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6—(366) REVISTA DE EDUCACIÓN festones como la del sacerdote, la del médico y la del profesor. Su esencia es la comunicación humana per- sonal. Pero esta comunicación exige un conocimiento mutuo. Por eso, para el profesor, el alumno no pue- de ser un nombre o un número en una lista, sino una persona muy singularmente definida. Las clases mul- titudinarias son enemigas de este conocimiento y co- municación; por eso son esencialmente malas, desde un punto de vista educativo. De aquí la necesidad de un profesorado suficiente. El problema es, hoy, más agudo en la Universidad que en los centros de ense- ñanza media. En éstos, aun dentro del número de alumnos permitidos en cada clase, y que supone los desdoblamientos necesarios de los muy numerosos, un conocimiento personal de los alumnos tarda en lo- grarse; requiere casi todo el primer curso que un profesor los tiene, y el estudio caracteriológico pue- de anticipárselo. Aunque el carácter de los niños está sólo en vía de formación, algunos rasgos esenciales pueden captarse pronto. El conocimiento del alumno puede ser empírico. La experiencia del profesor, que tenga vocación de tal, le hace interesarse por sus alumnos, no como fi- chas, sino como personas, y de aquí se sigue el co- nocerlos. Algunos profesores tienen especiales dotes intuitivas para lograr esto; pero en general se da en todos. Pueden presentarse, sin embargo, algunos casos di- ficiles y para resolverlos se puede recurrir a los es- tudios caracteriológicos. Aun en los casos comunes y de apariencia fácil, el conocimiento del psicotipo del alumno, confirma, matiza o rectifica la idea que el profesor se ha formado de él. No se trata aquí ya de las dotes intelectuales, sino de algo más profundo: de la estructura básica de la personalidad, cuyo conocimiento es necesario para la acción educativa bien dirigida y para la orientación vocacional del alumno en su día. Pero tratar este asunto en particular, aunque sea brevemente, requiere un estudio especial, que ya he realizado en esta misma revista (ver REVISTA DE EDU- CACIÓN, núm. 55, págs. 37-43) y al cual me remito. Verán allí que el profesor debe conocer, además del modo de ser de sus alumnos, el suyo propio, pues sólo este doble conocimiento permite realizar la co- municación en la verdad que toda enseñanza exige. Los estudios caracteriológicos requeridos deben formar parte de la preparación psicopedagógica del profesorado que indiscutiblemente se impone. CONCLUSIONES. Las consideraciones hechas pueden resumirse en los puntos siguientes: 1. 9 La situación actual de los estudios medios, en el Bachillerato, y el número creciente de alumnos, que posiblemente continuará subiendo, exigen una adecuación del profesorado, de los locales y de los procedimientos y medios didácticos, como los que ya se han iniciado en el nuevo plan. 2. 9 El examen de ingreso debe ser cuidadosamen- te atendido y realizado, para evitar, en lo posible, un salto demasiado brusco de la primera enseñanza a la media. La posible aplicación de tests colectivos que- da sujeta a caución, dado el carácter medio del es- pañol, y sometida al dictamen de los psicólogos espe- cializados en estas materias y a los resultados que las experiencias realizables arrojen. 3. 9 El nuevo plan del Bachillerato ofrece una lau- dable reducción en el número de disciplinas por cur- so, unos cuestionarios en general adecuados al nivel mental de los alumnos y unos programas, en ocasio- nes demasiado extensos, y que, si no hay razones ab- solutamente determinantes para mantener, pudieran ser suprimidos. 4. 9 Una ordenación de clases y estudios que, creo, debe mirarse como un ensayo, modificándole o man- teniéndole según los resultados de la experiencia, mas siempre teniendo en cuenta las posibilidades rea- les de horas y estudios y también la adecuación del profesorado actual y la preparación del futuro para implantar el orden que se desea como mejor. 5. 9 Una necesaria formación psicopedagógica del futuro profesorado, que debe conocer la psicología del niño y del adolescente, sus rasgos caracterioló- gicos, su nivel mental medio y el modo de aplicar prácticamente estos conocimientos en una adecuada metodología, según las características de cada cur- so y disciplina cursada. EUGENIO FRUTOS. Variedades universitarias Nos quejamos frecuentemente de nuestros políti- cos sin tener en cuenta que en bastantes ocasiones lo que hacen o es una simple consecuencia de lo que muchos de nosotros mismos queremos o es el resul- tado de nuestra pasividad, de nuestro silencio y de nuestra falta de colaboración. En cualquier caso y hasta cierto punto se puede decir que somos los propios cuidadanos los que de una manera u otra "hacemos" en buena parte a los dirigentes. Por eso el que esto escribe no acostumbra a balancearse en el comodín de presuntas culpas del mando, que ge- neralmente no son otras cosas que expresión de nues- tras debilidades e imperfecciones. Hemos vivido bas- tantes años cerca del poder central y sabemos bien de sus dificultades para actuar en medio de intere- ses muy contrapuestos y de empeños parciales que obligan a estar siempre a la defensiva. Sus natura- les tendencias al servicio de la convivencia común y sus lógicos deseos de acertar se hallan en todo mo- mento interferidos confusamente por los mismos subordinados. Pero, ¿estamos los del estado llano en mejores y más libres condiciones para pensar en alta o en baja voz y aun de actuar en lo posible sólo atentos al bien general ? Nosotros confesamos noblemente que no nos he- mos podido liberar de lastres perturbadores del pro- pio pensamiento hasta que ha llegado el instante de poder vivir "más allá del bien y del mal". Pero no

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festones como la del sacerdote, la del médico y la delprofesor. Su esencia es la comunicación humana per-

sonal.Pero esta comunicación exige un conocimiento

mutuo. Por eso, para el profesor, el alumno no pue-de ser un nombre o un número en una lista, sino unapersona muy singularmente definida. Las clases mul-titudinarias son enemigas de este conocimiento y co-municación; por eso son esencialmente malas, desdeun punto de vista educativo. De aquí la necesidad deun profesorado suficiente. El problema es, hoy, másagudo en la Universidad que en los centros de ense-ñanza media. En éstos, aun dentro del número dealumnos permitidos en cada clase, y que supone losdesdoblamientos necesarios de los muy numerosos,un conocimiento personal de los alumnos tarda en lo-grarse; requiere casi todo el primer curso que unprofesor los tiene, y el estudio caracteriológico pue-

de anticipárselo. Aunque el carácter de los niños estásólo en vía de formación, algunos rasgos esencialespueden captarse pronto.

El conocimiento del alumno puede ser empírico.La experiencia del profesor, que tenga vocación detal, le hace interesarse por sus alumnos, no como fi-chas, sino como personas, y de aquí se sigue el co-nocerlos. Algunos profesores tienen especiales dotesintuitivas para lograr esto; pero en general se da entodos.

Pueden presentarse, sin embargo, algunos casos di-ficiles y para resolverlos se puede recurrir a los es-tudios caracteriológicos. Aun en los casos comunesy de apariencia fácil, el conocimiento del psicotipodel alumno, confirma, matiza o rectifica la idea queel profesor se ha formado de él.

No se trata aquí ya de las dotes intelectuales,sino de algo más profundo: de la estructura básicade la personalidad, cuyo conocimiento es necesariopara la acción educativa bien dirigida y para laorientación vocacional del alumno en su día.

Pero tratar este asunto en particular, aunque seabrevemente, requiere un estudio especial, que ya herealizado en esta misma revista (ver REVISTA DE EDU-CACIÓN, núm. 55, págs. 37-43) y al cual me remito.Verán allí que el profesor debe conocer, además delmodo de ser de sus alumnos, el suyo propio, puessólo este doble conocimiento permite realizar la co-

municación en la verdad que toda enseñanza exige.Los estudios caracteriológicos requeridos deben

formar parte de la preparación psicopedagógica del

profesorado que indiscutiblemente se impone.

CONCLUSIONES.

Las consideraciones hechas pueden resumirse enlos puntos siguientes:

1. 9 La situación actual de los estudios medios, enel Bachillerato, y el número creciente de alumnos,que posiblemente continuará subiendo, exigen unaadecuación del profesorado, de los locales y de losprocedimientos y medios didácticos, como los que yase han iniciado en el nuevo plan.

2. 9 El examen de ingreso debe ser cuidadosamen-te atendido y realizado, para evitar, en lo posible, unsalto demasiado brusco de la primera enseñanza a lamedia. La posible aplicación de tests colectivos que-da sujeta a caución, dado el carácter medio del es-pañol, y sometida al dictamen de los psicólogos espe-cializados en estas materias y a los resultados quelas experiencias realizables arrojen.

3.9 El nuevo plan del Bachillerato ofrece una lau-dable reducción en el número de disciplinas por cur-so, unos cuestionarios en general adecuados al nivelmental de los alumnos y unos programas, en ocasio-nes demasiado extensos, y que, si no hay razones ab-solutamente determinantes para mantener, pudieranser suprimidos.

4.9 Una ordenación de clases y estudios que, creo,debe mirarse como un ensayo, modificándole o man-teniéndole según los resultados de la experiencia,mas siempre teniendo en cuenta las posibilidades rea-les de horas y estudios y también la adecuación delprofesorado actual y la preparación del futuro paraimplantar el orden que se desea como mejor.

5. 9 Una necesaria formación psicopedagógica delfuturo profesorado, que debe conocer la psicologíadel niño y del adolescente, sus rasgos caracterioló-gicos, su nivel mental medio y el modo de aplicarprácticamente estos conocimientos en una adecuadametodología, según las características de cada cur-so y disciplina cursada.

EUGENIO FRUTOS.

Variedades universitariasNos quejamos frecuentemente de nuestros políti-

cos sin tener en cuenta que en bastantes ocasioneslo que hacen o es una simple consecuencia de lo quemuchos de nosotros mismos queremos o es el resul-tado de nuestra pasividad, de nuestro silencio y denuestra falta de colaboración. En cualquier caso yhasta cierto punto se puede decir que somos lospropios cuidadanos los que de una manera u otra"hacemos" en buena parte a los dirigentes. Por esoel que esto escribe no acostumbra a balancearse enel comodín de presuntas culpas del mando, que ge-neralmente no son otras cosas que expresión de nues-tras debilidades e imperfecciones. Hemos vivido bas-

tantes años cerca del poder central y sabemos biende sus dificultades para actuar en medio de intere-ses muy contrapuestos y de empeños parciales queobligan a estar siempre a la defensiva. Sus natura-les tendencias al servicio de la convivencia común ysus lógicos deseos de acertar se hallan en todo mo-mento interferidos confusamente por los mismossubordinados.

Pero, ¿estamos los del estado llano en mejores ymás libres condiciones para pensar en alta o en bajavoz y aun de actuar en lo posible sólo atentos albien general ?

Nosotros confesamos noblemente que no nos he-mos podido liberar de lastres perturbadores del pro-pio pensamiento hasta que ha llegado el instante depoder vivir "más allá del bien y del mal". Pero no

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VARIEDADES UNIVERSITARIAS

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somos muchos los que llegamos a ese punto de sen-timos libres de nosotros mismos. Son más, muchosmás, los que, quizá con mayor esplendidez de espí-ritu, no logran nunca alcanzar ese atractivo estadode libertad psicológica propia porque aun consegui-do el momento de carecer de problemas suyos sehacen cargo, muy gustosos, de los deseos ajenos conlas pretensiones que sean. Sus juicios, naturalmen-te, serán dudosos con muy pocas excepciones.

Como el nuestro no parece que pueda serio por-que nada nos apasiona ya, aunque admitamos la po-sibilidad de errar, queremos y debemos enunciar al-tunos pareceres sobre temas varios importantes, sinpensar, sin desear pensar, más que en lo posible yen lo conveniente para todos o siquiera para los más,partiendo, por una parte, de la base poco optimistade que los hombres estamos muy lejos de la perfec-ción angélica, y, por otra, del manoseado principiode que lo mejor es y será siempre el mayor enemigode lo bueno.

PLANES, CREACIÓN DE CÁTEDRAS Y ACUMULACIONES.

Lo peor que nos ocurre a las personas es sentir-nos con salud precaria o mala y conformarnos conella sin pensar que es posible ponernos buenos deltodo o, al menos, mejoramos considerablemente. Yeso es lo que nos pasa con los planes, con la crea-ción de cátedras, con las acumulaciones y con otrascosas que nos preocupan. Por un lado nos estamoshabituando indebidamente, lustro tras lustro, con to-lerancia primero y con resignación durmiente des-pués, a situaciones poco explicables; y por otro, con-templamos en la mayor pasividad la existencia debastantes universitarios que se hallan a gusto en elseno de algunas imperfecciones gruesas que, de unamanera o de otra, pidieron, ilustraron o adoptaron,incluso con buena fe.

Las tres cosas enunciadas se encuentran en rela-ción intima sobre una base inicial común inadmisi-ble que nos lleva inconteniblemente a manifestaresto: parece llegada la hora de prescindir de nues-tros caprichos y de nuestras conveniencias para de-jar en paz, desde puntos de vista personales más omenos disimulados, a los que mandan, a fin de quese decidan a proclamar de una vez y como tónicageneral (ya hemos asistido a ciertos actos recientesde admirable valor) que las personas son para elservicio y no el servicio para las personas. Lo queno exige abandonar el interés de éstas; pero si post-ponerlo al interés común rompiendo un círculo ce-rrado en el que estamos asfixiándonos desde hacemucho tiempo, ora como autores o cómplices, oracomo víctimas.

Los planes de la licenciatura deben alejarse radi-calmente de fantasías y preciosismos en cuanto asus líneas fundamentales; deben ser sencillos en sí,y fáciles de someter, llegada la hora de la verdad, alas exigencias de espacio y tiempo. Las licenciatu-ras no son más que periodos principales de forma-ción básica para una utilización profesional; y cual-quier lujo en ramificaciones demasiado circunscri-tas y poco trascendentes a ese campo debe ser abo-

lido sin contemplaciones. Es después, siempre des-pués, cuando el ámbito de la especialidad puede apa-recer con rumbo a las técnicas particularizadas deinmediata aplicación o a las ciencias puras y a losaltos estudios.

A muchos nos parece que la mejor orientación ha-bría de llevarnos a planes rígidos en los mínimos,muy mínimos, que se estimasen básicos y esencia-les; adornados, dentro de ciertos límites, con ense-ñanzas complementarias, tampoco demasiado restri-gidas, pero de carácter voluntario y circunstancial encuanto a personas y posibilidades reales, dentro ofuera de la Facultad propia. Naturalmente las ac-tuales disciplinas de las educaciones física, políticay religiosa, deben quedar ya sin reserva alguna comodisciplinas de carácter voluntario. Las licenciaturas,aun en carreras de gran utilidad social, habrían deser no excesivamente largas; más cortas aún ten-drían que resultar las correspondientes a estudios depuro sentido cultural salvo posibles cambios de rutaen ellos.

Nuevas exigencias o nuevas presiones nos van con-duciendo inevitablemente hacia una integración deese período formativo básico y esencial con otro pe-ríodo postescolar que abre las ya inmediatas puertasde las profesiones. La creación de Escuelas de prác-tica forense, de preparación judicial, de adecuacióndiplomática, de sanidad, de química y física indus-trial.., dentro o fuera de la Universidad, más bienfuera, señalan unos caminos difíciles de torcer. Ypara atraernos esa formación de los postgraduados,no es la prolongación y la complejidad artificiosa delos planes básicos el mejor remedio; es su mejoraíntima fundamental, su simplificación eficiente, y elofrecimiento posterior de buenos y útiles márgenesde eficacia y de libertad en materias y modos, loque podría producir el resultado querido.

No cabe aceptar criterios contrarios tendentes alenriquecimiento continuo de los cuadros de estudiobajo pretexto de que en un solo curso de Derechoadministrativo o de Historia media de España ode Patología general o de Física teórica, p. ej., re-sulta imposible dar o exponer toda la materia. ¡Na-turalmente! Pero la cosa no se arregla con dos otres cursos más o con brillantes y sonoras particio-nes queriendo recorrer por la menuda y de un mododescriptivo todos los campos de cada disciplina. DelDerecho civil se podrían profesar cuatro, seis o máscursos o desplazar tres o cinco o más disciplinas;lo que se puede suponer en todos los casos. Sin em-bargo, nuestra misión preparatoria de una profesiónno puede ni debe ser de reseña total y meticulosa.Los libros extensos se escriben para algo. A nues-tro cometido sólo incumbe, y ¡ya está bien!, la ave-riguación y trasmisión de las líneas generales sobreestructuras y funcionamientos primarios y los méto-dos de estudio y de interpretación con ejemplos máso menos abundantes de minuciosidad doctrinal y apli-cado, según mande o consienta el tiempo. Ahora bien :lo que ocurre es que extraer la esencia del sucedery verterla en grandes principios y en invisibles pa-rentescos y relaciones para construir, en consecuen-cia, y exponer debidamente, p. ej., las directrices yfactores determinantes de los tiempos españoles me-

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dievales o las leyes capitales de la fenomenología fí-sica, o los cuadros y tendencias seriadas de lo pa-tológico humano con sus múltiples correlaciones, esmuy trabajoso y requiere un enorme dominio de laHistoria, de la Física general o de la Patología. Peronosotros tenemos que aspirar siempre a lo más difí-cil para que resulte precisamente fácil y convenienteal educando.

Con los criterios que vamos siguiendo, y si Diosno lo remedia a través de los mandos temporales,pronto fragmentaremos hasta el infinito los cuerposfundamentales de las disciplinas más naturalmenteunitarias y mejor constituidas, convirtiendo cada planen una policromada colección de fuegos artificiales.todos obligatorios, propios mejor de bondadosos eilusionados inocentones y de nuevos ricos que depersonas amantes de un realismo sensato y eficaz.

Tal tendencia está, desgraciadamente, muy bienservida con el liberalísimo y arbitrario régimen deacumuladas, y con el de creación incondicionada decátedras, por falta de normas precautelares.

La creación de nuevas cátedras (cosa que no hade confundirse con el desdoble de las existentes)fué durante mucho tiempo asunto sujeto a restriccio-nes sistemáticas; y las acumulaciones nacieron hacebastantes lustros con pretensiones, también recor-tadas, para satisfacer necesidades docentes, quizáreales, dentro del menor gasto posible. Pero una yotra cosa, ya ahora el pan nuestro de cada día, haniciado una carrera galopante tras de la que (o antela que) se han llegado a hacer con los planes ver-daderas locuras; con unos más que con otros. No que-remos insistir en un tema molesto y "molestador";pero sí querríamos que cada cual se hiciera esta pre-gunta: si las acumuladas no tuvieran un régimentan pródigo, y si la creación de cátedras nuevas noestuviera tan a la orden de la facilidad, z, serían real-mente los planes como son ? También nos gustaríaque pensáramos con serenidad en lo que ocurre enlas Universidades de los países más civilizados yprácticos. El profesor de especialidad no resulta ini-cialmente creado en casi ningún sitio de buen modelosalvo excepciones contadas que se justifican por simismas; es una resultante de la función de profesardisciplinas de gran amplitud; y aun es corriente quemuchos grandes maestros, bien conocidos, hayan re-corrido con éxito rincones científicos muy minucio-sos y muy diferentes de un extenso círculo culturalque han creído necesario enseñar y conocer.

En el mundo exterior paradigmático las asigna-turas fundamentales y obligatorias son pocas y deancho campo. A ellas se agregan, dentro de limitesde tiempo y materia, otras que constituyen catálogospara libre y razonable elección, sólo relativamentecondicionada, hasta completar cierto discreto núme-ro de horas y esfuerzos que en conjunto, sólo enconjunto, constituyen también mínimos exigibles paraalcanzar el grado. Pero aquí llevamos todos y cadauno en nuestro interior o un estanco o una capillaexenta o... un Torquemada, por cierto, bastante des-figurado hacia lo peor.

Por lo demás, el régimen de acumulaciones ha con-ducido a una situación- inadmisible que debe ser re-visada con toda urgencia, y mejor aún, sustituidapor un estudiado horario de trabajo. Profesores cuya

legal obligación mínima se reduce a un par de horasde clase con varias acumuladas que retribuyen lasrestantes de su carga, contrastan, poco justamente,con otros que, sin ellas, sirven cinco o seis horas se-manales preceptivamente. Casos de número excesi-vo de acumulaciones y extensiones de cátedra no sonnada raros, con anomalías interiores bastante gran-des muy previsibles. Y la exageración de que unasola persona pueda servir dos otros o más hora dia-rias de clase doctrinal (siquiera teóricamente) sepuede exhibir de vez en cuando en toda su indefen-dible desnudez; nos gustaría saber lo que piensande todo esto quienes tienen no más de una hora dia-ria de cátedra bien servida y llevada como Diosmanda y con todo lo que supone una función profe-soral en forma. Pero nadie ignora el secreto del asun-to que responde ciertamente a una justificación, muyestimable por desgracia; y no de carácter técnico.No sé por qué vamos a seguir engañándonos.

La creación de cátedras nuevas debe ser restrin-gida en términos muy rigurosos si se quiere que res-ponda a su auténtica finalidad de dar entrada y cau-ce a una materia básica realmente nueva. Resultaríamuy desagradable citar bastantes casos que se de-ben al compromiso de "hacer sitio" en tal lugar a"fulano" o a "perengano". Con esto hay que acabartambién.

Estimamos, pues, que debe llegar muy pronto elmomento de pensar en que la labor profesoral que-de regulada, sin el artificio de habilidades certerasy de gestiones personales o colectivas, sólo mediantela fijación de horarios obligatorios mínimos y máxi-mos de trabajo, proporcionalmente retribuidos y conindependencia absoluta de la disciplina o disciplinasencomendadas. Téngase la seguridad de que así, ynada más que así, podrán ser los planes, algún día,lo que deben ser. Cualquier transformación en talsentido puede ser fácil sin más que respetar lo esen-cial de las situaciones personales conseguidas hastala fecha, y que el nuevo sistema no disminuya loque no debe disminuirse; pero dentro de titulacionesmuy diferentes de las actuales.

CONCURSOS.

He aquí otro tema, ahora sobre la mesa con buenaacogida en lo fundamental, que se puede referir alrestablecimiento del turno previo de traslado.

Pero conviene insistir en algunos extremos que po-drían llevarnos a una opinión común aunque no es-pontánea en algunos casos, sino forzada por razónde lo posible y de lo conveniente, y por la buenadoctrina del mal menor y del pájaro en mano.

Los hombres somos falaces. Ni aun los más bue-nos y exactos pueden evitar, siquiera, engañarse así mismos. Y todo cuanto se deje a su libre e incon-dicionada discreción, por muchos discursos y espe-ranzas que nos tracemos, será, en muy gran partede las ocasiones, una grave equivocación. La expe-riencia de muchos arios nos muestra que en todoconcurso donde se hayan tenido en cuenta aprecia-ciones subjetivas de méritos y circunstancias (y casitodos lo fueron así) se han tenido también altos por-centajes de error. Los "exquisitos" nos quieren des-

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VARIEDADES UNIVERSITARIAS

orientar con esos tópicos de la necesidad de elegira los mejores y de seleccionar a los más capacitados;pero acaban, aun de buena fe, en soluciones, que,dentro de esos buenos propósitos, dejan mucho quedesear; más bien muchísimo.

Es igual que sea uno o que sean varios los elec-tores; y aún resultará intrascendente, en gran parte,la objetividad o el automatismo de su designación.El riesgo de un alto tanto por ciento de error serátanto mayor cuanto más incondicionada e irrespon-sable sea la libertad de decisión concedida según he-mos de concretar después con otro motivo.

Establecido un escalafón y una homogeneidad fun-damental de formación y de aptitud, en régimen fun-cionarista, no parece aconsejable acudir a criteriossubjetivos y a libertades estimatorias sin regulación,difíciles de manejar por los mismos colegas, tan li-gados, o tan desligados, en competencias, afectos yrecelos muy humanos. Fuera del estamento es aúnmás difícil hallar capacitaciones para tan delicadaempresa.

Bien se adivina ya que, dentro de esa homogenei-dad teórica, propugnamos el mayor automatismo enlos concursos, deseando, por consiguiente, que éstosse resuelvan con una auténtica y única, o al menospreferentísima, computación de los arios de servicio.Salvando extremos contrarios al supuesto general yque sin duda existen, ello conduciría estadísticamen-te a una alta proporción de soluciones aceptables.Pero si se quisiera evitar alguna que otra anomalíaexcepcional en uno u otro sentido, no creo que nadieviera con malos ojos la concesión de primas favora-bles o adversas bien estudiadas y muy objetivamen-te definidas. No nos quedaríamos tranquilos escri-biendo sobre una solución mecánica tan vulgar si,aplicándola, resultase vencido un posible joven Nobelespañol, por quien sólo tuviera en su haber una ru-tinaria acumulación de años de servicio; mas estoscasos extremos son muy contados; y las leyes sonpara lo que ocurre frecuentemente, no para lo quede vez en cuando sucede. Deberíamos por todo elloser razonables perdiendo el miedo a dar por buenoque la gran mayoría del profesorado responde fran-camente a un firme nivel medio entre si con muyalto grado de estimación en relación con otros gru-pos. Esto es lo más próximo a la verdad, dentro dela científica y bendita esclavitud de los grandes nú-meros que son los que en definitiva han de mandarun día u otro en muchos aspectos de nuestra vida.Y convendría que fuéramos pensando en la conve-niencia de irnos dejando de tonterías y de pretensio-nes petulantes, poco justificadas, que si se estabili-zan y no se discuten es porque la experiencia decada día nos da cuenta de lo fácil que es autosu-gestionarse abusando de la prudencia de los demáso de cada interlocutor en estos respectos.

Tales reflexiones nos llevan de la mano a deseartambién que se acabe para siempre esa broma quevenimos soportando desde hace más de medio sigloreferente a la diferencia de trato en el régimen deconcurso que aparece con infundada reiteración paralas Universidades de Madrid y Barcelona. Bien sa-bemos que a ninguno de los legisladores de nuestrotiempo se le ha ocurrido pensar que tan queridas

Universidades sean mejores que las restantes de Es-

paña; ni hubieran consentido tampoco entender a los -escolares provincianos como discentes de segundafila; y, por consiguiente, no hay que aludir a unacuestión que no se plantea. Pero si se ha tratadosiempre de justificar la excepción considerando laespecial atractividad geográfica social y política deesas dos grandes poblaciones.

En efecto, esto es un hecho indudable con rela-ción a Madrid y menos indudable con respecto aBarcelona. Pero si tal hecho hubiera de ser contem-plado, sería más real y más justo, y menos molesto,formar una escala de atractividades con todas lasciudades universitarias para operar sobre ella, acre-ditándose así el verdadero ánimo de tan discutidopropósito. Sin embargo, es fácil comprender que portal camino las cosas se complicarían demasiado sinventaja para nadie.

Por eso podríamos atrevemos a pedir, con la se-guridad de una aplastante área de aceptación y con-formidad, que el concurso previo, tan certeramentepropugnado como principio de buen gobierno, fuerano sólo automático o con las mayores objetividadesposibles, sino también general para todas las Uni-versidades.

La preocupación por todos aquellos que todavía nohan alcanzado cátedra es muy digna de aprecio; perosiempre que se sitúe detrás de la que nos obliga acuidar del personal ya consagrado para manteneruna buena dosis de esa satisfacción interior que, que-ramos o no, será siempre la condición más indis-pensable para el mejor servicio. Las inquietudes anteel posible resultado de que en las Universidades biensituadas social y geográficamente se vaya concen-trando lo más granado del cuerpo, deben ser aban-donados sin el menos reparo, pues sobre que en unrégimen funcionarista (que somos los primeros enlamentar consecuentes con nuestras ideas sobre li-bertad de enseñanza y autonomía) y en un génerode actividad como la nuestro no pueden lógica y ra-cionalmente apesadumbramos, deberíamos conside-rar también, con decisión, que no está demostrado,ni mucho menos, que los profesores jóvenes sean su-periores o más convenientes que los de mayor edad;pues si importantes son los valores de la audaciajuvenil, no lo son menos los que afectan a la sedi-mentación bien digerida de la ciencia y de la expe-riencia que sólo se logra con la solera que dan losaños. Por lo demás, son muchos los jóvenes que na-cieron viejos y muchos los viejos que mantienen unadorada lozanía. Sobre esto no es poco lo que se po-dría escribir y probablemente con buen acuerdo detodos.

La autoridad de tales pareceres debe ser sobre-estimada con toda justeza si, como en nuestro caso,procede de quienes con edad indefinida no deseancambiar de postura o residen en provincias, pudien-do vivir en Madrid, por la sencilla razón de que lesgusta más. Nosotros, y contamos buen número, so-mos los que con más independencia podemos pedirel automatismo a banderas desplegadas y sin ex-cepciones locales. Los que, además, y aunque Diosy los buenos amigos nos compensaran mucho, tuvi-mos que sacrificar gustos, intereses bien logrados yconveniencias muy concretas, en el mejor período

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de nuestra vida, precisamente para evitar que talen-tos próximos se malograsen por la lejanía de Ma-drid (y doy por seguro que se hubieran malogrado),queremos con más decisión que nadie luchar y po-ner todos los medios a nuestro alcance para que lapolifacética cosecha intelectual se disperse con todaclase de garantías por todo el ámbito nacional a finde que ningún español tenga que trastornar su pa-cífica existencia ni situaciones bien definidas en susrespectivos sitios, contribuyendo, por otra parte, consu éxodo, a la perniciosa concentración social, y depoder, madrileña de la que tanto nos quejamos to-dos y principalmente, aunque sólo en algunos aspec-tos, los propios habitantes de la simpática y queridavilla capital.

El automatismo no es solución ideal ni mucho me-nos. Pero todo lo que no sea eso o cosa que se leparezca bastante, conducirá inevitablemente a queen cada momento histórico las cosas acaben en loque quieran grupos dominantes, siempre situados enel centro (que ;ojalá! fueran en todo caso políticos ),productores de modos y maneras poco deseables.¡Cuántas veces no hemos visto que "fulano" fue de-clarado vulgaridad y eminencia con poca diferencia

de fechas?, 2, cuántas veces no han terminado las pro-visiones en lo más casual y en lo más inesperado oen lo más "esperado" ? A los hombres hay que atar-los muy corto. La magnífica cosa de la libertad sólose les puede servir junto al contrapeso de la respon-sabilidad que los hunda en sus mismos actos. Hayque desengañarlos también del error que supone unsentimiento desmedido de su propio valer.

OPOSICIONES.

Hace algunos arios no nos hubiéramos atrevido adecir lo que vamos a decir. Pero la conciencia delque "no quiere casarse con nadie", que sentimos conviveza, nos impulsa a propugnar sin rebozos otracosa que también tiende a ligar una libre y graveacción que se quiere mantener por muchos ( ?) so-bre la base de melindrosas e inefables considera-ciones de intelectuales "tristes" y "atormentados"por deberes sacrosantos que nunca se han sabido de-finir con precisión, aunque todos estábamos en el se-creto. Nos referimos a la libertad estrepitosa del juezen las oposiciones a cátedras.

Ya en tiempos de la república (que no añoramospero que, dicho sea de paso, legisló sobre el tema conclaro acierto) se afianzó reglamentariamente la ne-cesidad de imponer un régimen de provisión en elque las repentizaciones de los "chicos listos" fueransustituidas por la realidad de una obra hecha o biencomenzada y por una serie de pruebas acreditativasde aspectos importantes en la madurez de los can-didatos. Pero los súbditos no tenemos más ilusiónque sortear las leyes; tanto más cuanto mejoressean para el bien común. Y en efecto, con ese sis-tema de oposiciones, felizmente sostenido aún y dig-no de ser perfeccionado, se han dado bastantes ca-sos, por tiempos diversos, en los que al margen suyoy contra todas sus previsiones llegaron a la cátedraquienes no pudieron ofrecer obra alguna: ni buenani mala; y se han dado muchos más (quizá la tota-lidad) en los que no se ha cumplido la obligación de

estudiar circunstanciadamente cada ejercicio de cadaopositor por todos y cada uno de los jueces; puescuando más, se ha cubierto el expediente de regularo mala manera.

Aquel legislador creyó de buena fe que el sistemasujetaría a los jueces en favor y protección de losopositores más valiosos y más desamparados de lastramas al uso. Pero no fué así aunque, por fortuna,el opositor a cátedras, en general es bueno; y de ahíque la catástrofe no se haya producido en conjuntoa pesar de nuestros errores y defectos; bien lo sa-ben todos, juzgadores, triunfantes y vencidos. La rea-lidad de que en las votaciones finales quedaron mu-chas, muchas veces, olvidadas la calidad y circuns-tancias de cada cada ejercicio, es innegable.

Cuando en alguna ocasión nos hemos atrevido aconsiderar la conveniencia de exigir una puntuaciónpública en cada etapa del procedimiento, nos envol-vieron los "circunspectos" y los "trascendentales"con argumentos soore ese misterioso mundo de losimponderables que "impide medir el talento como lastelas" y que excluye, por principio, cualquier apre-ciación cuántica de ciertos valores, que nunca sabíanconcretar, y cuyo juicio debía quedar encomendadoa complejas apreciaciones de conjunto finadas siem-pre en el lanzamiento apoteósito de votos, numero-sas veces no entendidos ni por sus propios autores.Nos referimos, claro es, a las oposiciones reñidas.

No cabe en cabeza humana que, pudiéndose decirde un opositor que en determinado ejercicio ha es-tado mal, regularcillo, regular, algo más que regular,casi bien, bien o estupendamente bien, no se puedansustituir esas frases, de cierto número de letras, porcifras que convencionalmente las representen; aunadmitiendo desde luego que el proceso íntimo parallegar a tales síntesis puede ser tanto más complejocuanto más concienzudo resulte el juzgador. Y si elloes incontestable ante el circulo hermético de cada unode los ejercicios para cada uno de los opositores, novemos el menor inconveniente en que todo vaya cons-tando apud acta y en que los puntos se publiquenvalerosa y gallardamente al fin de cada sesión; parahacer, al terminar todas, una sencilla cuentecita a pe-sar de la complejidad de su gestación. Y ¡a lo queresulte, amigos!, con la mayor posible independen-cia de algunas de esas ingratas cosas que sabemostan de memoria. Después de todo, si la pugna finales cuestión de segundas cifras decimales, el mal delas últimas "presiones" no será muy grande, puespodrá ser incluido dentro de los discretos márgenesde un error perfectamente admisible.

Mas usted, querido juez, piensa que no todos losejercicios deben tener la misma estimación a efec-tos de una contabilización que se superponga con al-guna certeza a su respectiva calidad; y todavía pien-sa que, fuera y al margen de las comparecencias,existen valores que en ellas no se reconocen. Bien,bien. Pero se podrá hacer aquella diferenciacióna priori, 2, no ?, porque si de lo que se trata es queante el caso de "fulano", que nos cae gracioso, elejercicio determinante es el primero, o el quinto, oel tercero, es decir, aquel en el que con más brillantezse desenvolvió, para adoptar en otra ocasión esti-mación distinta, según convenga, es seguro que pen-saremos mal de usted, no ignorante de que esto ha

Page 6: Inicio | Ministerio de Educación y Formación Profesional ...c19...7—(367) somos muchos los que llegamos a ese punto de sen-timos libres de nosotros mismos. Son más, muchos más,

EL HUMANISMO CLÁSICO COMO PEDAGOG1A FUNDAMENTAL 11—(371)

ocurrido miles de veces. Asimismo podríamos con-ceder, si tanto se empeñan los amantes de los im-ponderables, que al principio o al final fuese verifi-cado un "ejercicio" íntimo, nada sencillo, sin oposi-tores, para dar reconocimiento a esos valores pura-mente humanos que quizá deben jugar algún papeljunto a los científicos y pedagógicos; pero tambiéncon puntuación individual por parte de los jueces,pública y valerosa, que fuera recibida en el conjun-to y como un miembro más de los elementos cons-titutivos del resultado final: incluso como un miem-bro muy cualificado.

Ahora bien; estar reservón, ver cómo van cayen-do las pesas no comprometiéndose a nada durante eltrayecto, y acabar haciendo juegos malabares queen definitiva se parecen, aunque muchas veces nolo sean, a esas cosas que se sintetizan en la "realgana" o en la "captación de última hora"... quizáno resulten posiciones muy recomendables.

Hará muy bien, siempre, la autoridad en respetarnuestra ciencia y nuestra conciencia en el juicio quede cada actuación nos merezcan los opositores. Perohará mejor en que un poder de tanta grandeza ycalidad sea ejercido cara al público, con plena e in-dividual responsabilidad, momento por momento, yantes de que el olvido tienda su manto encubridor deconfusiones y descaminos. Para elegir con plena li-bertad, más o menos hipócritamente disfrazada deenjuiciamiento, podrán ser convenientes las votacio-nes. Para estimar con cuidado todas y cada una de

las inexcusablemente varias facetas de una forma-ción, ;con la más ruda de las franquezas!, no mesirven más que los números. Acordémonos que, enel mundo de la psicología científica, éstos han en-trado ya sin reserva alguna y de modo ineludible.

En justa correspondencia los ciudadanos, los jue-ces, los funcionarios, los aspirantes habremos de de-sear la mayor autolimitación posible en la esfera ad-ministrativa con todo el automatismo compatible conlas directrices políticas que cada tiempo nos impon-ga como un hecho alejado o cercano a nuestros gus-tos individuales. Querríamos en consecuencia másfácil mecanización racionalizada en la constituciónde tribunales y absoluta certeza en todos los plazosde tramitación para provisiones de todo género, me-diante reglas, sin elasticidad, de estricta y sencillaaplicación, lisa y llanamente burocrática.

* * *

Hay otras cuestiones más que podremos enunciaren nueva ocasión, reducidas, como las anteceden-tes, a esquemas también elementales y aun vulga-res; pero sin ignorar que todo tendría, en estudiosdetenidos, mayor número de puntos de vista que, des-de luego, no desdibujarían las líneas fundamentalesen las que tanto insistimos.

CARLOS SÁNCHEZ DEL Rio.

E 1 humanismo clásico comopedagogía fundamental enun Bachillerato preuniver-

sitario*(Conclusión.)

111.—NECESIDAD DEL HUMANISMO CLÁSICOY DEL LATIN EN EL BACHILLERATO

UNIVERSITARIO

A) ARGUMENTOS EN FAVOR DEL LAT1N DERIVADOS DE

SU CONSIDERACIÓN HUMAN/STICA.

La consideración analítica del tema propuesto pa-rece exigir que, después de justificar el carácter fun-damentalmente humanista del bachillerato universi-tario, y de precisar en un segundo avance la fun-ción que en él habrá de ejercer el humanismo clási-co, en ulterior instancia nos planteemos el problemade si realmente hay argumentos que nos permitanestablecer la necesidad de implantar la enseñanzadel latín y del griego en nombre de ese inexcusableconocimiento del mundo clásico.

En realidad esta tercera cuestión está ya afirma-tivamente resuelta en lo anterior; porque es la fun-

• Las dos primeras partes de este trabajo se publi-caron en nuestro número anterior (RE, 77, 2.0 quincenamayo 1958, págs. 63-73).

ción que al humanismo clásico se debe asignar en elbachillerato preuniversitario la fuente última de quehabrá de derivarse la conveniencia, desde el puntode vista humanístico, de instaurar en aquél los estu-dios de las lenguas clásicas, y ya está claro que sudoble función ha de ser la de retrotraemos a lasfuentes y raíces de nuestros "haberes" culturales—también de nuestro idioma— para poseerlos cul-tamente, y la de aprovechar su virtud formativa;dos funciones que un humanismo en traducciones queprescindiera del estudio del latín sólo muy imper-fecta y parcialmente podrá cumplir —si lo puede—.

Pero toda insistencia será escasa en punto tan im-portante y controvertido. El argumento con que al-gunos autores han defendido la pervivencia en el ba-chillerato de las lenguas clásicas partiendo de la con-sideración humanística o del contenido, podríase sin-tetizar en esta acertada expresión de Cardenal Ira-cheta: "No es un contratiempo que el hombre hayainventado varios idiomas, sino la realidad de su ri-queza animica; las grandes lenguas son el depósitodel espíritu, que guarda las grandes revelaciones dela realidad"; y estas revelaciones cristalizan en pa-labras intraductibles y se desarrollan en contextos

literarios igualmente intraductibles; ahora bien, "elmundo antiguo fué riquísimo anímicamente y el Cris-tianismo enriqueció definitivamente el tesoro del al-ma humana con palabras definitivas, que para nos-otros, hombres de Occidente, son palabras principal-mente griegas y latinas" (31).

(31) Cardenal Iracheta: ¡Debemos aprender el Latin!,en R. DE E., núm. 58, pág. 33.