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94 D E I B E R I A V I E J A El personaje E n septiembre de 1898 Ramón María del Valle-Inclán escribe a Galdós solicitando su intercesión para dedicarse al teatro como actor, idea que acaricia desde hace tiempo. El respaldo de don Benito tuvo efecto inmediato, pues entró como actor en el Teatro de la Comedia. Benavente, en La comida de las fieras, tenía un papel que, si no ex profeso, encajaba perfectamente con las dotes del debutante: el joven decadente Teófilo Everit. Para su debut era esencial comprar vestuario, para lo que acudió a una conocida sastrería donde se vestían gentes de teatro como García Ortega, clase alta como el con- de de Moral de Calatrava, industriales como Urdangarín… En el libro mayor del estable- cimiento de Manuel Miranda, figuran Thui- llier, que en 1897 paga por ropa la friolera de 3.340 y 3.115 pesetas; Azorín, que en 1901 encarga un gabán por 180 pesetas, y también Valle-Inclán, el 24 de octubre de 1898, con “un traje de levita de elasticotín sedán”, por el importe de 225 pesetas. Sin duda, es la vestimenta con que subió a las tablas por vez primera. En el libro citado, solamente cons- tan dos pagos de don Ramón: el primero, el 9 de diciembre de 1898, por valor de 50 pese- tas, y el segundo, el 8 de enero de 1899, por 75 pesetas, pero sin quedar anotada deuda alguna. Puede ser un error, quizá la devolu- ción de la prenda, o la compra del traje levita para el atrezzo de la compañía… Pero fuera como fuese el gasto realizado demuestra que los testimonios sobre la miseria, hambre y demás padecimientos sufridos por Valle-In- clán en Madrid antes de la pérdida del brazo son inconsistentes con los hechos. Su presentación en las tablas resultó un éxito; los bombos que le administraban sus amigos desde un mes antes del estreno se hicieron realidad. Únicamente Adolfo González Rodríguez, con el seudónimo de “El segundo apunte”, anota que Valle-Inclán Tras las huellas del primer Valle-Inclán Actor hasta quedar manco Soñó con ser actor y hasta se subió a un escenario. Compartió horas de periodismo literario con Baroja y Benavente en la Revista Nueva . Y, tras una disputa de café por una nadería, sufrió la amputación de un brazo. Ramón María del Valle-Inclán no era todavía el gigante que revolucionó las letras españolas del siglo XX, pero ya apuntaba maneras. Una reciente biografía, Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno (Espasa, 2015), escrita por su propio nieto Joaquín del Valle-Inclán, nos acerca a su figura, con numerosos datos inéditos. Por cortesía de la editorial, reproducimos varios fragmentos sobre las andanzas del escritor a finales del XIX… JOAQUÍN DEL VALLE-INCLÁN Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno JOAQUÍN DEL VALLE-INCLÁN ESPASA. BARCELONA (2015). 377 PÁGS. 21,95 €.

Huellas del Primer Valle-Inclán (Historia de Iberia Vieja)

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Análisis de la obra primeriza de Valle-Inclán

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El personaje

En septiembre de 1898 Ramón María del Valle-Inclán escribe a Galdós solicitando su intercesión para dedicarse al teatro como actor, idea que acaricia desde hace tiempo. El respaldo de don Benito tuvo efecto inmediato, pues entró

como actor en el Teatro de la Comedia. Benavente, en La comida de las fieras, tenía un papel que, si no ex profeso, encajaba perfectamente con las dotes del debutante: el joven decadente Teófilo Everit.

Para su debut era esencial comprar vestuario, para lo que acudió a una conocida sastrería donde se vestían gentes de teatro

como García Ortega, clase alta como el con-de de Moral de Calatrava, industriales como Urdangarín… En el libro mayor del estable-cimiento de Manuel Miranda, figuran Thui-llier, que en 1897 paga por ropa la friolera de 3.340 y 3.115 pesetas; Azorín, que en 1901 encarga un gabán por 180 pesetas, y también Valle-Inclán, el 24 de octubre de 1898, con “un traje de levita de elasticotín sedán”, por el importe de 225 pesetas. Sin duda, es la vestimenta con que subió a las tablas por vez primera. En el libro citado, solamente cons-tan dos pagos de don Ramón: el primero, el 9 de diciembre de 1898, por valor de 50 pese-tas, y el segundo, el 8 de enero de 1899, por

75 pesetas, pero sin quedar anotada deuda alguna. Puede ser un error, quizá la devolu-ción de la prenda, o la compra del traje levita para el atrezzo de la compañía… Pero fuera como fuese el gasto realizado demuestra que los testimonios sobre la miseria, hambre y demás padecimientos sufridos por Valle-In-clán en Madrid antes de la pérdida del brazo son inconsistentes con los hechos.

Su presentación en las tablas resultó un éxito; los bombos que le administraban sus amigos desde un mes antes del estreno se hicieron realidad. Únicamente Adolfo González Rodríguez, con el seudónimo de “El segundo apunte”, anota que Valle-Inclán

Tras las huellas del primer Valle-Inclán

Actor hasta quedar mancoSoñó con ser actor y hasta se subió a un escenario. Compartió horas de periodismo literario con Baroja y Benavente en la Revista Nueva. Y, tras una disputa de café por una nadería, sufrió la amputación de un brazo. Ramón María del Valle-Inclán no era todavía el gigante que revolucionó las letras españolas del siglo XX, pero ya apuntaba maneras. Una reciente biografía, Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno (Espasa, 2015), escrita por su propio nieto Joaquín del Valle-Inclán, nos acerca a su figura, con numerosos datos inéditos. Por cortesía de la editorial, reproducimos varios fragmentos sobre las andanzas del escritor a finales del XIX…

JOAQUÍN DEL VALLE-INCLÁNRamón del Valle-Inclán.  Genial, antiguo y modernoJOAQUÍN DEL VALLE-INCLÁN ESPASA. BARCELONA (2015).377 PÁGS. 21,95 €.

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Ramón del Valle-Inclán retratato por Moreno en el estudio del pintor Echevarría, hacia 1930 (fototeca del Instituto del Patrimonio Cultural de España, MECD).

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dijo su parte con mucha naturalidad y que fue acogido con benevolencia, para pruden-temente esperar a verle en otros papeles antes de formarse un juicio sobre sus dotes.

¿UNA VOZ PECULIAR?Este triunfo pone en cuestión un rasgo vocal, reiteradamente atribuido, el ceceo, del que tanto tardarán sus entrevistadores en percatarse. Según su esposa, Josefina Blanco, “tenía la voz aguda, de timbre un poco femenino y un acusado defecto de pronunciación sellaba su parla suave con li-gero acento de imprecisa nacionalidad. ¿En qué consistía aquel defecto de expresión? […] Era la ese; pero no desfigurándola, sino destacándola, silbándola un poco: ‘Sssí, ssseñor…’”. Era también una alteración en la proximidad a la unión con ciertas vocales. Decía “Azunsión” en vez de “Asunción”.

Con semejantes tachas, la profesión de actor era un imposible, lo que fuerza a con-siderar exagerados los recuerdos de doña Josefina, máxime cuando una de su frases en el papel de Everit consistía en “¡Estoy desolado!”, expresión que atraía a la gente por cómo la declamaba, acabando converti-da en muletilla. Calínez, publicación satírica que despellejaba a los modernistas en gene-ral, presenta a “Vallecito (joven decadente y galante)” con parlamentos como: “[...] En aquel sublime estallar de las neurosis inte-lectuales se pierde todo; hasta lo que sacó incólume en Pavía Francisco I. Estoy deso-lado, pero también sé decir buen provecho

en catorce idiomas y volviendo la cara, como los espadas decadentistas modernos”, y años más tarde volvemos a encontrarla: “Mi adorado Raimundín: ¡Estoy desolada, como Valle-Inclán en La comida de las fieras!”.

Si era un defecto tan notorio, ¿cómo nadie lo puso de relieve en sus apariciones como actor o en sus conferencias? Y, desde luego, publicaciones tan mordaces como Calínez o Gedeón no hubieran dejado pasar

la ocasión de colocarle una pulla. Que en algunas palabras empleaba una ese más silbante, común en las rías bajas gallegas, puede comprobarse en la grabación reali-zada para el Archivo de la Palabra, pero ni decía “ezo” ni ceceaba.

El buen suceso de La comida de las fieras se festejó con un banquete al que no faltó. Con la literatura casi abandonada –en 1898 publicó solamente dos cuentos

Si su ceceo era un defecto tan notorio, ¿cómo nadie lo puso de relieve en sus apariciones como actor o en sus conferencias?

Fachada del Teatro de la Comedia en la actualidad.

Pérez Galdós ayudó a Valle-Inclán a meter la cabeza en el mundo de la interpretación.Así era Ramón en el año 1889.

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cortos–, parece definitivamente orientado hacia el teatro. Federico Oliver recuerda que a la lectura de su obra La muralla “en el escenario asistió como actor de la compañía del Teatro de la Comedia, el gran don Ra-món del Valle-Inclán. Su opinión también fue desfavorable, según supe por un actor, a quien dijo: El drama no me gusta; pero Oliver tiene instinto”.

También se suma al proyecto auspiciado por Benavente de crear un teatro artístico al que aportaría la traducción de El interior de Maeterlink, estreno señalado para comien-zos de 1899 con un cartel diseñado por Santiago Rusiñol, pero que no pasó de los buenos propósitos.

Al comenzar ese año, con la misma compañía y en el mismo Teatro de la Come-dia, se anuncia la adaptación de la obra de Daudet, Los reyes en el destierro, realizada por Alejandro Sawa; un papel menor, el marqués de Stauska, para Valle-Inclán; Josefina Blanco en el de Guillermo, príncipe heredero. La obra fue aplaudida, pero, sin casi excepciones, la actuación de don Ramón recibió críticas acerbas: los amigos –Juan Palomo, Antonio Palomero, Luis Bello–, así como críticos más benévolos, optaron por silenciar su nombre; otros, por ejemplo José de Laserna, consideraron que “en su corto papel de marqués y héroe fue muy reído y estuvo a punto de estropear el buen éxito de la obra”.

CASI SIN ESCRIBIRLa única voz que le aconsejó regresar a la li-teratura fue la de su buen amigo Gómez Ca-rrillo, quien, desde París, le indica amable-mente que no sabe si es o no buen cómico, pero asevera que “lo haría mejor continuan-do por el camino de las letras que, para él, es el camino de Damasco”. Sin embargo, sigue publicando poco, fundamentalmente en La vida literaria y en Revista nueva, esta última creación de Ruiz Contreras. José Lasalle, aun siendo testimonio muy tardío, describe las interioridades de la publicación:

“El autor del título, el forjador de la idea, fue mi buen amigo Luis Ruiz Contreras. El capital fueron unas cuantas pesetas que entre él y yo pudimos reunir; el impresor fue Antonio Marzo, que nun-ca nos apuró por el cobro de los recibos de la imprenta; el local, un modestísimo en-tresuelo en una destartalada y vieja casa de la calle de la Madera, que había sido, según dicen, morada nada menos que de uno de los príncipes de nuestros ingenios: Quevedo. […].

En la puerta de la calle una placa de cinc decía: Revista nueva, Redacción-Adminis-tración. Detrás de esta puerta, un chicuelo canijo, con una coleta así de grande, con un flamante uniforme de botones comprado en los almacenes de El Águila. Y... ya tenéis vivita y coleando una revista literaria: la Revista nueva […].

Nos reuníamos todas las tardes. En la redacción reinaba una franca y juvenil alegría. Ni el presente ni el porvenir nos preocupaban. El presente tenía veinticinco años; el porvenir ¡estaba tan lejos!

Un día, mejor dicho una tarde, la redacción estaba repleta. Ruiz Contreras limpiaba un revólver para matar a no sé quién que se había permitido decir que Revista nueva era una cosa de los jesui-

tas. Valle-Inclán explicaba a Maeztu con grandes gestos, saltos, gritos y muecas la ejecución y consecuencias de una estoca-da florentina. La espada era un bastón; la daga, un lápiz Faber. Jacinto Benavente hacía ejercicios de pesas con dos paquetes de la revista destinados a los libreros de provincias; Pío Baroja sostenía una acalo-rada a la par que silenciosa discusión con media libreta y un pedazo de chorizo de Pamplona, en la que el chorizo y la libreta, dicho sea en honor de la verdad, llevaban la peor parte, y yo jugaba con Julio Pove-da una partida al juego del asalto, mien-tras que nuestro “botones”, en el pasillo, seguía todo un curso de tauromaquia de salón, marcándose verónicas y molinetes delante de una desvencijada silla que

Los temas más calientes en el fin de sigloEL PROCESO A ÉMILE ZOLA ocupaba gran parte de las informaciones y, en su apoyo, se le envió una carta con más de cuatrocientas firmas, entre ellas la de don Ramón. Pero el eje sobre el que giraban las informaciones de prensa era la guerra con Estados Unidos: manifestaciones patrióticas con vivas a la España con honra, al ejército y mueras al armisticio con resultado de arrestos y enfrentamientos en los que llegó a intervenir personalmente el gobernador civil, señor Aguilera. En la primavera de 1898, Valle-Inclán se encontró, ante la Equitativa, con una manifestación de estudiantes con los que se enfrentó llamándoles patrioteros. Si bien es cierto que a finales de abril hubo una manifestación ante el edificio de la Equitativa –entre otros–, pues lucía en la fachada un escudo de Estados Unidos, no hay menciones al hecho ni confirmación del episodio.

Su buen amigo Gómez Carrillo le sugiere que siga el camino de las letras que, para él, “es el camino de Damasco”

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El personaje

hacía las veces de toro [...]. La Revista nueva vivió solo unos meses: nueve [...] A la muerte de nuestra revista nos disper-samos. Yo me marché a Alemania, y a mi regreso, algunos años más tarde, todos, absolutamente todos mis compañeros, ocupaban un puesto envidiable en la vida intelectual española”. DISPUTA Y UN BRAZO MENOSEl 24 de julio tuvo lugar, en el café de la Montaña, el famoso y desgraciado inci-

Colecta para un brazoLA ASOCIACIÓN DE LA PRENSA, en reunión del veintiocho de octubre, a requerimiento de una carta firmada por numerosos periodistas y autores, acuerda regalarle un brazo de goma al que se refiere Valle en carta a Ulloa, en febrero de 1900: “Me convendrían ahora unas pesetas, para poder comprarme el brazo. La Asociación de la Prensa me da para ello quinientas pesetas, pero el brazo, si ha de serme de alguna utilidad, me costará mil”. Nunca usó el brazo ortopédico y no hay certeza de si llegó a comprarlo o, lo más probable, si empleó el dinero en otros menesteres. Considerando su manera de ser –fantasioso, altivo, elitista y con su mentalidad antigua de hombre de honor–, la pérdida del brazo tuvo que ser un golpe inenarrable. No solo se desvanecía su carrera de actor, mucho más grave era la notoria vulgaridad de su desgracia: no había la heroicidad de un duelo o de una batalla; era simple y llanamente la consecuencia de una reyerta de café y de mala praxis médica. Siempre que se refirió a su manquedad mintió e inventó los hechos y las causas; lo mitificó en Sonata de invierno y fantaseó en las tertulias lo que le vino en gana.

A la muerte de la revista el grupo se dispersó, y años después todos ellos ocupaban un puesto envidiable en la vida intelectual

dente con Manuel Bueno. Desechando la profusión de disparates y mentiras tanto de Valle-Inclán como de sus coe-táneos –flemón difuso, falta de higiene, herida producida por los gemelos de la camisa…–, dos testigos presenciales aportan una información que, a pesar del tiempo transcurrido, da una versión muy semejante y, además, coincidente con el acta del duelo, único documento de época. El más temprano, por así decirlo, es Tomás Orts: “Ocurrió el incidente que

Manuel Azaña y Ramón del Valle-Inclán en la tertulia de la Cacharrería del Ateneo (foto: Alfonso Sánchez Portela / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía).

Alfonso inmortalizó a Valle paseando, en una foto que se cuenta entre los fondos del Museo Reina Sofía (Madrid).

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voy a narrar a fines de junio o primeros de julio de 1899, en el café de la Montaña, de Madrid (…) Los asiduos éramos Jacinto Benavente, Valle-Inclán, Camilo Bargiela, Pío Baroja, Barinaga, el caricaturista Leal da Câmara, el otro caricaturista Sancha, con alguna frecuencia el no menos cari-caturista Xaudaró [...]. El día de autos, era la cuestión palpitante, la actualidad, un duelo pendiente entre Tomás Leal da Câ-mara y un muchacho granadino, literato honorario, o por afinidad, gran amigo de Benavente, y llamado López del Castillo, al cual no sé quién había empezado a lla-mar Lo poisson du Chateau, y gracias a eso me es posible recordar en este momento su apellido. Todo el mundo opinaba sobre ese duelo, y, como siempre, el criterio de Valle-Inclán prevalecía, entre otras razones porque Valle-Inclán no toleraba que un criterio suyo no prevaleciese, y constantemente ‘bajo presión’ resultaba expuesto llevarle la contra. En lo más acalorado de la discusión, llegó Manolo Bueno y de pie todavía tuvo la mala idea de disentir de la opinión de Valle que con aquel tono desdeñoso, agresivo, mortifi cante que le era por aquel tiempo caracte-rístico, le replicó a Bueno en tales térmi-nos que el muchacho se creyó obligado a enarbolar el bastón.

Valle, a mi izquierda, ocupaba un asien-to del diván, y Bueno se hallaba de pie, como he dicho, enfrente de él, y al ver el ademán de éste, cogió una botella... y me vertió el agua encima. Bueno simultáneamente descargaba el bastonazo para resguardarse del cual don Ramón puso el brazo izquierdo

a la altura de la frente, y en la muñeca y en la cabeza recibió el palo. Entonces fue cuando Valle-Inclán reveló sus condiciones de combatibilidad, pues en un abrir y cerrar de ojos limpió la mesa de tazas, vasos y botellas con las que apedreó a Manolo Bueno, que había emprendido la retirada y acabó por tomar la puerta.

La herida de la cabeza produjo a Valle bastante hemorragia, y la vista de la sangre y la presencia de unos guardias trajeron el desconcierto de los testigos, que tratando de esquivarse me abandonaron a mí con el herido. (…) y hétenos a don Ramón del Valle-Inclán y a mí –en la Habana, me dijo Pedro González Blanco, que él nos había acompañado, no lo recuerdo– camino de la calle del Desengaño, en busca de un médico que meses antes me había asistido de un botellazo “conquistado” en la horchatería de Candelas. No estaba en el dispensario mi benefactor, y dejando la iniciativa al coche-ro, éste nos condujo a otro dispensario de la Concepción Jerónima, donde el médico dándole toda la importancia a la herida de la cabeza y ninguna a la de la muñeca (…) para la de la cabeza fueron todos los cuidados y a la otra se limitó a aplicarle una tirita de tafetán inglés.

Curado mi amigo, lo llevé a su domi-cilio, que era por entonces un cuarto en

el número 3 de la calle de Calvo Asensio, y no quiero referir hoy lo cómico del recibimiento que nos hizo la mujer, que a cambio de habitación, asistía al famoso literato. Se acostó Valle, le dejé sobre la mesita de noche el resto del “guan-te” echado en el café de la Montaña, y durante dos o tres días fui su más asiduo enfermero. Mas por entonces tenía yo pendiente un proceso de índole “casano-vesca”, y siguiendo consejos muy pruden-tes tuve que venirme a Barcelona.

A los quince o veinte días me escribió Camilo Bargiela que a Valle le iban a cortar el brazo, y con efecto se lo cortaron, y unos meses más tarde, con el brazo cortado, se vino a pasar dos conmigo a Barcelona, en busca de pan y trabajo, cosas ambas que le proporcioné”.

Según el certificado del doctor Ma-nuel Barragán, que efectuó la amputación el doce de agosto en la casa de salud Santa Teresa, Paseo de la Castellana, número 7, sufría una “fractura conminuta con herida de los huesos del antebrazo”. Sin embargo, notas de prensa indican que la operación fue el día diez: “El distinguido literato y querido amigo nuestro, d. Ra-món del Valle-Inclán, sufrió ayer mañana, en la clínica particular de Santa Teresa, la amputación del brazo izquierdo”.

Dos testigos presenciales aportan una información que da una versión muy semejante y coincidente con el acta del duelo

Maeztu escribió también en Revista nueva. El autor sufrió la amputación de un brazo tras una disputa en el café de La Montaña.