que coloca de un lado a las autoridades oficiales y a la docencia y del otro ladoa los padres o la familia. Una complicidad buscada y perversa que se escuda en el argu‐mento de que la educación no puede contener lo que la familia abandona. De maneraque el fracaso escolar sería responsabilidad de la falta de colaboración de los familiaresdel alumno y la institución escolar y la docencia tendría un límite insuperable paraactuar.

El problema es que la situación que tomamos como ejemplo se desarrolla cuando lafamilia trabajadora se encuentra agobiada e inclusive destruida por las condiciones pau‐pérrimas de vida. Si el alumno es abandonado por la familia, o hasta carece de ella, laresponsabilidad del abandono familiar es del mismo régimen que pretende asociar a ladocencia a una culpabilización inadmisible de la familia. La llamada contención social ala que se obliga a la escuela (¡y al docente!) deja planteada la cuestión de cómo desarro‐llarla en términos reivindicativos. Se trata de promover la unión de la familia trabajado‐ra y el docente contra el poder estatal, invirtiendo los términos de la ecuación oficial.Tiene que ver con la propia formación del docente, con la necesidad de un trabajo inter‐profesional que debiera desarrollarse con gabinetes especializados, con la participaciónde psicólogos, trabajadores sociales y especialistas en la cuestión; con programas deasistencia a la minoridad y la adolescencia bajo control de las organizaciones docentes,etc.

Pero en verdad, el ejemplo al cual hemos acudido y cuya formulación debería ser eva‐luada por su carácter todavía precario, nos importa como una especie de apoyo a unaapreciación más amplia de la cuestión escolar en este momento tan decisivo que plan‐tea la crisis. La escuela, a pesar de todos los golpes recibidos y gracias a las movilizacio‐nes educativas, docentes y estudiantiles, por una parte, y al completo fracaso de las(contra) reformas educativas, por otra parte, continúa siendo una red enorme, suscepti‐ble de convertirse en un recurso clave de la reconstitución del tejido social, descompues‐to por la expoliación del trabajo y la miseria social. Así fue concebida al menos en algúnmomento en el proyecto nacional de la propia clase dominante para modernizar lasociedad burguesa y constituir una clase trabajadora “nacional”. Cuando corresponda,en una nueva etapa histórica signada por un agotamiento irreversible del mundomoderno (capitalista), la escuela, con la gestión de los trabajadores y los docentes ten‐drá un papel protagónico en la transformación social que permita superar la barbariesocial y educativa, educar, formar, elevar la conciencia y desarrollar la salud material yespiritual de las nuevas generaciones. Como se ve, el planteo de una educación socialis‐ta puede y debe tener una formulación que no sea meramente ideológica, como sugeri‐mos aquí y sólo para plantear un debate.

Para que quede claro: lo que planteamos va más allá de reclamos que revisten lamarca de una fórmula propositiva del tipo de una educación “solidaria, participativa,popular, integrativa, inclusiva” y así de seguido. Estas reivindicaciones han concluidopor sustituir, con una serie adjetivante, la falta de una caracterización correcta sobre lanaturaleza capitalista del desabarranque de la educación en todos sus niveles. Da laimpresión de que el viejo relato “reformista” mudó de tienda para atrincherarse a vecesen un reivindicacionismo abstracto, vago e impreciso que ha avanzado en un sindicalis‐

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mo ciertamente burocratizado, en la acción y en el pensamiento. Por eso mismo el plan‐teo de una “educación socialista” y su significado frente a la debacle actual es tambiénuna provocación lanzada al ruedo del movimiento educativo en sus diversas manifesta‐ciones. Para abrir una deliberación y aún como propuesta a ser en tales condiciones pre‐cisada. Es lo que corresponde a un texto que se presenta deliberadamente bajo la formade comentario y ensayo. Nada más.

Febrero 2015

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Resumen

El propósito central de este texto querría ser el de mostrar la enorme importancia quereviste el famoso capítulo XXIV de El Capital de Marx para pensar críticamente nuestrosprocesos coloniales, y en particular el rol de la esclavitud afroamericana en dicha acu‐mulación originaria de Capital en los países llamados “centrales”. Un segundo —aun‐que no secundario— objetivo será el de asimismo mostrar la importancia que las suge‐rencias de Marx en ese capítulo de su opera magna ha tenido para un conjunto de pensa‐dores críticos preocupados por encontrar las huellas de aquella historia en nuestro pre‐sente, como parte de los problemas a resolver, las luchas a desarrollar y las reflexionescríticas que tales problemas y luchas nos ponen por delante.

ED UA R D O GRÜ N E R. LA “AC U M U L AC I Ó N O R I G I NA R I A”, L A C R Í T I C A D E L A R A Z Ó N C O L O N I A L Y L A E S C L AV I T U D M O D E R NA

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La “acumulación originaria”,la crítica de la razón colonialy la esclavitud moderna (1ra parte)1

Eduardo GrünerUniversidad de Buenos [email protected]

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Sólo se puede narrar verdaderamente el pasado como es, no como era, ya que el rememorar elpasado es un acto social del presente, hecho por hombres del presente y que afecta al sistema

social del presente

Immanuel Wallerstein

El propósito central de este texto querría ser el de mostrar la enorme importancia quereviste el famoso capítulo XXIV de El Capital de Marx —dedicado, como es sabido, a loque se denomina la “acumulación originaria”— para pensar críticamente nuestros pro‐cesos coloniales, y en particular el rol de la esclavitud afroamericana en dicha acumula‐ción originaria de Capital en los países llamados “centrales”. Como veremos, una con‐secuencia que puede extraerse de este análisis es la de que no es para nada seguro queel capitalismo haya sido un fenómeno de “exportación” del centro a la periferia, sinoque la periferia fue desde el principio (es decir, desde su transformación en periferia) esen‐cial para la construcción misma del capitalismo a escala mundial.

Un segundo —aunque no secundario— objetivo será el de asimismo mostrar laimportancia que las sugerencias de Marx en ese capítulo de su opera magna ha tenidopara un conjunto de pensadores críticos (tanto latinoamericanos como europeos y esta‐dounidenses) preocupados por encontrar las huellas de aquella historia en nuestro pre‐sente, como parte de los problemas a resolver, las luchas a desarrollar y las reflexionescríticas que tales problemas y luchas nos ponen por delante.

Buena parte de lo que sigue está basado en una investigación (y posterior libro) querealizamos hace algunos años, y que giraba alrededor de la Revolución Haitiana de1791/1804 y las consecuencias filosófico‐culturales que para un pensamiento crítico“periférico” o “postcolonial”, pero con orientación marxista, podían desprenderse desemejante acontecimiento, y que nos obligó a profundizar en el tema de la esclavitudafroamericana en sus vínculos con el capitalismo colonial. Evidentemente no vamos atener aquí el espacio suficiente como para recrear siquiera someramente toda esa pro‐blemática, pero no queremos dejar pasar la oportunidad de al menos abrir algunos delos grandes interrogantes que la misma permite plantear.

Quisiéramos, sin embargo, empezar por establecer desde el inicio una de esas conclu‐siones, usándola un poco como marco de lo que sigue. A saber, el hecho de que, comoya lo insinuamos, la esclavitud africana y la semi‐esclavitud indígena en América formanparte indisoluble de aquel proceso de acumulación de capital, y es en sí misma una vastay muy “racional” empresa capitalista mundial. Es decir, esta esclavitud, lejos de repre‐sentar alguna rémora pre‐moderna, es consustancial a la modernidad misma, por másperturbador o doloroso que nos parezca. Empecemos, pues, por allí.

1.

La conjunción de modernidad y esclavitud es, sin duda, sumamente inquietante para quie‐nes tienden a pensar la modernidad como un homogéneo “bloque de progreso”, e inclu‐so para nosotros. Quiero decir: para quienes —aún desde una perspectiva crítico‐dialéc‐tica que por un lado no quiere dejarse seducir por el anti‐modernismo reaccionario deciertas postulaciones “postmodernas”, y por el otro visualiza a la modernidad como unespacio de conflicto al cual también pertenecen pensadores críticos de la versión dominan‐te de la modernidad, como Marx o Freud—, aún para nosotros, digo, un elemento atrac‐tivo de la modernidad fue siempre su promesa de emancipación y autorrealización.

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Promesa no cumplida, desde ya, pero que por esa misma razón sigue vigente, aunque esnuestra convicción que no podrá cumplirse dentro de los límites del actual sistema impe‐rante: la modernidad no es un “proyecto inconcluso”, como pretende célebrementeHabermas, sino, justamente, un proyecto que no puede encontrar su conclusión dentrodel capitalismo.

Por un lado, ya las comunas tardo‐medievales produjeron aspiraciones de ciudadaníaque dieron una expresión temprana a los conceptos de libertad cívica; la Reforma protes‐tante, por su parte, ofreció una versión religiosa de esa promesa con su noción de la con‐ciencia individual. La emergencia del sentimiento nacional, que reclamaba la participaciónde la “sociedad civil” en la soberanía estatal, fue una parte sustantiva de la estructurade la modernidad tal como surgió en los siglos XVI y XVII. Todo ello hace más aparen‐temente paradójico el hecho de que fueran precisamente las naciones noroccidentales deEuropa las que desarrollaran más acabadamente (y también más cruelmente) el sistemaesclavista afro‐americano. Es decir, aquellos “pueblos” que supuestamente más detesta‐ban la idea misma de esclavitud fueron los que más sistemáticamente la practicaron consus “otros”. Y este está lejos de ser el único fenómeno “paradójico” de la modernidad, sirecordamos que, por ejemplo —y contra lo que suele creer un sentido común muyencarnado— las peores persecuciones y ejecuciones de la Inquisición y la más sistemá‐tica “caza de brujas” no se produjeron en la Edad Media sino a partir de los siglos XVIy XVII, y sus formas más concentradas no se dieron tanto en España como en el nortede Europa (en Alemania, en Suiza, en Holanda y parcialmente en Francia).

Ahora bien, la única explicación posible, y que refuerza nuestra insistencia en la nadacasual articulación entre la esclavitud en la periferia y la “modernización” capitalista enel centro, es que, una vez más, fueron las necesidades “objetivas” insoslayables de lalógica de acumulación del Capital las que plantearon esa solución —la de la esclavitud—como “inevitable”, y requirieron la inconsciente pero sofisticada elaboración de una ide‐ología justificadora que “racionalizara” esa flagrante incongruencia, que construyera unmito “racial” que —a la manera de lo que explica Lévi‐Strauss sobre la lógica misma delmito— “resolviera” en el plano imaginario esas contradicciones irresolubles en el planode la realidad. Cuando se plantea la cuestión desde esta perspectiva, aparece como per‐fectamente “lógico” que fueran las sociedades más avanzadas en el proceso de acumula‐ción las que practicaran más sistemática y “racionalmente” la esclavitud colonial.

Bien. Me permito entonces comenzar citando textualmente un párrafo ya canónico,extraído del capítulo XXIV de El Capital de Marx. El párrafo dice así:

El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavizacióny soterramiento en las minas de población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales,la transformación de Africa en un coto reservado para la caza comercial de pieles‐negras, caracteri‐zan los albores de la era de la producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fun‐damentales de la acumulación originaria. Pisándoles los talones, hace su aparición la guerra comer‐cial entre las naciones europeas, con la redondez de la tierra como escenario” (Marx, 1987: 939).

La verdad es que este párrafo es extraordinario. En pocas líneas plantea, de maneraultra‐condensada, prácticamente todas las cuestiones que deberemos desplegar a lolargo de buena parte de esta exposición. Empecemos, entonces, por hacer el listado deesas cuestiones que está planteando el párrafo:

1. La expansión colonial, y la consiguiente conquista —con superexplotación de sus

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habitantes incluida— de lo que a partir de entonces se transformará en la “periferia”(América, África, las Indias Orientales) son “factores fundamentales” de la acumulaciónoriginaria del capitalismo; y entre tales “factores fundamentales” figura la esclavitudafro‐americana (“… la transformación de África en un coto reservado para la cazacomercial de pieles‐negras…”).

2. Esta época caracteriza ya “los albores de la era de la producción capitalista”; es decir—como lo dirá Marx mismo más adelante— forma parte ya de la historia de ese capita‐lismo.

3. El escenario de este “drama” es ya, desde el inicio, mundial (“…con la redondez dela tierra como escenario”)

4. En parte como consecuencia de lo anterior, se desplegará sobre este escenario tam‐bién otro “drama” que se intersecta con el de la colonización: el de la rivalidad entre lasgrandes potencias “centrales” por el control del nuevo mercado mundial.

5. La “ideología dominante” —esa colonialidad del poder/saber, como la llama Quijano,que se conformará a partir del proceso de “mundialización” del capital y de “capitaliza‐ción” del mundo— presentará al proceso de expoliación de la ahora periferia como unaserie de “procesos idílicos” destinados a exportar la “civilización” a las sociedades “sal‐vajes”.

A partir de este escenario, el primero y más esencial problema “metodológico”, paraun autor como Immanuel Wallerstein por ejemplo, será el de definir lo que suele llamar‐se la unidad de análisis. Ya sabemos cuál es para este autor esa unidad de análisis: el sis‐tema‐mundo, categoría con la cual se propone polemizar con todas aquellas perspectivasque pretenden poder explicar el Todo a partir de las relaciones entre sus Partes, o peor,a partir de una sola “parte”: que pretenden, por ejemplo, explicar el origen y la configu‐ración del sistema‐mundo capitalista a partir del desarrollo nacional (o, a lo sumo, “subre‐gional”) de las economías europeas, para luego —en el mejor de los casos— extender elanálisis a la “periferia” (Wallerstein, 1979).

Más allá de las intenciones, la criticada por Wallerstein no puede dejar de ser unaperspectiva objetivamente “eurocéntrica”. Hay que ser muy duro respecto de ciertoeurocentrismo constitutivo de las corrientes dominantes en las ciencias sociales moder‐nas, en tanto estas son también un producto del moderno sistema‐mundo, y por lo tantoson también, al menos en buena medida, herederas de aquella configuración delpoder/saber. Las ciencias sociales —incluyendo la Historia— forman parte, pues, de loque podríamos llamar la geo‐cultura de la economía‐mundo. En este campo específico, el“eurocentrismo” está caracterizado por cinco rasgos nucleares:

1. Su historiografía, o concepción “filosófica” de la historia; según esta, la hegemoníaeuropea en la modernidad se explicaría en virtud de ciertos atributos específicamenteeuropeos, no compartidos por el resto del mundo: el famoso “milagro europeo”, que lehabría permitido a esa región “lanzar” una serie de fenómenos exclusivos: la revoluciónindustrial y el capitalismo, el modernismo político y social, las ideas de libertad indivi‐dual, las revoluciones políticas democrático‐burguesas, etcétera; y por supuesto no sediscute que estas cosas son esencialmente buenas, de modo que Europa las ha “legado”a la humanidad como una contribución cultural superior a la de cualquier otra sociedad.

2. El carácter parroquial de su “universalismo”, según el cual las “invenciones” parti‐culares de Europa (de su logos filosófico a sus métodos científicos, pasando por sus for‐mas de organización económica, social, política, su sistema de valores, y así siguiendo)

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son verdades “eternas”, válidas para cualquier otra sociedad o cultura, y aquellas socie‐dades que no las han “descubierto” o “incorporado” es porque están atrasadas respectode Europa: el “universalismo” va, pues, junto con el “evolucionismo” lineal y la teleolo‐gía.

3. Sus presupuestos sobre la civilización occidental como la civilización, mientras quela mayor parte de las otras culturas estarían todavía en una fase “bárbara”, “primitiva”,a lo sumo “tradicional” o “pre‐moderna”; y esta última noción revela, una vez más, elprejuicio “evolucionista” subyacente en la idea de que todas las culturas, en algúnmomento, llegarán —o deberán llegar— a la “modernidad” de naturaleza europea.

4. Su “orientalismo”, entendido en el sentido de Edward Said (1978) o de Anwar Abdel‐Malek (1981), como una imagen “estilizada” y en buena medida ficcional de las culturasno‐occidentales, a través de oposiciones binarias que, si durante el Medioevo cristianose articularon alrededor del eje paganismo/monoteísmo, en la modernidad lo hicieronsobre el eje occidental/“oriental” (una denominación amplia que abarcaba también aÁfrica y a veces a parte de América, usualmente, y no por casualidad, el Caribe con sus“africanos”), donde “oriental” era todo lo exótico, lo extraño, lo ajeno, en una palabra laradical alteridad respecto del “occidente” (europeo); además de que esto implica unanegación del papel europeo en la conformación de este “oriente” (puesto que “oriente”designa inequívocamente al mundo colonizado ), se trata indudablemente de unsaber/poder destinado a legitimar ideológicamente la posición dominante de Europa.

5. Sus intentos de imponer una unilateral noción de “progreso”, cuya “realidad” e“inevitabilidad” se transformó en un tema básico del Iluminismo, y luego, con más fuer‐za y con el presunto respaldo de una visión “científica”, fue el tema del positivismo delsiglo XIX, con el que se justificaban las “virtudes” de la colonización de la India o detoda África (y que, como ideologema de fondo, continuó hasta bien entrado el siglo XXbajo la bandera igualmente “científica” del llamado desarrollismo, así como de las teorí‐as sociológicas “estructural‐funcionalistas” con su dicotomía entre “sociedades tradicio‐nales” y “sociedades modernas”): al igual que con la idea del occidente moderno equi‐parado a la civilización, esa misma modernidad occidental era el progreso, y su modelodebía imponerse al mundo “atrasado”. 2

Como se ve, todos estos rasgos parten de considerar a Europa como el punto de lle‐gada de una historia “necesaria” y autónoma, y por lo tanto ven a toda la historia desdeun punto de vista, digamos, regional —e incluso, como dice Wallerstein, “parroquial”—. Wallerstein, por el contrario, adopta, por así decir, una perspectiva mundial, o, si sequiere, “mundo‐céntrica”, lo cual es una manera, justamente, de des‐centrar la perspec‐tiva, aunque sin por ello pasar por alto el carácter decisivo, para la modernidad, de la“intervención” europea sobre el resto del mundo (pues de otra manera, correríamos elpeligro de disimular inadvertidamente el violento ejercicio de poder que supuso tal“intervención”, licuándolo detrás de un falso “pluralismo” de la perspectiva).

Este es también el punto de vista luego adoptado por la así llamada teoría postcolonial(a partir de autores como el propio Said, Gayatri Spivak o Homi Bhabha), aunque ellos,en general, no estimen necesario referirse a Wallerstein ni a la teoría del sistema‐mundoen su conjunto, mucho menos al capítulo XXIV de Marx, y adopten una metodología“culturalista” y “textualista”, típica del pensamiento llamado post , que ya no se apoyaen la “base material” de la historia económica o la sociología histórica.

Pero el de Marx y Wallerstein es también el punto de vista adoptado por muchosantropólogos que sí toman en cuenta esas realidades “duras”. Un caso típico, y particu‐

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larmente destacable, es el de Eric R. Wolf y su ya clásica obra Europa y la gente sin histo‐ria (1982) donde ya en la primera página deja en claro que

Esta historia analítica no podría surgir del estudio de una sola cultura o nación, ni de una sola áreacultural, y ni siquiera del estudio de un continente en un cierto período de tiempo. Era necesarioregresar a los criterios de una antropología más antigua y recobrar la inspiración que guió a antro‐pólogos tales como Alfred Kroeber y Ralph Linton que tanto se esforzaron por crear una historia uni‐versal de la cultura (…) Esa antropología más antigua dijo, sin embargo, muy poco acerca de lasgrandes fuerzas que han impulsado la interacción de las culturas a partir de 1492, o sea, las fuerzasque impulsaron a Europa hacia su expansión comercial y hacia el capitalismo industrial. Sin embar‐go, las vinculaciones que estos antropólogos buscaron delinear solo pueden volverse inteligiblescuando se sitúan en su contexto político y económico (Wolf, 1982: 9).

Epistemológicamente dicho, se trata de lo que podríamos llamar —siguiendo a JeanPiaget o a Lucien Goldmann— una perspectiva estructuralista‐genética: por un lado, laestructura de la génesis del capitalismo es sincrónica: articula tiempos históricos diferentesen una simultaneidad que siguiendo a Marx denominaremos “desigual y combinada”;por el otro, la génesis de la estructura del nuevo sistema‐mundo capitalista es dialéctica: noes que hay “formaciones” preexistentes que, por equis razones, se ponen en relación,sino que es la relación la que explica el propio origen de esas “formaciones”, por ejemplo,como “centros” y “periferias”; una vez más, es el Todo el que le asigna su lugar y su fun‐ción a las Partes.

Como se sabe, esta noción de “Totalidad” ha sido puesta muy virulentamente encuestión, en las últimas décadas, por las teorías más o menos “postmodernas”, dandolugar a ciertas posiciones que ponen el acento en las diferencias entre las partes antes queen la relación entre esas partes y una “totalidad” que, para estas posturas, sería una merailusión “sustancialista”. No obstante, a nuestro juicio se trata de un falso debate. La“totalidad” a la que nos referimos aquí no es una totalidad cerrada ni acabada. “No sedebe confundir totalidad con completitud. El todo es más que la suma de las partes,pero también es sin duda menos” (Wallerstein, 1979: 16).

Pero el peligro de no tomar en consideración la “totalidad” así entendida es no sola‐mente el de un estrechamiento teórico‐metodológico de la perspectiva, sino el de una dilu‐ción política de las relaciones de poder en las que consiste el vínculo entre la “totalidad” ylas “partes”. Siguiendo la perspectiva de la dialéctica negativa adorniana (Adorno, 2005),digamos que la “totalidad” es falsa cuando no toma en cuenta su conflicto (irresoluble,“trágico”, dentro de los límites de la lógica sistémica de la que parte) con las partes queesa misma totalidad produce como dominadas. Solo puede ser “verdadera” una nociónde totalidad que incorpore ese conflicto y denuncie esa imposibilidad que tiene la falsatotalidad de resolverlo. Por definición, entonces, ese Todo que es al mismo tiempo más ymenos que la suma de sus partes, es una totalidad abierta y en movimiento: es un perma‐nente proceso de totalización/des‐totalización/re‐totalización, como diría Sartre (1964), muyen el espíritu de Historia y conciencia de clase de Lukács.

2.

Ahora bien: en todo esto se presenta un problema adicional, que ha motivado innume‐rables debates, y que está muy lejos de haber quedado resuelto: ¿por qué el capitalismoemergió antes y justamente en Europa, y no en cualquier otra región, facilitando así la

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identificación “eurocéntrica” entre Europa y la “modernidad”? No hay un nítido con‐senso al respecto, aunque en términos generales se pueda apostar a que las hipótesis seterminen reduciendo, en definitiva, a variantes de dos propuestas básicas: la de Marx yla de Weber. O una combinación de ambas, como la ensayó en su momento Karl Löwith.

Pero, por otra parte, es posible que la pregunta misma sea una manifestación de feti‐chismo eurocéntrico, en la medida en que parece implicar que la emergencia de esamodernidad capitalista fue necesariamente un “progreso” para la humanidad, noimporta cuál haya sido el precio a pagar. Que se nos entienda bien: desde luego que enmuchos sentidos existió ese “progreso”, como lo ha dejado bien establecido Marx. Seríaridículo creer, por ejemplo, que la esclavitud antigua o la servidumbre feudal eran mejo‐res que la explotación del proletariado “libre”. Pero sería igualmente esquemático omecanicista no ver que esas formas de explotación no desaparecieron de la noche a lamañana “superadas” por la fuerza de trabajo libre, sino que fueron reinscriptas en lanueva lógica dominante del modo de producción capitalista, y el colonialismo es lamejor prueba de ello.

Aquí nuevamente los antropólogos —y especialmente los más “heterodoxos” entreellos— podrían darnos una buena lección de des‐centramiento de nuestro poder/saber.Tomemos, por ejemplo, las teorías de Marshall Sahlins (1986) o de Pierre Clastres (1980).Ellas nos mostrarían que las sociedades llamadas “primitivas”, a las que cualquier soció‐logo “modernista” calificaría de “sociedades de mera subsistencia”, son, por el contra‐rio, sociedades de superabundancia: ¿por qué? Por una razón muy sencilla: en esas socie‐dades, por comparación con las nuestras, se “trabaja” muy poco, y en cambio abunda el“tiempo libre”, el “ocio”, el tiempo dedicado a los rituales religiosos, las festividades, losceremoniales, la vida social y “familiar”, porque no son sociedades cuya ideología seala acumulación de capital o la producción de mercancías o la reproducción ampliada de rique‐zas o la obtención de “plusvalía”: esto es solamente la lógica del capitalismo, europeo‐occi‐dental y “moderno”. Los análisis de Sahlins sustituyen la economía primitiva afectadadel signo menos —tanto por los formalistas como por muchos marxistas—, presentadacomo una economía de subsistencia, sin excedente, en falta permanente de acumula‐ción, por el cuadro de una primera sociedad de abundancia. Una sociedad que institu‐ye otra relación entre medios y fines, otra relación entre necesidades y recursos técnicos.El llamado modo de producción doméstico aparece como un sistema profundamente hostila la formación de excedente y de plusvalía —una máquina “anti‐producción”— quetiende a inmovilizarse cuando se alcanza un punto de equiparación de la producción alas necesidades. Es decir, para apelar a la terminología de Marx, una sociedad que pri‐vilegia los valores de uso. La sociedad primitiva es un tipo de hecho social en el que nohay “autonomía” de lo económico; es posible considerar, incluso, que lo económico, entanto sector que despliega una lógica autónoma en el campo social, no existe en ella. Esuna sociedad de rechazo de la economía —o mejor, una sociedad “contra la economía”,como escribe Clastres, para agregar: “los salvajes producen para vivir, no viven paraproducir” (Clastres, 1980: 65). Que es, en sustancia, lo mismo que sostiene Marx en losGründrisse, cuando dice que en las sociedades pre‐capitalistas el fin es el hombre y elmedio la producción, y que ha sido tarea del capitalismo invertir esa relación.

Lo importante, como decíamos hace un momento, es que la teoría del sistema‐mundopermite apreciar hasta qué punto decisivo la construcción de eso llamado centro se hizosobre los cimientos de la periferización del resto del mundo, y muy particularmente la deAmérica. La paradoja es que, “dialécticamente”, esa “periferización” se llevó a cabo acosta de las lógicas no‐capitalistas de las sociedades “pre‐modernas”, que fueron incor‐

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poradas a la lógica de la producción de mercancías ya siempre como periféricas y subor‐dinadas, como predestinados “perdedores” del tren de la Historia, según lo creía Hegel.Para una gran parte del mundo, pues, la incorporación violenta al capitalismo, lejos derepresentar un progreso, significó una monumental regresión tanto en el campo “econó‐mico” como socio‐cultural.

Es imprescindible introducir en el análisis, asimismo, la variable clase. Dentro de laperiferia, las clases coloniales fundamentalmente terratenientes, dominantes a nivel“local”, obtuvieron inmensas ganancias a costa de la superexplotación coercitiva de lafuerza de trabajo esclava o semi‐esclava. Al revés, en las sociedades “centrales”, lamayoría de los habitantes rurales, progresivamente despojados de sus tierras y forzadosa la proletarización, vieron seriamente afectada su calidad de vida y su seguridad eco‐nómica. Aquí es importantísimo, pues, introducir la discusión de la perspectiva “clasis‐ta” en el análisis del capitalismo, ya que esta perspectiva, en opinión de muchos auto‐res, es antagónica con la del sistema‐mundo o las teorías post/de‐coloniales. En nuestraopinión, por el contrario, ambas son estrictamente complementarias y perfectamente arti‐culables. Nos basaremos, para demostrarlo, en un interesante artículo de Samuel Bowlesaparecido en la propia revista Review, dirigida por Wallerstein.

Para empezar, nos dice Bowles (1988), hay una casi plena unanimidad entre los mar‐xistas “ortodoxos” a propósito de que el resorte central de la estructura tanto como dela dinámica del capitalismo es la expropiación “clasista”, por un lado, del producto exce‐dente, y por el otro, del tiempo de trabajo igualmente excedente. Esta conclusión —con lacual, enunciada así, no podemos menos que coincidir en principio— está inmejorable‐mente condensada en un famoso párrafo del Volumen III de El Capital de Marx:

…es la relación directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productoresdirectos (…) donde encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructu‐ra social, y por consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía ydependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso (Marx, 2001: 1007).

Este párrafo es crucial. Si nos tomamos en serio y hasta sus últimas consecuencias lalógica del razonamiento de Marx, extraemos la muy “heterodoxa” conclusión de que elgran protagonista —el sujeto, si se pudiera decir así— de la modernidad capitalista, no esjustamente un “sujeto” en el sentido tradicional, sea “individual” o “colectivo”, sino unproceso conflictivo, llamado lucha de clases. Al igual que lo veíamos para la dialéctica delTodo y las Partes, es esa “totalidad en movimiento”, la lucha de clases, la que asigna suidentidad a los contendientes —según la lógica del célebre pasaje del en‐sí al para‐sí— enel espectro “explotadores/explotados”.

Ahora bien, no cabe duda (y el capítulo XXIV vuelve a certificarlo) que la línea divi‐soria entre esas clases pasa por la propiedad o no de los medios de producción. Pero laformulación precisa del concepto de explotación ha sido muy debatida. Como sabemos,para Marx la ganancia del capitalista se genera en la esfera de (las relaciones de) produc‐ción, con la extracción de plusvalía no remunerada de la fuerza de trabajo, y se realiza enla esfera del intercambio, transformada en renta monetaria. ¿Pero es eso todo? Uno delos temas más complejos es el del rol cumplido por los mercados y las relaciones econó‐micas internacionales en la determinación de aquellos excedentes de producto y de tra‐bajo que, “expropiación” mediante, son los objetos de la “explotación” por parte de lasclases (y, en el caso del colonialismo, de los “Estados‐naciones”) dominantes.

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Repitamos, según Marx el secreto de la “ganancia” capitalista se revela no en la esferade la circulación y el intercambio sino en la de las relaciones de producción, que es dondese genera la “plusvalía” que luego se va a realizar en el mercado bajo la forma de “ganan‐cia”. La clave de la “ganancia” capitalista es, pues, la explotación objetiva de una clasepor otra. El “mercado” realmente decisivo para esta operación es, entonces, el mercado detrabajo.

Sobre esto no hay discusión posible, al menos desde una perspectiva nítidamente“marxista”. El problema es cuánto peso efectivo le damos a la esfera de la circulación entanto “contribuyente” a las relaciones de explotación. Del hecho de que las relaciones deproducción sean correctamente tomadas como analíticamente anteriores y prioritarias res‐pecto del mercado, no se deduce necesariamente que las relaciones de intercambiodeban ser tomadas como meros epifenómenos secundarios: “Los economistas de estaconvicción”, dice Bowles, “…parecen haber pasado por alto la ironía de Marx, cuandoeste se refiere a la esfera de la circulación como el mismísimo Paraíso de los derechosnaturales del hombre” (1988: 444).

Lo que significa esto es que, si tratamos de ir más allá de un “economicismo” marxis‐ta —que por cierto no es el de Marx— que por así decir congela a la “fábrica” como ellocus exclusivo de la lucha de clases, e introducimos también otro tipo de variables“superestructurales” (políticas, culturales, etcétera), entonces podemos comprender quelos mercados pueden ser también escenarios nada menores del conflicto de clases. Porejemplo: especial pero no únicamente en el caso de las relaciones económicas internacio‐nales, la formación de precios y el flujo de capitales en el mercado global pueden ser unosdeterminantes centrales de la tasa de explotación, así como del tamaño del productoexcedente. Pero, obsérvese que, mientras a los precios de intercambio los fija, en últimainstancia, el capital “imperial” de manera unilateral, el “flujo de capitales” se produceen las dos direcciones. En el colonialismo “clásico”, y nuevamente ahora, en la etapa lla‐mada de “globalización” (que en este sentido, podríamos decir, se parece más a aquelcolonialismo clásico que al “imperialismo” teorizado por Lenin) ese flujo es, a través devarias operaciones, más intenso desde la “periferia” al “centro” que viceversa.

Desde la perspectiva del sistema‐mundo, pues, de esa “redondez de la tierra” de la quehabla Marx, la lucha de clases no solamente no queda “secundarizada”, sino que se com‐plejiza: las clases dominadas del país dominado están en lucha simultáneamente contra lafracción de su propia clase dominante que más se beneficia con la relación colonial y conlas clases dominantes del “centro”, mientras otra fracción de las clases dominantes“periféricas” puede desarrollar conflictos secundarios con las clases dominantes “cen‐trales” (conflictos que, en el siglo XIX, son el trasfondo de la mayoría de los procesosindependentistas, que en muchos casos se llevaron a cabo en beneficio de otras clasesdominantes “centrales”: las inglesas en lugar de las españolas, por ejemplo).

Todo esto es fundamental para otra discusión clásica. Ya desde el siglo XIX se creyópoder diagnosticar el sistema colonial, y muy especialmente el español, como “feudal”,si bien esta era una denominación referida antes a aspectos de organización institucio‐nal jurídico‐política que a la lógica económico‐social. Pero fue bien entrado el siglo XXque se planteó de manera fuerte (y con una significación a menudo inmediatamente polí‐tica, y no sólo historiográfica) el debate sobre el carácter “feudal” o “capitalista” delcolonialismo en América. Pensadores tanto latinoamericanos como europeos o nortea‐mericanos entraron entusiastamente en la discusión. Recordemos algunos nombresrepresentativos de una lista mucho más vasta: José Carlos Mariátegui y Lesley B.Simpson ya en los años 20; Luis Chavez Orozco, Gilberto Freyre, Rodolfo Puiggrós,

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Silvio Zavala en los 30 y 40; Woodrow Borah, Francois Chevalier, Jacques Lambert en los50 y 60.

También habría que agregar una impresionante obra histórico‐cultural‐ensayísticaque va del argentino Ezequiel Martínez Estrada al mexicano Octavio Paz, pasando porel brasileño Darcy Ribeiro y los norteamericanos Richard Morse, Frank Tannenbaum oStanley y Barbara Stein. Y, por supuesto, a la en su momento muy influyente corrientede la teoría de la dependencia. Todas estas exploraciones son anteriores a la teoría del siste‐ma‐mundo. Y ninguna, o casi ninguna, de ellas adoptaron de manera directa la hipótesis“feudalizante” del colonialismo americano. Sin embargo, en muchas ocasiones, al subra‐yar un tanto unilateralmente la indudable persistencia de ciertas herencias culturales“feudales” trasladadas a América por las “madres patrias”, contribuyeron inintenciona‐damente a la tesis “feudalizante”.

Ya desde la década del 40, sin embargo, autores como Sergio Bagú, Jan Bazant,Alexander Marchant, José Miranda o Caio Prado Jr. esgrimieron fuertes dudas sobreeste “sentido común”. Sus análisis se concentraron, más bien, en lo que creyeron identi‐ficar como los impulsos “empresariales” y las motivaciones a la ganancia —en un sen‐tido “burgués” del término— entre los colonizadores, así como en la evidencia de una“explotación mercantil” como lógica reestructuradora de la vida económica y las rela‐ciones sociales locales, para subordinar el “nuevo” continente a su papel de proveedorde materias primas y excedentes económicos para el mercado mundial en expansión deuna Europa que ya atravesaba el auge del capitalismo comercial.

En lo que respecta al Caribe y a la esclavitud afroamericana, la interpretación de laexperiencia colonial como la extensión de un “capitalismo de explotación” a Américatuvo su máxima expresión, ya en las décadas del 30 y 40, en las extraordinarias obras deC. L. R. James y Eric Williams. Y habría que agregar, en la del 50, al antillano FrantzFanon, quien si bien es mucho más conocido por sus escritos sobre (y su participaciónen) la revolución argelina, ha escrito algunos textos notables sobre el colonialismo en elCaribe.

Para Latinoamérica en su conjunto, el comienzo de una crítica más sistemática a latesis “feudalizante” se puede asociar grosso modo a la crítica de la teoría de las “ventajascomparativas” en el comercio internacional, vinculada especialmente a la CEPAL. En elseno de la izquierda, la pasión por el debate tenía motivaciones políticas muy obvias:simplificando un tanto la cuestión, si la herencia colonial era feudal, faltaba aún cumpli‐mentar la “etapa democrático‐burguesa”, lo cual autorizaba a una alianza táctica entrelas fuerzas revolucionarias y las “burguesías nacionales” subordinadas; si, por el contra‐rio, la colonización había sido ya capitalista y las principales tareas democrático‐burgue‐sas estaban cumplimentadas, se podía pasar directamente a la estrategia de una revolu‐ción “socialista”, que la experiencia cubana parecía demostrar como perfectamente a laorden del día.

(La segunda parte de este texto se publicará en el número 9 de Hic Rhodus).

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Notas1 Este texto es una versión modificada de la conferencia que dictamos en el Congreso Internacional Sobre ElCapital de Marx (Bogotá, Colombia) en junio de 2014. Una versión reducida apareció en la revista Ideas de Izquierda(edición digital)2 La cita es una adaptación propia del texto de Wallerstein, Immanuel “Eurocentrism and CapitalistDevelopment” publicado en New Left Review No. 226 (1997).

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ED UA R D O GRÜ N E R. LA “AC U M U L AC I Ó N O R I G I NA R I A”, L A C R Í T I C A D E L A R A Z Ó N C O L O N I A L Y L A E S C L AV I T U D M O D E R NA

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Resumen

Durante sus primeros cuatro congresos, celebrados anualmente bajo Lenin (1919‐1922),la Internacional Comunista pasó por dos fases distintas: mientras que los dos primeroscongresos se centraron en los aspectos programáticos y organizativos de la ruptura conlos partidos socialdemócratas (ver particularmente las “Tesis sobre la democracia bur‐guesa y la dictadura del proletariado” aprobadas por el primer congreso y las 21“Condiciones de admisión de los partidos en la Internacional Comunista” adoptadaspor el segundo), el tercer congreso, reunido después del putsch conocido como la“acción de marzo” de 1921 en Alemania, adoptó el slogan “¡A las masas!”, mientras queel cuarto congreso codificó esta nueva línea en las “Tesis sobre la unidad del frente pro‐letario”. Mientras que las tesis adoptadas por los dos primeros congresos fueron origi‐nalmente redactadas por los líderes del Partido Comunista ruso, en particular Lenin yZinoviev, la iniciativa para la adopción de la política de frente único provino del PartidoComunista alemán. En este artículo analizaremos las circunstancias históricas que trans‐formaron a los comunistas alemanes en pioneros de la aplicación de la táctica del fren‐te único.

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La Internacional Comunistay el surgimiento de la políticade frente únicoDaniel GaidoUniversidad Nacional de Córdoba – CONICET

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Introducción

El primer congreso de la Internacional Comunista, celebrado en marzo de 1919, codifi‐có en las “Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado”, que sin‐tetizan los contenidos del famoso libro de Lenin El estado y la revolución, las diferenciasque separaban a los revolucionarios del reformismo parlamentarista de la SegundaInternacional.

Esta escisión entre partidos socialistas y comunistas, históricamente necesaria debidoa que la mayoría de los primeros se habían pasado con armas y bagajes al campo delnacionalismo burgués con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, atrajo sinembargo al campo de los revolucionarios a una serie de tendencias políticas que, a pesarde su internacionalismo, tenían poco en común con el bolchevismo, llamando por ejem‐plo a boicotear las elecciones y a abandonar los sindicatos reformistas. Estas tendenciasultraizquierdistas fueron expulsadas del Partido Comunista de Alemania (LigaEspartaco) durante su segundo congreso, celebrado en Heidelberg del 20 al 24 de octu‐bre de 1919, el cual adoptó las “Tesis sobre los principios y tácticas comunistas” (cono‐cidas como “Tesis de Heidelberg”) a instancias de Paul Levi, el heredero político de RosaLuxemburg luego del asesinato de ésta en enero de 1920. Cinco meses después Leninemprendería una campaña contra estas tendencias a escala de la Internacional en sulibro La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo (abril de 1920).

El enorme entusiasmo que la revolución bolchevique suscitó en las masas trabajado‐ras hizo que algunas organizaciones de masas, como el Partido Socialista Italiano y elPartido Socialista Independiente de Alemania, solicitaran su incorporación a laInternacional Comunista, lo cual planteaba el problema de la expulsión de los líderesreformistas de dichas organizaciones, tales como Eduard Bernstein, Rudolf Hilferding yKarl Kautsky en Alemania y Filippo Turati en Italia. Dicha política fue codificada en las21 “Condiciones de admisión de los partidos en la Internacional Comunista”, escritaspor Lenin y Zinoviev y adoptadas por el segundo congreso de la InternacionalComunista celebrado en julio de 1920.

Sin embargo, la depuración de la Internacional Comunista de elementos oportunistasy sectarios no era sino una precondición para la tarea fundamental, que era la conquis‐ta de la mayoría de la clase obrera para la causa del comunismo. Era necesario desarro‐llar una táctica que permitiera a las masas descubrir el verdadero carácter de sus direc‐ciones tradicionales y acercarse al comunismo a través de su propia experiencia. La ini‐ciativa a tal efecto fue tomada, no por el Partido Comunista ruso, sino por el PartidoComunista de Alemania a instancias de Paul Levi.

En este trabajo analizaremos los acontecimientos que condujeron a la elaboración dela táctica del frente único por el Partido Comunista alemán en el periodo comprendidoentre marzo de 1920 y enero de 1921.

La fundación del Partido Comunista alemán y el levantamiento espartaquista

La revolución alemana pasó por tres etapas principales desde noviembre de 1918 hastaoctubre de 1923. La primera fase se inició en noviembre de 1918, con una serie de even‐tos que comenzaron con el motín de los marineros de la flota de guerra alemana en Kiel,el colapso del ejército alemán y el fin de la Primera Guerra Mundial, la formación deconsejos de delegados de obreros y soldados (Räte: soviets), la abdicación del KaiserGuillermo II y la proclamación de la república. Un Congreso Nacional de Consejos de

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Trabajadores y Soldados (Reichskongress der Arbeiter‐ und Soldatenräte), celebrado del 16al 21 diciembre de 1918, se disolvió después de que el líder del Partido SocialdemócrataAlemán (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD), Friedrich Ebert, lo persuadiera deentregar el poder a un gobierno provisional burgués, irónicamente llamado, según elejemplo soviético, Consejo de Comisarios del Pueblo (Rat der Volksbeauftragten). A esteúltimo organismo también perteneció, hasta el 29 de diciembre de 1918, el PartidoSocialdemócrata Independiente de Alemania (Unabhängige Sozialdemokratische ParteiDeutschlands, USPD), una escisión centrista y pacifista del SPD creada en abril de 1917,que originalmente incluía también a la Liga Espartaco (Spartakusbund) liderada por RosaLuxemburg y Karl Liebknecht.

El Congreso fundacional del Partido Comunista de Alemania (Liga Espartaco), elKPD(S) – Kommunistische Partei Deutschlands (Spartakusbund) –, que tuvo lugar luego dela escisión de la Liga Espartaquista del USPD, se llevó a cabo desde el 30 de diciembrede 1918 al 1º de enero de 1919. En este congreso, y a instancias de Rosa Luxemburg, PaulLevi dio un discurso abogando por la participación del KPD(S) en las elecciones a laAsamblea Nacional Constituyente que redactaría la Constitución de Weimar – no poralbergar ilusiones parlamentarias, sino con el fin de llegar a los trabajadores con unmensaje que rompiera con el consenso contrarrevolucionario en torno a una repúblicademocrático‐ burguesa como alternativa al movimiento de los consejos que entoncessacudía a Alemania. El congreso fundacional del KPD(S) lamentablemente rechazó estaposición, condenándose al aislamiento político en un momento crucial en la historia deAlemania y del mundo (ver la versión inglesa del discurso de Levi en Fernbach, 2011:35‐42).

Cuatro días después, el 5 de enero de 1919, el abortado levantamiento espartaquista(Spartakusaufstand) en Berlín resultó en el asesinato de Rosa Luxemburg y KarlLiebknecht, el 15 de enero de 1919, por bandas paramilitares (Freikorps). Fue como resul‐tado de esta tragedia, que decapitó al KPD(S), que su liderazgo político pasó a manosde Paul Levi, como heredero político de Rosa Luxemburg – una posición que nuncabuscó ocupar, sino que le fue impuesta por las circunstancias históricas. Cuatro días des‐pués, el 19 de enero de 1919, se llevaron a cabo las elecciones a la AsambleaConstituyente, que se reuniría en Weimar, una ciudad provinciana retirada de la agita‐ción revolucionaria de la capital. Esta Asamblea confirmó la posición de Ebert comoReichspräsident.

Un efecto secundario del levantamiento espartaquista fueron la serie de revueltasconocidas como la República Soviética de Baviera o de Múnich (Münchner Räterepublik),que estallaron entre el 7 de abril y 2 de mayo de 1919, y que culminaron en el breve régi‐men comunista liderado por Eugen Leviné y Max Levien. La represión de la RepúblicaSoviética bávara, que cerró la primera fase de la revolución alemana, convirtió a Múnichen un caldo de cultivo para todo tipo de organizaciones de extrema derecha, incluyen‐do el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP) de Adolf Hitler.

La firma del Tratado de Versalles el 28 de junio de 1919, con sus duras imposicionesen Alemania, y la aprobación un mes después de la Constitución de Weimar, contribu‐yeron aún más a la identificación, en los círculos de derecha, de la república de Weimarcon la humillación nacional y las penurias económicas.

Paul Levi y las “Tesis de Heidelberg” (24 de octubre de 1919)

Entre el 20 y el 24 de octubre de 1919 el KPD(S) celebró su segundo congreso en

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Heidelberg, que expulsó a la tendencia anarcosindicalista de ultra‐izquierda agrupadaen torno a Heinrich Laufenberg y Fritz Wolffheim en Hamburgo: un grupo que mástarde gravitaría hacia el partido nazi. Dicho congreso aprobó, a iniciativa de Paul Levi,las así llamadas “Tesis de Heidelberg”, o más propiamente “Tesis sobre los principios ylas tácticas comunistas” (Leitsätze über kommunistische Grundsätze und Taktik, ver la ver‐sión inglesa de las “Tesis de Heidelberg” en Fernbach, 2011: 67‐69). Las “Tesis deHeidelberg” constituyeron, en palabras de Pierre Broué, “el primer intento sistemáticopara asegurar la adopción de los principios y las tácticas de los bolcheviques en Rusia”(2005: 855). La adopción de estas tesis, que indicaban que el partido no podía renunciaren principio a participar en las elecciones, que llamaban a conformar secciones comu‐nistas en los sindicatos, y que condenaban cualquier tipo de federalismo organizativocomo el que predicaba el ala anarco‐sindicalista del KPD(S), llevó a la escisión de dichoselementos para formar el Kommunistische Arbeiterpartei Deutschlands (KAPD) el 3 de abrilde 1920. El líder del KAPD, Otto Rühle, afirmó más tarde que las famosas 21 condicio‐nes de admisión a la Internacional Comunista, redactadas por Lenin y Zinoviev, no eransino una versión renovada de las “Tesis de Heidelberg” pero “reforzadas un tanto en ladirección del centralismo y la dictadura” (citado por Bock, 1969: 255). Como resultadode la escisión, el KPD(S) perdió algo más de la mitad de sus 107.000 miembros (Gruber,1967: 395). Claramente, sería un error atribuir a Levi una noción superficial de “espon‐taneísmo luxemburguista”.

Karl Radek había sostenido los mismos argumentos que Levi antes del congreso deHeidelberg. Radek llamó a las ideas de la oposición “esa mescolanza de anarquismo ysindicalismo” (1919: 9), pero se opuso a la iniciativa de Levi de eliminar a la izquierdaconsejista anarco‐sindicalista del KPD(S). Radek fue secundado en esto por Lenin, quienapoyó la retención del KAPD como “miembro simpatizante de la InternacionalComunista”, aunque más tarde describiría esta decisión como un error (Lenin 1921c:319).

El putsch de Kapp y los “nueve puntos de los sindicatos” (19 de marzo de 1920)

Entre el 13 y el 17 de marzo de 1920 tuvo lugar el putsch Kapp‐Lüttwitz, un golpe mili‐tar desencadenado por la demanda del Tratado de Versalles de disolver a los Freikorps,especialmente los del Báltico, que habían luchado contra el Ejército Rojo y tomado Rigaen mayo de 1919. El golpe fracasó debido a una huelga general declarada a iniciativa deCarl Legien, el eterno presidente de la federación de sindicatos socialdemócratas. Comoresultado de la huelga general, Alemania se cubrió en marzo de 1920 de una red de“consejos ejecutivos” o “comités de acción” (Vollzugsräte) formados por los partidosobreros y los sindicatos. La lucha contra el golpe de estado llevó esos comités a desem‐peñar el papel de centros revolucionarios, planteando en forma práctica, en el transcur‐so de la propia huelga general, el problema del poder. El líder de la burocracia sindicalsocialdemócrata, Carl Legien, argumentó que existía una posibilidad inmediata de for‐mar un gobierno obrero (reformista) con los representantes de los sindicatos y de los dospartidos socialdemócratas. Finalmente, ni el USPD ni el KPD(S) aprovecharon la opor‐tunidad, y dicho gobierno no se formó.

En su historia de la revolución alemana, Pierre Broué ofrece una versión condensadade los “nueve puntos de los sindicatos”, que Legien impuso como condición al gobier‐no para poner fin a la huelga general el 19 de marzo de 1920 (Broué, 2005: 365). Esta esla versión completa, tomada de Die Kommunistische Internationale, el órgano en lengua

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alemana de la Internacional Comunista:

Los representantes aquí reunidos de los partidos de gobierno instarán a sus facciones parlamenta‐rias a defender los siguientes principios:

1. En la formación inminente de los gobiernos en el Reich y en Prusia, el personal será seleccionadopor los partidos de común acuerdo con las organizaciones sindicales de los trabajadores, empleadosy funcionarios públicos que tomaron parte en la huelga general, y a dichas organizaciones se les con‐cederá una influencia decisiva en la reorganización de la legislación económica y social, respetandolos derechos del Parlamento.

2. Inmediata detención y castigo de todos los culpables del putsch o del derrocamiento de gobiernosconstitucionales, así como de los funcionarios públicos que se pusieron a disposición de gobiernosilegítimos.

3. Una limpieza a fondo de toda la administración pública, y de los consejos directivos de las empre‐sas, de personalidades ligadas a la contrarrevolución, especialmente aquellos que desempeñan altoscargos, y su sustitución por personas de confianza. Reincorporación en el servicio público de todoslos representantes de organizaciones perseguidos por su actividad política y sindical.

4. Aplicación inmediata de la reforma administrativa de manera democrática, con la participación delas organizaciones económicas de los trabajadores, empleados y funcionarios públicos.

5. Aplicación inmediata de las leyes existentes, y aprobación de otras nuevas, que garanticen a losobreros, empleados y funcionarios públicos la igualdad social y económica. Aprobación inmediatade una ley liberal de la función pública.

6. Comienzo inmediato de la socialización en todas las industrias maduras para ello, sobre la basede las decisiones de la Comisión de Socialización, en consulta con las asociaciones profesionales.Convocatoria inmediata de la Comisión de Socialización, y asunción del control de los consorcios delcarbón y del potasio por el estado.

7. La requisa y, de ser necesario, la expropiación de todos los alimentos disponibles, y la intensifica‐ción de la lucha contra la usura y la especulación en las zonas rurales y urbanas, asegurando el cum‐plimiento de las obligaciones de entrega de alimentos mediante la creación de organizaciones desuministro y la imposición de sanciones drásticas a las violaciones maliciosas de dichas obligacio‐nes.

8. Disolución de todas las formaciones militares contrarrevolucionarias que no se mantuvieron fie‐les a la Constitución y su sustitución por formaciones reclutadas entre los círculos de la poblaciónrepublicana fiable, en particular de los trabajadores organizados, de los empleados y de los funcio‐narios públicos, sin lesionar ningún estamento (Stand). Con esta reorganización, los derechos lega‐les adquiridos por las tropas y fuerzas de seguridad que se mostraron leales permanecen intactos.

9. Dimisión de [los ministros] Noske y Heine, que ya han presentado sus solicitudes de renuncia(Spartacus, 1921: 157).

La cuestión crucial, desde el punto de vista de los comunistas, era el armamento delos trabajadores y el desarme de la contrarrevolución, tal como se indica en el punto 8

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de los “nueve puntos de los sindicatos”.

Cuando el golpe de Kapp estalló, Levi cumplía una condena en la prisión de Moabit,de donde fue liberado el 24 de marzo de 1920. Durante su detención, se enteró de laposición de la Zentrale (la instancia dirigente del KPD, equivalente al Comité Político oPolitburó) ante la declaración de la huelga general de los sindicatos y le envió una cartafuriosa, publicada luego por el órgano oficial del Comité Ejecutivo de la InternacionalComunista, Die Kommunistische Internationale, en la que denunciaba el contenido de losvolantes escritos por la dirección del KPD(S) el 13 de marzo de 1920:

Mi opinión: El Partido Comunista alemán está amenazado por una bancarrota moral y política. Nopuedo entender cómo alguien puede escribir en esta situación frases como la siguiente: “La claseobrera no es capaz de actuar en este momento. Hay que decirlo claramente”. “Por el mero hecho deque el Lüttwitz y Kapp tomen el lugar de Bauer y de Noske, nada ha cambiado inmediatamente…en el estado de la lucha de clases”… Después de haber negado la capacidad de actuar de la claseobrera en el primer día, al día siguiente el partido saca un volante [que dice]: “Ahora, el proletaria‐do alemán debe finalmente asumir la lucha por la dictadura del proletariado y la república comu‐nista soviética”. El volante luego habla de... la huelga general (después de que la clase obrera habíasido considerada incapaz de realizar una acción). Al mismo tiempo (cuando la huelga general habíasacado a las masas de las fábricas) [el folleto pide la] elección de soviets [y la convocatoria a un] con‐greso soviético central. En resumen, nuestros “peces gordos” rompen el cuello de la huelga general,organizativamente y políticamente. También lo hacen moralmente. Considero que es un crimen rom‐per ahora la acción al afirmar: “El proletariado no levantará un dedo por la república democrática”.¿Saben lo que eso significa? ¡Esta es una puñalada por la espalda a la mayor acción del proletariadoalemán!... (Levi, 1920a: 147‐148).

Levi procede luego a hacer algunas observaciones generales sumamente interesantessobre la actitud a adoptar en esta clase de eventos, que traen reminiscencias de la acti‐tud adoptada por los bolcheviques ante el intento de golpe del general Kornilov:

Yo siempre había pensado que estábamos de acuerdo en lo siguiente: si una acción estalla ¡inclusopara el objetivo más estúpido! (la revolución de noviembre [1919] no tenía ningún objetivo razona‐ble, o más bien ningún objetivo en absoluto) debemos apoyar esta acción, y elevarla por encima dedicho objetivo estúpido por medio de nuestras consignas, [de modo tal que] acerquemos a las masasal verdadero objetivo ¡a través de la intensificación de la acción! Y no afirmar desde el principio “novamos a mover un dedo” si no nos gusta el objetivo. En el ínterin es necesario plantear consignasconcretas. ¡Digan a las masas lo que debe suceder en el momento mismo! Las consignas deben, porsupuesto, intensificarse, [pero] gradualmente. La república soviética viene al final, no al principio. Laconsigna en el momento actual sólo puede ser: el armamento del proletariado (Levi, 1920a: 148).

En contra de la convicción metafísica de la Zentrale de que un gobierno socialdemó‐crata permanecería siempre igual a sí mismo, Levi indicaba que su carácter estaría deter‐minado por las fuerzas sociales en las que se apoyaba:

Si, después de la supresión del propio golpe militar, tenemos de nuevo un gobierno Bauer‐Ebert‐Noske, ya no sería idéntico al anterior, porque habría perdido su apoyo a la derecha, así como no fueel mismo en enero de 1919, después de haber perdido el apoyo de la izquierda. ¡Por lo tanto, ahoraes imperativo ante todo intensificar la acción para aplastar el golpe sin compromisos! Si tenemos

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éxito, cualquier futura “república democrática” se deslizará hacia la izquierda, porque perdería suapoyo a la derecha. ¡Sólo entonces llegará el momento en el que podemos desarrollarnos nosotrosmismos! Ahora tenemos que emprender una acción conjunta – también con el SPD… Consignainmediata: ¡Ningún compromiso! [con los golpistas] (Levi, 1920a: 148).

En una carta escrita el día siguiente, Levi precisaba esta consigna (“Inmediata deten‐ción de los líderes del golpe de Estado y su condena por un tribunal proletario, porqueun tribunal militar [sería una] comedia”), agregando:

Lo que la Zentrale del KPD escribe en su volante de 16 de marzo [1920] es inútil. “RepúblicaSoviética” y “Congreso de los Soviets” no son demandas, mientras la gente no trabaje para su con‐creción… “¡Abajo la dictadura militar”, “Abajo con la democracia burguesa”, tampoco son deman‐das de la huelga, sino frases. ... ¡No debemos demandar la “dimisión” del gobierno Kapp sino suarresto! ¡Los traidores no “renuncian”! ¡El “desarme del ejército”! En este momento, esta demandaes un disparate, porque empuja a las unidades del ejército que están en contra del golpe de estadoal campo contrario. Esa demanda se dirige contra una parte de las fuerzas con las que el proletaria‐do debe contar en este momento. “Confiscación inmediata de las armas de la burguesía, formaciónde un ejército de la clase obrera”: estas dos demandas no pueden ser satisfechas de la noche a lamañana, su implementación necesita semanas ‐ por lo tanto no pueden representar demandas de lahuelga (Levi, 1920a: 149).

Levi concluía su carta con una serie de indicaciones prácticas sobre las actividadesque el partido debía realizar:

1. Una vez al día, o dos veces, dependiendo de la situación, un volante general; no un “compendiocomunista”, sino cuatro frases sobre la situación, una frase conteniendo la conclusión, y las deman‐das de la huelga. En particular, [el volante debe incluir] críticas a la dirección de la huelga, que va aquerer llegar a un acuerdo [con los golpistas]. Un volante para los soldados. Un volante dirigido alSPD. Un volante para los funcionarios públicos, escrito de manera explicativa. Un volante para lostrabajadores de los ferrocarriles, correos y telégrafos. 2. Intensificación de la acción. Reuniones demanifestaciones en el parque de Treptower [en Berlín], sin enfrentamientos armados. 3. Instrucciónmilitar de los cuadros, pero sin armas. Cuando las tropas procedentes del exterior choquen con lastropas locales, la ciudad no debe permanecer en silencio (Levi, 1920a: 150).

La publicación de esta carta, junto con otras críticas a la posición de la Zentrale escri‐tas por Clara Zetkin, Ernst Meyer y Karl Radek, en el órgano del Comité Ejecutivo de laInternacional Comunista, Die Kommunistische Internationale, indica claramente que loslíderes bolcheviques estaban dispuestos a adoptar una posición laxa ante violaciones dela disciplina partidaria con tal de combatir las tendencias sectarias. Este respaldo de ladirección de la Internacional Comunista a su lucha contra las tendencias de ultraizquier‐da en el KPD sin duda alentó a Paul Levi a dar su siguiente paso, que también genera‐ría mucha resistencia dentro de su propio partido y de la propia Internacional.

Paul Levi y la “Declaración de Oposición Leal” (23 de marzo de 1920)

A iniciativa de Levi, el KPD(S) publicó en Die Rote Fahne, el 26 de marzo de 1920, unadeclaración de “oposición leal” a un gobierno (reformista) de los trabajadores como elpropuesto por Legien después del putsch de Kapp. La “Declaración de Oposición Leal”fue un primer, aunque tardío, intento de aplicar una consigna transicional central: el

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apoyo, en determinadas condiciones, a la creación de un gobierno de partidos y organi‐zaciones obreras reformistas –una táctica que sería oficialmente adoptada por laInternacional Comunista en su cuarto congreso, celebrado en 1922 (Riddell, 2011). Estedocumento, nunca antes traducido del alemán, dice lo siguiente:

1. El golpe militar de Kapp‐Lüttwitz significa el colapso de la coalición socialista‐burguesa.1 La luchadel proletariado contra la dictadura militar fue una lucha contra la coalición socialista‐burguesa ytuvo como propósito ampliar el poder político de la clase obrera hasta la completa eliminación de laburguesía.

2. La dictadura proletaria puede erigirse solo como una dictadura de los sectores cruciales del pro‐letariado y requiere un fuerte Partido Comunista, apoyado por la conciencia revolucionaria de lapoblación trabajadora, que se compromete abiertamente con la dictadura del proletariado.

3. La etapa actual de la lucha, en la que el proletariado todavía no dispone de suficiente poder mili‐tar, en la que el Partido Socialdemócrata de la mayoría [SPD]2 todavía tiene una fuerte influenciasobre los funcionarios, empleados y ciertos sectores de los trabajadores, en la que el USPD tienedetrás de sí a la mayoría de los obreros urbanos, es una indicación de que aún no existe la base obje‐tiva para la dictadura del proletariado.

4. Para conseguir que las masas proletarias se adhieran a la causa del comunismo es un elemento deimportancia inmensa, desde el punto de vista del desenvolvimiento de la dictadura del proletaria‐do, que pueda ser utilizado ilimitadamente el estado de cosas creado por la libertad política y que lademocracia burguesa no pueda manifestarse como dictadura del capital.

5. El Partido Comunista considera que la formación de un gobierno socialista del que estén exclui‐dos los partidos capitalistas burgueses es una situación deseable para la autoafirmación de las masasproletarias y para su maduración para el ejercicio de la dictadura del proletariado. Actuará ante talgobierno como una oposición leal, siempre que dicho gobierno otorgue garantías para la actividadpolítica de la clase obrera, combata la contrarrevolución burguesa por todos los medios disponibles,y no inhiba el fortalecimiento social y organizativo de la clase obrera.

Por “oposición leal” entendemos: renuncia a la preparación de un derrocamiento violento, obvia‐mente reteniendo la libertad de agitación política del partido para sus objetivos y consignas (Die RoteFahne, 23, marzo de 1920, reeditado en Spartakus, 1920: 161).

Esta táctica fue luego rechazada por la Zentrale del KPD(S) por doce votos contraocho, así como por Béla Kun y Nikolai Bujarin, pero recibió el respaldo crítico de Leninen su opúsculo La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, escrito en abril de1920. Lenin consideraba que la declaración era “completamente justa, tanto en lo que serefiere a las premisas fundamentales como desde el punto de vista de las conclusionesprácticas. Las premisas fundamentales se reducen a afirmar que, en el momento actual,no existe la ‘base objetiva’ para la dictadura del proletariado, pues la ‘mayoría de losobreros urbanos’ está por los independientes. Conclusión: promesa de una ‘oposiciónleal’ (es decir, renuncia a la preparación del ‘derrocamiento por la fuerza’) al gobierno‘socialista, con exclusión de los partidos capitalistas burgueses’”.

Lenin consideraba que dicha táctica era “indudablemente justa en el fondo” pero pre‐cisaba que “no se puede llamar ‘socialista’ (en una declaración oficial del Partido

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Comunista) a un gobierno de social‐traidores”, como no se podía “hablar de la exclu‐sión ‘de los partidos capitalistas burgueses’, cuando los partidos de los Scheidemann [elSPD] y los Kautsky‐Crispien [el USPD] son partidos democráticos pequeñoburgueses”.Pero sobre todo, Lenin consideraba erróneo el párrafo IV de la declaración, ya que con‐sideraba imposible “que la democracia burguesa no pueda manifestarse como dictadu‐ra del capital”. Según Lenin:

Los caudillos pequeñoburgueses, los Henderson (los Scheidemann) y los Snowden (los Crispien)alemanes no salen ni pueden salirse del marco de la democracia burguesa, la cual, a su vez, no puededejar de ser la dictadura del capital. De estas cosas, falsas en principio y perjudiciales políticamente,no había por qué hablar desde el punto de vista del resultado práctico que perseguía con toda juste‐za el Comité Central del Partido Comunista. Para ello bastaba decir (si se quería emplear la cortesíaparlamentaria): mientras la mayoría de los obreros de las ciudades siga a los independientes, nos‐otros, los comunistas, no podemos impedir que estos obreros se libren de sus últimas ilusionesdemocráticas y pequeñoburguesas (es decir, “burguesas‐capitalistas” también) a base de la experien‐cia de “su” gobierno. Esto es suficiente para justificar el compromiso, que es realmente necesario yque debe consistir en renunciar por cierto tiempo a toda tentativa de derribar por la fuerza a ungobierno que goza de la confianza de la mayoría de los obreros de las ciudades. Pero en la agitacióncotidiana entre las masas, que no tiene por qué hacerse con la cortesía parlamentaria oficial, sepodría, naturalmente, añadir: dejemos que esos canallas como Scheidemann, esos filisteos como losKautsky‐Crispien pongan de manifiesto con sus obras hasta qué punto están ellos mismos engaña‐dos y engañan a los obreros; su gobierno “puro” efectuará “mejor que nadie” el trabajo de “limpiar”los establos de Augías del socialismo, del social‐democratismo y demás formas de la social‐traición(Lenin, 1920: 118‐120).

Los meses de marzo y abril de 1920 fueron testigo de la lucha del así llamado “EjércitoRojo del Ruhr” (Rote Ruhrarmee) contra los Freikorps y el Ejército. Levi criticó las accio‐nes ultraizquierdistas del KPD durante el putsch de Kapp, tales como las guerrillasurbanas encabezadas por Max Hoelz y las acciones de sabotaje llevadas a cabo enRenania‐Westfalia, pero sobre todo fue muy crítico con el abstencionismo y la pasividadde la Zentrale el 13 de marzo de 1920, lo que privó al KPD(S) de una influencia real sobrelos acontecimientos (Fernbach, 2011: 79‐91). La publicación por el órgano del ComitéEjecutivo de la Internacional Comunista, Die Kommunistische Internationale, de un infor‐me de Paul Levi sobre la situación política alemana en septiembre de 1920 es una claraindicación de que este organismo continuaba respaldándolo inmediatamente antes delcongreso de Halle del USPD (Levi, 1920b), como lo es el hecho de que Paul Levi partici‐pó en los debates del segundo congreso de la Internacional Comunista, celebrado enjulio de 1920, como delegado del KPD (ver las minutas del congreso en Riddell, 1999).

El Congreso de Halle (octubre de 1920) y la “Carta Abierta” del VKPD (enero de 1921)

Del 12 al 17 de octubre de 1920, el USPD celebró un congreso en Halle que dio lugar auna escisión entre sus alas derecha e izquierda y al nacimiento del Partido ComunistaUnificado de Alemania (Vereinigte Kommunistische Partei Deutschlands, VKPD), despuésde la unificación de la izquierda del USPD con la Liga Espartaquista en diciembre de1920. En dicho congreso oraron no solamente los representantes de la democracia y delcomunismo alemán, sino también Martov y Zinoviev, lo que da cuenta de la significa‐ción internacional del evento (ver los documentos en Lewis y Lih, 2011). El resultado dela táctica implementada por Paul Levi fue la formación del partido comunista más gran‐

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de del mundo fuera de las fronteras de Rusia: el VKPD llegó a tener 350.000 miembrosantes de la “acción de marzo” de 1921.

En la “Carta abierta” (“Offener Brief”), publicada el 8 de enero de 1921 en el órgano delpartido, Die Rote Fahne, el VKPD propuso, a instancias de Paul Levi, a todas las organi‐zaciones y partidos obreros llevar a cabo acciones conjuntas en los puntos en los que unacuerdo era posible. Como señala Broué, “la primera iniciativa importante en la direc‐ción de la política que Levi esbozó vino de las filas obreras del VKPD”, más específica‐mente del sindicato metalúrgico de Stuttgart (2005: 468). Dada la importancia de la“Carta abierta” —que básicamente era, en la terminología actual, una propuesta de plande lucha dirigida a las otras organizaciones de la clase obrera— y el hecho de que dichodocumento nunca fue traducido al castellano o al inglés, hemos incluido el texto com‐pleto como Apéndice al presente artículo.

La “Carta abierta” fue la primera declaración pública de un partido comunista a favorde la táctica conocida más adelante como Einheitsfrontpolitik o “Política de FrenteÚnico”. A pesar de que la “Carta abierta” fue rechazada por la dirección derechista delas organizaciones a las que iba dirigida, Lenin la llamó una “táctica perfectamentecorrecta”, y añadió: “he condenado la opinión contraria de nuestra ‘izquierdistas’ que seoponían a esta carta” (Lenin, 1921a). Lenin se expresó con mayor fuerza aun sobre estetema. En una carta a Zinoviev fechada el 10 de junio de 1921, escribió:

La táctica de la “Carta abierta” sin duda se debe aplicar en todas partes. Esto debe ser dicho direc‐tamente, con claridad y exactitud, porque las vacilaciones en torno a la “Carta abierta” son extrema‐damente nocivas, muy vergonzosas y muy extendidas. Todos aquellos que no han comprendido lanecesidad de la táctica de la Carta abierta deberían ser expulsados de la Internacional Comunista den‐tro de un mes después de su Tercer Congreso. Veo claramente mi error en la votación para la admi‐sión de KAPD. Tendrá que ser rectificado tan rápida y completamente como sea posible (Lenin,1921c: 319).

La táctica de la “Carta abierta” del 8 de enero de 1921 fue desarrollada más tarde enlas “Tesis sobre la unidad del frente proletario”, adoptadas por el Comité Ejecutivo dela Internacional Comunista en diciembre de 1921, luego refrendadas por la primerasesión plenaria ampliada del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, que sereunió en Moscú desde el 21 de febrero hasta el 4 de marzo de 1922 (Gruber, 1967: 362‐371, ver también Trotsky, 1922) y por el cuarto congreso de la Internacional Comunistacelebrado en noviembre de 1922 (ver las “Tesis sobre la unidad del frente proletario” enAA.VV., 1973: 191‐200).

La escisión de Livorno (21 enero 1921) y la formación del Partido Comunista Italiano

El 21 de enero de 1921 tuvo lugar la escisión del Partido Socialista Italiano en el congre‐so celebrado en Livorno, de acuerdo con las 21 condiciones de admisión a laInternacional Comunista adoptadas por su II Congreso en 1920, y a iniciativa de dosenviados de la Comintern: el húngaro Mátyás Rákosi y el búlgaro Hristo Kabakchiev. ElCongreso de Livorno del PSI dio lugar a la formación del Partido Comunista Italianopor el ala izquierda escindida, liderada por Amadeo Bordiga, una medida a la que Levi,que asistió al congreso y pronunció uno de los discursos de apertura3, se opuso, y queconduciría a su renuncia al Comité Central del VKPD. Levi rechazó, no la escisión en sí,sino la manera torpe y sectaria en la que fue llevada a cabo, es decir, mediante la expul‐

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sión, no sólo de la derecha dirigido por Filippo Turati, sino también del ala centristaliderada por Giacinto Serrati, que se llevó con él a la mayor parte del proletariado italia‐no organizado. Levi envió un informe a este respecto al Comité Ejecutivo de laInternacional Comunista.4

La posición de Levi merece un examen cuidadoso, ya que no se puede argumentarque fuera un hombre pusilánime que rehuía la perspectiva de cualquier escisión. Dehecho, durante los cuatro años anteriores había tomado parte o había jugado un rol diri‐gente en cuatro escisiones: la ruptura del USPD del SPD en 1917, la escisión del KPD(S)del USPD en 1918, la expulsión de los ultraizquierdistas del KPD(S) en el Congreso deHeidelberg en 1919 (que dio lugar a la formación del KAPD) y, finalmente, la rupturaentre las alas izquierda y derecha del USPD en su congreso de Halle en octubre de 1920,que dio lugar a la formación de la VKPD. ¿Cuál fue, entonces, el motivo del rechazo deLevi a la forma en que la escisión de Livorno se llevó a cabo?

“Estoy convencido de que el núcleo de la izquierda del USPD en Alemania es equiva‐lente al grupo de Serrati”, sostuvo Levi. “Creo que sería un grave error por parte de laInternacional Comunista empujar a ese núcleo a la derecha por terquedad y por la fuer‐za” (citado en Cyr, 2012: 148). Levi fue crítico de la forma “mecánica” en el que la esci‐sión de Livorno había sido llevada a cabo, lo que significaba que la InternacionalComunista no solo tiró por la borda a Serrati, sino también a las masas que estabandetrás de él. Esto planteaba “la cuestión fundamental: ¿cómo vamos a proceder a laconstrucción de un partido comunista en Europa Occidental?” (Fernbach, 2011: 103).Según Levi:

Una cosa debería estar clara: existen dos formas para lograr un mayor grado de experiencia comu‐nista en estas masas relacionadas organizativamente con la Tercera Internacional. Una forma de lle‐var a cabo esta educación implica nuevas escisiones; la otra manera implica que entrenamos políti‐camente a las masas que han encontrado su camino hacia nosotros, experimentamos con ellos laépoca actual, la revolución, y de esta manera llegamos a una etapa superior, junto con las masas ydentro de ellas. [...] No quiero ocultar nada: la vieja diferencia entre Rosa Luxemburg y Lenin emer‐ge aquí de nuevo, la vieja diferencia que implicaba una pregunta: ¿cómo se forman los partidossocialdemócratas, para usar la jerga de aquel entonces? La historia ha pronunciado la sentencia.Lenin tenía razón: los partidos socialistas y comunistas también se pueden crear a través del vetoestricto de simpatizantes [antes de su incorporación como miembros plenos al partido] propuestopor él. En un momento de ilegalidad, Lenin produjo un buen partido por dichos medios y por el pro‐ceso mecánico de adición de un comunista a otro; y tal vez, camaradas, si nos enfrentáramos a unperíodo de ilegalidad de diez años, también podría votar a favor de este método. Pero nosotros nocontamos con un período de diez años (Fernbach, 2011: 106).

La Internacional Comunista había elevado al rango de principio la idea de crear par‐tidos “no a través de un crecimiento orgánico con las masas, sino a través de escisionesdeliberadas” (Fernbach, 2011: 108). Levi creía que “las escisiones en un partido de masas[...] no pueden llevarse a cabo sobre la base de resoluciones, sino sólo sobre la base de laexperiencia política” (ídem: 109). Los debates debían girar en torno a cuestiones políti‐cas, no organizacionales, con el fin de dar lugar a un proceso de educación política. Levipredijo que “si la Internacional Comunista funciona en Europa Occidental en términosde admisiones y expulsiones como un cañón de retroceso” experimentaría “el peor delos reveses” (ídem: 108).

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Mátyás Rákosi y la renuncia de Paul Levi a la Zentrale del VKPD

El artículo de Levi sobre la escisión de Livorno en Die Rote Fahne, el 22 de enero de 1921,dio lugar a una discusión pública con Karl Radek, que defendió la posición del ComitéEjecutivo de la Internacional Comunista en dicho periódico cuatro días más tarde, y seenfrentó personalmente con él en una reunión tormentosa de la Zentrale. Radek lo acusóde apoyar el centrista Serrati (quien, a su vez, “se negó a romper con la burocracia sindicalreformista”), y de ayudarlo a “sabotear las resoluciones del II Congreso de la InternacionalComunista en cuya redacción el mismo Levi colaboró” (Radek, 1921a: 310, 312, énfasis en eloriginal). Sin embargo, miembros prominentes de la Zentrale como Clara Zetkin y sucopresidente Ernst Däumig apoyaron a Levi.

El 22 de febrero de 1921, Mátyás Rákosi, el futuro “mejor discípulo de Stalin enHungría”, haciendo escala en Berlín en su camino de Italia a Rusia, pronunció un dis‐curso ante el comité central del Partido Comunista Alemán5 defendiendo la escisión deLivorno, y obtuvo el apoyo del Comité Central por una pequeña mayoría. Sintiéndosedesautorizados, Levi y Däumig renunciaron al comité central junto con Clara Zetkin,Otto Brass, Adolf Hoffmann y Curt Geyer (que estaba entonces en Moscú). Como resul‐tado, Heinrich Brandler emergió como líder efectivo del partido. Lenin, que valorabamucho el juicio de Levi, rechazó sus críticas a la escisión de Livorno, considerando suposición política equivocada, pero sobre todo condenó su actitud como irresponsable:

Considero tu táctica respecto a Serrati errónea. Cualquier defensa o incluso semidefensa de Serratifue un error. ¿¿¡¡Pero renunciar al Comité Central!!?? ¡Ese, en todo caso, fue el error más grande! Sitoleramos la práctica de que los miembros responsables del comité central se retiren de él cuandoquedan en minoría, los partidos comunistas nunca se desarrollarán normalmente ni serán fuertes.En vez de renunciar, hubiera sido mejor discutir la cuestión controvertida varias veces conjuntamen‐te con el Comité Ejecutivo [de la Internacional Comunista] (Lenin, 1921a).

Ahora que los “levitas”, como Radek llamaba a los seguidores de Paul Levi, estabanexcluidos de la dirección del partido, era posible implementar una estrategia basada enla “teoría de la ofensiva” entonces patrocinada en la Internacional Comunista porZinoviev. Es en este espíritu que el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunistaenvió a Berlín, a principios de marzo de 1921, a Béla Kun, József Pogány (quien jugaríamás tarde un papel vergonzoso en el Partido Comunista estadounidense como JohnPepper, ver Cannon, 1962) y August Guralsky (un pseudónimo de Abraham Heifetz).

El Partido Comunista Unificado de Alemania y la “acción de marzo” de 1921

El 16 de marzo de 1921, Otto Hörsing, el gobernador socialdemócrata de Sajonia, anun‐ció la ocupación militar de la Sajonia prusiana a fin de detener la “anarquía”.Oficialmente en respuesta a esta provocación, el Partido Comunista Unificado deAlemania lanzó, del 17 al 29 de marzo de 1921, la así llamada “acción de marzo”, unaserie de levantamientos fallidos organizados en el contexto de la crisis del comunismode guerra y de la rebelión de Kronstadt en Rusia (7‐17 de marzo de 1921).

La “acción de marzo” fue organizada por el delegado del Comité Ejecutivo de laInternacional Comunista, Béla Kun. Clara Zetkin se reunió con Béla Kun el 10 de marzode 1921, y salió tan alarmada por lo que él le dijo que advirtió a Levi, y a partir de enton‐ces se negó a reunirse con Kun excepto en presencia de un testigo. Se rumoreaba que

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Kun estaba siguiendo las instrucciones de Zinoviev, quien estaba asustado por las difi‐cultades internas de Rusia y quería “forzar” una crisis revolucionaria en Alemania a finde impedir que los comunistas rusos tuvieran que hacer la retirada conocida como laNueva Política Económica (NEP), aprobada definitivamente por el décimo congreso delPartido Comunista de Rusia en el marco de la revuelta de Kronstadt. Según PierreBroué:

La gente en el entorno de Zinoviev decía abiertamente que, aunque no obtuvieran la victoria, gran‐des luchas del proletariado internacional permitirían a Rusia evitar tener que recurrir a la NuevaPolítica Económica. […] Podemos considerar como plausible que los que apoyaron la estrategia dela “ofensiva” en la Internacional deseaban sinceramente romper a toda costa el aislamiento que con‐denó a los bolcheviques a la retirada estratégica costosa de la NEP, forzando, si era necesario, el des‐arrollo y acelerando artificialmente la velocidad de la revolución (2005:494, 532).

El levantamiento en Alemania fue provocada por el anuncio del Oberpräsident de laSajonia prusiana, el socialdemócrata Otto Hörsing, de que tenía la intención de hacerocupar por la policía varias zonas industriales, incluido el distrito minero de Mansfeld‐Eisleben, claramente con el fin de desarmar a los trabajadores (que habían mantenidosus armas después del putsch de Kapp) y para desmantelar un bastión comunista. Loslíderes del VKPD en Halle, que incluía el área de Mansfeld, recibieron la orden de lla‐mar a una huelga general tan pronto como la policía ocupara una fábrica, y preparar ala vez a la resistencia armada. La convocatoria a una huelga general fue emitida el 20 demarzo de 1921 como un ultimátum a los trabajadores no comunistas. Sin embargo, en lamañana del 22 de marzo la huelga era solo parcial. Era evidente que la masa de los tra‐bajadores no estaba siguiendo a la vanguardia comunista, y que por lo tanto las condi‐ciones no estaban maduras para la organización de un levantamiento. Sin embargo, esoes exactamente lo que hicieron los líderes de la VKPD, con el apoyo de la KAPD (BélaKun había organizado en Berlín un acuerdo de acción conjunta entre los dos partidoscomunistas), con resultados desastrosos.

El 24 de marzo de 1921, los comunistas usaron todos los medios, incluida la fuerza,para tratar de provocar una huelga general. Grupos de activistas trataron de ocupar lasfábricas por sorpresa con el fin de impedir la entrada de la gran masa de trabajadoresno comunistas, a los que llamaban “rompehuelgas”. Por otra parte, grupos de desem‐pleados se enfrentaron a los trabajadores en su camino al trabajo o en las fábricas. Elresultado general fue insignificante. Estimaciones pesimistas calculaban 200.000 huel‐guistas; los optimistas afirmaban que el número de huelguistas llegó al medio millón.En Berlín, la huelga fue prácticamente inexistente, y la demostración conjunta del VKPDy el KAPD ni siquiera atrajo a 4.000 personas, mientras que unas pocas semanas antes,en las elecciones al Landtag prusiano del 20 de febrero de 1921, el VKPD había recibido200.000 votos. En contra de las órdenes de la Zentrale, los líderes comunistas de la cuen‐ca del Ruhr dieron la señal para volver a trabajar, pero no fue hasta el 1 de abril de 1921que un llamamiento de la Zentrale dio la orden de poner fin a la huelga.

Los días que siguieron a la derrota de la acción de marzo revelaron la magnitud deldesastre que los líderes del VKPD habían infligido a su partido, el cual perdió 200.000miembros en unas pocas semanas (el VKPD tenía alrededor de 350.000 miembros a prin‐cipios de marzo de 1921, mientras que sólo 150.000 suscripciones fueron pagadas enagosto de 1921). Por otra parte, el partido fue temporalmente declarado ilegal, sus perió‐dicos fueron prohibidos y sus dirigentes detenidos, entre ellos Brandler.

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Paul Levi: Nuestro camino: Contra el putschismo (abril de 1921)

Paul Levi ofreció una aguda crítica a la “acción de marzo” en el folleto Nuestro camino:Contra el putschismo (Unser Weg: Wider den Putschismus), escrito del 3 al 4 de abril de 1921,y en el discurso “¿Cuál es el crimen: La ‘acción de marzo’ o su crítica?”, pronunciado enuna sesión del comité central del Partido Comunista Unificado de Alemania celebradael 4 de mayo de 1921.

La introducción al folleto de Levi Nuestro camino: Contra el putschismo muestra el tonoagudo en el que fue formulada su crítica a la actuación del VKPD, y al papel de laInternacional Comunista en la misma: “se debe poner fin a los juegos irresponsables conla existencia de un partido, con las vidas y los destinos de sus miembros. Son los miem‐bros del partido los que tendrán que ponerle fin, ya que los responsables todavía se nie‐gan a ver lo que han hecho” (Fernbach, 2011: 119‐120).

Según Levi, el VKPD recibía alrededor de la quinta parte de los votos de los trabaja‐dores, y sus miembros constituían aproximadamente 1 de cada 16 obreros organizadosen sindicatos (o sea, el 6,25% de los trabajadores sindicalizados). Fuera del centro deAlemania, donde el VKPD poseía una mayoría numérica, no había ningún distrito enAlemania donde tuviera esa mayoría, y no controlaba ninguno de los distritos esencia‐les, tales como Berlín o Renania‐Westfalia, donde una acción de masas podía destruir alestado burgués de inmediato. Además, el VKPD no tenía un apoyo importante en elejército (que había sido convertido en un ejército “profesional” por el tratado deVersalles) o entre los trabajadores de los ferrocarriles, y, en general, su influencia eramucho mayor entre los desempleados que entre los trabajadores organizados en sindi‐catos. Estaba por lo tanto obligado a colaborar y trabajar en conjunto con el proletaria‐do en general, y solo podía actuar como una vanguardia si la propia clase obrera entra‐ba en acción. Por último, el VKPD no tenía ningún apoyo significativo entre las clasesmedias, que tendían a reunirse detrás de los partidos y grupos armados de la derechanacionalista. En esas circunstancias, Levi sostenía, era una locura organizar un levanta‐miento como el que el VKPD realizó en marzo de 1921.

“¿Cuál debería ser la relación de los comunistas con las masas en una acción?”, se pre‐guntaba Levi.

Una acción que corresponde simplemente a las necesidades políticas del Partido Comunista, y no alas necesidades subjetivas de las masas proletarias, está condenada de antemano. Los comunistas notienen la capacidad de actuar en lugar del proletariado, sin el proletariado, y en última instancia,incluso contra el proletariado, especialmente cuando todavía constituyen una minoría dentro delproletariado. Lo único que pueden hacer es crear situaciones, utilizando los medios políticos descri‐tos anteriormente, en las que el proletariado vea la necesidad de la lucha y la lleve adelante, y, enestas luchas, los comunistas pueden entonces dirigir al proletariado con sus consignas (Fernbach,2011: 146).

Un ultimátum como el lanzado a los trabajadores no comunistas durante la “acciónde marzo” (“¡El que no está con nosotros está contra nosotros!”) estaba completamentefuera de lugar. Die rote Fahne, bajo la autoridad de la Zentrale, había “declarado la gue‐rra a los trabajadores al comienzo de la acción, como una forma de empujarlos a laacción. Y comenzó la guerra. Los desempleados fueron enviados con antelación comocolumnas de asalto. Ocuparon las puertas de las fábricas. Irrumpieron en las plantas,iniciaron incendios en algunos lugares, y trataron de expulsar a los trabajadores fuera

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de las instalaciones. Una guerra abierta estalló entre los comunistas y los trabajadores”(Fernbach, 2011: 148). Según Levi, las “características anarquistas de este levantamientode marzo”, tales como “la lucha de los desocupados contra quienes tenían trabajo, lalucha de los comunistas contra los proletarios, la aparición del lumpenproletariado, losataques con dinamita”, fueron todas consecuencias lógicas de esta errónea actitud bási‐ca.

Levi llegaba a la siguiente conclusión: “Todo esto caracteriza el movimiento de marzocomo el mayor putsch bakuninista en la historia hasta la fecha. [....] Llamarlo blanquismosería un insulto a Blanqui” (Fernbach, 2011: 148). Levi sacó la siguiente conclusión polí‐tica de esta debacle: “Nunca más en la historia del Partido Comunista debe suceder que loscomunistas declaren la guerra a los trabajadores. [....] El Partido Comunista es solo la vanguar‐dia del proletariado, y no puede ser lanzado contra el proletariado; no puede marchar si ha per‐dido la conexión con la fuerza principal” (Fernbach, 2011: 157, énfasis de Levi).

Levi culpó a los emisarios del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista enAlemania por el levantamiento. En una clara referencia a Zinoviev, argumentó que“algunos círculos del Comité Ejecutivo mostraron cierto recelo ante de la ‘inactividad’del partido alemán. Aparte de los graves errores cometidos por el Partido durante elgolpe de Kapp, sin embargo, el Partido Comunista alemán no podía ser acusado defallas reales. Existía, pues, una presión fuerte sobre la Zentrale para emprender unaacción ahora, inmediatamente y a cualquier precio” (Fernbach, 2011: 138, énfasis de Levi).Levi rechazó la “teoría de la ofensiva” de Zinoviev y Bujarin, respaldada por el argu‐mento de que la Rusia soviética se encontraba en un momento crítico y que existía unanecesidad urgente de alivio desde el exterior.

Según Levi, era necesario acabar con “el sistema de agentes confidenciales” que habíacausado tanto daño en Italia y Alemania. Europa Occidental y Alemania se habían con‐vertido en “un banco de pruebas para todo tipo de aprendices de estadista” comoMátyás Rákosi, plenipotenciario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista enLivorno. “No tengo nada en contra de estos turquestanos,” sostuvo Levi (en una refe‐rencia a Béla Kun, cuyas ejecuciones de presos blancos durante la guerra civil rusa habí‐an enfurecido a Lenin, quien lo envió en una misión al Turquestán), pero “harían menosdaño con sus trucos en su propio país” (Fernbach, 2011: 18).

Levi llamó al “método de enviar personas irresponsables, que más tarde pueden seraprobadas o desautorizadas a voluntad”, un “juego frívolo” que sería “fatal para laTercera Internacional”. Un efecto todavía más perjudicial del “sistema de delegados”era el “contacto directo y secreto entre estos delegados y los dirigentes de Moscú”.Dichos delegados del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista “nunca trabajancon la Zentrale del país de que se trate, sino siempre a sus espaldas y, a menudo, inclu‐so en contra de ella. Ellos encuentran personas en Moscú que les creen, otros no. Es unsistema que socava inevitablemente toda confianza para el trabajo mutuo entre ambaspartes, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista y los partidos afiliados. Estoscamaradas son generalmente inadecuados para el liderazgo político, además de ser muypoco confiables. Todo esto conduce a la falta un verdadero centro de liderazgo político”(Fernbach, 2011: 163, énfasis de Levi).

El lenguaje desmedido de Levi anunciaba ya su próxima separación de laInternacional Comunista: “El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista funcionamás o menos como una Cheka [policía secreta soviética] proyectada más allá de las fron‐teras de Rusia ‐ una situación imposible. La demanda de que esta situación cambie, y de

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que el liderazgo en ciertos países no debería ser asumido por delegados incompetentes,la exigencia de que exista un liderazgo político y no una policía partidaria, no es una rei‐vindicación de autonomía” nacional (Fernbach, 2011: 164).

Críticas adicionales de Levi al putschismo y su ruptura con la InternacionalComunista

En su discurso en la reunión del comité central del VKPD del 4 de mayo de 1921 (lla‐mado “¿Cuál es el crimen: La ‘acción de marzo’ o su crítica?”) Levi desarrolló las ideascontenidas en su folleto Nuestro camino: Contra el putschismo. Comparó el desarrollo delcomunismo en Rusia y Europa Occidental, arguyendo que, debido a las trayectorias his‐tóricas divergentes seguidas por ambas sociedades, éstas requerían diferentes formas deorganización. Mientras que el bolchevismo se había desarrollado en una sociedadmayormente feudal, con una burguesía muy débil, en Europa Occidental “el proletaria‐do se enfrenta a una burguesía totalmente desarrollada, y por ende a las consecuenciaspolíticas del desarrollo de la burguesía, es decir, a la democracia, y, en democracia, o loque se entiende como tal bajo el gobierno de la burguesía, la forma de organización delos trabajadores asume formas diferentes de las que asume bajo la forma estatal del feu‐dalismo agrario, que es el absolutismo” (Fernbach, 2011: 182‐183). En Europa Occidentalla forma de organización solo podía ser “la de un partido de masas que no está cerradoen sí mismo. Partidos de masas de este tipo nunca se pueden mover a las órdenes de unComité Central, a las órdenes de una Zentrale, la única manera en que se pueden moveres en el fluido invisible en el que están situados, en la interacción psicológica con la tota‐lidad de la masa proletaria fuera del partido” (Fernbach, 2011: 183).

Había, además, otra diferencia fundamental: mientras que el marxismo en Rusia sehabía desarrollado en el seno de una clase trabajadora políticamente virgen, enAlemania y en Europa Occidental ya estaba organizada una gran parte del proletariado.Esto creaba la peligrosa posibilidad de una separación entre los trabajadores organiza‐dos, que permanecían unidos a los viejos partidos reformistas y a sus sindicatos, y lostrabajadores no organizados o desempleados, que abrazaban el comunismo. En tal esce‐nario, “el Partido Comunista no es lo que debería ser, la organización de una parte delproletariado —la parte más avanzada, pero una parte que atraviesa a todo el proleta‐riad—, sino que se convierte en una parte del proletariado verticalmente dividida deacuerdo a aspectos socialmente diferenciadores” (Fernbach, 2011: 183).

Alemania era, pues, una especie de laboratorio histórico en el que las tácticas necesa‐rias para ganar a los proletarios agrupados en torno a las organizaciones de masas refor‐mistas tenían que ser desarrolladas y probadas por primera vez. A fin de hacer esto, loscomunistas tenían que llegar “en términos políticos a algún tipo de conexión con estasorganizaciones”, a fin de “ganar influencia política en ellas”. El VKPD se había embar‐cado en este camino con la “Carta abierta”, que había planteado la consigna de la uni‐dad debido a que “solo es posible acercarse a las masas organizadas de los trabajadores,no simplemente luchando contra ellos, sino relacionándose con sus propias ideas, aunsi éstas son erróneas, y ayudándoles a superar el error por su propia experiencia” (ídem:184).

Levi cerró su discurso denunciando los trucos sucios empleadas en la polémica en sucontra, sobre todo por Radek: “Si alguien ha cometido un error, entonces debe atacartres veces más a la persona que critica el error al tiempo que lo corrige en silencio. Es latáctica que utilizan para mantener su propia infalibilidad” (ídem: 203). Levi denunció

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todos los intentos de llegar a un acuerdo privado, con el argumento de que “los erroresde los comunistas son un componente de la experiencia política de la clase proletariatanto como sus logros. Ni los unos ni los otros pueden o deben ser ocultados de lasmasas” (ídem: 204).

En el tercer congreso de la Internacional Comunista, celebrado en junio‐julio de 1921,Lenin y Trotsky se opondrían fuertemente a la “teoría de la ofensiva”, pero mientrastanto, alentados por el respaldo de la Internacional Comunista a la “acción de marzo”,la Zentrale votó, el 15 de abril de 1921, a favor de expulsar a Levi del Partido por indis‐ciplina, y exigió que renunciara a su escaño como diputado en el Reichstag. Levi inme‐diatamente apeló al Comité Central contra la decisión de la Zentrale. El 16 de abril de1921, ocho líderes de renombre y miembros responsables del partido declararon su soli‐daridad con él, y se ofrecieron como garantes de que estaba diciendo la verdad: ErnstDäumig, Clara Zetkin, Otto Brass, Adolf Hoffman, que había dimitido con él de laZentrale en febrero de 1921, Curt Geyer, el delegado del Partido en Moscú, y tres figurascentrales en la comisión sindical del partido, ex‐dirigentes de los delegados revolucio‐narios (Revolutionäre Obleute), Paul Neumann, Heinrich Malzahn y Paul Eckert. Todo unsector de la dirigencia comunista alemana por lo tanto se negó a aceptar la expulsión deLevi o las razones aducidas para ello.

En una carta a Paul Levi y Clara Zetkin, fechada el 16 de abril de 1921, Lenin recono‐ció la veracidad de las críticas de Levi, declarando: “Estoy dispuesto a creer que el repre‐sentante del Comité Ejecutivo [Béla Kun] defendió tácticas idiotas, demasiado izquier‐distas —[tales como] tomar medidas inmediatas ‘para ayudar a los rusos’. Este repre‐sentante es muy a menudo demasiado izquierdista” (Lenin, 1921a). Pero el intento deLenin de llegar a un compromiso entre las fracciones del VKPD falló, y Levi abandonóel partido. Incluso tras la dimisión de Levi de la Internacional Comunista, Lenin argu‐mentó que “esencialmente la mayor parte de las críticas de Levi a la acción de marzo enAlemania en 1921 eran correctas”, aunque había “expresado su crítica en una forma inad‐misible y perjudicial”. “He defendido y tuve que defender a Levi, en la medida en quevi ante mí adversarios suyos que simplemente gritaban contra el ‘menchevismo’ y el‘centrismo’ y se negaban a ver los errores de la acción de marzo y la necesidad de expli‐carlos y corregirlos” (Lenin, 1921c, énfasis de Lenin).

La “Asociación Comunista” (Kommunistische Arbeitsgemeinschaft) de 1921‐1922

El congreso del Partido Comunista de Alemania celebrado en Jena del 22 al 26 de agos‐to de 1921 expulsó a Curt y Anna Geyer, lo que precipitó la salida de tres diputados quehabían estado hasta entonces indecisos, Ernst Däumig, Marie Mackwitz y AdolfHoffmann, que se unieron a Levi para formar una efímera “Asociación Comunista” enel Reichstag (Kommunistische Arbeitsgemeinschaft, KAG). La ruptura fue una sangríasevera para la representación parlamentaria del Partido Comunista alemán, porque Levise llevó con él a la mayor parte de la delegación del Partido en el Reichstag.

Las demandas de la “Asociación Comunista” incluían cinco puntos que, además delrechazo al putschismo y a la interferencia externa irresponsable con los dirigentes de lospartidos comunistas, subrayaban la hostilidad de Levi a la Internacional Sindical Roja(Profintern), establecida formalmente en julio de 1921. Éstos eran:

1) Independencia material completa de la Internacional Comunista;

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2) Toda la literatura de las organizaciones comunistas extranjeras (incluidos los órganos de laInternacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja) debe ser colocada bajo el control con‐junto de los líderes del partido alemán;

3) Garantías contra todas las intervenciones organizacionales abiertas o encubiertas del ComitéEjecutivo de la Internacional Comunista junto con, fuera de o en contra de los órganos de la secciónalemana;

4) Formulación en su programa de una política que haga posible la colaboración de todos los traba‐jadores revolucionarios de Alemania, renunciando expresamente a todos los intentos putschistascomo el llevado a cabo durante la Acción de Marzo;

5) Formulación de una política sindical que, más allá de todos los objetivos revolucionarios, manten‐ga la unidad organizacional y la coherencia de los sindicatos alemanes (Fernbach, 2011: 213).

El accionar subsecuente de Levi demostraría que este programa en realidad allanó elcamino para su regreso a la socialdemocracia.

Conclusión

Paul Levi fue un estratega político talentoso, obligado en contra de su voluntad a asu‐mir un rol histórico para el que no estaba preparado teóricamente y para el que no teníael temperamento adecuado. Levi jugó un papel destacado como líder comunista enAlemania durante un par de años, hasta que decidió romper con la InternacionalComunista. Según Trotsky: “Durante las conferencias íntimas sobre los acontecimientosde marzo de 1921 en Alemania, Lenin dijo sobre Levi: ‘Este hombre ha perdido comple‐tamente la cabeza’. ‘Es cierto’, Lenin añadió inmediatamente con picardía, ‘que él, almenos, tenía algo que perder, cosa que no puede decirse de los otros” (Trotsky, 1932:103).

La eventual deriva política de Levi hacia la socialdemocracia no absuelve, sin embar‐go, a la Internacional Comunista, de su responsabilidad por esa catástrofe que fue la“acción de marzo” de 1921. Primero, por haber permitido a Zinoviev y a Bujarin des‐arrollar en su seno la “teoría de la ofensiva” ultraizquierdista, cuya culminación lógicafue el putsch de marzo en Alemania.6 Segundo, por enviar a Mátyás Rákosi –en palabrasde Pierre Broué, “una de las personas más limitadas y más brutales que jamás haya pro‐ducido el movimiento comunista”7– a hacer estragos en Livorno y luego en Berlín, for‐zando la dimisión de Paul Levi, Ernst Däumig, Clara Zetkin, Otto Brass, AdolfHoffmann y Curt Geyer del Comité Central del Partido Comunista Unificado deAlemania. Tercero, por haber permitido a Karl Radek formar una fracción anti‐Levi den‐tro del KPD, que incluía a Paul Fröhlich, August Thalheimer, Walter Stöcker y a la per‐sona que reemplazaría a Levi al frente de la dirección del partido luego de la interven‐ción de Rákosi, Heinrich Brandler.8 Cuarto, por haber enviado a otra persona limitada ybrutal, Béla Kun, y a un aventurero político como József Pogány, a organizar el golpe deestado en Alemania. Y finalmente, por la manera en que la Internacional Comunistaevitó hacer un balance serio de la desastrosa experiencia alemana.

Las “Tesis sobre la táctica” adoptadas por el tercer congreso de la InternacionalComunista dicen textualmente: “El 3º congreso de la Internacional Comunista conside‐ra la acción de marzo del Partido Comunista Unificado de Alemania como un paso hacia

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adelante” (AA.VV., 1973: 51). Esto se escribió, recordémoslo, luego de un intento degolpe de estado, llevado a cabo contra la voluntad de la mayoría de la clase obrera ale‐mana, como consecuencia del cual la Internacional Comunista perdió 200.000 militantesobreros en el corazón industrial de Europa en el transcurso de unas pocas semanas. La“Resolución sobre la acción de marzo y sobre el Partido Comunista Unificado deAlemania”, adoptada por el mismo congreso, a su vez afirma:

El 3er. Congreso mundial comprueba con satisfacción que las resoluciones más importantes y parti‐cularmente el fragmento de la resolución sobre la táctica concerniente a la ardientemente discutidaacción de marzo, han sido adoptadas por unanimidad y que hasta los representantes de la oposiciónalemana, en su resolución sobre la acción de marzo, se ubicaron de hecho en un terreno idéntico aldel Congreso…. El Congreso solicita a la antigua oposición que disuelva inmediatamente toda organización de frac‐ción, que subordine absoluta y totalmente su fracción parlamentaria a la Dirección Central, quesupedite por entero la prensa a las organizaciones respectivas del Partido, que suspenda inmediata‐mente toda colaboración (en revistas, etc.) con Paul Levi, expulsado del Partido y de la InternacionalComunista (AA.VV., 1973: 106).

¿Por qué el congreso adoptó esta actitud? Recordemos que durante el putsch deKapp, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista había publicado en su órganooficial, Die Kommunistische Internationale, la furiosa carta que Paul Levi dirigió a laZentrale del KPD desde la prisión de Moabit (la cual constituyó una falta de disciplinano menos grave que la publicación del folleto Nuestro camino: Contra el putschismo),acompañándola con una nota que rezaba:

Nuestros enemigos, naturalmente, habrán de alborozarse por los desacuerdos dentro del KPD. ¡Alláellos! Nosotros, los comunistas, nunca hemos temido a la autocrítica. Los editores de DieKommunistische Internationale están de acuerdo con la idea central de la crítica contenida en las trescartas [el número incluía también cartas de Clara Zetkin y Ernst Meyer] y en el artículo del camara‐da Radek reproducido después de ellas (Levi 1920a: 147).

La cuestión de la disciplina era, entonces, secundaria. El secreto de la negativa de laInternacional Comunista a hacer un balance crítico de la “acción de marzo” está en laadopción de las resoluciones “por unanimidad”, es decir, en el marco de un compromi‐so entre las fracciones existentes en el seno de la Internacional Comunista. Mientras quela posición sectaria adoptada por el KPD durante el putsch de Kapp había sido respon‐sabilidad exclusiva de la Zentrale, toda la dirección de la Internacional Comunista esta‐ba comprometida con la “acción de marzo”, por lo que un balance serio de la mismahubiera implicado limpiar los establos de Augías de la Internacional. Esto hubiera teni‐do un efecto devastador sobre la reputación y la autoridad de personajes como Zinoviev,Bujarin, Karl Radek, Béla Kun y Mátyás Rákosi, los cuales, a su vez, tenían el apoyo desecciones nacionales importantes como la italiana. Dado el efecto disruptivo que estohabría tenido sobre al Internacional, Lenin y Trotsky consideraron que el mal menor erarescatar la táctica del frente único (el slogan adoptada por el tercer congreso fue “¡A lasmasas!”, indicando la necesidad de conquistar una mayoría de las masas trabajadorasantes de contemplar la conquista del poder político), aun a precio de sacrificar a quienla desarrolló originalmente.

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Es dable preguntarse si este compromiso fue una decisión acertada, dada la señal queenvió a los militantes comunistas: las personas obedientes a las directivas de Moscú, aunsi éstas eran dañinas para los intereses de la clase obrera, fueron premiadas, mientrasque los críticos fueron denostados y expulsados (Zinoviev más tarde sistematizaría estapráctica en el marco de la política conocida como “bolchevización”, que condujo a laexpulsión de los partidarios de Trotsky de la Internacional Comunista y de sus seccio‐nes nacionales). Más aún, la nueva dirección del Partido Comunista alemán, consolida‐da al precio de semejante sacrificio, probaría no estar a la altura de las circunstanciascuando la historia le ofreció una segunda oportunidad, en octubre de 1923 (Broué, 1997:293‐349, ver los documentos en Bayerlein, 2003). De todas maneras, los elementos posi‐tivos de la experiencia alemana quedaron plasmados en dos resoluciones adoptadas porel cuarto congreso de la Internacional Comunista: las “Tesis sobre la unidad del frenteproletario” (AA.VV., 1973: 191‐200), válidas para los países imperialistas, y las “Tesisgenerales sobre la cuestión de Oriente”, cuya sección sexta indica la táctica a seguir enlos países semicoloniales, el “frente antiimperialista único” (AA.VV., 1973: 231‐233).9

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Apéndice: Carta abierta de la Zentrale del Partido Comunista Unificado de Alemania

8 de enero de 1921Fuente: “Offener Brief der Zentrale der Vereinigten Kommunistischen Partei Deutschlands”, DieRote Fahne (Berlin), 8 de enero de 1921 (en Weber, 1973; 168‐169).

Carta abierta de la Zentrale del VKPD a la Federación General de SindicatosAlemanes, la Asociación de las Ligas de Empleados Socialdemócratas, la Unión Generalde Trabajadores, el Sindicato de Trabajadores Libres (sindicalista), el PartidoSocialdemócrata de Alemania, el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania,y el Partido Comunista Obrero de Alemania:

El Partido Comunista Unificado de Alemania considera que es su deber, en estemomento grave y difícil para todo el proletariado alemán, apelar a todos de los partidosy sindicatos socialistas.

La descomposición progresiva del capitalismo, las repercusiones de la crisis mundialincipiente sobre los efectos de la crisis alemana especial, la devaluación creciente de lamoneda y el progresivo aumento en el precio de todos los alimentos y bienes de consu‐mo, el aumento del desempleo y el empobrecimiento de las masas, todos los cuales con‐tinúan avanzando en Alemania, hacen necesario que la clase proletaria en su conjuntose defienda a sí misma, no solo el proletariado industrial sino todas las capas que reciénahora despiertan [a la vida política] y toman conciencia de su carácter proletario. El pro‐letariado es mantenido en esta situación insoportable por la reacción creciente, queespecula con su falta de unidad y le impone siempre nuevas trabas a través de laOrgesch10, de los asesinatos, del poder judicial que encubre a todos los asesinos.

Por lo tanto, el VKPD propone que todos los partidos socialistas y las organizacionessindicales se reúnan sobre las bases siguientes, dejando para más adelante la discusióndetallada de las acciones individuales a realizar:

I.

a) Introducción de luchas salariales uniformes para asegurar la existencia de los tra‐bajadores, empleados y funcionarios públicos. Combinación de las luchas salarialesindividuales de los trabajadores ferroviarios, los funcionarios públicos, los mineros yotros trabajadores industriales y agrícolas en una lucha única conjunta.

b) Aumento de todas las pensiones de las víctimas de guerra, los jubilados y pensio‐nados en proporción a los aumentos de sueldos demandados.

c) Regulación uniforme del seguro de desempleo para todo el país, en base a los ingre‐sos de los empleados a tiempo completo. Todo el costo de esta operación debe ser afron‐tado por el estado federal (Reich), que debe imponer impuestos solamente al capital paradicho propósito. Dicha operación debe controlada por los desempleados a través de losconsejos especiales de desempleados, conjuntamente con los sindicatos.

II. Medidas para reducir el costo de vida, a saber:

a) Entrega de alimentos subsidiados a todos los asalariados y a quienes perciben esti‐pendios bajos (pensionistas, viudas, huérfanos, etc.) bajo la supervisión de las coopera‐tivas de consumo y el control de los sindicatos y comités de empresa. Los medios [finan‐cieros] necesarios deben ser proporcionados por el estado federal.

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b) Confiscación inmediata de todos los cuartos habitables disponibles, con derecho nosólo a la ocupación compulsiva, sino también al desalojo forzoso de las familias peque‐ñas de apartamentos y casas de gran tamaño.

III. Medidas para la provisión de alimentos y bienes de consumo:

a) Control de todas las materias primas existentes, carbón y fertilizantes por parte delos consejos de trabajadores. Puesta en funcionamiento de todas las fábricas producto‐ras de bienes de consumo que se encuentren paradas, distribución de los bienes así pro‐ducidos de acuerdo con los principios detallados en II. a).

b) Control del cultivo, la cosecha y la venta de todos los productos agrícolas por losconsejos de pequeños campesinos y los consejos rurales (Gutsräte), conjuntamente conlas organizaciones de trabajadores agrícolas.

IV.

a) Desarme inmediato y disolución de todas las milicias burguesas, y creación deorganizaciones de autodefensa proletarias en todos los estados (Länder) y comunidades.

b) Amnistía para todos los delitos cometidos por razones políticas o por causa de lapobreza general existente. Liberación de todos los presos políticos.

c) Supresión de las prohibiciones de huelga imperantes.

d) Establecimiento inmediato de relaciones comerciales y diplomáticas con la Rusiasoviética.

Al proponer estas bases para la acción, no ocultamos en ningún momento, ni a nos‐otros mismos ni a las masas trabajadoras, que estas demandas que planteamos no pue‐den eliminar la pobreza. Sin sacrificar por un momento nuestra lucha por inculcar en lasmasas trabajadoras la idea de la lucha por la dictadura [del proletariado], el único cami‐no a la salvación, sin dejar de pedir a las masas trabajadoras en cada momento oportu‐no que estén dispuestas a la lucha por la dictadura y sin renunciar al liderazgo de lamisma, el Partido Comunista Unido está dispuesto a trabajar con los otros partidosobreros para emprender conjuntamente acciones que conduzcan a la consecución de lasmedidas mencionadas anteriormente.

No ocultamos las diferencias que nos separan de dichos partidos.

Declaramos, por el contrario: exigimos a las organizaciones a las que apelamos nocomprometerse sólo verbalmente a las bases de acción propuestas, sino llevar adelantelas acciones necesarias para conseguirlas.

Preguntamos a los partidos a las que nos dirigimos: ¿Consideran que estas demandasson correctas? Suponemos que lo hacen.

Les preguntamos: ¿Están ustedes dispuesto a emprender con nosotros una lucha sincuartel para la consecución de estas demandas?

A esta pregunta clara y sin ambigüedades, esperamos una respuesta igualmente claray sin ambigüedades. La situación requiere una respuesta rápida. Por lo tanto, esperamosuna respuesta hasta el 13 de enero 1921.

En caso de que los partidos y los sindicatos a los que nos dirigimos no estén dispues‐tos a asumir la lucha, el VKPD se considerará obligado a librar esta batalla solo, y estáconvencido de que las masas trabajadoras lo seguirán. Hoy el VKPD invita a todas lasorganizaciones proletarias del país, y a las masas trabajadoras que las apoyan, a expre‐

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sar su voluntad para la defensa común contra el capitalismo y contra la reacción, parala defensa común de sus intereses.

Zentrale (dirección) del Partido Comunista Unificado de Alemania

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Notas1 Una referencia al gobierno presidido por Gustav Bauer del SPD, una coalición del SPD, el Zentrum católico yliberal Deutsche Demokratische Partei (DDP). Dicho gobierno, conocido como el Kabinett Bauer, duró desde el 21junio de 1919 hasta el 27 marzo de 1920. Cayó diez días después del colapso del putsch de Kapp y fue reempla‐zado por el primer gobierno presidido por Hermann Müller. El Kabinett Müller I fue también una coalición delSPD, el Partido del Centro y el DDP.2 El nombre que se utilizaba para diferenciarlo del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD).3 Reproducido por Palmiro Togliatti, que hacía las veces de editor del periódico en ausencia de Gramsci, enL’ordine nuovo, 16 de enero de 1921 (Cammett, 1967: 258).4 “Il rapporto di Levi al Comitato Esecutivo dell’IC sul congresso di Livorno, scritto subito dopo il suo ritorno aBerlino, è riprodotto in The Comintern: Historical Highlights, Essays, Recollections, Documents, Edited by Milorad M.Drachkovitch and Branko Lazitch, Hoover Institution on War, Revolution, and Peace, Stanford University,Stanford, Calif., 1966, pp. 271‐282.” (Cortesi, 1999: 297).5 “El Comité Central o Zentralausschuss, integrado por delegados de cada uno de los veintiocho distritos del par‐tido, era un nuevo órgano de liderazgo creado por el KPD a finales de 1920. A partir de entonces, las decisionespolíticas importantes se tomaron en las reuniones conjuntas del Comité Central y la Zentrale, que se convirtió enun órgano ejecutivo. El Comité Central no sólo servía para vigilar a la Zentrale, sino que, dada su representaciónmás amplia, también se convirtió en un caldo de cultivo para las facciones disidentes” (Gruber, 1967: 313).6 “La surestimation des états d’esprit « nationaux » de la classe ouvrière correspond au cri des opportunistes surles insurrections dites prématurées” (Boukharine, 1920: 220).7 “Râkosi était l’un des plus bornés et des plus brutaux individus qu’ait jamais produit le mouvement commu‐niste” (Broué, 1997: 207).8 Cf. Rosa Luxemburg: “Radek belongs in the whore category. Anything can happen with him around, and it istherefore much better to keep him at a safe distance” (Nettl, 1969: 317).9 Ver la defensa de la táctica del frente único por Trotsky ante la política ultraizquierdista del “tercer período” deStalin (1928‐1933), que condujo al ascenso de Hitler al poder en Alemania: “¿Y Ahora? Problemas vitales del pro‐letariado alemán” (27 de enero de 1932) en Trotsky (2013: 106‐216).10 La “Orgesch” (una abreviación de “Organización Escherich”, así llamada por el político de derecha GeorgEscherich, un líder del Bayerische Volkspartei) fue un grupo paramilitar anticomunista y antisemita que operó enBaviera en 1920‐1921.

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DA N I E L GA I D O. LA IN T E R NAC I O NA L CO M U N I S TA Y E L S U RG I M I E N T O D E L A P O L Í T I C A D E F R E N T E Ú N I C O

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Resumen

Son incontables los estudios sobre la guerra civil americana y sus diferentes problemá‐ticas. A 150 años del fin de dicha guerra, y en el marco de una agudización de las pro‐testas contra la opresión racial en Baltimore y otras ciudades de los EE.UU, este artícu‐lo hace un repaso de un aspecto que no constituye un tópico demasiado habitual en lahistoriografía: el rol jugado por los soldados negros en los ejércitos de la Unión. Ha sidoun lugar común entre autores conservadores referirse despectivamente a la participa‐ción de los negros en la guerra civil, planteando que fueron liberados gracias a una gue‐rra en la que no tuvieron ningún rol activo. Esta perspectiva no solo pretende reforzarel racismo sino que no puede sostenerse ante la menor evidencia empírica. En este tra‐bajo intentamos mostrar cómo la discriminación hacia los negros era muy fuerte inclu‐so en los estados del norte, donde al comienzo de la guerra existieron muy serias resis‐tencias a cualquier tipo de medida de emancipación, y cómo fueron la profundizaciónde la guerra, por un lado, y la lucha de los propios movimientos abolicionistas, por elotro, los factores que obligaron a los republicanos más reticentes a proceder a la eman‐cipación de los esclavos y su enrolamiento en el ejército. Además, mostramos cómo esascondiciones de segregación y racismo continuaron durante la guerra, donde los negrosque pelearon por una causa que implicaba para ellos su propia libertad fueron tratadosen forma totalmente desigual respecto a sus compañeros de armas blancos.

LU C A S POY. LA PA RT I C I PAC I Ó N D E S O L DA D O S N E G RO S E N L A GU E R R A D E SE C E S I Ó N N O RT E A M E R I C A NA (1861-1865)

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“Free the slaves or be ourselvessubdued…” La participación de soldados negros en la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865)

Lucas PoyIIGG – UBA – [email protected]

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...it was a military necessity to the salvation of the Union, that we must free theslaves or be ourselves subdued.

Abraham Lincoln, 22 de julio de 1862.

Presentación

La guerra civil americana es uno de los temas más apasionantes y estudiados de la his‐toria de los Estados Unidos. Su importancia es central no solo por la trascendencia quetuvo en el marco de la historia del siglo XIX sino porque sus consecuencias marcaríanen forma decisiva la evolución posterior de dicho país. El conflicto bélico que estalló en1861 a partir de la secesión de los estados del sur fue la conclusión de un largo procesode tensión creciente entre los estados de la Unión en torno al problema de la esclavitud.Lo que estaba en juego era el futuro mismo de los Estados Unidos en la medida en quese hacía evidente que la coexistencia entre la economía del sur, basada en la esclavitud,y la del norte, basada en la mano de obra libre, no podía subsistir a través de “compro‐misos” o acuerdos provisionales. La guerra que se desató marcó el futuro de los EstadosUnidos como economía capitalista al sentenciar la derrota de los plantadores esclavistasde la Confederación.

Son incontables los estudios sobre la guerra civil americana y sus diferentes proble‐máticas. A continuación queremos hacer un breve repaso de un aspecto que ha recibidola atención de numerosos estudiosos pero no constituye un tópico demasiado habitualen la historiografía: el rol jugado por los soldados negros en los ejércitos de la Unión.¿De qué manera se llegó a la emancipación de los esclavos en el contexto de la guerracivil? ¿Qué implicancias tuvo la incorporación de negros a los ejércitos de la Unión? ¿Enqué medida supuso una superación de las desigualdades y la segregación? Son estosalgunos de los ejes que pretendemos analizar con el objetivo de analizar el papel que lle‐varon adelante aquellos hombres de color que con su participación se transformaron ensujetos activos de una guerra que definía su propio futuro.

Ha sido un lugar común entre autores conservadores norteamericanos referirse des‐pectivamente a la participación de los negros en la guerra civil, planteando que losnegros fueron liberados gracias a una guerra en la que no tuvieron ningún rol activo.Esta perspectiva no solo pretende reforzar el racismo al presentar a los blancos comogenerosos hacedores de la liberación de los esclavos, sino que no puede sostenerse antela menor evidencia empírica. En este trabajo intentaremos mostrar cómo la discrimina‐ción hacia los negros era muy fuerte incluso en los estados del norte, donde al comien‐zo de la guerra existieron muy serias resistencias a cualquier tipo de medida de eman‐cipación, y cómo fue la profundización de la guerra, por un lado, y la lucha de los pro‐pios movimientos abolicionistas, por el otro, los factores que obligaron a los republica‐nos más reticentes a proceder a la emancipación de los esclavos y su enrolamiento en elejército.

Además, analizamos cómo esas condiciones de segregación y racismo continuarondurante la guerra, donde los negros que pelearon por una causa que implicaba paraellos su propia libertad fueron tratados en forma totalmente desigual respecto a suscompañeros de armas blancos. La continuidad de la discriminación, aun después de laobtención de una victoria sustancial como la emancipación, es una muestra del carácterfuertemente arraigado de muchos prejuicios racistas, constitutivos de la historia delcapitalismo en los Estados Unidos.

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La guerra, ¿un “asunto de hombres blancos”?

En el inicio de la guerra existía un acuerdo tácito entre el norte y el sur en el sentido deconsiderar el conflicto como un “asunto de hombres blancos”. Tanto la Unión como laConfederación se negaron, en 1861, a reclutar voluntarios negros. En los estados escla‐vistas del sur, por supuesto, esta decisión apenas fue cuestionada. El vicepresidenteStephens señalaba por entonces que la esclavitud era la “piedra fundamental sobre lacual se erigieron los estados de la Confederación” y sostenía que pocos hombres blan‐cos podrían aceptar la posibilidad de armar a sus esclavos o liberar a los negros que seconvirtiesen en soldados (Bailyn, 1992: 636).

En la Unión, en cambio, surgieron numerosas voces que se opusieron a esta discrimi‐nación y reclamaron la emancipación de los esclavos y el reclutamiento de soldadosnegros. En la primera fila de la resistencia estuvieron, fundamentalmente, muchos hom‐bres de color: sin dudas el más destacado fue Frederick Douglass, quien reclamaba quese debía “enseñar a los rebeldes y traidores [de la Confederación] que el precio que ten‐drán que pagar por intentar abolir a este gobierno será la abolición de la esclavitud”(ídem). Pero también abolicionistas blancos, como el senador Charles Sumner deMassachussetts, se sumaron a estos reclamos e insistieron a Lincoln acerca de la necesi‐dad de impulsar la abolición como única forma de ganar la guerra. En agosto de 1861,John Frémont (quien fuera el primer candidato presidencial del partido republicano, en1856) había aplicado en Missouri medidas radicalizadas en este sentido: confiscación depropiedades y emancipación de los esclavos. Sin embargo, Lincoln dudaba en impulsarestas medidas, temeroso de la reacción que podrían adoptar los estados “fronterizos”leales a la Unión, donde existía una población esclava numerosa, así como sus adversa‐rios demócratas, que se oponían a cualquier tipo de avance hacia la emancipación. Endiciembre de 1861, Lincoln aún manifestaba ante el Congreso que quería evitar que elconflicto degenerase en “una violenta e implacable lucha revolucionaria” (Bosch, 2005:183).

Pero el hecho de no enlistar a los negros no significaba, en modo alguno, que lasmasas de esclavos no jugasen ya un papel fundamental en ambos bandos de la contien‐da. En la Confederación, la fuerza de trabajo fundamental era la provista por mano deobra esclava, de manera que la constitución misma de un ejército no hubiera sido posi‐ble sin su participación en la producción. Pero también en el norte, a pesar de las resis‐tencias al enrolamiento, el rol de los negros era fundamental. Muchos de los esclavosque se escapaban del territorio de la Confederación se integraron al ejército del Norte endiversas tareas, como transportistas, cocineros o enfermeros. David Donald estima lacifra de negros que participaron en las tareas del ejército sin ser soldados en torno a los200.000 (Bailyn, 1992: 638).

El camino hacia la incorporación de los negros en el ejército

Sería la profundización de la guerra y la evidencia de que no se trataría de un conflictolimitado a unos pocos meses (o incluso semanas), tal como pensaban algunos dirigentesde la Unión reacios a avanzar en transformaciones sociales significativas, lo que comen‐zaría a dejar claro la inevitabilidad de medidas drásticas en referencia a la esclavitud.James McPherson señala que en 1862 existían tres fracciones dentro del partido republi‐cano respecto a esta cuestión. Un pequeño grupo de conservadores se inclinaba por laabolición voluntaria y gradual en los estados esclavistas y el impulso de la instalaciónen el extranjero de colonias de negros liberados. En el otro extremo, los republicanos

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radicales reclamaban la abolición directa a través de la expropiación de las propiedadesenemigas. Entre una y otra posición se encontraban los moderados, liderados por el pro‐pio presidente Lincoln, que compartían con los radicales la aversión moral hacia laesclavitud pero temían las consecuencias sociales de una emancipación completa(McPherson, 1994: 494).

En un contexto de profundización de la guerra, las posiciones se polarizarían notable‐mente a lo largo de 1862. El cambio de clima y la creciente influencia de los que defen‐dían un abordaje más radicalizado frente al problema de la esclavitud se vinculaba conla comprensión cada vez más acentuada de que la profundización de las transformacio‐nes sociales era una necesidad para hacer frente con éxito a los estados rebeldes. Enenero de 1862, el líder radical de Indiana George W. Julian planteaba en la Cámara que“los cuatro millones de esclavos no pueden ser neutrales: como trabajadores, sino comosoldados, serán aliados de los rebeldes o de la Unión” (ídem: 495).

A partir de fines del invierno de 1862 comenzaron a aprobarse una serie de medidasde trascendencia creciente que desembocarían, finalmente, en la emancipación de losesclavos. En marzo el Congreso prohibió a los generales de la Unión devolver los escla‐vos fugitivos a sus amos. Desde el año anterior, numerosos esclavos habían escapado alterritorio de la Unión y los oficiales del Ejército no contaban todavía, dada la indecisiónde los líderes republicanos, con claras instrucciones sobre el comportamiento a seguircon los fugitivos (Shannon, 1926: 567). En julio, el Congreso declaró que los esclavos detodas las personas que apoyasen la rebelión quedaban liberados a partir de ese mismomomento y para siempre.

Los opositores a la abolición, de todas formas, mantuvieron durante todo el año 1862una firme actividad política para oponerse a lo que consideraban un acto de traición yuna incitación a la “revuelta servil”. Los demócratas norteños lanzaron una fuerte cam‐paña de oposición, que incluso les dio cierto rédito electoral en los comicios del otoño,apuntando a explotar los prejuicios raciales de las masas trabajadoras blancas. Ante laspresiones de estos sectores, los republicanos moderados intentaron jugar de nuevo lacarta de la colonización como válvula de escape, y el propio Lincoln se refirió variasveces a esta posibilidad. Sin embargo, este plan fracasaría rápidamente y no fue pocoimportante para llegar a ese resultado el papel jugado por los líderes negros. “Este esnuestro país tanto como el vuestro y no lo abandonaremos”, diría un líder negro dePhiladelphia en respuesta a las propuestas de colonización.

La resistencia de la comunidad negra, la evidencia de la gravedad del conflicto béli‐co, y la negativa de los líderes conservadores de los estados fronterizos a aceptar algúncompromiso convencieron a los moderados de la necesidad de impulsar una transfor‐mación definitiva. El camino hacia la emancipación estaba marcado. Tal como señalaMcPherson, si la abolición de la esclavitud no aparecía como el fin de la guerra, sícomenzaba a plantearse claramente como un medio indispensable para la victoria.

En julio de 1862, Lincoln diría que “la emancipación es una necesidad militar, absolu‐tamente esencial para la preservación de la Unión. Debemos liberar a los esclavos o sere‐mos dominados nosotros mismos” (McPherson, 1992: 504). En septiembre el presidenteanunciaba que a menos que los estados rebeldes regresaran a la Unión, a partir del pri‐mero de enero del año siguiente todas las personas sujetas como esclavos serían libera‐das. Quedaba así abierto el camino para la emancipación y el reclutamiento de soldadosnegros en los ejércitos de la Unión. Pero esta victoria no implicaría, ni mucho menos, elfinal de la discriminación y la opresión. Simplemente se abría una nueva etapa, marca‐

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da por la participación de soldados negros en los combates de la guerra civil, en la largahistoria de la opresión racial y las luchas por la emancipación.

Segregación y discriminación en las filas de la Unión

La cantidad de soldados negros que integraron los ejércitos de la Unión ha sido objetode debate y existen algunas diferencias entre las diferentes investigaciones, aunque agrandes rasgos hay coincidencia sobre ciertas cifras. En su trabajo de 1926, FredShannon hablaba de 186.017 soldados de color. L. Reddick, en 1949, mencionaba178.985, y aclaraba que debemos sumar a los aproximadamente 250.000 negros que sir‐vieron como civiles en diversas tareas de apoyo y aprovisionamiento (Shannon, 1926;Reddick, 1949). Una investigación reciente se refiere a 179.000 soldados negros y unos10.000 marineros (Bosch, 2005: 183). Podemos concluir, en cualquier caso, tal como hacíaotro investigador de los años cuarenta, que la participación de los soldados negros en elejército del norte puede ubicarse en torno a los 180.000 (Aptheker, 1947: 11‐12).

Cuando se abrieron las puertas para el reclutamiento de negros no se permitió laincorporación a través de los carriles tradicionales: aquellos estados que quisieran esta‐blecer regimientos de voluntarios negros debían solicitar un permiso especial alDepartamento de Guerra o al Congreso. Se creó además un Bureau for Colored Troops paraocuparse del reclutamiento y entrenamiento de lo que pasaría a llamarse desde enton‐ces United States Colored Troops (USCT). El enrolamiento de negros en los ejércitos de laUnión no significó, por lo tanto, su integración en los regimientos tradicionales. Salvounas pocas excepciones, cuando participaron en regimientos blancos, los negros confor‐maron los 163 regimientos federales y 2 estatales de tropas de color (Reddick, 1949: 16‐17).

El establecimiento de un sistema unificado para el reclutamiento de soldados negroscontrastaba con el mecanismo para la incorporación de soldados blancos, ya que nunca,desde los inicios de la guerra, se había puesto en práctica un sistema de reclutamiento anivel federal sino que la tarea de conscripción quedaba a cargo de cada uno de los esta‐dos. Un mecanismo de este tipo pudo establecerse porque la mayoría de los negros eranreclutados en zonas en conflicto, donde la autoridad principal era la del gobierno fede‐ral (Shannon, 1926: 575).

Pero las desigualdades en la situación de soldados negros y blancos no se limitaron,en modo alguno, a la forma de reclutamiento. La sociedad del norte, a pesar de estarimplicada en una guerra contra la Confederación que giraba en torno al problema de laesclavitud, era aún profundamente racista y segregacionista, y estos factores, como nopodía ser de otra manera, se evidenciaron en el ejército. Malas condiciones de vida,ausencia casi total de médicos y cirujanos (dado que los médicos blancos no queríanatender a los soldados de color, y era muy reducida la cantidad de especialistas negros),asignación de tareas dificultosas, mal equipamiento y exceso de trabajo son sólo algu‐nos de los factores que, según este autor, sufrían los soldados negros en el ejército de laUnión.

Un caso puede ilustrar muy bien estas condiciones. Un regimiento de soldadosnegros, el 65th US Colored Infantry, fue reclutado en Missouri en el invierno de 1863 yenviado en diciembre a Benton Barracks, Missouri. Muchos iban sin sombreros o zapa‐tos, viajando grandes distancias sin provisiones suficientes. Hubo muchos casos de con‐gelamiento y muerte por amputación de brazos y piernas, así como muertes por enfer‐

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medades. El regimiento sufrió más de cien muertes en los menos de dos meses pasadosen Missouri, antes de iniciar cualquier tipo de acción bélica (Aptheker, 1947: 29).

Otro eje de la discriminación, no menos importante, era la cuestión económica. Hasta1864, los soldados negros recibían un salario menor al de los soldados blancos. La opo‐sición de los negros ante esta situación debe marcarse como una de las causas para laigualación de los salarios que se estableció en 1864, aunque también como una causamás de las muertes, ya que la lucha por el aumento de los salarios llevó a ejecuciones desoldados negros amotinados.

Por otra parte, los negros debieron sufrir, durante los años de la guerra, no solo la dis‐criminación de sus propios oficiales sino graves situaciones de persecución por parte detrabajadores y pobres de las ciudades del norte. No es el tema de este trabajo, pero nopodemos dejar de señalar las revueltas que tuvieron lugar en muchas ciudades en 1863,después del establecimiento del reclutamiento obligatorio de todos los varones de entre20 y 45 años. En New York estallaron ese verano violentas protestas racistas que, respon‐sabilizando a los negros por la guerra y la leva forzosa, incluyeron quema de barriosnegros, orfanatos y linchamientos.1

Pero si el trato hacia los soldados negros era segregacionista entre los oficiales y lapoblación del norte, lo que esperaba a aquellos hombres de color que fuesen capturadospor los ejércitos confederados era sin dudas mucho peor. Los terratenientes esclavistasvieron realizada su peor pesadilla cuando la Unión procedió a la emancipación de losnegros y esa pesadilla se profundizó cuando los negros se armaron. La Confederaciónno consideraba a los negros como prisioneros de guerra, sino como fugitivos, y proce‐día a su ejecución. En otros casos los vendía como esclavos. En las amenazas de los gene‐rales del Sur se advertía todo el racismo y la violencia de los plantadores de esclavos enel momento decisivo de un conflicto que determinaba su propia supervivencia: en abrilde 1864 el general confederado Buford, sitiando la ciudad de Columbus, Kentucky,envió a su rival una nota en la que decía que para “evitar el derramamiento de sangre,demando la rendición incondicional de las fuerzas bajo su mandos. Si se rinden, losnegros en armas serán devueltos a sus amos. Si debo tomar el lugar por la fuerza, nin‐guna piedad se mostrara con los soldados negros; los blancos serán tratados como pri‐sioneros de guerra” (Aptheker, 1947: 42; ver también Dyer, 1935).

La consecuencia de toda esta situación de grave discriminación, aún cuando losnegros habían sido admitidos en el ejército, se plasmó en las cifras sobre el número demuertes. El citado artículo de Aptheker concluye que la tasa de mortalidad fue enorme‐mente distinta entre los soldados negros y los blancos. De un total de dos millones desoldados que conformaban los United States Volunteers (blancos) unos 316.000 murieron,es decir un 15,6%. De los 67.000 que formaban el Regular Army (blancos), murieron unos6.000, es decir 8,6%. De los 180.000 soldados negros que, aproximadamente, formaronlos United States Colored Troops, murieron más de 36.000, es decir un 20%. El anterior‐mente mencionado regimiento 65th US Colored Infantry, por citar sólo un caso, fue elsegundo con mayor número de bajas en toda la guerra civil, a pesar de haber entrado enservicio en una fecha tan tardía como la primavera de 1864.

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Notas1 Para un tratamiento extenso, documentado y apasionante de la compleja cuestión del alineamiento de los traba‐jadores urbanos con los demócratas en defensa de posiciones racistas, ver McPherson (1990), fundamentalmenteel capítulo “Slavery, Rum and Romanism”. La película Gangs of New York, de Martin Scorsese, se desarrolla en elmarco de estas revueltas.

ReferenciasAptheker, Herbert “Negro Casualties in the Civil War”, The Journal of Negro History 32, No. 1 (enero 1947): 11‐12.

Bailyn, Bernard ed., The Great Republic. A History of the American People (Lexington: D.C.Heath, 1992)

Bosch, Aurora Historia de Estados Unidos. 1776‐1945 (Barcelona: Crítica, 2005.

Dyer, Brainerd “The Treatment of Colored Union Troops by the Confederates, 1861‐1865”, The Journal of NegroHistory 20, No. 3 (julio 1935), 273‐286.

Mc Pherson, James M. Battle Cry of Freedom. The American Civil War (London: Penguin Books, 1990).

Reddick, L. D. “The Negro Policy of the United States Army, 1775‐1945”, The Journal of Negro History 34, No. 1(enero 1949).

Shannon, Fred A. “The Federal Government and the Negro Soldier, 1861‐1865”, The Journal of Negro History 11, No.4 (octubre 1926).

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Resumen

El significado histórico de la guerra civil norteamericana, que comenzó hace cien años,debe valorarse desde dos puntos de vista: uno nacional, el otro internacional. ¿Quélugar ocupa este inmenso conflicto en el desarrollo de la sociedad norteamericana? ¿Ycuál es su lugar en la historia mundial del siglo XIX? Los historiadores liberales máspenetrantes, encabezados por Charles Beard, han designado correctamente a este even‐to como la segunda revolución norteamericana. Pero no han sido capaces de explicar demanera clara y completa su conexión esencial con la primera.

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La guerra civil norteamericana:su lugar en la historiaGeorge Novack1

1 Publicado por primera vez en International Socialist Review, New York, números 2 y 3, en 1961, firmado porWilliam F. Warde. Traducido para Hic Rhodus por Lucas Poy.

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La primera revolución norteamericana y la segunda

La segunda revolución norteamericana tuvo profundas raíces históricas. Fue el resulta‐do inevitable de dos procesos vinculados. Uno era la degeneración de la primera revo‐lución, que se desarrolló a través de lentas etapas hasta que desembocó en contrarrevo‐lución abierta. La otra era el auge del industrialismo capitalista con sus contradictoriosefectos sobre el desarrollo social norteamericano.

La interacción de estos dos factores fundamentales, el primero enraizado en suelonacional y el segundo derivado de condiciones mundiales, constituyó la principal fuer‐za motriz de la historia norteamericana entre el fin de la primera revolución y el estalli‐do de la segunda.

Es imposible entender la necesidad de una segunda revolución norteamericana sincomprender la dinámica de estos dos procesos interrelacionados de los cuales emergió.La primera revolución norteamericana tuvo lugar en el último cuarto del siglo XVIII. Lasegunda se desarrolló a mediados del XIX. Separadas como están por un intervalo decasi setenta y cinco años, han sido consideradas como acontecimientos totalmente dife‐rentes y completamente desconectados. Esta perspectiva es superficial y falsa. En reali‐dad la primera revolución norteamericana y la segunda son dos partes de un conjuntoindivisible. Representaron distintos pero vinculados estadios en el desarrollo de la revo‐lución democrático‐burguesa en los Estados Unidos.

El movimiento nacional revolucionario burgués en Norteamérica tenía cinco tareasque cumplir. Estas eran: (1) liberar a los norteamericanos de la dominación extranjera,(2) consolidar las diferentes colonias y estados en una sola nación, (3) establecer unarepública democrática, (4) poner el poder estatal en manos de la burguesía y (5), la másimportante de todas, liberar a la sociedad norteamericana de sus resabios precapitalis‐tas (tribalismo indígena, feudalismo, esclavitud), para permitir la completa y libreexpansión de las fuerzas capitalistas de producción e intercambio. Estas cinco tareasestaban unidas: la solución de una preparaba las condiciones para la solución de las res‐tantes.

La primera revolución resolvió las primeras tres de estas tareas. Las luchas de lospatriotas liberaron trece colonias de la dominación británica; el sucesivo conflicto declase por el poder (1783‐1788) llevó a la creación de la Unión federal; la nueva naciónestableció una república democrática. Pero fue bien distinto el resultado de las otras dos.Aunque la revolución eliminó de las colonias muchos resabios feudales y abrió el cami‐no para el rápido crecimiento del capitalismo y la nacionalidad norteamericana, no fuecapaz de poner el poder firmemente en manos de la gran burguesía o de proceder a unacompleta reorganización de la sociedad norteamericana sobre bases burguesas.

Estas falencias de la primera revolución burguesa no se hicieron inmediatamente evi‐dentes y tomó tiempo que se manifestasen con toda su fuerza. En principio la revolu‐ción pareció enteramente exitosa y su resultado satisfactorio para los capitalistas delnorte. Habían obtenido la posición de liderazgo en una nueva república que goberna‐ban junto a los plantadores del Sur, con quienes habían librado la guerra, escrito laConstitución y formado la Unión.

Pero los mercaderes, financieros y manufactureros se mostraron incapaces de mante‐ner su hegemonía. Tras un breve aunque importante período de autoridad supremadurante las administraciones de Washington y Adams, sus representantes políticosdirectos se vieron obligados a entregar el liderazgo nacional a la aristocracia de las plan‐

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taciones. La conquista burguesa del poder político había demostrado ser prematura.Esto fue confirmado por el hecho de que los capitalistas mercantiles fueron posterior‐mente incapaces de recuperar la supremacía perdida en 1800 ante la esclavocracia ydebieron conformarse con el segundo puesto.

Este destronamiento de la gran burguesía del norte por parte de los plantadores delSur se mostró como una prueba positiva de los defectos de la revolución del siglo XVIII.Pero este revés político fue posible por las subyacentes relaciones sociales y sus canales dedesarrollo. ¿Por qué la burguesía del norte fue incapaz de mantener la posición predo‐minante que había obtenido? Precisamente porque la quinta y más importante tarea dela revolución –la liquidación de todas las fuerzas sociales precapitalistas– no se habíallevado a cabo completamente. Así el liderazgo capitalista mercantil cayó víctima delatraso económico de la sociedad norteamericana. La primera revolución se desenvolvióen un país colonial con un relativamente bajo nivel de desarrollo basado en la agricul‐tura. La contradicción entre el régimen político extremadamente avanzado de los EEUUtras la revolución y su aún inmadura y desindustrializada economía fue la causa prin‐cipal de la debilidad política y la caída de la gran burguesía.

La estructura social de los Estados Unidos a fines del siglo XVIII era una combinaciónde trabajo libre y esclavo, de formas precapitalistas y capitalistas de producción. Paracompletar la reconstrucción de la sociedad sobre líneas burguesas, habría sido necesa‐rio romper la base sobre la cual se apoyaba la esclavitud. Esto demostró ser imposibleen las condiciones existentes. Los intereses esclavistas eran suficientemente poderososen el momento de la revolución como para evitar cualquier intento de interferir con lainstitución en los baluartes del sur e incluso para obtener garantías constitucionales parasu perpetuación. Los oponentes de la esclavitud no pudieron hacer otra cosa que restrin‐gir su alcance planteando la abolición del tráfico de esclavos en un plazo de veinte años,la emancipación en ciertos estados del norte donde la esclavitud era de escasa importan‐cia económica, y su prohibición en los territorios despoblados del noroeste.

La esclavitud se estaba convirtiendo en una forma de producción tan poco rentablepara muchos plantadores hacia el fin del siglo XVIII que los opositores de la esclavitudse consolaban esperando su decadencia tanto en el norte como en el sur. Los problemasque presentaba se verían así automáticamente resueltos a través de una gradual transi‐ción del trabajo esclavo al libre.

Estas expectativas se vieron frustradas por el ascenso del Rey Algodón (King Cotton).Esta revolución económica en la agricultura del sur dio tal vitalidad al moribundo sis‐tema esclavista que sus amos económicos y sus servidores políticos no solo obtuvieronel comando del gobierno nacional de manos de la burguesía federalista con la ascensiónde Jefferson a la presidencia en 1800, sino que fueron capaces de mantener su suprema‐cía intacta por los siguientes sesenta años.

La lucha por la supremacía entre las fuerzas proesclavistas centradas en el Sur y lasfuerzas que apostaban por el trabajo libre, lideradas por la burguesía del norte, fue elfactor decisivo en la vida política de los Estados Unidos en el período comprendidoentre las dos revoluciones. Desde 1800 la burguesía continuó cediendo terreno políticoa los plantadores. El poder político inevitablemente gravitó hacia las manos de la eco‐nómicamente predominante nobleza algodonera. Los capitalistas no podían recuperarsu liderazgo perdido hasta que el desarrollo económico del país produjese una nuevacombinación de fuerzas sociales lo suficientemente fuerte como para pesar más que laesclavocracia y sus aliados, y así derrotarla.

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Gracias a los logros de la revolución y a circunstancias económicas internacionalesexcepcionalmente favorables, los Estados Unidos dieron tremendos pasos adelantedurante la primera mitad del siglo XIX. Las fuerzas productivas de la nación, agrícolase industriales, libres y esclavas, crecieron a pasos agigantados. Las ganancias acumula‐das como resultado de la revolución y el posterior progreso económico fueron redistri‐buidas, como resultado de la presión popular, en la forma de numerosas pequeñasreformas democráticas graduales. Esta parte del régimen plantador‐burgués fue unperíodo comparativamente pacífico para la política doméstica. Las principales disputasque emergieron entre las clases dirigentes (incluso aquellas que implicaban directamen‐te a la esclavitud) fueron resueltas por compromiso.

En torno a 1850 estos procesos sufrieron un revés abrupto. El ascenso de la industriaa gran escala en el norte y la expansión de las pequeñas unidades agrícolas en el noroes‐te trastocaron el equilibrio sobre el cual el poder de los plantadores había descansado yllevaron a una nueva correlación de fuerzas sociales. Atemorizados por la perspectivade perder el poder supremo y por la declinación económica y desintegración social delsistema esclavista, los intereses de los plantadores se opusieron por completo a las ten‐dencias progresivas en todos los campos de la vida nacional. Su despotismo comenzó ahacerse cada vez más intolerable. No solo los esclavos negros sino el conjunto del pue‐blo norteamericano se estaban convirtiendo en víctimas de los arrogantes e incontrola‐dos propietarios de esclavos. Para enfrentar esta reacción creciente y asegurar la conti‐nuidad del progreso nacional, era imperioso terminar con el poder esclavista.

La candidata más adecuada para liderar la lucha contra los plantadores del sur era la“segunda hija” de la burguesía, la clase manufacturera. Esta sección de los capitalistashabía estado luchando desde hacía tiempo para obtener la posición de supremacía polí‐tica en los EE.UU. que su hermana mayor, la aristocracia mercantil, había perdido en1800. La ardiente lucha entre los plantadores y los industriales, que renacía periódica‐mente, había sido suavizada por los compromisos de 1820, 1832 y 1850. Con la organi‐zación del partido Republicano en los años cincuenta, los industriales lanzaron su luchafinal por la conquista del poder.

Dos métodos para librarse de la sujeción al poder esclavista fueron propuestos porrepresentantes de diferentes estratos sociales en el norte. Los voceros de los ascenden‐tes capitalistas industriales esperaban despojar a los plantadores a través de compromi‐sos y de medios constitucionales pacíficos, siguiendo el precedente establecido por losindustriales británicos en las Indias Occidentales. Los agentes políticos de los manufac‐tureros británicos habían llegado a un acuerdo con la aristocracia terrateniente en casa,así como con los plantadores de las Indias Occidentales, y en 1833 instituyeron la eman‐cipación compensada de los esclavos de las colonias inglesas a través de una disposiciónparlamentaria.

La forma norteamericana de abolir la esclavitud, sin embargo, sería diferente a lainglesa. No siguió el curso de reforma política y social imaginado por los republicanosconservadores. Tomó el camino revolucionario planteado por los abolicionistas radica‐les. Estos pioneros de la segunda revolución, que reflejaban los puntos de vista de la“democracia plebeya” (pequeños agricultores y trabajadores asalariados en el norte, yesclavos en el sur) abogaban por la exterminación del poder esclavista desde la raíz.

Muy pocos norteamericanos consideraban un programa tan radical como algo desea‐ble o una perspectiva tan drástica como algo factible durante los cincuenta. Pero las alar‐mantes agresiones de la reacción esclavista y la agudización de la crisis social rápida‐

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mente transformaron la perspectiva general. En sus primeras etapas la reacción esclavis‐ta se había desarrollado sobre las bases políticas establecidas por la revolución del sigloXVIII. Pero las instituciones democráticas se habían convertido en insoportables frenosque la esclavocracia quería superar.

El secesionismo sureño, la expresión franca de estas tendencias reaccionarias, busca‐ba nada menos que la reversión total de los objetivos y los logros de la primera revolu‐ción norteamericana. Su programa explícitamente reclamaba una negación incondicio‐nal de sus principios igualitarios y democráticos, la destrucción de la Unión, y la suje‐ción de las fuerzas productivas de la nación al anacrónico sistema esclavista. La secesiónimplícitamente conllevaba al abandono del gobierno representativo republicano e inclu‐so amenazaba con la pérdida de la independencia nacional a manos de las potenciasimperialistas de Europa, Francia e Inglaterra, hostiles a la Unión. De modo que todas lasconquistas de la primera revolución, representadas por las tradiciones e institucionesmás valoradas de los Estados Unidos, estaban amenazadas por este movimiento retró‐grado.

La victoria del partido Republicano en las elecciones presidenciales de 1860 y la pos‐terior secesión de los estados esclavistas puso en primer plano la lucha entre los planta‐dores del sur y la burguesía del norte, el campo pro‐esclavista y el anti‐esclavista, la con‐trarrevolución y la revolución. El golpe de estado secesionista replanteó todos los pro‐blemas de la revolución democrático‐burguesa, incluso aquellos que supuestamentehabían sido resueltos para siempre.

En este momento crítico tres grandes alternativas se abrieron para el pueblo nortea‐mericano. Una victoria de la Confederación habría liquidado los restos de la revolucióny extendido el odiado régimen dictatorial de los esclavistas sobre todos los EE.UU. Otrocompromiso ineficaz entre los campos opuestos habría provocado la postergación de lalucha y el agotamiento del pueblo. Una victoria de las fuerzas revolucionarias limpiaríael camino para la resolución final de las tareas de la revolución democrático‐burguesa.

El desarrollo de la guerra civil pronto excluyó cualquier punto medio o margen parael compromiso, dejando abiertas solo las dos variantes extremas. La alternativa favora‐ble triunfó. Los republicanos burgueses, que habían tomado el poder con un programade restricción del poder esclavista, descubrieron que solo podrían defenderse de los ata‐ques de la Confederación apoyándose en medidas crecientemente revolucionarias queapuntaban a la derrota y la abolición del poder esclavista. Para conservar las conquistas dela primera revolución norteamericana, comprendieron que era necesario extenderlas a través deuna segunda. Una sacudida suplementaria de las relaciones socio‐económicas era nece‐saria para sostener el cambio político de 1860.

En el curso de esta segunda revolución, los representantes más radicales del capitalindustrial y sus aliados plebeyos completaron las tareas iniciadas por sus predecesoresen la primera. Ubicándose a la cabeza de las fuerzas anti esclavistas, los radicales toma‐ron completo control del gobierno federal y concentraron su aparato en sus manos.Derrotaron a los ejércitos de la Confederación en los campos de batalla de la guerra civil;hicieron añicos el poder político y económico de la oligarquía esclavista; consolidaron ladictadura burguesa establecida durante la guerra; y remodelaron la república según suspropios intereses y objetivos de clase.

Esta segunda revolución norteamericana no solo instaló a una nueva clase gobernan‐te en el poder sino que, aboliendo la esclavitud, eliminó la principal forma de propie‐dad y trabajo en el Sur. El gran problema político y social que había agitado a Estados

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Unidos desde la primera revolución –cómo deshacerse del poder esclavista y su “pecu‐liar institución” – quedó definitivamente resuelto por la segunda.

La segunda revolución también clausuró el rol político progresivo de la burguesíanorteamericana. Luego de ayudar a aniquilar el poder esclavista y la esclavitud, su uti‐lidad política quedó completamente agotada. Como la aristocracia plantadora antes deella, la nueva oligarquía capitalista dominante rápidamente se transformó en una fuer‐za completamente reaccionaria, hasta convertirse en el principal obstáculo para el pro‐greso social no solo dentro de Estados Unidos sino en todo el mundo.

El curso de la revolución en el Viejo Mundo y en el Nuevo

Así como los historiadores norteamericanos han ignorado la relación orgánica entre laprimera revolución norteamericana y la segunda, también han pasado por alto la afini‐dad entre los movimientos revolucionarios en Estados Unidos y en Europa a mediadosdel siglo XIX. Sin embargo la conmoción en el Nuevo Mundo no puede ser completa ycorrectamente comprendida sin aclarar sus conexiones con los procesos revolucionariosque tenían lugar en el Viejo Mundo.

En cada etapa de su desarrollo la historia norteamericana ha sido un producto resul‐tante de las interacciones entre fuerzas internacionales y nacionales. Europa occidental,que dominó el Nuevo Mundo durante el descubrimiento y la colonización, continuódeterminando las principales líneas de desarrollo social y económico en América déca‐das después de la independencia política de Estados Unidos.

La segunda revolución norteamericana no fue provocada simplemente por problemasirresueltos que surgieron de la primera. Fue, en no menor medida, el resultado de todoel curso de la evolución histórica en el mundo occidental desde 1789, y más particular‐mente, desde los decisivos eventos políticos de 1848 en Europa. Estos desarrollos plan‐tearon nuevos problemas al pueblo norteamericano. También proporcionaron caminosy medios para solucionar los viejos problemas junto con los nuevos.

Entre el final de la primera revolución norteamericana en 1789 y el comienzo de lasegunda en 1861, una revolución mucho más grande tuvo lugar en el mundo occiden‐tal. Esta revolución ocurrió en el campo de la producción. La introducción de maquina‐ria mecánica transformó la base tecnológica de producción, dio nacimiento al sistemafabril, e hizo posible la industria a gran escala. Con el establecimiento de la industria agran escala, el método capitalista de producción por primera vez se paró sobre sus pro‐pios pies y comenzó a establecer su liderazgo en las esferas decisivas de la vida econó‐mica. La era del capitalismo industrial sucedió a la del capitalismo comercial.

La era de ascenso del capitalismo industrial, que comenzó hacia fines del siglo XVIIIy se extendió hasta los inicios del siglo XX, fue una época turbulenta en la historia mun‐dial. Con furioso celo los emisarios del capitalismo atacaron y destruyeron los resabiosde las civilizaciones feudales y bárbaras y erigieron un nuevo mundo sobre sus ruinas.A partir de la extensión de los intercambios, capital, trabajo y cultura adquirieron unamovilidad sin precedentes. El capital se extendió a lo largo del globo, buscando oportu‐nidades de comercio e inversión; millones de personas fueron redistribuidas en lasmigraciones masivas más grandes de la historia, del Viejo Mundo al Nuevo; la culturase volvió más cosmopolita. La ciencia y las invenciones aceleraron el rápido ritmo de laindustria capitalista.

La segunda revolución norteamericana tuvo lugar durante la cima de este desarrollo.

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Desde 1852 hasta 1872 el capitalismo industrial conoció su crecimiento más impetuoso.El volumen sin precedentes del comercio mundial durante este período muestra elextraordinario tempo de la expansión económica. Después de crecer de 1,75 billón dedólares en 1830 a 3,6 en 1850, el volumen del comercio mundial se disparó a 9,4 billonesen 1870 –un aumento de más de dos veces y media. Esta tasa de incremento no ha sidonunca superada por el capitalismo mundial. Fue durante estos cien años de revoluciónindustrial y, sobre todo, entre 1850 y 1870, cuando cobró forma el moderno mundo capi‐talista.

Esta época de rápida expansión del capitalismo, desde 1847 hasta 1871, fue asimismoun período de guerras y revoluciones. Hubo tres fases consecutivas de guerra y revolu‐ción durante este período. La crisis de 1847 produjo la primera poderosa ola de conmo‐ciones. Estas fueron frenadas por una serie de victorias de la reacción y por la reanima‐ción económica que siguió a la fiebre del oro californiana de 1849.

Luego de un prolongado período de prosperidad, la crisis mundial de 1857 inició unasegunda secuencia de guerras y revoluciones. Comenzó con la primera guerra italianapor la independencia y fue seguida en rápida sucesión por la guerra civil norteamerica‐na en 1861, la insurrección polaca en 1863, la aventura mexicana de Napoleón II y lacampaña contra Dinamarca de 1864 que inició la serie de guerras prusianas dirigidaspor Bismarck. Este impulso revolucionario llegó a sentirse incluso en Japón, donde, através de la revolución Meiji, los dirigentes japoneses adaptaron parcialmente su econo‐mía y su régimen a las demandas del nuevo sistema industrial.

El tercer y último período, iniciado por la crisis de 1866, presenció la continuación dela campaña expansiva de Bismarck, con el ataque sobre Austria de 1866 que fue conclui‐do victoriosamente con la victoria sobre Francia en 1871; el alzamiento republicano enEspaña que derrocó a la reina Isabel; y la última de las aventuras de Luis Napoleón queculminó en el derrumbe del Imperio en 1871.

La guerra civil en Francia que siguió a la caída de Napoleón, donde por primera vezen la historia el proletariado tomó el poder, fue el punto de quiebre histórico de estaépoca. Con la derrota de los comuneros de París y la restauración del orden burgués enla Tercera República, la marea revolucionaria retrocedió por el resto del siglo.

Así, durante casi veinticinco años, todo el mundo occidental fue una caldera de gue‐rra y revolución. Estos fueron los años más turbulentos que la humanidad había expe‐rimentado desde las guerras napoleónicas y que iba a conocer hasta la primera guerramundial. Dentro de esta caldera se forjaron no sólo las potencias imperialistas de laEuropa moderna que iban a dominar la tierra hasta 1914, sino también la nación desti‐nada a sucederlas como la mayor de las potencias mundiales: los Estados Unidos deNorteamérica.

La segunda revolución norteamericana debe observarse dentro de esta configuraciónhistórico‐mundial. Nuestra guerra civil no fue un fenómeno aislado ni puramente nacio‐nal. Fue uno de los más importantes eslabones en la cadena de conflictos que emergieron directa‐mente de la crisis económica mundial de 1857 y constituyó el gran movimiento revolucionariodemocrático‐burgués de mediados del siglo XIX. Mientras que las revoluciones de 1848 y1871 en Francia fueron los eventos principales en la primera y la última etapa de dichomovimiento, la revolución que comenzó en 1861 en Estados Unidos fue el acontecimien‐to central de su segundo capítulo. Fue la lucha revolucionaria más importante del sigloXIX, así como la más exitosa.

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Resultados de la revoluciones de mediados del siglo XIX

El desarrollo de los movimientos revolucionarios democrático‐burgueses de mediadosdel siglo XIX procedió con ritmos diferentes, asumió diferentes formas y tuvo diferen‐tes resultados en los distintos países. Desde Irlanda hasta Austria los levantamientos de1848 en Europa uniformemente terminaron en desastre y en la restauración del viejoorden –con cambios superficiales en la cima. Al mismo tiempo estos frustrados asaltoshicieron posibles numerosas reformas en las décadas sucesivas y prepararon el caminopara futuros avances de las fuerzas progresivas.

Los movimientos revolucionarios de la segunda y la tercera ola fueron más exitososen alcanzar sus objetivos. El triunfo de la Unión en los Estados Unidos tuvo una impor‐tancia histórica mucho mayor que el fracaso de la insurrección polaca de 1863. La con‐quista de la unificación nacional y la independencia por parte de los pueblos alemán eitaliano fue más significativa que el hecho de haber sido obtenida bajo auspicios monár‐quicos. Incluso donde las luchas revolucionarias fueron infructuosas, engendraronvaliosas reformas (extensión del sufragio en Inglaterra, autonomía nacional para loscantones suizos, limitadas libertades constitucionales en Hungría, etc). Hacia 1871 laburguesía se había asegurado gobiernos liberales constitucionales en la mayoría de losprincipales países de Europa occidental, con la excepción de Alemania, Rusia y Austria‐Hungría. Estas naciones retrasadas debieron pagar sus viejas deudas con la historia endoble y triple medida cuando la siguiente marea revolucionaria europea emergió en1917‐1918.

Excepto en los Estados Unidos, las reformas sociales se restringieron a la eliminaciónde los vestigios del feudalismo que obstaculizaban el desarrollo capitalista. Así la revo‐lución de 1848 llevó a la abolición de la servidumbre en Hungría; en 1863 Alejandro IIdecretó la emancipación de los siervos en los dominios rusos. Solo en los EstadosUnidos tuvo lugar una transformación realmente revolucionaria de las relaciones socia‐les.

Aquí los problemas de la revolución burguesa fueron resueltos con el mayor éxito.Aquí los magnates del capital industrial se convirtieron en los únicos gobernantes de larepública, destruyendo la esclavocracia y la esclavitud. En otras partes, como enAlemania e Italia, la burguesía pecó de falta de energía revolucionaria, no alcanzó todossus objetivos, y permaneció como vasallo de las clases superiores que mantuvieron elcontrol del gobierno en sus manos.

La burguesía norteamericana fue capaz de completar su misión histórica tan brillan‐temente gracias al carácter excepcional del desarrollo social norteamericano. Su luchapor el poder se basaba en los grandes logros de la primera revolución. El pueblo norte‐americano ya había alcanzado la independencia nacional, se había librado del altar y eltrono, y había disfrutado de las bondades de la democracia republicana. Estas ventajasdieron a la burguesía norteamericana un punto de partida privilegiado que le permitióaventajar más fácilmente a los europeos.

Además, el poder económico, la independencia política y el peso social de los capita‐listas en Estados Unidos superaban considerablemente a los de sus equivalentes alema‐nes e italianos. Los amos del capital norteamericano no eran novatos políticos. Se habí‐an tomado casi un siglo para prepararse para este choque final; habían tenido en susmanos el poder supremo una vez y consideraban que les correspondía. Ya habían crea‐do sus propias intituciones parlamentarias y tomado posesión legal del aparato del esta‐do antes de que la batalla estallase. Salieron al ruedo con su propio partido y programa.

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El rol de los republicanos burgueses como defensores de la Unión y de sus institucionesdemocráticas les permitió agrupar en torno a ellos a las fuerzas progresistas dentro dela nación y a lo largo del mundo civilizado. El Norte pudo contar con el apoyo de losnegros del sur cuya simpatía debilitó a la Confederación, aún donde los líderes de laUnión no se atrevieron a impulsar su acción. Tuvieron éxito en ganarse para su bando ala masa de pequeños granjeros, mientras que los esclavistas fracasaron en su intento deatraer hacia el conflicto a sus simpatizantes entre los gobiernos de Europa occidental. Laimportancia de estas alianzas puede estimarse cuando se recuerda que los colonos rebel‐des fueron capaces de derrotar a sus amos británicos gracias a la intervención militar yla ayuda financiera de Francia, España y Holanda.

La fuerza económica y de mano de obra de la burguesía del norte no era menosimportante que la de su adversario. El boom que precedió a la crisis de 1857 proporcio‐nó oleadas de riqueza a los financieros e industriales norteños y puso a su disposiciónamplios recursos de capital y crédito. Los unionistas tenían una base industrial y agrí‐cola extendida y sólida bajo sus pies. La Confederación, por el contrario, no tenía ni unabase industrial adecuada (agotaron sus energías tratando de improvisar una bajo la pre‐sión de la guerra civil), ni cantidades de capital líquido a su disposición, ni fácil accesoa los recursos del mercado mundial. La guerra, que agotó las reservas de laConfederación, arruinó su economía esclavista y aisló su gran cultivo vendible del mer‐cado, proporcionó en cambio un impulso a la expansión de la agricultura y la acumula‐ción de capital dentro de los estados leales.

Finalmente, el claro e irreconciliable antagonismo entre la esclavocracia y los indus‐triales, por un lado, y la inmadurez del proletariado, por el otro, permitieron a la bur‐guesía radical llevar hasta el final la lucha contra su clase enemiga. La burguesía alema‐na tuvo que observar en cada etapa del conflicto a los príncipes y Junkers a su derechay a una desconfiada clase obrera a su izquierda. Excepto por una breve explosión amediados de 1863, los trabajadores industriales en Estados Unidos no se transformaronen un factor de poder independiente en las luchas revolucionarias. La revolución estu‐vo dirigida por los republicanos radicales, los más decididos representantes de la bur‐guesía. Los radicales fueron los últimos de la gran lista de revolucionarios burgueses.Echando a un lado a los conciliadores de todo calibre y derrotando toda oposición porizquierda, aniquilaron a su enemigo de clase, despojaron a los esclavistas de todo podereconómico y político, y procedieron a transformar a los Estados Unidos en una nacióndemocrático‐burguesa modelo, libre de los últimos vestigios de condiciones precapita‐listas.

Luego de la guerra civil y la Recontrucción, los magnates capitalistas que gozaban delpoder político y económico no consideraron necesarios más cambios fundamentales enla sociedad americana. Y era cierto que el tiempo para las transformaciones revolucio‐narias dentro del marco del capitalismo se había acabado. Eso no significaba, de todosmodos, como enseñan los defensores del sistema, que toda posibilidad de revoluciónhubiera desaparecido para siempre en los Estados Unidos. Esta, la más exitosa de lasrevoluciones burguesas, había dejado todavía importantes tareas sin realizar. Por ejem‐plo, llevó adelante la reforma agraria de manera altamente injusta. La Homestead Actde 1862 otorgó a los pequeños granjeros blancos libre acceso a los territorios fiscales deloeste pertenecientes al gobierno federal y entregó grandes áreas de la mejor tierra a lascorporaciones ferroviarias.

Pero los cultivadores negros, que habían contribuido tanto a la victoria sobre los plan‐tadores, fueron tratados de manera muy injusta. Aunque los republicanos emanciparon

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a los esclavos, se negaron a otorgar a los libertos los medios materiales para la indepen‐dencia económica (“cuarenta acres y una mula”) o a garantizar su igualdad social y susderechos democráticos. En la disputada elección presidencial de 1876, para asegurar sucontinuidad en Washington, los líderes republicanos sellaron un acuerdo con los jefesblancos del sur que eliminó lo que quedaba de la igualdad y la democracia que losnegros habían conquistado durante la Reconstrucción.

El fracaso del régimen burgués para solucionar el problema negro ha afectado a nues‐tro país hasta nuestros días. Parece que para cumplir esta tarea, abandonada sin termi‐nar por la revolución del siglo XIX, se requerirá una lucha de magnitud comparable.

La democracia norteamericana fue defendida y extendida por la coalición de fuerzasde clase que lucharon y ganaron en la guerra civil. Pero en el mejor de los casos estademocracia ha permanecido restringida. En ningún momento desde entonces la masadel pueblo norteamericano ejerció un control decisivo sobre el gobierno nacional. Tantocon los republicanos como con los demócratas en la Casa Blanca y el Congreso, los plu‐tócratas han gobernado este país y determinado sus principales políticas en guerra opaz.

Esta democracia política formal se ve todavía más limitada por la autocracia indus‐trial de los grandes capitalistas que controlan y operan la economía nacional para supropio beneficio. Los trabajadores que producen la riqueza de los Estados Unidos no tie‐nen ningún control sobre su distribución.

En 1960 los monopolistas ocupan la misma posición en la vida norteamericana que losesclavistas en 1860. Son una fuerza social obsoleta, el principal freno al progreso nacio‐nal, los más serios enemigos de la democracia. En lugar de liderar los movimientos pro‐gresivos a favor del pueblo, se han transformado en los organizadores de la contrarre‐volución y en los aliados de la reacción a través del mundo.

Su curso está creando, lenta pero firmemente, las precondiciones para una resistenciade masas a su dominio que culminará en una tercera revolución americana. Este nuevomovimiento de emancipación, basado en los trabajadores, tendrá programa y objetivossocialistas y será dirigido contra la reacción capitalista. Pero sus organizadores y líderespueden aprender mucho de los radicales de los años de la guerra civil, que se enfrenta‐ron al desafío de la contrarrevolución de los esclavistas, destruyeron su resistencia en elcampo de batalla, confiscaron cuatro billones de su propiedad, y cambiaron de raíz suantiguo sistema social. Mostraron con su ejemplo cómo tratar a una clase dominantetiránica que se niega a retirarse pacíficamente cuando le ha llegado la hora de hacerlo.

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Resumen

Las creaciones de Roberto Arlt, como Los siete locos (1929) y su continuación, Los lanzal‐lamas (1931), fueron escritas en un escenario histórico preciso: el de la crisis agónica dela organización social capitalista. Sus personajes se mueven en esta sociedad sin per‐spectivas, y no es casualidad su caracterización como locos, desesperados, oportunistaso inmorales. La personalidad, como el arte, es íntima de la trama social en la que sedesenvuelve; en este caso, la decadencia de un régimen en descomposición que tendrásu expresión más bárbara con la primera guerra mundial y el fascismo. TambiénTheodor Adorno y León Trotsky tuvieron que atravesar estos senderos de la historia.Con sus diferencias, ambos se esforzaron por desentrañar el papel del arte en este con‐texto particular, poniendo de manifiesto tanto los límites sociales con los que chocacomo su potencia disruptiva frente a ellos. No en vano, los dos se toparon contra lamuralla contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista. El objetivo del presente textoes, a la luz de estos autores, reinterpretar las aventuras de Erdosain recuperando los ele‐mentos fundamentales de su teoría estética y teoría política.

JU L I Á N AS I N E R. LA S AV E N T U R A S D E ER D O S A I N E N L A AG O N Í A D E L C A P I TA L I S M O

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Las aventuras de Erdosainen la agonía del capitalismo

Julián AsinerUniversidad de Buenos Aires (UBA)[email protected]

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Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que comolas de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un edifi‐

cio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados.

Roberto Arlt, Palabras del autor, Los lanzallamas

Arte disonante

Lo disonante es un concepto central para Theodor Adorno. Los movimientos artísticoshijos del siglo XX se adentraron audazmente en el mar de lo que nunca se había sospe‐chado, pero para nuestro autor “este mar no les proporcionó la prometida felicidad dela aventura” (Adorno, 1984: 9). El motivo es que la liberación artística, producto deltránsito de la vieja sociedad a la era capitalista, entró en contradicción con la falta delibertad de la totalidad. La autonomía exigida por el arte iluminista se alimentó de laidea de humanidad… “pero esta idea se desmoronó en la medida en que la sociedad sefue haciendo menos humana” (ídem). En este contexto, la autonomía del arte puedetransformarse en ceguera, un escapismo que termina sancionando la prepotencia de larealidad empírica que pretende negar. Por eso, Adorno reivindica un arte que haga valersu autonomía como revulsivo, que se vuelque contra lo existente y lo establecido. Esa esla disonancia, la tensión interna a la que el arte debe aspirar.

Adorno considera al arte como un ser al cuadrado, que tiene un doble carácter: porun lado es autónomo, un producto violento de la identificación impuesta por el sujeto;pero por el otro es un hecho social, que imita lo empíricamente vivo. Una obra artísticase convierte en sublime cuando, aún ocupando un lugar determinado en relación con larealidad empírica, se sale de su camino, “no de una vez y para siempre, sino en formaconcreta, en forma inconscientemente polémica frente a la situación en que se halla esarealidad en una hora histórica” (Adorno, 1984: 15). Así, los insolubles antagonismos quepresenta la realidad aparecen en la obra de arte como problemas inmanentes a su forma.Es esto, y no la mera inclusión de “temáticas sociales”, lo que define la relación del artecon la sociedad. El arte no se deduce de esta última sino que actúa, entonces, como suantítesis social. Es esta disonancia la que caracteriza el juego de choques y convergen‐cias entre la fuerza de la obra y una realidad externa que, mientras acrecienta su podersobre el sujeto, hace lo propio con la autonomía del arte.

En Adorno la disonancia es un término técnico para designar lo feo. Para nuestroautor, el arte tiene que convertir en uno de sus temas lo feo y lo proscripto. Una socie‐dad oprimida, resentida, que lleva todos los estigmas de la humillación del trabajo cor‐poral y esclavizado, está penetrada por la amargura. En estas condiciones, el arte nopuede dejar de expresarlo; no para integrarlo, suavizarlo, o para reconciliarse con lo feo,“sino para denunciar en ello a un mundo que lo crea y lo reproduce a su propia ima‐gen” (Adorno, 1984: 71). Adorno insiste en que en la forma artística se refleja algo queestá afuera de ella. Lo socialmente feo es el fundamento de poderosos valores estéticos.Cuando más pura y más total es la autonomía del arte, más horror puede encerrar. Elarte no tiene por qué aceptar la naturaleza estable de lo que solo es la horrible transito‐riedad de las cosas. Así, algo enemigo del arte se convierte en su motor y lo conduce másallá de su ideal. En palabras de Adorno, “este es el pecado original del arte y su perma‐nente atentado a la moral, que ataca la crueldad, pero de forma muy cruel” (Adorno,1984: 72). La violencia que hay en la materia de la obra de arte refleja esa otra violencia

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de la que precedió y que perdura como resistencia frente a la forma. Las grandes obrasresisten, gracias al peso de su triunfo, a cuanto de destructor y disgregador les rodeaba.Y llegamos de esta manera al concepto de lo bello, que en Adorno conforma una unidaddialéctica con lo feo. La imagen unilateral de lo bello, como lo uno, lo diferente, proce‐de para nuestro autor de “la angustia ante la poderosa unidad indiferenciada de la natu‐raleza”. Las obras se convierten en bellas precisamente por su movimiento contra lapura existencia.

Tensión, disonancia, feísmo, son las notas del arte en la época de la cosificación bur‐guesa de la sociedad. De allí las diatribas de Adorno contra el arte aplanado, falto deresistencia, comprometido con la mentira, como caracteriza al llamado “realismo socia‐lista” de la burocracia soviética. La pérdida de tensión es la objeción más fuerte para unarte que queda convertido en la triste ideología del poder. Y el abuso ideológico es parael arte una constante provocación. Adorno denunciará al realismo socialista como “unabuso de la racionalidad estética empleado para el manejo y el dominio de las masas”(Adorno, 1984: 80). El arte no puede moverse por pura comprensión, a riego de trans‐formarse en evidente. Se disolvería, en este caso, su carácter enigmático. “Quien trata dellegar al arco iris, lo hace desaparecer” (Adorno, 1984: 164). La esencia del enigma con‐siste en que las obras dicen algo y a la vez lo ocultan. Por el contrario, aquellas que semanifiestan sin residuo ante la contemplación y el pensamiento, no son tales. La pene‐tración del fetichismo politizante concluye en una inevitable simplificación. Lo mismoocurre con el desarrollo de la mercantilización, que atraviesa todas las fronteras: lasobras de arte renuncian a sí mismas al someterse como “productos de la cultura demasas, guiados por el beneficio económico y cuyas huellas son perceptibles aun en lossupuestos países socialistas” (Adorno, 1984: 80). Adorno no va con vueltas: “mejor nin‐gún arte que realismo socialista” (ídem: 76).

El arte se mantiene en vida en la época de la decadencia capitalista gracias a su fuer‐za de resistencia social. Lo que aporta a la sociedad no es su comunicación con ella, sinoalgo más mediato: su resistencia. “Su gesto histórico rechaza la realidad empírica aun‐que la obra de arte, en cuanto cosa, sea una parte de ella” (Adorno, 1984: 297). Lo feo esuna categoría dinámica y absolutamente necesaria, al igual que su opuesto, lo bello.Para Adorno, este carácter violento y destructivo del arte es insustituible bajo las cir‐cunstancias de un mundo que el propio hombre se encarga de destrozar. En sus propiaspalabras, “esta situación podría cambiar si las fuerzas productivas cambiasen también,no sólo de objetivos, sino de relación con la naturaleza, a la que ahora se trata de tecni‐ficar (…) su fealdad desaparecería cuando la relación de los hombres con la naturalezadejara de tener ese carácter represivo, que es consecuencia de la opresión de los hom‐bres, y no lo contrario” (Adorno, 1984: 68).

Zona de angustia

Roberto Arlt construye para Remo Erdosain un mundo de aventuras, desdichas y cons‐piraciones. La crisis existencial de una sociedad deshumanizada está presente comocontenido, pero muestra del mismo modo su impronta en la forma de la obra. Tenemos,por un lado, el escenario de la primera posguerra y la gran depresión de los años 30. Deeste contexto brotarán los grandes tópicos del universo arltiano; la angustia y la violen‐cia que caracterizan a sus personajes, pero que son mucho más que eso: constituyen una“marca de época”. Erdosain es el hombre urbano, el sujeto moderno, que sobrevive y sebusca entre estas contradicciones. Hundido en su laberinto, se imagina que, a dos

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metros de altura por encima del nivel de la ciudad, existe una suerte de atmósfera sociala la que denomina “zona de angustia”. “Esta zona de angustia era la consecuencia delsufrimiento de los hombres. Y como una nube de gas venenoso se trasladaba pesada‐mente de un punto a otro, penetrando murallas y atravesando los edificios sin perder suforma plana y horizontal; angustia de dos dimensiones que guillotinando las gargantasdejaba en éstas un regusto de sollozo” (Arlt, 2005a: 10). Este pasaje, que nos habla efec‐tivamente de una sociedad agónica, se distingue por el lenguaje rutilante que emplea.La forma, en Arlt, se expresa al gusto de Adorno, logrando la mímesis. ¿No es éste unbuen ejemplo también del feísmo en la cultura? Erdosain se convence de que solo pro‐bando la repugnancia y lo aborrecible podrá encontrar una verdadera imagen de símismo.

La obra de Arlt está atravesada por el expresionismo, un movimiento cultural breve(1910‐1925) que ideológicamente rechazó los sistemas totalitarios, la deshumanización yla vida tradicional. El expresionismo se construyó en oposición al modo de vida burguésque definió las crisis y la declinación de comienzos de siglo. En lugar de aceptar la impo‐sición de la realidad que los rodeaba, los artistas expresionistas impusieron su descrip‐ción personal de la realidad. La realidad física quedó expuesta desde una perspectivadistorsionada, oblicua, que, en términos literarios, se tradujo en un lenguaje áspero, acrey duro; es decir, en la desarmonía. La visión pesimista de la vida impregna el movimien‐to. El expresionismo ahondó en un mundo onírico cargado de sugerencias, símbolos yfantasía, rayano en lo grotesco. Los textos se cargaron de ambigüedad, de dislocacionesestructuradas en las formas y los contenidos. Los acontecimientos son menos importan‐tes que una intimidad caótica signada por la represión y la frustración. Esta exaltacióndel yo lírico nacía de una necesidad: era la explosión del individuo ante el ahogo quesentía su personalidad en el contexto de esta modernidad opresiva y alienante. Y ahí vaErdosain, entre las náuseas de la pena y su afán de humillación, apretando los dientesde satisfacción al insultarse y rebajarse… hasta quedar asqueado de sí mismo…

Arte estrangulado

León Trotsky tuvo una virtud infinita: encabezó la lucha contra el envilecimiento buro‐crático del arte —y de la revolución misma—, allí y donde éste comenzó a dar sus pri‐meros pasos. Pagó caro tal osadía, pero su legado de desenmascaramiento del régimenestalinista es históricamente invalorable. Desde la dirección del partido bolchevique,luego desde su Oposición de Izquierda y más tarde como IV Internacional, Trotsky bata‐lló de forma sistemática contra la degeneración de la creación humana más ambiciosa yprogresiva del siglo: la Revolución de Octubre. En el terreno del arte, su contribuciónprincipal quedó cristalizada en los análisis de Literatura y revolución y en el célebre“Manifiesto por un arte revolucionario independiente”, que escribiera en conjunto conAndré Breton.

Al igual que Adorno, Trotsky señala en el declive de la sociedad burguesa una agra‐vación insoportable de las contradicciones sociales. Estas se transforman, inevitable‐mente, en contradicciones individuales, haciendo más ardiente aún la exigencia de unarte liberador. El capitalismo decadente se muestra, sin embargo, absolutamente inca‐paz de ofrecer las condiciones mínimas de desarrollo de las corrientes artísticas de suépoca. Para Trotsky, “las masas oprimidas viven su propia vida, y la bohemia es unabase demasiado estrecha: es por lo que las nuevas corrientes artísticas tienen un carác‐ter cada vez más convulsivo oscilando entre la esperanza y la desesperación” (Trotsky,

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2004: 226). Eso explica que las escuelas artísticas del momento, como el cubismo, el futu‐rismo, el dadaísmo y el surrealismo, se sucedan las unas a las otras sin alcanzar su plenodesarrollo. Para nuestro autor, “el arte, que representa el elemento más complejo, el mássensible y, al mismo tiempo, el más vulnerable de la cultura, sufre muy particularmen‐te de la disgregación y putrefacción de la sociedad” (ídem). Es imposible encontrarle lasalida a este atolladero por los medios exclusivos del arte.

La revolución obrera del 17, nacida de las entrañas de la guerra imperialista, vendríaa dar, frente a este panorama, un magnífico impulso al arte en todos los dominios. Pero,por el contrario, la reacción burocrática que le siguió estranguló “la producción artísti‐ca con su mano totalitaria” (Trotsky, 2004: 223). El Manifiesto de Trotsky y Bretondenuncia que, bajo la influencia del régimen de la URSS, se difundió un crepúsculo hos‐til a la eclosión de cualquier especie de valor espiritual. “Crepúsculo de fango y sangreen el que, disfrazados de artistas e intelectuales, participan hombres que hicieron delservilismo su móvil, del abandono de sus principios un juego perverso, del falso testi‐monio venal un hábito y de la apología del crimen un placer” (Trotsky, 2004: 234). Es queel arte oficial del estalinismo no era más que un reflejo burocrático para disimular suverdadera función mercenaria. El realismo socialista, con sus funcionarios armados deplumas, glorificaba a “los jefes ‘grandes’ y ‘geniales’, aunque faltos, de hecho, del menordestello de grandeza o de genio” (Trotsky, 2004: 229). Este “movimiento artístico”, quenunca llegó a ser tal, quedará como la expresión más concreta del retroceso profundo dela Revolución Rusa.

Para Trotsky el arte no puede someterse a ninguna directiva externa. La actividadartística debe rechazar los fines que le son impuestos por quienes pretendían regularla,de acuerdo a presuntas razones de Estado. La libre elección de los temas, y la ausenciaabsoluta de restricción en lo que respecta a su campo de exploración, son para el artistaun bien inalienable. La fórmula de Trotsky y Breton, en este punto, no deja lugar adudas: “toda libertad en el arte” (Trotsky, 2004: 235). “Si para desarrollar las fuerzas pro‐ductivas materiales, la revolución tiene que erigir un régimen socialista de plan centra‐lizado, en lo que respecta a la creación intelectual debe desde el mismo comienzo esta‐blecer y garantizar un régimen anarquista de libertad individual” (ídem). Para estosrevolucionarios, el artista solo puede servir a la lucha emancipadora cuando está pene‐trado de su contenido social e individual, y cuando este sentido, asimilado en sus ner‐vios, encarna artísticamente su mundo interior. La libertad de creación es condiciónnecesaria para ello. El partido revolucionario no debe, en esta materia, imponer órdenessino alentar al arte para que se abra su propio camino. En este punto coinciden arte yrevolución, porque sólo derribando las bases opresivas de la explotación social es posi‐ble ensanchar el campo de la creación artística. La tarea de los artistas es, entonces, par‐ticipar consciente y activamente en la preparación de la revolución. A ello convoca elManifiesto: “la necesidad de expansión del espíritu no tiene más que seguir su cursonatural para ser llevada a fundirse y fortalecer en esta necesidad primordial: la exigen‐cia de emancipación del hombre” (Trotsky, 2004: 235). De allí, la armoniosa fórmula conla que se resume todo el planteo: “He aquí lo que queremos: la independencia del arte–por la revolución; la revolución –por la liberación definitiva del arte” (ídem: 237).

Revolución degenerada

El embate burocrático que ahogó la revolución de Lenin y Trotsky es otra “marca deépoca” que atraviesa el mundo arltiano. Es necesario hablar aquí de la ensoñación vio‐

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lenta, los sueños de destrucción asociados al imaginario bélico de las guerras mundia‐les, que se convierten en la vía de escape que encuentran los hombres ante la catástrofeque los amenaza. La revolución que buscan dirigir el Astrólogo y sus siete locos estádegenerada desde antes de empezar. El sujeto llamado a protagonizarla está compues‐to por “los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canallaque sufre abajo sin esperanza alguna” (Arlt, 2005a: 17). Su método es el desarrollo deuna sociedad secreta, basada en células bolcheviques financiadas por una red de prostí‐bulos. El objetivo, montar un laboratorio para Erdosain, en el que se preparará el fosge‐no líquido para librar ataques simultáneos con gases tóxicos.1 Tras un primer golpe quedebe “despertar la inquietud revolucionaria”, el poder “quedaría en manos de otros”,dice el Astrólogo, ya que “no hay que olvidar que se trata de la primera etapa de la revo‐lución”. Y aclara en su defensa: “el sistema del régimen capitalista requiere, de parte delos simpatizantes del comunismo, una conducta semejante, aunada a un sistema de vidahipócrita. Esto les permitirá realizar actos tendientes a la destrucción del presente régi‐men, con la más absoluta de las impunidades” (Arlt, 2005b: 67). Frente al descreimien‐to de su interlocutor, arremete: “le digo a usted que cien hombres pueden hacer la revo‐lución en la República Argentina. Cien hombres decididos, con diez mil kilogramos defosgeno a la vanguardia, destruyen el ejército, desmembran el resto, organizan el prole‐tariado, van a las nubes…” (Arlt, 2005b: 71). El lector que disfruta de esta farsa deliran‐te no puede abstraer sus notas de la sinfonía histórica. Erdosain se reivindica comunis‐ta, y no deja de entusiasmarse con esta revolución destructora, en un mundo que asis‐tió a la prostitución del socialismo, y que vio cómo una casta burocrática transformó susprincipios en su perfecto contrario.

Nuestro deleite tiene la suerte de que Arlt haya nacido en Argentina. En la URSS, lasaventuras de Erdosain le habrían costado la cabeza, o al menos una persecución equiva‐lente a la que sufrió Trotsky.2 Pero la diatriba arltiana no refiere exclusivamente a lossucesos de la República de los Soviets. El propio autor se ve obligado a aclarar, a travésde una nota al pie, que los elementos de su parodia guardan una correlación casi calca‐da con las declaraciones realizadas por los “revolucionarios” que tomaron el poder delEstado el 6 de septiembre de 1930, cuando un golpe militar derrocó a Hipólito Yrigoyen(ver Arlt, 2005a: 98).

Finito

En una sociedad que se devora a sí misma, la angustia humana no tiene más escapato‐ria que la violencia: hay que matarse o hacer la revolución. Y Erdosain recorrerá amboscaminos. Desciende hasta lo más bajo de sí mismo, con el afán de descubrir la oscuridadque anida en los pozos de la personalidad. Ya no le quedan fuerzas, “ni para respirarviolentamente y bramar su pena. Una sensación metálica ciñe sus muñecas” (Arlt,2005b: 40). En las profundidades aborrecibles del alma, entre la humillación y el flage‐lo, busca un norte que le dé sentido a su existencia: “Mi problema consiste en hundir‐me. En hundirme dentro de un chiquero. ¿Por qué? No sé. Pero me atrae la suciedad.Créalo. Quisiera vivir una existencia sórdida, sucia, hasta decir basta” (Arlt, 2005b: 34).Con este feísmo, Adorno ya puede quedar satisfecho. Es lo que el propio Arlt reivindi‐caba de sí mismo, cuando dejó establecido: “Crearemos nuestra literatura, no conver‐sando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros queencierran la violencia de un ‘cross’ a la mandíbula” (Arlt, 2005b:).

Está todo dicho, la muerte es la única salida ante la barbarie. La agonía del capitalis‐

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mo se presenta como dos opciones que son la misma: matar o morir, el asesinato o el sui‐cidio. Y hacia allí va Erdosain, buscando consuelo. “Una congoja profunda le apretabael corazón. Experimentó algún alivio cuando pensó: de cualquier modo, me mataré”(Arlt, 2005b: 118). En el límite, Adorno reflexiona: “Desde el momento en que el hombresuspende la conciencia de sí mismo como naturaleza, todos los fines por los cuales seconserva en vida, el progreso social, la incrementación de todas las fuerzas materiales eintelectuales, e incluso la conciencia misma, pierden todo valor, y la sustitución de losfines por los medios, que en el capitalismo tardío asume rasgos de abierta locura, puededescubrirse ya en la prehistoria de la subjetividad. El dominio del hombre sobre símismo, que funda su sí, es virtualmente siempre la destrucción del sujeto para cuyo ser‐vicio es cumplido, pues la sustancia dominada, oprimida y disuelta por la autoconser‐vación no es otra cosa que el viviente, solo en función del cual se definen las tareas deautoconservación, y que es justamente aquello que se procura conservar. El absurdo delcapitalismo totalitario, cuya técnica de satisfacción de las necesidades torna —en suforma objetivada y determinada por el dominio— tal satisfacción imposible y tiende ala destrucción de la humanidad, ese absurdo se halla ejemplarmente prefigurado en elhéroe que se sustrae al sacrificio sacrificándose. En otras palabras: la historia de larenuncia. Quien renuncia da de su vida más que lo que le es restituido, da más de lavida que defiende. Ello se confirma y desarrolla en el concepto de la sociedad contem‐poránea. En tal sociedad cada uno está de más y es engañado. Pero se trata de una nece‐sidad social y quien quisiese sustraerse al intercambio universal, desigual e injusto,quien quisiese no renunciar y tomar de una vez la entera totalidad, sin disminución, per‐dería con ello todo, incluso el mísero adelanto que le garantiza la autoconservación”(Adorno y Horkheimer, 1987: 73‐74).

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Notas1 El propio Arlt llegó a montar un pequeño taller químico en Lanús junto al actor Pascual Naccaratti. Logró inclu‐so a patentar unas medias reforzadas con caucho, aunque nunca fueron comercializadas.

2 Tras su muerte, Arlt no lograría zafar, no obstante, de la crítica furibunda por parte de los “intelectuales orgáni‐cos” del Partido Comunista argentino, que encabezados por Roberto Salama lo denunciaron por transmitir un“mensaje contrarrevolucionario”.

ReferenciasAdorno, Theodor. Teoría estética. Orbis. Madrid. 1984.

Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. Dialéctica del iluminismo. Sudamericana. Buenos Aires. 1987.

Arlt, Roberto. Los siete locos. Centro Editor de la Cultura. Buenos Aires. 2005 (a).

Arlt, Roberto. Los lanzallamas. Centro Editor de la Cultura. Buenos Aires. 2005 (b).

Trotsky, León. Literatura y revolución. Antídoto. Buenos Aires. 2004.

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Resumen

El presente texto debate con el economista Andrés Asiain, quien criticó un texto previodel autor que cuestionaba la política monetaria del kirchnerismo y lo caracterizó como“monetarista de izquierda”. El artículo analiza la postura de Marx sobre la cuestiónmonetaria, recorre los debates en la teoría económica al respecto y desenvuelve unapolémica con la orientación de la política que defienden los llamados “economistas K”.

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Monetarismo, política K y teoría monetaria de Marx

Pablo HellerUniversidad de Buenos Aires

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En una columna de opinión aparecida el 22 de febrero de 2015 en Página/12, un eco‐nomista K, Andrés Asiain, impugnaba la caracterización sobre la quiebra del BancoCentral desarrollada en las páginas de Prensa Obrera y acusó al Partido Obrero de“monetarista de izquierda”. Citaba al respecto, un extracto de uno de los artículos apa‐recidos en Prensa Obrera en que se advierte que la política oficial estaba conduciendo a“un defol de la deuda del Tesoro con el Banco Central y una devaluación del peso. O seaque el reequilibrio financiero pasa por un golpe inflacionario contra los trabajadores”(Prensa Obrera, 26/6/14). El análisis que acabamos de transcribir sería, según el colum‐nista, un calco de la derecha. La Nación venía de sacar un editorial con idéntico título(“La quiebra del Banco Central”) lo cual sería una testimonio sobre la confluencia desectores que provienen de espectros ideológicos aparentemente opuestos.

Asiain señala que el error fundamental consiste en confundir el Banco Central y losbancos comerciales. El Banco Central, a diferencia de los últimos nombrados, tiene elmonopolio de la emisión, que puede utilizar para cubrir los vencimientos de sus deu‐das. No sería necesario, según el autor, “el cobro religioso de las amortizaciones e inte‐reses de la deuda que el gobierno nacional mantiene con el Central, ya que la instituciónmonetaria puede refinanciarlos hasta la eternidad, sin que ello ponga en riesgo su esta‐bilidad financiera”. En virtud de este curioso razonamiento, la conclusión del autor esque el fantasma de una cesación de pagos que se viene agitando no tiene el menor fun‐damento.

Fetichismo K

No hace falta apelar a otras tiendas. Asiain, un hombre del propio riñón kirchnerista, seencarga de decir que los préstamos otorgados por el Central al Tesoro se van a arrastrarhasta la eternidad —o sea, no se van a pagar nunca. Es la confesión de que los certifica‐dos que tiene el BCRA son créditos incobrables y que, por lo tanto, no son más que títu‐los basura. Su valor tiende a cero. Basta tener en cuenta que el 60 por ciento de los acti‐vos del BCRA incluyen estos pagarés para darse cuenta que no tiene nada de exageradoplantear que el Central está técnicamente fundido.

Pero lo más atrevido es la afirmación del autor de que esto es irrelevante porque lacapacidad de emisión sería infinita. El Central puede emitir todo lo que se le antoja ycon eso cubrir sus compromisos, y lo más absurdo de todo, es que esto sería inocuo parala economía y no tendría ninguna consecuencia sobre el nivel de precios.

Los economistas K se presentan como enemigos acérrimos de los ambientes académi‐cos tradicionales y hasta se jactan, muchos de ellos, de haber abrevado e inspirarse en elmarxismo, pero eso no impide que terminen transformando el dinero en un fetiche, unade las premisas usuales de la economía burguesa. Es bien sabido que esta última renie‐ga de la teoría del valor trabajo —es decir, que independizan el valor del trabajo, comofuente generadora del mismo. A partir de esta premisa, han proliferado, a lo largo de lahistoria, las tentativas y proyectos más fantasiosos para crear riqueza o aumentar losniveles de ingreso, por fuera o al margen del trabajo productivo.

Si el estado pudiera emitir billetes libremente sin que el billete perdiera su poder decompra, se habría encontrado una forma fácil de generar riqueza haciendo funcionar “lamáquina de imprimir”. No hay mucha diferencia con las prácticas primitivas que culti‐vaban brujos o alquimistas, tratando de encontrar la fórmula para transformar los obje‐tos en oro o metal precioso. Tanto la versión antigua como su réplica moderna tienen en

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común que parten de otorgarle al dinero vida propia y la cualidad intrínseca y milagro‐sa de crear valor.

Los K son tributarios también de esta concepción y sucumben a ella por la sencillarazón de que buscan una vía de crecimiento y distribución del ingreso compatible conel régimen de explotación vigente. La pretensión sería estimular el consumo y el poderadquisitivo sin alterar las relaciones sociales existentes. Se termina convirtiendo la can‐tidad de dinero en una panacea, a partir de la acción y el arbitraje del Estado. Es por estoque Marx hablaba en El capital de las fantasías sobre la posibilidad de que el Estadopudiera realizar “curas milagrosas económicas” manipulando la emisión monetaria. Ytambién advertía contra las falacias de que “es posible superar, gracias al incremento delos medios de circulación, las contradicciones que emanan de la naturaleza de la mer‐cancía y que, por consiguiente, se manifiestan en la circulación mercantil” (Marx, 1999:123‐124).

La emisión monetaria que viene haciendo el BCRA para financiar el déficit fiscal tieneun carácter retrógrado. Antes de dilucidar sobre sus efectos inflacionarios, hay que seña‐lar que su finalidad es pagar la deuda pública y los subsidios capitalistas. O sea que, conindependencia de sus consecuencias económicas ulteriores, su función principal es res‐catar al capital en desmedro del trabajo. Estamos en presencia de un estatismo reaccio‐nario. Contra lo que los K proclaman, promueve una distribución regresiva de ingresos.

A esto se suman sus efectos inflacionarios, porque la emisión destinada al financia‐miento parasitario del déficit fiscal genera la desvalorización de los billetes de maneraque disminuye suponer adquisitivo y, por lo tanto, de los salarios. Estamos frente a unasegunda confiscación de los trabajadores.

Este enfoque está en sintonía con la teoría monetaria de Marx. Cuando los apologis‐tas K de la emisión cuestionan esta concepción y denuncian que quienes la formulanabrazan la teoría cuantitativa del dinero, no saben de lo que hablan. El marxismo seopone por el vértice a la teoría cuantitativa:

Los precios no son altos o bajos porque circula mucho o poco dinero, sino que circula mucho o pocodinero porque los precios son altos o bajos. Pero Marx también afirma que la emisión monetaria des‐valoriza el billete, las dos afirmaciones están contenidas en la teoría de Marx y las dos son perfecta‐mente compatibles. La primera afirmación es el eje de la crítica de Marx a la teoría cuantitativa. Estoes, dados los precios y dada la velocidad de circulación y la masa de mercancías, sólo circula la can‐tidad de dinero necesaria, y el resto se atesora. Sin embargo, Marx también sostiene que la emisiónde billetes sin el respaldo correspondiente, los desvaloriza (Astarita, 2011).

Marx y sus falsificadores

Los economistas K pretenden oponer el supuesto “monetarismo” de la izquierda mar‐xista, incluido el Partido Obrero, a lo que sería, según ellos, la auténtica concepción deMarx. Pero, en su afán por tratar de encontrar un respaldo teórico en la obra de Marx,manipulan las citas y confunden conceptos y cuestiones bien diferentes.

Marx distingue las leyes de la circulación del dinero (aquí encaja su crítica a la teoríacuantitativa) de lo que él llama la “ley específica de la circulación de billetes” (Marx,1999: 156) que dice que la cantidad de papel moneda (estamos hablando del billete decurso forzoso) que ha de circular, representando simbólicamente al oro o la plata, habríade limitarse a la cantidad de oro o plata que circularían si no estuviera el billete. Si lacantidad de papel supera esa medida, esto es, la cantidad de monedas de oro o plata que

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dice representar, inevitablemente terminará por representar simbólicamente una menorcantidad de oro o plata. “Esto no tiene nada que ver con la teoría cuantitativa. Aquí loúnico que se está diciendo es que el valor del signo depende de la relación entre su can‐tidad, y el dinero mercancía en lugar del cual circula, y al que representa. Por eso cons‐tituye un grueso error confundir esta relación específica entre signo y respaldo, con lateoría cuantitativa. Observemos que la misma relación se puede establecer en el caso enque el billete en circulación sean pesos, y el respaldo sean dólares o euros”(Astarita, cit.).

Esta distinción queda muy clara en otro pasaje de la obra de Marx:

…la cantidad de los billetes de papel está determinada por la cantidad de dinero de oro que los mis‐mos representan en la circulación, y puesto que sólo son signos de valor en la medida en que lorepresentan, su valor está simplemente determinado por su cantidad. Por lo tanto, mientras que lacantidad del oro circulante depende de los precios de las mercancías, el valor de los billetes de papelcirculante depende exclusivamente, por el contrario, de su propia cantidad” (1999: 107‐108).

Marx explica que la emisión parece abolir la ley económica (que dice que los preciosde las mercancías no están determinados por la cantidad de dinero): “es imposible arro‐jar fuera de la circulación a los billetes que ya se hallan dentro de ella… Separados desu existencia funcional, se transforman en indignos colgajos de papel. Sin embargo, estepoder del Estado es mera apariencia. Podrá lanzar a la circulación la cantidad de bille‐tes de papel que quiera con la denominación monetaria que desee, pero con este actomecánico cesa su control. Una vez que la circulación se adueña de él, el signo de valoro papel moneda sucumbe a sus leyes inmanentes” (ídem). Dichas leyes se sintetizan enla premisa de que el valor del billete depende de la relación entre su cantidad y el res‐paldo en lugar del cual circula. Las leyes de la circulación aparecen invertidas:

En la circulación de los signos de valor, todas las leyes de la circulación real de dinero apareceninvertidas y puestas cabeza abajo. Mientras que el oro circula porque tiene valor el papel, tiene valorporque circula. Mientras que, con un valor de cambio determinado de las mercancías, la cantidad deloro circulante depende de su propio valor, el valor del papel depende de su cantidad circulante.Mientras que la cantidad del oro circulante aumenta o disminuye con el aumento o la disminuciónde los precios de las mercancías, éstos parecen aumentar o disminuir con el cambio en la cantidadde papel circulante (ídem).

Algo más sobre la teoría cuantitativa

La teoría monetarista —o teoría cuantitativa— sostiene que si aumenta la cantidad dedinero, aumenta el nivel de precios. En El Capital, Marx citaba a Montesquieu, que loexpresaba así: “la fijación del precio de las cosas depende siempre, y en lo fundamental,de la proporción que existe entre el total de las cosas y el total de los signos”. DavidHume, que postuló la idea de los ajustes automáticos de la balanza de pagos, tambiénconsideró que el valor del dinero estaba determinado por la relación entre su cantidady la cantidad de bienes por los cuales se habría de cambiar. Más tarde, David Ricardotambién adhirió a la teoría cuantitativa, aunque defendía la teoría del valor trabajo.Finalmente, la teoría adquirió su formulación clásica con Irving Fisher, a principios delsiglo XX. Fisher propuso la fórmula que todavía hoy aparece en los manuales de macro‐economía, para introducir a los alumnos en la teoría monetaria:

MV = PT

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M es la masa de dinero; V es la velocidad de circulación del dinero; T son las transac‐ciones, y P el nivel de precios. Debido a que los mercados tienden al pleno uso de losrecursos, T está “dada”, y no se puede modificar; por lo menos, no en el corto plazo. Asu vez, y siempre según Fisher, la velocidad del dinero es estable (no rígida, sino esta‐ble), porque depende de factores institucionales. Por último, la masa de dinero es exó‐gena a la economía. Esto significa que puede ampliarse “desde fuera”; el dinero “seinyecta”. Según la teoría cuantitativa, entonces, si aumenta la masa monetaria, dado queV es estable, y T está dada, sólo pueden aumentar los precios.(11)

Los críticos

En oposición a la teoría cuantitativa, hay una larga tradición crítica. Una tradición quepodemos remontar a Steuart, Tooke y Fullarton, y que luego recoge Marx. James Steuartveía al dinero como medio de pago y medio de compra, y ambos como demanda dedinero en efectivo; para este economista, la situación del comercio, de la manufactura,del modo de vida y de los gastos tradicionales de los habitantes eran los factores que“regulan y determinan” la cantidad de la demanda de dinero en efectivo. El “precio demercado de la mercancía resulta determinado por la intrincada operación de demanday competencia totalmente independientes de la masa de oro y plata existente en unpaís”; ¿qué sucede, entonces, con el oro y la plata que no se requieren como moneda?“Se acumulan como tesoro o se elabora como material de artículos suntuarios”, contes‐ta Steuart.

Marx califica de falsa la premisa de Ricardo de que el oro es sólo moneda,

…por lo cual todo el oro importado incrementaría el dinero circulante, haciendo aumentar los pre‐cios en consecuencia, mientras que todo el oro que se exporte reduciría la moneda, provocando, porlo tanto, la baja de los precios, es una premisa teórica que en este caso se convierte en el experimen‐to práctico de hacer circular tanta moneda como oro existente haya en cada caso (…), la teoría deRicardo aísla el dinero en su forma fluida como medio de circulación, concluye por atribuirle alaumento y a la disminución de los metales preciosos una influencia absoluta sobre la economía bur‐guesa, tal como jamás la había soñado la superstición del sistema monetario .

Con base en la investigación de Thomas Tooke sobre los precios de las mercancías,desde 1793 hasta 1856, Marx señala que “la vinculación directa entre los precios y la can‐tidad de los medios de circulación, tal como la postula la teoría, es una simple quimera,que la expansión y contracción de los medios de circulación, manteniéndose constanteel valor de los metales preciosos, es siempre efecto y nunca causa de las fluctuaciones deprecios, que la circulación dineraria en general es sólo un movimiento secundario, yque, en el proceso real de la producción, el dinero adquiere aún muy otras determina‐ciones formales que la del medio de circulación” .

Marx es un crítico de Hume y Ricardo con respecto al dinero metálico y su determi‐nación de los precios y se acerca, hasta retomar como suyas, las posiciones de JamesSteuart, fundamentadas con la investigación de Tooke. La misma ley que vimos para eloro, en relación con los precios de las mercancías, se aplica para la moneda subsidiaria—es decir, de las monedas de oro o metálicas que entran en circulación en reemplazodel oro o el metálico puro. No hay duda de que Marx determina la cantidad de dineropor los precios de las mercancías y no los precios por la cantidad de dinero.

Es necesario, por último, analizar el papel moneda de curso obligatorio. En los países

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con circulación desarrollada de mercancías, la necesidad de la circulación de dineroobliga a la desmetalización de la moneda y se adoptan otros símbolos o signos, como elpapel, que sin tener valor implícito representa al valor del oro.

El papel moneda ya no obedece a las mismas leyes que se aplican en el patrón metá‐lico, las leyes se violan desde fuera con la intervención del Estado y la emisión de bille‐tes de papel, las leyes aparecen invertidas y puestas de cabeza, el papel parece que tienevalor, el poder del Estado es sólo apariencia, el papel moneda sucumbe a sus leyes inma‐nentes y, finalmente, Marx afirma que el precio de las mercancías “parecen aumentar odisminuir con el cambio en la cantidad de papel circulante” (Rodríguez Vargas, 2005).

Según la teoría cuantitativa, el Banco Central inicia el proceso de creación de dinero,y los bancos son transmisores y multiplicadores de esa emisión original. En cambio,para los adversarios del monetarismo, la creación de dinero es un proceso esencialmen‐te endógeno: los iniciadores del proceso de creación de dinero son las empresas, quesolicitan créditos a los bancos. Los bancos otorgan los créditos y el Central genera el res‐paldo a estos créditos. El dinero se genera y aumenta conforme se expande la actividadeconómica.

Reserva, base monetaria y soberanía

El monetarismo excluye una política monetaria autónoma. El Banco Central, de acuer‐do a este criterio, debería restringirse a actuar como una suerte de caja de conversión.La base monetaria debería ser similar al nivel de reservas, lo cual —como lo admite elpropio Asiain— no blinda al país en caso de una corrida, ya que el dinero en circulaciónexcede holgadamente la base monetaria si tenemos en cuenta que los bancos comercia‐les crean también dinero, a lo cual había que agregar las colocaciones e inversionesfinancieras que rápidamente se pueden hacer líquidas. Pero eso, no puede ser un pre‐texto y pantalla para una piedra libre y una invitación a una emisión ilimitada. Esto eslo que sostiene, sin embargo, Asiain, sin pelos en la lengua, con el argumento de que “eldinero en circulación es un pasivo sui generis, ya que no es convertible y no debe tenerrespaldo en reservas”, amparándose en que las razones son sólo “estructurales”. Así,por ejemplo, el Banco Central, en su informe de la programación monetaria para 2013,atribuye las causas de la inflación a “la presencia de desequilibrios en la estructura pro‐ductiva, los ‘cuellos de botella’ en determinados sectores, la puja distributiva, la forma‐ción oligopólica de precios y los shocks exógenos de precios internacionales”.

La relación entre reservas y base monetaria no tiene por qué ser del 100 por ciento,como lo proclamaba Cavallo bajo la convertibilidad, sino que el nivel de ambas varia‐bles debería estar subordinado a las necesidades del proceso económico, dirigido aapuntalar un desarrollo independiente y soberano del país. Esto no ocurrió en los ’90,cuando las reservas fueron el reaseguro para los acreedores pudieran disponer de lasdivisas necesarias en el momento que decidieran salir del país, que fue lo que terminósucediendo, provocando el vaciamiento en pocos meses de la arcas del Banco Central.El corralito tuvo como destinatario al pueblo argentino, que fue el que terminó sopor‐tando la confiscación de sus ahorros.

Esto mismo se prolonga en la actualidad. La política oficial ha usado las reservas parapagar la deuda usuraria, incluso al extremo de bloquear las importaciones y paralizar elfuncionamiento de la industria y el aparato productivo. La presidenta se jacta de ser unapagadora serial, admitiendo que el país ha desembolsado 180.000 millones de dólares en

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la llamada “década ganada”. Es un precio muy caro para un país que necesitaría esosrecursos para destinarlos a necesidades sociales apremiantes, como salud, vivienda oeducación. El “desendeudamiento” ha tenido como contrapartida un endeudamientointerno y la principal fuente de financiamiento ha sido el Banco Central. Esto tampocoha sido gratuito. El costo ha sido un encarecimiento del crédito, que viene siendo aca‐parado preferentemente por el Estado, minando posibilidades de financiamiento al con‐junto de la economía nacional. Los grandes beneficiados han sido los bancos, que hancosechado utilidades siderales prestándole al Estado. Sólo por sus inversiones en letrasde tesorería, se calcula que este año embolsarían unos 10 mil millones de dólares. Quela “patria financiera” esté al tope de ranking de beneficios empresarios es un balancelapidario de la gestión K.

La relación entre reservas y circulante no es una relación mecánica. Para sostenerse,la paridad establecida no necesariamente exige la convertibilidad de toda la base mone‐taria a la moneda respaldo. Se trata de una relación compleja y sometida a múltiplesmediaciones, hasta políticas. Esto se aplica incluso al patrón oro. Durante largos perío‐dos, en el siglo XIX, el Banco de Inglaterra mantenía una reserva en oro relativamentepequeña en relación a la base monetaria. Sin embargo, en tanto se mantuviera la con‐fianza en la convertibilidad a la paridad establecida oficialmente, la libra conservaba suvalor. Algo similar se aplica a la relación entre las monedas nacionales y las reservasinternacionales.

En el marco de esta relación compleja, existe la posibilidad de que se desencadenenprocesos inflacionarios debido a la pérdida de valor del equivalente doméstico por surelación con las divisas de respaldo. Una lectura interesante es la que hace GuillermoVitelli, cuando sostiene que las grandes rupturas de la estabilidad de precios enArgentina, al menos a partir de 1948, estuvieron vinculadas con las devaluaciones de lamoneda, no a la emisión. El tipo de cambio inicia la estampida. “Esta fue la mecánicaimpulsora de la ruptura que tiene validez de carácter universal, ya que en todo quiebre,cualquiera haya sido su explicación (…) el tipo de cambio fue el precio que siempre cre‐ció previa o simultáneamente a su inicio, anticipándose en su expansión a los restantesprecios”.

Lo mismo se aplica a la inflación que arranca con la devaluación de 2001‐2002. De ahítambién que en procesos de alta inflación, las funciones del dinero local son cumplidas,en grado cada vez mayor, por el dinero‐divisa, refugio último de valor. En cuanto medi‐da de valor, los precios —inmobiliarios, vehículos, y otros— se fijan en dólares; los ate‐soramientos pasan al dólar; se utiliza la divisa como medio de pago (cancelación de deu‐das hipotecarias, y similares); y en el extremo, la moneda respaldo se utiliza comomedio de cambio. En cualquier caso, se profundiza la desvalorización del equivalentelocal, elevando más y más los precios. Ocurre porque el dinero está perdiendo valor porsu relación con el respaldo, y esto se traduce en el aumento de los precios domésticos(Vitelli, 1986: 90).

Monetarisno nac & pop

Pero, por otra parte, si la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal —como sos‐tienen Asiain y los K en general— no provocaría inflación, ¿a cuento de qué el gobiernose viene empeñando en la esterilización del dinero en circulación? La realidad es que elBanco Central viene aplicando a rajatabla la receta monetarista; a saber: controlar la can‐tidad de dinero mediante la esterilización monetaria, dando lugar a un negocio excep‐

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cional de los bancos.

YPF, a su turno, acaba de hacer una emisión propia de deuda externa. Es un calco delo que hacía Martínez de Hoz en los ‘90, quien endeudó a YPF en dólares a cambio depesos. Pedir dólares para invertir en pesos es, sin embargo, una práctica característicadel monetarismo, que los K venían denostando, atribuyéndola al neoliberalismo. Ambasson manifestaciones de bancarrota política y sometimiento nacional.

El monetarismo sostiene que en una economía abierta, con tipo de cambio fijo, elgobierno no puede tener una política monetaria autónoma. Es lo que se conoce como eltrilema: o bien se renuncia al tipo de cambio fijo, o a la política monetaria, o a la econo‐mía abierta, porque las tres cosas no se pueden tener al mismo tiempo. Si hay exceden‐te en la balanza de pagos y el Banco Central no quiere que la moneda se aprecie y sos‐tiene el tipo de cambio, debe absorber las divisas que entran, a cambio de emitir mone‐da nacional. Pero si hace esto, crece la base monetaria, y por el principio del multiplica‐dor, también la masa monetaria, lo cual —según el esquema monetarista— generaríainflación.

Esta tesis no tiene presente que quienes liquidan dólares a cambio de pesos sonempresarios capitalistas, que de esta manera cierran el ciclo de valorización de sus capi‐tales.

Por eso es absurda la idea de que “el BCRA emite más pesos de los que la gente quiere tener en susbolsillos” (Martín Redrado dixit)”. Si los exportadores liquidan dólares, es porque quieren tenerpesos. Y estos capitalistas toman entonces la decisión de relanzar, o no, ese dinero al circuito de valo‐rización. En la medida en que en el siguiente ciclo contraten más mano de obra y medios de produc‐ción, se amplía la producción, y no existe una razón particular para que aumenten los precios de losbienes. Por eso, en este escenario, la creación de dinero a causa del excedente comercial, significa elaumento de la masa monetaria que está respondiendo al incremento de la actividad económica. Además, es importante comprender que los capitalistas lanzan a la circulación el dinero que es nece‐sario para la realización del circuito de valorización, y el resto lo atesoran, como subrayaba Marx. Enlos sistemas bancarios y monetarios modernos, ese aumento de las tenencias monetarias representael aumento de los depósitos bancarios y de la capacidad prestable (Astarita, 2013).

Kicillof ha sostenido reiteradamente que la inflación no es un problema para los tra‐bajadores. Esto no resiste el menor análisis de la historia pasada ni reciente. Está claroque el ministro no da puntada sin hilo y hoy tenemos los resultados, porque detrás deestas aseveraciones antojadizas se ha puesto en marcha la cruzada para colocar un techoa los salarios. La inflación (que, mal que le pese a los K, tienen una de sus principalesfuentes en la emisión) es reconocida plenamente a los acreedores de la deuda, pero sedisimula su alcance a la hora de la negociación salarial. Los K actúan con dos varas muydistintas, según cuál sea el destinatario de las medidas que promueve.

Asiain sostiene que otros bancos centrales están en peor estado que el argentino.Habría que desempolvar el viejo dicho, no por eso menos acertado, que dice: “mal demuchos, consuelo de tontos”. Según Asiain, si nos aferráramos al mismo parámetro quese utiliza para juzgar la situación del BCRA, habría que concluir que “estaría quebradala mayor parte de los bancos centrales del mundo”. Aunque a Asiain no le entra en lacabeza, eso es lo que está ocurriendo y en eso estriba la envergadura de la actual banca‐rrota capitalista, que ha adquirido un alcance internacional. La economía mundial estásentada en un tembladeral, porque el defol inicial de los bancos y empresas se ha trans‐

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formado en un “defol soberano” —es decir un virtual estado de cesación de pagos enque han entrado los Estados y sus bancos centrales. Ahí tenemos a Grecia, al borde delcolapso y el posible contagio que esto podría provocar en todo el continente europeo,llevándose puesta a la Unión Europea. El Estado norteamericano estuvo al borde deldefol el año pasado hasta que el Congreso aprobó aumentar los topes de endeudamien‐to que habían llegado a su techo. Lo mismo se extiende a un conjunto de Estados ymunicipios norteamericanos; hay que agregar que en el último año, se ha propagadocon fuerza a los países emergentes, que sufren por partida doble la caída de los preciosinternacionales de los commodities y de materias primas, y la fuga de capitales, replante‐ando un escenario de defol. El libreto K, por más que pretende disimularse con un ropa‐je distinto, no difiere del que vienen ejecutando los gobiernos y metrópolis imperialis‐tas: es el de rescatar al capital haciéndole pagar la crisis a los trabajadores. Esta políticano es novedosa sino que es la receta que vino aplicado el kirchnerismo a lo largo de todosu mandato. El país, luego de una década K, se aproxima a una nueva bancarrota.

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ReferenciasAstarita, Rolando (2011) “Emisión monetaria y una crítica desafortunada”. Disponible en https://rolandoastari‐ta.wordpress.com

Astarita, Rolando (2013) “Debate sobre la inflación en Argentina”. Disponible en https://rolandoastarita.word‐press.com/2013/04/22/debate‐sobre‐la‐inflacion‐en‐la‐argentina‐4/

Marx, Karl (1999) El capital. Crítica de la economía política. México: Siglo XXI

Rodríguez Vargas, José (2005) La nueva fase de desarrollo económico y social del capitalismo mundial, Tesis doctoral acce‐sible a texto completo en http://www.eumed.net/tesis/jjrv/

Vitelli, Guillermo (1986) Cuarenta años de inflación en la Argentina. Buenos Aires: Legasa.

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Resumen

En el presente trabajo analizaremos el uso de la noción feuerbachiana de esencia gené‐rica (Gattungswesen) durante la producción marxiana del período 1843‐1844. De estamanera nos proponemos abordar el problema teórico que dio lugar a la utilización dedicha categoría: la relación del hombre con su ser comunitario en el orden social bur‐gués. El planteo de Marx en estos textos realiza un desplazamiento problemático conrespecto a la reflexión de Feuerbach. A diferencia del filósofo alemán, quien afirma quela religión es la que impide al hombre reconocer su ser colectivo y lo enajena de éste,Marx señala que es el vínculo del hombre con la propiedad el que imposibilita el lazoefectivo y real del hombre con el hombre. De esta manera, el concepto de esencia gené‐rica —junto con el de enajenación— le permite durante 1843‐1844 llevar a cabo un nuevotipo de reflexión sobre la relación histórica del hombre con su ser comunitario. Con eltranscurso del tiempo esta categoría irá presentándose como un límite para el movi‐miento del pensamiento marxiano. A modo de conclusión describiremos los fundamen‐tos teóricos del posterior abandono de la noción de esencia genérica.

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Comunidad y esencia genéricaen los escritos de Marx de 1843-1844

Pedro Guillermo Yagüe FSOC - Universidad de Buenos Aires

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1843‐1844. Marx escribe dos textos que, por su valor teórico y político, comienzan arevelar la potencia y singularidad de la crítica materialista. Me refiero a Sobre la cuestiónjudía, escrito en el ‘43 y publicado en los Anales franco‐alemanes al año siguiente, y a losManuscritos económico‐filosóficos, terminados en el ‘44 y publicado póstumamente en1927. En ambos textos Marx lleva a cabo un preciso análisis histórico sobre la sociedadburguesa en el cual pone en juego un conjunto de categorías provenientes de diversastradiciones teóricas. Cada una de las nociones utilizadas responde a una dimensión dis‐tinta de los problemas que analiza. Marx recurre a los conceptos desde un lugar activo;no aplica categorías, sino que piensa con ellas; no se limita a los usos anteriores, sino quelleva al máximo las posibilidades de cada concepto para así desarrollar con mayor jus‐teza los contenidos de su análisis.

En el transcurso de estas páginas me centraré en la noción de esencia genérica(Gattungswesen), para así abordar el problema teórico que dio lugar a la utilización deesta categoría: la relación del hombre con su ser comunitario en el orden social burgués.¿Cómo utilizó y modificó Marx el uso feuerbachiano de este concepto? ¿Hubo algo enla noción de esencia genérica que haya establecido límites al desarrollo de la crítica mar‐xiana?

Para responder estas preguntas comenzaré analizando los textos y problemas feuer‐bachianos que dieron lugar a la emergencia de esta noción. En el primer apartado, des‐arrollaré cómo la embestida de Feuerbach contra la religión cristiana y la filosofía deHegel puso de manifiesto la necesidad de dar cuenta de las formas profanas de la ena‐jenación. Esta reflexión en torno a la alienación repercutió sin dudas en el pensamientode Marx, aunque con insuficiencia: Feuerbach concibió a la enajenación solamente comoun problema religioso.

La noción de esencia genérica ya aparece en los escritos feuerbachianos como respues‐ta a la pregunta por la comunidad. El problema que desata la reflexión de Feuerbachsurge, en este sentido, a partir del diagnóstico de que hay algo del orden de lo comuni‐tario y de lo genérico que no pertenece al hombre, que se encuentra enajenado.Feuerbach sostiene que sólo el género (Gattung) es capaz de reemplazar a la divinidady reencontrar al hombre con su esencia colectiva. Ahora bien, ¿cuál es, según él, la esen‐cia del hombre? Feuerbach dirá que lo esencial del hombre es aquello que permite tras‐pasar las barreras de la individualidad para entrar, de esta manera, en una dimensióngenérica. En los escritos del ’43 y ’44 Marx pensará al hombre desde una lógica similar,aunque sin concebir al entendimiento como la actividad genérica fundamental.

En la segunda parte de este trabajo analizaré la forma en la cual el teórico renano uti‐liza la noción de esencia genérica para dar cuenta de la relación histórica que los indivi‐duos entablan con su ser comunitario. Como señala Gabriel Amengual, Feuerbach pro‐pone una “antropología cerrada o totalmente subjetivista, que no tematiza la relacióncon el mundo, los otros y la historia” (1980: 64). El planteo de Marx realizará, en estesentido, un desplazamiento problemático en relación con la reflexión feuerbachiana. Asícomo en Feuerbach es la religión la que impide al hombre reconocer su ser colectivo ylo enajena de éste, Marx señala a la propiedad privada como la verdadera religión de lasociedad burguesa. Es el vínculo del hombre con la propiedad el que imposibilita el lazoefectivo y real del hombre con el hombre y, por lo tanto, con su ser colectivo.

Reinhart Koselleck afirma en “Historia de los conceptos e historia social” que “concada concepto se establecen determinados horizontes, pero también límites de posibleexperiencia y de teoría pensable” (1974: 22). En este sentido, habría que entender a la

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noción de esencia genérica como condición de posibilidad y, a la vez, límite para la refle‐xión marxiana sobre el doble problema de la enajenación y lo comunitario. El conceptofeuerbachiano de esencia genérica le permitirá a Marx llevar a cabo un nuevo tipo dereflexión que, con el tiempo, irá presentándose como un límite para el propio movi‐miento del pensamiento marxiano.

Comunidad y esencia genérica en Feuerbach

Ludwig Feuerbach inaugura en el seno del hegelianismo un pensamiento materialista,1

naturalista y sensualista sobre la especificidad de lo terrenal: una filosofía hecha carne.Desde sus primeros escritos plantea al pensar como el acto humano por definición ycomo la instancia que eleva al hombre a su ser genérico (Nocera, 2013). El filósofo ale‐mán afirma que cuando el hombre piensa, su ser singular se disuelve en la universali‐dad específica e irrestricta del género humano. El pensar se constituye, de esta manera,como el acto fundamental de la esencia genérica. Feuerbach señala que el entendimien‐to proporciona al hombre “la facultad de prescindir de sí mismo, de su esencia subjeti‐va y personal para elevarse a las relaciones y a los conceptos generales” (Feuerbach,1995: 86‐87).

Luego del fallecimiento de Hegel, en 1831, Feuerbach se ubica a la izquierda de losjóvenes hegelianos. Diez años después, publica La esencia del cristianismo, texto central enlo que respecta al análisis de la noción de esencia genérica y su posterior uso marxiano.En este libro Feuerbach lleva a cabo una crítica de la religión cristiana en la que defineal cristianismo como una pérdida de lo humano. Predicar de Dios es predicar del hom‐bre. La religión es entendida, de esta manera, como la escisión del hombre consigomismo y el hombre como “el modelo original de su ídolo” (Feuerbach, 1995: 35).

Feuerbach afirma en este texto que el individuo, al poner en Dios lo que le es propio,se extravía de su esencia. Como señalé anteriormente, aquello que caracteriza al hom‐bre, y que lo distingue de los animales, es que éste puede realizar funciones genéricasindependientemente de los otros individuos a partir de la conciencia de lo infinito, de larazón, del pensar. El filósofo alemán sostiene que “la conciencia (…) solo existe allídonde un ser tiene como objeto su propio género, su propia esencialidad” (Feuerbach,1995: 53). La conciencia es, de esta manera, la verdadera forma de la autoafirmación. Siel entendimiento es la facultad genérica propia del hombre, Dios será, entonces, la esen‐cia objetivada del mismo. Feuerbach señala que el hombre, al relacionarse con Dios, serelaciona con su propia esencia, afirmando en él lo que niega en sí. “El hombre niega susaber y su pensamiento frente a Dios, para poner en él su saber y su pensamiento”(ídem: 78).

Al objetivar su propia esencia en lo divino, el hombre se escinde y a la vez se relacio‐na con ella. Su esencia objetivada se le presenta como un poder ajeno e independienteque lo domina. La escisión entre Dios y el hombre es, en realidad, una escisión entre elhombre y su propia esencia enajenada:

El objeto del hombre en Dios es su propia actividad (…) Contempla su esencia fuera de sí y la con‐sidera como el bien mismo (…) Dios es la esencia del hombre propia y subjetiva, separada e incomu‐nicada; por lo tanto, no puede actuar por sí mismo, todo lo bueno proviene de Dios. Cuanto más sub‐jetivo y humano es Dios, tanto más enajena el hombre su propia subjetividad, su propia humanidad,porque Dios es, en y por sí, su yo alienado que se recupera de nuevo simultáneamente (Feuerbach,1995: 81).

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El período entre 1840 y 1845 es para Feuerbach el más rico en términos de producciónteórica. En 1842 publica las Tesis provisionales para la reforma de la filosofía y, al año siguien‐te, los Principios de la filosofía del futuro. En ambos textos la embestida contra la religióncristiana no se detiene, sino que encuentra un nuevo frente: la filosofía de Hegel. Enestos escritos la lógica hegeliana es planteada por Feuerbach como una teología vertidaa la razón. La filosofía de Hegel fue el último refugio de la religión cristiana y, por estemotivo, Feuerbach llega a afirmar que el espíritu absoluto “es el “espíritu fallecido” dela teología que todavía merodea como un espectro en la filosofía hegeliana” (Feuerbach,1985: 25).

Manteniendo su perspectiva naturalista y sensualista, Feuerbach propone una nuevafilosofía. El idealismo alemán, poniendo la esencia del pensar fuera del acto mismo delpensar, hizo de la abstracción una forma de vida. En oposición a este idealismo, la nuevafilosofía feuerbachiana se constituye como la negación de la filosofía como cualidad abs‐tracta; es la filosofía que parte del hombre pensante que es y se sabe la esencia autocon‐ciente de la naturaleza, la religión, la historia y los Estados. Feuerbach sostiene en losPrincipios que, al igual que la religión, “la filosofía absoluta enajena y aliena al hombrede su propia esencia, de su propia actividad” (Feuerbach, 1985: 85).

Como señalé al comienzo, pensar lo esencial en el hombre es pensar el problema delo común y la relación del hombre con su ser comunitario. El uso de la noción de esen‐cia genérica responde a la doble pregunta por la comunidad y la enajenación de la esen‐cia colectiva. Feuerbach señala, en este sentido, que el objeto sensible más importante yesencial del hombre es el hombre mismo y que sólo en la mirada recíproca de un Yo yun Tú se enciende la luz de la conciencia y el entendimiento.

El hombre particular para sí no tiene la esencia del hombre ni en sí como ser moral, ni en sí como serpensante. La esencia del hombre reside únicamente en la comunidad, en la unidad del hombre con elhombre: una unidad que, empero, no reposa sino en la realidad de la diferencia entre el Yo y el Tú.(Feuerbach, 1985: 123)

Esencia genérica, actividad genérica, enajenación, comunidad. Todos estos conceptosserán centrales en Sobre la cuestión judía y en los Manuscritos económico‐filosóficos, aunquecon diferencias en sus usos. Teniendo en cuenta que la utilización de un determinadoconcepto responde a un problema teórico específico, podemos afirmar que entreFeuerbach y los escritos marxianos del ‘43 y el ‘44 existe cierta afinidad problemáticaque los hace recurrir a un mismo lenguaje. Ahora bien, en sus trabajos Marx no se limi‐ta al ámbito religioso, sino que piensa el problema de la comunidad y la enajenación entérminos económicos y políticos. A la hora de realizar esta empresa, el teórico renano seve obligado a analizar la sociedad burguesa desde su especificidad histórica.

Comunidad y esencia genérica en Marx

Durante sus años de juventud Marx lee intensamente a Feuerbach. En los textos del ‘43y el ‘44 puede advertirse con facilidad el vigor que encuentra en las categorías feuerba‐chianas. Marx no aplica los conceptos del filósofo alemán a una dimensión distinta delpensamiento, sino que reelabora sus nociones para pensar prácticas históricas concretas.En su análisis la enajenación deja de ser un problema teórico‐religioso, para transfor‐marse en un problema del orden de la práctica.2 Este movimiento no implica solo undesplazamiento de la problemática, sino el comienzo de una ruptura con la filosofía ide‐

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alista que terminará de tomar forma en las Tesis de 1845.

En este contexto de apropiación de las categorías feuerbachianas, Marx retoma yreformula la noción de esencia genérica para llevar a cabo una crítica histórica y mate‐rialista del orden social. Es cierto que la esencia del hombre se expresa en su actividadgenérica y en sus relaciones con los otros, señala, pero la actividad que define al hom‐bre como especie no es el pensamiento.

Los textos que analizaré dan cuenta de dos dimensiones distintas del problema abor‐dado por Marx. Sobre la cuestión judía propone un estudio de las formas de enajenaciónque se dan a partir de la vida de los individuos en el Estado de derecho burgués here‐dado de la Revolución Francesa. Los Manuscritos económico‐filosóficos, por su parte,intentan, a partir del estudio crítico de los textos de los economistas políticos clásicos,dar cuenta de la enajenación de los hombres desde un punto de vista económico. A par‐tir de la utilización del par conceptual esencia genérica‐enajenación Marx describe enambos textos el desgarramiento de los vínculos comunitarios en la sociedad burguesa.3

I

Antes de emprender este análisis quisiera referirme a la Crítica de la filosofía del derecho deHegel. Introducción. En este artículo, publicado en los Anales franco‐alemanes, Marx se pro‐pone desplegar los conceptos feuerbachianos hasta el máximo de sus posibilidades.Entendiendo a la teología como la conciencia invertida, el filósofo renano afirma que lacrítica de la religión debe ser la premisa de toda crítica. A lo largo de las pocas páginasque componen el texto Marx retoma el planteo feuerbachiano y caracteriza a la religióncomo una forma de ilusión enajenante. Así como —dirá en los Manuscritos— el hegelia‐nismo puede volverse contra Hegel, el joven filósofo despliega en este escrito los prime‐ros esbozos de un feuerbachismo que luego se volverá contra Feuerbach.

La misión de la historia consiste (…) en descubrir la verdad del más acá, una vez que se ha hecho des‐aparecer al más allá de la verdad. Y, ante todo, la misión de la filosofía, puesta al servicio de la historia,después de desenmascarar la forma de santidad de la autoenajenación del hombre, está en desenmas‐carar la autoenajenación bajo sus formas profanas. La crítica del cielo se trueca, de este modo, en la crí‐tica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de lapolítica. (Marx, 1982: 497)

Esta crítica del derecho y el Estado burgués como formas de enajenación del hombre,es la principal problemática que atraviesa Sobre la cuestión judía, artículo también publi‐cado en los Anales franco‐alemanes de 1844. Marx escribe este texto en respuesta a uno deBruno Bauer en el que éste último había planteado la abolición de la religión como solu‐ción para el problema judío. El hombre, según dicho pensador, debía abandonar la reli‐gión para así emanciparse como ciudadano. Marx sostiene, por el contrario, que unaemancipación política planteada en estos términos sólo puede constituirse como unaemancipación parcial. El Estado puede liberarse de una traba, de un límite, sin que elhombre lo haga. La verdadera contradicción que la crítica debe atacar es la del Estadocon sus premisas en general.

Siguiendo el legado feuerbachiano Marx se propone convertir, una vez más, las cues‐tiones teológicas en seculares. Distanciándose de Feuerbach, para quien la esencia gené‐rica se daba en la universalidad de la razón, Marx advierte algo del orden del hacer que

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funda la esencia del hombre. A diferencia de lo que desarrollará en los Manuscritos, estehacer no está aquí fundado en el trabajo. En Sobre la cuestión judía el hacer del cual elorden social burgués enajena al hombre es el poder de construir comunidad.

En el Estado de derecho burgués lo común es falsamente común. Esta forma jurídica‐estatal constituye una comunidad de individuos propietarios aislados, una comunidadilusoria. Marx sostiene, por lo tanto, que en este modo de vida el hombre aún no es unser genérico real. El Estado presenta como verdaderas relaciones que no lo son y, pormás que éste se proclame laico, los ciudadanos seguirán siendo “religiosos por el dua‐lismo entre la vida individual y la vida genérica, entre la vida social burguesa y la vidapolítica; (…) religiosos en cuanto la religión es aquí el espíritu de la sociedad burguesa,la expresión del divorcio y el distanciamiento del hombre respecto del hombre” (Marx,2009: 143).4

Marx no se detiene acá y avanza sobre los principios de la Revolución francesa. Lasociedad burguesa y los derechos humanos no son otra cosa que la sociedad y los dere‐chos del hombre egoísta, del hombre separado del hombre y de la comunidad. Los dere‐chos de la Revolución Francesa, lejos de concebir al hombre como ser genérico, presen‐tan a la vida social como algo externo a los individuos; como algo que los limita. Enestos términos, la cohesión entre los individuos solo se da a partir de la realización deintereses egoístas que suplantan a los vínculos genéricos.

El Estado político acabado es por su esencia la vida genérica del hombre por oposición a su vida mate‐rial. Todas las premisas de esta vida egoísta permanecen al margen de la esfera del Estado en la socie‐dad burguesa, pero como propiedades de ésta. Allí donde el Estado político ha alcanzado su verdade‐ro desarrollo el hombre lleva, no sólo en el pensamiento, en la conciencia, sino en la realidad, en lavida, una doble vida, celestial y terrenal; la vida en la comunidad política, en la que se considera comoser comunitario, y la vida en la sociedad burguesa, en la que actúa como particular, considera a los otroshombres como medios, se degrada a sí mismo como medio y se convierte en juguete de poderesextraños (Marx, 2009: 136‐137).

La comunidad y el poder de lo común se le presentan al individuo como algo ajeno eindependiente de sí. En el Estado, donde supuestamente vale como un ser genérico, elhombre es en realidad el miembro imaginario de una soberanía imaginaria. Marx termi‐na este texto señalando que solo cuando el hombre individual se convierta en ser gené‐rico, podrá reconocer y organizar sus propias fuerzas como fuerzas sociales y llevar acabo una verdadera emancipación humana.

II

Podemos encontrar el puente teórico entre Sobre la cuestión judía y los Manuscritos econó‐mico‐filosóficos de 1844 en las experiencias y escritos de Engels sobre la economía políti‐ca clásica. Hasta ese entonces, Marx desconocía el contenido de las teorías de Smith,Malthus y Ricardo. Fueron las conversaciones con Engels y, sobre todo, la lectura de losEsbozos para una crítica de la economía política los que proporcionaron a Marx el estímulopara aprender aquella ciencia que hasta entonces ignoraba. Estudiando detalladamentela economía política clásica el joven pensador renano advirtió que el hombre solo eraconsiderado por los economistas en su condición particular de trabajador y no en sucondición universal de ser humano.

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Partiendo del lenguaje y las leyes de economía política, Marx lleva a cabo en losManuscritos un análisis económico y filosófico en el cual vuelve a poner en juego el parconceptual feuerbachiano esencia genérica‐enajenación. El trabajo, desde este punto devista, es concebido por Marx como la actividad genérica fundamental. De esta manera,Marx aborda nuevamente la noción de esencia genérica desde las prácticas sociales,desde una dimensión materialista e histórica. Como consecuencia de esta perspectiva elhombre deja de ser entendido como una entidad general, para pensarse desde su formahistórica concreta: el trabajador.

En el mercado todo movimiento es producto de la codicia y el egoísmo, padres de lacompetencia. En este terreno, el mundo de las cosas se le presenta al hombre no solocomo algo autónomo, sino como algo que se le opone y lo enajena. El mundo del hom‐bre, señala Marx, se desvaloriza en la medida en que el mundo de las cosas se valoriza;el trabajador produce su pobreza interior y exterior en el acto mismo de trabajar. En estesentido, afirma que

… el objeto que produce el trabajo, su producto, se enfrenta al trabajo como un ser ajeno, como unafuerza independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado, que se hamaterializado en un objeto, es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo, aparece, a nivelde la economía política, como desrealización del trabajador; la objetivación, como pérdida del objeto ycomo sometimiento servil a él; la apropiación, como alienación, como enajenación. (Marx, 2010: 106).

Vemos en este pasaje un movimiento análogo al realizado por Feuerbach al pensar laesencia del cristianismo. El trabajador construye un mundo que le es ajeno y cuanto máspoderoso es este mundo, más débil es él. El fragmento anteriormente citado pone demanifiesto una primera dimensión de la enajenación: la objetivación del trabajo se pre‐senta como una fuerza independiente, autónoma de quien la produce. En el mismo pro‐ceso laboral Marx advierte una segunda dimensión de la enajenación ligada a la energíafísica y espiritual del trabajador que, lejos de pertenecerle, también le es ajena. El ordensocial burgués, afirma, maltrata el físico y deteriora el espíritu de los trabajadores, pre‐sentando lo propio como ajeno, “la fuerza como impotencia” (Marx, 2010: 111).5

La tercera y la cuarta dimensión de la enajenación se ligan directamente con la nociónde esencia genérica y con el problema de la relación del hombre con su ser comunitario:

...es justamente a través de la elaboración del mundo objetivo que el hombre se prueba verdadera‐mente en cuanto ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. A través de dicha elabora‐ción, la naturaleza aparece como la obra y la realidad del hombre. El objeto del trabajo es, por ello, laobjetivación de la vida genérica del hombre (…) [E]n la medida en que el trabajo alienado despoja alhombre del objeto de su producción, lo despoja de su vida genérica, su verdadera objetividad genéri‐ca y transforma su preeminencia por sobre el animal en la desventaja de que le es arrebatada la vidainorgánica, la naturaleza (Marx, 2010: 114).

¿Qué sucede en la sociedad burguesa? El hombre se ve despojado también de su vidagenérica, ya que el orden social burgués “hace que, para el hombre, la vida genérica seconvierta en medio de la vida individual” (Marx, 2010: 113). En Sobre la cuestión judíaMarx planteaba en términos casi idénticos la enajenación del hombre de su ser colecti‐vo. La vida genérica se convierte no en un fin, sino en un medio de su existencia indivi‐dual y, de esta manera, lo aliena de su esencia común. Como consecuencia de este punto,afirma una cuarta y última dimensión de la enajenación: la alienación del hombre res‐pecto del hombre. La alienación aparece en esta dimensión a través de la relación real ypráctica con un tipo particular de individuos, a los que cuales les pertenece el producto

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del trabajo. En la sociedad burguesa el hombre se enfrenta consigo mismo, y con el restode los hombres (trabajadores y no trabajadores). La propiedad privada aparece, de estamanera, como la consecuencia del trabajo enajenado.

Vemos, entonces, cómo el trabajo es entendido en los Manuscritos como el acto gené‐rico fundamental del hombre. La industria será, por lo tanto, “el libro abierto de las capa‐cidades esenciales del hombre” (Marx, 2010: 151) que representa a la propiedad priva‐da como fuerza histórica. El concepto de industria nombra en este texto la relación his‐tórica entre la comunidad y el mundo de las cosas. Marx incorpora, en este sentido, a lahistoria como la herramienta principal que permite dar cuenta de la relación materialconcreta del hombre con la naturaleza. Este punto pone nuevamente de manifiesto eldéficit advertido por Marx en los textos feuerbachianos: a Feuerbach le faltó la historia.En la Ideología Alemana, el joven pensador afirmará que Feuerbach dijo ““el hombre” envez de los “hombres históricos reales”” (Marx, 1973: 46). Materialismo e historia fuerondos dimensiones que Feuerbach pensó por separado y nunca cruzó.

Al igual que Sobre la cuestión judía, los Manuscritos finalizan con la esperanzadora afir‐mación del comunismo. Éste es planteado por Marx como la superación positiva de lapropiedad privada y la enajenación del orden social burgués; el retorno del hombre parasí en tanto hombre social y comunitario. Si bien el teórico renano le otorga a la llegadadel comunismo un carácter necesario en tanto negación del actual orden social, existe enesta necesariedad una indeterminación en lo que respecta al cómo y el adónde. El comu‐nismo no es planteado por Marx en estos textos como una meta de la evolución huma‐na, sino más bien como un principio energético del movimiento de lo social.

Algunas reflexiones finales

Vimos el uso feuerbachiano de la noción de esencia genérica y su posterior reelabora‐ción marxiana en Sobre la cuestión judía y en los Manuscritos. Al principio del trabajo sos‐tuve que esta categoría fue condición de posibilidad para un nuevo tipo de reflexión enMarx: la reflexión en torno a la enajenación de la vida comunitaria en la sociedad bur‐guesa. Esta noción de Feuerbach le permitió a Marx conceptualizar el desgarramientode los vínculos comunitarios en el orden social burgués como una pérdida de la esenciadel hombre.

En los textos del período 1845‐1846 Marx abandonará el concepto de esencia genéri‐ca pero mantendrá el de enajenación. Así como en el ’43 y ’44 ambas categorías compu‐sieron un par conceptual que obligaba a pensarlas en conjunto, en 1845‐1846 Marx leextraerá al concepto de enajenación su dimensión esencialista y se dispondrá a pensardicho proceso de otra manera6. En el capítulo de La ideología alemana dedicado aFeuerbach Marx7 analiza la relación entre comunidad y enajenación de una manera dis‐tinta a como lo había hecho en los escritos de 1843‐1844. El teórico renano afirma en estetexto que los individuos se ven despojados de un poder que es suyo en la medida en quelo producen. Lo común sigue presentándose como una fuerza ajena, autónoma, pero, adiferencia del ’43‐’44, no está dada a priori sino que es producida por la cooperación delos hombres.

Otra clave para entender el abandono de la noción de esencia genérica puede encon‐trarse en la tesis número VI de las Tesis sobre Feuerbach, en la que Marx define a la natu‐raleza del hombre como el conjunto de las relaciones sociales. La noción de esenciagenérica desarrollada por Feuerbach no permitía pensar el carácter histórico de la cons‐

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trucción social del hombre. Si bien la naturaleza humana es planteada en esta tesis comoalgo que no es inmanente a cada individuo, ésta sí es inmanente a las relaciones socia‐les históricas en las que el hombre existe. Por lo tanto, la naturaleza humana no se com‐prende en las Tesis a partir de una esencia, de una abstracción, sino a partir de las prác‐ticas sociales efectivas y los procesos históricos que dan lugar a la realización de esasprácticas.

El análisis del uso y abandono de la noción de esencia genérica resulta fundamentala la hora de comprender la posterior emergencia de las categorías clásicas del materia‐lismo histórico. Advertir el vertiginoso proceso que llevó a Marx a asumir diversas posi‐ciones teóricas y políticas a lo largo de su vida no implica solamente un acto de fideli‐dad con el complejo desarrollo de su producción, sino también una búsqueda de vigory fecundidad en el movimiento de su pensamiento.

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Notas1 El carácter materialista del pensamiento feuerbachiano será criticado por Marx debido a su carácter ahistórico.Según el pensador de Tréveris, en Feuerbach la historia se encuentra carente de materialidad y el materialismocarente de historia.2 Dal Pra (1971) sostiene que, a diferencia de la tradición hegeliana y feuerbachiana, la alienación es en Marx unconcepto histórico, un concepto que define las características del hombre en la sociedad burguesa.3 Habría que señalar la importancia de la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel en lo que respecta al lugar de locomunitario en los textos marxianos de este período. En este trabajo no estudiaremos dicho texto por la escasaimportancia que toman las categorías feuerbachianas en la argumentación. Cabe recordar de todos modos que lapropiedad privada, según este trabajo, aparece como contraria a los intereses de la comunidad y a los vínculoscomunitarios de los hombres en la medida en que establece una competencia constante entre los hombres. Estaafirmación encuentra una evidentemente afinidad con los problemas trabajados por Marx en Sobre la cuestión judíay en los Manuscritos económico‐filosóficos.4 Ricoeur (1994) señala que la utilización retórica de la religión tiene un propósito más metafórico que argumen‐tativo. Según este autor la religión es utilizada por Marx en estos trabajos como imagen y no como fundamenta‐ción teórica.5 En el tercer manuscrito Marx señala que todo modo de producción crea necesidades y goces. En el orden socialburgués la actividad y el goce social, lejos de existir bajo la forma de actividad y goce comunitario, se subordinana los goces cuantitativos proporcionados por el mercado. El hombre, transformado en un esclavo ingenioso deldinero, se ve enajenado también en sus sentidos y placeres.6 Resulta ineludible la referencia a La revolución teórica de Marx (1971) de Althusser. En relación con este texto, qui‐siera decir que si bien es imposible no aceptar su tesis sobre una ruptura a partir de 1845, no necesariamente estoimplica concordar con todas las consecuencias que, según él, se desprenden de ella. 7 Digo Marx y no Marx y Engels, porque se supone que este apartado fue escrito solamente por el primero.

ReferenciasAmengual, G. (1980). Crítica de la religión y antropología en Ludwig Feuerbach: Barcelona, Laia.

Althusser, L. (1971). La revolución teórica de Marx. Buenos Aires: Siglo XXI Argentina Editores S.A..

Bauer, B. y Marx, K. (2009). La Cuestión Judía. Barcelona: Anthropos Editorial.

Dal Pra, M. (1971). La dialéctica en Marx, Barcelona, Martinez Roca.

Feuerbach, L. (1985). Tesis provisionales para la reforma de la filosofía‐Principios de la filosofía del futuro.Buenos Aires: Ediciones Orbis S.A.

Feuerbach, L. (1995). La esencia del cristianismo. Barcelona: Trotta.

Koselleck, R. (1974). Historia de los conceptos e historia social. En Ludz, Ch. Sociología e historia social(pp. 7‐31). Buenos Aires: Sur.

Marx, K. (1982). Escritos de Juventud. México: Fondo de Cultura Económica.

Marx, K. (2010). Manuscritos económico‐filosóficos de 1844. Buenos Aires: Colihue.

Nocera, P. (2013, julio 5). La esencia del dinero ‐ Moses Hess y las formas profanas de la alienación. En20 años de pensar y repensar la sociología. Nuevos desafíos académicos, científicos y políticos para el siglo XXI,X Jornadas de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales UBA, Buenos Aires.

Ricoeur, P. (1994) Ideología y utopía, Barcelona, Gedisa.

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Resumen

La victoria del pueblo vietnamita contra los Estados Unidos no fue solo una victoriasobre el imperialismo, sino también un triunfo de las masas explotadas contra la “coe‐xistencia pacífica” de la URSS y China. Constantemente la dirección del comunismo deVietnam fue un péndulo entre las directivas soviéticas y la reivindicación de auto‐deter‐minación de su pueblo. Finalmente, la revolución se sobrepuso a sus obstáculos por lainsurrección de masas que desató la guerra, cuyo trasfondo era la reivindicación histó‐rica del campesinado: la reforma agraria. Asimismo, la descomposición del ejército nor‐teamericano y la movilización que desató en la metrópoli imperialista atenuaron sucapacidad de intervención. La cuestión de la soberanía nacional y la lucha de clases sefusionaron en un mismo frente.

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Vietnam: a 40 años de laderrota del imperialismo y dela doctrina de “coexistenciapacífica” del stalinismo

Paulo WermusUniversidad de Buenos [email protected]

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El imperialismo norteamericano es culpable de la agresión; sus crímenesson inmensos... Pero también son culpables los que en el momento de defini‐ción vacilaron en hacer de Viet‐Nam parte inviolable del territorio socialis‐ta... No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte;acompañarlo a la muerte o la victoria.

Ernesto “Che” Guevara“Crear dos, tres...muchos Viet‐Nam, es la consigna, 1967”1

Introducción

El 30 de abril de 1975 una imagen recorrió el mundo: los últimos funcionarios nortea‐mericanos corrían desesperados a un helicóptero que despegaba del techo de la emba‐jada estadounidense en Saigón. La guerrilla del Frente Nacional de Liberación ingresa‐ba victoriosa a la capital de Vietnam del Sur. Se producía un hecho de una trascenden‐cia histórica determinante: la primera derrota de la historia de una intervención militardirecta de la principal potencia capitalista.

Las atrocidades perpetuadas por los invasores imperialistas —Francia, Japón yEE.UU.— fueron de una escala nunca antes vista. Se estima que el ejército norteameri‐cano arrojó más de siete millones de toneladas de explosivos en Vietnam, dos veces másque todos los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. La utilización de napalm, deagente naranja, y la destrucción de poblados enteros por los bombardeos norteamerica‐nos fueron la expresión de una barbarie sin límites.

La victoria del pueblo vietnamita contra semejante maquinaria de destrucción fueuno de los puntos más altos de un movimiento de ascenso revolucionario en todo elmundo. El triunfo de la Revolución Cubana en 1959; el Mayo Francés de 1968; laPrimavera de Praga; la Revolución China; la revuelta de Tlatelolco en México; las huel‐gas de masas en El Salvador y en San Pablo, Brasil; el Cordobazo en 1969 en Argentina;las revueltas en Italia, España, Inglaterra, Alemania, Polonia y Japón; el gran movimien‐to de protesta en Estados Unidos; la Revolución en Portugal; y la pujanza de los movi‐mientos anti‐coloniales (ver Rieznik et. al, 2010; Chamberlain, 1997).

La lucha de los pueblos oprimidos del mundo contra el imperialismo, así como lalucha de clases en los países “avanzados”, atenuaron la capacidad de intervención delimperialismo, agravando sus propias contradicciones. Atacado como ninguno, el pue‐blo vietnamita encontró a su aliado fundamental: la movilización contra la guerra de lostrabajadores en los propios EE.UU.

Asimismo, la victoria del pueblo vietnamita quebró la política de la URSS de conge‐lar la revolución en el sudeste asiático en favor de sus compromisos de “coexistenciapacífica”. La directiva soviética era “el establecimiento de sanas relaciones de colabora‐ción, sobre una base razonable y mutuamente beneficiosa, entre los países con regíme‐nes sociales diferentes” (Furtak, 1966: 5). De esta forma, la diplomacia soviética, segui‐da por los partidos comunistas del mundo, transformó sistemáticamente a los episódi‐cos aliados de Moscú en “amigos de la paz”, apoyando o integrando incluso esos gobier‐nos imperialistas.

Este trabajo analiza la trama histórica de la lucha por la liberación de Vietnam hastaese 30 de abril de 1975. La historia del pueblo vietnamita es la historia de una resisten‐

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cia de varios siglos a ocupaciones extranjeras. Una larga y tenaz batalla con tropezones,avances y retrocesos, que llevaron al pueblo de Vietnam a la independencia nacional.

Aquella Indochina francesa

La colonia francesa de Indochina (Vietnam, Laos y Camboya) se había establecido haciafines del siglo XIX.2 Si bien la resistencia a la ocupación data desde ese momento, elaspecto más sobresaliente de su etapa moderna fue que el Partido Comunista Indochino(PCI) fue su protagonista principal.

El PCI fue fundado el 3 de febrero de 1930 en una conferencia reunida en Koolon,China, con una estrecha ligazón con el comunismo francés.3 El programa político delrecién creado PCI estaba inspirado en la teoría de la revolución por etapas del estalinismo:“poner fin al imperialismo francés y al feudalismo de los terratenientes, para convertira Vietnam en una nación independiente y distribuir la tierra entre los campesinos”entendiendo esta tarea como una “revolución democrática burguesa” (González, 1978:146‐148).

En cualquier caso, el comunismo indochino tenía sus particularidades: entre 1933 y1937 realizaba un frente único con la trotskista Doi Lap (Oposición de Izquierda) eimprimían conjuntamente el periódico La Lutte; hecho que puede ser comprendido porlas circunstancias de persecución de Indochina. Sin embargo, el PCI cambiaría su posi‐ción siguiendo los episódicos giros políticos del Kremlin. Con la firma del “tratado fran‐co‐soviético de asistencia mutua”, el 2 de mayo de 1935, el Partido Comunista francés(PCF) y el PCI moderaron toda crítica al gobierno de Francia. Con la llegada al gobier‐no del Frente popular (1936‐1938), apoyado por el comunismo, el frente único con eltrotskismo llegó a su fin.4

El Ministro de Colonias, general Brévié, así lo relataba: “mientras que los comunistasestalinistas comprendieron como Nguyen Van Tao que el interés de las masas los lleva‐ba a acercarse a Francia, los trotskistas, bajo la égida de Ta Thu Thau, no temen empu‐jar a los indígenas a sublevarse con el objetivo de aprovecharse de ello y hacer una gue‐rra de liberación total” (en Ngo Van Xuyet, 2001). En este periodo la dura represión a lasorganizaciones trotskistas generó una severa dispersión de sus fuerzas.

El advenimiento al poder del Frente Popular en Francia había generado entusiasmoen varios líderes de los movimientos de liberación de las colonias como Ho Chi Minh,Habib Bourguiba (Túnez), y Ferhat Abbas (Argelia). Sin embargo, el gobierno francés decoalición mantuvo intacto su imperio colonial.5

Vo Nguyen Giap, Comandante del ejército popular de Vietnam, afirma que “huboque esperar hasta 1939‐41 para que la lucha contra el imperialismo y por la liberaciónnacional fuera concebida claramente como una tarea primordial” (Giap Vo Nguyen,2013: 58). Más que una cuestión de “concepciones claras” lo que sucedió fue la firma delpacto Hitler‐Stalin.6 En este contexto, la URSS liberaba al PCI de contener su ataque alimperialismo francés.

La invasión japonesa y la Revolución de Agosto

En septiembre de 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, Japón invadió Indochina.Con el trasfondo del frente de los “aliados” contra las fuerzas del “Eje”, el PCI impulsóen 1941 la conformación del Viet minh (Liga por la Independencia de Vietnam) cuyo pro‐

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grama establecía: “expulsar a los fascistas franceses y japoneses para restablecer la inde‐pendencia completa del Vietnam, en alianza con las democracias en lucha contra el fas‐cismo y la agresión” (Ngo Van Xuyet, 2001). La mención de los “fascistas franceses” sedebe a que la ocupación japonesa se limitó al ámbito puramente militar, manteniendo laadministración que apoyaba al régimen de Philippe Pétain durante la ocupación nazi deFrancia.

De acuerdo con el comandante Giap, el Viet minh “reunía, en efecto, las fuerzas patrió‐ticas de todas las clases y de todas las capas sociales, hasta los terratenientes progresis‐tas, todas las nacionalidades del país, mayoritarias o minoritarias, los creyentes patrio‐tas de todas las religiones” (2013: 33).

Con el apoyo chino, tanto del PC como del Kuomintang de Chiang Kai Shek, a partirde noviembre de 1941 el Viet minh organizó un primer grupo guerrillero, embrión delfuturo Ejército de liberación. También recibió asistencia de Estados Unidos en el marco dela guerra contra Japón en el Océano Pacífico. En 1944 la OSS (Oficina de ServiciosEstratégicos), predecesora de la CIA, proveyó armas y brindó entrenamiento a la gue‐rrilla liderada por el PCI (Hess, 1972: 367).

La rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945, antes de quelos aliados pusieran un pie en la región, y un golpe de estado nipón para mantenerse enel gobierno, generaron un vacío de poder que le planteó al movimiento de liberaciónnacional una oportunidad única. Lu Sanh Hanh (1947), militante trotskista vietnamita,señala que “varias horas después [del rendimiento de Japón], desde el norte hasta el sur,desde la ciudad al campo, desde las fábricas a las calles, de una familia a otra, surgióuna tormenta social que amenazaba con derrumbarlo todo…”. Se conformaron Comitésdel Pueblo de auto‐gobierno y en el campo se inició un movimiento de ocupación de tie‐rras.

Las unidades del Viet minh avanzaron hacia Hanoi y el 19 de agosto 200.000 personasencabezadas por Ho Chi Minh tomaron el palacio de gobierno. En Saigón, Tran VanGiau del PCI proclamó también un gobierno provisional del Viet minh en el sur.Finalmente, ante medio millón de personas en Hanoi, Ho Chi Minh proclamó la inde‐pendencia el 2 de septiembre. Nacía la República Democrática de Vietnam.

En una parte de la declaración de independencia, Ho decía: “Todos los hombres soncreados iguales, están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; entreellos están el derecho a la Vida, a la Libertad y a la búsqueda de la Felicidad”. Estas pala‐bras, tomadas textuales de la Declaración de Independencia de los EE.UU., llevaron aalgunos historiadores, como Jonathan Neale, a afirmar que era “una clara petición deapoyo estadounidense contra el colonialismo francés” (2003: 34). No obstante, los alia‐dos y la URSS ya habían decidido otro destino para Indochina.

Invitando a los “aliados” imperialistas

En la conferencia de Potsdam, la Unión Soviética, Gran Bretaña y EE.UU. acordaron queIndochina siguiera siendo francesa. Pero como Francia no tenía recursos, se establecióque las tropas inglesas tomarían el sur y China jugaría el mismo papel en el norte. A estelobby de Potsdam se sumaba también el Partido Comunista francés, que en 1944 integra‐ba el gobierno de Charles de Gaulle, quien reclamaba la restitución de todas sus colo‐nias.

Mientras tanto, Vietnam era un hervidero político. En el trascurso de tres semanas, se

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habían conformado alrededor de 150 comités del pueblo de auto‐gobierno. Sin embargo,siguiendo las resoluciones de Potsdam y considerando que iba a poder lograrse unaconvivencia con el imperialismo, la acción del Viet Minh se orientó a reprimir la situa‐ción. Ngo Van Xuyet, dirigente trotskista, remarca que en un comunicado del Comisariodel Interior del gobierno se informaba que serían “castigados sin piedad aquellos quehayan empujado a los campesinos a apoderarse de las propiedades rurales. La revolu‐ción comunista que resolverá el problema agrario aún no tuvo lugar. Nuestro gobiernoes un gobierno democrático y burgués, aunque los comunistas estén en el poder” (NgoVan Xuyet, 2001).

En el norte, como se había acordado, ingresaron las tropas del Kuomintang chino. Lasfuerzas de Chiang Kai Shek recibieron la rendición japonesa en el norte y finalmentereconocieron al Viet minh como gobierno. La generosidad china tenía una explicación: elgobierno provisional había decidido incluir al partido Quoc Dan Dang (el Kuomintangvietnamita).

En el Sur, en cambio, el ingreso de las tropas británicas fue mucho más traumático. Laocupación de tierras y los enfrentamientos con los colonos franceses se habían intensifi‐cado desde la declaración de independencia. El 7 de septiembre, el gobierno provisionalde Tran Van Giau dio la orden de desarmar a todas las organizaciones no‐gubernamen‐tales. El decreto declaraba: “aquellos que llaman al pueblo a armarse y sobre todo a pele‐ar contra los aliados imperialistas serán considerados provocadores y saboteadores” (LuSanh Hanh, 1947). El PCI procedió a la clausura de los comités del pueblo, asesinando adecenas de luchadores populares, entre ellos a todos los dirigentes trotskistas.7 En eseseptiembre, el Viet minh reprimió toda oposición popular al ingreso del ejército inglés.

El general británico Douglas D. Gracey, quien lideró las tropas que desembarcaron enVietnam, confesaba: “a mi llegada fui recibido por el Viet minh, me dieron la bienveni‐da… Fue una situación desagradable, y rápidamente les di una patada. Eran todoscomunistas” (Springhall, 2005: 115). Desde su arribo, el 13 de septiembre de 1945,Gracey tardó tan solo diez días en tomar el control de Saigón: con solo tres divisionesde infantería ocupó los edificios estratégicos de la ciudad y decretó el estado de sitio. Elresultado del episodio habla por sí solo: el 5 de octubre ingresaban las primeras fuerzasexpedicionarias francesas al sur de Vietnam equipadas con artillería norteamericana.Luego de algunos enfrentamientos el Viet minh se recluía en el Norte.

La “traición anglo‐francesa” respondía a una cuestión esencial: no poder establecerun régimen cien por ciento títere por la presencia del Viet minh y la URSS. Esta situacióncontrastaba con las negociaciones en Camboya, por ejemplo, donde se había establecidoun acuerdo con la monarquía. La misma política intentó fallidamente imponer Franciaen Vietnam utilizando a la antigua dinastía Nguyền, que ya había sido colaboracionistacon la invasión japonesa.

De la “Unión Francesa” a la “guerra de guerrillas”

En este punto es necesario remarcar que una constante en la política del PartidoComunista Indochino, aún manteniendo cierta independencia frente a la burocraciasoviética, fue ceder recurrentemente a las presiones que aquella ejercía de acuerdo a susintereses diplomáticos. A lo largo de todo este periodo, la URSS privilegió tener comoaliado a De Gaulle en vez de respaldar la liberación de Vietnam.

Por su parte, el PCI creía erróneamente que los dos ministros comunistas en el gobier‐

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no francés inclinarían la balanza para su lado. Giap así lo expresa: “¿Quién era el agre‐sor?... Al comienzo, dada la participación de elementos progresistas en el gobierno francés, tác‐ticamente teníamos que denunciar como enemigos a los ultracolonialistas franceses.Pero después, y sobre todo desde 1947, en que el gobierno francés llegó a ser claramentereaccionario, el agresor extranjero fue, sin ambigüedad posible, el imperialismo francés” (2013:75‐76).

Siguiendo esta política, la tragedia de Saigón tenía ahora su réplica en el norte: el 6 demarzo de 1946 Ho Chi Minh firmaba un acuerdo de armisticio con Francia donde sereconocía a la República de Vietnam como “estado libre” pero dentro de la UniónFrancesa, y se autorizaba el ingreso de tropas francesas en el norte. Como había sucedi‐do en el sur, el imperialismo francés inició ataques en todo el territorio y expulsó algobierno del Viet minh de Hanoi hacia la región montañosa del Viet Bac. Se iniciabansiete años de guerra de guerrillas contra Francia.

La estrategia de guerra prolongada8 que anunciaban Ho Chi Minh y Giap fue la conse‐cuencia de haber acordado el retorno de los enemigos al territorio. La táctica guerrille‐ra no era una premisa doctrinal, sino una acción pragmática, que se fortaleció fuerte‐mente con la ayuda del Partido Comunista Chino, que luego de derrotar a Chiang KaiShek alcanzaba la frontera con Vietnam en enero de 1950.

La tardía reforma agraria: el impulso a la victoria de Dien Bien Phu

Giap reconoce que bajo “influencia de nociones confusas” la reforma agraria recién fueimpulsada en 1952‐1953 en los territorios liberados: “gracias a esas medidas, la comba‐tividad de millones de campesinos fue poderosamente estimulada” (2013: 77). En laszonas que controlaba el Lien Viet (homónimo del Viet Minh) se confiscaron tierras parasu repartición y se anularon las deudas de los campesinos. Más que “influencia denociones confusas”, el cambio de punto de vista respecto a agosto de 1945 (cuando elViet minh se hizo con el gobierno) se debió al fracaso de la política de alianza con laspotencias aliadas. O se profundizaba una transformación social de los medios de vidadel campesinado, o el Lien Viet se aislaba totalmente.

Estas medidas lograron un afianzamiento comunista muy fuerte en el campesinado,que contrastaba con la situación de los franceses, quienes a pesar de constituir ungobierno títere nativo no lograban consolidar sus posiciones territoriales.Completamente exhaustos, dependían exclusivamente del financiamiento norteameri‐cano.

Los avances guerrilleros culminaron en la famosa batalla de Dien Bien Phu (1953‐1954). Después de 55 días de combate, el Ejército Popular de Vietnam destruyó el campoatrincherado francés más poderoso de Indochina, considerado inexpugnable. Giapremarca que “en todos los teatros de operaciones hicimos perder al enemigo 112.000hombres y 177 aviones... hicimos prisioneros a 16.200 hombres... ocupamos todos losarmamentos, municiones y equipos del enemigo” (2013: 191).

La conferencia de Ginebra de 1954: el “fifty fifty” con el imperialismo

En un cuadro de derrota de las fuerzas de ocupación, se discutió en Ginebra en 1954 unacuerdo de “alto el fuego”. Las conversaciones de Ginebra formaban parte de negocia‐ciones más amplias entre la URSS, China y EE.UU. sobre el fin de la guerra de Corea,

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donde la situación de Indochina también fue abordada. Allí acordaron que Laos yCamboya pasarían a ser reinos independientes, y Vietnam se dividiría a la altura delparalelo 17, reconociendo en el norte al gobierno de Ho Chi Minh y en el sur al gobier‐no títere del emperador Bao Dai y de Ngo Dinh Diem como primer ministro. Asimismo,se acordó que en 1956 se realizarían elecciones para la reunificación del país, y se retira‐rían las tropas francesas.

La URSS y el imperialismo buscaban una salida como la practicada en Corea yAlemania: dividir el territorio. Realizar elecciones dos años después con el Lien Vietreplegado en el norte era una utopía.9 Para el Kremlin los vínculos con Francia seguíansiendo más fuertes e importantes que la revolución vietnamita. En un artículo del NewYork Times del 24 de julio de 1954 se señalaba que “varios miembros de la delegaciónvietnamita declararon abiertamente que la presión del Premier Comunista Chou En Laiy del ministro soviético Viacheslav Molotov, forzaron a su régimen a aceptar menos delo que legítimamente hubiera podido obtener” (Mandel et. al., 1979: 39).

Por su parte, Florencia Rubiolo sostiene que “la URSS quería recompensar a Franciapor su labor en la tarea de evitar que la República Federal Alemana participara de unacomunidad defensiva europea... Por su parte, los chinos, que aún mantenían relacionesamistosas con la URSS, no querían perturbar esta situación...” (2007: 3). Neale señala que“Ho Chi Minh se desplazó a China y pidió personalmente a Zhou Enlai, el ministro derelaciones exteriores chino, que desacreditara la propuesta de Molotov. Pero Zhou ledijo a Ho que aceptara la propuesta rusa” (2003: 43).

Nuevamente esta línea de intervención estalinista condujo a un callejón sin salida. Elgobierno títere no solo no cumplió con lo pactado en Ginebra sino que inició una cace‐ría de todo opositor a su régimen, sostenido directamente por EEUU. Como señaló crí‐ticamente Ernesto “Che” Guevara en 1964: “Francia burló todos los acuerdos y llevó auna situación de extrema tensión a todo el país. Los métodos pacíficos y racionales deresolver las controversias fueron demostrando su inutilidad, hasta que el pueblo tomóla vía de la lucha armada” (en Giap, 2013: prólogo).

Estados Unidos pisa Vietnam

La fase norteamericana de la guerra tiene su inicio formal en agosto de 1964, aunque yadesde Ginebra había empezado el relevamiento de Francia. En el punto más alto deintervención se contabilizaron medio millón de soldados en el país asiático.

En 1952 el Consejo Nacional de Seguridad norteamericano había hecho una declara‐ción sobre su necesaria incumbencia en la guerra: “La pérdida de cualquiera de los paí‐ses del sudeste asiático que cayeran ante la agresión comunista tendría graves conse‐cuencias psicológicas, políticas y económicas... a ello seguiría un progresivo alineamien‐to con el comunismo del resto del sudeste asiático...” (Velásquez, 1989: 462‐463).

El gobierno de Ngo Dinh Diem en el sur no solo contaba con el apoyo de EstadosUnidos sino que tenía su base social en la clase terrateniente del sur, que se caracteriza‐ba por un parasitismo total: tomaba entre el 40 y el 60% de la cosecha campesina comorenta. Esta situación contrastaba con los territorios controlados por el Frente deLiberación Nacional (FLN) —fundado en 1960 como homónimo en el Sur del Lien Viet—, que solo recaudaba el 10%, creando un apoyo campesino enorme para la insurgenciacomunista (Geier, 1999).

A medida que el FLN expandía su influencia, se volvió muy complicado para los

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terratenientes recaudar sus rentas. Éstos entonces llegaron a un significativo acuerdocon el gobierno: el ejército títere se encargaba de la recolección, a cambio de un 30% quese dividía entre el gobierno, los oficiales y la tropa. “La recolección de la renta se con‐virtió en más importante para el ejército que el combatir. El corrupto gobierno surviet‐namita y su ejército eran poco más que recolectores de impuestos para los terratenien‐tes” (Geier, 1999). Esta contradicción de clase tan visible para los trabajadores y campe‐sinos, sumado a la presencia de extranjeros, fue el mayor punto de apoyo popular delFLN.

La heroica resistencia del pueblo de Vietnam, en contraste con las aberraciones de laocupación, generó un movimiento mundial por el retiro de tropas norteamericanas, consu epicentro en EE.UU. Los movimientos de protesta habían ganado terreno en la déca‐da de 1960, en la lucha por los derechos civiles de la clase obrera negra. La cuestiónnegra y el antibelicismo estaban íntimamente ligados. El boxeador Mohamed Ali, quefue despojado de su título de campeón por negarse a prestar servicio militar, graficó cla‐ramente el carácter social y racial de la guerra: “mandan negros a matar amarillos paraque blancos se puedan quedar con la tierra que le robaron a los rojos” (en García, 1988:46). El año 1967 fue el de consolidación de la protesta, cuando millones de personas semovilizaron contra la guerra.

La ofensiva del Tet y la rebelión de los soldados norteamericanos

El Tet era el primer día del año nuevo vietnamita y durante la mayoría de los años deguerra lo habitual era que la guerrilla suspendiese las actividades. Parecía que en 1968sucedería lo mismo, pero en esta ocasión no fue así. El FLN movilizó 100 mil hombressobre Saigón y 36 capitales provinciales para comenzar una lucha por las ciudades.

La ofensiva Tet no fue militarmente exitosa, debido al salvajismo del contraataquenorteamericano: “solamente en Saigón, las bombas americanas mataron 14.000 civiles.La ciudad de Ben Tre se volvió emblemática del esfuerzo norteamericano cuando elmayor que la retomó anunció que: ‘para salvar la ciudad, tuvimos que destruirla’”(Geier, 1999).

Pero aunque EE.UU. logró reconquistar todas las ciudades, había sufrido una derro‐ta política. El Tet demostró que el FNL tenía el total apoyo de la población. El ejércitosurvietnamita había entregado ciudades enteras sin disparar un solo tiro. En algunoscasos, las tropas survietnamitas habían dado la bienvenida al FLN y entregado grandessuministros de armas. Pero el Tet también fue la gota que rebalsó el vaso dentro del ejér‐cito norteamericano.

Una contradicción de los ejércitos imperialistas es que se sostienen con tropas de laclase trabajadora, que pese a cualquier confucionismo ideológico y/o sentimiento depatriotismo, no tienen un interés material en la conquista. Esta contradicción tiene elpotencial para destruir ejércitos.

En el año 1968 se registraron 68 motines de soldados. En 1970, solamente en laPrimera División de Caballería, hubo 35 actos de rechazo al combate. “En octubre de1971, la policía militar aeronáutica tomó por asalto una base para proteger a un oficialque había sido el blanco de repetidos atentados por “fragmentación” [con granadas]. Labase fue ocupada por una semana antes que el mando fuera restaurado” (Geier, 1999).

En total se contabilizaron entre 800 y 1000 atentados contra oficiales usando explosi‐vos. El impacto político del motín fue sentido muy lejos de Vietnam, como lo reflejara

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H.R. Haldeman, jefe de equipo del presidente Nixon: “Si las tropas se amotinan, no sepuede seguir una política agresiva” (en Geier, 1999).

Los Acuerdos de París: la última carta del imperialismo es derrotada

El 27 de enero de 1973 se firmó un tratado similar al de Ginebra de 1954, pero esta vezla reunión fue en París. A grandes rasgos allí se establecía el respeto de las unidadesterritoriales establecidas en Ginebra; en sesenta días desde la firma del acuerdo debíanabandonar Vietnam del Sur todas las tropas, consejeros militares y personal militar deEstados Unidos; la reunificación de Vietnam se realizaría paso a paso a través de méto‐dos pacíficos y sobre la base de las discusiones y acuerdos entre Vietnam del Norte yVietnam del Sur; Estados Unidos contribuiría a sanear los efectos de la guerra y lareconstrucción de la posguerra.

Como era de esperar, estos acuerdos fueron violados abiertamente por el régimen deSaigón y EE.UU., como antes lo había hecho el imperialismo francés con los acuerdos de1945 y los de Ginebra en 1954 conjuntamente con los Estados Unidos. Lo que buscaba lapotencia imperialista con esta maniobra era solo ganar tiempo para realizar un retiroordenado de sus tropas y, asimismo, fortalecer al estado títere de Saigón por su propiacuenta.

La pregunta, entonces, es: ¿qué llevó al comunismo vietnamita a firmar casi 20 añosdespués un tratado similar al de Ginebra, con los antecedentes mencionados?

En primer lugar, el gobierno de EE.UU. inició un bombardeo sin precedentes parainclinar la balanza militar a su favor, llegando incluso a minar el puerto de Haiphong enel norte. Asimismo, impulsó un golpe militar en Camboya instalando un régimen títeresimilar al de Saigón, para afianzar su incumbencia en toda la región. En segundo lugar,Estados Unidos, en un cuadro mundial caracterizado por rebeliones en muchas partesdel globo (como se enumeró en la introducción de este trabajo), realizó un cambio deestrategia política que consistió en un mayor acercamiento y colaboración con la URSSy China.

Tres hechos hablan por sí solos: el 21 de febrero de 1972 el presidente de EE.UU.,Richard Nixon, hizo una visita oficial a Pekín, en pleno bombardeo de Vietnam; por suparte, la URSS no se quedó atrás y el 22 de mayo de 1972 se produjo la primera visitaoficial de un presidente de los Estados Unidos a ese país; como gesto soviético, el 18 dejunio de 1973, el secretario general del Partido Comunista soviético, Leonid I. Brézhnev,realizó también su visita a los EEUU.

El acercamiento entre Pekín y Washington se había iniciado desde 1960. FlorenciaRubiolo (2007) sostiene que “China, nuevamente con temores de perder su preeminen‐cia en la región, no quería ver un estado de Indochina unificado bajo el poder deVietnam del Norte, y respaldado por la URSS”. Todo esto produjo que China fuera qui‐tando paulatinamente su apoyo al gobierno de Vietnam del Norte. Asimismo, el PCChcomenzó a promover a los sectores más anti‐vietnamitas dentro del comunismo del sud‐este asiático como el grupo de Pol Pot en el Partido Comunista de Camboya (PCK).

En lo que respecta a la URSS y EE.UU., en Washington se proclamaba cínicamente“hacer todo esfuerzo para eliminar la amenaza de guerra y crear las condiciones quepropicien la reducción de las tensiones en el mundo y el fortalecimiento de la seguridaduniversal y la cooperación internacional” (Godoy, 1974: 20). Al respecto, Brézhnev seña‐laba que “sería cosa anormal que suscribiéramos un acuerdo referente a la articulación

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de nuestras relaciones, conforme a los principios de la coexistencia pacífica, sin fomen‐tar a la vez el comercio y los vínculos económicos de nuestros países” (ídem: 31). Con laidea estalinista de la “edificación socialista” fronteras adentro, la URSS y China utiliza‐ban la lucha de clases mundial como moneda de cambio con el imperialismo para supropio beneficio.

En un análisis de documentación soviética de la década de 1970, Stephen Morris seña‐la que desde la URSS acusaban al gobierno de Hanoi de tratar de impedir el involucra‐miento de otros países socialistas en la solución de las cuestiones de Indochina. Morrisremarca, incluso, la existencia de dos facciones diferenciadas en torno a la política mili‐tar y diplomática vietnamita. Una considerada pro‐soviética y la otra denominada“oportunista”, o “pro‐china” por la embajada del Kremlin, que habría sido partidaria deavanzar militarmente hacia el sur, y acusaba a la alta dirigencia de haber hecho muchasconcesiones en los acuerdos de París (Morris, 1999: 14, 15, 24).

No obstante lo cual, consideremos que más allá de estos hechos en sí la unificación deVietnam se abrió paso por la respuesta popular a la incesante ofensiva del imperialismoy del régimen títere de Nguyên Van Thieu (presidente de Vietnam del Sur entre 1965 y1975). La “coexistencia pacífica” siempre fue una política exclusiva del bloque comunis‐ta: el imperialismo nunca disminuyó su asedio a los movimientos revolucionarios delmundo.

La descomposición imparable del régimen títere, sus constantes ataques, y la tremen‐da irrupción de las masas como respuesta, hicieron completamente utópicos los llama‐dos de Moscú a establecer una administración de compromiso con Vietnam del Sur. Pormás que los EE.UU., la URSS y China impulsaran mantener al régimen títere de Thieuen Saigón, la guerra civil en el sur no se podía detener con un expediente diplomático.

Como ya se desarrolló en los párrafos precedentes, el estado del sur no solo era untítere del imperialismo, sino que para las masas campesinas era el representante de laclase terrateniente. Esto generaba un vínculo indisoluble entre la lucha anti‐imperialis‐ta y la más esencial de las reivindicaciones populares. Para el pueblo, la lucha contra lastropas de EE.UU. y la lucha contra la explotación eran sinónimos.

La “cuestión agraria” movilizó a cientos de miles de campesinos. Si bien en la décadade 1940 esta cuestión fue negada y reprimida por el comunismo vietnamita, fue estimu‐lada ya entrada la década de 1950. La lucha independentista avanzó cada vez a paso másfirme cuando se fusionaba con los intereses materiales de las masas, transformándosede esta forma en una revolución social. Esto generó un apoyo popular sin precedentes.

La guerrilla se convirtió en un “ejército del pueblo”. Un piloto de un bombardero rela‐tó: “cuando suena la trompeta y miles de personas se tumban sobre sus espaldas y dis‐paran sus armas personales de bajo calibre hacia el aire, pobre del que tenga la mala for‐tuna de pasar por ahí” (Neale, 2003: 90). La capacidad inventiva para hacer frente a unenemigo muy superior en tecnología también expresaba el involucramiento de toda lapoblación: se construyó una red de túneles subterráneos de la resistencia; las latas deCoca‐Cola abandonadas por los marines se convertían en granadas; los morteros y cohe‐tes que no estallaban eran reconvertidos en minas. Fue una movilización popular sinprecedentes.

Esta realidad le ganó a las directivas soviéticas y el FLN avanzó decidido. Finalmente,ese 30 de abril de 1975 el anhelo del pueblo vietnamita lograba la victoria.

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Conclusión

Como balance de este trabajo queremos empezar respondiendo dos preguntas: ¿Por quésemejante agresión militar a Vietnam? ¿A que intereses respondía la ocupación?

Una primera aproximación a la respuesta sería plantear que fue un episodio de lalucha contra el comunismo en el marco de la “guerra fría”. Sin embargo, detrás de todaideología se esconden intereses sociales más profundos. Cuando Lenin analiza el impe‐rialismo remarca que “el capital financiero es una fuerza tan considerable... en todas lasrelaciones económicas e internacionales, que es capaz de someter, y en efecto somete,incluso a Estados que gozan de la independencia política más completa...” (1966: 103).Es una lucha permanente por el reparto del mundo entre estados imperialistas y mono‐polios financieros. Es una “tendencia inevitable del capital financiero a ampliar el territo‐rio económico y aun el territorio en general” (Lenin, 1966: 106). La aceptación del statuquo para las potencias imperialistas es, por tanto, de carácter temporal, limitado. Comoseñalara Trotsky: “este ‘orden’ no puede mantenerse sino por guerras incesantes gran‐des o pequeñas, hoy en las colonias mañana en las metrópolis” (1973: 196).

Consideramos que el problema así planteado puede acercarnos a entender el incesan‐te ataque de Francia y EE.UU. contra el pueblo vietnamita. No se trató simplemente deconflictos territoriales del “mundo bipolar”, sino de una lucha entre intereses irreconci‐liables: de un lado un pueblo oprimido, y del otro el imperialismo.

El estalinismo entendió la cuestión desde su antítesis. Doctrinariamente la “coexisten‐cia pacífica” era la idea de que era posible “domesticar” a los imperialistas. Para la diri‐gencia moscovita, la sola existencia y desarrollo de la URSS era la garantía del triunfodel socialismo en el mundo y de la paz mundial. En 1956 Jruschov sostenía: “ahora exis‐ten poderosas fuerzas sociales y políticas que disponen de grandes medios para impe‐dir el desencadenamiento de la guerra por los imperialistas” (en Furtak, 1966 : 2). Locontrario de lo sucedido en Vietnam.

El comunismo vietnamita, por su parte, se movió en un péndulo entre la postura desostener las directivas de Moscú y la de conducir la lucha del pueblo por la independen‐cia. Esta oscilación pude ser resumida en tres momentos distintos:

1) Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial hay un intento de alianza con elimperialismo, que termina trágicamente con la vuelta del ejército francés de ocupación.Esto respondía al acuerdo de Potsdam y a la división del mundo allí discutida.

2) Luego de la derrota de las tropas francesas en Diem Bien Phu se toma el camino dela división y la coexistencia. Lo mismo fue impulsado en los acuerdo de París de 1973con EE.UU. Esto respondía a las alianzas que realizaban la URSS y China con las distin‐tas potencias. No obstante, los enfrentamientos fueron inevitables por la acción delimperialismo. Al mismo tiempo, fue imposible contener la lucha de clases en el sur,demostrando el carácter utópico de la “coexistencia pacífica”.

3) El movimiento de liberación avanzó sobre Saigón y expulsó a los representantes delimperialismo, demostrando la incompatibilidad entre los acuerdos de la URSS y elimperialismo, por un lado, y los intereses históricos de las masas explotadas, por el otro.

El gran impulso revolucionario que recibió la lucha por la unificación fue el involu‐cramiento masivo del campesinado del sur. Jonathan Neale relata que en un alzamien‐to en Ben Tre las “masas prácticamente desarmadas tomaron en poco tiempo gran partede la provincia; la tierra fue distribuida durante la revuelta. La fórmula funcionó entodas partes, y pronto dio al partido una amplia presencia y poder... En pocos meses el

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poder cambió de manos en Vietnam” (2003: 50).

El impulso a la lucha de clases conjuntamente con la lucha contra los invasores, y suestado títere, fue la clave de la derrota imperialista; esto le imprimió un carácter revolu‐cionario. La política de la URSS era la antítesis. Bajo el estandarte del statu quo, no que‐ría alterar la situación mundial negociada al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Deesta forma, las aspiraciones de los pueblos coloniales y los intereses del proletariadomundial entraban en contradicción con las directivas soviéticas.

Sobreponerse a esa política generó las condiciones para derrotar al imperialismo; esaes una gran lección de la lucha de Vietnam.

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Notas1 Disponible en : https://www.marxists.org/espanol/guevara/04_67.htm

2 En 1923, el entonces Ministro francés de Colonias, Albert Sarraut la consideraba “la más próspera de todas nues‐tras colonias” (Chamberlain, 1997: 117). Aunque el arroz era la cosecha más importante, también producía cau‐cho, azúcar de caña, algodón y café para exportación, había una significativa industria textil y existían yacimien‐tos de hierro, estaño y carbón.

3 Inicialmente se llamó Partido Comunista Vietnamita. Fue una unificación de tres organizaciones: el PartidoComunista de Indochina, el Partido Comunista de Annamese y la Liga Comunista de Indochina.

4 Ngo Van Xuyet, trotskista vietnamita, señala que “en mayo de 1937, bajo la orden de Moscú, Gitton, del burócolonial del Partido Comunista francés, ordenó a los stalinistas vietnamitas romper con los trotskistas. Los stali‐nistas dejan el grupo La Lutte, fundan un nuevo periódico, La Vanguardia, en el cual tratan a los trotskistas, susaliados de la víspera, de «hermanos gemelos del fascismo»” (Ngo Van Xuyet, 2001).

5 Su argumento era que de liberarse las colonias, éstas caerían en manos de otras potencias; particularmente elPCF mutó de un discurso en pro de la liberación colonial a una de asimilación (Cohen, 1972: 373).

El tratado contenía cláusulas de no agresión mutua. El principal elemento era que ninguno de los países celebran‐tes entraría en alguna alianza política o militar contraria al otro, lo cual implicaba en la práctica que la UniónSoviética rechazaría integrarse a cualquier bloque formado contra el Tercer Reich.

6 Simon Pirani (1987) enumera uno por uno todos los militantes trotskistas asesinados entre septiembre y octubrede 1945.

7 Se repliegan completamente al campo para establecer sus bases. Giap señala: “solo por una larga y dura resis‐tencia podíamos desgastar poco a poco las fuerzas del adversario mientras reforzábamos las nuestras... No tenía‐mos otro camino” (2013: 35).

8 Neale reproduce un testimonio de un desertor comunista que sostenía: “tenían la certeza de que las eleccionesnunca se celebrarían, pero este tema nunca se discutía en los niveles más bajos para no diezmar la moral y parano contradecir las afirmaciones públicas del Partido de que los Acuerdos de Ginebra habían supuesto una granvictoria para el Partido” (2003: 45).

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En Transformar el mundo. Revoluciones burguesas y revolución social, el sociólogo escocésNeil Davidson se propone una tarea enorme. Reconstruir el concepto de revolución bur‐guesa desde lo conceptual y desde lo histórico. Para eso hará un detallado repaso por lasdiscusiones entabladas por los protagonistas de estas revoluciones y por los que las ana‐lizaron posteriormente. Estudiará el origen del concepto, su uso en manos de los inicia‐dores del materialismo histórico así como también entre sus sucesores de laSocialdemocracia de fines del siglo XIX. Davidson también prestará atención a unmomento para él clave, la Revolución Rusa, y a sus derivaciones. Por un lado al estali‐nismo como una forma de alejamiento de la discusión teórica y su conversión en unaortodoxia donde cualquier cuestionamiento resultaba inadmisible; las críticas realizadasa esa ortodoxia por parte de académicos revisionistas; y los intentos de volver a la teoríasin caer en el esquematismo estalinista ni en el revisionismo. Finalmente, lo que le inte‐resará a Davidson será, desde un principio, definir qué lugar ocupa en la actualidad ladiscusión de las revoluciones burguesas en la búsqueda de una salida política desde elpunto de vista de la clase obrera y la izquierda.

Como se ve, el trabajo de Davidson resulta un libro de gran riqueza y complejidadque desenvolverá a lo largo de más de novecientas páginas (más otras doscientas denotas y bibliografía) todas estas cuestiones con una notable erudición.

Dividido en cuatro partes, el libro presenta una primera sección dedicada a lo que elautor denomina la prehistoria de la idea de revolución burguesa (capítulos 1 a 7) en la cualhace un recorrido por la época moderna a partir del pensamiento de teóricos comoMaquiavelo, Hobbes o Locke, los fisiócratas franceses y la escuela histórica escocesa,

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Transformar el mundo. Revoluciones burgue-sas y revolución social. Barcelona: EdicionesPasado y Presente, 2013.

Neil Davidson

Por Pablo García.FFyL- Universidad de Buenos Aires

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pasando por los intelectuales que vivieron y analizaron las revoluciones inglesa, norte‐americana y francesa y el posterior abandono de la teoría ante la amenaza de una con‐tinuidad revolucionaria desde el movimiento obrero: “En aquellas nuevas circunstanciasque la burguesía había creado, cualquier concesión a la idea de que en el pasado se habían reque‐rido revoluciones de clase para la transformación social se entendía cada vez más como un alien‐to peligroso a la idea de que también eran necesarias en el presente” (p. 169).

En una segunda parte (capítulos 8 a 14) Davidson examina el surgimiento del concep‐to revolución burguesa y su teorización por parte de Marx y Engels a partir del año 1847enfocándose en el ejemplo de la Revolución Francesa. Aunque lo más interesante de estaparte del análisis es la discusión acerca del por qué de dicha teorización. Davidsonmuestra cómo los fundadores del materialismo histórico estudian la revolución burguesaconceptualmente en paralelo a la revolución proletaria, colocando a la clase obrera comola nueva clase social revolucionaria.

El libro muestra en este punto cómo Marx y Engels piensan el pasado en función delos problemas presentes y como un ariete para intervenir en ellos. Es la anatomía de larevolución proletaria la que permite pensar la de la revolución burguesa (y no al revés),así como más tarde será el análisis del capitalismo de Marx el que permitirá pensar lalucha de clases o el funcionamiento de modos de producción anteriores. Davidson afir‐ma que con el descubrimiento del proletariado como clase revolucionaria, Marx yEngels extienden el concepto de “revolución social” a la burguesía: “…el punto de vistadel proletariado les permitió entender el papel de la burguesía de una forma que leshabía sido negada a los propios pensadores de la burguesía” (p. 199).

A partir de esta situación, y con la experiencia de las revoluciones de 1848, Marx yEngels dejarán definitivamente de pensar en la burguesía como una clase capaz dederrocar al absolutismo y pondrán todas sus esperanzas y energías en la clase obrera, loque constituye según Davidson el origen de la teoría de la revolución permanente, másacabadamente desarrollada en la Circular a la Liga Comunista de 1850.

En este punto el autor también estudia la evolución del propio marxismo en relacióna la discusión sobre la revolución burguesa, deteniéndose en la diferencia existente entrelos socialdemócratas; por un lado Kautsky y Plejanov, que concebían el desarrollo histó‐rico de forma esquemática, y por otro Lenin, Connolly, Luxemburg o Trotsky, quienesrealizaban análisis dialécticos. Así, mientras los primeros interpretaban el “Prólogo” ala Contribución a la crítica de la economía política de Marx de manera tal que la historia eraconcebida como una sucesión universal de modos de producción cada vez más desarro‐llados (evolucionismo), y donde cada país debía recorrer la misma pauta de desarrollo(etapismo), los segundos pensaban la historia como un proceso donde las circunstanciasheredadas y la actividad humana eran relativamente más flexibles y posibles de influir‐se mutuamente.

El problema cobró profundidad a la hora de debatir el caso ruso, ya que allí sería claveentender cuál era el papel del capitalismo, de la burguesía y del proletariado para poderadoptar la estrategia política adecuada. Mientras los mencheviques sostenían que larevolución pendiente en Rusia debía tomar un carácter burgués y ser encabezada poresa clase social, Lenin sostenía que la burguesía era incapaz de llevarla a cabo, por lo queésta debía realizarse mediante la dictadura democrática de obreros y campesinos. Por suparte Trotsky afirmaba que la dictadura democrática sólo triunfaría bajo una dictaduradel proletariado con apoyo del campesinado, pero no sería una revolución burguesa,sino una revolución que realizaría tareas burguesas y socialistas simultáneamente. El

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análisis de Davidson hasta el año 1917 resaltará las conclusiones a las que arribaron losrevolucionarios en los albores del proceso de Octubre.

Lenin planteará que las revoluciones burguesas cumplían el papel de transformacióndel Estado para facilitar el desarrollo capitalista, pero no tenían por qué ser dirigidas porla burguesía, lo que rompía con la lógica esquemática de los mencheviques. A esto debesumarse el aporte de Trotsky, quien desde 1905 planteaba que la burguesía era incapazde ser consecuente en su lucha contra el absolutismo, debido al peligro que representa‐ba el desarrollo de la clase obrera. Esta última podía avanzar hacia el socialismo saltan‐do etapas, pero a condición de un proceso revolucionario internacional que la ayudaraa superar el atraso local. Estas dos posiciones van a coincidir en la práctica en 1917.

Los problemas que debió enfrentar la revolución posteriormente se reflejaron en ladiscusión teórica y el consiguiente ascenso de Stalin marcó el inicio de una ortodoxiaque tenía como fin justificar las posiciones tomadas por la burocracia gobernante en laURSS, para lo cual se dedicaba a amoldar los hechos a ideas preconcebidas, discusionesde citas o de terminología que en lo específico de la discusión del libro, tendrá comoconsecuencia la adopción de la teoría de la revolución por etapas y la crítica al internacio‐nalismo marxista acusándolo de “trotskismo”.

Estas discusiones sin embargo, más que una cuestión teórica eran una cuestión depráctica concreta. El internacionalismo complicaba la posición de la burocracia estalinis‐ta y su concepción del socialismo en un solo país. Así la ortodoxia pasará a usar el con‐cepto de revolución burguesa como un arma ideológica contra la revolución proletaria,como plantea Davidson, incluso en casos donde la revolución proletaria ya habíacomenzado, como en China en 1925 o en España en 1936, dos casos donde la internacio‐nal estalinista va a llamar a los revolucionarios a limitarse a luchar por los objetivos deuna etapa democrático‐burguesa (pp. 382, 383).

Finalmente Davidson va a mostrar los intentos de desarrollar la teoría de la revoluciónburguesa de manera alternativa al estalinismo en las figuras de Trotsky, Gramsci yBenjamin. León Trotsky complementando la teoría de la revolución permanente y con‐cluyendo que ya no era necesaria una etapa democrático‐burguesa en el mundo colonialy semicolonial gracias al desarrollo desigual y combinado; Antonio Gramsci, que partirá delconcepto de revolución pasiva —o revolución burguesa sin revolución—, refiriéndose acasos donde habían ocurrido cambios en dirección al desarrollo capitalista “desde arri‐ba” (como Alemania o Japón) donde la clase dominante ya no podía ser revolucionariadebido a la existencia de una considerable clase obrera. Por último, Walter Benjaminquien planteaba que desde 1830 la burguesía ya no tenía nada que dar a la revoluciónpor lo que él apuesta a la revolución proletaria, a la que consideraba como históricamen‐te posible y necesaria. Esta concepción también rompía los moldes etapistas del estalinis‐mo.

Ya en la tercera parte del libro (capítulos 15 a 19) Neil Davidson hace un recorrido porlas interpretaciones de la revolución burguesa que tuvieron su auge en la posguerra. Porun lado los revisionistas, quienes desde interpretaciones contrarias al marxismo intentannegar la “necesidad” histórica de una revolución proletaria. En sus análisis ocultaránque la misma burguesía estableció su régimen por vías revolucionarias. Así, a partir delanálisis de las revoluciones inglesa y francesa, afirman como conclusión que si los revo‐lucionarios no eran burgueses, entonces no se puede hablar de revolución burguesa;más aún que para estos casos no podemos hablar siquiera de revoluciones sociales, sinosimplemente de revoluciones políticas con una influencia menor; y finalmente, en el

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caso puntual de Francia, como allí existía un cierto desarrollo del capitalismo anterior a1789, la revolución no habría dado origen a dicho sistema. Estas son las coordenadasgenerales de intelectuales como Trevor Roper, Alfred Cobban, François Furet y DenisRichet, entre otros, aunque según Davidson estas críticas a la teoría de la revolución bur‐guesa no ofrecen ninguna teoría alternativa que explique el período satisfactoriamente.

Surgirán otras interpretaciones que cuestionarán la ortodoxia estalinista, pero cedien‐do en muchos aspectos ante el revisionismo. Autores como Immanuel Wallerstein yRobert Brenner terminarán diluyendo el concepto transformándolo solo en un elemen‐to político o inscribiéndolo dentro de procesos de larga duración que van a quitar a lacategoría de revolución burguesa cualquier capacidad explicativa, por ejemplo, afirman‐do, como los revisionistas, que los terratenientes feudales se autotransforman en capitalis‐tas por su propia voluntad en todo el “moderno sistema mundial” (Wallerstein) o queel capitalismo es producto de la lucha de clases en el campo inglés (Brenner), pero en losdos casos antes del período de las revoluciones burguesas, por lo que estas serían irrele‐vantes para dar cuenta del origen del capitalismo.

Otra respuesta al revisionismo será lo que el autor llama consecuencialismo, que defien‐de la teoría de la revolución burguesa y la define no por quién la lleva adelante ni porlos objetivos conscientes de los revolucionarios, sino por si cumple con el papel de des‐pejar las amenazas y restricciones al desarrollo capitalista. Esta posición, ligada a líde‐res trotskistas o cercanos al trotskismo, será defendida también por el autor, quien plan‐tea que aunque existiera el capitalismo antes de las revoluciones, éstas eliminaron a losEstados absolutistas, principales obstáculos para su desarrollo pleno. La revoluciónpuede ser burguesa aunque no la lleve adelante la burguesía si como resultado se esta‐blecen las condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo. En este puntoDavidson desentraña un punto importante. Las revoluciones burguesas no tienen lamisma lógica que las proletarias y, en consecuencia, mientras es posible que una claseno específicamente capitalista realice la revolución burguesa, la revolución proletariasolo puede realizarse si la realizan los trabajadores, quienes para tal tarea se encuentranen mejores condiciones que otras clases explotadas en el pasado (esclavos, siervos) porsu capacidad para actuar colectivamente y representar, a diferencia de la burguesía, unsistema alternativo que no necesita de la explotación de otra clase. Al afirmar que sololos trabajadores pueden llevar a cabo la revolución proletaria, Davidson discute conIsaac Deutscher, representante de la posición consecuencialista, pero que en su análisispone como equivalentes exactas a las revoluciones burguesas y proletarias. En conse‐cuencia, si las primeras pueden ser hechas por grupos no burgueses, en el caso de lassegundas éstas podrían hacerlas grupos ajenos al proletariado. Esta es la base lógica quesegún Davidson lleva a Deutscher a aceptar a un sujeto ajeno a la clase obrera (la buro‐cracia estalinista) como el grupo que podía llevar a la URSS al socialismo.

Por último, en la cuarta parte (capítulos 20 a 22), Davidson hablará de la especificidadde las revoluciones burguesas y del papel que fueron cumpliendo a lo largo del tiempo.Analizará las diferentes revoluciones mostrando las características puntuales según fue‐ran pioneras en la lucha contra el absolutismo o si se desarrollaron cuando ya existíanestados burgueses asentados sólidamente, mostrando que la mayoría de las revolucio‐nes se hicieron “desde arriba”, en parte como producto del triunfo de la moderadaInglaterra sobre la jacobina Francia en el escenario internacional. Al final de este aparta‐do, Davidson señala que con la formación de una economía mundial capitalista amediados del siglo XIX, ya no era necesario realizar revoluciones burguesas para conso‐lidar el desarrollo capitalista en los países donde aún no lo había hecho. Y con el adve‐

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nimiento de la primera revolución socialista triunfante de la historia, Davidson planteaque se llega al fin de la era de las revoluciones burguesas como revoluciones necesariasaunque en muchos casos a lo largo del siglo XX, se siguieran realizando como un des‐vío de la revolución socialista producto de la influencia de la URSS estalinista.

El libro de Davidson es un análisis que muestra la vigencia de la revolución proleta‐ria como alternativa para un verdadero cambio social. Esta alternativa no pasa por laestrategia estalinista que dominó gran parte del siglo XX, con apoyos a burguesíasnacionales como forma de completar la revolución (democrático) burguesa, ni por estra‐tegias reformistas como la actual “Podemos” en España que solo concluyen en la conti‐nuidad de un régimen social de explotación.

El autor realizó una obra muy sólida que no escapa a ninguna discusión y en la cualagota cada tema, que trata con gran conocimiento en la materia. Esta reseña se convier‐te así en una apretada síntesis de las principales líneas del libro de Davidson. Tratardetalladamente todos los temas implicaría una extensión mucho mayor. Pero despuésdel repaso que hicimos podemos decir que el libro constituye una obra clave de la his‐toriografía, importante para la discusión teórica del presente y en especial, como defien‐de el autor, como forma de clarificación en la búsqueda de una salida socialista contrael capitalismo.

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