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INVESTIGACIÓN DE MERCADOS Y SOCIOLOGÍA DEL CONSUMO LA SOCIEDAD OPULENTA J.K. Galbraith Capítulo X Los imperativos de la demanda del consumidor. 1. Toda la antigua preocupación por la producción (procedente de épocas de escasez*) como la insistente búsqueda moderna de la seguridad han culminado en una ansiedad por la producción: un elevado nivel de producción se ha convertido en el factor fundamental de la seguridad económica eficaz (se ha distribuido más con el crecimiento de la producción que con cualquier sistema distributivo*). Sin embargo, todavía queda por explicar la corriente resultante de bienes: la producción tiene que tener una razón propia no puede ser la reducción de la desigualdad ni la creación de empleo. Galbraith señala que la respuesta se ha encontrado en una ingeniosa y complicada defensa de la importancia de la producción en sí misma. Es una defensa que convierte la urgencia (la prioridad de la producción) en algo independiente del volumen de producción. La teoría económica ha trasladado el sentido de la urgencia de la satisfacción de necesidades básicas (alimentos para el hambriento, vestido para el desnudo, casas para quienes vivían a la intemperie) a un mundo en el que el incremento de la producción satisface el ansia de coches más elegantes y veloces, de comidas exóticas, de vestuarios sofisticados, etc. Galbraith sostiene que la teoría económica que defiende estos deseos y, por tanto, la producción que los satisface es ilógica y descolocada hasta extremos peligrosos, a pesar de que ha llegado a tener una posición impecable (incluso inexpugnable) dentro de la sabiduría convencional. 2. La racionalización comienza con la extraña importancia de la producción para la ciencia económica. La producción económica es primordial para el proyecto de cálculo 1

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INVESTIGACIÓN DE MERCADOS Y SOCIOLOGÍA DEL CONSUMO

LA SOCIEDAD OPULENTA J.K. Galbraith

Capítulo X Los imperativos de la demanda del consumidor.

1. Toda la antigua preocupación por la producción (procedente de épocas de escasez*) como la insistente búsqueda moderna de la seguridad han culminado en una ansiedad por la producción: un elevado nivel de producción se ha convertido en el factor fundamental de la seguridad económica eficaz (se ha distribuido más con el crecimiento de la producción que con cualquier sistema distributivo*). Sin embargo, todavía queda por explicar la corriente resultante de bienes: la producción tiene que tener una razón propia no puede ser la reducción de la desigualdad ni la creación de empleo. Galbraith señala que la respuesta se ha encontrado en una ingeniosa y complicada defensa de la importancia de la producción en sí misma. Es una defensa que convierte la urgencia (la prioridad de la producción) en algo independiente del volumen de producción. La teoría económica ha trasladado el sentido de la urgencia de la satisfacción de necesidades básicas (alimentos para el hambriento, vestido para el desnudo, casas para quienes vivían a la intemperie) a un mundo en el que el incremento de la producción satisface el ansia de coches más elegantes y veloces, de comidas exóticas, de vestuarios sofisticados, etc. Galbraith sostiene que la teoría económica que defiende estos deseos y, por tanto, la producción que los satisface es ilógica y descolocada hasta extremos peligrosos, a pesar de que ha llegado a tener una posición impecable (incluso inexpugnable) dentro de la sabiduría convencional.

2. La racionalización comienza con la extraña importancia de la producción para la ciencia económica. La producción económica es primordial para el proyecto de cálculo económico (del economista). Cualquier actividad que aumente la producción a partir de recursos dados, es buena, e implícitamente importante; cualquier cosa que impida o reduzca el producto es por tanto mala. (Cualquier cosa, un impuesto, el reparto de benéficos, mejoras laborales, etc.) Sin embargo, el efecto directo de cualquier medida sobre la producción es muy difícil de calcular (el efecto a corto o a medio puede ser diferente, el resultado sobre el producto acumulado tiene una estructura compleja que puede reflejar distintas distribuciones de la renta). A pesar de todo, bajo cualquier otra consideración se mantiene un sólido acuerdo acerca del objetivo a seguir: todo lo que incremente el producto partiendo de los recursos disponibles, aumenta el bienestar. Poner en cuestión la importancia de la producción equivale, así, a poner en duda los fundamentos del todo el edificio. Sin embargo, el saber convencional se aferra a la teoría de la demanda del consumidor que ya ha demostrado su eficacia al defender la importancia de la producción: en un mundo en el que la abundancia va convirtiendo en anticuadas las viejas ideas, continuará siendo el bastión contra la desdicha que aporten las nuevas.

3. La teoría de la demanda del consumidor –tal como se acepta generalmente- está basada en dos amplias proposiciones, importantes para el sistema de valores actual de los economistas:

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1º. A medida que se van satisfaciendo más necesidades, no disminuye apreciablemente su urgencia o –con más precisión- la amplitud de esa disminución no es susceptible de demostración y no ofrece ningún interés a los economistas ni a la política económica. Es decir, una vez que el hombre satisface sus necesidades físicas le dominan deseos de origen psicológico que no pueden ser nunca satisfechos del todo o sobre los que no puede demostrarse ningún progreso en la satisfacción. El concepto de saturación tiene muy poco valor en la economía, la comparación entre las ansias del estómago y del intelecto no es ni útil ni científica.

2º. Las necesidades son creadas por la personalidad del consumidor o -en todo caso- son datos para el economista. La tarea del economista es sólo procurar su satisfacción, no averiguar sus causas.

Profundizamos más el análisis de estas conclusiones. La interpretación de la conducta del consumidor tiene sus raíces en el problema de la determinación del precio. Al estudiar el valor Adam Smith distingue entre “valor en cambio” y “valor en uso” procurando conciliar la paradoja entre la elevada utilidad (por ejemplo del agua) y la poca capacidad de cambio. Esta distinción suscitó más problemas en lugar de resolverlos. A finales del XIX los tres economistas de la utilidad marginal (Menger, Jevons y Bates) elaboraron la explicación que –en términos generales- todavía se emplea.

La urgencia del deseo es una función de la cantidad de bienes de que dispone el individuo para satisfacer ese deseo. Cuanto mayor sea su disponibilidad tanto menor será la satisfacción que derive de un incremento de la misma. Y por tanto, menor será también su disposición a pagar por él (*por esos bienes). Puesto que los diamantes se encuentran para la mayoría de la gente en

cantidades relativamente escasas, la satisfacción que se derive de tener uno más es muy grande y la disposición potencial a pagar por él será también elevada. El reverso de la medalla es lo que sucede con el agua. De esto se desprende asimismo, que cuando la oferta de un bien pueda ser elevada a un coste bajo, su “valor de cambio” deberá reflejar es facilidad de reproducción y la escasa urgencia de los deseos marginales que viene a satisfacer de este modo. Ocurrirá así, a pesar de las dificultades que ocasionaría (como en el caso del agua) la carencia total del artículo en cuestión.

La doctrina de la utilidad marginal decreciente, tal como fue instaurada en los libros de texto económicos, pareció situar las ideas económicas por completo al lado de la importancia decreciente de la producción en condiciones de abundancia creciente. Los hombres se encuentran en situación de satisfacer sus necesidades adicionales con una renta real per capita creciente. Esas necesidades adicionales se encuentran en un nivel inferior de urgencia. Por consiguiente la producción que proporciona los bienes que satisfacen esas necesidades menos urgentes debe ser también de una importancia menor (y decreciente).

En Inglaterra en tiempos de Ricardo, el abastecimiento de pan para la gran mayoría era insuficiente. La satisfacción resultante de un incremento en la oferta de pan –o la resultante de una mayor renta monetaria, permaneciendo constante el precio del pan- era muy elevada. Se aplacaba el hambre y se alargaba la vida. Sin duda el aumento de la producción de pan era de gran interés.

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En la actualidad en EEUU el abastecimiento de pan es muy abundante. La producción de satisfacciones que se pueda obtener con un incremento marginal de la oferta de trigo es pequeña. Las medidas para aumentar la producción de trigo no constituye una preocupación urgente. La gente –tras haber extendido su consumo de pan hasta el punto que su utilidad marginal es ínfima- se encaminará a gastar los ingresos en otras cosas. Puesto que estos otros bienes vienen debajo del pan en su escala de consumo, es previsible que tampoco sean demasiado urgentes –que su utilidad marginal sea pequeña o incluso despreciable. Por lo tanto debe suponerse que los incrementos marginales de toda la producción es baja y decreciente. El efecto de la opulencia creciente es que la producción y la productividad son cada vez menos importantes.

El concepto de la utilidad marginal decreciente fue, y continúa siendo, una de las ideas más indispensables de la ciencia económica. Sin embargo, la sabiduría convencional no admite la urgencia decreciente de las necesidades. En parte, consigue rechazarla en nombre del método científico (dice Galbraith, poderosísimo baluarte de la sabiduría convencional).

4. La evidencia palmaria pero poco conveniente se rechaza alegando que no podría ser asimilada científicamente. El primer paso que se dio, como ya se observo antes, fue divorciar la ciencia económica sobre cualquier juicio sobre los bienes que constituyen su campo de trabajo. Se excluye cualquier criterio acerca de si los bienes son necesarios o superfluos, importantes o prescindibles. Nada marca con mayor rapidez dentro de la economía con el estigma de la educación incompetente como la tendencia a destacar la legitimidad del deseo de una mejor alimentación y la frivolidad del deseo de un automóvil más caro.

A continuación la economía observa de un modo general que existe una variedad casi infinita de bienes al alcance de la atención del consumidor. La economía había supuesto que la utilidad marginal de los bienes individuales decrece a medida que tienen más. Ahora se advierte que la utilidad o satisfacción que se deriva de un bien nuevo y diferente no es menor que la de las unidades iniciales de los que le precedieron. En tanto el consumidor vaya añadiendo nuevos productos –mientras vaya procurando obtener más variedad que cantidad- podrá irlos acumulando, como un museo, sin disminuir la urgencia de sus necesidades. Puesto que el consumidor medio posee sólo una fracción de las distintas clases de bienes que podría razonablemente adquirir, existe la posibilidad casi ilimitada de ir añadiendo tales productos. La recompensa que obtienen sus poseedores es más o menos proporcional a la cantidad que adquieren. Y la importancia de la producción que ofrece esos bienes y servicios, puesto que proporcionan una utilidad que no decrece, tampoco disminuye.

Esta postura hace caso omiso del evidente hecho de que algunas cosas se adquieren antes que otras y de que, con toda probabilidad, las más importantes tienen primacía. Lo cual –como ya se ha dicho- implica una urgencia decreciente de las necesidades. Sin embargo, esta conclusión es rechazada. Su repudio se basa en la negación de que pueda decirse nada verdaderamente útil de de los estados comparativos de la mentalidad y de la satisfacción del consumidor en distintos períodos de tiempo.

Un hombre con renta real mínima pero en aumento iba cosechando satisfacciones con una dieta adecuada y un techo que dejaba de gotear…Hoy, después del aumento

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considerable de su renta, su consumo incluye televisión por cable y excéntricos mocasines. Pero decir que la satisfacción que obtiene de sus últimas comodidades y diversiones es menor que la que le proporcionaron las calorías adicionales y la eliminación de las goteras sería completamente inadecuado.

Se dice que las cosas han cambiado, que se trata de un hombre distinto. No existe un verdadero patrón para comparar. Se llega a admitir que un individuo –en un momento determinado- pueda derivar unas satisfacciones menores de los incrementos marginales de unos productos dados y que, por lo tanto, no se le puede inducir a pagar mucho por ellos. Pero esto no nos dice nada de las satisfacciones que proporcionan tales bienes adicionales ni, sobre todo, de las que pueden proporcionar otros bienes distintos cuando se adquieren más tarde. La conclusión es evidente. No se puede asegurar nunca que disminuya la satisfacción que se derive de esos incrementos posteriores en el tiempo de las existencias de bienes del individuo. Por lo tanto, es imposible afirmar que la producción que los proporciona tenga una utilidad creciente. (Sigue aquí una recapitulación interesante, página 148).

Sin embargo, puede afirmar con cierta seguridad que una mayor cantidad de bienes satisfará una mayor cantidad de necesidades que pocos bienes. Y se puede también suponer que los bienes son algo suficientemente importante y aun urgente como para dejar de lado otras cuestiones sin compromiso ya que ¿no han sido siempre los bienes muy importantes para aliviar la miseria de la humanidad? No cabe duda de que la ciencia económica ha eliminado brillantemente los peligros que la amenazaban a ella y a sus objetivos que se encontraban implícitos en la utilidad marginal decreciente.

Se han producido discrepancias. Keynes observa que las necesidades de los seres humanos están divididas en dos clases, las absolutas (las experimentamos cualquiera que sea la situación de los demás) y las relativas, cuya satisfacción nos eleva por encima y nos hace sentir superiores a nuestros prójimos. Sin embargo, Keynes no adelantó nada con esta conclusión. Al luchar contra la sabiduría convencional necesitaba, como cualquier otro, el auxilio de las circunstancias. Y a diferencia de su remedio para las depresiones, no disponía todavía de él.

Capítulo XI El efecto dependencia.

1. La idea de que las necesidades no se vuelven menos urgentes cuanto más amplio sea el abastecimiento del individuo, repugna por completo al sentido común. Sólo lo creen quienes desean creerlo. Sin embargo, debemos enfrentarnos a la sabiduría convencional en su propio terreno. ¿Quién puede decir con seguridad que la privación que la privación que ocasiona el hambre es más dolorosa que la que ocasiona la envidia del coche nuevo del vecino? En el cambio el sujeto se ha podido endurecer. En el caso de una sociedad, las comparaciones entre las satisfacciones marginales que obtiene cuando es pobre y las que experimenta cuando alcanza la opulencia no sólo se refieren a las del mismo individuo en distintos momentos, se trata de las de distintos individuos en momentos distintos. El aparato defensivo de la sabiduría convencional cree que con esto ha alcanzado la invulnerabilidad (*no es científico comparar sujetos diferentes en momentos distintos.)

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Encontramos, sin embargo, un punto débil. Si las necesidades del individuo deben ser urgentes, tiene que partir de él mismo. No pueden ser urgentes si alguien las ha fraguado para él. Y ante todo, no deben ser fraguadas por el proceso de producción que viene a satisfacerlas, pues esto significaría la ruina de la obsesión de la urgencia de la producción, urgencia basada en las necesidades. No se puede abogar por la producción como instrumento para satisfacer las necesidades si esas mimas producción es la que crea esas necesidades.

Por consiguiente, si la producción crea las necesidades que procura satisfacer, o si las necesidades brotan a la vez que la producción, entonces la urgencia de las necesidades no puede ser empleada para defender la urgencia de la producción. La producción sólo viene a llenar un vacío que ella misma ha creado.

2. Analizamos con más detalle esta importante cuestión. Las necesidades del consumidor pueden tener causas grotescas, frívolas o incluso inmorales y, sin embargo, se puede realizar una maravillosa defensa de la sociedad que procura satisfacerlas. Pero no se puede mantener esta defensa si es el mismo proceso de satisfacción el que viene a crearlas.

Muy pocos investigadores negarán en la actualidad que las necesidades son el fruto de la producción. Además, según la distinción de Keynes y el carácter de emulación que otros economistas creen que ha existido siempre, el consumo de un hombre se convierte en el deseo de su vecino. O dicho de otra forma: el proceso por el que se satisfacen las necesidades es también el proceso de creación de necesidades, cuantas mas necesidades se satisfacen, tantas más necesidades nuevas aparecen.

El razonamiento ha sido llevado aún más lejos, Duesenberry afirma que “uno de los principales objetivos de nuestra sociedad es alcanzar el nivel de vida más elevado… (Ello) tiene una gran importancia para la teoría del consumo…el deseo de obtener mejores bienes, adquiere una vida propia. Da origen a una carrera para realizar mayores gastos que pueden ser incluso más poderosa que la aparición de las necesidades que podrían se satisfechas con esos gastos. Las consecuencias que se desprenden de este punto de vista son impresionantes: el criterio de la necesidad establecida independientemente pasa a segundo plano. Debido a que la sociedad concede gran importancia a su capacidad para crear un elevado nivel de vida valora a los individuos de acuerdo con los bienes que poseen. Los estímulos del consumo se ven acaparados por un sistema de valores que pone de relieve la capacidad de la sociedad para producir. Cuanto más se produzca, más se deberá poseer para mantener el prestigio adecuado. Sin ir tan lejos como Duesemberry se puede sostener que al reducir los bienes al papel de símbolos de prestigio en una sociedad opulenta, la producción crea la necesidad que se supone que debería ir satisfaciendo.

3. Las modernas instituciones de la publicidad y la técnica de ventas establecen el enlace más directo entre la producción y las necesidades. Existe una amplia relación empírica entre lo que se invierte en la producción de bienes de consumo y lo invertido en la elaboración de los deseos que se experimentarán por esa producción. Los desembolsos para la fabricación del producto no son más importantes que los que se destinan a la elaboración de la demanda de ese producto. Es evidente que esos costes

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deben ser integrados en una teoría de la demandad del consumidor. Son demasiado grandes para que se puedan eludir.

Sin embargo, esa integración equivaldría a reconocer que las necesidades dependen de la producción. Se reconoce que el productor fabrica bienes y necesidades, que la producción crea las necesidades que procura satisfacer, no de una forma pasiva –a través de la competencia- sino de forma activa, mediante la publicidad y otras técnicas de venta. Los economistas se niegan a aceptar esta evidencia porque perciben el daño que supone para las ideas preestablecidas. Aunque han observado el fenómeno, lo han considerado con intranquilidad y con pocos deseos de una investigación profunda. Se ha llegado a afirmar accidentalmente que la publicidad no debería existir.

A pesar de todo, el criterio de la determinación independiente todavía perdura. Y todavía se considera misión del economista la de procurar los medios de cubrir esas necesidades. De acuerdo con esos términos, la producción continúa poseyendo una importancia capital. Nos encontramos aquí con el máximo triunfo de la sabiduría convencional en su resistencia a los hechos palpables que se presentan ante sus ojos.

4. La conclusión general de estas páginas es de tal importancia que se debe formular con una cierta solemnidad.A medida que una sociedad se va volviendo cada vez más opulenta, las necesidades van siendo creadas más por el proceso que las satisface. o Su actuación puede ser pasiva. Los incrementos en el consumo, la contrapartida de

los incrementos en la producción, actúan por sugestión o por emulación para crear necesidades. La expectación aumenta con los logros.

o Pero los productores pueden actuar también de una forma activa, creando necesidades a través de la publicidad y de la técnica de ventas. Las necesidades vienen así a depender del producto.

En términos técnicos, no se puede ya suponer que el bienestar sea mayor a un nivel superior de producción que a un nivel inferior. Puede ser el mismo . El nivel superior de producción posee, simplemente, un nivel mayor de creación de necesidades que requiere un nivel superior de satisfacción de las mismas.

En lo sucesivo vamos a denominar “efecto dependencia” a la forma en que las necesidades dependen del proceso mediante el cual son satisfechas.

Dicho sin subterfugios, la teoría de la demanda del consumidor es un amigo especialmente traicionero de los actuales objetivos de la ciencia económica. A primera vista parece defender la constante importancia de la producción. El economista no se entromete en los dudosos razonamientos morales sobe la importancia o la virtud de las necesidades que deben ser satisfechas. El deseo se encuentra allí y eso basta. Se dedica a satisfacer los deseos y, por tanto, otorga importancia a la producción que viene a satisfacerlos.

Sin embargo, esta elegante argumentación se vuelve destructoramente en contra de quienes la promueven tan pronto como se reconoce que las necesidades son fruto (tanto pasivo como deliberado) del proceso mediante el que vienen a ser satisfechas.

Entre los muchos modelos de lo que debería ser una buena sociedad, nadie ha propuesto la rueda de la ardilla que, además, no gira con suavidad perfecta. Además de su dudoso

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encanto intelectual, este modelo presenta algunas debilidades estructurales, aunque por el momento basta con que meditemos sobre el difícil terreno que atravesamos. Hemos visto (capítulo VIII) lo profundamente que estamos ligados a la producción por razones de seguridad económica. La máxima importancia no la aportan los bienes, sino el empleo que proporciona su producción. Ahora comprobamos que nuestra preocupación por los bienes está todavía más minada. No proviene de una necesidad espontánea del consumidor. El efecto dependencia viene a decir, más bien, que la necesidad dimana del mismo proceso de la producción: si necesita aumentar tiene que inventar necesidades de manera eficiente. Esto no es exacto para todos los bienes pero sí para una parte importante. Por lo tanto, equivale esto a decir que si la demanda para esa parte no existiese, si no fuese instigada, su utilidad o importancia, menos la instigación, sería igual a cero. Si consideramos esa producción como si fuese marginal, podríamos decir que la utilidad marginal del producto agregado actual, menos la publicidad y la técnica de ventas es igual a cero.

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LA CONSTITUCIÓN DE LA NORMA DEL CONSUMO DE MASAS.(Aglietta)

A modo de introducción anotaremos que en las sociedades capitalistas avanzadas, la práctica social del consumo refleja la estructura de clases sociales y configura lo que se ha venido a llamar el espacio simbólico del deseo. El consumo como práctica social trasciende el valor de uso de los productos y refleja el sistema de valores dominante en cada momento histórico.

En estas líneas, se tratará de comprender cómo las transformaciones en el modo de producción crean impulsos que desempeñan un papel fundamental en la formación de un modo de consumo. Modo de producción / Modo de legitimación y Modo de consumo.

Nos centraremos especialmente en el análisis de Michel Aglietta que en “Regulación y crisis del capitalismo” sostiene que se pueden desprender criterios para una periodización del desarrollo del capitalismo y, por ende, de la norma de consumo que le acompaña. Su análisis se centra en tres factores fundamentales del capitalismo:

Las modificaciones en la relación salarial. Los cambios habidos en la organización del proceso del trabajo (taylorismo,

fordismo). La transformación de las normas de consumo de los trabajadores (automóvil,

vivienda y bienes domésticos).

La separación de los trabajadores de los medios de producción implica una destrucción de los modos tradicionales de consumo, conduciendo a un modo específico de consumo del capitalismo. Se crea así una norma social de consumo que se integra -o forma parte- en las condiciones de producción. Producción y consumo se entroncan en una misma matriz; los lazos que les une son múltiples.

En sus inicios, la fuerza de trabajo se convierte en mercancía, incorporada a un sistema productivo cuya razón de ser es la producción de plusvalor, y cuyos principios internos de desarrollo son la parcelación de tareas y la reducción a duración pura del trabajo. Los trabajadores son homogeneizados por el mismo proceso de trabajo capitalista, pero a la vez individualizados, aislados, por el contrato individual de trabajo. Se ven así atados al capitalismo por el consumo individual de mercancías resultante de la producción en masa. Ese consumo uniforme de productos trivializados es un consumo de masas.

Los diferentes modelos de producción que han ido sucediéndose en la historia reciente del capitalismo se pueden asociar a un modo de consumo característico y específico a cada uno de ellos. Tras los ingenieros “sistematizadores” de la década de 1880 y la “Organización Científica del Trabajo OCT del taylorismo, siguió un nuevo modo de producción que se ha venido a llamar “fordismo”.

a)El modo de consumo característico del fordismo . Buscamos comprender cómo las transformaciones de las relaciones de producción en el seno del proceso de trabajo crean impulsos que desempeñan un papel fundamental en la formación de un modo de consumo. Rechazamos dos formas de considerar el consumo:

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Una observación empírica como un conjunto de funciones de gasto.

La teoría del consumidor individual que actúa según elecciones plenamente ordenadas y estables ante determinados recursos y condiciones de mercado.

El punto de partida consiste en definir el consumo como una actividad o, más bien, como un proceso, es decir, un conjunto organizado de actividades predominantemente privadas, pero sujetas a una lógica general de reconstitución de las fuerzas gastadas en las prácticas sociales y de conservación de las capacidades y actitudes implicadas por las relaciones sociales de las que los sujetos son el apoyo.

En primer lugar, el consumo, siendo un proceso material, está situado en el espacio y también tiene carácter temporal. La naturaleza del proceso de consumo y su lugar en el ciclo de mantenimiento de la fuerza de trabajo están, pues, fuertemente influenciados por la importancia del tiempo de trabajo, su intensidad en términos de gasto de fuerza humana y por los otros tiempos directamente relacionados con él.

Además, el consumo es un proceso predominantemente privado; las prácticas concretas de consumo tienen lugar principalmente en el hogar, en un sitio que protege la individualidad. No están directamente influenciadas por las relaciones de producción. Por ello pueden originar diversas ideologías y prestarse a diferenciaciones. Estas no son contingentes, porque el consumo es también conservación de capacidades y actitudes. Este aspecto del consumo no ha de verse en un sentido básicamente funcional. Se refiere a la posición de los individuos en las relaciones sociales y a la representación de dicha posición por el grupo de individuos que poseen la misma posición y con respecto a los otros grupos sociales con los que mantienen relaciones. El concepto de estatus no sólo es necesario para interpretar las diferenciaciones sociales en el consumo; también es necesario para comprender su renovación en el tiempo, las condi-ciones de su estabilidad y deformación, gracias a las cuales podemos hablar científicamente de un proceso social de consumo.

Por primera vez en la historia, el fordismo comprende una norma de consumo obrero en la que la propiedad individual de las mercancías rige las prácticas concretas de consumo. Se trata de una inversión, tanto con respecto a los modos de vida tradicionales como con respecto al período de formación de la clase obrera, que estaba caracterizado por una miseria extrema y una inseguridad total que no permitían ninguna estabilización de los hábitos de consumo.

En esos modos de vida y esas circunstancias, el proceso de consumo no estaba estructurado en absoluto, o bien estaba organizado dentro del marco de la familia, según una estricta división del trabajo doméstico y gracias a un gran gasto de tiempo de trabajo doméstico.

Por el contrario, con el fordismo, la generalización de las relaciones mercantiles domina las prácticas de consumo. Se trata de un modo de consumo reestructurado por el capitalismo, porque el tiempo consagrado al consumo está dedicado cada vez más al uso individual de mercancías y se empobrece considerablemente en relaciones interpersonales no mercantiles.

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Una vez establecidas las condiciones sociales que permiten a ese modo de consumo renovarse, la norma de consumo es evolutiva porque su contenido en mercancías se toma en cuenta directamente en la generalización del proceso de trabajo mecanizado y controlado de forma semiautomática. Esas condiciones son múltiples, e implican tal modificación de las prácticas sociales que no resulta sorprendente que el desarrollo experimentado por el fordismo tras la segunda guerra mundial se viera precedido por un largo período de crisis y de intensas luchas de clases cuyo objeto era la puesta en práctica de unas condiciones sociales que pudieran garantizar la formación de la norma de consumo obrero y la regularización de su evolución.

Las condiciones más directas se refieren a la influencia de las transformaciones del proceso de trabajo sobre el ciclo de mantenimiento de la fuerza de trabajo.

Hemos visto que el taylorismo y después el fordismo se han adaptado a la limitación de la jornada laboral aumentando fuertemente la intensidad del trabajo y comprimiendo sistemáticamente los tiempos muertos.

De ahí se ha derivado la desaparición de los tiempos de recuperación en los lugares de trabajo. El desgaste creciente de la fuerza de trabajo en el proceso de trabajo ha de ser contrarrestado fuera de los lugares de trabajo, respetando un nuevo límite temporal caracterizado por la estricta separación del tiempo de trabajo y del tiempo de no trabajo.

Como quiera que a esa restricción se añade la resultante de un importante distanciamiento de la vivienda y el lugar de trabajo, se produce entonces un aumento del tiempo dedicado al transporte, de forma que el tiempo impuesto por el trabajo no se reduce a pesar de la limitación de la jornada laboral.

El consumo individual de mercancías permite la mejor recuperación del cansancio físico y nervioso durante un lapso de tiempo reducido, dentro de una misma jornada y en el mismo sitio: la vivienda.

Vemos así aparecer la estructura de la norma de consumo, a la vez que su condicionamiento por las relaciones de producción capitalistas. La norma de consumo está compuesta por dos mercancías:

La vivienda social media, que es el lugar por excelencia del consumo individual. El automóvil, que es el medio de transporte individual compatible con la

separación de la vivienda y el lugar de trabajo.

Siendo mercancías de uso privado, no por ello esos medios dejan de ser bienes de equipo duraderos cuyo precio de adquisición supera ampliamente el poder adquisitivo del salario corriente. La formación de la norma social de consumo obrero supone así una amplia socialización de la financiación y, en consecuencia, un control muy estricto de los recursos y gastos de los trabajadores. Resulta imprescindible, en efecto, que el proceso de consumo individual sea ordenado y estabilizado, pero de forma compatible con la relación individual -y en apariencia libre- que es la relación mercantil de intercambio. Ello se logró mediante la generalización, en la clase obrera, de la estructura social que era la condición de integración social en la nación, a saber: la familia restringida u hogar. En el hogar

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estabilizado, la clase obrera adquiría un estatus que funcionaba como regulador de la norma de consumo a través de la formación de hábitos de gasto.

Aquí aparece como necesario limitar las repercusiones de la inseguridad capitalista sobre el empleo y la formación de los salarios individuales de tal forma que no rompan la continuidad del proceso de consumo y para permitir a los trabajadores hacer frente a los compromisos financieros contraídos por la adquisición de bienes domésticos de equipo. Ello implica reglamentaciones, una globalización y homogeneización de los salarios, la constitución de fondos de seguro social contra la incapacidad temporal para percibir un salario directo.

Cuando la relación salarial se transforma para satisfacer la socialización de las condiciones de adquisición de la vivienda social media y del automóvil, la producción de estas mercancías complejas constituye el proceso central del desarrollo del modo de consumo.

La producción de la vivienda social media, según un modelo multifamiliar, tiene múltiples repercusiones. Provista de una norma de habitabilidad, esa vivienda elimina la insalubridad y la inseguridad, permite la instalación de bienes de consumo duradero, que son los medios de un proceso de consumo que economiza trabajo doméstico. La vivienda social media es, asimismo, un símbolo de estatus, pues puede comprarse y no sólo alquilarse. Su producción en serie, según las técnicas de prefabricación, reduce su coste, hasta el punto de que, con la extensión de los plazos de pago, pesa bastante menos sobre el salario obrero de la década de 1950 que los alquileres de las viviendas insalubres impuestos por los propietarios en el período de entreguerras.

Por lo que respecta al automóvil, su producción en serie coincide con la puesta en marcha de la cadena de producción semiautomática, es decir, con la creación del modelo de organización del trabajo que posteriormente se generaliza en la producción en serie de medios de consumo de masas. Esa generalización hace surgir íntimas relaciones entre el proceso de trabajo y el modo de consumo que éste modela.

Las dos mercancías básicas del proceso de consumo de masas crean complementariedades merced a las cuales se llega a una gigantesca expansión de mercancías que se materializa en una diversificación sistemática de los valores de uso. Esa diversificación se inscribe en la lógica de la norma social de consumo, cuya evolución está dirigida al ahorro de tiempo, sustituyendo la actividad directa por la utilización de bienes de equipo. También se apoya en la búsqueda del estatus apropiado para esa norma. Sin embargo, para que esa lógica del consumo sea compatible con un proceso de trabajo guiado por el plusvalor relativo es necesario que el conjunto de los valores de uso sea concebido según la producción capitalista de masas. Ello significa la creación de una estética funcional (el diseño), que adquiere una importancia social esencial.

Debe, en primer lugar, respetar los condicionantes de la ingeniería y, por tanto, concebir los valores de uso como un conjunto de componentes normalizados que puedan ser producidos en grandes series.

Y debe, asimismo, introducir una obsolescencia programada desde la fabricación.

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Por último, debe establecer una conexión funcional entre los valores de uso para crear la necesidad de su complementariedad. De esa manera la actividad de consumo puede ser efectivamente uniformada y sometida completamente a la exigencia de equiparamiento.

En fin, esa estética funcional recubre, con una relación imaginaria, la relación real de los individuos con los objetos. No se limita a crear un espacio de objetos de la vida cotidiana que sean los soportes de un universo de mercancías capitalistas; proporciona una imagen de ese espacio mediante las técnicas pu-blicitarias. Esta imagen se nos presenta como una objetivación del estatus de consumo que los individuos perciben ante sí. El proceso de reconocimiento social es exteriorizado y fetichizado. Los individuos ya no se interpelan ante todo entre sí como sujetos conforme a su posición social. Previamente son interpelados por una fuerza exterior, el sistema de medios de difusión de la imagen, que proporciona un retrato robot multifacético del «consumidor». Así, los hábitos de consumo son modelados y controlados socialmente. No se insistirá nunca suficientemente, sin embargo, en el hecho de que el papel de la imagen en el consumo, que para numerosos sociólogos se ha convertido en el principio esencial de explicación de la evolución del capitalismo, está estrictamente subordinado a las condiciones materiales y sociales que hemos señalado.

La «sociedad de consumo» parece haber resuelto definitivamente las contradicciones del capitalismo y las crisis.

El fordismo incrementa la tasa de plusvalor desarrollando el conjunto de las relaciones sociales que unen estrechamente el proceso de trabajo y la norma social de consumo. Por tanto, el sector productor de medios de consumo parece estar dotado de una dinámica que emana del propio consumo.

Como la acumulación llega a conservar un ritmo relativamente regular gracias a una cierta armonización del desarrollo de los dos sectores, a costa de una obsolescencia programada y de una desvalorización permanente del capital, no se plantea el grave problema de la demanda efectiva.

Esa fue la evolución observada en los veinte años que siguieron a la segunda guerra mundial: una elevación relativamente regular del salario real, permitida por el continuo descenso del coste salarial social real, que refleja una elevación de la tasa de plusvalor.

b)La crisis del fordismo y las perspectivas del neofordismo . Los ideólogos de la sociedad de consumo han despertado bruscamente a las realidades del capitalismo, merced a la profunda crisis que se desata, y posteriormente se acentúa, a partir de la segunda mitad de la década de los años 60. La crisis del fordismo es, en primer lugar, la crisis de un modo de organización del trabajo.

Se manifiesta sobre todo por el endurecimiento de las luchas de clase en la producción. Los trabajadores ponen en tela de juicio las condiciones de trabajo propias de la parcelación de tareas y la intensificación del trabajo. Esas luchas sientan los límites de la elevación de la tasa de plusvalor específica de las relaciones de producción organizadas en ese tipo de proceso de trabajo. Esta es la raíz de la crisis.

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Como consecuencia deja de reducirse el coste salarial real, surgen conflictos esporádicos y se subvierte la disciplina del trabajo característica del fordismo.

Es evidente que la crisis alcanza al conjunto de las relaciones de producción e intercambio y perturba el régimen de acumulación intensiva. Es posible hablar de crisis orgánica del capitalismo, sin que ello signifique la desaparición irremediable del mismo. Analicemos las cosas más de cerca. No aumenta el plusvalor relativo en el primer sector por lo tanto no se estimula el consumo. El siguiente paso en el aumento del plusvalor sólo se puede lograr mediante la mecanización más avanzada que tiene el doble efecto de no estimular la capacidad de consumo de los trabajadores y de estimular la lucha de clases. De esta forma se ve perturbado el desarrollo de la norma social de consumo, en su principio de estructuración, por las mercancías que constituyen la base del consumo de masas en las condiciones del fordismo.

E incluso de forma más acusada por el deterioro de las condiciones que permiten su continuación. Hemos visto que la norma social de consumo basada en el consumo privado de mercancías sólo podía desarrollarse si existían cauces sociales de financiación, procedimientos para asumir socialmente los riesgos y gastos en infraestructura social. Ahora bien, el lazo específico que establece el fordismo entre el proceso de trabajo mecanizado y el consumo estrictamente privado de mercancías origina un rápido crecimiento del coste del denominado consumo colectivo a medida que se desarrolla la norma de consumo. Ese fenómeno contrarresta el crecimiento del plusvalor relativo, hasta el punto de invertir su sentido de evolución a partir del momento en que la crisis del fordismo se manifiesta por la puesta en cuestión de la organización del trabajo. Por tal razón asistimos, a partir de mediados de los años 60, a una verdadera explosión de lo que se ha venido a llamar costes sociales del crecimiento.

Llegamos así a un punto fundamental para la comprensión del fordismo, en cuanto régimen de acumulación intensiva, y de su crisis. Hemos formulado antes la hipótesis de que se trataba de una crisis de reproducción de la relación salarial. Si efectivamente es así es justo calificarla de crisis orgánica del capitalismo. Hemos profundizado dicha hipótesis mostrando en qué sentido la crisis se originaba en la organización del proceso de trabajo. Podemos ahora reforzar esa conclusión demostrando que la norma social de consumo del fordismo no ha podido regular la evolución del consumo privado de la clase obrera, sino reforzando el antagonismo de la relación salarial y generalizándola a las condiciones que permiten la continuidad del ciclo de mantenimiento de la fuerza de trabajo: mantenimiento del parado y del enfermo, cobertura de los gastos familiares, medios de existencia de los jubilados. La universalización de la relación salarial bajo el impulso de la colectivización del tra bajo según el principio mecánico requiere que las condiciones generales del modo de consumo se den a nivel de toda la socie dad. La socialización del consumo se convierte así en un elemen to clave de la lucha de clases . Y resulta cada vez más necesaria a medida que son destruidas las formas precapitalistas de la vida cotidiana y las estructuras sociales en las que pueden desarrollarse.

Cuando la relación salarial se generaliza a toda la sociedad, los medios sociales de consumo han de ser adquiridos como mercancías capitalistas o bien proporcionados por organismos públicos. No existe ninguna ley general que pueda

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dar cuenta de esa distribución, que fluctúa históricamente y que varía considerablemente entre una nación y otra.

Así, en Estados Unidos, la producción capitalista se encuentra muy generalizada. Comprende, por ejemplo, la mayor parte de los servicios sanitarios y una buena parte de los educativos. Ello no ha de sorprender, pues no existen valores de uso que sean por su naturaleza mercancías y otros que no lo sean. La mercancía es una relación social de intercambio de la que el valor de uso no es más que el apoyo o soporte. Por tal razón, puede ocurrir que los valores de uso que no son mercancías en determinados tipos de proceso de trabajo y en determinadas lógicas de evolución del modo de consumo, lo sean en otras épocas del desarrollo del capitalismo.

Por el contrario, existe una ley general, que es la siguiente: dentro del marco del fordismo, el consumo colectivo se ve degradado, y su coste se eleva rápidamente, terminando por anular la tendencia general a la elevación de la tasa de plusvalor. En efecto, el proceso de trabajo del fordismo eleva al máximo el principio mecánico de la colectivización del trabajo. Ese principio sólo es eficaz a través de la producción repetitiva, en masa, de productos trivializados. Es totalmente inadecuado para la producción de los denominados servicios colectivos.

bien esos servicios son producidos por capitalistas con métodos no evolutivos, y su coste aumenta vertiginosamente a medida que aumenta su demanda social (es el caso de los servicios de sanidad), lo que repercute en una rápida elevación del salario indirecto, (¿se refiere al seguro médico?)

o bien esos servicios son prestados por organismos públicos. En este caso absorben trabajo que es improductivo desde el punto de vista de la creación de plusvalor. Lejos de ser un complemento del trabajo productor de plusvalor, ese trabajo improductivo le es antagónico desde el punto de vista del capitalismo cuando absorbe una parte del trabajo social que crece más rápidamente que el plusvalor total. Así se produce una elevación del coste social de reproducción de la fuerza de trabajo, que se manifiesta por diversas consecuencias financieras. La financiación puede pesar sobre la acumulación capitalista de diversas formas. O bien infla el salario directo, aumentando el impuesto sobre la renta, o bien se extrae del beneficio global por diversas vías. En cualquier caso, se trata de una limitación del plusvalor relativo y, por tanto, de un obstáculo a la acumulación de capital.

Mientras las transformaciones sustanciales de la producción de mercancías trivializadas y el auge correspondiente del modo de consumo eran las fuerzas predominantes, el coste colectivo de la reproducción del trabajo asalariado podía limitarse, imponiéndose la elevación de la tasa de plusvalor. Sin embargo, esas fuerzas originan por sí mismas un crecimiento progresivo del coste colectivo, al tiempo que agotan las potencialidades contenidas en la mecanización del trabajo. No ha de sorprender, pues, que la crisis de la organización del trabajo sea simultáneamen-te el momento de una ofensiva general de la clase capitalista para reducir los gastos sociales y una época de perturbaciones financieras para los organismos públicos. Todos estos fenómenos son manifestaciones ineluctables de una crisis de reproducción de la relación salarial.

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Podemos ahora enunciar claramente las condiciones socioeconómicas globales para una solución capitalista a la crisis del fordismo en Estados Unidos. Sólo es posible salir de la crisis adaptándose a la ley de la acumulación, que es el núcleo del modo de producción capitalista. Para hacerlo, el sistema ha de crear nuevas condiciones de producción e intercambio que provoquen una elevación duradera y masiva de la tasa de plusvalor. Y ello sólo puede lograrse si se modifica el proceso de trabajo, de forma que se transformen radicalmente las condiciones de producción de los medios de consumo colectivo. A fin de poder continuar su desarrollo, el capitalismo debe proseguir hasta el fin la transformación de las condiciones de existencia de la clase trabajadora, algo que no ha podido hacer el fordismo. Las condiciones de producción deben ser transformadas de tal manera que el valor de la reproducción social de la fuerza de trabajo descienda dentro del marco de un proceso que permita el desarrollo del consumo colectivo. Puede que ese proceso se esté gestando con la aparición de un proceso de trabajo designado con el nombre de neofordismo.

El neofordismo implica una profunda transformación del proceso de trabajo, en el sentido en que tiende a sustituir el principio mecánico del trabajo parcelizado y disciplinado en base a directrices jerárquicas por el principio de información del trabajo organizado en grupos semiautónomos, disciplinados según los imperativos directos de la producción.

Sabemos que ese principio se basa en un conjunto complejo de fuerzas productivas que gira en torno del autocontrol de los medios de producción mediante un sistema integrado de medición y tratamiento de la información, de análisis de datos y de elaboración de los programas que formalizan el proceso productivo, así como de transmisión de las instrucciones inherentes a tales programas. Las experiencias pioneras realizadas en hospitales, en la enseñanza, en el control de la contaminación, en la organización de los medios de transporte colectivo, inducen a pensar que se trata de un principio de organización del trabajo que puede originar una considerable economía de fuerza de trabajo en la producción de los medios de consumo colectivo, a la vez que transforma profundamente la forma de utilizarlos.

Por otra parte, el desarrollo del neofordismo en la producción de mercancías en general favorece la implantación de procesos de trabajo que pueden ser separados en unidades semiautónomas. Ello puede ser la condición que permita una profunda reorganización de la urbanización, gracias a los nuevos métodos de producción de los servicios colectivos. El auge de la socialización del consumo sería un apoyo básico para la acumulación en el sector 1, en el que se desarrollarían las nuevas fuerzas productivas.

De la crisis del fordismo puede salir un nuevo régimen de acumulación intensiva capaz de hacer progresar la acumulación capitalista, transformando la totalidad de las condiciones de existencia del trabajo asalariado (el nuevo sistema no puede como el fordismo basarse en la transformación de la norma de consumo privado dejando al margen el gasto social del consumo en masa).

El hecho de que esa transformación de las bases del régimen de acumulación intensiva sea la única salida duradera a la crisis no significa automáticamente que pueda llevarse a cabo en el marco del capitalismo. En efecto, esa transformación implica

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tal remodelación de las condiciones y modalidades de la lucha de clases, de la estratificación interna de cada una de las dos clases polares definidas por la relación salarial, y de la forma estatal de las relaciones sociales, que sería bastante presuntuoso emitir cualquier juicio en la etapa actual del análisis. Sin embargo, el desarrollo de la teoría de la acumulación nos permite comprender progresivamente lo que está en juego.

El estudio de la ley de la acumulación nos conduce a otro punto de vista, porque el capital no aparece como una entidad inmanente, sino como el resultado de la relación salarial. Cualquier crisis importante de la acumulación es una crisis de las condiciones de reproducción vigentes de dicha relación. Su resolución exige que se eliminen los obstáculos que se oponen a la transformación de esas condiciones. En Estados Unidos, donde los asalariados superan el 90 por 100 de la población activa, y donde el fordismo ha sido llevado hasta sus últimas consecuencias, sólo se podrán crear las condiciones sociales para un auge duradero de la acumulación con la reorganización interna del trabajo asalariado, que es una transformación masiva del trabajo improductivo en trabajo productor de plusvalor. No puede comprenderse con la lógica abstracta de la rentabilidad, sino con el surgimiento de una nueva interacción entre la organización del trabajo y las condiciones de existencia.

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1. LA PRODUCCIÓN SOCIAL DE LA NECESIDAD

Luis Enrique AlonsoFacultad de Ciencias Económicas. Universidad Autónoma de Madrid

El concepto de necesidad así como el de una hipotética teoría autónoma de las necesidades, ha sido tratado desde diversos ángulos y con diferentes perspectivas por prácticamente casi todas las ciencias sociales. Pero el problema venía del enfoque abstracto y supuestamente avalorativo con que, hasta hace poco tiempo, los acercamientos académicos nos introducían en el tema. La pretensión de hallar un marco naturalista objetivo y general para definir la noción básica de necesidad ha quedado definitivamente rota ante la magnifica profusión de objetos, símbolos e imágenes que la moderna sociedad industrial ha asociado indisolublemente al acto mismo de consumir, de tal modo que el concepto clásico de necesidad, que aparecía como el vínculo estable entre consumo y bienestar, deja de tener un carácter individual, fisiológico y autónomo, para desdibujarse en un espacio informe que amplía la problemática desde el campo “objetivo" de la necesidad hasta el subjetivo mundo del deseo y que sólo encuentra una posible vía de estudio en su contextualización histórica

Sin embargo, un análisis profundo del tema de las necesidades no es, ni mucho menos, ocioso. Como han señalado recientemente un buen numero de autores procedentes de la economía política y la administración social británica (l) el diseño de un concepto operativo de necesidad -y de su origen social- es imprescindible para fundamentar las practicas estatales de bienestar social y más en estos momentos cuando las más furibundas embestidas contra el denominado "Welfare State" amenazan con desproteger y hundir definitivamente en la marginalidad a sectores de la población para los cuales el tema de la necesidad no es algo que se plantee como un elegante debate teórico, Sino como una sangrante y difícil realidad cotidiana. Intentaremos desarrollar convenientemente estos aspectos polémicos, dentro de nuestras posibilidades, en las páginas que siguen.

1. La presentación convencional del concepto de necesidad y su ordenación

La forma habitual de presentar el tema de las necesidades ha sido introducir algún tipo de ordenación o graduación de esta forma se suele separar las necesidades de tipo primario, aquéllas que resultan básicas o vitales, ligadas a la supervivencia del individuo como un ente fisiológico de las de tipo secundario, cuyo origen estaría inducido socialmente. Así el antropólogo Bronislaw Malinowski (2), allá por los años 30, no sólo formulaba una jerarquía de necesidades, hacia también de ella el elemento institucional profundo que articulaba toda sociedad. De tal modo que habría, en principio, necesidades primarias, tales como la necesidad de nutrirse o de beber, la necesidad del sueño o la necesidad de satisfacciones sexuales, etc. Habrá a continuación necesidades secundarias, entre ellas se distinguen las necesidades instrumentales y las necesidades integradoras. En efecto, los hombres se agrupan, elaboran técnicas y ponen

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a punto procedimientos con objeto de satisfacer sus necesidades primarias, estos procesos, permitiendo la satisfacción de aquellas necesidades originan a su vez otras, las necesidades instrumentales: necesidades de promover la cooperación, de arbitrar los conflictos, de conjugar los peligros que amenazan a la comunidad etc. Estas necesidades instrumentales suscitan respuestas institucionales: sistemas de comunicación (lenguaje, signos), sistemas de control social (normas sanciones), sistemas simbólicos (creencias, rituales, magia). El juego de mecanismos institucionales crea, de cara a la satisfacción de las necesidades instrumentales, la necesidad de mecanismos integradores más complejos: procesos de toma de decisión, legitimación de la autoridad, reglas de sucesión. etc. Nacen, por tanto, instituciones coordinadoras tales corno estructuras gubernamentales, religiosas o jurídicas.

Por otra parte el psicólogo norteamericano Abraham Maslow (3) establecería una escala funcional de necesidades -muy utilizada en investigación comercial y en sociología de la empresa-, diferenciando, de entrada, un conjunto de necesidades básicas menores y superiores. Las necesidades básicas tienen un carácter instintivo y se ordenan por si mismas en una jerarquía perfectamente definida según un principio de potencia relativa. Esto es, la satisfacción de cualquier necesidad permite que otras mas débiles que habrían sido desplazadas pasen a primer piano para presentar su motivación: la satisfacción de una necesidad crea otra en un proceso que no conoce fin. Maslow distingue cinco grupos de necesidades básicas jerarquizadas funcionalmente, según el principio anteriormente citado, una necesidad de necesidades suscitara una motivación consolidada sólo cuando su nivel inmediato inferior este saturado, los grupos son

1º. Las necesidades fisiológicas, asociadas a la homeostasis o equilibrio normal y constante del organismo humano.

2º. Necesidades de seguridad o de preferencia por la pervivencia estable en el mundo.

3º. Necesidades de posesividad y amor, ligadas al deseo del individuo de establecer relaciones afectivas con su entorno humano.

4º. Necesidades de estima personal o auto-precio, reflejo de la evaluación que la persona hace de si misma con respecto a los otros, y

5º. Necesidad de autodesarrollo o de realización producida por el impulso del hombre a explicitar sus potencialidades creativas.

Cuanto más inferior sea la necesidad más individualista y egoísta es el sujeto que persigue satisfacerla, sin embargo, la búsqueda y satisfacción de necesidades superiores requiere el concurso de un grupo social y, por tanto, tiene un carácter cívico y convivencia siempre deseable.

En el terreno estricto del análisis económico nos encontramos sorprendentemente con el carácter aproblemático que el concepto de necesidad ha gozado en la teoría económica dominante desde el utilitarismo clásico al marginalismo neoclásico (4); en el modelo mecanicista (racionalista consciente) del "homo económicus" la necesidad es la simple manifestación (en el comportamiento de demanda y consumo) de los estados mentales (subjetivos) del comprador, la necesidad es el deseo de disponer de un bien que tiene utilidad para producir, conservar o aumentar las condiciones de vida agradables. Se excluía de esta forma cualquier criterio de distinción sobre la mayor o menor necesidad objetiva de los bienes, el resultado. por tanto, fue en palabras de Galbraith "divorciar la economía de cualquier juicio sobre los bienes que le conciernen.

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Cualquier noción sobre su necesidad y ociosidad, sobre su importancia o superficialidad fue rigurosamente excluida de su campo de conocimiento" (5).

Sin embargo, Keynes (6), con su habitual habilidad para situarse en los problemas reales y superar los juegos económicos abstractos, diferenció dos clases de necesidades humanas:

Unas necesidades absolutas que se expresan en toda situación y por todos los individuos, y

unas necesidades relativas, cuya satisfacción nos elevaría por encima de nuestro prójimo, haciéndonos sentir superiores.

Si bien ese segundo tipo de necesidades -las relativas- son insaciables, ya que cuanto mas elevado sea el nivel social general, serán también de orden más elevado las necesidades generadas. Las necesidades absolutas, por el contrario, podrían ser satisfechas -en caso de no existencia de cualquier catástrofe bélica o demográfica- por el aparato productivo en un tiempo no demasiado dilatado, dejando de ser el problema permanente de la raza humana.

2. Critica de la versión naturalista del concepto de necesidad Hasta aquí hemos visto un tipo de aproximación que reclama un carácter biológico para el concepto de necesidad primaria y un carácter relacional para el concepto de necesidades superiores en sus varias versiones, de tal manera además que serían aquellas primeras las que tienen primacía en la acción social y sólo una vez cubiertas, o precisamente para cubrirlas, aparecen los niveles más altos de acción individual o institucional. El problema, sin embargo, en la realidad se presenta justamente a la inversa es la estructura social la que determina el orden de prioridad de las necesidades, de tal manera que históricamente han sido desdeñadas las mas elementales necesidades biológicas para grandes masas de individuos y, por el contrario, han funcionado mecanismos políticos y han sido satisfechos los mas refinados caprichos para elites mas o menos numerosas (7). Además si las necesidades fundamentales (o biológicas, o primarias, o llámeselas como se quiera) sólo pueden satisfacerse a través de un mecanismo social, por ejemplo, el mercado, dejan de tener cualquier autonomía biológica para convertirse inmediatamente en necesidades sociales o, como bien dice André Gorz, en necesidades mediatizadas por lo social (8).

El tema de las necesidades queda así profundamente replanteado: ya no estamos ante el resultado de un proceso “natural” sea biológico o psicológico inherente a un hombre tan abstracto como inexistente (9), estamos ante la necesidad como una relación social. Entonces las necesidades concretas no pueden ser analizadas particularmente en cuanto que no existen necesidades ni tipos de necesidades aislados: cada sociedad tiene un sistema de necesidades propio y característico que de ningún modo puede ser determinante para criticar el que corresponde a otra sociedad" (10). Este sistema de necesidades resulta, por tanto, histórico y tiene su génesis en la estructura productiva de la sociedad concreta que nos sirve de referencia: “el desarrollo de la división del trabajo y de la productividad crea, junto con la riqueza material, también la riqueza y multiplicidad de las necesidades: pero las necesidades se reparten siempre en virtud de a división del trabajo: el lugar ocupado en el seno de

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la división de trabajo determina la estructura de la necesidad o, al menos, sus límites" (11).

Esta circunstancia se hace más evidente en el contexto de la actual sociedad industrial avanzada. En el desarrollo del capitalismo contemporáneo, abundancia y escasez -satisfacción y necesidad- no son dos polos contrapuestos que se anulan el uno al otro, de tal modo que el incremento del primero suprime el segundo definitivamente; ni el crecimiento tampoco es un proceso que gracias a sus efectos pueda instaurar en el ámbito del consumo los principios del liberalismo democrático dejando la desigualdad relegada a un lugar externo de su propio avance. Por el contrario el crecimiento mismo e realiza en función de la desigualdad, esta es -a la vez- su base de actuación y su resultado: la dinámica de la producción diversificada, la renovación formal permanente y la obsolescencia planificada de los objetos no responde a ningún modelo de igualación por el consumo, sino de diferenciación y clasificación social que, con cierta autonomía limitada, reproduce en el ámbito de la distribución el orden de la diferencia que arranca de la esfera de la producción.

Así la desigualdad en el acceso al consumo, que se asienta sobre fundamentos estrictamente económicos (desigualdad del poder adquirido), se encuentra además sobredimensionada por un factor simbólico que la recubre y explicita. Las productos no se analizan y difunden para satisfacer las necesidades mayoritarias o que se generan en los grupos menos favorecidos de la estructura de clases; el mecanismo funciona, como era de prever, de una forma justamente inversa, los productos “nuevos" (cuyo valor de uso, en su sentido material no tiene forzosamente que presentar ninguna novedad) son creados, en principio, para convertirse en bienes superfluos impensables sin su capacidad de generar un fuerte efecto de demostración de estatus. Por este sistema se induce una dinámica desarraigada de la necesidad, dinámica desigual que desarrolla el consumo individual a través de la utilización con fines de interés privado de la explotación intensiva de los deseos, en el más genuino sentido psicoanalítico del término deseo, esto es: "como aquello mediante lo cual se indica la existencia de una carencia, lo que constituye el negativo siempre presente de las primeras experiencias de satisfacción" (12).

Este "consumo ostentoso" y la "emulación pecuniaria" habían sido, ya en 1899, colocados por Thorstein Veblen , con una agudeza fuera de lo común, como motores orientadores de la acción social y a nosotros nos sirve para colocar en sus justos términos el tema de la necesidad y el deseo: "En cuanto la posesión de la propiedad llega a ser la base de la estimación popular, se convierte también en requisito de esa complacencia que denominamos el propio respeto. En cualquier comunidad donde los bienes se poseen por separado, el individuo necesita para su tranquilidad mental poseer una parte de bienes tan grande como la porción que tienen otros con los cuales está acostumbrando a clasificarse; y es en extremo agradable poseer algo más que ellos. Pero en cuanto una persona hace nuevas adquisiciones y se acostumbra a los nuevos niveles de riqueza resultantes de aquéllas, el nuevo nivel deja de ofrecerle una satisfacción apreciablemente mayor de la que el nivel pecuniario actual se convierta en punto de partida de un nuevo nivel de suficiencia y una nueva clasificación pecuniaria del individuo comparado con sus vecinos (...), mientras la comparación le sea claramente desfavorable, el individuo medio, normal, vivirá en un estado de insatisfacción crónica con su lote actual..."(13).

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Pero esto que Veblen situaba dentro de una lógica de la diferenciación individual, en términos de interacción psicológica y de prestigio, la moderna sociedad industrial avanzada lo consagra en un plano mucho más profundo, en su estructura de clases y, por tanto, en su modelo de acumulación. La discriminación radical del sentido que consumir tiene en cada clase social se hace evidente en el marco de la reproducción ideológico-simbólica: las clases dominantes se presentan como el deseo ideal de consumo, pero debido a la innovación, diversificación y renovación permanente de las formas-objeto, este modelo se hace constantemente inalcanzable para el resto de la sociedad; en el primer caso consumir es la afirmación, lógica, coherente, completa y positiva de la desigualdad, para todos los demás colectivos consumir es la aspiración, continuada e ilusoria de ganar puestos en una carrera para la apariencia de poder que nunca tendrá fin (14). La dimensión demanda de todo este proceso se deduce de la conversión en componentes económicos solventes de esta aspiración, de utilizar este universo del deseo -que nada tiene que ver con necesidades "primarias", biológicas" o naturales"- como motor del crecimiento económico, de, en una palabra, la industrialización de la carencia que no es la industrialización de la escasez

3. La necesidad a la luz de la economía-política

¿Significa este orden del deseo -en el que la finalidad de la organización económica no es solamente satisfacer las demandas, sino, sobre todo, "producirlas para reproducirse" (15) -el fin de la problemática de la necesidad? La respuesta no puede ser más clara: la sociedad industrial avanzada, postindustrial, opulenta, de consumo o llámesela como se quiera no destierra para nada el tema de la necesidad, la escasez o la desigualdad, simplemente lo sitúa en otro ámbito de análisis.

El primer, e importante, paso para desbloquear el problema lo dio el conocidísimo sociólogo y filósofo, de origen alemán y afincado en Estados Unidos, Herbert Marcuse quien en varias de sus obras (16) recalcaba la diferenciación entre necesidades falsas y verdaderas. Las necesidades falsas serian aquellas que intereses sociales particulares (*?) imponen al individuo para su represión, su satisfacción no es otra cosa mas que la euforia dentro de la infelicidad, sus medios generadores y mitigadores pasan por el aparato mercantil-publicitario, controlado por las grandes empresas capitalistas, su resultado: el esfuerzo, la agresividad, la competitividad, el control social. Sólo las necesidades que se explicitan socialmente sin ser suscitadas por un aparato inductor programado pueden ser tildadas por propiedad de verdaderas. Pero más que esta diferenciación -que nada tiene en común con aquellas "jerarquías" que vimos antes- nos interesa aquí la argumentación que la sostiene y la completa, así, para Marcuse: “El juicio sobre necesidades y su satisfacción bajo las condiciones dadas, implica normas de prioridad; normas que se refieren al desarrollo óptimo del individuo, de todos los individuos, bajo la utilización óptima de los recursos materiales e intelectuales al alcance del hombre (...). Pero en tanto que normas históricas no sólo varían de acuerdo con el área y el estado de desarrollo, sino que también solo pueden definir en (mayor o menor) contradicción con las normas predominantes. ¿Y qué tribunal puede reivindicar legítimamente la autoridad de decidir? En última instancia, la pregunta sobre cuáles son las necesidades verdaderas o falsas sólo puede ser resuelta por los mismos individuos, pero sólo en última instancia; esto es, siempre y cuando tengan la libertad para dar su propia respuesta. Mientras se les mantenga en la incapacidad de ser autónomos, mientras

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sean adoctrinados y manipulados (hasta en sus mismos instintos) su respuesta a esa pregunta no puede considerarse propia de ellos”.

Marcuse da pistas importantes para abordar el problema de la necesidad, aunque también lo deja en un lugar muy poco operativo cuando introduce la diferencia entre falsas y verdaderas necesidades. Nosotros preferimos hablar de la diferencia entre deseos y necesidades (17), la producción para el deseo es la producción característica y dominante en el capitalismo avanzado, esto es, es una producción derivada de la creación de aspiraciones individualizadas por un aparato cultural (y comercial), el deseo se asienta sobre identificaciones inconscientes y siempre personales (aunque pueden coincidir en miles de millones de seres) con el valor simbólico de determinados objetos o servicios habitualmente hoy en día en el campo socioeconómico manipulados por los mensajes publicitarios. La necesidad, sin embargo, es previa al deseo y al objeto simbólico que origina ese deseo, es social y dado un determinado contexto universal en él, la necesidad surge, pues, del proceso por el cual los seres humanos se mantienen y se reproducen como individuos y como individuos sociales, es decir, como seres humanos con una personalidad afectivo-comunicativa en un marco socio histórico concreto.

Los deseos tienen sus bases más o menos remotas (en la civilización consumista actual cada vez más remotas) en las necesidades: es fácil descubrir en cada acto de consumo por muy sofisticado que este sea el sustrato de necesidad que lo apoya. Pero la dinámica actual del mercado neocapitalista se encuentra mas orientada por un proceso de estimulación de la demanda sustentando en un sistema de valores simbólicos sobreañadidos, distorsionantes -muchas veces hasta el infinito- del valor de uso (es decir, de la capacidad para satisfacer una necesidad) de la mercancía. que por el propio valor de uso.

Es aquí donde surge el problema, las necesidades no satisfechas en la sociedad industrial aparecen no por la insuficiencia de producción; sino por el tipo de producción para el deseo o, lo que es lo mismo, la necesidad como fenómeno social no tiene validez económica si no presenta la forma de un deseo solvente individual monetarizable, quedan así desasistidas todas aquellas necesidades que, por diferentes motivos históricos, escapan a la rentabilidad capitalista, marcando con ello los limites de su eficiencia asignativa en la medida que el mercado únicamente conoce al “homo económicus" -que solo tiene entidad de comprador, productor o vendedor de mercancías- y desconoce al hombre en cuanto ser social que se mantiene y reproduce al margen de la mercancía. Este hecho lo ha reflejado muy gráficamente el periodista norteamericano William Meyers en su reciente y agudo estudio sobre la publicidad en su país: “los norteamericanos dirigidos por la necesidad son los supervivientes, la gente que lucha por mantenerse con salarios al limite de la subsistencia. Muchos de ellos viven de la Seguridad Social o de la beneficencia o perciben el salario mínimo. Estos ciudadanos, que representan el 15 % de la población norteamericana, no son consumidores en el verdadero sentido de la palabra. Están tan ocupados con poder subsistir y llegar al final de mes, que no tienen tiempo de preocuparse por el tipo de cerveza que beben o por la imagen que proyectan los cigarrillos que fuman. Dirigidos por la necesidad, no conducen automóviles nuevos ni compran ordenadores personales y raramente tienen el dinero suficiente para ir con su familia a un restaurante rápido. En lo que a la avenida de la publicidad se refiere el dirigido por la necesidad no existe. Son la gente que en este país se siente menos

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afectada por los anuncios de televisión. Cuando se es tan extremadamente pobre el dinero no llega y se compra lo que se puede. Ni siquiera los brujos de Madison Avenue pueden encontrar una cura para la pobreza (18).

Hemos ido avanzando en este trabajo poco a poco desde la necesidad, como un concepto fundamentalmente biológico, hasta la necesidad como un concepto eminentemente político. El análisis de las necesidades -y de las formas de paliarlas nos remite “sobre todo a elecciones entre objetivos y fines políticos en conflicto y su formulación; analiza aquello que constituye una buena sociedad que distingue culturalmente entre las necesidades y aspiraciones del hombre social en contradicción con las del hombre económico” (19). La forma en que se convierte una necesidad percibida en una necesidad normativa -esto es, oficialmente reconocida por las instituciones políticas (20)- es, por tanto, un proceso de decisión social. Lo que tenemos que garantizar, pues es que la esfera de la decisión de la necesidad sea la esfera de la participación y no de la dominación, que el ámbito de la política no sea la reproducción de los poderes establecidos, sino donde estos se limitan, fijándose los fines y los medios sociales a partir de un debate explicito y abierto. Las necesidades o son determinadas políticamente, participativamente o serán sistemáticamente desdeñadas, o si pueden tener alguna solvencia económica, manipuladas y convertidas en deseos mercantiles.

En función de la estructura política que se construya tendremos el lugar que las necesidades ocupan en los objetivos sociales (21): desde un espacio residual, relegadas siempre y en todo lugar al funcionamiento del mercado y "maquilladas” vergonzosamente en aquellos puntos donde la asignación no ha funcionado de forma evidente (y cruel), a un espacio central institucional redistributivo que ponga siempre por delante los valores de uso a los valores de cambio-signo. El primer modelo significa la negación de lo social, el segundo la constitución de una sociedad solidaria (22). Hoy, más que nunca, parece que los dos modelos deben analizarse, estudiarse y sopesarse con profundidad, hoy, igual que siempre, desde las posiciones más cómodas y acomodadas sólo plantearse el debate es descalificado con gruesos argumentos, como dice Galbraith con el buen criterio de su prosa: “Sugerir que examinemos nuestras necesidades publicas para ver donde la felicidad puede ser aumentada por más y mejores servicios tiene un tono marcadamente radical. Incluso es necesario defender hasta aquellos servicios que sirven para evitar los desordenes. Por el contrario, quien idea una panacea para una necesidad no existente y promueve ambas con éxito sigue siendo un prodigio de la naturaleza" (23). Sin embargo es un debate pendiente que resulta cada día más necesario para lijar el estado real de nuestra civilización, incluso silo demoramos puede que esta última palabra "civilización" se quede solo en eso, en la palabra vacía.

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LA POLITICA SOCIAL EN ESPAÑA: REALIDADES Y TENDENCIAS

Gregorio Rodríguez Cabrero. Universidad Autónoma de Madrid

Introducción

La experiencia crucial de la política social española desde 1975 hasta hoy es la construcción de un Estado de Bienestar de tipo medio cuando se cuestiona relativamente en los países de capitalismo avanzado en que ha funcionado desde los años cincuenta y, en todo caso, limitado en su desarrollo por los condicionamientos de tipo económico y político que la crisis de crecimiento del capitalismo ha generado. En un doble contexto de transición política a la democracia y crisis del modelo de crecimiento del período 1960-1975, la experiencia de la política social española es peculiar cuando la comparamos con la de los países más desarrollados:

1º. Porque el crecimiento de los gastos sociales se acelera e intensifica bajo las presiones del cambio político y con las más bajas tasas de crecimiento del PIB que nuestro país haya conocido desde los primeros años sesenta, y

2º. (Aquí la experiencia es comparable con la de los países de capitalismo avanzado) el fin de la transición política y la recuperación relativa del ritmo de crecimiento económico desde 1983 va a suponer el inicio de una relativa contención en el ritmo de crecimiento del gasto social y en su cuota de participación sobre el PIB globalmente considerado, también la disminución relativa de algunas de sus partidas más sustantivas: los servicios en su conjunto y particularmente la educa-ción y la sanidad y, por último, el reforzamiento de prestaciones en dinero como las pensiones debido al incremento galopante del número de pensionistas. Junto a ello hay que destacar la creciente importancia de los gastos económicos del Estado para impulsar la reconversión industrial, apoyar la inserción de la economía española en la CEE y crear condiciones adecuadas para el desarrollo de nuevas líneas productivas de acuerdo con los cambios que está imponiendo el proceso de transnacionalización económica.

Con el fin de analizar estos complejos procesos de forma ordenada: primero, trataremos brevemente de explicar las peculiaridades del sistema de protección social entre 1960-1970; segundo, delimitaremos las características del Estado de Bienestar español entre 1970-1985 y el impacto en su desarrollo de la transición política, la crisis económica y las presiones sociodemográficas; finalmente, abordaremos las tendencias de la política social futura en relación con el debate sobre el déficit público y las funciones del Estado contemporáneo.

 La construcción del Estado Autoritario de Bienestar en España

Entre 1958 y 1960 entra en crisis el modelo de autarquía económica del franquismo basado en rígidas reglamentaciones laborales y salariales, muy bajos niveles de consumo, práctica inexistencia de consumos y servicios colectivos y rígido control político de las capas asalariadas de la población española.

A partir de esta crisis y del Plan de Estabilización, España entra en la era del neocapitalismo de producción y consumo favorecido por la expansión europea, la

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entrada de capital extranjero en sectores de producción de bienes semiduraderos y la liberación de los excedentes de fuerza de trabajo vía emigración. Este cambio supuso la reestructuración de algunas instituciones del Estado, modificaciones en el sistema o sistemas de Seguridad Social y la creación de agencias tecnocráticas que se despliegan sin ruptura con el sistema político. Así, entre 1958-1964 se inician tímidas reformas que apuntan hacia lo que será el capitalismo español de los próximos quince años: en 1958 se crea el Seguro de Desempleo y la primera ley de negociación colectiva, en 1963 se promulga la ley de bases de la Seguridad Social con pretensiones universalistas, se realiza una parcial reforma fiscal para lograr una mayor suficiencia financiera del Estado y en 1964 se inicia el primer Plan de Desarrollo cuatrienal que aunque orientado  hacia la potenciación del proceso de acumulación empezará a incidir en la promoción de servicios públicos.        

En este sentido podemos afirmar que el modelo de crecimiento neocapitalista del período 1960-1975 es una peculiar combinación de Keynesianismo modernizante superpuesto contradictoriamente a un sistema político de dictadura, o de otra manera, como un Estado autoritario del bienestar dependiente del centro del sistema capitalista mundial que conseguirá en parte los viejos objetivos frustrados de modernización capitalista con un modelo de desarrollo interno desigual que transitará a la sociedad española desde una sociedad agraria a otra industrial y de servicios modificando profundamente la estructura ocupacional y social de España.

En la base u origen de estos cambios, en los que evidentemente no podemos entrar, se encuentra un nuevo tipo de relación salarial pseudofordista que combinará de manera peculiar las piezas estructurales del crecimiento económico capitalista.

Por un lado, la Ley de Convenios Colectivos de 1958 permitirá el desarrollo de una negociación colectiva controlada desde arriba pero que situará la relación incrementos de productividad y salarios en el centro de las prácticas obreras empresariales.

Por otro lado la apertura de la economía española al exterior, el cambio en las líneas de producción -importancia de los productos semiduraderos y el efecto repre-sentación del turismo- incrementarán el consumo individual y potenciarán el desarrollo de la sociedad de consumo.

Sin embargo, la otra pieza estratégica de la relación salarial, el consumo social en su sentido amplio, sufrirá cierto retraso en incorporarse al nuevo esquema de fordismo autoritario o, al menos, lo hará de forma desigual. Es decir,

por un lado, la Seguridad Social será la pieza más dinámica del gasto social. En 1963 se aprueba la Ley de Bases de la Seguridad Social con un período de aplicación de tres años y efectividad desde el 1 de enero de 1967. Esta ley cierra el período de expansión de los seguros sociales iniciado el 1 de septiembre de 1939 que había promovido el desarrollo de forma descoordinada de varios sistemas de protección (las Mutualidades Laborales, el INP y el Régimen Especial Agrario) e inaugura lo que podríamos denominar un moderno sistema de Seguridad Social que tiene como objetivo la unidad del sistema, la universalización de la protección vía Seguridad Social y su transformación desde un régimen financiero de reparto de capitales de cobertura (SOVI) y capitalización (Mutualidades Laborales) hacia fórmulas de reparto simple justificadas «por el desarrollo económico, por el aumento de la

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población protegida activa y pasiva, por la aparición de los efectos de la inflación y la falta de flexibilidad de la cobertura para la revalorización de pensiones»

Por otro lado, los servicios como educación, sanidad y vivienda se desarrollarán de forma desigual. El gasto en vivienda tendrá una importancia inicial muy superior al resto de los servicios, mientras que la educación y la sanidad, a pesar de sus fuertes incrementos durante la segunda mitad de los años sesenta, tendrán su verdadera expansión durante la década siguiente, período de casi universalización de la sanidad de la Seguridad Social y de gratuidad de la enseñanza general básica junto a la expansión de las enseñanzas media y universitaria.

Nuestra hipótesis es que durante la segunda mitad de los años sesenta, final del primer plan de desarrollo y el segundo plan de 1968-1972 se produce un cambio de tendencia estructural desde un sistema residual de Estado de Bienestar a otro de tipo institucional que se expandirá a partir de 1970. Dicho de otra manera, los años sesenta sentaron las bases institucionales para el desarrollo de un Estado de Bienestar de tamaño medio que durante esos años se manifestó como un Estado con muy escasos gastos sociales y en función sobre todo de las demandas del proceso de industrializaci6n capitalista y en mucha menor medida como mecanismo de integración populista y paternalista del régimen de Franco.

Esta hipótesis se ve confirmada en buena medida si contemplamos la dinámica del gasto público social.

1º. Teniendo en cuenta que consideramos el gasto de la Administración Central y Seguridad Social solamente, tenemos que en términos de clasificación funcional los gastos sociales se incrementan del 36,6 % del total del gasto en 1960 al 61,3 % en 1973, a la vez que cae la participación relativa de los gastos generales y de defensa y los económicos (cuadro 3).

CUADRO 3. Clasificación funcional del gasto de la Administración Central y la Seguridad Social en % (base 1970)

Fuente: elaboración propia

2º. El gasto social en su conjunto durante la década de los sesenta solamente se incrementa en tres puntos sobre PIB en términos constantes correspondiendo esa ganancia en su totalidad a la función de garantía de rentas que pasa de ser el 2,3 sobre el PIB en 1960 al 6,2 en 1970. La ligera caída porcentual del gasto en servicios respecto del PIB, que crece durante 1964-1974 a tasas acumulativas del 6,6, no debe ocultamos el hecho de que, por ejemplo, los gastos en educación crecieron a tasas acumulativas superiores a la del gasto total del Estado y la Seguridad Social multiplicándose por tres durante la década al igual que el total del gasto social, mientras que el gasto en sanidad se multiplica por cuatro partiendo en ambos casos de cifras insignificantes.

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3º. La reforma de la Seguridad Social en 1973 va a potenciar la expansión del seguro de enfermedad y el gasto en pensiones, con una dinámica de crecimiento global que conlleva a que el gasto de este sistema pase el 25 % del gasto de Administración Central en 1960 al 49% en 1972. A pesar de ese crecimiento uno de los objetivos básicos de la Seguridad Social seguirá siendo el ahorro forzoso para la inversión en actividades económicas públicas alcanzando cifras de hasta el 21 % de los ingresos del sistema. Este objetivo desaparecerá en 1972.

Pero la aplicación de la Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963 tuvo efectos perniciosos a medio plazo que sólo muy parcialmente atajó la ley de Seguridad Social de 1972. En efecto, la ley de 1963 en su desarrollo ulterior estructuró un sistema de tarifas de cotización alejadas de los salarios reales congelándose durante cinco años; esto supuso una pérdida muy importante de capacidad financiera para hacer frente a prestaciones crecientes que acabarán perdiendo parte de su nivel real de protección hasta que se haga la reforma de 1972. Al mismo tiempo el proceso de universalización y extensión de la Seguridad Social fomentó la creación y consolidación de regímenes especiales que tendrán el doble privilegio de su exigua aportación financiera al sistema, que tendrá que soportar el régimen general, y los bajos períodos de carencia para acceder al disfrute de una pensión.

En síntesis, el período 1960-1970 se puede caracterizar como la década que consolida el gasto social como primera función del gasto total de las Administraciones Centrales, inicia la universalización del sistema de Seguridad Social e impulsa el crecimiento del gasto en sanidad y educación a ritmos superiores al del gasto total. A estas luces corresponden importantes sombras como es el escaso peso del gasto social sobre el PIB, el estancamiento sobre esa magnitud del gasto en servicios y, en consecuencia, el bajo nivel de cobertura de necesidades sociales. Esto era tan patente y su necesidad tan urgente para la propia dinámica de la acumulación económica, que el gobierno tecnocrático de 1969-1973 acometerá la expansión relativa del gasto en servicios: educación y sanidad a partir de las Leyes de Educación de 1970 y de Seguridad Social de 1972, además de la mejora de las prestaciones en pensiones.

Expansión, consolidación y crisis de los sistemas de protección social en España

Es una tesis ampliamente compartida que la transición política es el punto de arranque de la expansión del gasto social en España coincidiendo con los efectos de la crisis económica y profundos cambios demográficos. Sin embargo, la relativa certeza de esta hipótesis, debe ser matizada desde el punto de vista histórico si tenemos en cuenta los procesos estructurales que configuran la evolución del capitalismo español y la propia sociedad española desde finales de los años sesenta y primeros del setenta. 

En efecto el gobierno de 1969-1973 tuvo que afrontar cambios estructurales en marcha tanto en el centro del sistema capitalista como en la propia economía española desde el momento en que empiezan a manifestarse signos de agotamiento en la onda expansiva del modelo de posguerra.

1º. La expansión del capitalismo español de los años sesenta se basaba en un sistema de salarios baratos y con escasos costes indirectos en lo referente a cotizaciones sociales e impuestos. Este sistema empieza a ver agotadas sus virtualidades a partir

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de 1969 cuando los nuevos países industriales empiezan a competir con costes laborales más bajos en industrias hasta entonces competitivas; si bien esta nueva competencia no se hará patente hasta mitad de los setenta cuando se hagan evidentes los excedentes de capacidad productiva en el textil, naval, siderurgia y otros, el capitalismo español hará una apuesta no planificada y en la práctica muy limitada en favor de cierto cambio tecnológico lo que necesariamente pasaba por desarrollar algún tipo de reforma educativa. La ley General de Educación de 1970 tuvo el propósito claro de incrementar la capacidad técnica y formativa de la fuerza de trabajo futura y si bien los límites financieros recor-taron sus posibilidades abriendo el camino a la expansión de la oferta privada, es también cierto que sentó las bases de expansión educativa durante los años setenta. Además esto coincidió con una creciente demanda social por parte de las nuevas clases medias bajo el impulso de la ideología meritocrática que fomentó expectativas de promoción social.

2º. La Ley de bases de la Seguridad Social había dado lugar a la expansión de las prestaciones sanitarias y económicas. Las pensiones habían pasado de ser el 1,22 % del PIB en 1967 al 2,35 en 1972 en términos nominales y las prestaciones sanitarias se habían incrementado del 1,29 al 2,38 del PIB en esos mismos años. Sin embargo, el crecimiento del número de pensiones de la Seguridad Social (400.128 en 1960, 702.999 en 1966 y 3.052.000 en 1973), la necesidad de mejorar las prestaciones frente al proceso de descapitalización del sistema, las propias necesidades de reproducción social del sistema social y económico y las exigencias de consolidar la propia demanda agregada del sistema económico, exigían de algún modo una reforma que universalizara y mejorara las prestaciones de la Seguridad Social en consonancia con la generalización de la sociedad de consumo y la consolidación del proceso de modernización capitalista en la última etapa del franquismo. A tal objetivo va dirigida la Ley de Financiación y Perfeccionamiento de la Seguridad Social de 1972.

Por ello, nuestra hipótesis es que la expansión de la Seguridad Social y el crecimiento del gasto en sanidad y educación a partir de los primeros años setenta no solamente responde a las necesidades de modernización del capitalismo español y a la consolidación de una relación salarial fordista, sino que además este proceso sumado a los fuertes incrementos salariales de los años 1974-1976 logrados por las capas trabajadoras industriales, constituirán la base material que desradicaliza las tendencias rupturistas con el tardofranquismo y permite una transmisión política negociada o rup tura pactada que impulsa el proceso de socialdemocratización de la vida so cial y política española (la consolidación de una sociedad de capitalismo avanzado, apoyada en el consumo de masas, configurada por la existencia de un Estado de Bienestar y asentada políticamente en la centralidad de la negociación política de tipo corporativo). En este sentido se explica el impulso universalizador de los sistemas de protección social en la primera mitad de los años setenta; la transición política no hará más que reforzar y expandir un proceso previo generado en el franquismo tardío.

El consenso interclasista de la transición política española durante el período 1976-1979 vendrá inevitablemente acompañado de una explosión sin precedentes de demandas sociales y por el agotamiento del modelo de crecimiento capitalista de los años anteriores, y con ello la crisis de sus supuestos previos: bajo coste de la fuerza de trabajo, eliminación del paro vía emigración exterior y la dependencia

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tecnológica del capital extranjero. Al mismo tiempo este cambio tiene lugar en un clima de profunda mutación y crisis de las economías capitalistas y de cambios en la división internacional del trabajo que en el caso de España conduce a una dramática caída de la inversión, unas tasas muy elevadas de inflación y alto desempleo.

Los acuerdos o Pactos de la Moncloa firmados en el otoño de 1977, después de celebrarse las primeras elecciones democráticas desde 1976, entre el gobierno y los partidos políticos con el apoyo externo de los sindicatos y las organizaciones empresariales intentaron controlar el ciclo económico combinándolo de algún modo con las crecientes demandas sociales que la crisis y la democratización estaban generando. Tales acuerdos fueron históricamente decisivos por cuanto establecen un marco inicial de socialdemocratización de la vida española en el plano político y económico.

Los partidos de izquierda asumieron el control de las subidas salariales y la despo-litización del conflicto en las empresas.

El gobierno asumió la puesta en marcha de una reforma fiscal progresiva, el crecimiento de los gastos sociales --como una mayor cobertura de los parados- y cierta representación de los sindicatos en las instituciones del Estado.

Si bien es cierto que la profundidad de la crisis económica, el paro y la corporatización de la vida política agotaron en cierto modo los contenidos potencialmente democráticos de algunas reformas, como la fiscal, introduciendo lentamente efectos disciplinarios en ciertas prácticas sociales, sin embargo ello no impidió el crecimiento de los gastos sociales como instrumento de legitimación política del sistema y garantía de la demanda agregada.

Antes de entrar a considerar la relevancia del gasto social del período 1970-1985 parece necesario terminar de trazar el marco condicionante de aquél en sus grandes líneas generales. Del mismo modo que el trienio 1977-1980 es un período en el que la política económica se materializa en buena medida en medidas de tipo redistributivo sobre bases de crecimiento del PIB muy pequeñas, el siguiente bienio 1980-1982 se va a caracterizar por el tránsito hacia una nueva configuración del espacio político y la progresiva aplicación de políticas económicas de ajuste vía control salarial y crecimiento del paro. La importancia de este bienio, por sus repercusiones hasta hoy, quizás ha sido minusvalorada y los estudiosos de las ciencias sociales tendrán que profundizar en el análisis de las tendencias que se gestan en los dos últimos años de gobierno de UCD.

Desde el punto de vista de la inserción de la economía española en la división Internacional del Trabajo (DIT), la pérdida de posiciones en el ranking de los países industriales era evidente y la transnacionalización económica agudizó la dependencia de aquélla. El nuevo clima de la era Reagan favorecerá políticas de profundo ajuste en las economías de los países centrales a través del desbroce social, políticas de austeridad social y fomento de nuevas tecnologías a través de la expansión de los gastos militares.

En el caso de España esta situación favorecerá un clima de contención de los salarios reales, aceleración de la reestructuración industrial y en general políticas de ajuste cuyos costes sociales serán en parte compensados por el

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Estado de Bienestar sometido a una crítica continua desde determinados sectores de poder económico.

Pero el capitalismo español demorará el necesario cambio de las políticas industriales al no tener los gobiernos de UCD ni la fuerza ni las condiciones sociopolíticas para abordarlo; ello no será óbice para que los dos últimos gobiernos de la transición desbrocen el camino hacia políticas de ajuste como lo ponen de manifiesto algunos hechos.

1º. Fomentarán y favorecerán la política de despido de excedentes laborales que será la mayor inversión empresarial entre 1977-1981, llegándose en 1982 a tasas de paro del 16,2 %.

2º. Se socializarán importantes pérdidas del sector privado y entre ellas la reestructuración de la banca privada.

3º. Se profundizará en la reducción de los salarios nominales y a partir de 1981 de los salarios reales.

4º. La ley Básica del Empleo aplicará fuertes criterios restrictivos para el acceso a las pensiones de desempleo de tal suerte que si en 1980 la tasa de cobertura del paro era del 41,8 % en 1982 será del 29,3 y su máxima caída en 1983 con el 19,9 hasta que la reforma de 1984 de la LBE modifique esta situación.

5º. La política de crecimiento del gasto social alcanzará su cenit en el ritmo de crecimiento sobre el PIB en 1981-1982, si bien su volumen global posterior será importante con un crecimiento significativo en 1983. Sin embargo como los gastos sociales no dejarán de crecer por la propia dinámica de consolidación del Estado de Bienestar y por necesidades de la propia economía de mercado, desde 1981 se pondrá en marcha una corriente de opinión en favor de la privatización de ciertos servicios sociales a la vez que se magnificará la hipotética bancarrota de la Seguridad Social. Si bien esta corriente contrarreformadora no tendrá proyección popular, a tenor de los diferentes sondeos de opinión, sin embargo contribuirá a reforzar ideológicamente políticas de restricción en el terreno del gasto y de la política social en general.

6º. Bajo los efectos del intento de golpe de Estado de febrero de 1981 y el continuo incremento del paro el Acuerdo Nacional de Empleo (ANE), independientemente de ciertos aspectos positivos, ratificará un proceso de hecho para el porvenir inmediato como es la reducción de salarios reales y la diversificación de fórmulas de trabajo precario.

El final del período de la transición política nos ofrece, en consecuencia, un marco condicionante caracterizado por la expansión del Estado de Bienestar a impulso del cambio político, el paro y los cambios demográficos; también por las políticas laborales de desbroce y la profundización de los rasgos dependientes de la economía española que no modifica el modelo pseudo modernizante de crecimiento de los años sesenta (alta dependencia tecnológica, proteccionismo estatal de actividades productivas privadas) y que por parte de sus representantes más preclaros ofrece salidas de crecimiento vía aplicación de alta flexibilidad laboral y

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contención salarial, obviando otro tipo de alternativas menos restrictivas socialmente.

El gobierno socialista, en su primera etapa de 1983-1986, será en parte deudor de las políticas restrictivas anteriores, que sólo en escasa medida podrá obviar al centrar su política económica en el ajuste rápido de parte del sistema productivo anterior cuyos efectos prolongados empezaban a ser intolerables en el proceso de permanente transnacionalización económica. En efecto, la integración de las economías del sur de Europa en el nuevo modelo de crecimiento transnacional ha supuesto que los gobiernos de esos países hayan adoptado en sus primeras etapas estrategias económicas que aceleren dicha integración con el menor grado de subordinación posible y posponiendo parcialmente estrategias de cambio en el terreno de la política social. En el caso de nuestro país será en 1987 cuando se plantee cierto retorno a políticas sociales más positivas que compensen los costes sociales precedentes y profundicen los aspectos modernizadores tímidamente iniciados en servicios como la educación y la sanidad y en el terreno de las pensiones.

La política económica de la primera etapa de gobierno socialista priorizará una estrategia de reestructuración industrial y ampliación de los espacios de la internacionalización económica. Las resistencias sindicales si bien fueron importantes en los sectores en reconversión industrial, en parte paliadas mediante medidas privilegiadas de protección laboral respecto de otros colectivos, de mayor importancia fueron los efectos globales del ajuste al incrementarse la tasa de paro hasta el 20,5 % en 1984 y reducirse los salarios reales hasta el punto de caer su participación en la renta nacional a los niveles de los primeros años setenta.

Esta política tendrá su correlato en una política social contradictoria que, por un lado, contendrá el gasto social al reducirse su participación sobre el PIB en la previsión hecha para 1985 (aunque el volumen global de gasto no dejará de elevarse, el crecimiento en intensidad se situará por debajo del PIB) y por otro lado, in-troducirá ciertos mecanismos de compensación frente a los efectos de la crisis: ampliación de la cobertura de parados con prestaciones, protección «asistencial» de parados que han agotado sus prestaciones contributivas y ciertas mejoras en la revalorización de las pensiones mínimas, así como un fuerte impulso al proceso de modernización de los servicios sociales personales, junto a la universalización de la enseñanza preescolar y la incapacidad de abordar con firmeza la reforma de la sanidad ante las insuficiencias financieras, resistencias corporativas y contradicciones institucionales inherentes a la propia reforma diseñada. La política social en su conjunto será restrictiva como correspondía a una política industrial de ajuste y sus efectos están llevando al planteamiento por el partido en el gobierno de rearticular la relación política económica y política social sin renunciar al proceso de modernización industrial de forma que se quiebre la tendencia o tendencias dualizadoras que la crisis ha imprimido en la sociedad española y que los diferentes corporatismos sociopolíticos han reforzado.

En resumen, España se enfrenta en esta segunda mitad de los ochenta a la relación contradictoria que procede de su reubicación en la DIT como consecuencia de la transnacionalización económica, de un capitalismo ampliamente patrimonialista y sobreprotegido por el Estado enfrentado a una inevitable reestructuración interna y un Estado de Bienestar de tamaño medio que con dificultades cumple funciones de protección bajo presiones financieras -la crisis fiscal- y sociodemográficas. Pero la

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resultante del proceso, visto desde el Estado de Bienestar es clara, en el sentido que los sistemas de protección que constituyen dicho Estado están hoy por hoy con-solidados relativamente a pesar de las presiones reprivatizadoras y de los límites financieros.

La dinámica del gasto público social

a) En el contexto económico y político anterior podemos considerar y analizar la dinámica y características generales del gasto social. Sin embargo, es preciso advertir de entrada que sólo consideramos el gasto de la Administración Central y la Seguridad Social al no disponer de clasificación funcional del gasto de las Administraciones Territoriales: Local y Autonómica. Sin embargo, dado que el gasto de dichas administraciones procede en buena medida de transferencias del Estado y la Seguridad Social, se puede considerar que el gasto de estas últimas constituye el grueso del gasto social. Por otro lado, es preciso tomar con cautela la homogeneidad de las cifras pues hasta 1982 proceden de la CNE y entre 1960 y 1965 de las CAP, pero los datos de 1985 son datos presupuestarios y por tanto, introducen una distorsión en la serie, a pesar de lo cual creemos que la evolución es coherente máxime cuando se explota con base 1970. Finalmente, hay que destacar que el gasto social lo hemos dividido de acuerdo con la metodología al uso en gasto en servicios en el que se comprenden los servicios de la Administración Central, más la sanidad de la Seguridad Social y los servicios sociales de la Seguridad Social sumando en otros servicios, y por otro lado, el gasto en garantía de rentas que comprende todas las prestaciones de la Seguridad Social, excepto los servicios sociales que están sumados en servicios y las pensiones de clases pasivas. Se trata de una clasificación no exhaustiva pero que sirve al objetivo de análisis global del gasto social de estas líneas.

Una primera aproximación a la dinámica del gasto público y gasto social nos la ofrecen los cuadros 1 y 2 en los que se puede contemplar el gasto social en pesetas constantes y su participación sobre el PIB.

CUADRO 1. Total gasto público y sus principales funciones a precios constantes (base 1970 en miles de millones).

Fuente: Elaboración propia en base a CNE y CAP. En éste y en el resto de los cuadros sólo se contempla el gasto de la Administración Central y la Seguridad Social y los gastos de la Seguridad Social proceden de los CAP y de «Análisis económico financiero del sistema español de Seguridad Social». Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1985,

CUADRO 2. Participación de varias funciones de gasto sobre el PIB en ptas. constantes (base 1970) 

Fuente: Elaboración propia. Datos del PIB: CNE para 1960-1983 y para 1985 previsión Wharton-UAM.

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Se pueden contemplar tres períodos diferentes:

1. El período 1960-1970 en que a pesar del crecimiento del gasto público en pesetas constantes su participación sobre el PIB disminuye pues éste tiene tasas de crecimiento bastante elevadas durante esos años; durante esos años disminuye drásticamente el peso relativo de los gastos generales y de defensa, los gastos económicos disminuyen en 1970 después de tener una alta participación en el PIB y los gastos sociales ganan tres puntos sobre el PIB, pero se corresponden íntegra-mente con la garantía de rentas y disminuyen ligeramente los gastos en servicios. En términos funcionales (cuadro 3) los gastos sociales pasarán de constituir el 36,2 % en 1960, al 56,6 % en 1970, disminuyendo el resto de las grandes funciones excepto los no clasificados.

CUADRO 3.Clasificación funcional del gasto de la Administración Central y la Seguridad Social en %(base1970)

Fuente: elaboración propia

2. El período 1970-1980 es, sin duda, la década de máximo crecimiento del gasto público social respecto del PIB, 7,2 puntos, debido tanto al crecimiento del gasto en servicios, como sobre todo al gasto en garantía de rentas, mientras que los gastos generales y de defensa y los económicos crecen ligeramente respecto del PIB. La participación del gasto social sobre el PIB tendrá su máxima expresión en el quinquenio 1975-1980, si bien las tasas medias de crecimiento fueron superiores en el lustro anterior.

3. En el tercer período, 1980-1985, el gasto público aumenta extraordinariamente su participación en el PIB, elevándose del 26,4 % al 32,5 y, por tanto, superando el ritmo de crecimiento de los años setenta. Lo característico de este período es que los gastos generales y de defensa mantienen su participación sobre el PIB después de romper en 1975 con la tendencia descendente de los años previos, los no clasificados y la deuda se triplican y los gastos económicos se incrementan de! 3,4 sobre el PIB en 1980 al 4,7 en 1985, al mismo tiempo que los gastos sociales disminuyen después de alcanzar su techo en 1982 con el 20,7 sobre el PIB correspondiendo en esta caída 1,4 puntos a los servicios y 1,0 a la garantía de rentas. Como resulta que en volumen global el gasto social ha seguido una dinámica creciente, lo que ha sucedido es que mientras el escaso crecimiento del PIB entre 1975-1982 fue superado por el ritmo de crecimiento de los gastos sociales, cuando no absorbido, ahora el gasto social crece a ritmos más lentos destinándose parte de las ganancias del PIB a los gastos económicos del Estado,

b) Si nos adentramos en el análisis del gasto social en concreto podemos observar su dinámica global ascendente hasta 1982 tanto en pesetas constantes (cuadro 4) como en relación al PIB (cuadro 5), la evolución histórica global es clara: dentro del gasto social el gasto en servicios sólo será superior al de garantía de rentas al inicio de los años sesenta, creciendo este último a ritmos imparables hasta constituir en 1985 algo más de dos veces el gasto en servicios. Será el gasto en garantía de rentas lo que

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eleve de forma persistente el gasto de transferencias corrientes de las Administraciones centrales hasta ser la primera magnitud económica de los presupuestos. Esta evolución del gasto en términos absolutos tiene su reflejo en su participación en el. PIB y en la propia clasificación funcional del gasto social. El gasto en garantía de rentas ha seguido una dinámica semejante a la de los países de la CEE, particularmente en lo referente al ritmo de crecimiento de las pensiones y el gasto en desempleo, es decir, el gasto que afronta el envejecimiento de la población y el paro estructural. Ambas partidas constituyen en el caso español la mitad del gasto social sobre el PIB en 1980 y el 62 % en 1985.

Sin embargo, también hay que señalar el esfuerzo relativo que en educación y sanidad se hace durante la década de los setenta cuyo crecimiento absorbe la práctica totalidad de la participación sobre el PIB del gasto en servicios, para retroceder desde 1982,

Desde el punto de vista funcional los servicios constituyen en 1985 un tercio del gasto del que algo más de la mitad corresponde al gasto en sanidad y en mucha menor medida a educación, El gasto en garantía de rentas se corresponde casi íntegramente con el gasto en pensiones --casi la mitad del gasto social- y en desempleo,

En suma, tenemos una evolución meridianamente clara del gasto social en nuestro país durante los últimos veinticinco años: después de una década de escaso crecimiento (1960-1970) los gastos sociales se duplican entre 1970-1982 para posteriormente estancarse; se trata también de un gasto que crece en base a tres impulsos: uno persistente durante todo el período, el gasto en pensiones, si bien se acelera durante los últimos diez años, otro impulso de medio alcance como es el crecimiento del gasto en educación y sanidad hasta 1982 y otro que será de importancia futura como es el gasto en desempleo, cuyo ritmo de crecimiento desde 1976 es superior a cualesquiera de las cifras del gasto social.

CUADRO 4. Gasto social total y sus principales funciones en pesetas constantes (Base 1970, miles demillones.

Fuente: Elaboración propia en base a CNE, CAP y Presupuestos Generales del Estado de 1985.

Como resultado de la evolución mencionada es posible hacer una valoración de conjunto sobre la incidencia del gasto social.

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1º. Hay que destacar el crecimiento del gasto social en España entre 1970-1985 y de forma particular entre 1975-1982. A pesar de que las tasas de crecimiento son superiores en nuestro país que en la CEE entre 1975-1982, la distancia que nos separa en cuanto a la media de gasto de la Comunidad Económica es aún muy importante si consideramos que en 1981 España gastaba según la metodología SEEPROS el 17,7 sobre el PIB frente a la media comunitaria, el 27,2 %, utilizando a la metodología de la OCDE la media de gasto social real era del 24,3 para el conjunto de dichos países, cuando España gasta el 20,7 en 1982, situada solamente por encima de Japón, Australia, Grecia, Suiza y Nueva Zelanda. No se trata de alcanzar en modo alguno la media de gasto de la CEE u OCDE, sino de lograr aquel nivel de gasto necesario para acrecentar el bienestar social y reducir los importantes espacios sociales de pobreza. Desde este punto de vista el gasto social tiene que crecer si pensamos además que en términos de poder de compra de 1975 el gasto social español era en 1981 un tercio del de Alemania, Países Bajos y Luxemburgo, cifra algo inferior respecto de Dinamarca, Bélgica y Francia y la mitad del de Gran Bretaña e Italia.

2º. En medio de un marco económico y político de contención del gasto, de restricción de la política social, es preciso señalar que el esfuerzo de universalización y cobertura del gasto social realizado desde 1970 con ser importante aún no ha finalizado y, lo que es crucial, la calidad de sus prestaciones es hoy deficiente y limitada en su lucha contra la pobreza y la marginación. Para empezar, el esfuerzo de crecimiento del gasto social ha sido prácticamente absorbido por las pensiones y el desempleo. Pero si consideramos los servicios y prestaciones concretas podemos calibrar mejor las afirmaciones anteriores: en el caso de la sanidad el sistema público de la Seguridad Social cubre hoy a la inmensa mayoría de la población española pero las prestaciones reales medias han declinado como consecuencia del incremento de los costes sanitarios, las nuevas enfermedades y una mayor demanda social. En lo que concierne a pensiones el es-fuerzo ha sido importante si pensamos que en 1973 la Seguridad Social financiaba 3.052.419 pensiones y en 1984 5.285.321 a lo que hay que añadir la política de revalorización de mínimos que se aplica desde 1972 y se consolida con la reforma de 1985. Sin embargo, hay que valorar que las prestaciones reales sólo han hecho que mejoren las pensiones mínimas en las que se encuentra más del 75 % de las pensiones y que muy posiblemente la reforma de 1985 disminuya en parte las prestaciones reales a partir de cuantías iniciales de las pensiones menores aunque se compensen parcialmente con revalorizaciones; por último, las pensiones asistenciales que cubren alrededor de 350.000 pensionistas, ancianos mayores de 69 años y enfermos e incapacitados sin recursos y que a pesar de su mejora siguen siendo el 46,5 % del 75 % del SMI y cuya reforma urgente está ya planteada y que hipotéticamente hablando debe concretarse en una garantía de renta mínima para todo ciudadano en situación de necesidad. Por último en cuanto al desempleo, la reforma de la LBE en 1984 permitió invertir la tendencia de desprotección anterior pasando de una cobertura del 29 % de los parados al 37 % en 1985 aunque alejada aún del objetivo del AES. Aunque las prestaciones medias se han incrementado en parte debido a la estabilidad relativa de las cifras de paro y a la menor duración del tiempo de disfrute, queda por resolver el problema de los parados de larga duración y los que buscan su primer empleo (jóvenes que son más de la mitad de los parados) que no tienen acceso a ningún tipo de prestación al no haber tenido ninguna relación con el sistema contributivo de la Seguridad Social que es lo que permite el acceso a prestaciones de tipo asistencial.

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Gasto social, déficit público y funciones del Estado

La panorámica evolutiva del gasto social que hemos ofrecido no ha impedido que durante los últimos años se alcen voces que de forma más o menos abierta señalan a los gastos sociales como los grandes culpables del déficit público, este último convertido en mal de males de nuestra economía. Los datos que hemos ofrecido contribuyen a desmentir tal afirmación o al menos su magnificación máxime cuando relacionamos tales cifras con el grado de bienestar que el gasto social añade a la sociedad española. Sin entrar ahora en una polémica sobre el déficit público sí es preciso señalar dos aspectos concretos:

1º. La magnitud del déficit público en términos de necesidad/capacidad de financiación nunca ha sido dramática en España, aunque preocupante desde 1982; en España el déficit fue del 1,7 sobre el PIB en 1979 el 2,0 en 1980, 3,0 en 1981 5,6 en 1982, 4,8 en 1983, 5,3 en 1984 y previsiones del 6,7 y 5,7 respectivamente para 1985 y 1986 correspondiendo más del 90 % a las Administraciones Centrales. En todo caso se trata de cifras situadas por debajo de las de Japón, Italia y Bélgica, por ejemplo.

2º. La polémica sobre el déficit plantea al fin qué tipo de funciones queremos que cumpla el Estado y en qué medida es posible combinar las funciones de acumulación con las de reproducción y solidaridad. En la medida en que esta polémica se soslaya o se concreta en la falsa dialéctica estatismo/privatismo, parece oportuno hacer unas breves reflexiones finales en dos planos complementarios: primero, qué papel cumple la política social en la actualidad en la crisis de crecimiento del sistema de capitalismo corporativo y, segundo, qué funciones tiene que cumplir el Estado en relación con sus compromisos: tradicionales con el bienestar social, compatibles con la creación de condiciones de desarrollo económico capitalista.

CUADRO 5.Participación sobre el PIB (Base 70) de diferentes gastos sociales

Fuente: Elaboración propia en base a CNE, CAP y Presupuestos General del Estado de 1985, PIB 1985: previsión Wharton-UAM

Ya hemos señalado en ocasiones previas que las mutaciones de la DIT están redefiniendo las funciones del Estado de forma que éste se ve constreñido a implicarse en tres procesos complementarios: modernización del aparato industrial y activa contribución al cambio tecnológico; reproducción social bajo condiciones de paro estructural y profundos cambios demográficos y surgimiento de nuevas

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formas de vida e integración despótico/aideológica de las tendencias disgregado ras de sociedades internamente dualizadas. Evidentemente estos procesos son contradictorios y sujetos a alteraciones, pero la línea de concreción práctica parece obvia: se trata de un intervencionismo activo y selectivo en lo industrial y socialmente descomprometido en términos relativos.

A pesar de la supeditación de la política social a las funciones económicas en la actualidad lo cierto es que está cumpliendo (*¿la política social?) importantes funciones de adaptación a la estructura social emergente mediante el fomento de la flexibilidad y precariedad laboral, el privatismo en los servicios sociales y el destino de gastos sociales en garantía de rentas que favorecen la demanda agregada y garantizan la paz social. Dicho de otra manera el Estado y sus instituciones de política social están dando respuestas duales a los cambios de una estructura social igualmente dual, potenciándola a la vez que se evitan desgarros internos, favoreciendo el impulso del libre mercado, pero compatible con sistemas de protección social que forman parte de la cultura política y de los modos reales de vida, impulsando las fuerzas de la transnacionalización en combinación con el mantenimiento de equilibrios sociales internos, articulando seguridad creciente y un relativo bienestar.

CUADRO 6. Participación de los diferentes gastos sociales sobre el total del gasto social (%)

Fuente: Elaboración propia

Esta experiencia compartida en diferentes grados por los países de nuestro entorno tiene su fetiche material más expresivo en la actualidad, no el único, en la centralidad de déficit público. Evidentemente el modelo de Estado de Bienestar ha topado en la actualidad con límites financieros y políticos importantes como consecuencia de las presiones del sector privado sobre el presupuesto, la centralización y burocratización de los sectores públicos y las necesidades sociodemográficas actuales. Pero al mismo tiempo constata la instrumentalidad de los sectores públicos para las fuerzas impulsoras de la transnacionalización económica (*¿?) y la resistencia ciudadana al desmantelamiento de los sistemas de protección social que forman parte de nuestra experiencia cultural histórica.

Esta experiencia de los últimos años ha supuesto que no tengan éxito ni las políticas de desmantelamiento del Estado de Bienestar ni las medidas expansivas. También parece evidente que las políticas neoliberales, especialmente en países de desarrollo intermedio como España, basadas en la simple reducción de salarios reales y de las prestaciones sociales serían la vía más rápida para demorar el cambio tecnológico, aumentar el paro y generar fuertes conflictos sociales. Pero como en todo caso el Estado de Bienestar

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no es un hecho histórico definitivo a pesar del fuerte apoyo popular que tiene, los cambios tecnológicos e institucionales del capitalismo constituyen todo un reto sobre cómo rearticular en las sociedades democráticas el crecimiento, el empleo y el paro

Y esto nos lleva a la discusión sobre las funciones del Estado en la actualidad. En un período de transición no favorable a políticas progresistas de tipo social será preciso incrementar y destacar la importancia de los sistemas universales de protección social y la creación de empleo así como las virtualidades de la descentralización de los servicios sociales para la satisfacción de necesidades sociales. El capitalismo corporativo de esta época de transición en nuestras sociedades supone que se combinará de forma desigual funciones de intensa promoción del cambio tecnológico con funciones de protección social universal.

En el caso concreto de las funciones de protección social es insuficiente la defensa de las instituciones tradicionales de bienestar social. Las nuevas políticas concertadas o no concertadas en el terreno del bienestar social pasan por el impulso a la creación de consumos colectivos de forma selectiva, descentralización de los servicios sociales y satisfacción de necesidades sociales por vías no burocráticas y compromiso concertado en la creación de nuevas formas de empleo mediante la moderación de salarios nominales, sin perder su poder adquisitivo real, junto a un nuevo diseño del papel de la educación y el reciclaje profesional.

En el caso de España las políticas de progreso tienen varios retos pendientes a medio plazo y hasta cierto punto insoslayables más allá de las ideologías neoliberales y las utopías de simple expansión de las instituciones del bienestar y que de llevarse a cabo afectarían positivamente a la estructura social y que aquí nos limitamos a enumerar para un posterior debate: la reforma de la Administración y parte de sus viejos, ineficaces y restrictivos aparatos y la definición del papel de la empresa pública; la creación de un nivel de renta mínimo para todos los españoles necesitados y la mejora de las prestaciones reales de los sistemas de bienestar social; la profundización de la reforma fiscal y la reducción de las inmensas bolsas de fraude fiscal; y la descentralización territorial y política.

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ANTECEDENTES DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO EN ESPAÑA: DE LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA A LA II REPÚBLICA

José  Mª Arribas Macho: “Política y Sociedad” nº 16. Universidad Complutense. 1994

I. Introducción

Resulta un hecho demasiado frecuente que la historiografía no preste atención al fenómeno del consumo. En los mejores manuales de historia contem+poránea aparecen, a lo sumo, informaciones sobre condiciones y estilos de vida, pero raramente contemplan el consumo como un espacio articulante, reflejo de la estructura de clases y del sistema de valores dominante en un momento histórico concreto. El presente trabajo es una modesta contribución a los recientes estudios que, con independencia de su origen histórico o sociológico, observan el consumo como una práctica social compleja que llena de sentido la reciente historia contemporánea.

II. Del capitalismo de producción al capitalismo de consumo: el nacimiento de un nuevo modelo de acumulación

La expansión del capitalismo durante el siglo XIX se produce como consecuencia de la generalización del vapor y la extensión del trabajo asalariado en condiciones que alcanzan con dificultad la reposición de la fuerza de trabajo. El alargamiento de las jornadas -la obtención de plusvalías absolutas- y el mantenimiento de mercados exteriores bajo la fórmula militar y política del imperialismo hicieron posible una égida de crecimiento económico que pudo resolver las contradicciones existentes entre una industria que aumenta progresivamente la producción y una población con escasos recursos para el consumo. La colocación de productos excedentarios y de capital en los lejanos mercados de ultramar constituyó la clave de aquel proceso, pero la aparición de nuevas fuentes de energía como el petróleo y la electricidad, junto a la mayor concentración del capital y la aparición de nuevas formas de organización del trabajo y al aumento de conciencia política de la clase obrera fueron minando los cimientos de un modelo de acumulación que se derrumba con la I Guerra Mundial.

Uno de los primeros teóricos sociales que anticipa la catástrofe es el británico John Atkinson Hobson, quien ya en 1902 considera innecesaria la apertura de mercados extranjeros por la vía militar del imperialismo si los mercados nacionales pueden crecer «indefinidamente». Para éste reformista y pionero de la economía moderna -muy criticado al principio, aunque finalmente reconocido por Keynes-, la creciente capacidad de producción y la oligopolización de los mercados habían puesto en cuestión las viejas teorías liberales del equilibrio desde el momento en que al aumento de la oferta no siguió la caída de los precios y el aumento del consumo y por el contrario, los oligopolios provocaron el alza de los precios con el consiguiente aumento del infraconsumo y el paro. Aunque en otros términos, Hobson puso de manifiesto que la concentración de empresas y capital estaba reduciendo la parte del plusvalor tradicionalmente destinada a la adquisición de bienes de lujo, aumentando con ello la parte destinada a la acumulación. Se producía así un desproporcionado aumento del ahorro y la salida inevitable del capital

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hacia el exterior, tal como había sucedido en Inglaterra y en los Estados Unidos cuando después de liquidar su deuda externa se lanzaron a una expansión exterior en la que Cuba y Filipinas no fueron más que el principio.

Hobson se había preguntado por qué el nivel de consumo de la sociedad no crece al mismo ritmo de la producción, lo que le lleva a centrarse en los problemas derivados del exceso de ahorro y la distribución de riqueza, en otras palabras, Hobson pone de manifiesto la falta de correspondencia entre 1a riqueza de la sociedad y las necesidades así como su relación inmediata con el imperialismo y la guerra . El imperialismo se había convertido en la piedra angular de un modelo que comenzaba a declinar y que pronto habría de ser substituido por otro en el que la seguridad internacional se mantiene sobre la base de «quitar a las clases poseedoras los incrementos no ganados de sus ingresos», y su adición a los salarios de las clases trabajadoras o a la renta pública para ser gastados en el aumento del consumo , tal como ocurrió después de la I Guerra Mundial en la mayor parte de los países industriales.

La reducción del comercio mundial durante la guerra puso de manifiesto que el recurso a los mercados coloniales era limitado, y que en última instancia, podía provocar el empeoramiento de las condiciones de vida, así, al modelo basado en la obtención de plusvalías absolutas y la expansión colonial, comenzó a sucederle otro basado en el desarrollo de los mercados nacionales y la incorporación de las condiciones de existencia de la clase obrera a la realización del valor. Los excedentes de capital dejaron entonces de fluir masivamente hacia la construcción de ferrocarriles coloniales canalizándose hacia el sector nacional de bienes de consumo duradero, al tiempo que la nueva organización del trabajo en cadena hizo posible el incremento de los salarios reales y la participación de los trabajadores en el nuevo consumo de masas.

El final de la guerra fue un cambio de era, el nacimiento de un modelo de sociedad que iba a caracterizar todo el siglo XX, y que implicaba la sustitución del mercado autorregulado (Polanyi, 1992) por una política económica en la que el Estado interviene la tierra -los mercados agrícolas-, el trabajo -reglamentaciones laborales-, y el capital -mas allá del control de aranceles, impuestos y circulación monetaria-, participando activamente en la creación de monopolios como electricidad, comunicaciones, petróleo etc.; hechos que coincidirán, además, con el nuevo liderazgo de la economía americana en la escena mundial.

En los Estados Unidos se había producido un aumento de la producción y una rápida concentración de empresas -durante la I Guerra Mundial, sólo 200 compañías de ferrocarriles, servicios públicos e industria controlaban la mitad del activo total industrial- que junto al crecimiento de la población -en 1920 supera los cien millones de habitantes- abre la posibilidad de construir un mercado nacional de dimensiones continentales. Superado el bache de la guerra mundial, la economía norteamericana continuará creciendo hasta 1926, cuando las contradicciones entre un sector de bienes de producción, que progresivamente necesita menos fuerza de trabajo, y un sector de bienes de consumo duradero urgido de una demanda creciente, pusieron de manifiesto que el nuevo consumo de masas aún no estaba suficientemente maduro. La organización “científica” taylorista y la cadena de montaje fordista dieron lugar a una crisis de superproducción que obliga a los Estados Unidos a adoptar, después de 1929, un conjunto de reformas sociales similares a las propuestas por

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Hobson y que Franklin Delano Roosevelt llamará “constitución de orden económico". La política del New Deal nacía así para sostener la participación de trabajadores y campesinos en la circulación general de mercancías, articulando proceso de producción y modo de consumo en un conjunto de transformaciones que Michel Aglietta ha denominado la constitución de la norma de consumo de masas, y que suponen además de la intervención del Estado en la economía, la institucionalización de la lucha de clases bajo la fórmula de la negociación colectiva.

III. La construcción del discurso ideológico del consumo

A lo largo de los años veinte antes, por tanto, a la implantación de las reformas sociales, se construye el discurso ideológico del consumo desde las ya poderosas agencias de publicidad norteamericanas. La industria productora de bienes de consumo comienza a interpelar al ciudadano americano con un nuevo discurso ideológico que se expande más allá de sus fronteras junto a los nuevos productos americanos y, aunque las condiciones de desarrollo del modelo no permiten aún el acceso masivo de la población al consumo -en Estados Unidos se calcula que durante los años veinte sólo un 45% de las familias consumen los nuevos productos fabricados en serie-, la publicidad se abre paso en el imaginario social con un discurso que atribuye a la industria y al avance tecnológico la capacidad de hacer llegar a todos sus productos. Dicho discurso, cargado con todo el sabor de lo americano, se elabora cuando Estado Unidos homogeneiza en términos culturales y lingüísticos -americaniza- a una población inmigrante que ha de constituir la nueva nación americana, olvidando las viejas ideas puritanas del ahorro tan arraigadas en Europa a lo largo de todo el siglo XIX y que resultan difícilmente compatibles con el consumo de masas. Contribuyen también en la ofensiva contra las ideas de ahorro las instituciones educativas del Estado (Galbraith, 1984) fomentando la valoración positiva del gasto y destruyendo cualquier vestigio de cultura rural. El resultado final es la producción de una nueva masa de consumidores individuales deseosos de productos fabricados en serie -«Ricos, clase media y pobres. Todos nos compran. Estamos en plena moda" (Mundo Gráfico, 1924), «La Lechera es el alimento predilecto de ricos y pobres" (La Unión Ilustrada, 1924), «Stacomb (un producto que fija el pelo) no es un lujo, es una necesidad" (La Unión Ilustrada, 1928).

Desde el punto de vista político, este modelo de sociedad supone una nueva concepción de la democracia en la que los deseos de participación ciudadana son sustituidos por la participación de las masas en el consumo, al tiempo que circunscribe las actividades del trabajador al ámbito exclusivo de la producción en la empresa. El papel de ciudadano queda así rebajado y disminuido al de mero espectador pasivo y eventualmente satisfecho (Galbraith, 1992). La pasividad social define la utopía política de los filósofos de Madison Avenue (principales publicistas neoyorquinos) (Ewen) con lo que la idea del control popular es eliminada de la nueva concepción de la democracia, mientras la manipulación de hábitos y opiniones por parte de empresarios y gobernantes, pasa a constituirse en núcleo central de la gobernabilidad. La idea de libertad queda finalmente cargada de un fuerte componente elitista y autoritario, en tanto que la de igualdad sufre una radical transformación quedando reducida a la capacidad de los trabajadores para imitar los gustos y pautas de comportamiento de los más ricos, pues en el capitalismo de consumo, la igualdad se produce mediante la emulación de las clases altas y el consumo de los bienes de lujo fabricados en serie.

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En medio de esta especie de subversión generalizada de los viejos principios liberales se producen estereotipos como el de obrero desprendido de cualquier sentimiento anticapitalista -el sindicalista moderno-, el de el agricultor guiado por la inversión productiva y el gasto, o el de la nueva mujer que accede a los objetos de consumo a través de la moda y el control del gasto familiar, que han de convertirse en referentes sociales básicos de la población. Algunos economistas de la época no tendrán empacho en afirmar que estos modelos, como los mismos movimientos de la moda, son la expresión de los valores y gustos de las clases altas que pueden ser integrados en la cultura de los más pobres. La riqueza y el estatus, como sucede en el caso de la ropa, sobre el que los estilistas debían esforzarse por subrayar que su propietario no tenía necesidad de trabajar para llevarlos, pasan a constituir la base de los argumentos de venta de la mayoría de los productos. Lo que Veblen había llamado consumo ostensible característico de las clases ociosas, será presentado como un ideal democrático integrado en la publicidad de masas (Ewen).

Las empresas publicitarias van así fijando un nuevo discurso de la democracia, en el que la aceptación de la propiedad privada y la ley del beneficio por parte de una clase obrera convertida en masa de individuos aislados que proyectan sus frustraciones sobre el consumo de cosas, constituye el lugar central, al tiempo que el consumo pasa a constituirse en alternativa a cualquier tipo de cambio. Se asegura además una amplia corriente individualista que va a constituir el referente de toda la moderna cultura del consumo.

A partir de 1926, cuando la economía de los Estados Unidos comienza a dar los primeros signos de agotamiento, la industria americana se dirige de nuevo hacia la conquista de mercados exteriores, como podemos comprobar en la publicidad que inserta en medios españoles; no conviene olvidar, sin embargo, que en la difusión del discurso ideológico del consumo en España, además del papel de vanguardia que le corresponde a la publicidad americana, interviene un nutrido grupo de empresas americano-españolas con capital repatriado o de estrechas vinculaciones americanas. «La Sociedad Hispano Americana, S.A.», con sede en San Sebastián y sucursales en dieciocho capitales de provincia, anuncia en 1923 la llegada del consumo de masas: “la gran preocupación de los economistas, de los grandes productores, de los sociólogos, es proporcionar productos de calidad excelente y ponerlos al alcance de todas las fortunas” , con una forma de pago (la venta a plazos) «asequible a todas las clases sociales» (Mundo Gráfico, 1923) (21) Y casas comerciales como perfumería Gal o sidra «El Gaitero» se anuncian en diferentes países americanos. En una segunda fase, la presencia de las marcas americanas es más visible debido, en parte, a la instalación de sus propias factorías, como es el caso de la Ford Motor Company que a partir de 1926 cuenta con naves de montaje en la zona franca de Barcelona.

IV. La constitución de la norma social de consumo en España: un proceso abortado por la guerra (1923-1936)

Michel Aglietta ha denominado al conjunto de transformaciones que incorporan las condiciones de existencia de la clase obrera a la realización del valor, la constitución de una norma de consumo de masas. La separación de los trabajadores de los medios de producción que implica la relación salarial, supone la destrucción progresiva de las formas tradicionales de consumo y su sustitución por un modo de consumo en el que predomina la relación mercantil. Después de la I Guerra Mundial, el consumo va a

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quedar integrado en las condiciones de producción (Aglietta) de modo que el plusvalor deja de incrementarse mediante el aumento del tiempo de trabajo, y una parte se incorpora al salario para ser consumida en forma de renta.

En España, la coyuntura adecuada para el inicio de este proceso se produce durante la guerra europea, cuando los elevados niveles de acumulación hacen posible la eliminación de la deuda del Estado y el inició de un todavía incipiente consumo de masas. Las condiciones de vida de los trabajadores y las clases medias experimentaron en esos años una relativa mejora, y los salarios reales crecieron en sectores como la minería y la metalurgia o en ciertos ámbitos urbanos que dan lugar a «una cierta redistribución de la renta nacional». En los años siguientes, el paro y la crisis de 1920 contribuyeron a enfriar buena parte de estas expectativas, pero la política de Obras Públicas que inicia la Dictadura de Primo de Rivera -uno de los primeros experimentos europeos de utilización de una política keynesiana para estimular la actividad económica produjo una cierta recuperación que comienza a notarse a partir de 1927 restableciendo la relativa prosperidad anterior.

Sobre el advenimiento de la Dictadura (1923-1931) se han esgrimido razones como el intento de la burguesía por continuar con el ritmo de acumulación de capital del segundo decenio, la crisis del sistema político de la Restauración, o el miedo a un movimiento obrero revolucionario en ascenso y la elusión de responsabilidades por parte de los militares y el Rey ante el fracaso de Marruecos, pero en ningún caso se ha relacionado con el intento de implantación en España de la norma de consumo de masas. Dado el contexto internacional, un régimen político como la Dictadura de Primo de Rivera contaba con el beneplácito del capital para impulsar las transformaciones que conducen a un cambio de modelo de acumulación similar al que se está produciendo en el resto de los países industriales. Ello no debe contraponerse con el hecho de que el nuevo consumo resulte aún inaccesible para la mayoría de la población rural –“la pobreteria sin esperanza que va tirando del aire y del agua clara”, de Plá-, y de ciertos ámbitos urbanos -la familia Laguna, cuyo hijo “Charlot”, muere “simplemente de hambre” de Barea- (24) que carecen de los más elementales bienes de subsistencia. La concentración del capital y la aparición de grandes empresas han favorecido el desarrollo de un importante sector burocrático -trabajadores de cuello blanco- y de negocios -profesionales y comerciantes- que se convierte en el grupo objetivo sobre el que apunta la inicial constitución de la norma de consumo de masas. Su desarrollo es, por tanto, un proceso gradual con avances y retrocesos que irá progresando en el conjunto de los países industriales hasta alcanzar un elevado grado de madurez después de la II Guerra Mundial; la diferencia entre unos períodos y otros radica, precisamente, en las características y amplitud de los sectores sociales que acceden a esos productos fabricados en masa. En países más avanzados como Inglaterra, los productos fabricados en serie y el propio consumo de masas, aparecieron en el período de entreguerras junto a la depresión y el desempleo masivo, lo cual no impidió el acceso al consumo y la mejora de las condiciones de vida de ciertos sectores de la población e incluso, de ciertos sectores de la clase obrera.

En España, el nuevo consumo se pone de manifiesto en los bazares y grandes almacenes que popularizan, gracias al crédito y la venta a plazos -una de las formas fundamentales de socialización del gasto salarial y de disciplinamiento de la clase

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obrera-, bienes de consumo duradero como el gramófono, máquinas fotográficas, baterías de cocina, bicicletas, máquinas de escribir, máquinas de coser, aparatos de radio -se comienza a emitir en 1923-, o productos como la pluma estilográfica y los cosméticos. El automóvil, concebido al principio como un objeto de ocio destinado al paseo, estuvo limitado a las clases altas, aunque en la segunda mitad de los años veinte comienza a popularizarse a través del vehículo de alquiler y los precios del famoso Ford T lo hicieron accesible a sectores profesionales y de negocios -en 1926, Ford ofrece su coche al hombre de negocios que «exige que su coche trabaje lo mismo que él) por 4.250 pesetas (La Unión Ilustrada, 1926)-. En el terreno de la publicidad, la radio comienza a llegar con sus mensajes comerciales al interior de muchos hogares- “Solo se llega al maximum de venta anunciando vuestros productos» dice la Unión Radio, S.A., de Madrid (La Unión Ilustrada, 1928), y el cine, esa poderosísima fábrica de sueños, se convierte en el máximo difusor de los nuevos modelos a imitar. Estrellas de las compañías cinematográficas americanas aparecen junto a muchos productos -La bella Billie Dove anuncia Stacomb, un fijador de cabello que permite llevar el pelo corto porque más allá de la moda «es la completa emancipación de la mujer moderna» (La Unión Ilustrada, 1928) mientras las salas de exhibición se extienden por los barrios obreros. Proceso íntimamente ligado al avance de la urbanización que se está produciendo en el país.

1. El proceso de urbanización

La creciente urbanización, el abandono de amplios sectores de la población española del medio rural, o su incorporación a las actividades industriales y del sector servicios, favorece el abandono del modo de consumo tradicional y su sustitución por otro en el que el consumo de los bienes que aseguran la existencia dentro del marco de la circulación general de mercancías. La población, que ha estado creciendo durante todo el siglo XIX, alcanza en 1920 los 21,3 millones de habitantes -dos millones más en 1930- (28), aunque lo relevante es que a lo largo de los primeros veinte años del siglo, cerca de un millón de personas cambian la agricultura por la industria y la construcción -en 1900 la población agrícola es de 5,4 millones, (71 %), en 1920: 4,48 millones, (58%)-, mientras en la siguiente década, aunque a un ritmo más lento, la población activa agrícola continúa descendiendo.

La población ocupada en la industria y la construcción tomadas conjuntamente, se aproximaba en 1920 a los dos millones de personas, lo que significa un crecimiento del 47% en tan sólo una década, y el número de activos del sector servicios se sitúa en 1,23 millones de personas (30). En 1930, a pesar de la prudencia con la que conviene tomar los censos, la población activa agrícola se ha convertido ya en minoría frente a la población que trabaja en la industria y el sector servicios -4,03 millones frente a 4,48-. Todo ello nos habla de un proceso de urbanización importante durante los primeros veinte años del siglo, cuando la población de las capitales crece en torno al millón de personas mientras en la siguiente década lo hace a un ritmo parecido. En las ciudades mayores de 20.000 habitantes y en las de más de 10.000 se experimenta también un crecimiento importante de modo que, en 1930, el 42% de la población vive ya en núcleos o ciudades superiores a los 10.000 habitantes y nuevas pautas demográficas caracterizadas por el descenso de la natalidad y la mortalidad distinguen a esta población.

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Ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia, Zaragoza, Bilbao se convierten durante estos años en grandes aglomeraciones urbanas. Madrid, sin contar la población de los municipios próximos, se acerca al millón de habitantes en 1930 y Barcelona los rebasa. Estamos ante una gran transformación del tejido social que se ha comparado con la España de los años sesenta. Y que un escritor catalán como Josep Plá describe, a propósito de Madrid, como la muerte de la ciudad aristocrática y latifundista. En su lugar nace un nuevo tipo de ciudad con edificios altos y actividades de servicios -banca, oficinas, construcción-, que transforman el viejo tipismo aristocrático y artesanal, de señoras con mantilla y campesinas de mantón, por un paisaje de oficinistas con corbata y señoras vistiendo a la moda de París. Los cambios urbanísticos reflejan profundos cambios en el comportamiento social, así como la aparición de nuevas fuerzas políticas -socialistas y republicanos- que sustituyen la organización paternalista y clientelar de las grandes familias por el sindicato y los jurados mixtos. Es la tendencia de la vida moderna, dice Plá, “la vía de un proceso semejante al de otros países, que nadie habría soñado treinta años atrás”.

Finalizada la Gran Vía de Madrid, la ciudad se ha convertido en un centro financiero y de negocios -a la vez centro de nuevos gustos culturales y estéticos de influencia nórdica y americana- por el que deambulan las nuevas clases medias urbanas -empleados, profesionales, comerciantes- que por su posición en la organización del trabajo y su participación en el reparto del plusvalor hacen posible la constitución de la norma de consumo de masas. Otros colectivos como empleados del servicio doméstico y obreros industriales y de construcción, aunque con menores cuotas de participación en el consumo, hacen de Madrid una importante ciudad obrera . El auge de la construcción y el desarrollo de las industrias características de la II Revolución industrial -eléctricas, químicas, servicios etc. convierten la capital en la segunda concentración de obreros del país.

2. La producción industrial de bienes de consumo duradero

Mientras que la industria pesada se había radicado en el País Vasco, la de fabricación de bienes de consumo quedó localizada en Cataluña. Formada con capitales familiares y sin demasiadas necesidades de crédito, va a ocupar sectores como el textil, mercería, cuero, papel, corcho, mecánica ligera, junto al emblemático sector del automóvil. Madrid, en cambio, además del importante desarrollo de las oficinas y el sector bancario, verá como el desarrollo de la electricidad hace posible el establecimiento de nuevas factorías industriales vinculadas a los primeros electrodomésticos -Standard Eléctrica, Phillips, Osram, Tudor, Hidroeléctrica, Unión eléctrica, etc.- e incluso relacionadas con la nueva industria del motor -Construcciones Aeronáuticas e Hispano-Suiza.

Respecto al desarrollo industrial del país se han cargado demasiado las tintas sobre su supuesto fracaso y solo recientemente algunos historiadores han comenzado a replantearse esa valoración, Albert Carreras, después de elaborar un índice de producción industrial, llega a la conclusión de que los datos “invalidan una caracterización negativa” de la industrialización española y llevan a creer que es el período comprendido entre la guerra civil y 1950, el que «explica en mayor medida los orígenes del atraso contemporáneo», Fraile Balbín, con mayor entusiasmo, afirma que los empresarios españoles “lejos de ser los protagonistas de un fracaso industrial aparecen como agentes racionales y maximizadores, siempre alerta a los

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cambios del mercado y conocedores de las tasas potenciales de beneficio en actividades alternativas” , sea como fuere, lo cierto es que la producción industrial crece a un ritmo importante y superior al europeo, durante los años que van de 1914 a 1935.

Dentro de este crecimiento encontramos la industria del automóvil que había arrancado ya con la Exposición Universal de Barcelona en 1888 cuando numerosos talleres se lanzaron a la fabricación de vehículos a motor -Barcelona, Cádiz, Gijón, Madrid, etc., no obstante, solamente las casas comerciales catalanas van a adquirir cierta importancia, como es el caso de Hispano Suiza de Castro y Birkigt (1902-1904) que se transforma a lo largo de los años veinte en la famosa Hispano-Suiza Fabrica de Automóviles, S.A., con sucursales en Francia, una fábrica de motores en Guadalajara, y patentes que vende a fábricas extranjeras como la casa Skoda. Otras compañías relevantes son la casa Elizalde (1919-1925) que a partir de 1924 se orienta a la construcción de camiones y motores de aviación, o Batlló fusionada en 1928 con Ricart y con amplio reconocimiento internacional a partir de la marca «España». En general, la industria del automóvil tiene todavía mucho de artesanal y apenas si ha incorporado la producción en serie, está más basada en la manufactura y en la inventiva y capacidad técnica de sus dueños -la mayoría ingenieros-, que en la capacidad para producir masivamente y a bajo precio. Son marcas que no podrán competir con los coches americanos fabricados en serie, como sucede con la mayor parte de las marcas europeas y con algunas americanas como Packard. La cadena de montaje llegará de la mano de Ford Motor Company en 1926 cuando monta sus instalaciones de la zona franca de Barcelona.

Hasta comienzos de los años veinte, el paisaje de las ciudades había estaba formado por viandantes, tranvías y coches de caballos, el vehículos a motor era todavía un objeto raro y minoritario. En 1920 había en España 28.000 unidades, cifra muy modesta si se compara con Inglaterra, pero el estímulo de la Dictadura en la construcción de carreteras y la política de sustitución de importaciones hace subir esa cifra hasta los 135.000 vehículos de 1927 y los 250.000 de 1930, cantidad que tras el impacto de la guerra civil no se recupera hasta el año 1955.

3. La vivienda

Además de asegurar las condiciones de existencia, la vivienda es el lugar de los bienes de consumo duradero -mobiliario y electrodomésticos, fundamentalmente-, la vivienda social aparece como la segunda mercancía básica de la norma de consumo obrero después del automóvil (Aglietta), Y aunque es una cuestión abordada por el Instituto de Reformas Sociales con bastante anterioridad -legislación de casas baratas de 1911-, es durante los años veinte cuando cobra un renovado impulso.

La legislación de casas baratas había estableció un marco de subvenciones para la construcción de viviendas que provocó un amplio debate sobre las condiciones de habitabilidad de las clases populares, Frente a la idea decimonónica del «ensanche», se contemplaba por primera vez el crecimiento de la ciudad como un proceso de expansión exterior que ha de integrar los suburbios que construyen desordenadamente los inmigrantes rellenando los espacios vacíos de la trama con colonias de viviendas obreras al estilo de las «ciudades jardín» inglesas. El interés que tales actuaciones despertaron en la época rebasa lógicamente, las preocupaciones

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filantrópicas y estéticas, pues la vivienda, además de constituir un lugar de inversión muy adecuado para el capital que la burguesía ha acumulado durante la guerra europea, constituye el lugar de reposición de la fuerza de trabajo, permitiendo el consumo de bienes duraderos, al tiempo que fuerza el endeudamiento de los trabajadores consiguiendo con ello el disciplinamiento social y laboral. Sirve para integrar a la clase obrera y mitigar los conflictos de clase, no en vano, la Dictadura hace de la construcción de viviendas para obreros uno de los ejes centrales de su política social y cuenta desde los primeros momentos -octubre de 1924- con disposiciones que eximen del pago de impuestos en la construcción así como créditos y fondos especiales que progresivamente irá ampliando.

Los ayuntamientos, a través del Estatuto Municipal de 1924, se convierten en los principales colaboradores de la política de construcción de viviendas populares gracias a la autonomía que se les concede en materia de suelo y financiación y a partir de 1925 se amplía el espectro con una nueva ley destinada al fomento de la vivienda para clases medias. En Madrid, aunque se habían realizado actuaciones anteriores bajo los auspicios de «La constructora Benéfica» o se habían construido edificios de bloques al estilo berlinés en la colonia Reina Victoria, es en los años de la Dictadura cuando se produce el avance más espectacular aún cuando en algunos casos fuese a costa de rebajar proyectos anteriores a colonias sin apenas urbanización.

En la política de vivienda de la Dictadura, los socialistas van a jugar un papel muy destacado -en especial, Fabra Ribas, también delegado de la Organización Internacional del Trabajo en España, lo cual esta directamente relacionado con el intento de institucionalización de la lucha de clases puesto en marcha por Primo de Rivera y el papel colaboracionista del Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores.

4. La institucionalización de la lucha de clases

Hay que esperar hasta la II República para encontrar una política de reformas sociales equiparable, sino más avanzada en algunos aspectos, a la que ponen en marcha países industriales como Inglaterra o Estados Unidos, pero es durante la Dictadura de Primo de Rivera cuando se inicia el primer intento serio de institucionalización de la lucha de clases, lo cual indica un importante cambio de mentalidad en los sectores patronales así como la existencia de un amplio sector obrero reformista.

El triunfo de la revolución bolchevique contra las tesis de los reformistas, parece que indujo a los sectores patronales a una profunda reflexión cuyo resultado habría sido el reconocimiento de la negociación colectiva y la creación de organismos de conciliación y arbitraje. La conflictividad social hacía aconsejable, no obstante, combinar esas medidas con la existencia de un Estado fuerte capaz de reprimir a los sectores del movimiento obrero revolucionario al tiempo que impulsaba la participación de los sectores reformistas. La cooptación de los sindicatos socialistas, junto a la promoción de organizaciones profesionales de carácter profesional -apolítico- y la legislación de convenios colectivos -Aunós-, iban en esta dirección, mientras la labor de Martínez Anido consistente en aplastar las movilizaciones anarquistas y comunistas iba en la dirección de construir un Estado fuerte.

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El país parecía contar ya con un empresariado que veía “su interés en el aumento de los beneficios a través de la consecución de la estabilidad social y el aumento de la productividad, más que en el incremento de la plusvalía absoluta pero necesitaba de unas elites burocráticas que pusiesen en marcha los Comités Paritarios que habían de servir para lograr la firma de los convenios alejando con ello el peligro de la revolución. La Dictadura encuentra esos funcionarios en el Instituto de Reformas Sociales y pone en marcha el proceso -la «organización corporativa» en consonancia con la obra de Durkheim y el reformismo social de la Iglesia- a partir de la legislación de 1926. Como balance general, Slhomo Ben-Amí recoge la creación de 625 comités de arbitraje a los que apelaron trescientos veinte mil trabajadores y cien mil, además de medidas sociales como el establecimiento del subsidio de familia numerosa, la regla-mentación del retiro o el establecimiento de un salario mínimo para la industria.

La agricultura quedó relegada de la mayor parte de las propuestas sociales a pesar de que el sector agrícola también había experimentado importantes cambios. Al notable incremento de la actividad económica durante los años de la guerra europea vinieron a sumarse un conjunto de transformaciones en la organización de la agricultura de la mitad norte -litoral mediterráneo y cuencas del Duero y del Ebro- que iban a dar lugar a instituciones básicas para la extensión de la norma de consumo como el crédito agrícola o las organizaciones profesionales. Trasformaciones que no son sino expresión de ese proceso modernizador que afecta al conjunto del país y que tienen por objeto la articulación de los intereses agrarios en la norma de consumo de masas. Tal vez el intento mayor por lograr esta articulación lo constituye la política de regulación de mercados y precios agrícolas así como el reconocimiento de las organizaciones sindicales constituidas por los diferentes actores del siempre complejo sector agrario.

Integrar los diferentes intereses agrarios en el ámbito de la norma de consumo de masas suponía además de resolver un tipo de conflictividad social propia del medio rural, abaratar los medios de existencia de los obreros industriales garantizando unos ingresos estables que permitiese la incorporación de los agricultores al consumo . La Dictadura realizará algún intento en este sentido a través del arancel y el establecimiento de un sistema de precios mínimos, pero los mecanismos de intervención fueron rudimentarios y poco eficaces. Con el establecimiento de meca-nismos de regulación concertados entre el Gobierno y los sindicatos agrarios se producirá un cierto avance durante la II República. En 1935, y a un precio convenido con el Gobierno, se retiran del mercado grandes contingentes de trigo con el doble objetivo de impedir el hundimiento de los precios y almacenar existencias para los años de escasez. Era una política inspirada en el New Deal americano, una política de protección de precios agrícolas y regulación de excedentes que tendrá continuidad bajo el régimen franquista -aunque de forma autoritaria, esto es, sin participación de organizaciones agrícolas-, con la creación del Servicio Nacional del Trigo en 1937.

5. El discurso de la publicidad

El discurso publicitario en cuanto discurso ideológico que interpela a los individuos con la intención de imponer un determinado sistema de representaciones asegura la reproducción del modelo de acumulación basado en el consumo masivo de los bienes fabricados en serie. Hay, no obstante, un evidente desfase entre las propuestas del discurso publicitario -que actúa como vanguardia- y

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la infraestructura que ha de hacerlas posible. Los bienes industriales dirigidos a toda la población son todavía símbolos de un nuevo modelo de sociedad en el que la publicidad comienza a jugar un poderoso papel que termina dando lugar al aparato de producción ideológica más potente -el dispositivo de domesticación más perfecto dirá Ibáñez- con su presencia constante en todos los ámbitos de la vida social.

La cadena de montaje había provocado el nacimiento de una publicidad ligada a la industria del automóvil y a medida que se va expandiendo, contribuye a crear grandes agencias de publicidad como Walter Thomson que en el año veintinueve ya se encuentra instalada en Madrid para llevar la cuenta de General Motors. Pero la publicidad que alcanza a todos los bienes de consumo masivo cuenta también en España con importantes empresas como «IDEA» o excelentes dibujantes publicitarios como Ribas.

En los primeros años veinte, la publicidad todavía relaciona las mercancías con figuras más o menos aristocráticas. Una marca de automóviles con un mensaje aparentemente democrático, asegura que -«Overland, lo utiliza desde S.M. el Rey, hasta el modesto empleado que necesita rápidamente acudir a sus ocupaciones» (La Esfera, 1919).

Sin embargo, a mediados del decenio, el automóvil se transforma en un referente simbólico de la modernidad. Las características técnicas dejan de ser un elemento central -en 1920, la marca americana Packard todavía hacía gala de la mayor durabilidad de sus productos: «más de cinco mil propietarios los poseen desde hace dieciséis años», «los autocamiones Packard se construyen para que presten satisfactorio servicio durante diez o más años» (La Esfera, 1920)- (52) para dejar paso al estilo del automóvil y las características del conductor. A mediados de los años veinte, la publicidad da un giro radical y el automóvil es ya presentado como un bien ocioso moderno. Destinado a los paseos, conocer el país, hacer «turismo», cristaliza un significante que designará un determinado modelo de la gama. Pues el vehículo a motor sustituye el carruaje de caballos con todos los atributos de la modernidad. Fiel exponente de la nueva clase media, hace posible que un propietario acomodado lo conduzca personalmente, -algo que hubiera resultado inconcebible unos años atrás- sin necesidad de “chauffeur”. Modernidad y progreso resultan así unidos en una mercancía como el automóvil que la publicidad se encarga de promocionar ampliamente.

A medida que el decenio se acerca a 1930 aparece publicidad de autocamiones y algunas marcas comienzan a presentar el automóvil como un objeto productivo. Comerciantes, hombres de negocios o servicios públicos, aparecen como destinatarios de una publicidad que, no obstante, se diferencia entre las marcas que destacan el carácter aristocrático del coche -probablemente las que aún no han incorporado la cadena de montaje-, y aquellas otras que como FORD, resaltan la modernidad y el éxito del que lo posee. La publicidad de autocamiones es una publicidad más austera, próxima al racionalismo de la Bauhaus y con menores concesiones estéticas, que destaca las características técnicas del producto: motor, chasis, mantenimiento, durabilidad, etc.

Para que el proceso de consumo sea ordenado y estabilizado de modo compatible con la relación individual -y en apariencia libre- que es la relación mercantil del intercambio (Aglietta), la publicidad presta mucha atención a la familia nuclear en

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cuyo seno se crean los nuevos hábitos de gasto y se disciplina a los trabajadores para que hagan frente a los compromisos financieros contraídos en la compra de bienes de consumo duraderos -mobiliario, electrodomésticos, vivienda, etc.- El papel central de la mujer en este nuevo tipo de familia, la convierte en blanco de sus mensajes. Dos son los tipos básicos de mujer que aparecen en esta publicidad: a) la mujer moderna, emancipada económicamente e independiente en todos los aspectos, y b) la nueva ama de casa. Aunque ambos modelos se dirigen al conjunto de las clases sociales, parece como si el referente del primero fuese la mujer de extracción social burguesa, y el del segundo la mujer de clase obrera.

La mujer moderna Este modelo se construye con el relato de la emancipación de la mujer. La problemática de la mujer ya había despertado interés a lo largo del siglo XIX, pero es a partir de la incorporación de las mujeres a la producción industrial durante la I Guerra Mundial -hecho bastante subrayado en la prensa y publicaciones gráficas españolas- como se produce un importante avance en la lucha por su emancipación. En los años veinte, se dio un importante avance cualitativo cuando las mujeres comenzaron a ejercer el derecho de sufragio en EEUU y en un buen número de países europeos -en España en 1931-. Hechos que la publicidad instrumenta para construir esa imagen de mujer moderna e inde-pendiente que vemos en la mayor parte de los anuncios de perfumería Gal o de cualquier marca de cosméticos. Mujeres elegantes que aparecen solas en el baño o paseando por la calle, lo mismo saliendo de una fiesta que conduciendo automóviles. Ya hemos señalado la vinculación de las transformaciones urbanas con la aparición de este tipo de mujeres jóvenes -o que lo parecen- vistiendo a la moda de París y con el pelo cortado a lo “garçon”. Las mujeres comienzan a usar cosméticos, pasean en bicicleta -para lo cual hay que montar a horcajadas-, juegan al tenis y escuchan música de jazz, actividades todas ellas vinculadas al consumo de los nuevos bienes ociosos modernos que tienen fiel reflejo en la publicidad.

La independencia es quizá el rasgo más característico de esta nueva mujer. Algo muy acentuada en los anuncios de Kodak, la marca americana de cámaras fotográficas -la más publicitada de la época- que utiliza siempre una mujer joven con un traje de rayas según la moda más atrevida, y casi siempre en ambiente de vacaciones o viajes, pero también en las marcas de productos higiénico-sanitarios como la española Celus que ofrece a «la mujer moderna», una compresa «imprescindible para la mujer que viaja o tiene sus quehaceres fuera de casa» (Mundo Gráfico, 1935), o en la publicidad de automóviles donde la mujer aparece frecuentemente conduciendo y también sola. Pero la realidad todavía esta lejos de corresponder al discurso publicitario. Esa mujer que utiliza los nuevos productos de la industria, al menos los más caros como el automóvil, es con frecuencia la hija del aristócrata aburguesado o la esposa del hombre de negocios que los ha recibido como regalo, con lo que estaríamos ante una manifestación de consumo vicario en la terminología de Veblen -algunas marcas de coches ante la proximidad de la Navidad incitan explícitamente a regalar un coche-. Aunque la mujer emancipada económicamente -a pesar de cierta incorporación de la mujer al trabajo- tardará todavía en llegar, ya está presente como modelo ideológico en la publicidad.

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La nueva ama de casa. En este modelo también encontramos desajustes entre el discurso publicitario y la realidad del país. Aunque las revistas gráficas y las numerosas secciones dedicadas a la mujer se hicieron eco de las mujeres que trabajaban en las fábricas durante la guerra europea -algo que no ocurriría en España hasta la Guerra Civil-, la industria continuó siendo un ámbito esencialmente masculino en la mayor parte de los países industriales. La constitución de la norma de consumo obrero necesita, no obstante, una mujer no sometida a la autoridad patriarcal. La nueva ama de casa debe dejar de ser la productora y elaboradora de la vieja familia campesina para convertirse en la distribuidora de los productos que aseguran la existencia de la familia. En la nueva familia nuclear, el varón se limita al trabajo en la fábrica y a aportar sus ingresos salariales, mientras que la mujer se convierte en administradora y detentadora de toda la autoridad sobre el gasto. Un nuevo status económico y social que la publicidad refuerza utilizando términos empresariales como el «ahorro de tiempo y dinero», la «satisfacción del consumidor”, la ciencia como valor incorporado a los objetos etc. que van dando forma a la ilusión de que también la mujer forma parte del aparato productivo -p. ej., MAGGI cuando se dirige al ama de casa «que piensa», le ofrece su famoso sopicaldo utilizando el recurso de la economía de «tiempo y dinero» (La Unión Ilustrada, 1928. La cruda realidad es que a la nueva ama de casa le corresponden todas las tareas relativas a la reproducción de la fuerza de trabajo, alimento, salud y cuidado de sus miembros, reproducción y crianza de los hijos, mantenimiento y limpieza de la casa, etc. actividades para las que la industria también ha preparado nuevos productos. En la alimentación surgen los sopicaldos -en otro anuncio de MAGGI, «Pepe» le dice a su madre que «el cocido tiene un sabor mucho más rico desde que es preparado con Caldo Maggi en cubitos» (La Unión Ilustrada, 1928), así como otros muchos productos enlatados que no solo son de superior calidad –“La Lechera”, todavía con la etiqueta en inglés dice a la madre de familia que «el mejor alimento es la leche» (Lecturas, 1926)-, sino que resultan imprescindibles para garantizar la salud de la familia, pues la naturaleza artificial de la fabricación garantiza la ausencia de gérmenes -«Hay salud en cada bote de leche condensada La Lechera» (Lecturas, 1926), Maizena se fabrica «por medio de máquinas, sin que las manos toquen el producto, (....) siguiendo estrictos procedimientos científicos, en una de las fábricas más modernas y mejor instaladas de los Estados Unidos de América» (La Unión Ilustrada, 1928). La crianza se vuelve mucho más sencilla gracias, de nuevo, a la leche condensada “La Lechera”; la única que «sustituye al pecho de la madre» y resuelve sin dificultad «el problema de la alimentación infantil», dice un anuncio sobre fondo de gran factoría industrial (La Unión Ilustrada, 1926). “Hipofosfitos Salud”, por su parte, «nutre poderosamente a la madre, aumenta su vigor y enriquece la secreción láctea» para que los niños se críen «robustos y libres de enfermedades» (La Unión Ilustrada, 1928). Mientras, los productos naturales resultan sospechosos de provocar todo tipo de enfermedades. Las tareas de limpieza resultan ahora más sencillas y son dignificadas gracias a los fabricantes de productos abrillantadores. La marca O-Cedar, ofrece a la nueva ama de casa una especie de fregona, el “mop polish”, que quita el polvo y abrillanta evitando “fatigosos paseos a cuatro pies”, el tradicional trabajo de dar cera a los suelos se realiza ahora de pie con un producto que “moderni-za el trabajo de limpieza” (La esfera, 1919). Puede ser realizado lo mismo por la señora de la casa -el ama de casa-, que por la criada, no en vano, esta publicidad se dirige en sus mensajes a la clase media baja “evitad a vuestra mujer las fatigas de la limpieza” (La Esfera, 1919)- y a las criadas (La Esfera, 1920). Como la

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industria, después de haber liberado a la mujer de las viejas prestaciones personales, no le ofrece un trabajo alternativo, construye, a través de la publicidad la fantasía del hogar como espacio productivo que requiere de un saber técnico, al tiempo que dignifica el trabajo doméstico cargando sus actividades con el contenido simbólico de la modernidad. Las compañías de electricidad que han lanzado el concepto de “casa eléctrica” (Llorente, 1979, 547) Y las secciones femeninas de la prensa periódica presentan a las más afamadas actrices americanas mostrando sus cocinas repletas de aparatos y máquinas porque “en la cocina también hay que ser elegante” (La Unión Ilustrada, 1931).

6. Conclusiones

Las transformaciones de la sociedad española durante los dos primeros decenios del siglo -migraciones campo ciudad, proceso de urbanización, crecimiento de las organizaciones obreras y aparición de un sector reformista, proceso de concentración del capital, crecimiento de la producción industrial, etc.- conducen a la constitución de la norma de consumo de masas durante el período de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Es una norma de consumo de masas todavía incipiente, centrada en las clases medias que se han enriquecido con los negocios de la I Guerra Mundial y los sectores burocráticos que la concentración del capital y la presencia de empresas extranjeras hacen posible.

Ello no impide la existencia de amplios sectores de la población excluidos del consumo de masas, que sin tener asegurado el mínimo que garantiza la subsistencia conviven con una publicidad que anuncia productos para “ricos y pobres”. En estas circunstancias, el régimen político de la Dictadura constituye un régimen idóneo par la instauración de la norma de consumo de masas en su primera fase -sin reformas sociales-. La Dictadura iniciará la institucionalización de la lucha de clases mediante la negociación colectiva -comités paritarios, de arbitraje, etc.- y la colaboración del sector reformista de la clase obrera -UGT y PSOE-, pero la fórmula fracasa, y en 1931 se instaura la II República –“el new deal español”- que ha de traer las reformas sociales. El levantamiento militar y la guerra abortan un proceso que ha de esperar hasta los años sesenta, cuando el modelo de acu-mulación de capital basado en la extracción de plusvalías relativas y la incorporación de las condiciones de existencia de la clase obrera a la realización del valor, se consolida en Europa.

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LA HISTORIA DEL CONSUMO EN ESPAÑA. UNA APROXIMACIÓN A SUS ORÍGENES Y PRIMER

DESARROLLO.

Alonso, L. E. y Conde, F. Madrid, Debate, 1994.Resumen apresurado de Javito1 y posterior cocinado vuelta y vuelta.

(Es muy conveniente buscar el libro –está descatalogado- o u n resumen más amplio, porque este tema es fundamental, suele caer en los exámenes y resulta muy

útil para el trabajo).

Franquismo:

-Autarquía hasta 1958

-Tras Plan Estabilización (1959): Se establecen bases económicas para la sociedad de consumo de masas en España (SCM) Modernización española por la “vía prusiana” (modernización bajo un régimen autoritario)

Como efecto no deseado por el franquismo se crean unas condiciones culturales, ideológicas y motivacionales para un modelo muy consumista, dependiente, subalterno y acrítico.

Oposición entre las viejas clases medias patrimoniales (antimodernidad, anticonsumo de masas, tradicionales) y las nuevas clases medias funcionales (surgidas de la nueva modernización y de características contrarias a las patrimoniales, base social e ideológica de la SCM en España).

Consumo como proceso de aculturación de los ciudadanos, nuevas formas de vida, cultura y pensamiento respecto al anterior periodo agrario. Sin embargo, el desarrollo capitalista incapaz de crear una cultura e ideología que integre a toda la sociedad, dualismo de consumo (el consumo no está al alcance de todos).

En la ausencia de libertades y en el contexto de ausencia de socialización positiva que representaba el franquismo, el consumo y la publicidad se ven como un paso adelante, dejar atrás el “hambre” que aún persistía en la memoria, el consumo como vía de escape.

o Escapar del recuerdo del hambre lleva a un consumo ostentoso, voraz y acrítico, si bien es un consumo que se centra en equipamientos básicos.

o En 1960 el 54% del gasto era en alimentación, seña de una precaria SCM.La publicidad representaba unos valores que no se corresponden con los valores políticos de la época, marcaba aspectos de modernidad, de ruptura con el pasado.

o La norma del consumo de masas . Si en la primera mitad de 60 el consumo estaba muy basado todavía en la alimentación, en la segunda mitad se avanza bastante en consumo de electrodomésticos, vivienda, coches, televisiones. Entran en primer plano las mercancías que caracterizan la norma de consumo de masas, en especial el automóvil y la vivienda en un ambiente social cuyas frustraciones refleja el cine de la época.

1 ( Nota de Javito: Esto más o menos con un poco de Baudrillard o Galbraith sobre el consumo ostentoso que tanto gusta a los profesores creo que más o menos recoge la esencia del libro y, espero, sea suficiente de cara al examen.)

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o España representa un modelo fordista de carácter inacabado (no hay democratización de relaciones sociales y políticas). No obstante2, la expansión de la Seguridad Social y el crecimiento del gasto en sanidad y educación a partir de los primeros años setenta no solamente responde a las necesidades de modernización del capitalismo español y a la consolidación de una relación salarial fordista, sino que además este proceso sumado a los fuertes incrementos salariales de los años 1974-1976 logrados por las capas trabajadoras industriales, constituirán la base material que desradicalizará las tendencias rupturistas con el tardofranquismo y permite una transmisión política negociada o rup - tura pactada que impulsa el proceso de socialdemocratización de la vida so - cial y política española

o El consumo en España es principalmente consumo privado, siendo muy bajo en consumo público con lo que acarrea en atraso en infraestructuras y en sistema de bienestar

o El español es un consumidor dependiente respecto al exterior en lo económico y en lo simbólico (lo de fuera es lo mejor, dependencia de capital extranjero).

o Una industrialización aquejada de dependencia exterior, proteccionismo e intervencionismo y desigualdad sectorial y espacial da lugar a una sociedad de consumo segmentado, desigual y algo esperpéntico.

2 El párrafo que sigue corresponde a Rodríguez Cabrero, página 28 de estos mismos apuntes.

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EL FETICHISMO DE LA MERCANCÍA.Marx (apuntes anteriores, diversas fuentes)

3La base de todo el trabajo de Marx sobre las estructuras sociales, y el lugar en el que el trabajo está más claramente vinculado a las ideas sobre el potencial humano, es su análisis sobre las mercancías. Se ha llegado a señalar que “el problema de las mercancías es... el problema estructural central de la sociedad capitalista”. El concepto de mercancía de Marx arraiga en la orientación materialista de su análisis sobre las actividades productivas de los actores.

Los objetos que se producen para el uso de una persona o para el de otras en su entorno más inmediato (objetos que se necesitan para sobrevivir mediante la interacción con la naturaleza): constituyen valores de uso. Los objetos son los productos del trabajo humano y no pueden adquirir una existencia independiente porque están bajo el control del actor.

Sin embargo, en el capitalismo, este proceso de objetivación adopta una nueva forma peligrosa. En lugar de producir para ellos o sus congéneres más inmediatos, los actores producen para otro tipo de persona (el capitalista). Los productos, en lugar de ser utilizados inmediatamente, son intercambiados en el libre mercado a cambio de dinero (valores de cambio).

Aunque son las personas las que producen objetos en el capitalismo, el papel que desempeñan en la producción de mercancías, y su control sobre ellas, se mistifica. Al principio creen que esos objetos y el mercado tienen una existencia independiente y esta creencia se convierte en realidad cuando esos objetos y su mercado se convierten en reales, en fenómenos independientes. La mercancía aparece como una realidad externa, casi mística, independiente.

El desarrollo de las mercancías va acompañado del proceso que Marx definió como fetichismo de la mercancía. La base de este proceso es el trabajo, que confiere valor a las mercancías. El fetichismo de la mercancía aparece en el proceso por el que los actores olvidan que es su trabajo el que confiere valor a la mercancía. Llegan a creer que su valor procede de las propiedades naturales de las cosas o que el funcionamiento impersonal del mercado es el que le otorga su valor. Así, se llega a creer que es el mercado el que cumple una función que, para Marx de la que sólo son capaces los hombres: la producción de valor. En palabras de Marx: “Una relación social definida entre hombres... asume, ante sus ojos, la fantástica forma de una relación entre cosas”. Al conceder realidad a las mercancías y al mercado, el individuo en el capitalismo pierde progresivamente el control sobre ellos.

4El carácter fetichista de la mercancía y su secreto. A primera vista parece una cosa evidente y trivial. Nada tiene de misterioso en la medida de que es valor de uso, si la considero desde el punto de vista según el cual ella por sus propiedades satisface necesidades humanas o contiene estas propiedades sólo como producto del trabajo humano. El carácter místico de la mercancía no brota, pues, de su valor de uso. Tampoco del contenido de las determinaciones de valor.

3 Resumen de Ritzer, George. Teoría sociológica clásica.

4 El Capital, Berlín 1951, vol I, págs 76-91

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Todo el secreto de la forma-mercancía consiste sencillamente en que ella refleja frente a los hombres los caracteres sociales de su propio trabajo como si fuesen caracteres sustantivos de los productos del trabajo, como propiedades naturales, sociales, de estas cosas; refleja, por tanto, la relación social de los productores con el trabajo conjunto como si fuese una relación social entre objetos, existente al margen de aquellos. Mediante este quid pro quo (permutación) los productos de trabajo devienen mercancías, cosas sensibles-suprasensibles o sociales.

Buscando una analogía tendríamos la región nebulosa del mundo de la religión. Allí, los productos de la cabeza del hombre aparecen dotados de vida propia, como figuras autónomas que mantienen relaciones entre sí y con los hombres. Lo mismo sucede en el mundo de las mercancías con los productos de la mano del hombre. A esto llamo yo fetichismo, que se adhiere a los productos del trabajo en cuanto son producidos como mercancías; el fetichismo es, por lo tanto, inseparable a la producción de mercancías. El carácter fetichista de la mercancía brota del carácter social específico del trabajo productor de mercancías.

Por lo tanto, los hombres no relacionan entre sí los productos de su trabajo como valores porque consideren estos objetos como cosas que no serían más que meros envoltorio de un trabajo humano igual. A la inversa; en cuanto hacen equivaler como valores sus diversos productos en el intercambio, ponen como iguales sus diversos trabajos como trabajo humano. No lo saben pero lo hacen: “el valor es una relación entre personas... /...oculta bajo una envoltura de cosas”.

Lo que sobre todo interesa en la práctica a quienes intercambian productos es saber cuántos productos ajenos recibirán por el propio; por lo tanto, las proporciones en que se intercambian los productos. Cuando estas proposiciones han alcanzado cierta fijeza por obra de la costumbre, aparecen como inherentes a la naturaleza de los productos del trabajo. De hecho, el carácter de valor de los productos del trabajo se afianza sólo a través de su afirmación como magnitudes de valor.

La fetichización de la mercancía se ha identifica también con un proceso amplio de reificación de todas las estructuras sociales que parecen tener consistencia propia, aparecen como naturales coercitivas para el hombre e imposibles de cambiar. La fetichización de la mercancía también se relaciona en la obra de Marx con el capital, la relación social entre vendedores y vendedores de la fuerza de trabajo. El producto del trabajo se lo queda el capitalista: el hombre es el único que puede crear riqueza con su trabajo y al final es la riqueza, el capital (trabajo muerto) el que domina al hombre, el que lo contrata, lo despide y controla su vida (*NP).

El papel de la mercancía en las sociedades actuales. Su valor signo.

5En el primer capítulo del Capital, Marx plantea un estudio minucioso de la forma mercancía. El secreto del capitalismo como economía y como cultura, en todos sus resortes está el concepto mercancía. Así, se ha de estudiar detenidamente qué es la mercancía. Distingue su valor uso -capacidad del producto, un bien del producto humano para cubrir una necesidad humana; y su valor de cambio- el valor del mercado,

5 Apuntes de clase.

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el valor que contiene cada mercancía comparándola con otras mercancías en el mercado. A esta distinción, otros autores como Baudrillard, introducen otra forma de valor, como valor signo. En el capitalismo, además del valor de uso de la mercancía está su valor signo. Signo y diferencia son portadoras la mercancía. Valor de representación que tiene la mercancía. El consumo como actividad de manipulación sistemática de signos; lo que compramos son fundamentalmente signos, significados. Cada vez más, en el capitalismo avanzado, lo de menos es el valor de uso (por ejemplo mercancía poco adaptada a la función) y aumenta el valor signo (enriquecido por la publicidad). El consumo es visto como un proceso de comunicación. Así, para estos autores, es posible estudiar el consumo con las herramientas de la semiótica y la lingüística. Al consumir se comunican significados.

El objeto de consumo debe responder tanto a determinantes estrictamente técnicos, como a la inflexible necesidad de encontrar demanda efectiva; ambos rasgos sólo pueden expresar una tendencia básica, la articulación entre normas de producción y consumo en un sistema autosostenido.

El valor de cambio introduce la obsolescencia planificada en el consumo, ya que es imprescindible que los valores de cambio degraden de una manera absoluta y continuada los valores de uso; esto obliga a que se acelere la pérdida del valor de uso de los productos poseídos en comparación con productos idénticos, disponibles en el mercado (styling).

Es la lógica de la sustitución y la diferenciación que hace pasar del modelo único a la gama de supuestas elecciones posibles del consumidor de los años -50 en adelante.

Los productos del mercado evolucionan, según Jesús Ibáñez, hasta convertirse en meros simulacros de sí mismos, adquiriendo una estructura de señuelo, en la que su forma exterior (superficial), rompe la dependencia con respecto a su contenido (profundo). Aparece por tanto la dimensión signo -objeto corriente de estudio de la semiología y la semiótica- por la cual “se invierte la relación entre objeto y mensaje: el mensaje no habla del objeto, el objeto habla del mensaje; la marca del producto no marca el producto, marca al consumidor como miembro del grupo de consumidores de la marca”.

La desigualdad social se consagra y se recrea así por la vía simbólica, para las “masas” son las grandes series, los diseños generalizados, estandarizados

y anónimos, las formas desgastadas y no distinguidas. para las “elites”, es la pequeña serie o “fuera de serie”, lo distinguido, novedoso,

exclusivo, lo inalcanzable, etc.

Luego se entablará una desesperanzada carrera, la “carrera de ratas” de consumo emulativo, en la que la discriminación radical del sentido de consumir se hace evidente en el marco de la reproducción ideológica-simbólica: las clases dominantes se presentan como el deseo ideal de consumo, pero debido a la innovación, diversificación y renovación permanente de las formas de objeto, este modelo se hace constantemente inalcanzable para el resto de la sociedad; en el primer caso, consumir es la afirmación lógica, coherente completa y positiva de la desigualdad; para

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todos los demás colectivos, consumir es aquella aspiración, continuada e ilusoria de ganar puestos en una carrera para la apariencia de poder que nunca tendrá fin.

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EL CONCEPTO DE LA IDEOLOGÍA.Kurt Lenk

Las etapas esenciales de la concepción de la ideología.

I.

Ideologías destinadas a prestar sanción teórica a las formas de dominación social existieron ya en las culturas orientales y antiguas pero el estudio sistemático de las ideologías no aparece hasta la Edad Moderna. Sólo con la disolución de la sociedad estamental de la Edad Media y el ascenso de las ciudades burguesas del renacimiento se atención cada vez más a la función social determinados complejos de opiniones y representaciones. El surgimiento del problema de la ideología está ligado de manera estrecha a los esfuerzos de emancipación de la primera burguesía europea.

Sólo una vez dados los prerrequisitos del saber científico –que permitieron al pensamiento preguntar por las leyes lógicas inmanentes- pudo surgir el problema del enturbiamiento de ese saber por los ídolos. El entendimiento ha de convertirse en una copia fiel de la realidad sin prejuicios, sofismas ni ídolos.

1. Teoría de los ídolos. Para Francis Bacon (1561-1626) Bacon es preciso huir tanto de la fe ciega en la autoridad como de la aceptación acrítica de opiniones convencionales. Los obstáculos para un conocimiento adecuado al objeto son los idola fori (los ídolos del mercado).

Estos ídolos surgen porque los hombres, antes de conocer los objetos del mundo mediante la experiencia, los conocen a través de los signos que las representan. Las palabras no constituyen el valor objetivo de las cosas sino su valor convencional. Bacon pretende una intelección real de los hechos ocultos tras las palabras.

Bacon rechaza también los “ídolos del teatro”, las representaciones y opiniones que heredamos con cierto carácter de autoridad y que también contribuyen al ofuscamiento del pensamiento: nos hacen ver el mundo no con nuestros ojos sino con el de nuestros antepasados.

La quintaesencia de la doctrina de los ídolos de Bacon consiste en demostrar que al conocimiento humano le está vedado, por su tendencia intrínseca a captar el mundo por analogía con los propios hombres y no por analogía con el universo, el progreso continuo hacia la intelección verdadera de la naturaleza de las cosas. No la alcanzará hasta que no alcance un análisis sistemático, universalmente valedero, de aquellos factores que estorban el pensar.

2. La teoría del engaño del clero. La filosofía ilustrada de los siglos XVII y XVIII aprecia en las representaciones religiosas heredadas una fuente de prejuicios contrarios a la razón. Pero es más aprecia una voluntad consciente de engaño.

Spinoza habla de la predisposición de los monarcas autocráticos a mantener a sus súbditos en el error y el temor, porque impedir el libre discernimiento es el mejor medio para legitimar el despotismo y la esclavitud como instituciones queridas por Dios. La astucia y el engaño constituyen para Hobbes el medio empleado por los poderosos para reinar a su capricho sobre el pueblo ignorante y afianzar su poder

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sobre los hombres. Para Holbach y Helvetius la religión no constituye un poder integrador de la sociedad sino que atenta contra el bienestar y la felicidad de los ciudadanos.

La crítica de los materialistas franceses ataca todos aquellos dogmas que pretenden representar afirmaciones verdaderas acerca de objetos respecto a los que no existe saber empírico. Consideran que en la difusión de los prejuicios sólo están interesados quienes sacan provecho de la ofuscación que producen, quieres impusieron religiones y se erigieron sacerdotes. El dogma de la vida después de la muerte les rindió un gran provecho, fue la fuente de su poder y des sus riquezas. Esta teoría del engaño del clero es uno de los principales componentes de la crítica de la ideología, dirigida contra el antiguo régimen. Parte del supuesto de una conjura de los poderosos en contra del pueblo, al que pretenden mantener en un estado de minoría de edad espiritual. El trono, la nobleza y el clero se oponen a la emancipación de la burguesía, basándose en dogmas que pretendían justificar el sistema feudal como un orden divino.

Con la teoría del engaño del clero nos acercamos más a la conciencia falsa que con la doctrina de los ídolos de Bacon. Pero incluso aunque el clero no mintiera de forma consciente, al atribuir a un orden histórico la condición de orden divino revelaban su debilidad. El proceso histórico se lo habría de llevar por delante.

3. Reducción de ideas a afectos. La historiografía alemana ha rechazado la Ilustración por un intelectualismo unilateral que no considera las insondables profundidades del alma (que explora el idealismo alemán), impera la razón y se marchita cualquier apreciación de las fuerzas irracionales. En el siglo XVIII predominó la idea de que las pasiones representan también potencias anímicas insoslayables y creadoras, a las que es preciso, no tanto combatir, sino volver fructíferas para las actividades espirituales. Helvetius ve que las pasiones humanas constituyen el resorte principal de las acciones morales y concluye que no se puede modificar la conducta humana mediante sermones sino sólo influyendo en el interés propio de los hombres. También en la teoría freudiana de la sublimación está presente la experiencia de que las energías libidinales no pueden ser por mucho tiempo simplemente reprimidas, sino que sólo posible reorientarlas hacia objetos de otra índole.

El sensualismo deduce el pensamiento como reflejo. Las sensaciones, están estrechamente ligadas con las funciones sensoriales del cuerpo humano de las que son loes elementos más simples. Por tanto, de las sensaciones han de engendrarse todas las otras capacidades del alma más complejas. Se trata aquí de un intento paralelo de superar los engaños del conocimiento racional por medio de un análisis de sus fuentes. Mediante la construcción de la vida representativa a través de los elementos sensoriales fundamentales se vuelven visibles, al mismo tiempo, aquellas impulsiones del alma que contrarían la razón humana y su aspiración a conocer la verdad. Estos son los deseos, las simpatías y antipatías, los intereses, las apetencias, el egoísmo, la vanidad.

Aquí surge la cuestión del condicionamiento de los procesos psíquicos por el medio. El materialismo francés del XVIII discute con viveza la influencia del medio social que determina las sensaciones y, a partir de ellas, todas las demás formas de conciencia. Se ocupan de los efectos de instituciones sociales, políticas y estatales sobre la conducta de los individuos. Presentan el defecto de interpretar de una manera mecánica y estática las

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relaciones entre factores ambientales y procesos psíquicos. Concibe lo sensible, no como operación de un sujeto activo, sino solo como recepción pasiva de impresiones del mundo exterior, sin ninguna intervención del individuo.

La crítica de los materialistas franceses a toda forma de tutela de la razón por parte de dogmas y prejuicios se apoya en una concepción iusnaturalista del Estado y la moral, que a pesar de su base sensualista, se aferra a la idea de una tendencia a la eticidad, inherente por igual a todos los hombres. Creen reconocer, pese a la diversidad de culturas, una tendencia dominante en todas ellas, hacia la humanidad y la tolerancia. Hay que subrayar que concibe la libertad natural no sólo como ausencia de coacción y de despotismo sino que la liga íntimamente con la libre disposición de la propiedad privada. De esta forma se oculta también la diferencia entre la ratio burguesa y la razón universal, se pretende un carácter ahistórico que permite asimilar ambas.

Ludwig Feuerbach (1804-1872) analiza en profundidad el carácter proyectivo de las representaciones religiosas, de forma mucho más adecuada al fenómeno que la teoría del engaño del clero. Feuerbach sitúa el origen de la fe en Dios en la tendencia de los hombres a corporizar sus anhelos y deseos en un ser supraterrenal. El mecanismo de proyección permanece oculto a para los propios creyentes: interpretan los productos de sus fantasías como un ser dotado de fuerzas reales al que deben someterse. Concibiendo como algo humano aquello que es adorado como Dios, Feuerbach reconoce en los productos de la imaginación el primer grado de la objetivación de la esencia humana. Sin embargo, esta esencia human sólo podrá realizarse cuando se proyecte no en un mundo supraterreno sino que se configure en la historia como autoconciencia de los hombres reales. El conocimiento de que no existe un Padre supraterreno cuidador de los hombres no entraña el nihilismo sino la necesidad de que sean los propios hombres –ya adultos- los que se enseñoreen de su propio destino.

La teoría de Sigmund Freud (1956-1939) supera a la de Feuerbach al especificar la categoría de esencia humana: aquellas fuerzas que contribuyen a aderezar mitológicamente el mundo exterior son reconocidas ahora como elementos psíquicos inconscientes. Ni Feuerbach ni Freud se contentan con “revelar” como falsas las formas ideológicas de la conciencia humana. Más bien se trata de determinar el sentido y la función de las ideologías concretas, observables histórica y ontogenéticamente, respecto del desenvolvimiento de la vida anímico-espiritual de los hombres.

Además, de la comprensión del mecanismo proyectivo encontramos en Freud la teoría de la racionalización, que presenta una relación estrecha con el problema de la ideología. Con esta se emparienta otra forma de la doctrina de la ideología, la de Vilfredo Pareto (1848-1923). Freud y Pareto parten de la estructura psíquica del individuo. Los hombres poseen la capacidad de presentar –con ayuda del lenguaje- acciones regidas por las pulsiones –deseos y acciones prohibidos- como si fuesen modos de conducta racionales, ajustados al código moral convencional. Esta función de las racionalizaciones es equiparable a la de las derivaciones de Pareto. En la conciencia de los individuos, que con ayuda de las derivaciones ocultan ante sí mismos y ante los demás el origen irracional de su obrar, su propia conducta aparece como el fruto de consideraciones racionales.

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En “Malestar en la cultura” Freud pone de relieve el grado en que la civilización moderna impone a los hombres el rechazo de los impulsos y la renuncia a ellos. Los mecanismos de los que dependen todos los logros de la civilización –sublimaciones y represiones- engendran ese potencial que, en forma de pulsiones de agresión amenaza la subsistencia de la cultura. Mientras que la teoría de las derivaciones denuncia todo lo mental como radicalmente ideológico, el concepto freudiano de racionalización tiene un doble aspecto:

La razón humana es una instancia tardía y relativamente débil de la vida anímica, en comparación con la maciza estructura del inconsciente.

La capacidad de logros culturales que tiene el hombre aprecia Freud una posibilidad de poner las fuerzas pulsionales autónomas bajo el control del yo. Pareto considera que para domeñar la caótica naturaleza de impulsos del hombre, es necesaria la voluntad de dominación de las elites. Sin embargo, Freud deja abierta la posibilidad de una emancipación progresiva del hombre respecto de cualquier coacción interna o externa. Heredero en esto de los grandes pensadores de la Ilustración considera la tendencia inherente al proceso civilizatorio, a generar un estado social en que la capacidad de vivir de una manera verdaderamente humana, libre de velos ideológicos, sustituya a un despotismo ciego.

II.

4. El concepto de ideología en su forma clásica ha sido discutido con aspereza. Hasta hoy predomina el concepto marxista dominante desde finales del XIX, la llamada teoría de la infraestructura (la base) y la superestructura. Marx se enfrenta a la escuela neohegeliana. Quiere probar no sólo el carácter irreal de sus especulaciones sino su necesidad impuesta por la situación de Alemania en aquella época. Al igual que Feuerbach ve las representaciones religiosas como resultado del pensamiento humano, Marx advierte que lo que el neohegelianismo presenta como fuerzas transcendentes de la historia son productos de la actividad humana. La historia es resultado de la vida y de la acción de hombres reales, no obra de ideas.

Esta inversión que aprecia en los ideólogos alemanes es la expresión teórica de una inversión real, propia del capitalismo: el proceso de producción y reproducción de la vida material se ha independizado de las necesidades de los hombres. Productos de la mano del hombre se convierten, en el proceso de intercambio, en cosas autónomas, en objetos valiosos que parecen poseer una dinámica propia, separada de la actividad humana. Las leyes anónimas del mercado aparecen como potencias de ciegas, naturales pero detrás se ocultan en verdad relaciones sociales de poder. Por analogía con la fetichización de las mercancías, los productos del pensamiento humano son cosificados como fuerzas autónomas que parecen dirigir la historia.

Es muy importante señalar que la crítica de Marx a la ideología consiste en referir analíticamente las formas económicas fetichizadas y las ideas en apariencia autónomas a su origen específicamente humano, o sea, social. Parte del supuesto de que sólo los hombres actuantes y pacientes pueden ser los portadores del desarrollo histórico. La marcha de la historia no ha de concebirse partiendo de entidades suprahumanas; a la inversa, es preciso entender estas como abstracciones que sólo reciben su sentido en conexión con la forma dominante de conexión de la vida. La conciencia no puede ser otra cosa que el ser consciente y el ser de los hombres es su proceso de vida real.

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Feuerbach mantiene que la afirmación de un Dios omnipotente implica la negación de la esencia humana y que esa negación sólo puede cancelar anulando ese extrañamiento del ser humano. Ese es el planteamiento de Marx con la diferencia de que advierte de que el hombre no ha sido extrañado en un sujeto divino sino en el capital (trabajo muerto apropiado por el capitalista) que en la economía prevalece sobre el trabajo vivo. La crítica de Marx a la ideología supera a la de Feuerbach porque considera la alienación de la conciencia, sólo parte de la alienación total que sufre la vida humana en la sociedad capitalista cuyo rasgo principal es la alienación económica en la vida real. De esta forma la ruptura de las formas alienadas del pensamiento humano no puede alcanzarse sólo mediante el sólo esfuerzo conceptual.

La crítica de Marx a la ideología pasa de las objeciones planteadas en el campo de la teoría a la crítica de la realidad social, cuya expresión y cuyo encubrimiento, a un mismo tiempo son las ideologías. Marx considera ideológico todo pensamiento incapaz de comprender la trabazón indisoluble de su propio movimiento con el movimiento de las fuerzas sociales.

Marx no plantea que todo pensar sea mera superestructura ideológica (como pretenden sus discípulos dogmáticos). Para Marx, la verdad o falsedad de una teoría de la sociedad no pueden deducirse del grado en que se ligue a ciertos intereses, ni de su pretendida neutralidad valorativa; dependen más bien de la medida en que permita discernir las leyes del movimiento y los nexos internos de los procesos sociales que determinan la vida de los hombres. El pensamiento se acerca a la verdad –siempre provisional- sólo cuando en su análisis de las transformaciones estructurales de la sociedad indaga las posibilidades y tendencias objetivamente presentes en ella. Su pretensión de verdad no puede ser confirmada en el plano teórico, sino sólo en el proceso de la historia.

Las reformulaciones de que ha sido objeto la crítica de Marx a la ideología pueden clasificarse en dos grupos: por una parte su simplificación en el esquema infraestructura-superestructura; por la otra, en cambio, el cumplimiento de lo que Marx se proponía.

Marxismo vulgar Lo característico aquí es denunciar de antemano todo producto intelectual como instrumento de la lucha de clases y, por tanto, como mera superestructura ideológica, con lo cual se pierden de vista los aspectos históricos verdaderamente inherentes a las ideologías.

Recuperación de Marx (tras la Primera Guerra). El punto de vista es opuesto. Se concibe (como había hecho Marx) la labor teórica y sus resultados como elementos constitutivos del proceso social. Si el marxismo vulgar incriminaba cada pensamiento como mera ideología, ahora pasa a primer plano la actividad de los hombres en el proceso histórico. En contra la idea de que el movimiento social es determinado únicamente por el imperio de las fuerzas productivas y de las instituciones, se redescubre la importancia del factor subjetivo. El desarrollo económico no ejerce un determinismo absoluto, la conciencia de clase no es el resultado automático de la situación proletaria sino el resultado de la labor teórica y política. Los neomarxistas suponen un vuelco decisivo respecto a la conexión mecánica estructura-superestructura. La teoría de Marx no es la simple inversión de la dialéctica hegeliana sino una doctrina revolucionaria que aprecia precisamente en la conciencia el único

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prerrequisito posible para la transformación práctica de las condiciones de la vida social.

III

Comte. La doctrina de las ideologías inspirada en su filosofía positiva de ha tenido particular influencia en la sociología francesa. Comte pretende recurrir a las ciencias naturales, desterrar la imaginación de las ciencias sociales. Llevado del optimismo del progreso, de la Ilustración proclamó el final des estadio metafísico y el comienzo de uno nuevo, el positivismo. Lo característico de la ciencia positiva es que subordina la imaginación a la observación, se basa directamente en los hechos. Comte concibe el desarrollo del conocimiento en tres etapas en las que sitúa a quienes representan el conocimiento como a quienes ejercen el poder político: Teológica o ficticia, abstracta o metafísica (pensamiento metafísico y control político por los juristas) y positiva, la única que será capaz de establecer el orden social, regida por sociólogos e industriales.

Durkheim. Su sociología pretende realizar la ciencia social fundada en los hechos que esbozó Comte. Sin embargo, parte de una severa crítica a su antecesor, le reprocha que manejara conceptos e ideas en lugar de hechos. Durkheim plantea como concepto básico los hechos sociales. Considera como hechos sociales todos los contenidos representativos religiosos, morales y jurídico-políticos, son externos y coactivos sobre los individuos y resultado de la conciencia colectiva dominante en una sociedad determinada. Durkheim intentó derivar todas las categorías del pensamiento humano de la génesis de la conciencia colectiva de los grupos sociales . Aquí lo social no es resultado de la múltiple acción recíproca entre los individuos, es una instancia a priori, preordenada antes del comportamiento de los hombres. La sociedad aparece así como sujeto absoluto, frente al que los hombres están condenados de antemano a la impotencia.

IV

El problema de la ideología no se convierte en disciplina académica hasta la década de 1920 con la sociología alemana del conocimiento. Su iniciador fue Max Scheler (1894-1928). Scheler pretende una doctrina de fundamentos metafísicos acerca de las condiciones sociales que presiden el nacimiento y la difusión de determinadas cosmovisiones y teorías (en contra de la ley de los tres estadios de Comte y del esquema marxista de la estructura y la superestructura). Su sociología del conocimiento y de la cultura responde a un esfuerzo por asegurar la existencia de una esfera espiritual y de valores independiente de factores histórico sociológicos. No obstante, el intento de restaurar la creencia en la autonomía de lo espiritual respecto del ser social, fue seriamente cuestionado. Para la mayoría de los análisis sociológicos de la época había pasado a ser axioma la idea historicista de que todos los logros culturales de los hombres brotan de la situación dada en cada caso, y de que la verdad que aquellos poseen es la de una época determinada.

Se ha de concebir la sociología alemana del conocimiento, de acuerdo con su propósito íntimo y su sentido objetivo, como una forma última del pensamiento historicista, como el intento de superar el relativismo histórico mediante la comprobación de que él mismo está condicionado históricamente. Crítica de la ideología y sociología del conocimiento se diferencian, ante todo, porque el concepto

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de “ideología” empleado por ambos cobra, en cada una, significaciones radicalmente diversas.

En la tradición de la crítica de las ideologías, el concepto de ideología desempeña una función peyorativa, polémica.

En los esbozos de la sociología del conocimiento de Scheler y de Mannheim el concepto de ideología recibe un carácter neutral, indiferente a los valores . En especial, a la sociología del conocimiento le es totalmente ajena la tendencia inherente a la crítica de las ideologías a incluir, como objeto de reflexión, y respecto del origen de las formas de conciencia ideológicas, las condiciones históricas concretas, más allá del campo exclusivamente teórico.

Al igual que la doctrina de los ídolos de Bacon y la doctrina conservadora de las ideologías, Mannheim explica la proclividad a caer en las ideologías lisa y llanamente como un rasgo estructural –esencia- del pensamiento humano. Para Mannheim caer en la ideología significa que cualquier pensamiento de carácter histórico sociológico aparece como “ligado al ser”. En esta perspectiva la pretensión de verdad aparece como un espejismo, generado por la confusión entre visiones determinadas, posibles históricamente y la comprensión del curso total de la historia. Para Mannheim “el pensamiento humano está estructurado de forma que siempre y en todas partes tiene que postular como absoluto el ser y, correspondientemente, una determinada esfera”. En esta tendencia universal del pensamiento humano aprecia el objeto de investigación de la sociología del saber: aprehender conceptualmente, en cada caso, los núcleos de sistematización, es decir, aquellas unidades estructurales últimas, categoriales, de las que necesariamente participa todo individuo pensante dentro de un círculo de cultura. Inherentes a todo pensar son –según Mannheim- determinados presupuestos que con anterioridad a cualquier reflexión están implícitos en los propios elementos conceptuales. Los hombres parten de esas premisas como de algo evidente que no requiere fundamentación.

Ahora bien, la sociología del conocimiento debe proporcionar la base para poner al descubierto el carácter ilusorio de eso evidente. Según Mannheim estos presupuestos del pensar derivan de un determinado trasfondo metafísico, expresión de un modo deformado de vivir una base existencial que se transforma de continuo. Este trasfondo metafísico del que se nutre el pensar es una totalidad, una cosmovisión dinámica en la que se sintetizan aquellos postulados, categorías y elementos apriorísticos incuestionados, vivientes en un período cultural y valiosos en ese período. En esa totalidad reside también el “eje de articulación” oculto en el que es posible poner de relieve el parentesco íntimo entre formaciones espirituales y sociales de una época cultural.

La sociología del conocimiento atribuye a los intelectuales la capacidad de elevarse, poniendo entre paréntesis perspectivas e intereses particulares, hasta una posición que les permite entrever el sentido general de la historia. La intelligentsia liberada de intereses –que en virtud de su comprensión de la particularidad de todos los grupos, estamentos y clases que luchan entre sí, ha eliminado cualquier parcialidad de su aparato conceptual- debe lograr, meditante proyectos de síntesis cultural, aquello que no pudo obtener el desarrollo económico librado sólo a sus fuerzas: la adaptación de los hombres a la realidad social. (*Esta adaptación a la realidad

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social es algo así como la integración de todos los grupos con sus intereses en una visión general del conjunto, gracias a la visión elevada de los intelectuales?)

Desaparece aquí la raíz económica de la teoría de las ideologías de Marx: el fetichismo de la mercancía de forma que los “factores reales” y el “ser social” se convierten en hechos dados que apenas poseen una relación con elementos histórico sociales concretos. En consecuencia Mannheim, se propone separar los factores económicos del mundo de los conceptos sociológicos, a fin de “aprehender lo específicamente social”. La tendencia a extender la infraestructura o la “base” hasta una esfera natural (biológica o metafísica) es característica común a la sociología alemana.

La determinación del concepto de ideología dentro de la sociología mannheimiana del conocimiento se encuentra en conexión estrecha con la definición del pensamiento utópico. Rasgo común de ideologías y utopías es su incongruencia respecto del ser, esto es, el hecho de no acertar las relaciones sociales respectivas. Sin embargo, mientras que anticipaciones utópicas del futuro contienen cierta fuerza explosiva que empuja a la realización de la utopía; las ideologías carecen de un efecto transformador comparable. La principal función de la ideología consiste más bien ocultar las estructuras propias de un régimen social. Sin embargo, aun cuado sean irrealizables, las ideologías ejercen influencia sobre el actuar de los hombres: constituyen el motivo o un bien el factor desencadenante de un dispositivo de acción preexistente (creo que se puede decir de otra forma: las ideologías legitiman el régimen social y ejercen influencia sobre el comportamiento de los hombres de acuerdo con la visión ideal que predican). Si lo que distingue la ideología de la utopía es su posibilidad de realizarse en la historia, podemos considerar que la verdad es una función de la praxis social. Es el resultado mismo de la historia lo que determina acerca de lo verdadero y de lo falso, de lo adecuado y lo inadecuado con el ser social.

En resumen. Si abarcamos el despliegue del problema de las ideologías en sus etapas esenciales podemos discernir la siguiente línea de desarrollo:

Doctrina baconiana de los ídolos. La crítica de los extravíos subjetivos del conocimiento racional puro, parte de que es intrínseca a la razón la proclividad del pensamiento a caer en ideologías.

Psicología de los intereses y reducción de ideas a afectos. Las interpretaciones del fenómeno ideológico sobre la base de la psicología de los intereses –formuladas por los enciclopedistas-, así como la reducción universal de todas las representaciones e ideas a elementos afectivos aprehensibles científicamente (formulada por los ideólogos) constituyen desarrollos y reformulaciones consecuentes de esta primera etapa de la investigación de las ideologías.

La necesidad objetiva y socialmente condicionada del fenómeno de la ideología, es el tema de los análisis de la crítica de las ideologías en su forma clásica tal como se presenta en las obras de Hegel y de Marx.

La doctrina positivista de las ideologías de Pareto en el siglo XX se vuelve a un concepto subjetivo de ideología que culmina, una vez que la sociología del conocimiento hubo desconectado el problema de las ideologías de la sociedad, en el concepto de ideología total de Mannheim. Mientras que los pensadores de la Ilustración y también Marx afirman la posibilidad de que la razón alcance la verdad, la sociología del conocimiento pone en cuestión este supuesto. De este modo ligazón

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al ser y falta de objetividad del pensamiento pasan a ser idéntico. La posición que ocupan los individuos y las formas de conciencia correspondientes a esa posición son equiparadas por principio (no acabo de comprender este párrafo, más que la posición de Mannheim me parece que describe la interpretación que hace de la relación entre infraestructura/superestructura el marxismo clásico) Con este cambio de contexto, el concepto de ideología pasa de herramienta crítica a instrumento neutral de la investigación sociológica. La Ilustración y Marx creían en la superación futura de los antagonismos sociales, pero esta idea pasa a considerarse una ilusión. Esto explica por qué dentro de la sociología del conocimiento intelecto y fuerza, teoría y praxis social se consideran ámbitos separados por naturaleza. La estructura dualista de este pensamiento responde al hecho de que los individuos son dominados por entero y ciegamente por las leyes de la sociedad.

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LA IDEOLOGÍA DEL PODER Y EL PODER DE LA IDEOLOGÍAi

Göran Therborn

1. La formación ideológica de los sujetos humanos.

1.1. La dialéctica general de la ideología. La función de la ideología consiste básicamente en la constitución y modelación de la forma en que los seres humanos viven sus vidas como actores conscientes y reflexivos en un mundo estructurado y significativo. La ideología funciona como un discurso que se dirige a los seres humanos en cuanto sujetos (Althusser).

La formación de los seres humanos por parte de cualquier ideología, sea ésta conservadora o revolucionaria, represiva o emancipadora, comprende un proceso simultáneo de sometimiento y de cualificación. La libido amorfa y las múltiples posibilidades del niño están sujetas a un determinado orden que permite o favorece ciertos impulsos y capacidades, al tiempo que prohíbe o desfavorece otros. A la vez, a través de este mismo proceso, nuevos miembros obtienen su cualificación para asumir y realizar el repertorio de papeles dado en la sociedad en la que han nacido. La reproducción de cualquier organización social, ya sea una sociedad explotadora o un partido revolucionario, implica una correspondencia básica entre sometimiento y cualificación.

El proceso social de sometimiento y cualificación comprende tres modos fundamentales de interpelación ideológica. Las ideologías someten y cualifican a los sujetos diciéndoles, haciéndoles reconocer y relacionándolos con:

1. Lo que existe y, por lo tanto, con lo que no existe. Es decir, quiénes somos, qué es el mundo y cómo son la naturaleza, la sociedad, y los hombres. Adquirimos de esta forma un sentido de identidad y nos hacemos conscientes de lo que es verdadero y cierto. De esta forma estructuramos el mundo;

2. Lo que es bueno, correcto, justo, agradable, y todos sus contrarios. De esta forma se estructuran y normalizan nuestros deseos; y

3. Lo que es posible e imposible. Con ello se modelan nuestro sentido de la mutabilidad de nuestro ser-en-el-mundo y las consecuencias del cambio, y se configuran nuestras esperanzas, ambiciones y temores.

Estos tres modos de interpelación (que tienen significativas dimensiones temporales y espaciales) constituyen en conjunto la estructura elemental del proceso ideológico de sometimiento-cualificación, pero pueden tener un peso y una importancia distintos en cada discurso o estrategia discursiva. Desde el punto de vista de su funcionamiento en el cambio y en la conservación social, los tres modos de interpelación forman una cadena de significación.i Es un resumen de los tres primeros capítulos del libro. Es posible que no haga falta más pero no estoy seguro. Está elaborado de forma un tanto apresurada, siguiendo el libro a partir de unos apuntes anteriores. La revisión llega hasta casi el final del primer capítulo (está marcado con arrobas), el resto es tal cual el texto anterior.

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o Defensa. Se pueden establecer tres líneas suficientes: existen determinado rasgos (justicia) y no otros (opresión); si se debe admitir algún rasgo negativo se puede afirmar que lo que existe es justo (el pobre lo es porque se lo ha buscado) y, al final, se puede apelar a lo posible: se reconoce la injusticia pero no es posible un orden mejor.

o Cambio. De igual modo para comprometerse al cambio de algo hay que reconocer que existe; después, determinar si es bueno que exista y por, último, pensar si es posible el cambio.

1.2. El universo ideológico: las dimensiones de la subjetividad humana

La función de la ideología hace referencia a la constitución de la subjetividad humana; indagar la estructura del universo ideológico, por lo tanto, equivale a buscar las dimensiones de la subjetividad humana. En principio en el ser-en-el-mundo del hombre se pueden distinguir dos dimensiones (una hace referencia al ser, otra a en-el-mundo): el ser existencial (un individuo sexuado en un momento determinado de su vida, relacionado con otros humanos sexuados en distintos puntos de sus vidas) y el ser histórico: una persona que existe sólo en algunas sociedades humanas y en un determinado momento de la historia (chamán, recaudador de impuestos, futbolista, sexador de pollos). El ser “en-el-mundo” es, además, inclusivo (miembro de un mundo significativo) y posicional (ocupa un lugar en el mundo en relación con los demás, género, edad ocupación, etnia, etc.) Therborn distingue, por tanto, cuatro dimensiones: la dimensión existencial, la dimensión histórica, la dimensión inclusiva, y la dimensión posicional.

La tesis de Therborn es que estas cuatro dimensiones componen las formas fundamentales de la subjetividad humana y que constituyen la estructura del universo ideológico. Combinando las dimensiones del ser (existencial e histórica) y de “en-el-mundo) tenemos los cuatro tipos principales de ideologías.

a) Ideologías de tipo inclusivo-existencial. Este tipo de discurso ideológico proporciona significados relacionados con la pertenencia del mundo, esto es, el significado de la vida, del sufrimiento, de la muerte, del cosmos y del orden natural. Las formas más comunes de discurso que tratan estas cuestiones son las mitologías, las religiones y el discurso moral secular.

b) Ideologías de tipo inclusivo-histórico. A través de ellas los seres humanos se constituyen como miembros conscientes de unos mundos socio-históricos que son indefinidos tanto en número como en variedad. Como ejemplo, citamos la tribu, el pueblo, la etnia, el Estado, la nación, la Iglesia, etc. La teoría política burguesa suele apelar en estas entidades (apelan a los ciudadanos del Estado) en contraposición con la apelación posicional respecto al príncipe característica de los ideólogos feudales. La pertenencia a un mundo social no entra en competencia con la pertenencia a otros sino que coexiste en diferentes jerarquías de sometimiento y subordinación (ciudadano EE.UU, católico, hispano, miembro de la clase obrera, vecino de Harlem y de una determinada familia)

c) Ideologías de tipo posicional-existencial. Estas ideologías someten y cualifican a alguien para una determinada posición dentro del mundo al que pertenece. Las

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posiciones más significativas del mundo existencial son los perfilados por las distinciones Yo/Otros y masculino/ femenino, así como las etapas del ciclo vital.

d) Ideologías de tipo posicional-histórico. Las ideologías de este tipo integran a los miembros de una familia en una estructura de familias y linajes; a los habitantes de una determinada localidad en un modelo más amplio de geografía social, a los que gozan de un determinado status educativo, a los que ocupan una posición de poder político, etc.

Estas distinciones son de tipo analítico y no representan a las ideologías tal como las encontramos en el mundo, cada una puede incluir más de una de las cuatro dimensiones. Además hay que tener en cuenta que las ideologías posicionales se refieren a posiciones en un mundo amplio en el que muchos individuos no ocupan una sola posición. Finalmente hay que contar con la irreductible pluridiensionalidad de las ideologías que obliga a que se articulen con el resto.

1.3. Ego-ideologías y alter-ideologías. Es importante destacar que las ideologías posicionales tienen un carácter intrínsecamente dual. En el proceso de sometimiento cualificación que conlleva una determinada posición uno se hace consciente de la diferencia entre uno mismo y “los otros”. Así la ideología sexista-machista-chauvinista será una ego-ideología de la masculinidad y una alter-ideología de la femineidad. En la ideología histórico-posicional, la ideología de la burguesía en el poder será la ego-ideología de esa clase y la alter-ideología que domina a la clase obrera. Las ideologías inclusivas tienen también un componente de alteridad en las sociedades complejas, los otros son los “infieles”, los “paganos”, “los extranjeros”, etc. No ocurre lo mismo en la comunidad primitiva cuando el exterior es la nada.

2. El materialismo histórico de las ideologías

A pesar de que parece haberse relegado por el marxismo, la cuestión de la determinación material de la ideología es central para el materialismo histórico y debe ser abordada de forma explícita y directa. La tarea explicativa de una teoría materialista de las ideologías es doble: debe ocuparse de la generación y el cambio de las ideologías y de la configuración de las relaciones entre las ideologías dadas, relaciones que pueden ser de predominio interdependencia y subordinación.

2.1. La estructura de los sistemas ideológicos. Suponemos un sistema ideológico dado y consideremos su configuración. Formularemos primero dos proposiciones, generales, una histórica y otra material, acerca de su determinación.

Proposición uno: Las ideologías existen sólo en formas históricas, en grados históricos de importancia y modos históricos de articulación con otras ideologías. Esta afirmación fue muy polémica en los tiempos de los fundadores del materialismo histórico: iba en contra de las concepciones del derecho natural sostenidas por el individualismo burgués, con sus derechos individuales “naturales”, y en contra de las concepciones absolutistas de la religión como una verdad eterna y divina. (La individualidad, la masculinidad y la femineidad, la doctrina religiosa y la moral laica sólo existen en determinados modelos históricos y en articulación con ideologías de tipo histórico posicional e histórico inclusivo). Estos modelos están sujetos a cambio aunque la ideología de tipo existencial no lo esté. Así, por ejemplo, el funcionamiento del

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catolicismo a lo largo de los siglos y de los continentes, sólo puede ser analizado en términos de su articulación con las diferentes fuerzas sociales e ideológicas.

Proposición dos: Las ideologías funcionan en una matriz material de afirmaciones y sanciones, y dicha matriz determina sus interrelaciones. Todas las actividades humanas están dotadas de significado y todas las interpelaciones ideológicas tienen algún tipo de existencia material (sonidos, papel y tinta, movimientos corporales). La matriz material de cualquier ideología puede analizarse en base a su funcionamiento mediante afirmaciones y sanciones, de forma que las ideologías se hagan efectivas al ser relacionadas unas con otras. En una práctica de afirmación, si un sujeto actúa de acuerdo con los dictados del discurso ideológico, se produce el resultado previsto por la ideología; si el sujeto contraviene los dictados del discurso ideológico, entonces es sancionado (fracaso, desempleo, encarcelamiento, la muerte, etc.) El amor de los padres y el castigo forman otra parte importante del proceso de afirmación/sanción de las ideologías. Lo que es clave aquí es que todas las ideologías funcionan en el marco de su respectiva matriz de afirmaciones y sanciones. El poder de una ideología en relación con otras lo determinará la pertinencia de sus afirmaciones y sus sanciones. Aunque todas las ideologías cuentan también con mecanismos para explicar o justificar que no llegue la afirmación o la sanción anunciada.

Las religiones sobrenaturales presentan algunos problemas respecto a su matriz de afirmación-sanción. Es interesante el caso de la lluvia y la tormenta que salvaron a Marco Aurelio (página 30). El caso de las religiones ofrece alguna complejidad pero se puede afirmar –en general- que el destino de los discursos ideológicos viene determinado por su relación con dimensiones no discursivas de la realidad mundana.

Proposición tres: En las sociedades de clases, todas las ideologías existen en formas históricas de articulación con diferentes clases e ideologías de clase. Así, las formas de individualidad, masculinidad y religión, moralidad secular, situación étnica y geográfica, y nacionalismos, están relacionadas e influenciadas por los diferentes modos de existencia de clase y por las diferentes ideologías de clase a las que se encuentran vinculadas. Por ejemplo, de acuerdo con esta proposición, el machismo debería ser entendido –y en su caso combatido- en su relación con los diferentes modos de existencia, prácticas y discursos de clase. Pero no se sigue de ello que el machismo sea una ideología y una práctica de los miembros de una sola clase.

Proposición cuatro: En las sociedades de clases, la configuración de un conjunto dado de ideologías está sobredeterminada por las relaciones de fuerzas existentes entre las clases y por la lucha de clases. Esta es la proposición decisiva y más polémica del materialismo histórico en este contexto. La sobredeterminación de clase de una estructura ideológica significa que las diferentes clases seleccionan diferentes formas ideológicas que no son de clase y que esta elección las une –en cierta medida- a su suerte. El ejemplo, es la diferente prevalencia relativa del nacionalismo y del catolicismo en Francia y en Italia, ambas ideologías fueron las que “eligieron” sus respectivas burguesías. (Basta este ejemplo para un resumen muy apresurado pero es más complejo, página 34).

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2.2. La generación de las ideologías y el cambio material. Considerar que la base económica es el origen de la ideología es una respuesta simple e ingenua. Según la teoría marxista, el universo ideológico está predominantemente determinado por las clases, por las prácticas, experiencias, ideologías y poder de clase. A su vez, las clases son definidas en función de su posición dentro del modo de producción económica, cuya estructura y dinámica determinan las prácticas, experiencias, ideologías y poder de las distintas clases.

Therborn completa la visión de Marx estableciendo algunas proposiciones: a) La generación de las ideologías es siempre un proceso de cambio a partir de ideologías preexistentes; b) el cambio ideológico y la generación de las ideologías dependen siempre de un cambio material no ideológico; c) el cambio material más importante es producido por la dinámica social interna de las sociedades y de sus modos de producción; d) cada modo de producción requiere ideologías económicas de tipo posicional específicas y cada modo de producción explotador requiere ideologías de clase igualmente específicas; e) todo nuevo modo de producción generará nuevas ideologías económicas de tipo posicional; f)todas las sociedades humanas presentan tanto ideologías de tipo existencial-inclusivo e histórico-inclusivo como ideologías de tipo histórico posicional; g)las formas concretas de las ideologías de tipo existencial, histórico inclusivo e histórico-posicional que no son económicas no están directamente determinadas por el modo de producción, pero los cambios registrados en ellas están sobre dimensionados por éste; y h) nuevos modos de producción y nuevas clases generarán formas de ideologías existenciales, histórico inclusivas e histórico posicionales capaces de apoyar y de reforzar las nuevas ideologías de clase.

Se observa que la problemática tradicional base-superestructura ha sido aquí considerablemente reformulada. @@@@@@@@@@@@@@Página 36@@@@@

La formación ideológica no se inicia cuando un determinado conjunto de seres humanos se enfrenta a un particular entorno social y natural, sino con su descendencia y unas relaciones familiares determinadas en una sociedad determinada. Así, las ideologías se reproducirán casi totalmente en aquellas sociedades cuyas condiciones internas y relaciones con el entorno natural y con otras sociedades permanezcan exactamente iguales de una generación a otra. Una generación de padres siempre formará a sus hijos de acuerdo con su propia subjetividad, de manera que la generación más joven se enfrentará exactamente a las mismas afirmaciones y sanciones de las ideologías existentes en la generación de los padres. De donde se sigue que la generación de las ideologías tendrá que partir de los procesos de cambio operados en la estructura de una determinada sociedad y en sus relaciones con su entorno natural y con otras sociedades.

Cuando se desarrolla una contradicción entre las relaciones y las fuerzas de producción, no hay formación ideológica que pueda someter-cualificar adecuada y armónicamente a los nuevos sujetos económicos en el contradictorio orden económico. El sometimiento de la generación más joven puede cambiar en su forma o en su fuerza por alguna razón sin que cambien en la misma dirección las tareas para las que los nuevos miembros tienen que ser cualificados; o bien puede darse un cambio en las cualificaciones dadas sin que se dé paralelamente un cambio en las formas de sometimiento. Cuando dicha matriz cambia por el efecto de contradicciones u otros procesos de desarticulación, las ideologías cambian y otras nuevas comienzan a surgir y difundirse.

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3. La constitución ideológica de las clases.

El término “clases” designa diversas categorías de seres humanos que “ponen en práctica” o sirven como “portadores” de determinadas relaciones de producción y constituyen los sujetos de la lucha de clases. Como tales, tienen que ser sometidos y cualificados para sus papeles de clase, y este proceso de sometimiento-cualificación es específico de cada clase en concreto. Así, no podemos hablar de lucha de clases sin suponer una constitución ideológica de las clases mediante ideologías de clases específicas. Hay que remarcar que el concepto de ideología de clase no es sinónimo de la configuración ideológica que prevalece entre los miembros de una determinada clase en un determinado momento; esta última, además de la ideología de clase, contiene ideologías de tipo existencial-posicional e inclusivo-histórico, ideologías histórico-posicionales no de clase, etc. La determinación teórica de las ideologías de clase específicas conlleva la búsqueda del mínimo proceso de sometimiento-cualificación necesario para que una clase de seres humanos desempeñe sus papeles económicamente definidos.

3.1. Ego-ideologías de clase. Todas las ideologías de tipo posicional tienen un doble carácter, pues incluyen tanto una ego-ideología como una alter-ideología afín. Las ego-ideologías relacionan a un sujeto (en este caso una clase) con otro u otros sujetos. Las alter-ideologías de clase con las que constituyen a los sujetos de la lucha de clases y de la colaboración entre clases.1. El aristócrata feudal: tiene acceso a unos medios de producción en forma de tierras, de las que normalmente disfruta con derechos de propiedad familiares y que se asegura mediante proezas militares u otros servicios prestados a un señor supremo, herencias o matrimonios. Así, la riqueza, el belicismo y el valor son importantes para la estructuración de las concepciones ideológicas. Además, el señor feudal ocupa una posición al margen de la administración cotidiana de los medios de producción, que recae sobre sus campesinos bajo la supervisión de sus administradores no aristocráticos. Se trata de una relación no económica, sino jurídicopolítica, de unos derechos y poderes, una confianza, un compromiso y un linaje. En general, la producción feudal está orientada hacia la apropiación del excedente a través del consumo del señor. Su contrapartida ideológica es la educación para el consumo y el comportamiento elegantes.

2. Los campesinos feudales: se definen por su pertenencia colectiva a una tierra de la que no son propietarios, encontrándose subordinados a un señor como labradores de sus tierras. El sometimiento-cualificación para esta forma histórica de existencia social entraña una vinculación ideológica a la tierra y al pueblo en que se ha nacido, así como el aprendizaje de unas técnicas agrícolas tradicionales que cambian lentamente. También incluye una conciencia y una apreciación de los derechos y obligaciones: no se trata de bestias de carga, sino de los ocupantes del rango más bajo de una jerarquía de derechos y obligaciones legalmente definidos.3. La burguesía: el capitalista tiene acceso a unos medios de producción cuyo carácter intrínseco es irrelevante en tanto no se pueda hacer de ellos un uso rentable. Este acceso puede conseguirse por la posesión de recursos líquidos intercambiables en un mercado competitivo, por herencia o, de forma progresiva, por la pertenencia a una empresa. A todo esto corresponde una formación ideológica que subraya la creación de riqueza, la industria, la iniciativa, el riesgo pacífico, la competitividad, el logro individual y el dominio de la naturaleza. También se hace hincapié en el reconocimiento y la

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apreciación de la igualdad jurídica, de las recompensas desiguales para actuaciones competitivas desiguales, de las virtudes del trabajo mental práctico que genera riqueza. El objetivo de la producción capitalista es la acumulación de capital: la inversión en busca de una ganancia para volver a invertir en busca de más ganancia. Esto requiere un proceso ideológico de sometimiento-cualificación para el cálculo racional, la disciplina, la frugalidad y el esfuerzo continuo.4. La pequeña burguesía: el mundo pequeño burgués de los productores y comerciantes simples de mercancías es también un mundo de mercados y competencia. Pero en él no hay empleados ni apropiación de plustrabajo, y está económicamente orientado hacia el consumo familiar y no hacia la acumulación de capital. Se trata de una ideología en la cual el trabajo duro y la frugalidad determinan el acceso a los medios de producción; el componente igualitarista se hace más fuerte y más material; las consideraciones sobre la seguridad e independencia de la familia reciben prioridad sobre el cálculo racional de la ganancia.5. La clase obrera: está separada individual y colectivamente de los medios de producción por la falta de un capital adquirido o heredado. Esta clase lleva consigo tanto la libertad y la igualdad legales de todo sujeto de mercado que posee una fuerza de trabajo indiferenciada, como la subordinación de grupo que sufren de forma colectiva los trabajadores con relación al trabajo intelectual directivo encaminado a la acumulación de plusvalor. La formación ideológica de un obrero comprende una orientación hacia el trabajo manual, incluyendo la habilidad física, el aguante, la resistencia y la destreza. Se diferencian de los campesinos feudales en que se encuentran inherentemente expuestos a una formación ideológica política.

3.2. Alter-ideologías de clase

1. Alter-ideología aristocrática. Centrada en los siguientes puntos: nacimiento inferior ysuperior; linaje y descendencia; distinción entre los nacidos para gobernar (la aristocracia) y los nacidos para trabajar para ellos (los campesinos); servicios de rango inferior, tal como la producción, el trabajo y el comercio, y de rango superior, tal como la protección armada, el servicio militar y el arte de gobernar. Aunque esta alter-ideología no parecía ser cuestionada por el campesinado de manera activa, los campesinos no eran herramientas de trabajo impersonales, sino ocupantes de una posición jerárquica con algunos derechos y bastante obligaciones. La violación de los primeros y el aumento de las segundas trajo consigo concepciones de los derechos y las obligaciones “justos”. Alrededor de ellos giró la lucha feudal de clases.

2. Alter-ideología burguesa. Opuesta a las vías capitalistas de acceso a los medios de producción y a la orientación capitalista de la producción. Presenta nociones como la de menor racionalidad económica de toda empresa ajena al mercado, y falta de éxito en la consecución de posiciones de poder y riqueza debido a una actuación personal inferior. Al existir oportunidades legales iguales para todos, los trabajadores son los únicos que tienen la culpa de ser lo que son por no haber trabajado y ahorrado lo suficiente.

3. Alter-ideología proletaria. Parte de la compra-venta de fuerza de trabajo en el mercado. Los propietarios de la fuerza de trabajo se encuentran en una situación peculiar que les proporciona la base de su alter-ideología. Por un lado, son agentes individuales del mercado, son libres e iguales en relación a los compradores de fuerza de trabajo. Por otro, constituyen también una clase independiente de agentes del mercado que sólo tienen una mercancía muy especial con la que comerciar: su fuerza de

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trabajo. Parece inherente a esta situación una resistencia a la total conversión de la fuerza de trabajo en mercancía. Su fuerza se deriva de su gran superioridad numérica frente a los capitalistas; así, un aspecto central de la ideología proletaria es la solidaridad, contrapuesta al individualismo competitivo. Los sindicatos son las instituciones más características y universales de la clase obrera. Además, la situación dual trabajo-mercado tiende a generar una conciencia de clase, en el sentido de un reconocimiento de la diferenciación económica y del conflicto entre las clases, por contraposición a unos sujetos de mercado legalmente libres e iguales. Este reconocimiento conlleva a una tendencia a la acción política de clase. Los partidos de la clase obrera son también un fenómeno casi universal en las sociedades capitalistas desarrolladas.

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