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INFORME PARA LA VISTA — ASUNTO C-369/90 INFORME PARA LA VISTA presentado en el asunto C-369/90 * I. Hechos y procedimiento 1. Marco jurídico A tenor del apartado 9 del artículo 9 del Código Civil español, «A los efectos de este capítulo, respecto de las situaciones de doble nacionalidad previs- tas en las leyes españolas se estará a lo que determinen los tratados internacionales, y, si nada estableciesen, será preferida la nacio- nalidad coincidente con la última residencia habitual y, en su defecto, la última adqui- rida. Prevalecerá en todo caso la nacionalidad es- pañola del que ostente además otra no pre- vista en nuestras leyes o en los tratados in- ternacionales. Si ostentare dos o más nacio- nalidades y ninguna de ellas fuera la espa- ñola se estará a lo que establece el apartado siguiente.» Según el apartado 10 del mismo artículo, «Se considerará como ley personal de los que carecieren de nacionalidad o la tuvieren indeterminada, la ley del lugar de su resi- dencia habitual.» 2. El litigio principal El Sr. Mario Vicente Micheletti, nacido en Rosario (Argentina) el 19 de julio de 1935, de profesión odontólogo, tiene la nacionali- dad argentina de origen y simultáneamente la nacionalidad italiana, adquirida «de acuerdo con la Ley n° 555 sobre la Ciuda- danía Italiana, del 13 de junio de 1912», se- gún oficio del Consulado General de Italia en Rosario. Con arreglo a un certificado ex- pedido por el Consulado General de Italia en Madrid, «está inscrito en el Registro de Nacionales de este Consulado General bajo el número 362/90 desde el día 6 de marzo de 1989». El día 3 de marzo de 1989 el Sr. Micheletti solicitó a la Administración Española una tarjeta provisional de residente comunitario, presentando pasaporte italiano en vigor, ex- pedido en Rosario (Argentina) el 29 de di- ciembre de 1988. Le fue concedida dicha tarjeta el 23 de marzo de 1989 con una vali- dez de seis meses, al amparo de lo dispuesto en el Real Decreto 1099/1986, de 26 de mayo, sobre entrada, permanencia y trabajo de ciudadanos de los Estados miembros de la CEE. Antes de que expirara la validez de su tar- jeta, el Sr. Micheletti solicitó de la Adminis- tración española la concesión de dicha tar- jeta, ya definitiva, para establecerse por cuenta propia («Tarjeta de residente comu- nitario con trabajo por cuenta propia») como odontólogo con título reconocido por el Ministerio de Educación y Ciencia espa- * Lengua de procedimiento: español. I - 4240

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INFORME PARA LA VISTA — ASUNTO C-369/90

I N F O R M E P A R A LA VISTA

presentado en el asunto C-369/90 *

I. Hechos y procedimiento

1. Marco jurídico

A tenor del apartado 9 del artículo 9 del Código Civil español,

«A los efectos de este capítulo, respecto de las situaciones de doble nacionalidad previs­tas en las leyes españolas se estará a lo que determinen los tratados internacionales, y, si nada estableciesen, será preferida la nacio­nalidad coincidente con la última residencia habitual y, en su defecto, la última adqui­rida.

Prevalecerá en todo caso la nacionalidad es­pañola del que ostente además otra no pre­vista en nuestras leyes o en los tratados in­ternacionales. Si ostentare dos o más nacio­nalidades y ninguna de ellas fuera la espa­ñola se estará a lo que establece el apartado siguiente.»

Según el apartado 10 del mismo artículo,

«Se considerará como ley personal de los que carecieren de nacionalidad o la tuvieren indeterminada, la ley del lugar de su resi­dencia habitual.»

2. El litigio principal

El Sr. Mario Vicente Micheletti, nacido en Rosario (Argentina) el 19 de julio de 1935, de profesión odontólogo, tiene la nacionali­dad argentina de origen y simultáneamente la nacionalidad italiana, adquirida «de acuerdo con la Ley n° 555 sobre la Ciuda­danía Italiana, del 13 de junio de 1912», se­gún oficio del Consulado General de Italia en Rosario. Con arreglo a un certificado ex­pedido por el Consulado General de Italia en Madrid, «está inscrito en el Registro de Nacionales de este Consulado General bajo el número 362/90 desde el día 6 de marzo de 1989».

El día 3 de marzo de 1989 el Sr. Micheletti solicitó a la Administración Española una tarjeta provisional de residente comunitario, presentando pasaporte italiano en vigor, ex­pedido en Rosario (Argentina) el 29 de di­ciembre de 1988. Le fue concedida dicha tarjeta el 23 de marzo de 1989 con una vali­dez de seis meses, al amparo de lo dispuesto en el Real Decreto 1099/1986, de 26 de mayo, sobre entrada, permanencia y trabajo de ciudadanos de los Estados miembros de la CEE.

Antes de que expirara la validez de su tar­jeta, el Sr. Micheletti solicitó de la Adminis­tración española la concesión de dicha tar­jeta, ya definitiva, para establecerse por cuenta propia («Tarjeta de residente comu­nitario con trabajo por cuenta propia») como odontólogo con título reconocido por el Ministerio de Educación y Ciencia espa-

* Lengua de procedimiento: español.

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ñol. La Delegación del Gobierno en Canta­bria denegó la solicitud el 2 de marzo de 1990.

El recurso administrativo contra esta deci­sión fue denegado por acuerdo de 18 de abril de 1990. El Sr. Micheletti presentó en­tonces un recurso ante el Tribunal que plan­teó la cuestión prejudicial, en el que preten­día la declaración de nulidad del acuerdo de la Administración, el reconocimiento de su derecho a obtener la Tarjeta de residente comunitario para ejercer un trabajo por cuenta propia y la concesión de Tarjetas de residentes para sus familiares, como acceso­rias a la principal en debate.

Según resulta del auto de remisión, el mo­tivo explícito de la denegación estriba en que, ante supuestos de doble nacionalidad, el artículo 9 del Código Civil español se in­clina por la correspondiente a la residencia habitual del interesado antes de venir a Es­paña, es decir, en el presente caso, la nacio­nalidad argentina. Esta fue, por lo demás, la nacionalidad esgrimida por el Sr. Micheletti al solicitar del Ministerio de Educación y Ciencia español la homologación de su tí­tulo académico de odontólogo obtenido en Argentina, que le fue concedida el 13 de enero de 1989. Para la Administración espa­ñola, pues, el Sr. Micheletti, en calidad de argentino, no tendría derecho a que se le aplicaran las normas referentes a los ciuda­danos de Estados miembros de la CEE.

El Sr. Micheletti, por su parte, estima que debe considerársele ciudadano comunitario de nacionalidad italiana a todos los efectos. Eso es lo que resulta, en su opinión, tanto de los documentos consulares citados como de los certificados de 3 de noviembre de

1989 y de 17 de abril de 1990, expedidos por el Comune di Ponti sul Mincio, provin­cia de Mantua (Italia), acreditativos de que reside en dicho municipio.

El órgano jurisdiccional remitente precisa además que el litigio plantea, singularmente, una cuestión de Derecho y otra de valora­ción de pruebas. La primera consiste en la interpretación y aplicación al caso de autos de los apartados 9, infine, y 10 del artículo 9 del Código Civil español. La segunda su­pondría determinar si la residencia habitual (o, según qué criterios, la última residencia o la residencia efectiva) del interesado es Argentina o Italia. El órgano jurisdiccional que plantea la cuestión considera que él mismo deberá apreciar incidentalmente si el recurrente puede o no beneficiarse de las li­bertades reconocidas por el Tratado en ma­teria de establecimiento, habida cuenta de las peculiaridades de Derecho Transitorio recogidas en el Acta de Adhesión del Reino de España. Habrá de examinar asimismo si el propio ordenamiento jurídico interno (singularmente el Real Decreto 1099/1986, de 26 de mayo, sobre entrada, permanencia y trabajo de ciudadanos de Estados miem­bros de las Comunidades Europeas) anticipa en este caso la efectividad de las disposicio­nes comunitarias.

El Tribunal remitente subraya que tiene se­rias dudas sobre la compatibilidad con los principios de Derecho comunitario de que se trata de la solución derivada de adoptar una de las dos opciones que se le presentan (la más previsible una vez afirmada la apli-cabilidad de las normas españolas que incor­poran los preceptos relativos a la libertad de circulación y establecimiento comunitarios). En concreto, ¿está legitimado el Reino de España para «ignorar» la condición de ciu­dadano comunitario del interesado, deri­vada de su nacionalidad italiana, por el mero hecho de que este último tenga simul-

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táneamente la nacionalidad argentina y de que Argentina haya sido con anterioridad su país de residencia habitual?

El órgano jurisdiccional nacional recuerda, por una parte, que la tesis predominante en Derecho Internacional tiende a dar preva­lência al principio de efectividad en los ca­sos de doble nacionalidad (véase, a este res­pecto, la sentencia del Tribunal Internacio­nal de Justicia, de 6 de abril de 1955, Not­tebohm, Rec. p. 4, y el Dictamen del Tribu­nal Permanente de Arbitraje, de 3 de mayo de 1912, Canevaro, así como el Convenio de La Haya, de 12 de abril de 1930, sobre determinadas cuestiones relativas a los con­flictos de leyes sobre nacionalidad). En este contexto, resulta casi irrelevante que seme­jante principio haya sido sustituido en el Código Civil español por otra conexión sub­sidiaria, cual es la relativa a la residencia ha­bitual. Por otra parte, la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas viene afirmando que corresponde a los Estados miembros, de conformidad con su Derecho interno, definir los perfiles jurídicos de la adquisición de la propia na­cionalidad. Ahora bien, es justamente este reenvío a la legislación interna el que suscita la cuestión en juego. En efecto, si bien, de un lado, la República de Italia es soberana para determinar los requisitos de adquisi­ción de la nacionalidad italiana, el Reino de España, de otro, no es menos soberano para regular ante sí las situaciones de doble na­cionalidad de Estados terceros que se le pre­senten.

El órgano jurisdiccional remitente subraya que las sentencias de este Tribunal de Justi­cia, de 7 de febrero de 1979, Auer I (136/78, Rec. p. 437) y de 22 de septiembre de 1983, Auer II (271/82, Rec. p. 2727), han sentado el principio general de que nin­guna disposición del Tratado, en el ámbito de aplicación del mismo, permite tratar de modo distinto a los nacionales de un Estado

miembro según la época o el modo en que adquirieron la nacionalidad de este Estado, siempre que, cuando invocan las disposicio­nes comunitarias, posean la nacionalidad de un Estado miembro. Este principio, que se sentó en un caso en el que la cuestión plan­teada se refería a la adquisición de naciona­lidad por naturalización, ¿resulta también aplicable a un caso como el de autos?

En virtud de lo expuesto, el Tribunal Super­ior de Justicia de Cantabria decidió suspen­der el procedimiento y plantear a este Tri­bunal de Justicia la cuestión prejudicial si­guiente :

«¿Pueden interpretarse los artículos 3c), 7, 52, 53 y 56 del Tratado CEE, así como la Directiva 73/148/CEE y disposiciones con­cordantes del Derecho derivado acerca de la libertad de circulación y establecimiento de personas, en el sentido de que son compati­bles y permiten, por tanto, aplicar una legis­lación interna que no reconozca los "dere­chos comunitarios" inherentes a la condi­ción de nacional de otro Estado miembro de la CEE sólo por el hecho de que tal persona ostente simultáneamente la nacionalidad de un país tercero y haya sido éste el lugar de su residencia habitual, de su última residen­cia o de su residencia efectiva?»

3. Procedimiento ante el Tribunal de Justicia

El auto del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria se registró en la Secretaría del Tribunal de Justicia el 14 de diciembre de 1990.

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Conforme al artículo 20 del Protocolo sobre el Estatuto del Tribunal de Justicia de la CEE presentaron observaciones escritas el 22 de marzo de 1991, la Comisión de las Comunidades Europeas, representada por los Sres. Etienne Lasnet, Consejero Jurídico, y Daniel Calleja, miembro de su Servicio Jurídico, en calidad de Agentes; el 26 de marzo de 1991, el Sr. Mario Vicente Mi-cheletti, representado por la Sra. María del Carmen Simón-Altuna Moreno, Procura­dora de los Tribunales, y el Sr. Miguel Trueba Arguiñarena, Abogado de Canta­bria; el 2 de abril de 1991, el Gobierno espa­ñol, representado por los Sres. Carlos Basta-rreche Sagúes, Director General de Coordi­nación Jurídica e Institucional Comunitaria, y Antonio Hierro Hernández-Mora, abo­gado del Estado, miembro del Servicio Jurí­dico del Estado ante el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, en calidad de Agentes, y el 4 de abril de 1991, el Go­bierno italiano, representado por el Profesor Luigi Ferrari Bravo, Jefe del servizio del contenzioso diplomatico del ministero degli Affari esteri, en calidad de Agente, asistido por el Sr. Giorgio Ferri, Avvocato dello Stato.

Visto el informe del Juez Ponente y oído el Abogado General, el Tribunal de Justicia decidió iniciar la fase oral sin previo recibi­miento a prueba.

II. Resumen de las observaciones escritas presentadas ante el Tribunal de Justicia

El Sr. Micheletti, demandante en el litigio principal, precisa, con carácter preliminar, que sólo antes de venir a España tenía su residencia habitual en Argentina, que cuando solicitó la homologación de su Tí­tulo de Odontología aún no había adquirido

la nacionalidad italiana, que la homologa­ción le fue concedida, en el marco del Con­venio Hispano-Argentino, sin tener en cuenta su nacionalidad, sino únicamente que el título de referencia se había adquirido en uno de los Estados contratantes y, final­mente, que se ha acreditado suficientemente que desde ahora tiene su residencia perma­nente y continuada en Italia.

El Sr. Micheletti observa a continuación que es cada Estado miembro quien decide, en sus respectivas leyes internas y con plena li­bertad, qué personas físicas son nacionales de dicho Estado, a condición de no perjudi­car de este modo los objetivos de las Comu­nidades Europeas. Así las cosas, la Repú­blica de Italia lo reconoce como subdito ita­liano (en virtud del ius sanguinis), le ha ex­pedido en consecuencia documento de iden­tidad y pasaporte italiano y lo ha inscrito en los Registros Civiles italianos.

El demandante en el litigio principal re­cuerda en este contexto que el artículo 1 de la Directiva 73/148/CEÉ del Consejo, de 21 de mayo de 1973, relativa a la supresión de las restricciones al desplazamiento y a la estancia, dentro de la Comunidad, de los nacionales de los Estados miembros en ma­teria de establecimiento y de prestación de servicios (DO L 172, p. 14; EE 06/01, p. 132) establece: «Los Estados miembros suprimirán, en las condiciones previstas por la presente Directiva, las restricciones al desplazamiento y a la estancia: a) de los na­cionales de un Estado miembro que se hayan establecido o quieran establecerse en otro Estado miembro con objeto de ejercer en él una actividad por cuenta propia o que quieran llevar a cabo en el mismo una pres­tación de servicios; [...] c) del cónyuge y de

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los hijos menores de 21 años de dichos na­cionales, sea cual fuere su nacionalidad; [...]». A tenor de los apartados 2 y 3 del ar­tículo 2 de la Directiva,

«2. Los Estados miembros expedirán o re­novarán a sus nacionales, con arreglo a su legislación, una tarjeta de identidad o un pasaporte que indique en particular su na­cionalidad. 3. El pasaporte habrá de ser vá­lido por lo menos para todos los Estados miembros [...]»

Según el Sr. Micheletti, estas disposiciones —puestas en relación con el apartado 4 del artículo 3 de la Directiva 64/221/CEE del Consejo, de 25 de febrero de 1964, para la coordinación de las medidas especiales para los extranjeros en materia de desplaza­miento y de residencia, justificadas por ra­zones de orden público, seguridad y salud pública (DO 1964, 56, p. 850; EE 05/01, p. 36), que dispone que «el Estado que haya expedido el documento de identidad aco­gerá al titular de este documento en su te­rritorio sin formalidad alguna, incluso si el documento está caducado o aunque pueda ponerse en duda la nacionalidad del titu­lar»— quieren decir que él es italiano, y por ello comunitario, y que por lo tanto no puede aplicársele ninguna discriminación por razón de su nacionalidad (artículo 7 del Tratado CEE).

El demandante en el litigio principal añade que de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia en materia de libre circulación re­sulta que un Estado miembro no puede apli­car normas nacionales incompatibles con el Derecho comunitario. Esto significa que, en un caso como el que se plantea en el litigio principal, por lo que se refiere a la aplica­ción del artículo 9 del Código Civil español, el interesado tiene la facultad de considerar una u otra nacionalidad.

El Sr. Micheletti sostiene en conclusión que, desde la entrada en vigor del Tratado de Adhesión, España está sometida al Derecho

comunitario, y no puede excluirse la aplica­ción de sus normas en un caso como el que es objeto del litigio principal.

La parte demandante solicita, pues, al Tri­bunal de Justicia que: «[...] informe la in­compatibilidad de aplicación de normas de derecho interno de un país miembro que no reconozcan los derechos comunitarios inhe­rentes a la condición de nacional de un Es­tado miembro, cual es Italia, sólo por el he­cho de que el interesado Sr. Mario Vicente Micheletti ostente simultáneamente la na­cionalidad de un país tercero, Argentina, y haya sido éste el lugar de su residencia habi­tual, antes de venir por vez primera a Es­paña (pues ahora acredita tener su residen­cia legal en Italia)».

El Gobierno italiano señala, con carácter preliminar, que entre las disposiciones co­munitarias mencionadas en la cuestión pre­judicial tiene una importancia decisiva el ar­tículo 52 del Tratado CEE, disposición di­rectamente aplicable en todo el territorio de la Comunidad. Corresponde pues al Juez nacional, que conoce de un litigio relativo al ejercicio del derecho de establecimiento pre­visto en el artículo 52 citado, comprobar la existencia efectiva de tal derecho aplicando íntegra y exclusivamente las normas del or­denamiento jurídico comunitario, ya que es en este ordenamiento donde la pretensión formulada por el demandante en el litigio principal tiene su plena y autosuficiente base legal.

El Gobierno italiano sostiene a este respecto que la libertad de establecimiento sólo puede aplicarse a las personas que tienen la nacionalidad de un Estado miembro distinto de aquel en que se ejerce este derecho.

Ahora bien, en opinión del Gobierno ita­liano la atribución de la nacionalidad de un Estado miembro constituye una prerrogativa exclusiva del Estado interesado.

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Por tanto, cuando el artículo 52 del Tratado CEE señala como requisito constitutivo del derecho de establecimiento la posesión de la nacionalidad de un Estado miembro, hace una remisión a la Ley interna del Estado cuya nacionalidad se alega como base del derecho, sin que las disposiciones del Estado miembro de acogida tengan la menor im­portancia a este respecto.

La conclusión expuesta es, a su entender, igualmente válida en caso de doble naciona­lidad del interesado (de un lado, nacionali­dad de un Estado miembro diferente del Es­tado de acogida, y de otro, nacionalidad de un Estado tercero).

El Gobierno italiano señala en este contexto que el Derecho internacional, aun recono­ciendo la prerrogativa soberana del Estado de conceder y regular su propia nacionali­dad, prevé, sin embargo, un límite jurídico a dicha prerrogativa, constituido por el princi­pio de efectividad, que permite limitar la obligación correlativa de otro Estado de re­conocer dicha nacionalidad como efectiva y operante. Como ha recordado el Juez del li­tigio principal, de la jurisprudencia del Tri­bunal Internacional de Justicia y del Tribu­nal Permanente de Arbitraje resulta que, en caso de doble nacionalidad, un Estado ter­cero tiene derecho a recurrir al principio de efectividad con el fin de conceder un valor prioritario a una nacionalidad respecto a la otra.

Según el Gobierno italiano, en el presente asunto se trata de ver cómo esta norma de Derecho internacional puede operar en el ámbito del ordenamiento jurídico comunita­rio cuando es preciso velar por que los dere­chos individuales resultantes de una norma comunitaria, como el artículo 52 citado, sean plenamente garantizados en todo el te­

rritorio de la Comunidad, gracias a la de­bida observancia por parte de los Estados miembros que se encuentran en la situación de Estado de acogida.

El Gobierno italiano alega a este respecto que, de la propia estructura y fundamentos de la Comunidad, se deduce que la facultad de un Estado de dar primacía a una de las nacionalidades que ostenta el interesado no puede ser ejercida de manera independiente por los diferentes Estados miembros.

En efecto, el principio de efectividad puede tener aplicaciones distintas en lo que res­pecta a la misma situación, a causa de la va­riedad de parámetros que cabe utilizar.

De ello resulta, según el Gobierno italiano, que la norma comunitaria que establece como elemento determinante para la aplica­ción de los derechos instituidos por ella la nacionalidad de un Estado miembro, perde­ría su característica esencial de ser una norma única y uniformemente aplicable en todo el territorio de la Comunidad. La libre circulación de personas y servicios, en lugar de ser una garantía incondicionalmente con­cedida por el Tratado, quedaría supeditada a la variable evolución de las relaciones bila­terales entre los Estados miembros.

El Gobierno italiano considera, por tanto, que los principios fundamentales del Tra­tado CEE y la finalidad del artículo 52 de dicho Tratado exigen que se atribuya nece­sariamente al Derecho comunitario la for­mulación de la norma a la que deben ate­nerse los Estados miembros en los casos de doble nacionalidad de una persona que rei­vindica la aplicación del derecho de estable­cimiento.

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El Gobierno italiano sostiene en este con­texto que, si la nacionalidad del Estado miembro se basa en un vínculo serio y real con el mismo Estado, la Comunidad no puede dejar de reconocer la validez y la im­portancia predominante de dicho vínculo como factor de atracción de la persona a la zona de influencia comunitaria, prescin­diendo de una valoración comparativa de las dos nacionalidades concurrentes. En tal caso, debe volver a adquirir fuerza incondi­cional la norma ordinaria según la cual el ordenamiento jurídico comunitario, a efec­tos del reconocimiento de los derechos con­feridos por el artículo 52 del Tratado (u otras normas similares), hace suyo el reco­nocimiento de la nacionalidad concedida por el Estado miembro.

El Gobierno italiano subraya a continua­ción, pasando a consideraciones más especí­ficas por lo que respecta a la situación que es objeto del litigio principal, que según la Ley italiana n° 555, de 13 de junio de 1912, sobre la nacionalidad italiana, ésta se ad­quiere por nacimiento con base en el ius sanguinis. En el caso de autos, parece que la nacionalidad italiana que invoca el Sr. Mi-cheletti en virtud de una certificación expe­dida por el Consulado General de Italia en Rosario se adquirió por nacimiento. Según el acuerdo sobre nacionalidad celebrado en­tre Italia y Argentina que entró en vigor en Italia mediante la Ley n° 152, de 18 de mayo de 1973 (GURI 152 de 14.6.1973), está prevista la suspensión del ejercicio de los derechos inherentes a la nacionalidad italiana adquirida por nacimiento sólo en el caso de que el ciudadano italiano adquiera posteriormente la nacionalidad argentina.

Basándose en estos elementos debe dedu­cirse, a juicio del Gobierno italiano, que la nacionalidad italiana alegada por el deman­

dante es una nacionalidad plenamente efec­tiva según la ley italiana (aun cuando coe­xista con ella la nacionalidad argentina) y adquirida a título originario sobre la base de un vínculo con el Estado de que se trata (ius sanguinis), generalmente reconocido en el ámbito internacional.

El Gobierno italiano considera que procede por tanto admitir que la nacionalidad ita­liana del Sr. Micheletti basta para asegurarle el ejercicio del derecho de establecimiento en el territorio comunitario, sin que pueda supeditarse dicho ejercicio a ulteriores re­quisitos (como el de la residencia habitual) exigidos por la legislación del Estado de acogida.

El Gobierno español señala, con carácter previo, que el procedimiento previsto en el artículo 177 del Tratado CEE no es el idó­neo para que el Tribunal de Justicia se pro­nuncie sobre la compatibilidad de una legis­lación interna con el Derecho comunitario para resolver, ante una eventual respuesta negativa, si debe dejarse inaplicada la nor­mativa interna en beneficio del Derecho co­munitario (véase, a este respecto, la senten­cia de 5 de febrero de 1963, Van Gend en Loos, 26/62, Rec. p. 3).

Por lo tanto, a su juicio, la cuestión plan­teada podría haber sido del tenor siguiente: ¿Debe interpretarse el artículo 52 del Tra­tado CEE en el sentido de que un Estado miembro «A» no puede denegar a un ciuda­dano que, en virtud de un convenio de do­ble nacionalidad, ostente la nacionalidad de un Estado miembro «B» y de un tercer país donde ha residido antes de desplazarse al Estado miembro «A», el permiso de residen­cia definitiva que necesita para establecerse por cuenta propia en este último?

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El Gobierno español subraya, todavía con carácter previo, que el litigio pendiente de solución ante el órgano jurisdiccional que plantea la cuestión ha de dilucidarse estric­tamente con arreglo a preceptos de Derecho interno español y que no exige en absoluto que el Tribunal de Justicia realice una inter­pretación sobre el alcance y el sentido del artículo 52 del Tratado CEE en el marco del Derecho comunitario ni, mucho menos, que se pronuncie sobre la compatibilidad de dicha disposición con la legislación espa­ñola. Según él, esta disposición se incorporó al ordenamiento jurídico español por la vía de los artículos 93 y 96 de la Constitución y por el Real Decreto 1099/1986, norma re­glamentaria no sustantiva conforme con el Derecho comunitario.

En opinión del Gobierno español, en el pre­sente asunto no se plantea un problema de conflicto de leyes, que son los que pretende resolver el Código Civil español. La ley apli­cable es el artículo 52 del Tratado CEE y el Real Decreto 1099/1986, citado, en la me­dida en que establece las formalidades ad­ministrativas que puede exigir el Reino de España para hacer efectiva aquella libertad en favor de los nacionales comunitarios. La cuestión a decidir surge de un conflicto de nacionalidades y se ciñe por tanto a saber si el titular de la doble nacionalidad está facul­tado para acogerse a una u otra nacionali­dad, según convenga a sus intereses, o si en una determinada relación jurídica (en el liti­gio principal, la correspondiente al derecho a la obtención de la tarjeta definitiva de re­sidente comunitario en España) debe preva­lecer una nacionalidad.

A este respecto el Gobierno español señala que la doctrina tradicional en Derecho in­

ternacional configuró la nacionalidad como un vínculo único. Así, el Instituto de Dere­cho Internacional, en su reunión de Cam­bridge del año 1895, estableció el principio de que nadie podía tener simultáneamente dos nacionalidades (véase, en el mismo sen­tido el artículo 1 del Convenio sobre la re­ducción de los casos de pluralidad de nacio­nalidades que se concluyó en el marco del Consejo de Europa el 6 de mayo de 1963 y que fue ratificado por todos los Estados miembros, excepción hecha de Grecia, Por­tugal y Bélgica).

El Gobierno español añade que ciertamente el Derecho internacional admite en nuestros días el principio de la doble nacionalidad como medio para reforzar los lazos entre determinadas naciones con raíces comunes o vínculos históricos. Ello no significa, sin em­bargo, que el titular de una doble nacionali­dad pueda acogerse a una u otra a su simple arbitrio.

El Gobierno español alega a este respecto que la doctrina más autorizada entiende que nadie puede ser al mismo tiempo titular de derechos y deberes civiles, fiscales, políticos, militares, etc., frente a dos Estados. A su juicio existe, por tanto, una nacionalidad dominante que es la única que tiene plena eficacia, crea la vinculación política y debe estimarse como ley personal que define el estatuto personal del sujeto. Refrendan esta tesis, en su opinión, el Convenio de La Haya, de 12 de abril de 1930, sobre la na­cionalidad, la sentencia del Tribunal Inter­nacional de Justicia en el caso Nottebohm, de 6 de abril de 1955, y el Dictamen del Tribunal Permanente de Arbitraje en el caso Canevaro.

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El Gobierno español sostiene que la nacio­nalidad dominante debe ser la del Estado en el que el interesado haya establecido su do­micilio o residencia habitual. La otra nacio­nalidad facilita el traslado y el estableci­miento de la persona en el segundo país, en cuyo caso se transforma en nacionalidad dominante, quedando en suspenso los dere­chos de la nacionalidad antes prevalente.

El Gobierno español considera que en los supuestos en que el titular de la noble na­cionalidad se traslada a un tercer Estado es un criterio semejante el que inspira la deter­minación de su nacionalidad efectiva. En efecto, en tales supuestos se entenderá por domicilio, a los efectos de determinar la de­pendencia política y la legislación aplicable, el último que hubiera tenido el particular en el territorio de una de las partes firmantes del Convenio de doble nacionalidad.

En otros términos, a juicio del Gobierno es­pañol, existe un principio general de Dere­cho Internacional según el cual los titulares de una doble nacionalidad no pueden que­dar simultáneamente sometidos a las legisla­ciones de dos Estados, debiendo predominar para regular sus relaciones jurídicas la ley de su lugar de establecimiento o de su do­micilio. En el supuesto de que una de esas personas ejerza sus derechos en un tercer Estado, la legislación aplicable quedará de­terminada por el último domicilio que hu­biera tenido en el territorio de uno de los Estados cuya nacionalidad ostenta.

El Gobierno español sostiene que la inciden­cia de la normativa comunitaria es muy re­ducida y lateral en materia de nacionalidad.

Primero, la ciudadanía comunitaria es aún hoy un ambicioso proyecto. Además, el ar­tículo 7 del Tratado CEE, en cuanto pro­hibe «toda discriminación por razón de la nacionalidad», no es un sino una disposición que se proyecta en el ámbito de la extranje­ría. Por último, las normas comunitarias, entre ellas las reguladoras de la libertad de establecimiento, se refieren a los «nacionales de un Estado miembro», pero dejan a éste la determinación de esa nacionalidad.

El Gobierno español considera que, para determinar si en el presente asunto el intere­sado puede tener derecho a la Tarjeta defi­nitiva de residente comunitario, será preciso comprobar si efectivamente ostentaba la na­cionalidad italiana en el momento en que pretendió beneficiarse de la libertad de esta­blecimiento que el artículo 52 del Tratado CEE consagra con efecto directo en favor de los nacionales de todos los Estados miembros (sentencia de 21 de junio de 1974, Reyners, 2/74, Rec. p. 631).

A este respecto, el Gobierno español señala que la legislación italiana que ampara la do­ble nacionalidad del Sr. Micheletti aparece constituida por el Convenio de doble nacio­nalidad celebrado entre las Repúblicas Ita­liana y Argentina (en lo sucesivo, «el Con­venio»).

El Gobierno español subraya que, conforme al apartado 1 del artículo 1 del Convenio, los nacionales italianos y argentinos por na­cimiento podrán adquirir respectivamente la nacionalidad argentina e italiana, en las condiciones y en la forma prevista en la le­gislación en vigor en cada una de las Partes

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contratantes, conservando su nacionalidad anterior con suspensión del ejercicio de los derechos inherentes a esta última. Según el apartado 2 del mismo artículo, en ningún caso podrán aplicarse las legislaciones de los dos países contratantes al mismo tiempo.

El Gobierno español añade que, según el ar­tículo 4 del Convenio, el cambio de residen­cia de cualquiera de las personas acogidas al mismo implicará automáticamente el renaci­miento de todos los derechos y deberes in­herentes a su nacionalidad anterior. Si una de esas personas se trasladara al territorio de un tercer Estado, se considerará como residencia, en su opinión, a los efectos de determinar la nacionalidad y la legislación aplicable, la última que hubiere tenido en el territorio de una de las Partes contratantes.

Habida cuenta de las consideraciones prece­dentes, el Gobierno español sostiene que conforme al Convenio, que —como se de­duce de su artículo 5— es ley especial res­pecto de la Ley italiana n° 555, de 13 de junio de 1912, sobre la nacionalidad ita­liana, el Sr. Micheletti debe ser considerado en España como ciudadano argentino, ya que su domicilio habitual antes de su venida a España estaba en Argentina.

La circunstancia de que el interesado haya presentado posteriormente certificaciones para acreditar que es un ciudadano italiano que reside actualmente en el norte de Italia no puede, en su opinión, desvirtuar la na­cionalidad argentina de éste en el momento en que invocó el derecho objeto del litigio.

En efecto, con arreglo a la jurisprudencia del Tribunal de Justicia (véase, en particu­

lar, la sentencia de 7 de febrero de 1979, Auer I, 136/78, Rec. p. 437), para benefi­ciarse de la aplicación de las disposiciones del Derecho comunitario es preciso, a juicio del Gobierno español, ademas de reunir las condiciones de aplicación de la regla que se invoque (en este caso, el artículo 52 del Tratado), poseer efectivamente la nacionali­dad de uno de los Estados miembros exacta­mente en el momento en que se invoque la aplicación de las disposiciones de Derecho comunitario. Ahora bien, de acuerdo con la legislación italiana, el Sr. Micheletti no era ciudadano italiano en la fecha en que soli­citó la concesión de la tarjeta definitiva de residente comunitario, en la medida en que, por una parte, la nacionalidad italiana es­taba latente (véase el artículo 1 del Conve­nio) y, por otra parte, prevalecía su nacio­nalidad argentina (véase el artículo 4 del Convenio). Por lo tanto, no era posible apli­car en su beneficio las disposiciones del ar­tículo 52 del Tratado CEE ni, consiguiente­mente, las disposiciones del Real Decreto 1099/1986 citado.

En conclusión, el Gobierno español propone la siguiente respuesta a la cuestión prejudi­cial:

«El artículo 52 TCEE debe interpretarse en el sentido de que no impide a un Estado miembro A denegar el derecho de estableci­miento invocado por un ciudadano que, al amparo de un Acuerdo de doble nacionali­dad, tiene la de un Estado miembro B y la de otro tercer Estado, si conforme a la le­gislación del Estado miembro B no osten­taba efectivamente dicha nacionalidad en el momento en que invocó aquel derecho ante las Autoridades del Estado miembro A.»

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Según la Comisión, el problema fundamen­tal que se le plantea al órgano jurisdiccional nacional es si cuando en virtud de su Dere­cho interno, un Estado miembro no reco­noce eficacia jurídica a la condición de na­cional atribuida por otro Estado miembro a una persona, el primer Estado vulnera las reglas generales del Derecho comunitario en relación a dicha libertad.

Más concretamente, tal como lo ha formu­lado el Tribunal que plantea la cuestión, ¿está legitimado un Estado miembro para «ignorar» jurídicamente la nacionalidad de un subdito de otro Estado miembro, sólo por el hecho de que la residencia habitual de dicha persona sea o haya sido la corres­pondiente a un país tercero, cuya doble na­cionalidad asimismo ostenta? ¿Puede en tal hipótesis, excluir a dicho subdito de un Es­tado miembro de la CEE de los derechos y libertades que los Tratados y el Derecho de­rivado le reconocen?

A juicio de la Comisión, procede examinar con carácter previo el alcance y significado de la nacionalidad a los efectos del recono­cimiento de los derechos y libertades que se consagran en el Tratado CEE.

La Comisión subraya que la condición de «nacional de un Estado miembro» resulta determinante para ser titular y poder ejercer las libertades que reconoce el Derecho co­munitario. No obstante, ante la inexistencia de una normativa comunitaria sobre la ma­teria, cada Estado miembro determina y de­fine libremente cómo se adquiere y cómo se pierde la nacionalidad, regulando igual­mente las situaciones de doble nacionalidad.

La Comisión recuerda a este respecto que, habida cuenta de la complejidad de la mate­ria y de la gran trascendencia que reviste esta cuestión, algunos Estados miembros, como por ejemplo la República Federal de Alemania, hicieron constar en acta en el momento de la firma de los Tratados comu­nitarios, declaraciones tendentes a precisar qué personas debían considerarse nacionales a efectos de la aplicación de los Tratados.

En opinión de la Comisión, para poder be­neficiarse de las disposiciones comunitarias, resulta indispensable que se posea la nacio­nalidad de un Estado miembro en el mo­mento en que se invocan los derechos con­sagrados en ellas.

La Comisión observa a continuación que de la jurisprudencia del Tribunal de Justicia se pueden obtener algunas indicaciones útiles para la solución de este asunto. Así, en la sentencia de 7 de febrero de 1979, Auer I (136/78, Rec. p. 437), en respuesta a la cuestión de si era relevante, a efectos de aplicación del artículo 52 del Tratado CEE, que el interesado —originariamente de na­cionalidad austríaca— hubiera adquirido la nacionalidad francesa con posterioridad a la obtención de su titulación en otro Estado miembro, el Tribunal de Justicia declaró:

«[...] ninguna disposición del Tratado, en el ámbito de aplicación del mismo, permite tratar de modo distinto a los nacionales de un Estado miembro según la época o el modo en que adquirieron la nacionalidad de este Estado, siempre que cuando invocan las disposiciones comunitarias, posean la nacio­nalidad de un Estado miembro y, por lo de­más, reúnan los demás requisitos para la aplicación de la norma que alegan» (traduc­ción provisional);

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y:

«por consiguiente, para apreciar los dere­chos de un nacional de un Estado miembro [...] es indiferente la fecha en que aquél ad­quirió la condición de nacional de un Es­tado miembro, si la posee en la época en que alega las disposiciones de Derecho co­munitario cuya aplicación va unida a la con­dición de nacional de un Estado miembro» (traducción provisional).

Por otra parte, en su sentencia de 19 de enero de 1988, Gullung (292/86, Rec. p. 111), el Tribunal de Justicia tuvo que pronunciarse sobre el problema específico de la doble nacionalidad. En dicho asunto se discutía si una persona que ostentaba la nacionalidad de dos Estados miembros y a la que se había permitido ejercer la profe­sión de abogado en uno de los Estados po­día alegar el Derecho comunitario para ejer­cer tal profesión en el otro Estado miembro.

El Tribunal de Justicia respondió afirmativa­mente a esta cuestión, subrayando:

«[...] No se verían plenamente realizadas la libre circulación de personas, la libertad de establecimiento y la libre prestación de ser­vicios, fundamentales en el sistema de la Comunidad, si un Estado miembro pudiera denegar que se beneficiaran de las disposi­ciones del Derecho comunitario aquellos nacionales que, establecidos en otro Estado miembro, cuya nacionalidad también po­seen, utilizan las facilidades ofrecidas por el Derecho comunitario para ejercer, en terri­torio del primer Estado, sus actividades bajo la forma de prestación de servicios.»

La Comisión considera que a la luz de la jurisprudencia citada resulta evidente que, independientemente del momento, modali­dad o circunstancias de la adquisición de la nacionalidad italiana por parte del Sr. Mi-cheletti, si este último ostenta la nacionali­dad italiana en el momento en que pretende ejercer un derecho que le confiere directa­mente el Tratado CEE, debe considerársele «nacional de otro Estado miembro», y en consecuencia ciudadano comunitario y be­neficiario por tanto de los derechos que le confiere el Derecho comunitario (en el pre­sente asunto, el artículo 52 del Tratado), siempre que reúna las demás condiciones necesarias para su aplicación.

La Comisión recalca en este punto que re­sulta paradójico que la Administración espa­ñola considerase al interesado ciudadano comunitario concediéndole la Tarjeta provi­sional de residente comunitario y sin em­bargo le deniegue la Tarjeta definitiva de residente comunitario por considerarle ar­gentino.

La Comisión precisa que corresponde evi­dentemente al órgano jurisdiccional nacio­nal el comprobar por los medios a su al­cance que el interesado ostenta efectiva­mente la nacionalidad de otro Estado miem­bro y se halla en una situación reconocida por el Derecho comunitario.

A su juicio, las circunstancias de que dicha persona sea nacional además de un Estado tercero, de que haya adquirido la nacionali­dad comunitaria con posterioridad a la de dicho Estado tercero o de que esta última nacionalidad deba prevalecer según su De­recho nacional por haber residido esta per-

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sona anteriormente o en último lugar en di­cho Estado tercero, no pueden modificar la conclusión de que un nacional de un Estado miembro que reúna las condiciones previstas por el Derecho comunitario tiene derecho a desplazarse y establecerse en otro Estado miembro.

La Comisión añade que, análogamente, se­ría igualmente contrario al Derecho comu­nitario que un Estado miembro pretendiera impedir a un nacional de su propio Estado el que se estableciera en el mismo por los motivos antes citados (véase, a este respecto, la sentencia de 7 de febrero de 1979, Knoors, 115/78, Rec. p. 399).

La Comisión considera en definitiva que si los Estados miembros pudieran ignorar la condición de nacional de otro Estado miem­bro, no se verían plenamente realizadas las libertades comunitarias y se atentaría contra los propios fundamentos de la Comunidad. En efecto, en tal caso los Estados miembros podrían introducir restricciones o limitacio­

nes injustificadas a las disposiciones del Tra­tado, minando así su eficacia.

La Comisión propone por tanto que se res­ponda a la cuestión prejudicial de este modo:

«El artículo 52 del Tratado CEE se opone a que un Estado miembro no reconozca la condición de nacional de otro Estado miem­bro e impida el ejercicio del derecho de es­tablecimiento a una persona que reúne las condiciones previstas por el Derecho comu­nitario, por el mero hecho de que dicha per­sona ostente simultáneamente la nacionali­dad de un país tercero y haya sido éste el lugar de su residencia habitual, de su última residencia o de su residencia efectiva.»

J. C. Moitinho de Almeida Juez Ponente

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