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: comunidad dOMINGO 7 de eNeRO de 2007 : eXCeLSIOR Conexión con la historia Don Magdaleno se unió al ejército zapatista cuando tenía diez años y, más de un  siglo después, desde su silla de mimbre, suspira con los nuevos acontecimientos d on Magdaleno Martínez aco- moda sus más de cien años sobre la silla de mim- bre que lo sos- tiene y vuelve a recorrer los intrin- cados caminos de su memoria que lo separan de aquella única oca- sión en su vida que visitó la Ciu- dad de México. Fue un domingo, no lo olvida; el grueso del legenda- rio ejército Libertador del Sur, al que pertenecía desde tres años an- tes, se aprestaba a bajar al centro de la ciudad. Para entonces, finales de 1914, ya llevaban varios días en las cercanías de la capital. Tenía poco de haberse efectua- do la Convención de Aguascalien- tes –cuenta don Magdaleno– y los carrancistas iban hacia atrás y ha- cia atrás, mientras que nosotros y los villistas, hacia delante, rum- bo a la Ciudad de México. Yo me metí a la bola en Morelos, mi tie- rra, cuando apenas había cumpli- do diez años. Los zapatistas ya te- nían tiempo de andar organizándo- se y uno de chamaco ayudaba con lo que lo dejaban… que ir a traerles comida, que ir a llevarles… —Pero estábamos con   lo de la Convención   de Aguascalientes,   don Magdaleno… Ah, sí… Te digo que ya todo se me olvida, chamaco… Pos por esos días llegamos con caballos y todo hasta Xochimilco y de ahí bajamos hasta el lugar que le llamaban San Ángel. Villa y su gente se habían asentado en el pueblo de Tacuba. Un día antes, el sábado, Villa fue hasta donde estábamos pa’ cono- cer a mi general Zapata y ahí acor- daron que, al día siguiente, los dos ejércitos se encontrarían en la Ve- rónica para de ahí bajar juntos has- ta el Palacio Nacional. Y así fue. Nosotros desde temprano alis- tamos todo y por ahí de las 11 vi- mos a los villistas, que eran mu- chos más que nosotros, pero aún así, nosotros blanqueábamos ca- lles y calles con nuestras camisas y calzones de manta, bien formadi- tas nuestras filas… —¿Cómo cuántos eran? Pos ya no me acuerdo, pero en- tre nosotros, los villistas y toda la gente que salió a vernos pasar, todo aquello estaba lleno de gente; nun- ca volví a ver algo semejante ni por la cantidad de gente ni por la alga- rabía que hacían. Por ahí fue que vi a los generales juntos, alistándose pa’ encabezar el desfile. No se me olvida esa estam- pa, muchacho: el general Villa ca- balgaba en un hermoso alazán tos- tado y vestía un uniforme azul oscu- ro con gorra de divisionario bordada de oro y sus enormes botas federi- cas. Mi general Zapata, en cambio, arriba de un rocillo oscuro, vestía traje de charro, chaquetilla café, con bordados de oro viejo; panta- lón negro, ajustado, con botonadu- ra de plata y sombrero galoneado. Habrías de ver ese sombrero: la fies- ta apenas comenzaba y parecía ca- nastilla de flores con todas las rosas y serpentinas que llovían. Y así siguió todo el recorrido, más de 50 mil almas desfilando ba- jo una lluvia de flores y gritos y mú- sica de bandas y… —¿No que no sabía cuántos  eran, don Magdaleno…? Oh, pues, chamaco, pos ésos éra- mos, pero si no me crees… —No, don Magdaleno,   si sí le creo; sígale… Pos por ahí del mediodía llegamos al Zócalo; Villa y Zapata subieron al balcón y desde ahí, junto con el presidente eulalio Guitérrez, vieron desfilar a los dos ejércitos. Primero entramos nosotros, bien formaditos, con nuestros es- tandartes de la Virgen de Guada- lupe, muestras ropas campesinas blancas que parecían recién lava- ditas, nuestras baterías de ametra- lladoras y nuestras brigadas de ca- ballería. Luego partieron plaza los villis- tas. el general Felipe Ángeles enca- bezaba su descubierta, con todo el orgullo que le daba el haber dirigido con gran maestría su artillería en las principales batallas que hicieron fa- mosa a la división del Norte; señor más chingón pa’ mover los cañones en la guerra no vas a conocer nunca, chamaco, verdad de dios… —Ya se volvió a salir del  tema, don Magdaleno… Ahí voy, ahí voy ... Pos ahí nos fui- mos formando todos y pasamos por abajo del balcón hasta cerca de las cinco de la tarde… y ya luego quedábamos francos pa’l resto del domingo, pa’ conocer la ciudad, platicar con los villistas, pasear, pos quién te aseguraba que no fue- ra a ser ésa la única vez que ibas a andar por esos rumbos… ¿Qué más quieres que te cuen- te, chamaco? ¿Lo de Chinameca? Ésa fue muy triste, pero mira… EN LA CIUDAD DE MÉXICO HUELLAS DE ZAPATA m iles de in- dígenas za- patistas de Chiapas ba- jan a las ciu- dades de San Cristóbal de las Casas, Altami- rano, Las Margaritas, Ocosin- go, Oxchuc, Huixtlán y Chanal. Han declarado la guerra al es- tado mexicano y anuncian que avanzarán “hacia la capital del país, venciendo al ejército fe- deral mexicano, protegiendo en su avance liberador a la po- blación civil y permitiendo a los pueblos liberados elegir, li- bre y democráticamente, a sus propias autoridades”. Su arribo al Zócalo de la Ciudad de México habría de tardar poco más de siete años, hasta aquel 11 de marzo de 2001, cuando la Comandancia General del ejército Zapatis- ta de Liberación Nacional fue recibida por una Plaza de la Constitución desbordada, co- mo colofón de la llamada Mar- cha del Color de la Tierra. Como sus antecesores, los zapatistas del siglo XXI ha- bían hecho acercamientos pre- vios a esa llegada al corazón del país. en los días previos, habían hecho paradas en los alrededores: Milpa Alta, Xo- chimilco, e incluso años antes algunos de sus representantes habían ido preparando la to- ma del dF: con la llegada de la Comandante Ramona en un momento, con la de los 1111 en otro, proceso en el que su pro- yectado avance militar se fue convirtiendo en un movimien- to de insurgencia civil pacífica saludado por cientos de miles dentro y fuera del país. ese 11 de marzo de 2001, desde los ventanales del Pa- lacio del Ayuntamiento, es- critores como José Saramago y Manuel Vázquez Montalbán testimoniaban el cenit zapa- tista; roqueros como Joaquín Sabina y Miguel Ríos guarda- ban en sus alforjas el espec- táculo que presenciaban para alimentar futuras rolas. Aba- jo, cientos de miles de capita- linos rendían la ciudad a los vencedores. No eran tiempos de fotogra- fiarse en la silla presidencial, pero sí de pisar las alfombras del Palacio Legislativo para, en la voz de la comandante es- ther, dirigir el “¡Ya basta!” del México indígena con la espe- ranza de que los otros Méxicos lo escucharan. m illones de zapatistas, villistas, magonistas, car- denistas y lopezobradoristas de viejo, nuevo y renuevo cuño preparan la toma civil y pacífica del Zócalo de la Ciudad de México y la de to- das y cada una de las plazas de ciudades y pue- blos a lo largo y ancho del país. don Magdale- no acomoda sus casi 130 años de edad en la silla de mimbre que lo sostiene y murmura: “la tercera es la vencida”. 1 de enero de 1994 Un anciano ex combatiente de las fuerzas del Caudillo del Sur, durante el homenaje realizado por las autoridades del Distrito Federal, a finales de 1969. Los comandantes revolucionarios Emiliano Zapata y Francisco Villa, durante la marcha conjunta de sus tropas hacia el Palacio Nacional, en 1914. Sin fecha definida Subcomandante Marcos, ideólogo y principal dirigente del EZLN, a su llegada a la Plaza de la Constitución, en marzo de 2001. Milicianos “neozapatistas”, durante la avanzada del 1 de enero de 1994 sobre las principales cabeceras municipales de Chiapas. *El autor es Editor del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México 6 de diciembre de 1914 Por Ulises Martínez Flores* Fotos: archivo excelsior

Huellas de Zapata en México

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Page 1: Huellas de Zapata en México

� :  comunidad� d O M I N G O 7 d e e N e R O d e 2 0 0 7 : eXCeLSIOR

Conexión con la historia

Don Magdaleno se unió al ejército zapatista cuando tenía diez años y, más de un siglo después, desde su silla de mimbre, suspira con los nuevos acontecimientos

don Magdaleno Martínez aco-moda sus más de cien años sobre la silla de mim-bre que lo sos-

tiene y vuelve a recorrer los intrin-cados caminos de su memoria que lo separan de aquella única oca-sión en su vida que visitó la Ciu-dad de México. Fue un domingo, no lo olvida; el grueso del legenda-rio ejército Libertador del Sur, al que pertenecía desde tres años an-tes, se aprestaba a bajar al centro de la ciudad. Para entonces, finales de 1914, ya llevaban varios días en las cercanías de la capital.

Tenía poco de haberse efectua-do la Convención de Aguascalien-tes –cuenta don Magdaleno– y los carrancistas iban hacia atrás y ha-cia atrás, mientras que nosotros y los villistas, hacia delante, rum-bo a la Ciudad de México. Yo me metí a la bola en Morelos, mi tie-rra, cuando apenas había cumpli-do diez años. Los zapatistas ya te-nían tiempo de andar organizándo-se y uno de chamaco ayudaba con lo que lo dejaban… que ir a traerles comida, que ir a llevarles…

—Pero estábamos con  lo de la Convención  de Aguascalientes,  don Magdaleno…Ah, sí… Te digo que ya todo se me olvida, chamaco… Pos por esos días llegamos con caballos y todo hasta Xochimilco y de ahí bajamos hasta el lugar que le llamaban San Ángel. Villa y su gente se habían asentado en el pueblo de Tacuba. Un día antes, el sábado, Villa fue hasta donde estábamos pa’ cono-cer a mi general Zapata y ahí acor-daron que, al día siguiente, los dos ejércitos se encontrarían en la Ve-rónica para de ahí bajar juntos has-ta el Palacio Nacional. Y así fue.

Nosotros desde temprano alis-tamos todo y por ahí de las 11 vi-mos a los villistas, que eran mu-chos más que nosotros, pero aún así, nosotros blanqueábamos ca-lles y calles con nuestras camisas y calzones de manta, bien formadi-tas nuestras filas…

—¿Cómo cuántos eran?Pos ya no me acuerdo, pero en-tre nosotros, los villistas y toda la gente que salió a vernos pasar, todo aquello estaba lleno de gente; nun-ca volví a ver algo semejante ni por la cantidad de gente ni por la alga-rabía que hacían.

Por ahí fue que vi a los generales juntos, alistándose pa’ encabezar el desfile. No se me olvida esa estam-pa, muchacho: el general Villa ca-balgaba en un hermoso alazán tos-tado y vestía un uniforme azul oscu-ro con gorra de divisionario bordada de oro y sus enormes botas federi-cas. Mi general Zapata, en cambio, arriba de un rocillo oscuro, vestía traje de charro, chaquetilla café, con bordados de oro viejo; panta-lón negro, ajustado, con botonadu-ra de plata y sombrero galoneado. Habrías de ver ese sombrero: la fies-ta apenas comenzaba y parecía ca-nastilla de flores con todas las rosas y serpentinas que llovían.

Y así siguió todo el recorrido, más de 50 mil almas desfilando ba-jo una lluvia de flores y gritos y mú-sica de bandas y…

—¿No que no sabía cuántos eran, don Magdaleno…?Oh, pues, chamaco, pos ésos éra-mos, pero si no me crees…

—No, don Magdaleno,  si sí le creo; sígale…Pos por ahí del mediodía llegamos al Zócalo; Villa y Zapata subieron al balcón y desde ahí, junto con el presidente eulalio Guitérrez, vieron desfilar a los dos ejércitos.

Primero entramos nosotros, bien formaditos, con nuestros es-tandartes de la Virgen de Guada-

lupe, muestras ropas campesinas blancas que parecían recién lava-ditas, nuestras baterías de ametra-lladoras y nuestras brigadas de ca-ballería.

Luego partieron plaza los villis-tas. el general Felipe Ángeles enca-bezaba su descubierta, con todo el orgullo que le daba el haber dirigido con gran maestría su artillería en las principales batallas que hicieron fa-mosa a la división del Norte; señor más chingón pa’ mover los cañones en la guerra no vas a conocer nunca, chamaco, verdad de dios…

—Ya se volvió a salir del tema, don Magdaleno…Ahí voy, ahí voy ... Pos ahí nos fui-mos formando todos y pasamos por abajo del balcón hasta cerca de las cinco de la tarde… y ya luego quedábamos francos pa’l resto del domingo, pa’ conocer la ciudad, platicar con los villistas, pasear, pos quién te aseguraba que no fue-ra a ser ésa la única vez que ibas a andar por esos rumbos…

¿Qué más quieres que te cuen-te, chamaco? ¿Lo de Chinameca? Ésa fue muy triste, pero mira…

EN LA CIUDAD DE MÉXICOHUELLAS DE ZAPATA

miles de in-dígenas za-patistas de Chiapas ba-jan a las ciu-dades de San

Cristóbal de las Casas, Altami-rano, Las Margaritas, Ocosin-go, Oxchuc, Huixtlán y Chanal. Han declarado la guerra al es-tado mexicano y anuncian que avanzarán “hacia la capital del país, venciendo al ejército fe-deral mexicano, protegiendo en su avance liberador a la po-blación civil y permitiendo a los pueblos liberados elegir, li-bre y democráticamente, a sus propias autoridades”.

Su arribo al Zócalo de la Ciudad de México habría de tardar poco más de siete años, hasta aquel 11 de marzo de 2001, cuando la Comandancia General del ejército Zapatis-ta de Liberación Nacional fue recibida por una Plaza de la Constitución desbordada, co-mo colofón de la llamada Mar-cha del Color de la Tierra.

Como sus antecesores, los zapatistas del siglo XXI ha-bían hecho acercamientos pre-vios a esa llegada al corazón del país. en los días previos, habían hecho paradas en los

alrededores: Milpa Alta, Xo-chimilco, e incluso años antes algunos de sus representantes habían ido preparando la to-ma del dF: con la llegada de la Comandante Ramona en un momento, con la de los 1111 en otro, proceso en el que su pro-yectado avance militar se fue convirtiendo en un movimien-to de insurgencia civil pacífica saludado por cientos de miles dentro y fuera del país.

ese 11 de marzo de 2001, desde los ventanales del Pa-lacio del Ayuntamiento, es-critores como José Saramago y Manuel Vázquez Montalbán testimoniaban el cenit zapa-tista; roqueros como Joaquín Sabina y Miguel Ríos guarda-ban en sus alforjas el espec-táculo que presenciaban para alimentar futuras rolas. Aba-jo, cientos de miles de capita-linos rendían la ciudad a los vencedores.

No eran tiempos de fotogra-fiarse en la silla presidencial, pero sí de pisar las alfombras del Palacio Legislativo para, en la voz de la comandante es-ther, dirigir el “¡Ya basta!” del México indígena con la espe-ranza de que los otros Méxicos lo escucharan.

millones de zapatistas, villistas, magonistas, car-denistas y lopezobradoristas de viejo, nuevo y renuevo cuño preparan la toma civil y pacífica del Zócalo de la Ciudad de México y la de to-das y cada una de las plazas de ciudades y pue-blos a lo largo y ancho del país. don Magdale-

no acomoda sus casi 130 años de edad en la silla de mimbre que lo sostiene y murmura: “la tercera es la vencida”.

1 de enero de 1994

Un anciano ex combatiente de las fuerzas del Caudillo del Sur, durante el homenaje realizado por las autoridades del Distrito Federal, a finales de 1969.

Los comandantes revolucionarios Emiliano Zapata y Francisco Villa, durante la marcha conjunta de sus tropas hacia el Palacio Nacional, en 1914.

Sin fecha definida

Subcomandante Marcos, ideólogo y principal dirigente del EZLN, a su llegada a la Plaza de la Constitución, en marzo de 2001.

Milicianos “neozapatistas”, durante la avanzada del 1 de enero de 1994 sobre las principales cabeceras municipales de Chiapas.

*El autor es Editor del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México

6 de diciembre de 1914

Por Ulises Martínez Flores* Fotos: archivo excelsior