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Historia de un duelo 04/02/2013 DE NADIA AMAD La última vez que Estela se fue de casa dejó un hueco tan grande en un rincón que tuve que apresurarme a colocar una enciclopedia en él para que no se me viniera la casa encima. El portazo de Estela había sellado la puerta principal y todas las ventanas se falsearon con el retumbar de la casa; la entrada trasera ya estaba rota desde nuestra primera pelea. Con aquélla última acción había dado su sentencia, condenándome a la soledad de la casa, el frío del hueco y la indiferencia de la enciclopedia. Todas las mañanas me levantaba, comprobaba que el libro siguiese allí en condiciones de sostenerlo todo, me bañaba, desayunaba, terminaba de arreglar la ropa y, antes de salir, me colocaba un sobretodo viejo para cubrir mi vestimenta laboral. Finalmente, iba hasta el hueco, me acostaba en el piso con la cabeza mirando hacia el exterior y con mis manos tomaba la enciclopedia y la empujaba hacia arriba, para poder arrastrarme por debajo de ella y salir afuera. Siempre me cuidaba de dejar el sobretodo al lado del hueco, así, a mi regreso podría pasar otra vez sin ensuciarme. Habitualmente, trataba de realizar todos mis quehaceres de una sola vez, sin tener que volver a la casa a recoger nada. Es así que cuando iba al gimnasio llevaba ropa deportiva en el maletín del trabajo para cambiarme y ducharme en el vestuario. Como solía ir todos los días, casi nunca me bañaba en casa. Hacía las compras una vez por mes, después de la jornada laboral, y ya no encargaba nada a domicilio. Los fines de semana eran un dilema: quedarme enteramente en casa o pasarlo completamente fuera. Al principio, me resultaba muy trabajoso todo el esfuerzo de levantar la casa para poder salir a pasear, al cine o a visitar a un amigo, así que prefería quedarme a mirar tele o escuchar música. Con el tiempo descubrí que las ondas sonoras hacían lo suyo en las estructuras de la casa y que la enciclopedia iba corroyéndose con mayor facilidad, lo que me obligó a salir tanto sábados como domingos.

Historia de Un Duelo

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Cuento personal: Historia de un duelo, de Nadia Amad.

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Historia de un duelo0 4 / 0 2 / 2 0 1 3   D E   N A D I A A M A D

La última vez que Estela se fue de casa dejó un hueco tan grande en un rincón que tuve que apresurarme a colocar una enciclopedia en él para que no se me viniera la casa encima.

El portazo de Estela había sellado la puerta principal y todas las ventanas se falsearon con el retumbar de la casa; la entrada trasera  ya estaba rota desde nuestra primera pelea. Con aquélla última acción había dado su sentencia, condenándome a la soledad de la casa, el frío del hueco y la indiferencia de la enciclopedia.

Todas las mañanas me levantaba, comprobaba que el libro siguiese allí en condiciones de sostenerlo todo, me bañaba, desayunaba, terminaba de arreglar la ropa y, antes de salir, me colocaba un sobretodo viejo para cubrir mi vestimenta laboral. Finalmente, iba hasta el hueco, me acostaba en el piso con la cabeza mirando hacia el exterior y con mis manos tomaba la enciclopedia y la empujaba hacia arriba, para poder arrastrarme por debajo de ella y salir afuera. Siempre me cuidaba de dejar el sobretodo al lado del hueco, así, a mi regreso podría pasar otra vez sin ensuciarme.

Habitualmente, trataba de realizar todos mis quehaceres de una sola vez, sin tener que volver a la casa a recoger nada. Es así que cuando iba al gimnasio llevaba ropa deportiva en el maletín del trabajo para cambiarme y ducharme en el vestuario. Como solía ir todos los días, casi nunca me bañaba en casa. Hacía las compras una vez por mes, después de la jornada laboral, y ya no encargaba nada a domicilio. Los fines de semana eran un dilema: quedarme enteramente en casa o pasarlo completamente fuera. Al principio, me resultaba muy trabajoso todo el esfuerzo de levantar la casa para poder salir a pasear, al cine o a visitar a un amigo, así que prefería quedarme a mirar tele o escuchar música. Con el tiempo descubrí que las ondas sonoras hacían lo suyo en las estructuras de la casa y que la enciclopedia iba corroyéndose con mayor facilidad, lo que me obligó a salir tanto sábados como domingos.

Conforme iban pasando los días la enciclopedia soportaba menos el peso de la casa y mis chequeos comenzaron a ser más frecuentes: al levantarme, después de desayunar, luego de bañarme, antes de salir… Hasta pensé en pedirle a un amigo que revisara y me avisara de cualquier eventualidad mientras yo trabajaba, pero no me animé. En vez de eso, establecí turnos de dos horas durante las noches, pero después del segundo turno me costaba demasiado dormir y tanta falta de sueño afectaba mi trabajo. Un vecino me aconsejó que, si era sólo para dormir, durante la semana alquilara una pieza en algún hotel, él me avisaría si algo nuevo pasara. Me costó, pero acepté la propuesta.

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Primero todos los días, después una vez por semana, dos al mes, una por mes… mis visitas a la casa se hicieron más esporádicas y la resistencia de la enciclopedia, más débil; la casa siempre estaba un poco más torcida, el libro un poco más enterrado y el agujero un poco más vistoso. Cuando la enciclopedia llegó al nivel de la tierra, las maderas de la casa se abollaron rápidamente y mi antiguo hogar se derrumbó en una especie de implosión que no hizo ruido. Para ese entonces yo ya había conseguido un departamento en la ciudad, junto a las demás personas y no estuve para contemplar su caída, la supuse, pues la última vez que fui a visitarla ya no estaba.