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Corporaciones y partidos políticos: una revisión teórica Torcuato S. Di Tella _________________________________________________________________________________________________________ _____________________________________________________________________________________________________ Documento descargado de http://www.educ.ar 1 CORPORACIONES Y PARTIDOS POLÍTICOS: UNA REVISIÓN TEÓRICA Torcuato S. Di Tella 1998 La palabra corporativismo, a pesar de lo larga que es, se ha transformado en lo que los ingleses llaman una "four letter word", o sea, impronunciable en presencia de gente educada. Lo mismo le ha ocurrido a su compañera populismo, característica que hoy nadie quiere tener, ya que a ambas, con cierta razón, se le adjudican gran parte de nuestros males. Lo grave del caso es que las dos se han aplicado, en algún momento de su historia, al partido hoy gobernante en la Argentina, y a muchos otros que han marcado de manera indeleble la evolución social de nuestro continente. ¿Será que todo es malo en las tradiciones políticas representadas por esos conceptos? ¿Son ellos partes del problema, o partes de la solución, vistos con perspectiva histórica? ¿O quizás, para que sean parte de la solución, hay que esperar que mueran, para usar sus restos como abono, abono que sólo puede basarse en los elementos que ellos contienen? Pero expliquémonos. Es bastante obvio que en países de escaso desarrollo económico y cultural, como los nuestros por mucho tiempo, no es fácil arraigar la democracia. Ni siquiera fue fácil arraigar un liberalismo de participación limitada, como el que desde el siglo XIX se quiso practicar en nuestro país. Pero no está siempre claro porqué ello fue así, ya que esa debilidad democrática puede haberse debido sea a la falta como al exceso de participación popular, juzgada ésta en función del sistema económico y social existente. Lo más usual, por cierto, es pensar que las primeras luchas políticas en nuestras naciones independientes eran por el predominio entre reducidas elites, sea que ellas se definieran como centralistas o federales, autoritarias o demócratas, aristocráticas o populistas. ¿Serían entonces tormentas en un vaso de agua? Pero en esas tormentas murió demasiada gente como para que nos quedemos contentos con esa interpretación. De hecho, cada vez se hace más claro que no se trataba de episodios reducidos a pequeños grupos. Claro está que sus sectores dirigentes eran minoritarios, pero eso no los distingue de los fenómenos más modernos. Y algunos observadores agudos de la época, lejos de creer que el problema consistía en la reducción de la actividad política a una pequeña elite, pensaban -- anticipando los análisis más recientes de un Huntington -- que lo que había caracterizado a nuestras sociedades era la excesiva participación popular, no su falta. Es así como Alberdi, poco después de la caída de Rosas, en su famosa polémica con Sarmiento, reflejada en sus Cartas Quillotanas, afirmaba que el problema de la América del Sur era que ella había pasado por demasiadas "revoluciones democráticas". Por eso le recomendaba a Sarmiento que se adaptara al gobierno de Urquiza, a pesar de que éste le obligara a usar el cintillo rojo, porque para fundamentar la libertad lo que se necesitaba no era persistir en la rebeldía sino respetar de una vez por todas a la autoridad legalmente constituida. 1 Aunque algo chocante para nuestra actual sensibilidad democrática, era ésta una manera lógica de interpretar la realidad a la luz de los pensadores clásicos, que desde Aristóteles, pasando por Montesquieu, planteaban como forma política ideal un gobierno mixto, que mezclara monarquía, aristocracia y democracia. Ahora bien, se puede pensar que en sociedades de escaso desarrollo económico y cultural lo que abundaría, en esa mezcla, 1 . Juan Bautista Alberdi, Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina, conocidas como "Cartas quillotanas", vol. 4, pp. 5-94, de sus Obras completas , Imprenta de la Tribuna Nacional, Buenos Aires, 8 vols.

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  • Corporaciones y partidos polticos: una revisin terica Torcuato S. Di Tella

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    CORPORACIONES Y PARTIDOS POLTICOS: UNA REVISIN TERICA

    Torcuato S. Di Tella 1998 La palabra corporativismo, a pesar de lo larga que es, se ha transformado en lo que los ingleses llaman una "four letter word", o sea, impronunciable en presencia de gente educada. Lo mismo le ha ocurrido a su compaera populismo, caracterstica que hoy nadie quiere tener, ya que a ambas, con cierta razn, se le adjudican gran parte de nuestros males. Lo grave del caso es que las dos se han aplicado, en algn momento de su historia, al partido hoy gobernante en la Argentina, y a muchos otros que han marcado de manera indeleble la evolucin social de nuestro continente. Ser que todo es malo en las tradiciones polticas representadas por esos conceptos? Son ellos partes del problema, o partes de la solucin, vistos con perspectiva histrica? O quizs, para que sean parte de la solucin, hay que esperar que mueran, para usar sus restos como abono, abono que slo puede basarse en los elementos que ellos contienen? Pero expliqumonos. Es bastante obvio que en pases de escaso desarrollo econmico y cultural, como los nuestros por mucho tiempo, no es fcil arraigar la democracia. Ni siquiera fue fcil arraigar un liberalismo de participacin limitada, como el que desde el siglo XIX se quiso practicar en nuestro pas. Pero no est siempre claro porqu ello fue as, ya que esa debilidad democrtica puede haberse debido sea a la falta como al exceso de participacin popular, juzgada sta en funcin del sistema econmico y social existente. Lo ms usual, por cierto, es pensar que las primeras luchas polticas en nuestras naciones independientes eran por el predominio entre reducidas elites, sea que ellas se definieran como centralistas o federales, autoritarias o demcratas, aristocrticas o populistas. Seran entonces tormentas en un vaso de agua? Pero en esas tormentas muri demasiada gente como para que nos quedemos contentos con esa interpretacin. De hecho, cada vez se hace ms claro que no se trataba de episodios reducidos a pequeos grupos. Claro est que sus sectores dirigentes eran minoritarios, pero eso no los distingue de los fenmenos ms modernos. Y algunos observadores agudos de la poca, lejos de creer que el problema consista en la reduccin de la actividad poltica a una pequea elite, pensaban -- anticipando los anlisis ms recientes de un Huntington -- que lo que haba caracterizado a nuestras sociedades era la excesiva participacin popular, no su falta. Es as como Alberdi, poco despus de la cada de Rosas, en su famosa polmica con Sarmiento, reflejada en sus Cartas Quillotanas, afirmaba que el problema de la Amrica del Sur era que ella haba pasado por demasiadas "revoluciones democrticas". Por eso le recomendaba a Sarmiento que se adaptara al gobierno de Urquiza, a pesar de que ste le obligara a usar el cintillo rojo, porque para fundamentar la libertad lo que se necesitaba no era persistir en la rebelda sino respetar de una vez por todas a la autoridad legalmente constituida.1 Aunque algo chocante para nuestra actual sensibilidad democrtica, era sta una manera lgica de interpretar la realidad a la luz de los pensadores clsicos, que desde Aristteles, pasando por Montesquieu, planteaban como forma poltica ideal un gobierno mixto, que mezclara monarqua, aristocracia y democracia. Ahora bien, se puede pensar que en sociedades de escaso desarrollo econmico y cultural lo que abundara, en esa mezcla,

    1. Juan Bautista Alberdi, Cartas sobre la prensa y la poltica militante en la Repblica Argentina, conocidas como "Cartas quillotanas", vol. 4, pp. 5-94, de sus Obras completas, Imprenta de la Tribuna Nacional, Buenos Aires, 8 vols.

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    sera la monarqua y la aristocracia, ante un faltante de democracia. Quizs esto era cierto en la Europa de los absolutismos, previa a la Revolucin Francesa. Pero ello no haba sido siempre el caso en la historia europea. Desde ya, en las polis griegas era a veces muy alta la presin popular, que es a lo que se llamaba democracia entonces, quizs mejor traducible como populismo. A Aristteles eso no le gustaba, no slo porque a la gente de su condicin social le quitaba privilegios, sino por las consecuencias econmicas, que afectaban a todos, y porque esa "democracia" en estado puro, o populismo, tenda a degenerar en tirana unipersonal. Extraamente, tambin en Amrica Latina, desde sus primeros intentos de gobierno autnomo, la presin de las masas en la calle o en las plazas haba sido muy fuerte, combinada, claro est, con el liderazgo de sectores desafectos de las elites. Esa presin era mucho mayor que en los Estados Unidos, que no conocieron un equivalente de las mortferas explosiones de furor popular de Tpac Amaru y sus seguidores (1780-1783), o de los esclavos de Hait (1791-1804), o bien de la Insurgencia en Mxico (1810-1815). Un slido sistema de libertades pblicas exiga, entonces, en la Amrica Hispnica, no slo equilibrar y poner coto a los desbordes del autoritarismo unipersonal o a los egosmos de la aristocracia convertida en oligarqua, sino tambin a la avalancha del poder popular. Este poder popular puede haber estado instrumentado y manipulado por sectores disidentes de las elites, pero no por eso era menos temible para el equilibrio poltico. La amenaza popular como integrante de la tradicin poltica latinoamericana Es preciso, entonces, considerar el hecho de que Gran Bretaa y sus retoos transocenicos, los pases clsicos del desarrollo del liberalismo, nunca experimentaron una amenaza popular sobre sus sistemas sociales parecida a la que existi en muchos tiempos y lugares en Amrica Latina. Dicho de otra manera, en el Norte fue mucho ms comn que se diera un gobierno mixto, con representacin relativamente equilibrada de intereses, a travs de instituciones especialmente diseadas, las cuales a su vez exigen un cierto tipo de estructura social como apoyo. Al respecto es preciso observar que Montesquieu, en el captulo sobre el gobierno de Inglaterra, donde trata de la divisin de poderes, no slo se refiere al juego entre ejecutivo, legislativo y judicial, sino entre clases sociales, o grupos funcionales como las Fuerzas Armadas. Seala que en toda sociedad existen grupos privilegiados por la fortuna y la educacin, que no aceptaran tener en el gobierno igual peso que la masa de la poblacin, pues en ese caso odiaran las instituciones libres. Para hacerlos colaborar en la formacin de esas instituciones hay que darles, sigue Montesquieu, un lugar propio, como la Cmara de los Pares, con poderes de veto sobre la Cmara de los Comunes. sta representa, en principio, al "pueblo" (en realidad, en la poca del autor francs, a un sector reducido del pueblo, pero ms amplio que el de los Pares, y potencialmente extendible mucho ms). Por otra parte, el monarca deba ejercer un poder de equilibrio, basado en sus slidos contactos con las Fuerzas Armadas. Lo mismo afirma Bolvar, repetidamente, en sus discursos, proclamas, cartas y, finalmente, en su proyecto de Constitucin para la repblica que iba a llevar su nombre.2 Ya desde los tiempos coloniales la Amrica espaola (y tambin la portuguesa) presentaba, por contraste con la del norte, el fenmeno tan actual de la sobre-urbanizacin, con muchas de sus secuelas sociales, las obvias y las menos obvias. Cuando Nueva York o

    2. Montesquieu, De l'esprit des lois, 2 vols, Garnier, Paris, 1944, vol. 1, pp. 167-168; Simn Bolvar, Doctrina del Libertador, Editorial Ayacucho, Caracas, 1976,. documentos nos. 4 (Manifiesto de Cartagena), 18 (Carta de Jamaica), 27 (Discurso de Angostura) y 75 (Mensaje al Congreso de Bolivia).

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    Philadelphia, los centros poblados ms grandes de los Estados Unidos, en tiempos de su primer censo (1790) apenas llegaban a los 20.000 habitantes, Mxico pasaba los 100.000, y varios otros lugares en la misma Nueva Espaa, o ms al sur, como Lima, Rio de Janeiro y Buenos Aires, superaban a las ciudades yankis. Claro est que la dimensin no era proporcional al desarrollo econmico o al tecnolgico -- en la misma Europa algo as ocurra con Npoles -- y eso generaba una gran masa marginalizada, que bien poda estallar en rebeliones, de cualquier signo ideolgico. La misma Npoles haba dado ejemplos de ello, desde la antioligrquica de un Masaniello en 1647 hasta la unin de "Rey y pueblo" que en 1799 venci a los republicanos influenciados por la Revolucin Francesa. En todos esos casos la componente de apoyo popular era esencial, y a ello se unan, en Amrica, los resentimientos generados por las diferencias tnicas, que podan ser movilizados con relativa facilidad por elites desafectas de aspirantes. La preocupacin ante esta eventualidad era un tema de primera importancia, y muy tenido en cuenta por los dirigentes, hasta llegar a ser en ellos una segunda naturaleza. Los temidos aspirantes eran un grupo especial dentro de las clases medias, sobre todo urbanas, mucho ms numerosas en nuestra experiencia histrica que lo que en general se cree. El hecho de que esas clases medias hayan sido econmicamente endebles, a menudo viviendo en el borde de la miseria, o al menos de una pavorosa inseguridad, no quita a su status intermedio, ni a la saa con que se aferraban a l, o con que buscaban no caerse al infierno que las rodeaba. Es posible afirmar, entonces, que en contraste con los Estados Unidos, las clase medias entre nosotros, aunque menos numerosas, estaban afectadas por una inestabilidad que generaba en su seno constantes utopas e ideas de renovacin, buscando por supuesto mejorar de fortuna con esas alteraciones del orden social. Una de las formas de evitar estas fuentes de agitacin entre las clases medias era podar al mximo el sistema educacional, sobre todo en los niveles medios y altos. Esta fue la solucin impuesta por Portugal, que al no desarrollar universidades o colegios superiores en el continente, restringi a una elite muy privilegiada el acceso a ese tipo de formacin, slo obtenible en la metrpoli. Esta solucin era particularmente necesaria en un pas en que la proporcin de esclavos era como para hacer de su eventual levantamiento una pesadilla para la clase dirigente. Para evitar la rebelin no bastaba vigilar a los esclavos, sino que haba que evitar que luchas internas a las elites -- generadas por los aspirantes -- terminaran movilizando sin quererlo a las masas, como haba ocurrido en Hait durante los enfrentamientos generados por la Revolucin Francesa. De aqu proviene la tendencia al acuerdo, que con el tiempo se convirti en una pauta cultural de los crculos polticos brasileos, dispuestos a todo tipo de compromisos con tal de evitar la proliferacin de conflictos. Esta moderacin tuvo una primera significativa muestra en la manera con que el pas consigui su independencia, manteniendo la monarqua, y en la posterior escasez de intervenciones militares. Todo esto, por otra parte, no impeda sino que era congruente con una decidida represin a todo intento de protesta popular profunda, como ocurri en algunos episodios de la primera mitad del siglo pasado. En pases menos caracterizados por la amenaza de la rebelin de esclavos tambin existan temores parecidos, pero de menor peso, y por lo tanto ms manejables. Para paliarlos exista en el mundo mediterrneo europeo el modelo de la alianza entre "Rey y pueblo", que era una amenaza al gobierno libre, pero que poda darle al poder constituido ciertas bases populares. Esta alianza tuvo en el Fernando VII de los primeros tiempos a uno de sus destacados cultores, aureolado por su imagen de vctima de la invasin extranjera, y apoyado por el clero, capaz de cierto agitacionismo dirigido contra los liberales. En la Amrica antes espaola su equivalente fue el caudillismo conservador de figuras como la de Juan Manuel de Rosas en la Argentina, que actu al mismo tiempo como movilizador de masas y controlador de esa movilizacin. En esto el jefe porteo se demostraba buen discpulo de Napolen, una de cuyas mximas era que el que tiene poder no es tanto quien genera el orden sino el que controla el desorden. En el caso argentino ese desorden haba

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    sido creado por los varios "aspirantes", tanto del partido unitario como del federal.3 Bases del conflicto poltico y el rol de los partidos Uno de los principales problemas que debe enfrentar un rgimen democrtico es el de la integracin de los sectores ms carenciados dentro del sistema poltico, y bien se puede decir que se es el reto que ha enfrentado nuestro continente en las ltimas dcadas, aunque de manera distinta en cada pas. Durante las etapas ms tempranas del desarrollo industrial las clases populares tienden a asumir actitudes violentas y altamente antagnicas al orden establecido. Se afirma a veces que en la actualidad ha disminuido notablemente el rol del conflicto de clase como base del apoyo partidario. De hecho, nunca los partidos se han basado completamente en lneas claras de diferenciacin clasista; pero en la mayor parte de los pases altamente industrializados existe una bipolaridad entre un partido o alianza conservadora con apoyo empresarial, que enfrenta a otro conjunto basado en la clase obrera. Sobre esta pauta se dan numerosas fiorituras, de las cuales los Estados Unidos son un ejemplo significativo, pues ah el partido popular incorpora a importantes sectores de las clases altas, especialmente las regionales; mientras que en otros casos la presencia de diferenciaciones religiosas y tnicas puede causar desvos en la citada bipolaridad.4 Ya se vio el rol que daba Montesquieu al conflicto social y econmico como base de los alineamientos polticos. Ms explcitamente, John Stuart Mill en su obra sobre El gobierno representativo (1867) afirmaba que

    una comunidad moderna, no dividida por fuertes antipatas de raza, lengua o nacionalidad, puede considerarse como dividida, principalmente, en dos secciones que, aparte de variaciones parciales, se corresponden en general con dos grupos divergentes de inters (...), trabajadores de un lado, empleadores de trabajo por el otro (...). Si el sistema representativo pudiera hacerse idealmente perfecto, (...) su organizacin debera ser tal que esas dos clases, trabajadores manuales y sus similares de un lado, y empleadores y sus similares del otro, estuvieran (...) balanceadas, influenciando un nmero igual de votos en el Parlamento.5

    Mill pensaba -- quizs correctamente para su poca -- que los trabajadores manuales (ms sus "similares", o sea, artesanos por cuenta propia y campesinos pobres) eran una mayora. Tambin pensaba que votaran de manera homognea, y en esto se equivocaba. Tema, como Montesquieu, que si una clase social ganaba permanentemente un slido predominio en todas las esferas del gobierno, los otros intereses de la sociedad no se 3. Ver al respecto del rol de Rosas Tulio Halpern Donghi, De la revolucin de independencia a la confederacin rosista, Paids, Buenos Aires, 1972. 4. Para una revisin de las teoras acerca de las bases sociales del apoyo partidario, ver R.J. Johnston, "Lipset and Rokkan Revisited: Electoral Cleavages, Electoral Geography and Electoral Strategy in Great Britain", en R.J. Johnston, F.M. Shelley y P.J. Taylor, comps., Developments in Electoral Geography, Routledge, Londres, 1990; para el impacto de los problemas tnicos sobre el voto en los Estados Unidos, Thomas Byrne Edsall, con la colaboracin de Mary D. Edsall, Chain Reaction: The Impact of Race, Rights and Taxes on American Politics, Norton, New York, 1991. 5. John Stuart Mill, Representative Government (1861), en Utilitarianism. On Liberty. Representative Government, E.P. Dutton, New York, 1951, p. 347.

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    sentiran suficientemente protegidos. Esto sera pernicioso, podemos inferir, por dos razones. Una era que los intereses minoritarios, especialmente los dedicados a la actividad empresaria y cultural, necesitaban garantas, sin las cuales no podan desempear adecuadamente sus funciones. El otro efecto negativo era que esos grupos minoritarios pronto pasaran a complotar para recuperar sus posiciones amenazadas, usando sus contactos con las Fuerzas Armadas. Para evitar estos resultados Mill propona dar ms votos a las clases empresarias o cultas. La experiencia histrica demostr que el equilibrio entre clases sociales se poda alcanzar sin necesidad de apelar al voto calificado. Esto fue as porque el desarrollo econmico gener numerosos estratos medios, y adems el poder de las clases altas les permiti influir a la masa de la poblacin, volcando a su favor a la mayora de las clases medias, y a un no despreciable grupo ms abajo en la escala social, los "working class tories". Esta aritmtica, claro est, se expresaba a travs de los partidos polticos. Pero son los partidos polticos realmente tan necesarios? No se podra tener elecciones sin polticos profesionales? Dirigir, por ejemplo, los asuntos pblicos a travs de reuniones de ciudadanos preocupados por determinados temas, resolvindolos a medida que se plantearan, quizs eligiendo representantes pero en base a sus mritos personales, bajo la inspiracin de estadistas, y no de redes partidarias? Estas fantasas, tan comunes, explcitamente expresadas o no, cada vez que se desencadena una crisis parlamentaria o un escndalo de corrupcin, no son nada nuevo, y no hay que alarmarse demasiado ante su difusin ocasional. Nada menos que George Washington se acercaba a esa actitud, cuando en su Farewell Adress (1796) adverta a sus conciudadanos que se cuidaran de los partidos, a los que vea como cbalas, o complots destinados a promover intereses sectoriales, en contra del bien comn. Los autores de los Federalist Papers tambin desconfiaban de los partidos, an cuando los consideraban inevitables en una sociedad libre. En el mismo espritu, los autores de la Constitucin norteamericana establecieron un sistema de checks and balances diseado para evitar que una dada faccin pudiera fcilmente controlar todas las palancas del gobierno. Pensaban que la ventaja de una repblica de gran extensin era que en sus varias partes habra intereses muy distintos, generndose un entrecruzamiento tal que sera imposible formar de manera duradera una mayora dominante. En esa poca, el pricipal ejemplo de una sociedad libre era Gran Bretaa, que estaba dominada por los partidos, o ms an, por las facciones. La mayor parte de los contemporneos consideraba que esos grupos tenan una natural tendencia a volverse violentos y a fomentar la guerra civil en procura de imponer sus intereses. La trgica experiencia del siglo XVII estaba ah, para aadir nuevas evidencias a las que se podan extraer de la Antigedad clsica y de las ciudades-estado italianas. Si ahora las numerosas facciones whigs y tories eran menos violentas, ello era porque la corrupcin haba reemplazado a la conviccin, y una despiadada lucha por pedazos del poder estaba creando las condiciones para la decadencia nacional, no menos grave que las luchas armadas de una generacin anterior. William Hogarth, el popular pintor y grabador ingls, imagin en una de sus ms impresionantes composiciones -- que seguramente reflejaba sentimientos muy difundidos -- al "fuego de las facciones" como un monstruo que devoraba a una ciudadana impotente. Los escritores clsicos no le haban dado lugar a los partidos, o los haban apenas mencionado de pasada, como males inevitables en el mejor de los casos. Bolingbroke, el amigo tory de los enciclopedistas, pensaba que era mejor concentrar las esperanzas en un patriot king que pudiera imponrsele al sistema poltico, si necesario fuera con un partido para terminar con todos los partidos, apoyado en los ciudadanos honestos en contra de los facciosos. Pero a esta utopa Edmund Burke no tard en responder sealando los peligros de una alianza entre el rey el pueblo, que podra terminar en la supresin de las libertades pblicas. As, pues, argumentaba, si queris libertad debis tener partidos, facciones por cierto si las queris llamar as. Burke no se haca ilusiones: para gobernar con eficacia los hombres deben asociarse, formar lo que l llamaba "connexions", y emplear los medios para promoverse que son intrnsecos a la naturaleza humana y por lo tanto a la poltica. Primero defini de manera

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    algo idealista a un partido poltico como "un grupo de gente unida para promover a travs de su accin conjunta el inters nacional, segn algn principio particular en el que concuerdan". Pero estaba consciente de que en la prctica una amplia gama de medios deba ser usada para promover esos fines. Un hombre poltico que por pruritos ticos rechazara usarlos sera culpable, aunque fuera por omisin, pues "frustrara los propsitos de la confianza que se le ha otorgado, casi tanto como si formalmente la hubiera traicionado". Por supuesto, en un cierto punto el uso legtimo de esas "connexions" termina, y la corrupcin comienza. Pero

    las "connexions" en la poltica son esencialmente necesarias para el pleno ejercicio de los deberes pblicos, acccidentalmente pasibles de degenerar en facciones. Las sociedades estn formadas por familias; las sociedades libres por partidos tambin; y tanto podramos afirmar que nuestros sentimientos naturales y lazos de sangre tienden inevitablemente a hacernos malos ciudadanos, como que los vnculos de partido debilitan los que nos unen a nuestro pas.6

    El mal funcionamiento de los partidos polticos: el corporativismo como alternativa El que gente de ideas semejantes se junte, para promover los intereses nacionales, segn la formulacin de Burke, no es tan fcil como parece. A menudo, el uso y abuso de las "connexions" degenera en una srdida lucha por posiciones, difcil de apreciar por parte del hombre comn, que entonces oscila de una ilusin a otra, de un vendedor de panaceas a otro, hasta que termina por mandar todo al diablo. Por otra parte, la complejidad de los temas es tal -- se argumenta a menudo -- y la superioridad de recursos y conocimientos por parte de las elites es tan decidida, que el hombre comn difcilmente puede entender la esencia de los asuntos pblicos. De aqu a las construcciones utpicas, o a la delegacin de poderes en demagogos o dictadores hay slo un paso. Esta desilusin acerca del sistema realmente existente de partidos no es slo una caracterstica de los pblicos de masa. Ha sido compartida tambin por amplios sectores de la intelligentsia. A algunos de los casos ya vistos podemos agregar el de Francia, donde despus de la derrota en la guerra de 1870 y de la sangrienta represin de la Comuna el descreimiento acerca de la representacin poltica se hizo muy extendido. Esto fue as especialmente despus de que los primeros aos de funcionamiento del sistema parlamentario mostraran la dificultad de formar un gobierno estable, bajo condiciones de divisionismo partidario y un ejecutivo dbil. Crecieron as movimientos populares como el boulangismo, y se formaron minoras activistas de izquierda o de derecha, desde el sindicalismo revolucionario hasta los que tenan a Charles Maurras como inspirador. Los ms ecunimes pensadores polticos tambin sintieron las distorsiones creadas en una sociedad de masas en que no exista mucha conexin directa entre electores y elegidos. Emile Durkheim, el conocido socilogo francs, prepar un prefacio especial para la segunda edicin de su Divisin del trabajo (1902). Afirmaba en l que era necesario construir instituciones intermedias entre el Estado y el individuo, capaces de crear lealtades y vnculos, de manera de reproducir en una sociedad industrial y altamente urbana los lazos tpicos del mundo de la aldea, del artesanado, y de la empresa familiar. Algunas de estas asociaciones intermedias ya existan, pero era necesario consolidarlas con una intervencin gubernamental y darles un status jurdico. La principal institucin debera, en esta perspectiva, ser formada por

    6. Edmund Burke, Thoughts on the Cause of the Present Discontents (1770), en The Works of Edmund Burke, 8 vols, Bohm's Standard Library, Londres, 1901-1902, vol. 1, pp. 373-375.

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    todos los agentes de una misma industria, unidos y organizados en un nico cuerpo. Esto es lo que se llama la corporacin, o grupo ocupacional, (...) ((dirigido)) por representantes de los empleados y representantes de los empleadores, como ocurre ya en los tribunales de los oficios calificados; y eso, en proporciones que reflejen la importancia que la opinin atribuya a estos dos factores de la produccin.

    Con esta ltima observacin Durkheim estaba dejando la puerta abierta para una evolucin del poder de control, dentro de las corporaciones, entre el capital y el trabajo. No reservaba mucho lugar, en su esquema, para los partidos polticos, que prcticamente nunca menciona, aunque posiblemente no los hubiera prohibido. Sin embargo, pensaba que las corporaciones deberan "llegar a constituir la principal unidad poltica. La sociedad, en vez de ser, como hoy, un agregado de distritos territoriales juxtapuestos, sera un vasto sistema de corporaciones nacionales". Los representantes en los cuerpos electivos, entonces, cuando expresaran sus opiniones, sabran de qu estaban hablando, y el peso relativo de los diversos intereses podra ser peridicamente ajustado segn principios cientficos, en vez de depender de los votos emitidos por un pblico annimo en favor de candidatos desconocidos.7 La idea corporativa fue tomada por los tericos fascistas como alternativa a la democracia liberal, aunque nunca fue realmente aplicada, pues bajo una dictadura no poda haber representacin genuina de ningn tipo. La asociacin histrica entre el corporativismo y el fascismo no debe llevarnos, entonces, a confundirlos. El corporativismo tiene sus orgenes no slo en el pensamiento catlico medieval, sino en planteos liberales o socialistas, como resulta del texto de Durkheim. John Stuart Mill tambin propona una reorganizacin de hecho corporativa de la Cmara de los Pares, limitando el nmero de miembros hereditarios, e incluyendo a los ms destacados personajes del mundo de la produccin, la cultura y las profesiones. Lo mismo haca Herbert Spencer, en sus voluminosos escritos, donde es difcil encontrar referencias a partidos polticos o a elecciones.8 El autoritarismo y el corporativismo en los pases de la periferia En los pases de la periferia la falta de ajuste entre los partidos polticos y los sentimientos populares es ms evidente. Amrica Latina, sobre todo, y tambin Europa Oriental, tienen una larga experiencia de partidos semi-competitivos y de elecciones semi-libres. Ellas son las reas de la periferia ms ligadas a los sucesos de los pases centrales de Occidente, debido a los lazos culturales que mantienen con ellos, y al hecho de haber sido por mucho tiempo independientes, en contraposicin con la mayor parte de Asia y Africa. En la primera parte del siglo Laureano Vallenilla Lanz, un intelectual al servicio del dictador venezolano Juan Vicente Gmez, argumentaba contra la demasiado rpida adopcin de instituciones europeas. Esta actitud tena antecedentes venerables en el pensamiento latinoamericano: con una perspectiva semejante Juan Bautista Alberdi haba culpado, mucho antes (1853), a la primera generacin de reformistas liberales, que haban tratado de introducir demasiadas innovaciones en los pases recin liberados, sin tomar en consideracin su "carcter asitico", que hubiera exigido adaptar "las reglas del gobierno representativo ingls o ((norte)) americano (...) a las peculiaridades de esas tierras y esas

    7. Emile Durkheim, The Division of Labor in Society, The Free Press, Glencoe, 1949, pp. 5, 25, 27. 8. John Stuart Mill, Representative Government, p. 442; Herbert Spencer, Principles of Sociology, 3 vols, Appleton, New York, 1902-1905, vol. 2, pp. 648-656.

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    sociedades".9 Por su parte, Vallenilla conclua que el inevitable dictador representaba mejor el estado de su sociedad, y por lo tanto de las masas, que un sistema constitucional. Por eso llam a su mejor conocido libro Cesarismo democrtico (1919). En este razonamiento es preciso distinguir dos afirmaciones. La primera es la de que bajo ciertas condiciones sociales el autoritarismo es una forma ms estable y eficiente de gobierno que el rgimen representativo constitucional. La segunda es que bajo esas mismas condiciones el autoritarismo personalista es una mejor forma de expresar los sentimientos populares que un sistema competitivo de partidos. El pblico conservador que segua a Vallenilla estaba particularmente interesado en la primera tesis, que justificaba una dictadura desarrollista temporaria. La segunda tesis, acerca de que ese rgimen fuera la mejor forma de representar a los sectores populares, y por lo tanto democrtico, era para consumo externo, pero de hecho encontr amplio eco, incluso por parte de quienes no conocan sus obras.10 En el Per, en una generacin posterior, Vctor Ral Haya de la Torre, creador de uno de los primeros partidos populares de la regin, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), combin elementos del liberalismo y de la social democracia con el nacionalismo popular, formando una poderosa mezcla. Aplicando la teora marxista argumentaba que bajo condiciones de subdesarrollo la clase obrera no poda dirigir una transformacin social, ni tampoco organizar un importante partido propio. Mucho menos podra hacerlo el campesinado. As pues la clase media debera aadirse, como tercer pata, y asumir el liderazgo del movimiento popular. Un Estado fuerte debera controlar la economa, pero sin espantar al capital; debera entenderse con las clases dominantes, mediante un elemento corporativo introducido en la Constitucin. A esto Haya lo llamaba el Estado de los Cuatro Poderes, en que a los tres clsicos se aadira uno ms, de naturaleza corporativa, donde estuvieran representadas las fuerzas sociales de manera "cualitativa". Pensaba que era mejor que esas corporaciones nacionales e internacionales se expresaran abiertamente en la legislatura, y no subrepticiamente entre bambalinas. Por otra parte era necesario crear un partido bien estructurado, con militantes disciplinados, y una figura carismtica a su frente, que era la nica forma de liderazgo comprensible para la mayora de la gente.11 En Brasil se dio una corriente de pensamiento con lneas convergentes, de diferentes orgenes ideolgicos, pero una comn preocupacin por usar elementos corporativos en una sociedad libre. Desde la cada de la monarqua (1889) el gobierno haba estado en manos de partidos Republicanos estaduales, que en la prctica funcionaban como partidos nicos en cada unidad federal, integrando a los clanes locales, y monopolizando los recursos existentes. Las elecciones, basadas como estaban en un sufragio restringido, voto abierto, y frecuente adulteracin de los resultados, no podan ser consideradas como un arreglo institucional vlido. An cuando hubiera un mayor control cvico, el prestigio de que gozaban las clases altas entre la poblacin rural les permitira seguir creando por mucho tiempo mayoras favorables. Se poda pensar, entonces, que un Estado fuerte, dirigido por una elite dedicada, era lo que se necesitaba para sacar al pas del inmovilismo. Alberto Torres fue un precursor de esta mentalidad. Muy imbudo de valores liberales, crea sin embargo que la estabilidad

    9. Juan Bautista Alberdi, Cartas sobre la prensa y la poltica militante de la Repblica Argentina, en Obras Completas, 8 vols., La Tribuna Nacional, Buenos Aires, 1886-87, vol. 4, p. 62. 10. Germn Carrera Damas, Carlos Salazar y Manuel Caballero, El concepto de historia en Laureano Vallenilla Lanz, Universidad Nacional de Venezuela, Escuela de Historia, Caracas, 1966. 11. Vctor Ral Haya de la Torre, Treinta aos de aprismo , Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1956; Carol Graham, Peru's Apra , Lynne Rienner, Boulder, 1992.

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    poltica y el crecimiento econmico requeran un gobierno slido, y que ste slo existe donde la nacin es "homognea en sus elementos, o fuertemente subordinada a un espritu, un proyecto, una aspiracin, o una clase dominante". Afirmaba que el Brasil era una nacin artificial, si se la comparaba con otras mucho ms asentadas desde antiguo, de Europa o Asia, pero precisamente por eso necesitaba "la creacin (...), par en haut, de (...) hbitos (...) y reflejos, y del instinto de conservacin nacional y de progreso". La principal propuesta concreta de Torres, publicada en 1914, fue una reforma constitucional que habra creado un rgimen ms centralizado y un Senado con fuertes elementos corporativos aadidos a los delegados estaduales, an cuando reteniendo la Cmara Baja electa por el pueblo. El presidente habra sido elegido por un Colegio especial, con muchos representantes profesionales.12 Basndose en estas ideas, Francisco Jos Oliveira Vianna, discpulo de Torres, afirm que una aplicacin de las frmulas liberales europeas o norteamericanas poda significar slo dos cosas: anarqua, o separatismo. As, pues, propona un Estado central fuerte, con capacidad de intervenir activamente en las regiones, y por lo tanto apoy al Estado Novo de Vargas en 1937, que estableci un sistema centralista y de representacin corporativa, aunque nunca lleg a aplicarlo, pues gobern de manera directamente dictatorial. En contraposicin a quienes llamaba "idealistas utpicos" liberales, que vean en el ejecutivo nacional una amenaza para las libertades locales, Oliveira Vianna afirmaba que eran los clanes oligrquicos locales los que ms amenazaban a los derechos del individuo.13 Aspectos de la estructura social latinoamericana que moldean a su sistema poltico partidario Esta revisin de ideas sacadas tanto de la tradicin internacional como de la latinoamericana nos permite concluir que la formacin de una sociedad libre exige algo ms que espritu cvico por parte de gobernantes y gobernados, y la decisin de respetar las reglas del juego. Para que todo ello -- que por cierto es necesario -- se haga realidad se precisa asegurarse de que las fuerzas sociales tengan expresin en el sistema constitucional. Lo complicado es que esa expresin debe darles una influencia proporcionada a su peso real, y no a sus meros nmeros. Este es el revs de la trama, si se quiere "no democrtico", de las democracias realmente existentes. Por otra parte, el sistema poltico tambin debe asegurar la efectividad del ejecutivo, para evitar la lucha de todos contra todos. Sin necesidad de refrendar la solucin hobbesiana del poder absoluto como rbitro, la eficacia del ejecutivo es un requisito tan importante para la salud pblica como la genuinidad representativa del poder legislativo. Esto es sobre todo as en etapas tempranas de desarrollo econmico y poltico. En Amrica Latina, como resultado de estar ubicada en la periferia de un mundo ms desarrollado, la estructura social se ve sujeta a tensiones especiales. Se las puede sintetizar de la siguiente manera: 1. Dualismo estructural, debido a la coexistencia de reas muy atrasadas con sectores modernizados, vinculados estos ltimos a la inversin y la tecnologa extranjeras. En dcadas pasadas se hizo una crtica fcil de este planteo, quizs justificada si l se planteara de

    12. Alberto Torres, A organizaao nacional, 2a ed., Companhia Editora Nacional, Sao Paulo, 1938 (1a ed. 1914). 13. Francisco Jos Oliveira Vianna, O idealismo da Constituiao, 2a. ed, Companhia Editora Nacional, Sao Paulo, 1939 (1a ed. 1927).

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    manera simplista y extrema, como si los "dos pases" no tuvieran nada que ver el uno con el otro. De hecho estn vinculados, pero constituyen realidades diferentes, y a menudo las instituciones legales o el sistema de partidos que funciona en uno no anda bien en el otro. 2. Niveles de urbanizacin y de educacin que generan una cantidad de aspirantes a empleos mayor que lo que la economa puede proveer. Esto ya se vio en prrafos anteriores, y genera entre otros efectos la debilidad de los partidos conservadores, cuyo principal electorado deberan ser las clases medias, las cuales en buena medida no actan de esa manera debido al mecanismo aqu sealado. 3. Migraciones internas intensas, as como otras formas de movilizacin de masas que no van acompaadas por una equivalente experiencia en la organizacin autnoma. Esto crea la masa disponible para fenmenos populistas cuya fuerza aparente, y cuya potencial explosividad, son mayores que su capacidad de ejercer presin permanente y controlada sobre la escena poltica. 4. Concentracin del poder econmico en una alianza de elites extranjeras y locales que a menudo carecen de legitimidad, especialmente con respecto a las clases medias. El hecho de que gran parte de la burguesa sea extranjera, o trabaje en empresas de propiedad extranjera, debilita tambin la circulacin de elites entre el campo de la produccin y el de la poltica, lo que constituye otra causa de debilidad de los partidos conservadores, con se u otro nombre, que existen, en cambio, en casi todos los pases democrticos del Primer Mundo. Algunos de estos factores tambin estn presentes en los pases del centro, pero en la periferia actan con mucho mayor intensidad. El resultado es la proliferacin de partidos de tipo nacionalista popular, sobre todo en Amrica Latina, o con bases tnicas, como ocurre ms bien en los Balcanes y en ciertos pases de Asia y Africa. Por otra parte, la experiencia de los regmenes autoritarios o de partido semi nico nos permite agregar las siguientes conclusiones: 5. Una dictadura excesivamente dura o larga puede generar fuerzas rebeldes y una cada no slo del rgimen poltico sino tambin del sistema de propiedad privada. El problema de la reforma de gobiernos autoritarios es que si los cambios son rpidos puede resultarles imposible crear una estructura sucesoria con suficiente fuerza y legitimidad. Si en cambio una faccin "dura" intenta resistirse a las presiones reformistas, aumenta la aislacin de las autoridades, y hace imposible una transicin ordenada y pacfica. Los casos cubano y nicaragense son paradigmticos. 6. Una guerrilla prolongada pero que no llega al poder puede polarizar al pas, debilitando al partido reformista gobernante, volcando a una mayora del electorado hacia la extrema derecha. En El Salvador el gobierno reformista Demcrata Cristiano de Napolen Duarte sufri los embates de la Izquierda extra-constitucional, as como de la Derecha. Finalmente sta, bajo Alfredo Cristiani y su Alianza Republicana Nacionalista, fue capaz de obtener una mayora electoral y reemplazar al anterior gobierno por medios legales, enfrentando de manera ms decidida a la guerrilla. En Guatemala, con una amenaza guerrillera algo menor, tambin el electorado se ha volcado hacia la derecha, haciendo difcil a los partidos reformistas de centro mantener su presencia en las urnas. 7. Un rgimen de partido dominante, consolidado en una tradicin revolucionaria, y ayudado por la coercin marginal de sus opositores, puede ser estable y mantener su apoyo popular. El caso tpico es el de Mxico, donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido capaz de mantenerse en el poder desde sus inicios (con otro nombre) al finalizar la dcada de los veinte. El gran crecimiento econmico experimentado por Mxico durante la mayor parte de este perodo le ha permitido cooptar a los nuevos industriales y tcnicos,

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    manteniendo su apoyo en la clase media, los campesinos y los trabajadores urbanos, o sea, las fuerzas revolucionarias originales. La solidez del rgimen, y el uso que en general ha hecho de sus recursos, han llevado a muchos observadores a categorizarlo como "burocrtico-autoritario", a pesar de ser civil. Sin embargo, el mantenimiento de procesos y garantas constitucionales marca lmites a esos abusos, y genera fuerzas de cambio, que por el momento estn divididas entre una de centro derecha y otra de izquierda, que incluye a un sector escindido del tronco principal del PRI. Autoritarismo consensual versus empate social A veces se habla de la posibilidad de reproducir en Amrica Latina un modelo japons, o del tipo dominante en los pases del Sudeste asitico. En ellos el rol del Estado, tanto en lo poltico como en lo econmico, es muy fuerte, y ha servido como orientador de una vigorosa organizacin interna, muy disciplinada, autoritaria y consensual a la vez. Pudo de esta manera combinar libre mercado con proteccionismo, y estmulo al capital con un cierto igualitarismo, cambiando de estrategia segn las condiciones internacionales. Hay mucho que aprender del Japn y del Sudeste asitico, pero la mezcla de autoritarismo, disciplina y consenso que los caracteriza o ha caracterizado en el pasado es imposible de reproducir entre nosotros. Y esas estructuras sociales tradicionales, casi feudales, de rgida jerarquia y respeto hacia los estratos superiores, son una parte esencial del modelo vigente en esas latitudes. No han faltado en Amrica Latina regmenes dictatoriales que han intentado reestructurar a la sociedad a su imagen y semejanza, pero les ha faltado casi siempre el consenso social. Por eso es que han fracasado, o han demostrado tener slo xitos parciales, y no han podido dejar una verdadera impronta en sus sociedades. La democracia es un rgimen que siempre ha sido difcil de establecer en el mundo, porque ella da fuerza a los sectores ms desposedos, que tienden a resistirse a las exigencias de la tecnoburocracia y de la acumulacin de capital. Si se diera un comportamiento puramente racional de todos los interesados posiblemente se aceptara la necesidad de esa acumulacin, y de las correlativas diferencias de ingresos. Pero no es seguro que esa actitud sea la que impere, en cualquiera de los niveles de la estratificacin social en que se la analice. Pues el rol social que cumple la acumulacin se mezcla con el privilegio que implica para su titular, y aunque este privilegio pueda ser funcional, el hecho de que recaiga sobre determinados individuos crea a menudo una injusticia distributiva. En las democracias avanzadas se da al respecto un cierto tipo de transaccin, que legitima la propiedad privada y las diferencias sociales, aunque corrigiendo algunos de sus efectos a travs de leyes, impuestos, y dems medidas igualitaristas, sin llegar a matar a la gallina de los huevos de oro. En esos pases en general existe una bipolaridad poltica, que incluye una derecha econmica que ha sido capaz de cooptar a la mayora de la clase media, y de generar un amplio consenso hacia el sistema social existente. El resultado es que se las arregla muy bien en el terreno de las urnas. Pero en Amrica Latina y en los paises de la periferia en general estos mecanismos de cooptacin y consenso no funcionan de la misma manera, lo que debilita a los partidos conservadores y hace ms problemtico alcanzar en el terreno poltico un equilibrio de fuerzas congruente con el de los pesos reales de los actores sociales y econmicos. Las instituciones democrticas modernas, donde funcionan con eficacia, canalizan intereses del tipo que el pensamiento clsico llamara "aristocrticos", o empresariales, junto a los ms especficamente "democrticos" o populares. Los primeros estn representados por la estructura de la propiedad privada, por las atribuciones reservadas a las organizaciones tcnicas y empresariales, y por los partidos conservadores. Los segundos, o sea los intereses "democrticos", se basan en el voto universal, los partidos populares y las organizaciones

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    sindicales.14 Tanto unos como otros estn restringidos en sus posibles abusos no slo por la constitucin, sino por la presencia del otro hemisferio poltico, base del fundamental empate social existente. Ese empate social puede ser positivo, cuando se resuelve mediante el consenso, pero en ciertas condiciones, bastante usuales en Amrica Latina, ha degenerado en un bloqueo mutuo o inmovilismo, por la poca disposicin de las partes a colaborar dentro de un mnimo de reglas de juego, todo lo cual lleva al corte autoritario del nudo gordiano. El Japn y los pases del Sudeste asitico, en cambio, nunca tuvieron ese tipo de empate social, y el predominio de la coalicin conservadora empresaria es un hecho natural, que tiene que enfrentar muy pocos retos, por lo menos hasta ahora. En otras palabras: Amrica Latina tiene demasiados elementos de liberalismo poltico, de fragmentacin del poder, y de presin de masas en la calle, como para seguir el modelo asitico de desarrollo; por otra parte, le faltan muchos elementos para un funcionamiento adecuado del modelo europeo o norteamericano. Para no caerse entre esas dos sillas, es preciso conocer en algn detalle nuestros procesos histricos, tratando de sacar algunas consecuencias generales de ellos. Sin pretender hacer una revisin general, tomaremos en lo que queda de estas pginas tres casos paradigmticos, los de Chile, Brasil y la Argentina, para refrendar y ejemplificar algunas de las afirmaciones hechas con anterioridad. Modelos latinoamericanos: (i) el proceso chileno Chile constituye el principal caso en Amrica Latina donde los partidos estn fuertemente enraizados, con alta estabilidad y participacin, y una capacidad de expresar muy diversas ideologas. En otras palabras, tiene un sistema del tipo europeo occidental, y una ausencia casi total de experiencias populistas. La Derecha era bastante fuerte antes del golpe de Pinochet (1973), y en las elecciones de 1970 perdi contra Salvador Allende por apenas el 2% de los votos, obteniendo un slido 35% del total. Tiene una tradicin casi ininterrumpida desde el siglo pasado, canalizada a travs de dos partidos, el Conservador y el Liberal, que luego se fusionaron en el Nacional. Durante el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973) se tena la impresin de que la Derecha poda entrar en una enfermedad terminal, segn se evidenciaba en algunas elecciones parciales, pero hacia el final de ese mismo perodo se estaba recuperando. Sin embargo, durante la mayor parte del gobierno de la Unidad Popular pareca que la Izquierda podra pasar de su histrico tercio del electorado a casi una mayora, dejando a una Democracia Cristiana muy izquierdizada como su nico rival por el poder. Tan es as que muchos observadores pensaban en aquel entonces que Chile enfrentaba en las urnas simplemente una alternativa entre dos formas de socialismo, la marxista y la cristiana. Esto era un error, porque la Derecha mantena una muy slida presencia (aunque temporariamente disminuida), aparte de que la mayora del electorado democristiano, y muchos de sus dirigentes, eran muy moderados. El deterioro de la fuerza electoral conservadora, y la radicalizacin de muchos democristianos, produjeron inseguridad y sentimientos golpistas entre las clases altas y sus amigos militares. Por otra parte la Izquierda en Chile era escasa en estructuras moderadas. La Unidad Popular se basaba principalmente en los partidos Socialista y Comunista, con importantes bases sindicales, ms la izquierda cristiana y sectores del Partido Radical. Pero a los sindicatos chilenos -- por razones econmicas y legales -- les faltaba una fuerte burocracia, por lo que estaban excesivamente expuestos a la militancia de bases. En el pasado,

    14. Ver para un planteo semejante la seleccin compilada por Rigoberto Ocampo Alcntar, Teora del neocorporativismo: ensayos de Philippe C. Schmitter, Universidad de Guadalajara, Guadalajara, 1992, especialmente su captulo 5.

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    especialmente durante el Frente Popular (vigente con intermitencias y bajo diversos nombres desde 1938 hasta 1948) el muy centrista Partido Radical provea las estructuras moderadoras. Pero desde los aos cincuenta los Radicales experimentaron una catastrfica declinacin, y aquellos de sus fragmentos que convergieron a la Unidad Popular en 1970 eran pequeos e inseguros acerca de su estrategia, por lo que no podan ejecer el rol moderador; ni se poda esperar que l fuera ejercido por la izquierda cristiana. En los partidos Socialista y Comunista existan dirigentes pragmticos, con prctica de gobierno, pero su experiencia qued deslegitimizada ante el deslumbramiento ocasionado por la Revolucin Cubana y por el Mayo parisino de 1968. Durante los aos sesenta el Centro estuvo ocupado por los Demcrata Cristianos, que reemplazaron a los Radicales. En 1964 ganaron la presidencia por un amplio margen, pero l se debi al apoyo que obtuvieron de la Derecha, dispuesta a tolerarlos con tal de evitar un triunfo de la Unidad Popular. Pero en 1970 no fue ya posible unir el voto antisocialista, con los resultados conocidos. Esto se debi en gran medida a la intransigencia democristiana, pues el partido no quera ser visto como "la nueva cara de la Derecha", y quera competir con la Izquierda por los votos populares, esperando convertirse en una fuerza hegemnica de centro, absorbiendo elementos a ambos costados. Lejos de que esto ocurriera, la Democracia Cristiana qued superada por los dos bloques masivos de la Derecha y la Izquierda, y finalmente se vio involucrada en la oposicin violenta a Allende y en el apoyo a una intervencin militar, que se esperaba fuera del tipo "moderador".15 Durante los aos de Pinochet (1973-1990) la Democracia Cristiana pronto adopt una actitud opositora, y lo mismo hizo, an ms decididamente, la Iglesia Catlica. En la Izquierda hubo angustiadas revisiones de sus pasadas estrategias, especialmente entre los Socialistas, lo que produjo una serie de divisiones en ese partido, mientras que los Comunistas permanecan ms fieles a la ortodoxia. Cuando la democratizacin se puso de nuevo sobre el tapete, fueron los Socialistas, rebautizados en parte como Partido por la Democracia (PPD), quienes tomaron la iniciativa en explorar una tctica coalicionista con los Demcrata Cristianos (la Concertacin), y en aceptar acuerdos con aquellos miembros del gobierno militar ms dispuestos a una transicin ordenada. Esto implic conceder bastantes garantas de permanencia al orden existente, tanto en lo econmico como en lo militar. La Derecha se encontr en buen estado de salud, aunque dividida en dos partidos, claramente pinochetistas, la tecnocrtica Unin Democrtica Independiente (UDI) de Hernn Buchi, y el ms tradicional Partido de Renovacin Nacional (PRN) de Onofre Jarpa. Ambos, ms un tercer candidato mal disfrazado de "independiente", Jorge Errzuriz, consiguieron algo ms del 40% del voto en las primeras elecciones presidenciales, o sea que mantuvieron o superaron su caudal clsico, aunque divididos. La Derecha se benefici de la recuperacin econmica, y hered algo del electorado democristiano. Como el pas cambi mucho durante el interludio dictatorial, ahora la nueva Derecha ya no se puede decir que se basa en un campesinado en vas de desaparicin, sino ms bien en la clases medias, tanto urbanas como rurales, impresionadas por los slogans de ley y orden. Desde entonces ha retenido, con los inevitables altibajos, su importante presencia en las urnas. Si la Concertacin se mantiene, la triparticin clsica del electorado chileno se vera reemplazada por una bipolaridad, ms afn a la experiencia europea occidental moderna. Lo ms probable es que en el campo socialista se confirme la actitud social demcrata, aunque siempre habr un sector nostlgico de las banderas del allendismo.16 15. Para los partidos centristas, ver Peter Snow, El radicalismo chileno: historia y doctrina del Partido Radical, F. de Aguirre, Buenos Aires, 1972 y George Grayson, El Partido Demcrata Cristiano de Chile, F. de Aguirre, Buenos Aires, 1968. 16. Alejandro Foxley, "After Authoritarianism: Political Alternatives", en A. Foxley, M. McPherson y G. O'Donnell, comps, Development, Democracy, and the Art of Trespassiong. Essays in Honor of Albert O. Hirschman, Notre Dame University Press, Notre Dame, 1988, pp. 91-113; Manuel Antonio Garretn, The Chilean Political Process, Unwin Press, Boston, 1989.

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    Modelos latinoamericanos: (ii) el proceso brasileo Brasil, entre los pases grandes de Amrica Latina, es casi el caso opuesto al de Chile, en trminos de estructura social y sistema de partidos. Durante los aos cincuenta su poblacin era casi por mitad rural o analfabeta, pero involucrada en un acelerado proceso de desarrollo econmico y migracin a las ciudades, con la consiguiente pauta de movilidad ascendente para los antiguos residentes urbanos, especialmente en el Sud y en Sao Paulo. Esto gener un continuo cambio en la composicin de la clase obrera, dificultando la organizacin sindical y la persistencia de lealtades polticas. Se formaron as clientelas tpicamente populistas, con gran tasa de recambio; tanto, que Vargas, a pesar de haber creado una de las principales tradiciones polticas en su pas, despus de su muerte no dej un legado tan unificado como el de Pern o Haya de la Torre.17 La etapa de radicalizacin bajo el presidente Joao Goulart (1961-1964) tiene algn parecido con el de la Unidad Popular de Chile, aunque en un contexto social bien distinto. La situacin brasilea es en general menos predecible que la chilena, debido a la caracterstica proteica de sus partidos polticos, y a la presencia de una masa popular movilizada pero escasamente organizada, hecho ste que slo recientemente est cambiando. El hecho de que esa masa haya tenido por mucho tiempo un nivel bajo de organizacin sindical o partidaria la ha hecho histricamente menos poderosa que su equivalente chilena, pero al mismo tiempo ms voltil, ms potencialmente violenta. Es as como las masas del Brasil han oscilado entre ser un gigante dormido o bien canalizarse tras lderes populistas, algunos bastante conservadores, como en el varguismo temprano, pero otros potencialmente revolucionarios, como Goulart. La conversin de este potencial revolucionario en una realidad depende en gran parte del trabajo de las elites, lo que genera una gran variabilidad, puesto que las de tipo nacionalista popular de la era varguista se han demostrado en su momento muy abiertas a nuevas ideas. Esta potencial volatilidad del espectro poltico brasileo ha introducido un elemento de incertidumbre en su transicin a la democracia, as como en su posterior consolidacin. Pero veamos ms de cerca el espinel poltico e ideolgico de ese pas. La Derecha en Brasil tiene una slida tradicin, desde los tiempos del Imperio y de la Repblica Velha (1889-1930), cuando controlaba electorados rurales y relativamente pasivos. Despus del intervalo del Estado Novo (1937-1945) volvi a emerger con bastante fuerza, como Uniao Democrtica Nacional (UDN), y en 1960 fue capaz de ganar una eleccin nacional, cooptando a Jnio Quadros, un condottiere de Sao Paulo con apoyo popular, pero claramente instrumentado por la Derecha.18 No exista en Brasil un verdadero equivalente de la Unidad Popular chilena, en aquel entonces. Lo ms cercano era el Partido Comunista, que no tena un gran caudal electoral permanente, aunque posea importantes anclajes en sectores intelectuales y de clase media, incluso entre los militares, profesin de la que provena su jefe Luis Carlos Prestes. En 1935 haba intentado un levantamiento armado, y hacia 1964, ya abandonado su anterior antivarguismo, estaba plenamente consubstanciado con la variante populista de Goulart. Comparados con los partidos de izquierda de Chile, los Comunistas brasileos constituan un grupo pequeo, pero con amplios contactos, y ligazones con el liderazgo de un movimiento 17. Maria Celina Soares de Arajo, O segundo governo Vargas, 1951-1954: democracia, partidos e crise poltica, Zahar, Rio de Janeiro, 198; Francisco Weffort, O populismo na poltica brasileira , Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1978; Michael Conniff, Latin American Populism in Comparative Perspective, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1982. 18. Hlio Jaguaribe, Brasil: crisis y alternativas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976; Philippe Schmitter, Interest Conflict and Political Change in Brazil, Stanford University Press, Stanford, 1971; Maria Victria de Mesquita Benevides, A UDN e o udenismo: ambigidades do liberalismo brasileiro, 1945-1965, Paz e Terra, Rio de Janeiro, 1981.

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    masivo como el varguismo.19 La alquimia de transformar a ese movimiento de inspiracin varguista en otro de carcter marxista poda quizs tener xito, no como resultado de la conciencia de clase y del lento crecimiento de la organizacin proletaria, sino de un golpe de mano por parte de una elite audaz, como la que rodeaba a Goulart. Para las clases dominantes brasileas la situacin era an ms explosiva que en Chile; pero si se poda reprimir y dispersar a las elites movilizadoras, o destruir sus contactos con las masas, se regenerara una situacin de tranquilidad social ms slida que en el pas andino. Esta es la caracterstica paradjica de la situacin brasilea, que hace ms inestables las transiciones y consolidaciones democrticas en ese pas que en otros ms homogneamente desarrollados, como Chile, Argentina o Uruguay. Las fuerzas varguistas se haban agrupado, desde su creacin, en dos sectores: el centrista Partido Social Democrtico (PSD) y el ms movilizador Partido Trabalhista Brasileiro (PTB). El primero ocupaba una posicin en el espacio social no demasiado distinta a la de la Democracia Cristiana chilena, aunque con mucho menos fervor ideolgico y garra organizativa, mientras que el Trabalhismo era un equivalente ms voltil de la Izquierda chilena, robustecido por los avances en el camino de la industrializacin, que lo hacan percibir cada da como ms fuerte. Pero se hubiera necesitado un desarrollo econmico mucho mayor para convertir a ese partido obrero en un pilar de moderacin. En ese entonces los lderes que generaba de sus propias filas, as como los que lo dirigan y movilizaban desde arriba, eran completamente impredecibles, pues no eran mantenidos dentro de lmites precisos por los requisitos de la organizacin autnoma en gran escala. El golpe de 1964 fue en gran medida una reaccin civil, no slo militar, ante la poltica de Goulart. Lo que ocurri fue una ruptura de la alianza entre el PSD y el PTB, ya que la mayor parte de los muy moderados jefes del PSD apoy el golpe. El rgimen militar fue mucho ms civilista que sus equivalentes en otros pases del rea. No cerr el Congreso, sino que se limit a purgarlo de sus elementos ms radicalizados, Trabalhistas y Comunistas. Pronto las nuevas autoridades forzaron a todos los legisladores a reagruparse en dos partidos, uno oficialista, la Aliana Renovadora Nacional (ARENA), y otro opositor, el Movimento Democrtico Brasileiro (MDB). En este ltimo se refugi la mayor parte del PTB, con un pequeo componente del PSD. El rgimen militar brasileo siempre convoc a elecciones competitivas para congresales, quienes a su vez designaban al Presidente, sin que hubiera fraude en escala significativa, aunque exista censura de prensa y escasa libertad de organizarse para la oposicin. De todos modos, en general los candidatos oficiales conseguan una mayora, debido al fuerte apoyo civil que el gobierno tena entre las clases medias y altas, y contando con la naturaleza fcilmente influenciable del electorado rural o semirrural. Este electorado votaba por notables locales cooptados por el gobierno, mientras no fuera afectado por impulsos movilizacionistas que vinieran desde lo alto, como en tiempos de Goulart. En Argentina o Uruguay los regmenes militares nunca contaron con un grupo social equivalente, y nunca pudieron formar una clientela electoral propia. En cuanto a Chile, Pinochet obtuvo apoyo electoral significativo, pero basado en un tipo moderno de conservadorismo, que en Brasil slo exista en el sur y sobre todo en Sao Paulo. Durante la presidencia de Ernesto Geisel (1974-1979) se lanzaron planes para una transicin, los que se aceleraron bajo Joao Batista Figueiredo (1979-1985). Los polticos oficialistas en general se dividan segn su origen, los ex-udenistas siendo en general ms "halcones", mientras que los ex-peessedistas, que compartan un pasado varguista con la oposicin, tendan a contarse entre las "palomas". Los militares, por su profesin, tendan a la lnea dura, aunque haba excepciones y numerosos ideadores de complejas estrategias. Entre los ltimos se contaban quienes crean que la mejor forma de desactivar la bomba del 19. Leoncio Martins Rodrigues, "O PCB: os dirigentes e a organizaao" en Histria Geral da Civilizaao Brasileira , 3 tomos en 11 volmenes, dirigido por Srgio Buarque de Holanda y Boris Fausto, Difel, Rio de Janeiro, 1963-1986, tomo 3, vol. 3, cap. 8, pp. 363-443; Stanley Hilton, A rebeliao vermelha, Record, Rio de Janeiro, 1986; Edgard Carone, O PCB, 2 vols, Difel, Sao Paulo, 1982.

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    descontento popular era cooptar a un sector de esa misma masa amenazante. La Revolucin Peruana pareca sealar el camino para esta gente, representada especialmente por el Gral Afonso Albuquerque Lima. La tctica, que implicaba buscar aliados entre potenciales enemigos, se cristaliz -- entre otros proyectos -- en el Plan Rondn, que consista en hacer participar a estudiantes universitarios en trabajo social en el interior del pas, bajo la gua de las Fuerzas Armadas, como alternativa a la conscripcin. Se esperaba que ante la dura experiencia los jvenes y potenciales revolucionarios descubrieran "el Brasil real", generndose un nuevo tipo de solidaridad pragmtica con sus mentores uniformados. Proyecto peligroso si los hay, que de todos modos qued en nada al caer su inspirador de la posicin influyente de que goz por varios aos. Es como para preguntarse cmo puede alguien haber pensado un plan tan extrao sin haber sido mandado callar por sus colegas. Creo que la respuesta debe buscarse en los extremos peligros para el orden dominante que permanentemente se ocultan bajo la superficie de la sociedad brasilea. Un componente de la bomba de tiempo estar por mucho tiempo presente: la enorme reserva de miseria rural, y las masas de nuevos entrantes a las ciudades, que cada ao se dirigen a lo que creen ser la prosperidad, y de hecho se parece ms a una favela. Otro componente es el muy considerable nmero de jvenes semieducados que quedan desocupados o groseramente subocupados, que fcilmente albergan actitudes revolucionarias, y que no es realista pensar que se los pueda reprimir para siempre. Como alternativa a estos intentos desesperados de cooptacin, o de una permanente represin, queda la estrategia alternativa del pacto aperturista, manejado de manera tal que los moderados de la oposicin se consoliden, y caiga entonces sobre sus hombros la tarea de controlar a sus propios extremistas. Este fue el camino finalmente adoptado, una vez que se hizo evidente que la continuada represin conducira al desastre, entre otros motivos porque los Estados Unidos ya no la apoyaran. Al comienzo de la presidencia de Figueiredo, despus de casi quince aos de alto desarrollo econmico, la sociedad brasilea haba sufrido numerosos cambios. Aunque segua generando la bomba de tiempo de los migrantes rurales y de la intelligentsia desocupada, tambin haba creado amplios sectores empresarios, y una clase obrera industrial moderna. Estos dos ltimos grupos podan dar estabilidad al sistema poltico, especialmente los empresarios; pero tambin los obreros industriales podran introducir un elemento de diferenciacin dentro de la masa popular, haciendo menos probable el predominio de una poltica movilizacionista (varguista o de contenido socialrevolucionario). En este escenario, los moderados del gobierno, muchos de ellos ex-peessedistas, consiguieron establecer una transicin en que se dejaba de lado la perspectiva de una salida radicalizada; lo peor que contemplaban era entregar el poder a los moderados de la oposicin, muchos de ellos ahora tambin ex-peessedistas. Esto es lo que pas, despus de aislar y convertir en minoras a los elementos ms radicalizados de ambos bandos. El sistema de las elecciones indirectas para la presidencia se dise para disminuir la accin de los estimulantes movilizacionistas, siempre al acecho en los grandes enfrentamientos electorales en que se juega -- al menos aparentemente -- el todo por el todo en una opcin personalizada. Dadas las condiciones sociales brasileas, ya desde la crisis del acceso a la primera magistratura de Goulart en 1961, el parlamentarismo era percibido como un instrumento de control conservador, como una garanta contra el populismo. En el momento de la transicin, en 1985, cuando se iba a dar la primera justa presidencial realmente competitiva, se aplic la Constitucin sancionada por el rgimen militar, que dejaba la decisin en manos de un colegio electoral formado por el Congreso pleno ms seis delegados extra por cada estado (reproduciendo el principio de formacin del Senado). La alternativa que se dio fue entre el partido gubernamental (la ARENA, rebautizada Partido Democrtico Social, PDS, despus de perder sus miembros ms aperturistas, que crearon el Partido da Frente Liberal, PFL), y una oposicin formada por el Partido do Movimento Democrtico Brasileiro (PMDB, nuevo nombre del MDB) en alianza con el PFL. El sistema indirecto del colegio electoral forz al PMDB a buscar a uno de sus candidatos ms moderados, Tancredo Neves, para la presidencia, acompaado de Jos

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    Sarney, del PFL, como candidato a la vicepresidencia. Pero aqu el diablo introdujo su cola, y la muerte de Neves convirti a Sarney, un hombre del rgimen militar, en el primer presidente civil, disminuyendo as de manera catastrfica la legitimidad del nuevo rgimen. Esto, unido a los difciles problemas econmicos que haba que enfrentar, produjo la ruptura del PMDB en mil pedazos. Los pocos fieles que quedaron en el partido captaron apenas una exigua parte del electorado en el siguiente certamen presidencial. Es as como los dos partidos de oposicin ms radicalizados, el Partido Democrtico Trabalhista (PDT) de Leonel Brizola, y el Partido dos Trabalhadores (PT) de Lula, que haban tenido hasta entonces posiciones muy minoritarias, se convirtieron en claros aspirantes al poder en las primeras elecciones directas, y genuinamente libres, que se realizaron en 1989. En este momento la Derecha tradicional, de races udenistas y peessedistas, que como vimos estaba dividida entre el PDS y el PFL, pasaba por una crisis de liderazgo, y su electorado, bastante fuerte hasta casi el fin del rgimen militar, pareca derretirse ante el sol naciente de la democracia. La transicin hacia una fuerza conservadora ms moderna, basada en las clases medias urbanas de la parte ms prspera del pas, se estaba dando muy lentamente, por cierto mucho ms lentamente que en Chile, aunque tendencias en esa direccin eran visibles, focalizadas por polticos como Paulo Maluf, en Sao Paulo (del PDS, hoy rebautizado Partido Progressista Brasileiro, PPB). Pero la crisis en el espectro poltico de la derecha le dio al casi desconocido Fernando Collor de Mello su oportunidad. Catapulteado a la prominencia nacional por una cadena de televisin, y con bases en el Nordeste, reuni una cantidad grande y heterognea de seguidores, muchos de bien bajo status socioeconmico, pero incluyendo, sobre todo en la segunda vuelta, a la mayora de las clases altas. Despus del escndalo de corrupcin que termin con su ejercic io del mando, el panorama partidario entr en un estado an mayor de confusin, por la continuada divisin de los partidos, especialmente el PMDB, lo que le quitaba al sistema su estabilizador centrista. La Izquierda se ha fortalecido como alternativa, pero de sus dos versiones, la populista del PDT de Leonel Brizola se ha eclipsado, y la ideolgicamente ms doctrinaria del PT se ha fortalecido mucho, evolucionando sin todava demasiada conviccin en direccin moderada bajo la influencia de Luis Incio da Silva, "Lula", y de sus compaeros del sector sindical, as como de aquellos de sus dirigentes que han obtenido posiciones de gobierno en numerosos municipios. Una de las escisiones del PMDB, el Partido Social Democrtico Brasileiro (PSDB) busca reemplazar al PMDB en su rol centrista, aunque todava con menos caudal electoral propio, pero capaz de hacer triunfar a su candidato presidencial Fernando Henrique Cardoso en las elecciones de 1994, al frente de una amplia coalicin. De hecho, la polarizacin electoral ha alcanzado tambin al Brasil, aunque de manera distinta a la de Chile. Cardoso se impuso por algo ms de la mitad de los votos, juntando desde el centro-izquierda hasta la derecha moderada. Enfrente suyo, el PT de Lula, fuertemente ligado a un sindicalismo muy renovado desde los tiempos varguistas, ocupa menos de un cuarto del electorado, an sumndole sus mucho menos moderados aliados socialistas y comunistas de diversas orientaciones. Modelos latinoamericanos: (iii) el proceso argentino La transicin argentina debe ser contrastada especialmente con la de Chile, cuya estructura social es bastante similar, aunque los sistemas de partidos son bien diferentes. Si Chile es el pas de Amrica Latina que presenta la ms lozana Izquierda, de tipo europeo, Argentina alberga al ms fuerte y arraigado de los partidos nacional-populares de la regin. Durante varias dcadas el peronismo ha sido visto por las clases altas como una seria amenaza a sus intereses. Pas, sin duda, por episodios de violencia y agudo antagonismo a los sectores dominantes, especialmente durante su largo ostracismo (1955-1973). Pero

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    siempre ha tenido importantes elementos conservadores en su liderazgo, y otros orientados hacia formas de nacionalismo autoritario tercermundista. Esta peculiar combinacin ha tenido xito en eliminar prcticamente a la Izquierda como alternativa electoral.20 Como consecuencia de todo esto, ell principal propsito de todos los regmenes militares que tomaron el poder en la Argentina desde 1955 (1955-58, 1962-63, 1966-73 y 1976-83) ha sido el voltear, o impedir el previsible acceso, de un gobierno peronista. Es cierto que el peronismo no era revolucionario en sus intenciones, pero su acceso violento al poder, si ste se hubiera dado durante coyunturas como la de 1973, habra podido generar cambios sociales muy radicales, no necesariamente premeditados. El fracaso de los regmenes militares argentinos -- juzgado por comparacin a lo ocurrido en Brasil y Chile -- fue en buena parte debido a la fuerza de los grupos de presin, a cualquier nivel de la estratificacin social, organizados o no de manera "corporativa". La naturaleza heterognea y contradictoria de los elementos componentes del peronismo tambin contribuy a desorientar a sus adversarios en cuanto a las estrategias ms adecuadas a emplear, generando por lo tanto divisiones en el frente de los gobiernos de facto. Los cuatro perodos militares a que se hizo referencia se vieron seriamente debilitados por golpes internos. Estos no se debieron a amb iciones de los militares -- que siempre existen -- sino al hecho de que el carcter conflictivo de la sociedad civil se reflejaba en divisiones entre las facciones armadas, de una intensidad sin paralelo en los otros pases. Es que la amenaza que las clases populares significaban para los sectores dominantes en la Argentina era suficientemente fuerte como para hacer que stos recurrieran a los cuarteles, pero no tanto como para disuadir a aspirantes militares o civiles de usarlas como aliadas contra sus rivales. Finalmente, uno de esos aspirantes, el Gral. Galtieri, se vio impelido a recurrir a una riesgosa accin internacional como intento de salir de una situacin ya muy comprometida. En la Argentina la Derecha electoral es muy dbil, y dividida en varios partidos, en contraste con lo que ocurre en Chile y Brasil. Se dice a menudo, despus de la reorientacin del Presidente Carlos Menem en una direccin "neoliberal", que el peronismo al fin y al cabo ha demostrado ser -- para algunos ya desde sus inicios -- un movimiento conservador, o conservador popular. Creo que ste es un enfoque equivocado, pues confunde caractersticas de base con polticas econmicas instrumentales, comunes tambin a la Social Democracia europea. Si el peronismo hubiera sido simplemente una fuerza conservadora popular, nunca hubiera generado un resentimiento tan intenso en las clases altas. Durante la transicin (1982-1983) el temor a una victoria peronista quit el sueo a la mayor parte de los sectores altos y medios, y tambin de la intelligentsia, que estaba de vuelta de su breve deslumbramiento con el partido de la clase obrera. La ausencia de una Derecha electoral slida fue reemplazada por la Unin Cvica Radical, que bajo la direccin de Ral Alfonsn haba incorporado a un amplio sector de la intelligentsia desilusionada, a lo que sum el voto si no el corazn de las clases altas. Es as como la Unin Cvica Radical cumpli un rol de moderador centrista en la transicin, parecido al de la Unin de Centro Democrtico de Adolfo Surez en Espaa. La cada de la dictadura argentina hizo evidente que los militares no eran buenos guardianes de los intereses de las clases empresarias, an cuando en momentos de crisis pudieran serles necesarios. Ya el Per, para no hablar de tantos pases africanos y asiticos, mostraba que los militares podan sufrir inesperadas mutaciones de sus lealtades polticas. Por el otro lado, an contando con Fuerzas Armadas leales, Cuba y Nicaragua sealaban los peligros de una continuada e intensa represin. La victoria radical de 1983 facilit la transicin, porque ese partido era menos 20. Carlos Waisman, Reversal of Development in Argentina: Postwar Counterrevolutionary Policies and Their Structural Consequences, Princeton University Press, Princeton, 1987; Donald Hodges, Argentina, 1943-1987: The National Revolution and Resistance, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1987; Daniel James, Resistance and Integration: Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976, Cambridge University Press, Cambridge, 1988.

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    amenazante que el peronismo para la mayor parte de los sectores de la sociedad argentina. Esto era as, a pesar del propsito de Alfonsn de hacer pagar a los miembros de las Juntas por sus excesos. Se haba ya hecho evidente que los militares, por s solos, sin apoyo orgnico de ningn grupo social importante, no tenan mucho poder. Se deca en aquel entonces que exista un pacto formal o informal entre los uniformados y los sindicalistas, un "pacto militar-sindical", una suerte de acuerdo neo-corporativista entre dos de los ms poderosos intereses sectoriales del pas, para seguir compartiendo posiciones de influencia, cualquiera fuera el resultado de las urnas. Este real o supuesto pacto debe ser contrapuesto a la afirmacin hecha ms arriba, acerca de la naturaleza anti-peronista de todas las intervenciones militares posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A mi juicio el hecho de que los peronistas fueran los principales adversarios de los militares (y de las clases empresariales en general) los obligaba a curarse en salud, actuando con particular cautela, puesto que cualquier paso en falso de su parte producira una reaccin inmediata y violenta del otro lado. Nadie tema serios daos, en cambio, por parte de un gobierno radical. Y si ste pudo actuar de manera muy incisiva respecto a los integrantes de las Juntas, ello se debi en buena medida a que se trataba de una operacin limitada, basada en la legitimidad que le daba el tratarse de un partido moderado, ajeno a medidas extremas de cualquier naturaleza. La poltica "neoliberal" conducida por el actual gobierno argentino no nos debe llevar a conclusiones apresuradas acerca del carcter social del partido en que se basa. Este tipo de poltica es en gran parte resultado de la globalizacin de la economa, y se reproduce por todas partes. Ya hemos sealado antes los parecidos con ciertos regmenes europeos de tipo social demcrata. Las diferencias son bastante importantes, claro est, pero comparten el anclaje en los estratos ms carenciados de la poblacin y en la estructura sindical. Todo esto puede cambiar en un futuro, y algunas seales en ese sentido estn siendo dadas por la presencia de una nueva fuerza ms a su izquierda, el Frente Pas Solidario (Frepaso), pero es an temprano para hacer pronsticos al respecto. Conclusin: el "corporativismo" como revs de la trama de la democracia Para repetirlo una vez ms, un sistema capaz de canalizar las tensiones que existen en una democracia acompaada de desarrollo econmico necesita al menos dos mecanismos de articulacin y agregacin de intereses. Por un lado, debe tener un partido en el que las clases empresarias se sientan cmodas, sabiendo que defender sus puntos de vista y que no har un papel desdoroso en las urnas. Por el otro lado, debe existir un partido ligado a los sindicatos y a otros sectores populares. Es muy difcil que en un pas industrialmente desarrollado ambos mecanismos de representacin de intereses se den en el mismo partido, o sea actuando como facciones dentro de l, como ha ocurrido por mucho tiempo en Mxico, y como parece ser, segn algunos de sus analistas, el caso argentino actual. La experiencia de la mayor parte de las democracias realmente existentes demuestra que efectivamente en ellas hay partidos conservadores, con se u otro nombre, o alianzas semipermanentes del mismo carcter, capaces de ganar las elecciones o por lo menos de bloquear las medidas ms extremas de sus adversarios. Es natural esperar que una pauta semejante se desarrolle en las nuevas democracias latinoamericanas, as como argumentar que la falta de esos partidos o alianzas conservadoras es una de la causas de debilidad poltica en esta parte del mundo.21 21. Para el rol de los partidos conservadores, ver Edward L. Gibson, "Conservative Electoral Movements and Democratic Politics: Core Constituencies, Coalition-Building, and the Latin American Electoral Right", en Douglas Chalmers, Atilio Born y Maria do Carmo Campelo de Souza, comps., The Right and Democracy in Latin America, Praeger, Nueva York, 1992, y Atilio Born, "Becoming Democratic: Some Skeptical Considerations on the Right in Latin America", en el mismo volumen.

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    Dada la naturaleza de estas sociedades, es muy probable que un partido o alianza conservadora incluir en su interior a importantes sectores con actitudes autoritarias. A pesar de ello, puede jugar un papel positivo en la democratizacin, precisamente por dar canales de expresin a esos sectores, que se ven de esta manera obligados a mezclarse con otros igualmente conservadores pero ms dispuestos a respetar al adversario. Sera tautolgico decir que un partido conservador, si compartiera a fondo valores democrticos, ejercera un rol positivo en la mantencin de ese tipo de rgimen. La hiptesis menos obvia, pero que considero correcta, es que an un partido sin demasiadas convicciones democrticas puede cumplir ese rol, por la forma en que canaliza sentimientos e intereses econmicos sectoriales dentro de la arena poltica. Hasta se podra decir, un poco paradjicamente, que si fuera excesivamente democrtico o moderno dejara de cumplir la funcin que se puede esperar de l. En cuanto al sector popular, se le aplican algunas consideraciones simtricas. Una clase obrera adecuadamente organizada puede ser un slido baluarte de la estabilidad social; pero sus formas organizativas se resienten de la falta de hbitos asociacionistas. La legislacin de tipo corporativo, y las formas caudillistas de liderazgo, han funcionado como sustituto de esas carencias. Aunque en buena medida la intervencin del Estado en este mbito haya tenido desde sus comienzos un propsito de control, de hecho contribuy a formar un actor social, que luego puede caminar con sus propias piernas. Y ese actor, que es el ms difcil de formar en pases de an escaso desarrollo industrial y cultural, es esencial para el equilibrio en que se sostiene un rgimen democrtico. En ste como en otros mbitos, la realidad nos ofrece constantes casos de resultados no anticipados de la accin colectiva, que, adecuadamente interpretados, pueden tener efectos positivos para la consolidacin de una sociedad libre.