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Immaculée Ilibagiza, un testimonio de perdón en el genocidio de Ruanda. “Sabemos que está aquí”. Decenas de hutus blandían sus machetes y entonaban, fanáticos, su grito de guerra: “Matadlos, matadlos, matadlos a todos". Immaculée Ilibagiza cuenta cómo fue capaz de perdonar a los asesinos de su familia. Allí estaban otra vez. “Encontrad a Immaculée, sabemos que está aquí”. Fuera, a escasos centímetros de su pequeño refugio, decenas de hutus blandían sus machetes y entonaban, fanáticos, su grito de guerra: “Matadlos, matadlos, matadlos a todos. Matad a los grandes y también a los pequeños, matad a los viejos y a los jóvenes... Un bebé serpiente es también una serpiente. Matadlos, matadlos, matadlos a todos”. Entonces oyó la voz de un vecino. “He matado a 399 cucarachas [tutsis]. Con Immaculée serían 400, un buen número. Tenemos que encontrarla, está escondida en la casa”... -Dice que el miedo que sintió entonces duele.-En ese momento tu cuerpo no responde. Se sacude de miedo, empiezas a temblar. Se te revuelve el estómago y sientes que necesitas ir al baño. Te duele la cabeza, la piel te quema, como si estuvieras en una cama de carbón, la mente se vuelve loca, intentas tragar y no tienes saliva. -Aunque no era la primera vez que iban a por usted, aquel día fue especial. -Sabía que si me encontraban, no tendrían piedad. Cerré los ojos y recé para desaparecer. Mordí la Biblia -quería que las palabras de Dios resbalaran hasta mi alma-, quería sentir su fuerza, pero solo acertaba a ver lo que me harían los asesinos: la tortura, la humillación, la muerte. -¿Y entonces?-Dije: “Dios mío, ¿por qué me haces pasar por esto?, ¿qué más puedo hacer para demostrarte mi amor?”. Estaba cansada. De repente me sentí vaga, ligera, las voces de los asesinos eran ya un susurro, y pude ver, encima de mí, a Jesús. Me dijo: “Confía y te salvaré”. Cuando esto sucedió, Immaculée Ilibagiza, ruandesa, tutsi, entonces de 24 años, llevaba más de dos meses encerrada en un pequeño baño -un metro de ancho por algo menos de dos de largo- junto a otras siete mujeres. Dos meses sin tumbarse, sin caminar, sin estirar las piernas, contentándose solo con los movimientos que por turnos hacían para tratar de aliviar los calambres y el dolor muscular. Dos meses sin apenas comer -el dueño de la casa, un pastor protestante de etnia hutu, no había dicho a nadie, ni siquiera a sus hijos, que había tutsis escondidas en casa y no podía llevarles más alimento que las sobras de su familia- y sin poder hablar más que por señas.

Immaculée Ilibagiza, un testimonio de perdón en el

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Page 1: Immaculée Ilibagiza, un testimonio de perdón en el

 

Immaculée Ilibagiza, un testimonio de perdón en el genocidio de Ruanda. “Sabemos que está aquí”. Decenas de hutus blandían sus machetes y entonaban, fanáticos, su grito de guerra: “Matadlos, matadlos, matadlos a todos". Immaculée Ilibagiza cuenta cómo fue capaz de perdonar a los asesinos de su familia. Allí estaban otra vez. “Encontrad a Immaculée, sabemos que está aquí”. Fuera, a escasos centímetros de su pequeño refugio, decenas de hutus blandían sus machetes y entonaban, fanáticos, su grito de guerra: “Matadlos, matadlos, matadlos a todos. Matad a los grandes y también a los pequeños, matad a los viejos y a los jóvenes... Un bebé serpiente es también una serpiente. Matadlos, matadlos, matadlos a todos”. Entonces oyó la voz de un vecino. “He matado a 399 cucarachas [tutsis]. Con Immaculée serían 400, un buen número. Tenemos que encontrarla, está escondida en la casa”... -Dice que el miedo que sintió entonces duele.!-En ese momento tu cuerpo no responde. Se sacude de miedo, empiezas a temblar. Se te revuelve el estómago y sientes que necesitas ir al baño. Te duele la cabeza, la piel te quema, como si estuvieras en una cama de carbón, la mente se vuelve loca, intentas tragar y no tienes saliva. -Aunque no era la primera vez que iban a por usted, aquel día fue especial. !-Sabía que si me encontraban, no tendrían piedad. Cerré los ojos y recé para desaparecer. Mordí la Biblia -quería que las palabras de Dios resbalaran hasta mi alma-, quería sentir su fuerza, pero solo acertaba a ver lo que me harían los asesinos: la tortura, la humillación, la muerte. -¿Y entonces?!-Dije: “Dios mío, ¿por qué me haces pasar por esto?, ¿qué más puedo hacer para demostrarte mi amor?”. Estaba cansada. De repente me sentí vaga, ligera, las voces de los asesinos eran ya un susurro, y pude ver, encima de mí, a Jesús. Me dijo: “Confía y te salvaré”. Cuando esto sucedió, Immaculée Ilibagiza, ruandesa, tutsi, entonces de 24 años, llevaba más de dos meses encerrada en un pequeño baño -un metro de ancho por algo menos de dos de largo- junto a otras siete mujeres. Dos meses sin tumbarse, sin caminar, sin estirar las piernas, contentándose solo con los movimientos que por turnos hacían para tratar de aliviar los calambres y el dolor muscular. Dos meses sin apenas comer -el dueño de la casa, un pastor protestante de etnia hutu, no había dicho a nadie, ni siquiera a sus hijos, que había tutsis escondidas en casa y no podía llevarles más alimento que las sobras de su familia- y sin poder hablar más que por señas.

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Dormían sentadas en el suelo, las más altas debajo y, sobre su regazo, las mujeres y niñas más bajas y ligeras. Iban al baño en un pequeño aseo y esperaban a que alguien de la casa utilizara la cisterna del baño contiguo para tirar ellas de la cadena en el suyo. Tenían la piel irritada, las encías inflamadas y sangrantes, los ojos secos, los labios cortados y los piojos y chinches que las acompañaban -durante tres meses no pudieron lavarse ni cambiarse de ropa- paseaban por sus rostros y cuerpos con total libertad. Cuando entró en aquel cuarto de baño Immaculée -1,80 de estatura-, pesaba algo más de sesenta kilos. Cuando salió, no llegaba a los treinta. !-Todo comenzó en abril de 1994. Los hutus se levantaron contra ustedes y su padre le dijo que corriera a esconderse a la casa del pastor. ¿Qué sintió al separarse de su familia?!-Aquel fue un día muy triste. No sabíamos qué iba a pasar ni a qué nos enfrentábamos, pero cuando salí corriendo, tuve la sensación de que no volvería a ver a mis padres. Y así fue. Cuando Immaculée salió de aquel baño y quedó bajo la protección de las tropas francesas, supo que los suyos se habían ido para siempre. Su madre, Rose, murió a machetazos en la calle; a su padre, Leonard, le pegaron un tiro cuando iba a pedir comida para los refugiados y su hermano Vianney murió junto a un amigo bajo las granadas hutus. El único superviviente era su hermano Aimable, que cuando comenzó el genocidio se encontraba fuera de Ruanda cursando un doctorado. De la muerte de su hermano Damascene, su “compañero del alma”, supo durante los meses que pasó escondida cuando, una tarde, escuchó a un grupo de niños hutus comentar los últimos asesinatos: “Han cogido a un tutsi del pueblo que iba a la universidad. Le dijeron que querían ver cómo eran los sesos de alguien inteligente y, después de abrirle la cabeza con el machete, empezaron a mirar dentro”. Esa tarde Immaculée lloró por lo que su corazón no quería aceptar pero su mente sabía. Su hermano era prácticamente el único tutsi universitario de la aldea. Luego supo que, antes de morir, los hutus preguntaron a Damascene dónde estaba ella, Immaculée. “Dinos donde está, todavía no nos hemos divertido con ella, y te dejaremos ir”. “Jamás os diría el paradero de mi hermana. Matadme ya, porque Dios está esperando para llevarme a casa”. Le abrieron el cráneo, después le cortaron los brazos y lo dejaron tirado en la calle. -Y a pesar de la muerte de su hermano, a pesar de haber escuchado cómo los hutus mataban a machetazos a un bebé, dice que cree en la bondad del ser humano.!-Durante mucho tiempo yo deseaba la muerte de los hutus, incluso deseaba coger un machete y matarlos yo. Estaba enfadada. Pero cuando descubrí que se puede pasar de los malos sentimientos, del odio, a la paz y al deseo de perdón, comprendí que, cuando un ser humano hace el mal, es porque está realmente ciego. Estamos creados para amar y somos capaces de amar, da igual lo que hayamos hecho en el pasado.

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Para llegar a esta conclusión Immaculée tuvo que luchar mucho contra sí misma. Desde su entrada en el baño-refugio hizo de la oración su arma más poderosa. Educada en una familia católica muy devota -“mi padre siempre decía que nunca se reza de más”-, se asió con fuerza al rosario que su padre le entregó poco antes de separarse de ella y rezó -“desde que me despertaba hasta que me dormía, varios rosarios al día”- pidiendo protección -“Dios mío, no me dejes morir así. Así no”-.!Cuanto más rezaba, cuenta, más serenidad y paz tenía. Pero en los momentos de máxima angustia, cuando los cazadores hutus estaban registrando la casa en su busca, Immaculée sentía “como si el mismo Satán se pusiera” en su hombro. Una voz le hacía desconfiar de Dios -“La calle está llena de cadáveres, ¿por qué te va a salvar a ti?”- y, un día, la acusó de mentirosa. Immaculé se dio cuenta de que rezaba el padrenuestro -“perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”- sin haber perdonado a los que la querían muerta. -Y pensó que la voz tenía razón. !-Al principio pensé que era imposible que Dios me pidiera que perdonara a quienes me buscaban para asesinarme. Pero un día comprendí que todos, incluso los asesinos, somos hijos de Dios. Oí cómo los hutus mataban a una mujer y, después, el llanto de un bebé. Lloró durante horas, toda la noche, hasta que su llanto se fue debilitando. Luego escuché a los perros acercarse a él. Y recé para que Dios lo acogiera. Entonces comprendí. Él me dijo “todos mis hijos son como ese bebé. Y él está ahora conmigo”. Supe que todos, también los asesinos, somos hijos de Dios. Desde aquel día -“desde que empecé a rezar para que los asesinos conocieran el amor y se arrepintieran”- Immaculé sintió paz. Perdonar, explica, no es aprobar lo que está mal hecho. Perdonar es entender el mensaje del amor y, asegura, cuando se consigue uno pasa de ser prisionero a ser libre. Conseguida la libertad espiritual -“nunca antes me había sentido tan guapa y tan serena como en los momentos en los que sentía el mensaje del amor”-, llegó la libertad física. Las tropas francesas se aproximaron al pueblo de Kibuye y, con ayuda del pastor, Immaculée y las otras siete mujeres consiguieron llegar hasta ellas y ponerse a salvo. Immaculé estaba sola. No tenía a su familia -todavía no había contactado con su único hermano superviviente- ni tampoco a su novio John. A este -hutu- no lo había perdido por la guerra. Enterado por el pastor del paradero de su novia, John fue a ver a Immaculé y, cuando se asomó al baño en el que estaba encerrada, solo acertó a decir: “¡Eres un saco de huesos!”. En las siguientes semanas su novio, con el que había hablado de matrimonio, no le envió ni una carta, tal como ella le había pedido para sobrellevar el cautiverio, y, en la segunda y última visita furtiva, cuando Immaculée le hizo ver su tristeza por no tener noticias suyas.

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Todo lo que recibió como respuesta fue: “Aquí ningún hombre te mira, no tengo de qué preocuparme”. Estaba sola. Desde su liberación y hasta años después del genocidio trabajó para Naciones Unidas ayudando a los refugiados gracias al inglés que aprendió, con un libro que le prestó el pastor, durante el tiempo que pasó escondida. En 1998, cuatro años después del comienzo del genocidio, emigró a Estados Unidos donde comenzó una nueva vida. Conoció a su marido Bryan y tuvo a sus dos hijos, Nikky y Bryan. Tras escribir junto al periodista Steve Erwin el libro Left to tell (Vivir para contarlo), Immaculée recorre el mundo hablando de perdón y de paz. -Un perdón sincero que incluso entregó a uno de los asesinos de su familia, cuando volvió a Ruanda tras el genocidio.!-Cuando supe que podía estar frente a frente con él, tuve miedo. Pensé: “¿Y si el perdón no era sincero, y si solo era un método de supervivencia?”. Pero, cuando lo tuve delante, cuando lo vi llegar, supe que necesitaba una oración mucho más que sentirse odiado. Estaba perdido, abrumado por el daño que había hecho y necesitado de ayuda. Semana, el responsable de la prisión y antiguo compañero de trabajo del padre de Immaculée, gritó al asesino: “Mataste a su madre y a su hermano y la buscabas a ella para matarla, ¿verdad, cerdo?”. -Y usted puso la mano en el hombro del asesino...!-Y le dije: “Te perdono”. Cuando escuchó aquello, Semana se volvió, incrédulo y enfadado, hacia Immaculée. “¡Mató a los tuyos y tú le perdonas! ¿Por qué, cómo eres capaz?”. Immaculée respondió con la verdad: “Es lo único que puedo darle”. CLAVES DEL CONFLICTO!- Conocido por su terreno fértil y montañoso como El país de las mil colinas, Ruanda es uno de los Estados más pequeños de África central, y a la vez uno de los más poblados. - Tres tribus -hutus (mayoría), tutsis (minoría) y twa (los primeros pobladores, casi desaparecidos)- conformaban la población ruandesa cuando los colonos alemanes llegaron al país en 1884. Hasta entonces, Ruanda estuvo bajo el reinado de la dinastía tutsi Nyiginya. -Durante la Primera Guerra Mundial Bélgica asumió el control de Ruanda y, como habían hecho antes los alemanes, fomentó la supremacía social de la minoría tutsi, aumentando la rivalidad entre tribus. -Desde su independencia, en 1962, hasta la llegada al poder del presidente Juvenal Habyarimana (hutu moderado) en 1973, se sucedieron diversos enfrentamientos entre hutus y tutsis. -En 1990 el Frente Patriótico Ruandés (RPF) de rebeldes tutsis invadió el norte de Ruanda e inició una guerra civil. Tres años después el presidente Habyarimana firmó los Acuerdos de Arusha con el RPF. -En abril de 1994 Habyarimana murió en un atentado que la mayoría hutu atribuyó a los rebeldes tutsis. En pocas horas comenzó el genocidio. -Durante cien días murieron asesinados bajos los machetes hutus más de

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800.000 tutsis mientras la comunidad internacional miraba para otro lado y se negaba a calificar la realidad ruandesa de genocidio. -A mediados de julio la RPF tomó el control del país, presidido desde entonces -tras un periodo de transición- por el líder del movimiento, Paul Kagame, que fue reelegido en 2003 y 2010.