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HISTORIA DE ANDALUCÍA (II): PROTOHISTORIA 1. LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO (850-550 a.C.) Al final de la Edad del Bronce no se detectan cambios bruscos ni discontinuidad cultural en casi ninguna región, pero tradicionalmente se estableció el límite de la Edad del Hierro en el 850 a. C., coincidiendo con la aparición de dicho metal en alguna de las regiones europeas. Es en esta etapa de la Edad del Hierro cuando las diferencias en la evolución cultural de unas regiones y otras se hace más patente: mientras Europa continental y occidental, incluida la Península Ibérica, permanecen en la Protohistoria, los territorios del Mediterráneo Oriental habían entrado ya en época histórica, desarrollando altas culturas urbanas. El brillante desarrollo cultural de estos pueblos y su posterior expansión por el Mediterráneo influyeron decisivamente en la transformación de las restantes sociedades europeas, al establecerse nuevas vías de comunicación y redes comerciales de intercambio entre las colonias recién fundadas y los pueblos del interior. Como consecuencia, las áreas costeras tuvieron un crecimiento más evolucionado que las áreas del interior. 1.1. La colonización fenicia Existe una clara inadecuación entre las fechas de las tradiciones literarias y los materiales obtenidos de las excavaciones arqueológicas. Los textos bíblicos del Antiguo Testamento hablan de navegaciones en el siglo X a.C., mientras que los textos de los autores griegos y romanos sitúan la fundación de Gadir, Lixus y Útica en torno al 1100 a.C. Estas fechas no se corresponden con los datos de la arqueología. Junto a las factorías de la costa, que realizan fundamentalmente una función comercial, encontramos la llegada de población con un objetivo agrícola y una cierta organización territorial. En Andalucía parece que puede hablarse de una penetración fenicia a lo largo del valle del Guadalquivir hacia las fértiles tierras de la región de Sevilla. 1.1.1. Asentamientos Aparte de Gadir conocemos por las fuentes literarias y la arqueología una serie de asentamientos fenicios en el Sur de la Península Ibérica: Malaka y Abdera-Adra (Almería) por Estrabón y, por datos de la arqueología, Guadalhorce (Málaga) de la segunda mitad del siglo VII a.C.; la necrópolis de Trayamar (Málaga), de fines del siglo VIII o principios del VII; el Castillo de Doña Blanca (Cádiz) de mediados del siglo VIII; Guadarranque (Cádiz); Adra (Almería) y el Cerro del Prado (Algeciras) del siglo VIII a.C. Únicamente cuatro asentamientos fenicios, Castillo de Doña Blanca, Toscanos, Morro de Mezquitilla y Chorreras han sido excavados sistemáticamente y han proporcionado ricos niveles de habitación del siglo VIII a.C. 1.1.2. Organización Se puede hablar de un contingente de población inicial relativamente importante, organizado y socialmente complejo, así como de la existencia de una serie de comunidades de mercaderes socialmente

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HISTORIA DE ANDALUCÍA (II): PROTOHISTORIA 1. LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO (850-550 a.C.)

Al final de la Edad del Bronce no se detectan cambios bruscos ni discontinuidad cultural en casi ninguna región, pero tradicionalmente se estableció el límite de la Edad del Hierro en el 850 a. C., coincidiendo con la aparición de dicho metal en alguna de las regiones europeas.

Es en esta etapa de la Edad del Hierro cuando las diferencias en la evolución cultural de unas regiones y otras se hace más patente: mientras Europa continental y occidental, incluida la Península Ibérica, permanecen en la Protohistoria, los territorios del Mediterráneo Oriental habían entrado ya en época histórica, desarrollando altas culturas urbanas. El brillante desarrollo cultural de estos pueblos y su posterior expansión por el Mediterráneo influyeron decisivamente en la transformación de las restantes sociedades europeas, al establecerse nuevas vías de comunicación y redes comerciales de intercambio entre las colonias recién fundadas y los pueblos del interior. Como consecuencia, las áreas costeras tuvieron un crecimiento más evolucionado que las áreas del interior.

1.1. La colonización fenicia

Existe una clara inadecuación entre las fechas de las tradiciones literarias y los materiales obtenidos de las excavaciones arqueológicas. Los textos bíblicos del Antiguo Testamento hablan de navegaciones en el siglo X a.C., mientras que los textos de los autores griegos y romanos sitúan la fundación de Gadir, Lixus y Útica en torno al 1100 a.C. Estas fechas no se corresponden con los datos de la arqueología.

Junto a las factorías de la costa, que realizan fundamentalmente una función comercial, encontramos la llegada de población con un objetivo agrícola y una cierta organización territorial. En Andalucía parece que puede hablarse de una penetración fenicia a lo largo del valle del Guadalquivir hacia las fértiles tierras de la región de Sevilla.

1.1.1. Asentamientos Aparte de Gadir conocemos por las fuentes literarias y la arqueología una serie de asentamientos fenicios

en el Sur de la Península Ibérica: Malaka y Abdera-Adra (Almería) por Estrabón y, por datos de la arqueología, Guadalhorce (Málaga) de la segunda mitad del siglo VII a.C.; la necrópolis de Trayamar (Málaga), de fines del siglo VIII o principios del VII; el Castillo de Doña Blanca (Cádiz) de mediados del siglo VIII; Guadarranque (Cádiz); Adra (Almería) y el Cerro del Prado (Algeciras) del siglo VIII a.C. Únicamente cuatro asentamientos fenicios, Castillo de Doña Blanca, Toscanos, Morro de Mezquitilla y Chorreras han sido excavados sistemáticamente y han proporcionado ricos niveles de habitación del siglo VIII a.C.

1.1.2. Organización Se puede hablar de un contingente de población inicial relativamente importante, organizado y

socialmente complejo, así como de la existencia de una serie de comunidades de mercaderes socialmente

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interrelacionadas y perfectamente organizadas sobre la base de los vínculos de solidaridad que establece una cultura común.

Tradicionalmente se ha denominado a los establecimientos fenicios en la Península con el término factorías, aunque hay que diferenciar entre centros proyectados hacia el comercio y sin vocación interior y fundaciones con un mayor empeño territorial, cuyo elemento prioritario es el contacto con el territorio circundante. A diferencia de lo que sucede en el Mediterráneo central las fundaciones fenicias aparecen privadas de un relevante componente indígena y los contactos colonizadores indígenas se documentan en el interior y no en los asentamientos litorales,

No sabemos nada de las instituciones que rigieron estos establecimientos en época arcaica, aunque sí en el período cartaginés, con un gobierno de magistrados o sufetes en Cádiz, asistido por una asamblea de ancianos, como en Cartago.

1.2. La colonización griega Del mismo modo que en la colonización fenicia, las fechas de las fuentes literarias y las de la arqueología

no coinciden. Heródoto nos transmite la noticia de que los focenses fueron los primeros entre los griegos que hicieron largos viajes y descubrieron Iberia y Tartessos, mientras que los testimonios arqueológicos griegos más antiguos en el Sur y Sureste se fechan entre los siglos VIII y VII a.C. Sin embargo, el sistema colonial griego en Andalucía no ha conocido el desarrollo técnico que se observa en otros: ni especialización, ni organización. Se trata de estructuras ligeras, abiertas. Los establecimientos de la costa deben ser entendidos como establecimientos abiertos, punto de encuentro entre dos sistemas económicos diferentes, entre individuos, dentro de una región donde pueden desarrollar además del comercio una actividad artesanal. Tales establecimientos no debieron disponer de una gran extensión geográfica.

1.3. La civilización de Tartessos Al abrigo de la abundancia de sus recursos naturales, durante la primera mitad del primer milenio a.C. se

desarrolló en una amplia zona del Bajo Guadalquivir la cultura tartésica, que, favorecida por la fertilidad de la tierra y la gran riqueza minera, dominó pronto las técnicas metalúrgicas y alcanzó un alto grado de organización social y de refinamiento cultural. Los tartesios comerciaron con el Atlántico y establecieron contactos comerciales con griegos y fenicios.

1.3.1. Las fuentes escritas En los últimos años se ha producido una renovación total de nuestros conocimientos sobre Tartessos,

mediante el análisis de los hallazgos arqueológicos y una revisión crítica de las fuentes literarias, lo que ha hecho conseguir una perspectiva distinta del conocimiento de la historia de Tartessos, según la cual habría posibles referencias a Tartessos en una serie de fuentes semíticas y en las tradiciones míticas griegas. Entre las primeras destacan las menciones a la Tarsis bíblica contenidas en los libros del Antiguo Testamento y las alusiones a Tarsis en la estela de Nora y la inscripción del emperador asirio Asharadón. En el Antiguo Testamento la palabra Tarsis es utilizada para denominar a Tartessos, según un número considerable de investigadores, quienes consideran que la referencia a Tarsis es una referencia a Occidente, bien en su conjunto, bien en un lugar más concreto de Occidente.

Las tradiciones míticas griegas pueden dividirse en dos grupos: las que ofrecen una información indirecta en un momento anterior a la expansión colonial histórica de los siglos VIII y VII a.C. y las que aluden específicamente a Tartessos. Entre ellas se encuentran el mito de Gerión y el décimo trabajo de Hércules, localizados en la Península Ibérica, y el mito de Gárgoris y Habis, que es el más célebre de los relacionados con Tartessos.

Finalmente se conocen también una serie de tradiciones de carácter histórico recogidas por Estesícoro (raíces argénteas del río Tartessos), Anacreonte (longevidad de su monarca Argantonio), Hecateo (habla de una tal Helibyrge, ciudad de Tartessos), Heródoto (Tartessos como emporio de gran riqueza más allá de las Columnas de Hércules, así como de relaciones con los focenses), Éforo, Aristófanes, Estrabón (Tartessos como ciudad, río, región y centro de contratación de metales) y Avieno, que ofrece la más abundante información de índole geográfica.

1.3.2. Los datos arqueológicos Los hallazgos arqueológicos realizados hasta el momento, al contrario que las fuentes escritas, no

permiten hablar de una ciudad concreta, sino de una zona geográfica, más o menos delimitada por las características que éstos presentan. Es precisamente en la actualidad la arqueología quien puede aportar novedades para revisar lo relacionado con la cultura tartésica. En este sentido el estudio de las estratigrafías de Carmona, Colina de los Quemados, Ategua, Cabezo de San Pedro, Lora del Río, así como de los poblados de

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Medellín, Riotinto o Carambolo y las necrópolis de Setefilla y Medellín han aumentado las perspectivas de nuevos análisis.

El horizonte cultural tartésico arranca del Bronce Final y experimenta una evolución determinada por dos factores, su propio desarrollo interno y la influencia de los pueblos colonizadores del Mediterráneo. En la evolución de este horizonte cultural tartésico, que no es uniforme, podemos distinguir tres grandes fases:

Período inicial, con una cronología incierta entre el siglo IX y mediados del siglo VIII a.C., definido por la ausencia de cerámica hecha a torno, que demuestra la falta de contactos directos con el Mediterráneo central y oriental.

Período medio, entre mediados del siglo VIII o un poco antes y los primeros años del siglo VII a.C. Continúa la cerámica hecha a mano, aunque aparecen las primeras piezas a torno, y se documentan las primeras relaciones con la colonización fenicia.

Período final, desde los inicios del siglo VII y hasta mediados del siglo VI, etapa en la que se intensifica la influencia colonial fenicia, se generaliza la cerámica a torno, aumenta el comercio de minerales, todo lo cual da como consecuencia la orientalización de la cultura tartésica.

Pero junto a elementos de cultura fenicia aparecen en el sur de la Península entre los siglos VIII y VI a.C. piezas griegas, sobre todo de cerámica dentro de yacimientos de filiación fenicia o pertenecientes al ambiente tartésico.

1.3.3. El proceso histórico Este proceso ha tenido lugar mediante el contacto entre dos culturas distintas, la fenicio-oriental, de

tradición urbana, economía desarrollada y diversificada y sociedad compleja y estratificada, con una estructura política avanzada en el marco de la ciudad-estado, y la autóctona del Bronce Final del Suroeste, rural de carácter preurbano, con una organización social simple y poco diferenciada, una economía agrícola y ganadera con muy poco peso de las prácticas artesanales y metalúrgicas y sin una clara especialización. Este panorama debió sufrir una profunda modificación por la demanda fenicia de metales, de lo que es un claro indicio la aparición y desarrollo de la industria de bronces tartésicos, el aumento de los yacimientos mineros explotados y de las cantidades de metal producidas, así como de nuevas técnicas.

El eje del motor económico se desplaza hacia las prácticas mineras y metalúrgicas, siendo los fenicios los agentes de esta transformación socioeconómica al aportar innovaciones en la minería y la metalurgia, así como el conocimiento del torno de alfarero y el hierro. Todo esto conduce a una diversificación de las prácticas económicas de las poblaciones locales, lo que favorece la tendencia hacia una diversificación y estratificación social, a la vez que se debilitan paralelamente los vínculos internos de parentesco de las poblaciones autóctonas, al orientar hacia el exterior a las unidades, que son a la vez productivas.

El proceso de diversificación económico-social favoreció la aparición de sectores productivos especializados (minería, metalurgia, orfebrería y cerámica), con una mayor productividad que propicia la aparición de un excedente, del que se apropia una aristocracia militar, y el desplazamiento de la vida rural hacia formas de poblamiento de carácter urbano, como puede verse en Cabezos de Huelva, Colina de los Quemados, Ategua y el Castro de Medellín. Pero estas transformaciones estructurales no sólo tienen lugar localmente, sino a nivel regional. Como consecuencia de la demanda fenicia se hace preciso un control efectivo sobre las zonas de producción metalífera y sobre las vías internas de comunicación hacia la costa.

Esta unificación de la estructura económica favorecía el desarrollo de tendencias hacia alguna forma de unificación política. Las fuentes literarias (Heródoto, Anacreonte y el viaje de Coleo de Samos) hacen referencia a un basileus Argantonio, que gobernaba sobre Tartessos en la segunda mitad del siglo VII a.C. y cuyas características eran gran longevidad, pacifismo y hospitalidad. No obstante, arqueológicamente el Bronce Final del Suroeste únicamente nos permite hablar de unas sociedades incipientemente jerarquizadas sin traspasar la estructura de grupos familiares gentilicios con jefes de carácter guerrero.

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Por otra parte, hay que tener en cuenta las propias diferencias regionales y las particularidades culturales, con las diferencias socio-políticas y socioeconómicas derivadas. En el Suroeste, Huelva parece ser la zona que recibió un mayor impacto de la presencia fenicia con transformaciones más intensas. De este modo, según González Wagner, debemos considerar la muy probable existencia de un proceso de unificación política en torno al núcleo más avanzado. Tal proceso se manifiesta en la aparición de una especie de confederación tartésica en la que los distintos caudillos locales reconocerían la autoridad de un jefe común, Argantonio.

1.3.4. El fin de Tartessos La fundación de Massalia (Marsella) al final de la vía interior del estaño en la desembocadura del Ródano

perjudicó al abastecimiento del estaño en el sur peninsular, de modo que a finales del siglo VI a.C. ya no existen representaciones de la gran metalurgia del bronce en Tartessos. Los fenicios ya no pudieron proporcionar a los indígenas el estaño necesario para la fabricación de bronces y la propia actividad económica de los fenicios, que actuaban como intermediarios, se vio afectada, lo que se refleja en una importante crisis en los asentamientos fenicios del círculo del Estrecho. La actividad económica de los fenicios peninsulares se centró en la obtención del estaño atlántico, al menos por parte de Gadir, y en la explotación y comercio de la sal y sus derivados (salazones), probablemente ambos en régimen de monopolio. Paralelamente se produce la transformación de una economía del bronce en una economía del hierro, propia ya de tiempos ibéricos, donde el Suroeste se vio relegado por otras áreas productoras de hierro.

1.3.5. Arte y cultura tartésicas A partir del siglo VIII a.C., la producción artística tartésica se empapa de elementos orientales

provenientes la colonización de los fenicios. La cerámica experimenta importantes mejoras técnicas, como el engobe rojo o la decoración con motivos pintados orientalizantes. Se impone el torno rápido de alfarero frente a las anteriores hechas a mano o en torno lento, que permite un mejor acabado y unas paredes más finas. Se añaden además nuevos repertorios con decoración figurada, animales fantásticos, o flores de papiro y loto. A este tipo pertenece un gran recipiente hallado en Lora del Río (Sevilla), decorado con un friso de animales y con motivos florales limitados por bandas geométricas. Pero es en las artes suntuarias donde mejor se manifiesta el nivel alcanzado por Tartessos. Proliferan los objetos de lujo como las vasijas y los adornos de bronce, los productos de marfil o las joyas de metales preciosos. Se han encontrado numerosos tesoros en las excavaciones de tumbas y poblados, siendo el más destacable el de El Carambolo. En metal también elaboran y decoran bocados de caballo u otros elementos relacionados con la ganadería. De gran interés es el llamado bronce Carriazo

La más antigua escritura hispánica surge en la zona del Suroeste con una relación directa con la escritura fenicia, por el contacto que desde el siglo VII a.C. mantienen los fenicios con los habitantes indígenas de las costas de la Península. Según él esta escritura, la única autóctona utilizada durante dos siglos en la Península, se extendió por todo el Sur hasta alcanzar las costas mediterráneas en el Este, y también hacia el Occidente en el Algarve portugués. Los testimonios constituyen un conjunto de estelas funerarias de las que conocemos 71, buena parte fragmentadas y 12 perdidas. Todos estos epígrafes realizados en piedra son posiblemente estelas y han sido halladas en territorio portugués, excepto 5 en España. Su cronología oscila entre el siglo VII y el V/IV a.C. La lengua en que están escritas aún no ha sido descifrada. 2. LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO (550-208 a.C.)

2.1. El mproceso de iberización

En el siglo VI a. C. se produce la crisis de la cultura tartésica, lo que traerá consigo una mayor vitalidad e influencia de las zonas ibéricas del Sudeste y Levante. En este proceso de revitalización de las zonas del Este peninsular tiene una especial importancia la presencia griega. Debido al propio proceso de evolución interna de las poblaciones indígenas y a los influjos exteriores, el mundo ibérico se configura como un foco de gran riqueza cultural y económica a partir de la segunda mitad del siglo VI a. C. Dentro de esta cultura ibérica se distinguen arqueológicamente una serie de facies regionales, que dan lugar a diferentes pueblos:

Los turdetanos son los herederos directos de los tartesios y su cultura material así lo demuestra. Se sitúan en el valle medio y Bajo de Guadalquivir, y sur de Extremadura, en torno a grandes núcleos como Spal (Sevilla), Karmu (Carmona), Corduba (Córdoba), Oursón (Osuna) o Astigi (Écija).

Los oretanos ocupan el sur de La Mancha y la zona minera oriental de Córdoba y Jaén (Alta Andalucía) y sus centros principales son los poblados de Obulco (Porcuna) y Castulo (Cazlona, Linares)

Los bastetanos, localizados entre los anteriores y los establecimientos fenicios de la costa mediterránea, tienen como núcleos principales Basti (Baza), Acci (Guadiz) e Iliberri (Elvira, Granada) y se extienden por las áreas montañosas de Andalucía oriental y Murcia.

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2.2. Caracterízación de los pueblos ibero-turdetanos

2.2.1. Asentamientos La existencia de la ciudad (qppidum) como núcleo básico de la organización interna es uno de los rasgos

que caracterizan al mundo ibérico. Pero este proceso de urbanización no es uniforme, sino que se pueden establecer diferencias que pueden llegar a ser extremas entre los distintos territorios. Así, por ejemplo, en las campiñas de Jaén encontramos ciudades y una organización del poblamiento en torno a ellas ya en pleno siglo V a. C.

La distribución de asentamientos se realiza de forma irregular de acuerdo con las posibilidades económicas que presenta el territorio y no mediante una planificación ordenada de la utilización del mismo, con lo que la mayor densidad demográfica y el mayor número de núcleos importantes se explica por la existencia también de una mayor cantidad de recursos. En esta distribución influyen asimismo elementos de tipo político o incluso militar, como es por ejemplo la necesidad de control del territorio en su totalidad, buscando para ello puntos de fácil defensa y que dominen el territorio propio, o de un paso importante de comunicaciones.

2.2.2. Estructura socio-económica Dos son los sectores que hay que destacar de la actividad económica que debió desarrollarse en el área

ibera: la agricultura y la minería; el primero por todo el área y el segundo con sus centros principales en Huelva y Linares. A ellas hay que añadir otras actividades en los sectores ganaderos y de la caza y la pesca, así como las actividades artesanales. Mención especial merece la aparición de la moneda en las relaciones comerciales entre núcleos indígenas y entre éstos y las colonias greco-fenicias

En cuanto a la estructura social, del análisis de las tumbas se puede deducir la existencia de un grupo de régulos, que debían formar la nobleza y cuyas tumbas denotan un nivel alto de riqueza; junto a ellos existiría una clase sacerdotal, visible en esculturas y cerámicas funerarias, y una clase media con tumbas más pequeñas y un ajuar discreto, aunque con algún elemento de importación, distinguiendo entre ellos los que aparecen enterrados con falcata y aquellos que no la tienen dentro de su ajuar funerario, lo que diferencia a los guerreros del grupo de posibles comerciantes y artesanos cualificados (broncistas, herreros, escultores, etc.), y finalmente el grupo social más bajo (campesinos en su mayoría) dentro de la escala, que son los individuos enterrados en las numerosas tumbas pequeñas consistentes en un solo hoyo en el suelo, a veces sin ningún ajuar, y con la urna tapada únicamente con una piedra.

Para el conocimiento de los aspectos de la organización política del mundo ibérico contamos con los datos que aparecen en las fuentes literarias, en especial Polibio, Apiano y Tito Livio, sobre la existencia de reyezuelos o régulos en la zona sur de Hispania en el momento de cambio de la hegemonía cartaginesa a la romana. Para J. Caro Baroja, la institución monárquica existe en la zona sur de España hasta el mismo momento de la conquista romana, como herederos de la monarquía mítica de Tartessos. Los pueblos del sur, fragmentados desde el punto de vista político, pero en su mayoría con regímenes monárquicos, aparecen en las fuentes escritas: Culchas y Luxinio en Turdetania, Orisón y Cerdubeles entre los oretanos

2.2.3. Manifestaciones artísticas Sin duda es el arte uno de los aspectos mejor conocidos y más espectaculares de la cultura ibérica, tanto

que, en general, cuando se habla de la cultura ibérica, de lo que realmente se habla es de sus manifestaciones artísticas, que fundamentalmente se centran en la escultura y la pintura sobre cerámica, dado que los restos de

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la arquitectura, sobre todo en lo referido a la urbanística, al menos por lo conocido hasta el presente, no son nada espectaculares.

Las soluciones arquitectónicas de los iberos fueron de lo más normal, el dintel y el arquitrabe, aunque sabemos que hay algún intento de cerrar un espacio con piezas de pequeño tamaño, como sucede en la puerta de la tumba 75 de Galera (Granada) en la que se utilizan para cubrir un vano dos dovelas y una clave. También hay evidencias de monumentos funerarios de gran perfección técnica en Toya (Jaén).

La escultura es sin duda la manifestación artística más espectacular de los pueblos ibero-turdetanos, y presenta tal variedad que es necesaria una clasificación:

Bronces: son pequeñas estatuillas de bronce fabricadas a molde y retocadas después y macizas. Los hallazgos realizados lo han sido tanto de figuras masculinas, como femeninas, de pie, con los brazos abiertos o en posición de plegaria. A veces los hombres llevan armas y se conoce también alguna figura de jinete Sus lugares de aparición son normalmente los santuarios, por lo que se supone que serían exvotos de los fieles, y el área geográfica de dispersión de los hallazgos es muy grande, aunque la máxima concentración se produzca en Jaén.

Bulto redondo en piedra: se pueden clasificar a su vez en dos grupos según los temas: o figuras humanas: dentro del conjunto tenemos figuras funerarias, como la Dama de

Baza, pero también figuras femeninas oferentes en piedra, la más significativa de las cuales es la "Gran Dama" del Cerro de los Santos. Salvo contadísimas excepciones, el hallazgo de esculturas humanas de piedra de bulto redondo se da en la zona oriental de Andalucía

o animales: refleja animales reales (leones y toros en su mayoría) o simbólicos (esfinges, grifos), que son las famosas bichas, llamadas así por los habitantes del lugar donde han aparecido. Su tipología es la conocida en los territorios que bordean la zona del Mediterráneo oriental y se les atribuye carácter sagrado como protectores del hombre, tanto de los vivos como de los difuntos, correspondiendo su área de expansión al sector ibérico del sur peninsular. Destaca el conjunto de animales y guerreros de Porcuna

Relieves: Se trata de una manifestación artística bastante menos abundante y geográficamente acotada en el extremo occidental por los de Osuna, pero con la máxima concentración en la Alta Andalucía y el Sudeste. Los temas son variados, predominando las representaciones de guerreros y sacerdotes con su séquito. Es destacable el conjunto de Osuna.

En cuanto a la cerámica, la ibedro-turdetana no alcanza el desarrollo de la ibero-levantina, pero merece que se considere. Puede identificarse claramente por una temática muy simple (bandas horizontales, círculos o medios círculos, en definitiva, decoración geométrica), que recoge las dos influencias externas, la fenicio-chipriota y la jónica.

2.2.4. Otras manifestaciones culturales La religión es difícil de rastrear a través de la arqueología, pero al menos en la región de influencia

tartésica tenemos noticias de divinidades del ámbito fenicio. Aparecen en este área el dios El, divinidad del mundo bíblico primitivo, Baal, divinidad fenicia por excelencia, Melqart, con un santuario en Cádiz que irradia por toda la Baja Andalucía,; también hubo un templo en Cádiz a Astarté-Isis y toda una serie de sincretismos de divinidades procedentes del mundo egipcio y en general del Mediterráneo oriental. Hay un mayor número de posibles representaciones de divinidades femeninas que masculinas, por lo que en su inmensa mayoría quizá pueden reducirse al culto de la Gran Madre asiática, que predominó sobre el Mediterráneo a partir del Neolítico.

El rito funerario generalizado es el de la incineración, aunque no faltan testimonios de inhumaciones. Junto con la urna se entierran los objetos de uso corriente del difunto, destacando las armas en el caso de las tumbas de los guerreros. Se encuentran también en las tumbas ibéricas una serie de objetos rituales: pebeteros para quemar perfumes y braserillos y jarros de bronce, posiblemente relacionados con ceremonias de purificación. Una vez enterrada la urna y el ajuar la tumba se cerraba de muy distintas maneras y se recubría a veces con un túmulo. En tumbas monumentales aparecen varias urnas, lo cual nos hace pensar en que tuvieran un carácter familiar.

La escritura hispánica más antigua de la que tenemos noticia aparece en el Suroeste , fruto de la influencia ejercida por la escritura fenicia y que podemos situar en el siglo VIII o, como muy tarde, en el siglo VII a. C. Esta escritura del Suroeste se extendió hacia el Este dando lugar por influencia de los griegos a una nueva forma de escritura que es la ibérica. Ambas escrituras coinciden en sus principios básicos, pero al mismo tiempo se diferencian de manera clara en la forma de algunos signos y otros aspectos lingüísticos.

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2.3. El “imperialismo” cartaginés 2.3.1. Cartago y el Círculo del Estrecho

En la segunda mitad del siglo VI a.C. Cartago adquiere el carácter de Estado de amplia base geográfica y potencia la explotación económica del territorio interior desconocido. Como consecuencia la economía cartaginesa se transformó en mercantil y agrícola-comercial. El resultado fue una "punificación" de la tierra interna cartaginesa sembrada de aldeas y ciudades agrícolas. Parece claro que los cartagineses desarrollaron un importante comercio administrativo reglamentado por tratados políticos con etruscos, italo-griegos y romanos (509, 348, 306 y 279 a.C.).

Las actividades económicas de fenicios y cartagineses en Occidente se desarrollaron de un modo independiente, por ello, el establecimiento del círculo comercial cartaginés en la Península Ibérica, al igual que en otras zonas, no supone ni una conquista territorial, ni un cierre de estos mercados a las actividades de los griegos, ni una merma de la autonomía de los establecimientos fenicios que, como Gadir, la conservaron incluso durante el período bárquida.

En el estado actual de conocimientos no se puede hablar de una conquista por parte de Cartago de los territorios del sur peninsular, pues la finalidad esencial era establecer una demanda con el fin de obtener los minerales del sureste. Por ello, la presencia cartaginesa actuó como vitalizadora de las estructuras políticas, sociales y económicas, al igual que la anterior demanda fenicia sobre Tartessos. La presencia bárquida introdujo la economía monetaria, pero ningún proceso de aculturación al margen de la asimilación de determinados elementos culturales por parte de los autóctonos.

De acuerdo con los datos de las fuentes literarias y la arqueología, se pueden distinguir los siguientes: Sexi, que aparece en la obra de Hecateo de Mileto y de Estrabón y acuña moneda de tipo púnico en época romana, siendo su necrópolis de Almuñécar (Granada) del siglo VII a.C.; Baria, con su necrópolis en Villaricos (Almería) del siglo VI a.C. y la Necrópolis de Jardín (Málaga), también del siglo VI. A ellos habría que añadir enclaves dentro del Círculo del Estrecho dirigido por Gadir, como Baelo (Bolonia) y Carteia (Bahía de Algeciras

2.3.2. El expansionismo bárquida En este estado de cosas, la derrota de Cartago por Roma en la I Guerra Púnica (264-241 a.C.) significó,

junto con la pérdida de Sicilia y Cerdeña, el desmembramiento de todo el edificio sobre el que había descansado el comercio de Cartago en Occidente. Al Estado cartaginés únicamente le quedaban dos alternativas: o convertir a Cartago en una potencia africana basada en la explotación de los recursos locales, como proponía la facción de Hanón II el Grande, o sustituir los antiguos elementos de control indirecto por la conquista de los territorios cuyas materias primas se necesitaban, como proponía Amílcar Barca.

Las noticias fragmentarias sobre la actuación de Amílcar en la Península permiten saber que tuvo que librar muchos encuentros armados con los pueblos del valle del Guadalquivir hasta conseguir su sometimiento, pero que consiguió extender los dominios cartagineses hasta la altura de Alicante. No hay duda sobre una de las finalidades de Amílcar cuando se nos dice que enriqueció al Estado cartaginés con el envío de armas, hombres, caballos y dinero (Cornelio Nepote, Hamilcar, 4; Appiano, Iberiké., 5). Y queda clara constancia de sus métodos de obtención de riqueza a través de los expolios de los enemigos y con el control de los distritos mineros, al menos, del de Castulo, Linares, situado en el área de los pueblos oretanos, a los que sometió.

Pero fue su yerno Asdrúbal quien organizó administrativamente los nuevos dominios, sentando las bases para un estado federal ibero-púnico, aprovechando las propias instituciones indígenas y vinculándose mediante lazos de matrimonio y hospitalidad a las élites dominantes indígenas. Bajo Asdrúbal, Roma comenzó de nuevo a intuir el peligro potencial de una pronta recuperación de Carthago gracias a los excelentes beneficios que obtenía de la Península Ibérica. Y, para frenar una mayor expansión, Roma y Carthago sellaron el tratado del Ebro en 226 a.C., en que se fijaba este río como límite de la posible expansión cartaginesa. Roma cumplía además con el compromiso de proteger los intereses de las ciudades griegas aliadas, Marsella y Ampurias. Unos años más tarde, los saguntinos acuden a Roma en búsqueda de una alianza análoga a la que tenían las colonias griegas: Roma firmó el pacto sin atender rigurosamente al tratado del Ebro y provocando la guerra con Carthago

2.3.3. La II Guerra Púnica (218-204 a.C.) Gran parte de las tropas de Aníbal que cruzaron los Pirineos para dirigirse a Italia estaban compuestas por

hispanos. Para evitar defecciones, llegaban a la Península Ibérica abundantes tropas africanas. La defensa cartaginesa de Hispania dependía de dos grandes ejércitos: uno, mandado por Asdrúbal, defendía los territorios del sur del Ebro, mientras Hanón defendía los territorios del norte del Ebro. Ambos disponían de un gran contingente de naves que reforzaban la defensa costera.

En 218 a. C., Cneo y Publio Escipión se dirigen a Hispania y consiguen apoyos y alianzas entre los pueblos del norte del Ebro. Tras un nuevo fracaso cartaginés en la batalla naval de la desembocadura del Ebro el 217, el ejército romano avanza con rapidez hacia el Sur. El 216 se cubre con nuevos éxitos militares de las tropas

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romanas ya en el norte del Guadalquivir, junto a Iliturgi (Mengíbar, provincia de Jaén). Los relatos militares reflejan enfrentamientos en Munda (cerca de Montilla), en Orongis (¿Aurgi?, Jaén), cerca de Urso (Osuna) y cerca de Castulo (próximo a Linares, Jaén). En el 211 caen los dos Escipiones en una emboscada cerca de Linares y los restos del ejército romano vencido tienen que retroceder hasta los Pirineos: de nuevo los cartagineses eran los dueños indiscutibles de Hispania.

Puesto al frente de las tropas de Hispania, P. Cornelio Escipión (el Joven) dedica el año 210 a.C. a reorganizar los restos del ejército romano y a buscarse el mayor apoyo posible de los jefes indígenas. Con la batalla de Baecula (junto a Bailén) consigue controlar el paso de Despeñaperros el 208; el mismo año, se adueña de Orongis. El 207 toma Ilipa (Alcalá del Río) y Carmo (Carmona). El 206, tiene que volver a luchar en el territorio de los oretanos hasta la toma de Iliturgi (Mengíbar, provincia de Jaén). La revuelta de Astapa (no lejos de la posterior Ostippo, Estepa) condujo a la destrucción de la ciudad y a la masacre de su población. El año 206 a.C., Gadir, viendo que no tenía objeto enfrentarse ni intentar resistir al ejército romano, se entrega sin lucha, poniendo fin así a la lucha armada de romanos y cartagineses en Hispania, pasando a llamarse Gades.

Además de las consecuencias evidentes como resultado de la expulsión de los cartagineses y de pasar Hispania a la dependencia política de Roma, la derrota cartaginesa conllevó otras que también afectaron profundamente a la población de Andalucía. En primer lugar, todas las comunidades que pasaron a la dependencia de Roma a través de acciones militares quedaron bajo la condición de poblaciones dependientes: por la explotación de sus antiguas propiedades, las comunidades no romanas (peregrini) debían ahora pagar un canon bajo la forma de impuestos. Tales comunidades podían seguir organizadas conforme a sus normas tradicionales e incluso conservar sus cultos locales. Ahora bien, habían perdido su autonomía política; en adelante, su destino estaría unido al del Estado romano que podía hacer gravar sobre ellas cualquier impuesto extraordinario que considerase necesario. Sólo aquellas ciudades que ya eran amigas de Roma, como Malaca (Málaga), mantenían su estatuto anterior de ciudades libres. Ahora bien, incluso éstas podían verse obligadas a contribuciones económicas especiales, y, además, a la aportación de tropas auxiliares para el ejército romano.

Al finalizar la Guerra en Hispania, Escipión fundó una ciudad a la que llamó Itálica (Santiponce, provincia de Sevilla) destinada a servir de hospital para los heridos durante los últimos enfrentamientos; así se dio el primer paso de lo que sería una ciudad de tipo romano (colonia) Pero tendrán que transcurrir aún algunos años para que Roma se decida a intervenir de modo sistemático en las ciudades de Hispania. Para esta fase inicial sirve la frase célebre que atribuye a Roma no sólo el haber respetado a muchos régulos sino el incrementar el poder de algunos, pues la alianza con las oligarquías locales era la forma política de intervención preferida por Roma.