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poyagnu natjirune I Encuentro de saberes productivos del adulto mayor - sepahua (ucayali)

I Encuentro de saberes productivos del adulto mayor ... abuelos.pdf · canciones, así que ellos hi-cieron eso mismo: invocar a sus espíritus con la suya”, dice el Padre. Los nahuas,

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p o y a g n u n a t j i r u n eI Encuentro de saberes productivos del adulto mayor - sepahua (ucayali)

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E N C U E N T R O D E S A B E R E S P R O D U C T I V O S D E L A D U L T O M A Y O R1 5 d e s e p t i e m b r e d e 2 0 1 5

S epahua, abril de 2014. Parroquianos y familiares se congregan alrededor de ancianas y ancianos dándoles toda

clase de consejos. Son las 7.30, y la embarca-ción está lista para ser abordada. El bote se llena de inusuales pasajeros: 42 adultos ma-yores que descenderán el Urubamba para, en Atalaya, tramitar sus tarjetas Multired del Banco de la Nación. Así, podrán cobrar su ‘Pensión 65’.

Esa mañana forma ya parte de la me-moria de los sepahuinos. Nunca antes una gestión municipal se había preocupado por ellos. Los adultos mayores sufrían la postra-ción, indiferencia y exclusión social, desti-nados a vivir sus últimos años en deplora-bles condiciones.

Ese viaje no era circunstancial. No bus-caba el protagonismo de mi persona, ni de nuestra gestión. Era una muestra más de nuestro compromiso, desde 2011, con aque-llos que echaron a andar nuestro acogedor distrito décadas atrás. Todo un proyecto

emprendido por la Gerencia de Desarrollo Económico y Social que ya contaba con re-sultados tangibles.

El primer paso fue darles un nombre y una edad: hacerlos visibles para el Esta-do peruano a través de un DNI. De los 265 adultos mayores, un centenar obtuvo, por vez primera, su documento de identidad. El resto, actualizaron sus datos. Para arrancar este largo camino debían ser alguien ante el Estado.

De forma paralela, se programaron aten-ciones médicas gratuitas en convenio con el Centro de Salud ‘El Rosario’, brigadas iti-nerantes por las comunidades y caseríos y reparto de medicamentos. También paseos, participación en eventos sociales y otras mu-chas actividades recreativas. Todo, absoluta-mente todo, gratis.

Las innumerables muestras de afecto nos reafirmaban en la idea inicial: era el cami-no correcto. Nuestros ‘tíos’ y ‘tías’ –como les llamamos con cariño- se mostraban cada vez

Apuesta decidida por el adulto mayor

Mucho más que proteger

El Distrito de Sepahua cuenta con 265 adultos mayores. Más de 70 ya han superado la barrera de los 75 años.

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P O Y A G N U N A T J I R U N E - G r a c i a s , m i s a b u e l o s

más felices. Había que continuar, continuar apostando por ellos. En esa línea, pusimos cuanto hizo falta para tramitar su acceso a ‘Pensión 65’. Pero surgió un inconvenien-te: ¿cómo cobrarían si todavía no teníamos banco? Botes hacia Atalaya, cada dos meses. Viaje, comida y estancia... gratis.

Y así llegamos a abril de 2014. Nuestros adultos mayores, protagonistas en los me-dios de comunicación nacionales al conver-tirse en los primeros de todo el país que ac-ceden a la tarjeta Multirred del Banco de la Nación para poder cobrar su ayuda.

Podría ser el fin de la historia, pero no. Nos damos cuenta de que reconocer y valorar a los adultos mayores no sólo supone darles una atención paternal. Al contrario, hoy, más que nunca, supone revalorizar y res-catar sus conocimientos, aquello que apren-dieron de niños y que con el devenir de los nuevos tiempos se está olvidando.

La música, la artesanía -cerámica, teji-do, elaboración de herramientas, armas…-,

la medicina tradicional, la lengua, los cono-cimientos de las labores agrícolas, caza, pes-ca y otros saberes de los pueblos originarios están depositados dentro de su cabeza y de su corazón. Ellos, hoy en día, se constitu-yen como los amautas de nuestros tiempos, los sabios.

Se les ha motivado, se les ha ilusionado y hoy, en esta I Feria de Saberes Productivos del Adulto Mayor, tenemos los resultados. Los sepahuinos sabemos que nuestros abue-litos no son una carga, sino un gran valor, un tesoro. Sí, necesitan ser entendidos y ayudados por el paso inevitable de los años, pero esto debe ser asumido como un deber del Estado, de la sociedad y un deber personal de cada uno de nosotros, pues gracias al es-fuerzo y trabajo de aquellos hombres y mu-jeres, hoy gozamos de un distrito próspero y en franco desarrollo.

Luis Alberto Adauto ChuquillanquiAlcalde Distrital de Sepahua

El 57% de los adultos mayores son yines. El resto de las etnias amahuaca, asháninka, matsigenka, nahua, yaminahua y quechua.

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poyagnu natjirune

Ellos suelen ser más comunicativos y afables. Quizás porque algunos, como Álvaro, Juan o Domingo, han viajado. Han visto mundo pero siempre, a su regreso, han sabido preservar sus costumbres, su cultura.

Ellas más tímidas. Con dificultades incluso para entender y hablar el castellano, como Dora, Celia o Elena. Pero maestras a la hora de hilar y tejer algodón, confeccionar canastas o cocinar patarashca.

Poyagnu Natjirune (‘Gracias, mis abuelos’, en yine o piro) no es más que un humilde pero sincero reconocimiento a todos. A los que nos cuentan sus historias en las próximas páginas y a quienes no hemos alcanzado a visitar. Llegar, por ejemplo, a las comunidades del río Sepa y Mishagua es cuestión de días en esta época del año.

No son todos los que están. Son muchos más. Podríamos llenar diez revistas

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gracias, mis abuelos

como esta y nos seguiría faltando el espacio. Porque todos y cada uno de los más de 250 adultos mayores de nuestro distrito son maestros en algo. Unas tejen, otros cazan; otras cocinan rico, otros atesoran los cuentos y leyendas más significativos de su etnia. Todos, absolutamente todos, han vivido épocas duras que han superado a base de trabajo e ingenio.

Aunque son de etnias diferentes, todos hablan un mismo lenguaje: el de la

selva. El de saber aprovechar lo que la naturaleza nos brinda, el de vivir en plena conexión con el entorno. Ahora, ilusionados, toman conciencia del valor de ese lenguaje que hoy día nos transfieren como el mayor de los tesoros.

Gracias, mis abuelos. Gracias.

Textos, imágenes y diseños de Beatriz García, Leyre Hualde y Gabriela Ricca (Radio Sepahua)

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La cocina de la

ABUELA HILDA

Desde que la olla grande de barro se le chancó, la señora

Hilda prepara su masato en una olla de aluminio. Pero, el sabor de la comida no es el mismo. “Antes solo cocinaba con mis ollas de barro y todo sabía más rico. En la grandaza preparaba mi masato y en las pequeñas el pescado, el pláta-no y el arroz”, explica. Al igual que no sabe precisar los años que tiene –“creo que ya cumplí 70”, comenta con una sonrisa, aunque su DNI indica que tie-ne 83-, Hilda tampoco sabría decir cuántas ollas de barro ha elaborado en su vida.

Fue su abuela quien le en-señó cuando todavía era una niña y, luego, ella enseñó a sus hijas el secreto para dar for-ma al barro. Sin embargo, sus nietas ya no están interesadas. “Las jóvenes ya no quieren ha-cer ollas y me pone triste. No todo hay que comprar si fácil las puedes hacer”, razona Hil-da dando vueltas en la mano a la última olla que elaboró.

Para hacerla, esta anciana pidió a uno de sus nueve hi-jos que le trajera barro fresco de una quebrada cercana a su casa, en la comunidad de Puija. Ella lo mezcló con are-nita del río y agua para poder amasarlo fácilmente. “Lo pon-go sobre la tabla y lo masajeo utilizando una madera como si fuera cuchara”, expone Hil-da moldeando una vasija ima-ginaria. “Así le doy su forma y cuando se seca queda solo el último paso: ponerla en la candela durante media hora porque después de quemarlo, el barro no se chanca”, añade.

Orgullosa, explica que las ollas que ella elabora ni se dañan ni se rompen en mu-cho tiempo. Su hijo y su nieta, que traducen sus palabras del yine, asienten y aseguran que las utiliza siempre que puede. La olla que nos enseña está descascarillada. “Quiero ha-cer otra pero ya estoy mayor y ahora es difícil encontrar ba-rro”, señala Hilda resignada.

Hilda Saavedra vive en San José, en la Comunidad Nativa de Puija. Emocionada, explica que el barrio se llama así en honor a su marido, uno de los pioneros. Desde que su esposo murió, vive sola aunque en ningún momento le falta compañía. Hijos, nietos e incluso biznietos ocupan las casas vecinas y así atienden a la matriarca de la familia.

Hilda Saavedra - 83 años - Yine Ollas de barro

La vida de Hilda Saavedra transcurre en gran parte en la cocina de su casa, donde recibe a las visitas con masato

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Velasco Inima (67),Laura Ruuono (65) yJuan Naitari (65 años)NahuasCanción popular

Adiós a los malos espíritus:

EL YAMA-YAMAEl padre Ignacio Irái-

zoz cuenta que fue un momento muy

emocionante. De película. Era domingo, y los indíge-nas amarakaeris de la Mi-sión de Shintuya (río Manu - Madre de Dios) estaban en misa cuando varios hombres desnudos llegaron repitien-do una y otra vez la palabra ‘shara’ (hombre bueno). “Se sentaron tranquilos en la iglesia y nosotros seguimos con la misa, pero cuando tocó el momento del canto, ellos se pusieron al mismo tiempo a entonar su can-ción: el yama-yama”, cuenta el sacerdote.

Luego entendió el por qué de esa reacción. “Pensaron

que nosotros estábamos ata-cándoles, invocando a nues-tros espíritus con nuestras canciones, así que ellos hi-cieron eso mismo: invocar a sus espíritus con la suya”, dice el Padre.

Los nahuas, también co-nocidos como ‘sharanahuas’ o yoras (denominación que ellos mismos rechazan) no tienen un traje típico, pues pasaron de ir calatos a vestir ‘jeans’ y polos en un cortísimo espacio de tiempo. Eso no im-pide que, al igual que ocurre en la inmensa mayoría de las etnias, los más ancianos se-pan elaborar arcos, flechas, canoas o curar con plantas naturales. La pena es que, precisamente por esa rápida

incorporación a la forma de vivir occidental, pocos jóvenes están asimilando todas esas prácticas. Pero hay algo que continúan aprendiendo des-de pequeños: el ‘yama-yama’. Esta sigue siendo la melodía más entonada por el pueblo nahua, si bien es cierto que su sentido ancestral ha sido, en parte, modificado.

Velasco Inima, uno de los más antiguos, fue uno de esos primeros hombres que se acercó al padre Ignacio en busca de ayuda. Su DNI marca 75 años, una edad es-timada, pues en Serjali na-die sabe cuándo nació. Se ríe cuando le pedimos que nos cante el yama-yama, pero fi-nalmente accede. Se concen-

tra y afina su voz. Todos, ni-ños y adultos, se unen en un inusual silencio.

Suena triste, melancólica. “Nosotras, las mujeres, tam-bién la cantamos para dormir a los bebés”, asegura una jo-ven madre. También se canta durante los rituales de sana-ción, mientras el curandero fuma su tabaco, e incluso en los funerales, cuando mujeres y hombres pasan la noche en vela en torno al difunto, pero por separado.

El yama-yama es, por tanto, mucho más que una canción. Se les pide una traducción que nadie alcanza a dar. Sim-plemente, “recuerda a nues-tros antepasados y por eso, para nosotros, es sagrada”.

Velasco, Laura y Juan son algunos de los más antiguos de la Comunidad Nativa de Santa Rosa de Serjali.

Han vivido en primera persona los episodios más difíciles de su etnia nahua. En los años 80 eran ‘los calatos’. Hoy piden ser peruanos de pleno derecho

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Álvaro Martínez 66 años Yine

Arcos y flechas

Sabiduría yine ‘entre hombres’

De abuelos a nietos

Los antiguos de diferen-tes etnias amazónicas coinciden. En la selva,

si un hombre quiere conse-guir a su mujer, debe cumplir varios requisitos. Álvaro Mar-tínez explica la razón. “Debes tener flecha, arco, cordel, ca-noa, remo y anzuelo. ¿Sabes por qué? Para no tener que prestarte del suegro”, bromea. Una broma que no lo es tanto, pues todo joven pretendiente

debía, como mínimo, saber fabricar todo eso.

Harry, de 12 años, tiene un buen maestro. En pocos mi-nutos, Álvaro nos demuestra cómo hacer un arco, una de las muchas herencias de sa-biduría que le legó su abuelo, don Belisario. “Ahora tengo cuchillo para moldear, pero los viejos utilizaban muela de ardilla”, concreta cuando se le pregunta cómo era antes.

Para elaborar el arco ne-cesitamos madera de pifallo (una especie de palmera) y soga de setiko. El primero se consigue con relativa facili-dad porque “ahora se suele sembrar, pero el que crece natural es más duro, mejor”; para hacernos con la soga de-bemos echar abajo un arboli-to, pues esta crece en lo alto.

“Mira, primero corto la forma con el machete y luego, con mucho más cuidado, le voy moldeando con el cuchi-llo”, explica mientras nos da una clase práctica. Y es que es todo un maestro, por eso rechaza el tazón de masato que le ofrece una de sus hijas.

“Un maestro no puede hacer su trabajo desviado”, asegura.

Sin embargo, sí que pue-de contar vivencias mientras confecciona la soga. Se levan-ta el pantalón y, ayudándose de su pierna, que se ha que-dado sin vello por repetir una y otra vez la misma acción, enrosca la planta hasta que se convierte en soga. Recuerda cuando vivió en Lima, como integrante de una organiza-ción indígena provincial. “Por eso cuando vienen a mi casa sé recibir a la gente y les ense-ño todo lo que quieren saber. Nuestra cultura yine es rica en saberes y debemos enseñarla a quien desee aprender”.

Consciente de la importancia de revalorizar las culturas amazónicas, don Álvaro Martínez recibe con gusto a todo aquel que desee preguntar y aprender

Harry, su nieto de 12 años, observa atento cómo su abuelo da forma a un arco.

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Jonás Urquía y Eva Var-gas llevan toda una vida juntos. Desde el

57, creen. Ella camina con dificultad, pero a él todavía le quedan fuerzas para, de vez en cuando, salir al monte y buscar los ingredientes de su remedio mágico: el ajosa-cha. “Empecé a tomarlo de joven, cuando iba a trabajar en la madera”, rememora el abuelo Jonás, que ya es octo-genario. Dice que, mien-tras se trabaja durante días (a veces meses, en el monte) soportar la incesante lluvia es muy duro. “La humedad se te mete hasta los hue-sos”, explica, “y duele”.

Jonás aprendió a elaborar ajosacha del señor Carlos Ma r t í n e z , un cu-randero puca-l l p i -n o .

Ahora, él y su esposa Eva comparten su secreto con nosotros. Anoten los ingre-dientes. El más importante es el ajosacha, un pequeño tronco que se extrae de raíz. “Hay que dejarlo secar dos o tres días y, luego, lo raspas bien con cuchillo hasta que llenas un plato”, comenta ella. También necesitaremos

aguardiente, un poqui-to de tronco

de ‘chu-chuwasi’,

icoja (un t r o n c o p a r e -

c i d o a la

ca-

nela), uña de gato, sandre de grado (similar al aseptil rojo), bobinsana y una piz-quita de kion.

“Lo mezclas todo y lo de-jas macerar de dos a tres se-manas”, concluye. Así lo han hecho ellos usando como re-cipiente una pequeña galo-nera que lleva su nombre. Y luego, cuando ya está listo... ¿qué hacemos, señor Jonás? “Tomar un poquito en la mañana, antes de bañarte”, comenta. Ase-gura que el a josacha le ca-l i e n t a l o s

huesos y le hace más lleva-dero el reumatismo.

Aunque el ajosacha no es el único remedio que toma, sí que es al que más fidelidad profesa. “Bueno, también sa-bemos el del ‘Chirisanango”, continúa nuestro amigo, “ese sirve para si un hombre no tiene buena puntería con la flecha, mejorar la puntería cuando va a cazar”. Ese se lo contó su padre, Salvador Ur-quía, y es más simple de pre-parar. “Se raspa el tronco de chirisanango y se mezcla con agua, nada más”. Eso sí, de-bes tomarlo antes de dormir.

Y, por si fuera poco, este remedio tiene ‘efectos se-cundarios’ positivos. Ayu-da a no ser ocioso. “Si una mujer no quiere cocinar, el sanango le hace cocinar”,

afirma la señora Eva, “y lo mismo con el hom-

bre, si no quiere trabajar le hace que trabaje para ali-mentar a sus hijos”.

Ya lo han com-probado, en casa de Jonás y Eva encon-tramos remedios para casi todos nuestros males. ¿Se les antoja un traguito de ajo-sacha? ¡Salud!

Un traguito de AJOSACHA contra el dolor

Jonás Urquía y Eva Vargas - 80 y 74 años - Yines Remedios naturales

Un pequeño tronco que se extrae de raíz y se hace secar al sol ayuda a este matrimonio a sobrellevar los dolores de huesos propios de su avanzada edad

En el interior de la galonera troncos y plantas se entremezclan con aguardiente para crear el ‘ajosacha’.

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Elena Pacaya, Carmen Pacaya y Luisa Lizardo(71, 72, 74 años)YinesUtensilios de barro

Conversaciones de sabias en torno a

LA GREDAA un costado reposa un

gran bloque de greda; al otro, los fuertes ra-

yos de sol del mediodía calien-tan dos vasijas recién hechas. En el centro, Elena, Carmen y Luisa charlan animadamente en yine mientras sus manos dan forma al barro con el que hacen ollas y mocahuas. Re-conocen que llevaban tiem-po sin hacerlo; sin embargo, no han perdido la práctica. “Nuestras hijas ya no quieren utensilios de barro, dicen que es más fácil comprar, por eso ya no hacemos tantos como antes”, explican.

Las tres recuerdan cómo antes, sus madres, en cual-quier momento agarraban

greda y la moldeaban. En esos ratos, viéndolas trabajar, fue como ellas se iniciaron en el arte de elaborar ollas, vasijas y mocahuas de barro. “Igualito aprendieron nuestras madres de nuestras abuelas y ellas de sus madres. Así ha sido siempre con las mujeres”, se-ñalan. Tras un silencio, Elena es la primera que puntualiza una realidad triste a sus ojos: “Pero esto ya no es así… Las nuevas generaciones no han querido aprender muchas co-sas; algunos ni el idioma. Eso me da mucha pena”.

Por eso, las tres se suma-ron encantadas a la iniciativa de la Municipalidad de Se-pahua y Pensión 65 de parti-

cipar en el primer encuentro de Saberes Productivos que se realizará en el distrito. “Es-tamos elaborando estas ollas para tener una muestra y además vamos a enseñar a un grupo de niños cómo se ha-cen”, indica Luisa. “Y nomás hace falta tener greda, arena, agua y candela… todo bien sencillo de encontrar”.

Elena desliga una porción de greda del gran bloque con el que trabajan. “Lo prime-ro es mezclar el barro con el agua y la arena. Es un paso muy importante”. Mientras ella se ocupa de la mezcla, la greda en manos de Luisa ha dejado de ser una masa sin forma para convertirse, poco

a poco, en una mocahua. Mientras ella alisa la super-ficie, Carmen decora la pieza en la que lleva trabajando una hora. Ayudándose de una tusa de maíz, dibuja líneas en el barro. “Así, después queda bien bonita la olla”, explica.

En tres días, según sus cálculos, la greda estará lo su-ficientemente seca como para ponerla en la candela. De esta manera es como se seca el ba-rro y las ollas, macetas y pla-tos que han elaborado no se chancan. Las tres concluyen: “Demoramos un buen rato en hacerlas, pero duran años y años. Así pasa con las cosas que aprendimos de nuestras madres y abuelas”.

Aunque ya no es una labor habitual, la práctica de las mujeres yines para elaborar ollas y mocahuas de barro continúa intacta. Lo que bien se aprende jamás se olvida

El trabajo en compañía siempre es más gratificante, por eso ellas prefieren moldear mientras hablan..

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Ya no es igual. Ahora, mis nietos se enamo-ran como cualquier

mestizo”. Esta frase, rescatada de la convesación con ‘el viejo Gonzáles’, como se le conoce, la comparten muchos de los mayores del Bajo Urubamba. Y es que, antaño, todas las et-nias eran celosas del extranje-ro y el mestizaje de unos con otros no era bien visto.

Este octogenario de ojos avispados vive en Miaría, qui-zás la comunidad del entorno que más se preocupa en con-servar las raíces yines y culti-var el orgullo por sus costum-bres y su lengua. En esa línea está la celebración de la Pishta. Mientras se balancea en una hamaca que él tejió, Domingo nos explica en qué consiste: “Cuando una señorita iba a cumplir los 15 años, su mamá avisaba desde tiempo antes a todos, también a la familia y amigos de otras comunidades, y se comenzaba a alistar mu-cha comida y bebida”.

Carne de monte y abun-dante pescado, pero sobre todo mucho masato. “Bien fuerte, como aguardiente, con unos vasos te tumba”, puntua-liza. Hasta una semana podía durar la fiesta, que congrega-ba a todo el río. El objetivo, en definitiva, era presentar a la quinceañera en sociedad y conseguirle un buen espo-so. “Antes de la fiesta la joven pasa varios días escondida, se le pinta con huito (tinte natu-ral) para que se la vea bonita y debe presentarse a las tres de la madrugada con su pelo hasta la cintura”, detalla Gon-zales, “sale ‘calata’, sólo con su pampanilla (falda típica) y su cuerpo pintado”.

La música y las danzas típicas son el complemento perfecto. Una celebración, la Pishta, que Miaría aún cele-bra el 30 de agosto. En vez de una chica, son seis que, aun-que no buscan marido, se vis-ten, pintan y danzan como un día, no muy lejano, hicieran sus abuelas.

Los tiempos cambian, pero

SIGUE LA TRADICIÓN

Domingo Gonzales - 80 años - Yine La Pishta (fiesta yine)

La selva no sabe de fronteras. Domingo vive en Miaría (Echarati), pero sus lazos familiares y su DNI le convierten en un sepahuino más. Yine de corazón, con él descubrimos la fiesta tradicional más importante de su etnia: La Pishta.

Cuando tiene ocasión Domingo Gonzales se reencuentra con el río para visitar a sus familiares.

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Asus 76 años, Benja-mín Canayo presume de mantenerse tan

activo como a los cincuen-ta. Este hombre, natural de Nauta, hace remos, construye sus propias canoas y elabora arcos y flechas. “Aprendí mi-rando trabajar a mi padre. Yo quise enseñar a mis hijos y a mis nietos, pero ellos no tie-nen el gusto de aprender”, se lamenta. Benjamín tiene muy claras las consecuencias: “Si no aprenden a hacer canoa, no conseguirán mujer porque ¿qué mujer va a querer un marido ocioso que no la pue-da llevar a pasear?”.

La vida de Benjamín, como la de todos los habitan-tes del Bajo Urubamba, ha estado siempre ligada al río. Con 12 años, navegó junto con su familia desde Nauta hasta la Comunidad Nativa de Puija, donde se instalaron.

Desde entonces, son inconta-bles las veces que ha realizado ese trayecto y cada vez apren-de algo nuevo. “Cuando voy por el río me fijo mucho en cómo están hechos los otros botes; así cuando tengo que hacer una canoa nueva la hago mejor”, explica mien-tras señala que no sabría de-cir cuántas ha construido en su vida: “Muchas me las han robado de mi puerto… Si eso pasa, me pongo a hacer más”.

Lo mismo ocurre con sus arcos y sus flechas. Benjamín no necesita ninguna excusa

para preparar su cuchillito y sentarse en la entrada de su casa a elaborar flechas para cazar. Siempre tiene a la mano la isana, las plumas, la brea y el hilo de algodón. Una vez ensamblado todo, solo queda la punta, “lo más com-plicado”, apunta este adulto mayor, que no quiere perder la ocasión de agradecer la ayuda que supone la pensión que cobran tanto él como su esposa.

“Las puntas se hacen de chinto, de huesos de animal… todo depende de qué es lo que

quieras cazar con esa flecha porque no son iguales las de cazar sajino, que las de cazar ave o pescar pez”, explica Ben-jamín Canayo. “Una vez que la punta se ha tallado bien, se gira en la isana hasta que que-da firme… Si no es firme, no es buena flecha”.

Este hombre hablador y sonriente recuerda que tan solo una flecha no sirve de nada: “El arco también es muy importante para cazar. El tamaño debe ser adecuado para cada persona para que pueda disparar y los anima-les caigan”. Por eso, presta la misma atención al arco que a las flechas. Para hacerlo, recoge madera de pifano y la talla teniendo en cuenta la al-tura de su destinatario. “Con buen arco y buena flecha yo he mantenido a mi familia. Siempre ha sido así”, afirma convencido Benjamín.

Un hombre que siempre

APRENDE

Arco, flecha y canoa. Esos son los tres elementos esenciales para Benjamín. “Con ellos puedes mantener a toda la familia, no hace falta más”, asegura. Un adulto mayor que sabe agradecer y que procura aprender más día a día. Hoy no es alumno, sino maestro.

Benjamín nos muestra cómo deben utilizarse correctamente el arco y la flecha.

Benjamín Canayo - 76 años - Yine Arcos y flechas

P O Y A G N U N A T J I R U N E - G r a c i a s , m i s a b u e l o s

Es el primer docente amahuaca del distrito, profesión con la que se ganó la vida. Pocos saben su nombre oficial, pues todos le conocen como ‘El tío Bonangué’, quien hace unos meses despidió a su otra mitad, su hermano gemelo ‘Ochambá’. Memoria viva de su etnia, nos cuenta ‘El hombre que se convirtió en gavilán’.

Érase una vez un hom-bre que, cada día, pe-día plumas de gavilán

a sus cuñados para hacer flechas. Ellos, cansados, de-cidieron montar una expedi-ción y enseñarle a su cuñado dónde estaba el nido para que él mismo aprendiera a coger sus plumas. Le facilitaron la subida al árbol con un gran palo, pero una vez allí, se lo quitaron para hacerle broma. El hombre no tenía cómo ba-jar, así que comenzó a hacerse amigo de los dos polluelos de gavilán que le regalaban par-

te del mitayo (carne) que su madre les traía. Y aprendió a comer carne cruda y vivir como gavilán.

Sus cuñados le visitaban, pero nunca le ayudaban, has-ta que dejaron de hacerlo. Y empezaron a crecerle las plu-mas... “Tú tienes familia e hi-jos, y debes llevarles comida. Te vamos a enseñar a volar”, le dijeron los polluelos. El hombre aprendió, comenzó a buscar comida y, de manera discreta, lanzaba carne para sus hijos. “Debes volver a tu casa”, le invitaron los gavila-

nes. Pero ahora le daba miedo volver a la tierra. “Cierra tus ojos y salta”, le animaron los gavilanes. Lo hizo y, ante la sorpresa de su mujer, hijos y cuñados, regresó a casa”. Fin.

Esta historia se titula ‘El hombre que se conviritió en gavilán’, una leyenda ama-huaca contada por quien, hace varias décadas, se con-virtió en el primer maestro bilingüe de Sepahua. En su DNI indica que se llama José, pero todos le conocen como Bonangué. “Es mi nombre en amahuaca, sólo que cuando

me vine a estudiar con los Pa-dres (misioneros) ellos no lo sabían y desde ahí me llamo José”, cuenta. Entonces tenía siete años, ahora son 72.

La memoria no le falla. “Trabajé como profesor por Tahuanía y por Inuya con los yaminahuas pero en el 71, cuando murió mi padre, me regresé”, explica. Un pa-dre que le legó, al igual que otros antiguos ya desapareci-dos como ‘el viejo Camacho’, lo más preciado que tiene: la historia de su cultura grabada a fuego en su mente.

José Piño ‘Bonangué’72 años Amahuaca

Cuentos y leyendas

El tío Bonangué

MAESTRO AMAHUACA

El tío Bonangué, como le llaman la mayoría de sus vecinos, vive en el barrio Nuevo Rosario.

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La chacra y el río; el río y la chacra. Dos rea-lidades que definen

la vida de gran parte de los habitantes del Bajo Urubam-ba quienes, como Francisco, obtienen de ellas su susten-to. Preguntarle si está más orgulloso de su chacra o de su canoa, -ambas surgidas del trabajo de sus propias manos- es como preguntar a un niño si quiere más a su papá o a su mamá. No hay respuesta. Entre las dos re-parte su tiempo este hombre, natural de Maldonadillo, que se instaló en la Comunidad Nativa de Puija hace más de cuatro décadas.

Entonces se dedicó a la cría de animales: perros para cazar sajino, majás o añuje; gatos, para mantener ale-jadas a las ratas y chanchos para comer. Sin embargo, según dice Francisco, “la gen-te mala quemaba, flechaba e incluso baleaba mis anima-les”. Por eso, antes de tener problemas mayores, tomó la determinación de trasladar-se a la orilla opuesta del río Urumbamba, donde fundó el barrio Nuevo San Juan.

Desde allí, el lugar donde Francisco y su esposa hicie-ron “chacra y campamento”, tuvieron hijos y construye-ron, año a año, su casa, vie-

ne a buscarnos porque una vecina le ha avisado de que alguien pregunta por él. Des-calzo y con ropa de faena -“así estaba cuidando de mis cultivos”, se disculpa- Fran-cisco ha cruzado el Urubam-ba tanganeando. “No tengo plata para combustible”, explica, “pero sí fuerza para coger la tangana”. De esta manera se desplaza hasta los lugares cercanos para ven-der productos como el maíz, el frejol o el arroz. “También cultivo plátano, yuca, caña, sandía y papaya, pero eso no vendo”, puntualiza.

Excepto cuando planta frejol, Francisco trabaja su chacra siempre de la mis-ma forma: “Primero se roza abajo para cortar las malas hierbas y se cultiva bien todo. Luego con el hacha sudando duro o con la motosierra, si se tiene, se tumban los ár-boles. De ahí se pedacean las ramas y cuando ya están se-cas se quema toda la chacra. Después de eso está la chacra lista para plantar”.

“Yo cuido mucho mi cha-cra”, asegura Francisco. “La casa es importante para vivir y sombrearse, pero la chacra es para comer y para vender. Es el sustento diario”, dice mientras se aleja firme sobre su canoa, tangana en mano.

Francisco Montes elaboró, hace dos años, la canoa con la que cruza el Urubamba a diario. Ahora se plantea construir una nueva porque el paso del tiempo está malográndola. Mientras consigue la madera adecuada, la cuida con mimo. Él mismo nos lo cuenta.

Una vida de

CHACRA Y TANGANA

Francisco Montes - 68 años - Yine

Preparación de la chacra

Cuando no tiene combustible, Francisco cruza el río a tangana.

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Juan Zorrillo nació en el río Manu. “En Diaman-te, donde ahora salen los

mashcopiros”, cuenta. Se for-mó en Pucallpa, en la Misión Suiza, como pastor evangélico y comenzó a recorrer Cuzco, Puerto Maldonado... y Mia-ría. Allí encontró el amor en una mujer joven con la que se complementa a la perfección, María. Era el año 1975.

Basta verles moler maíz sobre el emponado de su casa

para darse cuenta de que, 40 años después, poco ha cam-biado. Encontramos a Juan y María en plena preparación de su bebida favorita: la chi-cha de jora. No es una bebida yine, pues dicen que los incas ya la preparaban, pero a ellos eso no les importa. “Es lo que mejor quita la sed, prefiero beber chica que masato”, con-fiesa él.

Mientras muelen en equi-po (ella rellena y él gira la

manivela), nos cuentan paso a paso la elaboración de su chicha. “Yo ya no siembro maíz, pero cuando tenía en mi chacra debía esperar seis meses para que creciera”, dice Juan. Ahora lo compran en Sepahua, a 5 soles el kilo. “Es fácil, sólo te tienes que conse-guir una olla grande, llenarla de agua y poner a hervir du-rante dos o tres horas el maíz molido y dos sobrecitos de ca-nela”, explica María.

Y toca esperar 24 horas. “Al día siguiente lo cuelas to-dito con un cernidor, le echas azúcar y te la tomas”, conclu-ye. Cuentan que cuando no había molinillo, el maíz se ‘chancaba’ con pilón, “igual que se hace el tacacho”. Aho-ra, todo es más fácil. El maíz se compra en la tienda y el molinillo facilita el proceso. Juan y María lo tienen claro: no hay excusa para privarse de la deliciosa chicha de jora.

Juan Zorrillo y María Cushichinari73 y 64 añosYinesChicha de Jora

Ni agua ni masato,

¡A LA RICA CHICHA!Llevan juntos cuatro décadas viviendo en donde se conocieron: Miaría. Luego de ocho hijos

y muchas historias, siguen apoyándose y formando un gran equipo

Juan y María llevan varias décadas apoyándose mutuamente. Juntos también preparan, cada semana, su chicha de jora.

Los días pasan y, a cada paso, dejamos huellas. Huellas que otros siguen. Construimos la historia. Sepahua, mi querida Sepahua... ¿cuánta gente hay caminando por tus calles? ¿cuánta pesca en tus ríos? ¿cuánta respira este aire limpio y puro?

Son muchos corazones y un solo latir. Algunos nacen mientras otros envejecen. Son estos quienes atesoran la mayor parte de nuestra sabiduría. Pensemos, ¿cuánta riqueza atesoran nuestros abuelos? Nada material, sino lo que cada uno de ellos lleva dentro. Hablo de flechas, tinajas, tejidos, esteras... pero también de cuentos, mitos, leyendas, lenguas... ¿cuánto nos falta por descubrir?

Nuestros abuelos son grandes, son sabios. Vivieron momentos duros pero siempre salieron adelante... ¿gracias a qué? Gracias a la sabiduría tradicional. A lo que aprendieron de su abuela, de su tía y de su madre. A las enseñanzas de ‘los viejos’, como muchos nos dicen. Preservar nuestras culturas, salvaguardar la riqueza que nos brindan está en nuestras manos. Es tiempo.

Mira a tu abuelo y valóralo. Acurrúcate junto a tu abuela y abrázala. Y aprende mientras les tienes aquí. Estás a tiempo.

Poyagnu Natjirune - Gracias abuelos

Texto: Josi Cárdenas17 años

Imagen: Señora Elisabete Ruiz, de la Comunidad Nativa de

Capirona (río Sepa).Etnia asháninka

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Celia Vargas66 años Matsigenka

Renacu (remedio)

La autenticidad de Celia

MUJER DE TRADICIÓN

Son poco más de las siete de la mañana y Celia ya está atareada. Como el

río baja con bastante pescado, pronto tendrá listas varias pa-tarashcas de boquichico que están sobre la candela. Mien-tras tanto, aprovecha para ha-cer la primera de sus tres te-rapias diarias a Ezequiel, que muestra una evidente infla-mación en la pierna derecha.

Con delicadeza exquisita, Celia le aplica un remedio tradicional de su etnia mat-sigenka, el renacu. “Es este tronco”, explica mientras lo trae, “es como una raíz que

sale al costado de otros árbo-les de diferentes clases”.

Preparar el remedio es simple. Basta con arrancar un poco de corteza y cocinar-la con agua. Hay que dejarla hervir durante tiempo, no im-porta cuánto. Lo importante es que el agua asimile bien el renacu y quede completa-mente roja y, por supuesto, que esté bien caliente.

No queremos quemar la pierna de Ezequiel, así que es-peraremos hasta que el líqui-do enfríe lo suficiente como para que el calor sea tolerable por la piel. Y llega el momento

de aplicar. “Haremos esto tres veces al día, en la mañana, la tarde y la noche”, detalla Celia mientras con su propia mano enjuaga con mucho cuidado la parte afectada.

En un balde azul ya tienen preparada la segunda par-te del remedio. Es una pasta pegajosa y compacta de color verdoso. “Hemos rallado con molino la parte pegajosa de varios limones, la zona in-terior de la cáscara”, cuenta, “eso hay que extenderlo como crema y luego vendar”. Claro que hubo un tiempo en que no había vendas, pero los

matsigenkas siempre tienen recursos. “Poníamos un trozo de kushma, de tejido”, contes-ta Celia ante la duda.

También explica, siem-pre en lengua matsigenka, que el renacu tiene otros usos. “Sana las heridas in-ternas si tomas unos tragui-tos, siempre y cuando hagas dieta y no tomes alimentos fuertes”, afirma.

Celia hila y tiñe algodón, teje kushmas, hace cestas y mucho más. Celia se preocu-pa por no perder sus raíces matsigenkas. Celia: sabiduría indígena en estado puro.

Procede de Mayapu, comunidad matsigenka del vecino distrito de Echarati. Orgullosa de su etnia, conserva y practica casi todas las costumbres de sus antepasados.

Celia, en su casa del barrio San Felipe (Sepahua), donde vive desde hace 10 años.

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Recuerda bien quiénes fueron sus maestros. “Aprendí de los viejos:

Benito Canayo, Alfonso Pacaya y Máximo Dionisio”, enumera. Encontramos a Enrique Mo-gino en Bufeo Pozo, rodeado de varios de sus nietos. Ellos prefieren jugar con las flechas que se guardan en la parte tra-sera de la modesta casa de su abuelo, aunque saben bien que en casa tienen a uno de los mú-sicos populares más mentados del Bajo Urubamba.

Su afición por el pifano (flauta elaborada a base de hueso de tuyuyu, parecido al

avestruz), nació por un moti-vo muy especial que don En-rique rememora. “Aprendí a tocar cuando tenía 30 años, para la pishta (fiesta de 15 años) de la Mirta, mi hija ma-yor”, detalla.

Como buen yine, puso todo de su parte para que la celebración fuera por todo lo alto. Llamó a 10 mujeres que prepararon masato para los visitantes; organizó a los hombres para ir a cazar y a pescar; y, como sorpresa, du-rante semanas se esforzó día y noche por aprender a tocar el pifano y amenizar el baile.

Pero además de saber en-tonar melodías, tanto o más importante es fabricar el ins-trumento. El primer paso es cazar, o que alguien te regale, un hueso del ala del tuyuyu. “Luego se hacen los aguje-ros, pero siempre y cuando el hueso esté bien seco, para que no se rompa”, informa don Enrique. Así que, con ayuda de un cuchillo y mucho cuidado, hay que ir abriendo uno a uno los pequeños orifi-cios. “Son seis, aparte de este de arriba”, cuenta Enrique señalando el orificio rectan-gular superior.

Todavía no hemos aca-bado. Falta la ‘lengüeta’. El material más fiable y durade-ro, según nuestro sabio, es la madera de cedro. “También podemos hacer flauta con tubo, pero ya el sonido es di-ferente”. Aunque asegura que por su edad ‘ya no le da el pul-món’, se esfuerza por entonar la canción ‘Catalina la Coja’, habitual en las celebraciones yines. “Esa siempre la tocá-bamos cuando me llamaban para tocar en varios lugares”, recuerda, “pero ahora ya no me buscan, los jóvenes prefie-ren bailar con CDs”.

Enrique Mogino68 añosYine

Música popular

El flautista caza, fabrica y, al fin,

ENTONA SU PIFANO

Es uno de los ‘tocadores’ o músicos más conocidos por el Urubamba. Una práctica, la de entonar el pifano ( flauta de hueso), bastante común entre los antiguos. Ahora, según nuestro sabio, “los jóvenes prefieren bailar con CDs”. Aprendamos a fabricar un pifano con don Enrique Mogino.

Don Enrique sigue entonando su pifano aunque sus pulmones se resienten por el esfuerzo.

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José Manuel Ramírez - 79 años - Yaminahua Arcos y flechas

Agazapado entre los árboles de su huerto, José Manuel Ramírez

Ríos apunta a un animal inexistente. Viéndole -la mi-rada fija, el gesto concentra-do, los brazos tensionados sujetando el arco- es fácil imaginarle en el bosque ca-zando sajinos, maquisapas (monos) y aves con las que alimentar a su extensa fami-lia. A sus 79 años, este hom-bre natural de las cabeceras del río Piedras y por todos conocido como ‘Papá Choro’, continúa elaborando flechas a pesar de que su falta de visión se lo pone difícil.

Una nueva flecha toma for-ma entre sus manos mientras desgrana la historia de su vida. Es en invierno cuando la isana, la caña a partir de la que se elabora la flecha, es más fácil de encontrar. Sin embargo, conocidos y fami-liares le llevan isanas en cual-quier momento. Y es que su fama de buen cazador e imi-tador de los sonidos de los animales, sus siete esposas y

sus viajes han hecho de él un personaje muy conocido en Sepahua y alrededores.

En el huerto de su casa, en la que todavía viven varios de sus 27 hijos, José Choro pone las isanas en el fuego. Una vez asadas y soleadas, las cañas ya están listas para transfor-marse en flechas. “Además se necesita erizo y guacamayo”, resume José rebuscando den-tro de una cesta los materiales que necesita. Con las espinas del primero y las plumas del segundo se realiza la parte posterior de la flecha.

“Yo mismo cojo el erizo por la noche, entre los árboles”, explica José Choro, quien ad-vierte de que esta no es una operación fácil. “El erizo pin-

cha mucho, por eso hay que usar machete para raspar. Pero es importante raspar sin romper”, puntualiza. Las espinas, negras y amarillas, sirven para amarrar las plu-mas de guacamayo. Quien piense que estas plumas son un mero elemento decorati-vo está muy equivocado: “No solo hay que ver los colores, hay que ver que la pluma esté bien porque hace que la flecha vuele bonito”.

La forma de la punta de la flecha depende de los anima-les que se quiera cazar con ella. La triangular, para cazar sajinos, monos y venados, por ejemplo, se talla en madera con cuchillo; las que tienen forma de tridente se dispa-

ran a los pájaros. “Y hay otras especiales para peces”, añade José, que tiene muy claro que para cazar “mejor poner vene-no en la flecha”.

Hilo de algodón –“hilado por nuestras mujeres”- es lo que se usa para unir la punta de la flecha a la isana. El truco para que “pegue” bien es un-tar la isana y también el hilo con brea. “Se embrea, se en-rolla, se embrea, se enrolla…”, dice José Choro explicando los pasos que realiza. De esta manera, al mismo tiempo, decora la flecha. Al negro de la brea, le suma una especie de colorante natural rojo para crear sus coloridas flechas.

Asegura que personas de todo el mundo han compra-do alguna de sus creaciones. “También las he vendido en mis viajes. He ido a Lima dos veces y a Cusco, seis. Nunca llegué hasta Juliaca porque brrrr mucho frío hace allí”, explica. “Ya soy mayor para seguir viajando, pero en esta vida he hecho muchas cosas… y muchas flechas”, concluye.

El cazador prepara sus

FLECHAS

José Ramírez, mientras nos enseña a fabricar una flecha con isana y otros materiales necesarios.

Es una de las personas más conocidas del distrito. Su fama de buen cazador y fabricante de flechas le precede. Le encontramos en el barrio Centroamérica, en Sepahua, pero procede de las cabeceras del río Piedras.

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P O Y A G N U N A T J I R U N E - G r a c i a s , m i s a b u e l o s

No es ‘adulta mayor’, pero su sabiduría está fuera de toda

duda. “La profesora Teresa Sebastián, ella te va a explicar muy bien”, coinciden unos y otros. Y es que todos los yines conocen bien su iconografía, sus diseños y símbolos, pero muy pocos saben qué hay detrás de ellos. “¿Cuántos diseños diferentes tenemos? Más de cien quizás”, asegura doña Teresa.

Indica que cada diseño responde a un elemento de la naturaleza. Peces como la doncella y el pumazúngaro; aves como el halcón y el yo-mako; la culebra, la manto-na, la tortuga, la rana, el ala de la mariposa; la huella del tigre... son solo algunos. “Por ejemplo, uno de los más ha-bituales es el que llamamos ‘el camino sin fin’, porque las líneas nunca terminan de encontrarse”, concreta, “aquí, los polígonos interiores en rojito significan las áreas de descanso en ese camino”.

Son el negro, el blanco y el rojo los protagonistas in-discutibles de la iconografía yine, que también se replica en vasijas y mocahuas, ade-más de en los tejidos. “El

blanco significa que somos pasivos, que no aborrecemos a la gente, sino que les aco-gemos, que somos personas abiertas a otras culturas; el negro es la explosión, quiere decir que aunque somos pa-cientes, cuando nos hartan, explotamos; y el rojo, que es más chiquito, significa la sangre que hierve en esa có-lera”, enumera. En ocasio-nes, además, se usan el verde y el marrón en referencia a los árboles.

Obtener esos colores fuer-tes no es tarea fácil. El ne-gro se obtiene del ‘tlipi’, una plantita dura que se hace her-vir con agua. “Primero sale un color amarillo, entonces debes bañar ahí el algodón y solearlo varias veces durante al menos una semana, hasta que está marrón”, conversa la artesana, “y para terminar se le aplica un barro negro es-pecial que no sé cómo se dice en español, en yine es ‘ksaji-jpalo’”. El proceso, con el rojo que sale de la corteza de cao-ba con achiote, es similar.

“Desde niña me di cuenta de que la artesanía podía ser mi vida porque mi madre nos hizo estudiar a cuatro herma-nas gracias a ella”, sentencia.

Profesora yine, doña Teresa Sebastián es una impetuosa defensora de la lengua, cultura y tradiciones de su pueblo. Una gran maestra para conocer qué hay detrás de las líneas y ángulos que trazan las decenas de diseños yines siempre en blanco, negro y rojo

Imaginación yine para

LA MAGIA DEL DISEÑO

Teresa Sebastián - 52 años - Yine

Tejidos y pinturas yines

Teresa Sebastián muestra un fragmento de tela yine pintada por ella.

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Tomás Ríos 69 años Yine

Construye canoas

El presidente: la voz de los

ADULTOS MAYORESATomás su chacra le

abastece de casi todo lo que necesita para

vivir. De ella extrae inclu-so la madera con la que él y sus hijos construyen canoas. “Yo prefiero hacerlas de ca-tahua y a ellos les gusta más el cedro; yo prefiero el ha-cha y ellos, la motosierra. Quitando esas diferencias ellos hacen canoa igual que yo. Yo aprendí de mi padre y mis hijos de mí”, expli-ca mientras construye una nueva embarcación.

Tomás Ríos reparte su tiempo entre su chacra, sus animales, la canoa que le quita el sueño desde hace dos semanas y su labor como pre-sidente de la Asociación del Adulto Mayor de Sepahua. “Asumí el cargo en noviem-bre de 2014 y desde entonces intento ayudar a mis pai-sanos adultos mayores en todo lo que puedo”, señala. Y es que si existe un colectivo bien organizado en el distri-to son los adultos mayores. “No podemos movernos mucho porque ya casi no podemos andar, pero aun así ha-cemos nues-tras acti-v i -

dades para sacar platita”, dice su presidente.

Bingos, polladas, fies-tas para festejar el Día de la Madre y el Día del Padre o el concurso de Miss Adul-ta Mayor son algunas de las iniciativas que los abuelitos de Se-pahua han puesto en marcha en los últimos años, según recuer-da Tomás Ríos. “Con nuestra pensión, el poco trabajo que aún podemos hacer y la ayuda de nues-tras familias, los adultos mayores salimos adelan-te”, asegura Tomás. “Las instituciones nos están ayudando más de lo que ayuda-

ron a nuestros padres, pero todavía se podría hacer algui-to más para los abuelitos”.

Ese “alguito más” al que hace referencia el presidente de la Asociación del Adulto Mayor es a la necesidad que tienen de contar con un lo-cal propio en el que reunir-

se y hacer sus actividades. Tomás Ríos recuerda

que la construcción de este local se priorizó

en los presupuestos participativos para el año 2016: “Oja-lá se lleve a cabo y, aunque los más ancianos casi no lo disfrutemos, quede para los próximos adul-tos mayores del

Distrito”.

La Asociación del Adulto Mayor de Sepahua es, quizás, el colectivo mejor organizado del distrito. Desde hace unos meses, Tomás Ríos es su presidente.

CuidaValora

Respeta Aprende

Ellos te dieron la vida

CON EL BUEN TRATO AL ADULTO MAYOR HEMOS CONSEGUIDO VARIOS ÉXITOS

El 99% de los mayores de 60 años tienen DNI108 abuelitos son beneficiarios de Pensión 65

Se sienten úti les y queridos por todos

Gestión 2015-2018Alcalde Méd. Luis Alberto Adauto Chuquil lanqui

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E N C U E N T R O D E S A B E R E S P R O D U C T I V O S D E L A D U L T O M A Y O R

Doña Alvina en el transcurso de una de sus clases, en la comunidad de Bufeo Pozo.

Alvina del Águila66 años Yine

Mocahuas y más

La satisfacción de divertirse

CON SUS NIETASSi hay un objeto clave

en las celebraciones de la etnia yine, además

del traje típico y los collares y pulseras de semillas, es la mocahua. Ese es el nombre del tazón de barro, muchas veces de importantes dimen-siones, con el que las mujeres van ofreciendo su masato a los visitantes. En el día a día, las mocahuas han sido des-plazadas por simples tazones de plástico, que no se rompen y se lavan con facilidad. Pero antaño el plástico no se cono-cía por estas tierras, aunque

el masato siempre estuvo ahí para combatir el hambre y el calor.

Yanela sí que sabe qué es una mocahua. Su abuela, doña Alvina del Águila, ya se lo ha explicado. “Hace unos días me fui con ella a la que-brada a buscar greda y ahora está aprendiendo muy boni-to”, dice la señora. Su edad, 66 años, y su trabajosa vida no son obstáculo para Alvina, mujer activa y de carácter.

Los responsables del pro-grama de Saberes Producti-vos le solicitaron que se con-

virtiera en maestra y ha hecho de sus nietas alumnas avanza-das. “Ya saben hacer canastas, esteras de ‘tamsi’ y palo de aguaje”, enumera. Las moca-huas, jarrones y tinajas son la siguiente lección. El primer paso ya lo han superado. “La quebrada queda a hora y me-dia pero fuimos juntas, dando un paseo”, comenta.

Yanela nos hace una de-mostración prática. “Primero se amasa, luego se rula como si fuera caracol, se le da for-ma y se le da forma de moca-hua, tinaja, o lo que quieras”,

cuenta la niña sintiéndose una pequeña maestra. Una semana secando y su peque-ña obra de arte estará lista para la cocción.

“Para cocerla se pone en el suelo, rodeada de made-ra prendida para generar el calor”, expone doña Alvina, “y cuando se pone rojo luego de una o dos horas, ya está”. Yanela, ansiosa, espera ya la siguiente tarea: pintarlas con la iconografía de su etnia.

Abuela y nietas se entien-den a la perfección y, ante todo, se divierten juntas.

Se les siente plenas, contentas y felices. Doña Alvina, como maestra y, sus nietas de diferentes edades como alumnas de la mejor profesora que jamás creyeron tener. Unas clases de artesanía donde la diversión está garantizada.

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Encontramos a doña Elena haciendo lo que hace buena par-

te del día: tejiendo. Aunque en la imagen la vean sobre una silla, al recibir la visita Elena estaba sentada en el suelo, presionando con toda su fuerza cada punto de su tejido. “Esto será la cinta

de una bolsa que terminé ayer”, detalla al preguntar-le en qué se convertirá esa pequeña muestra de tejido yine que ya luce en su te-lar.Los callos de sus dedos, maltratados por el paso del tiempo, son la mejor mues-tra del trabajo de sus manos fuertes y constantes.

Comunicarse en castella-no con ella es complicado, y eso que no siempre vivió en Bufeo Pozo, su comunidad. Por trabajo de su esposo, profesor formado por el Ins-tituto Lingüístico de Verano (ILV), estuvo cinco años en la selva de Madre de Dios.

Ya entonces usó sus arte-sanías como medio de vida, recogiendo encargos y ven-diendo. A pesar de su avan-zada edad, los encargos con-tinúan. No son turistas, sino sus propios paisanos quienes le confían buena parte de sus

kushmas y mochilas por ser la tejedora más valorada de la comunidad.

Sin embargo, se encoge de hombros cuando se habla de precios. “No sé, mi hijo y mi esposo venden”, confiesa pare-ciendo que jamás aplicó el valor del dinero en su día a día. Eso sí, conoce los secretos más ocultos de la cultura yine: “Antes nues-tros diseños no solían llevar el color rojo, sino que se pintaban con un tono amarillo que se consigue con el ‘tlipi’ (una raíz)”. Doña Elena teje y teje al ritmo de sus manos y de su corazón.

Las piernas de Elena ya no aguantan el paso de los años, pero sus manos permanecen fuertes.

Elena Canayo72 años Yine

Tejido yine

La fuerza en las manos como reflejo

DEL CORAZONDesde que viviera en la selva de Madre de Dios, doña Elena supo que la artesanía sería una importante fuente de vida. Tanto que, aunque ya no camine, sigue tejiendo

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Recién ha vuelto del lugar en donde, días atrás, tumbó un árbol

y está construyendo su nueva canoa. No es ningún encargo, sino que la necesita. También nos saca y entona su quena, cuando le preguntamos qué es eso que sabe hacer. Y final-mente nos muestra la última de las escobas que ha brotado de sus manos. Segundo Zu-maeta, hijo de fundadores de la comunidad de Bufeo Pozo, hace casi de todo. Como la mayoría de sus paisanos.

Lo mismo ocurre con su mujer, Encarnación Baral-te. Cuatro hijos (uno murió) y 47 años después, siguen juntos. Ella cocina, mientras él descansa de la larga cami-nata. Encarnación y toda la familia se ríen ante la sor-presa de los visitantes. En

la sartén decenas de gusa-nos se retuercen sin saber su destino inmediato.

“No hace falta aceite, el suri (gusanos que se recogen ciertas palmeras) se cocina con su propia grasa”, explica Encarnación, que condimen-ta su plato estrella con chon-ta bien picada. Algunos están tan ansiosos por probar el manjar que se adelantan a la cocinera y se toman a uno de esos gusanos crudo.

Ya más descansado, Segun-do nos explica cuál es el proceso para tener una escoba sin pagar un sol. Para la que tiene entre sus manos ha utilizado un palo de capirona, que es muy resis-tente. “Los ‘pelillos’ se hacen con sogas de tamshi, de aquí a más de un kilómetro caminan-do las encuentras”, explica. Hay que tumbar el árbol, agarrarlas y, con un cuchillo, rascar para separar la cáscara de las sogas que realmente nos servirán.

La clave, dice, está en el grosor del palo. “Debe ser un poquito más ancho por aba-jo, para que ajuste bien”. Las escobas de tamshi son lo más práctico para barrer el piso y, además, duran más que las que compramos en la tienda.

Encarnación también es una maestra de la cestería. Fabrica cestas de toda forma y tamaño según la utilidad que se le quiera dar, aunque ella, sobre todo, las usa para cargar las enormes yucas que consigue de su chacra. “Antes aprendíamos por ne-cesidad, no había otra cosa”, explica tímidamente mien-tras vigila que el suri no se queme sobre la candela. Es hora de comer y, como buen yine, la comida se reparte entre todos. ¿Quién quiere un poquito?

Forman una familia tradicional luego de 47 años juntos. Ella hace cestas, artesanías y cocina. El secreto de las escobas es cosa de él, como el de las canoas y muchas cosas más

Segundo Zumaeta y Encarnación Baralte - 67 y 63 años - Yines Escobas y cestería

Un matrimonio

TRADICIONAL

Encarnación y Segundo nos abren las puertas de su casa, en Bufeo Pozo.

P O Y A G N U N A T J I R U N E - G r a c i a s , m i s a b u e l o s

Mientras las manos sigan activas continuará buscando “una platita” gracias a las artesanías realizadas con materiales naturales. De carácter previsor, su idea es abrir una cuenta de ahorro y, poquito a poco, guardar cuanto dinero consiga con su trabajo para, en caso de enfermedad, poder salir del apuro.

Irma Baneo lamenta es-tar perdiendo el oído y se queja de los dolores

de espalda. Ha tenido que cambiar la mesa en la que ha trabajado toda la vida por una silla. Sin embargo, presume de la habilidad de sus manos. Manos ya arrugadas -que han cuidado y alimentado a sus hijos y ahora se ocupan de sus nietos y biznietos-, que continúan ensamblando las semillas y chaquiras con las que hace sus pequeñas obras de arte.

“He aprendido a hacer artesanías porque desde niña tuve curiosidad”, explica esta pucallpina que se siente se-pahuina después de más de

50 años aquí. “No tengo es-tudios completos, pero he sido aficionada a la artesanía: tallados en maderita, chaqui-ras, espejos que forro con se-millas de aguaje y adornos… pero sobre todo hago sonajas y arpillerías”.

Las sonajas que más tarde adornarán casas y ameniza-rán bailes nacen en la huerta de Irma. Allí recoge la mayor parte de los materiales que necesita: semillas de rosario (grisáceas), bambú, huairu-ros –“mejor si son enteros de color rojo, que traen buena suerte”- y wingo para la base de las sonajas. “Para las cam-panillas uso shacapaje”, con-tinúa Irma. “No sé si ese es el

nombre, pero así lo conocí yo siempre”, añade.

Todo es de origen natu-ral, pero no solo provienen de plantas, también de animales: “Los adornos de color blan-co se hacen con cahuara –un pez abundante en la zona- y las plumas son de garza”. Eso corre por cuenta de sus hijos y yernos. “Yo les compro cartu-chos y ellos van a cazar y me traen las plumas. Para mí es muy importante tener todo porque de esto vivo, la artesa-nía es mi sustento”, señala.

“Antes lavaba ropa en can-tidad”, recuerda Irma, “pero ya estoy vieja. La suerte es que tengo mis arpillerías y mis sonajas me dan platita que

guardar”. Este concepto, el de ahorrar, no es muy frecuente por el Urubamba.

Necesita unos cuantos soles “para comer y para comprar alguna ropita, que a veces se quiere”, dice Irma, que este año fue elegida Miss Adulta Mayor. Además, pre-visora, recuerda que a su edad la enfermedad está presente: “Quiero tener alguito por si me pongo enferma, que ya con casi 70 años puede ser cualquier día”. Su sueño sería arreglar su casa y, para esto, planea abrir una cuenta de ahorro. “Ahí guardaré lo que cobro de mi Pensión 65 y de la venta del trabajo que sale de mis manos”.

Irma Baneo69 años Mestiza (Pucallpa)

Artesanía

Arpillerías y sonajas,

SUSTENTO DE IRMA

Irma Baneo, que ostenta el título de Miss Adulto Mayor, con una de sus obras, sonaja de semillas

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E N C U E N T R O D E S A B E R E S P R O D U C T I V O S D E L A D U L T O M A Y O R1 5 d e s e p t i e m b r e d e 2 0 1 5

Velásquez, Vargas, Ica-roa… son apellidos que se repiten con

frecuencia en Onconashari. La señora Teresa no lleva ninguno de ellos, pero es abuela o tía de casi todos los jóvenes y niños que han nacido en esta comunidad nativa situada en un alto a orillas del río Sepa. Y es que ella es una de las esposas que tuvo su fundador, Máximo Velásquez. “La primera que cogió”, puntualiza Teresa. Después, su padre entrega-ría a Máximo también a sus otras dos hijas con una única condición: que no pelearan entre ellas.

De esta manera, Máximo Velásquez continuó su viaje desde el río Tambo en busca de un lugar donde instalarse con sus esposas y poder dar-les la mejor vida posible. “No faltaba la comida para las tres y los hijos -13 en total- y por eso nos quedamos ahí”, explica Teresa gracias a la in-termediación de su sobrino, puesto que ella solo habla en lengua asháninka.

Hoy, son 32 las familias que viven en Onconashari. Entre ellas, destaca la pre-sencia de seis adultos ma-yores quienes, como dice Teresa, “sienten el dolor de su cuerpo”. Por eso, ella ha

pasado el relevo a las nuevas generaciones en algunas de las tareas que ha realizado incontables veces a lo largo de su vida: cocinar la pata-rashca, preparar el masato y trabajar la chacra.

Es su nieta Dámaris, de 12 años, la encargada de cuidarle. Todas las mañanas baja al río a coger agua para cocinar y para que Teresa pueda bañarse. “Onconashari está en un alto y yo ya no puedo bajar. Aunque todavía ando bien no tengo bastón y si me caigo acabaré botada en el río”, explica la anciana. Dámaris también es una buena cocinera. Su madre y su abuela ya le han enseñado

cómo se prepara la patarashca y la yuca. Ahora está apren-diendo a hacer el masato.

Teresa acepta resignada que hay cosas que no puede hacer y, aunque le da triste-za no poder ocuparse de su chacra ni preparar la comida para su familia, está contenta de que su nieta esté apren-diendo “todo lo que deben saber las mujercitas”. Lo único que espera Teresa es que la vida de Dámaris y sus otros 30 nietos sea más sen-cilla que la suya: “Ojalá haya pronto agua en las casas de Onconashari. Y medicinas en la posta. Así sería todo mu-cho más fácil”.

Teresa Campos62 años Asháninka

Cocina tradicional

La abuela de

ONCONASHARIEn la comunidad más alejada del distrito vive Teresa, una de las mujeres del fundador,

Máximo Velásquez, quien falleció sin haber cobrado su Pensión 65 ya concedida

La señora Teresa, una de las personas más ancianas de su comunidad, junto a sus nietas a las que está enseñando a cocinar comida tradicional asháninka.

P O Y A G N U N A T J I R U N E - G r a c i a s , m i s a b u e l o s

Pascual Piño - 67 años - Amahuaca Música tradicional

La soledad le afecta a uno muchas veces, sobre todo si ya se es

adulto mayor. Cuando esto me pasa, hago música y así me tranquilizo. Lo que me sucede lo guardo en la misma madera de la guitarra”. La vida de Pascual Piño ha es-tado ligada a la música desde que cumplió 8 años, cuando el Padre Francisco Álvarez le envió a estudiar Primaria en el sistema braille en Lima. Desde entonces, el acordeón, la quena, el bombo, el redo-blante y, cómo no, la guitarra han sido sus mejores compa-ñeros de camino.

Pascual recuerda sus pri-meras lecciones de música en el colegio para inviden-tes en el que estudió: “Nos preparábamos para actuar en tres fiestas. Algunos re-citaban poesía, otros hacían dramatizaciones y otros nos dedicábamos a la música. A

mí el piano nunca me gustó mucho; siempre preferí el acordeón”. Sin embargo, tras su regreso a casa en 1964, cuando tenía 16 años, el acor-deón fue quedando en silen-cio. “La humedad de la selva lo malogró”, explica con sen-cillez este amahuaca nacido en Sepahua.

En ese momento, Pascual no se dejó vencer por la nos-talgia y agarró la guitarra. “Todas las tardes me sentaba y empezaba a mover los de-dos a ver cómo sonaba –re-cuerda-. De esa forma, fui sacando primero las notas y

luego más melodías”. ‘Cons-tancia’ es una palabra que se repite en boca de Pascual y que define perfectamente su método de aprendizaje: “De tanto practicar aprendí solo”.

Y aunque es un alumno au-todidacta y muy bueno –no hay celebración del adulto mayor que se precie sin él y su guitarra-, reconoce que no es buen profesor. “A lo largo del tiempo mucha gente me ha pedido que le enseñe a tocar y yo a todos les decía que sí, pero la mayoría des-pués de unas lecciones ya no volvía. Se pensaban que

aprender guitarra es cosa de unos pocos días y no es así. Para aprender hay que que-rer aprender y ser constante”, asegura convencido.

Desde hace años, por las noches, Pascual coge la gui-tarra y repasa las canciones que “alimentan su alma”. La única pena que tiene es que entre ellas no hay ninguna en amahuaca, el idioma propio de su etnia. “Casi todos los viejitos de Sepahua debemos nuestra educación al Padre Francisco Álvarez porque con él llegó la civilización, pero esto también tuvo una con-secuencia negativa: todos los niños aprendimos castellano y nuestros padres no se preo-cuparon de mantener el ama-huaca, como otras etnias se preocuparon de sus lenguas”, explica. Sin embargo, a Pas-cual le queda un consuelo y es que, tal como dice, la música no entiende de idiomas.

La música, alimento de

PASCUALITO

Morador del barrio San Francisco, es uno de los sepahuinos más populares y querido por todos.

Su vida y la música han ido de la mano desde los ocho años. El conocido ‘Pascualito’, invidente desde niño, nos cuenta cómo aprendió a entonar las canciones que le curan el alma.

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E N C U E N T R O D E S A B E R E S P R O D U C T I V O S D E L A D U L T O M A Y O R1 5 d e s e p t i e m b r e d e 2 0 1 5

S us nietos todavía son chibolitos, pero ellos esperan impacientes

a que crezcan un poco más para poder enseñarles lo que mejor saben hacer: Arístides a transformar la madera, tan abundante en su entorno, en remos, tanganas o canoas; Graciela a elaborar cernido-res con los que cocinar el ma-duro. “Si nosotros no les ense-ñamos, ¿cómo aprenderán?”, se preguntan estos dos veci-nos de la Comunidad Nativa de Puija. “Sabemos que en la escuela les explican muchas cosas, pero esto no. Esto hay que aprenderlo en casa”, concluyen.

A r í s t i d e s , que ya ha cum-plido los 68

a ñ o s ,

recuerda los días de su infan-cia cuando se sentaba al lado de su padre, mirándole mien-tras trabajaba la madera: “Yo repetía lo que él hacía y cuan-do lo malograba él me corre-gía”. Años después, empleó el mismo método con sus hijos y Graciela con sus hijas. La diferencia está clara: “Tejer la yarina es cosa de mujeres y usar el hacha y el machete, de hombres”.

Las manos de Graciela –untadas de huito para pro-tegerlas del sol- trenzan con

habilidad las hebras de yarina con las que está

haciendo un cerni-dor. Apoyado en la pared descansa otro, también rea-

lizado por e l l a .

“Para

cada uno, empleo al menos diez pedazos de yarina que Arístides me trae del mon-te”, afirma, “de ahí saco estas tiras y lo hago. Solo hay que ir tejiéndolas y en un día está listo. Se pasa primero por arriba, luego por abajo y se aprieta; por arriba, por abajo y se aprieta…”. Esta cantinela acompaña el trabajo de Gra-ciela, que a sus 66 años vende sus cernidores por encargo y así consigue algo de plata para reforzar su ‘Pensión 65’.

A su lado, sentado, Arísti-des ultima un remo que está elaborando con madera de cedro, aunque también po-dría hacerse utilizando pino blanco o caoba. “Después de cortar el árbol, se hace tabla y se labra con el machete dando al remo la forma que se quiere. Después se termi-na bien con el cuchillo”. Así resume Arístides el trabajo

que le ha mantenido ocupa-do los últimos días. Si tuvie-ra necesidad, asegura, podría hacer dos remos cada día; sin embargo, no tiene prisa y se toma el trabajo con calma.

“Estoy haciendo remo corto que se utiliza para po-pear”, dice. Pero también hace canoas, tanganas y otros elementos de madera. “El puntero usa tangana y con el remo corto se endereza el bote, igual que si fuera eje de motor”, explica. Arístides recuerda cómo una vez, lle-gó desde Puija hasta la boca del río Mishagua. “Lo más lejos que hemos ido en la

vida con remo y tangana”, p r e s u m e

mirando a Gra-

ciela.

Arístides Saavedra (68) y Graciela Laureano (66 años) Yines

Remos y cernidores

Las manos de

ARÍSTIDES Y GRACIELAArístides y Graciela son de los que defienden que los saberes tradicionales deben

aprenderse en casa, pues los mejores maestros son los padres y abuelos

Arístides y Graciela, un matrimonio que conserva sus costumbres.

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Su tía la vendió a cambio de una tela de tocuyo a una patrona que la

trató como esclava. Huyó, se casó con un hombre bueno y se hizo más fuerte. Su DNI marca que hoy cumple 70 años, pero tiene más. Habla mientras hace lo que más le gusta: tejer. Entrelaza los hi-los con paciencia y, con toda la fuerza que le queda (que aún es mucha), los tensa y nos cuenta cómo lo hace.

Lo principal es obtener la materia prima: el algodón. Hay blanco y marrón. “Se saca de la flor, se toman las semillas y luego se solea por 3 ó 4 días”, enumera en mat-sigenka, “luego, se acomoda como si fuera una almohada, se golpea ‘bonito’ con isana (especie de caña silvestre) y se dobla bien enrollado”.

Es momento de hilar ese algodón con paciencia, en-roscarlo y teñirlo. “Ahora

uso los colores de ropas vie-jas”, confiesa indicando que el azul lo ha logrado des-tiñendo un ‘jean’. Pero esa es la técnica moderna, la tradicional dice que se debe “hervir el algodón en agua con madera de caoba y secar al sol”. Así se obtienen las tonalidades marrones y ana-ranjadas tradicionales de su etnia.

Sentada en el suelo, sobre una estera de cañabrava,

Dora comienza a diseñar la cola de un boquichico que será parte de una mochila blanca, azul y negra. De los cinco palos que configuran el telar, el más impotante debe ser plano, para ayudar a compactar. Dora sabe todo eso desde pequeña. “Con unos nueve años yo tejía kushmas grandes”, recuer-da, “pero ahora las niñas no saben, ni tampoco se intere-san por aprender”.

Dora Flores70 años Matsigenka

Experta en tejidos

De niña vendida a

REINA DEL ALGODÓNRecolecta, hila y tiñe el algodón con el que todos los días teje bolsos y kushmas de forma

artesanal. Le apena que las niñas de hoy ya no aprendan las técnicas tradicionales

La señora Dora tiñe ahora el algodón con colores vivos que ‘extrae’ de los ‘jeans’ y otras prendas viejas.

p o y a g n u n a t j i r u n eGracias, mis abuelos

I ENCUENTRO DE SABERES PRODUCTIVOS DEL ADULTO MAYOR

Septiembre 2015Sepahua (Ucayali)