Upload
arnaldo-donoso
View
3
Download
0
Embed Size (px)
DESCRIPTION
Hugo Salas - Cautivos Del Mal
Citation preview
Cautivos del mal Hugo Salas (UBA)
La importancia decisiva que el enfrentamiento entre Mansilla y Sarmiento juega en
la composicin de Una excursin a los indios ranqueles (vase, por ejemplo, la
insistencia con que atiende la cuestin Cristina Iglesia en tres artculos sucesivos:
Mejor se duerme en la pampa de 1997, El placer de los viajes de 2000 y Mansilla,
la aventura del relato de 2003) parece haber eclipsado la relacin igualmente tensa y
conflictiva que el folletn autobiogrfico del gentleman-militar sostiene con La cautiva.
Entre los pocos que la mencionan, Julio Caillet-Bois seala:
Nuestro paisaje y las costumbres indgenas haban entrado en la literatura con La cautiva de
Echeverra. Mansilla, que se la sabe de memoria, rehace otra vez el cuadro y corrige la
inexactitud que se ha hecho lugar comn con la nota peculiar que en seguida advierte como
observador experimentado. () Con prolijidad de naturalista profesional apunta rasgos de un
pueblo destinado a extinguirse: su libro result premiado en el Segundo Congreso Internacional
de Geografa, celebrado en Pars en 1875. (p. 38; el destacado me pertenece)
Apenas dos prrafos antes, para explicar por qu la Excursin no tiene el carcter
testimonial y ejemplar del Martn Fierro, Caillet-Bois afirma que su objetivo es
literario y no poltico. Tras tal afirmacin, resulta curioso que en la discordancia con
La cautiva el crtico slo lea prolijidad de naturalista profesional. Si Mansilla se la
sabe de memoria, es dudoso que se le pasara por alto la importancia literaria de La
cautiva, y que su inters consistiese meramente en corregirle cuestiones de paisaje.
Creo que la operacin de Mansilla respecto del poema de Echeverra es mucho ms
amplia y compleja.
Pretexto de La cautiva
Lleg chasque de Patagones conduciendo un cautivo de los Blandengues del Fuerte Argentino,
ha quien ha tomado de esclavo Chocorr desde que lo tom prisionero.
As queda asentada en la entrada del 22 de agosto la aparicin del primer cautivo en
el Diario de la expedicin al desierto de quien ser luego gobernador de la provincia de
Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas. De all en ms, numerosas entradas hacen
referencia a la entrega (por pacto) o salvacin (por rescate) de cautivas y cautivos, cuyo
nmero lleg a seiscientos treinta y cuatro (segn la Relacin de los cristianos salvados
del cautiverio por la Divisin Izquierda del Ejrcito Expedicionario contra los
brbaros, al mando del seor Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas, publicada
al finalizar la operacin militar). Los trminos con que se da cuenta de su circulacin no
dejan de ser relevantes:
Lleg de Fuerte Argentino el capitn Jos M. Plaza, acompaado de los boroganos que
condujeron hasta dicho punto la primera remesa de 33 cautivas, parte de las ya entregadas.
(14/9)
El agrimensor Feliciano Chiclana march para Buenos Aires. Tambin se despach una
cautiva portea (1/1)
La artillera y la segunda divisin del conboy marcharon para Fuerte Argentino. Se entregaron
cinco cautivas a sus deudos. (11/1; los destacados me pertenecen en los tres casos.)
Cautivas y cautivos, agrupados en remesas, son entregados por los indios al ejrcito y
entregados, a su vez, por ste a sus familiares, despachados incluso. Circulan as, en
el diario, como cosas, como bienes, y de igual modo son consignados por el lenguaje de
inventario de la Relacin. Como queda claro en el discurso transcripto en la ltima
entrada, la restitucin de dichos bienes a sus legtimos propietarios (los deudos y la
patria) era parte central del restablecimiento del orden.
Evidentemente, poner, tres aos despus, en escena en el poema La cautiva el
salvajismo de los malones era el modo de reinsertar su actualidad en la imaginacin
colectiva y cuestionar la efectividad de la accin de Rosas (como seala Susana Rotker
en Cautivas). A diferencia de los numerosos indios amigos con que se pacta en el
Diario, que incluso capturan a un desertor del ejrcito, resultando as ms fieles a la
patria que un propio cristiano, los indios de La cautiva son lo imposible, la insensata
turba (I, 121), salvages (I, 132). Echeverra mata dos pjaros de un tiro: reactualiza
aquello que la pax rosista da por conciliado, y simultneamente echa un denso manto de
sospecha sobre quien se atreve a llamarse amigo de los indios.
Otro tanto ocurre con el espacio, tan imposible, abyecto e indominable como el
indio:
La tribu aleve, entre tanto,
all en la pampa desierta,
donde el cristiano atrevido
jams estampa la huella,
ha reprimido del bruto
la estrepitosa carrera (II, 19-24)
Si all el cristiano jams estampa la huella, o bien Rosas miente (y no ha
estado) o bien lo ms plausible no es cristiano. As, Echeverra hace de la oposicin
poltico-militar un conflicto metafsico irresoluble (esencialismo que encuentra su
culminacin en la dualidad sarmientina), ideologema cuya productividad literaria se
restringe, desde luego, a la narracin agnica, trgica y ejemplar.
La Cautiva en Una excursin a los indios ranqueles
La primera vez que Una excursin a los indios ranqueles cita a La cautiva (es en la
carta doce, siendo citados los tres primeros versos Era la tarde, y la hora / En que el Sol
la cresta dora / de los Andes) parece corroborarla: la partida llega a un inmenso
charco de agua revuelta y sucia, apenas potable para las bestias que recuerda el
cenagoso pantano del pajonal que cobija a Brin y Mara (V, 31-43). Sin embargo,
vienen de un manantial (en Chamalc), y poco antes (en la misma carta) se ha
consignado:
All hay pastos abundantes, lea para toda la vida, y agua la que se quiera sin gran trabajo,
como que inagotables corrientes artesianas surcan las Pampas convidando a la labor.
Cada mdano es una gran esponja absorbente: cavando un poco en sus valles, el agua mana con
facilidad. (XII)
La corroboracin del poema de Echeverra obra, entonces, ms que como
confirmacin como muestra de la singularidad de ese espacio que construye. No se
tratara tanto del reconocimiento de la exactitud del poema como del asombro
(burln?) de haber encontrado algo que se le parezca. En realidad, la construccin de
espacio de Echeverra viene contradicha desde el primer momento en que el coronel
pone un pie tierra adentro. All, a diferencia del espacio absolutamente liso de La
cautiva, donde resulta imposible orientarse, la rastrillada es la marca innegable de un
espacio ya-estriado, (Deleuze-Guattari) estriado, adems, por un otro:
Una rastrillada, son los surcos paralelos y tortuosos que con sus constantes idas y venidas han
dejado los indios en los campos. (IV)
La Pampa no es pura nada, inmensidad hostil, abismo oscuro en que el hroe ideal se
pierde, sino un espacio ya roturado. Y el modo de desplazarse en l, seala Mansilla, es
adoptar las prcticas del otro, como ya lo haba entendido Rosas. Al referirse al Ro
Colorado, en su diario el futuro Restaurador cuenta:
Los indios lo pasan en balsas de sauce. As lo pas la divisin de vanguardia. (17/5)
La oposicin metafsica de Echeverra sirve de fundamento a una moral y una
poltica de la intransigencia. A ella, el discurso militar opona ya desde Rosas una
pragmtica que se permite explotar, cuando fuera til, los saberes del otro. Ello
posibilita al desierto dejar de estar caracterizado en trminos nicamente negativos y
constituir el pinge patrimonio del que hablar Echeverra, ya no en trminos poticos
sino econmicos.
Rosas tambin hablar de las yermas y vastas pampas del sur, pero en su discurso
final, confirmando que tal construccin facilita la produccin de heroicidad (es decir, el
mismo uso que le dar Echeverra). Sin embargo, a lo largo de su diario aparece un
espacio fragmentado, con lugares propicios para el asentamiento humano. De hecho, la
entrada ms extensa, la del 17 de mayo, est consagrada a la descripcin del Ro
Colorado (del que encarga adems un reconocimiento tcnico transcripto el da 31).
Como ya haba ocurrido frente al Arroyo Tapalqu [la divisin se hallaba campada a
la margen oriental del hermoso Arroyo Tapalqu], el militar se permite aqu una
expresin totalmente fuera de tono, obscena (en la escena de ese texto): El ro
Colorado es hermoso. En su descripcin especula sobre la navegabilidad del curso y
enumera las mil ventajas que la campaa ofrece a la poblacin que indudablemente
debera establecerse en l (el destacado me pertenece): lea muy buena, agua de
calidad, buenos pastos para engorde y pastoreo. Calcula entonces cuntas estancias
podran establecerse, multiplica el nmero de cabezas de ganado y deduce lo que
arrojaran como exportacin en cueros, carne salada y sebo. Finalmente, especula sobre
el cultivo del trigo.
Tambin su sobrino Lucio vuelve, a menudo, sobre la prodigalidad y el
aprovechamiento de ese espacio:
Yendo uno bien montado, se tiene todo; porque jams faltan bichos que bolear, avestruces,
gamas guanacos, liebres, gatos monteses, o peludos, o mulitas, o piches o matacos que cazar.
(III)
Y como siempre que bajo ciertas impresiones levantamos nuestro espritu, la visin de la Patria
se presenta, pens un instante en el porvenir de la Repblica Argentina el da en que la
civilizacin, que vendr con la libertad, con la paz, con la riqueza, invada aquellas comarcas
desiertas, destituidas de belleza, sin inters artstico, pero adecuadas a la cra de ganados y a la
agricultura. (XII)
Advirtase, de todos modos, una distancia significativa: mientras que Rosas aun
necesita plegar lo til a lo hermoso, estetizarlo, Lucio a fin de cuentas, un hombre del
ochenta puede aceptar la utilidad de aquello que no tiene inters artstico. Del
mismo modo, en la carta XXXII reflexiona sobre la distancia entre lo bello y lo bueno
o, si se quiere, entre el sentimiento esttico y el obrar moral. Sobre esto volver ms
adelante.
Pero si hasta aqu sera posible aceptar que se trata de correcciones de naturalista, a
la monstruosa orga diablica de El festn (II, La cautiva), teida de vampirismo,
Mansilla opone unos banquetes en que primero se come ordenadamente (y con un
esmero que no se cansa de consignar, vase la carta veintisis) y despus, s, se bebe.
Comienza entonces la orga, y reaparece, en la carta treinta y uno, el texto de La
cautiva (II, 113-116: Este chilla, algunos lloran, / Y otros a beber empiezan, / De la
chusma toda al cabo / La embriaguez se enseorea). No obstante, lejos del caos, el yapa
(puesto en relacin, adems, con las costumbres inglesas) instaura la idea de juego,
ratificada por la loncoteada. En la embriaguez resultante no deja de haber riesgo, pero el
espectculo aterrador y atvico de Echeverra deja paso a uno granguiolesco e
impdico (ms parecido al de El matadero que al de La cautiva):
Aquello daba ms asco que miedo. []
Yo no quera que me sorprendiera la noche entre aquella chusma hedionda, cuyo cuerpo
contaminado por el uso de la carne de yegua, exhalaba nauseabundos efluvios; regoldaba a
todo trapo, cada eructo pareca el de un cochino cebado con ajos y cebollas. (XXXI)
Si algo desactiva Una excursin a los indios ranqueles, es todo aquello que cabra
llamar ominoso en el poema de Echeverra. En la parte octava de La cautiva, un
momento particularmente dramtico es el enfrentamiento de Mara, tras salvarse de la
quemazn, con un tigre pardo / tinto en sangre. El coronel, por su parte, en la carta
cincuenta, apunta lacnicamente y casi como al pasar (olvidando ese poema que sabe
de memoria):
Nuestros tigres, el jaguar argentino, no atacan como el tigre de Bengala, sino cuando los
buscan. Por otra parte, el monte haba sufrido los estragos de la quemazn y el tigre vive entre
los pajonales.
La cautiva en Una excursin a los indios ranqueles
Todo el poema de Echeverra es puesto bajo un epgrafe de Byron:
Female hearts are such a genial soil / For Kinderfeelings, whatsoeer their nation, / They
naturally pour the wine and oil / Samaritans in every situation; (Mazzepa).
En todo clima el corazn de la muger es tierra frtil en afectos generosos: ellas en cualquier
circunstancia de la vida saben, como la Samaritana, prodigar el leo y el vino. (trad. del
propio Echeverra).
En La cautiva, lo femenino es cifra de bondad y pureza, incluso entre las indias:
Sus mugeres entre tanto,
cuya vigilancia tierna
en las horas de peligro
siempre cautelosa vela,
acorren luego a calmar
el frenes que los ciega
ya con ruegos y palabras
de amor y eficacia llenas;
ya interponiendo su cuerpo
entre las armas sangrientas (II, 225-234)
A esta vigilancia tierna, Mansilla opone el rigor y la malicia de las chinas, que
maltratan a las cautivas y son peores que el mismo indio:
El indio es muy bueno y me vender si no me han de llevar a otra parte. Pero las chinas son
malazas. (XLI)
La conclusin de Mansilla, en la misma carta, es rpida: Las mujeres son siempre
implacables con las mujeres. A una visin romntica e idealizada de la mujer, opone la
visin propia de los mbitos masculinos cerrados: la mujer como amenaza, la mujer
como peligro (ptica que volver, una y otra vez, en las causeries). Si La cautiva es la
historia del intento (frustrado) de una mujer por salvar a un hombre, Una excursin
multiplica las historias de hombres perdidos por mujeres.
Las mujeres tienen el don especial de hacernos hacer todo gnero de disparates, inclusive el de
hacernos matar. (XXXI)
El hombre debe tener palabra con las mujeres, aunque ellas suelen ser tan prfidas y tan malas;
las cosas han de tener algn fin. (LXIII)
Recurdese que una vez que Mara logra librar a Brin y escapan, muy poco
despus los cristianos arrasan con los indios (IV). La conclusin irnica de Mansilla es
obvia: Hay hroes porque hay mujeres (XXI). Sin la intervencin de Mara,
probablemente ambos habran sobrevivido: la gran tragedia es un malentendido
domstico.
Las cautivas de Una excursin a los indios ranqueles estn lejos de la Mara
indoblegable y heroica que resiste hasta el fin. En aquellas tierras, las mujeres no
tienen sino dos destinos: trabajar y procrear. No me atrevo a decir, si a este respecto los
indios andan ms acertados que nosotros (LIX). Las hay felices e infelices por igual en
su nueva condicin, e incluso una se permite sealar: Parezco cristiana, porque Ramn
me permite vestirme como ellas, pero vivo como india; francamente, me parece que soy
ms india que cristiana (LXV). Otra genera con un candor angelical un punto
mayor de ambigedad:
Haba jurado no entregarme sino a un indio que me gustara y no encontraba ninguno (XLI)
Si la mujer intocable resguarda en La cautiva el lugar de la pureza, el mestizaje
constante de Una excursin a los indios ranqueles desactivara la posibilidad de
oposiciones sin contaminacin, la mitologa de los opuestos absolutos.
La expedicin de Rosas haba sido al desierto, y El principal designio del autor de
La Cautiva ha sido pintar algunos rasgos de la fisonoma potica del Desierto
(Echeverra en su advertencia). Mansilla, por el contrario, hace de la suya una excursin
a los indios ranqueles. No son ya una turba que molesta las calladas soledades del
desierto, el verdadero protagonista, sino que aqu el desierto es eso que est entre el
narrador y los indios, lo que hay que cruzar para llegar a ellos. Cambio respecto de lo
focalizado que seala el abandono de la perspectiva del naturalista por la del etngrafo.
Hay, desde luego, inters por las tierras, por la propiedad. Pero el inters del texto no
est puesto en ellas sino en los indios (quiz para velar el verdadero inters,
ciertamente). A partir de all, Una expedicin a los indios ranqueles abandona y
problematiza (como no pudo hacer Sarmiento) el ideologema fundado por La cautiva, lo
que Vias llama el laicismo de Mansilla.
Pero est, creo yo, dejando mucho ms de lado. Antes seal cmo, a diferencia de
su to, Mansilla no necesita ya estetizar lo utilitario. Para l, esttica y moral (y por
ende, poltica) son esferas autnomas. Por consiguiente, tampoco necesita politizar o
moralizar, como haba hecho Echeverra, la esfera de lo esttico. Una excursin a los
indios ranqueles marca el quiebre de la tradicin con que esttica y poltica se haban
mantenido anudadas en el siglo XIX y, hacindolo, revela al mismo tiempo la
motivacin fuertemente poltica del proceso de autonomizacin literaria misma.
En el discurso pragmtico de los militares, el dandy Mansilla redescubre la
productividad literaria de eliminar la oposicin metafsica instaurada por Echeverra en
La cautiva, sin que ello implique renunciar un pice a sus intereses poltico-
econmicos. Es aquello que pondr ms tarde en escena como argumento de la causerie
Por qu?, en cinco extensas entregas: ya desde su juventud, no haba para l
como s para su padre contradiccin alguna entre ser rosista (o proclamarse
trivialmente como tal, como por otra parte se encarga de exhibir que hacan todos) y leer
El contrato social como literatura (por algo en francs).
Y tiene razn Vias al sealar que ese laicismo, pese a todo, no va ms all con
los matizados que se quiera del racismo en coagulacin creciente de su grupo. Lo que
Vias no ve, tal vez porque su laicismo no va ms all del machismo en coagulacin
creciente de su grupo, es que dicho laicismo ha desplazado el eje opositivo al gnero, y
ha puesto a la mujer como fuente y foco de contaminacin: es ella, de ahora en ms, el
matadero. Lo ser en el tango, y bastante ms all (bastante ms ac, incluso) en la
literatura argentina. De la Excursin en adelante, las mujeres, lo femenino son los
indios, lo infame y el desierto, y la oposicin de gnero se convierte en el esencialismo
metafsico intransigente que sostiene la ficcin nacional, sea de derecha o de izquierda.
BIBLIOGRAFIA ROSAS, Juan Manuel de. Diario de la expedicin al desierto (1833-1834). Buenos Aires: Pampa y Cielo, 1965. ANONIMO. (1835) Relacin de los cristianos salvados del cautiverio por la Divisin Izquierda del Ejrcito Expedicionario contra los brbaros, al mando del seor Brigadier General D.Juan Manuel de Rosas. Edicin de la Academia Nacional de la Historia, 1979. ECHEVERRIA, Esteban. (1837) La cautiva en Rimas. Madrid: Editora Nacional, 1984. MANSILLA, Lucio V. (1870a) Una excursin a los indios ranqueles. Buenos Aires: Biblioteca Ayacucho / Hyspamrica, 1986. CAILLET-BOIS, Julio. (1947) Lucio Victorio Mansilla, prlogo a su edicin de Una excursin a los indios ranqueles. Buenos Aires: Fondo de cultura econmica, 1947. DELEUZE, Gilles y GUATTARI, Flix. (1980) Lo liso y lo estriado en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pretextos, 2000. IGLESIA, Cristina. (1997) Mejor se duerme en la pampa. Deseo y naturaleza en Una excursin a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla en La violencia del azar. Ensayo sobre literatura argentina. Buenos Aires: Fondo de cultura econmica, 2002. IGLESIA, Cristina. (2000) El placer de los viajes. Notas sobre Una excursin a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla en La violencia del azar. Ensayo sobre literatura argentina. Buenos Aires: Fondo de cultura econmica, 2002. IGLESIA, Cristina. (2003) Mansilla, la aventura del relato en SCHVARTZMAN, Julio (comp.) Historia crtica de la literatura argentina. Vol 2: La lucha de los lenguajes. Buenos Aires: Emec, 2003. ROTKER, Susana. (1999) Cautivas. Olvidos y memorias en la Argentina. Buenos Aires: Ariel / Planeta, 1999. VIAS, David. (1982) Indios, ejrcito y fronteras. Buenos Aires: Santiago Arcos, 2003.