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DOCTOR SAFFRAY 21 goma, cera, y un alcaloide especial, la cocaína, que he podido combinar con cal, aislándola después en forma de cristales en agujas. Administrada esta sustancia en grandes dosis a los animales, produce una excitación de la sensibilidad, seguida de pro- fundo abatimiento y de fenómenos tetánicos: mu- cho siento no haber tenido ocasión de hacer en el hombre repetidos experimentos. II CARTAGENA DE INDIAS.-··8U PASADO.-DESCRIPOION DE CARTAGENA.-DANZAS y CANTOS.--Elo BAMBUCO. INTERIOR DE LA CATEDRAL.-LA INQUISICION EN AMERICA.-PASEO AL MERCADO.-LOS COCUYOS.-PRO· DueTOS y COMERCIO. Ante nosotros está la isla baja de rrierra Bom- ba, toda cubierta de nogales, de bambúes y de ca- ñas; detrás de aquel muro de verdura se elevan, en segundo término, dos altas torres agrisadas; es Cartagena, la Reina de las Indias, que se extiende detrás de aquella punta. En otro tiempo penetraban los buques en línea recta, para llegar a la rada, por el ancho canal lla- mado de Boca-Grande; pero en 1741, F.spaña, que estaba en guerra con los ingleses, mandó obstruir el paso, formando un istmo artificial entre la isla y el continente. Hé aquí por qué es preciso dar la vuelta a este largo promontorio para introducirse en el estrecho y tortuoso canal de Boca-Chica, bor- deado a izquierda y derecha por rompientes y rocas a flor de agua.

II - bdigital.unal.edu.co · la camisa, muy escotada y guarnecida de encaje, y los brazos se dejan desnudos. Para salir a la calle se ponen un pequeño chal de algodón, de lana o

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goma, cera, y un alcaloide especial, la cocaína, quehe podido combinar con cal, aislándola después enforma de cristales en agujas. Administrada estasustancia en grandes dosis a los animales, produceuna excitación de la sensibilidad, seguida de pro-fundo abatimiento y de fenómenos tetánicos: mu-cho siento no haber tenido ocasión de hacer en elhombre repetidos experimentos.

II

CARTAGENA DE INDIAS.-··8U PASADO.-DESCRIPOION DECARTAGENA.-DANZAS y CANTOS.--Elo BAMBUCO.INTERIOR DE LA CATEDRAL.-LA INQUISICION ENAMERICA.-PASEO AL MERCADO.-LOS COCUYOS.-PRO·DueTOS y COMERCIO.

Ante nosotros está la isla baja de rrierra Bom-ba, toda cubierta de nogales, de bambúes y de ca-ñas; detrás de aquel muro de verdura se elevan, ensegundo término, dos altas torres agrisadas; esCartagena, la Reina de las Indias, que se extiendedetrás de aquella punta.

En otro tiempo penetraban los buques en línearecta, para llegar a la rada, por el ancho canal lla-mado de Boca-Grande; pero en 1741, F.spaña, queestaba en guerra con los ingleses, mandó obstruirel paso, formando un istmo artificial entre la islay el continente. Hé aquí por qué es preciso dar lavuelta a este largo promontorio para introducirseen el estrecho y tortuoso canal de Boca-Chica, bor-deado a izquierda y derecha por rompientes y rocasa flor de agua.

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Tres fuertes, reducidos hoya un montón de rui-nas, que invaden los zarzales, constituían en otrotiempo la primera línea defensiva de la ciudad.

I..J3 rada es una de las más hermosas del mundo,"pues en ella podrían reunirse todas las flotas deEuropa. Hacia la punta oriental de Tierra Bomba,a la izquierda, dejamos la ciudad del oro, habitadaúnicamente por leprosos, y poco después anclába-mos cerca de 1m; murallas.

En 1501 fue cuando Rodrigo Bastidas descubrióla ciudad india de Calamari, a la cual dio el nom-bre de Cartagena, porque su puerto se parecía deun modo singular nI que llaman así en España; peroantes de ésto hubo de sostener encarnizado combatecontra los indios.

Sin emhargo, la fundación de la ciudad actualno data sino desde 1533, y se dehe a los esfuerzosde Alonso de Ojeda, cuya expedición se componíade los veteranos de la isla española de Santo Do-mingo y de intérpretes indios.

Lo que más llama la atención al llegar a Carta-gena son las fortificaciones que defienden la ciudadpor la parte del Océano: hay una elevada murallade plataformas, que recuerda aquellos muros deBabilonia donde podían correr seis carros de fren-te, casamatas, y un profundo foso completamentelleno por las aguas del mar. El conjunto es notablee imponente por las proporciones y armonía, de talmodo que se cree uno trasportado a las épocas ca-ballerescas en que la Reina de las Indias, orgullo-samente sentada sohre su archipiélago de coral,foco del comercio de las Filipinas, del Perú, de Co-lombia y del Centro de América, guardaba sus te-soros a la sombra de la poderosa bandera españo-

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la, lanzando al Océano flotillas armadas para darcaza a los piratas bretones, a los audaces anteses,cuyos veleros barcos recorrían toda la costa delmar de los Caribes.

Una masa de inmundo cieno ha invadido el puer-to, casi desierto ahora; míseras piraguas sustitu-yen a los buques de alto bordo y a los navíos de trespalos de otra época; los musgos y los líquenes cu-bren con su vegetación los abandonados muros; lasplantas saxatiles introducen sus raíces entre las pie-dras, hasta desunirlas; mimosas de gruesos nudosinvaden los revestimientos, y las plantas trepado-ras tapizan enormes lienzos de pared medio caídos,cual si quisieran acabar de sepultarlos. Más abajo,en el foso cubierto de limo, pululan inmundos rep-tiles y hediondos caimanes, la iguana, la serpiente,el murciélago y el lmho tienen su guarida en loshuecos de las paredes.

No teniendo tesoros qué guardar y demasiadodébil a la vez para excitar la envidia y defenderse,Cartagena vendió por último sus cañones a la granRepública americana, y por ciento veinte mil pias-tras firmó la declaración en que reconocía haberllegado al último límite de su decadencia.

La mayor parte de las casas antiguas estánconstruídas con caliza cochifera o con rocas madre-póricas; las de reciente construcción son de ladri-llo; en la plaza y en las calles principales tienen unpiso con balcón abierto; las de los bajos se hallanprotegidas por un enrejado de madera que formasaliente: es el mirador, desde el cual pueden lasmujeres ver a los transeúntes sin ser percibidas.De ordinario se ven entrelazadas en los enrejadoshojas de cocotero, que trenzan allí artísticamente:

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es el ramo bendito que protege la casa, como se ob-serva todavía en muchos de nuestros pueblos.

Las habitaciones están casi todas construídasbajo el mismo plano; un corredor da entrada alpatio central, cuyo piso se compone de guijarrosblancos y de conchas formando mosaicos; en el cen-tro hay una fuente circuída de flores y de arbustos,y al rededor del patio una galería cubierta, a la quetienen salida diversos cuartos. Por el corredor deentrada se penetra en el zaguán, especie de salóno fumadero, en el cual se introduce a quien deseaver al amo de la casa. Allí recibe a sus amigos ovisitantes para tratar de los negocios. Para pene-trar en las demás habitaciones es preciso tener in-timidad con el dueño. Obsérvase aquí en las cos-tumbres mucha semejanza con las de los moros ytambién cierta analogía en las habitaciones y en losmonumentos.

Todo caballero está obligado, por las reglas debuena política, a decir a su visitante extranjero:"Tenéis esta casa a vuestra disposición"; pero sidesea dispensaros su confianza, añade: "Así comomi familia." En este último caso se os introduce enun salón cuyo suelo de baldosas suele estar estera-do; varias banquetas guarnecidas de tapicería ha·cen las veces de divanes; las damas se sientan a la.turca o a la francesa; al entrar el extranjero, ade-lantan un macizo sillón guarnecido de cuero deCórdoba para que descanse; las hijas, si las hay,traen al punto cigarros; y la madre invita al visi-tante a fumar, dándole el ejemplo. La conversaciónes poco animada: después de dos o tres preguntastriviales acerca de vuestro país, no se deja nuncade preguntar si sois casado; y después no se con-

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testa apenas sino por monosílabos a todo cuantodigáis: Las primeras visitas tienen poco atractivo,aunque se haya asegurado ser soltero, pero si osmostráis asiduo, vienen luégo las agradables sor-presas. Así, por ejemplo, una jown os permitiráque volvais por la noche a conversar por la reja oel mirador, y de vez en cuando, invitándoos a en-trar, os obsequiará con una graciosa cancÍón, acom-pañándose con su guitarra.

Sin embargo, si sois prudente, no paseis del za-guán, y recordando que se ha concedido la palabraal hombre para disfrazar sus pensamientos, no to-méis por lo serio la fórmulas corteses con que osofrecen la casa y cuanto contiene.

Si se pasa por las calles de Cartagena un pocodespués de ponerse el sol, óyese salir de cada casaun murmullo monótono: es la familia que entonalas letanías de la Virgen.

Una tarde me aventuré en los arrabales de laciudad; hacía un claro de luna espléndido; las ca-lles irregulares, bordeadas de pequeñas cabañas debambúes, con techos de hoja de palmera, estabanentrecortadas por jardines y graciosos grupos deárboles, el aroma del naranjo de frutos agrios ydel jasrninurn sarnbae perfumaba el aire, donde seveían brillar miles de moscas fosforescentes.

El barrio en que me hallaba estaba habitado sólopor negros, mestizos o indios. A la puerta de casitodas las cabañas veíase reunida una familia nume-rosa, cuyos individuos parecían felices. El padrecantaba acompañándose con un guitarrón de ma-dera de cedro, que producía agudos sonidos; la ma-dre llevaba el compás golpeando en el cuero que

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sirve de puerta, y los niños mezclaban con esta mú-sica primitiva sus gritos o carcajadas.

Al llegar a una encrucijada vi una casita algomayor que las contiguas, iluminada en parte porvelas que despedían negro humo y del interior par-tía un confuso ruido de voces e instrumentos. Comopreguntase a un negro qué había allí, miróme conadmiración, sonrió abriendo una boca enorme y mecontestó con aire de importancia:

-Es un baile, blanco mío; aquí tenéis la casadel compadre Caicedo. & Queréis entrar ~

Yo vacilé, porque a través de la puerta entor-nada veía una ruidosa multitud; pero el negro, sinseparar de mí su mirada, permanecía descubierto,llamábame mi amo, y quería a toda costa presen-tarme en el baile de su compadre.

Movido en parte por la curiosidad, y acaso tam-bién porque no osaba rehusar la invitación de aquelrobusto negro, que llevaba pendiente del cinto unlargo machete, del cual se sirven allí para cortarla caña de azúcar, cuando no para sus pendencias,acabé por aceptar el ofrecimiento. El negro pene-tró entonces en la casa, codeando a izquierda y de-recha, y agitaba su sombrero a los gritos de: "i Pa-so al blanco, paso al blanco!" Así atravesamos porun compacto círculo de hombres y mujeres, que seoprimían al rededor del espacio destinado a ladanza.

Varias banquetas de bambú formaban entre losbailarines y los espectadores UIla endeble barrera,que no por serlo dejaba de respetarse; allí estabansentadas las jóvenes que deseaban ser invitadas abailar; en un ángulo elevábase un estrado para laorquesta, formado con una mesa y algunos toneles,

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y en las paredes clavadas prestaban luz varias ve-las de cera .de palmera, clavadas de trecho en tre-cho en fuertes espiras de cactus, que utilizaba tam-bién el bello sexo a guisa de alfileres.

Mi negro me hizo sentar en un buen sitio cercade los artistas. Aquella música tenía para mí un nosé qué de extravagante; tres hombres cantaban conacompañamiento de dos guitarras y una bandurria,mientras algunas mujeres daban palmadas a com-pás, [wro lo que más me llamó la atención fue uninstrumento nuevo para mí, llamado guache. Con-siste sencillamente en un tronco de bambú del gruesodel puño, en el que encierran bonitas semillas ne-gras y rojas del Abn~s Precatorius, que llamamosnosotl'CS guisantes de América. Los que tenían lavoz chillona cantaban naturalmente en tercera y enoctava, las viejas marcaban el compás con energía,las guitarras hacían un acompañamiento de bajo,dominado por los agudos sonidos de la bandurria,y el guache, manejado por un indio de pura raza,completaba el conjunto con su ruido estridente, delcual darían apenas una idea las castañuelas deltirolés.

El traje de las mujeres del pueblo, en Cartagenaconsiste en un jubón corto de sarga, de indiana ode muselina, ajustado por un cinturón de lana devivos colores; el busto no está cubierto más que porla camisa, muy escotada y guarnecida de encaje, ylos brazos se dejan desnudos. Para salir a la callese ponen un pequeño chal de algodón, de lana o deseda, el cual cruzan sobre el pecho, dejando las ex-tremidades pendientes a la espalda. Adórnanse concollares de oro, de coral o de cuentas de vidrio,enormes anillos o pendientes, prolongan en extremo

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sus orejas, y abusan de las sortijas j su peinadoconsiste en una especie de rodete, sostenido porgrandes peinetas de concha o de metal dorado, loszapatos son desconocidos, pero las elegantes llevanuna especie de zapatillas de lana, cuyas suelas seconfeccionan con fibras del Fourcroya.

Un pantalón de cuti, una camisa cuyas mangaspresentan numerosos pliegues simétricos y el ca-racterísico poncho, de vistosos colores, constituyenel traje de los hombres, traje cómodo a la vez quegracioso.

Aquí no se conoce más que un baile, que es elbambuco. Mezcla de tradiciones coreográficas delindio Chibcha y del negro Congo, sirve de introduc-ción una marcha general; los jóvenes eligen susparejas, y se da varias veces la vuelta por la sala,ejecutando un paso muy sencillo, con balanceos detodo el cuerpo, a una señalo dos en el espacio ocu-pado antes por todos; entonces cambia el ritmo ycomienza el bambuco. El hombre ejecuta pasos muycomplicados, que recuerdan un poco el jig irlandés;da saltos, patalea y agita los brazos para dar másexpresión a su mímica; la mujer permanece entre-tanto con los brazos cruzados y por un movimientomuy rápido del talón, y después del pie, deslízasehasta tocar el suelo, describiendo zig-zag y círculos,acércase 11 su pareja con cierta coquetería, le vuelvela espalda, dirigiéndole una mirada expresiva, huyede él y se aproxima sucesivamente. Este es un bailea la vez gracioso e ingenuo, cuya mímica me pareciómuy apasionada. En cuanto a las coplas que secantan durante el baile, suelen ser improvisaciónde algún poeta de cabello crespo.

La catedral es el más hermoso monmnento de

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Cartagena, y el único que tiene hoy día alguna im-portancia.

Fue edificada hace unos dos :;;iglos, según elestilo indeciso de la arquitectura española de aque-lla época; una alta torre se eleva sobre la puertade entrada, a la cual se llega subiendo varios esca-Iones; las paredes y la fachada están blanqueadascon cal; el interior, sombrío y triste, se halla siem-pre muy sucio; en algunos sitios hay pintura deQuito, ingenua y tosca imitación de los cuadros re-ligiosos del siglo décimo sexto. Las telarañas, cu-bieTtas de polvo, ocupan todas las cornisas, y entrelas piedras tumulares desunidas se deslizan a cadamomento los escorpiones: la lámpara de plata quese ve delante del santuario está ennegrecida por laacción del tiempo y del humo.

En las capillas vi una curiosa colección de esta-tuas de madera, pintadas, doradas, vestidas contelas comunes, cargadas de escapularios, de cora-zones de plata, de cruces y de otras ofrendas. Elaltar mayor ostenta un número excesivo de orna-mentos de madera que fue en otro tiempo dorada,entre las euales se ven espejos muy pequeños, flo-res marchitas, encajes que han perdido su color, ydiversos objetos de vidrio, formando el todo unconjunto confuso, digno de la prendería de un pue-blecillo. Al ver aquellos oropeles se siente el obser-vador inclinado a deplorar que los que van a entre-garse a sns oraciones en la casa del Señor sean tanignorantes y toscos que se necesita cautivar sussentidos, como hacen en los templos de la India oen las pagodas chinas. Sin embargo, en medio deaquel mal gusto, he visto un objeto de arte precio-so, obra maestra de algún oscuro artista florentino

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del siglo XVI: es el púlpito, ornato de esculturasy de pequeñas estatuas de marfil.

En la iglesia no hay asientos; cuando las señorasvan a misa, vestidas de negro y cubierta la cabezacon su mantilla, las sigue siempre una negra, quelleva un tapiz para que se arrodillen o se sienten.Las mujeres del pueblo no usan esto, se arrodillansobre el duro suelo.

La obispalía, contigua a la catedral, no ofrecenada notable, pero evoca en el viajero el recuerdodel tribunal de la Inquisición, que celebraba allí susterribles sesiones.

Entre los antiguos monumentos de Cartagena,uno de los mejor conservados es el convento de losjacobitas. .'

En la cirna del monte Popa, cuyas pendientesáridas presentan sólo una triste vegetación de cac-tus y de mimosas, se ven las ruinas de una capilladedicada a la Virgen bajo la advocación de NuestraSeñora de la Popa; a un Indo existía en otro tiempouna ermita, y más abajo estaba el fuerte SanLázaro.

En uno de mis paseos por la montaña, el negroque me proporcionaron para criado me indicó unaplanta trepadora a la cual daba el nombre de con-tra (alexipharmaque), asegurándome que era unremedio infalible para las mordeduras de las ser-pientes, y que él mismo había podido aprecíar susvirtudes maravillosas. Reconocí que era la Aristo-loq1úa anguicida, indicada, según creo, por Kllnth,como perteneciente a esta región.

No lejos de la iglesia, en una plaza enarenada,vi varios vehículos de alquiler, que ostentaban elpomposo nombre de volanta,s: son una especie de

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calesas antiguas, que van tiradas por escuálidasmulas, con los arneses enrojecidos por el tiempo.El cochero, o más bien el zagal, negro mulato, agitarepetidas veces el látigo cuando se acerca algunoa pedir sus servicios, y clavando la espuela en losijares de su montura, parte con una celeridad delegua y media por hora.

Yo alquilé una de estas volantas para todo undía, rogando políticamente al cochero que me con-dujera donde se le antojara, con tal que pudiese verülguna cosa interesante; y añadí que deseaba ca-minar despacio, recomeudacíón que pareció causara mi automedonte tanta 801'preSa como placer. Yasabía yo, por otra parte, que se obtiene cuanto sequiere de los negros si se halaga su amor propio,dándoles ademús de vez en cuando una copita deron. Por eso mi cochero me cobró afecto muy pron-to: condújom8 primero a la M auga, paseo bastantefrecuentado por la ta rde; después fuimos a las in-mediaciones del cemeuterio, a la playa, a las prin-cipales calles y al mercado.

En este último punto uos detuvimos largo tiem-po~ pues todo era nuevo e interesante para mí.

Pablito, así se llamaba mi cochero, parecía estarmuy al corriente acerca de los artículos de ventay su valor. Díjome que los huevos de tortuga sepaga ban a 'un rnedio la docena (cinco sueldos); yque la pamela o azúcar en bruto estaba a siete, esdecir, que daban siete libras por veinte sueldos.Por todas partes llegaban indios, mestizos y negros,conduciendo mulas y asnos cargados de maíz, azú-ca~ bananas, cacao, yucas, cocos, naranjas, ananasy otros frutos, los más de los cuales no conocía yosino de nombre.

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Allí pude ver el ma,mey, el níspero, la pomarosa,que exhala un delicioso perfume semejante al deesta flor; la chirimoya, que contiene Ulla pulpa azu-carada y ácida; elIJwelro'ño, cuya corteza amarilla,erizada como la de la castaña, encierra una gelatinarefrescante; el marañón, empleado por las mujerespara perfumar sus ropas, pero cuya semilla es ve-nenosa; y por último, los gllaras, que parecen habi-chuelas verdes, y miden cuatro pies de longitud.

Un indio se acerca para ofrecerme bálsa'moMaría; una anciana quiere que le compre manteca,extraída de las almendras de la palmera de cm'ozo,y conservada en un nudo de bambú; más allá mellaman para elogiarme la yesca ele magu.ey, hechacon la medula del agave vivíparo, cuyas hojas car-nosas producen la cabuya, magnífica hilaza blancade sedosas fibras, con las cuales se fabrican sacos,redes, cuerdas y suela s de alpargata.

En otro sitio me enseñan unas ligeras cajastrenzadas con los peciolos hendidos y aplanados denacuma (Carludovica palmata), cuyas hojas, reco-gidas antes de su desarrollo, dan la paja para fa-bricar los sombreros llamados de Panamá.

Pablito me hizo admirar colecciones de totumaso calabazas, que reemplazan aquí, para el pueblo, atodos los artículos de alfarería, haciéndose con ellosmuchos utensilios. Las más pequeñas, cortadas porla mitad, sirven de tazas, de platos o de cazuelas;también las comunican la forma de cucharas, y sinmás instrumento que la punta de un cuchillo ador-nan todos estos objetos de dibujos en relieve, ver-daderas obras maestras por la ejecución y lapaciencia. Algunos indios, casi desnudos, me pre-sentan ollas de barro pésimamente fabricadas; más

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lejos, una negra despedaza una enorme tortuga yarroja los restos a los chiquillos que la rodean.

Pablito se afanaba por enseñármelo todo, si bienparecía en extremo sorprendido de mis preguntas,pues no podía imaginar que hubiera un país bas-tante atrasado, o tan poco favorecido de la Provi-dencia, que no le fuese posible disfrutar de todocuanto me parecía tan nuevo como interesante.

-¡Cocuyos, COC~tyos, señoras! gritaba un ne-grillo. Acerquéme y vi que la mercancía consistíasólo en cuatro o cinco troncos de caña de azúcar.

-¿Dónde están los cocuyos? pregunté al mu-chacho.

Miróme el negrillo con asombro; pero compren-diendo que yo era un inglés (a todos los extranjeroslos consideran aquí como hijos de la Gran Bretaña),y sin duda con la esperanza de hacer un buen ne-gocio, recogió del suelo uno de los nudos amarillosde la caña, indicóme que estaba hueco, e hizo salircon precaución dos insectos muy curiosos, que yocompré para recompensar la complacencia del mu-chacho.

Elcocuyo (La¡npyris cocuyo) es un escarabajode unos tres centímetros de longitud, cuyos ojos,inuy grandes y algo prominentes, despiden una luzfosfórica en la oscuridad. Las damas de Cartagena,así como las de Cuba, adornan a menudo su cabellocon estos insectos, encerrados en pequeñas jaulasde gasa; y cuando pasean al oscurecer en los jar-dines, diríase que son los genios de la noche orna-dos con una diadema de brillantes estrellas.

Se ha dicho y escrito a menudo que tres o cuatrode estos lampiris puestos en un frasco, daban bas-tante luz o claridad para que se pudiese leer; pero

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no se debe exigir tánto a estos insectos sin expo-nerse a quedar chasqueado. Nunca ilU1'ninaron másque las láminas de capricho; si bien es cierto quepodrían despedir un reflejo semejante al de la luzmuy débil de una lamparilla. Para conservarlosvivos se les encierra durante el día en un tronco decaña de azúcar, y allí devoran filosóficamente lasparedes de su prisión.

Las larvas de los cocuyos son unos gusanosblancos, que se alimentan de la medula de las cañaso de las palmeras. Los negros de algunos cantonescomen con mucho gusto estos insectos; pero a loseuropeos les inspira repugnancia semejante man-jar, que sería delicioso para un chino.

Como el agua escasea un poco en Cartagena, elcomercio que se hace con ella es bastante lucrativo;pero en un país donde se considera la fatiga comoel mayor de los males, los buenos negros que sededican al oficio de aguador, hallan siempre mediode aligerar considerablemente su trabajo. Todostienen una mula o un asno; llenan de agua cuatrotroncos de bambú, de unos tres pies de largo; losenlazan de dos en dos por medio de una correa;montan en la grupa del cuadrúpedo y van paseandoperezosamente su mercancía. Cuando han ganadouna peseta creen haber hecho lo suficiente; gastanun real en ron y lo demás para su alimento; encuanto al burro o a la mula, debe ir a buscar el suyodonde pueda, en las calles o el mercado, contribu-yendo así a la limpieza de la ciudad.

El comercio de Cartagena tiene poca importan-cia, siendo causa de ello la apatía de los neograna-dinos. En otro tiempo, un brazo del Magdalena,canalizado por los españoles, y que conserva toda-

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vía el nombre de dique o de canal, ponía en comu-nicación el puerto con el gran río, cerca de la ciudadde Calamar, distante cincuenta kilómetros; y gra-cias a esta canal, Cartagena era el emporio de todoel comercio interior.

Allí fluían el tabaco de Ambalema, las quininasde Pitayo y de Almaguer, el cacao de Ocaña, tanbueno como el mejor de Caracas; el oro, los cuerosde Antioquia y el platino del Chocó. Los negros ylos indios llevaban por sí mismos, o en sus ligerasembarcaciones, los apreciables productos de losbosques, de los ríos y del mar; el caucho que sedesprende del ficus ell'ipt'ica; la vainilla; los bálsa-mos de Tolú y de Copaiba; el Ayrax, que se exudadel hirnenaca courbar'il,. la cera vegetal, producidapor el ceroxylum de los Andes y el myrica; el divi-divi, cuya aplicación para curtir conocen muy bienlos indios chibchas; la zarzaparrilla, rival de la deHonduras; el marfil vegetal, fruto de una especiede palmera; los dientes de caimán; las conchas decolor de rosa para camafeos, y, por último, la ostraperlera, abundante en todas las costas de NuevaGranada.

Por desgracia para la ciudad, se ha dejado quela arena invada poco a poco el canal; de modo quela gran arteria ha quedado completamente cerrada.Hoy día no se exportan sino pequeñas cantidadesde caucho, inferior al de Pal'á, pero mejor queel de la América Central; tabaco de buena calidady un poco de concha.

Este último producto es el único que allí se tra-baja; se fabrican muy buenos peines, agujas parael cabello, cajas, y sobre todo bastones, sumamenteapreciados en el paíB y en Europa. Los que se de-

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dican a esta industria venden también caparazonesenteros de tortuga, pulimentados y con adornos deplata.

La más rica y grandiosa obra de concha que seconoce es el revestimiento que adorna la Capilla delSagrario, contigua a la Catedral de Bogotá. Lasparedes están cubiertas (le concha hasta la cornisade la cúpula; los ocho altares, las columnas y loseapiteles están revestidos del mismo adorno, per-fectamente trabajado, lo cual constituye a la vezuna curiosidad y un objeto de arte.

Los puertos de Barranquilla y de Sabanilla, enla desembocadura del Magdalena, han reemplazadoa Cartagena como depósitos eomerciales de la ma-yor parte de la república; pero atendido que distanmucho de ofrecer a los buques iguales ventajas, hayrazón para creer que la antigua reina de las Indiasmandará abrir de nuevo su canal, a fin de adquirirpoco a poco su perdida importancia. Sin embargo,para. ello ~ería indispensable que el país estuvieseen paz y renunciara a su manía, o mejor dicho, a suafición a los pronunciamientos.

III

UN MULETERO MODELO.--LA V}JRDAD ACERCA DEL AR-BOL DE LA NOCHE.--LOS VOLCANES DE AIRE DETURBAOO.-EL TEMPLO DEL ESPIRITU DE LAS CU-RAS.-ANTIGüEDADES INDIAS DE 'fURBACO.

Un arriero o muletero llamado Cañas, junta-mente con su hijo, que tenía por nombre Cañitas,accediendo a mis instancias y a las del propietariode la fonda donde me hospedaba, comprometiéronse