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Interior Retamoso IMPRENTA Interior Sedoff 050110

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Roberto Retamoso

Las aguascárdenas

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El dibujo sobre la pared en la foto de tapafue realizado por Leonardo Guiskin.

© 2015 · Homo Sapiens EdicionesSarmiento 825 (S2000CMM) Rosario | Santa Fe | ArgentinaTelefax: 54 341 4406892 | 4253852E-mail: [email protected]ágina web: www.homosapiens.com.ar

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723Prohibida su reproducción total o parcial

ISBN 978-950-808-880-2

Diseño editorial: María Victoría PérezDiseño de tapa: Lucas Mililli

Este libro se terminó de imprimir en marzo de 2015en Gráfica Amalevi S.R.L. | Mendoza 1851/532000 Rosario | Santa Fe | Argentina

Retamoso, RobertoLas aguas cárdenas.- 1a ed. - Rosario: Homo Sapiens Ediciones, 2015.212 p.; 22x15 cm. - (Ciudad y orilla / Marcelo E. Scalona)

ISBN 978-950-808-880-2

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. TítuloCDD A863

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PRÓLOGO

Pendencias pendientes

Cabe avisar que estamos ante una historia anclada, embarrada,tan rosarina que no sólo se lee sino que se camina, se respira,se huele. De salida nomás. Tiene el aire / el agua de acá / deahí. Además —el que avisa no es traidor— es un novelainusual, anómala y para nada equilibrada. Qué suerte. PorqueLas aguas cárdenas es algo más, algo de otro orden: es unanovela necesaria. Para el autor, claro, como debe ser.

Es que Retamoso se mete con muchas cosas a la vez. Ocon pocas pero pesadas, como las múltiples modulaciones deuna cuestión central que vuelve y vuelve: cómo sobrevivir ypoder mirarse al espejo (y —de reojo— mirar alrededor) des-pués de la militancia revolucionaria. El sobreviviente es siem-pre sospechoso. Todos esperan que diga algo: es el no-muertoque habla. A ver.

Siguen las aclaraciones. En este libro, a veces, lo que elautor siente que tiene que decir (porque es así) se impone ale-vosamente sobre el buen sentido, incluso sobre la receta de lacorrección literaria. Pero ahí va: trata de decirlo todo. Meacuerdo —perdón por la paquetería— de la crítica de Sartre aLa conspiración, la primera de Paul Nizan. Algo así. Este relatode ideas y pasiones no es, sin embargo, un exabrupto que sesostiene por adición de énfasis; por el contrario, se nota que

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esta novela trabaja sobre material largamente elaborado / medi-tado / masticado. Son años. Años de insomnio, me animo.

Las aguas cárdenas es, usando un adjetivo que al maes-tro ciego no desagradaría ni el autor está en condiciones dedesdeñar, una novela genuinamente pendenciera. Pero no digopeleadora. La pendencia no nace como tentativa de ajuste decuentas —idea que siempre remite a una ecuación matemáticaque debe cerrar a cualquier costo— sino como consecuencia delo que es, perdonando las palabras hoy políticamente incorrec-tas, un examen de conciencia. Algo no tan usual; casi desusado,diría. Y se trata de un examen propuesto desde un lugar sin fal-sos heroísmos o ruidosas condenas, ni certezas críticas o lúcidosanálisis. La primera y (en el fondo) única pendencia es interior:la pelea del esternón para adentro. Y Retamoso lo sabe.

Porque pendencia viene de paenitentia (penitencia): tener pesarde o por algo. La idea del pesar como carga literal, como dolor,pena que pesa, algo que se arrastra, se carga, un lastre. No vieneentonces de pelear —no es sinónimo— sino de (mal) cerrarcuestiones viejas, entripados, hermosa palabra: el pendencierobusca el conflicto porque tiene un entripado, una herida malcerrada o una culpa secreta no reconocida como hija.

Relato pendenciero, entonces; serenamente pendenciero,necesario, porque hay cuestiones pendientes.

Y sigamos por ahí: lo pendiente es algo que pende, por defi-nición. ¿Cómo pende lo pendiente? En términos físicos hay,en principio, tres maneras de pender. Primero, la del péndulo,cuya condición es esencial y permanente, su mismísima razónde existir: si deja de pender deja de ser lo que es. Después, estála manera de pender de la gota o de la manzana, cuya condi-ción pendiente es precaria, un estado ocasional, simple cues-tión de tiempo, algo que —como se dice— "cae de su peso"en términos naturales o lógicos. Y en tercer lugar está lamanera de pender del aro, pendiente —literal— del lóbulo, ola del jamón pendiente del gancho, que están alevosamentecolgados porque su condición es también provisoria pero sujetaa voluntad ajena, no meramente una cuestión temporal.

Cuando se habla de cuestiones, de asignaturas o deudaspendientes en la vida social o personal, no hay un uso físico sino

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metafórico de la expresión, asimilada a la idea de lo postergado opospuesto, es decir, con un fuerte matiz temporal: lo pendiente esaquello que no se encaró aún, no ha sido considerado priorita-rio o no ha llegado su hora. O el consabido momento que nadiepuede definir sino cuando aún no ha llegado. Hasta que se encarapor fin lo pendiente, y la pendencia es inevitable, necesaria.

Así, desde el hipócrita discurso convencional, lo pen-diente en una sociedad injusta y culposa como la nuestra (ocomo cualquier otra) se identifica con lo no resuelto, lo quese vive como imperfección provisoria, impedimento para laculminación de un modelo, un ciclo, un todavía inacabado.Sea con un esquema temporal —lo que aún falta: es cuestiónde tiempo— o con un modelo espacial —hay sectores pos-tergados—, o con una perspectiva ética: un examen que lasociedad debería encarar. Siempre se presupone algo perfec-tible que debe ser completado: falta una etapa en el procesoo falta una pieza en el rompecabezas o un gesto que empateuna deuda moral.

Lo intrínsecamente perverso de estos análisis es que elesquema o el modelo no se completan o llegan a perfección enel momento en que se cumple con lo pendiente sino que elmodelo mismo presupone su existencia, porque está construidoy funciona como funciona a partir de la postergación infinita,sin solución de continuidad, de las mal llamadas “cuestionespendientes”. Y Retamoso encara una de esas cuestiones consinceridad inusual y amoroso respeto: por los compañeros vivosy muertos, por la verdad, por la historia pública y privada, y porsí mismo, con todas las capas / máscaras / mediaciones que laficción requiere.

Así, Las aguas cárdenas es, en tanto ficción, compleja. Porun lado, es una novela de peripecia con pleno derecho; pero almismo tiempo incluye la minuciosa crónica puntual de momen-tos ejemplares en puntuales años de ilusión, fuego y plomo;propone un Diario de la Derrota que se supone testimoniogenuino; convida a un asado revisionista en clave de memoria,balance y desgarro; desarrolla una lectura de poemas y poetasfuncionales para la catarsis que incurre en el gran Aldo Olivay, sobre todo, desarrolla y acompaña el intento de escribir una

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biografía ejemplar, la del Mono Pepe, gesto que cierra / justi-fica el relato mismo.

En la escritura de Retamoso y en la memoria del narradora veces protagonista en primera persona, personajes reales yficticios se entreveran con la naturalidad que dio alguna vez lafrecuentación militante de las identidades fraguadas, los apo-dos, los “nombres de guerra” de la vida tabicada. Un perejilcomo el acá firmante —es un ejemplo menor, otros contaránlo suyo— se encontró sin anestesia con viejos amigos y entre-vistos conocidos de esos años y avatares, como Carlitos Scoccoy el gordo Julio Cejas, el tano Volpe y Lucre Escudero, NicolásRosa, Alfredo Hurtado o Arturo Firpo, entre otros tantos, unalarga lista de perdidos y recuperados en todos los sentidos. Noes fácil hablar de una novela que en algún momento se meteen tu vida y en tu propia casa.

En fin, Las aguas cárdenas —dirán algunos— trata sobretodo de un momento de la historia política argentina. Yo creoque este relato que activa sin rencor pendencias pendienteshabla con amor, respeto y sin pudores, de un puñado de que-rida buena gente. Conozco a Roberto Retamoso desde hacemuchos años, y soy su amigo. Si no lo conociera, después deleer Las aguas cárdenas habría querido conocerlo. Para inten-tar ser su amigo, claro.

Estas son cosas que la literatura —pese a la academia, lacrítica universitaria y otros excesos seguramente necesarios enlos que solemos incurrir— se permite cada tanto generar. Poreso vale la pena. Y el gusto, sobre todo.

Juan Sasturain, febrero del 2015

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Para los que están, para los que fueron,para los que desaparecieron.

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Junto a un muelle frágil

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Es la hora incierta en que la luz, difusa, comienza a evanescer.Sobre la esquina dos faroles, simétricamente ubicados el unofrente al otro, se van encendiendo lentamente, como si lo hicieranal ritmo de unas brisas que mueven, de forma casi imperceptible,algunas nubes que flotan encima del río y de las islas.

Se siente frío ese atardecer de mayo en Rosario. Algunaspersonas cruzan la esquina, otras caminan hacia al centro, yunas pocas en dirección al río. La mayoría camina silenciosa‐mente, sin mirar los costados, como si tuviese la vista clavadasobre el piso o sobre algún lugar recóndito de la memoriadonde yace un recuerdo.

Entre esas personas avanza el Mono Pepe. Viene bajandopor la peatonal, y acaso marche hacia la casa de algún amigo.Con su característico andar simiesco se desplaza a los saltitos,portando varios libros debajo de su brazo izquierdo. Un dic‐cionario de latín‐español, unas crónicas sobre los primeroscolonizadores del Río de la Plata, una biografía ajada deRafael Barrett. Los libros forman parte de la figura de Pepe,son como una extensión de su cuerpo: imposible imaginarlosin ellos. Un amigo que estudia Ciencias de la Comunicaciónsuele recurrir a McLuhan para decir que los libros son exten‐siones no de los sentidos sino de la pulsión escópica de Pepe,

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que lo lleva a perseguir letras por todas partes porque para él,como quería Mallarmé —ese auténtico ícono mcluhaniano—,el mundo no es otra cosa que un gran libro.

A diferencia de los otros transeúntes, Pepe mira el río.Percibe su color amarronado, su superficie mansa, apenasalterada por unas ondas que no llegan a ser olas. Un barco decarga atraviesa con lentitud su visión, casi a paso de hombre.Ello le permite divisar un nombre escrito en letras del alfabe‐to ruso, lo que le hace suponer que debe ser un carguero queviene a buscar trigo. Que haya una dictadura ferozmente anti‐marxista en el poder no impide —todo lo contrario, piensaPepe— que la Unión Soviética se nutra abundantemente detrigo en estas tierras.

En realidad, sigue pensando Pepe, es la lógica de todo poderimperial, aún cuando se recubra con los ropajes presuntos delmarxismo. Pepe piensa así porque es un marxista antisoviético,un marxista trotskista, de esos que abundan por los alrededoresde la facultad de Filosofía de Rosario. Su antiestalinismo le per‐mite comprender el sentido colonial que adoptan muchas de laspolíticas del partido comunista argentino, y por eso piensa quelos comunistas también bajaron de los barcos, como tantosinmigrantes europeos.

Pepe detiene su andar un momento para mirar el río.Anochece, pero todavía una tenue luminosidad permite dis‐tinguir las formas de las islas. Las islas ocupan toda la visión;son tantas, y tan amplias, que no se ve la costa entrerriana.Río de una sola orilla, suele decir Pepe, como si se tratara dela costa de un mar.

Por ese río llegaron sus ancestros. Sabe por su padre quedesciende de antiguos riojanos de la península ibérica. Su padreatesora historias —o leyendas— transmitidas de generación engeneración en la familia. Según dicen, un Cárdenas en el siglodieciocho fue funcionario del virreinato del Perú en Asunción, yestuvo por años esperando un traslado a Madrid que nunca ocu‐rrió. La espera lo fue consumiendo, hasta convertirlo en unespectro o un estropajo, como cuenta una novela escrita por unmendocino. Un hijo suyo llegó a Buenos Aires milagrosamente, yfundó la rama del árbol genealógico que desciende hasta Pepe.

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Por otra parte, Pepe sostenía la hipótesis de que otra ramadel árbol familiar había engendrado a Lázaro Cárdenas. Leyendobiografías del líder mexicano, había llegado a la conclusión de quesus antepasados provenían asimismo de La Rioja, y que habíanpartido en la misma época en que lo hiciera el Cárdenas que arri‐bó a Asunción. Ello lo llevó a investigar la historia de España a lolargo del siglo dieciocho, descubriendo que la consolidación delos Borbones había significado un duro revés para los condadosriojanos. Un dato significativo era que muchos nobles de la regióndebieron emigrar al Nuevo Mundo, donde lograron desempeñarimportantes funciones en la administración colonial.

De tal modo, Pepe imaginaba una dinastía que se extendíadesde México hasta la Argentina. Los Cárdenas serían, segúnesa imaginación, una inmensa familia que había venido al con‐tinente para nutrirse de su savia autóctona, transfundiéndolesu sangre europea. Su sangre cárdena. A Pepe le gustaba jugarcon el significado del adjetivo del cual provenía su nombre: loamoratado, pero también lo opalino del agua. Por eso pensabaque el agua del río era un agua cárdena.

hDespués de tipear el punto se queda inmóvil. Las

manos han retrocedido hasta debajo del teclado y yacen,flácidas, sobre el pupitre que lo sostiene. Los ojos miransin ver la frase: buscan, acaso, aquella escena: Pepe mar-chando hacia el río.

Pero de esa escena no hay documentos ni testimonios,apenas algunas versiones contradictorias. Que era de tarde,que era de noche; que iba solo, que iba acompañado.

En verdad, las versiones provienen de relatores que noestuvieron allí, sino que las recogieron de otros. Son comorelatos inagotables que van pasando de boca en boca sin quese sepa de dónde vienen.

Las circunstancias, por otra parte, hacen difícil otorgarlescredibilidad. Son fábulas que se fueron tejiendo con el tiem-po, pequeños mitos que el recuerdo de Pepe fue alentando.Por eso, piensa, sólo puede imaginar. Lo cual no está nada

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ÍNDICE

PRÓLOGO

Pendencias pendientes ...................................................................... 7Juan Sasturain

Junto a un muelle frágil ................................................................ 13

Diario de una derrota ....................................................................... 65

El lento crepitar de los leños ardiendo .................... 117

Pasa el tiempo, pasa el río ....................................................... 165

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