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HOMBRES, DIOSES Y BESTIAS DE FERNANDO OSSENDOWSKI Vopus.org Es interesante y casi imprescindible para comprender bien esta obra extraordinaria, verdadera serie de aventuras terribles y apasionadoras, tan llenas de color que a veces parecen inventadas y en ocasiones diríanse arrancadas de una realidad pretérita, dar a conocer, siquiera sea con brevedad, la personalidad de su autor y los antececlentes: del hombre a quien los acontecimientos anormales de nuestra época sometieron a tan duras pruebas, a la condición de Robinsón Crusoé del siglo XX y a la de veraz explorador y revelador de las fuerzas misteriosas  políticas y religiosas que ha cen vibrar el coraz ón de Asia. Fernando Ossendowski es un sabio ilustre, un escritor pataco, de pluma ágil y colorista, y un observador perspicaz, cuyos méritos científicos garantizan la exactitud de cuanto relata. En la actualidad es profesor de la Escuela de Guerra de Varsovia, as¡ como también en la de Estudios Comerciales Superiores de la misma capital. En 1899 y 1900, Ossendowski siguió los cursos de la Sorbona y trabajó en el laboratorio de física y química de los señores Trost y Bouty. Durante la exposición de 1900 formó parte de la Comisión de técnicos en la sección de Química. Reconocido merecidamente corno una autoridad en el  problema de las minas de carbón de las orillas del Pacífico, desde el estrecho de Behring hasta Corea, descubrió también un gran número de minas de oro en Siberia. Sirvió en el ejército ruso como alto comisario de combustibles, a las órdenes del general Kuropatkine, durante la guerra ruso-japonesa. En el transcurso de la Gran Guerra fué enviado a Mongolia en misión especial de investigaciones, y entonces empezó a hablar la lengua de este  país. Durante algunos años fué consejero técnico del conde Witte para los asuntos industriales cuando este último perteneció al Consejo de Estado. Se ha distinguido en varios trabajos científicos que le valieron ser nombrado profesor de Química industrial en el Instituto politécnico de Petrogrado, donde también desempeñó al mismo tiempo la cátedra de Geografía Económica. Su experiencia como ingeniero de minas le llevó al Comité ruso de minas de oro y platino, y más tarde a la dirección del periódico Oro y Platino. Se dió a conocer como periodista y escritor, tanto en lengua polaca como en la rusa, con quince volúmenes de interés general, sin contar numerosos estudios científicos. La declaración de guerra le halló agregado como consejero técnico en el Consejo Superior de Marina. Después de la revolución pasó a ser profesor en el Instituto Politécnico de Omsk de donde Kolchack te sacó para darle un cargo en el Ministerio de Hacienda y Agricultura del Gobierno de Siberia. La caída del almirante Kolchak motivó su fuga a los bosques de Yenisei y le dió ocasión para escribir . Un capitulo de su vida parece estar en contradicción con sus opiniones declaradas, cuando en realidad sus actos estuvieron también entonces de acuerdo con sus principios. Hacia el fin de 1905 presidió el Gobierno revolucionario del Extremo Oriente, cuyo cuartel general estaba en Karbine. Compartiendo con infinidad de súbditos rusos el amargo desengatio causado por la actitud del Zar, repudiando los términos de su manifiesto de 17 de octubre de 1905, Ossendowski consintió en ponerse al frente del movimiento separatista, que debla segregar ta Siberia Oriental del resto de Rusia. Durante dos meses dirigió los esfuerzos organizados para tal fin, creando subcomités en Vladivostock, Blagovestehenst y Tchita. Cuando la revolución de 1905 fracasó, arrastró en su caída a esta avanzada del Extremo Oriente. En la noche del 15 al 16 de enero de 1906, Ossendowski fué detenido al mismo tiempo que sus  principales asociados. Avisado con anticipación, hubiese podido huir, pero prefirió compartir la suerte de sus camaradas, y, condenado a muerte, le fué conmutada la pena por la de dos años

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    HOMBRES, DIOSES Y BESTIASDE

    FERNANDO OSSENDOWSKIVopus.org

    Es interesante y casi imprescindible para comprender bien esta obra extraordinaria, verdadera

    serie de aventuras terribles y apasionadoras, tan llenas de color que a veces parecen inventadasy en ocasiones diranse arrancadas de una realidad pretrita, dar a conocer, siquiera sea conbrevedad, la personalidad de su autor y los antececlentes: del hombre a quien losacontecimientos anormales de nuestra poca sometieron a tan duras pruebas, a la condicin deRobinsn Cruso del siglo XX y a la de veraz explorador y revelador de las fuerzas misteriosaspolticas y religiosas que hacen vibrar el corazn de Asia.

    Fernando Ossendowski es un sabio ilustre, un escritor pataco, de pluma gil y colorista, y unobservador perspicaz, cuyos mritos cientficos garantizan la exactitud de cuanto relata. En laactualidad es profesor de la Escuela de Guerra de Varsovia, as como tambin en la de EstudiosComerciales Superiores de la misma capital.

    En 1899 y 1900, Ossendowski sigui los cursos de la Sorbona y trabaj en el laboratorio de fsicay qumica de los seores Trost y Bouty. Durante la exposicin de 1900 form parte de la Comisinde tcnicos en la seccin de Qumica. Reconocido merecidamente corno una autoridad en elproblema de las minas de carbn de las orillas del Pacfico, desde el estrecho de Behring hastaCorea, descubri tambin un gran nmero de minas de oro en Siberia.

    Sirvi en el ejrcito ruso como alto comisario de combustibles, a las rdenes del generalKuropatkine, durante la guerra ruso-japonesa. En el transcurso de la Gran Guerra fu enviado aMongolia en misin especial de investigaciones, y entonces empez a hablar la lengua de estepas. Durante algunos aos fu consejero tcnico del conde Witte para los asuntos industriales

    cuando este ltimo perteneci al Consejo de Estado. Se ha distinguido en varios trabajoscientficos que le valieron ser nombrado profesor de Qumica industrial en el Instituto politcnicode Petrogrado, donde tambin desempe al mismo tiempo la ctedra de Geografa Econmica.Su experiencia como ingeniero de minas le llev al Comit ruso de minas de oro y platino, y mstarde a la direccin del peridico Oro y Platino. Se di a conocer como periodista y escritor, tantoen lengua polaca como en la rusa, con quince volmenes de inters general, sin contarnumerosos estudios cientficos. La declaracin de guerra le hall agregado como consejerotcnico en el Consejo Superior de Marina. Despus de la revolucin pas a ser profesor en elInstituto Politcnico de Omsk de donde Kolchack te sac para darle un cargo en el Ministerio deHacienda y Agricultura del Gobierno de Siberia. La cada del almirante Kolchak motiv su fuga alos bosques de Yenisei y le di ocasin para escribir .

    Un capitulo de su vida parece estar en contradiccin con sus opiniones declaradas, cuando enrealidad sus actos estuvieron tambin entonces de acuerdo con sus principios. Hacia el fin de1905 presidi el Gobierno revolucionario del Extremo Oriente, cuyo cuartel general estaba enKarbine. Compartiendo con infinidad de sbditos rusos el amargo desengatio causado por laactitud del Zar, repudiando los trminos de su manifiesto de 17 de octubre de 1905, Ossendowskiconsinti en ponerse al frente del movimiento separatista, que debla segregar ta Siberia Orientaldel resto de Rusia. Durante dos meses dirigi los esfuerzos organizados para tal fin, creandosubcomits en Vladivostock, Blagovestehenst y Tchita. Cuando la revolucin de 1905 fracas,arrastr en su cada a esta avanzada del Extremo Oriente.

    En la noche del 15 al 16 de enero de 1906, Ossendowski fu detenido al mismo tiempo que susprincipales asociados. Avisado con anticipacin, hubiese podido huir, pero prefiri compartir lasuerte de sus camaradas, y, condenado a muerte, le fu conmutada la pena por la de dos aos

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    de prisin, debido a la intervencin del conde Witte, Encarcelado en distintos puntos de Siberia,fu despus trasladado a la fortaleza de Pedro y Pablo, en Petrogrado.

    Su estancia en las prisiones criminales de Siberia te vali un nuevo indulto y recobr la libertad en1907.

    En el momento de la conferencia de Washington, Ossendowski estaba agregado a la Embajadade Polonia como consejero tcnico para los asuntos del Extremo Oriente.

    Hace poco public un notable folleto sobre la poltica. asitica de los soviets.

    Tal es, sumariamente referida, la accidentada vida de Fernando Ossendowski, hombre de cienciay de accin, verdaderamente representativo de la poca y la sociedad en la que tan brillantepapel viene desempeando.

    LEWIS S. PALEN.

    A BRAZO PARTIDO CON LA MUERTE

    CAPITULO PRIMERO

    EN LA SELVA

    AL comenzar el ao 1920 me hallaba yo en Siberia, en Krasnoiarsk. La ciudad est situada oorillas del Yenisei, ese ro majestuoso que tiene por cuna las montaas de Mongolia bafadas desol y que va a verter el calor y la vida en el Ocano Artico, A su desembocadura fu Nansen dosveces para abrir al comercio europeo una ruta hacia el corazn del Asia. All, en lo ms profundodel tranquilo invierno de Siberia, fui bruscamente arrastrado en el torbellino de la revolucindesencadenada por toda la superficie de Rusia, sembrando en este rico y apacible pas lavenganza, el odio, el asesinato y toda clase de crmenes que la ley no castiga. Nadie poda preverla hora que haba de sealar su destino. Las gentes vivan al da, salan de sus casas sin saber sipodrian volver a ellas o si no seran prendidas en la calle y sepultadas en las mazmorras delComit revolucionario, parodia de justicia, ms terrible y sanguinaria que la de la Inquisicin.

    Aunque extranjeros en ese pas trastornado, tampoco estbamos a salvo de las persecuciones.

    Una maana que fui a visitar a un amigo, me informaron de repente que veinte soldados delejrcito rojo hablan cercado m casa para detenerme y que me era preciso huir. En seguida pedprestado a mi amigo un traje usado de caza, cog algn dinero y me escap a pie y muy de prisapor las callejuelas de la ciudad. Llegu pronto a la carretera y contrat los servicios de uncampesino, que en cuatro horas me transport a treinta kilmetros, ponindome en el centro deuna regin muy forestal. Por el camino haba comprado un fusil, trescientos cartuchos, un hacha,

    un cuchillo, una manta de piel de carnero, t, sal, galletas y un pero]. Me intern en el corazn delbosque hasta una cabaa abandonada y' medio quemada Desde aquel da me convert en unverdadero trapense, pero realmente, por entonces, no me figur todo el tiempo que iba adesempear ese papel. A la maana siguiente, me dediqu a la caza y tuve la buena suerte de

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    matar dos gallos salvajes. Descubr numerosos rastros de gamos y todo ello me tranquiliz encuanto al problema de la alimentacin. Sin embargo, mi permanencia en aquel sitio no durmucho. Cinco das despus, al volver de la caza, divis unas volutas de humo que partan de lachimenea de mi choza. Me acerqu con precaucin a la cabaa y tropec con dos caballosensillados, en los que haba sujetos a las sillas los fusiles de unos soldados. Dos hombres sinarmas no podan intimidarme a m que estaba armado, por lo que, atravesando rpidamente el

    claro del monte, entr en mi guarida. Dos soldados sentados en el banco se levantaronasustados. Eran bolcheviques. Sobre sus gorros de astrakn se destacaban las estrellas rojas yprendidos en las guerreras ostentaban los rojos galones. Nos saludamos y nos sentamos. Lossoldados hablan ya preparado el t y lo tomamos juntos, charlando, pero no sin examinarnos conaire cauteloso. A fin de desvanecer sus sospechas, les refer que era cazador, que no pertenecaal pas y que habla venido a l. porque la regin abundaba en cebellinas. Ellos me dijeron queformaban parte de un destacamento de soldados enviados a los bosques para perseguir a lossospechosos.

    -Ya comprenderis, camarada -me dijo uno de ellos-, que andamos en busca de contrarrevolucionarios para fusilarlos.

    No necesitaba estas explicaciones para darme cuenta de sus propsitos. Procur cuanto pude ycon todos mis actos hacerles creer que era un simple labriego, cazador y que nada tena que vercon los contrarrevolucionarios. Luego pens largo rato adnde debera dirigirme tan pronto meabandonasen mis poco gratos visitantes. Caa la noche. En la obscuridad sus tipos eran todavamenos simpticos. Sacaron sus cantimploras de vodka, se pusieron a beber y el alcohol notard en producir visibles efectos. Alzaron el tono de voz y se interrumpieron continuamente,jactndose M nmero de burgueses que haban matado en Krasnoiarsk y del de cosacos quehaban hecho perecer bajo el hielo del ro. Luego empezaron a reir pero pronto se fatigaron y seprepararon a dormir. De improviso y sin sospecharlo, se abri bruscamente la puerta de lacabaa; el vaho de la estancia, de atmsfera enrarecida, se escap al exterior corno tina

    humareda, y mientras que los vapores se disipaban, vimos surgir de en medio de una nube,parecido a un genio de cuento oriental, a un hombre de elevada estatura, de rostro enflaquecido,vestido como un campesino, tocado con un gorro de astrakn y abrigado con una larga manta depiel de carnero, quien, de pie desde el umbral de la puerta, nos amenazaba con su carabina. Enel cinturn llevaba el hacha, sin la que no pueden pasar los labradores de Siberia. Sus ojos, vivosy relucientes como los de una bestia salvaje, se fijaron alternativamente en cada uno de nosotros.Bruscamente se quit el gorro, hizo la seal de la cruz y nos pregunt:

    -Quin es el amo aqu?

    -Yo-respondi.

    -Puedo pasar la noche en esta cabaa?

    -S-contest-; hay sitio para todo el mundo. Tornar una taza de t. An est caliente.

    El desconocido, recorriendo constantemente con la vista la extensin de la estancia, nos examiny repar en cuantos objetos haba en ella, despojndose despus de su abrigo y colocando elfusil en un rincn del cuarto. Vise entonces que vesta una vieja chaqueta de cuero y unpantaln ajustado, hundido en unas altas botas de fieltro. Tenla el rostro juvenil, fino y algo burln;los dientes, blancos y agudos, relucanle, mientras que sus ojos parecan traspasar lo que

    miraban, Observ los mechones grises de su alborotada cabellera. Unas arrugas de amargura aambos lados de la boca revelaban una vida inquieta y peligrosa. Ocup un asiento cerca de sucarabna y puso el hacha en el suelo, al alcance de la mano.

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    -Qu? Es tu mujer?-le pregunt uno de los soldados borrachos indicando el hacha.

    El campesino le mir tranquilamente, con ojos impasibles, dominados por espesas cejas, y lereplic con pasmosa serenidad:

    -En estos tiempos se corre el riesgo de tropezar con toda clase de gentes y un hacha buena da

    mucha seguridad.Comenz a beber su t con avidez mientras que sus ojos se fijaron en m repetidas veces,pareciendo interrogarme con la expresin que en sus miradas pona, y luego escudriaba con lavista todo cuanto le rodeaba, como para buscar una contestacin que calmase sus inquietudes.Lentamente, con vez penosa y reservada, respondi a todas las preguntas de los soldados, alpaso que beba el t bien caliente; luego vol, vi la taza boca abajo para indicar que habaconcluido, poniendo sobre ella el terroncito de azcar que le quedaba, y dijo a los bolcheviques:

    -Voy a ocuparme de mi caballo y desensillar los vuestros al mismo tiempo.

    - Convenido - respondi el soldado medio dormido Traednos tambin los fusiles.

    Los soldados, tumbados en los bancos, slo nos dejaron el suelo a nuestra disposicin.

    El desconocido volvi pronto, trayendo los fusiles, que puso

    en un rincn obscuro. Dej las monturas en el suelo, se sent encima y se puso a quitarse lasbotas. Los soldados y mi nuevo husped roncaron bien pronto, pero yo permanec despiertopensando en lo que deba hacer. Al fin, cuando apuntaba el alba, me adormec para no

    despertarme hasta el pleno da; ya el forastero no estaba all. Sal de la cabaa y le vi ocupado enensillar un magnfico caballo bayo.

    -Os vais?-le dije.

    -S, pero esperar para irme con los camaradas- murmur- luego volver.

    No le interrogu ms y slo le dije que le esperara. Quit los sacos que llevaba colgados de lasill, los ocult en un rincn quemado de la choza, asegur os estribos y la brida, y mientras queacababa de ensillar, me dijo sonriendo:

    -Estoy dispuesto. Voy a despertar a los camaradas.

    Pasada media hora de haber tomado el t, mis tres visitantes se despidieron. Qued fuerarecogiendo lea para encender lumbre. De improviso, a lo lejos, unos disparos de fusil re~sonaron en los bosques. Uno primero, luego otro. Despus volvi el silencio. Del sitio dondehaban tirado, unas gallinceas, asustadas, volaron pasando sobre mi cabeza. En la copa de unpino, un grajo lanz un grito. 01 un buen rato para inquirir si alguien se aproximaba a mi cabaa,pero todo estaba silencioso.

    En el bajo Yenisei anochece temprano. Encend fuego en mi estufa y comenc a calentar mi

    sopa, prestando atencin a cuantos ruidos venan de fuera. Muy bien comprenda claramente queen ningn momento la muerte se separaba de mi lado, y que poda aduearse de ni por todos losmedios: el hombre, la bestia, el fro el accidente o la enfermedad. Saba que nadie haba deacudir en mi ayuda, que mi suerte se hallaba en las manos de Dios, en el vigor de mis brazos y

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    mis piernas, en la precisin de mi tiro y en mi serenidad de espri. tu. Sin embargo, escuchintilmente No me di cuenta del re~ greso del desconocido. Como la vspera, se present en elum. bral por arte de magia. A travs de la niebla distingu sus ojos risueos Y su fino rostro. Entren la cabafia y ruidosamente puso tres fusiles en el rincn.

    -Dos caballos, des fusiles, dos monturas, dos cajas de galletas, medio paquete de t, un saquito

    de sal, cincuenta cartuchos, dos pares de botas -enumer jovialmente-. Hoy hemos hecho,buena caza!

    Le mir sorprendido.

    -Qu le asombra? -dijo riendo-. Komun ujuy eU lovarischi? Quin se preocupa de esagentuza? Tomemos el t y a -dorrair. Maana le conducir a un lugar ms seguro y podrcontinuar su viaje.

    CAPTULO 11

    EL SECRETO DE MI COMPAERO DE CAMIO

    AL rayar el alba partimos abandonando mi primer refugio. Pusimos en los sacos todos nuestrosefectos personales, y estibamos los sacos en una de las monturas.

    -Es preciso que recorramos quinientas o seiscientas verstas -dijo con tono calmoso micompaero, que se llamaba Ivn, nombre que nada deca a mi alma ni a mi imaginacin, en unpas donde un hombre de cada dos se llama de ese modo.

    -Viajaremos, pues, mucho tiempo? -exclam con pena.

    -No ms de una semana; tal vez menos- me respondi.

    Aquella noche la pasamos en los bosques, bajo las anchas ramas de las frondosas copas de losabetos. Fu mi primera noche en la selva, al aire libre. Cuntas noches semejantes estabadestinado a pasar as durante los diez y ocho meses de -mi vida errante! De da haca un ro muyintenso. Bajo las patas de nuestros caballos la nieve helada rechinaba, se moldeaba bajo suscascos, para desprenderse y rodar por la superficie endurecida con ruido de vidrio roto. Las avesvolaban de rbol en rbol perezosamente; las liebres descendan con suavidad a lo largo de loscauces de los torrentes estivales. Al atardecer el viento comenzaba a gemir y silbar, doblando las,,copas de los rboles por encima de nuestras cabezas, mientras que a ras de tierra todopermaneca tranquilo y silencioso.

    Hicimos alto en un barranco profundo, bordeado de corpulentos rboles, y habiendo encontradoen l abetos derribados, los cortamos en leos para encender fuego, y despus de haberpreparado el t, pudimos comer. ,

    Ivn trajo dos troncos de rboles, los escuadr por un lado con su hacha, los coloc uno sobre el

    otro juntando cara a cara los lados escuadrados, y luego socav en los extremos un boquete queles separ unos nueve o diez centmetros Entonces colocamos unos carbones ardiendo enaquella hendidura, y contemplamos al fuego correr rpidamente a todo lo largo de los troncosescuadrados puestos cara a cara.

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    -Ahora tendremos fuego hasta maana por la maana -me dijo-. Es la nalda (1) de losbuscadores de oro; cuando vagamos por los bosques, verano e invierno, nos acostarnos siem prejunto a una nada. Es maravilloso! No tardaris en apreciarlo personalmente -continu. Cort dosramas de abeto y form un tejadizo inclinado, hacindolo descansar en dos montantes, endireccin de la naida Por encima de nuestro tejado de ramaje y de nuestra naida se extendan las

    ramas del abeto protector. Trajimos ms hojarasca, que esparcimos sobre la nieve y sobre eltejado; pusimos las mantas de las monturas en el suelo, y as hicimos un asiento en el que Ivnpudo instalarse. Luego se desnud de medio cuerpo para arriba, y entonces not que tena lafrente hmeda de sudor, el cual se enjug, as como el del cuello, con las mangas de su blusa.

    -Ahora s que estamos calientes! -exclam.

    Poco tiempo despus me vi obligado a quitarme el abrigo, y no tard en tenderme para dormir, sinninguna manta, mientras que ms all de las ramas de los abetos, y fuera de la naida reinaba unro cortante del que estbamos confortablemente protegidos. Desde aquella noche no he vuelto atener miedo al ro. Helado durante el da, a caballo, la naida me caldeaba gratamente de noche,

    permitindome descansar sin la pesada

    (1) Al final se inserta un vocabulario de las palabras rusa& o en idiomas asiticos empleadas enesta obra.

    manta, a cuerpo y con una ligera blusa, bajo la techumbre de los pinos y los abetos, luego dehaber bebido tina taza de t, siempre bienvenida.

    Durante nuestras etapas cotidianas, Ivn me cont historias de sus viajes entre las montaas ylos bosques de la Transbaikalia en busca del oro. Esas historias estaban llenas de vida, deaventuras atractivas, de peligros y luchas. Ivn era el tipo cl~sico de esos buscadores de oroque han descubierto en Rusia y quizs en los dems paises, los ms ricos yacimientos delpreciado nieta, sin lograr salir ellos de la miseria. Eludi decirme por qu haba dejado laTransbaikalia para venir al Yenisei. Comprend, por su proceder, que deseaba guardar el secretoy respet su reserva. Sin embargo, el velo misterioso que cubra esta parte de su vida se rasgun da por casualidad. Nos hallbamos ya en el sitio que nos habamos designado como meta denuestro viaje. Toda la jornada la hicmos con mucha dificultad a travs de espesos matorrales desauces, dirigindonos hacia la orilla del gran afluente de la, derecha del Yenisei, el Mana. Pordoquiera veamos senderos removidos por las patas de las liebres que viven en aquella malezaEstos pequeos habitantes blancos de los montes corran sin desconfianza de aqu para alldelante de nosotros. En otra ocasin vimos la cola roja de un zorro que nos acechaba ocultodetrs de una roca.

    Ivn caminaba silenciosamente Por fin habl y me dijo que a poca distancia de all estaba unpequeo afluente del Mana y que en la confluencia de ambos haba una cabaa.

    -Qu os parece? Llegaremos hasta ella o pasaremos la noche junto a la naida?

    Le aconsej que fusemos a la choza, pules deseaba lavarme, y adems porque tena ganas de

    pasar la noche debajo de un verdadero techo. Ivn frunci el cedo, pero acept.

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    Caa la noche cuando nos acercamos a una cabaa rodeada de in espeso monte y deframbuesos silvestres. Slo constaba de una, reducida habitacin con dos ventanasmicroscpicas y una enorme estufa rusa. Acosadas a la pared se en

    contraban las ruinas de un cobertizo y de una despensa. Encendimos la estufa y preparamosnuestra modesta cena. Ivn bebi en la cantimplora que haba heredado de los soldados y notard en sentirse elocuente; le brillaron los ojos y empez a pasarse las manos por su largacabellera. Comenz a referirme rirme la historia de tina de sus aventuras; pero de improviso sedetuvo y con el terror pintado en los ojos se volvi hacia uno de los sombros rincones.

    -Es una rata? -pregunt.

    -No he visto nada -respond.

    Call de nuevo, reflexionando, fruncido el entrecejo. Como entre nosotros era frecuente estarcallados horas enteras, no me sorprendi su mutismo. Mas me asombr que Ivn se apro. ximasea m principiando murmurar:

    -Quiero contaros una historia antigua. Yo tuve un amigo en Transbaikalia. Era un presidiariodesterrado. Se llamaba Gavronski. Por toda clase de bosques y montaas anduvimos juntos enbusca de oro, y tenamos los dos convenido repartirnos por igual todas las ganancias; peroGavronski parti de repente para la Taiga hacia el Yenisei y desapareci. Cinco aos despussupimos que haba descubierto una rica mina de oro y que se haba [lecho millonario, y luego,ms tarde, que l y su mujer hablan sido asesinados...

    Ivn permaneci silencioso un instante y prosigui:

    -Esta es su antigua cabaa. Aqu viva con su mujer, y por aqu, en alguna parte de este ro,encontraba el oro. Pero a nadie le dijo el sitio. Todos los habitantes de los alrededores saban queposea mucho dinero en el Banco y que haba vendido oro al Gobierno. Aqu les mataron.

    Ivn se adelant a la estufa, sac un tizn inflamado e, inclinndose ilumin una mancha delsuelo.

    -Veis estas manchas entre el suelo y la pared? Son las de su sangre, la sangre de Gavronski.Murieron, pero no revelaron el sitio donde se halla el oro. Lo extraan de un profundo agujero quehablan'

    cavado a la orilla del ro y que estaba oculto en la cueva, bajo el cobertizo. Nada quisieron decir...

    Dios, cmo les tortur! Les abras, les retorc los de ' dos, lesarranqu los ojos: intil todo; Gavronski muri sin descubrirsu secreto.

    Medit un minuto y en seguida me Un muy de prisa

    - -Todo esto me lo han in contado los campesinos.

    Tir el tizn al fuego y se tumb en el banco.

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    -Es llora de dormir. exclam secamente- Hasta maana

    Largo rato le escuch respirar y murmurar en voz baja mientras que se volva y revolva de unlado a otro fumando su pipa.

    A la maana siguiente abandonamos aquel paraje de crmenes y sufrimientos, y el sptimo da denuestro viaje alcanzamos el cerrado bosque de cedros que cubre las primeras estribaciones deuna larga cadena de montaas.

    - Aqu-me explic Ivn-estamos a ochenta verstas del grupo de casas ms prximo. La genteviene a estos bosques para coger nueces de cedro, pero slo por el otoo. Antes de esta estacinno encontraris a nadie. S dispondris de muchas aves y otros an males y de nueces enabundancia, de modo que os ser posible vivir aqu con cierto bienestar. Veis este ro? Cuandoqueris volver al mundo habitado, seguidle y a l os conducir.

    Ivn me ayud a construir una choza de adobe; pero en realidad era algo ms que esto, pues

    estaba constituida por las races de un gran cedro arrancado de la tierra, derribadoprobablemente durante un furioso vendaval. Estas races hacan un ancho hueco que me servade pieza principal, cercada por un lado con un paredn de tierra, consolidado por las racesdesgajadas del abatido tronco. Otras races ms recias formaron la armadura; el techo secompona de estacas y ramas entrecruzadas, que complet por medio de piedras para darleestabilidad y con nieve para proporcionarle calor. El acceso a la choza estaba abierto siempre,pero constantemente preservado por la naida protectora. En este antro, cubierto de nieve, pasdos verdaderos meses de esto, sin ver a ninguna criatura humana, sin contacto con el mundoexterior donde se desarrollaban

    tan importantes acontecimientos. En 'aquella tumba, bajo las races del derribado cedro, viv caraa cara con la naturaleza, teniendo por nicas compaeras de todos los instantes mis penas y misinquietudes concernientes a mi familia y la ruda lucha por la vida. Ivn se fu el segundo da y medej un saco de galletas y un poco de azcar. No he vuelto a verle.

    CAPITULO III

    LA LUCHA POR LA VIDA

    ENTONCES me qued solo. En torno mo no habla ms que los bosques de cedros eternamenteverdes, revestidos de nieve, los desnudos zarzales, el ro helado, y as, en cuanto alcanzaba lavista, ramas y troncos de rboles, o sea el inmenso ocano de cedros y de nieve. Taigasiberiana! Cunto tiempo tendr que vivir contigo? Me encontrarn aqu los bolcheviques?Averiguarn mis amigos dnde estoy? Qu ser de mi familia? Todas estas preguntas acudianconstantemente a mi cerebro con insistencia desoladora. Pronto comprend por qu Ivn mehaba servido de gua con tanto inters. Cierto que pasarnos por varios parajes tan ocultos yapartados de los hombres corno ste, en los que Ivn me hubiera podido haber dejado en plenaseguridad; pero siempre me asegur que me conducira a un lugar donde la vida me seriarelativamente fcil. En efecto, el encanto de este refugio solita. rio era la selva de cedros, lasmontaas cubiertas de esos bosques que se extienden por todas partes hasta el horizonte. El

    cedro es un rbol fuerte y esplndido, de ramaje ostentoso, tienda perpetuamente verde, queatrae bajo su proteccin a todos los seres vivos. Entre los cedros, la vida se halla sin cesar enefervescencia. Las ardillas saltaban incansables de rbol en rbol con bullicioso estrpito; loscascanueces lanzaban sus agudos gritos; una bandada de cardenales, de pechugas encarnadas,

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    pagaba entre las ramas como tina llamarada; un pequeo ejrcito de jilgueros haca irrupcinpoblando con sus silbidos el anfiteatro de verdura una liebre brincaba de mata en mata, y trasella, a hurtadillas seguiala la sombra apenas visible de un blanco armio arrastrndose sobre lanieve, al que acech largo rato, sin perder de vista el punto negro que bien saba era el extremode su cola,- un noble gamo se aproximaba adelantndose con precaucin sobre la nieveendurecida; en fin, desde lo alto de la montaa vino a visitarme el rey de la selva siberiana: el oso

    pardo. Todo esto me distrajo, expuls las negras ideas de mi espritu, me alent a perseverar.Tambin me gustaba, aunque era muy difcil, trepar hasta la cima de la montaa; sta sedesprenda del bosque y desde ella poda abarcar con la mirada hasta la lnea roja del horizonte.Era la escarpada y rojiza orilla opuesta del Yenisei. All se extendan los pases y las ciudades,all vivan los amigos y los enemigos y hasta pens haber determinado el punto donde resida mifamilia. Tal era el motivo por el cual Ivn me haba llevado all. A medida que transcurrieron losdas en aquella soledad, comenc a echar de menos amargamente su compaa, pues si bien erael asesino de Gavronski, se haba cuidado de m como un padre, ensillndome siempre elcaballo, partiendo la madera y haciendo cuanto poda para asegurar mi comodidad, Ivn habapasado numerosos inviernos con sus pensamientos, frente a frente con la naturaleza, cara a caracon Dios. Haba experimentado los horrores de la soledad y aprendido a soportarlos. A veces cre

    que si la muerte viniese a buscarme a mi solitario rincn, dedicara cuanto me restase de fuerzapara arrastrarme hasta la cima de la montaa con objeto de poder ver, antes de morir, por encimade] mar infinito de las montaas y de los bosques, el punto donde se bailaban los amados de micorazn.

    No obstante, esa vida me proporcionaba ampla matera de reflexin y ms an de ejercicio fsico.Era una lucha con

    por la existencia dura y spera. El trabajo ms penoso consista en la preparacin de los gruesosleos para la naida, Los troncos de los rboles derribados estaban cubiertos de nieve y pegadosal suelo por las heladas, Tuve que desenterrarlos, y luego, con la ayuda de un largo bastn a

    modo de palanca, levantarlos de sus puestos Para facilitar la tarea, me aprovisionaba de ellos enla montaa porque, aunque difcil de escalar, su declive me permita hacer rodar los troncoscuesta abajo. Pronto realic un esplndido descubrimiento: cerca de mi abrigo encontr unaenorme cantidad de alerces, esos gigantes del bosque, magnficos y sin embargo tristes, caldos acausa de un terrible huracn. Sus troncos estaban cubiertos de nieve, pero permanecanadheridos an a sus races por el sitio donde se hablan roto. Cuando hinqu el hacha en aquellasraces, el hierro se hundi por completo y me cost gran esfuerzo poderlo retirar, debido a que sehallaban llenas de resina. Los trozos de aquella madera se inflamaban con la ms leve chispa,por lo cual hice buen acopio de ellos, para encenderlos con rapidez y calentarme las manoscuando volva de caza o para hervir el agua del t.

    La mayor parte de los das la pasaba cazando. Llegu a comprender que me era precisoreglamentar diariamente el empleo del tiempo, a fin de distraerme de mis tristes y deprimentespensamientos. Generalmente, despus del t de la maana iba al bosque en busca de urogallos.Luego de matar uno o dos, empezaba a preparar mi almuerzo, siempre ajustado a un sencillsimomen, pues se compona de caldo de aves con un puado de galletas, seguido deinterminables tazas de t, bebida imprescindible en los bosques. Un da, estando de caza, o unruido en los espesos matorrales, y al mirar atentamente en torno mo, divis las puntas de loscuernos de un venado. Trep hacia l, pero el animal, desconfiado, sinti que me acercaba, y congran estruendo sali precipitadamente de la espesura: vile con claridad detenerse en la ladera dela montaa despus de haber recorrido unos trescientos pasos prximamente. Era un estupendo

    ejemplar de

    pelaje gris obscuro, de espinazo casi negro y del tamao de una vaca pequea. Apoy nicarabina en una rama y dispar. El animal di un gran salto, corri algunos pasos y cay.

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    jadeante, me acerqu a l; pero se levant, y medio saltando, medio arrastrndose, subimontaa arriba. Una segunda bala le detuvo Gan una buena alfombra para mi choza yabundante provisin de carne. Adems coloqu su cornamenta en las ramas de mi pared y mesirvi de magnfica percha.

    A pocos kilmetros de mi morada presenci una curiosa escena. Haba all un lodazal cubierto de

    hierbas y esmaltado de arndanos, donde los urogallos y las perdices acudan habitualmentepara comer bayas. Me acerqu sin hacer ruido por detrs de las matas y -vi todo un bando degallos silvestres escarbando la nieve en busca de bayas. Mientras que contemplaba la escena, deimproviso, una de las aves remont el vuelo, y las dems, asustadas, la imitaron inmediatamente.Con gran sorpresa ma, la primera comenz a elevarse describiendo espirales y luego sedesplom de repente, corno fulminada. Cuando me aproxim al cuerpo del ave muerta, salt detinto a l un armio rapaz que se ocult debajo del tronco de un rbol cado. El cuello de lavctima estaba desgarrado. Entonces comprend que el arrrifflo se haba lanzado sobre el gallo yque, cogido a su cuello, haba sido elevado en el aire por el pobre bicho, cuya sangre estabachupando, ocasionando el pesado desplome que presenci.

    As! viv en una lucha de cada da, corrodo cada vez ms por la amargura de mis tristespensamientos. Pasaron los das y las semanas y no tard en sentr entibiarse el soplo del viento.En las calvas del monte, la nieve comenz a derretirse; a trechos, los arroyuelos hicieron suaparicin. Otro da vi una rnosca o una araa que se haba despertado tras de aquel rudoinvierno. Se acercaba la primavera. Comprend que en esa estacin me seria imposible salir delbosque. Todos los rios se desbordaban; los pantanos se ponan intransitables; los senderos de lamontaa se transformaban en rpidos torrentesDme cuenta de que irremisiblemente estaba condenado a pasar el verano en forzosa soIe dad.

    La primavera se enseore imperiosa del bosque, la montaa se despoj de su manto de nieve yse mostr con sus rocas, sus troncos de abedules y de lamos y los conos de sus hormigueros.El ro, aqu y all, rompa su cubierta de hielo, y sus olas apresuradas corran espumescentes y

    bulliciosas.

    PESCAA

    Un da, cazando, me aproximaba a la orilla, cuando divis un banco de grandes peces de lomosrojizos, que parecan llenos de sangre. Nadaban a flor de agua disfrutando de los rayos del sol.Una vez que el ro qued libre de hielos, los peces aparecieron en enormes cantidades. Prontoles vi que remontaban la corriente por ser la poca del desove, que efectan en los pequeosarroyos. Entonces decid emplear un mtodo de pesca prohibido por la legislacin ilacin de todoslos paises;pero los gobernantes y los legisladores tendrn que mostrarse indulgentes con unhombre que, viviendo en una madriguera al amparo de las races de un rbol derribado, os violarsus leyes razonables.

    Recogiendo ramas de abedul y pobos, constru en el lecho de] ro un dique, que los peces nopodan trasponer, y pronto les vi que intentaban franquearlo saltando por encima de l# Cerca dela orilla dispuse una abertura en mi barrera, aproximad aproximadamente a unos cincuentacentmetros de la superficie, y fij aguas arriba una especie d cesto, tejido con tallos flexibles desauce, donde los peces llegaban pasando por el boquete del dique. Yo les acechaba y al pasarles golpeaba cruelmente en la cabeza con una fuerte estaca. Todos los que cog pesaban ms detreinta libras; algunos excedan de las ochenta. Esta clase de peces se llama taimen y pertenece

    a la familia de las truchas, pero no es la mejor del Yenisei.

    Dos semanas ms tarde, habiendo terminado de pasar los peces y no sirvindome para nada elcesto, volv a dedicarme a la caza.

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    CAPTULO V

    UN VECINO PELIGROSO

    La caza era cada da ms fructuosa y agradable a medida que la primavera traa la vida, Por la

    maana, al romper el alba, el bosque se llenaba de voces extraas e incomprensibles para loshabitantes de las ciudades. El gallo salvaje cloqueaba y entonaba su canto de amor encaramadoen las altas ramas de un cedro, contemplando con admiracin a la gallina gris que escarbaba lashojas secas debajo de l. No era difcil acercarse al emplumado tenor y de un, certero tiro hacertedescender de las alturas lricas a ms tiles funciones. Mora en plena eutanasia, en un xtasisde amor, que de nada le permita enterarse. En las calveras, los gallos negros de largas colasmanchadas se peleaban, mientras que las hembras se pavoneaban cerca de ellos estirando elcuello, cacareando, en comadreo, sin duda, sobre sus belicosos galanes, a los que mirahanembelesadas. A lo lejos, grave y profunda, plena de ternura y deseo, resonaba la llamada deamor del ciervo, mientras que de los picos montaosos descenda el bramido breve y tembln delgamo monts. Por los matorrales brincaban las liebres y con frecuencia, a corta distancia, un

    zorro rojo agazapado contra el suelo espiaba stt presa. Nunca vi lobos; no suele haberlos en lasregiones abruptas y enmaraadas de Siberia. Pero tena por vecino a otro feroz animal y uno delos dos

    debla ceder el sitio. Un da, al volver de la caza con un gran urogallo, distingu de improviso entrela maleza una masa negra y movediza. Me detuve, y mirando atentamente vi un oso horadandocon todas sus fuerzas un hormiguero. Me sinti, gru con violencia y se alej rpidamente,asombrndome la velocidad de su torpona marcha. A la maana siguiente, cuando yo dormatodava envuelto en mi manta me sobresalt un ruido procedente del exterior de mi choza. Mircon precaucin y descubr al oso. Estaba enderezado sobre las patas traseras y resollaba confuerza preguntndose qu especie de criatura viviente haba adoptado las costumbres de sus

    congneres, albergndose durante el invierno debajo de los troncos de los rboles derribados.Lanc un grito y golpe el perol con un hacha. Mi madrugador visitante huy a toda velocidad,pero su visita me fue sumamente desagradable. Esto ocurri al empezar la primavera, y el oso nodeba haber abandonado tan pronto sus cuarteles de invierno. Era el oso hormiguero, tipoanormal, desprovisto de la cortesa de que se enorgullecen las especies superiores de la raza.

    Saba que los hormigueros son irritables y audaces, de modo que me prepar a la defensa y alataque, Mis preparativos terminaron pronto. Embot el extremo de cinco de mis cartuchos,convirtindolos as en balas dum-dum, argumento ms al alcance del entendimiento de miantiptico vecino. Envuelto en mi manta me dirig al sitio donde por primera vez haba visto alanimal, en el que abundaban los hormigueros. Di la vuelta a la montaa, explor todos losbarrancos, pero no consegu tropezar con el intruso Cansado y desengaado, me aproximaba ami choza, sin desconfianza, cuando de improviso avist al rey del bosque, que acababa de salirde mi humilde vivienda y que, puesto de pie, -resollaba a la entrada de ella Hice fuego. La bala leatraves el costado. Rugi de dolor y de rabia y se irgui an ms sobre las patas traseras. Lasegunda bala le rompi una pata y entonces se agach, pero en seguida, arrastrando la pataherida, intent sostenerse en pie, avanzando para atacarme. Slo la tercera bala, recibida enmedio del pecho, le detuvo. Pesaba unas doscientas o doscientas cincuenta libras, por lo quepude calcular, y su carne era muy sabrosa, especialmente en albndigas, que asaba sobre unaspiedras calentadas y que por lo hinchadas y apetitosas me recordaban las finas tortillas sopladasque tanto aprecibamos en el Medved de Petrogrado, Con esta provisin de carne, que tan af

    afortunadamente ente vino a enriquecer ni despensa, viv desde entonces hasta la poca en queel terreno se sec y en que el nivel de las aguas baj lo suficiente para permitrme descender porel ro hacia el pas que Ivn me haba indicado.

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    Viajando, siempre con grandes precauciones, recorr la orilla del ro a pie, llevando de miscuarteles de invierno todo m ajuar envuelto en el saco de piel de gamo que habla fabricadoatando las patas del animal con un tosco nudo. As cargado, vade los pequeos arroyos ychapote en los lodazales que hallaba en mi camino. Despus de andar tinas cincuenta millasgan el pas nombrado Siikova, donde encontr la choza de un campesino llamado Tropoff, lacual estaba situada muy cerca del bosque que haba llegado a ser mi ambiente natural. Con l

    resid una temporada.Hoy, en medio de la seguridad y la paz inimaginables en que vivo, mi experiencia de la taigasiberiana me inspira algunas reflexiones. En nuestra poca, en todo individuo sano de cuerpo yde espritu, la necesidad hace renacer los instintos del hombre primitivo, cazador y guerrero, paraayudarle en su lucha con la Naturaleza. El hombre cultivado tiene la superioridad sobre el serinculto de poseer la ciencia y la energa suficientes para triunfar; pero paga caro tal privilegio,nada ms horrible en la soledad absoluta que el convencimiento de ese aislamiento completo detoda sociedad humana de toda cultura moral y esttica. Un instante de debilidad o de sombrademencia puede apoderarse de ese hombre y conducirle a la inevitable destruccin. He pasadodas horribles luchando con el hambre y el ro, pero aun pas das ms espantosos luchando con

    toda mi voluntad canta mis pensamientos deprimentes y destructores. El recuerdo de

    aquellos das me hiela el corazn, y ahora mismo los revivo de nuevo, tan claramente, al escribirel relato de mis sufrimientos, que me sumen en un estado de terror. Debo decir tambin que lospases llegados a un alto grado de civilizacin descuidan demasiado esa parte de la educacintan necesaria al hombre, si se ve reducido a las condiciones primitivas de la lucha por la vidacontra la Naturaleza. Es, sin embargo, la nica manera normal de desarrollar una generacinnueva de hombres sanos y fuertes, cuya voluntad y msculos de hierro se combinen a la par conlos temperamentos sensibles.

    La Naturaleza destruye al dbil,', pero ayuda al fuerte, despertando en el alma emociones que

    perduran latentes en las condiciones modernas de la vida en las ciudades.

    CAPTULO VI

    EL TRABAJO DE L RIO

    Mi permanencia en la regin de Sifkova no se prolong mucho, pero la emple provechosamente.Al principio envi a un hombre de toda mi confianza a mis amigos de Krasnoiarsk, quienes meremitieron ropa blanca, calzado, dinero, un botiqun de farmacia, y lo que era ms importante, unfalso pasaporte, puesto que los bolcheviques me daban por muerto. Luego medit acerca del plande conducta que las circunstancias me aconsejaban. Pronto las gentes de Sifkova supieron que elcomisario del gobierno de los soviets vendra a requisarles el ganado para el ejrcito rojo. Erapeligroso para m continuar all. Esper slo a que el Yenisei se desembarazase de su gruesacorteza de hielo que an le bloqueaba, aunque ya el deshielo haba libertado a los pequeoscursos de agua y los rboles aparecan revestidos de su follaje primaveral. Por mil rublos contrata un pescador que consinti en trasladarme aguas arriba del ro, hasta una mina de oroabandonada, en cuanto el ro, que slo estaba franco en algunos sitios, que

    dase por con, pleto libre de su helado caparazn. Al fin, una maana o! un ruido ensordecedorparecido a un formidable caonazo, y corr a ver lo que ocurra: el ro haba levantado la masa dehielo y luego la dejaba caer para deshacerlo. Me precipit a la orilla y asist a un espectculo

    terrible y majestuoso. El ro haba acarreado un enorme volumen de hielo des

    pedido en la porcin Sur de su curso, y lo transportaba hacia el Norte bajo la costra espesa quecubra an ciertas partes del ro; pero este impulso haba roto la barrera invernal del Norte y

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    soltado toda aquella mole grandiosa en un ltimo empuje hacia el Ocano Artico. Yenisei, elpadre Yenisei, el hroe Yenisei, es uno de los rios ms largos de Asia, profundo y magnfico, entoda la extensin de su curso medio, donde discurre franqueado y encajonado como en un canpor altas y escarpadas montaas. La enorme masa haba traido kilmetros de campos de hielo,desmenuzndolos en los rpidos y en las rocas aisladas, hacindolos girar en remolinosenfurecidos dos, levantando en partes enteras los negros caminos del invierno, arrastrando las

    tiendas construidas para las caravanas que van en esa estacin de Minusinsk a Krasnoiarsk porla helada ruta. De cuando en cuando, la ola detena su curso, el mugido comenzaba y losmontones de hielo aplastados, apilados a veces hasta una altura de diez metros formaban unmuro para el agua que detrs de el suba rpidamente, inundaba los terrenos bajos, lanzandosobre el suelo descomunales masas de hielo. Entonces el poder de las aguas, reforzado, seprecipitaba al asalto del dique y le empujaba ro abajo con estrpito de cristales rotos. En losrecados de los afluentes y contra los peascos se formaban terribles caos. Enormes bloques dehielo se enredaban, atropellndose, algunos, proyectados al aire, venan a destrozarsetumultuosamente contra los otros ya situados all o precipitados contra los acantilados, y lasmrgenes arrancaban rocas, tierras y rboles de lo ms alto de las orillas escarpadas. A todo lo!algo de las bajas fiberas, con una improvisacin que hace del hombre un pigmeo, ese gigante de

    la Naturaleza alza un gran muro de hielo de quince o veinte pies de altura, que los campesinosllaman Zaberegs, a travs del cual, para llegar al ro, tienen que abrirse paso. He visto al Titnrealizar una hazaa increble: un bloque de varios pies de grueso y de bastantes metros delongitud, fu arrojado al aire y cay, aplastando unos arbolitos a ms de veinte metros de la orilla.

    Contemplando la gloriosa retirada del ro, me colm de terror y de indignacin ante el espectculode los espantosos despojos que el Yenisei arrastraba en su deshielo anual. Eran los cadveresde los contrarrevolucionarios ejecutados, oficiales, soldados y cosacos del antiguo ejrcito delgobernador general de toda la Rusia antibolchevi que, el almirante Kolchak, y era tambin elresultado de la obra sanguinaria de la Checa en Minusinsk. Centenares de aquellos cadveres

    con las cabezas y las manos cortadas, los rostros mutilados, los cuerpos medio carbonizados, loscrneos hundidos, flotaban en las ondas y se mezclaban con los bloques de hielo en busca deuna tumba o bien giraban en los furiosos remolinos, entre los tmpanos recortados, siendoaplastados y rotos, masas informes que el ro, asqueado de su tarea, vomitaba en las islas y losbancos de arena. Coste' todo el curso medio del Yenisei y sin cesar encontr esos testimoniosputrefactos y pavorosos de la barbarie bolchevique. En cierto recodo del ro vi un gran montn decaballos, pues por lo menos haba trescientos. Una versta ro abajo, un espectculo terrible mesobrecogi el corazn: un bosquete de sauces a lo largo de la orilla haba arrancado a la corrientey conservado entre sus ramas inclinadas, como entre los dedos de una mano, bastantes cuerposhumanos en todas las formas y actitudes, dndoles una apariencia de naturalidad que grab parasiempre en mi imaginacin el recuerdo de aquella visin alucinadora. En aquel grupo lastimoso ymacabro cont setenta cadveres.

    Por fin la montaa de hielo pas, seguida de avenidas fangosas que arrastraban troncos derboles, ramas y cuerpos, cuerpos y ms cuerpos. El pescador y su hijo me pusieron en sucanoa, hecha de un tronco de lamo blanco y remontamos la corriente, por medio de una prtiga,muy acercados a la orilla. Es muy dificil remontar as una corriente rpida; en los recodos bruscostenamos necesidad de remar con todas nuestras fuerzas para vencer la violencia de la corriente,y en ciertos sitios avanzbamos agarrndonos a las rocas. Algunas veces tardbamos muchotiempo en recorrer cinco o seis me

    metros en aquellos trechos peligrosos. En dos das alcanzamos el punto de destino adonde nosdirigamos Permanec varios das en la mina de oro habitada por el guarda y su familia; como sehallaban escasos de alimentos, poco pudieron darme, y tuve que recurrir de nuevo a mi fusil paraalimentarme y contribuir al aprovisionamiento de mis amigos. Un da lleg

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    -un Ingeniero agrnomo No me ocult porque durante el invierno me haba dejado crecer labarba, de modo que ni mi misma madre me hubiera conocido. No obstante, el recin llegado eralisto y me adivin en seguida. No tuve miedo de l porque sospech que no era bolchevique, yms tarde confirm mi primera impresin. Nos hicimos ntimos amigos y cambiamos opinionessobre los acontecimientos ntecimientos actuales. Viva cerca de la mina de oro, en una localidad

    donde diriga las obras pblicas. Resolvimos huir juntos. Haca tiempo que yo lo tena decidido, ypreparado el plan de la fuga. Conociendo la situacin en Siberia y su geografa, decid que elmejor itinerario seria por el Urianhai, parte norte de la Mongolia, prxima a las fuentes M Yenisei,para despus, a travs de la Mongolia, llegar al Extremo Oriente v al Pacfico---. Antes de quefuese derrocado el gobierno de Kolchak habla recibido el encargo de estudiar el Urianhai y laMongolia occidental, y para ello consult con el mayor esmero todos los mapas y libros que pudeencontrar sobre la materia. Para llevar a cabo la audaz empresa tena el poderoso estmulo de mipropia conservacin.CAPITULO Vil

    A TRAVS DE LA RUSIA SOVITICA

    AL cabo de algunos das nos pusimos en camino, atravesando el bosque situado en la orillaizquierda del Yenisei, hacia el Sur, y evitando los pueblos todo lo que podamos por temor a dejartras de nosotros un rastro que permitiera seguirnos. Cuantas veces nos vimos obligados apenetrar en ellos nos recibieron hospitalariamente sus moradores, quienes no adivinaban nuestrodisfraz, y observamos que aborrecan a los bolcheviques porque stos haban destruido grannmero de sus aldeas, En una granja nos dijeron que haba sido enviado de Minusinsk undestacamento del ejrcito rojo para expulsar a los blancos. Tuvimos que separarnos de lasmrgenes del Yenisei, guarecindonos en los bosques y las montaas As permanecimos quincedas; durante este tiempo los soldados rojos recorrieron la regin, capturando en los bosques alos oficiales desarmados, quienes, casi desnudos, se ocultaban, temiendo la atroz venganza de,

    los bolcheviques. Ms tarde atravesamos un bosque donde hallamos los cuerpos de veintiochooficiales colgados de los rboles y con los rostros y los miembros mutilados. Adoptamos laresolucin de no caer nunca vivos en las manos de los rojos; para cumplirla plirla tenamosnuestras armas y una provisin de cianuro de potasio.

    Cruzando un afluente del Yenisei, vimos un da un paso estrecho y pantanoso, cuya entradaestaba sembrada de cadveres de hombres y caballos. Algo ms all encontrarnos un trinco roto,unos bales desfondados y papeles esparcidos, y al lado de tales restos, ropas desgarradas ycadveres. Quines seran aquellos infelices? Qu tragedia se haba desarrollado en el seno delos grandes bosques? Intentamos aclarar el misterio con la ayuda de los documentosdesparramados. Eran documentos oficiales dirigidos al Estado Mayor del general Popelaieff.Probablemente una parte del Estado Mayor, durante la retirada del ejrcito de Kolchak, pas poraquellos bosques, procurando ocultarse del enemigo que se acercaba por todos los lados, perodebieron ser aprehendidos por los rojos y asesinados, No lejos de all descubrimos el cuerpo deuna desgraciada mujer, cuya condicin revelaba claramente lo que haba ocurrido antes de que-viniese a librarla el proyectil bienhechor. El cuerpo estaba tendido junto a un abrigo de follaje,salpicado de botellas y latas de conservas, testigos de la orga predecesora del crimen.

    A medida que avanzbamos hacia el Sur encontrbamos gentes ms francamente hospitalarias yhostiles a los bolcheviques. Al fin salimos del bosque y llegamos a las inmensas estepas deMinusinsk, surcadas por la elevada cadena de montaas rojas llamadas Kizill-Kaiya, con su

    profusin de lagos salados. Es la regin de 'las tumbas, de los millares de dlmenes, grandes ypequeos, monumentos funerarios de los primeros poseedores del pas; estas pirmides depiedra de diez metros de altura subsisten para jalonar la ruta seguida por Gengis jan en sumarcha conquistadora, y luego por Tamerln. Innumerables dlmenes y pirmides se extienden

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    alineadas interminablemente hacia el Norte. En estas llanuras viven ahora los trtaros, quienes,saqueados por los bolcheviques, les odian. Les confesamos sin recelos que andbamos huidos ynos proporcionaron generosamente abundante comida y guas de confianza, dicindonos dndepodamos detenernos y dnde ocultarnos en caso de peligro. Algunos das despus,

    desde un pen de la orilla del Yenisei, divisamos el primer buque de vapor, el Orol, con rumbo

    de Krasnoiarsk a Mnusinsk, cargado de soldados rojos. Pronto llegamos a la desem. bocaduradel Tuba, que habamos de seguir en nuestro viaje hacia el Este hasta los montes Sayan, en losque nace el Urianhai. Considerbamos la etapa a lo largo del Tuba y su afluente el Amyl como laparte ms peligrosa de nuestra ruta, porque las orillas de ambos ros tienen una densa poblacinque ha facilitado muchos soldados a los cabecillas comunistas Schetinkin y Krafchenko.

    Un trtaro nos traslad con nuestros caballos a la orilla derecha del Yenisei. Al amanecer nosenvi unos cosacos que -nos guiaron hasta la desembocadura del Tuba. Descansamos todo elda y nos dimos un banquete de casis y cerezas silvestres.

    CAPITULO VIII

    TRES DIAS AL BORDE DE UN PRECIPICIO

    Provistos de falsos pasaportes remontamos el valle de Tuba. Cada diez o quince verstasencontrbamos grandes aldeas, algunas de las cuales comprendan unas seiscientas casas; todala administracin estaba en manos de los soviets, y los espas examinaban a los caminantes. Nopudimos evitar esos pueblos por dos razones: primera, porque constantemente hallbamos a loscampesinos de la regin, nuestras tentativas para rehuirlos hubiesen despertado sus sospechas,y cualquier soviet nos hubiera detenido, envindonos a la Cheka de Minusinsk, donde habramospasado a ms tranquila vida; y segunda, porque los documentos de mi compaero de camino le

    autorizaban a servirse de los relevos de los correos del gobierno para facilitarle su viaje. As, quenos vimos oblgados a visitar a los soviets de los pueblos para cambiar de caballos. Hablamosdejado nuestras cabalgaduras al trtaro y al cosaco que nos ayudaron a llegar a ladesembocadura del Tuba, y el cosaco nos condujo en su carreta hasta el primerPueblo donde nos proporcionaron los caballos de la posta. Todos los labradores, excepto una

    escasa minora, eran desafectos a los bolcheviques y nos auxiliaban gustosos. Les correspond asu lealtad curndoles los enfermos, y mi compaero les di consejos prcticos para sus laboresagrcolas.Quienes ms nos ayudaron fueron los viejos disidentes y los cosacos.

    Algunas veces encontrbamos poblaciones completamente comunistas; pero no tardamos enaprender a conocerlas. Cuando entrbamos en un pueblo, al son de las campanillas de nuestroscaballos, y hallbamos a los campesinos sentados a las puertas de sus casas prontos alevantarse, cejijuntos y gruendo sin duda: ya estn aqu esos demonios otra vez>, no cabaduda de que el pueblo era anticomunista, y de que podamos detenernos en l con absolutatranquilidad; pero si los labriegos venan a nuestro encuentro, acogindonos con alegra yllamndonos camaradas, podamos estar seguros de que nos rodeaban los enemigos, yadoptbamos nuestras precauciones. Estos lugares estaban habitados por gentes que no eranlos buenos rsticos siberianos, amigos de la libertad, sino por emigrantes de Ukrania, holgazanesy borrachos, que moran en chozas miserables y srdidas, aunque sus aldeas estn circundadaspor las feraces y negras tierras de la estepa. Peligrosos y agradables fueron los momentospasados en el gran pueblo de que es ms bien una villa. En el ao 1912 se abrieron en l dos

    colegios, y la poblacin lleg a las ! 5.000 almas. Es la capital de los cosacos del Sur del Yenisei,pero en la actualidad cuesta trabajo conocerla. Los emigrantes del ejrcito rojo degollaron a todala poblacin cosaca, quemaron y destruyeron las casas, y hoy es el centro del bolchevismo y delcomunismo en la regin oriental del distrito de Minusinsk. En el edificio del Soviet, adonde

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    acudimos para reemplazar los caballos, se celebraba una asamblea de la Clieka. Inmediatamentenos rodearon y examinaron nuestros documentos. No estbamos muy tranquilos acerca de laimpresin que pudieran producir, y procuramos eludir la visita. Mi compaero suele decirmedesde entonces: Afortunadamente para nosotros, entre los bolcheviques, el inepto de ayer es elgobernador de hoy, y, por el contrario, a los sabios se les dedica a barrer las calles y a limpiar lascuadras de la caballera roja. Puedo hablar con los bolcheviques porque no conocen la diferencia

    que hay entre desinfeccin y desafeccin, antracita y apendicitis; y me las arreglo siempre paraque compartan mi opinin, incluso persuadindolos para que no me fusilen silen.

    As logramos que los miembros de la Cheka nos ofrecieran cuanto necesitbamos; lespresentamos un magnfico proyecto de organizacin de su regin, les construmos puentes ycaminos que les permitieran exportar las maderas del Urianhai, el oro y el hierro de los montesSayan y el ganado y las pieles de Mongolia. Qu triunfo aquella empresa creadora para elGobierno de. los soviets! Esta oda lrica nos entretuvo cerca de una hora, transcurrida la cual, losmiembros de la Cheka, sin acordarse de nuestra filiacin, rios proporcionaron nuevos caballos,cargaron nuestro equipaje en la carreta y nos desearon buena suerte. Fu nuestra ltima pruebaen el interior de las fronteras de Rusia.

    Cuando franqueamos el valle del Amyl, la fortuna nos sonri. Cerca del vado, hallamos a unmiembro de la milicia de Karatuz, quien tenla en su coche algunos fusiles y pistolas automticas,sobre todo mausers, para armar una expedicin a travs del Urianhai en busca de algunosoficiales cosacos que haban causado a los bolcheviques grandes quebrantos. Nos pusimos enguardia. Podramos fcilmente tropezar con esa expedicin, y no estbamos muy seguros de quelos soldados apreciaran nuestras sonoras frases como lo haban hecho los miembros de laCheka. Interrogando hbilmente a nuestro hombre, le sonsacamos y nos dijo el camino que laexpedicin haba de llevar. En la prxima aldea Dos alojamos en la misma casa que l; abr mimaleta y not en seguida la mirada de admiracin que fij en su contenido.

    -Qu mira usted con tanto gusto? -le pregunt.

    Balbuce:

    -Un pantaln... un pantaln...

    Yo haba recibido de mis amigos un flamante pantaln de montar, de un excelente pao negro.Este pantaln atrajo la admiracin exttica del miliciano.

    -Si no tuviese usted otros... -le dije, reflexionando en un plan de ataque.

    -No-repuso l con melancola-, el soviet no nos provee de pantalones. Me dicen que ellos tambinse pasan sin esas prendas. Y los mos estn tan gastados Mire.

    Diciendo esto, se levant los faldones de su capote y me asombr de cmo poda sostener aquelpantaln que tena ms agujeros que tejido.

    -Vndamelo -murwur con voz suplicante.

    -Imposible: le necesito- respond con decisin.

    Medit unos minutos, y luego se aproxim a m.

    -Salgamos a la calle: aqu no podemos hablar.

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    Una vez fuera, me dijo:

    -Bueno, vamos a ver. Ustedes se dirigen al Urianhai. Los billetes de banco de los soviets carecende valor, y nada podrn adquirir aun cuando los naturales del pas les ofrecern cibelinas, zorros,armios y polvo de oro a cambio, sobre todo, de fusiles y cartuchos. Ya tienen ustedes unacarabina cada uno; yo les entregar otra con un centenar de cartuchos si me da usted su

    magnfico pantaln.-No necesitamos armas; nuestros papeles nos protegen lo suficiente-le contest, fingiendo nocomprenderle.

    -No, no -me interrumpi el bolchevique-; ese fusil lo puede usted cambiar por pieles o por oro.Voy a drselo inmediatamente.

    -Pues si es as, un fusil no basta para pagar un pantaln nuevo como el mio En toda Rusia no seencontrara uno igual; verdad que toda Rusia va casi en cueros; y en cuanto a su fusil me darnpor l una cibelina y para qu quiero yo una sola piel?

    Poco a poco obtuve lo que se me antoj. El miliciano recibi mis pantalones y yo obtuve un fusil,cien cartuchos y dos pistolas automticas con cuarenta cartuchos cada una. Henos, pues, bienarmados para defendernos. Adems convenc al afortunado propietario de mis pantalones quenos proporcionase un permiso para usar armas. La ley y la fuerza estaban ya de nuestro lado.

    En una aldea apartada contratarnos un gula, compramos galletas, carne, sal y manteca, ydespus de veinticuatro horas de descanso, emprendimos nuestra expedicin remontando elAmyl hacia los montes Sayans, en la frontera del Urianhai. All nos prometamos no volver aencontrar bolcheviques, ni listos ni tontos. A los -tres das de haber abandonado ladesembocadura del Tuba atravesamos el ltimo pueblo ruso, prximo a la frontera del Urianhai:

    tres das de contacto constante con una poblacin sin fe ni ley, entre continuos peligros y con laposibilidad siempre presente de la muerte imprevista. Solamente una voluntad de hierro, unaserenidad de nimo y una tenacidad a toda prueba, pudieron sacarnos de tantos riesgos ysalvarnos de caer en el fondo del precipicio donde yacan otros desgraciados que habanfracasado en sus tentativas de ascensin hacia las cimas de la libertad que nosotros hablamosalcanzado. Quizs les falt la energa o la entereza de carcter, tal vez carecieron de inspiracinpotica para cantar himnos a la gloria de los puentes, las carreteras y las minas de oro, o puedeser que no tuviesen unos pantalones de repuesto.

    CAPITULO IX

    HACIA LOS MONTES SAYANS Y LA UBERTAD

    SPES03 bosques vrgenes nos rodeaban. En la hierba, crecida y ya amarillenta, nuestra pistaserpenteaba, apenas visible, entre las matas y los rboles, que empezaban precisa mente aperder sus hojas multicolores. Es la antigua y ya olvidada ruta del valle del Amyl. Hace veinticincoaflos serva para el transporte de provisiones, mquinas y trabajadores a las numerosas minas deoro, abandonadas actualmente. El camino segua el curso sinuoso el Amyl, ancho y rpido enaquel paraje, y luego se internaba en pleno bosque, contorneando un pantano lleno de esas

    peligrosas hondonadas siberianas, a travs de tupidos matorrales y entre montaas y vas. taspraderas.

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    Nuestro gua no tena, sin duda, la menor sospecha acerca de nuestras verdaderas intenciones; aveces, mirando el suelo con recelo, deca:

    -Tres jinetes con caballos herrados han pasado por aqu. Puede que sean soldados.

    Su inquietud desapareci cuando comprob que las huellas se dirigan a un lado del camino y

    luego reaparecan para volver a tomar la vereda.-No han ido ms all-observ sonriendo maliciosamente.

    -Lstima -le respond-; hubiera sido ms agradable viajar reunidos.Vi OSSENDOWSKI

    Pero el campesino se limit a acariciarse la barba, riendo Evidentemente no se dej engaar pornuestra afirmacin.

    Pasamos junto a una mina de oro que antes haba sido explotada y organizada con arreglo a los

    ltimos perfeccionamientos, pero que a la sazn se hallaba abandonada, estando destruidostodos sus edificios. Los bolclievques se haban llevado las mquinas, los abastecimientos eincluso parte de las barracas. En la proximidad se encontraba una iglesia sombra y triste, con lasventanas rotas, el crucifijo arrancado y el campanario quemado y derruido lastimoso y tpicoemblema de la Rusia de hoy. El guarda y su familia, muertos casi de hambre, vivan en la minaentre privaciones y continuos peligros. Nos refirieron que en aquella regin forestal una banda derojos recorra el pas robando cuanto quedaba aprovechable en el terreno de la ruina, extrayendolo que podan de la parte ms rica, y, provistos de las pepitas de oro que hallaban, iban a beber yjugar a los garitos de los pueblos prximos, donde los aldeanos fabricaban con bayas y patatasun "vodka" de contrabando, que vendan a peso de oro. Si caamos en manos de la banda, era lamuerte. Tres das despus traspasamos la parte Norte de la cordillera de los Sayans, cruzamos el

    ro que forma la frontera, llamado el Algiak, y desde entonces estuvimos en el territorio de,Urianhai.

    Esta comarca admirable, que posee las ms variadas riquezas naturales, est habitada por unaraza mongola que cuenta' an con unos sesenta mil individuos, pero que se halla en vsperas.de-desaparecer poco a poco; haban una lengua completamente distinta de los otros dialectos dela raza y su ideal de vida es la doctrina de la eterna paz.

    El Urianhai ha sido, desde hace tiempo, una especie de campo de batalla de los experimentosadministrativos de los rusos, mongoles y chinos, pues todos han reivindicado la Soberana de laregin. Los desventurados habitantes, los soyotos, han tenido que pagar tributo a estos tresimperialismos. He aqu por qu la regin no era para nosotros un refugio seguro. Nuestromiliciano nos habla hablado ya de la expedicin que

    se preparaba a entrar en el Urianhai, y luego supimos por los campesinos que los pueblos de]bajo Yenisei, de ms al Sur,haban organizada destacamentos rojos, que saqueaban y mataban acuantos hacan prisioneros. Ultimamente haban maniatado a sesenta y dos oficiales queintentaron atravesar el Urianhai hasta la Mongolia; haban aniquilado una caravana demercaderes chinos y degollado a unos prisioneros alemanes que pretendan escapar M Parasode los Soviets. Al cuarto da llegamos a un valle enfangado donde, en medio de los bosques, selevantaba tina sola casa rusa. All nos despedimos de nuestro gua, que se apresur a regresar

    antes de que las nieves interceptasen los pasos de los Sayans. El amo del establecimiento toconsinti en conducirnos hasta el Seybi por diez mil rublos en billetes de Banco de los Soviets.Como nuestros caballos estaban rendidos, nos vimos precisados a dejarles descansar, por lo cualdecidirnos pasar all veinticuatro horas.

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    Tombamos el t, cuando la hija de nuestro patrn exclam:

    -Los soyotos!

    Cuatro de stos entraron de improviso, con sus fusiles y sus sombreros puntiagudos.

    -Mend-nos dijeron.Luego, sin ceremonia, comenzaron a examinarnos. No escap a su mirada penetrante ni un botnni una costura de nuestras ropas. En seguida uno de ellos, que deba ser el "Merin" o gobernadorde la localidad, empez a interrogarnos acerca de nuestras opiniones polticas. Oyndonoscriticar a los bolcheviques demostr una evidente satisfaccin y habl con libertad

    -Sois buenas personas. No os gustan los bolcheviques. Os ayudaremos.

    Le di las gracias y te ofrec el grueso cordn de seda que me serva de cinturn. Nos dejaronantes de anochecer, diciendo que volveran al da siguiente. Cerr la noche. Fuimos a la pradera

    para ocuparnos de nuestros fatigados caballos, que coman a su capricho, y regresamos.Hablbamos alegremente con nuestro amable patrn, cuando de repente omos pataleo decaballos en el patio y voces roncas, todo seguido de la entrada brusca de cinco soldados rojosarmados de fusiles y sables. Una desagradable sensacin de fro me puso como una bola en lagarganta y el corazn me martill el pecho. Sabamos que los rojos eran nuestros enemigos.Aquellos hombres llevaban la estrella roja en sus gorros de astrakn y el tringulo en las mangas.Pertenecan al destacamento lanzado en persecucin de los oficiales cosacos Nos miraron dereojo, se quitaron los capotes y se sentaron.

    Entablamos conversacin con ellos, explicando el objeto de nuestro viaje en busca de puentes,caminos y ruinas de oro. Nos enteramos de que su jefe llegada pronto con otros siete hombres, y

    que tornaran a nuestro patrn como gula para que les condujese al Seybi, donde crelan que seocultaban los oficiales cosacos. No tard en comprender que nuestros asuntos se nos ponanbien, y les manifest deseo de que viajsemos juntos.

    Uno de los soldados respondi que eso dependera del camarada oficial.

    Durante nuestra conversacin el gobernador soyoto entr, mir atentamente a los recin llegadosy les pregunt:

    -Por qu habis quitado a los soyotos sus buenos caballos y les habis dejado los malos?

    Los soldados se echaron a reir.

    -Recordad que estis en un pas extranjero! -repuso el soyoto con tono amenazador.

    -Dios y el diablo! - grit uno de los oficiales.

    Pero el soyoto, con mucha calma, se sent a la mesa y acept la taza de t que la posadera tepreparaba. La conversacin languideci.

    El soyoto bebi su t, fum su larga pipa y dijo levantndose:

    -Si maana por la maana no han sido devueltos los caballos a sus propietarios, vendremos porellos.

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    Y sin ms, nos abandon.

    ,Observ una expresin de inquietud en las caras de los soldados. Pronto fu enviado uno deellos como emisario, mientras que los dems, con la cabeza baja, guardaban silencio. Muyentrada la noche lleg el oficial con siete jinetes. Cuando supo lo que haba pasado, frunci elceo

    -Mal negocio. Tenemos que atravesar el pantano y habr un soyoto acechndonos detrs decada montecillo.

    Demostraba estar vivamente preocupado, y su sobresalto, por fortuna, le impidi sospechar denosotros. Comenc a tranquilizarle y le promet arreglar el asunto al da siguiente con los soyotos.El oficial era un verdadero bruto, un ser grosero y estpido, que deseaba vehementementecapturar a los oficiales cosacos, para ascender, y tena miedo de que los soyotos le impidiesenllegar al Seybi.

    Al amanecer partimos con el destacamento rojo. Habamos recorrido unos quince kilmetros,

    cuando descubrimos dos jinetes detrs de los rnatorrales. Eran soyotos. Llevaban en bandolerasus fusiles de chispa.

    -Esperad me --dije al oficial---Voy a parlamentar con ellos.

    Galop a toda la velocidad de tu caballo Uno de los jinetes era el gobernador soyoto, que medijo:

    -Quedaos a retaguardia del destacamento y ayudadnos

    -Bien-contest --; pero hablemos un instante, para que crean que conferenciamos

    Al cabo de un momento estrechaba la mano del soyoto y me reun con '.os soldados.

    -Todo est arreglado -dije-; podemos continuar nuestra marcha. Los soyotos no nos harnninguna oposicin.

    Avanzamos, y mientras atravesbamos una ancha pradera, vimos a gran distancia dos soyotos,que galopaban velozmente, remontando la ladera de la montaa. Paso a paso hice la maniobranecesaria para quedar con mi compaero algo rezagado del destacamento. Detrs de nosotrosmarchaba un soldado de aspecto estpido y positivamente hostil. Tuve tiempo de murmurar a mcompaero la palabra muser, yvi que abra con precaucin la funda del revlver, para tenerlopreparado.

    Pronto comprend por qu aquellos soldados, aunque nacidos en los bosques, no queranemprender sin gua el viaje hasta el Seybi. Toda la regin comprendida entre el Algiak y el Seybiest constituida por altas cadenas de estrechas montaas, separadas por valles profundos ypantanosos. Es un sitio maldito y peligroso. Al principio nuestros caballos se hundan hasta loscorvejones, caminando penosamente, trabndose en las races, y luego cayeron, desmontando asus jinetes y rompiendo las correas de las sillas y de las bridas. Ms lejos, tambin a nosotros noslleg el agua a las rodillas. Mi caballo se hundi petral y cabeza bajo en el lodo rojo y flido, y noscost lo indecible sacarlo del atolladero. El caballo del oficial, arrastrndole en su cada, le hizo

    dar con la cabeza en una piedra. Mi compaero roz una rodilla contra un rbol. Algunos de lossoldados cayeron y se lastimaron tambin. Los animales resoplaban ruidosamente. Se oy,lgubre, el graznido de un cuervo. Luego, el camino empeor todava. La vereda contorneaba elpantano mismo, pero por doquiera la obstruan los troncos de los rboles derribados. Los

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    caballos, saltando sobre los rboles, caan a veces en un hondo agujero y daban volteretas, patasarriba. Ibamos llenos de lodo y sangre, y temamos agotar a nuestras cabalgaduras; en un largotrayecto tuvimos que echar pie a tierra y llevarlas de la brida. Al fin entramos en una vastapradera cubierta de matas y bordeada de rocas. No slo los caballos, sino los mismos hombresse hundan en el barro, que parcela no tener fondo. Toda la superficie de la pradera no era sinouna delgada capa de hierba recubriendo un lago de agua negra y corrompida. Alargando la

    columna y marchando separados a grandes distancias, pudimos con esfuerzo sostenernos en lasuperficie, movediza como la gelatina, en la que se bamboleaban las plantas. En ciertos parajesla tierra se hinchaba o se resquebrajaba.

    De repente sonaron tres detonaciones. No eran mucho ms fuertes que las de la carabinaFlaubert, pero tiraban con balas de verdad, porque el oficial y dos soldados cayeron al suelo. Losotros soldados empuaron sus fusiles y temerosos miraron en torno suyo, buscando al enemigo.Otro3 cuatro fueron tambin desmontados, y de repente observ que el bruto de la retaguardiame apuntaba con su fusil; pero mi muser se anticip.

    -Rompan fuego! - grit y tomamos parte en la lucha.

    Pronto la pradera se llen de soyotos que desnudaban a los muertos, repartindose susdespojos, y recobraron los caballos que les haban robado. En esta clase de guerras no esprudente nunca permitir al enemigo que abra las hostilidades con fuerzas aplastantes.

    Transcurrida una hora de penosa marcha, empezamos a subir la montaa y Po tardamos enllegar a tina elevada meseta bastante arbolada.

    -Despus de todo, los soyotos no son tan pacficos -observ yo dirigindome al gobernador.

    Este me mir adustamente y replic:

    -No les mataron los soyotos.

    Tenla razn: eran trtaros de Abakan, vestidos con trajes de soyotos, quienes dieron muerte a losbolcheviques. Estos trtaron conducen sus manadas de bueyes y caballos de Rusia a Mongoliapor el Urianhai. Su gula e intrprete era un kalmuco lamaita. Al da siguiente nos aproximamos atina pequea colonia rusa y vimos que algunos jinetes patrullaban por los bosques. Uno denuestros jvenes trtaros se encamin bravamente a todo galope hacia tino de aquellos hombres,pero volvi pronto sonriendo de modo tranquilizador.

    -Todo va bien -exclam riendo-. Adelante!

    Continuamos la marcha por una pista buena y ancha, a lo largo de una alta empalizada quecircundaba una pradera donde paca un rebao de izubr. Los granjeros cran estos alces por suscuernos, que vEnden muy caros, cuando an estn cubiertos de pelusa, a los mercaderes demedicinas del Tibet y de China. Estos cuernos, una vez hervidos y secos, reciben el nombre depanti y son apreciadsimos por los chinos, que los pagan a gran precio.

    Nos recibieron los colonos con espanto.

    -GrFcias a Dios! -exclam la granjera-; creamos que...

    Y call, mirando a su marido.

    CAPTULO X

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    LA BATALLA DEL SEYBI

    A presencia constante del peligro desarrolla la vigilancia y la finura de percepcin. Aunqueestbamos fatigadsimos, no nos desnudarnos y dejamos os los caballos ensillados Puse mirevlver en el bolsillo interior del capote y comenc a mirar alrededor mo, examinando a aquellas

    gentes. Lo primero que descubr fu la culata de un fusil oculto debajo de la pila de almohadasque hay siempre en las camas de matrimonio de los campesinos Mas tarde vi que los empleadosde nuestro husped entraban constantemente elite en la habitacin para recibir rdenes. Noparecan genuinos labradores, a pesar de sus barbas largas y sucias, Me contemplaban conatencin y no nos dejaban solos nunca, ni a m amigo ni a mi, con el granjero. Nada, no obstante,pudimos adivinar. Entonces entr el gobernador soyoto, y rotar-ido que nuestras relaciones eranalgo tirantes, empez a explicar en lenguaje soyoto lo que saba de nosotros.

    -Os pido perdn -nos dijo el pero bien sabis por experiencia que ahora abundan en elmundo los ladrones y los asesinos que laspersonas honradas.

    Despus de esto hablamos con mayor libertad. Supimos que nuestro husped estaba informadode que una banda de bolcheviques tena intencin de atacarle en el curso de su ex-,posicin contra los oficiales cosacos que a ratos habitaban en la colonia. Tambin estabaenterado de la desaparicin de un destacamento. Sin embargo, el viejo no se hallaba an del todotranquilo, a pesar de nuestras detalladas referencias, porque haba odo hablar de que un fuertedestacamento de rojos procedentes de las fronteras del distrito de Urinsky, persiguiendo a lostrtaros que huan con sus ganados hacia el Sur, o sea hacia la Mongolia, se acercaba a lagranja.

    -Terno verles llegar de un momento a otro-dijo el anciano-. Mi soyoto acaba de avisarme de que

    los rojos se disponen a pasar el Seybi y de que los trtaros se aprestan a resistirles.

    Salimos en seguida para revisar las monturas y los aparejos. Nos llevamos los caballos paraocultarlos en unos matorrales no lejos de all. Preparamos los fusiles y los revolvers, tomandoposiciones en el cercado, acechando la llegada del enemigo comn Transcurri una hora depenosa espera. Luego, uno de los hombres vino corriendo del bosque y murmur

    -Van a cruzar el pantano... El combate empieza.

    En efecto, corno para confirmar la noticia, lleg a nosotros el ruido de un disparo, seguidoinmediatamente de una descarga y de otras cada vez ms nutridas. El combate se acercaba a lacasa. Pronto omos un pataleo de caballos y los gritos salvajes de los soldados. Un instantedespus, tres de ellos penetraban en la casa, huyendo del camino barrido por el fuego de lostrtaros, situados a los dos lados de l y vociferando espantosamente. Uno de ellos disparcontra nuestro husped, que se tambale y cay de rodillas, mientras que tenda la mano a lacarabna oculta debajo de las almohadas.

    -Quines sois? -pregunt uno de los soldados volvindose a nosotros y levantando el fusil. Lescontestamos a tiros de revlver, con xito, porque slo uno de los soldados, el de ms atrs, pudoganar la puerta, pero en el patio cay en manos de un trabajador que le estrangul. Se entabl elcombate. Los soldados llamaron pidiendo refuerzos. Los rojos estaban alineados a lo largo de la

    cuneta, en el borde del camino,a trescientos pasos de la casa, respondiendo al fuego de los trtaros que les cercaban. Variossoldados corrieron hacia la casa para auxiliar a sus camaradas, pero entonces olmos unadescarga de salvas. Los obreros de la granja tiraban como en unas maniobras, con calma y

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    precisin. Cinco soldados rojos yacan en el camino, mientras que los dems se agazapaban enel foso. No tardamos en divisar que comenzaban a avanzar arrastrndose hacia el extremo de lazanja, en direccin al bosque donde haban dejado sus caballos. Los disparos de fusil sonabancada vez ms lejos y pronto vimos que cincuenta o sesenta trtaros perseguan a los rojos atravs de la pradera.

    Descansamos dos das a orillas del Seybi. Los obreros de la granja, en nmero de ocho, eran enrealidad oficiales disfrazados. Nos pidieron permiso para acompaarnos y se lo con. cedimos.

    Cuando mi compaero y yo reanudamos nuestro viaje, lo hicimos con una escolta de ochooficiales armados y tres bestias de carga. Atravesamos un magnfico valle entre el Seybi y el Ut.Por doquiera veamos esplndidas dehesas con numerosos rebaos, pero las dos o tres casaslindantes con el camino estaban desiertas. Sus habitantes se haban ocultado, aterrorizados, alor el fragor del combate con los rojos. Al da siguiente franqueamos la alta cadena de montaasllamada Dabn, y cruzando una extensa explanada de monte quemado, empezamos a descendera un valle escondido a nuestros ojos por los contrafuertes de las colinas. Tras estas cumbresdiscurre el pequeo Yenisei, ltimo de los grandes ros antes de llegar a la Mongolia propiamente

    dicha. A diez kilmetros prximamente del ro divisamos una humareda que sala de los bosques.Dos de los oficiales se destacaron en servicio de exploracin. Tardaban en volver, y temiendo queles hubiese ocurrido alguna desgracia, nos adelantamos con precaucin hacia el sitio de dondesuba el humo, dispuestos a combatir si fuese preciso. Llegarnos, al fin, lo bastante cerca de ellospara or el vocero de un inmenso grupo de personas, del que sobresalan

    las risas estrepitosas de nuestros exploradores. En medio de un prado distinguimos una grantienda con dos defensas de ramaje y alrededor de ella una agrupacin de cincuenta o sesentapersonas. Cuando desembocamos del bosque todos acudieron alegremente para darnos labienvenida. Era un carnpamento de oficiales s y soldados rusos que despus de haber huido de

    Siberia vivieron con los colonos y los ricos terratenientes del Urianhai.

    -Qu. hacis aqui? -les preguntamos sosprendidos.

    -Entonces ignoris lo que ha sucedido? ---repuso un hombre de cierta edad, que result ser elcoronel Ostrowsky-. En el Urianhai se ha dispuesto por el Comisario militar la movilizacin detodos los hombres de menos de veintiocho aos y de todas partes avanzan hacia la villa deBelotzarsk los destacamentos de esos partidarios. Roban a los colonos y a los pastores y matan atodos los que caen en sus manos. Andamos huyendo de esas partidas.

    El campamento posea diez y seis fusiles y tres granadas que pertenecan a un trtaro queviajaba con un gua kalmuco para inspeccionar sus rebaos de la Mongolia occidental. Nosotrosexplicamos el objeto de nuestro viaje y nuestro proyecto de atravesar la Mongolia hasta el puertoms prximo de la costa del Pacfico. Los oficiales me rogaron que les llevsemos con nosotros.Acced. Un reconocim lento que hicimos nos demostr que no haba partida cerca de la casa delcampesino que debla facilitarnos el cruce del pequeo Yenisei. Nos pusimos en marchainmediatamente a fin de pasar lo antes posible aquella zona peligrosa del Yenisei parainternarnos en el bosque de ms all. Nevaba, pero los copos se derretan en seguida. Antes deanochecer se levant un viento norteo helado, que trajo con l una tempestad de nieve. Muy denoche llegamos al ro. El colono nos acogi con simpata y no vacil en ofrecerse para pasarnosen su barca y hacer que los caballos atravesasen el ro a nado, aunque todava flotaban en el

    agua gruesos tmpanos, procedentes de las fuentes. Durante esta conversacin,, uno de losobreros del colono, bizco y de mala catadura, nos escuchaba sin pestaear, vuelto todo el tiempoa nosotros. De improviso desapareci. El granjero repar en su huida y con voz de angustia riosdijo:

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    -Se ha ido corriendo al pueblo para traer aqu a esos rojos endemoniados. Hay que pasar el rosin dilacin y sin perder tiempo.

    Entonces empez la aventura ms terrible de nuestro viaje. Propusimos a colono que cargasenuestras provisiones y municiones en la barca y que, nosotros pasaramos con los caballos a

    nado a fin de ganar tiempo, que tan precioso nos era. El Yenisei en aquel paraje tiene unostrescientos metros de ancho; la corriente es muy rpida y la orilla est cortada a pico sobre unlecho profundo. La noche era completamente obscura, sin una estrella en el ciclo Silbaba el vientotempestuosamente y la nieve nos azotaba el rostro con violencia. Ante nosotros corranvelozmente las negras aguas, arrastrando delgados trozos de afilado hielo que giraban y sedesgastaban en los remolinos y rompientes. Mi caballo tard un largo rato en bajar a la orillaabrupta, resoplando y encabritndose. Le castigu con el ltigo y al fin, con un gemido de malagero, se arroj al ro helado. Nos hundimos los dos, y con dificultad me sostuve en la silla. Encuanto estuvo a algunos metros de la orilla, mi caballo estir la cabeza y el cuello cuanto pudo ensu afn de avanzar, resoplando con fuerza sin detenerse. Sent todos los movimientos de suspatas agitando el agua, y e, temblor de su cuerpo en el espantoso trance. Llegarnos a la mitad

    del, ro, donde la corriente se haca excesivamente rpida, por lo cual nos arrastraba de manerairresistible. En la noche lgubre oa los gritos de mis compaeros y las sordas quejas de temor ysufrimiento de los caballos, El agua helada me llegaba al pecho. Los tmpanos flotanteschocaban en m, las olas me salpicaban el rostro. No tuve tiempo de mirar a mi alrededor, ni desentir fro. El deseo animal de vivir se apoder de m; no pens sino en tina cosa: si mi caballoflaqueaba en su lucha contra la Corriente, estaba perdido. Fij toda mi atencin en su,; esfuerzosy en su pnico. De repente lanz un gernido y sent que se sumerga, Evidentemente el agua leentraba por la nariz, porque no le oa resoplar. Un grueso tmpano le golpe la cabeza y le hizocambiar de direccin, si bien continu en el sentido de la corriente. Le dirig con trabajo hacia laorilla tirndole de las riendas, pero comprend que se le acababan las fuerzas. Su cabezadesapareci varias veces en los remolinos. No haba que dudar. Me deslic de la silla, y

    sujetndome a ella con la mano izquierda, me puse a nadar con la derecha al lado de micabalgadura, animndola con la voz. Flot un momento con la boca entreabierta y los dientesapretados; en sus ojos, ampliamente abiertos, se lela un indescriptible terror. En cuanto le lbr dem peso volvi a la superficie y nad ms tranquilo y rpido. Al fin bajo las herraduras del pobreanimal exhausto, sent el golpe con las rocas. Uno tras otro, mis compaeros ganaban la orilla.Los caballos, bien domados haban hecho pasar a sus jinetes. Algo mas lejos, aguas abajo, elcolono abordaba con las provisiones. Sin perder momento, cargamos los equipajes en loscaballos y continuamos el viaje. El viento soplaba cada vez ms desencadenado y glacial. Alamanecer, el fro era terrible. Nuestras ropas, empapadas, se helaron, ponindose tan durascomo el cuero; los dientes nos castafieteaban, y en los ojos nos fulguraba la llamarada roja de lafiebre; pero seguimos marchando para poner el mayor espacio posible entre nosotros y laspartidas bolcheviques. A tinos quince kilmetros del bosque salimos a un valle accesible desdedonde pudimos distinguir la margen opuesta del Yenisei. Deban ser las ocho. A lo largo delcamino, al otro lado del ro, se estiraba como una serpiente una dilatada fila de jinetes y carruajesque comprendimos era una columna de soldados rojos con su tren de combate. Echamos pie atierra y rios escondimos entre la maleza para evitar ser descubiertos. Todo el da el termmetromarc cero, y ms bajo an, de modo que, ateridos, proseguimos nuestro viaje, llegando a lanoche a unas montaas cubiertas de bosques de lamos donde encendimos grandes hogueraspara secarnos las ropas y calentarnos, Los caballos, hambrientos no be separaron de lashogueras, quedndose detrs de nosotros durmiendo con las cabezas agachadas. Al dasiguiente, muy de maana, acudieron a nuestro campamento algunos soyotos.

    -Ulan? (rojo) -pregunt uno de ellos, -No, no-gritaron mis compaeros. -Tzagan? (blanco)-interrog otro. -S, s-dijo el trtaro-; todos son blancos. -IMend, mend! -exclamaron lossoyotos, y mientras tomaban una taza de t, empezaron a darnos interesantes e importantes

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    noticias. Supimos que las partidas rojas, dejando los montes Tannu Ola, ocupaban con susavanzadas toda la frontera de Mongolia para detener a los campesinos y a los soyotosconductores de rebaos. Era, pues, imposible pasar los Tannu Ola. Slo vi la posibilidad dedirigirnos al Sudeste, atravesar el valle pantanoso del BuretHe, y alcanzar la ribera Sur del lagoKosogol, situado en el territorio de la verdadera Mongolia. Las noticias eran malas. El primerpuesto mongol de S Samgaltai no distaba ms que unos noventa kilmetros, mientras que el lago

    Kosogol, por el camino ms corto, se hallaba a cuatrocientos cincuenta. Los caballos que micompaero y yo montbamos haban andado ms de novecientos klmetros por mal terreno, casisin descansar y con alimentacin harto escasa, por lo que no podan recorrer semejantedistancia. Pero reflexionando sobre la situacin, y estudiando a mis nuevos compaeros, decidno intentar el paso de los montes Tannu Ola. Aquellos hombres estaban cansados moralmentenerviosos, mal vestidos y peor armados, y algunos se hallaban enfermos El pnico se hubieraapoderado en seguida de ellos, hacindoles perder la cabeza y bacindosela perder a los dems.Entonces consult a mis amigos y resolv ir al lago Kosogol. Todos consintieron en seguirme.Despus de tomar un rancho compuesto de una sopa hecha con pedazos de carne, galletas y t,partimos. A las dos horas las montaas comenzaron a elevarse delante de nosotros. Erar, lasestribaciones Nordeste de los Tannu Ola, tras de las cuales se extenda el valle del Buret He. 5

    CAPTULO X

    LA BARRERA ROJA

    EN un valle encajonado entre dos sierras escarpadas, descubrimos una manada de yacks y debueyes que diez soyotos montados conducan rpidamente hacia el Norte. S acercaron anosotros con precaucin y concluyeron por decirnos que el noyon (prncipe> de Todji les habaordenado que trasladasen los rebaos a lo largo del Buret-Hei hasta la Mongolia, temiendo elpillaje de los forajidos rojos, Salieron, pero enterados por algunos cazadores soyotos que aquellaparte de los montes Tanun Ola estaba ocupada por las partidas procedentes de WIadimirovka, se

    vieron obligados a volverse atrs, Les preguntamos dnde se hallaban las avanzadas y por elnmero de soldados que guardaban los pasos de las montaas y enviamos al trtaro y al kalmucopara reconocer el terreno, mientras que nos preparbamos a continuar nuestra marcha,envolviendo los cascos de los caballos con nuestras camisas y poniendo a stos unas especiesde bozales hechos con correas y trozos de cuerdas para impedir que relinchasen, Haba yacerrado la noche cuando los exploradores regresaron avisndonos que un grupo de unos treintasoldados acampaba como a diez kilmetros de all, ocupando las yurtas de los soyotos. En elcollado se encontraban dos avanzadilla&: una compuesta de dos hombres y la otra de tres. De lasavanzadillas al campamento habra kilmetro y medio aproximadamente. Nuestra pista pasabaentre los dos puestos avanzados. Desde la cima de la montaa se les vela claramente, siendofcil acabar a tiros con sus centinelas. Cuando hubimos ganado la cumbre me separ de nuestrogrupo y llevando conmigo a mi amigo, al trtaro, al kalmuco y a dos de los jvenes oficialesavanzamos con discrecin. Desde arriba distingu, a unos quinientos metros delante de nosotros,dos hogueras. junto a cada una de ellas velaba un soldado armado de su fusil y los demsdorman. No quise entablar la lucha con aquellos centinelas, pero era preciso desembarazarnosde su presencia sin disparar un tiro, si desebamos seguir marchando. No cre que los rojospudiesen despus descubrir nuestro rastro, porque la pista estaba removida por el trnsito denumerosos animales.

    -Elijo a esos dos de all -m murmur mi compaero sealando a los centinelas de la derecha.

    Nosotros debamos ocuparnos del puestecillo de la izquierda, Avanc, arrastrndome entre lasmatas, detrs de mi amigo para ayudarle si necesitaba mi intervencin, pero confieso que nosenta preocupacin alguna respecto a l. Era un mocetn de seis pies de estatura, tan fuerte,que cuando algn caballo se negaba a que le pusiesen el bocado, le ro