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Colaboraciones narrativas, poéticas, ensayísticas y gráficas.
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las hoj a% deg . ,,rF#»s cR.r,§,e ¡ór'J Y !-§crt, RABIBLIOTECA DE GRADO
Noll rnay 2012
may | 2O12 ,TU\L
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José Lús RodrÍguez Tamargo
SOBERANA DEUDA, 2OI I
Acríl¡co sobre tabla
ele FernanCo i{enénrlez
La cultu¡a nos enseña a vivir en sociedad, a enten-
der que no estamos solos en el mundo, que hay
otros pueblos con otras tradiciones, otras formas
de vida tan valiosas como las nuestras.
Tahar Ben lelloum
Toda palabra fiene sus vÍctimas, sobre las que in-
cide con üolencia; a veces creo que soy víctima de
todas las paiabras.
Elías Canetti
En este mundo homogeneizado y pragmático en
que vivimos, lo úrrico que vale la pena de noso-
tros es lo imprevisible y lo misterioso, y que sóIo
Ia gracia de los afectos impulsivos y gratuitos nos
puede salvar.
Miguel Torga
Al menos entendí lo más palmario:
que la literatura se parece a una carta
que el escritor se manda sin cesar a sÍ mism«_¡.
José Manuel Caballero Bonald
En este paÍs el sol de,justicia suele confundirse con
la sed de venganza.
Manuel Vicent
Pues no has hecho de tu canto un lujo
ni has traficado con el bien común,
por eso como los chicos de la calle
descubres eI placer de la üda
hasta en un charco de agua turbia.
Eugénio de Andrade
Yo aún no sabía que a pesar de crecer y por mucho
que uno mire hacia el futuro, uno crece siempre
hacia el pasado, en busca tal vez del primer des-
Iumbramiento.
Juan Marsé
Hay un método ilfalible para aburrir:
contarlo todo.
José María Parreño
Uno que, cuando está con Ia gente, mira hacia el
fondo, como si esperase a algúen, como si oyera
el pitido de un tren que sale de la estación, y así
va disimulando la angustia roedora de estar entre
muchos.
Ildefonso Rodríguez
SerÍa preciso que un solo rostro respondiera por
todos los nombres del mundo.
Paul Eluard
may 2O12 LA5 HOJAS hEI FORC
' Farnando Florez Fernández-\¡illaranze .
(iusl.rr o \doltL' le:ndndeT\ndre¡ \lo.rso )io,tl¿:Osc.ir lui\ \ngal
, Jose Luis «d1s"Íi,T1ú§1.tt,,,.tttt,.,¡.:..,t¡¡.l,t1¡,.'.t,.,...,..,
. lrna§en.de'. lar:Pó-t¡adá;tt,r,, ,,,,,,r,: ,...,,,.::i::r,ri.;::r:rir:r,r rii:,ir..ir,.
\ldrrd fcrn.nde,/ C,lr( ia
Colaboran:llibli¡rcca \lunicipal " \ aleni¡n ¡ncrés \lrart z'l. r t,i,,/l ta \!u¡lt ) \'ñ. :lt/:t,LiJu, \rlurioil;ij o§:,-;-J5- ¡ i i..111 ^tt-t.,t - uilt.-Jrt!tt!t-¿r\1,,1.r..,,1bi1.,¡/¡ :rrl,u¡./,,.r..,, l,uj¿
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Asociacién C*ltural "Valentí,'liÁ¡{iil€l§ll',:,r.i:,.. I'r.:'r::,i.i
aeiJt¿nt¡ntir.lr¿. ..ti^¡.o.
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Subvenciona¡¡: . .i :,..:,li:
( r)rr Ii¡lra cJc Cultu:.r ur'l ,'. r,'tl, (,ri..l,r
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lUr) iiempl¡r-s:,i,,.,,", l. i
'r'i,Ú,l:r,l§.ilt;lE?l?OQ1],, ,r, '. : ,;: 1, ;.:: ,
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C/ Cer:o de la Mur'¿itr1á,¡il*;,3¡i§?§;l$f¡ü;r&Stu¡ias
CARTAS DE AMOR
Vll Certamen de Cartas de Amor "San Valentín"
Querida Laura:
Te escribo para decirte que esto)¡ calsado de ser tu hermano.
Tú dirás que me podía haber ahorrado e1 esfuerzo y comunicártelo, por ejemplo, en Ia
sobremesa. Tardes interminables donde ulo frente al otro, y los dos frente aI televisor,
nos aburrimos a la espera de que el reloj señale la hora de la cena. Ése sería el momento
adecuado para reprocharte Ia verdad que me atormenta, para debatir sobre Ia relación
que nos ule, ¿desde hace cuánto tiempo, Laura? Permíteme que te refresque Ia memo-
ria: diez años. Una pequeña vida manteniendo y consintiendo una relación fraternal
que ni me llena, ni me satisface. Es más, la encuentro antinatural. Vínculo odioso al que
me resisto a darle cabida.
Pero también has de saber que temo tu reacción. Que al conocer mis intenciones, tu
desdén llegara al extremo de negarme Ia palabra, dejándome a Ia intemperie, huérfano
de tu protección, de tus reconvenciones, de tu cariño filial. Para mí sería una auténtica
tragedia, como morir en vida. Riesgo que, una vez decidido a ponerlo en tu conociÍden-
to, asumo en todas sus consecuencias. Pues estas palabras son eI resultado de muchas
horas de reflexión y de justicia es que conozcas cómo sufro, cómo me debato en esta
variante del amor a la que no me termino de hacer. Y aunque Io compartimos todo -oquizás por eso- este sitio aI que me has relegado, se me hace harto difÍcil.
Porque ahÍ estás tú, a mi alcance, siempre tan cerca, tan sobrada, aconsejándome lo
que no se hace, lo que no se dice, lo que no se toca, como si yo fuese eI niño al que
hay que educar, uno de tus muñecos al que vestir y desvestir, darle de comer, dejar
r:rai:ri::::::,i::i:ila::a:a:r:l::. :
::i:r.r:::::::l::::::::1r:i:ir':l : .i
:r:,:lli::,::r:l,rll.:::'::rr:'l:,,r:, que eche el airc 1-acostarlo en su cunita, bicn tapaditci hasta que se duerma, madrecita.,.:::1.:,.:..;i.::.,:.i,r...:ir._,i.. protectora al fin,
'.'::rr"rl:':rrr'r':rrr::r':rrr:::'.'l Pcnsarás que 1o que me sucede es una nueva pataleta de niño mimado; otra más dc l¡,.¡..1,1¡,., i
las muchas rabictas quc me acucian en esta etapa infantil en la que, según es opinión ,ll,gcneralizada, está instalado un hombre de mi edad 1' que tú soportas con cstoicidad de tll,.,t,,,
mártir. Pero I o no quiero ser ttt muñeco, ni tu hermano. Yo necesito ser algo más. Yo te ,::t,::,]t, . ,:
,lli:i:l1:li:ili::il:::i.l..ll::liiliti. cleseo, Laura. Has leído bicn. Te deseo. ya está dicho. :,:r,: : ,,
l,l::,:::il.::lTe deseo al amanecer, cuancio muy cle mañana me clespierto ).-te veo durmicndo a mi ;¡1¡¡;;;..l'., , ,:'
lac1o, separados tan sólo por la mesita clc nochc, tan cerca que si me atreviera a cstirar .iclblazo,tepodriatoCar,SCntir]asuaridaddetupie1,tIanSmitirtCclfucgoqueIateen
est rul¡ulot,'
:tlillllllililltllll,'.',.,, :::lllii:::::tl,r,.l,.',.tllil;::iliillli'i:lli:li'irll,l l:r.l::i
fumacla )'compucsta para reafirmarme en la idea cle quc los afcites con lcls que te aci- . iii;lllli
calas, no hacen sino ocultar tu bcllcza natural. iPara quién todos esos clesvelos, Lanra/ . .. ...-..,,,,,,,,,.. ...................... ..:lir:,:l:
Te deseo cuando juntos hacemos las tareas del hogar, la compra o ios recados. Cuando ,tl-.'t:li::l1lltliiiiiii,,:t,'ii:::i:::tl:i:it:i::t Te deseo cuando juntos hacemos las tareas del hogar, la compra o ios recados. Cuando . l
juntos recogcmos la habitación, compartimos baraja 1'parchÍs, Ias interminables 1"rutr- l
::u:rll1.:r:l:::rrrrllil:l:::lr:;l:l narias horas de Ia sobrcmcsa )'te sigo cleseando a la hc¡ra del paseo, tortura inútil a la 11¡]:¡;::iii:i:ill
qlre me sometes por aquello de mi mala salud de hierro.
'i:rr']: ::::":::::":::":: " r' Pero cuando más te desco, Laura querida, es en la madrugada. Cuandr¡ toman forma
lrrlr':.:r::li:lli:illl:::1,lr:rll:l:
las pesadillas 1. las sombras 1', por más que te busco, no tc cncucntro. Pues, fatalmente,
sucumbÍ a tu capricho por higiene 1- comodidad, aludiste consintiendo en la adquisi-
ción de dos camitas iguales, idénticas en su estrlrctura ). cn su vestimenta para nllcstro
::ii::ir:i,::,:,:r'i'',.,,.::,i,:,:,: CuaItO, deSechandO la matri]l^ onial de tOda un¿r r,ida, la que hacía que nucstras peleas
)'nLlestros desacuerdos se deshrcieran como si nada, papel moiado, tormenta pasajera
que ei amor qlrc sentiamos cl uno por el otro, no pudiera rcsolvcr.
N{oda que tú copiaste de tu meior trmiga )' que }'o oclio con todas la fuerzas que mis años
me conceden, pues creo, sin tcmor a equir-ocarme que tal decisión contribul'ó a nuestra
scparación. Y no sólo física, Laura, sino la otra, la comunión espiritual qltc nos igualaba
a mirar ambos en la misma dirección, a tener los mismos intereses. tJna empresa común
que se ilamaba matrimonio, de la quc nacicron dos hiios que )-a volaron porque así
está escrito cn cl libro de la rida, )- que tu distanciamiento, o tu desamor, hace ahora
tamllalear.
La separación fÍsica, la compenetración que nos igr-ralaba en ardicntc dcsco, tú 1a la
oh idaste, te Libraste de clla hace diez años con la compra de las odiosas camitas. Dimc,
I anra, ¿,cómo lo h¿rces?, ¿,cómo haces para vcrme como al hermano cn quc mc has con-
ierticloi Quicro saberlo. Quiero aprender a no sentir hambre de ti. A verte como a ia
hermana qllr nunca me dieron mis padres. Si consintleras en enseñarme, si 1-o consi-
qLLiera asrmilar tus enseñanzas, eritarÍa Ia zozobra, el revoloteo de mariposas que me
cosqurllean por clentro, consignienclo ¿rl f'rn 1ar paz qr-re necesito, el sosicgo donde tir 1a
t:t;r: apoltronacla.
L-ittrás eLrr c1 r11i tc1ac1. clue es casi la tur a tarxbién, el desco, las necesidades seruales
Liilrrl.rn lnu\ ¡ilr;1\, patrimonro no l a de la pletórica.juventud, sino de una pasable adul-
Itz \ .,,unqr-rt digan que en los rie.jos el placer de la comida se mantiene en el primer
Lu:,¡..r c1tl lrston para consolarnos de la pérdida de los demás placcrcs, no cs mi caso,
l-rLrrs por mucho que te empcñes en obviarlo, 1'o aún sicnto bullir las srnsacionrs en rni
rnttrior. C-reo clue unar mujer siempre intu)e el desco 1 la admlración que pro\oca en
nn fionrbLe. Se lo i.nsinúa el roce de una mano colocada como al azar, una caricia clut
no 11ega a ser ingenua del todo, Ia hondura de nna rnirada, cl bcso casto rlue se desliza,
corno srn querer, hacia Ia boca mil r,'cccs dcscada.
\, 1r-Lcsto clllc )'¿r cstás dc ruelta de todo, dime, Laura: ¿Quién mide la re,1ez? ¿La socie-
clacl,'¡El calcnclario? ¿,l.as imposiciones culturales que niegan a los malores la capaci-
cl¿tcl dr scntrr, de clesear, de amar 1'ser amaclo'/ ¿,Por quó es causa cle mofa l¿r scrualidad
rn los r icjos?
Sóio cso. La r erdadera edad está en el corazón, en las ilusiones, en ias ganas de gozar,
en el f'uego qr-re prende 1-reccinforta las entrañas.
todo io e\pnesto, querida esposa mÍa, porquc crco quc a mrs sctcnta años no tengo
pcdir per:dón m por scntir ni por scgtrir cstando vir,o, dcsdc estas palabras procla-
al mundo qlle te dcsco 1o mismo quc cl dÍa cn ciue te conocí.
La rclacl cronoiógica no es útil, no tiene ia rahclez suficicnte para decidirlo. Porqr,rc la
'....,.'l.l..i:l..:'i'lc1ad'essilloruracifra,númcroSquenosdictanqueeStamoSagotandrlnueStI0tienrpo.
Por
qlle
n]()
/,
CARTAS DE AMOR
mente de parecer una canción
Ahora falta tan sólo una hora, trcce minutos )' treinta 1. ocho segundos para el
instante del encuentro. Para que los fogonazos tórrldos dcl verano nos sorprendan
abrazados a la sombra de las choperas dcl deseo, allí dondc se derrama el aguardiente
destilado dc Ia dicha. N,Iuchos veranos tc he observado con disimulo, en un rincón de
la piscina municipal, mientras tu figura en biquini patinaba sobre los ojos excitacios
de toda la pcña. Tamblén habrá un dulce otoño en nlrestras r,ldas, cuando por el bos-
que del cadño, rccojamos al soi tendido del atardccer, las setas )- las castañas qr-rc
esconden cl sabor sereno de los sentimientos. Como cuando volr.erlos a empezar el
cr.rrso, ) en las tarcles melancólicas, los hilos de tu pelo dibujan caricias en mis cleclos.
Y hasta llegará el invierno, uno clc ósos retadores desde cl frÍo, como este enero pasa-
cio, crianclo apenas divisaba la paiidez de tus me.jlllas baio la capucha azul del plnmas,
al llcgar a clase por las mañanas. Siempre ha1-inr-iernos en ci amor, pero, 1'a sabes,
dc pronto un brotc tcmprano, un ra)-o de soL al mediodÍa )'un arorna a café abricndo
cl alba, nos der r-relvc al rumor de la esperanza. Y todcl empieza de nuevo. Lo ilaman
llnma\.era, 1 suclc coincldir con los erámenes, donde contestamos preguntas clue no
contientn re spuestas para los huÓrfanos clel deseo. Pero esta \:cz, csto1- seguro, tú 1'1'o
\ Autos a obtener sobresahcntc en las inciertas er,aluacioncs de 1c¡s sentirnientos.
Cr-l¡rrnt.r \ tul nunutos r doce segr-rndos, nada más. l\lenos 1'a de tres cuartos dc
'lol-.. 1l.l-la rltLa Iltla\tr(i5 slle1i()s Sa Lil,laen un 1a CSqr-rtna de1 l¡anco ése cOn anunCioS dc
tltl,rr:ta¡',. \.:. st c|-ttzit ttil u-\ Cl sitto nrás lontanticr) parcr iniLiilr uDa ancladura hacia ia
tl1t:1,, , ,,IIn0 La nutrtr¿t, Ptlo no te preocLliles, con rl ticmpO, rren]os rarianclo el aspec-
1 .. - r-qLIlt.r (.' il.1r. t. rltl.,. l-1i¡i¡e1'11¡r. \i (l.tiItr\. /(,ll).rliil(l\ (On e\((illtf(rll.\
ll-:tlos de bottnes ncgros, conro ios qlre te g-ust¿l poncrte ci-ranclo sales de marchas por
1a: ilocilcs. O qulzá, un rcstaurantc, ínt1mo l.solitario, con luccs incanclescentes tencli-
clas hacia lresas donde podamos scllar prcimesas con bcsos cn los borcles cle f'rágiles
copas cle crtstal, como las quc usa ml padre los domingos. En nuestras esquinas habrá
agtncias de riajes, l'guarderías, y papelerÍas con los estantes llenos dc cuaderncis
rar aclos sin estrenar, 1'puede que también alguna clÍnlca con oior a ),odo, pero slem-
pre, siemprc, sera la esquina dondc 1o cotidiano compartc csc abrazo mágico que, al
llarecer, es 1¿r vida.
Ha llegado el momento. Quedan apenas cincuenta 1 scis segundos. Hc salido dc
casa, mientras oÍa sin escuchar las recorlcndaciones de mi madre sobre la ropa que
hc detado sin colgar 1-la hora de ruclta por 1a noche. N{ientras bajo por Ia escalera, te
escribo las últimas líneas de esta carta quc, lo sé nu1-bien, rclccremos .juntos alg-irn
dÍa, mientras posibiemente cuidcmos de nuestros nleios, como ir-rdulgentes canllLfos
arrugados. Ya no me queda apcnas nada por volcar sobrc cl papei. Ahora doblaró ia
esqnina, nucstra esquina, 1'tc r,cró, sÍ, te veré,..
i, ri:::::::1:a::r::: r a:: ::i: r . rr: : l
...te r¡eré, como siempre, de nuevo acclmpañada por otros que te rodcan acechan-
tes, siempre con tu cortc de aduladores alrededor, convertida en centro de atención,
riendo 1' disfrutando de un paraÍso al que resulto ajeno. No me saludarás, posible-
mente ni te fijes en mÍ, so),tan sólo tin nlrcvo compañero dc clase, más bien tÍmido y
retraído, que no merece tu atención, no me mirarás siquiera, 1 desaparecerás, mien-
tras cloblas la esquina en sentido opucsto a mis sueños, cic.lanclo cn 1as cristaieras clel ,
banco el reflejo de una imagen ausente entre hipotecas sin conceder. Sobre la accra,
quedará mi figura inmór'il, mirando hacia un fr-rturo o]laco que, a estas horas del reloj
de mis sueños, no es sino vacÍo.
Luego, con pasos inseguros, rnc clirigiró hacia cl instituto. Y, en un particular
¿lrranque dc hcroÍsmo, r.oh ere a poner en marcha el cronómetro del reloi que me re-
galti 1a abucla. Ese relo¡ clue ahora marca la falta de vcintitrés horas, cincuenta r siete
minritos r r clntidós segr.rndos para el gozoso instantc del encuentro, para quc dc nue-
r o peregunes corlrrgo hacla la dlcha, para que escribas en mi aima con tu bolígrafo
publicitano, para que llenes de historias cotidianas mis esquinas..., para que, ),'esta
r.ez sÍ estor srglrro de el1o, entrcs dcfinitivamente en mi vida.
COMIC
ñ,T{ñ' DE§DEATUERNgü,é¡. Y DrBUtot ¡ UuSE§ ¿tflrEf{r§
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II
CÓMIC
12 LA5 HCjAS DEL ¡:ORO
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may I 2012 l-As HoJAS DEL FOR0 I3
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14 LA5 H0jA5 DEL ;:CRü
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may 20l2 15
COMIC
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Aíl¡ ¡to §s toO¡s vt gsA irocl{E.S5drRelrgirfE UlossrR¡aA9 ñt Iu6d\TIA I.'AI.A PASAM.
. t66URA¡lE¡frE.
16 rAs H§lA! r:t rcRü
NARRATIVA
PLATERO II PIácido Rodríguez
Por temor a Ios bofetones que nos daba algu-
nas veces, en general relacionados con los cambios
de tiempo que le afectaban reuma y humor, que
no porque nos infundiese respeto de otra mane-
ra, cuando nos dirigíamos a éI le llamábamos Don
Ramón; aunque, fuera de las horas lectivas, en
conversaciones menos solemnes, simplemente le
conocíamos como Picio. Se daba un aire remilgado
que no encajaba con las abundantes flatulencias
que restallaban en el sillón de cuero corroído des-
de el que presidía eI aula. Tenía el labio inferior
muy dilatado, como de negro africano, en continua
salivación. Para disimular su papada prominente,
usaba pañuelo en vez de corbata. Cuando escribía
en la pizarra estiraba el dedo meñique, como si se
lo hublese almidonado. Mascaba en vacÍo, escupía
en las explicaciones y era el maestro de tercero.
Tenía costumbre de hacernos leer en voz alta
pasajes de la obra más famosa de Juan Ramón Ji-
ménez; y yo, que a la edad de ocho años pasaba
el verano en el campo, fui el -rnico de la clase que
tuvo la oportunidad de aplicar algunos de los co-
nocimientos adquiridos en esas lecciones, de tal
manera que pude bautizar con cierta base litera-
ria a un asno, el cual, hasta la fecha en que le
apodé Platero II, sólo se Ie conocía por el apelati-
vo de "el burro".
AI animal lo tenÍan estabulado en una pequeña
cuadra a la que únicamente se accedía a través de
una puerta de tamaño reducido -apenas metro y
medio de altura-, y por la que sólo cruzábamos
con comodidad algulos niños y el po1lino, además
de su propietario, quien -según las malas lenguas,
se había librado del servicio militar por no dar la
talla-, tenía tomada la medida al hueco y, sin aga-
charse, lo atravesaba con gran decisión, raspando
eI dintel con el pitorro de la boina.
Platero II gozaba de cierta independencia con
respecto a los otros animales del pueblo, pues -adiferencia de ellos, que solÍan estar hacinados en
los establos y amarrados aI pesebre con una ca-
dena que les rodeaba el cuello-, estaba suelto y
podía moverse con relativa libertad dentro de la
cuadra; privilegio éste que nunca llegué a saber si
compensaba la penumbra y soledad en la que pa-
saba la mayor parte del tiempo.
El único aliciente que tenÍa Platero II para
romper Ia monotonía diaria era ir a saciarse de
agua al abrevadero. El paseo Ie provocaba claras
muesuas de júbilo y nunca disentÍa, colaborando,
además, en Ia celebración del acontecimiento con
un trotar presuroso, adornado con una melodía
de rebuznos entrecortados por el traqueteo del
desplazamiento.
Cuando el dueño Ie abría Ia puerta para que sa-
liese a beber, el burro se moúa de forma atropella-
da y, tras preüo derrape de los cuartos traseros, se
cuadraba delante del hueco para acelerar de nuevo
hasta cruzar, veloz, la puerta. A pesar de la torpe-
za característica de esta especie de cuadrúpedos,
tengo que decir en su favor que la maniobra se
había consolidado con el tiempo en costumbre a la
que Platero II conseguía transmitir cierta elegancia
de pilotaje.
La inteligencia humana, ffiuy superior, en ge-
neral, a la de estas bestias, se hace reconocer en
cualquier recodo del camino en este caso del es-
tablo-, donde el dueño celebraba el regreso del
animal con una ración de pienso (para el burro),
que, de esta manera, recorría en solitario eI tra-
rnay I 2Ol2 LAS HOJAS DTL r\rKt, 17
NARRATIVA
yecto de ida y r,uelta aI abrevadero sin tener que
llevarlo del ronzal, obteniendo, en consecuencia
(el propietario), tiempo suficiente para liar un piti-
1Io. Habiendo dejado claro, en aras de la adecuada
comprensión del episodio, que ni eI asno tenÍa ú-cio de fumar ni su amo tanta hambre como para
comer eI pienso del borrico, prosigo con eI relato
de lo que me ocurrió aquella mañana de ju1io.
El contexto lejano de las películas del Oeste,
frecuente distracción del constreñido escenario
social en el que transcurrió mi niñez, fue lo que
me indujo a emular, en ul arrebafo de cawboy no-
vel, a sus protagonistas. Así pues, intenté montar
a lomos del burro mientras él se obsesionaba con
beber toda el agua que cupiese en su barriga. Los
dos cumplimos nuestro objetivo, pero desde mi
punto de vista -pues el del burro nunca lo llegué
a conocer-, el resultado final del lance solo fue
satisfactorio en un cincuenta por ciento: aunque
yo entoné un ¡arre!, muy cinematográfico, él se li-
mitó a emitfu un disonante eructo, sin eI menor
ápice de interpretación dramática y, por supuesto,
totalmente fuera de guión.
Desde el abrevadero, una vez emprendido el
regreso hacia el establo, la puerta se divisaba muy
pequeña. Yo no le di importancia a este detalle,
puesto que, a pesar de mi corta edad, ya había lle-
gado a comprender el efecto que ejerce Ia distancia
en eI sentido de reducir el tamaño de las cosas que
üsualizamos; sin embargo, no atiné lo suficien-
te en mis cálculos, porque, cuando nos hubimos
acercado, el hueco de entrada seguÍa manteniendo
unas dimensiones insuficientes para la penetra-
ción conjunta de montura y jinete. La típica voz:
<<¡soo!>>, tantas veces en los westerns utilizada para
situaciones edgentes de una parada perentoria, no
frenó, por más que se la repetí, al pollino, ya que el
condicionante de Ia comida en el pesebre saboteó
la orden que, en vano, traté de transmitirle. Días
más tarde tuve la ocasión de comprobar un detalle
técnico determinante para la detención del animal,
pues su dueño conseguía llevar a buen término, y
sin contratiempos, eI requerirniento de la parada.
EI elemento clave era que, en estos casos de extre-
ma terquedad, la orden sonora debía de ir acompa-
ñada de un contundente muletazo en la frente del
rucio indisciplinado.
Como la falta de experiencia aún no me había
permitido atesorar todos estos sutiles conocimien-
tos de doma, por más que traté de impedÍrselo con
fútiles interjecciones y palabras vacías de conte-
nido para la mentalidad del burro, este se fue h-troduciendo en el establo a la vez que yo me iba
deslizando, hacia atrás, sobre su lomo, con un mo-
flete aplastado contra la pared de la cuadra. Puedo
decir en mi favor que resistí con valentía hasta eI
final: momento fatídico en el que la montura des-
apareció de entre mis piernas y me quedé durante
un instante, de escasa duración pero intensa an-
gustia sicológica, suspendido en el vacío y a expen-
sas de la gravedad terrestre. Así terminó mi cabal-
gada: cayendo, inexorable, de espaldas en el suelo,
con el coxis machacado a causa del sabotaje. Aquí
expiró mi romanticismo animal, o dicho de otra
forma menos equÍvoca: esa tierna sensación que
se genera con el trato o mirada contemplativa ha-
cia los animales. Estos ya no me parecÍan peluches
animados; tenían iniciativa y se de.jaban gobernar
por instintos primitivos.
El día que caí de un burro, Platero pasó a ser
tan sólo una quimera a la que Juan Ramón Jiménez
había dado forma en unos bellos, pero engañosos
versos, Y llegué a sentir rencor, no sólo del polli-
no majadero artífice material del atentado, tam-
bién de la persona que nos hacÍa leer en voz alta
tan subhme obra y que, con carácter preüo, había
colabolado en Ia distorsión de la realidad, ensal-
zando üdácticamente a un asno. A partir de ese
momento comencé a desconfiar de los mayores y
se me planteó una terrible duda: ¿De verdad Plate-
ro sería «Pequeño, peludo, suave; tan blando por
fuera, que se diría todo de algodón...»?
l8 LAS HOJAS DEL FORO
NARRATIVA
EL EXAMEN Oscar L. Nogal
Últimamente se machacaba con las oportunida-
des que había rechazado. Debería haber seguido
Ias sugerencias de su profesora de francés, dar-
se un paseo por Quebec o las islas Reunión, pero
quería algo seguro, fácil. Se había amarrado a un
barco que no se hundía, o al menos eso le había
asegurado todo el mundo. Seguía dominando la
técnica, el oficio: llegar a su hora, mover los pa-
peles necesarios, trabajar lo suficiente para que
todo funcione. No habían pasado tantos años des-
de que había acabado Ia carrera de enseñanza. AI
menos, no Ios notaba, hasta hace una semana. Era
demasiado benevolente consigo misma. Lo cierto
es que se especializó en magisterio para tener un
título urriversitario pronto y no exigir demasiado
al futuro. ¿Fue cobarde? Supongo que para uno de
esos coleccionistas de ltulos sería un "quieroyno-
puedo". En realidad fue por tradición. De toda su
familia, tres cuartas pafies se dedicaban a la ense-
ñanza en diferentes niveles educativos, ciudades
del mundo, regímenes laborales y prestigio acadé-
mico. Pero ella siempre qúso ser maestra. Siempre
jugó a ser la maestra con los niños de su barrio.
Siempre era la directora de un colegio exclusivo
donde los chicos se titulaban en carreras brillan-
tes y extraordinarias: astronautas, poetisas, enco-
fradores, veterinarios de panteras. Había pecado
de ilusa, había olvidado un factor: los estudiantes
respiran y rebaten.
Así era la crónica en la cafetería de la facultad.
Todos los estudiantes de Ia carrera se sentían más
que preparados para lidiar con los alumnos. Creían
que se las sabÍan todas para que en su clase no
ocurriera lo que recordaban del instituto. Cuando
alguno mostraba dudas, sus compañeros de pro-
moción Io trataban de pusilánime. Ya lo etiqueta-
ban como fracasado in péctore.
La ilusión, o el deseo, de dominar a los cole-
giales se disipaba, en una meüa aprotmada, en
el minuto treinta y seis del segundo día de clase.
Los alumnos solían respetar -no todos- el día
de presentación, pero al siguiente mostraban sus
cartas. Y cada dÍa se mostraban más ingoberna-
bles hasta que tras algunas luchas, unas cuantas
derrotas y un armisticio con uno mismo; el pro-
fesor tendía a aguantar eI chaparrón, apagar las
algaradas con salidas de clase y a dejar que el
tiempo corriera hasta eI final de cada hora lectiva.
Una piara de revoltosos que conseguían que cier-
tos profesores se doblegasen y pidiesen la baja en
un corto período.
Tras tantos años de experiencia, siete o cator-
ce, había perdido Ia cuenta, acudir al trabajo se Ie
hacía aI menos soportable. Encima había una noti-
cia que le tenÍa suspensa, confundida. Un dolor de
cuello, tenía eI coche en el taller, pero no era ésa;
estaba embarazada. Lo había pospuesto y ahora,
deprisa y corriendo, se presentaba. Había bajado
la guardia. Le tocaba, ¿o no?
Como siempre üjo los buenos días en Ia sala
de profesores y recogió los folios que le correspon-
dían. Empezar el día con un examen era la mejor
manera para tener callados a los chicos. Tendría
tiempo de pensar lo suficiente en su decisión. Esta-
ba obligada. Todo cambiarÍa y no estaba preparada,
aún. Entró a clase y los niños se distribuyeron sin
problemas. Ella se sentó con un aplomo más firme
de lo habirual, cosa que los alumnos percibieron
sin problemas. Algo le pasaba a Ia profesora para
que no empezase a dar gritos como siempre.
may I zot z LAS HOJAS DEL FORO I9
NARRATIVA
-Vamos a esperar cinco minutos y luego cierro
la puerta. Podéis repasar.
Iban a repasar mucho... Bueno, Ios cuatro o cin-
co listillos que de verdad estudiaban sí que solÍan
aprovechar, pero era Ia minorÍa. Sacó su teléfono
y tecleó el número. Lo apagó, no sabía por qué,
pero eütaba decir que iba a tener un hijo. Un hijo,
¿no sería una excusa perfecta para todo se fuera a
la mierda?
Entró el úItimo chico y ella mandó cerrar la
puerta.
-Libros y cuadernos fuera. Só1o lápiz o boli.
La profesora repartió los exámenes en seis ta-
cos, uno por fila. Los alumnos los iban pasando ha-
cia atrás. Lo siguiente, fueron las hojas en blanco.
-Tenéis cuarenta minutos. Aprovechadlos.
Volvió a la tarima con la firme convicción de
hacer la llamada. Se sentó en su mesa aferrando eI
teléfono. Los niños cabeceaban sobre los papeles,
no despiertos del todo, pero poco a poco parecían
enconlrar su ritmo. No sabía si deseaba tener un
hijo ahora; ni siquiera si podÍa. HabÍa puesto ba-
rreras todos estos años y ahora se empeñaba en
tener uno. Iba a traer aI mundo uno de esos seres
que se doblaban sobre eI pupitre, seres a medio
hacer que nunca escuchaban, ajenos a cualquier
cosa. Se supone que esa era la función última, te-
ner hijos. No tenerlos sería algo egoísta, ¿verdad?
Para despejar sus pensamientos, dio un paseo
para inspeccionar. La chica con nariz de patata po-
nía los puntitos sobre las íes con forma de lrrnque,el gordito pelirrojo remachaba el lápiz, el de uñas
negras y hermoso cabello castaño llenaba con su
gran letra y volvía la página, pronto le pediría otro
folio. No pudo pillar a nadie copiando, aunque
sabía que varios Io estaban haciendo. No estaba
para discusiones. Volviendo al entablado, como
dándose cuenta de repente, se fijó en una de sus
alumnas. Siempre peinada con una cola de caba-
llo que sujetaba con una cinta o banda de color
y diseño cambiantes. Su voz pituda Ie fastidiaba,
solÍa evitar que hablara en alto. Aunque sus ojos,
expresivos, y una boca pequeña de forma rara,
como de frambuesa, Ia hacían atractiva. Esa niña
cogÍa un lápiz con dos puntas. HabÍa afilado cada
extremo de su lápiz. Qúzás en un intento por ser
práctica, de no perder tiempo: programación. Se
iba a sacar un ojo, estaba claro. Nadie en su sano
juicio pondría a tan pocos centímetros de la cara
un objeto afilado. La punta se dirigía a su ojo, un
pequeño descuido y Ia mina entraría en el glóbulo
reventándole el ojo.
La imagen Ie resultó repulsiva. Reventar desde
dentro, Ia sangre... Expulsar carne de tu interior...
Arrancar las entrañas... Eso no iba a pasar. Denfro
de seis meses pediría la baja por embarazo y ama-
rÍa a su hijo o su hija. Iba a tener Ia vida perfecta.
La niña se mordía Ia falange del dedo Índice.
Respiraba a sorbos. La profesora suponía que era
un rito para concentrarse. Afilar ul lado, respirar,
afilar el otro lado. Serenarse para rendir en el exa-
men. Era un rito. Las personas están llenas de ma-
nías y rutinas. ElIa también. Los cinco cafés dia-
rios con sacarina, sus tres cepillos de dientes, sus
recortes de caballos bonitos que guardaba desde
pequeña. Comprendía que cada individuo se crea-
ra su zona de comodidad, donde mantener ciertas
costumbres que son necesarias para enfrentarse a
los retos.
Tenía que llamar en ese mismo momento. No
podía postergarlo. Comprimió cada tecla, era la
única vez que no había tenido que recitar un núme-
ro de teléfono. Todo el mundo sabía que no tenía
capacidad, o interés, en la memoria a corto plazo.
Los dedos se movían lentos, perezosos y el marca-
do no parecía acabar nunca. Había asumido la con-
secuencia cuando oyó los brotes típicos de una pe-
lea. Levantó la mirada; la parejita de siempre. Era
una jugada que hacían cuando ya no tenían nada
que escribir. Matar el tiempo, matar Ia espera. Lo
más práctico era hacerles salir, pero entonces los
otros profesores se quejarÍan por el ruido. Sólo
20 LAS HOJA§ DEL FORO
NARRATIVA
quedaban diez minutos para cumplirse el plazo.
Supuso que podÍa aguantarlo.
-¡Callaos! Respetad a \uestros compañeros. Si
no, os separo.
Era normal esa risita de malvado descafeinado,
orgullosos de su proeza y credibilidad. Estaba obli-
gada a posar su mirada escrutadora sobre ellos.
Vigilarlos. Aguantar hasta que acabara la clase.
Luego ya llamarÍa. Cuando todos salieran de clase,
llamarÍa y hablarÍa del tema con tranquilidad, con
sensatez.
La niña de la cola de caballo atada con cinta
azul cobalto rompió la mina del lápiz. La profe-
sora se turbó. La alumna, resuelta, dio la luelta aI
lápiz y reanudó el texto -fácil, práctica-. Qüzás
demasiado. Había previsto la calamidad de un lá-
piz que se qúebra: a no alterarse con un episodio
normal en Ia vida. La maestra no era tan lista. Iba a
tener un hijo y se sentía la mujer más estupida del
mundo, incapaz de tomar una decisión. Debería
CURAR UN MAL OíN
La camisa de la mañana estaba sin planchar. EI
rocío parecÍa cristal, pero eso no le emocionaba
demasiado. Frustrada, bajó la persiana para que no
entrara Ia luz y se qútó eI pijama. Se üstió con un
vestido marrónybajó corriendo la escalera enbús-
queda de unos zapatos en eI armario pequeño de
la entrada. No tenía muy claro cuáles ponerse. Se
decidió por el calzado de diario. Al salir, se paró en
el quiosco de la esquina a comprar el periódico.
"Sarkozy lleva alzas en los zapatos" anunciaba
una reüsta. -¡Menuda sorpresa!, ¡quiere una esta-
tura acorde con su ego!- SoItó mientras posaba
la revista y echó a andar. Se paró delante de una
pedirle consejo a esa niña rara, prudente como po-
cas. Quizás ella tuviera la clave. No sabía porqué se
sentía mal Todo estaba bien. Tomaría la decisión
adecuada, en el momento adecuado.
La parejita terminó por perderse en su asiento,
mientras los minutos se descontaban. Se cumplió
el plazo. En desorden los niños fueron pasando
por su mesa y entregaron eI examen. La mayoría se
despedía hasta la clase del día siguiente. Incluso
los alborotadores parecían conmovidos y con una
mirada de creíble arrepentimiento se marcharon.
La niña con cola de caballo le sonrió, se detuvo
en silencio, como si supiera que habÍan formado
un lazo inmaterial. Se fue la ultima, con el pelo
oscilando sobre su espalda. La maestra recogió los
exámenes y sus bárrulos. Miró por la ventana, un
arce descomunal tapaba parte del panorama. Se
imaginó colgada, como cuando era niña, en lo más
alto; luego se caía y quedaba intacta, sin ningún
rasguño. Sería más üable tirarse de ese árbol mil
veces que tener un hijo en sus circunstancias.
María José Fernández
máquina expendedora y compró una botella de un
litro de agua. Caminando encontró un bar.
"Abrimos aI mediodía" apostillaba el cartel.
Enrró a tomarse un café y, al acercarlo a Ia boca,
se quemó. Con un gesto de enfado tiró la botella
de agua. Cuando se había calmado, la recogió del
suelo y con vergüenza se bajó del taburete y se
sentó en una mesa. Sorbito a sorbito, iba mirando
a Ia gente, sus expresiones, mientras jugueteaba
con los granitos de azúcar que habían caído en el
platillo de la taza de café.
-¡Por favor, pasen hacia el fondo!- se oyó.
Rompiendo su momento de reflexión, un grupo
may 12012 LA5 HOJAS DIL FORO 21
7
NARRATIVA
de empresarios pasaban en dirección a la zona de
restaurante. Apuró eI café y se levantó de la mesa
a las carreras. Dejó varias monedas en la mesa, y
salió con la botella en la mano. No sabÍa muy bien
por donde ir y decidió ir calle abajo. A1 llegar al
parque más cercano, se quedó prendada de unos
niños que jugaban tirándose tierra.
"Un poema, es un sueño en la vigilia" Ie recitaba
un hombre a su esposa mientras estaban sentados
en un banco de piedra, no perdiendo de vista a
sus nietos columpiándose a lo lejos. Cerca de aIIÍ,
un vagabundo eütaba eI sol sentado debajo de la
copa de un arbol, contaba las moneditas que lleva-
ba en el gorro de lana que estrujaba en su mano.
La mujer, se sonreía y bebía, sorbito a sorbito el
agua de la botella. Apretaba eI plástico cada vez
que se ponía nerviosa obligándose a aguantar fue-
ra de casa. A lo lejos, diüsó un puesto de flores y
se acercó sacando del bolso el monedero. -¡HoIa!quisiera una docena de claveles- pidió con ulavoz casi inaudible.
-Perdone que no me levante con rapidez, es
que ya fallan los engranajes- Le espetó Ia señora
que llevaba una especie de aparato en la pierna.
La mujer extendló las flores en Ia mesa con cari-
CAMARADAS DE BAR
Arturo estaba realmente emocionado. Después
de casi un año, aI fin verÍa de nuevo a sus viejos y
añorados camaradas dela Taberna de Antón. Jurrto
a ellos -pensó- se olvidarÍa enseguida de todos
sus problemas y penurias de los ultimos meses.
A pesar de su impaciencia por reencontrarse
con sus amigos, quiso echar un vistazo por eI ven-
tanal antes de entrar al bar. En eI interior del local
pudo ver a Pepe "el Roxu" y a Juan "el Mangas"
ño, adornándolas con ramas de ciprés y mimosas
blancas.
-Ahí tiene. Tenga un buen día.
-Gracias. Igualmente- Y dejándole alguna
moneda de Ia r,uelta se marchó para ponerlas en
agua. A1 llegar a casa, cogió las flores, las puso en
el jarrón de la entrada y se quitó los zapatos. Su-
bió con eI periódico a Ia habitación y levaltó la
persiana para poder leer. A cada mala noticia que
Ieía, daba un tirón para pasar la página. Cuando
terminó de leerlo, Io guardó debajo de Ia cama y
se quitó el vestido. Se puso un chándal encima de
la enagua y salió a pasear. Decidió ir hasta el par-
que para desahogarse. Al llegar se encontró a unos
niños tirando piedras aI riachuelo cercano. Imitán-
dolos, empezó a tirarlas ella y en un arrebato pegó
un grito que hizo reír a los pequeños. Se sentó en
eI campo a espaldas de la gente y acurrucándose,
puso sus oídos sólo en el murmullo del agua, y
cerrando los ojos quedó absorta. Cuando los abrió,
ya era Ia hora de comer y decidió volver a casa. La
rabia que sentía no se había marchado, pero al me-
nos estaba más tranquila. Preparó la comida con
todo lujo de detalles incluidas las flores que había
comprado.
Gustavo Adolfo Fernández
que jugaban a las cartas. También estaban Gelo,
Ortega, Manel y "eI Rizos", todos ellos absortos mi-
rando la tele. Tras la barra, Ieyendo un periódico,
estaba Antón, eI dueño, aI que Arturo consideraba
casl como un hermano mayor. Nada parecía haber
cambiado desde Ia última vez que había estado allí
hacía tanto tiempo, hasta las telarañas seguían en
eI mismo sitio.
-Estupendo- pensó Arturo - están todos. Ya
22 LAS HOJAS DEL FORO
NARRATIVA
sabÍa yo que esta era la mejor hora para venir.
Acarició el picaporte y tomó aire en un gesto
tan teatral que él mismo tuvo que reírse de sÍ mis-
mo. Empujó con fuerza la úeja puerta y nada más
cruzar el umbral, levantó los dos brazos en osten-
tosa señal de saludo.
¡He r,rrelto a Ia ciudad amigos!-exclamó.
Tras unos segundos de silencio y total indife-
rencia, fue Antón el que sin dejar de ojear eI perió-
dico comentó:
-Pues no sabía que habías estado fuera.
A continuación, se oyó a Pepe susurrar:
-¿Quien diablos es ese tipo? Me suena su cara
pero no caigo.
Juan ni siquiera le contestó. Se limitó a enco-
gerse de hombros mientras tiraba un as de bastos
sobre el tapete.
Después cada cual volvió a lo suyo sin prestar
más atención al recién llegado.
Arturo, abatido, se acercó a la barra y pidió el
primer vino.
Paula López G. Virumbrales
viendo a mis hermanos y amigos disfrutando del
veralo a sus orillas, de sus aguas bajo el Puente
de Las Viñas y después en eI pozo de Las Figales. A
la r,rrelta, mi madre esperando con la merienda y,
al atardecer, el sonido del Studebaker J15 que nos
anunciaba la llegada de nuestro padre.
Es difÍcil borrar las imágenes y el eco de vo-
ces y sonidos sigue latente. Espero oír alguna nota
suelta, eI inicio de unos compases que lleguen a
formar una melodía, esa que me ronda en diferen-
tes sueños enr,ueltos en misterio con aires de le-
yenda, donde oigo la voz de un personaje que no
logro ver. Situado al pié de una escalonada fuente,
en una lejana y polvorienta plaza a Ia que hemos
llegado este medio día arrastrando los pies desde
diferentes lugares, y prendidos en el alto tendal
que alcanzan las notas de una extraña flauta, que
ha ido dando paso a Ia voz que narra incansable,
cambia, rer,uelve y transfigura las palabras en una
alianza fascinante, entre el pensamiento y Ia narra-
ción de historias antiguas relatadas miles, quizá
millones de veces.
Y nos hace sentir que hoy es un día diferen-
¿QUIEN TOCA EL MB¡RA?Al poeta Fernando Menéndez, que cada curso llega a este Palac¡o
de Valdecarzana para compartir y enseñar su Arte.
Mi casa del pueblo tiene ftes desr.-anes. El más
pequeño es eI lugar donde han ido a parar todos
Ios libros de mi famüa, apuntes manuscritos, car-
tas de amor, de amigos, comerciales; y a su vez,
postales de aquellos lugares donde alguno ha via-
jado en tiempos lejanos, reristas de toda índole,
cuentos infantiles y series semanales desde EI
Ca¡titan Trueno hasta E1 Espíritu de la Selva.Todo
ello con el caos gobernaldo el conjunto.
Siempre digo que r.o1- a seleccionar, organizar
y Limpiar. Y sentada en el reclinatorio de la iglesia
que tiene allÍ su sitio, iritento buscar Ia razón del
¿porqué sigue todo igual?. Repaso sin tocar todos
Ios lomos y pilas polvorientas. Se está bien aquÍ y
desde la ventana veo el sol hasta que se ocuita tras
Ias montañas; al frente veo las tierras del Villar
soleadas y llenas de altas kriervas y un pequeño
huerto que permanece trabajado, antes eran mai-
zales y tierras de patatas y viñedos. A pesar de los
cambios en el paisaje, el Aranguín sigue su curso
incansable, üendo que sus campos de labor y pra-
deras hoy son piscinas, campos de fútbol y de te-
nis. Lo mismo me pasa a mi, sobre este plano sigo
may 2O12 HO,,'45 r t/ K t, 23
NARRATIVA
te, será para recordar y contar a nuestros hijos y
vecinos. Y los ancianos nos dirán: Pues hubo un
tiempo cuando sonaba eI Mbira de los espíritus, en
el que nos reunÍamos en Io mas profundo del bos-
que, y allí las manos del viajero lograban que los
clavos aplastados del instrumento emitiesen voces
lejanas y siempre había alguno que tenÍa la virtud
de recordar üqias historias.
Siempre son las manos las que logran captar
nuestra atención. Primero fueron sombras en las
cuevas, luego lograron sacar notas de algún hueso
perforado. La magia de las manos. Pensareis que
describo al encantador de serpientes o al flautista
de Hamelin. No, creo que más bien a rapsodas y
aedos griegos, y a todos los que a Io largo de los
siglos hicieron que la literatura oral no se perdiese
en eI aire, se pudiese transmittse impresa y, a su
vez, nos enseñaron este arte.
A QUEMARROPA
Dónde las dan, las toman -pensé mientras
me zampaba una hamburguesa hecha con prisas
y sin pausas. A las dos de la tarde sonaba la sire-
na de la fábrica. Mi venganza sería terrible. O se
retractaban con gratificación incluida, o se las ve-
rían con Puri la "devora hombres". Una vez dentro,
me quedé a solas en eI despacho vacÍo del direc-
tor; puse en marcha la fotocopiadora e hice varias
coplas de la portada de una revista guarra donde
aparecía una mujer en pelota picada. En la parte
de abajo de la hoja añadí: "busque, compare, y si
encuentra algo mejor, cómprelo". La dejé sobre su
mesa y enfilé, pasillo adelante, hacia el colector;
otra copia reposarÍa sobre Ia mesa del úgilante
con el siguiente añadido, en una de las pantallas
de los diferentes monitores de aquella pequeña
El Caminante ha aprendido a escuchar al vien-
to que narra lo que las gotas de agua le susurran,
üajan con su impulso y escuchan en pueblos y ciu-
dades, en cuevas y conventos, a las fuentes y a los
ríos, y bajo las tejas se quedan escondidas y aten-
tas, hasta que el viento de nuevo las lleva.
Hace años que vienes a esta casa de suelos em-
pedrados, con una fuente en el centro de su patio
que vocea sin tardanza 1o que pasa bajo este techo.
No traes ya ni túnica ni capa Caminante, pero lus
manos te delatan y sentados en la falda de esta
escala de libros, esperamos hechizados a que nos
enseñes a cabalgar sobre eI viento e interpretar su
sonido, para poder contar en cualqúer noche per-
didos en los recuerdos, url retazo de Io que fue
nuestro r,uelo. ¡Deja por favor, que ttrs manos si-
gan tocando el Mbira!, te escuchamos.
Bij ou
sala: "No me llames" (en color rojo pasión). NIe fui
aI cementerio (Iugar que albergaba un gran núme-
ro de maniquíes hacinados y entonces en desuso);
cogí varios e hice una especie de torre, no sin antes
haberlos decorado en exceso; hacíanjuego con las
cristaleras de aquella nave, donde se podía leer en
tonos üoletas: "cabrones, cabrones, devolr.edme
Ios millones". Acto seguido, me bastaron tal solo
cinco mirutos para extraer del bolso el pequeño
revolver (detalle de Ia armería) e irme a la sala de
pruebas: siete figurhes portaban teias con dife-
rente formato y tacto. Disparé a quemarropa )-me
los cargué a todos sin eludir los géneros; teniendo
en cuenta todo lo que me debían, aquello era una
fruslería, sin más. Me fui, enjugándome aquel mar
de lágrimas en el pañuelo.
24 HOJAS Dtt FORC
POESIA
PlácidoRodríguez
Retales del tiempo
Duerme Ia tersura en un abrazo de satén
escondida entre los pliegues de una arruga.
Tiene sueños desnudos que se ríen de lo oscuro,
solo al despertar afronta los horrores,
retratada por los brillos
del espejo.
Embiste el üejo conocido en eI saludo
por su antigua condición de semejante
que vierte el vinagre dentro de los ojos
cuando se muestra despojado de tapices,
ayer iguales
a los nuestros.
Saluda el roble centenario en el otoño,
desprendiendo, a nuestro paso, sus hojas aI camjno.
Pasaron tantos a su lado que no recuerda
los que le vieron llorar
en eI primer inüerno.
Busconas de alivio en oraciones
transitaron sucesivas y a millares,
y subieron las almas Ia escalera
provistas de materia: orgánica.
Eso dice la losa desgastada
en su silencio.
may 2O'12 LAS HOJAS DEL FORO 25
POESíA
Xosé Llu ísRodríguez Alberdi
EL MIO PAISAXE
Ente los ruíos estrueldosos de motores de coches,
ente'l fumu fediondu de les chiminees y tubos d'escape,
ente'l billuriciu d'una cai atacada xente a la gueta rebaxes,
los mios olos y la mio ñariz, talo vírxenes vestales,
avezaos al silenciu pudorosu del mio llugar,
al doce revolotiar de palombes, zocones y malvises,
al arume de montes de carbayos, castañales y piornos,
al arrecendor del romeru, la marialúsa y la yerba curao,
al rÍtmicu correr ensin priesa del regatu que m'adormez,
sollíviense engafentaos encamentándome afuxir del infiernu,
tornar de secute pal pacetible requexu onde vivo,
p'aquel coín del mio país inda güei paraísu,
onde los folios en blanco o garabatiaos
enllenen ensembre'l mio paisaxe,
Ia mio vida, la mio mente, el mio corazón,
palabres míes o ayenes coles que viaxo
dica 'I fin del universu.
26 LAS HOJAS DEL FORO
POESíA
NUNA CAFETERIA
Una mesa y cuatro sielles arriendes de mio;
enriba Ia mesa un ceniceru y una carta bebíes;
una tele prendida, una telenovela que nun s' oyi;
un cantar nuna minicadena, "A Dios le pido";
tres homes y una muyer nunos tayrelos altos acoldaos na barra;
dos camareros con chaquetina colorada aceleraos del otru llau,
Ilimpiando, ún, un vasu, allugando servilleteros, I' otru;
tres de mio una rapaza llei un periódicu, n' otra mesa de cuatro sielles;
a la manzorga, un carricoche con un neñu, durmiendo,
mentanto, Ia ma, piernes cruciaes, avienta'l fumu abuxaracáu
qu' estrá d' un piru amediáu rubiu qu' aguanta,
doucemente, ente unos didos llargos d'uñes moraes;
al altor de los mios güeyos, un floreru frayáu con delles hortensies
musties y avieyrscaes, obra de dalgún pintor que nin firma;
a la mandrecha, una naturaleza premuerta, un espe).,u,
escariáu y pasáu de moda, mírame en tentes;
una máquina tragaperres, cantarina de xemes en cuando,
allampla porque dalgún veceru l' acallente;
un armariu frigoríficu mediu llen o mediu valeru de xelaos
espera asosegáu pel branu ensin dicir nin res;
y una puerta, Cocina, convida a comer ensin fame,
demientres azuanta por un cartelu d' Aseos con una flechuca
que t' empobina a unos báteres que güelen a pinu.
D' esmenu, un camareru de coloráu asitia delantre min,
ensin pidi-ylu, un platÍn de porzolana blancu cola cuenta;
allugo los cuartos néI, a la vera'l tique, ensil propina,
por apurar, por medranosu de que yo nun pagare;
doi 'l caberu paparáu al café con lleche, ya cuasi esfrecíu;
llevántome seliquín y colo pa la cai ruidosa, adulces.
Dexo p' atrás la cafetería, nun la miro nin de regueyr.
¡Na ciudá hai tantes ensin alma!
aI
may 2Ol2 LAS H0JA5 DEL FOR0 27
POESiA
Pytér Xuan
Al Sur Del Llanto Amargo
Desnutrido amanecer de rasgos violetas
en eI gélido aroma de mi alma
tan liviana, tan perdida,
embalsamada al sur del llanto amargo
donde perdido eI norte
ya no hubo escapatoria.
Doblegado atardecer de arrugas estancadas
en el encorvado sueño de mi alma
tan pesada, tan ilusa,
inundada aI sur del Ilanto amargo
donde ahogado todo acorde
ya no hubo melodía.
28 LAS HOJAS DEL F0RO
POESíA
INOCENCIA
En los albores de la inocencia perdida
al sur del llanto, capa caída;
cuando restringida sin dilación
la opinión fue ecuestre cautiva
y la absoluta ironÍa de las hadas
encarnadas en celestes shfonías
agobiaron con mesura y tesón
el bastón efímero de su cordura.
Vieja niñez espolvoreada
sobrada de sueños, cargada de lamentos
en las dunas de desiertos ahogados;
agua inservible en nubes cerradas
astros lejanos a tiro de piedra
que hierran tina.ias raídas al viento.
Aliento inseguro en zurrones olüdados
exhalando dardos ocultos
que minan su cielo en embargo sin celo
tildando comas y presuntos recuerdos
en los albores de la inocencia herida
y en harapos mordida,
cuando restringida duerme la memoria
sobre un alma, dura almsfo¿fl¿ pátina,
juguete que exclama üolencia
y manos rasgadas al estrangular la conciencia;
hhóspito vergel efervescente
orificio inclemente y raquítico plan,
dúcti1 indiferencia,
a otro lado, volver a mirar.
mav I zolz LAS HOJAS DEL FORO 29
POESíA
Fe rnan d oCas ita
Agnosticismo
Cuánto dolor
y sufrimiento.
Por qué será
y para qué.
Si no hay respuesta
por qué Ia üda,
si no trasciende
ni nos libera.
La humana,
siendo capaz
de dolo,
añade espanto.
Ante el silencio
hay quien acoge
la incertidumbre
como destino.
Una esperanza:
es la verdad
que es más que eI ego,
es Io que es
Luego aguardemos
a que la luz
se apague.
Será.
30 LAS HOJAS DEL FORO
POESIA
Psicopatocracia
Convengamos en que hay muchas personas con grandes limitaciones,
perplejas, pasivas y limpias de corazón,
víctimas de ultrajes y muy asustadas
que padecen los escarnios de Ia oligarqúa.
Reconozcamos aquÍ y allí que los mandatarios multiüsciplinares
suelen proceder de zonas mentales patógenas
proclives a la egolatría y a la coacción ejercida
sobre masas informes e inermes.
Las piezas humanas se van colocando en sociedad
según ese punto de partida morboso,
en que las cosas se explican desde ocultos intereses
impidiendo eI desarrollo material y espiritual del conocimiento.
Megalómanos e intelectuales de ecléctica anfibia
-halcones mediáticos, artistas estupendos, filósofos febles-compiten en el abuso, olüdando en su orgánica torre de marfil
los actos fallidos y otros lapsus detectables por la ciencia.
Este mundo así prorrateado
al desarrollarse contra la naturaleza,
eI sentido común y la voluntad de progreso,
genera el desastre que conduce a la ignominia.
No se busquen etiologías fantasmales
para explicar la ratz del embrollo
en dogmas religiosos, o en ideologías varias
que nunca son causa, sino fin excusado.
Cada grupúsculo de poder se va insertando
en su apriorística intención de dominio
fingiendo el credo que a sus intereses
convenga, adaptándose a las contingencias.
Para romper Ia tendencia criminal
se precisan más que nunca mentes brillantes en personas íntegras
que en una infatigable labor didáctica y generosa
expliquen a las masas el proceso.
may I zor z LAS HOJAS DEL FORO 3t
POESíA
CarlosG randa A la mierda
Yo, estoy lleno de mierda.
Tú, estás de mierda hasta eI cuello.
Estamos todos llenos de miedos de mierda
MUC\O mAS por qué, entonces, tratar de ser felices,
dibujar sonrisas, disfrazar mentiras,
Más, más, más, más... mucho más frustrarnos en pos de buenos sentimientos.
Hay que equivocarse mucho más La vida es una mierda
andar por caminos que no entienden de huÍdas El trabajo en una mierda
seguir por callejones que no tienen final Cucho me temo que la rebelión es cucho
y volver a empezar sin miedo me temo que el ¿rmor son dos mierdas que se juntan
sin miedo a la vida, para oler aún peor.
a que no exista verdad. A qué esperamos, entonces,
para esculpir el asco en nuesúos rostros.
Hay que eqüvocarse más, mucho más
Reventar eI cartel que pone SALIDA
No hay salida!
Pero se puede entrar más
más, más, más, más
mucho más.
Conjugando el S.XXI
Yo paso de todo
Tú miras hacia otro lado
Él pasaba por allí
ElIa agacha la cabeza
Por orden ministerial queda definitivamente abolido elvocablo
"Nosotros"
Vosotras os ponéis de rodillas
Ellas se juntan,
se juntan y siembran
semillas de barro.
32 LAS HOJAS DEL FORO
I
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Alfonso MartÍn González
ANCELS OF HARLEIV. NY. 2OI I
Rotulador sobre papel
TÉ
¿POR QUE TAMOSSIEMPRE APARCAOS
EN MISMO SITIO2 VAMO5DAR UNA VUELTA.