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HISTORIA DE LA EFIGIE DE JESÚS NAZARENO DE LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN

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HISTORIA DE LA EFIGIE DE JESÚS NAZARENO DE LA IGLESIA DE SAN AGUSTÍN

Entre las bellísimas imágenes que adornan hoy la iglesia de San Agustín, de la ciudad de Bogotá, sobresale la devotísima de Jesús Nazareno, cuya historia tiene íntimas relaciones con los acontecimientos políticos más notables de la Nación.

De regular estatura, doblegado po la pesadumbre inmensa de la cruz, que sostiene con ambas manos, sobre sus espaldas, nos trae a la memoria las conmovedoras y edificantes escenas del Calvario.

El autor de esta venerada imagen debió se todo un maestro, un artista de cuerpo entero.

Cara enjuta; lineamientos anatómicos perfectamente trazados; color cadavérico, con la morbidez propia del que se avecina a la muerte; ojos grandes, ensangrentados por la fatiga y el cansancio, miran al suelo y un poco adelante; pero con mirada indefinida; sin fijarse en nada, como si las ideas que cruzasen por su mente absorviesen todas sus facultades anímicas para concentrarlas en la contemplación de los inauditos padecimientos que, en el correr de los siglos, habían de experimentar innúmeras criaturas, por no haberse querido aprovechar de los méritos infinitos que nos conquistara nuestro adorable Redentor mediante su pasión y muerte adorables, proporcionándole con esto un dolor esiritual mucho más acerbo que el causado por los sayones en su sacratísimo cuerpo.

Aquel semblante, grave y severo, tiene, sin embargo, una suavidad y dulzura indecibles, pero tan marcadas que, a través del sudor y la sangre que bañan su semblante, se alcanza a entrever la misericordia inefable de todo un Dios entregándose voluntariamente al sufrimiento y a la muerte por comunicar a sus hijos la vida del espíritu.

Las huellas del dolor del agotamiento y de la falta de fuerzas, consecuencia natural de la abundancia de sangre derramada en la flagelación y al ser coronado con la diadema de punzaentes y agudas espinas con la que le coronó una soldadesca vulgar y descreída, se dibujan con caract6eres imborrables en el rostro de la venerada imagen, en el cual resplandece, a pesar de todo, la majestad de un Dios humanado, ofreciéndose a su eterno Padre como hostia propiciatoria e inmaculada por los pecados del mundo.

Se ignora la fecha de su adquisición por la comunidad de padres agustinos, pero, a juzgar por los datos que se conservan en el archivo del convento referentes a su cofradía, se supone que fue a principios del siglo XVII.

Muchas versiones hay con relación a la manera como fue adquirida, pretendiendo todas ellas darle un carácter extraordinario o milagroso, cuadno de ser cierta la versión que parece más ajustada a la verdad histórica, la valiosa adquisición parace deberse exclusivamente a un feliz descuido del encargado de embarcarla en Inglaterra.

El doctor José Caicedo Rojas, en su obra Recuerdos y Apuntamiento, es el que con mejor criterio recoge la tradición popular, según la cual se sabe que los Padres Agustinos de Lima pidieron a Europa una estatua de Jesús Nazareno, a tiempo

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que los de la misma Orden en Bogotá encargaban un Santo Cristo: el mismo que hoy se venera en la ciudad de Rimac cib suma devoción y se le tiene en gran aprecio por su valor escultórico. Ambas imágenes fueron adquiridas en Londres aunque la de Jesús Nazareno, y, quizás también la de Cristo, es de factura Española y de la escuela sevillana. Apoderado el gobierno ingles de todos los bienes eclesiásticos, los enajenaba en almoneda pública al mejor postor, saliendo, en aquella época de entusiasmo y furor reformista, desterrados a diario todos los objetos del culto católico: no teniendo pues, nada de extraño que allñi fuesen adquiridos por los comisionados al afecto por las respectivas comunidades. Pero sucedió por una de tántas casualidades, que el encargado de empacarlas sufrió una feliz equivocación, facturando la caja que contenía la imagen del Cristo, para el Perú, y la de Jesús Nazareno para Colombia.

Llegadas las cajas a sus respectivos destinos, cada comunidad abrió la suya; pero en vez de hallar lo que esperabanse encontraron con otra cosa muy disitinta; sin embarlo los religiosos de Bogotá admirados grandemente por la belleza extraordinaria de la nueva imagen, lejos de creerse defraudados en sus intereses, se sintieron altamente satisfechos de tan excelente adquisición, y ni trados ni perezosos, se dispusieron desde entonces a emprender los trabajos indispensables para colocarla en si iglesia y organizar del mejor modo su culto.

No sucedió así con los peruanos. Estos, aunque también satisfechos del valor artístico del Santo Cristo, ya por no ser la estatua que buscaban, o ya tambien por haber llegado a su noticia el valor extraordinario del Nazareno, lo cierto es que, al darse cuenta de la equivocación sufrida, escribieron inmediatamente a sus hermanos de Bogotá proponiendo el cambio, como parece se debió hacer en justicia; peor éstos no pensaron así las cosas, y se negaron en absoluto a desprenderse de la hermosa imagen que con tánto fervor y cariño veneraban ya, agregando en su respuesta que si los de Perú no estaban satisfechos con el Santo Cristo, lo remitiesen inmediatamente, pues ellos lo recibirían de mil amores, comprometiendose por su parte a resarcirles su valor y todos los gastos del tansporte. En vista de tan terminante negativa, cada cual quedó con los suyo, sin dar lugar a ulteriores e inútiles reclamos.

Desde entonces los fieles comenzaron a profesar una devoción especialísima a la sagrada imagen, de suerte que en las enfermedades, en los sufrimientos y en las penalidades de la vida, acudían fervorosos a implorar su protección y valimiento, siendo con inusitada frecuencia atendidos sus clamores y remediadas sus necesidades.

Cuando se organizó su cofradía, para fometar y solemnizar su culto, centenares de personas de todas clases y condiciones, especialemente obreros, se inscribieron en ella, adquiriendo tanta importancia y nombradía que los personajes más notables de la Colonia se gloriaban de ser hermanos de Nuestro Padre Jesús, como se le llamó entonces a la sagrada efigie y se le continúa llamando en estos tiempos de indiferencia religiosa.

Gracias a esa favorable circunstancia, pronto se reunieron los fondos necesarios para edificar y decorar la hermosa capilla en que se la veneró durante siglos enteros, hasta que por obra y gracia del General Mosquera se desposeyó a los agustinos de su convento y a la iglesia de la sacristíaa, viendose obligados los

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capellanes a trasladar la imagen del lugar que ocupaba el camerín de la Virgen de Nuestar Señora de Gracia, patrona de esta Provincia agustiniana, contruido en tiempos remotos con las rentas asignadas para ese objeto por el piadoso Oidos den Gabriel Alvarez de Velasco, en donde al presente se le venera.

Entre los cofrades hallamos inscritos los nombres de Arzobispos, Virreeyes y Oidores, y entre los tesoreros, hombres de la talla de los doctores Marco Antonio de Rivera, José de Azuola, Andrés Otero, Juan Agustín Matallana (presbítero), sobresaliendo entre todos ellos por el interés y laboriosidad en el desempeño de su cargo el primer Marqués de San Jorge, Excelentísimo señor don Jorge Lozano de Peralta por haberlo ejercido durante 15 años desde 1755 hasta 1770m ak cabo de los cuales si se vio en la precinsión de renunciar fue bien a pesar suyo y en fuerza de las muchas ocupaciones que sobre él pasaban, inhabilitándolo para consagrase de lleno al servicio de la Cofradía.