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Pensamiento Político Ecuatoriano Secretaría Nacional de Gestión de la Política Benjamín Carrión y la “cultura nacional” Introducción y selección de Fernando Tinajero con la colaboración de Sofía Bustamante y Guillermo Maldonado

Introducción y selección de Fernando Tinajero con la ... · Para muchos ecuatorianos, y sobre todo para los jóvenes, ... solo de los múltiples costados de la existencia ... probablemente

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Pensamiento Político

Ecuatoriano

Secretaría Nacional de Gestión de la Política

Benjamín Carrión

y la “cultura nacional”

Introducción y selección de Fernando Tinajerocon la colaboración de Sofía Bustamante y Guillermo Maldonado

Benjamín Carrión y la “cultura nacional”

Pensamiento Político EcuatorianoColección dirigida por Fernando Tinajero

© De la presente edición:

Secretaría Nacional de Gestión de la PolíticaVenezuela OE 3-66 entre Sucre y Espejo(593) 2 228-8367 www.politica.gob.ec

BEATRIZ TOLA BERMEOSecretaria Nacional

MIGUEL VALLIER URBINAGerente del Proyecto de Pensamiento Político

ISBN: 978-9942-07-405-8Derechos de autor: 040989

Editores:Sofía Bustamante LayedraGuillermo Maldonado Cabezas

Diseño de portada e interiores:Recrear Redieditores, sobre una idea original de Rubén Risco (V&M Grá cas)

Quito, mayo 2013

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Presentación

Beatríz Tola Bermeo

La presencia de Benjamín Carrión en esta Colección de Pensamiento Político puede ser una sorpresa para muchos, y especialmente para los jóvenes lectores de estos libros. El maestro Carrión es, en efecto, una de las !guras mayores de nuestra cultura, y su nombre está asociado en forma indisoluble a la Casa que él fundó en 1944.

Pero el maestro Carrión es mucho más que el fundador de la Casa de la Cultura. Reconocido en toda América como uno de los mayores ensayistas de nuestro continente, es también, como escribió Alejandro Moreano, el rostro político de la cultura. Vinculado desde muy joven al Partido Socialista, militó largamente en sus !las y participó en algunas jornadas de gran importancia en las confusas décadas del 30 y el 40; pero su estatura ética y política creció en la segunda mitad del siglo XX, cuando su voz empezó por proclamar la Segunda Independencia y se convirtió en un referente contra las dictaduras, así como en la oposición tenaz de nuestros pueblos a la penetración imperialista. Su de-fensa incondicional de la Revolución Cubana y su permanente protesta contra el criminal bloqueo a la Isla, le consagraron como el modelo del intelectual comprometido con el destino de liberación de nuestros pueblos.

Este volumen presenta una novedad respecto a las numerosas reediciones de la rica producción del maestro Carrión. En efecto, algunos textos suyos, como las inolvidables Cartas al Ecuador, han sido ya varias veces reeditadas, debido a su trascendencia en el proceso de construcción del Estado Nacio-nal. Ahora, aunque no hemos dejado de incorporar a estas páginas algunas de aquellas Cartas que permiten apreciar la intención política con que fueron escritas, hemos preferido privilegiar aquella parte de la obra de Carrión que ha caído en el olvido debido a la naturaleza fugaz que tienen los artículos de prensa. Para muchos ecuatorianos, y sobre todo para los jóvenes, se trata de páginas verdaderamente desconocidas que permiten apreciar la actitud siem-pre vigilante de un escritor que no por cultivar los valores puramente estéticos de la palabra olvidó la dimensión ética de todo lo humano. Una ética que, en su caso, no se traduce en gazmoñería ni moralismo vacío, sino en una inter-vención franca en la vida colectiva, eligiendo siempre ponerse del lado de la verdad, el derecho y la justicia.

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No creo equivocarme, por lo tanto, si considero que éste es uno de los volúmenes más importantes de la Colección de Pensamiento Político. Un volumen que nos pone frente a frente a un país que está aún en construc-ción, y que no podrá alcanzar su con!guración de!nitiva privilegiando uno solo de los múltiples costados de la existencia humana, como pretendió hacer el neoliberalismo con su atención puesta exclusivamente en la economía y el mercado, y olvidando todo lo demás. Visiones totalizadoras, como la del maestro Carrión, nos recuerdan que la vida de las sociedades, tanto como la de los individuos, tienen también otra dimensión que se llama cultura.

Satisfacción grande es para este Ministerio que un volumen de tanta im-portancia haya sido realizado enteramente en su propio seno, con el trabajo tesonero y responsable de dos funcionarios jóvenes: Sofía Bustamante y Gui-llermo Maldonado, quienes se han ocupado de la investigación bibliográ!ca bajo la conducción del Director de esta Colección. Trabajos tan meritorios y con tan alto rendimiento merecen un aplauso de la institución en su conjunto.

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Índice

Presentación............................................................................................Beatriz Tola Bermeo

El siglo de Carrión...................................................................................Fernando Tinajero

Antología

Ensayos

Segunda Independencia.................................................................

Cartas al Ecuador

una democracia sincera...................................................................

Nuevas cartas al Ecuador

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Artículos de prensa

García Moreno” (El Día, noviembre de 1920)..............................

(El Día, enero de 1929).................................................................El Día, mayo de 1932)................................El Día, junio de 1932)...............................

El Día, julio de 1932)..................

(El Día, agosto de 1932)................................................................

(El Día, agosto de 1932)................................................................

de una duda” (El Día, agosto de 1932)..........................................

Socialista (El Comercio, octubre de 1932)......................................El Día, febrero de 1941).....................

(La Calle, noviembre de 1958)......................................................

(La Calle, marzo de 1959).............................................................

(El Universo, mayo de 1959).........................................................

ecuatoriana!” (La Calle, agosto de 1959)........................................

(Mañana, mayo de 1960)..............................................................

(Mañana, junio de 1960)..............................................................

Latinoamérica” (Mañana, junio de 1960)......................................Mañana, enero de 1962).............................

El Tiempo, s/f )...........................

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Anexos

Ecuatoriana....................................................................................La Tierra, enero de 1946).............

(La Tierra, octubre de 1946)..........................................................

(La Tierra, noviembre de 1946).....................................................

Referencias..............................................................................................

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El siglo de Carrión Fernando Tinajero

Mi método no parte del hombre, sino del período social económicamente dado…

Karl Marx, El Capital

La valeur des oeuvres de l’homme ne reside point dans elles-mêmes,

mais dans les développements qu’elles reçoivent des autres et des circonstances ultérieures.

Paul Valéry, Tel Quel

hacen de manera tan cabal y ejemplar que llegan a identi!car con su propio nombre los tiempos en que viven; otras, sin haberlo querido, lo hacen de manera secreta, desconocida aun para ellas mismas, pero no por eso menos decisiva.

Las primeras son las que realizan las acciones que marcarán su tiempo: edi!can imperios y liberan naciones, instituyen gobiernos, destruyen órdenes sociales para construir otros nuevos, inventan las cambiantes geografías del poder y trastocan el curso de la historia, aunque no siempre manejen la espada con pericia. Las otras son las que expresan, aun a pesar de sí mismas, el sentido del acontecer colectivo: tejen sobre él su propia vida, suelen usar su pluma para vivir su tiempo, para asignarle una misión y proponerle una ruta, empeñadas en guardar la memoria de lo que fue el pasado y despertar el deseo de lo que no es todavía, obligadas con frecuencia a marchar contra corriente y expresar, desde su propia y singular negación, el otro lado de su tiempo. De una parte, los Alejandros y los Césares, los Napoleones, los Bolívares, las Catalinas y Victorias;

Sartre, las Virginias.No creo que sea exagerado pensar que dentro de nuestro horizonte

particular, Benjamín Carrión se encuentra en esta segunda categoría. Su nombre no ha quedado ligado al de su tiempo, pero es siempre el primero que se viene a los labios cuando se piensa en la cultura del Ecuador del siglo XX. No fue el único, por cierto: junto a él, en su contorno a veces pero también en contra, los ecuatorianos pudimos contemplar a lo largo de medio siglo la sucesión de las más notorias personalidades de la cultura y la política. No obstante, si el siglo

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XX es el de todos ellos y si cualquiera puede representarlo con legítimos derechos, tal vez ninguno lo hace como Carrión, de manera tan completa y contundente, hasta el punto que podemos decir que su vida y su obra, a pesar de sus contradicciones (o precisamente por ellas), es la mejor expresión de su siglo.

Un panorama como este trae consigo necesariamente una pregunta inquietante: ¿por qué ninguna de las más visibles !guras de la literatura y la política del Ecuador pudo encarnar su tiempo como Benjamín Carrión lo hizo con ventaja? ¿acaso no lo hizo también Velasco Ibarra, que fue tal vez en la política lo que Carrión en la cultura? ¿por qué la sombra del caudillo ha dejado ya de proyectarse sobre la frágil memoria ecuatoriana, mientras subsisten, acaso algo maltrechas, las viejas consignas de Carrión?

Estas páginas no esperan dar una respuesta a estas preguntas, pero quisieran desbrozar el camino para encontrarla, convencidas de que en el caso de Carrión (como ha ocurrido ya con Bolívar, Alfaro, Montalvo y otros más) el culto irre"exivo a su !gura entorpece el conocimiento de su obra.

I. UN SIGLO ABREVIADO

Aunque esto no es frecuente en la historia ecuatoriana, el siglo XX, que es el siglo de Carrión, presenta una secuencia de aspecto casi regular: en ella me parece distinguir una suerte de antesala (1895-1925) que semeja la que Dante imaginó para el in!erno; y enseguida un proceso que a partir de 1925 (o 22, según se mire) planta «revoluciones» cada veinte o treinta años. Así, quien quisiera pasar revista a este XX alocado, probablemente cedería a la costumbre y empezaría en la «antesala», y haría después una enumeración que bien podría sonar como una letanía: Revolución Liberal (1895), Revolución Juliana (1925), Revolución Gloriosa (1944), Revolución Nacionalista (1972), Revolución Ciudadana

Todas esas «revoluciones», lo mismo que los terremotos, han tenido además unas «réplicas» más o menos cercanas, que a veces han tenido importancia y otras veces no han pasado de ser caricaturas lamentables. Después de la Revolución Liberal hubo el golpe de Estado de 1906; después de la Juliana, la Guerra de los Cuatro Días (1932); después de la Gloriosa, el «Manchenazo» (1947); después de la Nacionalista, la «Guerra del 32 de Agosto», conocida también como la «Guerra de la Funeraria» (1975); después de la Ciudadana, el Treinta de Septiembre (2010).

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Que todos estos episodios o procesos hayan sido en verdad revoluciones, es por supuesto otro problema: algunos, sin duda, estuvieron cerca de alcanzar esa honrosa jerarquía; pero de antemano sabemos que nuestra a!ción a la hipérbole (generosamente documentada en la literatura y la vida cotidiana), nos ha llevado siempre a dar nombres pomposos a las instituciones y a los hechos, de manera que quien no llegara a conocernos pensaría fácilmente que con tantas «revoluciones» somos el pueblo más revolucionario de la Tierra. No lo somos, por cierto; en realidad (e independientemente de la tendencia que hayamos elegido), somos muy conservadores pero nos gusta hablar sin tregua de la «urgencia del cambio», cuidándonos muy bien de dejar las palabras en el nivel del sueño, y nada es tan difícil como apartarnos de ciertos modos o conductas, no siempre saludables.

¿Cuáles fueron entonces los límites del siglo? Bien sacadas las cuentas, no llegó a tener setenta años: dejando aparte la «antesala» (que no es propiamente de ese siglo), comenzó el año 22 tirando al agua los cuerpos de los huelguistas de Guayaquil, y terminó el 89 mirando el derrumbe del ominoso Muro de Berlín. Antes del 22 fue todavía el siglo XIX: un XIX que agonizaba lentamente entre el estruendo de las armas, el spleen de los poetas, el escándalo de los coches sin caballos y el perfume del cacao que llenaba las arcas de aquellos que no peleaban ni amaban a Verlaine. Después del 89 fue el vacío, el inmenso vacío, la nostalgia y el miedo: sin pertenecer ya al siglo XX, pero sin alcanzar tampoco al mítico XXI, los años que siguieron, esos años neo-liberales de ingrato recuerdo, no fueron tiempo propiamente sino una burbuja en el espacio, un desconcierto sin norte ni occidente, sin oriente ni sur, como una historia sin historia que fuera

En forma paralela, la vida de Carrión tiene también etapas, como todas las vidas, pero las suyas parecen coincidir exactamente con las que el siglo marcó en la historia ecuatoriana: a la «antesala» corresponden sus años de formación en el seno de un humanismo letrado con vocación moral por la justicia; a la Juliana, el descubrimiento de Europa y las in"uencias decisivas que dieron forma a sus ideas; a la Gloriosa, la plenitud de su obra, frustrada sin embargo con el pasar del tiempo; a la Nacionalista, el declive, paradójicamente signado a la vez por

no hubiera querido pasar por el desconcierto que siguió a la caída del Muro, se adelantó en diez años y llegó en el 79 al silencio !nal e irrevocable.

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II. LA «ANTESALA» DEL SIGLO

Pero empecemos por el principio. Carrión se adelantó con 25 años al nacimiento del siglo: nació en 1897. Años más, años menos, esos 25 años corresponden a la ya sabida «antesala» y coinciden con el período que llamamos «liberal». Período dramático, por cierto: a la crisis política, al dolor de la guerra, a la amenaza externa, a la injusticia no superada, en él se agregó la barbarie del asesinato político (Víctor León Vivar, Emilio María Terán, Julio Andrade, Pedro

El Ejido. Período paradojal, además: aunque corresponde a la más signi!cati-va transformación política en nuestra historia republicana, no incluye ninguna alteración sustancial de la economía, salvo la afectación a las propiedades de la Iglesia; pero exhibe el más radical reordenamiento jurídico del Estado, acaso no comparable con el de ninguna otra época, incluida la Independencia. Aun más, aunque es el tiempo de una revolución libertaria, terminó poniendo el poder en manos de una oligarquía reaccionaria.

Tal es, en sus más gruesos caracteres, el contexto inmediato de los primeros años de Carrión –de esos años en que el siglo no era todavía siglo XX ni Carrión era Carrión. Se trata de un contexto que coincide casi exactamente con un proceso cultural cuyos límites bien podrían ubicarse en la muerte de Montalvo y la aparición del realismo social1. Como es fácil advertir, también en la cultura este período fue dramático y paradojal: por una parte, todo él estuvo envuelto en algunas de las más enconadas luchas ideológicas de la época, y por otra, su contradictorio desarrollo produjo al mismo tiempo las más agrias virulencias verbales conocidas hasta entonces y la más tenue poesía, cuya trágica eclosión se llevó consigo varias vidas que acaso no alcanzaron a vivir.

Bien sabemos que por diferentes causas, cuya explicación excede el propósito de estas páginas, la obra de Alfaro quedó inconclusa. De él podría decirse lo que Ortega escribió sobre Dilthey: que no tuvo tiempo para terminar su proyecto, a pesar de haber trabajado treinta años en llevarlo a cabo; y no lo tuvo, porque

1 Montalvo murió en 1889 y con él murió el romanticismo, que tuvo sin embargo un largo colofón post-mortem. Un año después, la publicación de Azul…, de Rubén Darío, fue el anuncio más claro del nacimiento del modernismo latinoamericano. En cuanto al realismo social, casi siempre se ha tomado la publicación de Los que se van (1930) como referencia absoluta para señalar su comienzo, asociado inevitablemente con la llamada «Generación del 30» (Cfr. El nuevo relato ecuatoriano, 2a. ed., Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958). No obstante, no se debe olvidar que Benítez Vinueza publicó en 1927 un cuento memorable («La mala hora»), que está sin duda en la nueva tendencia, ni que Plata y bronce, de Fernando Chávez fue publicada igualmente en 1927, y podría ser considerada como el anuncio del realismo social, pese a su romántica idealización del indio.

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el suyo no fue el tiempo adecuado para lograrlo. Realizada con cuarenta años de retraso en relación con otras reformas liberales de América2, la Revolución Liberal que él condujo al triunfo no fue esa insurrección unánime del «pueblo» contra los gamonales que algunos textos ingenuos han querido consagrar: fue una extraña con"uencia de reivindicaciones populares y ambiciones oligárquicas que se encontraban precariamente identi!cadas por una nebulosa ideología anticlerical, a veces motivada por las razones de los librepensadores, pero también, con frecuencia, por variadas envidias y rencores. Si banqueros y exportadores !nanciaban con reticencias la alfarada, buscando el poder para instaurar una economía librecambista amparada en la organización liberal del Estado, los campesinos sin tierra y los intelectuales de la pequeña burguesía abrigaban un sueño de justicia que se extraviaba fácilmente en las proclamas libertarias. Emergentes realidades sociales no bien con!guradas con"uían con procesos inconclusos; divergentes perspectivas se sobreponían en el mismo cauce; diferentes y aún opuestos proyectos históricos se entremezclaban sin que sus propios actores pudieran advertirlo. Por eso, y más allá de su propio tiempo, Alfaro alcanzó el más perdurable de sus triunfos en el fracaso de la revolución que acabó asesinándole en 1912. El drama y la paradoja de su vida reproducen el drama y la paradoja de su pueblo3.

El último rincón del mundo

sería recibida la increíble noticia en la Loja campesina de aquel tiempo: tierra buena y generosa, de amable clima y gente hospitalaria, Loja estaba aislada de

2 En la Argentina, la reforma liberal fue consagrada en la Constitución de 1853; en México, en la de 1867.

3 En una de sus mejores páginas, Leopoldo Benítez usó las palabras drama y paradoja para describir al Ecuador. Al hacerlo no agregó nada nuevo a lo que cabe decir de todos los pueblos del mundo, porque la existencia humana, en cualquier sociedad que la albergue, es por sí misma dramática y paradojal. No obstante, el acierto de Benítez fue el de haber descubierto que las palabras drama y paradoja no son para nosotros una simple credencial de nuestra pertenencia a la especie humana, sino las categorías propias de un modo de ser de la historia, cuyo talante peculiar consiste en juntar esos caracteres en forma permanente por la fuerza de una necesidad que les ha hecho mutuamente depen-

habita la paradoja como ingrediente constitutivo; y es paradójica porque se ha dado siempre modos de encontrar la alegría en la tristeza y de !ngir esperanzas cuando se siente atravesada por el drama de sus desgarramientos. De ahí que Alfaro, al fracasar, alcanzó el triunfo de la inmortalidad: si no hubiese sido derrocado y asesinado, quizá hoy lo veríamos como responsable de la plutocracia.

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todo; sus agrestes caminos eran tan difíciles, que en la práctica quedaba casi todo el año desmembrada del resto de nuestro territorio, con el cual le unía apenas la perezosa línea de un telégrafo siempre dispuesto a darse vacaciones. Uno puede preguntarse, por lo tanto, cuál pudo haber sido el impacto que la monstruosa novedad causó en el ánimo de aquel joven estudioso que había ingresado ya al colegio Bernardo Valdivieso: nadie lo sabe, por supuesto, ni lo sabrá nunca. Sin embargo, quizá sea posible suponerlo con bastante certeza, porque parece indiscutible que tuvo desde el principio cierta simpatía por el «indio Alfaro» y que sus primeras ideas políticas fueron moldeadas al calor de un liberalismo cuyo origen, aparte de las probables in"uencias familiares, podría estar vinculado con el episodio limítrofe de 1910, evocado por él mismo en su prólogo a la Historia de Loja y su provincia, de Pío Jaramillo Alvarado. Allí se lee que esos días en que la paz estaba amenazada por la negativa del Perú a aceptar un arbitraje, fueron días de «tranquilo heroísmo de todo un pueblo», cuando «todas las gentes de esta tierra estaban resueltas a ir al sacri!cio»4. Y enseguida habla de las «muchachadas universitarias» que, bajo la jefatura de Jaramillo Alvarado, se enrolaron en los cuarteles para marchar a la frontera bajo el liderazgo de Alfaro, y dice: «Yo tenía menos de trece años y estuve enrolado hasta que el Coronel Patricio Ordóñez me largó a la calle por “mocoso novelero”» (Id.).

En una sociedad que ha vivido al calor de la ideología romántica del heroísmo y de la Patria, no es difícil entender que el espíritu de todos, y aun más el de los jóvenes, se haya in"amado de heroicos sentimientos ante el solo peligro de una guerra, y mucho más si estaba estimulado por la presencia de un guerrero por sí mismo legendario. En tales circunstancias, ser alfarista devenía sinónimo de ser «patriota»; y para un «mocoso novelero» que estaba loco por sentirse hombre, como suelen estar todos los mocosos de esa edad, además de ser patriota, ser alfarista signi!caba justamente ser hombre, capaz de liberarse de todas las tutelas y, por cierto, de esos melindres religiosos que estaban asociados casi siempre con ñoñerías femeninas.

4 «El pañuelo rojo anudado al pescuezo y el sombrero jipijapa del pequeño viejo Alfaro, electri-zaban a los pueblos –escribe Carrión–. Y ese fervor fue hasta los linderos de la !ebre en mi pequeña ciudad linderana (sic), cuando estaba yo cursando el primer año de colegio». Cfr. Benjamín Carrión, «Pío Jaramillo Alvarado, Doctor en ciencias de la Patria», prólogo a la Historia de Loja y su provincia, Quito, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1955; reproducido en Santa Gabriela Mistral, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1956, pp. 239 y ss., así como en el volumen Plan del Ecuador, editado en Quito por el Ministerio de Educación en 2010.

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Liberalismo y... ¿socialismo?

De ahí que no parecen estar descaminados aquellos que aseguran que Carrión fue alfarista hasta que se hizo socialista –o sea, que siempre estuvo en lo que se tenía como más avanzado en el pensamiento político. Entre ellos se cuenta Moreano, que en uno de los mejores ensayos que se han escrito sobre el escritor lojano, a!rma que la matriz del pensamiento de Carrión fue siempre liberal, y que nunca pudo superar el «cortocircuito» entre ella y sus posiciones políticas socialistas5. Esta contradicción (que acaso pueda presentarse como una de las razones que hacen de Carrión la más clara expresión de su siglo) pone sobre el tapete la con"uencia tan generalizada y aún vigente, por la cual una ideología liberal (burguesa) y una posición política socializante (o «proletaria») suelen convivir en un mismo individuo e incluso ha sido persistente en las organizacio-nes partidarias de la izquierda, cuyas mayorías han sido formadas casi siempre por una clase media intelectual: quizá por eso, la historia de la izquierda ecuatoriana es la historia de un largo desencuentro6. Sin embargo, esta parece no haber sido una contradicción exclusivamente ecuatoriana: en el ya olvidado Libro Rojo de Mao puede leerse que «el peor enemigo de la revolución es el burgués que lleva dentro cada revolucionario».

¿Cuál es entonces la verdad en relación con el tránsito de las ideas políticas tempranas de Carrión, emotivamente liberales, hacia las ideas socialistas que él mismo declaró un día haber tenido desde los dieciséis años, o sea, desde el año siguiente al asesinato de Alfaro?7 ¿Se trataba del socialismo marxista, que es el verdadero socialismo, o de ideas que guardaban alguna relación con la utopía de Proudhon? ¿Eran de verdad ideas socialistas, o se trataba apenas de un

5 Cfr. Alejandro Moreano, «Benjamín Carrión: el desarrollo y la crisis del pensamiento democrá-tico nacional», en Argumentos, N° 1, Quito, agosto de 1980.

6 Al usar el concepto de «ideología», lo hago en el sentido de «falsa conciencia» (falsche Bewutseins: Marx), o sea, una «conciencia» enajenada; una «conciencia» que «distorsiona» la realidad porque está conformada con ciertos sistemas de ideas (religiosas, !losó!cas, jurídicas, políticas, etc.) que se combinan sutilmente con elementos no racionales (imágenes, prejuicios, temores, ambiciones,

falsas representaciones intelectuales del Estado, el poder, el derecho, la moral, la sociedad, los individuos, etc. O sea que al hablar de ideología estoy mentando una repre-sentación mental del mundo, y al mentar la posición política apunto a las opciones prácticas que se asumen en cada coyuntura. Véase la interpretación del concepto de ideología hecha por Louis Althusser, Pour Marx La revolu-ción teórica de Marx, México, Siglo XXI, 1971).

Cartas al Ecuador hecha en 1988 por el Banco Central del Ecuador y la Corporación Editora Nacional, dentro de la Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano.

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liberalismo «avanzado», heredero del radicalismo alfarista –o se trataba incluso de ese vago humanismo rebelde que puede vincularse con la literatura francesa del XIX? Las respuestas tendrán que ser buscadas en sus libros.

III. VIAJE A LA VECINDAD DEL PARAÍSO

El segundo momento de importancia en la vida de Carrión empezó el año 25, cuando hizo su primer viaje al extranjero –o sea, justamente cuando el siglo XX estaba comenzando. Dos décadas había necesitado el XIX para terminar sus tareas: cuando el radicalismo amenazó desbordar las perspectivas de exportadores y banqueros, ellos mismos se encargaron de incinerarlo para pactar con el gamonalismo conservador. De este modo, después de haber logrado el nacimiento de un Estado «moderno» o que pretendía serlo, la oligarquía abandonó las ínfulas revolucionarias de las que hizo gala durante la alfarada, y as!xió la posibilidad de un Estado democrático, sin entender que estaba llamada a construirlo. En su lugar construyó un Estado represivo que ejerció la violencia por sistema desde 1912 hasta 1925 –y que la ejercería después bajo otras vestiduras.

Pero ya escribió Marx que la violencia es la comadrona de la historia: para ejercerla, los gobiernos plutocráticos llegaron incluso a mantener una larga y sangrienta guerra contra las huestes de Carlos Concha –una guerra que se libró casi en secreto, al amparo de las alucinadas selvas de Esmeraldas; pero esa violencia alcanzó un extremo intolerable en 1922, cuando masacró en Guayaquil a los trabajadores en huelga. La reacción que empezó en 1912 encendiendo la «hoguera bárbara» en la que ardió Alfaro, terminó tirando al agua los cuerpos de los trabajadores de 1922: en apenas diez años se había liquidado el último vestigio de esperanza en el liberalismo que había alentado en la frágil conciencia política de los trabajadores, cuyas acciones de protesta, después de Guayaquil, se extendieron al campo serrano (Sinicay, Jadán, Pichibuela, Urcuquí, Leito...). Nadie sabía que todos esos trabajadores iban a inaugurar el siglo XX,que es el siglo de las masas, y que lo harían con la sangre que regaron8.

Carrión tenía 25 años cuando ocurrió la matanza de Guayaquil. Acababa de obtener su doctorado, lo mismo que su compañero Velasco Ibarra, y había

8 Acerca de este acontecimiento y sus causas, véase Benjamín Carrión, Plan del Ecuador, cit. supra, p. 161 y ss.

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regresado a Loja para desposar a la inolvidable Mamaniña9, antes de asumir la función de prosecretario de la Cámara de Diputados. Para entonces, ya podía exhibir las ejecutorias de quien había nacido para triunfar gracias a su cuna y su talento: había ingresado a la Sociedad Jurídico-Literaria, como era de rigor; había participado en la creación de la revista lojana Vida Nueva; había colaborado con Juventud estudiosa, la revista que en Guayaquil dirigía Teodoro Alvarado Olea; en 1917 había iniciado colaboraciones esporádicas en El Día; en el 18 había dirigido La Revista y colaborado en Caricatura; en el 19 había escrito versos sentimentales, muy a tono con el modernismo agonizante; en el 22 (el mismo año de la huelga, el mismo año de El estanque inefable, de Carrera Andrade, y de El indio ecuatoriano, de Jaramillo Alvarado), había recibido su investidura

envío, no propiamente al paraíso, donde reinaba en esos tiempos don Gonzalo

funciones consulares. Uno piensa en el año 25 y concluye, desde luego, que el ingreso de Carrión

verdad es que Carrión ingresó al mundo diplomático en abril de 1925, es decir, casi tres meses antes de la Juliana10, y lo hizo de la mano del doctor Gonzalo S. Córdova, que había sido elegido en 1924 para suceder a José Luis Tamayo, aquel que ordenó la intervención del ejército en Guayaquil.

Pero tan pronto como Carrión había cruzado el Océano, su tierra, su pequeña tierra tan lejana, fue sacudida nuevamente por la historia. El doctor Gonzalo S. Córdova, hombre re!nado pero enfermo, era un verdadero espejo de su clase: fue depuesto con asombrosa facilidad el 9 de julio de 1925 por un grupo de o!ciales de baja graduación, uno de los cuales, el Mayor Ildefonso Mendoza, anunció la formación de un gobierno revolucionario cuyo objetivo era «asegurar la igualdad de todos ante la ley y la protección del hombre proletario». Esa fue la primera vez que la palabra proletario, en lugar de aparecer en La Antorcha11 para

9 Este fue el nombre cariñoso que la familia consagró para llamar a doña Águeda Eguiguren de Carrión. Para trazar su imagen, véase los Recuerdos de la Mamaniña

10 Cfr. Mario Alemán Salvador, «Benjamín Carrión, diplomático», en Re/incidencias N° 3, Anuario del Centro Cultural Benjamín Carrión, Quito, 2003.

formaron el grupo «La Antorcha Socialista», como un núcleo precursor del Partido Socialista Ecuato-riano. El 31 de diciembre del mismo año, ese grupo inició la publicación del periódico La Antorcha, que fue mirado con mucho recelo por las autoridades y por los sectores oligárquicos.

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leerse casi en secreto, se oía públicamente en el lenguaje político ecuatoriano;

tiempos!

El nacimiento de América Latina

Mientras el Ecuador era sacudido por estas convulsiones, nuevas tendencias ideológicas y culturales empezaban a cobrar importancia en América Latina, cuyo nacimiento debe situarse entre 1890 y 1930. Pero –paradoja de paradojas–, en cuanto al lugar del acontecimiento, es probable que no sin objeciones podamos !nalmente ponernos de acuerdo en que América Latina nació en París.

Como escribió Walter Benjamin, París fue la capital del siglo XIX, pero seguía conservando ese prestigio después del comienzo «real» del siglo XX, sobre todo para los sudamericanos que por entonces se congregaron en ella, formando lo que Beatriz Colombi ha llamado «una colonia estable»12. Sin olvidar que el Ariel de Rodó fue publicado en Montevideo el año de 190013, no cabe duda de que fue en el seno de esa «colonia estable» donde habría de nacer una América Latina cuya de!nición inicial no es exactamente la misma que ha llegado hasta nosotros. Se trata, por supuesto, de un nuevo nombre dado a nuestro continente; pero es preciso recordar que la historia de los nombres que ha tenido esta porción del mundo es la historia de las diferentes ideologías que se con!guraron para concebirla.

12 «Entre 1900 y la Primera Guerra, un contingente de escritores hispanoamericanos convergió en París conformando una colonia estable, que habría de engrosar sus !las y modi!car su per!l a lo largo de las tres primeras décadas del siglo. Si bien existen numerosos antecedentes de viajes y exilios de letrados en la centuria precedente, esta migración constituye el primer ingreso masivo de la inteligencia hispanoamericana en un concierto internacional». Cfr. Beatriz Colombi, «Camino a La Meca: escrito-res hispanoamericanos en París (1900-1920)», en Carlos Altamirano et al., Historia de los intelectuales en América Latina, T. I, Buenos Aires, Katz Editores, 2008. Sobre este tema, no su!cientemente explo-rado para la comprensión de nuestra particular historia literaria e ideológica, la misma autora ha escrito Viaje intelectual. Migraciones y desplazamientos en América Latina 1880-1915, Buenos Aires, 2004.

13 El espíritu de la «latinidad» no fue inventado por Rodó: Torres Caicedo, Francisco Bilbao y Martí ya advirtieron acerca del peligro de la voracidad imperialista de los Estados Unidos, mientras Ed-mond Desmolins proclamó en 1897 la inferioridad y decadencia de la «raza latina», y Víctor Arreguine habló en 1900 sobre la «superioridad» de los latinos sobre los anglosajones. Todas estas intervenciones, o la mayor parte de ellas, estaba inmersa en la !losofía positivista del racismo, emparentada desde luego con los nacionalismos de esa hora. Pero no es éste el lugar para discutir in extenso este tema.

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es muy probable que ese nombre hubiera sido compartido por las numerosas culturas que, con distintos grados de complejidad, se habían avecindado en estas latitudes. Después, cuando el sujeto de la historia de nuestro continente fue desplazado por atrevidos navegantes, fue «las islas de la Mar Océana», y más tarde, ya con los conquistadores, fue Las Indias, y más tarde aún, el Nuevo Mundo. Ya en el tramo !nal de la Colonia fue América, y siguió siéndolo durante la Independencia; y sus habitantes fueron todos americanos, sin que la conciencia de serlo se fragmentara todavía14. En su nombre fue proclamada

recortaba en el nivel de los conceptos a la América Española, que debía quedar claramente diferenciada de la América Portuguesa; pero no faltaron quienes buscaron una integración que incluyera al Brasil y proclamaron la existencia de Iberoamérica. Y fue precisamente mientras se mantenía la disputa entre hispanoamericanismo e iberoamericanismo, cuando apareció una tercera alternativa: esta porción del mundo no era ya nada de lo anterior, sino Latinoamérica.

Evidentemente, no se trataba de la realidad geográ!ca, cultural ni humana de la América no sajona: se trataba de ideología, es decir, de la representación mental que se hacían del continente las burguesías herederas de los criollos, sin que en ella interviniera la experiencia cotidiana de los pueblos que en gran medida se desconocían mutuamente. Aquello de la «latinidad», por supuesto, no dejaba de ser insólito en un continente poblado por fuertes mayorías nativas de diversos orígenes y colonizado por un pueblo atravesado por muchas sangres y culturas15. Era como si las clases dominantes nacidas de la Independencia, considerándose herederas directas de un Imperio Romano imaginariamente «puro», se tomaran a sí mismas como dueñas de todo el continente por derecho divino, sin admitir siquiera que mucho antes lo habían sido los pueblos originales por derecho propio. No: esos pueblos no contaban; su «inferioridad racial» era axiomática: estaba tan a la vista que no requería demostración. América era propiedad exclusiva de sus clases dominantes y ellas descendían directamente del pueblo latino. Punto.

14 Ya sabemos que esa conciencia fue muy pronto sustituida por las conciencias «nacionales» que llegaron pisando los talones de los últimos soldados de Bolívar, como indeseada consecuencia de la

15 No hay que olvidar, sin embargo, que para entonces ya se habían producido las migraciones europeas hacia América. En Buenos Aires, sobre todo, se había concentrado una enorme inmigración italiana.

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Se trataba, en suma, de una visión aristocratizante de las burguesías neonatas: una visión, sin embargo, que respondía puntualmente a la ideología de la «latinidad» proclamada por Francia. Mientras tanto, en la América septentrional, no satisfechos con la conquista del Oeste a costa de los indígenas que lo poblaban, gobiernos o !libusteros yanquis habían iniciado ya su penetración en Cuba, Panamá y Nicaragua, sin contar con la usurpación de grandes extensiones mexicanas, y lo hacían con la energía del primer Roosevelt y al amparo de la sombra de Monroe, en cuyo vocabulario «América» no era más que un sinónimo de «Estados Unidos». En esas circunstancias, la ideología francesa de la «latinidad» encajaba muy bien en las pretensiones que alimentaban las nacientes burguesías sudamericanas, que no podían ocultar su mentalidad de encomenderos modernizados: también ellas veían con recelo las inequívocas muestras del expansionismo de los gringos (imperialismo, más bien), y hasta Rubén Darío, como si hubiera querido lanzar una advertencia, había a!rmado que la América Española, «aún reza a Jesucristo y aún habla en español» («A Roosevelt»), aunque no podría reprimir luego estas preguntas angustiadas: «¿seremos entregados a los bárbaros !eros? ¿tantos millones de hombres hablaremos inglés?» («Los cisnes»)16.

Era, pues, verdaderamente indispensable marcar las diferencias: si Monroe había declarado que América era para los americanos, y el Gran Garrote de Roosevelt pretendía asegurar la sumisión de todo el continente, había que hacerles notar que también eran americanos aquellos que vivían del Río Bravo

latino-americanos: para diferenciarse de la América sajona, los intelectuales de las burguesías del Sur, (y sobre todo aquellos que se encontraban en París, incluyendo a los que profesaban sinceramente doctrinas «de avanzada»), no encontraron nada mejor que invocar la mohosa memoria de algún dudoso tatarabuelo romano, cuidándose muy bien de despertar a la

17

16 Ambos poemas se encuentran en Azul17 Puesto que esta cuestión de nombres se resuelve !nalmente en una cuestión de ideologías,

quiero aclarar desde ahora, para evitar malentendidos, que el nombre «América Latina» ha sufrido a lo largo del siglo XX una profunda transformación semántica. No puedo estudiarla en detalle: baste decir que «América Latina» hoy signi!ca «América no sajona»; y sin desconocer la herencia hispánica (seriamente modi!cada, desde luego), engloba no solo los variados mestizajes que se han producido y siguen produciéndose, sino también todos los pueblos indígenas y afro-americanos, sin que quede nin-gún vestigio del imaginario parentesco con los pueblos latinos que fue invocado al nacer el siglo. Pero al margen de estas distinciones, «América Latina» signi!ca hoy «América dependiente» o «América Ter-cermundista»: por lo tanto (quizá desde 1960), «América Latina» no es ya un concepto antropológico (étnico o cultural), sino un concepto político.

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Gabriela y sus amigos

Entre los sudamericanos avecindados en París se encontraba Lucila Godoy, la chilena conocida como Gabriela Mistral que algunos años después sería agraciada con el Premio Nobel. Por entonces, después de haber colaborado en la tarea educativa y cultural que fue desarrollada en México por Vasconcelos18, Gabriela desempeñaba funciones de importancia en el Instituto de Cooperación Cultural que fue creado por la Sociedad de las Naciones y que hoy puede ser tomado como un antecedente de lo que más tarde sería la UNESCO. Aquel Instituto y su vigorosa funcionaria chilena eran sin duda un referente de importancia para todos esos sudamericanos que todavía se encontraban en París o sus alrededores, entre los cuales se contaban algunos con quienes Gabriela mantenía vínculos de amistad más o menos estrechos, más o menos estables, sin excluir por supuesto a aquellos que habían elegido otros lugares más distantes para pasar su autoexilio. A algunos de ellos dedicó Carrión su entusiasmo en las emotivas páginas de sus primeros libros, que aparecieron desde 1928 hasta 193119.

De los diez ensayos que se incluyen en estos libros20, hay dos que sobresalen por su importancia: son el primero de Los creadores de la nueva América y el último del Mapa de América, y se re!eren a José Vasconcelos y a José Carlos Mariátegui. Carrión nunca llegó a conocer personalmente al pensador peruano, pese a algún intento de encuentro que resultó fallido; en

18 En el México post-revolucionario, José Vasconcelos desempeñó la Secretaría de Educación desde 1921 hasta 1924, bajo la presidencia de Álvaro Obregón.

19 El primer libro de Carrión fue Los creadores de la nueva América y apareció en París con un prólogo de Gabriela Mistral, a quien Carrión conoció por mediación de César E. Arroyo, a la sazón cónsul del Ecuador en Marsella después de haber colaborado con Cansinos Assens en la dirección de la Revista Cervantes (importante vehículo de expresión del vanguardismo que se publicaba en Madrid), circunstancia que le había dado la ocasión de establecer relaciones con muchos escritores e intelectua-les. El segundo libro fue una novela, El desencanto de Miguel García, que apareció en Madrid en 1929; y el tercero fue Mapa de América, publicado en Madrid, en 1930, con prólogo de Ramón Gómez de la Serna. Estas son las fechas que aparecen en todas las bibliografías; sin embargo, en la primera edición de las Cartas al Ecuador (Quito, Editorial Gutemberg, 1943), aparece una página en la que, bajo el título «Obras del autor», se señala 1930 como fecha de edición de El desencantode edición de Mapaun volumen de Carrión titulado Obras, publicado en Quito por la Casa de la Cultura en 1981, y se señalan dentro del texto, entre paréntesis, con el número de la página correspondiente.

20 En Los creadores de la nueva América constan cuatro ensayos que versan sobre José Vasconcelos, Manuel Ugarte, Francisco García Calderón y Alcides Arguedas; en tanto que el Mapa de América inclu-ye seis, que se re!eren a Teresa de la Parra, Pablo Palacio, Jaime Torres Bodet, el Vizconde de Lascano Tegui, Carlos Sabat Ercasty y José Carlos Mariátegui.

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cambio, pudo conocer al mexicano por mediación de Gabriela, y tuvo con él

Latinidad y mestizaje

Carrión no puede ocultar el entusiasmo que le han provocado las ideas de Vasconcelos y su obra en la Secretaría de Educación del gobierno mexicano. Con gran lujo de detalles se detiene morosamente en el registro de la creación de innumerables escuelas, la incorporación de miles de nuevos profesores, la reducción drástica del número de analfabetos, la creación de bibliotecas yla edición de libros, que empieza en los Evangelios21 y sigue con los clásicos

Goethe, Romain Rolland, Plotino y Tagore) que «llegaron hasta el indio americano, hombre para cuya redención espiritual y moral, también hablaron

(Id.)22. Pasa luego a registrar el impulso al arte plástico (Roberto Montenegro y Alfredo Ramos Martínez, y luego los grandes nombres de Orozco, Amero, Domínguez,

obra de Diego Rivera), y concluye esta reseña de la obra vasconceliana con la difusión de la música, que permitió llevar a todas partes la de Bach, Mozart, Wagner, Shubert, Berlioz y Beethoven, «para que la música cumpliera toda su misión civilizadora y penetrara en el espíritu del pueblo» (Id.)23.

21 «...libros para hombres, para todos los hombres de esta tierra mexicana que está bebiendo mucho odio, que está fertilizándose con demasiada sangre y cuyos torcidos caminos es preciso en-derezar hacia el amor y la justicia. Vasconcelos, Civilizador de verdad, pidió al Evangelio su fuerza calmadora, su gran e!cacia de caridad y perdón. Y veinte y cinco mil volúmenes de palabras de Cristo volaron hacia todas las almas mexicanas y el Sermón de la Montaña llegó así, persuasivo y piadoso, a todos los espíritus, en el país convulsionado» (p. 25). Desde luego, Carrión escribe pensando en la san-grienta Revolución Mexicana (1910-1917) y en la Guerra de los Cristeros (1926-1929), que también

los cristeros se opusieron ferozmente a las leyes que limitaban los derechos y privilegios de la Iglesia Católica. Respecto a Carrión, es digno de subrayarse el hecho de que a lo largo de su obra no deja de hacer alusiones a Cristo, a los Evangelios y al espíritu cristiano: que su temprano liberalismo le haya alejado de los rituales católicos no parece signi!car que hubiera abandonado una creencia religiosa inculcada por su madre.

22 O sea que en el pensamiento de Vasconcelos (que, a juzgar por su entusiasmo, Carrión celebra y parece compartir), el indio americano se encuentra «perdido», en el sentido cristiano del término, y necesita una «redención», que solo puede venir de Occidente. Quizá por eso, ninguno de los autores de la rica literatura mexicana está incluido en tales ediciones, pero a Carrión no parece preocuparle esa omisión.

23 Tampoco escribe en este ensayo ni una sola línea sobre la música mexicana, indudablemente rica y expresiva, y sin duda más cercana al «espíritu del pueblo».

25

O mucho me equivoco, o es imposible leer estas páginas dedicadas a la obra educativa y cultural de Vasconcelos sin establecer mentalmente una inmediata relación con la obra que más tarde el propio Carrión habría de desarrollar en la Casa de la Cultura por él creada bajo el lema de «Cultura y Libertad». Bibliotecas, ediciones, estímulo a las ciencias y a las artes, incluyendo

embargo, requiere inteligencia y capacidad para la acción –y Carrión las tenía.Pero no vayamos tan lejos todavía. El ensayo de Carrión sobre Vasconcelos

no se limita a la exaltación de la obra del Secretario de Educación: aborda el pensamiento del autor mexicano, y declara rotundamente que su !losofía es «nuestra !losofía, la !losofía de los pueblos nuevos y mestizos, la optimista !losofía del trópico occidental hispanoamericano» (p. 23); y de un modo muy signi!cativo cita a Ortega, para quien «la potencia sustantiva –en los procesos de incorporación– consiste siempre en un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común»24. E inmediatamente, para que no quede la menor duda, agrega que «ese programa para el mañana, ese proyecto sugestivo de vida en

Vasconcelos, que es fórmula escrita del ideal viviente» (p. 33).

Vasconcelos un «proyecto sugestivo»? Evidentemente, se trata de la América recién bautizada de «Latina», puesto que algunas páginas más allá dice que en esta América, «el espíritu latino se ha evidenciado de una manera hegemónica» (p. 49), y lo ha hecho a través del idioma; añadiendo que

las diversidades lingüísticas. Sus hombres no estuvieron presentes a la construcción de la Torre de Babel. Desde Sonora hasta el Cabo de

24 Op. cit. pp. 32-33; las cursivas son de Carrión. Él no señala el lugar del cual está tomada esta cita, pero en una nota posterior que no lleva fecha, y que se encuentra en la edición que estoy mane-jando, dice: «En toda mi obra posterior, he tratado de sustentar, como lema nacional, como “proyecto sugestivo de vida en común”, el lema CULTURA Y LIBERTAD, demostrado por nuestra historia». Puesto que, según Ortega, tal «proyecto sugestivo» es un «dogma nacional», Carrión cayó sin darse cuenta en el gazapo de a!rmar que se trata de un dogma demostrado (lo cual es una contradicción en los términos); sin embargo, es muy importante que al cabo de los años él mismo hubiera reconocido el origen de ese «dogma nacional» que propuso al crear la Casa de la Cultura. Allí está, con sus propias palabras, señalada una de las fuentes donde bebió las ideas que luego haría suyas: Ortega y Gasset. La otra fuente, qué duda cabe, es Vasconcelos, y ninguna de las dos contribuye a delinear un per!l «de izquierda». Por lo demás, sobre todo la de Ortega, es la in"uencia característica en los intelectuales de la burguesía latinoamericana de la época.

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al español– un solo idioma, recio, rico, numeroso y sonoro, lo hablan sesenta millones de hombres, sobre una extensión territorial inmensa, capaz de albergar a media humanidad actual (pp. 51-52; las cursivas son mías)25.

Más aun, en armonía con Vasconcelos, Carrión considera negativo el

empeño deformador del español, que ciertos estrechos nacionalismos estimulan y dirigen, invadiendo aun el campo del idioma escrito. Esos nacionalismos, esos patriotismos miopes, con el pretexto de a!rmar una personalidad nacional diversi!cándola, tratan de aumentar el humano

O sea que la diversidad de lenguas, e incluso la variedad de hablas, es un «castigo divino implacable», exactamente como en el mito de Babel, lo cual está muy cerca de la declaración de que Dios es blanco y habla en el español de la Academia: solo esa es la lengua no afectada por ningún «empeño deformador», ninguna «desviación», ni representa ningún «patriotismo miope». No solo que en esa expresión estaría implícita una incondicional adhesión al código lingüístico !jado por la Academia (sin importar el habla de los pueblos), sino que es privilegio «divino», ya que todo lo que no se ajusta a él es resultado de un «castigo divino implacable».

Quisiera creer, sin embargo, que Carrión no podía haber pensado de ese modo. Quisiera creer que no ignoraba la existencia de signi!cativos grupos humanos que en América hablaban (y siguen hablando) otras lenguas. Quisiera creer que para Carrión el español constituía (como lo hace todavía)

25 Es claro que si Carrión hubiera escrito que de un extremo a otro de nuestra América, sesenta millones de personas hablan español, su pensamiento estaría al margen de todo equívoco, porque esa manera de decir no contradice el hecho de que otras personas (o algunas que se incluyen en esa cifra) hablen otras lenguas. Pero ha dicho que ese numeroso conglomerado habla «un solo idioma»: por lo tanto, las demás lenguas que se hablan en América (y hoy sabemos que son muchas) sencillamente no

expresión? Me gustaría decir que sí, pero no me parece ocioso recordar que dos años antes, Vasconce-los escribió en su Indología que «mientras en Europa encontramos una docena o más de idiomas, de costumbres y de variedades raciales, entre nosotros no hay más que un idioma continuo y una raza

de José Vasconcelos y Atahuallpa de Benjamín Carrión», texto que, aún inédito, su autor tuvo la gen-tileza de enviarme por vía electrónica).

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el idioma común, el código general impuesto por la conquista y que como tal nos identi!ca a todos los sudamericanos (incluyendo a los brasileños, que entienden el castellano con más facilidad que los hispanoparlantes el portugués) y sirve como lingua franca en las relaciones entre los gruposindígenas y la población mestiza26. Y si hace una alusión al mito de Babel, quisiera creer que lo hace solamente a título de estilo, de lenguaje !gurado, en cuyos trasfondos asoma un tema diferente: la acentuación de lo que es común a todos los países de nuestra América y la voz de alerta frente al signi!cado que Carrión atribuye a los «afanes particularistas» que él ve expresados en el idioma, por las indeseables consecuencias que tendrían frente al ideal de la integración que estaba implícito en el latinoamericanismo.

naturaleza demuestran que Carrión estaba mejor dotado para las letras que para el pensamiento. Puede ser. Pero si lo es, no sería nada extraño: toda la cultura letrada del Ecuador parecería haber sido refractaria al cultivo de las disciplinas especulativas (reducidas casi siempre a varias formas de escolástica) y más inclinadas a la literatura; pero al mismo tiempo hay que admitir que la literatura no ha sido entre nosotros un producto exclusivo de la imaginación, sino un medio de exponer y defender ideas. En cualquier caso, me parece conveniente recordar que en esos años todo el continente se encontraba en trance de transformaciones ideológicas, cuyas marchas y contramarchas no hacían sino expresar un cambio radical de perspectivas. No es extraño, por lo tanto, que las ideas hubiesen sufrido a cada paso el vaivén de las presiones de una sociedad oligárquica que estaba agonizando mientras nacía otra que aún no terminaba de encontrar su camino. Por eso Carrión habla de «defender el espíritu latino», vinculado al idioma, pero al mismo tiempo de «aprovechar las enseñanzas de otras razas», lo cual demuestra que no había superado hasta esa fecha el horizonte de las «razas», propio de la burguesía de ese tiempo, y como ella, no había llegado tampoco a una real comprensión de los pueblos indígenas y sus culturas propias27.

encontrado en Vasconcelos un «proyecto sugestivo»: ¿en qué consiste? Pues

26 Es verdad que en América existen también grupos monolingües cuyo idioma no es el español; pero exigirle a Carrión precisiones de ese tipo sería dar pruebas de una rigurosidad impropia.

27 Sobre este tema, véase Catherine Walsh, Interculturalidad, Estado, sociedad. Luchas (de)colo-niales de nuestra época, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Ediciones Abya Yala, 2009; y M.

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nada más y nada menos que en convertirse en el crisol de una fusión universal de todas las «razas» y todas las culturas28. ¿Creía en realidad en esa «teoría», que propiamente es una fantasía inmersa en la ideología de las «razas»? Como es evidente, Carrión admira a Vasconcelos, y se entusiasma al exponer el contenido de sus libros, sencillamente porque, como dice Gabriela en su prólogo, es por naturaleza «un fervoroso» (p. 9), y lo será toda la vida; pero un rasgo típico de su personalidad, que se hará más notorio con el tiempo, es su permanente disposición a encontrar el «lado bueno» en todas las personas y a callar sus desacuerdos. Aplaude todas las obras de la inteligencia y la sensibilidad y llegará más tarde a estimular a cuantos se le acerquen, sean o no sean de su agrado. En el caso de Vasconcelos, de quien se apartará después, cuando el mexicano adopte posiciones políticas cercanas al fascismo, su admiración está más claramente determinada por la obra del Secretario de Educación que por las ideas del «!lósofo»; y si dedica largas páginas a exponer la fantasía de la «raza cósmica», mezclando como hace Vasconcelos algunos datos de la realidad y muchas nociones ideológicas, no es tanto por esa fantasía en sí misma, sino por la implicación que ella trae: como el propio Vasconcelos reconoce,

del mestizaje, fortaleciendo nuestro intento con todos los poderes de la re"exión y del saber, pero dejándole entero el sentido todavía insondable de su misión29.

Es así como la idea de la «latinidad» de nuestra América va a desembocar en la idea del mestizaje, en torno a la cual, desde distintas latitudes de nuestro continente, se construyó en aquellos años una ideología cuyo papel, como el de toda ideología, fue el de enmascarar la realidad: en el fondo, se trataba

al servicio del hombre, van a fundirse, en síntesis superadora, las razas particularistas preexistentes que, cada una en su hora, fueron una cultura humana lograda; el idioma que encauzará e impulsará

yanqui de Gobineau para los !nes del imperialismo sajón; frente a la inhumana y mezquina teoría de la desigualdad de los hombres, de la selección natural, de la prevalencia del fuerte, que son los cánones de

inauditas, humana, generosa, visionaria acaso para los eunucos del sentido común, pero optimista, envalentonadora, llevando en sí gérmenes e!cientes para la fecundación» (p. 56).

29 Palabras de Vasconcelos citadas por Carrión, p. 55.

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de un esfuerzo por «blanquear» a nuestra América, diluyendo las diferencias bajo un común denominador que no podía ocultar su raigambre occidental30.

«Apeo y deslinde»

El ensayo sobre Mariátegui al que antes hice referencia es la última pieza del tercer libro de Carrión, y no escatima las expresiones de admiración al pensador peruano. Se trata, sin embargo, de una admiración engañosa: más que el pensamiento de Mariátegui, lo que Carrión nos ofrece es el elogio de una actitud, y, a guisa de comentario lateral y fragmentario, agrega la exposición de algunas de sus propias ideas –amasadas, ya se sabe, a lo largo de su período de formación, y de!nitivamente con!guradas al calor de la in"uencia vasconceliana.

La primera de esas ideas se re!ere a la superioridad que Carrión otorga a la pasión sobre el pensamiento. Antes de exponerla, escribe que «el secreto

trasplantadas, expuestas sin claridad ni belleza», ni es «el moralista baboso, que para decir vulgaridades adopta aires de evangelizador»; ni «el expositor frío de sistemas y tesis, que esconde bajo la capa barata de la serenidad, su espíritu infecundo; no es el romántico luchador elocuente ni el lírico glosador de utopías», sino un hombre que «estructura en forma orgánica sus campañas ideológicas, sin llegar al uso del papel de embalaje de la sistematización lógica, que las momi!caría», y que «a su potencia excepcional de ver claro y hondo

30 Es preciso diferenciar el hecho real del mestizaje étnico y cultural que se ha producido y sigue produciéndose en América, y la ideología del mestizaje, que caracterizó a las burguesías de nuestro continente desde la década del 30. Lo primero es un hecho múltiple y enriquecedor; lo segundo es una estrategia para «homogenizar» las sociedades americanas bajo el patrón occidental. «El concepto de mestizaje, pese a su tradición y prestigio, es el que falsi!ca de manera más drástica la condición de nuestra cultura y literatura. En efecto, lo que hace es ofrecer imágenes armónicas de lo que obvia-mente es desgajado y beligerante, proponiendo !guraciones que en el fondo son pertinentes a quienes conviene imaginar nuestras sociedades como tersos y nada con"ictivos espacios de convivencia» (Cfr. Antonio Cornejo Polar, «Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas. Apuntes», en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, XXIV, 47, Primer Semestre de 1998, pp. 7-8; citado por Michael

de la cultura mestiza», en Entre la ira y la esperanza, Quito, Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967; y «Ciencia de la literatura e ideología de clase en América Latina», en La Bufanda del Sol, N° 3-4, Quito, s/f (probablemente 1972); y Bolívar Echeverría, Modernidad y blanquitud, México, Ed. Era, 2010.

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une la gran virtud de los hombres de lucha, de todos los hombres simplemente: el don de apasionarse»31. Y casi enseguida:

Preciso es no confundir la pasión con la violencia –escribe–. Detesto esta última como un resabio felino, como una supervivencia del bruto que veinte siglos de Cristo, de domesticación por las artes y por la cultura, han tratado de exterminar en el hombre. Detesto la violencia. Pero amo en cambio la pasión, que es el resumen de las superioridades humanas: Fe, Esperanza y Amor (p. 258).

Y luego, a manera de explicación, escribe:

La imparcialidad, la calma, la mesure, son virtudes admirables y útiles en pueblos fatigados de historia, que han llegado ya, con su carga de gloria y

como fruto de su clima, debe producir hombres de pasión, porque se

etc. (pp. 258-259).

No puede menos que considerarse arbitraria la identi!cación de pensamiento, sistema y serenidad, con tibieza, pobreza intelectual, dogmatización y «babosería»; mientras las ideas de riqueza, creación y grandeza, su vinculan con la de apasionamiento. Bastaría pensar en algunos

pasando por Tomás de Aquino y Kant), para saber que no se puede decir tranquilamente que todo pensamiento sistemático es pobre, dogmático o «baboso». Por otro lado, la reiteración de la idea del «tropicalismo» de América, tomada de Vasconcelos para fundamentar la concepción de la pasión como carácter general de la joven América, mientras la vieja Europa es identi!ca-da con el pensamiento, generaliza nuevamente el supuesto carácter común tanto de los pueblos americanos como de los europeos, sin tomar en cuenta las obvias diferencias que hay en cada uno de estos mundos32. O sea, se trata

31 No una, muchas veces, reitera Carrión esta idea: «Yo nunca escribo desapasionadamente –es-En cambio, mi verdad,

es mi emoción Santa Gabriela Mistral, edición ya citada, pp. 242 - 243; las cursivas son mías).

32 Muy poco antes, Salvador de Madariaga publicó un penetrante estudio en el que identi!ca los ingleses, los franceses y los españoles con las fórmulas de fair play, le droit y el honor, con las cuales representa la acción, el pensamiento y la pasión, entendidos como formas dominantes de la personali-dad y la conducta de cada uno de esos pueblos. Cfr. Englishmen, Frenchmen, Spaniards, Oxford, 1928. La tercera edición de esta obra, en español (Ingleses, franceses, españoles) fue publicada por Espasa Calpe en Madrid, en 1932.

31

de la expresión de lo que podría considerarse una preferencia personal, elevada a la condición de «psicología de los pueblos»33.

Por otra parte, esa distinción entre un mundo-en-proceso-de-hacerse y un mundo-ya-hecho, parece mostrar una implícita idea de la historia como una avenida de una sola vía, en la cual hay pueblos que ya han llegado a la meta mientras otros apenas se encuentran comenzando: se trata, en realidad, de una de las múltiples variantes que tiene la ideología del progreso, propia del pensamiento liberal. Tengo la sospecha de que el mismo apasionamiento del que Carrión ha hecho gala en reiteradas ocasiones, le impidió advertir los supuestos implícitos en esta fácil y simpli!cada oposición; pero eso mismo me lleva a pensar que en ella se expresa, más allá de su propio pensamiento, la ideología de una época: anti-intelectualismo, determinismo, occidentalismo,

Ideología burguesa, en suma.La segunda de las ideas que me parece importante destacar entre aquellas

que son expuestas por Carrión al margen del pensamiento de Mariátegui, es la que identi!ca los conceptos de Occidente y cultura. En efecto, aludiendo a

sin estorbar a nadie, se metían por todos los resquicios de la vida occidental y le exprimían el jugo de todos sus secretos», hasta convertir al Japón en una potencia de primer orden. Y agrega un párrafo que no es posible pasar por alto:

Es que la atracción de cultura, dentro de una época en que la civilización marca de!nitivamente sus tendencias a universalizarse, constituye uno de los problemas fundamentales de los pueblos nuevos, o simplemente apartados de los cauces centrales de la civilización occidental, que mantiene en esta época la hegemonía del mundo (p. 261; las cursivas son mías).

que «la» cultura es y tiene que ser exclusivamente la occidental? Sí, eso signi!ca. Si esto puede decir Carrión a propósito del Japón, cuya cultura milenaria no ha desaparecido por la adopción de la ciencia y la tecnología de Occidente, ¿qué dice de nuestra América? Dice que:

33 Acerca de la «psicología de los pueblos», véase de Arturo Andrés Roig, el estudio introduc-torio a Psicología y sociología del pueblo ecuatoriano, de Alfredo Espinosa Tamayo; Quito, Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, vol. 2, 1979.

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es preciso comprender que no es la teoría cientí!ca –explicada en pésimo castellano (por profesores extranjeros, FT)– la que nos hace principalmen-te falta: ella nos llegará, directa en su fuente misma, con el libro y la revista. Lo que hace falta es que nuestros espíritus mozos, seleccionados, aptos, vean, oigan, palpen la civilización. Que se acostumbren, que se

Y casi enseguida:

Cuando un país de los nuestros quiera salvarse por la cultura, quiera hallarse a sí mismo, por lo menos, tendrá que enviar a Occidente

niños bien que se envían generalmente (Id.).

Sarmiento, pues: conciencia o barbarie. Es pertinente, en este punto, la observación hecha por Moreano acerca de esta idea que proviene de Vasconcelos:

En la utopía vasconceliana la “barbarie” se convierte en el gran útero del engendramiento de la universópolis, la máxima síntesis de la historia de

lista a ser fecundada por el espíritu. La Raza es la gran matriz, la tierra –la india, la malinche– capaz de receptar todas las simientes y posibilitar el proceso de mestizaje y síntesis universales, la formación de la raza

34.

Pero hay una tercera idea que es preciso subrayar en esas páginas dedicadas a Mariátegui, y es la oposición al «particularismo» indigenista y al socialismo marxista del pensador peruano. Aunque admira el «e"uvio de sinceridad» que reconoce en Mariátegui (tal como suele reconocerse la sinceridad de quien con!esa públicamente un «pecado» que avergüence), insinúa que fue una «equivocación» que se haya alineado en el marxismo:

El socialismo por el que Mariátegui lucha es el marxismo escueto y fundamental. Preciso es anotarlo, porque eso signi!ca mucho en la obra de este gran espíritu. Podría haberse valido, en efecto, del fácil afectismo humanitarista, de un socialismo moral que llegue más pronto al corazón de los pueblos que tienen una grande capacidad para las reacciones sentimentales.

33

Él, sincero, no quiso hacerlo nunca. Siguió rectilíneamente la trayectoria in"exible de su verdad. Y sus campañas, de orden intelectual, son implacables (p. 264)35.

Pero más radical aun es la oposición que Carrión expresa en relación con el indigenismo de Mariátegui. Desaprueba, para empezar, que el autor peruano haya condenado la obra colonizadora de España, no por sí misma, sino por comparación con otros procesos colonizadores, a!rmando que «eso, si se

insostenible» (p. 265); pero agrega que «este no es el momento de oponer una convicción a otra convicción, una pasión a otra» (Id.) y procede a ejecutar lo que los abogados llaman (o llamaban) «acción de apeo y deslinde»:

...solo señalo –y no como defecto, sino como una a!rmación de cualidad combatidora– esta modalidad de ataque del gran pensador peruano; reservándole mi adhesión para su método, para su actitud, y para buena parte de sus tesis de orden social y de valor americano. Pero me resistiré a aceptar su particularismo indigenista. Creo que se puede sostener la primacía de lo indígena en la adopción de matrices

exclusividad de lo indígena, en (Id.)

Y aun más:

La fusión hispano-indígena –que yo considero universalista y generosa de parte de los españoles en una época (que es también esta época para los conquistadores modernos)– es el primer paso nuestro hacia la universalización. Propugnar un indigenismo hostil, cuando ya no existe la dominación efectiva, cuando los elementos que se quiere levantar el uno contra el otro se hallan confundidos, me parece sencillamente nefasto, inhumano, históricamente falso (p. 266; las cursivas son mías).

35 Las primeras cursivas son mías; la última, de Carrión. Al subrayar las palabras «su verdad», Carrión deja en claro que esa «verdad» no es la suya, lo cual le adscribe al relativismo, quizá sin que él mismo se haya percatado de ello: solo en esa perspectiva es posible hablar de «verdades» individuales o particulares, en lugar de hablar de opiniones. En cuanto a las palabras anteriores, al subrayarlas yo he querido llamar la atención sobre el hecho de que, a pesar de haber sido escritas con la aparente intención de enfatizar la sinceridad» de Mariátegui, expresan precisamente el tipo de «socialismo» que Carrión pre!ere y profesa: el que fue descrito en páginas atrás, como un «vago humanismo rebelde que puede vincularse con la literatura francesa del XIX».

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un estudio remarcable, ha hecho notar que tanto los socialistas como los comunistas tuvieron esa acti-tud negativa ante el pensamiento del autor peruano, y no solo en el Ecuador, sino en todos los países

comunista ecuatoriana», estudio introductorio al volumen El pensamiento de la izquierda comunista (1928-1961), Colección de Pensamiento Político Ecuatoriano, Quito, Ministerio de Coordinación de la Política, 2013, pp. 27-29).

Y, para que no quede duda alguna, concluye:

¿Pero el exclusivismo indigenista, como una teoría basamental para el futuro de América? Yo me quedo con Vasconcelos: «Por España y por el Indio» (Id.).

Es difícil evitar un comentario a estas palabras: no lo haré, sin embargo. Me limitaré a unas breves apostillas. En primer lugar, llama la atención que después de haber desvalorizado el pensamiento racional, Carrión fundamente su opinión en las «razones elementales de crítica histórica», que obviamente es racional. En segundo lugar, no es irrelevante que sus objeciones a las tesis de Mariátegui vayan precedidas de cuidadosas precauciones para que no parezcan la expresión de un total desacuerdo. En tercer lugar, la defensa de la colonización española, abiertamente cali!cada de «generosa» y vinculada con la idea vasconceliana de la «universalización de las razas», parecería estar más cerca del pensamiento conservador que del liberal. En cuarto lugar, la a!rmación rotunda de que «ya no existe dominación», olvidando, por supuesto, que en su propio país subsistía la institución del huasipungo, como extrema expresión de una discriminación indiscutible –para no mencionar las innumerables formas de discriminación todavía existentes– es francamente incomprensible. Por !n, la elusión de la crítica al marxismo, pese a haberlo señalado indirectamente como un «error» de Mariátegui, deja cuando menos la sensación de un vacío36.

Todo ello muestra la frágil posición mantenida aún por el autor lojano, y apunta hacia la consolidación de la ideología del mestizaje: negación de las diferencias y proclamación de una homogeneidad étnica y cultural imaginaria.

En consecuencia, se puede concluir que tanto en el primero de sus libros como en el tercero, el pensamiento de Carrión se muestra todavía tierno y vacilante. En rigor, no es propiamente un pensamiento sino un inicial aprendizaje del difícil ejercicio de explorar el universo de otros autores. A pesar de sus eventuales expresiones «progresistas», ninguno de esos ensayos muestra un verdadero pensamiento de izquierda. Al contrario, aparece un joven inexperto que rechaza el socialismo marxista de Mariátegui, tanto como

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su indigenismo, pero se deslumbra ante Vasconcelos por la vistosidad de sus resultados inmediatos y la perspectiva de armonizar las diferencias. Para ambos, sin embargo, abunda en elogios desmedidos, lo mismo que para todos los demás, incluso para aquellos autores que el tiempo ha sepultado en el olvido.

Su pensamiento, entonces, todavía no es suyo; es el pensamiento imperante en el mundo de aquellos intelectuales congregados en París: latinidad, ante todo, !ncada en la defensa del español castizo que ignora soberanamente a todas las demás lenguas habladas en la América morena; retórica de unidad continental; denuncia del afán expansionista de los gringos; y sobre todo eso, o como conclusión y consecuencia, proclamación triunfal del mestizaje, que en Vasconcelos llega a la alocada fantasía de «la raza cósmica», que está evidentemente inscrita en la ideología del racismo.

Tal proclamación del mestizaje no es, sin embargo, un reconocimien-to de la presencia viva de las culturas nativas en medio del hispanismo dominante: es más bien un afán subrepticio de «blanquear» a la América morena, haciendo del español puro y bien hablado el idioma propio de esa raza universal. De ahí que entre la defensa de la latinidad y la proclamación del mestizaje no hay contradicción, como debería haberla en principio, habida cuenta del valor que en esos tiempos se daba a esos conceptos. Al contrario: el mestizaje viene a continuar, prolongar y consolidar la supuesta latinidad.

Una revolución de papel

Pero ese mismo año, mientras Carrión hacía estas a!rmaciones en Europa, en Guayaquil estallaba otra revolución, más vigorosa quizá que aquellas que recurrían a las armas: era una revolución de papel; una revolución que se atrevía al !n a desa!ar la ideología profunda en la cual estaba sustentada la vacilante sociedad ecuatoriana. Sus protagonistas, curiosamente, no eran hombres avezados en el o!cio de la lucha, ni siquiera en la de ideas; eran unos mozalbetes audaces que se habían atrevido a publicar un libro cuyo título, «lo mismo podía servir para un tomo de poesías románticas como para un volumen de canciones saudadosas: Los que se van 37.

37 Cfr. Benjamín Carrión, El nuevo relato ecuatoriano (1951), Quito, Editorial Casa de la Cultu-ra Ecuatoriana, 2a. edición, 1958; p. 86. Las siguientes citas de este libro están tomadas de la misma edición y se señalarán dentro del texto, con el número de la página correspondiente entre paréntesis.

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Veinte años después, Benjamín Carrión recordó que se encontraba él «en ese París maternal y con!ado de entre-deux-guerres al que, optimistamente, se llamaba el París de la post-guerra» y agrega que los escritores hispanoameri-canos que allí vivían comentaban las novedades literarias de sus respectivos países mientras él no encontraba nada nuevo que comunicar del Ecuador:

Nada. Nada. Nada. No interesaba ya nuestro modernismo retrasado, y cuyos gonfaloneros y liridas se habían hundido en el misterio de los estupefacientes. No, no interesaba, muchísimo menos, nuestro

autores, tres nombres desconocidos totalmente para mí, que me preciaba

voluntad parecen justicieras. Y, a pesar de todo, con mala gana acaso,

satisfacción difícil de narrar! El primer cuento que comencé a leer era de Gallegos Lara, me parece. A las primeras líneas, el encuentro triunfal con la mala palabra yo, en las reuniones con los amigos hispano-americanos, hablar de la

conocieran los amigos franceses: entusiasmó a Cassou, a Valéry-Larbaud. Y Georges Pillement llevó su entusiasmo a traducir al francés algunos de los cuentos. Y a mí, que no tenía más parte que la del entusiasmo en el suceso, me llamó le théoricien de la nueva tendencia! (pp. 87-88).

Podrían formularse algunas observaciones sobre estas páginas que parecerían reducir la aparición de Los que se van… al nivel de una anécdota personal de quien, sin haber tenido parte alguna (como él mismo reconoce) se encontró de pronto convertido en le théoricien de una literatura que rompía todos los criterios sobre la pureza del español y el peligro de los «particularis-mos» que había defendido en los ensayos que componen Los creadores… y el Mapa… ¿Dónde quedaron, en efecto, las encendidas expresiones de defensa del espíritu latino y del español castizo? Parecería imposible que las palabras

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escritas poco antes sobre «esos nacionalismos», y «esos patriotismos miopes» que pretenden «a!rmar una personalidad nacional diversi!cándola» y solo consiguen «aumentar el humano dolor, el castigo divino implacable de la

a una literatura .que deliberadamente rompía las normas del académico «bien decir» para incorporar al mundo de la letra impresa las hablas populares, la

Y sin embargo, es cierto, pero lo es con bemoles. Me parece un hecho evidente que el libro con el que aquellos mozalbetes de Guayaquil rompieron con una larga y timorata tradición, fue un libro cuyas consecuencias todavía hoy no han sido completamente exploradas: una de ellas es la de haber propiciado dos «conversiones» de importancia capital: una fue la de José de la Cuadra, que a partir de 1931 produjo una literatura enteramente distinta de la que escribió en los diez años anteriores38; otra, la de Benjamín Carrión, que a partir de 1934 ofrece también ciertas muestras de un cambio de orientación, sin que eso signi!que una modi!cación sustancial en la visión general sobre los temas tratados en sus libros anteriores. Quizá ésta sea otra razón para entender por qué Carrión llegó a ser la mejor expresión de su siglo: como él, todos hemos sido después admiradores y propagadores de la literatura de los 30 y hemos encontrado muchos motivos para valorar la destrucción del lenguaje señorial como medio de a!rmar una personalidad social e histórica, al tiempo que se desarticula la ideología del dominador. Pero también como Carrión, todos hemos seguido cuidándonos de «caer» en el lenguaje «bárbaro», «soez», «impuro» que es propio del pueblo: una vez más, todos nosotros hemos experimentado ese «cortocircuito» del que hablaba Moreano entre ideología y actitud39.

La década del desastre A lo largo de los diez años que siguieron a la renuncia de Ayora40, dieciséis gobiernos des!laron por una vetusta Casa de Carondelet muy distinta de la que ahora conocemos: cuatro de tales gobiernos fueron encabezados por

38 Cfr. Fernando Tinajero, «Un hombre, una época, un libro», en Re/incidencias N° 3, cit. supra.39 Me limito a señalar la contradicción: desmontarla y descubrir sus razones (porque las hay, y

son serias) no es tarea que corresponda a estas páginas.40 Ayora renunció en 1931, y puso !n al período juliano. Precisamente en ese año, Carrión

regresó a América, pero no propiamente al Ecuador: luego de un breve paso por su propia tierra, fue a Lima para cumplir su segunda misión diplomática en calidad de Primer Secretario de la Legación Ecuatoriana. Su regreso a Quito ocurrió ya en 1932.

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41 No hay que hilar muy !no para descubrir en ese nombre las a!nidades con los nacionalismos que simultáneamente estaban a!anzándose en Europa. Poco después, los sublevados de Franco serían identi!cados como «los nacionales».

presidentes constitucionales; uno por un presidente constitucional interino; nueve por encargados del poder, y dos por dictadores que tomaron el título de jefes supremos. Más todavía, tan reiteradas convulsiones políticas comenzaron con una guerra civil, no por breve menos sangrienta (1932), y terminaron con una desigual guerra internacional, si así puede llamarse (1941), cuyo colofón fue una vergonzosa derrota diplomática (1942) que había de pesar por más de cincuenta años sobre la conciencia de los ecuatorianos.

A pesar de su propia elocuencia, estos datos ocultan el trasfondo de la misma crisis que revelan. Una crisis que parece no tener parangón en nuestra historia (acaso con la única excepción del desgarramiento de 1859), y es en última instancia el efecto de la acumulación de frustraciones contrapuestas en una sociedad cuyos procesos nunca habían seguido un cauce parejo al del Estado, aunque la vida del Estado haya sido el único escenario para la expresión de sus contradicciones. Con una oligarquía que se sentía maltratada por la política juliana y la crisis externa; un gamonalismo parcialmente recuperado por la protección que le brindó esa misma política; una clase media arribista que no estaba dispuesta a perder lo que recientemente había conseguido, y una numerosa legión de campesinos, artesanos y obreros que habían permanecido en su constante abandono, la sociedad ecuatoriana carecía de una fuerza capaz de recomponer el orden del Estado. La renuncia de Ayora, por lo mismo, no fue sino la señal para que todos los sectores, excepto el último, empezaran a disputarse a dentelladas una improbable hegemonía que permitiera al triunfador garantizar sus propios intereses, bien que presentándolos como el interés general.

Desde luego, los más aventajados fueron esos mismos terratenientes serranos que habían sido formalmente derrotados en 1895. Aliados de sus propios adversarios durante el período plutocrático, y luego protegidos por el reformismo pequeño-burgués de 1925, en menos de cuarenta años se habían convertido en la fuerza social con mayor peso relativo dentro de un Estado vacilante, pero no lo tenían tanto como les hacía falta para reconstruir por sí mismos la perdida hegemonía. De ahí que, al quedar solitarios por el desprestigio de los unos y el debilitamiento de los otros, hubieron de acogerse nuevamente al amparo de la Iglesia para emprender la constitución de una fuerza que pudiera hacer frente a las recién nacidas tendencias socialistas que, una vez más, pero en nombre de principios diferentes, habían proclamado la abolición de los privilegios. Así nació la Compactación Obrera Nacional41

cuyo solo membrete pone en evidencia el afán de sustraer a los trabajadores

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de toda in"uencia de las izquierdas, así como la decisión de contar con un instrumento político ofensivo como la mejor arma para defender sus envejecidos intereses: el miedo, como es bien sabido, es consejero de la temeridad.

Nadie ignora lo que fue aquella Compactación: su breve y trágica aventura detrás del señor Bonifaz dejó como saldo un reguero de sangre que los años se encargaron de limpiar, y un populismo alucinado que habría de dejar una honda huella en nuestra historia reciente. Una y otro –sangre y populismo–, a pesar de servir al interés de los terratenientes conservadores, tuvieron como alimento a las gentes de más modesta situación social –es decir, a los campesinos sin tierra y a los artesanos de la ciudad, así como a un cierto número de soldados que formaron esa ilusa tropa que se sublevó el 26 de agosto de 1932. En otras palabras, tanto los muertos de los Cuatro Días como los electores que más tarde habían de ser identi!cados como la chusma velasquista, fueron descendientes de aquel pueblo que en otro tiempo fue pasto de la voracidad de los encomenderos: el dominado, aun cuando sabe que lo es, no puede reconocerse a sí mismo sino en el pensamiento del dominador. Por eso no es casual que la alta o!cialidad del ejército (que provenía casi siempre de los sectores elevados) se haya negado a secundar la aventura de sus subordinados.

La historia, sin embargo, nunca se escribe en blanco y negro. Dramáticamen-te opuestos entre sí durante esa guerra demencial que se abatió sobre Quito en el lluvioso verano del 32, la clase media y el incipiente proletariado (artesanado, más bien) se encontraron muy pronto del mismo lado, cerrando !las detrás de la arrebatada oratoria del doctor Velasco Ibarra, sin saber que ella no era sino el disfraz de los mismos terratenientes que fueron derrotados en los Cuatro Días: por segunda ocasión, la vieja clase señorial dio pruebas de su proteica resistencia a todas las adversidades, tal como ya lo había hecho al retornar después de la derrota de 1895. Nadie pudo advertir entonces, sin embargo, que esa resistencia había de ser uno de los mayores obstáculos, no solamente para el desarrollo económico de la sociedad ecuatoriana, sino incluso para la de!nición de sí misma. Los procesos de consolidación del Estado nacional, en efecto, requerían perentoriamente la presencia de una burguesía moderna, pero tropezaban una y otra vez con la tozuda persistencia de una clase anquilosada que, pese a sus esfuerzos por derivar hacia la industria, se mostraba ya incapaz de dirigir la sociedad aunque seguía siendo su!cientemente dura para no doblegarse por sus reiteradas derrotas. Si la incipiente burguesía de la Costa, había envejecido antes de llegar a su propia adolescencia, como dice Moreano, la «aristocracia» terrateniente de la Sierra se sobrevivía a sí misma en una decrepitud con ínfulas de adolescencia. Vieja y nueva al mismo tiempo, la sociedad ecuatoriana daba vueltas sobre sus propios ejes, restaurando lo que se

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42 La carta de Carrión apareció en el diario El Comercio el 14 de febrero de 1933. La causa que provocó el proceso de expulsión fue la aceptación de la embajada en México sin haber pedido la auto-rización del Partido, como mandaban unos reglamentos cuya vigencia nunca se puso en claro. Véase sobre este tema el recurso interpuesto con fecha 15 de febrero de 1933 por el señor Salvador Cobos, miembro del Consejo de la Secretaría General, como defensor del doctor Carrión ante el Comité Ejecutivo de Pichincha (probablemente fue publicado por el diario El Día: disponemos de la fotocopia de un recorte de prensa conservado en el archivo del Centro Cultural Benjamín Carrión, en el que no consta la fuente ni la fecha). El doctor Germán Rodas Chaves, activo militante del Partido Socialista e investigador de su historia, me ha hecho llegar los datos que transcribo a continuación: «En primer lugar, nunca hubo un registro o!cial de las incorporaciones al Partido. Las personalidades concurrían a los pocos eventos partidarios según las circunstancias. El accionar político fue muy discrecional y los congresos partidarios se reunían cada año para asumir posturas que luego eran impulsadas por el núcleo dirigente del partido, en un proceso organizativo no muy riguroso. Benjamín Carrión estuvo muy cerca al grupo de Loja (Manuel Agustín Aguirre, Angel Felicisimo Rojas y Alejandro Carrión). Sin embargo cuando Aguirre fue nombrado Secretario General por primera ocasión (en el octavo Con-greso del PSE, reunido en Quito el 5 de diciembre de 1941) aparece en los debates Benjamín Carrión. También hubo una activa participación de Carrión en el décimo Congreso del PSE, reunido entre el 15 y el 20 de noviembre de 1943; tanto así que la cuarta sesión del Congreso del PSE fue dirigida por él. Su nombre está vinculado a las !las del partido en aquellas fechas y circunstancias. Ciertamente luego de su designación como Embajador en México hubo voces que plantearon la expulsión de Ca-rrión. Además tales voces se expresaron en algunos espacios del socialismo. No fue una determinación colectiva, habida cuenta los fraccionamientos internos. A su retorno Carrión se había alejado de la vida militante. Su actividad literaria fue el tono de su quehacer en este período. En 1978 fundó un grupo de Unidad de la Izquierda y trabajó de puente en la unidad de la izquierda, lo cual dio por resultado la conformación del Frente Amplio de Izquierda (FADI) del cual no formó parte el PSE. Allí estuvo la vertiente marxista, denominada Partido Socialista Revolucionario».

proponía cambiar, retornando cuando pretendía avanzar, demoliendo lo que proyectaba construir.

Terminada la guerra con un armisticio gestionado por el Cuerpo Diplomático, y producidas las renuncias de Baquerizo Moreno y Carlos Freile Larrea, el poder pasó a manos del doctor Alberto Guerrero Martínez, quien había desempeñado la presidencia de la Cámara del Senado. Y fue Guerrero Martínez, en su breve interinazgo (setiembre a diciembre de 1932), quien nombró a Carrión para que fuera su Ministro de Educación: como era habitual en esos tiempos, la administración del Estado solía repartirse entre los intelectuales y los generales. Estos últimos conservan una posición de in"uencia, aunque notablemente mermada; los primeros la hemos perdido por completo.

En diciembre del 32 asumió el poder el señor Juan de Dios Martínez Mera, quien había triunfado en las elecciones realizadas en octubre de aquel año. Dos meses después, designó al joven ex ministro para desempeñar la Embajada del Ecuador en México. Según dijo el propio Carrión en una carta pública, mientras él descansaba unos pocos días en el campo, el Comité Ejecutivo de Pichincha del Partido Socialista, del cual era ya su Secretario General, había decidido iniciar contra él un proceso de expulsión por haber aceptado esa Embajada. El motivo, que sin duda era político, se disfrazaba sin embargo bajo la apariencia de una violación del reglamento42. Este oscuro episodio,

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43 En el Perú se habla también de los Incas de Vilcabamba, que fueron formalmente consagrados en el trono del declinante incario después de la muerte de Atahualpa. Sin embargo, hay que admitir que tales Incas no gobernaron efectivamente la tierra de sus mayores, porque ya los conquistadores habían establecido su dominio. El último Inca de Vilcabamba fue Túpac Amaru.

44 La idealización del indio ya aparece en Alonso de Ercilla y en Garcilazo de la Vega, pero cobra alguna signi!cación mayor en el XIX: Cumandá, de Juan León Mera; Guatimozín, de Gertrudis Gó-mez de Avellaneda; Anaida, de José Ramón Yépez; Henriquillo, de Manuel de Jesús Galván, e incluso el poema Tabaré, de Zorrilla San Martín –son obras que con!guran un primitivo indianismo (Cfr. Jacques Joset, La litérature hispanoaméricaine, Paris, 1997). Pero el indigenismo propiamente dicho apareció en Aves sin nido (1889), de la peruana Clorinda Matto de Turner, y siguió en Raza de bronce (1919), del boliviano Alcides Arguedas, La vorágine (1924), del colombiano José Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra (1926), del argentino Ricardo Güiraldes, etc. En el Ecuador, la obra pionera del indigenismo no es una novela sino un ensayo sociológico: El indio ecuatoriano (1922), de Pío Jaramillo Alvarado.

45 Cfr. Benjamín Carrión, Atahuallpa, tercera edición, Quito, Editorial Casa de la Cultura Ecua-toriana, 1956.

que casi siempre ha sido prudentemente silenciado, signi!có para Carrión un alejamiento temporal de la militancia activa en las !las socialistas. Ni sus detractores han vuelto a invocarlo contra él, sin duda porque no encontraron su!ciente solidez en las acusaciones hechas a Carrión para expulsarlo del Partido, ni sus defensores han vuelto a un tema que sin duda consideraron superado.

IV. DE ATAHUALLPA A LAS CARTAS

El cuarto libro de Carrión, presentado como una biografía del último Inca43, apareció en México en 1934 –el mismo año, justamente, en que el Huasipungo de Icaza fue publicado por Losada en Buenos Aires, después de haber obtenido el primer premio en un concurso promovido por la Revista Americana. Aquel año, por lo tanto, podría muy bien considerarse como el gran año del indigenismo ecuatoriano44.

Pero Atahuallpa es en realidad un libro político: exaltación de un pueblo indio idealizado bajo la !gura de un Atahualpa convencional, enfrentado en igualdad de condiciones a un Pizarro sorprendente. No se trata, en realidad, de ningún anti-hispanismo: sagazmente, Carrión establece las necesarias diferencias entre la gran cultura hispánica (incluyendo su religión, considerada desde la primera página como «un mensaje de humanidad integral»45) y sus peores representantes, los conquistadores, incluyendo al clérigo Vicente Valverde –el que pretendió evangelizar al Inca prisionero y echó sus bendiciones sobre las trampas legales que se cometieron para asesinarlo. Si se piensa que desde las páginas dedicadas a Mariátegui han pasado solamente cuatro años, se puede tener una idea del alcance y los límites del cambio que ha sufrido su

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autor: entre aquellas páginas y las de este nuevo libro, dos acontecimientos decisivos han sido la lectura de Los que se vanfuerza de la cultura indígena mexicana. Pienso que fueron esos hechos los que llevaron a Carrión a modi!car parcialmente sus primeros criterios.

Claro que Carrión no llega a suscribir las tesis indigenistas de Mariátegui: la exaltación del pueblo indio que se desprende de Atahuallpa está más bien encaminada a fortalecer la ideología del mestizaje. No presenta una historia que tenga como sujeto único a Atahualpa y los suyos: al abordar la sustitución del sujeto que caracteriza a nuestra historia (y que nunca ha sido su!ciente-mente examinada) parece aceptarla sin intentar siquiera ningún esfuerzo por problematizarla. En rigor, para él no es un problema: nuestra historia comienza teniendo como sujeto a los nativos, pero a partir de 1492 cambia de perspectiva; el sujeto es ahora el conquistador, cuyo punto de vista adoptamos sin llegar a advertirlo, y los nativos pasan a ser antagonistas, en el mejor de los casos, cuando no nos hacen verlos simplemente como objetos sobre los cuales recae la acción de los conquistadores. Después seguiremos con los criollos y sus descendientes, los mestizos, hasta llegar a nuestros días, y solamente al comenzar el siglo XX volveremos a pensar en quienes antes fueron los señores. Libros como El indio ecuatoriano, de Pío Jaramillo Alvarado o como Huasipungo, de Jorge Icaza, nos tocarán el hombro para volver la mirada hacia esos pueblos olvidados, maltratados y humillados. No lograrán, sin embargo, devolverles su papel de protagonistas de una historia que sigue siendo ajena para ellos.

Pese a las autorizadas opiniones que han consagrado este libro, desde mi punto de vista no puede ser considerado como la mejor obra de Carrión: siguiendo de cerca las clásicas obras de investigación histórica sobre estos temas, narra muy libremente los últimos tiempos del incario y los comienzos de la conquista, pero lo hace bajo la muy noble forma del ensayo: no solo que omite sus fuentes, sino que su libertad para interpretar (que a veces llega a la arbitrariedad), le permite prescindir de los rigores de la prueba. Los hechos históricos aparecen así, por momentos, casi como hechos novelescos, pero mantienen siempre los referentes ideológicos ya conocidos: hispano!lia y mestizaje.

Pero acaso el elemento fundamental de este libro es precisamente aquel que se mantiene casi invisible para el lector desprevenido: la ideología, que se va !ltrando poco a poco entre las líneas, para contraponer en términos de igualdad (bajo la imagen de las dos !guras principales, Atahualpa y Pizarro), la imagen de dos pueblos que se enfrentan, se admiran mutuamente, se rechazan y se buscan. Una ideología que queda perfectamente sintetizada en el párrafo !nal, donde se equiparan las !guras máximas que en nuestra tierra representan

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eso que los españoles llaman ahora «el encuentro de dos mundos». Encuentro desigual, por supuesto, que es sin embargo presentado como la equivalencia de dos oponentes no antagónicos:

se expresan indeclinablemente en español– a!rman su anhelo de vivir en justicia y en igualdad sociales. Desde el México eterno de Zapata, pasando por el Perú de Mariátegui, hasta el sur fecundo de a!rmación y anhelos. Atahuallpa no dice en estas páginas su odio hacia Pizarro. Cuatro siglos ya. Atahuallpa y Pizarro esperan –y harán llegar– la hora de la tierra y de la justicia (p. 225).

Magister dixitsobre ese pasaje:

Palabras éstas inquietantes y muy reveladoras en cuanto al pensamiento nacional de Carrión. Referirse a la “construcción de Indohispania” es desconocer la totalidad étnico-cultural de América y del Ecuador; prestar oídos únicamente a “las voces que se expresan indeclinablemente en español” es negarles a los grupos no hispanos un verdadero sitial de igualdad y de participación en aquella soñada “construcción” ya citada;

conquista a una quimera, a un tema novelesco que encubre dolorosos y contradictorios orígenes de América y del Ecuador, en particular; evocar a Atahuallpa y Pizarro fraternalmente abrazados en espera de “la hora de la tierra y de la justicia” nos dice mucho más de la imaginación utópica/vasconceliana (y de su hispano!lia) que de la verdadera historia46.

Por mi parte, me atrevo a pensar que si Carrión no hubiera escrito nada más, su nombre no tendría hoy las dimensiones que alcanzó. Figuraría, sí, entre los sudamericanos que en los primeros años del siglo XX se preocuparon de la de!nición de una nueva identidad de esta América nuestra, distinta y ajena a la sajona, pero nada más. No obstante, los vuelcos de la historia son siempre sorprendentes: hasta entonces, Carrión había sido en el Ecuador quien mejor representaba aquella corriente que, sin ocultar sus raíces arielistas, abogó por un «mestizaje» ideológicamente convertido en una estrategia identitaria, a través de la cual se expresaban los intereses de las burguesías nacionales, o

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con pretensión de serlo, que procuraban consolidar los Estados nacionales «democráticos» –es decir, liberales, excluyentes, fundados en el predominio del capital; a partir de ese momento, repartiendo su tiempo entre la militancia socialista y el quehacer literario, y contando ya con un respetable prestigio internacional que incluía numerosas y selectas relaciones personales, fue descubriendo los cauces por los cuales habría de llegar a formular, en el tiempo preciso para hacerlo, ese «dogma nacional» del que hablaba Ortega, ese «sugestivo proyecto de vida en común» que habría de convertirlo en el portavoz de la ideología dominante –y no olvidemos que en cualquier sociedad, la ideología dominante es aquella que pertenece a la clase dominante.

Pero veamos algunos datos que jalonan ese proceso de transformación. En diciembre de 1934, cuando ya Velasco Ibarra era presidente por primera vez47,

Carrión terminó su misión en México y regresó al Ecuador, a su quehacer intelectual y político; pero dos años después fue víctima de la política represiva del dictador Federico Páez y partió al destierro en Colombia junto a Gonzalo Escudero. Un año más tarde, bajo el gobierno del General Enríquez, publicó en Chile su Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea, editada por Ercilla, y en 1938 fue nombrado Ministro Plenipotenciario en Bogotá. En el 39 terminó su misión y volvió a sus actividades en Quito, y poco después empezó a publicar en un diario quiteño, probablemente El Día48sus primeros artículos de la serie que tituló Cartas al Ecuador. Desde mi punto de vista personal, estas Cartas son la más importante de las obras escritas por Carrión, siempre que no se las vea como expresiones literarias; y lo son porque en realidad son textos políticos y constituyen la más acabada expresión de la ideología de la cultura nacional –antecedente y condición para la existencia de una de las entidades públicas de mayor in"uencia en la conducción de la política cultural del Estado49.

47 La primera presidencia del doctor Velasco Ibarra comenzó el 1 de setiembre de 1934 y termi-nó el 12 de octubre de 1935.

48 Ni en la primera edición de las Cartas como libro (1943), ni en ninguna de las bibliografías del autor, aparece el registro del periódico en que aparecieron algunas. Tampoco ha sido posible en-contrarlas en las hemerotecas. Raúl Serrano a!rma que ese periódico fue El Día (Cfr. «Cronología de Benjamín Carrión», anexo a «Benjamín Carrión. Metáforas de la memoria», estudio introductorio al volumen Plan del Ecuador, cit. supra.

49 En general, suele mirarse la política cultural (y la cultura en general) como un ingrediente complementario de la vida del Estado. Y no lo es. Tanto si lleva el sello de la ideología dominante como si lo cuestiona, la política cultural del Estado es la que organiza las condiciones para el funcionamiento de cualquier sistema económico y social. Quizá allí se hayan encontrado los tropiezos de aquellos proyectos políticos que se esforzaron honradamente en poner en marcha un conjunto de mecanismos económicos y sociales considerándolos la clave de la superación de la desigualdad y la exclusión, pero olvidaron la única condición que las hace posibles: una política cultural coherente, que olvide los mecenazgos y apunte al corazón de las relaciones humanas.

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V. LA IDEOLOGÍA DE LA «CULTURA NACIONAL»

Como un desprendimiento o derivación de los ideales del siglo XIX50 que fue consolidado en la Revolución Liberal, este imaginario social que he designado con el nombre de «ideología de la cultura nacional» proclamó (con débiles variantes que no siempre obedecieron a sus versiones de izquierda y de derecha) la existencia de un pueblo y una cultura. Apeló, por lo mismo, a un fundamento comunitario «natural», cohesionado por vínculos de sangre supuestamente indestructibles, para a!rmar la existencia de una nación cuya cultura era considerada como el núcleo esencial de una identidad inconfundi-ble. Esa cultura, además, era «la» cultura, la única posible, la que lo era por antonomasia: se la suponía lentamente construida a través de los siglos, en un movimiento unívoco que enlazaba la República «democrática» del presente con los tiempos remotos de los primeros pobladores de estos territorios, pero subrayaba sutilmente el predominio de la cultura «propiamente dicha», es decir, de la cultura hispánica51.

Semejante ideología, como es obvio, se asentaba en una serie de contradicciones sucesivas: a!rmaba la unidad de su referente ilusorio escondiendo la realidad de una existencia multiforme, muy lejana de la ideal unidad que se atribuye a priori al término «nación»52; presumía la unidad de nuestros ancestros vernáculos, confundiéndolos con frecuencia bajo el nombre

50 Véase, por ejemplo, Juan León Mera, Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana, Quito, Imprenta de J. Pablo Sanz, 1868.

51 Enrique Ayala Mora y sus colaboradores han propuesto una nueva periodización de la his-

para privilegiar los «proyectos nacionales» que han caracterizado cada época. (Cfr. Enrique Ayala Mora et al., Manual de Historia del Ecuador, Quito, Universidad Andina/Corporación Editora Nacional, 2008). Lo que aquí llamo «ideología de la cultura nacional» es, por tanto, el sustento ideológico del llamado «proyecto de la nación mestiza», cuya vigencia se ha situado entre 1895 y 1964. Véase tam-bién, sobre este punto, Catherine Walsh, Interculturalidad, Estado, sociedad. Luchas (de)coloniales de nuestra época, cit. supra..

52 La multiformidad o diversidad cultural de la sociedad ecuatoriana es un hecho objetivo; algunos, sin embargo, lo han magni!cado de tal modo que han llegado a creer que en ello reside la originalidad absoluta de nuestra estructura social y cultural. En realidad, se trata de un carácter que se encuentra presente en todas las sociedades del mundo, ninguna de las cuales puede preciarse de ser pura. Piénsese, por ejemplo, en las diferencias entre bretones y alsacianos, por ejemplo; o las que existen entre vascos, valencianos y catalanes, o las que aparecen entre bávaros, renanos, pomeranios y prusianos, o las innumerables familias étnicas y lingüísticas de la sociedad china, y olvídese de una vez la pretensión de originalidad por la diversidad. Y si se quiere el ejemplo de la mayor diversidad del mundo, obviamente no es la ecuatoriana: hay que recordar todos los ingredientes que han concurrido en la formación de la sociedad estadounidense y concluir que, frente a semejante diversidad, la nuestra está muy lejos de la máxima complejidad.

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genérico de «incas», y convertía a la sociedad contemporánea en su heredera directa e incontaminada, pero proclamaba al mismo tiempo la excelencia del barroco colonial, del romanticismo libertario y del laicismo liberal; promovía la reivindicación de los valores de la «raza vencida», pero alentaba la tarea de «llevar la cultura al pueblo», dándole a veces la !gura de una santa cruzada para «culturizar al indio»53; en sus casos extremos, anunciaba a los cuatro vientos el ideal del mestizaje, pero profesaba un hispanismo fervoroso que implicaba la negación del ingrediente endógeno en «nuestra cultura mestiza»; hacía de los valores culturales supuestamente homogéneos la raíz inequívoca de una «vocación nacional por la libertad», pero solía confundirlos con las tradiciones locales que a veces daban fundamento a la reivindicación del derecho de ciertas regiones a una autonomía frente al poder radicado en la capital. Cumplía, por lo tanto, la función de toda ideología: justi!caba un orden económico y social, prestaba los fundamentos para legitimar un orden político o para transformarlo, creaba un referente «moral» para la conducta cívica: en una palabra, buscaba dar consistencia histórica a un Estado Nacional apoyado en el imaginario de una pretendida identidad.

Desarrollada lentamente desde las primeras décadas del XX, esta ideología se expresó en la vertiente arielista del modernismo; fue institucionalizada en

tarde en el Grupo América; encontró un cauce contradictorio en la literatura y la plástica del realismo social y estableció un maridaje presuntamente «natural» con las tendencias socialistas, sin que ello impidiera las versiones que alentaban en notables manifestaciones del pensamiento conservador, e incluso en el eclesiástico: léase a Remigio Crespo Toral, por ejemplo; léanse los textos políticos o patrióticos del señor González Suárez, léanse los documentos y cartas pastorales del señor De la Torre, y encuéntrese el aliento del mismo

Pero llegó aquel trágico julio de 1941: después de haber servido para sobrellevar la crisis de los años 20 y 30 y el áspero des!le de efímeros gobiernos, la derrota militar y su inevitable colofón diplomático del 42 fueron entonces el peor golpe que podía haber sufrido la conciencia «nacional» engendrada

53 El propio Carrión incurre en esa idea: «Quien esto escribe está, como pocos ecuatorianos, convencido de la utilidad de las misiones CON SACERDOTES NACIONALES para la colonización de territorios de montaña, de regiones nuevas de difícil acceso. El ejemplo de los grandes colonizado-res de Mainas, capitán don Diego de Vaca y Vega y sus hijos, es la inicial de!nitiva de estas hazañas heroicas, con la ayuda de misioneros. Ellos sirven para introducir algunos elementos de civilización,

García Moreno, el santo del patíbulo

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por esa ideología: en los atónitos oídos de los ecuatorianos debió haber sonado como la peor humillación el condescendiente consejo que el Canciller Arana le dijo en voz baja al doctor Tobar Donoso al terminar la triste ceremonia de la !rma del Protocolo de Río: «vaya, persuada a sus conciudadanos de que deben empezar por construir un país».

¿Construir un país? ¿Qué era entonces lo que habían tenido los ecuatorianos hasta ese aciago día? ¿No era un país? ¿No era la Patria de las gestas gloriosas del pasado, la Nación que atravesaba las aguas turbulentas de la historia como un barco de sólida factura? Sí, se había creído que lo era; pero la Patria al menos, si no la Nación, se había perdido en esos doscientos

mutilado. Así aparecía la «obligación suprema» enunciada por Carrión: volver a tener Patria. Tomándola de Joaquín Costa, quien la había proclamado en España después de la derrota del 98, Benjamín Carrión tuvo el acierto de lanzar esa consigna en el momento preciso, y pudo convertirla en la síntesis perfecta de la ideología que, sin ser entonces ninguna novedad, encontró la ocasión de alcanzar su apogeo precisamente en la hora más amarga: la consigna lanzada por Carrión en sus Cartas se orientaba a elevar el «espíritu nacional» para compensar la vergüenza con el orgullo de una «gran cultura»: la derrota militar y diplomática había desembocado en una !cción de potencial fecundidad54.

En la Undécima de sus Cartas al Ecuador, Carrión escribió entonces un párrafo que bien puede ser considerado como una de las más certeras expresiones de la naturaleza y función que debía cumplir la ideología de la cultura nacional:

Nunca como hoy, en que la Patria derrotada está sufriendo las consecuencias de la desorientación de su vida a causa de errores de propios y extraños, pasados y presentes; nunca como hoy el tiempo más propicio para hacer una especie de «examen de conciencia nacional» que, seguido de un serio «propósito de enmienda», nos pueda llevar a la formulación de un acto de fe, de un acto de esperanza, de un acto de amor hacia la Patria55.

-mente teórica, y no pude evitar el señalamiento de su absoluta inconsistencia: la contradicción entre la debilidad estructural de la sociedad ecuatoriana y la promesa de una «gran Patria de cultura» se hacía evidente y retrotraía ese pensamiento al siglo XIX. Mi error fue entonces no haber puesto ese error teórico en perspectiva política: nadie puede negar que se trató de un error fecundo, que logró movilizar a los sectores medios de la sociedad ecuatoriana.

55 Cfr. Benjamín Carrión, Cartas al Ecuador, Quito, Imprenta Gutemberg, s/f (solo al !nal del texto aparecen tres años, 1941, 1942, 1943, correspondientes a las fechas de aparición de las Cartas «en un diario» (p. VII). Esta cita en la pág. 79.

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El uso de un lenguaje religioso («examen de conciencia», «propósito de enmienda», «acto de fe» y demás) no es casual: solo revela que el autor, coincidiendo con sus propias creencias, tiene conciencia de estar dirigiéndose a una sociedad no solo familiarizada con ese lenguaje, sino incluso dominada por él; revela además la naturaleza irracional de la ideología, sustentada en una adhesión emocional a un conjunto de valores etéreos que se imponen por encima de toda racionalidad y con!guran una «mística nacional» en la cual va envuelta la necesidad de compensar la experiencia real con la proclamación de una utopía –esa que aparece ya expresamente diseñada en la Decimoséptima Carta:

Inmensa es, para los destinos de un pueblo, para sus posibilidades futuras,

Pero más grande aun, es la disminución moral, la disminución de ánimo, la mengua del prestigio. Y contra esas disminuciones sí podemos reaccionar, hombres del Ecuador, derrotados en una guerra sin pelea. Si ha sido entregada nuestra tierra, que no nos sea también arrebatada nuestra

Patria, una «pequeña gran Patria», con el material humano que tenemos. Que es el mismo con que edi!có Atahuallpa el más grande imperio de estas latitudes. El mismo que ha producido a Espejo y los héroes de agosto. El mismo con que construyó una clara democracia Rocafuerte; y una oscura, pero poderosa fuerza moral y material, García Moreno. El mismo material humano que ha sido capaz de "orecer en Montalvo, en Alfaro y en González Suárez. Y sobre todo, el mismo material humano capaz de los tejidos de Otavalo, de las miniaturas en corozo de Riobamba, de los sombreros de toquilla de Manabí y de Cuenca. El mismo material humano capaz de las tallas maravillosas en piedra y en madera de los templos quiteños; de los imagineros populares que, desde el indio Caspicara han inundado de maternidades y nacimientos a medio continente. De los pintores ascéticos y realistas de la escuela quiteña. De los alfombreros sin igual de Guano y de Los Chillos (pp. 146-147)56.

56 Es curioso que en la Primera de sus Cartas, el propio Carrión ridiculizó ese constante recurso del patriotismo a la enumeración elogiosa de los «grandes»: «...estamos padeciendo –escribió– mucho de esa dispepsia, conocida con el nombre de escorbuto, por haber comido y seguir comiendo de gula

adelante: «En lo cultural, hemos llegado a la perfección. Todos los días, como una hermosa oración mañanera, debemos recitar: somos la Patria de Espejo, de Olmedo, de Montalvo, de González Suárez. Desde hace poco, somos también la Patria de Crespo Toral. Lo demás no importa. No hay que ser

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¿Cuál es ese proteico «material humano» que Carrión invocaba? El mestizo. Ese mestizo que ha reunido en su sangre todas las sangres y todas las culturas, haciendo con ellas una síntesis excelsa: la cultura nacional. Esa misma cultura que habría de ser desde ese momento exaltada en la oratoria de los políticos y en el discurso de la literatura, y que habría de encontrar su

se sabían derrotados!

Después de la derrota, el apogeo

La prédica de Carrión fue cayendo en tierra fértil, y en 1944, al producirse la revolución del 28 de Mayo, encontró la ocasión de dar su fruto: la Casa de la Cultura es por eso inseparable en sus orígenes de aquella insurrección civil y militar que derrocó a Arroyo e hizo de Guayaquil, una vez más, la cuna de un movimiento revolucionario.

Poco después de haber tenido en Quito la mayor apoteosis que recuerda la historia ecuatoriana, el doctor Velasco Ibarra le dijo a un periodista colombiano que nadie podría citar una revolución más original que esa, en la que «el cura y el comunista se da(ba)n la mano». Sin duda, Velasco pensaba en esa conjunción de todas las tendencias en el Buró Político que le había traído del exilio para encumbrarle; pero no sabía que sus palabras tenían un don profético: poco después resultaron literalmente ciertas en la Casa de la Cultura, en cuya primera Junta General se sentaron en torno a la misma mesa Jacinto Jijón y Caamaño y Joaquín Gallegos Lara, Aurelio Espinosa

estaban hechos del mismo «material humano», a todos cobijaba el mismo tricolor nacional!57 La creación de la Casa de la Cultura fue, de este modo, la institucionalización de la ideología de la cultura nacional. Por eso ha sido una institución perdurable, capaz de sobrevivir a graves y repetidas tormentas que han sacudido sus cimientos y han amenazado destruirla58.

57 Desde luego, quienes nunca tuvieron asiento en la Casa fueron los indígenas, porque el lugar que les tocaba fue ocupado por los indigenistas: sin ellos, ciertamente habría "aqueado la ideología del mestizaje, antecedente necesario de la ideología de la cultura nacional.

58 Perdurable, se entiende, en la medida en que podía serlo la ideología que se encarnó en ella.

pluriculturalidad, la Casa ha perdido su sustento ideológico: su porvenir, a mi juicio, no depende por ello en forma exclusiva de la competencia de quienes la dirigen y de las rentas que están a su disposi-ción, sino de su propia creatividad: lo que se espera de ella es la producción de una nueva ideología que sea acorde con nuestro tiempo y permita movilizar a la sociedad ecuatoriana en su conjunto.

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Fue entonces cuando el Ecuador conoció, por primera vez en su historia, la aplicación sistemática y coherente de una política cultural. Sus principios, nunca formulados expresamente, se desprendían del decreto de fundación de la Casa de la Cultura59 y se reducían a la aceptación de las obligaciones que al Estado le corresponden frente a la cultura y al reconocimiento simultáneo de su falta de competencia para intervenir por sí mismo en la dirección de los quehaceres culturales –lo cual implica el reconocimiento de la autonomía de la cultura frente al Estado, aunque la ley no la haya otorgado a la entidad llamada a administrarla60. En cuanto a sus objetivos reales, al margen de los muy retóricos que aparecen en el decreto, fueron los que se desprenden de los postulados ideológicos desarrollados en las décadas anteriores y que encontraron una certera formulación en las Cartas de Carrión: levantar el espíritu «nacional» deprimido por la derrota, exaltar los valores de la Patria, estimular la creación artística e intelectual. Sus estrategias, indudablemente fueron las que Carrión admiró casi veinte años antes en la obra del Secretario de Educación José Vasconcelos: dieron prioridad a una gigantesca tarea editorial, sin descuidar la realización de frecuentes exposiciones de artes plásticas; el primer esfuerzo institucional para digni!car la producción del llamado «arte popular» y la artesanía; la construcción de nuevos escenarios para la práctica de recitales de poesía, representaciones teatrales y conferencias; la invitación a notables cientí!cos, escritores y artistas extranjeros, así como la ayuda para aquellos artistas ecuatorianos que por su talento podían dar a conocer al Ecuador en otras latitudes; la creación de grupos orquestales con el concurso del maestro

En suma, un decidido apoyo y fomento de todas las expresiones de lo que podríamos llamar «la cultura letrada» –única forma de cultura reconocida entonces.

En un tiempo relativamente breve, la Casa se extendió además a una gran parte del territorio ecuatoriano (y terminaría más adelante por extenderse hasta

59 Véase en los Anexos de este mismo libro el Decreto No. 707, de 9 de agosto de 1944, que fue publicado en el Registro O!cial No. 71, de 25 de agosto de 1944.

60 El decreto de creación de la Casa estableció que el Ministro de Educación sería miembro nato de la entidad, y que al concurrir a sus sesiones las presidiría; y dispuso además que dicho secretario de Estado tuviera la competencia para aprobar los planes, programas, informes y presupuestos. Sin embargo, concedió simultáneamente amplias facultades al presidente de la Casa, en el entendido de que se las concedía a Benjamín Carrión, cuya autoridad intelectual y moral estaba ya por encima de toda discusión. Así, la Casa gozó en la práctica de una real autonomía, sustentada en la personalidad de su fundador y no en la Ley.

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todas las provincias) mediante la creación de núcleos que, como extensiones de la matriz, procuraban bene!ciar a la población urbana que no alcanzaba a disfrutar de los bene!cios de la capital61. En cuanto a la población rural, casi enteramente indígena, ya vendrían, a su tiempo, las acciones destinadas a «incorporar al indio a la cultura»62.

No cabe duda de la e!cacia que tuvo la ideología de la cultura nacional hace ya más de sesenta años: sin ninguna vacilación puedo a!rmar que la Casa de la Cultura nunca fue más fecunda que entre la segunda mitad de la década de los 40 y la primera mitad de la siguiente. Su inmensa producción, que hoy frecuentemente se olvida, no se debió propiamente a la abundancia de sus rentas (que fueron muy inferiores a las que más tarde le fueron asignadas) sino a la asimilación social de una ideología que, si no movilizaba a toda la sociedad ecuatoriana, lograba entusiasmar a sus sectores más visibles, que son los estratos medios de la población urbana –es decir, precisamente aquellos que, por su propia condición, requerían con mayor urgencia la a!rmación de su identidad, largo tiempo sometida al menosprecio y a la duda. Esa ideología, además, contribuía a ese clima de reparadora tranquilidad que se extendió casi enseguida, cuando el señor Plaza inició la intensiva explotación del banano como e!caz sustituto del muy decaído cacao: el bienestar económico de las clases dominantes, parcialmente compartido con los sectores medios, es socialmente percibido como «paz constructiva»63.

Una ideología, sin embargo, solo puede tener vigencia en la medida en que se mantienen las condiciones económicas y sociales que hacen posible su existencia. Si a pesar de su aparente bonanza, el Ecuador no había logrado modi!car las estructuras de una economía bipolar, no industrializada, orientada en la Costa a la exportación de productos agrícolas y en la Sierra al consumo interno; si no había logrado diversi!car su producción y carecía de capitales, como no fueran aquellos que estaban destinados a !nanciar los bancos que

61 Más tarde, al crecer, dichos núcleos provinciales empezaron a pedir relativa independencia, y han terminado por proclamarse autónomos respecto a la matriz: parecería que en el Ecuador hay una tendencia inveterada a confundir los verbos «crecer» y «separar», correlativa a la tendencia, exclusiva de la capital, a confundir «coordinar» con «controlar» y «dirigir».

62 Quizá las únicas acciones concretas en esta materia fueron la creación del museo indigenista que estuvo a cargo de Gonzalo Rubio Orbe y más tarde de Vicente Mena, y después el patrocinio del

no se había superado la visión del indígena como objeto.63 No lo es, por cierto. En el Ecuador, como en cualquier parte del mundo, no habrá paz ver-

dadera mientras no impere la justicia. Lo demás no es sino hábil maquillaje para ocultar la violencia permanente que se ejerce sobre los más débiles.

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se encargaban del comercio; si no se había superado el profundo arraigo de la fe religiosa, frecuentemente confundida con la superstición, que resultaban del largo predominio de la Iglesia –aunque no del cristianismo; si no había logrado universalizar la educación, dejando en el desamparo de la ignorancia a porciones exorbitantes de su población urbana y rural64; si miraba el presente de las sociedades-modelo como si fuera su propio futuro; si los méritos seguían

a la lógica del capital era un país «subdesarrollado», su clase media no podía dejar de ser sensible a la prédica permanente de «los grandes valores de la Patria». La «Patria» era la compensación ideal de las "aquezas reales: eran las glorias del pasado, adecuadamente magni!cadas por la literatura y la oratoria de los caudillos; era la sangre derramada por otros en la frontera, la esperanza de la felicidad, la emoción de la bandera, el himno y los des!les; era, sobre todo, la promesa de una nebulosa reivindicación de intangibles derechos, algo así como un desquite de la humillación recibida, una imaginaria reconquista.

Un santoral extraviado

Así se explica que el creador de la Casa, al mismo tiempo que lograba su propia consagración como el mayor portaestandarte de la ecuatorianidad y la cultura, perdiera, como dice Moreano, el objeto de su propio pensamiento.

sobre el Ecuador después, delineando un estilo crítico que discurría en forma asistemática al !lo de la literatura y de la historia, convertidas en espacio de expresión de una ideología política que parecía haber sintonizado con la situación que estaba viviendo el Ecuador –un estilo que quedó plasmado sobre todo en el más importante libro de ese período, que fue El nuevo relato ecuatoriano (1951). Después de ese libro, útil todavía como referente, no de nuestra historia literaria, sino de la evolución de la crítica ecuatoriana, el resultado mayor de ese proceso fueron los innumerables prólogos que consagraban como «grandes poetas» a un interminable cortejo de autores ya olvidados después de su único cuadernillo de versos; pero sobre todo, fue la

64 El censo de población de 1950 reveló que la población rural alcanzaba el 71% y que el La Calle y Mañana: las trayectorias

divergentes de dos revistas políticas ecuatorianas», European Review of Latin American and Caribbean Studies 92, April 2012.

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serie de Los santos del espíritu, que se quedaron en dos porque el tercero que estuvo planeado nunca llegó a ser escrito. Los que aparecieron fueron San Miguel de Unamuno (1954) y Santa Gabriela Mistral (1956). El que faltó, sintomáticamente, fue el anunciado San José Carlos Mariátegui.

Lo primero que llama la atención en esos libros es su título: inocente en apariencia, el solo recurso a una «canonización» laica de aquellos autores es un signo muy claro de la persistencia de una adhesión no convencional a los símbolos, no ya del cristianismo, sino de la Iglesia Católica. Adhesión que no deja de ser llamativa en alguien que, paralelamente, alcanza una !guración de importancia en el Partido Socialista, entonces colaborador del señor Plaza y se mantiene en silencio en el inmediato período del doctor Velasco Ibarra65. Se trata, por lo tanto, de un socialismo que ha dejado atrás las aspiraciones «revolucionarias» de sus comienzos y se adapta fácilmente a las condiciones de un Estado liberal «progresista».

Inmediatamente llama la atención el carácter de los escritores escogidos: ninguno de ellos puede ser catalogado como un autor de izquierda, con excepción del último, justamente aquel que no llegó a ser tratado después del ensayo de 1930. ¿Sería porque emprender una crítica del marxismo era una tarea que superaba los recursos literarios de Carrión? Unamuno, en cambio, sin que nadie pretenda negar el vigor de su pensamiento en constante «agonía», en el sentido griego del término, está siempre más próximo a la pasión que a las abstracciones de la inteligencia; y al margen de sus expresiones heterodoxas, nunca dejó de ser en el fondo un creyente. Gabriela, por su parte, a despecho de sus opiniones políticas, vertidas sobre todo en su correspondencia y en sus conversaciones, es ante todo la madre y la mujer, traspasada por un doble desengaño.

Ninguno de esos libros, sin embargo, se circunscribe al estudio, exégesis o siquiera comentario de los autores mentados en sus títulos: los ensayos que están dedicados a ellos no son más que los iniciales en cada uno de esos libros, el que les da su título. Esos ensayos están seguidos en ambos casos por selecciones de ensayos varios sobre temas muy disímiles. La re"exión sobre América y su destino, sobre el Ecuador y su supuesta vocación por la libertad y la cultura, han quedado en un claroscuro sorprendente.

65 En 1948 Carrión fue nombrado Embajador en Chile; en 1950, en sociedad con Alfredo Pa-reja Diezcanseco, fundó en diario El Sol, en cuyas páginas no se encuentran artículos suyos de carácter estrictamente político; en 1952 fue elegido Senador Funcional por el periodismo y las instituciones culturales.

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Uno de los libros mayores de ese período fue García Moreno, el santo del patíbulo66. Se trata de una extensa y minuciosa biografía libremente contada, siguiendo el curso de las más célebres biografías que se deben a los

escritores garcianos honestos y, a su manera, imparciales: Luis Robalino Dávila, Tobar Donoso, Richard Patee. ¿Imparciales, desapasionados? No. Serían entonces ilegibles, por lo fríos. Como recomienda el gran Tácito, el historiador debe tener opinión. De lo contrario, es simple acarreador y amontonador de documentos y !chas. Eso no es historia (p. 11).

Pero sobre todo, agrega,

El principal autor utilizado para escribir esta vida, es Gabriel García Moreno. Su epistolario, en lo íntimo. Sus «escritos y discursos», en lo público. Su Defensa de los jesuitas, los textos de sus famosos pasquines periodísticos: El Zurriago, El Vengador, El Diablo, La Nación y La Unión Nacional, en los que se revela uno de los más feroces insultadores de la historia nacional, sobre todo contra Juan José Flores. Y sus versos, ah, sus

De un modo muy signi!cativo, que no puede menos que llamar la atención sobre el sentido de esta insistencia en su imparcialidad, todavía al !nal del extenso volumen, cuando trata del asesinato a García Moreno, dice:

-das por un pariente de la familia Moncayo Andrade, las copias de la correspondencia de don Abelardo Moncayo dirigida por este eminente ecuatoriano al señor M. Martínez Barreiro, director del Diario de Avisos, de Guayaquil, y publicadas en el semanario, también guayaquileño, El Iris en octubre de 1894. Que a pesar de haber leído una y más veces el importante y sincero libro de don Roberto Andrade, El seis de agosto, y encontrarlo lleno de «veracidad apasionada» y encendido de fuego humano. Que a pesar de eso, y de que a nosotros, personalmente, nos merecen todo el crédito correspondiente a sus vidas largas, luminosas

66 Otra vez, como volviendo a su santoral, Carrión canoniza a su personaje, pero esta vez lo hace con una ironía corrosiva, que alude a los esfuerzos de ciertos sectores por iniciar la causa de ca-nonización del tirano. Cfr. Benjamín Carrión, García Moreno, el santo del patíbulo, México, Fondo de Cultura Económica, 1959.

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y austeras, dedicadas por entero al servicio de la verdad, no las vamos a utilizar en este libro y, sobre todo, en este capítulo, sino acaso en mínima parte cuando faltare otra fuente. Y que, en cambio, utilizaremos la información de los «del otro lado», o de los reconocidamente neutrales (p. 709).

Desde mi punto de vista, se trata de un empeño de «curarse en salud», como dice la bella expresión popular. Bastaría leer estas advertencias para saber que García Moreno va a quedar mal parado en las nutridas páginas de ese libro: por eso, para que nadie le acuse de haberse parcializado a favor de los enemigos de quien, en cierto momento, fue candidato a santo de la Iglesia Católica, dice y repite que no, que se apoya en los partidarios del tirano, y

El santo del patíbulo es, como el Atahuallpa, un texto político: no cuesta mucho trabajo entenderlo como un alegato contra el doctor Ponce bajo la !gura de García Moreno. Por lo demás, esta impresión se corrobora cada vez que aparecen esos renglones escritos como al margen, como comentario lateral, aparentemen-te suprimible. Como eso de estar comentando la obra educativa de García Moreno, que para Carrión no pasa de ser un engaño, y exclamar:

Ah! señor García Moreno: eso que usted sembró en sus quince años trágicos, todavía lo estamos cosechando ahora, con esta gobernación achicada y melancólica, «ocultadora de faltas» que nos tiene condenados a soportar «la hipocresía, el desaliento, la tristeza inútil y la depresión», y que soportamos, en un viaje hacia la noche, en estos años opacos de

O después, al describir la situación del Ecuador en los tiempos de García y el malestar de los jóvenes de entonces, para decir, como de paso:

Estos jóvenes sentían vergüenza de la Patria en retraso. De la Patria –como ahora, en 1958– en plena pugna con las corrientes de la historia

Alejandro Moreano, al referirse a Carrión, dice que el autor lojano es «el Montalvo del siglo XX». Y no creo que haya exagerado, porque también he leído en este libro párrafos que recuperan la frescura de las

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mejores páginas del gran insultador. Párrafos, por poner un solo caso, como aquel en el que comenta los esfuerzos del Padre Severo Gómez Jurado (sic) por lograr la canonización del tirano, a pesar de haber reconocido que en su juventud «excesiva y licenciosa», «acaudilló García Moreno algunos jolgorios y tunas, comunicándoles con su fecundo ingenio, grande animación y celebridad»:

«Jolgorios y tunas» –escribe Carrión–. Felicito al reverendo padre por su acierto en la terminología: tunas. Nada, en verdad, más quiteño, con sabor de suburbio y de cantina, de puro cariño –el aguardiente de caña–, de guitarra bien templada, de albazo, de pasillo y cachullapi; de chullita decente pero sin mamacita, de mi señora Margarita y mi señora Carmela; de caldo de patas a la madrugada y –esto no es indispensa-ble– unos cuantos botellazos con roturillas de cabeza y pleito a patada

reverendo padre Severo se percibe un tu!llo de pecaditos contados en el

inquisitivas del santo confesor: «¿y en dónde fue?», «¿cuántas guambritas estuvieron?», «¿lo pasaron hasta la madrugada? Pecado, hijo mío,

al acercarse a este período, cuya pecaminosidad puede ser confesada A.M.D.G., con «las debidas licencias»; este período que ha servido

frasecilla picarona del panegirista-recopilador dice: «Los compromisos sociales y la fogosa juventud lo llevan a ciertas agradables visitas (soy yo

estudiando en su aposento». Aquí no hay el recurso a la oración, a la gracia divina, al socorro de los altos poderes celestiales. El heroico joven acude al conocido sistema cortesiano de quemar las naves. Así, rapado y feo –en ese tiempo– las turbulentas rameras de Babilonia, las «lujuriosas mesalinas», no tentarían a este nuevo Antonio el Ermitaño, mártir del deber y de la ciencia (pp. 127-128).

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La historia empieza de nuevo

1959. El último gobierno del período de estabilidad «democrática»67 iniciado por el señor Plaza en 1948, estaba llegando a su !n. El vendaval velasquista se levantaba nuevamente en el horizonte para inaugurar una nueva etapa de zozobras permanentes. La efervescencia crecía en algunos sectores populares (no tantos ni tan numerosos como algunos creen) y se hacía bulliciosa especialmente entre los jóvenes vinculados con los estudios secundarios y superiores. No entre todos, por cierto: aparte de los «gomosos niños bien» que Carrión mencionó un día, y que nunca fueron partidarios de los movimientos políticos (una forma, por cierto, de estar en la derecha), tampoco se puede decir que todos los universitarios se hubieran contagiado de la !ebre de esos tiempos: solo en los primeros años de las universidades cundía la !ebre «revoluciona-ria»: después, cuando ya había un doctorado ad portas y los universitarios encontraban algo que defender, los incendiarios iban transformándose en bomberos –tal como dice el lugar común. Los jóvenes trabajadores, los campesinos, los indígenas con tierras o sin ellas, los desplazados de su propio terruño que engrosaban las !las de desocupados o aprendices de rateros, no experimentaban ninguna efervescencia. Su preocupación, como siempre, no

«gran Patria de cultura», sino en pasar el día y llegar al de mañana. Más allá de la raya fronteriza, en una isla de la que nada se sabía, un grupo de barbudos había vencido a un ejército mercenario y entraba en la capital del Caribe.

Pero no se quedaban ahí las convulsiones: ya en 1960 las propias izquierdas

fragmentar a la izquierda mundial, y el Ecuador no fue una excepción. No obstante, una alianza de comunistas y socialistas, adoptó el lema de la Segunda Independencia propuesto por Carrión en sus Nuevas Cartas al Ecuador, que aparecieron en la Revista La Calle, y proclamaron la candidatura del propio Carrión a la Vicepresidencia de la República, junto al doctor Antonio Parra

67 De modo reiterado, el lenguaje político del Ecuador ha confundido dos adjetivos: «democrá-tico» y «constitucional». En todo el tiempo que abarca mi memoria, que ya es mucho, y aun más, en todo el que la historia nos ofrece al conocimiento, no conozco un solo gobierno «democrático», por la sencilla razón de que nunca ha sido el pueblo el que ha tenido en sus manos el gobierno. El régimen actual, por primera vez en 183 años, está construyendo la participación popular en la toma de deci-siones –o sea, la democracia. Lo que ha habido en muchos gobiernos es constitucionalidad, es decir, regímenes que han sido constituidos en cumplimiento de los preceptos de la Constitución vigente, lo cual no les hace ipso facto «democráticos».

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Velasco. En ese momento, el grito «¡Parra-Carrión, revolución!», fue una especie de canto del cisne de una izquierda que mostraba ya graves !suras en su interior: consumada la derrota de aquella candidatura ante la aplastante !gura del doctor Velasco Ibarra, esa izquierda acabaría por romperse en varios fragmentos que se proclamaron a sí mismos, todos por igual, los «verdaderos»

Aquella fue la época de «la izquierda !ccionista»68. de los poetas tzántzicos, de la aventura pseudo-guerrillera del Toachi, de la in"uencia de un Sartre que había abandonado sus primeras proclamas existencialistas para abrazar con fervor la causa de la Revolución Cubana –y después, de la revolución tout court. Fue la época en que la Compañía de Jesús orquestó un movimiento de feroz anticomunismo, movida por el miedo a que en el Ecuador sucediera lo mismo que había sucedido en Cuba, quizá porque sabía que las fuerzas políticas, cuando entran en crisis y se multiplican sus nombres por los procesos de división interna, suelen recurrir a la violencia. Fue la época, por !n, que desembocó en el golpe militar de 1963 y la entronización de cuatro generales en una Junta Militar de Gobierno de orientación desarrollista, dócil ante los poderes que se ejercían desde Washington pero ruda con las fuerzas de la oposición interna. Esa época que pareció llegar a su !nal en 1966, cuando la Junta Militar fue estrepitosamente derrocada.

Durante esos años de lo que el pueblo llamó «la dictablanda», Carrión vivió en México, y al caer la Junta volvió al Ecuador, apoyó a un sector del movimiento que en todo el país fue iniciado por la Asociación de Escritores y Artistas Jóvenes del Ecuador para reclamar la reorganización de la Casa de la Cultura, y cuando el movimiento obtuvo la pírrica victoria de una nueva ley constitutiva de la entidad, fue elegido nuevamente para dirigir la institución que él mismo había fundado 22 años antes. Como he dicho en otro lugar, la lucha de los jóvenes de entonces por la reorganización de la Casa terminó en una restauración69.

68 Cfr. Patricio Moncayo, Ecuador: grietas en la dominación, Quito, 1979.69 Cfr. Fernando Tinajero, Los años de la !ebre -

dríguez Castelo, Revolución Cultural, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967.

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VII. LA GLORIA DEL PATRIARCA

Bien está el recuerdo y la glori!cación del pasado fecundos. Siempre que de ellos haya de hacerse basamento y estímulo

para la hora que nos corresponde cumplir a los hombres del presente. Siempre que ese recuerdo y esa glori!cación

no tengan sentido excluyente para eludir por ello la propia faena, en nuestro día.

Benjamín Carrión

La segunda mitad de la década de los 60, y toda la década siguiente, corresponden a la culminación de una vida que se ha llenado de prestigio y que está ya en trance de alcanzar la gloria. La alcanzó en 1968, cuando el Gobierno Mexicano le otorgó el Premio Benito Juárez por sus servicios a la causa de la democracia. Aquel premio magni!caba su valor por el hecho de haber sido concedido por única vez con motivo del centenario del triunfo de la República Mexicana sobre los invasores franceses que fabricaron la caricatura de un imperio. Siete años después, Carrión sería el primer ecuatoriano en recibir el Premio Nacional Eugenio Espejo, cuando era un premio que se otorgaba cada dos años a una sola persona, lo cual acrecentaba su valor.

Estos galardones, sin embargo, no fueron sino la expresión de un reconocimiento general a una vida dedicada a la cultura y la democracia. Por encima de sus contradicciones, Carrión se había constituido en una suerte de patriarca de la cultura ecuatoriana: reconocido por todos, aunque muchos le odiaban en secreto, era ya admitido como la primera autoridad cultural de la República, e incluso como un referente ético en medio de una época confusa, cuando los valores de la izquierda y la derecha empezaban a perder su claridad, confundidos por la preponderancia cada vez mayor de un capitalismo que parecía no tener ya competidores.

Sin embargo, ese fue el período en que Carrión radicalizó su discurso de izquierda, cada vez más comprometido con la defensa de la Revolución Cubana y en contra del criminal bloqueo que le fue impuesto por los Estados Unidos ante los débiles signos de protesta de los demás países de esta América Latina que no guardaba ya las promesas de los primeros tiempos. Pero junto a esa radicalización, expresada en sus postreros artículos de prensa, Carrión sufría ya de un hondo desencanto. Su último libro, que fue publicado en Caracas después de su muerte, da testimonio de sus desesperanzas: América dada al diablo es su título, y en sus páginas ya no se encuentra al hombre

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que en otro tiempo desbordaba optimismo y con!anza en el futuro. Presentía que su socialismo, marxista o no, sería derrotado en el futuro inmediato por el omnipresente capital, cuyos tentáculos se extendían ya por el mundo y amenazaban as!xiar a una Unión Soviética que estaba próxima a hundirse, y no podía imaginar que despúes resurgíría una nueva opción para los pueblos de América.

Aquel contraste de gloria y desengaño no era sino la culminación de un siglo marcado de raíz por la inevitable paradoja. Un siglo que había encontrado su expresión en la vida y la obra de Carrión, que son tan paradójicas como su tiempo. No obstante, al llegar aquel 8 de marzo de 1979, Carrión no sabía que después de cerrar sus ojos para siempre habría de seguir viviendo en la conciencia de la clase media ecuatoriana. Incluso después de haberse proclamado la interculturalidad del Ecuador, consagrándola en la propia Constitución de Montecristi, los ecuatorianos seguirían repitiendo la consigna de volver a tener Patria y de construir una gran Patria de cultura. Si había quienes buscaban entre los autores vivos quiénes reemplazarían a los recién desaparecidos Carrera Andrade e Icaza, nadie pensó en reemplazar a Benjamín Carrión. Aunque ya habían empezado a aparecer los primeros indicios de una toma de conciencia de sí misma por parte de la población indígena (consecuencia, quién lo duda, del trabajo persistente del Obispo Leonidas Proaño), nadie creía posible todavía salir de la ideología de la cultura nacional: se había convertido ya en un dogma, tal como dijo Ortega y Carrión repitió muchos años antes. Un dogma que seguía sirviendo para lograr una relativa cohesión en una sociedad que persistía en mantenerse dispersa y desarticulada.

Desde mi particular punto de vista, estas circunstancias son quizá las más poderosas razones que han llevado a convertir a la !gura de Carrión, y no tanto su obra temprana, como la mejor expresión de su siglo. Aunque aquella obra es también el producto de la asimilación de las corrientes de pensamiento que en su tiempo predominaban en América, al establecer lo que un contable llamaría «un estado de pérdidas y ganancias», –lo que cuenta en Carrión, no son sus deslumbramientos de juventud ante ideas sumamente cuestionables, sino su gran obra de madurez: su capacidad de ofrecer al Ecuador una razón de vivir y de tener orgullo de sí mismo, y su enorme acierto de haber institucio-nalizado esa razón, sentando a la vez un precedente imbatible para sostener la autonomía de la cultura frente al Estado. Una razón de peso para que su pensamiento, aunque atañe fundamentalmente a la ideología, deba !gurar en esta Colección destinada al pensamiento político.

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El siglo XX ecuatoriano es el siglo en que su sociedad va buscándose a sí misma. Lo hizo en la Revolución Liberal, en la Juliana, en la Gloriosa; simuló hacerlo en la Revolución Nacionalista del año 72; volvió a hacerlo en la Revolución Ciudadana, sobre la cual ningún juicio puede ser de!nitivo porque aún no concluye su proceso. La suya fue una búsqueda de ciegos, porque quienes la guiaron no encontraron posible quitarse el arnés que les obligaba siempre a seguir mirando hacia Europa. Creyó encontrarse luego, a mediados del siglo, cuando se sintió dueña de una cultura que juzgó original, pero mucho más cuando Cuba señaló un camino con su ejemplo. Quizá al !nal se haya encontrado de verdad, al descubrirse como era, sin sueños de grandeza ni revanchas, pero segura de poder hablar todas sus lenguas para decir lo mismo: justicia y paz.

Esa es la circunstancia en que nos encontramos: ya no es Carrión quien tiene en sus textos de otros tiempos las respuestas a nuestras preguntas, y menos todavía las decisiones que solo a nosotros nos conciernen. Como el propio Carrión ha escrito, la gloria del pasado, que es su gloria, no puede ser pretexto para exonerarnos de nuestra tarea para cobijarnos a su sombra: es más bien el estímulo para asumir nuestro tiempo y encontrar nuestras respuestas a las preguntas que nos plantea el porvenir.

Carrión fue el intelectual que percibió más claro que nadie el carácter de su siglo. Dijo al Ecuador lo que el Ecuador necesitaba oír para poder levantarse: sabía que después, cuando aprendiera a andar, sería ya capaz de desprenderse de todas las tutelas y de todos los «santos», aunque lo fueran solamente del «espíritu». Su vida parecería ser el cumplimiento de una vieja sentencia hegeliana: No puedes ser tú mejor que tu tiempo: en el mejor de los casos, serás tu tiempo.

Quito, enero-marzo de 2013

Benjamín Carrión y la

“cultura nacional”

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Teoría de la Casa de la Cultura Ecuatoriana1

INFORME DEL PRESIDENTE DE LA CASA DE LA CULTURA(AGOSTO 1944 - AGOSTO 1957)

Razón de ser. –“Fecundidad del Insu!ciente” –.Símil de “El Sauce Podado”

raíces profundas en la esencia de lo nacional. De lo nacional permanente. Se origina en las dimensiones físicas reducidas del territorio y la población ecuatorianos. Porque el Ecuador es ¿para qué engañarse?, una nación físicamente pequeña, de escasa población. Y como dice Mariano Picón-Salas: “De lo que Keyserling ha llamado la fecundidad del insu!ciente, proviene para mí el valor y la justi!cación de las pequeñas naciones”.

La Casa de la Cultura Ecuatoriana tiene su origen y raíz en lo que Arnold J. Toynbee propone dentro de la línea del “estímulo de los impedimentos” y que expresa con el bello y signi!cativo símil de “el sauce podado”. El planteamien-to de Toynbee está expresado literalmente así:

El laborioso sauce comienza su crecimiento en una línea única; pero antes que tenga tiempo de alcanzar el máximo desarrollo, se acerca alguien con una hacha y poda su extremo. El movimiento hacia arriba del sauce en una línea perpendicular única, ha sido cortado violentamente por una fuerza exterior. ¿Matará el golpe al árbol, o se adaptará su manera de crecimiento a las nuevas condiciones que le han sido impuestas desde el exterior? Dotado de la voluntad de vivir, el árbol elige esta última alternativa… Y más luego, en otro volumen de

continúa: “Una vez más podemos recordar nuestro símil de “el sauce podado”. Cuando menos compasiva sea la conducta del podador con los retoños que vea brotar en primavera de la copa del sauce, mayor

1 Tomado de: Benjamín Carrión, Trece años de cultura nacional. Informe del Presidente de la Casa de la Cultura (agosto 1944-agosto 1957), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1957, pp. 9-51.

Ensayos

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será la vitalidad que el árbol acumule en las ramas salvadas y más vigoroso será, pues, en el transcurso de la estación, el crecimiento de esas ramas sobrevivientes.

La Casa de la Cultura Ecuatoriana es la “respuesta” a la “incitación” producida por la poda que el país sufrió en 1941-1942. Respuesta positiva, ajena a toda clase de sentimientos vengativos. Respuesta alegre, optimista, como de árbol joven, seguro del poder de sus ramas y de la fecundidad maravillosa de la tierra en que se halla plantado.

La Casa de la Cultura Ecuatoriana, se origina profundamente en las constantes de la vocación del hombre ecuatoriano –Cultura y Libertad– que hemos de examinarlas luego, con un propósito de sana y penetrante indagación, para poder a!rmar a plena conciencia, lo que dijimos hace muchos años, para explicar el por qué de la función de la Casa: tenemos que ser un pueblo grande en los ámbitos de la espiritualidad, de la ética, de la solidez institucional, de la vida tranquila y pulcra. Debemos aspirar a tener el ejército imponderable de la cultura y la respetabilidad democrática. Tenemos que ser, por esos caminos que sí están a nuestro fácil alcance, un “pequeño gran pueblo” digno del respeto universal, de la consideración afectuosa y admirativa de todos.

ACTO DE FE EN LA NACIÓN PEQUEÑA

Creo en la grandeza de la nación pequeña. Creo, además, en su perennidad. Mientras los conglomerados políticos se agrandan o se achican, por congregación o por disgregación, las naciones, las Patrias, permanecen. Están.

decimos Patria. Nada que se re!era a Estado, a personalidad jurídica internacio-nal, a unidad con!gurada dentro del concierto político del mundo. Al decir Patria, nación, estamos expresando un concepto vitalista de nacimiento, de vida, “con un propósito de vida en común”, que dijera Ortega y Gasset, pero no transitorio sino, dentro de la relativa eternidad humana, permanente, estable. No con programa político variable o invariable, no con ambición imperial, por modesta que sea. Con vida y anhelo de vida. Con razón de vivir, y por qué de vivir, y de querer vivir.

Pensemos, por ejemplo, en Flandes: esa región de Europa, que es nación y es Patria, ha pasado por los más varios avatares de estatuto político y jurídico. Unas veces, la Flandes unida, a la que conquistaban pero no vencían las

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ambiciones imperiales de los germanos, de los galos, de los austrias españoles, los duques de Alba, los inquisidores. Otras veces, como hoy, dividida en varias unidades políticas, una parte constituyendo el Reino actual de Bélgica, otra

Alemania y otra, !nalmente, por Luxemburgo. Como se ve, las formas, las variantes políticas, se suceden adoptando modalidades diversas: la nación Flamenca subsiste, la Patria Flamenca pervive. ¿Y qué decir de la Patria dispersa, eternamente, errante, Israel? Después de la gran diáspora, los judíos han formado parte de todas las conglomeraciones humanas y políticas que concebirse pueda. En todas las naciones de Europa –España los perdió por el estrecho nacionalismo de Isabel la Católica– existe en mayor o menor proporción, una minoría israelita; allí está “la sal de la tierra”, esa gente de las doce tribus, que se agrega pero no se confunde, que se une pero no se despersonaliza.

Ejemplos como éstos, se podría dar hasta cansarse. Y muchas, de las naciones y las Patrias inscritas, enclavadas dentro de unidades estatales o jurídicas mayores: Cataluña, Galicia o Vasconia, dentro de la unidad ibérica. Bretaña o Provenza dentro de la unidad francesa. Escocia y el país de Gales dentro de la unidad británica. Aún en naciones nuevas, provenientes de una raíz y una fuente comunes ya podemos advertir los caracteres que distinguen sin separar, que con!guran sin enemistar; en los Estados Unidos, por ejemplo, existe un clima diferente en California que en Nueva Inglaterra: la nación Texana se diferencia substancialmente de los Estados de la pradera Central.

semillero de pequeñas grandes Patrias, que solo se contrahacen y des!guran, cuando les da por el ridículo empeño, la grotesca pretensión de querer ser “Grandes Estados”.

Mi tierra, este Ecuador de los contrastes violentos y de los hombres buenos, es, orgullosamente, una nación pequeña, una gran nación pequeña, si se quiere, a pesar de la paradoja aparente y de la verdad real. Porque no pretende, no debe pretender una grandeza militar que conduzca al ridículo. Porque hoy ya no tiene una grandeza territorial, perdida por la imbecilidad y la traición; una risible grandeza diplomática, vestida de ornamentos y marcada de genu"exiones. Esta nación pequeña no es una nación resentida, una Patria amargada. El resentimiento y la amargura conducen al desánimo. Y esta tierra mía está animosa, debe estar animosa a pesar de las contradicciones y de los males transitorios; enfermedades de infancia, tosferina y sarampión, que ya se

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Felizmente, en esta zona de nuestro hemisferio donde se habla lenguas latinas, si excluimos a México, Brasil y la Argentina, todos los demás pueblos podemos –y debemos– tratarnos de tú. Uno tiene algo más de población, el otro un poco mayor extensión territorial, éste una producción minera, el otro una producción primordialmente agrícola; pero las diferencias son

humanas esenciales, los países latinoamericanos solamente nos diferencia-mos, felizmente, en aquello que nos personaliza. Y así, algunos de ellos, si son de tierra cálida, entre los trópicos, son extravertidos, tienen a "or de labios la expresión: se llaman Cuba, Puerto Rico, Centro América, República Dominicana, las inmensas costas de Venezuela y el Brasil. Otros países, subidos allá arriba en los altiplanos próximos al sol y lejanos del mar, con todos los climas en el mismo día, y pintadas por todas partes con ponchos alegres de indios tristes. Otros en !n, y entre éstos mi tierra, una parte allá arriba, cerca de los montes más grandes y más blancos, otra acá abajo, cerca del mar, junto a las piñas y las chirimoyas. Países y pueblos alegres y extravertidos, en la zona del trópico; recoletos y tristes, en la zona de la altura. Y todos grandes y chicos, comprometidos a ser libres, porque en todos, el fundador, el padre,

dejó una orden categórica de ser libres, de vivir en libertad, de dar la vida para conservar la libertad.

NUESTRO ESTATUTO ESENCIAL: CULTURA Y LIBERTAD

Nosotros, nación y Patria ecuatoriana, hemos llegado por diversos caminos a la comprensión de!nitiva de nuestro estatuto esencial: Cultura y Libertad. Muy claras, muy a la vista de todos están las constantes de la vida ecuatoriana, desde las épocas del aborigen pre-incaico, desde esos Shiris tan abominados por ciertos historiógrafos, pasando por nuestra noble y fecunda fusión dentro de la comunidad mayor del Tahuan-tin-Suyo; y por la de la conquista y dominación española, época durante la cual –en la medida de lo históricamente posible– hicimos serios esfuerzos por ser libres y por ser un poco cultos.

Por ser libres: además de la epopeya de Rumiñahui, contada por el Cacique Collahuaso, que asume características legendarias y épicas, tenemos ya, dentro del período histórico, registrado y escrito, la bella hazaña de la Revolución de las Alcabalas, caso evidente de insurgencia civil, en el que, como no se

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hiciera después, se habló desembozadamente de propósitos de independencia. Oigamos al respecto al historiador más docto e imparcial, el ilustre Arzobispo de Quito, Monseñor González Suárez:

Porque ya no era una sencilla oposición a las alcabalas, sino un alzamiento formal contra las autoridades de la Corona lo que se habían avanzado a proyectar algunos de los principales jefes de la sedición; y no faltó entre ellos quien concibiera aún planes más atrevidos y llegara a proponer la idea de una absoluta emancipación política de España, indicando que convendría viajar a Inglaterra, tomando el camino por Buenos Aires, para buscar allá cooperación, auxilios y todo lo demás que fuese necesario para tan arriesgada y difícil empresa. Plan demasiado temprano para aquellos tiempos, cuando aún los pueblos americanos no contaban con los elementos indispensables para la conservación de la vida social, libre e independiente.

XVI, cuando en realidad, se lanza el primer grito de independencia de esta colonia frente a la metrópoli española. De intento, he subrayado yo las últimas frases de González Suárez: para ciertas personas, nunca ha llegado el día de la libertad. Cuando con su advenimiento, se escapan de la esclavitud hombres a quienes se explota y esclaviza. Gentes de hoy, que han gobernado o gobiernan nuestros pueblos, desde la opinión o desde el mando, sostienen que aun en el tiempo presente –y menos en la hora de la independencia– no estamos maduros para la libertad. Es por eso que, para gran vergüenza nuestra, casi todos estos países americanos, cuyo mandato supremo es el de ser y permanecer libres, han votado en los organismos internacionales contra los justos anhelos de libertad de pueblos de Asia, África y aún América mismo. El ilustre Arzobispo tenía acaso razón, desde su punto de vista, y re!riéndose a la época aquella. Podemos admitirlo provisionalmente. Pero no queremos dejar pasar sin advertencia, este modo de pensar que es inspirado en corrientes retardatarias, ideológicamente superadas, pero transitoriamente poderosas en ciertos momentos de desgracia de los pueblos.

Es pues, a !nales del siglo XVI, lo repetimos, cuando todavía se dormía el sueño colonial en los inmensos dominios de los Reyes Católicos, en esta Patria mía, en su capital recoleta, monacal y callada se pronuncia por primera vez el nombre de Patria y se hace una heroica expresión del deseo ecuatoriano de

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ser libres. Deseo ancho, franco, lleno de lealtad para con el pueblo y su verdad, que luego, en forma disimulada y cautelosa, se repetiría el 10 de agosto de 1809, casi tres siglos después, por un grupo de patriotas ilustres, muchos de ellos pertenecientes a la recién nacida aristocracia criolla. Pero lo de 1591, fue cosa del pueblo, nacido en la entraña de la Patria, signi!cación de una de sus constantes históricas incontradichas.

Solamente los jesuitas se apartaron del sentimiento del pueblo. Así lo a!rman, en su elogio, y de una manera reiterada, el ilustre historiador jesuita Padre Juan de Velasco. Así también González Suárez:

Con este motivo vino por Superior (de los Jesuitas) el Padre Diego de Torres, el cual se manifestó francamente opuesto a los motines y sediciones, reprobó los levantamientos y aconsejó que se pagaran las alcabalas: entre los jesuitas hubo armonía y todos pensaban como su Rector. Más semejante conducta y el verlos siempre o!ciosos con el Presidente y los Oydores, los hizo antipáticos a los conjurados, y hasta el pueblo mismo comenzó a mirarlos con desvío, y les retiró las limosnas de que vivían. Perjudicáronles más en el afecto de los quiteños los elogios, que les prodigaba el aborrecido Arana.

Luego, en la misma línea de insurgencia insobornable, Quito, Capital de la Patria en todas las eras de su historia, ofrece una nueva expresión, denodada, heroica, a los 173 años de la Revolución de las Alcabalas: la protesta por el tributo del “Estanco Real del Aguardiente”, acontecimiento que, contado con su ingenuidad acostumbrada por el Ilustre Juan de Velasco, Padre de nuestra historia, nos demuestra que no era una simple algazara, sino un anhelo de liberación, que el pueblo de Quito lo depositó en manos del Conde de Selva Florida, anciano querido y respetado de todos. En esta ocasión como en la anterior, encontramos también las mismas reacciones: del lado del pueblo el clero, los criollos, una parte de la nobleza. Del lado de la Corona, los chapetones, como eran entonces los españoles y los jesuitas. Escuchemos esta vez la cita del Padre Juan de Velasco, historiador jesuita:

Dos meses habían trabajado con incesante afán los Jesuitas, corriendo por entre los mayores peligros para aquietar a los tumultuados; y lo más que pudieron conseguir fue que in"exibles protestasen, que querían morir ante todos, que dejar a los chapetones en la ciudad; y que lo único que podrían hacer por darles gusto, sería no hacerles daño ninguno, con tal que todos saliesen desterrados para siempre.

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LA PREFIGURA DE LA PATRIA: ESPEJO Y OLMEDO, MEJÍA Y ROCAFUERTE

Esto ocurría en 1785, cuando ya tocaba a las puertas de nuestra historia la !gura representativa de lo que somos y de lo que queremos ser: Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Este indio grande, en todas las dimensiones del hombre, concentra en sí el enunciado constante de nuestra vocación: Cultura y Libertad. Desde la fundación de la “Sociedad de Amigos del País” y la aparición del primer periódico de la Presidencia, “Primicias de la Cultura de Quito”, sus andanzas de Precursor de la independencia, sus obras de cultura y libertad; hasta su muerte, acaecida cuando terminaba el siglo XVIII y se anunciaba el XIX; o sea cuando los hombres de la “Ilustración”, desencadenaban sobre el mundo los vientos de la libertad que habían de cuajar en la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa, y durante y poco después del huracán napoleónico, la independencia de la América Española, desde México hasta la Argentina.

Espejo es, lo repetimos, la pre!gura completa de la Patria. Es el Ecuador íntegro. Es el mandato vivo.

Contemporáneamente, en la Capital del trópico de América, en Guayaquil, aquel que había de ser el cantor máximo de la hazaña bolivariana, José Joaquín de Olmedo, representativo de la cultura colonial y de los primeros momentos de la independencia, hace obra de hombre culto y libre, en las Cortes de Cádiz, donde concurre en compañía de otros dos ecuatorianos ilustres, de la costa y de la sierra, Rocafuerte y Mejía.

Olmedo pronuncia un discurso de libertad, muy teñido de anhelos de justicia social, al condenar las “mitas”, esa lacra del sistema colonial en la América indígena, que a pesar de lo que se asegura en comunicados o!ciales, no ha desaparecido por completo. Luego, había de ser el Canto a Bolívar, oda heroica con motivo de la Batalla de Junín; y esa pequeña sombra, que perjudica a Olmedo, el canto grande de libertad a un héroe pequeño: Miñarica. Su intervención magní!ca de varón consular, prócer de acción y de consejo, en la jornada del 9 de octubre, día de la liberación de su tierra guayaquileña. Y !nalmente, su presencia guiadora y aconsejado-ra en esa campaña de libertad pero también de cultura, que culminó con la fecha más ecuatoriana de la historia nacional: el 6 de marzo de 1845.

-ta en las Cortes de Cádiz, del mejor alegato por la libertad de prensa que

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entonces se hiciera, al discutir la nueva Constitución Española. Era la clara, la sonora voz de las colonias lejanas, de esas “Indias” misteriosas y salvajes, la que se escuchaba en la metrópoli asombrada. Todo el pensamiento de la

Ciudadano”, había logrado burlar a los severos guardas de las aduanas coloniales y había penetrado en estas lejanas comarcas sometidas, hecho adeptos en ellas y regresaba a gritar por la libertad humana en ese momento esperanzado y turbio a la vez –aunque parezca paradoja– en que España navegaba de la imbecilidad grotesca de Carlos IV a la traición rastrera y malvada de su hijo Fernando VII. Es al propio tiempo, Rocafuerte, un hombre perteneciente a esa familia de “aventureros de la libertad”, que se produjeron en la época de las luchas americanas por la independencia, y que fuera inaugurada por Francisco de Miranda. Aventurero, en el sentido de alta y noble aventura para liberar a su Patria, toda la tierra americana, de los colonialismos europeos.

En mi libro Cartas al Ecuador, dije de él y de su acción:

A nuestro Rocafuerte le dio el trópico la pasión, la inteligencia penetrante, la agilidad mental, el ímpetu de hacer y eso que –a pesar de lo dicho por Nietzche es tan tropical y tan nuestro: “la voluntad de poderío–”. Le dio el Occidente europeo la sabiduría acumulada en siglos, la experiencia adquirida en sangre y carne de hombre, la mesure francesa, el dominio vital de los ingleses y en los momentos precisos de su visita a Europa, momentos exaltados de la revolución democrática, adquirió el morbos febril de la libertad humana, que dominaba a las antiguas tierras absolutistas de Occidente. El Jacobinismo, el “mal de Juan Jacobo” se había

constituía el honor de la humanidad. Y desprecié al pueblo ignorante. Rousseau ha sido quien me ha abierto los ojos. Esta ilusoria superioridad

Rocafuerte en la Gobernación del Ecuador –a pesar del origen dudoso de su ascenso al poder, mediante turbias y jamás clari!cadas componendas con Flores– tiene un signi!cado histórico ejemplar: nos comprueba que sí es posible para nosotros la hora republicana. Que la administra-ción bien orientada y limpia, es bien recibida y puede armonizar con nuestra manera de ser. Que no somos, irremediablemente,

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el trópico ingobernable, la poblada demagógica, buena solo para el aprovechamiento rapaz de generales de látigo en mano, o de sargentones audaces de bota enlodada y uña larga.

Finalmente, el Gobierno de Rocafuerte, realizado con éxito y en medio de una popularidad muy sólida, comprueba que no somos tampoco el convento sombrío y torvo de que alguien hablaba, que cierra sus ventanas al aire y a la luz que le vienen de fuera, en nombre del Index y del Syllabus.

Esto que dije en 1942, puedo repetirlo ahora.

cultura, se entremezclan, se agolpan, en hervidero creciente: el 10 de agosto, la fecha nacional de la Patria, es un hecho de insurgencia política en el que intervienen hombres de cultura: nos hemos referido ya, al tratar de Olmedo, al 9 de octubre, día de la libertad de Guayaquil. Siguen los días insurgentes de Cuenca, Loja, Portoviejo, todas las ciudades y villas de la antigua metrópoli. Únicamente el 24 de mayo es aniversario de batalla –por la libertad desde luego– en que son las armas las que operan y deciden. Y ya en las horas del vivir republicano, fechas grandes son el ya mencionado 6 de marzo de 1845, realizado por hombres de cultura como Olmedo y Rocafuerte; la hora trágica en que se sacri!ca a los hombres de “El Quiteño Libre”, entre ellos el !lósofo

razón; la conjuración del Ecuador joven y libre contra la “Dictadura Perpetua” de García Moreno; las campañas de “Restauración” contra la tiranía grotesca y venal de Veintimilla; la insurgencia nacional desatada ante aquel episodio triste y maldito de “la venta de la bandera”, que había de culminar en el episodio de libertad nacional más fecundo y de!nitivo, el 5 de junio de 1895.

Pocos países como el nuestro, dentro de lo corto de su historia, pueden a!rmar unas constantes casi invariables en su línea vocacional por la libertad y la cultura. Acabamos de recorrer las fechas y de nombrar algunos hombres. Insistiendo sobre este último aspecto, se hincha el corazón de júbilo al pensar cómo, sin excepciones válidas, los hombres grandes de la Patria por la cultura, han sido al propio tiempo grandes por sus servicios a la libertad: Espejo,

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Olmedo, Mejía, Rocafuerte, en la época de ancho espíritu americano colocada en el vértice histórico entre la colonia y la república. Montalvo, el Padre Solano, Pedro Moncayo, Luis A. Martínez, Eloy Alfaro, González Suárez, Luis Felipe Borja, en la época republicana.

ARTISTAS Y ARTESANOS

Junto a la obra de estos hombres de representación literal del alma de su pueblo, están los artistas y los artesanos. La plástica –pintura y escultura– ha sido una forma de expresión natural y de excelencia en nuestra historia de la

inspiración europeas, dan como resultado un "orecimiento permanente –con pequeñas lagunas en el tiempo– de la escultura en piedra y en madera, con características propias y cultivadores indios, mestizos y blancos. Estando en mayor proporción, por calidad y cantidad, los indios.

Caspicara y Pampite son más que los simples imagineros barceloneses y sevillanos, tenebristas y sangrantes: son verdaderos escultores, de inspiración y contenido religiosos casi siempre, en los que se descubre personalidad y poder expresivo muy notables. Entre los blancos y mestizos; el Padre Bedón; el Padre Carlos, Bernardo de Legarda. Este último; sobre todo, con su creación de la Virgen de Quito, imagen alada, casi danzarina, ingrávida, "otante.

En la pintura; sin que pueda hablarse de originalidad técnica o temática hasta la aparición de Manuel Samaniego; que pone color de trópico en sus cuadros, la herencia española, y las in"uencias italiana y "amenca; producen pintores con obra muy apreciable, como Miguel de Santiago, Gorivar y algunos más. Todavía en ellos, menos aún en los escultores, no se ve asomar in"uencia del medio americano.

Los escultores y los pintores de la época colonial y principios de la republicana constituyen, lo que hemos llamado “la Escuela Quiteña”. Pero a mi ver, es Manuel Samaniego, ya nombrado, el captor de la luz de estas alturas, de este trópico de tierra alta, un pintor que se acercó: ya a lo ecuatoriano, un precursor de nuestra renacida pintura; ésta que a partir de Camilo Egas, Mideros el de la primera época, Pedro León, está dando unidades de primera línea que nos sitúan en posición muy alta entre las naciones de América, con proyecciones rotundas hacia lo universal.

Tan valioso como el aporte artístico, más signi!cativo acaso y trasuntador del alma de este pueblo, es su artesanía, sus manualidades populares, su

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capacidad ingenua para fabricar el utensilio casero o de uso personal, con color y amor, como lo han hecho solo los grandes pueblos de la historia: griegos, chinos, hindús, mexicanos, tomando esta última expresión como comprensiva de las distintas naciones o Patrias –toltecas, nahuas, tarascos, miestecos, mitolatecos, mayas, etc.– de la gran unidad política mexicana actual.

Nada más asombroso: que la comprobación que hoy puede hacerse en los templos y mercados, en las ferias de los pueblos y parcialidades, de esa capacidad extraordinaria del trabajador ecuatoriano.

El albañil ecuatoriano, por ejemplo, es capaz de asimilar la técnica y lo que pudiéramos llamar “espíritu de estilo”, de las diversas formas arquitectónicas, aun cuando éstas exigen para su realización ciertos conocimientos y práctica en los campos de lo escultórico y aún de lo pictórico. Albañiles muchas veces analfabetos, que después de una o dos explicaciones del arquitecto director de la obra, están dispuestos a ejecutarla, saben los por cientos de declive para cañerías y techos, las combinaciones de las diversas mezclas de morteros o aglutinantes y hasta las proporciones del hierro, del cemento y la piedra triturada en diversas composiciones de hormigón. En el Quito de hoy –donde lo que está fallando es la alta concepción arquitectónica y la originalidad– se puede en cambio admirar la habilidad artesanal del albañil indígena; pues este o!cio, por considerárselo inferior desde la época de la colonia, ha sido relegado únicamente a la población campesina, “confesadamente” indígena, “india”; esta habilidad se mani!esta en la desenvoltura con que interpretan las cosas más complicadas de la decoración y del uso de los elementos ornamentales nuevos. La “era del cemento”, halló entre nosotros todo un personal preparado, entrenado, como si no hubiera hoy hecho otra cosa durante toda su vida. Esa colaboración de artesanía, de habilidad de manos, lo mismo la encuentra el arquitecto presuntuoso que quiere resucitar viejos estilos –gótico, bizantino, barroco, sin saber su correspondencia con el clima y la topografía; como aquel que, sin capacidad de crear, hace impersonales adaptaciones de Le Corbusier, Wrigth o Niedmayer–. Un constructor extranjero, que trajo hace algún tiempo todas las fórmulas de lo californiano, con sus adornillos de piedra o de cemento, encontró aquí, mediante dos o tres explicaciones orales brevísimas, un plantel de albañiles que supo entenderle sus caprichos y realizar, con el material que le pedían –barro, ladrillo, cemento o piedra– las cosas más complicadas como capiteles compuestos, angelillos o monstruos tallados en ladrillo, columnas salomónicas, pámpanos, vides

y sus responsabilidades quedaban de cuenta del arquitecto o constructor.

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El caso de los tejedores de tapices y de alfombras, es digno de singular comentario. Zonas enteras de la Patria, al norte, al centro, al sur han creado diversos tipos de tejidos totalmente inconfundibles: el poncho “huanaco”, el “cobijón” y las alforjas de Loja; las macanas multicolores, los sombreros golpeados y la bayetilla del Azuay y Cañar; las incomparables alfombras, ya universalmente famosas, de la región del Chimborazo, especialmente las tejidas en el cantón Guano; los tapices llenos de dibujos ingenuos y primitivos de los Salasacas, en el Tungurahua; los ponchos llenos de color del Cotopaxi, región única en el país para lo decorativo; Pichincha, centro nacional de todas las artesanías, se especializa en la talla de madera y de piedra: en la forja del hierro, en la imaginería popular y en la cerámica; Imbabura y Carchi, con sus múltiples especializaciones textiles y cerámicas, pero singularmente los Cantones de Otavalo y Cotacachi, que mantienen la supremacía en lo relativo a calidad, variedad, buen gusto de sus tejedores. Las provincias de la Costa elaboran artísticamente sus maderas incomparables, y de las !bras de palmeras y bejucos del trópico, hacen hamacas, material para calzado y otros menesteres.

El capítulo de los metales, especialmente del oro, va a ofrecer revelaciones inesperadas y asombrosas a arqueólogos y etnólogos, gracias a los portentosos hallazgos hechos por Carlos Zevallos Menéndez, infatigable buceador del espíritu nacional en la Costa ecuatoriana; primero en toda la vasta región Puná y actualmente, muy cerca de Guayaquil, en la propia comarca de los

La vocación de las regiones por las artesanías, por las manualidades populares, es algo que se ha comprobado en todas partes, a través de la historia del mundo, con obvia y sencilla nitidez. Es generalmente el clima, la tierra, el aire, las necesidades impuestas por las formas generales de trabajo, de alimentación, de vivienda las que determinan y ordenan las formas de la labor humana. El futuro dirá si la máquina –sobre todo la máquina reemplazadora de la obra directa manual– irá sustituyendo al amoroso empeño de la mano humana por elaborar con belleza y utilidad el utensilio compañero de la vida, el vestido ornamental, el plato de comida sabroso, la imagen sagrada hecha con la ingenuidad de la fe candorosa o del temor sencillo a las fuerzas de la naturaleza, amenazadoras, desatadas con la furia del río o tremendas con el estruendo del trueno y la iluminación espantadora del relámpago. Sabiduría excepcional demostraron los incas cuando instituyeron el destierro aparente de los mitimaes: era principalmente la búsqueda de las zonas propicias para el desarrollo de las actividades necesarias; donde podía cultivarse la llama o la vicuña, se enviaban maestros tejedores; donde había barro adecuado, se

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enviaban ceramistas; donde había metales, se enviaban expertos en su aprovechamiento. De allí resultó un entretejido de vocaciones y de gentes por todo el vasto territorio, pre!gurando así la forma nacional.

sigue manteniendo su prestigio de calidad y selección sobre lo producido en serie, por la máquina. Y así, Bélgica con sus encajes de Brujas y Malinas, Francia con los de Alencón; México con sus múltiples artesanías en todos los materiales que se producen en su vasto y rico territorio: plata, cuero, algodón, lana, metales, caolines y todos los barros utilizables en cerámica; y muchos otros países, pequeños y grandes, siguen obteniendo entradas apreciables por el concepto de las artesanías. El turista, principalmente el norteamericano y europeo, que va a México, ha creado en bene!cio del gran país el renglón de la exportación invisible, que ha llegado a incrementar la economía nacional en cientos de millones de dólares. Las estadísticas de este año colocan a esta línea de entradas en el segundo lugar de la producción nacional.

El Ecuador tiene, entre otras líneas vocacionales inconfundibles, esta de la habilidad manual de su pueblo. Ni el descuido gubernamental para estimularla, ha sido fuerza bastante para soterrarla. Ni el imitacionismo grotesco de lo europeizante a ultranza, que se avergüenzan de todo lo que pudiera recordar que somos indios; ni la absurda dirección educacional –esos humanismos de ropavejería, que huelen a naftalina–; esos que piensan que “humanismo” es lo que se aleja del hombre, lo que se apolilla eruditamen-te entre idiomas desaparecidos. Cuando eso, la erudición academizante es apreciable y útil, pero jamás es vital ni vitalizadora. Es docta curiosidad de monjes o especialistas, que debe ser aprovechada en su medida y con cautela, pero jamás humanidad viviente, única fuerza capaz de crear el “humanismo”.

Pensamos que entre las cosas personalizadoras de lo ecuatoriano, y en particular de lo quiteño, ha de situarse en lugar de preferencia esta inclinación para las manualidades y las artesanías. Florecimiento de lo popular, camino recto para –el descubrimiento de las esencias profundas del hombre de estas tierras–. No caigamos jamás en el barato y avergonzador prejuicio de creer que pueblo artesano, pueblo de artesanos, es pueblo de menor signi!cación en la historia del hombre. A la historia del hombre, que poco le importa, al correr de los siglos, a los arcaizantes, los eruditos, los falsamente llamados “humanistas”.

Y en cambio –aún para que esos mismos eruditos aprovechen– como importa el cacharro encontrado, la piedra descubierta, la estatua mutilada, sea

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no hay que olvidar que los griegos, el pueblo más espiritualmente aristocrático de la historia registrada, exigieron en sus leyes que todos los hombres tuvieran, junto con su profesión o su actividad pública de !lósofos, poetas, dramaturgos, oradores, un o!cio manual. Cosa que fue seguida e imitada por casi todas las dinastías reinantes de Europa en la Edad Media y el Renacimiento.

PUEBLO ESPECIALMENTE AGRÍCOLA. LA SUAVE PATRIA

Pueblo el nuestro –se ha repetido hasta la fatiga– esencialmente agrícola. Poco minero, escasamente extractivo hasta hoy. Un poco de petróleo en la costa, que nos abastece la necesidad interna, y muchos augurios, hasta hoy frustrados, de hidrocarburos en otras zonas del país, singularmente en la vertiente oriental. Algunas promesas de hierro y yacimientos efectivos de azufre, manganeso, carbón de piedra.

Pero hasta aquí afortunadamente acaso, nuestra economía productiva no ha dependido de las líneas mineras y extractivas. Ellas tienen un sistema circulatorio internacional, y por lo mismo, si bien ofrecen ventajas de rápidos y a veces variables enriquecimientos –“lo que el viento se llevó”– y progreso material evidente; al propio tiempo llevan consigo el peligro, el atroz peligro, de convertirse en empresa codiciada de los intereses imperialistas internacio-nales, deshumanizados y apátridas, por su misma naturaleza. De allí que, quizás por menosprecio de los poderosos, nosotros podamos vivir una vida un poquito más nuestra. Y estemos en el caso de repetir, como el gran poeta mexicano, López Velarde, en su maravilloso poema LA SUAVE Patria:

Suave Patria: tu casa todavíaes tan grande, que el tren va por la vía

como aguinaldo de juguetería.Patria: tu mutilado territorio

se viste de percal y de abalorio.El niño Dios te escrituró un establoy los veneros de petróleo el diablo.

Esencialmente agrícola, pues. Acaso únicamente agrícola más bien. De allí que nuestra historia, atada a las vicisitudes de la monocultura de turno: cacao,

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arroz, banano, haya sufrido impactos muy duros en el desarrollo nacional. Golpes y trastornos políticos, sociales, culturales. La muerte del cacao a manos de “la escoba de la bruja”, en la primera y segunda décadas del siglo actual, determinó serios problemas en la vida ecuatoriana. Entre otros, dio origen a un tipo de literatura de !cción, con marcado sentido social, especialmente cultivado “por el grupo de Guayaquil”; que nos ha dado una docena de buenos libros, entre novela y cuento.

A menos que se estudien nuestros problemas, culturales, sociales, políticos, con desaprensiva super!cialidad, tendrá que !jarse el 15 de noviembre de 1922 –fecha en que se ahogó en sangre de dos mil obreros ecuatorianos la primera rebeldía de carácter netamente clasista– como el acontecimiento originario de la literatura narrativa de sentido social en la costa ecuatoriana, que empezó a entregarse a partir del año 1929.

La agricultura de la sierra, o sea del altiplano, toma en la que se ha !jado hasta hoy la mayor parte de la población ecuatoriana, y en la que ha permanecido casi inmóvil, apegado a su llacta el indio ecuatoriano –salvo los últimos movimientos migratorios hacia la región intertropical y tropical– tiene una problemática distinta. Es una agricultura menesterosa, difícil, de tierra erosionada, en la que el pobre brasero indio tiene que esclavizarse ante la avidez de ganancia del gamonal, del hacendado, en contubernio con la autoridad !scal o municipal y, con raras excepciones, la del cura párroco. La explotación agrícola parcelaria o minifundista es antieconómica y por lo mismo, el capital a ella destinado –siempre en manos, de unas pocas familias– va absorbiendo las tierras mejores, las más planas, las menos empobrecidas por el denudamiento; y va arrojando al indio hacia la ladera lavada, hacia el páramo casi inhabitable, en el que se cultiva productos míseros y sin mercado, como la quinua, el chocho, el maíz raquítico, de pésimo rendimiento, los potreros de mal forraje para ovejas escuálidas y los caminos vecinales para unos pocos chanchos. Vida esclava, dígase lo que se quiera en comunicados o!ciales de uso externo, para la que presta su complicidad el alcohol que es una industria del Estado; un producto favorecido por el !sco gamonalizado y feudal, para el embrutecimiento, la más fácil esclavización, y por !n, el aniquilamiento de la raza aborigen, que causa vergüenza a los barbilindos que quisieran poder

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PRESENCIA DEL INDIO

Surge una literatura y una pintura indigenistas. No indígenas porque, como dice Mariátegui, eso aparecerá solo cuando el propio indio haga literatura, pintura, ensayo. Parece que los escritores se hubieran resuelto a obedecer el mandato de Montalvo de “hablar del indio para hacer llorar al mundo”. Los pintores, después de un descanso de varias décadas, se presentan en promoción cerrada, con el paisaje natal en los ojos y el hombre ecuatoriano en la paleta. Y, reanudando la tradición de la escuela quiteña de pintura en cuanto a calidad y méritos, pero con distinta razón y contenido. El indio y

vital con algo qué decirnos. Con “mensaje”, como se dice pedantescamen-te. Los “bien-pensantes”, naturalmente, se escandalizaron. Los indios venían a “ensuciar” la pintura nacional tan decente, llena de angelillos y madonas italianas de la mejor familia, con sus caras escuálidas de malcomidos, sus barrigas hinchadas de parásitos, sus piernas enclenques y sus enormes pies, deformados. Y en los ojos cansinos, esa imbecilidad de animales dóciles al castigo, cretinizados por el alcohol de los priostazgos y las !estas religiosas, encallecidos por el faenar cotidiano en las peores condiciones de higiene y de dieta.

Se vituperó desde la literatura de los patrones, contra el indio en pintura y en letras. Y, lo que es más lamentable, desde la pegajosa literatura chola de los criados de esos amos, desde la literatura de “sirvientes de casa grande”, llenos de lacayuna gratitud porque los “señores” les dispensen la limosna de una sonrisa condescendiente y perdonadora... Porque –y ya lo hemos visto en las últimas confabulaciones “municipales y espesas” contra la Casa de la Cultura–, junto al escritor-patrón que se digna desdeñosamente aceptar los más humildosos homenajes, lo más repugnante ha sido la actitud del turiferario mestizo.

Nuestros pintores debían pintar –porque así se pintaba en los siglos anteriores y nada debe ser cambiado– madonas con fondos clásicos de columnas y capiteles jónicos, dorios y corintios. Ese el mandato de la escuela quiteña. Lo demás, cosas de la chusma que nos invade y nos desacredita. Pero los pintores, como los novelistas y los ensayistas, no fueron obedientes. Se rebelaron, y siguieron pintando lo que les ordenaba su genio, su concepción artística, su intención. Y, cosa rara e imprevisible, las gentes del mundo, la crítica extranjera, comenzaron a detenerse, sorprendidas, ante nuestro despertar espiritual, en plástica y en letras. La vieja crítica casera no podía

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imponer al mundo los prestigios domésticos, por muchos esfuerzos que hiciera. Y, cuando la Casa de la Cultura Ecuatoriana ofrecía algún apoyo a los nuevos pintores, el gruñido de adentro era ampliamente compensado con el aplauso y la consagración de fuera.

EL NOMBRE INTERNACIONAL DEL ECUADOR

El nombre internacional del Ecuador necesitaba esclarecimiento y grandeza. Desgraciadamente, en épocas anteriores, cuando no ha gobernado el pueblo sino sus mandones naturales, nuestra posición dentro del concierto continental, en vez de agrandarse sobre las sólidas bases de la historia, se iba disminuyendo, hasta el fatídico año de 1894, en que nos enlodamos con esa cosa turbia y bochornosa, conocida con el nombre de “venta de la bandera”.

Toda aquella triste serie de episodios de traición al Ecuador y a América, en los que se trató, injustamente, de mezclar al Ecuador como Estado y como Pueblo, no corresponden sino a los espíritus sin Patria, ambiciosos de mando, a los que poco o nada importaba el nombre de un país que no era el suyo.

Los ecuatorianos de hoy, por tanto, no reconocemos como obra ecuatoriana aquella traición a la Patria americana que se llamó con el triste nombre de “la Reconquista”. Fue un hombre arrojado del Ecuador por uno de los movimientos populares más auténticos de nuestra historia –el 6 de marzo de 1845– quien corrió en infame subasta el nombre y el destino de la Patria ante cortes y gobiernos extranjeros en 1847, dando motivo para que se reúna en Lima un Congreso Americano con el !n de protestar contra “el traicionero Juan José Flores” –son palabras del Cónsul del Ecuador en Caracas, José Julián Ponce– y execrar a todos aquellos comprometidos en la traición a América, a la que querían volver al estado de Colonia de la que la habían sacado Bolívar,

Los ecuatorianos de hoy, tampoco reconocemos dentro de nuestro patrimonio histórico, la gran vergüenza de las “cartas a Trinité”, episodio de traición que jamás puede ser explicado ni menos exculpado, y que corresponde lógicamente a la ausencia de espíritu nacional de su protagonista.

Los ecuatorianos de hoy, tampoco podemos ser solidarios de la actitud bochornosa, antiamericana y antidemocrática, en la que incurrieron los gobernantes de entonces, en clara consonancia con las cartas a Trinité, que consistió en abrazar la ridícula causa del imperio mexicano, entregado a Maximiliano de Augsburgo; empeño de reconquista caricaturesco, emprendido

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acertado de “Napoleón el Pequeño”. No podemos ser solidarios de esa traición que mantuvo al Ecuador, único entre todos los países de América, contra el gran Benito Juárez, una de las expresiones más altas y auténticas de lo nuestro.

No podemos, desde luego, los ecuatorianos de hoy, aceptar como verdad de pueblo con personalidad y dignidad, el episodio claudicante y vergonzoso de “la venta de la bandera” ya en los umbrales de la modernidad, y que fue lavado por el gran movimiento nacional, en el que intervinieron todas las ideologías en vigencia, que culminó con la jornada inmarcesible del 5 de junio de 1895.

Finalmente, no podemos aceptar que al Ecuador total y permanente se le quiera atribuir toda la ineptitud con que fueron dirigidos nuestros asuntos internacionales en los trágicos años de 1941 y 1942.

FUNDACIÓN DE LA CASA, SU RAZÓN Y DESTINO

Por eso concebimos en 1944, después de la derrota inmerecida, la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en cuyo Decreto de fundación constan los siguientes considerandos:

Que la Cultura nacional, necesita amplio apoyo del Poder Público para su desenvolvimiento y expresión;Que para robustecer el alma nacional y esclarecer la vocación y el destino de la Patria, es indispensable la difusión amplia de los valores sustantivos del pensamiento ecuatoriano en la literatura, las ciencias y las artes, así del pasado como del presente;Que nuestras manifestaciones intelectuales deben ser llevadas fuera de las fronteras Patrias, para que el Ecuador, con la plenitud de derechos que le concede su historia intelectual, ocupe el legítimo lugar que le corresponde en el concierto cultural del Continente;Que el progreso del país necesita ser dirigido por la investigación cientí!ca con !nes de aplicación técnica inmediata a la realidad nacional;Que en el orden del aprovechamiento de la cultura extranjera, es preciso ofrecer facilidades para que puedan venir al Ecuador valores cientí!cos y artísticos de renombre internacional para dictar conferencias y realizar exposiciones de artes plásticas, conciertos musicales, demostraciones cientí!cas y divulgaciones técnicas.

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Estos considerandos antecedieron al Decreto de creación, cuyo artículo primero dice:

Créase con sede en la Capital de la República la Casa de la Cultura Ecuatoriana con el carácter de instituto director y orientador de las actividades cientí!cas y artísticas nacionales, y con la misión de prestar apoyo efectivo, espiritual y material a la obra de la cultura en el país.

En el mismo Decreto de fundación, en el artículo noveno se establece lo siguiente:

La Casa de la Cultura Ecuatoriana realizará principalmente las siguientes actividades:

a) Dirección de la cultura ecuatoriana con espíritu esencialmente nacional, en todos los aspectos posibles, con el !n de crear y robustecer el pensamiento cientí!co, económico, jurídico y la sensibilidad artística con base y orientación nacionales;

b) Apoyo y fomento de la investigación y estudio cientí!cos de signi!cación universal y de aplicación útil al desenvolvimiento nacional;

c) Estímulo de la preparación técnica de los hombres del Ecuador con miras a un desarrollo racional y acelerado del potencial económico del país para el mejoramiento de la vida humana;

d) Exaltación del sentimiento nacional y patriótico y de la conciencia del valor de las fuerzas espirituales de la Patria;

e) Aprovechamiento de la cultura universal para que el Ecuador marche al ritmo de la vida intelectual moderna.

Luego, el Decreto al que nos venimos re!riendo, en su artículo décimo señala los caminos y el procedimiento a seguirse para la realización de los !nes de la nueva Institución, en la siguiente forma:

Para el cumplimiento de los !nes establecidos en el artículo anterior, la Casa de la Cultura Ecuatoriana empleará los siguientes medios, entre otros:

a) La organización de conferencias que serán dictadas por nacionales capacitados en las distintas actividades culturales y por extranjeros de reconocido valor, invitados por la Institución;

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b) La fundación de una editorial en la que se publiquen, de preferencia, los clásicos nacionales y las obras de los escritores ecuatorianos contemporá-neos, tanto cientí!cas como artísticas y literarias, previo informe de la respectiva comisión;

c) La organización de exposiciones cientí!cas y artísticas, dentro de la República y fuera de ella;

d) El envío de misiones culturales, por todo el territorio de la República y a los países del Continente;

e) La concesión de premios nacionales para la obra de escritores, hombres de ciencia y artistas;

f ) La proposición al Ministerio de Educación Pública de candidatos para la obtención de becas en el exterior y el señalamiento de materias de estudios a realizarse;

g) La publicación de una Revista de la Casa de la Cultura y de revistas especializadas;

h) El estímulo y la organización del teatro, la música y la coreografía nacionales;

i) La dirección y perfeccionamiento de las artes populares; yj) El estímulo para la creación de institutos de altos estudios y de

investigación cientí!ca.

El decreto de fundación, del cual hemos transcrito las partes sustantivas, fue expedido por el Dr. José María Velasco Ibarra, el 9 de agosto de 1944, último día del ejercicio de sus poderes supremos. Lo refrendó su Ministro de Educación Pública Dr. Alfredo Vera.

Sobre el cumplimiento de los !nes de la nueva Institución, durante los trece años de su existencia, ha de versar el presente informe y sus anexos.

UN ERROR INSISTENTE

Debemos acabar de una vez por todas con la falsa y malintencionada a!rmación de que la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Institución cuya peculiaridad original ha sorprendido a todos los extranjeros que la han visitado, es una continuación, con solo cambio de nombres, de algunas Instituciones fundadas con anterioridad.

El solo enunciado de los motivos y los !nes de la Casa de la Cultura, constantes en el Decreto de fundación a que nos hemos referido, diciendo están claramente que ella tiende al engrandecimiento total de la vida de la

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Patria, la indagación de su raíz y de su esencia, la interpretación de su destino profundo.

En realidad, con muy loables !nes, en el año 1940, el entonces Ministro de Educación, Don Guillermo Bustamante, en conversaciones con el !rmante de este informe, relacionadas con el éxito obtenido por la colección de escritores colombianos dirigida por el malogrado Daniel Samper Ortega, resolvió constituir la “Comisión de Propaganda Cultural”, con el objeto de editar una colección de escritores nacionales. Cuando este pequeño organismo había realizado, desgraciadamente con un gusto editorial muy dudoso, varias ediciones de los impropiamente llamados clásicos, se resolvió agrandarlo con el nombre de Instituto Cultural Ecuatoriano. El Decreto de constitución de este Instituto consultaba, entre otras representaciones, la poco explicable de los ex-presidentes de la República, como si en este país hubiere sido la cultura un requisito esencial para el escalamiento de las altas funciones del Estado. La Comisión de Propaganda Cultural publicó la mayor parte de los volúmenes de aquella desafortunada colección; uno o dos, siguiendo el plan anterior se editaron durante la vida precaria del famoso Instituto y otros tantos, en sus años de iniciación, fueron publicados por la Casa de la Cultura, antes de que adquiriera la experiencia editorial que ahora felizmente ha alcanzado.

ENNOBLECER Y RECTIFICAR LOS ITINERARIOS DE LA PATRIA

La Casa de la Cultura Ecuatoriana nació pues, para ennoblecer y recti!car los itinerarios de la Patria. No es una Institución cultural más, con este o aquel !n particular y episódico: publicar los famosos “clásicos”, editar una revista, realizar estudios sobre tal o cual disciplina. No. La Casa de la Cultura, cuya raíz arranca de la de!nida e irrevocable vocación nacional, tiene como misión profunda y alta a la vez, desentrañar las esencias de nuestro destino, por medio de la indagación de su geografía y de su historia, de su potencial de suelo y hombres. Ofrecer posibilidades a las realizaciones de cultura, hasta entonces cosa merecedora de escaso apoyo del Estado entre el acervo de las actividades del hombre ecuatoriano. Porque la cultura –aunque se haya hecho un lugar común, ha de repetirse sin embargo– no es simplemente lo especulativo. La cultura lleva consigo, sustancialmente, la pragmáxis, la realización. La cultura es vital, esencialmente. Si se estudia Química, Física, Ciencias Naturales y, sobre todo Matemáticas, se lo hace, con intenciones de aplicación práctica, de aprovechamiento efectivo de nuestro bien material, de lo que ofrece nuestra naturaleza.

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Por eso resulta irrisorio y vergonzoso para quienes lo hacen, a!rmar que una Institución como la Casa de la Cultura es una empresa de lujo, un quehacer de privilegiados. Si en medio de una tan mediocre conducción del país algo se ha hecho, óigase bien, en el terreno estrictamente práctico, es la obra en marcha de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que ha despertado interés por el estudio, que ha prestado apoyo a la investigación de la riqueza nacional, que ha mantenido en un nivel alto y realista la obra de la inteligencia y la voluntad de la Patria.

Justamente –y así lo han reconocido cuantos la han contemplado en funciones– la Casa de la Cultura es la Institución indispensable para los pueblos pobres, no su!cientemente desarrollados. Porque el país rico tiene poder en sí mismo para estimular la obra de la cultura y hacerla interesante hasta para permitir medios de vida, así sean muy modestos, a quienes a ella se dedican. En los países ricos, donde hay empresas editoras, salas de exposiciones, instituciones que organizan congresos, conferencias, mesas redondas para el estudio de problemas de la agricultura, de la salud pública, de la ingeniería, de la veterinaria, de la sanidad vegetal y otras de igual utilidad, una Institución como la Casa de la Cultura no es indispensable. A pesar de que para honra

en donde debía copiarse la Institución ecuatoriana es en los Estados Unidos. Cosa que ha sido recomendada para todos los países de América, incluyendo la gran nación del Norte, por la Organización de Estados Americanos.

La Casa de la Cultura ha sido la estimuladora y canalizadora de la necesidad urgente de la atracción de cultura extranjera hasta nosotros. Los gobernantes más inteligentes como Rocafuerte, desde su ángulo el propio García Moreno y, sobre todos el General Alfaro, realizaron esta obra desde el Gobierno: hoy mismo, muy pocos de los que han alcanzado alguna notoriedad en las letras, las ciencias y las artes, podrán a!rmar que no le deben algo a ese gobernante visionario: escultores, pintores, escritores como Veloz, Delgado, Zaldumbide, Terán y muchos más, le deben su iniciación al gran viejo Alfaro. Y lo mismo en la busca de maestros y la creación de Instituciones para impartir la cultura que habíamos menester: Conservatorio de Música, Escuela de Bellas Artes, Normales de Varones y Mujeres, Colegio Militar.

Después, penoso es decirlo, nada o casi nada se hacía. De cuando en cuando una comisión o más pomposamente misión, para arreglos económicos que casi ningún fruto dejaba o que, sin encontrar ambiente ni llevar plani!cación adecuada, se regresaba sin hacer casi nada. Alguna vez, una misión educacional alemana; una misión para el fomento agrícola contratada en Italia; la Misión

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Kemmerer para arreglos !nancieros económicos. Aún las colaboraciones de inapreciable valor ofrecidas por los organismos internacionales, no han encontrado cooperación adecuada.

Este alejamiento de la vida universal de la cultura, con esporádicas y no planeadas aproximaciones transitorias, iba produciendo en el ambiente nacional dos Estados igualmente inoperantes: el deslumbramiento, el rechazo y descon!anza. Nos deslumbraba lo extranjero, por superior y por lejano. Era nuestro acceso tan difícil tan distante, que una sensación de impotencia deslumbrada e infecunda nos dominaba y empequeñecía. Nuestra inferioridad parecía acentuarse, quitarnos optimismo, derrotarnos. El otro sentimiento era el de rechazo descon!ado y rencoroso. Como una tímida reacción al deslumbramiento, nos sobrecogía este sentimiento adverso a lo extranjero, que es origen de la xenofobia.

VOLVER A TENER PATRIA

Esos sentimientos hicieron crisis en los fatídicos años de 1941 y 1942. La sabiduría misteriosa y esotérica de la casta manejadora de las relaciones internacionales –que sigue siendo la misma a pesar de los fracasos aplastantes– había conducido nuestros problemas a espaldas del pueblo, sin su presencia y su opinión. En 1941 no fue derrotado el Ecuador, ni su pueblo ni su Ejército.

La derrota inmerecida es obra exclusiva de los “sabios en fronteras”, la misma gente de la “reconquista”, las cartas a Trinité, la venta de la Bandera. El país sufrió, de rechazo, el golpe brutal de una derrota inmerecida.

Es entonces cuando empezó a caer la venda de los ojos. Y como los españoles después del desastre colonial a !nes de siglo, empezamos nosotros después de nuestro desastre a sentir el urgido anhelo, el deber imperioso de “volver a tener Patria”.

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Teoría y plan de la Segunda Independencia2

ANTECEDENTES

En el primer cuarto del siglo XIX, casi todas las colonias españolas de América, del Norte, del Centro y del Sur, conquistan su emancipación de la Metrópoli, su Primera Independencia. La gran ráfaga liberal que se inicia con la guerra libertadora de las colonias inglesas, hoy Estados Unidos y adquiere valor universal con la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, despierta de

A pesar de que las aduanas coloniales estaban cerradas para la entrada de las nuevas ideas, éstas –como ayer, hoy y mañana– se dieron modo de penetrar mediante la iniciativa inteligente, casi siempre heroica, de criollos audaces y geniales, mezcla de héroes y de apóstoles. Casi siempre de mártires. El venezolano Francisco de Miranda, el neogranadino Antonio de Nariño, el quiteño Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo. En México, el Licenciado

y muchos otros en Chile, en Bolivia y en el Río de la Plata. Nombres grandes como Rivadavia, Mariano Moreno, ilustran la etapa precursora de esa noble y grande Patria argentina.

Antes que ellos, ya se habían !ltrado también por todos los resquicios, las

Amaru en el Perú, las revoluciones de las Alcabalas en Ecuador y Colombia, las luchas araucanas en Chile. Y, como iluminación redentora, las luchas de los grandes españoles evangelizadores, que tienen su signi!cación más alta en el Obispo de Chiapas, Fray Bartolomé de las Casas.

Las respuestas populares a estas “incitaciones” históricas van produciéndo-se mediante los llamados “gritos de independencia”; desde el primero en Quito, el 10 de agosto de 1809, seguido por las acciones insurgentes de México,

sucesivamente en las distintas Patrias latinoamericanas, los sesquicentenarios de esos “gritos”.

2 Tomado de: Benjamín Carrión, “Teoría y plan de la Segunda Independencia”, en Cuadernos Americanos, AÑO XX, VOL. CXIV, N°. 1, enero-febrero, 1961, México. Ensayo leído parcialmente en el Seminario de líderes políticos de Bogotá, el 26 de octubre de 1960 (el original no está paginado).

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Ciento cincuenta años. Tiempo de meditar, de hacer examen de conciencia sobre las etapas transcurridas, que no siempre fueron, desafortunadamente, de avance por los caminos de la libertad. Y poco, casi nada logrado en el plano de la justicia, de la democracia económica y social. En el plano de la incorporación de todos los hombres de todas las Patrias fraternas, a un status por lo menos humano.

En el primer momento, después de la emancipación política de España, aparece la realidad expresada en un dístico desilusionado y desilusionador:

Último día del despotismoy primero de lo mismo.

Y más duramente aún, con valor negativo y fatalista de tragedia griega, la palabra desoladora del Genio:

He arado en el mar.

¿Emancipación prematura? Muchos lo sostienen así. Yo creo en cambio que nunca es demasiado temprano para que los hombres sean hombres, vale decir libres. ¿Qué empeoramos con la emancipación, con la Primera Independencia? Derrotismo, hipocresía. Lo que sí es verdad comprobable es que, a la colonialidad lejana de la Corona Española, muchas veces paternal y benévola, siguió la colonialidad criolla, ávida, rapaz, cuyo !n inmediato, por no decir único, fue la explotación al máximo de tierras y hombres. La Corona aguardaba los galeones llenos del “oro de las Indias”, sin saber mucho la manera de obtenerlo. La pseudo aristocracia criolla, engreída, petulante, cruel, sí necesitaba imponerse por el terror, por la humillación, por la sangre.

Las instituciones coloniales de la encomienda, la mita, el diezmo y la alcabala, que fueron siempre, durante la Colonia, modos de explotación humana, se convirtieron en formas de abuso y de crueldad a causa de la brutalidad de los aplicadores. Pero se convirtieron en bárbaros sistemas de aniquilación y destrucción del hombre y la riqueza, en manos de los criollos urgidos de dinero y poder, que recurrieron a sistemas de fanatización, de alcoholismo y de hambre.

La Corona Española quería, como todo sistema colonial, obtener los más abundantes recursos de las tierras y las gentes lejanas. Se llegó, para hacerse perdonar el abuso, a sostener que los pobladores de las Indias no eran hombres, no tenían ánima inmortal, eran bruta animalia. La polémica de Valladolid

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entre Fray Juan Ginés de Sepúlveda y Fray Bartolomé de las Casas, que duró el corriente de los años 1550 y 1551, trajo como consecuencia el triunfo de De las Casas, bomo natura factiosus et turbulentus. Su tesis fundamental decía: “Todas las gentes del mundo son hombres”.

El pensamiento y la lucha de De las Casas, estaba inspirado principalmen-te en la doctrina del sabio dominico Francisco de Vitoria, cuyo pensamiento estrictamente jurídico es hasta hoy fuente segura para luchar por la justicia. Antes o después de De las Casas, Fray Antonio de Montesinos, Fray Marcos de Niza, el Obispo Julián Garcés, el Canónigo Palacios Rubios, Fray Bernardino de Minaya, y muchos más, lucharon por un poco de justicia y libertad para los pobladores primitivos de América, obtuvieron que se humanizaran un tanto las Leyes de Indias y se dictaran las Leyes Nuevas y las Novísimas.

Después de la emancipación o Primera Independencia, en la América Española se instauró el juego fatídico que ha hecho pasar, en forma casi sincrónica a nuestros pueblos –me re!ero particularmente a mi Patria, la República del Ecuador– de la revuelta en sus variadas formas a la dictadura. Con olvido casi permanente del supremo deber de construir estas Patrias para la libertad, la justicia, el progreso y el bienestar humanos. Con olvido casi permanentemente del pueblo.

Olvidada, por colonial y retrasada, la Legislación Española de Indias, nos dedicamos a copiar, casi literalmente en Constituciones y leyes, la conformación jurídica y social de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Trasplante de instituciones democráticas, sin posibilidad de aplicación a pueblos impreparados para ellas. Y lo que es peor aún, trasplante demagógico, sin la menor intención de aplicarlo. Esa insuperable Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, introducida en Nueva Granada en forma clandestina por Antonio Nariño, provee de palabras sonoras a la farsante oratoria de caudillos, demagogos y pretores y engaña los oídos de nuestros pueblos ingenuos durante siglo y medio.

EL CASO DE MI PAÍS: EL ECUADOR

surgido este Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia hace apenas un año, no constituido aún con características de partido político, pero ya viviente y activo, singularmente entre las juventudes de obreros y estudiantes.

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Un poco antes de la muerte de Bolívar, su sueño genial de una gran

generales de la gesta magna, se repartieron el botín, cobraron la soldada en forma de una parcela de la gran Patria común. Por lo menos Nueva Granada y Venezuela iniciaron su vida emancipada con sus hombres, nacidos en su suelo, pertenecientes a su historia. Las demás parcelas fueron distribuidas entre los soldados triunfadores: mi Patria fue requisada por un venezolano, Juan José Flores, la hijuela hereditaria llamada Perú, le tocó a un ecuatoriano, el Mariscal José de la Mar; el lote altoperuano, hoy Bolivia, fue destinado a un venezolano, grande y bueno éste sí: el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, cuyo interés por mi país, el Ecuador, le costó la vida en la encrucijada caminera de Berruecos.

Juan José Flores, un mulato de Puerto Cabello, fue el fundador de la actual aristocracia ecuatoriana. La aristocracia criolla fue decapitada en la trágica inmolación del 2 de agosto de 1810. Flores es igualmente el fundador

con esa plutocracia real, mediante matrimonio que lo enlaza con una familia entroncada con los próceres del 10 de agosto –cuyo proceso se juzgó aquí en Bogotá y cuya publicación está haciendo mucha luz sobre aquellas gentes y aquella jornada–. Funda así el “genízaro Flores”, según la expresión del tirano Gabriel García Moreno, una dinastía que, con pequeños paréntesis, se ha mantenido en el Poder. Son las veinte familias que entre las dos grandes regiones, la Sierra y la Costa, vienen gobernando a mi país, destruyendo o esclavizando a su pueblo.

Es así como un país de indios, en proporción mayoritaria, de mestizos cada vez más numerosos y unos pocos blancos, es gobernado con un sistema de falaz democracia trasplantada que es tan mala cuando asume caracteres de dominio pretoriano o castrense; o los de dictadura unipersonal aparentemente civil; o los engañosos de una democracia representativa, que solo representa los intereses de las minorías dominadoras. Y un perpetuo gran ausente: el indio. Más de la mitad de la población de mi país.

Una población de cuatro y medio millones de habitantes, se distribuye en campos y ciudades de las tres regiones, Costa, Sierra y Oriente. El porciento mayor de esta población corresponde al tipo humano del campesino indio.

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El criterio estricto de composición étnica, in"uye poco en esta a!rmación. Se re!ere principalmente a características económico-sociales. La ubicación de este campesinado se halla primordialmente en los valles interandinos, en las altas montañas donde se le permite al habitante humano. En el litoral es numeroso también, pero asume características diversas y una denominación especial: el montubio. En el oriente se halla el aborigen en estado puro, integrado por tribus generalmente nómadas. La ciudad rechaza al indio o lo absorbe en las artesanías o en los trabajos de la construcción. Dos millones de indios, aproximadamente. El mestizo ocupa el segundo lugar en número. Se lo halla ya en los poblados y en las ciudades, en las cuales está constituyendo una inconforme y desheredada clase media, de la cual se espera en el futuro el movimiento redentor de todo el pueblo ecuatoriano. El negro constituye una minoría muy escasa, que ocupa la provincia de Esmeraldas, en la frontera litoral con Colombia y algunos valles subtropicales, como Catamayo y el Chota. Apenas llegará al 3% de la población total, o sea algo más de cien mil personas. El blanco –o el que hace vida de blanco– representa un escaso 15% de la población total, y es el que alimenta la casta dominante, que sale de su seno.

El Ecuador es, pues, con México, Guatemala, Perú y Bolivia, un país de predominante población indígena. Aun cuando los censos no nos den aún indicaciones precisas y convincentes, porque en mi país la calidad, de denominación de indio es todavía un estigma vergonzoso e inconfesable. El indio, su status real, es seguramente el fundamental problema de justicia que tiene que resolver aún el Ecuador. Sobre él recayó durante la Colonia, la injusticia colonialista de España. Sobre él sigue gravitando, a pesar de leyes

principales han sido los novelistas, alguna vez los ensayistas y los poetas. En forma extraordinaria, los pintores. Pero ellos, que han hecho la denuncia lacerante ante el mundo, han conseguido muy poco todavía. Por el indio, para el indio, el Ecuador necesita urgentemente, su Segunda Independencia.

LA TIERRA

País de extraordinarios contrastes, el Ecuador ha mantenido durante la Colonia y República, separadas y distantes sus dos principales regiones: Costa y Sierra. Su región Oriental, ha sido objeto de mutilaciones fraternales, en aras del panamericanismo, ante la faz consentidora o indiferente de sus hermanas de la América Latina.

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El régimen de la tierra, su estatuto, su estructura real son, en el Ecuador, fundamentalmente feudalistas y latifundiarios. Las tierras habilitadas al comercio humano, las que están cerca de las ciudades y pueblos, las que tienen caminos, agua de regadío, fertilidad, las que son buenas para la agricultura económica y rentable, están concentradas en muy pocas manos. Las estadísticas al respecto, son reveladoras y desconsoladoras. En mi país el que trabaja la tierra, no es dueño de la tierra. El dueño es el gamonal, el latifundista, que goza de sus rentas en Europa o Estados Unidos, o el gran explotador que, para mantener el dominio de la tierra, interviene en la función pública, ya corrompiendo ejércitos –cosa que felizmente hemos superado en los últimos años– o manejando con dinero, in"uencias, clericalismo, alcohol, la fácil, la mentirosa aritmética del voto.

La Primera Independencia consolidó, en vez de corregir, los abusos coloniales en el régimen de aprovechamiento de la tierra. Remató las garantías sin límites a la propiedad privada exclusiva, de acuerdo con el viejo Derecho Romano. Alejó al pobre de la posibilidad de llegar a tener un pedazo de tierra para trabajarla. Que no se diga que hay legislación generosa y justiciera. En veces la hay, pero jamás se cumple. Las cargas coloniales de la encomienda, la mita y otras fórmulas de esclavitud del campesino ante el señor feudal, dueño del latifundio, se han diversi!cado y agravado dentro de la vida republicana. El famoso régimen del huasipungo, mísera parcela concedida como limosna al indio, es la comprobación de la servidumbre que crea el latifundismo y el régimen feudal de la tierra que aún perdura.

LA GEOGRAFÍA

La geografía ecuatoriana, a la que brevemente hemos hecho referencia, explica muchas de nuestras constantes y de nuestras variables históricas. Tierras bajas y cálidas en todo el extenso y fértil litoral. Tierras altas y frías en toda la región interandina. Tierras nuevamente cálidas, húmedas, en la vertiente oriental. Pero todo bajo un denominador común determinado por la latitud y corregido por la altitud: trópico.

Somos, pues, un país tropical, ecuatorial. Con trópico de tierras bajas y trópico de tierras altas. Con la mala fortuna de que, estando viviendo esta llamada civilización occidental, cuya raíz y origen se encuentra en las zonas templadas, en los países nórdicos, cuyos sociólogos, economistas, políticos, nos han predicado y convencido de que lo tropical es signo de inferioridad.

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Que el trópico es tierra para negros y “subdesarrollados”. Que los países tropicales deben ser siempre colonias, “haciendas”, de los países imperialistas y ricos. Que nuestro destino es el de siempre, ser productores de materias primas, “Estados-peones”.

Contra ello ha de insurgir, principalmente, el Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia en mi país. Proclamar la excelencia del trópico y probada en la acción, en la política, en la economía. Y no ser menos que nuestros hermanos de África, que han resuelto irrevocablemente, hacer oír su voz y hacer sentir su presencia en el panorama universal.

La historia ecuatoriana, como la de buena parte de los países hispanoamerica-nos, ha oscilado entre la dictadura y la desorganización, entre el pretorianis-mo heredado de la independencia y la plutocracia heredada de la dominación colonial española.

En realidad, la vida política en el Ecuador no se ha canalizado –a pesar de las instituciones copiadas y trasplantadas– por los cauces democráticos de tipo occidental, o sea por la vía de los partidos políticos organizados. Sus períodos políticos podrían delimitarse así:

Primero. De 1830, fecha de la separación de Colombia, para bene!cio personal del General Juan José Flores a 1845 en que este usurpador fue echado de!nitivamente del país. Características: pretorianismo extranjero con !nes de inmediata explotación, a cargo del referido General Flores. Quince años.

Segundo. Período marxista. Características: ensayo inicial de una república plutarqueana, en la que las virtudes ciudadanas, la austeridad, la cultura, el nacionalismo patriótico trataron de imponerse. Dura desde el nombrado 6 de marzo de 1845, una de las fechas más puras de la Patria, hasta 1860, en que hace su aparición fatídica el tirano Gabriel García Moreno. Quince años igualmente.

Tercero. Período garciano, desde la entronización del tirano en el poder, hasta su eliminación trágica por el machete de Rayo, el 6 de agosto de 1875. Características: el más ambicioso ensayo de un Estado teocrático en la América Latina, con eliminación de muchas libertades esenciales, como la de cultos, pensamiento y expresión. Entrega total al Vaticano. Guerras inmotivadas a Colombia. Solicitud de auxilio al Perú, que estaba en beligerancia con el

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Ecuador. Pedido a Napoleón III para que acepte al Ecuador como colonia francesa. Quince años también.

Cuarto. Período posgarciano. Características: ensayo democrático y elecciones libres en el primer momento. Aparición de un intento de Partido Social-cristiano, con el nombre de Partido Progresista. Caos interno e internacional. Duración, veinte años; desde la caída del tirano hasta el triunfo liberal del General Eloy Alfaro en 1895.

Quinto. Período alfarista, con predominio liberal. Características: a!rmación de la nacionalidad, establecimiento de los derechos humanos y las garantías ciudadanías, notable progreso material y elevación del nivel del país por la educación y la cultura. Separación de la Iglesia y el Estado, laicismo en la enseñanza, intentos de justicia por lo menos protectora –para la raza indígena–, elevación de la voz internacional del Ecuador, proyecto de un Congreso Interamericano en México, combatido por poderes interesados. Duración: desde 1895 hasta 1912, en que se sacri!cará al gran reformador en la pira trágica del 28 de enero de 1912: diecisiete años.

Sexto. Plutocracia bancaria liberal-conservadora, desde la inmolación de Alfaro y sus tenientes hasta el 9 de julio de 1925. Características: paz relativa a la sombra de las instituciones liberales de Alfaro. Desastre económico a causa de la desaparición del único producto exportable, el cacao, a causa de enfermedades que lo destruyeron. Impreparación del país para la crisis de la Primera Guerra Mundial. Descontento general, que lo capitaliza el ejército para dar el golpe militar del 9 de julio, a pretexto de regenerar al país y, como siempre, de “salvarlo”. Duración: trece años.

Séptimo. Período juliano. Características: pretorianismo acentuado, dictadura militar con participación civil, parcial o totalmente. Aparición de los movimientos de izquierda, de tipo socialista y, en muy pequeña escala, comunista. Golpes y contragolpes castrenses. Caos generalizador. Duración: desde el golpe de Estado o cuartelazo del 9 de julio de 1925 hasta octubre de 1935 en que asume el poder, por primera vez y mediante elecciones, el Dr. José María Velasco Ibarra. Diez años.

Octavo. Período o era velasquista, dentro de la cual nos hallamos y que dura, exactamente, veinticinco años. Dentro de este período, se han producido golpes de Estado, reunión de dos Asambleas Constituyentes, con las correspondientes Constituciones, inclusive la actual. Un período transitorio y dos gobiernos de período completo. Uno liberal-conservador, a cargo del señor Galo Plaza Lasso y otro social-cristiano, a cargo del Dr. Camilo Ponce Enríquez.

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Con vista de este somero esquema, no hay temor de a!rmar que la realidad política vivida por mi país, escapa a la canalización democrática de los partidos políticos. Y que acaso el 70% de la ciudadanía nacional, no milita en los partidos y realiza su vida cívica, cada vez que hay elecciones, con la vaga calidad de “independientes”.

Con vista de las consultas electorales de los últimos doce años, se puede establecer en forma aproximativa, este reparto proporcional de votos:

El velasquismo, fuerza mayorista en el país, recluta sus efectivos en las tres últimas denominaciones. Por lo menos, así lo hizo en la última elección presidencial y legislativa.

El Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia que, como tal, no ha participado aún en consulta electoral alguna, se está nutriendo con las fuerzas jóvenes de obreros, campesinos y estudiantes. Y podría absorber los efectivos actuales, inseguros y móviles, de los Partidos Liberal, Socialista y a los independientes de izquierda. Es la indiscutible fuerza del futuro ecuatoriano.

LA ECONOMÍA

El colonialismo imperialista actual ha inventado una palabra duramente peyorativa: “países subdesarrollados”. Dentro de esa denominación está incluido, junto con las islas indonesias, el Congo, Nigeria, el Sudán, mi país la República del Ecuador. Y no nos hagamos muchas ilusiones: también ella comprende a México, Brasil, Argentina, Colombia. También ella comprende a todos los países al Sur del Río Bravo, a toda la América Latina. País “subdesarro-llado” es mi país.

Con esa denominación se cubren todas las prácticas colonialistas a que se nos tiene sometidos. Somos unas semicolonias. Somos países dependientes. Nuestra economía productora de materias primas, agrícolas o mineras, nos

20%13%9%1%6%

40%11%

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convierte en Estados-peones. Somos países que, con el trabajo rudimentario de nuestras manos ajenas a la técnica, con la sola energía-trabajo-humano, producimos una riqueza que nos es pagada a precios !jados por el comprador extranjero, inexorablemente bajos. Con los cuales, compramos mercancías elaboradas en el extranjero, con esas materias primas nuestras pagadas a precios irrisorios; y las compramos caras, al precio que nos las quiere suministrar el vendedor, generalmente el único vendedor. Si es que las quiere. Y en la cantidad –a esto se llama cuota– en que las quiere.

En una proporción abrumadora –en el Ecuador casi en totalidad– lo que producimos nos lo compra un solo comprador. Y lo que necesitamos, en bienes manufacturados, nos lo vende un solo vendedor: los Estados Unidos de Norteamérica. Nos compra barato este comprador único, en precios !jados por él. Nos vende caro, este vendedor único en precios !jados por él.

¿Qué otra cosa es esto, sino colonialismo? ¿Qué es esto, sino dependencia?En torno a este absurdo sistema económico de convivencia, surgen

implicaciones inevitables hasta hoy, de carácter político e internacional.Una de ellas, acaso la más grave, es la representada por la acción absorbente

de los grandes trusts monopolistas que asumen, con caracteres dominantes, el rol de representantes de los países colonizadores, constituyendo así la expresión visible del imperialismo económico.

Mientras la historia de la colonización española –desde luego también explotadora y rapaz– ostenta motivos o incitaciones de orden civilizador o evangelizador, que en ciertos momentos la ennoblecen y elevan; en cambio la colonización imperialista actual, trata de encubrir todos sus abusos con una palabra grande en sí, pero solamente palabra: democracia. A la que se le ha vaciado su sentido, porque igualmente sirven para sostener dictaduras infames en todos los continentes, singularmente en la parte “subdesarrolla-da” del Continente Americano, la nuestra; como para impedir los empeños independizadores de países pequeños, ya por la construcción económica, ya con la presión diplomática –en lo que casi siempre somos cómplices los países “hermanos”– ya !nalmente por medio de los conocidos y trágicos “desembarcos” de infantes de marina. Acaso lo más grotesco entre los métodos imperialistas, consiste en el apoyo prestado a caricaturas de independen-cia, prefabricadas en las metrópolis colonialistas, para así dominarlas mejor. Esa es la historia de las “independencias” en los últimos tiempos acordadas a muchas colonias europeas de Asia, Eurasia, Oceanía y, sobre todo, África. Países poblados de razas de color, a los que, como a nosotros, se considera “subdesarrollados” también. El trágico y heroico caso del Congo, es un caso

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evidente de aplicación de este último ardid del colonialismo. Solamente que el despertar de esos pueblos está produciendo irremediables !ascos del imperialismo. Allí está, doloroso, heroico, el caso de Argelia, tan noble como era nuestro caso hispanoamericano hace ciento cincuenta años.

El Ecuador es un país predominantemente agrícola. Escasamente minero hasta hoy, acaso por regulaciones o conveniencias de los grandes trusts. La economía de la región interandina, constituida principalmente por cultivos de cereales y gramíneas y por una promisora ganadería bovina u ovina, alimenta casi exclusivamente el consumo doméstico, el mercado interior. De allí no se derivan renglones productores de divisas. No es una producción exportable todavía. En cambio, la producción de la región litoral, constituida por frutas –el Ecuador es hoy el primer exportador de bananos del mundo– café, cacao, arroz, maderas !nas y en especial palo de balsa, palmeras oleaginosas, agricultura y selvicultura tropical en suma; es la proveedora de divisas, es la que alimenta la exportación y el comercio exterior ecuatoriano. Desafortunadamente, la maldición de la monocultura primordial, en etapas sucesivas –cacao, arroz, banano– ha causado serias perturbaciones en la economía general del país. La crisis profunda que en los años diez al veinte trajo consigo la desaparición casi completa del cacao a causa de enfermedades como la “escoba de la bruja” y la “monilla”, combinada con la Primera Guerra Mundial, causó un tan hondo y duradero impacto del que solamente ahora se está convaleciendo. Pero hemos caído en la monocultura del banano, ligeramente atenuada por los nuevos cultivos de cacao y recientes plantaciones de café, arroz y frutas tropicales. El banano, caído dentro de la economía monopolista, está ya produciendo serias di!cultades al comercio exportador ecuatoriano.

PROPÓSITOS DE LA SEGUNDA INDEPENDENCIA

EL Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia quiere, en mí país, obtener la libertad económica total en el ámbito nacional como en el internacional. Superara así el “subdesarrollo” en que se le quiere mantener inde!nidamente, por medio de insalvables obstáculos a sus esfuerzos de industrialización, para mantener así el régimen colonialista cerrado del comprador único y el vendedor único. Las dos cosas, venta y compra, en las cuotas y los precios señalados por el imperialismo.

La Segunda Independencia aspira, con elemental lógica histórica y geográ!ca, a buscar la unidad económica, la comprensión y el acercamiento

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políticos de los países “subdesarrollados” y débiles, frente a los monopolios internacionales, al imperialismo político. Condena, por lo mismo, al sistema derrotista practicado en la América Latina con frecuencia: unirse al fuerte contra el débil, al poderoso y esclavizador contra el que quiere ser libre, junto al que atropella la justicia contra el que tiene la justicia. Por lo mismo, el Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia aspira a que en América Latina no se repitan –como ha ocurrido en lo que va de siglo– casos tan desconsoladores como la soledad de Colombia en 1903, cuando su desmembración, la soledad de México en 1914 cuando la toma de Veracruz e invasión de su territorio, la soledad de Nicaragua cuando el crimen inaudito del asesinato de Sandino, ese mártir, precursor de la Segunda Independencia, la soledad de la República Dominicana cuando se le impuso, para proteger intereses monopolistas extranjeros, una dictadura nefasta que hasta hoy ensucia el mapa americano, previo el consabido desembarco de infantes de marina, la soledad, la in!nita soledad de Guatemala cuando en Caracas, en la X Conferencia Interamericana, se la entregó maniatada a la inmolación, por haber osado hacerle a su pueblo un poco de justicia con la Reforma Agraria, la soledad de Cuba, acorralada por sus propias hermanas, por el crimen de querer ser libre política y económicamente.

Y en párrafo aparte, la soledad inmensa y duradera de mi país, el Ecuador, cuando en los años de 1941 y 1942, no tuvo de su parte una voz fraternal que la ayudara, y todos los hermanos concurrieron, como a una comida de las !eras, al mayor despojo territorial que país alguno excepto México,

El Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia, aspira a que la América Latina fortalezca el tono de su voz, haga oír su propia, su auténtica palabra en el concierto universal. Que no sea el eco obediente y medroso de intereses distintos, de política distinta, de imperialismos que la tienen sojuzgada económicamente. Aspira a que la América Latina no se escude tras un pobre criterio de fatalidad geográ!ca, para disminuirse a sí misma, para renunciar a su posición indeclinable, derivada de fundamentales conceptos, como son el de su cultura propia, su propia economía, su propia raza. Porque la América Latina, hija de la generosidad ibérica en materia de estirpe, ofrece al hombre de todas las latitudes el ejemplo fortalecedor de ser un Continente mestizo, sin discriminaciones salvajes contra el negro y menos aún contra el indio.

El Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia, sostiene que el criterio de lo continental, útil, conveniente, no debe prevalecer por sobre las categorías esenciales de cultura, religión, estirpe, justicia y libertad.

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No puede aceptar que, a título de mantener un pacto regional, probablemente interesante, lo sacri!quemos todo los pequeños países de Latinoamérica. Y sacri!quemos algo que es superior a todo: la lealtad a nosotros mismos, a nuestra propia causa. Y sacri!quemos nuestros profundos intereses, nuestra suprema voluntad de ser libres, de ser nosotros mismos.

El Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia, se inspira en el pensamiento y el mensaje de los creadores de las Patrias latinoamericanas. Nuestro ideario fundamental tiene su raíz profunda en el pensamiento y la acción de los grandes libertadores. Grande entre todos, el Genio de la Libertad, Bolívar. Junto a nosotros, el mandato de esos grandes heroicos y casi siempre

luego, en la obra de la construcción y la reforma, Juárez, Sarmiento, Alfaro, el apóstol iluminado José Martí. Los hombres de la Revolución Mexicana, que ya realizaron su Segunda Independencia, que se encuentra en marcha. Y ahora, los hombres de la Sierra Maestra, de la Reforma Agraria, de la Segunda Independencia cubana.

Nuestro Movimiento quiere dar la batalla por la justicia económica y social de nuestros pueblos. Porque las gentes todas en nuestro Continente, coman, se vistan, tengan techo, vida por lo menos racional, posibilidades de acceso a la educación y la cultura. Lucha frontal contra la miseria, la desnutrición, la desnudez en que se debaten cual más cual menos todos nuestros pueblos. Que deje de ser trágica verdad la “geografía del hambre” que ha puesto ante nuestras conciencias la voz clara de Josué de Castro. Mapa de la miseria y del hambre, en el cual se halla mi Patria, la República del Ecuador.

Vivimos una época desconcertante en la que se ha producido una aún insalvable distonía entre el progreso de la técnica, fabulosamente acelerado, y el progreso moral y mental, que ha sufrido cambios apenas perceptibles. Vivimos la era atómica y tenemos la ética de la era atómica. Vivimos la era de los cohetes y proyectiles teledirigidos y no tenemos la ética para su aplicación o su exterminio. Vivimos la era de los sputniks y la conquista de los espacios siderales, y no tenemos la ética que guíe su aprovechamiento pací!co. Para nosotros los “subdesarrollados”: latinoamericanos, africanos, indonesios, asiáticos, esa formidable marcha de la técnica, solamente se ha presentado con caracteres lejanos, de noticia amenazante y peligrosa. Por la radio, la prensa, la televisión, conocemos que las grandes naciones de la tierra, guías del hombre de esta hora de la historia, han dedicado todo su poder cientí!co a inventar artefactos diabólicos de destrucción y de muerte, con los que, como

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si tuvieran en sus manos la quijada del burro de Caín, se amenazan como los hombres de las cavernas. Sin importarles el que, al destruirse ellos mismos, cegados por la estupidez y el odio, nos arrastren en la vorágine letal, a los pequeños, los pobres, los “subdesarrollados”, que vivimos deslumbrados,

Esta tremenda encrucijada histórica, en que se ha puesto en juego la vida de la especie humana, exige que sea escuchada la voz de la América Latina. Pero su voz auténtica. No la que se suma a intereses desdeñosos, extraños y adversarios. Con profundo dolor, con desesperanza, los hombres libres de América Latina, contemplamos el espectáculo triste de que en las asambleas de Estados, tanto mundiales como continentales, la voz nuestra está ausente, la voz de nuestros pueblos no se oye. De cuando en cuando, los votos vergonzantes en contra de los pueblos débiles que aspiran a ser libres: Contra

que se pasean a orillas del abismo.El Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia, proclama el

indeclinable imperio de la justicia como base de la amistad y la solidaridad de todos los países de América Latina. No se comprende que dentro del ámbito continental se tolere el triunfo de la violencia como suprema razón de unos pueblos sobre otros. El Quinto Evangelio sarmentino: LA VICTORIA NO

si se consagra lo cometido contra mi país el 29 de enero de 1942 en Río de Janeiro. Mi país no cree en la verdad de la OEA, que consintió y sigue consintiendo. Mientras eso no se corrija, el pueblo de mi Patria –piensen lo que piensen sus gobiernos– no forma parte de este consorcio de injusticias

pueblo. El Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia está con el gobierno de mi Patria.

El momento político actual de la América Latina, ofrece una fácil y obvia comprobación objetiva: nuestros países, nuestros pueblos, su conducta política, no puede ya enmarcarse dentro de los cánones tradicionales de los partidos políticos importados de Europa durante las luchas de la Primera Independencia. Ni la esencia, ni las formas orgánicas ni las denominacio-nes históricas. Con excepción de dos o tres países, entre ellos Colombia y el Ecuador, los nombres históricos de liberales y conservadores –aun el más moderno de socialistas– han desaparecido completamente de las plataformas políticas. En México, tenemos el PRJ (Partido Revolucionario Institucional),

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y el PAN (Partido de Acción Nacional). En Cuba, auténticos y ortodoxos, antes del gran Movimiento Revolucionario actual del 26 de julio. En Venezuela, Acción Democrática, Unión Revolucionaria Democrática y COPEI. En el Perú, el APRA, y el Partido Demócrata de Nicolás de Piérola, frente al vetusto Partido Civil, máscara del más cerrado conservadorismo. Igual cosa ocurre, con las variantes adecuadas, en los demás países: Chile, Argentina, Brasil y Bolivia. En Uruguay y Paraguay, colorados y blancos se dividen en electorado.

Pensamos nosotros que esos cambios denominativos, no son simples alardes de snobismo político. Creemos que expresan cambios profundos del pensamiento, la sensibilidad, la actitud política de nuestros pueblos. Es la nueva realidad que reclama nuevo nombre. A esos cambios denominativos es preciso mirarlos con más buida penetración socio-política. Para descubrir que la cantidad de futuro que tienen por delante éstos –de un futuro que ha de ser forjado por ellos mismos–, exige nuevas y distintas incitaciones agrupativas, que contemplen principalmente la indeclinable resolución de vivir vida propia, mejor y más justa, dentro de moldes políticos surgidos de su auténtica realidad humana.

Pensamos nosotros que esos cambios denominativos envuelven todos un pensamiento y una palabra grande: REVOLUCIÓN.

Creemos nosotros, los del Movimiento Revolucionario de la Segunda Independencia que ha llegado la hora, profunda, inaplazable, de desencadenar la ofensiva por incorporar, revolucionariamente, a los ideales de la Primera Independencia, los de la justicia social y económica para nuestros pueblos. Esta batalla ha tenido ya etapas precursoras en distintos países de la América Latina.

En el Ecuador, esa lucha ha realizado dos hazañas valiosas, infortunada-mente malogradas: el 6 de marzo de 1845, un gran movimiento popular nacionalista, capitaneado por dos hombres grandes, el poeta Olmedo y el estadista Rocafuerte, arrojó del poder al sátrapa labioso Juan José Flores, en nombre del bienestar del pueblo y de la libertad. Cincuenta años después, el 5 de junio de 1895, Eloy Alfaro, seguido por el pueblo, arroja del poder a los conservadores, teócratas, latifundistas, e instaura un liberalismo reformista en el Ecuador.

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La Reforma, en México, cuyo capitán impasible, el indio zapoteca Benito Juárez, después de derrotar al imperialismo europeo que le quiso imponer –aliado a pedido de los conservadores– un emperador extranjero, dictó las leyes políticas y sociales más avanzadas de su tiempo. Igual cosa puede decirse de la obra de Sarmiento en Argentina, a pesar de su marcado europeísmo. De la de Batle y Ordóñez en el Uruguay. Y, como signi!cación continental, el apostolado de José Martí.

La Segunda Independencia se halla en marcha en México, desde la Revolución que, si bien solamente democrática y antireeleccionista en sus comienzos maderistas, adquiere contenido social después del Plan de Ayala y el grito zapatista de Tierra y Libertad, que se va consolidando, con algunos tropiezos, a través de la obra de Carranza, Obregón, Calles; y ese gran revolucionario de valor continental, que es Lázaro Cárdenas.

La Segunda Independencia se está realizando ahora en Cuba, a la que se trata de poner en cuarentena, en complicidad con las “hermanas latinas”, tras una cortina de calumnias. Mientras la Isla Maravillosa, está más transparente y clara, tras una cortina de luz.

PLAN DE LA SEGUNDA INDEPENDENCIA

Primero. Cambio total de la estructura agraria del Ecuador y, en consecuencia, abolición de los sistemas feudales de explotación de la tierra y liquidación del latifundismo. Auténtica Reforma Agraria, que, dentro del marco constitucional o con reformas de la Ley Fundamental, destruya el régimen de acaparamiento de la tierra y modere los excesos de la propiedad privada del viejo Derecho Romano, haciendo prevalecer en todos los casos la función social de los medios de producción. Entrega de la tierra ecuatoriana a quienes hayan de trabajarla.

Segundo. Lucha contra el hambre y la miseria, en las ciudades y en los campos. Incorporación del campesino y del indio al desarrollo económico y social de la nación. No más siervos ni alcoholizados por el fanatismo y por el mismo Estado. Lucha porque todos los habitantes del Ecuador, por el pan, la libertad y la cultura, conquisten y conserven su categoría elemental de hombres. No más cargas tributarias que las eluda el rico y que las pague el pobre. Profunda reforma tributaria en consecuencia.

Tercero. Defensa del capital humano de la Patria. Batalla contra el tugurio miserable e insalubre en ciudades y campos. Lucha por la salud, el

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descanso y la alegría del hombre ecuatoriano. Seguridad social en todas las etapas de la vida. Nivel de vida por lo menos humano para todos los habitantes del territorio nacional.

Cuarto. Independencia del hombre ecuatoriano por el goce integral de los derechos humanos, conquistados por la humanidad en siglos de civilización en la paz y de guerras por la libertad. Libertad de hablar, de pensar y practicar el culto religioso. Todas las libertades menos la libertad para morirse de hambre o delinquir.

Quinto. Igualdad de los hombres dentro del territorio ecuatoriano. Ni privilegios ni discriminaciones de índole racial, económica y social. Igualdad de los sexos ante la ley, la vida y la cultura. Participación activa y efectiva de la mujer en los asuntos públicos.

Sexto. Plena independencia e igualdad internacional del Ecuador en su vida de relación con todos los pueblos del mundo. Libertad de vender y de comprar a quien ofrezca mayores ventajas, sin tolerar límites a su libertad económica, ni por razones ideológicas, ni por razones geográ!cas. Rechazo de la intromisión de poderes extraños en la conducta de la vida nacional. Defensa absoluta del derecho de no intervención.

Séptimo. Adecuación de las estructuras políticas y legales, a la nueva realidad del pueblo ecuatoriano, sin someterse servilmente a modelos extraños ni pretender que el país se amolde a instituciones que no corresponden a sus necesidades. En consecuencia, implantación de una democracia viva, cuya raíz salga de la tierra y del hombre ecuatoriano. Que corresponda a las esencias profundas de un pueblo que quiere vivir vida humana, con derechos efectivos para todos, con justicia, igualdad y libertad para todos.

Octavo. Insurgencia contra el subdesarrollo, principalmente económico, sin descuidar lo político y lo moral. Lucha contra el colonialismo y el imperialis-mo en todas sus manifestaciones. Mantenimiento de los principios de la Primera Independencia frente a todo poder extraño que pretenda sojuzgarnos. Lucha por la Segunda Independencia en lo relativo al implantamiento efectivo de la democracia económica y social, tanto en el frente interno como en el exterior.

Noveno. Adhesión a la vida de relación interamericana y, principalmente, latinoamericana. Pero con sujeción a la igualdad y la justicia. No más pueblos amos y pueblos sirvientes en América y el mundo. No más pueblos a quienes, como el nuestro, se le impone la mutilación de su territorio y su esperanza, en aras de un sistema panamericano hecho de bellas palabras, ajenas a la objetividad y a la verdad.

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Décimo. Lucha sin tregua por la paz de los hombres. Junto a las naciones pequeñas y esclavizadas, que quieren libertad. Junto a los pueblos que piden justicia, autodeterminación, independencia. Y para conseguir la cooperación y la paz verdaderas, lucha contra la injusticia en todas sus manifestaciones, lucha por la dignidad de la persona humana. Pan, cultura, libertad.

Creemos que, a los ciento cincuenta años de la Primera Independencia, que fue principalmente emancipación política de la metrópoli; ha llegado la hora de la Segunda Independencia, que entraña la justicia social y la profunda y verdadera democracia económica.

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La responsabilidad del escritor3

Todavía el escritor, en Latinoamérica, ocupa una posición de relativo privilegio y, en consecuencia, le corresponde una responsabilidad, cada vez más empequeñecida, en razón directa del indudable empequeñecimiento de su voz.

En la época de las grandes tiranías –unos cincuenta años por lo menos en lo que va de siglo– las voces de los escritores se escuchaban un poco. Por lo menos, hasta que desembocaban en la rada inevitable: el destierro. Y, entonces, desde allí, desde la buena tierra que los acogía y les permitía vivir, casi siempre modestísimamente, podían hablar. Y esas palabras, a la larga, alguna, alguna mella hacían en las pieles de cocodrilos cebados de los dictadores.

En el siglo XIX, por ejemplo, el caso de Montalvo es típico, la pluma no hacía mucha mella tampoco. La célebre frase atribuida a Montalvo: “Mi pluma lo mató”, re!riéndose a García Moreno, me ha parecido siempre un poquito exagerada. A García Moreno, en realidad, lo mató un talabartero colombiano, Faustino Lemos Rayo, a quien el terrible y “virtuoso” teócrata le codiciaba la mujer, pecando contra el noveno mandamiento...

Ahora: los llamados medios de comunicación colectiva, han acortado al mundo. Y las voces de los escritores barrenan la conciencia universal, que se halla ya bastante carcomida –¿habituada?– a cosas tan tremendas como la explosión atómica de hace justo veinticinco años ¿no sería del caso, el 6 de agosto de 1970, de celebrar las bodas de plata, acaso mejor las bodas de sangre, al cumplirse los veinticinco años del asesinato masivo más monstruoso, inútil y feroz de toda la historia del hombre? Carcomida, o acaso habituada, la conciencia universal, con cosas como la guerra del Vietnam, y su prolongación inútil a Camboya, la “invasión paci!cadora de Checoslovaquia”, y, más cerca de nosotros, la intromisión de la fuerza para derrocar en Venezuela a Rómulo Gallegos, en Santo Domingo a Juan Bosch, y las paci!cadoras invasiones de Guatemala como la de la República Dominicana.

Sí. Los medios de comunicación colectiva, hacen que las voces que se pronuncian en México, en Vietnam, en Caracas o en Camboya, se escuchen al propio tiempo en todo el universo. Y que las protestas de los estudiantes de París, de Chicago, de Praga o Río de Janeiro, despierten, en el mismo instante, otras voces en toda la extensión del universo.

3 Tomado de: Benjamín Carrión, Raíz y camino de nuestra cultura, Cuenca, Municipalidad de Cuenca, 1970, pp. 109-119.

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Los diez mil años de soledad del hombre, está en estas horas del mundo hallando compañía en toda la extensión de este planeta que cada vez se está haciendo más pequeño, porque a todos, aún a los más viejos, se nos están haciendo los ojos de astronauta, para mirar, casi como dicen que mira Dios en los viejos eucologios, todas las bolas girantes que componen lo que llamamos universo.

Entonces ya, nuevamente, la voz del escritor está retornando una audiencia de creciente importancia. No hemos de hacernos ilusiones sobre posibles libros que traigan consigo pasos hacia adelante en la redención del hombre. Esos libros, apenas si se cuentan con los dedos de la mano en los siglos de historia. Pero no hemos de esperar solamente a decir las palabras que siembran, como el Evangelio, Platón, el Quijote, Immanuel Kant, los enciclopedistas o Marx.

Pero quedan las actitudes de creación y de fermentación. Queda la voz pura y alta del hombre que es puro y alto. Nuestra América ha dado un ejemplo luminoso y obvio: José Martí. Voz como la de Cristo, con verdad y con espada, como cuenta el Evangelista Mateo que proclamó Jesús. Martí es el paradigma y la enseñanza. Bolívar nos queda demasiado alto, demasiado grande, a pesar de su cálida humanidad de hombre claro y entero. Martí se nos queda más acá, más cerca, a pesar de estar más lejos. Bolívar es el padre, el creador, el engendrador, el sol. Martí nos muestra como se puede ser, muy cerca de los hombres, con el poema, el consejo y el ejemplo.

Claro está que no debemos hacemos demasiadas ilusiones sobre el poder, sobre, la “audiencia” del escritor en la vida contemporánea, en el ámbito de lo que ya un poco peyorativamente, se ha dado en llamar “el mundo occidental y cristiano”, o acaso más peyorativamente, “el mundo libre”. Y una de las razones de ese descrédito reside, en una amplia medida, en los llamados “medios de comunicación colectiva”: el periodismo hablado y visualizado “radio y televisión”; el periodismo impreso: revista y diario.

La “promoción” comercial ocupa una tan amplia extensión en la conducta de estos medios de comunicación, que ya los pueblos se de!enden un poco, desconfían un poco, porque no es nada fácil discernir dónde termina, la opinión y donde comienza la propaganda. Y entonces resulta que el periodismo de opinión escasea cada vez más y se llama Le Monde, en París, Cuadernos Americanos en Ciudad de México o Marcha en Montevideo. Varios más existen pero, para ejempli!car mi pensamiento en esta parte, me basta con esos tres citados. De la llamada prensa grande es difícil –para el lector común– separar intereses privados de conveniencia pública. Y entonces, quien escribe verdades junto a propaganda disimulada y soterraña, pierde autoridad y resta e!cacia

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a lo que ha escrito. Y lo mismo puede decirse de los otros canales de comunicación hacia los hombres.

La propaganda política, internacional, cuando sirve intereses poderosos, tiene elementos de distorsión que se ocultan en una forma en la que las gentes poco precavidas, caen irremisiblemente. No podemos olvidar casos bien conocidos: órganos de opinión internacional, en los que escribían gentes de lo más honestas y valiosas, solamente después de mucho tiempo, cuando las cosas se esclarecieron, fueron desenmascarados como agentes de cierto tipo de policía internacional, que se !ltra por todos los resquicios, al servicio de intereses con los que esos escritores ingenuos y engañados, no pueden en ningún caso estar de acuerdo.

del intelectual, del escritor, tiene resonancias pragmáticas indudables sobre la conciencia universal, se !ltra hacia los hombres y entidades de poder, y produce resultados apreciables. La vida y la conducta de Bertrand Russell, recientemente desaparecido, y a cuya memoria este Congreso debe rendir homenaje, es una expresión confortadora del poder del escritor aún en este tiempo.

Otro caso es el del gran francés Jean-Paul Sartre –cuyas ideas podemos no compartir, cuya !losofía puede no sernos convincente y hasta cuya literatura puede no ser nuestra preferencia– cuya presencia en todas las emergencias humanas, es una señal que ilumina el buen camino que debemos seguir.

Esto nos trae necesariamente a la contemplación de cómo la inteligencia del mundo, en este caso preciso, los escritores de Latinoamérica –salvo excepciones escasas y lamentables– se han puesto necesariamente del lado de la causa fundamental del hombre, su paz y su justicia, en esta época conturbada, con"ictiva y confusa.

Por orden cronológico, podemos citar los acontecimientos más expresivos de esta a!rmación, en el orden siguiente:

1. La guerra civil española. La mayoría indiscutible de la inteligencia universal reprobó la traición brutal de los sargentos españoles, que le robaron al pueblo su más legítima conquista: la proclamación de la república. A pesar de que el fanatismo cavernario quiso involucrar en el atraco problemas religiosos inexistentes, y que solamente a"oraron después al calor de la lucha de un pueblo inerme contra un ejército armado por el nazifascismo ítalo-germánico

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y es así como gentes como Maritain, Bernanos, Mauriac, católicos franceses, Toynbee, Graham Greene, católicos ingleses; Carlos Pellicer, Gabriela Mistral, Jorge Mañach, católicos latinoamericanos, entre otros muchos de la misma Italia, de la propia Alemania, se alinearon entre los millones de amigos de la república española en el mundo. La inteligencia, los escritores, cumplieron.

2. La Segunda Guerra Mundial. El enemigo del hombre, entonces, fue el nazi-fascismo ítalo-germano-japonés. Los escritores, casi todos los de real valía, en todas las latitudes, estuvieron por la causa de la libertad del hombre, que jugaba en esa emergencia la carta de!nitiva. No importó que entre los que defendían la libertad se hallaran países de ideología política distinta a la de las democracias occidentales. El doble suicidio de Sthefan Zweig y su mujer, fueron el grito inicial, desde tierras del Brasil, de la gran derrota del paci!smo cristiano, sustentado sobre ametralladoras y bombas incendiarias y destructoras, cuya coronación infame fue el crimen mayor de las edades:

3.cometidos por el poder descomunal de la Unión Soviética sobre dos pequeños y jóvenes países socialistas. La inteligencia universal, que incluyera nombres como los de Bertrand Russell, Jean-Paul Sartre, Linus Pauling, novelistas, ensayistas y poetas latinoamericanos de insospechable solvencia moral e

4. La Revolución Cubana. Es posible que en ortodoxia ideológica, en métodos, no sea aprobada íntegramente por todos los intelectuales del mundo. Sin embargo, nuevamente Sartre, el católico Graham Greene, el igualmente

Norman Mailer, Malraux, Alberto Moravia, Vasco Pratolini. Políticos, jerarcas católicos, hombres de pensamiento y de acción, aún de los propios

todo lo honesto, todo lo auténtico. No quiero citar nombres, por temor de omitir algunos; pero mi a!rmación es cabal: las excepciones, son los que se cuentan con los dedos de la mano. Y es que el pensamiento latinoamericano comprende claramente que, en este siglo, la primera insurgencia completa para llegar a la Segunda Independencia que todos nuestros pueblos reclaman desesperadamente, por “la gran luz que nadie apagará”, prendida en la Isla de Martí. Es la gran protesta, “al !lo del agua” del neo colonialismo total.

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Su repercusión es innegablemente universal. Lo estamos presenciando: en

5. El atraco del Vietnam. La Indochina francesa, tras una lucha heroica contra la dominación francesa igualmente heroica –lo dice el episodio sobrehumano de Diehm Bien Pu–, conquistó su independencia, como la

pueblo, inmensamente lejano geográ!camente, se hallaba en la euforia de su independencia de la colonialidad francesa, de pronto, otra colonialidad toma el lugar dejado por Francia y resuelve someter a esos pueblos desangrados, empobrecidos y lejanos. Jamás en la historia humana se había presentado una cosa tan inexplicable y tan hipócrita. La intelectualidad del mundo, otra vez, casi sin excepciones válidas, se pone en la buena orilla: la del chico que ha conquistado su libertad y quiere conservarla, contra el grande que quiere, con

6. La insurgencia juvenil, más concretamente estudiantil, en todo el mundo. Lucha de generaciones, se ha dicho: la hubiera habido siempre, de ser cierto eso. Es lucha del hombre nuevo que no quiere recibir una herencia de crímenes, engaños, farsas, sin bene!cio de inventario, porque el mundo, en la

ciudades universitarias alemanas, Los Ángeles, Caracas, Buenos Aires, Quito,

también la inteligencia adulta, se ha esforzado por comprender. Y hombres provectos, como Russell, Linus Pauling, Sartre, Octavio Paz, García Bacca,

Fanon, han jugado limpio, al comprender, o tratar de comprender la causa de las jóvenes.

7. La nueva actitud de la Iglesia Católica, frente a sus problemas y a los problemas humanos –no solamente espirituales– de sus !eles, en especial de los clérigos, que aspiran a humanizarse más. A partir del Papa Juan y los concilios, una nueva problemática ha sacudido a la clerecía católica. Y de entre ella,

Cuernavaca, Monseñor Méndez Sarceo, el Obispo de Riobamba, Monseñor Proaño. Y la lista heroica, encabezada por Camilo Torres.

Dentro de este mundo estremecido, agónico, convulso, el escritor debe decir su palabra, porque dentro de él vive. Su herramienta de trabajo, es la

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palabra escrita. Y, dentro de los nuevos medios de comunicación, la palabra hablada por la radio y la televisión. Y la voz del escritor debe, hoy como nunca, dejarse oír. Nunca ofrecer la excusa de su poca e!cacia. Jean-Paul Sartre –todos lo recordamos– declaró, en forma desolada, la impotencia del escritor para defender los bienes de los hombres, para evitar el dolor de los niños. Sin embargo, concluye diciendo que su o!cio es escribir, y que seguirá escribiendo, aún cuando los resultados no sean tan efectivos como es de desearse.

Pero el escritor, para adquirir y a!rmar una audiencia, debe cuidar su vida. Y debe cuidarla porque, en razón de la comunicación, que hace de todos los intelectuales unos “licenciados vidriera” de la novela cervantina, su conducta es contemplada y juzgada por todos los lectores. Paradigma de ese hombre transparente, es justamente el gran venezolano Rómulo Gallegos, que al propio tiempo que realizaba una producción excelsa en el campo de la novelística, le daba a su país toda su capacidad de ciudadano.

Un excepcional faenador de las ideas –una de las poquísimas mentalidades por mí conocidas que se acerca a lo genial–, Don José Vasconcelos es, por desgracia, el ejemplo a la inversa. El latinoamericano que en lo que va de siglo, manejó ideas y grupos de ideas conductoras, “fermentales” como dijera Vaz Ferreira, hasta lograr una maestría por pocos igualada, en la última parte de su vida, se dedicó a borrar con su actitud aquello que nos había enseñado. Yo amo a Vasconcelos y me duele tener que citar su caso como el ejemplo más desolador de distonía entre la prédica y el predicador. Entre el escritor y el hombre.

inhumana, de que la obra y la vida de un escritor, se conforme a nuestra particular y exclusiva manera de entender y contemplar el mundo, en lo social, en lo literario, en la político. Me parece absurdo condenar a un escritor porque es conservador o comunista. Porque su literatura no esté de acuerdo con nuestros criterios estéticos o nuestras preferencias literarias. Amo

bien. Amo a Pellicer, a Ernesto Cardenal, a Martín Adán. ¿Están ellos en la derecha? Muy bien. Pero todos ellos son hombres limpios, puros, que aman su

debe ser constructor y destructor. Debe ser crítico y augur. Pero con respaldo en sí mismo. Pasó la época, felizmente, en que lo fundamental era demostrar, !ngir muchas veces, la falsedad y el vicio, para ser conocidos y admirados. Los “paraísos arti!ciales” ya no están en onda. Por!rio Barba Jacob, vivió su época.

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Debe el escritor decir su palabra. Y decirla alta y !rme. La cárcel y el destierro, están incluidos, entre los premios que parcialmente en Latinoaméri-

Pero si llega la hora, afrontarlas y sufrirlas.Este ilustre país de los libertadores, es el ejemplo quizás más duro y

afrentoso de persecución contra la inteligencia. En él, como en casi toda Latinoamérica, el enfrentamiento de la cultura contra la fuerza bruta armada por el pueblo, ha traído muchas lágrimas, mucha sangre. El exilio, la cárcel,

La Comunidad Latinoamericana de Escritores debe declarar la guerra a la brutalidad de la fuerza apoderada de casi todos nuestros pueblos. Y luchar de verdad. Por ello pienso que la conclusión lógica de este Congreso, la más urgente y primordial, es la de establecer un enérgico sistema de defensa y contraataque, con nuestras armas, con nuestro o!cio de escritores. Propongo pues que se conforme la conducta de la Comunidad en el sentido de hacer oír su voz, de marcar su presencia en todos los casos en que la cultura sea aherrojada por el pretorianismo. Mi tesis en el Congreso de México, fue

reclamo que esa presencia nuestra se haga sentir en todos los siguientes casos:Cárcel y destierro de los escritores, de los hombres de pensamiento.

Mario Monteforte Toledo, de Augusto Roa Bastos, de Elvio Romero, de Celso Furtado, de Oscar Niemeyer, de Josué de Castro y cien más?... Y no solo solicitudes protestas, sino organización de una fórmula –con un fondo inicial de la Comunidad– que obtenga que el escritor perseguido, tenga una manera de trabajar en los países donde la libertad está con vida.

La solidaridad con las universidades e instituciones de cultura, en forma global, de manera que cuando se cometa por la fuerza de las armas uno de estos crímenes, por desgracia demasiado frecuentes, todas las !liales de la Comunidad en veinte países, alcen su voz de protesta o de reclamo.

Pienso que de este III Congreso debe salir esto, para que la Comunidad adquiera crédito y respetabilidad.

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El exilio: mal de Latinoamérica4

Enfermedad endémica de nuestros pueblos latinoamericanos: la dictadura. Casi siempre abiertamente militar o pretoriana, pero también encubierta con el ropaje civil y, eso sí, amparada y sostenida por el militarismo.

Tengo en preparación un libro sobre este problema, arduo y trágico, que enfrenta las armas y las letras, como en el célebre discurso de Don Quijote. La dictadura latinoamericana, casi sin excepción, ha sido adversaria de la cultura y de las instituciones creadas por el hombre para su mantenimiento y desarrollo: universidades, institutos académicos, casas de cultura, escuelas de bellas artes.

En realidad la inmensa mayoría de los hombres de cultura que ha producido la América Latina, han sido un momento de su vida, víctimas de las persecuciones y de su corolario irremediable: el exilio.

Los grandes libertadores, los fundadores de nuestras Patrias, hombres de cultura fueron, amantes de la cultura por lo menos. Y así, Francisco de Miranda, el precursor de la emancipación sudamericana, el San Juan Bautista de Bolívar, murió en el exilio, después de sus luchas por la libertad del hombre en Francia, durante la Revolución Francesa y cuando se proponía crear una Patria libre y unida con todas las colonias españolas de este hemisferio. Una anécdota rigurosamente histórica, nos cuenta que el hombre que arrestó al precursor Miranda, fue nada menos que el entonces Coronel Simón Bolívar. ¿Y Simón Bolívar? Exilado también, y muerto en el destierro más desolado de nuestra historia, en el abandono trágico de San Pedro Alejandrino, donde pronunció aquella frase de tragedia griega: “he arado en el mar”. Exilado vivió Juárez la etapa anterior a su lucha “impasible” por la restauración republicana

Se puede muy fácilmente, precisar una especie de sístole y diástole, entre períodos de relativa libertad y períodos de dictadura, dentro de los que ha vivido América Latina desde su emancipación de España. Por eso, al día siguiente de la Batalla de Ayacucho, se escribió en los muros de varias capitales sudamericanas, el dístico terrible:

Último día del despotismoy primero de lo mismo.

4 Tomado de: Benjamín Carrión, Raíz y camino de nuestra cultura, Cuenca, Municipalidad de Cuenca, 1970, pp. 27-31.

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Gabriela Mistral, en las décadas del veinte y del treinta, decía: “los que deben estar construyendo nuestros pueblos, orientando su cultura, por aquí me los encuentro en Europa, desterrados con decreto o sin él, visitando museos, recorriendo ciudades, dentro de una modestia, por no decir miseria, decorosamente llevados gracias: a colaboraciones en periódicos latinoameri-canos, modestamente remuneradas”. Y es que en aquella época, comenzando por el gran Unamuno –hispanoamericano por excelencia– por allí andaban Vasconcelos, Rómulo Gallegos, Blanco Pombona, Pocoterra, la propia Gabriela, hasta que el gobierno comprensivo de Pedro Aguirre Cerda la designó “Cónsul de Chile, donde ella pre!era”... El mejor cargo que persona alguna haya desempeñado en el mundo.

Las cosas empeoraron en las décadas de los cuarenta hasta hoy, salvo un período esperanzador que siguió al derrocamiento de las dictaduras mayores, por movimientos de insurrección popular, por atentados personales o por acción de los mismos militares: así cayeron Rojas Pinilla, el primer Somoza, Rafael Leonidas Trujillo Molina, el terrible Martínez, Perón, Odría, Ibáñez del

Fue un momento de iluminación, en que un ancho respiro se produjo

dictaduras se fueron reponiendo, los dictadores se fueron reinstalando. Más francamente pretorianas, asomaron en varios países, como Ecuador y Perú, las Juntas Militares de Gobierno, los triunviratos de militarotes y espadones.

La dictadura latinoamericana de este siglo adquirió una nueva dimensión: la rapacidad, el negociado, el robo. La dictadura decimonónica fue, principalmente, tiránica, cruel, opresora, providencial. Así Rosas y Francia, García Moreno y Melgarejo, los Gutiérrez peruanos y hasta el propio Leguía, la larga serie de dictadores venezolanos, como Páez, los Monagas, Guzmán

mayor permanencia en el poder y maestro de muchas de las mañas de los dictadores que vinieron después en nuestros pueblos, no fue particularmen-te voraz en el tesoro mexicano: como él creía que México era rancho de su propiedad, para toda la vida, robar hubiese sido robarse a sí mismo... García Moreno y el Doctor Francia fueron !nancieramente honorables. El mismo gaucho Rosas era ante todo un mandón de a caballo, antes que un extorsiona-

y Estados Unidos ofrecen estos salteadores de camino real, que pueblan los garitos y los burdeles del mundo. Por allí andan, horondos, exhibiendo su

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imbecilidad y su vida crapulosa, gracias a los millones robados a sus pueblos míseros y hambrientos.

Una constante: el odio de las dictaduras, especialmente las castrenses, por la cultura y sus trabajadores. Odio y desprecio por los institutos de cultura:

fulminante la rebelión juvenil y entrara en vigencia el “parricidio”, ya las universidades se ponían frente a los dictadores y sus bayonetas. Consecuencia: la clausura, la reorganización, el presidio de profesores y alumnos. Y su corolario infaltable: el exilio.

García Moreno no pudo tolerar a Montalvo; los dictadores venezolanos hicieron imposible la vida de Andrés Bello y los últimos no soportaban a Gallegos, a Andrés Eloy Blanco. Mientras los hoteles y las playas de lujo, los garitos millonarios, las timbas internacionales están siempre poblados por los tiranuelos rapaces que casi siempre han escapado cobardemente de los pueblos a los que han humillado y robado. En cambio las modestas casas de pensión, las universidades, son frecuentadas por los hombres que encarnan lo mejor de sus pueblos, por su capacidad, por su verticalidad insobornable.

Unas veces es Juárez, Martí, Sarmiento, Montalvo. Otras veces, hoy mismo, son Josué de Castro, Oscar Niemayer, Celso Furtado, los argentinos,

Londres, en universidades norteamericanas, en México, son acogidos y aprovechados ilustres maestros de nuestros pueblos caídos en pecado mortal de dictadura.

¿Qué hacer? La posición del hombre de cultura se va haciendo cada vez más débil ante el dominio de la sociedad de consumo, ante el predominio de los grandes poderes universales coaligados, ante la presión mortal de la civilización súper industrializada, que necesita sostener, en los países pequeños y subdesarrollados, dóciles sirvientes a quienes ordenar: véndanme barato,

Por lo menos que los congresos, los encuentros, las jornadas de escritores y artistas que tanto se repiten a lo largo de América denuncien este crimen, fatídico como el genocidio: los hombres de poder persiguiendo todo lo que es cultura. Denuncia y grito: Bertrand Russel, Lord del Imperio Británico, a los

por escucharse la vox clamantis in desertum…

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Una Constitución para realizar nuestra Segunda Independencia5

Quito, 14 de marzo de 1976

Señor doctor don Juan Cueva JaramilloSubsecretario de Gobierno. Presente.-

En su atenta nota del 4 del actual, me dice usted “el Gobierno Nacional está muy interesado en conocer valiosos planteamientos sobre los problemas nacionales y la mejor forma de avanzar hacia un Estado de derecho”.

En respuesta, digo a usted que el propósito de su nota es muy loable; pero nada es más inoperante, retardatario, regresivo y destructor del porvenir nacional, que aquello de hablar de “retorno” o “regreso” a un Estado de derecho que, en verdad, jamás existió en forma auténtica, surgida de la profunda esencia nacional.

Con excepciones muy cortas y esporádicas, el país, desde aquel bochornoso y aciago 13 de mayo de 1830, en que una “Junta de Notables”, entregó el Ecuador a unas cuantas familias, que lo han usufructuado con ciertos paréntesis

prestado y mal usado.Copiadas las Constituciones, las leyes fundamentales, pasamos en verdad,

según el dicho agudo de un gran poeta español, “de la colonialidad a la cocacolonialidad”.

Nuestras riquezas o bien en manos extranjeras o en pocas manos criollas, constituidas en oligarquías de escasos alcances, han mantenido un subdesarro-llo irreversible, que no ha sido vencido ni por el Canal de Panamá, ni por él petróleo y, al contrario, han perpetuado o hecho nacer lacras existentes o que han sido provocadas o exacerbadas:

a) La anulación del 60% del capital humano campesino-indígena, que ha sido reducido a límites subhumanos de hambre, analfabetismo, ausencia de vivienda y de salud.

5 Tomado de: Benjamín Carrión et al., Los intelectuales frente a la coyuntura actual, Quito, Mu-nicipio Metropolitano de Quito, 1976, pp. 7-11.

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b) El incremento del regionalismo, por defectuosa zoni!cación produc-tiva. La unidad nacional, que tanto se pregona, no ha sido realizada.

c) La no existencia y menos aún de defensa de nuestros recursos naturales que, o se los desaprovecha o se los entrega al transnacionalismo, plaga letal de la humanidad.

d) La falta de defensa del sustentáculo físico de la nacionalidad: hemos perdido el Amazonas o un acceso natural a él, en una sucesión de gobiernos ineptos a los que queremos “retornar”.

e) La disminución material y moral de nuestra presencia internacional, en todos los planos, pero sobre todo en el latinoamericano.

f ) La incomunicación casi completa, en lo material, de las regiones de la Patria. No hemos podido, mediante los gobiernos a los que queremos “retornar”, unir con caminos las cuatro regiones de la Patria: litoral, intertropical, interandina y oriental.

La enumeración, señor Subsecretario, sería casi interminable. A los ciento cincuenta años de Ayacucho, como se escribió en los muros de Quito cuando nos llegó la noticia, podemos escribir ahora, sin variante alguna:

Último día del despotismo y primero de lo mismo

Antes que retornar a los sempiternos gobiernos minoritarios –ni uno solo de mayoría numérica hemos tenido– hagamos, señor Subsecretario, una Constitución ecuatoriana; la primera Constitución ecuatoriana que hayamos tenido a través de nuestra historia de frustraciones y de neo-colonialismo, hecha a nuestra medida de país en desarrollo6, integrado al Tercer Mundo. No la copia de las Constituciones hechas para Francia, Inglaterra, Estados Unidos. Grandes países con otros problemas, nacidos de su historia de milenios, de su geografía diferente. Grandes países sin sub-hombres –los indios–; casi sin analfabetos y que están en medida de aprovechar por sí mismos sus recursos naturales y los recursos de los pueblos económicamente sometidos.

Una Constitución, la primera, para nosotros, criollos, mestizos e indios. Una Constitución para edi!car nuestra Patria y no perderla.

Una Constitución que nos sirva para realizar nuestra Segunda Independen-cia. Como lo están realizando algunos de nuestros países fraternos de América Latina.

6 Negrita en el original, cursivas nuestras.

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Llamando al pueblo para que la haga: una vasta y técnicamente realizada consulta popular, realizada por especialistas en Estadigrafía, Sociología,

Geografía Físico-Política, Geografía Económico-Social, Ecología, Mineralogía, Agronomía, Dietética Animal, Salubridad Urbana y Rural, Ciencias de la Educación, Economía Social.

Este personal organizado técnicamente, estudiaría todas las regiones de la Patria: litoral, intertropical, interandina y oriental.

Este trabajo de investigación, más útil que el censo, y basándose en el censo realizado, podría durar un máximo de seis meses. Sería entregado a una Comisión Central Preparadora del Proyecto. Y ésta lo elaboraría en otros seis meses.

El Proyecto de Constitución así preparado, investigado, elaborado, sería entregado a una Asamblea Constituyente, de composición numérica muy corta –acaso uno por provincia– con la presencia asesora de una representa-ción completa de la Comisión Central Preparadora, con voz pero sin voto, que exponga ante la Constituyente Política, el alcance del articulado de la primera Constitución ecuatoriana.

La Constituyente duraría un período de noventa días. Y, al !nal de ellos, ella misma promulgaría la Constitución auténtica de este país, elaborada y dada por su pueblo. Y ese sería el día de nuestra Segunda Independencia.

De usted, señor Subsecretario, muy atentamente,

Benjamín Carrión

NOTA: Para la conformación de la Función Electoral, que dictará las normas eleccionarias para Miembros de la Asamblea Constituyente, podría establecerse, con características de Tribunal Supremo Electoral, un Cuerpo que organice los procesos de consulta de la voluntad popular.

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Sobre la Patria en peligro7

Cuando la Patria fue invadida el 5 de julio de 1941, y el Ecuador se ofreció, heroicamente a defenderla. Pero...

de la Patria, para asistir a una de sus más bellas, de sus más autenticas manifestaciones: la expresión de heroísmo en los días de peligro.

Todas las gamas de la sintonía que, para su “heroica”, soñara el gran sordo: desde la ingenuidad infantil que ofrece su juguete a la Patria, hasta la grave y desolada pero viril expresión del anciano que sufre por no poder ya tomar en sus manos temblorosas el fusil castigador de la infamia. Pasando por el canto joven, la lágrima materna, el grito desa!ante, el puño en alto. Y la decisión !rme, recia y dramática de quienes estamos listos para ocupar nuestro sitio en la defensa, pero que, por querer hondamente a nuestra tierra, desearíamos para ella una paz justa y digna.

Quito, la capital, ha dado la más alta y emocionante nota. Ríos humanos han sido sus calles, recorridas en estos días por un solo estremecimiento de fervor. Borradas las fronteras de todos los partidos, olvidadas las diferencias de concepción social y los con"ictos políticos: la ecuatorianidad en !ebre, ha rodeado a las autoridades, y ha ofrecido a la Patria, por intermedio de ellas, su concurso íntegro, su dación total.

Al par que la capital y las poblaciones principales de todos los rincones del territorio nacional, han llegado los ecos del formidable despertar de un pueblo con!ado, que no acepta el ultraje a su decoro, los ataques a su libertad, y los asaltos del bandalaje internacional a lo que es todo para él: la tierra. Viejo caminante de los caminos del mundo –romas ya las aristas de toda susceptibi-lidad o espejismo chauvinista– creo poder a!rmar que he visto en muchos pueblos expresiones magní!cas de dolor, de heroicidad, de júbilo colectivos. Pero en lo que nos ha ofrecido en estos días nuestro país, ha habido algo de telúrico, de largamente profundo, más que humano, por anterior a lo humano: el grito de la tierra, de esta tierra nuestra, que ha puesto yo no sé cuántos grados de temperatura en nuestra sangre, yo no sé cuántos tonos más alto nuestro grito...

7 Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (sexta), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 29-32.

Cartas al Ecuador

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Pero la vibración ecuatorial de nuestra sangre, no excluye la re"exión. Es en los pueblos cálidos donde han surgido los más profundos momentos de la meditación del hombre: la Palestina de Jesús, la India de Confucio... Es pues la hora del meditar constructivo. Es la hora de interpretar el inmenso grito de nuestro pueblo. El instante de comprender la lección que acaba de darnos el hombre ecuatoriano.

Esta lección podemos resumirla así:

1. El pueblo, el país, está listo, en todo momento, para responder sacri!cadamente a la llamada de la Patria en peligro. Para rechazar los ultrajes a su dignidad, para defender con la vida su tierra.

2. El pueblo ha comprobado con hechos, que es capaz, en su soberana generosidad, de olvidar los agravios, los menosprecios, las ofensas, cuando intuye que la unión y la concordia son indispensables para la salvación de la Patria.

3. El pueblo ha hecho la entrega total de lo que tiene: la vida, el pan, los hijos...

Esta lección urgente, imperativa, comporta una correlación de deberes, que vaya un poco más allá de la palabra sonora, del discurso numeroso, con períodos prolongados en tres rebotes líricos, que se extienden como los círculos de la piedra en el lago, como los temas musicales en la fuga...

Lores de Inglaterra, y anuncia:

–Milores, el género humano existe.

En esta ocasión de angustia y dolor para la Patria, es el mismo pueblo ecuatoriano el que se ha presentado para decir a las gentes de altura, un poco olvidadas de ello: Milores, yo existo.

Pues bien, ya lo sabemos todos: el pueblo ecuatoriano que sabe morir y matar en defensa de la Patria, de la libertad, de la justicia, existe. Contemos con él. Y contemos con él para atender a su mandato máximo, la defensa de la tierra... No son únicamente los liberales, los conservadores, los socialistas, quienes se han presentado para hacer su ofrenda total ante la Patria... En esos ríos humanos que hemos visto conmovidos, con la garganta anudada por la emoción que quiere desbordarse en maldición o lágrima, no estaban presentes

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solo las gentes que poseen la cédula de un determinado partido político privilegiado... Allí estuvieron todos.

El 9 de julio de 1941, el pueblo de esta tierra exhibió, una vez más, su

que ya nadie, por más alto que esté, puede decir que ignora la existencia del pueblo, es preciso que se cuente con él, en la obra de la construcción y de la paz –ya que sin él nada se ha podido hacer, nada–; y mientras la paz no esté asegurada, que se cuente con el pueblo en la obra de preparar e!cazmente la defensa. Esa defensa que, en última instancia, es el pueblo quien la ha de realizar. Pues cuando el pueblo ofrece toda su fortuna, o sea su vida, no es una oferta condicional de rico que quiere hacer sonar su nombre... Es la única, la solitaria verdad en la tragedia...

El pueblo ecuatoriano quisiera no merecer siempre el cali!cativo de pueblo débil e indefenso, que ahora, desafortunadamente, se le aplica. Sabe, porque le ha dolido en su pobreza que, año tras año –décadas ya– viene pagando en una u otra forma impuestos para la defensa nacional. Pero el pueblo quisiera que ese sacri!cio de años –que es timbre en el contrato de matrimonio, en la partida de nacimiento del hijo, en la solicitud para pedir justicia, en la carta que escribe al pariente lejano– se convierta en un buen ri"e en la hora de defender su tierra... Entonces, lo principal, es la honradez en las esteras administrativas. Que el !n de la orgía política, no signi!que el comienzo de la orgía presupuestaria, de la orgía del desfalco. Cuando vea honradez, el pueblo que siempre es generoso, otorgará la con!anza...

El pueblo ecuatoriano, este pueblo que lo da todo, quisiera que no se lo oculte, sistemáticamente, todo lo que ocurre en torno a su existencia, como en la logia masónica, o en una organización de Ku-Kux-Klan. El pueblo intuye que para nada sirve el secretismo. Además, lo ha comprobado ya. El pueblo adivina que, tras el secretismo, siempre hay algo inconfesable y turbio. Porque es mentira, gran mentira de todos los tiempos, eso de que las “cosas delicadas”, deben ser dichas obscuras, en la caverna de Alí-Baba alumbrada solo por velones de sabiduría fronteriza, a espaldas del único interesado fundamental: el pueblo. Solo las obras de la depredación y la conquista, las obras de rapiña y gansterismo internacionales, se resuelven en la sombra, entre el cuchicheo de cómplices sombríos. La diplomacia, de los condottieros italianos, la de Bonaparte o Catalina de Rusia –asaltadores de caminos internacionales– o

atraco, Fra Diávolos modernos–, solo esa diplomacia ha necesitado preparar sus golpes en secreto. Pero nosotros, luminosos de nuestra justicia, imitando

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lo extraño, podemos exceder los límites de lo tragicómico. A Europa se le pueden copiar los guantes y la !losofía, los sombreros de mujer y la técnica. Pero no se le debe copiar la diplomacia en la guerra. La diplomacia secreta, es históricamente, la antesala ineludible de la guerra.

El pueblo ecuatoriano quiere que se abran las ventanas de las alturas o!ciales, para que entre el sol y el aire, que puri!que atmósferas enrarecidas. El pueblo ecuatoriano quiere que a él se le abran las puertas de la Patria, que no se lo deje fuera...

Que esta inmensa puesta de pie del pueblo, sirva para algo más que para tener auditorio propicio –no conseguido antes– para pronunciar discursos, sabidos antes de escuchados... Que sirva para decir un poco de verdad, aunque sea amarga. Guerra al caramelo literario, como declaramos en nuestra primera carta. La más dura verdad, no es necesariamente camino para el pesimismo. Casi siempre es más bien sólida base para la construcción. Así la necesitan todos los gobiernos de la Tierra, singularmente en las horas graves: Winston Churchill escucha, en medio de la catástrofe más grande de la historia inglesa, a quienes le exigen acerbamente, que cambie de medidas, de sistemas, de hombres. Mr. Churchill acoge y practica sugerencias de la oposición. No se siente disminuido por ello. Y lo mismo hace Anthony Edén, el hombre más

Años de errores pesan sobre la hora nacional que vivimos. Injusto –parcialmente injusto, porque en de!nitiva muchos de los hombres de hoy vienen desde muy atrás– sería hacer recaer sobre el momento actual y sus malafortunados dirigentes, todo el peso de esa tremenda responsabili-dad. Pero sí se puede a!rmar que ningún aldabonazo popular más recio y al mismo tiempo más puro, más lejano de toda politiquería, que éste del pueblo ecuatoriano de hoy, para advertir a sus hombres de poder la urgencia ineludible de recti!cación. Los gobiernos antecedentes, quizás tienen la excusa en el hecho de que el pueblo no dejó escuchar entonces una voz de reclamo tan alta, tan unánime, desde 1910 hasta hoy...

Desoír esa voz. Persistir en el odioso error de la puerta cerrada y el carro completo, signi!caría la aceptación, sin bene!cio de inventario, de todas las equivocaciones del pasado, toda su trágica responsabilidad. No creemos que haya espaldas humanas capaces de sobrellevar ese peso...

El pueblo ecuatoriano pide que se busque su con!anza. Y la con!anza popular –acaso viciada en sus orígenes– puede reconquistarse acaso, demostrando honradez, nitidez, transparencia. Puede reconquistarse demos-

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trando permeabilidad a las insinuaciones, ansia de cooperación nacional. La con!anza puede reconquistarse rompiendo eslabones de cadenas cerradas.

–Milores, el género humano existe.

Señores, el pueblo ecuatoriano existe. Esta verdad, esta inmensa verdad, será la base suprema para organizar, con hechos, con e!cacia, la defensa victoriosa de la Patria. El pueblo está de pie, listo para el sacri!cio, listo para la salvación de la Patria. Entréguensele verdades, dénsele con!anza. Y en la hora, de la hora, dénsele armas*.

* Esta carta se publicó el lunes, 14 de julio de 1941, cuando el pueblo ecuatoriano –el 9 del mismo mes– se puso de pie en toda la República, y se ofreció al Gobierno sin distinción de tendencias políticas o religiosas, para la defensa de la Patria.

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Después de la derrota: sobre la vocación nacional8

¡Abajo la historia, viva la geografía!

Los accidentes de la naturaleza, producen costumbres y usos peculiares a estos accidentes...

Domingo Faustino Sarmiento9

Nunca como hoy, en que la Patria derrotada está sufriendo las consecuencias de la desorientación de su vida, a causa de errores de propios y extraños, pasados y presentes; nunca como hoy el tiempo más propicio para hacer una especie de “examen de conciencia nacional” que, seguido de un serio “propósito de enmienda”, nos puede llevar a la formulación de un acto de fe, de un acto de esperanza, de un acto de amor hacia la Patria.

Si nuestra pobre y triste megalomanía de parvenus de la política, de las !nanzas, de la administración, nos ha llevado al establecimiento de los monopolios del talento, del acierto –hasta de la “honradez”, en esta época de la estafa cotidiana, de “la estafa nuestra de cada día”–; no debemos estar dispuestos, no estamos dispuestos a dejar de establecer el “monopolio del patriotismo”, como una dependencia adscrita a las antesalas y a las salas de quienes “ocupan” el poder.

Queremos pues, hacer una escapada de este “campo de concentración del pensamiento”, en que se nos tiene recluidos... Quién sabe si ello signi!ca –qué importa–, un billete de entrada hacia el presidio o un billete de salida hacia el destierro...

Es abundante la literatura nacional llena de preocupaciones patrióticas, anhelosa de desentrañar la verdad, de obtener datos de la realidad para, a base de ellos, buscar algún rumbo a los destinos de la República. Pero, he de observar que se ha dado preferencia excesiva al estudio de la historia. De la “historia pura”, pudiéramos decir, llena de cifras y de fechas; de eso que, más propiamente, pudiéramos llamar anales. Por eso es que temo que nos estemos cargando demasiado de pasado, que nos estemos saturando de historia –una historia empenachada y clarinante– y que apenas estemos dejando sitio al porvenir.

8 Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (undécima), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 49-56.

9 Civilización y barbarie, 1888.

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La historia ha de servir para conocer nuestra genealogía: por un lado, toda la nebulosa ética que nos ofreciera la conquista española, desde esa plaza pública del mundo que ha sido la península; por otro lado, la nebulosa indígena, apenas adivinada por la insipiencia de nuestros estudios arqueológi-cos, en la que también se hallan huellas de avatares cósmicos, a través de lo maya y de lo incaico, lo caranqui y lo tiahuanaco. Quién sabe si lo ario y lo semita que nos diera España, se han encontrado aquí –en un viaje de trayectorias inversas– como lo mongoloide. Y en una carrera de siglos a través de la esfera terrestre, –tan pequeñita ahora, gracias al avión y el radio– aquí se hizo el connubio de las gentes que, partiendo las unas al oriente, pasaron el estrecho de Bering, y las otras al occidente, pasaron el Atlántico a bordo de las famosas carabelas de Colón.

Pero, aquí estamos ya, los hombres del Ecuador. Y estamos en esta tierra situada al centro de la gran bola terrestre. Como los reyes magos, venimos de todas partes. Lo vasco nos da testarudez, tenacidad, reciedumbre. Lo árabe, nos da imaginación. Lo maya, el sentido del arte. Lo catalán, añioranza. Lo galaico y lusitano, nos da espíritu de empresa y ansia de más océano y más tierras. Lo incaico, amor a la tierra y al sol. Y tras de eso, como telón de fondo lleno de iluminaciones, lo griego y lo romano, creador de civilizaciones, engendrador de una conducta humana que –salvo la aparición del cristianis-mo– no ha sufrido trascendentales recti!caciones.

Siempre he recordado yo una expresión sintomática, lanzada por un catalán inteligente aunque desprovisto de simpatía –entregado a la España bastarda de quienes la vendieron a moros, tudescos e italianos–, Eugenio

¡Abajo la historia, viva la geografía!...Pero, para adoptar esta expresión de apariencias audaces, tendría que

de!nir la historia tal como se la entiende y practica equivocada y viciosamente: una charanga permanente, poblada de victorias propias y derrotas ajenas, de asesinatos y de sangre. Una historia en la que siempre nosotros fuimos los héroes y el enemigo un cobarde vergonzoso; una historia que nos crea espejismos y falsas posiciones. Por el contrario, hemos de entender por geografía algo real y viviente. No la simple ordenación de datos tísicos y políticos sobre la tierra y sus regiones sino, primordialmente, una ordenación de criterios humanos, de datos sobre la vida del hombre dentro del ambiente y del clima. El clima y la tierra, sobre todo.

rudamente sincera, nos ha de servir para nuestra pretensión de descubrir la vocación nacional, su aptitud como país, sus inclinaciones naturales, determinadas por sus caracteres esenciales.

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Porque los pueblos, como los hombres, tienen una vocación indeclinable que seguir en su vida. Vocación profesional y vocación espiritual. Algunos ejemplos han de servirnos para ilustrar esta a!rmación:

Israel, pueblo semita, originario de regiones áridas y cálidas, donde la lluvia es un milagro y el sol es un castigo. Donde la noche es plácida y la luna un ensueño. Israel ha dado la interpretación más bella de la vida del espíritu, con una teoría de renunciamiento y de resignación, con un mesianismo de espera interminable. En lo profesional, Israel es pueblo de transito, cuya vida está en todos los caminos, no siente la necesidad de la raíz, del arraigamiento al suelo que da la agricultura y el o!cio: es mercader, mercader de cosas livianas, sedas, joyas, tapices y conciencias. Y lo más liviano aún: el cheque y la letra de cambio.

Grecia, en lo espiritual, está dominada por la claridad azul del mar Mediterráneo. Encrucijada de pueblos, esquina principal del mundo, comienzo y !n. Allí llega, cernido, todo lo más !no del espíritu humano. Y sintiéndose bella y sola –le plus beau royaume sous le soleil– como se bautizara a sí misma la moderna Grecia, esta Francia de todos, hoy atropellada por

pueblos, para contarles y cantarles su sabiduría: La Odisea, es su símbolo

Euclides. El pueblo griego, seguro de su tierra y de su suelo, bien plantado en la vida, alcanza a decir su mensaje, compuesto de unas cuantas verdades y unas cuantas bellezas, que no han sido superadas, ni siquiera igualadas, porque estaban dichas en función del hombre y de la vida. En lo profesional, Grecia nos da la plástica dinámica, la plástica arraigada: arquitectura y escultura. La base y la columna, que sustentan la casa del hombre y de los dioses. El capitel y el friso, que la hacen amable y sonriente. La estatua, homenaje al dios y al hombre con su propia imagen, de la que se halla enamorado –el mito de Narciso, es griego–, orgullosamente desnuda, y en la cual la encendida erogenia de la curva, está atemperada por la casta y fría blancura del material empleado: el mármol.

España, después de Israel y Grecia –así lo reconoce Oswald Spengler–, es uno de los más poderosos intentos de hacer al hombre universal y eterno. El ecumenismo –sinónimo de catolicismo– es esencial y primariamente español. Iñigo de Loyola, proyecta una humanidad organizada, en lucha por la conquista del cielo. Y a su servicio, los tercios hispánicos, desde Flandes hasta Palestina, desde Cádiz hasta la Tierra de Fuego, luchan y conquistan.

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Y por casi toda la extensión del planeta, los tribunales de la Santa Inquisición, hacen una tremenda obra de gendarmería para llevar las almas hacia el paraíso. Antes, el Cid. Luego, Colón, patrocinado por esa mujer que no es solamente el símbolo de España, sino que es España misma: Isabel la Católica. Así, pues, en lo espiritual, España es mística con Juan de la Cruz, con Teresa de Ávila, con Loyola, don Quijote y Miguel de Unamuno. Generosa y humana, con Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas. Temeraria con el Cid, Cortés y los Pizarra. En lo profesional, es pintora y es música. Labradora de armas damasquinadas en Toledo, de cerámica en Talavera. Cultivadora de olivos y de viñas.

Más cerca de nosotros, dándonos ya pruebas tangibles de mi aserto sobre la vocación de los pueblos, podemos ofrecer dos ejemplos precisos y clari!cado-res. Colombia y México.

Colombia, enamorada de la ley y de la libertad del hombre, con vocación profesional por la agricultura del trópico; México, luchador por la justicia social, con vocación por las artes de la piedra y del barro, gran realizador de plástica.

Pues bien, yo sostengo, apoyándome en la historia y en la geografía, que el Ecuador tiene, en lo espiritual, una vocación muy honda por la libertad: sus fechas, antes que de heroísmo imperial, son fechas de liberación: 10 de agosto, 24 de mayo, 6 de marzo; sus hombres –excepción hecha de García Moreno– son luchadores por la libertad: Espejo, Rocafuerte, Montalvo y Alfaro. Su literatura, es una literatura de insurgencia, desde el pan"eto bravío de los luchadores por la independencia y la república, hasta la novelística actual, clamadora de justicia para el montubio, para el indio, para el explotado de ciudades y campos.

En lo profesional, el Ecuador antes que “un país especialmente agrícola”, como proclama el clissé fonético mil veces repetido, es un país de aptitudes manuales, sobre todo de aquellas que con!nan con el arte. La plástica plana, el color, la pintura. La plástica de volumen: la arquitectura y la escultura. Poco musical hasta hoy.

Un hombre inteligente de Colombia, de !na percepción de hechos y cosas, me decía: este país, me da la impresión de lo que debió haber sido Florencia o Pisa o cualquiera de las ciudades de la Toscana o de la Umbría de la época del Renacimiento. Por todas partes, el taller del tallador, del imaginero, del labrador del cuero o de la piedra. Y en sus casas, unos señores aristócratas, que hacen trabajar para sí a numerosos obreros, artistas, como podían hacerlo los Orsini o los Médicis...

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La posición exacta del hombre del Ecuador frente a la tierra, aún no puede ser !jada, ni aun siquiera, aproximadamente, por cuanto la superposición de razas y culturas provenientes de la conquista, aún no precisa la posición humana, frente al agro.

El amor del indio a su tierra, cuando es suya, no puede discutirse. Pero la tierra, casi en ningún sitio del Ecuador es del indio, excepto en ciertas parcialidades de Loja, Tungurahua e Imbabura. El amor del español hacia la tierra, es distinto según las regiones. El levantino, cultivador de naranjas, el andaluz amoroso de la viña y el olivo, aman entrañadamente a la tierra y la cultivan. En cambio el extremeño, el castellano –y el mismo gallego– están siempre listos a abandonarla y marcharse tras el cuento del oro o de la sangre, a cualquier sitio, conocido o desconocido, del planeta.

El denominador de España, de lo español –por lo vasco o por lo moro, vale decir hombre del norte que busca el sur, hombre del sur que busca el norte– es la potencia de viaje, la facultad de deslumbramiento por la lejanía, la atracción de la aventura y del peligro. Una especie de nomadismo heroico, muy semita y muy del norte también.

El español frente a la tierra, en el Ecuador, quizás en toda América, ha adoptado actitudes de dominación y explotación, pero también actitudes !rmes de enraizamiento. Como si al español, –a diferencia del israelita que siempre está de paso, con su cayado de peregrino– le gustara cumplir una aventura sola en el dominio de la geografía, y luego, buena o mala, sembrarse de!nitivamente. Flora de trasplante, cuyo campo es el mundo entero, pero cuyo plantel, cuyo almácigo está en la península ibérica, que es algo así como una zona de reparto de hombres fuertes y laboriosos, a las mejores, a las más nuevas tierras del mundo.

El español, pues, frente a la tierra, en su primer trasplante, muestra más potencia de arraigo, de permanencia, de incorporación, que ninguna otra raza. Aquí mismo lo podemos demostrar, con ejemplos que están a nuestra vista. El español muy rara vez ha ido tras la mina, que es la explotación violenta de la riqueza de la tierra, sin amor por la tierra. Nadie ama la boca mina, hueco negro que se traga vidas, ni el pozo del petróleo. Solamente se les quiere extraer sus riquezas, y cuando se agotan, se los abandona y se va lejos, en busca de otros y otros, inexplorados aún. La mina es la típica explotación sajona. El español en América lo primero que hace es a!ncarse, construir, echar raíces: la iglesia, dominándolo todo; !rme y durable casa en la ciudad, el acueducto y el camino.

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Pero en el Ecuador, como en el Perú, México y Bolivia, el español encontró al indio. Al indio dueño de estas tierras, según la generosa interpretación de Francisco de Vitoria. Y lo buscó –para que sirva a Dios, probablemente– pero

agrícola, como el caballo y el buey... Y lo dejó en el campo, cuya propiedad arregló previamente para sí, de acuerdo con papeles, con adjudicaciones, con una legislación especial: las “Recopilaciones de Indias”. Todo preparado en forma tal, que se desemboque en las anchas fauces de la propiedad privada, de acuerdo con el Derecho Romano: jus utendi et abutendi...

El amor a la tierra, pues, del criollo descendiente de español –por la razón de su desvinculación con ella, proveniente de que encontró al indio para que la trabaje para él–; y el amor a la tierra del indio –por la razón de que es una cosa ajena y hostil–; el amor a la tierra, digo, puede a!rmarse que no existe. ¿Y el mestizo, el cholo? Pues el mestizo y el cholo huyen del campo que les recuerda su origen indígena, humillante y desdoroso según ellos. (Puede a!rmarse que, en el vivir corriente, no existe acusación, ni insulto más ofensivos que el de indio). Un mestizo o un cholo puede perdonar que lo llamen ladrón, estafador, que injurien a su madre, pero jamás el que lo llamen indio.

Inolvidable es una de las diatribas más hábiles de Manuel J. Calle, cuando a uno de sus adversarios le reconoció todos los méritos: ilustración, probidad, fecundidad inagotable para escribir, pero lo llamó indio. Indio, le dijo, como Espejo, como Carlos Casares. Y el aludido se enfureció de!nitivamente. El mestizo y el cholo, abandonan la tierra, y van a la ciudad para agrandar –para constituir puede decirse– esa burocracia descontenta, pesimista y rapaz, que se lanza a la captura del empleo público, por todos los bajos sistemas del palanqueo; y que tiene una exasperada y ridícula aspirabilidad de ascenso social, traicionando sus raíces autóctonas, que la avergüenzan.

Así, pues, el aforismo aquel de que el Ecuador “es un país esencialmente agrícola” –sobre el cual tanta verdad realista ha dicho Pío Jaramillo Alvarado– falla fundamentalmente desde el punto de vista del actual estado vocacional de la población ecuatoriana. Como cosa de realidad palpable –por mucho que nos duela– debemos confesar que el hombre ecuatoriano no ha comprobado aún su amor por la tierra y su cultivo.

Pero, ¿podrá a!rmarse que esta es una realidad nacional sin remedio? ¿Que dentro de la vocación general del hombre del Ecuador, está excluido o relegado de!nitivamente a segundo término el amor por la tierra? No, no y no. Al hacer el planteamiento mismo de la historia del problema, hemos visto la causa del desamor actual:

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El indio ve en la tierra, que primitivamente fue suya –¿verdad, Francisco de Vitoria?– el instrumento de su humillación y de su tortura: la trabaja para otro, pero no para otro cualquiera, sino para el opresor, el adversario, el amo.

El criollo descendiente de español, se cree agricultor cuando tiene una o más haciendas trabajadas por indios; dirigidas o administradas por cholos o por chagras.

El remedio está, pues, en volver a la tierra. No solo con invitaciones poéticas, muy bonitas, hechas entre terratenientes y latifundistas. El remedio está en cambiar el régimen de la tierra, para provocar, para dar cabida al esfuerzo amoroso de sus cultivadores.

Pero no se crea que vengo yo a sostener tesis macheteras, comportando despojos y masacres. La vuelta a la tierra del hombre ecuatoriano, no ha de ser una lucha de odios, en la que se pretenda representar el drama simplista de echar abajo a los que están arriba, para poner arriba a los que están abajo. Como en La revolución de los ángeles, de Anatole France...

No. La vuelta a la tierra que yo ambicionaría para el hombre de este país sería la que a la vez que tenga una excitación de amor –levadura y potencia– tenga una incitación económica cierta, sin espejismos ni engaños. Una incitación de rendimiento útil, acompañada de los medios idóneos para realizarla: no mandar a las gentes al oriente o al occidente, sin darles caminos. No sostener que no existe el problema de las tierras en el Ecuador, porque hay muchas inexploradas. Pero, señores míos, a esas tierras inexploradas, no se puede ir. Y si se va, no se puede volver... Y los productos de esas tierras, no pueden ser sacados a los mercados de consumo.

Entonces, es preciso recurrir a la técnica. Ella nos podrá decir –sobre base certera de investigación, de dato estadístico–, los regímenes especiales de tierras que cada región ecuatoriana necesita. Porque no hemos de ir al error –producto de ignorancia y proselitismo y necesario causante de fracasos– de instaurar el mismo régimen de tierras para los páramos del Chimborazo, que para las fértiles zonas agrícolas de Tungurahua, Pichincha. Cotopaxi; para las zonas de pequeños valles intertropicales, como Imbabura, Azuay, Loja, que para las inmensas extensiones de tierra tropical, húmeda y plana de la Costa.

tipo del ejido mexicano– pueda dar resultados. Pero habrá otros donde habrá que aplicar el sistema racional de la hacienda colectiva, el kolkhoz ruso, con capacidad para reunir capitales ampliamente su!cientes para explotaciones grandes y costosas, que hagan “económica” la producción: eso será quizás preciso para el ingenio de azúcar, las plantaciones y explotación textil, por ejemplo.

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Es pues la geografía económica, la geo-economía, la que nos indicará la

tierra ecuatoriana.El poblador de esta tierra –acabamos de decirlo– ha demostrado una

vocación y una aptitud especial para lo manual. Una notable e!cacia para la manufactura útil y artística, que utiliza los recursos naturales puestos al alcance de su mano, como el barro, las pieles, la lana, el corozo, y los hace servir para la utilidad inmediata y la comodidad del hombre. Quizás es el Ecuador –inmediatamente después de México– la región americana donde se observa mayor vocación y aptitud para la manufactura popular; a pesar de no haber recibido estímulos de ningún género, como lo están haciendo otros países menos bien dotados.

Países de poderosa estructura económica, grandes y chicos, han elevado sus condiciones de vida y producción a base de la manufactura popular, anterior y posterior a la máquina. Bélgica, por ejemplo, con sus encajes de Malinas y Brujas; Bohemia, con sus cristales y su loza; Francia, con sus vinos, su cerámica de Sevres, sus perfumes y sus tejidos de Lyon y de Roubaix. Y aquí en América, tenemos el grande ejemplo de México, cuyas cifras de producción en artes populares, ocupa un altísimo renglón de sus entradas, no solo en el aspecto de la exportación comercializada, que ha llegado a dominar los mercados yanquis, sino principalmente, en su atracción al turismo. Más de cien millones de dólares anuales se calculó en 1938 que valía la “exportación invisible”, o sea la cantidad enorme de objetos manufacturados de lana, cuero, plata, cerámica, jade, obsidiana, etc., que se llevan de recuerdo los turistas en sus maletines personales.

Si en el Ecuador se dirigiera y encauzara, en forma comercial y en forma artística el trabajo manual de nuestros tejedores de alfombras y de ponchos –como ya se está haciendo algo respecto de los sombreros de paja toquilla, los celebres “Panamá hats”, de fama universal–; de nuestros altareros y tejedores de casimires de Otavalo, de nuestros marmoleros de Cuenca y labradores de corozo de Riobamba, etc., este país, fácilmente, podría ocupar el primer lugar entre los países continentales en esta materia. Y sus entradas de exportación y de turismo, acusarían cifras realmente sorprendentes.

Preciso es confesar que todavía no somos poseedores de recursos su!cientes para la explotación minera por nuestra propia cuenta. La economía universal en esa materia es tan absorbente y tan dominadora, que no cabe, por lo pronto, escapar a sus tentáculos. El petróleo, el oro, el cobre, todos los metales, son sangre caliente de la circulación universal; y no se los puede retraer a la

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in"uencia invencible aún, del capitalismo internacional, en su etapa imperialis-ta. Pero, aún en esto, es preciso mirar largo y cautelosamente: no hipotecar el

para su desenvolvimiento; pero, de paso, hacerle saber, contarle que esta tierra se llama República del Ecuador, que es soberana, dueña de su suelo y de su subsuelo. Y que, por lo mismo, se reserva –como atributo inherente e intransferible de su soberanía– su facultad de imponer gravámenes y tasas, en toda independencia y amplitud.

Todos sabemos que, en materia !scal impositiva, existe una jurisprudencia universal que considera al capital extranjero como un concesionario, no como a un contratista; porque en cosas atañederas a la soberanía, no se contrata con particulares ni se compromete los derechos del país. Así lo hicimos nosotros también, en el corto gobierno del General Alberto Enríquez. Desgraciadamente...

Acaba de hacerlo así México –país que no se cansa de ofrecernos experiencia y lecciones de nacionalismo–. Rezongó un poco el capitalismo internacional. Pero, a la postre, el derecho pleno del gran país hispánico de Norte América, ha sido reconocido ampliamente por naciones tan comprensivas como Inglaterra y Estados Unidos. Y a base de ese buen entendimiento, la colaboración cordial, consciente, amistosa –pero soberana– de México con esas grandes potencias, es estrecha, sincera, de igual a igual, como debiera serlo con todos estos países soberanos del hemisferio nuevo, refugio último de la democracia y la justicia.

Y el argumento supremo de los entreguistas, de que el capital huye cuando se lo arregla a la ley, ha tenido su más grande mentís en el caso mexicano: el capital no ha huido. Se ha a!rmado. Sabe a qué atenerse. El capital puede ahuyentarse más bien, cuando su llegada es esperada mendicantemente por turbas de rabulillas y abogadillos, que lo atracan detrás de cada puerta, para sacarle vergonzosas gabelas personales.

Volviendo a lo que se re!ere a la tierra, parece que el sentido nacional está reaccionando favorablemente. Ya no triunfa el empecinamiento estático e inoperante de concretarse solamente a lo poco del territorio nacional que se ha incorporado hasta hoy, empíricamente, a la vida económica del país. Ni ese maldito empecinamiento patriotero de solo referirse al Oriente, como tierra de posible colonización y habilitamiento; el cual acaba de tener un desenlace trágico, que ha puesto al descubierto la llaga: todo había sido palabrería y mentira; el Oriente había estado abandonado, completamente abandonado, en el aspecto militar y en el de la colonización...

Tenemos un occidente abandonado. Un sur –Loja y El Oro– poco menos que excluidos de la comunidad nacional. En el occidente: las provincias de

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Manabí y Esmeraldas, grandes extensiones de la del Guayas, El Oro y Los Ríos, hay territorio y riqueza para decuplicar la población del Ecuador. Los viajeros y los estudiosos han pronunciado su fallo favorable, singularmente en lo relativo a Esmeraldas y Manabí: son tierras propicias para el vivir del hombre. Son tierras llenas de recursos para el trabajo remunerativo en todas las escalas. Ricas en posibilidades agrícolas y mineras. Loja y El Oro, –además de haber probado su codiciabilidad por su riqueza de todo orden– son las zonas Patrias expuestas, siempre, a la voracidad conquistadora. El ejemplo tremendo de julio de 1941 a enero –ese trágico enero– de 1942, nos debiera servir de lección imperecedera en el futuro. Loja, casi puede decirse que no tiene una

rincón del mundo”.El Occidente y el Sur: allí está el porvenir inmediato de esta tierra. En

los inmensos recursos de la Costa, sobre todo. Y el Oriente, ese poquito de Oriente que nos han dejado...

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Sobre los males del pretorianismo. Necesidad de una democracia sincera10

Nunca ha sido tan grave la responsabilidad de los gobiernos de América como en la hora presente. Nosotros, los mexicanos, tenemos la fortuna de contar con un Gobierno que siente con su pueblo y no se hace sentir sobre su pueblo.¡Pero desdichados de aquellos países regidos por Gobiernos impopulares, que tienden tan solo a mantenerse y a fortalecerse con el pretexto de la guerra!

J. Rubén Romero

La historia del militarismo –del pretorianismo más bien– es uno de los capítulos más turbios, más regresivos, más trágicos de la historia nacional.

Su partida de bautismo, ya lo hemos visto, es de lo más funesta. Malos duendes precedieron a su nacimiento: el "oreanismo disgregador, de separatismo de la Gran Colombia, la necesidad de mantener en el Poder, en este feudo creado para bene!cio de unas pocas familias extranjeras, a Flores y a su gente. Los famosos negros de la costa atlántica venezolana, compañeros de pillatuna y palomilleo del fundador, son los antecesores del pretorianismo.

La con!rmación, el sacramento de la con!rmación, le fue administrado al pretorianismo por Urbina, por el simpático, campechano y vivísimo General Urbina. El golpe del 20 de diciembre de 1849, contra el vice-presidente Ascázubi, y que tenía como testaferro al venerable y virtuoso ciudadano don Diego Noboa, signi!ca acaso la era inicial de la intromisión del ejército para la consagración de dictaduras, que después tantos males ha hecho a esta tierra.

Oigamos lo que dice don Pedro Moncayo, con voz casi profética:

Es claro que la revolución del 20 fue una revolución pretoriana, hecha con el objeto de levantar el estandarte de la jerarquía militar, sistema antisocial que ha hecho la desgracia: de muchos pueblos, tanto en los tiempos antiguos como en lo modernos. Pero, sin ir más lejos, ¿qué signi!caba el despotismo de Flores? Un despotismo de cuartel, de asesinato y de sangre.

10 Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (decimocuarta), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 69-73.

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Comienza la era de las revoluciones y trastornos militares. Vienen con todos sus estragos la guerra civil y la anarquía, más tarde el jesuitismo y el terrorismo de la cogulla, mucho más temible que el despotismo de

nombre del soldado, mañana en nombre del sacerdote y después aparecerá en el seno de nuestra Patria el monstruo del Apocalipsis, arrastrando conmigo la devastación y la ruina.

El viejo e ilustre republicano, desde aquellos tiempos, predice el desastre en que debatimos. Porque, desgraciadamente pretoriana es la época, la terrible época que nos ha tocado vivir: este país, el año de 1938 gracias al gesto –jamás contemplado antes– de desinterés patriótico de un militar, el general Alberto Enríquez, había regresado al cauce constitucional. Una Asamblea, en la que estaban representadas, por primera vez también, todas las tendencias políticas e ideológicas de la nación, había elaborado el nuevo Estatuto Constitucional que debía regir al Ecuador. Un gran respiro de satisfacción. Un gran descanso. Una gran esperanza.

Pero, los eternos mangoneadores del Poder, estaban asechando en la sombra. Un descaminamiento, una desorientación de los Asambleístas, una ancha generosidad para un adversario taimado: el liberalismo-radical presupuestívoro los conduce a designar para Presidente a un médico apreciable en sus habilidades clínicas, pero tras el cual asomaba la terrible, la tenebrosa política que venía dominando, con mañosería, desde hacia mucho tiempo.

Y es entonces cuando, a mansalva, sin razonar ni explicar, se acepta de la Asamblea Constituyente lo que convenía a la trinca: la designación presidencial. Se jura lealtad a la Constitución Política bajo cuya vigencia se había hecho la referida elección. Y a los pocos días, se traiciona a la Asamblea, se la disuelve, se desconoce la Constitución, se recurre a un retroceso jurídico de más de treinta años, y se adopta, por pura apariencia, la Constitución alfarista de 1906. Jamás, en “nuestra agitada vida”, se había llegado a un mayor cúmulo de atropellos, de contradicciones y de farsas... Es que ya, desde ese momento, por sobre, por debajo, por detrás del Presidente, asomaba el régimen de la “elegancia, la ponderación y la mesura”.

Todos estos atropellos, los consentía el Ejército que, al recibir de Antonio Pons la misión de conducir al país a la constitucionalidad, no había cumplido su promesa aún. El tremendo compromiso adquirido, no había sido liquidado todavía. El Ejército –que se opuso al intento dictatorial del doctor Velasco Ibarra en 1935– estaba solemnemente obligado a devolver

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la vida normal a la República. El mismo –seguramente con la mejor de las intenciones– la había alterado el 9 de julio de 1925. Y desde el 9 de julio, la suerte política de la nación ecuatoriana, ha dependido del buen querer y santa voluntad de las clases armadas.

Y las clases armadas, en esa labor, patriótica sin duda, de quita y pon de magistrados y de presidentes, por inadvertencia, por escaso contacto con la nación, con el pueblo, cayeron siempre en lo peor, en lo menos cali!cado, para encumbrarlo a las alturas y las responsabilidades del poder.

El Ejército había caído en el tremendo engaño, de que hay que hacer casa aparte con el país. Este engaño, lo habían venido propalando las trincas gubernativas, para su provecho y permanencia eterna en el usufructo presupuestario.

Y esto es lo que es preciso esclarecer, no con so!sticaciones habilidosas ni

luz de la verdad. Para provecho fundamental de la nación, y para provecho del Ejército mismo. Si se perpetúa ese ambiente de mutua descon!anza entre el pueblo y las clases armadas, es sin duda el Ecuador el que sale perdiendo. Pero al salir perdiendo el Ecuador, sale perdiendo también, y muy singularmente, la clase militar.

Ya en el año 1936, cuando estaba dominado este país por la más grotesca de las dictaduras que ha sufrido pueblo alguno, y un chistoso de profesión había sido elevado por el Ejército a la Primera Magistratura del país, dije yo lo siguiente, que me costó el destierro:

Todos esos males se deben al error, tan generalizado, de que el Ejército está constituido por una porción aparte, alejada del pueblo y frente al pueblo. El error medioeval de que el Ejército es un instrumento ciego al servicio del Príncipe, seguido del error de que el eterno enemigo del Príncipe –y por lo mismo del Ejército– es el pueblo...

Por eso es que a este concepto absurdo, sellado con sangre popular en mil momentos tristes y vergonzosos de la historia del mundo, el pueblo ha respondido con esta actitud: descon!anza, temor, odio al Ejército...

El Ejército pretoriano ha tenido, en largos años de historia, como su enemigo capital al pueblo libre. Pero cuando el Ejército, al servicio de grandes causas –y grandes causas no pueden ser sino las causas populares– ha luchado junto al pueblo y por el pueblo, ningún ídolo ha sido más alto y más glorioso que el soldado: allí están las guerras sostenidas por la Francia republicana y libre, contra Europa entera, en la época de la Gran Revolución. Los soldados de Valmy y de Jemmapes –entre los que estuvo el venezolano Miranda– fueron coronados de "ores,

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a su regreso triunfante, por el pueblo de París. Allí están las guerras de Washington y de San Martín. Allí la epopeya popular por excelencia, en que Ejército y pueblo eran lo mismo: la epopeya de Bolívar.

En todas esas guerras, el Ejército no ha tenido un mejor amigo que el pueblo.

Porque otro error infantil es el de creer y sostener que el Ejército no tiene otro objetivo ni otra !nalidad que la “técnica profesional”. El creer y sostener que el Ejército ha de vivir al margen de las angustias vitales, de los problemas y los dolores del pueblo, del cual el Ejército es hijo, hermano y defensor a la vez. No, no y no. El Ejército no puede vivir al margen de la inquietud popular, que le da razón de ser y lo sustenta. El Ejército no puede ser la clase social que, desligada de la sociedad de la que forma parte, no tenga otra preocupación que la de su preparación profesional.

Si este infeliz principio prosperara, todas las profesiones tendrían derecho para inhibirse –por iguales causas– de participar en la inquietud social: los artesanos como lo comerciantes, los agricultores como los maestros...

Pero esto no puede, no debe ser así. No lo es en la realidad palpable de todos los días. De hecho –y no tenemos que mirar muy lejos– el Ejército participa del vivir político, como es su obligación estricta. Y cuando su participación ha servido para salvar la democracia, ha tenido de su lado el aplauso ferviente de la ciudadanía. Los recuerdos no están muy lejanos...

Nuestro optimismo anuncia la hora11 en que el Ejército, en todo el mundo, penetrado de la grande y única verdad de que es pueblo en armas para defender al pueblo, del cual forma parte, no dé el tremendo espectáculo de ponerse contra las causas de justicia y democracia, como en el caso español12, y como este grotesco –que tan de cerca nos toca–, contra la democracia y la justicia en el Perú13.Nos hacemos la ilusión de que el Ejército, que no es otra cosa que –lo repetimos– una parte del pueblo en armas para proteger y defender al

11 Esto era en 1937. Nuestra profecía está en suspenso.12 Referencia del atraco de los generalillos españoles Franco y Pandilla, en complicidad con

moros, italianos y alemanes, contra el pueblo español desarmado. 13 Cuando el Ejército peruano contribuyó al desvergonzado fraude de Benavides, robándole

la elección, ampliamente ganada por el doctor Luis Antonio Eguiguren, candidato del Perú. Al !nal,

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pueblo, cumplirá en todo el vasto mundo su misión esencial, su cometido a la vez que profesional, justiciero y heroico.

Así escribí en 1937, cuando el Ejército Nacional, después de aceptar el gravísimo encargo de encauzar al país hacia la normalidad sobre base de voluntad del pueblo, entregó el Poder, en un rapto de buen humor sin duda –porque no tiene otra explicación posible aquel absurdo– al más conocido chistoso de trastienda y Plaza Grande, un hombrecillo hasta entonces fracasado en todo lo que había emprendido, cuyas graciosas tonterías corrían por estanquillos y conversaderos, provocando las risotadas de desocupados. Aquel hombrecillo de la dictablanda, que se dedicó a organizar festejos para una hipotética visita del Presidente de Colombia Alfonso López, sin importarle el sin duda trascenden-tal objeto del viaje de aquel ilustre estadista continental –viaje que después se hizo fracasar, por inconsciencia del Dictador, por sabiduría de quienes fraguaron el complot en Lima–. Aquel hombrecillo decimos, alentado por el apoyo de buen humor –pero incondicional– del Ejército, con una inconscien-cia monstruosa, se dedicó a organizar –él también– falsas conspiraciones. Y en este juego trágico, se consumó una de las fechas más horrendas de nuestra historia: el asesinato del pueblo de Quito el 28 de noviembre de 1936, en esa jornada sangrienta, conocida popularmente con el nombre de la batalla de las cuatro horas. Toda la habilidad del chusco encaramado en el Poder por obra y gracia del Ejército, consistió en declarar que la conspiración –su más genial invento– era “netamente comunista”.

Y para probar el “comunismo” de dicha conspiración –en realidad fraguada– en las o!cinas de seguridad entregadas entonces a un famoso aventurero internacional, expulsado de diez y siete países americanos, prontuariado policialmente en todos ellos –todo, lo conocía el Dictador y esa era la mejor hoja de servicios del pesquisa aquel–. Para probar el comunismo se hicieron prodigios de ridículo.

Y entre esas pruebas, estuvo el artículo cuyos párrafos relacionados con el Ejército he copiado en esta Carta. Fui al destierro. Pero lo que era verdad entonces, sigue siendo verdad ahora. Y hay que volverlo a decir, aunque las circunstancias generales acaso no han cambiado muy radicalmente...

Es preciso terminar con esta historia del pretorianismo. Mala para el país, como lo ha probado casi toda su historia. Y mala para el Ejército14, y es el Ejército mismo quien está obligado a contribuir a ello. Porque, como lo

14 Todo lo malo que ocurre durante una época –injustamente– se lo carga la opinión pública a la cuenta del Ejército que aparece como garante de esa época. No queremos ni acordamos del bochornoso asunto de los Consejos de Guerra.

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sabe todo el país, todavía está saldado el compromiso contraído en aquel memorable septiembre de 1935, en que el Encargado del Ejecutivo, doctor Antonio Pons, sintiéndose débil ante la responsabi-lidad democrática que se aproximaba, llamó al Ejército Nacional, y le hizo el pedido de encauzar al país hacia la normalidad constitucio-nal, entregándole el Poder. El Ejército aceptó solemnemente ese pedido.

La solución está en la sinceridad. En la correspondencia profunda entre lo que se dice defender y la realidad de lo que se vive. La solución está en la práctica viva de la democracia, en cuya noble línea internacional nos hemos colocado. En ser limpios y claros, tanto en el exterior como en el interior. En ser demócratas hacia fuera y hacia dentro. La anomalía de ser totalitarios, en los procedimientos internos –en pobre y caricatural remedo de totalitarismo– y proclamarnos defensores de la libertad humana en el exterior, debe terminar. Y para que termine, no existe otro medio que dejar que se exprese la voluntad de la nación. Pedir que hable el pueblo, que señale sus conductores. Que diga lo que quiere. Y el pueblo para ser conducido, señalará a los mejores. Y al decir lo que quiere, solamente pedirá lo que hoy tiene: libertad, justicia y pan.

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Sobre nuestra obligación suprema: “volver a tener Patria”15

…una cosita chiquita. Canción popular

Ya tenemos, ecuatorianos, a la Patria achicada. Achicada en todas las dimensiones: el territorio, el prestigio, la moral, la voluntad de ser. La voluntad de renacer.

Ya tenemos por delante, hombres del Ecuador, el imperativo formidable con esto que nos han dejado del territorio, del prestigio, del decoro, hacer una Patria, construir una Patria.

Es dura la tarea. Y es dura, porque para emprenderla, tendremos que hacerla todo solos, hombres del Ecuador. Sin esperanzas de afuera ni de arriba. Un año de paciencia, es su!ciente. Y nada, nada, nada. Ni un propósito con estructura, ni un anhelo, ni un plan. La loca carrera al desastre total y a la disolución, va tomando cada vez un ritmo más acelerado.

En esta derrota de la Patria, existen dos clases de hombres: los que sostienen que no ha habido derrota, y tienen razón, porque ellos son los triunfadores. Y los que sostenemos que sí ha habido derrota, porque lo nuestro: el territorio, la grandeza moral, el prestigio, sí han sido disminuidos, vencidos, humillados. Los primeros, no admiren la derrota, frente a una mesa bien servida; no entienden de reconstruir algo que encuentran, para ellos, muy bien construido. Muy sólida, muy confortablemente construido.

Es pues inútil, antinatural quizás, el que busquemos la cooperación de ese sector de hombres, nacidos también en el Ecuador, infortunadamente. Ellos no pueden, humanamente, ver, sentir, palpar, la derrota de la Patria. Para ellos la Patria, su Patria, está triunfante. Acaso mejor que sea algo más chica. Acaso mejor que esté amilanada y humillada. Así será más fácil usufructuarla y dominarla.

Es en la segunda clase de hombres, en aquella clase que ha sentido muy hondo, muy en carne y espíritu la derrota, y que por lo mismo no puede ocultarla ni negarla. En esa clase de hombres del Ecuador, la menos culpable, hemos de encontrar las fuerzas capaces de la reconstrucción.

15 Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (decimoséptima), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 89-91.

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Inmensa es, para los destinos de un pueblo, para sus posibilidades futuras, la disminución territorial. Tan grande que no pudo ser comprendida acaso por el Ministro nerviosillo que se intimidó y !rmó, !rmó, !rmó, ante voces un poco gruesas que se le impusieron.

Pero, más grande aún, es la disminución moral, la disminución de ánimo, la mengua del prestigio. Y contra estas disminuciones sí podemos reaccionar, hombres del Ecuador, derrotados en una guerra sin pelea. Si ha sido entregada nuestra tierra, que no nos sea también arrebatada nuestra voluntad de vivir, de “volver a ser Patria”.

Es por ello, que he hablado tan largamente, en cartas anteriores, de la vocación nacional. Porque sostengo –y he sostenido siempre– que en nuestro trópico providencial, rico de humus pero también rico de !ebres y de sabandijas, sí se puede edi!car una Patria, una “pequeña gran Patria”, con el material humano que tenemos. El mismo con que edi!có Atahualpa el más grande imperio en estas latitudes. El mismo que ha producido a Espejo y los héroes de agosto. El mismo con que construyó una clara democracia Rocafuerte, y una oscura, pero poderosa fuerza moral y material, García Moreno. El mismo material humano que ha sido capaz de "orecer en Montalvo, en Alfaro y en González Suárez.

Y sobre todo, es el mismo material humano capaz de los tejidos de Otavalo, de las miniaturas de corozo de Riobamba, de los sombreros de toquilla de Manabí y de Cuenca.

El mismo material humano capaz de las tallas maravillosas en piedra y en madera, de los templos quiteños; de los imagineros populares que, desde el indio Caspicara, han inundado de maternidades y nacimientos a medio continente. De los pintores ascéticos y realistas de la Escuela Quiteña. De los alfombreros sin igual de Guano y de Los Chillos.

No es imposible –es muy posible, díselo la historia– la grandeza moral y material de los pueblos pequeños territorialmente. Cuando en 1938, en Bogotá, hice la entrega del busto de Montalvo por Mideros, a la ciudad cuatro veces centenaria, cuyo altísimo personero era –representando a la Patria colombiana– el puro demócrata Eduardo Santos; Baldomero Sanín Cano, “el maestro”, hizo el elogio de los pueblos chicos, y enalteció la posición intelectual y moral del Ecuador.

Calcémonos las borras de siete leguas en el espacio y, sobre todo, en el tiempo, para ver cómo la cuna y el clímax de las más altas civilizaciones humanas –en los aspectos moral, espiritual y material– han sido pueblos territorialmente diminutos:

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Israel, en el angosto valle regado por el Éufrates, el Jordán y el Tigris. Egipto, en torno de los deltas del Nilo y, más luminosa y clara, a la raíz de

inmortal, Patria de teorías, de conceptos, de hombres y de formas, que no han sido superados todavía...

Aún hoy, la barbarie grandota, la barbarie que solo concibe la civilización, la vida y la felicidad en magnitud geográ!ca, acaba de arrastrar a dos pueblos –que son casi solamente uno– de territorio pequeñín, que han sido para Europa

Velázquez y Gaya: Rembrandt. El Flandes de Erasmo, y del más alto metafísico y moralista de todos los tiempos: Benito Spinoza.

Pero, muy especialmente, el Flandes de los encajes de Malinas, de Bruselas, de Brujas; el Flandes de las universidades, como Lovaina, de las artesanías insuperadas como las de Roterdam y Lieja; el Flandes de los marineros y las grandes hazañas, cuyos hombres con la pipa en la boca, recorren todos los océanos, con sus mercancías...

Reissig y de Rodó, el pequeño Uruguay, en donde piensa profundamente y ejerce apostolado Carlos Vaz Ferreira; cantan mujeres excelsas como Juana de Ibarbourou. Se alza la nueva voz poética de América –¿verdad, Pablo Neruda?– con el acento grande y noble de Carlos Sabat Ercasty... Y se cultiva la pampa, poblada de ganados, y se tiene una moneda sana, y se tiene personalidad internacional, junto a poderosos, a desmesurados vecinos: Brasil y Argentina.

Sí se puede tener, hombres del Ecuador, derrotados sin pelea, “una

sabemos vencidos. No pongamos en este empeño, ingredientes de desánimo,

tener Patria”, Y que quienes más hagan –porque han de hacerla mejor– sean las gentes jóvenes de mi tierra: la fuerte y valerosa muchachada obrera que quiso defender la Patria y no tuvo ocasión. La muchachada universitaria que ya –para salvar el momento más turbio– puso la corona de duelo ante los héroes el día de la derrota de Río de Janeiro, y juró trabajar por la Patria. La muchachada militar que quiso cumplir con su deber. Concebir la Patria Nueva en grandeza moral y material, como el arquitecto delinea sus planos. Y construirla.

Nos quitaron la Patria que tuvimos, Ahora, es preciso “volver a tener Patria”.

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Sobre el hambre y la moral16

No esperéis gobiernos buenos en sociedades malas.Camilo Ponce Enríquez17

Sí. Las cosas están mal. Acaso nunca han estado peor. Pero eso –tan de!nitiva-mente grave– no justi!ca el desánimo, el desconcierto, la desmoralización de los pobladores progresistas de la Patria. Por esta sencilla razón: que nos hallamos en una pendiente, en un des!ladero pino hacia el desastre. Y es tiempo aún de contener las cosas.

Yo puedo a!rmar en esta carta que el Ecuador, en estos últimos tiempos,

Me ha tocado visitar en períodos sucesivos, casi todos los países. Y la comprobación es exasperante. Nuestros dos vecinos, Colombia y el Perú –a pesar de sus “monedas enfermas”– se han defendido con la pequeña y media industrialización y, a pesar de que sus productos básicos, café en Colombia, minerales en el Perú, han sido víctimas del sistema del “único comprador y el único vendedor”, que nos tiene reducidos a los países latinoamericanos a una colonialidad más cerrada y deprimente que la que nos impusieran España y Portugal en las primeras horas de nuestra vida. A pesar de todo eso, tienen un desahogo económico mayor y una vida menos opresiva, menos angustiosa que la que soportamos nosotros.

De allí esto que se ha dado en llamar la lepra del contrabando. Y esa lepra, ese mal horrible, consiste en esto: que nuestros vecinos producen todo más barato y mejor. Y que las gentes del Ecuador, para no morirse de hambre, de desnudez, no tienen más remedio que tratar de adquirir lo indispensable allí donde lo encuentran –a pesar de las gordas ganancias de los “heroicos” intermediarios– un poco más barato y un poco mejor. Se trata no de una ley económica, sino de algo más ineludible: una ley física, con sensibles parecidos con la ley de la gravedad. Más que economistas, vale la pena consultarse en este caso a físicos. Porque el artículo barato y bueno, como el agua, se introduce allí donde se lo necesita y no hay quien pueda ofrecerlo.

16 Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (cuarta), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 113-116.

17 Discurso pronunciado en la clausura del Congreso Eucarístico de Guayaquil. (Versión de El Comercio de Quito, septiembre 29 de 1958, página 3, columna quinta).

Nuevas cartas al Ecuador

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Estamos padeciendo con agudeza increíble, los fenómenos que describe Josué de Castro en sus libros maestros: Geopolítica del hambre y Geografía del hambre. Es la depresión de los desnutridos, de los menesterosos, de los hambrientos. Es la desmoralización de quienes se hallan al borde de la inanición. Es la tristeza de quienes comen mal y cuya economía biológica se encuentra totalmente insatisfecha.

No he de tener aquí el clamor dramático del dolor campesino y obrero. El grito del asesinato colectivo, del verdadero “genocidio” que se comete con muchas de nuestras poblaciones indígenas. No. Es la voz alta de la técnica, y de la técnica o!cial. Porque Josué de Castro no es un escritor comunista ni siquiera un militante de partidos nacionales de izquierda. Es el severo investigador brasileño que, después de una vida entera consagrada a los problemas de nutrición en su inmenso Brasil y luego en todo el continente y en el mundo, fue elegido en 1951 para el más alto cargo mundial en su ramo: Presidente del Consejo de la Organización de la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO).

Y Josué de Castro, al profundizar en las causas del hambre brasileña y el hambre de otros países latinoamericanos –entre los cuales se halla el nuestro, desde luego– señala las causas principales del tremendo "agelo, y las halla en el dominio de la tierra por latifundistas y terratenientes; en el olvido que, de la existencia de los hombres, del hombre incurrieron las clases dominantes desde la época del nacimiento de nuestras nacionalidades: en la monocultura que, con !nalidades egoístas, imprevisibles, han mantenido los explotadores de la tierra; y para ello exige acción gubernamental, efectiva injerencia del poder público en la dirección de la economía nacional.

El problema es moral, se a!rma por allí. Este es un pueblo malo que no merece sino gobiernos malos. Y en un párrafo que, francamente, debiera formar parte de una Antología del Disparate, o de un hilarante Disparatorio Nacional, se ha dicho lo siguiente, por parte de quien ejerce el cargo de Presidente de la República. Sí señor, lo siguiente, después de ponderar lo malo del pueblo que le ha tocado gobernar. Oídlo:

El Gobierno es el resultado de una simple operación política, que lucha contra el vicio y la corrupción, que los frena, pero que carece de fuerza y medios para sustituir a aquello que nace de las profundida-des familiares e individuales, determinando el rumbo sustantivo de las sociedades. Es más: los gobiernos, en el extremo caso, necesariamen-te tienen que llegar a expresar la !sonomía y el per!l de su fuente de

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origen representativo. Si las mayorías los eligen, las mayorías pronunciadas los conforman y los caracterizan. NO ESPERÉIS GOBIERNOS BUENOS EN SOCIEDADES MALAS, porque la POLÍTICA Y LA ÉTICA, querámoslo o no queramos, DE UNA U OTRA MANERA SE PRODUCEN JUNTAS18.

¿Que no es cierto que se exagera de mala fe? Pues allí está, escrito y publicado. No ha merecido una recti!cación autorizada. No es error de linotipo ni de armada. Tal como está ha sido dicho.

Una cosa así casi no necesita comentario. De entre el fárrago de palabras, asoma lo siguiente, con!rmación de lo que siempre ha emanado de la misma fuente: que hay pueblos buenos y pueblos malos; que los pueblos buenos producen gobiernos buenos como la tierra buena produce buenas mieses; que los pueblos malos producen gobiernos malos, como las tierras malas producen mieses malas. Y que, en suma, como nuestro pueblo es malo, corrompido, desfalcador, codicioso, contrabandista, ladrón, genocida, asesino (esta enumeración no es mía: mucho más largamente consta en el mismo documento al que pertenece el párrafo copiado). Pues como nuestro pueblo es todo eso, el gobierno que padece es todo eso. Más claro, pueblos buenos y pueblos malos. Una como doctrina de la predestinación, aplicada ya no a lo teológico sino a lo social. Pueblos buenos y pueblos malos; y nuestro pueblo, nuestro bondadoso y sufrido pueblo, el que tolera todo esto que está pasando, con tristeza y resignación verdaderamente cristianas, es un pueblo al que se cali!ca como malo por parte de quienes lo gobiernan.

Ya lo dijimos otra vez: la historia solamente registra buenos gobernantes cuando éstos han considerado buenos a sus pueblos. Ya en la carta anterior, citamos a San Luis, Rey de Francia.

Una a!rmación sí merece recogerse: que por propia confesión, recomendable por lo veraz y sincera, este gobierno se considera un mal gobierno. Claro que con la excusa de que es producto natural de un pueblo malo (a menos que, de acuerdo con lo que se ha a!rmado en el Congreso Eucarístico último, en Guayaquil éste sea el presidente de los ecuatorianos católicos, única y exclusivamente. Entonces, acaso todo tiene explicación: nadie conoce mejor las cosas propias que su dueño).

Yo creo, en cambio, que este es un pueblo bueno, probablemente bueno.

18 El Comercio, lunes 29 de septiembre de 1958, página tres, columna cinco. El resaltado es también del original.

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es un pueblo con hambre. Un pueblo al que se lo ha conducido al extremo límite de la pobreza, con el encarecimiento sin igual del precio de la vida; con la carga más absurda de impuestos indirectos de incidencia y repercusión inmediata sobre el consumidor; con el favorecimiento más desembozado de las argollas de privilegiados, en todos los campos, el político el de las concesiones y prebendas, el comercial, el constructivo; con la importación masiva de clérigos y monjas extranjeros, en servil imitación de García Moreno, para que vengan a sustituir al clero nacional, que siente el dolor de su Patria, porque le duele en su carne y en su barro; con el nepotismo más desenfrenado de la historia: cuatro o cinco apellidos se han distribuido la diplomacia, los altos cargos de jugoso rendimiento, las ventajas, las prebendas de toda especie.

Cuenta la historia que en la época de la inmunda corrupción de Bizancio –cuando el Imperio Romano se hallaba en la decadencia, la abyección y la miseria– los teólogos y moralistas se dedicaron a predicar moral apologética y dogmática, provocando las más arduas y disparatadas cuestiones. Las famosas cuestiones o discusiones bizantinas, que han pasado a la historia universal como las más absurdas y embobadoras, se preocuparon de la forma de las pailas del in!erno, si eran cónicas o redondas si los diablos tenían o no tenían cola. Y en torno a esas y otras gravísimas cuestiones, se armaban polémicas para engañar al pueblo que se moría de hambre, comido de las pestes y de los gusanos.

Estamos viviendo una nueva Bizancio. Con la sola diferencia de que al país hambriento que no se resigna a perecer por todas las enfermedades producidas por el hambre como las parasitarias –y últimamente, con caracteres alarmantes, el bocio–, se le reclama moral, después que se lo quiere deslumbrar con ceremonias multimillonarias de oro y pedrería, en mitras y capas pluviales, en nombre de la doctrina que predicara la pobreza, la humildad y el amor. En nombre de la doctrina de Aquel que, acompañado de doce pescadores con el pie en el suelo, dijo que es “más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico avaro entre al Reino de los Cielos”, y que durante toda su vida, tuvo solamente una túnica inconsútil, que los sayones la jugaron a los dados en el Gólgota.

La sabiduría latina sentenció: Primun vivere, deinde philosophari. Primero es vivir, es mantener la vida, defenderla, sana y alegre. Luego las prédicas moralizadoras, que deben comenzar con el ejemplo de quien las realiza. La prédica de moral, la prédica de resignación, es el recurso gastado de quienes quieren explotar a los pueblos y engañarlos, en medio del silencio

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humildoso y atemorizado de esos mismos pueblos. Nada más grotesco que reclamar moral a un pueblo hundido en la miseria más angustiosa de que se tenga memoria. Un pobre pueblo que ve que sus vecinos del Norte y del Sur, tiene de sobra géneros y alimentos, como Colombia y el Perú. Un pobre pueblo mal pagado, desatendido, cargado de impuestos, que tiene que recurrir a bene!ciarse del contrabando, para tener fósforos para encender su cocina, telas para vestirse, galletas para defenderse del pan malo y caro.

Pueblo malo. Gobierno malo. Recogemos la confesión que entraña la segunda parte.

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Sobre el atroz silencio y el elixir paregórico19

“Un atroz silencio”. La frase no es mía; es de Ortega y Gasset, al lamentar la muerte de Unamuno. Un atroz silencio había caído, como una maldición sobre esa tierra orgullosamente tropical, desde el advenimiento sorpresivo, injusto, inmerecido de un régimen minoritario –apenas un 27% del electorado efectivo– que ha hecho retroceder la marcha de la Patria en setenta años.

Nuestro país, al producirse su separación de Colombia en ese fatídico 13 de mayo de 1830 en que una “Junta de Notables” –siempre, desde entonces, unos cuantos notables han dispuesto de la suerte del país– resolvió que se inaugure la etapa "oreana; nuestro Ecuador ha tenido voces que interrumpie-ran ese “atroz silencio”. Que es el silencio de los pueblos que, calladamen-te, humildosamente, resignadamente, toleran a los mandoncillos que, por la fuerza de la cuartelada o por el fraude de los votos de millares de esclavos campesinos, se mantienen encaramados en las alturas del poder, haciendo y deshaciendo a su antojo de estas mesnadas de indios y de cholos que, según la casta dominante, son sus servidores naturales.

“Un atroz silencio”. Silencio del pueblo, silencio de los estudiantes, silencio apenas interrumpido de los partidos políticos. Y, cuando, al comenzar a llenarse la medida de las arbitrariedades hipócritas, sobre todo en los campos sagrados de la educación, el pueblo da señales de vida y se opone a esas arbitrarie-dades –como todo lo que es producto de este régimen confesadamente malo por boca de su personero– y los representantes de las actividades culturales atropelladas, dejan oír su voz; con extrañeza, con estupor, se lanza la queja indignada de la mandonería: “elementos políticos ubicados en la oposición, de unas semanas a esta parte, quieren destruir esa atmósfera de paz, de armonía, de orden y progreso, valiéndose de planteamientos arti!ciosos y vacíos”.

Se ha tenido la audacia, el atrevimiento inaudito de romper el “atroz silencio” de tumba en que se hallaba sumergido el Ecuador. Se ha tenido la audacia, el atrevimiento, propio de “cholos alzados”, de interrumpir la paz varsoviana o mejor aún “paz romana” –¿no será “paz española” o dominicana?– en que se pretende mantener, generosamente al Ecuador. Esa dulce paz del silencio de todos, que permite felices digestiones con regüeldos a quienes se estaban acostumbrando a la placidez de engañar a gentes que, aparentemente, se hallaban satisfechas con el engaño y la tomadura del pelo.

19 Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (quinta), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 117-120.

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Ahora ya no es simplemente aquella tontería épica del “mejor gobierno del hemisferio occidental”, que ha producido la gran carcajada de la gentes de fuera y dentro del país. Ahora en pleno Senado de la República, se ha dicho esta linda cosa, que si no la hubiesen transmitido las radioemisoras a millares de oídos se pudiera decir que es calumnia, que es exageración proselitista, afán sectario de acusación a esto que llaman el Régimen. Esta lindísima cosa: “Desde el Río Grande hasta la Patagonia, somos el pueblo más feliz, más respetado, que goza de mayores comodidades, de mejor nivel de vida. La memoria in!el puede haber determinado el cambio de alguna palabra: pero el sentido era ese. El ridículo sin linderos de la frasecilla pretenciosa: “el mejor gobierno del hemisferio occidental”, ha sido corregida, con modestia y humildad franciscanas; se ha excluido a los Estados Unidos, al Canadá y al Polo Norte. Pero hemos mirado con ojos compasivos a ese pobre México, esa desgraciada Colombia, ese infeliz Perú, ese mísero Brasil, ese lamentable

social-cristiano calzados con régimen social-cristiano, bien vestidos y mejor alojados por el régimen social-cristiano ¿Qué es el país más caro de América Latina? Pues –y eso lo dijo en forma inefable, como sólo él lo sabe hacer, otro legislador– mientras más caro está un país, se halla económicamente mejor.

Y entonces esa monserga inadmisible, de franca imposición colonialis-ta e imperial, de que tenemos “moneda sana”, porque mantiene un curso !ngidamente estable frente a una moneda extranjera, frente a la moneda del “único vendedor y del único comprador”, porque este feliz Ecuador, ha resuelto ser “más papista que el Papa”.

¿Qué compra, cuánto compra el sucre actual, de papas, de sal, de maíz, de harina, de telas de vestir, el sucre ecuatoriano, “la moneda sana”? Perdón, mil veces perdón, por invadir el predio inaccesible de los “economistas”. ¿Economistas? No se ha sabido ni se ha ofrecido, como dicen las comadres. Y aquellos que dirigen con éxito formidables y triunfadoras instituciones de crédito, han emitido opiniones francamente respetables en este sentido. Poder de compra relativo y poder de compra absoluto, inferiores a las monedas de apariencia más débil en el panorama americano. Poder de compra absoluto, ya sea con el patrón horas-trabajo, ya con el más sencillo de sueldos y salarios: el profesor universitario argentino puede ya vivir, modestamente, con su sueldo. El profesor universitario ecuatoriano, no tiene, con su sueldo, ni para pagar un modesto alojamiento que, en todas partes, y dentro del sistema capitalista, no debe exceder del 20% del salario total. Y qué decir del burócrata de situación

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A mi regreso al país, me he encontrado con que hay que comprar fósforos colombianos o peruanos –o no comprar nada–; que hay que comprar sal, sí señores ricos que todo lo tienen, sal colombiana, porque no hay sal nacional. Y nada digo de todos los demás elementos fundamentales de la vida: vestido, vivienda, distracciones. Un buen consejo a los amigos del régimen que hacen esas a!rmaciones inefables: se puede engañar a la conciencia por un tiempo, a la libertad también por algún tiempo, a la cultura igualmente: pero al

a a!rmar que nuestros gobernantes son buenos mozos, bien vestidos –con aquellos sombreritos sin ala y con pluma–, de buenas familias, “de gente bien”; que no hay cholos desgraciados (pueden haber cholos felices y con buen sueldo) en este gobierno en el escaso tiempo será que les queda, van a liquidar “el gamonalismo, el feudalismo y el latifundismo”, según la solemne promesa preelectoral. Todo eso, hasta la tomadura de pelo formidable del puente sobre el Río Guayas sin empréstito pero con una deudita de doce millones de dólares. Todo eso puede ser aguantado, que no creído, por el tranquilo pueblo de la Patria. Pero las cosas del estómago, no, señores legisladores de extrema derecha. Las cosas del estómago, no. A la misma hora en que tamañas e inefables cosas se aseguran en la euforia de una buena digestión “con tres platos y tres vinos”, según el consejo de Brillat-Savarín, los niños hambrientos lloran en el tugurio, el pobre empleado público remienda su camisa y pone parches a los “fondillos” de su pantalón, y el pobre maestro de escuela ejerce aquel derecho al que se re!rió Odilón-Redón; el sagrado e inalienable derecho de morirse de hambre.

Es este un buen consejo. Con el estómago, no. Con el estómago, no, señores legisladores de la extrema derecha o de lo contrario, que se adopte la sabia solución que un recordado y querido huésped nuestro, practicaba para no dar mucho de comer a sus invitados y que estos no reclamen: un buen

semidormidos, ajenos al hambre y a las preocupaciones, tenían los ojos dulces, el hablar bajito y reposado y un incontenible deseo de recostarse sobre divanes y almohadones.

Al pueblo de esta tierra habría que administrarle una dosis masiva de elixir paregórico. Mezclado en los tanques del agua potable, en las pocas ciudades de este país rico y feliz donde esas instalaciones existen, o en las vertientes y en los aljibes, en la inmensa cantidad de pueblos donde esos servicios son desconocidos en el país más “rico, feliz y respetado, desde el Río Grande hasta la Patagonia”. No soy economista. No conozco las cotizaciones internacionales

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del elíxir paregórico. No podría decir si una importación masiva de esta noble sustancia produciría un “drenaje de divisas” en el Banco Central. Como no soy economista.

Pero así, groso modo –como son mis conceptos económicos de profano, de ajeno al sancta santorum de los discípulos del señor Intriago– puedo permitirme a!rmar que costará menos el elixir paregórico, que dar de comer racionalmente a este pueblo hambriento, hoy como nunca, hambriento. Aunque, bien visto, acaso lo mejor será continuar así, en esta “abominación de la desolación”, hasta que esta cholería que nos avergüenza, y que se “está alzando a mayores”, muera de inanición, oyendo los eufóricos discursos de los legisladores de extrema derecha y “confortado con todos los auxilios del social-cristianismo”.

En la pintoresca y divertida declaración del personero mayor que comentamos al principio, se dicen cosas tan realmente hilarantes y chistosas como esta: que los chicos descalzos que han tenido la incali!cable pretensión de asistir a las escuelas públicas, han ido “involuntariamente descalzos”. Expresión de antología de la risa, que hay que retener.

“Involuntariamente descalzos”, como involuntariamente rotosos, involuntariamente hambrientos y, sobre todo; involuntariamente pobres... Así piensan los señores de allá arriba: los chicos van descalzos por malcriados,

país del “mejor gobierno del hemisferio occidental”, o del país más respetado y feliz “desde el Río Grande hasta la Patagonia”, es una a!rmación injusta y subversiva de oposicionistas sin conciencia.

Oposicionista sin conciencia el Senador por la Educación Pública, Alfredo Pérez Guerrero, a quien se inculpa frontalmente de haber anunciado “que se acudirá, llegado el caso, a las Fuerzas Armadas”. Y Pérez Guerrero, quien está llevando una “moderación heroica” para no exponer a la Universidad a las iras y bajezas de que ya fue víctima la Casa de la Cultura. Cuando se le quitaron –así, se le quitaron– los fondos dados para la construcción del edi!cio que habría mostrado al Ecuador como a un país actualmente culto, los diez millones de sucres en bonos dados por el gobierno anterior. Y Pérez Guerrero, que no se aparta un centímetro de lo jurídico en sus reclamacio-nes o en sus protestas, es considerado como “elemento político ubicado en la oposición, que quiere destruir esa atmósfera de paz y armonía, etc., valiéndose de planteamientos vacíos, etc.” (yo que detesto los etcéteras, tengo que usarlos en casos como éste).

Lo que se quiere es el “atroz silencio”. El cómodo silencio de la resignación.

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Sobre la función del Parlamento20

…cuando hay libertad aumentan

el poder y la riqueza de los ciudadanos. Meditando en qué consiste que los

pueblos antiguos fueron más amantes de la libertad que los actuales, creo que

procede del mismo motivo que hace ahora a los hombres menos fuertes, cuál es la diferencia de educación, fundada

en la diferencia de religión.Nicolás Maquiavelo, El Príncipe

Índice lamentable del estado de conformismo resignado y quieto en que se ha estancado la vida nacional, es la expresión de júbilo con que se registra en una parte de la prensa nacional –no felizmente en toda– el !nal de los períodos legislativos, por de!cientes, por malos que estos hayan sido.

¿Cuál es la obvia traducción de esta alegría? Sencillamente, ésta: por !n se van los agua!estas, que vienen a interrumpir nuestra canónica, episcopal, cardenalicia digestión de gentes bien comidas, de gentes satisfechas con el delicioso y tranquilo no-hacer-nada del mejor gobierno que existe desde el Río

han osado molestar a los amos bondadosos que el Cielo nos ha deparado, sin contemplar nuestros muchos y muy grandes pecados.

Literatura de “longos labrados”, de “sirvientes de casa grande”, cuya misión parece ser la de velar porque en la alcoba turbulenta se refocilen a sus anchas los patrones, sin que nadie –menos aún estos cholos y chagras atrevidos– ose interrumpir el sueño del “niño patrón”, intolerable osadía. Que cada cual “reconozca su puesto”: los amos, a la mesa y a la cama. Los criados, a la cocina y al pesebre.

Esta vez ha sido así. Los dos años de felicidad bien ganada de los “patrones naturales” han sido interrumpidos por la algarabía de unas gentes –eso de que sean ciudadanos ecuatorianos contribuyentes no importa– que se han creído con derecho para venir, desde todas las esquinas de la Rosa de los Vientos de la Patria, a preguntar qué se hace con el dinero que se le atrae al pueblo cada vez

20 Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (décima), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 139-142.

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más ávida, más vorazmente; a preguntar por qué “el pueblo más feliz situado entre el Río Bravo y la Patagonia”, se está muriendo, literalmente, de hambre, y tiene que recurrir al arbitrio del contrabando por todas las fronteras, para poderse vestir, para poder comer; a preguntar por qué las carreteras que hace algunos años salieron con varias direcciones se han quedado paradas en medio camino y son, como lo dijera el chusco Excelentísimo Señor de otrora, “más anchas que largas”.

¿Por qué y con qué derecho, han dicho esos comentaristas lacayunos, se ha venido a interrumpir esta paz llena de dulces rumores de millares de frailes y monjitas, cuyo solo pecado es enseñar la oración fervorosa:

“Contigo me acuesto, contigo me levanto...”,

y después conducir, como se conduce a los mansos rebaños al corral, a las niñas y niños –cartas cantan– escolares para que voten por los “candidatos del orden”? Cholos atrevidos: claro que han de oponerse, si se trata de frailecitos españoles, de esos que cartuchera al cinto, mataron “rojillos” en las sierras del Guadarrama, en la meseta castellana, en las vegas andaluzas de esos que enturbiaron la límpida mirada y acallaron la más bella voz del idioma: Federico García Lorca. O truncaron esa melodiosa y santa vida joven de poeta y de

En la noche !nal del Congreso –en la que agrias voces de esbirros profanan con sus estridencias el Salón de la ciudad– los sayones pesquisas del régimen cumplieron su deprimente misión: insultar a los legisladores independientes y democráticos. Exactamente, la misma misión encomendada a los caballos en el des!le cívico de Guayaquil el único des!le verdaderamente cívico, porque era del pueblo: atropellar al pensamiento libre, a la idea progresista.

Pues bien: los comentaristas –felizmente pocos señalados por todos– que han tomado esa posición, no han hecho sino sumarse a los caballos del atropello de Guayaquil y a los esbirros lanzacohetes y lanza-petardos del atropello de Quito. Es simplemente el cumplimiento estricto de una misión funcional: el

conocemos la producción natural del esbirro!La función del Parlamento –mil veces se lo ha dicho– no es fundamental-

mente la de dar decretitos en bien de esta cosa o de la otra. A eso, los esbirros le llaman pomposamente, “trabajar”. En cambio, “perder el tiempo”, es hacer el esfuerzo normal que el presidiario hace para romper las cadenas. Los esbirros habrían querido que el congreso “trabajara” y no “perdiera el tiempo”. En otras

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palabras que, sumisamente, acepte el Parlamento ecuatoriano la imposición, el desplante, la arbitrariedad, porque viene desde “arriba”, porque emana de los amos, de quienes, por derecho divino, tienen el poder de hacer y deshacer –más deshacer que hacer– de este país, esta Patria y este pueblo.

No, señores: todos los parlamentos del mundo tienen como alta misión fundamental la de enaltecer y a!rmar las esencias superiores de la Patria: su libertad, singularmente, cuando ésta se halla en peligro.

Y en esta ocasión la libertad esencial del Ecuador se halla en peligro, por la naturaleza y la substancia de las doctrinas de retroceso y reacción enarboladas por el grupo encaramado en el poder. Preguntado el Jefe de ese Grupo, sobre si el laicismo sería abolido, si los conservadores se consolidan en el poder del Estado, contestó rotunda y abiertamente: “Sí”, en memorable sesión del Congreso ecuatoriano, y en el curso de las intervenciones, en forma jesuística que no engaña a nadie, se reiteró por boca de casi todos los conservado-res y social-cristianos, que se respetará el laicismo por ser una institución constitucional, pero que se tratará de reformar la Constitución nacional con el !n de abolirlo.

La libertad esencial del Ecuador se halla en peligro: porque la máxima conquista liberadora de la era nacional iniciada en junio de 1895, es precisamen-te la de eliminar los dogmatismos confesionales en la educación, en la política, en la expresión del pensamiento, en todo. El Estado laico, la secularización de la vida en todos sus aspectos: he allí la verdad mayor de la libertad humana. El Estado perfecto para que "orezcan el amor a la Patria, las creencias religiosas, las ideologías políticas. Es a favor del laicismo, que tiene validez una sincera confesión religiosa, un apasionado pensamiento político, una voluntad humana de heroísmo. Cuando se ha nacido y crecido deformado por el corsé del dogma; o se ha sido una escuálida "or del invernadero del confesionalismo impuesto y de la creencia obligatoria, entonces la personalidad no se expresa con autenticidad, y de allí el nacimiento de todas las hipocresías; y de allí el origen de los transfugios y las apostasías.

La función del Parlamento, que tanto ha estorbado a ciertos comentaris-tas de prensa “democrática”, es la de defender la integridad del hombre y su conciencia; defender la conciencia y el alma de la Patria. ¿De qué sirve colaborar en el “trabajo” de decretillos inútiles que, cuando son adjetivamente buenos, solo han de servir para consolidar y robustecer las cadenas espirituales y materiales de la Patria?

De allí los aplausos reaccionarios a los legisladores “constructivos”, a los

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otra cosa han de hacer –en cualquier sitio del mundo– los parlamentarios, sino política? Lo que no han de hacer los parlamentarios, porque invisten representación popular, es acto de esbirrismo. Porque el pueblo, a menos que se halle acanallado por la tiranía del hambre o por la de la imposición de los amos, no es, no puede ser esbirro.

El Parlamento de 1958 puede pasar limpia y decorosamente a la historia, porque su minoría democrática se alzó en defensa del laicismo. Porque señaló con el dedo a los hipócritas atropelladores de la libertad del pueblo, a los que echaron las caballadas sobre representantes de la nación que defendían una garantía constitucional. Porque marcaron los primeros pasos de rebeldía y alentaron al país contra estos regímenes pacatos, taimados, hipócritas que hacen caer en sus redes a los ingenuos, a los susceptibles de adulación y elogio, a los “pobres de espíritu y de corazón”. ¿Y los decretitos creando impuestos que agraven el hambre y la desnudez del pueblo? Bendita la hora y benditos los no “trabajadores” que se abstuvieron de expedirlos... Sin embargo, los “trabajadores” y “constructivos”, dieron tiempo para comprometer el ya exhausto crédito nacional, con autorización de empréstitos para la inmensa tomadura de pelo que es el puente sobre el Guayas y para los edi!cios suntuarios, desproporcionados a nuestras posibilidades, para la Conferencia Interamericana, descuidando, naturalmente, los pedidos de la Capital de la República, que es lo único que debió hacerse para la tan llevada y traída Conferencia.

Los “trabajadores”, aplaudidos por ciertos comentaristas, fueron tan e!caces y laboriosos, que se dieron modos a elevar impuestos, a agravar el hambre popular en bene!cio de grandes edi!cios que “conviene” construir...

Los demagogos, los obstruccionistas, los ociosos, no hicieron otra cosa que defender la libertad...

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Sobre la unidad de las izquierdas y... los frailes extranjeros21

...son los monjes y las monjas, son los dos paternales y las tías maternales los que mantienen la tradición religiosa cristiana, los que educan a la juventud. Pero como tienen que educarla para el mundo, para el siglo, para ser padres y madres de familia, para la vida civil, política, de aquí la contradicción íntima de su enseñanza. Una abeja podrá enseñar a otra abeja a construir una celda, pero no puede enseñar a un zángano a fecundar a la reina.

Miguel de Unamuno22

la unidad, de la uni!cación del pueblo ecuatoriano, para abolir el lamentable castigo a que se nos tiene sometidos.

Y digo, escuetamente, del pueblo ecuatoriano. Sin la innecesaria aclaración de “pueblo ecuatoriano libre”. Porque, es elemental: todo el pueblo ecuatoriano es demócrata y libre. La historia auténtica –que recién se ha comenzado a escribir, a pesar de academias y poseedores de archivos familiares, que deberían ser archivos de la Patria– lo puede comprobar con amplitud y verdad. Porque, no es pueblo ecuatoriano, el grupillo de gamonales que se han apropiado de Cristo, para hacer todo lo que no quería Cristo que se hiciera con los hombres: explotarlos, esclavizarlos, matarlos de hambre. No, eso no es, no puede ser nunca el pueblo ecuatoriano, la víctima eterna de los opresores. Y de unos opresores sin talento, sin validez humana, sin sentido de progreso ni del país, ni siquiera de ellos mismos.

¿En qué lugar del Evangelio –señores de la jerarquía eclesiástica o de la jerarquía gamonalicia, que anda haciendo ridiculeces en España, a caza de títulos burlescos– en qué lugar del Evangelio se encuentra el mandato de exclamar al indio? A menos que, como lo hiciera el tremendo fraile Juan Ginés de Sepúlveda, los actuales condesillos y marquesillos de opereta que nos están asomando, estén convencidos de que los indios no son hombres, son “bruta

21Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (decimocuarta), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 155-158.

22 Miguel de Unamuno, La agonía del cristianismo, Buenos Aires, Editorial Losada, 1964, p. 90.

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animalia”, bestias de carga, a los que hay que explotar hasta que revierten, sin darles de comer ni de vestir ¿Y dónde, entre los “ministros del Señor”, asoma un santo y sabio Fray Bartolomé de las Casas, que tome por su cuenta la causa de esos hermanos en Cristo, los de!enda y ampare? Muy al contrario: el clérigo importado en cantidades masivas, es simplemente el falangista alquilado para venir a profanar el nombre de Jesús, apoyando a los contraventores de su doctrina de amor y defensa de los débiles ¿Dónde, en nuestro país, el Padre Francisco de Vitoria, el padre Pedro de Gante, el Obispo Garcés, el canónigo Palacios Rubios? Desgraciadamente, lo hemos de confesar con lástima, el Ministro del Altar entre nosotros, ha sido y es el natural aliado de los explotadores, de los que esclavizan a sus semejantes, de los que –acaso siguiendo las doctrinas nefastas que en el siglo XVI profesaran Ginés de Sepúlveda y Tomás de Torquemada– están siempre de parte de los “sepulcros blanqueados, raza de víboras”, de los que han convertido la “casa de oración en cueva de ladrones” y en contra de aquellos que, por pobrecitos y humildes, fueron ensalzados en el Sermón de la Montaña, esa página revolucionaria como pocas en la historia humana que, si fuera lanzada hoy, se la consideraría del más tremendo, del más condenable comunismo:

“Bienaventurados los pobres: porque vuestro es el reino de Dios”.“Bienaventurados los que ahora tenéis hambre: porque hartos seréis”.

23.

Pero, de todos modos, el cura de almas nacional tiene apego a su tierra y siente el dolor y el júbilo de lo ecuatoriano. Le interesa la historia, la geografía, la economía del Ecuador. Ama el paisaje, las mieses, las frutas, los ríos y los mares de la Patria. Un cura guayaquileño está vinculado a la suerte de sus ríos, y el Guayas, sin literatura, es algo padre y madre para él. Y el cura serrano ama sus montañas, sus laderas, indígena casi siempre, mestizo siempre, como el Señor Cardenal quiteño, que debe sentir el orgullo de ser barro, del sol y del aire de su tierra.

¿Pero el cura extranjero, importado con designio político y consigna sectarias? ¿Qué le puede importar al comboniano, claretiano y todas las gamas del jesuitismo universal, las fronteras de la Patria, en las famosas escuelas !sco-misionales?

23 Evangelio de San Lucas, capítulo VI, versículos 20-25.

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Amo al extranjero que viene a nuestra tierra en busca de un buen lugar del mundo para vivir, amar y morir. Amo al extranjero que a causa de la resaca de las dictaduras fascistas y nazistas, se ha volcado con su amor a la vida y su fuerza de trabajo hacia nuestro país. Cuánto le debemos. Cuánto ha contribuido a nuestro desarrollo, a nuestro progreso, a nuestra vitalidad.

Amo al extranjero que viene a poblar y enriquecer de trabajo y amor, los campos y las ciudades de la Patria. Amo al extranjero que viene a tener hijos en el suelo de la Patria, cumpliendo el bíblico “creced y multiplicaos” y el decir sarmientino: “gobernar es poblar”. Anchos son los caminos del mundo para quien quiera llegar hasta nosotros trayéndonos la vida, la esperanza, la alegría. Para quien nos traiga el poder de sus brazos, la habilidad de sus manos, su capacidad técnica, su corazón abierto a todas las ideas y todas las labores.

Amo al extranjero que viene a identi!carse con la móvil vid de la Patria. Al que nos trae una enseñanza, un saber, una habilidad. Al que viene a decimos algo que nos toni!que, con la palabra o con la acción. Soy el partidario más ferviente de una buena inmigración extranjera que venga a traermos un poco de aquello que las viejas civilizaciones han atesorado en siglos: el que nos plante una viña, nos traiga un chanchito, nos enseñe a manejar un telar o a modelar el barro. El que nos venga a decir cómo se combaten los males de las plantas nuestras, sobre todo de aquellas que son nuestro tesoro: el cacao, el banano, el café, las frutas y los cereales.

En México, en torno al lago de Pátzcuaro, desde las praderas de Tzintzunzan, e incluso la isla sagrada de Janitzio, se venera el recuerdo de la !gura hoy ya casi mitológica de TATA VASCO, el fraile bendito y santo, Don Vasco de Quiroga, que les trajo a los indios michoacanos el “puerquito de Nuestro Señor”, “el marranito de Dios”, desde la lejana metrópoli española. Que les enseñó a tejer y a manejar el barro, que les dio la sabiduría de enhebrar una aguja, para unir mejor las dos partes de un zarape. El recuerdo de aquella noble !gura de evangelizador y, sobre todo, hombre bueno a la medida del Cristo, "ota por sobre esos campos, esos ríos y esos lagos. Y, para los indios, es como una advocación consoladora, que sana a los marranitos enfermos, al ternerillo "acucho, a las gallinas con pepita. Porque todo eso hacía en vida, los pies descalzos, caminando por el fragor de la sierra y navegando por sobre el lago, ese clérigo que cumplió su misión evangélica: estuvo cerca de los pobres explotados y no cerca de los ricos explotadores.

Alguna vez, en el clero nacional ecuatoriano, se encuentran ejemplos parecidos de abnegación y cristianismo verdadero. Pero esas son las ovejas negras del redil sumiso de servidores de los amos. A ese buen cura de almas, se

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lo calumnia ante el Obispo y, casi siempre, se le aplica el sambenito trágico: es un cura comunista, que solivianta a los indios mitayos y a los cholos alzados.

Pero, en todos los casos, el cura nacional, es un ecuatoriano. Es producto de este sol y esta tierra. Le interesan sus fronteras, su progreso, su economía, el bienestar de sus compatriotas. Y, por ello mismo, es menos sumiso a la voluntad autoritaria y explotadora de los gamonales.

No quiero dar nombres, aunque pudiera hacerlo. Pero sé que haría un mal positivo a esos sacerdotes “según la ley de Dios”, que llevan dentro la inspiración evangélica y ponen en sus obras la unción que ponía en las suyas un San Vicente de Paúl, el santo de los galeotes, de las enfermedades y de la pobreza; un San Pedro Claver, protector de los esclavos. Bendito el eclesiástico

enseñarles a odiar, sino para adoctrinarlos en amor; cuando se llama Federico González Suárez, y cuenta las cosas más duras de quienes, amparados en sus vestiduras eclesiásticas, corrompieron la sociedad colonial con sus escándalos.

Extranjero debía ser el famoso Obispo Schumacher, que lanzaba a unos ecuatorianos contra otros, en la guerra fratricida de los gamonales explotadores contra el esfuerzo libertador de Alfaro: aquel tremendo basilisco que, en una pastoral, así en una pastoral, dijo:

Monstruo es del in!erno, espantoso e indescriptible, el liberalismo y el radicalismo: es la gran ramera de Babilonia, que vio San Juan en el Apocalipsis, como una mujer sentada sobre una bestia, llena de nombres de blasfemia. Con nosotros está Dios, con nosotros la

tened buen ánimo!

Polluelos de Schumacher, los frailes extranjeros que nos están llegando en bandadas de cuervos, con el pretexto de escuelas !sco-misionales y de encargados de civilizar y colonizar, ya no al Oriente ecuatoriano, sino a las más viriles y liberales provincias de la Costa: Esmeraldas, El Oro y Los Ríos. Ellos, como aquel Obispo nefando, que nada tenía de pastor de ovejas, sino de sargento de carabineros rurales, que invitaba a tomar las armas para matar ecuatorianos.

La guerra civil está encendiéndose ya, en el seno de la Patria, que había ya avanzado un poco en el camino de su integración. Porque, señores de la

pretensión de hacer de un pueblo joven y que debiera estar en marcha, un

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pueblo envejecido derrumbado y caduco, es contraria a la naturaleza de las cosas. Es un pecado contra natura, que no hemos de dejar que prospere.

El Ecuador, ya merece que sus hijos hagan el esfuerzo supremo para impedir su ruina de!nitiva, su aniquilamiento, entre llamaradas de odio que ya se están encendiendo y –lo que es peor aún– en el lodo viscoso de la ineptitud.

seriamente de la unidad, de la uni!cación de las gentes progresistas, en un gesto supremo de salvación pública. No dejemos que el Ecuador sucumba, no siquiera en actitud heroica, “al aire libre y con el arma al brazo”, como pedía el gran Arzobispo, sino en esta ciénaga pestilente, en que nos estamos hundiendo un poquito más cada día: ciénaga de retroceso histórico, ciénaga de beatería de siglos ya pasados, ciénaga de hambre.

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Sobre la marcha de América hacia la libertad24

Los pueblos se amasan con sangre de hombres.José Martí

Sí. Es verdad. Los procedimientos dictatoriales a la antigua –a la antigua entre nosotros– no son aplicables al momento actual. Nuestra historia está, realmente, desprovista de grandes tiranías. La única de cierta estatura que tuviéramos, el régimen garciano, fue abatida heroicamente cuando se sintió el peligro de que se convirtiera en “dictadura perpetua”. Las demás, han sido conatos, amagos dictatoriales, esporádicos, pasajeros, sin sistema: así el propio Flores, Veintimilla, Caamaño, Páez y Velasco Ibarra. ¿Dónde entre nosotros –como la única excepción anotada, o sea García Moreno– tiranías como las de Rodríguez de Francia, López de Santa Anna. Rosas, Melgarejo, Juan Vicente Gómez, Mator de la Patria y Trujillo Molina?

Nuestro pueblo no ha soportado los regímenes de fuerza ni los regímenes de engaño. Tarde o temprano se ha sacudido de ellos. Fuerza, energía para guardar la paz pública, las conquistas humanas adquiridas, claro está, han sido empleadas por algunos de nuestros más egregios gobernantes: Rocafuerte, Urbina y Eloy Alfaro. Pero esa fuerza, esa energía, fueron empleadas para defender a la Patria, para defender al hombre.

Existe una cantilena convertida en clisé, que todos los mediocres repiten: “Rocafuerte fue más dictatorial que García Moreno; Rocafuerte fusiló, numéricamente, tantas o más personas que García Moreno”. Pero, no advierten las sustanciales diferencias. Mientras el hombre del siglo, “aventurero de la libertad”, como Miranda o Antonio de Nariño, tuvo que refrenar la insaciable y rapaz audacia de los soldados venezolanos traídos por Flores, y tuvo que buscar una fórmula para “ecuatorianizar al Ecuador”; el otro, el tirano reaccionario, persiguió a patriotas, a insurgentes de altísima calidad moral y política como el Doctor Juan Borja, el General Maldonado, el liberal argentino Doctor Santiago Viola, los héroes, ancianos inválidos y niños de la tragedia monstruosa por su crueldad de Jambelí. Un político y escritor nacional, cuyo amor por García Moreno nadie puede poner en duda, el

24 Tomado de: Benjamín Carrión, Cartas y nuevas cartas al Ecuador (decimoséptima), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2012, pp. 167-170.

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Doctor José María Velasco Ibarra explica, en artículo publicado en el Boletín de la Biblioteca Nacional, en el año 1921, estos tan pregonados actos de fuerza del Presidente Rocafuerte, a los que se les aplica el simplista criterio aritmético, de número, para justi!car al otro, al tirano. Dice Velasco Ibarra:

La mayor parte de los revoltosos a quienes Rocafuerte hizo fusilar, fueron venezolanos y granadinos; pertenecieron al ejército que se quedó acá después de la independencia y contra el cual se levantaban tantas

y elocuente explicación de los actos severos del Presidente Rocafuerte; era menester reprimir a la soldadesca extranjera, acostumbrada en tiempo del General venezolano Flores a oprimir criminalmente a la sociedad ecuatoriana.

medidas de fuerza para defender la libertad humana y los que emplean medidas de fuerza para oprimir al hombre. Entre los que emplean medidas de fuerza para defender a su Patria, y los que emplean medidas de fuerza para entregarla, sea a un enemigo actual, como Castilla en el caso de García Moreno, o a una potencia lejana como Francia, en el caso del mismo tirano.

Pudieron haber ejercitado la fuerza, Bolívar, Washington, San Martín y Morelos. Pero no pudieron ni pueden ejercitar Rosas, Melgarejo, García Moreno, Juan Vicente Gómez, Batista, Pérez Jiménez y Trujillo la fuerza, la compulsión –disminución de las libertades humanas– pueden justi!car-se cuando se trate del a!anzamiento, perduración y defensa de esas mismas libertades. Nunca puede justi!carse la fuerza, la violencia, para disminuir, desterrar y quebrantar la libertad de los hombres. De allí que, mientras se habría podido justi!car y hasta aplaudir el empleo de la fuerza en un hombre arcangélico como José Martí, que dedicó toda su vida a luchar por el triunfo de la libertad de su Patria y de los hombres del mundo; es abominable el empleo de la misma fuerza en Trujillo Molina o García Moreno, dictadores sombríos y diabólicos, cuya misión al frente del poder, parece haber sido la

mediocres hacen de nuestro único tirano, de que hacía temblar a las gentes, es la peor de las condenaciones y de las diatribas:

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Vámonos al monte,allá viviremos,

sin que nos alcanceni García Moreno.

Alguien ha dicho que nada se saca con disminuir nuestras !guras históricas. Entre la verdad y Platón, nos pronunciaremos siempre por la verdad. Y sobre todo, en casos en que la mentira histórica se la ha empleado en forma tendenciosa, creando mitos en la imaginación popular, engrandecien-do a !guras de tiranos, de matadores de hombres, por la sola razón de que esos tiranos han sido favorables –no al cristianismo, que es teoría de paz, mansedumbre, piedad– a tendencias de dominación de unos hombres sobre otros, que se quiere intensi!car ahora, en pleno siglo XX. Existimos hombres que no queremos que la !gura matriz de nuestra Patria, sea la !gura de un tirano, sino la de hombres de libertad. Preferimos a Espejo y a Montalvo, a Rocafuerte y Alfaro. Y entre los teóricos de la convivencia humana, preferimos a Kant, a Rousseau, a Bolívar y Martí, antes que a Donoso Cortés, el valido de la “Reina Castiza”, doña Isabel II. Ese Donoso Cortés, que es el libro de cabecera de los aprendices de dictadores que todavía quedan, a pesar de las fugas de Perón, de Rojas Pinilla, de Pérez Jiménez y Fulgencio Batista.

Cuando un país como Cuba, tiene siempre por delante la lección de cultura y libertad dada por el más grande de los americanos después de Bolívar: Martí, y su lección de justicia y de bondad, ese país se sacudirá por sí mismo de las dictaduras que se han mantenido por el estímulo exterior, que pre!ere al tirano amigo, para aliado en la defensa de la democracia. Y así, es posible este milagro de un Fidel Castro, que galvaniza a su pueblo, electriza a sus estudiantes universitarios –juventud que hizo sus cursos de heroísmo en las breñas de la Sierra Maestra, con más provecho que sus cursos de egoísta profesionalismo– y mantiene a un pueblo entero en trance de heroísmo, en olor de santidad patriótica, durante años de resistencia sacri!cada, a la orilla de la muerte. De esa muerte causada por los armamentos que se suministran a los tiranos para la defensa de esto que se ha dado en llamar “el mundo libre”, gobernado por Trujillos y Somozas todavía.

Justamente, para combatir las tiranías de América, con Rómulo Betancourt y Germán Arciniegas resolvimos fundar una colección de biografías de los peores tiranos de la historia de este continente. Rómulo escribiría la de Gómez, yo la de García Moreno, Raúl Roa la de Machado y así. Ellos tuvieron menesteres de mayor urgencia. Yo sí cumplí el compromiso y escribí la

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historia del tirano de mi Patria. La teoría nos parecía justa, jesuítica, ignaciana: más se entusiasma a la gente para la acción contando las obras del mal que hay que evitar, que las obras del bien que hay que imitar. Más bienes puede hacer a la libertad la biografía de Rosas –por el horror que inspira– que la biografía de Sarmiento, por el ejemplo bené!co que ofrece. Más gentes se han ido al cielo por miedo del in!erno que por ansias de ir al cielo. En los sermones de las Postrimerías: muerte, juicio, in!erno y gloria, los Reverendos Padres ponen más énfasis en las tres primeras, las que inspiran terror, “temor de Dios” como se dice; que en la última, la gloria, que tiene por !n inspirar “amor de Dios”, que es lo que quiso inspirar siempre el Cristo. Pero así son las cosas. Y es por eso, seguramente, por qué Jesús no vuelve.

democracia, que los han considerado los mejores amigos del “mundo libre”–, la caída de Rojas Pinilla, Pérez Jiménez y Fulgencio Batista, demostrando están que América no acepta dictaduras ni dictablandas, regresión, retroceso, vuelta a la caverna. Es conmovedor el empeño de los conservadores y su aliado, el clero, por adjudicarse los éxitos del pueblo que derroca sus tiranos, sus explotadores, sus engañadores, sus dominadores. Produce un sentimiento mezclado de risa y de lástima. En la caída de Perón, ellos, los conservadores, que tan !eles le fueron siempre, se consideraron los protagonistas. Resultado: elección de un hombre de izquierda, como Aramburu, para que sustituya, de inmediato, a ese lamentable General Leonardi –!cha conservadora– que no aguantó sino unos días en el poder, y murió de despecho y nostalgia poco tiempo después en tierras extranjeras. En la caída de Rojas Pinilla, también cantaron victoria y atribuyeron todo el éxito del hermoso movimiento popular, a la jerarquía eclesiástica, restando al pueblo, al gran pueblo libre de Colombia, todo mérito en la liberación; resultado: un hombre libre, un liberal auténtico, Alberto Lleras, es quien –tras una derrota imponente de los conservadores en la elección legislativa– ocupa el Solio de Bolívar. En el dramático caso de la insurgencia venezolana, la cosa fue igual; había sido la Iglesia, se dijo en todos los tonos, la que consumó la caída del tirano repulsivo y pigmeo. Pero al momento de darse un gobierno, el libérrimo pueblo de Venezuela expresa,

y 900.000 al Contralmirante Larrazábal) su repudio a la regresión, dejando al Doctor Caldera, candidato conservador –hombre de este siglo y dotado de simpatía personal– en la triste suma de cuatrocientos mil votos, o sea un 15% de los sufragios expresados.

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Con lo de Cuba también, ya se empezó a cantar victoria. Aquí mismo, mientras se atropellaba a los cubanos libres en Guayaquil y en Quito, cuando expresaban su júbilo por la liberación, en las esferas altas se declaraba una congratulación hipócrita, porque se creía que era un triunfo de la reacción ultramontana ¿Resultado? En el primer gabinete de la Revolución Libertadora, producto del movimiento 26 de julio, nos encontramos con !guras egregias de la izquierda americana: el Doctor Roberto Agramonte, sabio maestro de la Universidad, gran escritor, autor de la extraordinaria BIOGRAFÍA DEL DICTADOR GARCÍA MORENO, en la que tras un estudio cientí!co de la personalidad psiquiátrica del tirano, lo coloca entre los paranoicos, entre los dementes más peligrosos de la historia. El gran ecuatorianista Agramonte, enamorado de Montalvo, que ya está informando que los herederos en línea descendente –y bien descendente del tirano frenético, se han vuelto a encaramar en el poder de esta tierra; y la otra !gura es la de Raúl Chibás, hermano del mártir de la ortodoxia cubana, Eduardo Chibás, que se pegó un tiro cuando le comprobaron que una acusación suya no estaba probada.

la política del gran país aleccionador del continente: Cuba.América, toda, marcha hacia la liberación integral, no solo la que atropellan

dictadores y tiranos, sino también la liberación de las conciencias, la marcha hacia delante del pensamiento libre. Nuestro turno ha de llegar también.

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El Partido Conservador y el centenario de García Moreno25

Es ya del dominio público que, a virtud de la iniciativa de unos cuantos respetables ciudadanos, se ha organizado un Comité Central, para que, “unidos todos en un mismo pensamiento y con la fuerza de una acción común”, pueda realizarse el que reputan nobilísimo propósito de celebrar el centenario del nacimiento del señor doctor don Gabriel García Moreno.

Si a ello se redujesen, discretamente, los términos de la expresada iniciativa, y aquel todos aludiesen tan solo a los señores miembros del Partido Conservador, nada habría habido reparable en la actitud de los suscitadores del futuro homenaje. El señor García Moreno es el fundador y jefe de dicho partido, y muy natural venía a resultar que los conservadores deseasen aprovechar una ocasión para hacer la apoteosis de su héroe y caudillo.

Pero hay algo grave y signi!cativo, y es que los promotores de la celebración del centenario garciano empiezan proclamando que ella se efectuará “con manifestaciones eminentemente nacionales, dignas de un pueblo culto y civilizado”, y el primer !rmante de la convocatoria en que tales cosas se consignan, y donde se estima que García Moreno –el mayor enemigo de las instituciones liberales– condujo al país por la senda del progreso, es el actual Jefe de la Cancillería Ecuatoriana.

Por lo cual, creemos que nos asiste el derecho de protestar que, mientras haya liberales en el Ecuador, esto es, ciudadanos celosos de la soberanía de la nación y conscientes de los !nes del Estado moderno, cuyo dogma es el respeto irrestricto a la autonomía de la conciencia, las manifestaciones aquellas no podrán ser jamás nacionales, sino apenas de una secta o partido, y que cualquier carácter o!cial que se pretendiera dar a las mismas implicaría para nosotros una "agrante deslealtad a la doctrina liberal y un motivo fundado de temor por la estabilidad de las instituciones que nos rigen.

Esta advertencia es, no solo de justicia, sino también de decoro. Para hacerla, debe tenerse aún en cuenta que el señor García Moreno, ante el criterio de las naciones extrañas, mereció siempre el concepto unánime de tirano.

25 Tomado de: Benjamín Carrión, “El Partido Conservador y el centenario de García Moreno”, en El Día, Quito, Imprenta de El Día, 4 de noviembre de 1920.

Artículos de prensa

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Consistiendo en que tuviese las apariencias de manifestación eminentemen-te nacional su glori!cación centenaria, haríamos el triste papel de inconscien-tes y justi!caríamos el que nos repitiesen que somos un pueblo nacido para la

Nosotros estimamos que no sería digno de un pueblo culto y civilizado eternizar en el mármol o el bronce la !gura de un hombre que, si ha pasado a ser personaje de la historia, es porque, precisamente, !ncó su triunfo en cimentar una política de inquisitorial intolerancia, llevada a inverosímiles extremos. El derecho de mandar consideró un patrimonio exclusivo suyo. Lo que constituyó su !sonomía especial fue su porte cesáreo. Intentar ponerle en la categoría de los héroes de una nación o del linaje humano, a!liarle entre los conductores o civilizadores de pueblos, nos parece, pues, que sería dar una enseñanza disolvente a la juventud y comprometer el decoro de nuestra posición de país libre, con plena conciencia de sus destinos.

Quito, a 4 de noviembre de 1920

Alejando Cárdenas, Adolfo A. Páez, Gonzalo S. Córdova, Modesto A. Peñaherrera, José María Ayora Ordóñez, Roberto Andrade, Manuel R. Balarezo, José Luis Román, Daniel Román, Miguel Angel Albornoz, Luis N. Dillon, Manuel María Sánchez, Luis Calisto M., Daniel Andrade, Angel Subía, Manuel María Borrero, Enrique Cueva, Alberto Larrea Ch., Julio E. Moreno, Francisco Alberto Darquea, Coronel Nicolás F. López26.

26 En el original siguen las !rmas. (N. del E.).

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Carta de Benjamín Carrión a Rigoberto Ortiz27

Al señor doctor don Rigoberto Ortiz. Diputado a la Asamblea Nacional.

Quito,

Señor y amigo:

Amigo, porque amigos son, aún sin haberse visto nunca, quienes convergen, ideal o sentimentalmente por lo menos, en el anhelo de realización de !nes esenciales.

la Asamblea Nacional por usted y los señores Gilbert, Checa y Verdesoto. Y he sentido una especie de gozoso orgullo al saber que una idea por mi largamente sostenida en el periódico, el libro, la plática amistosa, se halla en sazón, a punto de encarnar en realidad, gracias al claro esfuerzo de hombres jóvenes, libres y nuevos.

No ha mucho –tres meses escasos– en esta misma ciudad, expuse a nuestro común amigo Antonio Quevedo, mi fervor por el envío en grande, compacto, de jóvenes ecuatorianos que visiten el mundo. Quevedo –la persona que con simpatía y admiración me ha hablado de usted– me confesó haber tenido, en líneas generales el mismo pensamiento y, juntos examinamos la posibilidad de su realización. Por eso hoy que usted, apoyado por !rmas prestigiosas, repito, ha presentado su proyecto, he sentido el júbilo que da la idea propia que se incorpora y vive.

El problema de la atracción de cultura, problema esencial, fundamental de los países nuevos, tiene dos soluciones, no incompatibles, y dentro de las cuales caben todos los eclecticismos; el reclutamiento de profesores extranjeros para la instrucción general o especial, y el envío de becados. Usted conoce los argumentos de los dos sistemas, siempre alrededor de la e!ciencia técnica y que, principalmente, afectan a menesteres de docencia.

Usted ha tenido no el miraje circunscrito del pedagogo, sino el integral del estadista. Del estadista moderno que prepara la inevitable, la necesaria

27 Tomado de: Benjamín Carrión, “Carta de Benjamín Carrión a Rigoberto Ortiz”, en El Día, Quito, domingo 27 de enero de 1929.

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revolución del porvenir. Usted no se ha preocupado solo de la marcha inmediata de una escuela o colegio, sino del porvenir cultural de una zona, de una parcela de la humanidad que tiene derecho, como todas, a la verdad y al progreso de que gozan todas.

El proyecto tiende a la preparación en masa, de las clases directoras, guiadoras. Y lo creo eminentemente revolucionario.

No quiere usted esperar, porque no se puede esperar, el resultado lento –tan valeroso– del proceso escolar, al que debemos dedicar nuestra atención y empeñarle nuestra larga esperanza. Usted quiere, con los señores Gilbert, Checa y Verdesoto –y lo habrá ya querido la Asamblea Nacional– abrir todas las ventanas del país para que entre, de golpe, caudalosamente, aire y luz nuevos. No el !ltrarse esporádico, inmetódico, que se anula y se confunde en la general indiferencia. Usted preconiza la invasión de la luz. Y con usted estoy, ardientemente.

Creo que usted y yo –y con nosotros la gran mayoría de la juventud nacional– estamos de acuerdo en que es preciso rehacer la estructura esencial, la arquitectura del país. Tenemos la vía libre, ancha, para ello. Ni siquiera es preciso gastar nuestras fuerzas –la fuerza de nuestro grito y la fuerza de nuestra acción– en la labor negativa, indispensable, de la crítica y la demolición, de la acusación y de la queja. Esa labor está ya hecha. El viejo edi!cio está caído, y debemos rendir justicia a los demoledores. Es la hora del foso, del cimiento,

nuestra generación. Y construir con rapidez, porque la hora vertiginosa de la humanidad, será implacable con los vacilantes, los retrasados y los débiles.

Al echar las bases de esa construcción, yo opino que, sin descuidar lo material –lo que englobaremos dentro de la palabra PROGRESO, que es la vida fundamental, el cáñamo sobre el cual cada país borda su personalidad– muy lejos de eso, debemos conceder un amplio sitio a todo lo que se re!ere a las funciones y !nes superiores del hombre y de la especie. Creo que cada pueblo –ya lleve en sí las características uni!cadoras de una nacionalidad, ya sea el producto de combinaciones históricas discutibles– deben descubrir en sí mismo el papel primordial que ha de representar útilmente dentro del concierto humano. Y pienso yo que nuestro Ecuador, dentro de la armonía continental, no puede ni debe –muy francamente lo proclamo– aspirar a jugar un rol de pueblo esencialmente comerciante, ni menos, mucho menos, primordialmente militar. La agricultura, la industria, a las que prestaremos racionalmente todo nuestro concurso, serán nuestro honrado modo de vivir. Nada más.

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En cambio, sostengo que nuestra tierra ha manifestado y comprobado su aptitud, su vocación, su e!ciencia, para la realización de algunos de los !nes superiores del hombre. Allí está nuestra historia: el culto de la libertad y el culto de la inteligencia fueron nuestras características. No dimos grandes capitanes a la lucha por la independencia; dimos precursores intelectuales con Mejía y Espejo; dimos iniciadores y mártires el 10 de agosto; dimos al cantor Olmedo. Y durante la República, hemos fracasado cuando hemos seguido direcciones mercantiles y fenicias, hemos triunfado con los hombres de pensamiento, mantenedores de un ideal grande, equivocado o verdadero, fanáticos de anhelos superiores: Rocafuerte, García Moreno y Alfaro.

En los cincuenta años anteriores a la última revolución –con la excepción de la época alfarista– nos hemos descaminado a no se qué !nalidades de mercaderes fenicios o de pretorianos de la decadencia –alternativa, conjunta o sucesivamente–, que no se compaginan con el primer clan, con el primer vuelo de nuestra historia. ¿Para qué insistir en cambiar el ritmo vital de un

sangre nuestra historia, y nos hemos hundido en una bancarrota de la que estamos saliendo a duras penas. En cambio, hemos olvidado a!rmar nuestra personalidad de pueblo de alto espíritu, como lo ordena nuestra naturaleza, nuestra situación, los primeros pasos, los verdaderos y grandes, de nuestra historia.

En la actual tendencia humana hacia la universalización, la tesis que sostengo es algo como la aplicación a los pueblos de la ley del trabajo, sobre base vocacional. Europa la practica –como la ha practicado la humanidad siempre a través de la historia: Atenas, Esparta, Cartago, Judea, Roma, Suiza, por ejemplo–, no pretende ser un pueblo comercial y guerrero; es un pueblo de paz y libertad: Calvino, Juan Jacobo, Amiel. Italia, pueblo de arte y de imperio. España, creadora de civilizaciones, fundidora de razas. Inglaterra, comerciante y navegadora, Francia, clara y atractiva...

Y en nuestra América también, las peculiaridades se van acentuando y, desde Méjico rebelde, abierto a todas las corrientes de la justicia, hasta la Argentina, grande y libre, cada país sin perder sus caracteres grandes y uni!cadores, se hace una personalidad, se asigna un !n primordial o, si se quiere mejor, sigue su propia vocación. Nosotros fuimos un tiempo un foco de cultura intelectual y artística de amor a la libertad. ¿Cuál es la característica

consolar nuestra pobreza, nuestro desvalimiento, tenemos que recordar,

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como una noble familia venida a menos recuerda las glorias de sus antepasados ilustres, que somos la tierra de Montalvo, de Olmedo, de Espejo, de Mejía, de

nuestro presente y preparemos nuestro porvenir.Veamos el ejemplo de Uruguay. ¿Por qué ese pequeño país, enclavado

como una cuña entre dos naciones formidables, merece la admiración, el respeto, el cariño universales? ¿Por su ganado? ¿Por su trigo? (Ganado y trigo tiene también el Paraguay y su martirio dejó indiferente al mundo). No, señor: por sus grandes espíritus, porque hoy el Uruguay es en América lo que nosotros fuimos, lo que aún debiéramos ser. Por Zorrilla de San Martín, propuesto para el premio Nobel y cuyo Tabaré, a iniciativa y costo de un gobierno culto, se lo está traduciendo a todos los idiomas importantes, por Vaz Ferreira, por

ultraja y expolia impunemente. Más que su ejército, lo de!ende su prestigio. Tendría, en caso de ofensa, como Bélgica, las simpatías del universo. Pero nosotros, señor, ¿pero nosotros?

Usted, señor, inicia valiente y e!cientemente la reacción.Tendrá gran parte de la opinión con usted. Y hallará también, yo estoy

seguro, el apoyo de las esferas sociales, honradamente dispuestas a oír las voces cargadas de verdad nacional, de verdad humana, y cumplir, junto con los !nes inmediatos y prácticos, los grandes !nes superiores.

Ya hemos visto que, cuando existe la buena voluntad gubernamental frente a un problema concreto, puramente técnico, la busca de personal realizador es algo inmediatamente hacedero: se puede alquilar un equipo de expertos !nancieros, a destajo o por mes, pero no se puede alquilar en el extranjero hombres que sientan el ideal, la vocación nacional, el alma de la tierra y el

Su admirable proyecto requeriría quizás una extensión expresa o reglamental: que no sean solo de colegios y universidades, en donde salgan los ecuatorianos que vayan a recoger cultura. Que salgan también de las bellas artes, de las artes y o!cios, del taller particular, del Conservatorio, de la escuela especial. Que la lluvia de la luz caiga sobre todos. Que para todos haya su Pentecostés. Necesitamos que se perfeccione el albañil, el banquero, el comerciante, el músico, el carpintero, el estadista, el pintor, el arquitecto. Que sea como el envío de múltiples tentáculos que traigan hacia el Ecuador la cultura en todos sus aspectos, como ya lo hiciera el político más reconocida-

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-te citado en la Asamblea Nacional por el señor Checa D.

En mi fervor por esta idea de atracción de cultura, hablaba yo en Florencia, hace dos años, en la Piazza Della Signoria, con nuestro distinguido compatriota César Arroyo. El aceptaba en principio, con su generosidad inagotable, mi razonamiento, pero me observaba: “ya en tiempo del General Alfaro se practicó el sistema de becas; en parte, dio resultados apreciables, pero el esfuerzo perdió su e!cacia total, por la falta de seguridades para el retorno de los becados; se quedaban casi todos”. Anoté yo entonces la observación valiosa, que hoy la trasmito a Ud.

Me parece también indispensable asegurar la manera de que, a su regreso, los becados puedan cumplir la !nalidad humana y nacional que se precisa: difundir conocimientos, innovar, civilizar en suma. Entre los absurdos a este respecto cometidos en anteriores épocas, uno solo quiero recordar, por tratarse de una persona desaparecida: en premio a una gran vocación artística se envió a Augusto Terán al Conservatorio Real de Bruselas, para que estudie "auta. Gran éxito por parte del alumno, premios, citaciones honrosas. Regresa al país. En el país hay un Conservatorio de Música. Pues bien: al admirable "autista se lo nombra Secretario de la Dirección de Fomento Agrícola. Cien casos más me vienen a la pluma. Basta.

Para terminar, quiero decir a usted, señor, que una de las razones más fuertes en que se apoya mi fervor por el proyecto de usted y de sus distinguidos compañeros, radica en que a nuestra juventud –a la que vale, no a la arribista y a la simuladora– es preciso hacerle una inyección de audacia. Tenemos el vicio de la timidez y, lo que es peor, de una timidez que se cree razonada y consciente.

No nos atrevemos a lanzar una iniciativa, a propugnar una innovación, porque nos sabemos o nos creemos faltos de autoridad para hacernos oír. Nuestro medio es conservador. No oye sino las voces que el mismo consagra a fuerza de oírlas cotidianamente. La juventud que su proyecto va a enviar a visitar al mundo, además de llevar un formidable aporte técnico, llevará también audacia y atrevimiento, resolución. Y todos los martillos comenzarán a sonar, y todos entraremos a picar la piedra para la construcción.

Creo, señor, que el proyecto de ustedes es el primer paso grande dado en el camino de la revolución que debe hacer, que hará nuestra generación.

Le estrecha la mano y se ofrece amigo suyo.

Benjamín CarriónEl Havre, diciembre 12 de 1928

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Mi protesta y mi fe28

Después de la larga ausencia por tierras de civilización y de culto al espíritu, en las que tras el golpe de dolor más grande que ha sufrido la especie, se ha encendido un gran anhelo humano de justicia y verdad, vuelvo con voluntaria insistencia a la tierra propia, ansioso por la conquista y la a!rmación de una personalidad nacional humanizada y cierta, en la línea de la justicia social, que habremos de imponer.

Vuelvo. Vuelvo cuando –tras accidentes de nuestra política– se había encargado del Ejecutivo Nacional un hombre anciano que parecía encarnar, por sus antecedentes de adhesión a la libertad y su apegamiento a las cosas del espíritu, segura garantía de concordia, y de tolerancia al pensamiento y a la opinión libres: el doctor Alfredo Baquerizo Moreno.

Los primeros momentos del retorno, con!rmaron mi esperanza

errado estructuralmente en sus caminos sociales y políticos, por la in"uencia de factores fatalmente arraigados, falto de canalización verdadera en sus aspiraciones de justicia, se convulsionó, en noventa días, en tres desgraciadas insurgencias de descontento y de protesta. El Jefe del Ejecutivo, doctor Baquerizo Moreno, ante las conminaciones sanguinarias de descaminados sectores obreros que pedían exterminio y venganza para los vencidos, alzó su voz indignada de hombre de ley y libertad y, en frases cuyo secreto solo él guarda, anatematizó a los portavoces del odio y predicó la fraternidad y el amor.

Pero, llegó un día. El 1º de mayo, fecha universal consagrada a la más noble advocación: el trabajo; y sin ninguna justi!cación humana ni racional valedera, con violación de expresas garantías fundamentales, estando de Jefe del Ejecutivo el mismo doctor Baquerizo Moreno, se ha escrito la página más negra de la historia nacional, una de las más nefastas de la América nuestra: las fuerzas de policía, cuyo !n es mantener la convivencia social, encauzándo-la y previniendo con oportunidad los posibles desafueros, ha atropellado bárbaramente a lo más valioso y puro de todos los pueblos: la juventud que estudia y que ilumina. Esta ciudad, blasonada de todas las noblezas ha despertado consternada ante lo inaudito. Y la protesta de los pueblos ha surgido ante la desoladora y trágica verdad.

28 Tomado de: Benjamín Carrión, “Mi protesta y mi fe”, en El Día, Quito, martes 3 de mayo de 1932.

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el horror de la hora presente, el trágico y tremendo 25 de abril! Y así, la historia nacional, con sus pobres cien años de error político y desorientación, tiene dos fechas gemelas, que tendremos que reconstruirlo todo para poder borrarlas; 15 de noviembre de 1922 y 1º de mayo de 1932.

Aquí traigo mi vida joven, de obra libre, altiva y transparente, para reclamar mi derecho al grito exasperado de protesta.

Recordemos. Adolescente aún, en mi provincia nativa, quemado ya por ansias de liberación y de justicia, sentí el fervor de intervenir en la vida nacional –que es, más que un derecho, un deber de la ciudadanía– ante el nombre del doctor Baquerizo Moreno, postulado a la Presidencia de la República. Y trabajé por él, precisamente desde la Universidad, que hoy se atropella y se quiere silenciar. Triunfó el doctor Baquerizo Moreno, luego, bajó del poder el doctor Baquerizo Moreno. Y en esas horas de negación política –que no hay que olvidar, señor encargado del Ejecutivo– fue la mía una de las pocas voces de romántica !delidad que, en la prensa reiteradamente, siguieron sosteniendo su adhesión –aún no desilusionada– al Presidente que se retiraba

Nuevamente en el Poder el doctor Baquerizo Moreno. Una visita de cortesía al retorno, y otra, para reclamar que el Ecuador no diera la nota penosamente antiamericana de impedir la entrada de los exiliados peruanos, arrojados por una dictadura. Los exiliados no entraron, los recibió hospitalaria-mente, casi triunfalmente, Chile, Colombia, Panamá, y Cuba. Me hallé ya con otro doctor Baquerizo Moreno.

Alejado yo de la política actual, en espera momentánea para emprender estructuradamente la obra que las juventudes y los pueblos del Ecuador deben realizar por la justicia social, ninguna actividad he desarrollado en la lucha circunstancial, sembrando descon!anzas y odios, a la ciudadanía.

No tengo vínculos con nada ni con nadie, sino con el ideal grande de justicia y verdad social, que he de servir con toda la fuerza de mi vida.

Mi grito de protesta consternada, es grito mío. Será el grito de todos cuando tengamos más luz. Es el grito de la hombridad herida, ante una manifestación de tiranía injusti!cable e inútil.

¿Inútil? No. La sangre, sobre todo esta sangre de juventud; es el mejor abono para la mejor semilla. Los imperativos de justicia –que ya han sabido vencer al garrote, a la bayoneta, a la metralla– se han enrojecido más prometedoramente en esta tierra después del 1º de mayo de 1932.

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Ya se va descorriendo el velo de todas las iluminaciones. Ya podremos saber quiénes somos y con quién estamos. Y el bloque de ecuatorianidad que busca la justicia, se sentirá, en el dolor, más de!nido y más compacto.

Benjamín Carrión

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La emoción política29

Para la obra fundamental de las recti!caciones y de las reconstrucciones, debemos ir hacia el gran empeño de suscitar un despertamiento de la emoción política.

Desde la gran tragedia alfarista –que ahogó en sangre y en desorienta-ción la única línea revolucionaria seria de nuestra historia republicana– hemos vivido veinte años en un ambiente viscoso, gelatinoso, de blandenguería, de maniobra, de cuchicheo y compadrazgo. Veinte años en un baño de agua tibia y espesa. Veinte años entre paredes de caucho, elásticas, respingonas. Veinte años de abdicación resignada de todos los derechos sociales y políticos. Veinte años de “quemeimportismo” descarado, orgulloso. Veinte años de vivir como “desocupados” de la política y la ciudadanía, a causa de que se había inventado la “máquina de sufragar”.

Reaccionar contra eso, es un imperativo ineludible de este tiempo. Pero un imperativo de realización muy difícil, lo con!eso.

Porque no debemos buscar, ni suscitar, un despertamiento epiléptico, circunstancial, de la emoción política. Un despertar para el pronunciamiento, para el “golpe”, para la reiterada, inútil, nefasta voltereta de hombres y de nombres. Ya de eso hemos vivido, y con eso hemos ensuciado nuestra historia. Ese ha sido, quizás, el factor decisivo de la muerte actual del espíritu público. Porque los despertamientos, jamás se los ha buscado en forma profunda,

justi!cadora, que dorara la píldora de un golpe personalista, ambicioso y sin orientación, o de un golpe militar descaminado; con arrebañamiento hábil, tendencia, casi siempre criminal y trágica de la plaza pública.

30 No ha tenido, arriba, en el gobierno, la trayectoria constructiva, con interpretación de la realidad nacional –como en el México de la revolución, o en la España de ahora– que estreche y fortalezca los vínculos humanos de la nacionalidad, y haga sentir en cada ciudadano una llama viva de acción y de cooperación. Tampoco la fuerte, personal, violenta trayectoria dictatorial hemos tenido –como en el Perú de Leguía, el Chile de Ibáñez– que provoque con la injusticia franca y la tiranía brutal, una reacción que puede ser salvadora. La obra es, por lo mismo, menos fácil. Las fuerzas de lo que se ha dado en

29 Tomado de: Benjamín Carrión, “La emoción política”, en El Día, Quito, lunes 20 de junio de 1932.30 Falta una línea en el original. (N. del E.).

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llamar el “orden” (contra el cual acaba de lanzar su anatema desde Francia un espíritu culto y moderado: José María Velasco Ibarra) han tenido la virtud gamonalicia de pasar sobe el lomo de la masa, primero el peso de la carga, y luego la mano suavizadora, resignadora de la religión, hecha a la medida de sus intereses, o la mano engañadora de una falsa democracia palabrera, como para !nales de discursos de mitin.

Para ello –para mantener este adormecimiento de las clases pequeño-burguesa y proletaria– se ha recurrido –y se recurre– a todas las farsas, a todos los so!smas. Entre ellos, uno de los más ingenuos y tontos, el so!sma legal: “somos el pueblo de la legislación más avanzada de América”.

Y se enumeran unas cuantas leyes dictadas por imitacionismo, sin urgencia humana, nacional, entrañada y caliente. Se agrega luego –y se propaga obstinadamente– que los pueblos que han despertado a la emoción política, que han hecho o están haciendo un ensayo integral de construirse a sí mismos y para sí mismos: México, Rusia, España son pueblos en plenitud de infelicidad, de miseria, de ruina económica y moral...

Y es que esos sectores del orden el conservadorismo nacional que abarca el 80% de los antiguos conservadores y de los antiguos liberales –que no ha vivido sino de prestado, que ha seguido la moda a veinte años de pasada en lo político, en lo social, y a veces a quinientos años de pasada, como en el feudalismo económico– esos sectores, digo, tienen terror al imitacionismo, porque ha sido y es su arma única, por incapacidad de trayectoria propia, por miedo a enfrentarse con la realidad, que le dará siempre un fallo adverso.

Para esta obra de suscitar la emoción política, tenemos frente todas las fuerzas de la rutina, del fanatismo y de la explotación. No tenemos, en cambio, ningún aliado válido. Porque en esta obra de cristal, transparente, luminosa, sin mancha, no vamos a recurrir a las pequeñas farsas circunstancia-les de situaciones transitorias. Nuestra gran fuerza, la única, la sola que puede servir, debe ser la realidad nacional.

Ahondando en ella, interrogándole su gran dolor, sus errores, sus miserias. A la masa debemos llevarle no ya haces de palabras, con reprobación o con promesa, sino haces de techos demostrados, y de soluciones. Suscitar una emoción política en super!cie y en profundidad, pero honradamente. Sin los halagos plebeyos de la retribución, ni los señuelos inhumanos del odio, que han sido hasta hoy los grandes estimulantes de nuestra política.

Y que la vara que haga vibrar el diapasón de la honradez, no sea como hoy el empleo público, al aumento de bienes personales, sino una dura convicción

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de labor inmediata, y una esperanza grande de recti!cación, de reconstrucción social, que traerá mayor justicia y mayor bienestar.

Nuestra obra, pues, la de los trabajadores intelectuales, es la de sacudir a las clases productoras del Ecuador, señalándoles sobre la base de la realidad, su poder, su deber y su esperanza. Suscitar así una sensibilidad nacional para la vida política.

Benjamín Carrión

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Se halla en peligro, en peligro inminente, a merced de una autocracia dura entre todas las de nuestra América, una de las ilustres, claras y nobles vidas de

estadista del Perú, seguramente el más fuerte y auténtico hombre de estado del continente hispano-indígena.

Un estremecimiento escalofriado ha recorrido la inteligentia, el espíritu de los hombres de espíritu, en todos los países: Romain Rolland, que representa una parte de la conciencia del mundo, y que es la !gura apostolar y humana

mentalidad justiciera, que está abriendo los mejores caminos del espíritu en la América rubia; Alfredo L. Palacios, el profesor de hombres y el tribuno genial, gran voz de amor y de verdad en su Argentina grande; Joaquín García Monge, que mantiene el procerato de la voz libre entre las voces vivas, con su pequeña aguja cosedora de las buenas conciencias continentales: El repertorio americano; Jorge Mañach, fuerte de pensamiento y luminoso de palabra, que en su isla de maravilla está reproduciendo, con más fuerza de cultura, el caso de Martí; y muchas voces más, que de todas partes llegan, y que son las mejores, y por lo cristalinas y poderosas, han gritado su grito humano de horror ante el anuncio casi inverosímil del crimen inaudito.

Aquí también, la prensa ecuatoriana, a iniciativa de un vocero de línea libre y generosa, dijo el espanto de la conciencia nacional, de la verdadera, de la que aún no se corrompe; y gentes de pensamiento, de todos los sectores de la doctrina, de la acción, del arte, unieron su voz a la voz universal del espíritu, que se estremece toda de este íntimo desgarramiento inhumano.

es una por el espíritu y la raza, una por las voces magnas que consagraron y consagran su unidad: Bolívar, Martí, Bunge y Vasconcelos, Mañach y Ugarte, Palacios y Gabriela Mistral; que en nuestra América digo, no se me discuta a mí, americano del Ecuador, el derecho de hablar de un hombre de la tierra nuestra, americano del Perú, a pretexto de minúsculas pudibunderías del más desusado de los protocolos.

No es mi voz la voz apasionada del partidario, del militante de las mismas líneas. No he pertenecido ni pertenezco al Partido Aprista

El Día, Quito, viernes 29 de julio de 1932.

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Asistí, desde lejos, a su desarrollo y, por el prejuicio de que era una creación divorciada de la pura línea del inmenso Mariátegui, hasta sentí mientras estuve en Europa una cierta descon!anza y poca simpatía por la naciente formación política de aspiración continental.

Fui después al Perú. Viví allí cerca de un año, como espectador del anhelo recti!catorio de uno de los pueblos más ilustres y notables de América. Y vi, y oí. Espectador ferviente, lleno de simpatía, ansioso de que esa tierra culta entre todas las nuestras, hospitalaria y cordial, hallara su mejor verdad política, su mejor camino de reconstrucción y de prosperidad. Y vi, y oí:

Solo una fuerza humana superior a la ordinaria, al servicio de un ideal clarísimo de teorética y praxis pudo –tras once años de tiranía– haber suscitado el casi milagroso despertar de conciencia y de sensibilidad que el aprismo despertó en el Perú, durante los meses de su organización de!nitiva y de su intervención en la campaña electoral.

Los vi y lo oí; así, con ese fervor de apostolado heroico y consciente, deben haber surgido las grandes confesiones populares –religiosas o políticas– de la historia del hombre. Así, con esa pureza esencial de intención y de procedimien-

la empleo en el sentido internacional y humano, no en el que hoy se le da en el Ecuador, que malhuele y emporca–; así, con esa honradez de táctica, temeraria por lo inhábil para la conquista de adeptos; con esa austeridad, casi diaria dureza, en la exposición de la verdad y el sacri!cio que ella va a exigir; así deben haberse producido las grandes iniciaciones de fe humana, en doctrinas y en hombres.

Martín –ágora auténtica de Lima– ante un auditorio que la prensa calculó en más de sesenta mil personas; en el Teatro Lima; y otro, el más signi!cativo, la pieza fundamental de su obra de propaganda y exposición de principios, en la Plaza de Toros, cuyo ruedo es el mayor que existe.

declamaciones ampulosas, del latiguillo reclamador de aplauso en los !nales, es primordialmente, un insuperable expositor esquemático de principios políticos.

Jamás la austeridad de un hombre de los nuestros –de los nuestros de

en sus discursos. Nunca cayó en lo plebeyo de la promesa de realizaciones inmediatas. Mucho menos en lo sucio de los ofrecimientos que halaguen a los

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siempre lo difícil, lo penoso, lo duro de la obra que es necesario realizar según él en el Perú. No difícil para él –como lo declaran desde hace veinte años los acaparadores del sacri!cioTorre es un espíritu demasiado aseado moralmente para hablar él mismo de su propio sacri!cio. Y que él sí lo hacía grande: posición continental, universal pudiera a!rmarse, en el aspecto del prestigio; honrada posición de trabajo obtenida en Europa, por la fuerza de su aptitud y de su inteligencia; respeto de los grandes, de los grandes de este mundo en el sentido grande: el de la virtud

Lo que decía un puro estadista peruano, era más grande que eso; hablar del sacri!cio de los otros, hasta el punto que, como me dijera un ilustre intelectual

tratando de disuadir a sus propios partidarios.

posee. No hizo, durante su campaña, un solo discurso de valor electoral, en

atacaba siempre la médula principista de su plan de acción; y al exponerlo, su sentido realista, su honrada y profunda preparación técnica como hombre de Estado, daban a sus palabras un tal poder de clari!cación, que las grandes aglomeraciones de auditores que supo siempre consagrar el prestigio de su nombre, lo seguían, punto por punto, con interés creciente, adentrándose, incorporándose al contenido mental del orador. Y las juventudes del Perú, las grandes masas trabajadoras del Perú –cuánto honra a un pueblo el constatar que puede ser movido por la razón más que por el interés, por el sentido de justicia más que por el miedo, por la palabra que pide sacri!cio más que por la palabra que hace ofrecimientos– con unción religiosa, seguían la voz

lleno de la gran ilusión de ir a la justicia, en la lucha dura, acompañado de los que piden y merecen justicia, de ir a la verdad, en lucha dura, acompañado de los que quieren vivir una vida social de verdad.

dura pureza de su juventud indomeñable. Supo de sugestiones, de ofertas, a los que iba aparejado un gran poder económico, un gran poder electoral, un

la Torre, incorruptible rechazó promesas, todas las promesas que no podían ser hechas a la luz del día, ante el pueblo, ante la nación toda. Y quiso la lucha franca y noble, él, hombre nuevo y sin resabios, contra todas las corruptelas

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de una política viciada en cien años –como la nuestra, como la de todos estos

esa lucha, juvenilmente, seguro de vencer. Y habría vencido, el al frente, el al frente, insinceramente, con la política del mal menor, sin convicción, no se hubieran puesto, casi a última hora, las fuerzas de la explotación organizada,

nuestras, está lejos del extremismo extraño en todos sus aspectos. Por eso, en su campaña exasperadamente sincera, se hizo de enemigos furibundos en la extrema izquierda el comunismo criollo, como en la derecha corrompida por el salitre y el guano, por el cobre y la plata de ese grande, rico y noble Perú.

Este hombre de los nuestros, por paisanaje continental y por generación, que es honra del hombre, y uno de los pocos de los nuestros que puede estar, y ha estado, en libre y noble plática de igual a igual por el bien de los pueblos, con Romain Rolland y con Mac Donald, con

hombre que quiere el bien del hombre, y ha dedicado toda su vida para

Benjamín Carrión

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El caso Bonifaz I. Mi posición personal32

obra de hombría y de ecuatorianidad. Proclamo mi derecho a hablar y a ser leído porque me siento fuerte33 de espíritu y lejano de todos los sectores de la contienda personal.

Pude callar, primero desde situaciones ventajosas, que abandoné por mi arbitrio, para poder decir, sin trabas ni ligámenes, mi palabra en el debate. Pude callar después acogiéndome a la benevolencia cariñosa de muchos adversarios ideológicos de hoy que son y serán para mí buenos amigos en las líneas de la inteligencia y de la cordialidad, porque yo no considero la

no mi intervención activa, me habrían garantizado ampliamente la paz, la tranquilidad, el bienestar.

Y entonces, un órgano muy noble, el estómago, se habría hallado satisfecho, acaso con un pequeño proceso previo de acostumbramiento de la columna vertebral; pero otros órganos también nobles –parece mentira que haya quien lo sostenga– el corazón y la cabeza, vieron la iluminación de otro camino, bien duro de seguir, y me han exigido decir mi verdad, que creo es la verdad jurídica, la verdad moral, la verdad espiritual de este problema. Y la diré sin odio. Con propósito de amor y de concordia. Con ansia de cooperación humana. La diré cálidamente, pero en diálogo de hombres, sin mueca descompuesta, sin jadeo brutal.

Me hallaba sirviendo al país en la capital de un país hermano, noble y culto, cuando se hizo todo el proceso de la última elección presidencial del Ecuador, como consecuencia de una de nuestras peripecias políticas. Consecuente con lo que he sostenido en mis libros: ideas nuevas y hombres nuevos para darles vida, no me entusiasmaron las candidaturas en presencia. No era nuestra lucha, la lucha de nuestro ideal, la lucha que hemos de hacer –y hemos de triunfar en ella– la que se había empeñado. No eran nuestros hombres, los hombres de la línea nueva, los mantenedores del torneo. No sentí un declive de ideal hacia esa lucha episódica y fragmentaria, hecha con las viejas fórmulas: el programa acomodado y la promesa irrestricta de realizaciones. Pensé que no era la hora

32 Tomado de: Benjamín Carrión, “El caso Bonifaz I. Mi posición personal”, en El Día, Quito, domingo 14 de agosto de 1932.

33 Palabra reconstruida por el editor.

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nuestra, y resolví continuar al servicio del país, con mi fervor y mi obra, desde el extranjero.

Pero, inmediatamente después de realizada la elección –pobrísima de resultados numéricos, avergonzadores por el escaso fervor cívico manifestado–, elección que favoreció a un hombre –Neptalí Bonifaz– que acaso por primera vez había llegado a mis oídos. El ambiente general de Lima me hizo concebir una sospecha intranquilizadora y bochornosa: en mi tierra, el Ecuador, se había elegido para presidente de la República –en la persona a quien correspondería ese nombre para mí un desconocido– a un ciudadano peruano.

Quise venir entonces a ver y descubrir verdades. A tomarle el pulso a la tierra. El resultado de mi observación de ambiente inicial, del choque primero con los hombres y las cosas, fue descorazonante, documentos exhibidos, palabra del Señor Bonifaz, a!rmaron mis sospechas, hasta convertirlas en cuasi certidumbre. Renuncié entonces, desde Quito, mi situación en Lima y, sobre las bases ya adquiridas, agudice mi actitud receptiva para escuchar argumentos, pronto a recti!caciones de criterio –característica esencial de la

El panorama que se ofreció a mi atención vigilante, era este:En el proceso de la elección presidencial de octubre encontré que, por

parte de la bandería triunfante había habido dolor y engaño desde el principio hasta el !n. En efecto, abierto ya el debate sobre la dudosa nacionalidad del candidato, y publicado un documento circunstancial (un poder expedido en París) Bonifaz había a!rmado que esto se debía a un error explicable del Cónsul. Los documentos, después de la elección, fueron asomando uno tras otro. Y siempre se aseguraba por parte del bonifacismo que el último aparecido era el último aparecido, era el último existente. Nadie olvidará la célebre, la desgraciadamente célebre frase del Jefe bonifacista en su desgraciadamen-te celebre Manifesto: anunciaban que ya le descubrirán dos partidas de

no he mentido nunca. Atribuirse una sola vez una nacionalidad, otra vez otra, a lo largo de una larga vida, aunque fuera por salvar a la madre propia, ¿qué

Luego –y esto quizás lo más duro, lo más penoso para mi sensibilidad– el tono de la lucha empeñada. En el un sector, que hoy, con los nuevos hechos, es el sector de la ciudadanía verdadera, el sector del ecuatorianismo integral,

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hallé mucho fervor: un germinar maravilloso, casi milagroso de periódicos pequeños, ardientes de juventud y de ideal, en todos los ámbitos de la República. Lucha ardiente, apasionada, como la he visto en Francia, en España, en los momentos heroicos. (En Francia, cuando se denunció l’a"aire Oustric, asomaron más de ciento cincuenta periodiquitos espontáneos, en menos de ocho días, como un "orecer de amor, como un llamear de ciudadanía). En ellos en la cuasi totalidad de ellos, al mismo tiempo que se hacía obra constructiva de realidad y de ideal, se denunciaba con calidez juvenil, pero sin violencia, en gran peligro, el doloroso y angustioso peligro de la farsa en marcha.

Frente a este aspecto, en pugna con este aspecto, dos cosas repulsivas por lo inhumanas, por lo moralmente desaseadas, por lo incivilizadas: en primer lugar, ese monopolio de la honradez, esa patente, la invención de la honradez, expedida por agrupaciones de trabajadores ingenuos, en los que se explota con descaro al obrerismo, por gentes de la gamonalía; ese atribuirse constante de una virtud que, cuando se la posea no precisa contarla ni exhibirla; ¿y por quiénes?... por un bando en el que pululan, como en todos los bandos personalistas de nuestra caduca política, elementos discutibles, elementos francamente indignos, que posiblemente rozan algunos costados de su conducta con el Código Penal; junto, como es natural (¿natural?), con muchos elementos honrados, ni más ni menos honrados que los existentes en otras agrupaciones políticas personalistas.

En segundo lugar, lo grosero, lo primitivo, lo soez, lo burdo de la literatura empleada por el sector que se ha dicho triunfante. Su prensa estipendia-da –pues casi no ha habido rasgos de espontaneidad en la defensa, como en el sector contrario– ha llegado a límites inconcebibles en el insulto, en la procacidad, en la miseria vergonzosa del ataque, hecho muchas veces con palabras que solo están impresas en los diccionarios, y que solo se pronuncian,

Los documentos o!ciales del sector que se ha dicho triunfante, por la altanería de su vocabulario, por la dureza del insulto colectivo que se emplea, no tienen par ni recuerdo en nuestra historia, en documentos, de su especie; pura mayordomía ensoberbecida por la explotación, pura costumbre de tratar

frente al bonifacismo (frente al bonifacismo se hallan en realidad las siete octavas partes de la ciudadanía ecuatoriana apta) se hallan los ladrones, los

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No hace mucho circuló, con numerosas !rmas, conocidas algunas de ellas –hasta había allí el nombre de dos o tres escritores o a!cionados a escribir para el público– un documento público o!cial del bonifacismo. Ese documento,

de que yo tenga memoria.Y por último, el colmo de la dureza, de la actitud desa!ante, un

MANIFIESTO del propio Jefe del bonifacismo en el que, después de insultar y cali!car vilmente a los que no están con él, a los que se permiten guardar su libertad de pensar, con!esa que durante la mayor parte de su vida –en la época en que todo el mundo es vibrante, romántico, consciente y re"exivo al mismo tiempo que es fervoroso y viril– ha vivido al amparo de la nacionalidad

deberá tener de la juventud en general, este señor, a juzgar, por el concepto que tiene de la suya! La lectura de este MANIFIESTO terminó con mis vacilaciones, hizo mi convicción entera.

estos escritos míos, por razones morales, por razones políticas, creo que el Señor Neptalí Bonifaz, extranjero, no puede ser Presidente de la República del Ecuador.

Proclamo mi insurgencia civil contra una inverosímil validación electoral, que impugnaré por pobremente legalista y rabulesca. Sin conspirar en la línea de la conspiración subterránea –porque eso no es mi plano como escritor e intelectual– opondré la resistencia de mi razón, de mi voz sonora dentro y fuera del país. Y me quedaré con la plenitud de la ciudadanía en mí, frente a un estado de hecho, al cual no le podré reconocer.

Benjamín Carrión

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El caso Bonifaz II. La paz o la guerra34

de que el Parlamento el más elevado tribunal político de las democracias, pretende, por parte de algunos de sus miembros, mutilarse a sí mismo, reduciéndose al minúsculo, al pobre parecido contador de votos, de revisión aritmética de los resultados de los escrutinios.

Creo en la existencia del leguleyo del rábula estrecho de conciencia que toma la ley como un cambio de so!sticación simplista o de enredada so!sticación, para la delinca de sus pretensiones. Pero se repugna fundamental-mente la oposición de que el rábula sin titubeo con él, llegue hasta la serena altura del Congreso, en momento en que, ante la grande y angustiada, ante la grande y esperanzada expectativa nacional, el Parlamento tiene en sus manos el derecho de un pueblo joven, sin manchas, anhelosos de vivir, tiene en sus manos la suerte moral y material de ese pueblo.

Me repugna esa suposición por humana, por incivilizada; y me repugna aún más porque esa inverosímil mutilación parlamentaria traería consigo la posibilidad acaso inevitable de que el país, ante la unilateral y misérrima posición de sus mandatarios, tome a su cargo la resolución franca, viril, de la integralidad del problema tremendo.

Si un congreso, al cual el pueblo le ha con!ado, una amplia misión de encauzamiento y de defensa, de de!nición y de interpretación, consciente, a espaldas de ese pueblo, en despojarse de lo fundamental de su mandato, escudándose en pretextos de baja abogacía –que mal esconden consignas, intereses y miedos–; el pueblo encomendado del gran mandato viral, se reasumirá, en plenitud soberbia, y realizará el referéndum máximo, para la defensa de su existencia y su decoro; y la trayectoria de ese referéndum, que implica una descali!cación de mandatario, un recogimiento del mandato mal cumplido, pueden ser dolorosas y sangrientas.

Y entonces, la pobre argucia de dividir un problema integral e indivisible, traerá consigo la amenaza terrible, pero fatal, de la guerra civil.

Civilicemos, humanicemos nuestra vida política y civil. Que las élites nacionales –y una élite reconocida y consagrada es el Parlamento– busquen la verdad nacional, la gran humanizadora, en el fondo de la conciencia colectiva,

34 Tomado de: Benjamín Carrión, “El caso Bonifaz II. La paz o la guerra”, en El Día, Quito, miércoles 17 de agosto de 1932.

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no solo en el momento abstracto y re"exivo de la expedición de la ley que, como obra de hombres, puede adolecer de imprevisiones y lagunas, sino especialmente, en todos los momentos de la vida colectiva en marcha. Vida colectiva que, como toda vida, se halla en devenir constante, en reforma y renuevo permanentes.

Un parlamento no es, no puede ser una institución de conciencia inmutable y estrati!cada. Un parlamento es una selección de hombres, que vigilan por la vida móvil de conjuntos humanos. Y la ley, la ley política, no es ni puede ser el valladar de roca que se oponga a la vida. No hay sino que leer la Constitución, la ley política de Francia, y compararla con la vida política e institucional de Francia. En la Constitución francesa –y valga como ejemplo–, ni siquiera se halla instituida la existencia del Presidente del Consejo de Ministros: la vida política francesa, por el juego libre de esa democracia ejemplar, ha creído necesario ese organismo de intermediación entre el Parlamento y la Presidencia de la República y, sin necesidad de decreto, ha hecho fuerza esencial de su vida democrática, ese organismo nuevo, la Presidencia del Consejo de Ministros que detiene ahora la expresión más cierta y e!caz del Poder Ejecutivo. ¿Qué decía de la admirable Carta de Inglaterra y de la magní!ca vitalidad democrática de ese pueblo legendario y recio, que ausculta desde su posición todavía monárquica, todas las palpitaciones sucesivas y vivientes de la nacionalidad?

La mutilación del Parlamento ecuatoriano –que yo no la puedo creer, por

la expulsión trágica de la insurgencia nacional inevitable.No hay sino que cerrar los ojos –con la venda del interés o del miedo–

para contemplar el despertamiento milagroso de la conciencia nacional ecuatoriana. Preciso es recordar las horas épicas del año 1910, para encontrarle parecido a este alzarse heroico de la vitalidad nacional, reclamando la salvación de su dignidad amenazada por el empecinamiento inhumano de intereses, por la terquedad delictuosa de sostener como necesario y vital, un accidente de persona, un incidente episódico de la historia de un pueblo.

¿Creen los señores del parlamento que el sostenimiento por!ado de un hombre, al cual repudian por extranjero los fervores patrióticos de un pueblo puesto erguidamente de pie, como solo lo había hecho antes muy pocas veces en su corta y limpia historia, signi!cará la paz? ¿Creen los señores del Parlamento que una actitud nacional vinculada a la dignidad esencial del Ecuador, puede sentirse satisfecha con una declaración legislativa que la contrarie fundamentalmente?

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La solución contraria, en cambio, a!rma que, conducida racional y democráticamente por el mismo Parlamento, –a!anzado por la voluntad nacional, interpretando esa voluntad–, lleva por todos los caminos a la paz, a la normalidad. ¿Qué bandera, en efecto, que no fuera sino la de los intereses episódicos y fragmentarios de un grupo, podría levantarse a perturbar la paz pública, con la eliminación del señor Neptalí Bonifaz como aspirante a la Presidencia de la República del Ecuador? ¿La del respeto al sufragio libre? Nadie, que no sea un empecinado, un interesado o un ingenuo, negará la génesis, el proceso y los resultados de esta desgraciada y errada incidencia electoral. Recordemos:

En primer lugar, el dolo inicial, el engaño deliberado respecto de la plenitud de nacionalidad en el candidato propuesto. Dolo y engaño que se ha ido desenmascarando poco a poco, hasta llegar a esta plenitud de conciencia y, más que todo, a esta plenitud de sentimiento, que no podrán involucrarse con lamentables argucias legalistas. En efecto, ¿están seguros los más fervientes partidarios del señor Bonifaz que el resultado electoral –vergonzosamen-te pobre, lo repito– le habría favorecido igualmente sí, con toda lealtad, se hubieran exhibido las características de dudosa nacionalidad del candidato en el momento del plebiscito electoral? Triste bandera resucita, inverosímil bandera de revuelta, sería la que se supondría va a enarbolar los sectores de la ciudadanía engañados por sus conductores.

Luego, en segundo lugar, la realidad nacional del instante. No creo que se pueda honradamente colocarse como índice, infalible de la verdad de la hora, el empecinamiento interesado de un grupo de dirigentes que, como le consta al país ha expropiado en su provecho la situación de angustia económica y !scal por la que atraviesa el país y el mundo entero, para atraer el proceso de ingenuas masas obreras, agobiadas por los males de la pobreza y del hambre. Esas masas obreras, esas masas ciudadanas en general, que desencantadas por los viejos sistemas y los viejos hombres, y se alucinaron con el hombre nuevo, –por el concepto derrotista del mal menor–, han comprendido que, detrás de ese nombre, que signi!ca hoy una farsa y una afrenta a la dignidad nacional, se ocultaban los mismos sistemas de explotación, quizás más briosos y resueltos y casi los mismos hombres, ansiosos de medros perdidos momentáneamente.

No es concebible, ni aún fatigando al so!sma, la posibilidad de una bandera revolucionaria, que no podría ser sino la del despecho, la del interés fracasado, la del miedo.

Ayer no más, en presencia de esta ciudad dueña de todas las virilidades cívicas, ha des!lado la ciudadanía auténtica de Quito, en forma verdaderamen-

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te emocionante, pocas veces vista. De toda la República, llegan las voces de protesta, de angustia y de esperanza. Esas que hoy son voces del pueblo dirigidas a sus representantes, serán mañana insurgencia efectiva, que al canto

afrenta, en integridad de ciudadanía. Y cuando los pueblos electrizados por algo que les es circunstancial, reclaman resueltamente el cumplimiento de su voluntad, se necesita mucha tiranía y mucha sangre para silenciarlos.

En las manos del Parlamento, de un Parlamento que no querrá mutilarse a sí mismo, se encuentran hoy, junto con la guarda del decoro nacional, todas sus esperanzas de paz, todos sus anhelos de vida.

Benjamín Carrión

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El caso Bonifaz III. “Ni la sombra de la sombra de una duda”35

…y César respondió al acusador: no sé nada sobre la acusación contra Clodio. –¿Por qué, entonces repudias a Pompeya?

Replicó el acusador–. Porque sobre la mujer de César no debe haber NI LA SOMBRA DE LA

SOMBRA DE UNA DUDA. Y repudió a Pompeya.

Plutarco, Vidas de Varones Ilustres

Mi ansia –que es ya costumbre– de ver las cosas del hombre y de la sociedad en planos de amplitud ecuménica, de comprensividad realmente humana me han hecho pensar, como lo he declarado, que es inverosímil la posibilidad de que el Congreso ecuatoriano se mutile a sí mismo, atribuyéndose la disminuida capacidad de contador de votos, y rechace la integralidad tremenda del problema, por las únicas causas que, sin justi!car la mutilación, harían lo posible, los intereses o el miedo.

Me angustia, me exaspera, con ese dolor intenso de quien prevee la posibilidad de un caso en que el hombre desacredite e inferiorice al hombre, la idea –que ya es voz, triste voz que corre vergonzante– de que, con la misma pobre justi!cación legalista, se quiere proclamar que el Parlamento nada tiene que ver con los factores morales, con los factores humanos, con los factores vivos del problema.

Francia, tierra a la que hemos copiado casi todas las líneas de nuestro modo de vivir político y social, tiene una expresión que forma parte del vocabulario antonomástico del pueblo: al Presidente de la República se le llama le premier citoyen de la nation.

El primer ciudadano de la nación, y se busca, para esa máxima selección democrática, las virtudes fundamentales de Francia, comprobadas en una larga vida de servicio abnegado, sacri!cado, e!caz, intenso, en el sentido más hondamente francés.

35 Tomado de: Benjamín Carrión, El caso Bonifaz III. “Ni la sombra de la sombra de una duda”, en El Día, Quito, viernes 19 de agosto de 1932.

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Y todas las consideraciones de otro orden, son subordinadas a esta consideración esencial: la culminación, en un hombre, de todas las virtudes francesas. No hace mucho, este arraigado pensamiento, tuvo una comprobación ruidosa: se estaba en vísperas de hallar sucesor al Presidente más francés y sonriente que haya tenido Francia, M. Gastón Dumergue. Todas las probabilidades acompañaban a la candidatura de M. Raúl Péret, político de vida limpia, ilustre y tranquila. Pero poco tiempo antes de la elección, surgió una complicación !nanciera internacional que ha hecho época: el escándalo Oustric: en el que M. Péret apareció como defensor de intereses relacionado con la introducción en el mercado francés de un valor italiano de tejidos de seda arti!cial. Eso solo bastó para que todo el prestigio de una vida sin tacha, se fuera al suelo ante el concepto nacional. M. Péret, no podía ser el primer ciudadano del país. No reunía en sí la culminación de las virtudes nacionales de Francia. Y entonces se volvió la mirada hacia Paúl Doumer, al anciano doloroso, de vida ejemplar y trágica, que había ofrecido a Francia más que Foch con la victoria: la vida de todos sus hijos varones, muertos en las

Ya en el orden del Poder Ejecutivo, fresca está la historia, tan francesa, de la caída de Steeg. M. Steeg, después del gobierno Chautemps, se encargó del Poder Ejecutivo francés, Steeg, político de historia fecunda y provechosa para Francia, como pocos quizás, tiene una cosa terrible: su apellido, su descendencia germánica. Las derechas y las izquierdas de opinión, se coaligaron y, al grito de “Steeg-le-boche”, hicieron caer su gobierno a los tres días de haber ascendido al Poder... Y M. Steeg había nacido en Francia, de padres franceses, y había

Mientras tanto nosotros, en un momento de inhumanidad inexplicable, hemos hecho problema –problema en el que se expone la paz, en el que se menosprecia la sangre y la vida de los hombres– del incidente personal de un nombre oscuro, tan oscuro que, en el naufragio de su nacionalidad, solo asoman declaraciones interesadas, en las que se atribuye, esta o aquella, en guardia de sus bienes. De un nombre tan desconocido, que solo asoma, para sostener una vaga ecuatorianidad interesada, cuando ha pasado la época más noble de una vida: la juventud y la edad madura.

he encontrado algo que, en el campo del servicio a la nación o al hombre de su tierra, hayan hecho del señor Bonifaz, de este señor Bonifaz que nos ha caído en esta pobre tierra un ciudadano excelso en ninguna de las líneas de excelencia del hombre. Se asegura que es honrado. Deben referirse a la honradez del hombre que no hace trampas ni en sus negocios ni en el juego,

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a la honradez del club-men correcto en sus relaciones de sala y de tapiz. Lo creo. Pero esa honradez, quiero creer que la tienen todos los hombres de la calle, que tienen su !cha policial sin tachas; todos los hombres de la calle que tienen virgen su historia judicial. Y esos, lo espero, deben ser muchos, en todos los sectores de la actividad humana. Deben ser muchos también. (¿por qué entonces no cambiar de hombre?) en las !las bonifacistas. La caballerosidad mundana del señor Bonifaz, no es una razón su!ciente para que nos aferremos a su nombre, por encima de todas las consideraciones de nacionalidad ampliamente discutible en el terreno legalista, excesivamente comprobadas en el aspecto moral, por la renegación de su ecuatorianismo, a lo largo de casi toda una larga y despreocupada vida.

Alrededor de este nombre oscuro, lanzado por sorpresa a la consideración de un pueblo olvidado de la democracia, y lanzado con ocultamiento de calidades y dolo inicial en los comicios, gira hoy toda la atención de este pueblo que merece mejor suerte.

Benjamín Carrión

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Acerca de la organización y actuaciones del Partido Socialista36

ACOTACIONES DEL DOCTOR BENJAMÍN CARRIÓN A UN ARTÍCULO DEL DOCTOR PÍO JARAMILLO A.

Quito, octubre 21 de 1932.

Señores directores de “El Comercio”

Ciudad.-

Una vez más, señores directores, acudo a la gentileza periodística de ustedes, recientemente reconocida en forma franca y leal por mí, para pedirles quieran acoger unas líneas relacionadas, más que con la política electoral del momento, con el empeño de moralización política, de humanización política, de aseo político que, editorialmente, preconizaron ustedes al comentar –en un editorial de prensa grande, comprensiva y civilizada– un gesto disciplinario de dos socialistas que abandonaron el poder el momento en que un sentido de disciplina y de comprensión de circunstancias, les obligó a hacerlo.

El doctor Jaramillo Alvarado que, en una Asamblea de socialistas reunida el mes de julio del presente año –mucho antes de que fuera posible pensar, racionalmente, en un MOMENTO ELECTORAL– fue designado para integrar un Comité de Organización de Propaganda Socialista Ecuatoriano, tratándolo, principalmente, de oportunista, de falto de táctica, de desconocedor de la realidad POLÍTICA ELECTORAL.

Dice el doctor Jaramillo: “Nótese que los núcleos socialistas no se habían preocupado de programas ideológicos, de la organización provincial del partido, de provocar asambleas ni de impartir directivas, sino paralelamente con el desarrollo de la cuestión electoral, lo que indica que no son ideologías las que han primado en el criterio, sino los hombres”.

Falso, rotundamente falso, señores directores. La aspiración socialista nacional, valiosamente demostrada en distintos momentos organizatorios, intensi!có su labor, resueltamente, en los meses de mayo, junio y julio.

36 Tomado de: Benjamín Carrión, “Acerca de la organización y actuaciones del Partido Socialista”, en El Comercio, Quito, domingo 27 de octubre de 1932.

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Precisamente en momentos en los que, ni remotamente, se soñaba en la posibilidad de llegar a la actitud parlamentaria que eliminó al señor Bonifaz. En momentos en que aprestarse a la lucha, organizadamente, no era la posición más cómoda ni más oportunista.

De un momento grande hemos de arrancar, señores directores, este movimiento resuelto a la organización de las fuerzas sociales: del 1 de mayo, en que los universitarios fueron atropellados. Aún antes de la asamblea que por primea vez reconocía la posibilidad del socialismo en el doctor Jaramillo Alvarado, trabajos efectivos se habían ya realizado inmediatamente después del 1 de mayo: las cédulas de empadronamiento, la relación epistolar para conseguir la constitución paralela de núcleos provinciales, etc. Pero para desmentir categóricamente la aseveración que el doctor Jaramillo Alvarado lanza para empequeñecer –hasta una medida minúscula que solo la incomprensión puede pretender– al PSE, basta y sobra revisar las fechas en las que la Asamblea que designó socialista al doctor Jaramillo se reunió, y la fecha

¿Dos meses antes de la descali!cación del señor Bonifaz, ya se había abierto el período electoral, según el doctor Jaramillo Alvarado?...

En su empeño impugnador continúa: “Las directivas de abstención electoral, las admoniciones disciplinarias solo fueron acordadas cuando los sucesos electorales así lo requerían”. ¿O es que el doctor Jaramillo cree que esas directivas las toma algún partido del mundo, sino cuando el proceso electoral

para que se piense ingenuidades infantiles que, fácilmente, pueden perder este

A!rma que “el socialismo (¿) había aceptado a un candidato liberal-radical que garantice la organización tranquila del socialismo. AÚN FRAGMENTADO O EN NÚCLEOS, etcétera. Esta a!rmación, además de contener tantos errores doctrinarios como palabras, contiene una gran falsedad y un ilogismo inconcebible. ¿A qué “socialismo” se re!ere el atacante? Probablemente al que, representado por una organización provisional, él prometió apoyar y sustentar, en forma entusiasta y pública. Pues bien, ese organismo, que se llamó Comité Ejecutivo Provisional de Organización y Propaganda Socialistas, no tenía facultades para tomar resoluciones de ese orden y, lo que es más claro, en el terreno de los hechos, no las tomó. Pero si el atacante actual del PSE se re!ere a otro SOCIALISMO, al que hoy de!ende

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Se apoya luego en conversaciones con los dos socialistas que se separaron disciplinariamente del Gobierno. Zambrano y Carrión se hallaban ausentes de Quito cuando se les ha atacado. Zambrano, como él sabe hacer sus cosas, desmiente y recti!ca los ataques. Carrión, al que el doctor Jaramillo quiere hacer aparecer como vacilante, “que renunciaría ante la complejidad del

sondaje político electoral de que era objeto y, sin embargo, planteó en la forma más concreta la posición socialista en el gobierno no referente a realizaciones departamentales, sino de política integral. Ya está pasando de moda la posición magistral que atribuye razones propias a actitudes ajenas. Y cierto talento de comprensión general creo ha demostrado Carrión para que cualquiera, el primero de por allí, le haga dueño de interpretaciones de imbecilidad integral,

una honradez desa!ante puede ostentar Carrión, para que, en lo intelectual o en lo moral, se lo mezcle en desaseos de politiquería.

Insiste el impugnador del socialismo en su posición primitiva, de atribuir oportunismo al PSE: “Solamente con interés electoral ha suscitado en esta vez, como siempre, el anhelo de organizar un partido, de discutir programas ideológicos, de dar DIRECTIVAS ARBITRARIAS, en contraposición con las realidades”. ¿Oportunismo? ¿Interés electoral? Da hasta pena tener que descender hasta posiciones como estas. Desde el liberal radicalismo, sí señores,

abstiene, al que quiere ser seriamente, antes que contaminarse se le quiere,

disciplinaria de dos socialistas, al nivel bajo de un sueldo de crónica. No vale la pena responderla. Si recordare que EL COMERCIO comentó, en editorial de prensa grande, aquella actitud. Actitud que no reclamaba comentario excepcional, considerada desde el punto de vista socialista, porque era el simple acatamiento de un deber disciplinario, pero que sí debió haber parecido inusitada, rara, infantil, a los revolucionarios desde arriba, que creen que lo que se atrapa, no se debe soltar.

El PSE en mani!esto que conocieron y aprobaron los que ahora nos atacan adoptó la única posición que podría adoptar para ser digno de su nombre: la clasista, integralmente marxista por lo tanto, y revolucionaria. Todo esto dentro de las líneas tácticas y sobre base de disciplina rigurosa, de decencia humana, de civilización en las luchas de sinceridad en los procedimientos. Por lo tanto, su línea es perfectamente clara y de!nida. Y no irá con sus hombres

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en miniatura. Inmensamente penosa para mí, señores directores, esta actitud que

adopto, como militante y defensor del NSP. Para nadie es un secreto mi vieja amistad con el profesor de bancos escolares, compañero de prensa y de recientísimas campañas. Pero, ante todo, la verdad, la justicia económica y social, que es preciso defenderla celosamente, contra todos, porque es la grande y única esperanza. Esperanza total para la salvación del hombre en el mundo y esperanza singular inmediata, para este país empobrecido, envilecido, corrupto, por la con"uencia igual de culpas: las del conservadorismo y las del liberal radicalismo. Nuestra equidistancia es total ante esas dos ramas, igualmente nefandas, de la burguesía. Nuestra línea recta no siente urgencias de declive, de imposible declive, hacia cualquiera de esas dos de!nitivas e incurables torceduras.

Sin polémica.Y para los señores directores, la expresión rendida de mi agradecimiento.

Benjamín CarriónSecretario general del NP del PSE

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Un libro bien nombrado37

La carnavalada política a la que, con frecuencia, se entregan estos pueblos hispano-indígenas, asume de pronto caracteres de grotesca tragedia. Muchas veces con desenlaces imprevistos y bárbaros.

En este libro, Delio Ortiz nos cuenta uno de esos episodios, en una especie de ágil y alerta biografía de una infamia. Es protagonista un espadón desenfrenado –al que conocí antes y después del poder– cuyo desconcertante ascenso a la Presidencia del Perú, solo se explica por el hecho de haber sido el circunstancial y afortunado ejecutor de la caída del “Gigante del Pací!co”, el pequeñito y sagaz, inteligente, frío y recio dictador Leguía.

Luis M. Sánchez Cerro, “el Comandante”, es el hominículo cuya anécdota sangrienta sirve a Ortiz de fondo para hacer este libro, que casi nos está inaugurando un género: no es biografía, no es novela, no es historia ni ensayo. Un mucho de todo eso. Pero, ante todo, un viviente y logrado esfuerzo para poner en pie, con toda su desolación, una hora larga de historia americana, en la que se turbó la paz del “continente de la paz”, y estuvo muy cerca de originar un cataclismo tropical sangriento.

Es la hora de Leticia.Resulta que estos Estados –provincias de una nacionalidad continental– se

han dedicado entre ellos al jueguito divertido y peligroso de la diplomacia tipo europeo del siglo pasado –Talleyrand, Metternich–, con todas las agravantes de una mimesis caricatural: secretismo, escondite, abuso de la palabra fraterna que encubre la traición. En un momento de esos y a espaldas de un interesado principal de todos los tiempos, el Ecuador, los gobiernos del Perú y de Colombia llegaron a un acuerdo: Perú cedía a Colombia –como quien corta con cuchillo un queso– una tajada de la región amazónica que salió en forma de trapecio; Colombia cedía al Perú, lo que el Ecuador, en transición fraterna le había cedido en 1916, para establecer la frontera común ecuatoriano-

llamando tratado Lozano-Salomón.Pero resulta también que, cuando no se consulta a los pueblos respecto

de su destino, los pueblos no siempre se resignan. Leticia, el pueblo cedido

Pací!co” quizás alentado por el machismo del comandante, el pequeño pueblo

37 Tomado de: Benjamín Carrión, “Un libro bien nombrado”, en El Día, Quito, 17 de febrero de 1941.

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-nes tropicales, pero como quiera agrio, hasta sangriento, inútil y cruel. Y después que los mosquitos y el paludismo derrotaron a las fuerzas enemigas en Güepí y Leticia, otro compadreo en Río de Janeiro cerró la etapa de las

nos comenta, en forma singularmente lúcida, Delio Ortiz en este libro.Diplomacia de Gangsters

chola, de engañifa y enredo, de tinterillaje y viveza, practicada en América por todos los países hermanos. Pero en la que somos especialistas los súper hermanos, los bolivianos, sobre todo cuando se cree en una relación

fanfarria clarinante en los días de recordatorios de batallas. Promesas y juramentos de amistad eterna, copa de champaña en las manos, los días de la raza. Tratamiento de hermanas: la hermana del norte, la hermana del sur, la del oriente y la del occidente. (En nuestro caso, tenemos los ecuatorianos una hermana tan frenéticamente amorosa, que ya, con el apoyo de otras

por debajo, la transacción vergonzante de unos a expensas de otros, el respeto y el adulo al más fuerte, con prejuicio del débil; y sobre todo, la usurpación lenta, taimada, odiosa, que aprovecha todos los momentos de dolor o de crisis de una “hermana”, para lanzarle zarpazos felinos a su territorio.

Es en este último aspecto en el que el acierto de bien nombrar de Delio Ortiz, adquiere un especial relieve: Diplomacia de Gangsterseste terreno, a los atracos premeditados y alevosos, se les da un nombre de apariencias decentes: tratados públicos.

Para historiar el caso concreto de Leticia –capítulo del inmenso caso de injusticia que es el del Amazonas– Delio Ortiz necesita, en primer lugar, hacer la presentación de los personajes del drama, dramatis personae. Y en todas las dimensiones de su obscura y repugnante personalidad nos muestra la !gurilla gesticulante, negroide, sudorosa del protagonista: el Comandante Luis M.

El retrato que del tiranejo peruano nos hace Delio Ortiz es sencillamente magistral. Quienes fuimos alcanzados por ese hábito de repulsión humana que emanaba su persona, lo hemos reconocido en la prosa tajante y decapitadora de Ortiz: “Bebía con frecuencia, nos cuenta. Pero no embrutecía. No tenía por qué embrutecer”.

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Cuando una tarde inolvidable de Lima, en el año 1931, lo vivimos por primera vez muy cerca de nosotros. Cuando lo escuchamos leer mal, ante cien mil personas, un discurso que le dieron ese rato. Cuando lo vimos realizar el gesto ultra huachafo de lanzar desde el balcón donde peroraba, sobre las multitudes estacionadas en la Plaza de San Martín, una paloma viva como símbolo de la paz que le traía al Perú, sentimos vergüenza y pena a la vez, pensando que solamente una desgracia circunstancial –de esas tan comunes en nuestras tierras– hacía posible que la gran nación peruana, nobilísima, llena de virtudes, cargada de tradición y de historia, fuera gobernada por un ser inferior, por un subhombre, un abyecto, producto de todas las bajas esencias

los grandes insurgentes Prada y Mariátegui, apóstoles y profetas del nuevo

del futuro peruano. Una tierra así, fecunda y promisoria, no merecía el castigo

Cerro.(Solamente que nosotros, en este Ecuador perennemente rebelde de las

Alcabalas y del 10 de agosto. En este Ecuador de Espejo, de Rocafuerte y de Montalvo, tampoco podemos hablar muy al respecto. También tuvimos en los años 1936 y 57, un Sánchez Cerro en escala aún más baja. Un Sánchez Cerro palomilla y chistoso que, para !nes de trastienda y de tesorería, preparó y realizó una de las horas más vergonzosas de nuestra historia. Aquel horrible 28 de noviembre, con tanta crueldad tanta sangre y tanta farsa. Solo que el Perú

Asistí a la transmisión del mando en el Perú, cuando el poder que honrara Nicolás de Piérola, pasaba de las manos inmaculadas y bondadosas de Samanez Ocampo, a las mutiladas y negras del comandante piurano. Y a pesar de que aún no estaba abandonado por el consejo sereno y sabio –quizá en realidad, nunca escuchado– de un hombre tan reciamente puro, tan limpiamente democrático como Luis Antonio Eguiguren: Sánchez Cerro, ingrato y mendaz, al insultar a Leguía, su protector de siempre, en el discurso de inauguración de su período proclamó que, si bien en el oncenio trágico, se había entregado la mayor parte del territorio nacional a los usurpadores, en el futuro no cedería una pulgada

Delio Ortiz en rápidos y acentuados trazos, relata la historia de la ascensión del “Comandante” al Palacio de Pizarro. Yo presencié el desarrollo de esa hora del vivir peruano, una de las más bellas horas de esperanza y realidad de la democracia americana, malograda infamemente por los hacedores de votos,

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por los confeccionadores de presidentes a fuerza de monedas, por los prestigita-dores de las urnas, por los corruptores del ejército y la policía del pueblo: yerba loca de casi todos los países de este continente feliz.

ciudadana había llegado a adquirir una vibratilidad musical. El nombre y el

pueblos del Perú, desde Piura hasta Tacna. Cuando, en aquel año, yo entré a la tierra de Manco-Cápac, atravesando el macará, pude comprobar en el norte peruano cómo en los más remotos caseríos y subprefecturas, había renacido la esperanza y la fe que se creían muertas después de once años de dictadura férrea. Algo inesperado, casi humano, para quien como yo sabía que “las

una juventud de obreros e intelectuales, en fraternidad sin reveces, se había adueñado de la opinión y voluntad peruanas. El ambiente era lealtad y decencia: no en vano dirigían el gobierno hombres claros y honestos: Samanez, Gálvez,

decoro, de patriotismo, de honradez, de constructiva inteligencia. Una larga y estremecida alegría del hombre peruano, parecía anunciar el nacimiento de un pueblo no solo a una era de libertad política, sino a una era vital del trabajo, de igualdad económica, de justicia humana. Nunca he presenciado espectáculo semejante en mis largas correrías por el mundo.

Por !n clareó el Domingo de Ramos de la esperanza peruana: la llegada

contemplar hasta entonces –y hasta ahora– un momento humano más bello de emoción popular, una exposición más conmovida de esperanza. Fue una hora mesiánica, en la que el júbilo de los hombres, las mujeres y los niños llegó hasta las expresiones primarias del grito y de la lágrima.

discurso de saludo, después de años de ausencia y de destierro, su discurso inicial de candidato a la presidencia, fue una oración noble, austera, podría decirse de ascética dureza. Una lección, que no ha sido aprovechada, para toda esta América de políticos de relumbrón y promesa, que se lanzan a embaucar a las gentes sencillas, con la proclama cartelera y efectista, en que se promete la facilidad que no se puede dar acción que no se tiene la intención de realizar.

38

38 En el original falta una línea. (N. del E.).

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extranjero, incomprensible.

derechas, qué lejos del estratega electoral lisonjero y meli"uo!Toda aquella campaña política, conducida por la juventud del Perú, fue

ejemplar y edi!cante. Frente a la fe y al anhelo de los pueblos, el civismo jugaba una partida cobarde, llena de triquiñuelas, de componendas y arreglillos entre bastidores. Se pensó primero en personaje arzobispal y panzudo, lleno de apellidos y de bienes, sabiondo en humanidades clásicas. Pero el descendiente de quienes se opusieron a la independencia del Perú, no quiso turbar la placidez de sus digestiones eruditas. Después de muchas tentativas por galvanizar nombres y hombres disecados, la angustia civilista, que tenía el aprismo, como el delincuente a la horca, tuvo una inspiración de astucia: Sánchez Cerro, el vencedor, el derrocador de Leguía. No importaba que meses antes hubiera el civilismo cortesano manifestado asco estomacal por el comandante cholo,

y a los zambos de los muelles chalacos, para entusiasmarlos, las actitudes callejeramente matoniles del comandante en sus meses de interinazgo, sus

sabía que, con sus mañoserías, se adueñaría del za!o sargentón cuando llegara al poder; y lo convertiría en instrumento de sus intereses, mediante todo el juego espejuelante y fascinador de la coquetería de sus mujeres re!nadas, de la adulación de sus dandis feminoides.

Y con Sánchez Cerro se presentó frente al aprismo el viejo civilismo peruano el que se enriqueciera con el guano y pretendiera establecer la dinastía de los Pardos.

Un sector liberal, de hombres de media edad y de fuerte a!ción a la cultura,

error táctico de los dirigentes apristas– tuvo, sin embargo, el pudor de negarse a seguir en la demagogia aristocracia que hizo bandera del comandante. Y, entones, haciendo un esfuerzo sobrehumano, quiso poner en pie el viejo mito del Partido Demócrata de Piérola, y bajo los auspicios de uno de los hijos del gran caudillo desaparecido –el pusilánime y bondadoso señor don Amadeo– se lanzó una candidatura centrista, de arraigo en cenáculos intelectuales, pero sin ninguna conexión con las juventudes y las masas peruanas: la del Dr. José María de la Jara y Ureta. Su paladín, en mala hora, fue el vibrante periodista combatidor de Leguía, don Luis Fernán Cisneros.

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Una estimable pretensión personalista –de las tantas veces también hemos padecido nosotros– quiso atraer popularidad para el nombre de un político antileguiísta muy honorable: el Dr. Arturo Osores.

Fue formidable el encuentro del antiguo con el nuevo Perú, en todos 39, el contraste fue más lleno de signi!caciones:

Sánchez Cerro, además de su individualidad grotesca, representaba a todo lo caduco, todo lo envejecido, hediente a podredumbre y corrupción: latifundis-mo, falsa aristocracia criolla, vergüenzas nacionales internas y exteriores.

pero no en una forma dislocada y espasmódica, sino con orden y disciplina, con

del Perú hecha con estudio y con números. Y la promesa de justicia no era el deshonesto ofrecimiento de felicidades enteras, hecho en léxico plagiado de revistas de propaganda revolucionaria rusa: eran las palabras peruanas, germinadas y nutridas en la realidad del Perú.

–allá como acá– troncó ánforas, destruyó sellos, inventó nulidades, robó

de Abajo del Puente y Malambo, entre las zambas de Piura, fue declarado por la aristocracia limeña que lo detestaba en el fondo, Presidente Constitucional del Perú.

Ese momento, el hombre nuevo de América sufrió el golpe más rudo en la raíz de su esperanza: nada más orgánicamente estructurada, nada más sembrado y germinado en la tierra y el clima de América, que el aprismo peruano, que su ideario, su realismo, su frescura y robustez sistémica, interpretación auténtica del anhelo de estos pueblos semifeudales, de economía primaria, con mestizaje y con indianidad. El civilismo cometió el crimen, no solo deteniendo la marcha del Perú hacia su verdadero destino, sino teniendo y obstando la marcha de los demás pueblos con métodos de picardía y bandidaje político –delación, cohecho, prisión, destierro y asesinato– para aplastar los intentos

posteriores y actuales: México de Cárdenas, Colombia de López y Santos, Chile de Aguirre Cerda.

Alentados por el éxito del atraco peruano, se incubaron en los pantanos de América los criaderos de tiranuelos marca Benavides, Buchs, Ubico y hasta

39 En el original falta una línea. (N. del E.).

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Machado y Trujillo Medina, que esclavizan pero construyen, que matan pero siembran. Aquellos otros viven solo mientras el asalto rápido de las cajas y el

acezantes, permitió el entronizamiento de gobiernos nadie, de gobiernos nada, que son como un largo bostezo de los pueblos agotados por el largo sufrimiento: entonces se explican regímenes como los actuales en Ecuador, en Perú. Gobiernos que son como una O. K. Gómez Plata para calmar los agudos dolores de barriga.

En este libro, Delio Ortiz nos impresiona al contarnos esa miseria de una época peruana y merece admirable su clasi!cación geopolítica del Perú en zonas del clima y virtualidad distintas: el Perú del Cuzco, indigenista animador de literaturas de larga trayectoria y anhelos justicieros; el Perú de Lima, orondo, cortesano, rivagüeresco; el Perú trujillano, el que teoriza admirablemente su porvenir con Antenor Orrego, y hace la historia, desde la tribuna o desde el

Luis Alberto Sánchez, Manuel Secane y Carlos Cox. Delio Ortiz es un hombre con talento y con sensibilidad puestos en el

lado izquierdo. Sin sectarismo, pero con pasión. Por eso es que, al tratar en este libro los más delicados temas, sabe darles una interpretación conforme con la causa más humana y más justa. Conocedor, por experiencia personal difícil y atrevida, de la aventura que nos narra, la entrega viviente, con su alma, su sangre, su dolor y su miseria.

rico de !lialidad, pueda convivir con un patriotismo continental más amplio, nutrido de verdad y de realismo, adversario de la palabra rimbombante, que

falta –y a eso tienden libros como este de Ortiz– que formemos en América un pacto de no agresión contra la guerra de palabras fraternas, vacías de amor, o

hacen falta hombres que los sustenten en la realización de su ideario desde la tribuna, el periódico o el gobierno.

Podemos anunciar a Delio Ortiz, tras la lectura de su libro Diplomacia de Gansgters, como uno de los más vigorosos escritores políticos del continente.

Benjamín Carrión

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Mi voto es por Rómulo Betancourt40

N. de la R. deseoso de ocuparse del problema político de Venezuela, Benjamín Carrión interrumpe esta semana sus “Nuevas Cartas al Ecuador”, que reanudará en nuestro próximo número.

América democrática espera que ese 23 de enero de 1953; día de la liberación de Venezuela, sea completado. En aquella jornada, que signi!có un respiro y una esperanza para el Continente entero, se abrieron de par en par las puertas de una certidumbre democrática inmarcesible: los tiranos se van, echados por los pueblos. No cae un tirano por la ambición de un espadón, que trae consigo lumbraradas de fantasmagoría, engañosas y perversas, como ocurrió en ese 13 de junio colombiano en que el ansia de librarse de una dictadura conservadora autora de la violencia, hizo caer a ese noble pueblo fraterno en el engaño de la dictadura castrense de Rojas Pinilla, sanguinaria y rapaz.

La traición militar que derrocó al gran ciudadano de América y su primer escritor, Rómulo Gallegos, debe ser borrada, lavada de la fecunda historia venezolana. Rehacer los caminos del tiempo. Y, si bien no se remontan los ríos de la historia, sí puede hacerse lo del viejo refrán: “cuenta errada, va de nuevo”. Y, para ello, lo indispensable es que quienes tenían sobre sí el encargo abrumadoramente mayoritario de gobernar Venezuela, lo cumplen después del interregno fatídico de la dictadura Delgado-Chalaux, agravada hasta límites extremos de crueldad y rapiña, por su ex-compañero de traición: Pérez Jiménez.

América democrática intuye que es al gran partido del pueblo venezolano, Acción Democrática, al que le corresponde la grave responsabilidad de la hora actual. Y a su Jefe valeroso e ilustre, Rómulo Betancourt, expresión generosa y válida de la democracia latinoamericana, ciudadano ejemplar, de incorruptible lealtad a la causa de su pueblo, y a la causa ancha y caudalosa de la libertad humana.

A mí me ha correspondido asistir al formidable espectáculo de un hombre !el, heroicamente !el a la causa de su Patria, su pueblo y su partido. Sin titubeos pesimistas, sin una hora de desaliento: el destierro era para él una

40 Tomado de: Benjamín Carrión, “Mi voto es por Rómulo Betancourt”, en La Calle, N. 90, Quito, 29 de noviembre de 1958.

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espera larga y dura, en cuyo !nal veía él siempre, la resurrección triunfante de la Patria.

Cuántas veces, en El Dorado, rincón paradisial de la más bella isla del mundo, Puerto Rico, mirando por sobre el mar la dirección de la lejana Venezuela, Rómulo soñaba despierto en la gran aventura de rescatar su tierra de las manos impuras y rapaces de quienes se habían adueñado de ella, como una hacienda de trapiche, a cuyos esclavos hay que hacer trabajar látigo en mano para enriquecimiento del mandón grotesco, cruel y sádico.

Rómulo soñaba y actuaba. Su sueño era re"exivo y real. Porque nadie más realista, más a!ncado a la tierra y a su verdad, que este político extraordina-rio que le ha nacido a Venezuela en la hora de su resurrección. Allí está su gran libro, VENEZUELA; XX: POLÍTICA Y PETRÓLEO, que es como una gran Biblia de la realidad venezolana, escrita en una prosa de fuego, en la que se admira al vengador, al augur, pero sobre todo, al plani!cador y reconsconstructor de la Venezuela resurrecta. No hay treno ni queja; no hay una palabra de desfallecimiento. Es un cántico de esperanza. Pero no de la esperanza contemplativa y lírica que no hace otra cosa que esperar. En el libro de Rómulo está la condenación para la tiranía; la admonición dura a la Venezuela en agonía y el plan para la resurrección y la nueva vida de la Patria.

Jamás un desfallecimiento: acción, acción y acción. Cada vez –en las cuatro que al pasar por Puerto Rico tuve el privilegio de verlo– lo encontraba, dentro del mismo plan, con una nueva idea para rescatar a la Patria cautiva de las garras de los dragones-enanos que la avasallaban. Idea que la ponía en práctica con actividades hacia adentro y hacia afuera: hacia la Patria esclavizada, con directivas y normas; hacia la opinión internacional para ganarla –como la ganó– en pro de la justicia que asistía a los adversarios de la dictadura.

Cómo recuerdo esa época de San José, en la Costa Rica regida por el admirable presidente Figueres, cuando Rómulo luchó para aprovechar de la coyuntura de la Décima Conferencia Interamericana, en provecho de un poco de mayor libertad, de mayor respeto a los derechos humanos de su Patria. Esa lamentable Décima Conferencia que, teniendo por sede la Patria del Libertador de América, tenía miles de venezolanos en las cárceles, y unos cuantos paniaguados serviles de naciones fraternas, que se inclinaban ante el

mani!esto de intelectuales de Norte, Centro y Sur América, con !rmas egregias como las de Gabriela Mistral, Norman #omas, John dos Pasos, Baldomero

América para que exigieran un mínimun de respeto a la Carta Universal de

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cuya !nalidad esencial era el robustecimiento de “la democracia efectiva” en este Continente.

Para limpiar la historia venezolana de la mancha que sobre ella cayera ese trágico y maldito 24 de noviembre de 1948, en que se ultrajó a la inteligencia humana en la persona rutilante de Rómulo Gallegos, arrojándolo de la Presidencia a la que había sido llevado por el pueblo, por el crimen imperdonable de tener talento. Para restablecer “el nivel de las aguas”. Acción Democrática debe volver a gobernar mediante su jefe ilustre, el más esclarecido jefe político de la América actual.

Con!érele ese derecho, lo que ya iniciara desde 1945. Y, sobretodo, su lucha sacri!cada y heroica. Sus muertos y sus mártires. Porque esta religión democrática practicada por un número inmenso de creyentes, ha llevado a sus hombres al sacri!cio, a la cárcel, al destierro y a la muerte. Acaso como ninguna otra fe política en la historia de nuestra América. El martirologio de Acción Democrática es impresionante por su cantidad y por su calidad: desde Andrés Eloy, el máximo poeta, el poeta de la Venezuela y de la América justicieras y libres, el cantor del pueblo, el que hizo ante Dios el alegato por los “angelitos negros”, muerto en el exilio en la generosa tierra mexicana, que lo acogió como acoge a todos los que “sufren persecuciones por la justicia”, según

Y Leonardo Ruiz Pineda, esa juventud pura y heroica, que fue abatida a balazos por la tiranía en emboscada infame. Alberto Carnevali, Pinto Salinas, Valmore Rodríguez, Luis Troconis Guerrero, Mario Vargas, Cástor

dramático y glorioso del despojado ilustre, Rómulo Gallegos, que inmoló ante el ara de la libertad de Venezuela, lo que más amó en su vida, doña Teotiste, su

De todos los lugares de América y Europa, las miradas venezolanas se dirigían a ese pequeño rincón de Mar Chiquita, en donde o desde donde dirigía la gran batalla de la libertad Rómulo Betancourt. Es claro –todos lo sabemos– que fue el pueblo de Venezuela, la juventud no euniquizada de Venezuela, la que derrocó al tiranuelo, en una de las acciones populares más extraordinarias de la historia de América. Eso es verdad. Pero la presencia invisible, cercana: desde su lejanía y su exilio, de Rómulo Betancourt, sostenía muchas voluntades de dentro y de fuera de la nación: entonces sojuzgada. Tampoco nuestro Don Juan Montalvo; el héroe civil de mi país, estuvo presente en la liberación del Ecuador, cuando la supresión del siniestro tirano. Pero pudo decir, desde lejos: “mi pluma lo mató”.

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Venezuela y el nuevo espíritu de América41

Toni!ca el espíritu y ensancha la esperanza, el espectáculo magní!co de la nueva Venezuela, recién nacida y joven, después del “tercer día de permanencia en el sepulcro” de la dictadura, que en esta vez duró nueve años. A pesar de las inevitables delegaciones o!ciales, vasto horizonte de chaqués y de sombreros de pelo, de camisas almidonadas y almas –¿almas?– más almidonadas aún, la transmisión de los poderes en Casacas fue un hecho histórico ejemplar por su austera sencillez, por su nobleza humana.

En primer lugar, como consuela y tranquiliza la eliminación de los “excelentísimos”, que los mediocres exigen a sus subalternos, para ver si así, con un esdrújulo de quita y pon, crecen un poco sus estaturas enanas, sin altura ni relieve. La noble denominación de “Ciudadano”, como en los tiempos claros de la igualdad de los hombres, solamente desnivelada hacia arriba por la virtud de los mejores: “ciudadano Licurgo, ciudadano Catón” en los tiempos esclarecidos por la civilización greco-latina; “ciudadano Mirabeau, ciudadano Lamartine, ciudadano Louis Blanc”, en las épocas heroicas de las revoluciones francesas y hasta hoy: “Ciudadano presidente, en los Estados Unidos, en México, ahora en Cuba, en Venezuela, en Colombia, en Argentina, en Costa Rica...”.

Luego, el hecho mismo, solamente posible en una democracia verdadera: Sanabria, Presidente saliente; Raúl Leoni, Presidente del Congreso; Rómulo Betancourt, Presidente entrante: los tres se prodigaron, en ancho gesto de a!rmación democrática, palabras de elogio y optimismo. Nada bajo y truhancaco, como aquello de acusar al antecesor en el cargo de despilfarros, para cometer los peores a la vuelta de unos días; nada de eso poco caballeresco de anunciar que se ha sido designado –con plagio y todo– “síndico de una quiebra”. Y peor la negativa integral de la obra de gobernantes anteriores, la acerba censura de sus procedimientos, para luego incurrir en ellos, con los mismos hombres y las mismas corruptelas.

Anchas manos extendidas, sin la matonil amenaza –con plagio y todo– de cerrarlas como puños para “aplastar” con vulgaridad y todo, a los posibles adversarios, que son también ciudadanos de la Patria.

Si antes era un cerco de dictaduras el que nos aprisionaba, hoy es un luminoso halo de democracias que circunda el continente todo, con las

41 Tomado de: Benjamín Carrión, “Venezuela y el nuevo espíritu de América”, en La Calle, N. 104, Año II, Quito, 7 de marzo de 1959.

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excepciones conocidas: cuatro dictaduras, República Dominicana, Paraguay,

América, la nuestra, la de hoy, es otra cosa. Aires nuevos se respiran en ella. La lucha electoral venezolana, contada por distintas personas, pertenecientes a los tres partidos en contienda, ha sido un torneo, no de caballeros, cosa medioevalesca y “acondada”; sino de hombres, de hombres cabales en su libre e igual humanidad. Los partidarios del Contralmirante Larrazábal, entre los que se contaban numerosos y admirados amigos míos, como Miguel Otero Silva, Pedro Beroes, los hermanos Capriles; los partidarios del doctor Rafael Caldera, entre los que se contaban; numerosos amigos míos, como el gran poeta Liscano y, naturalmente, los partidarios de Rómulo Betancourt, por quien yo di mi voto simbólico y lejano, desde aquí, un mes antes del debate electoral.

Y una revelación admirable: el líder copeyano, doctor Rafael Caldera, jefe del partido Social Cristiano de Venezuela, se titula hombre de “centro-izquierda” y, contra lo que pudiera suponerse por su agrupación política, a juzgar por nuestra desgracia, es un hombre extraordinariamente culto, de gran lectura e información, tolerante, sencillo y afable, con el que da gusto platicar de todos los problemas humanos, sobre todo, sin demagogia, respecto de los que afectan a las clases menos favorecidas.

El Contralmirante, cuya popularidad en Caracas ha sido arrolladora; el hombre que ha contado con el apoyo de toda la gran prensa venezolana; el ídolo de las mujeres, por su apostura y gallardía de galán de cine, es un militar anti-militarista, en el sentido de espadonería y dominación castrense: !no, cortes, amante de la música, “glamoroso” como un “rebelde sin causa”, como un James Dean o un Elvis Presley. Y todos lo consideran bueno, generoso, demócrata. Los “golpistas”, que quisieron aprovecharse de su posible desencanto por la derrota en las urnas, fracasaron ante la férrea fe democrática de Larrazábal. Porque allá como acá, estamos convencidos que es preferible un mal gobierno –¿dónde más, pues?– que una buena trastada militar.

La reunión de invitados especiales, entre los cuales estuvimos Pareja Diez Canseco y yo, constituyó una deslumbradora muestra de la América actual; la de los demócratas probados, los que tienen de su parte la opinión libre de sus pueblos, los que la obedecen y los que la dirigen.

Vergonzante y tristísima fue, por ejemplo, la presencia de un Cristóbal Colón, Duque de Veragua, que llevaba la delegación burlesca del mayor déspota de los tiempos modernos, Francisco Franco. Todos los hascarrillos y el buen humor caraqueños, se vertieron sobre esta lastimosa representación.

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En cambio, cómo fue de apoteósica la presencia y la palabra del Presidente de la República Española, Don Félix Gordón Ordaz. Quien hizo a la prensa declaraciones que nos llenaron de rubor: solamente el Ecuador y el Perú, le negaron visa de entrada, cuando venían a visitar a los republicanos españoles residentes en América, que son los únicos sobrevivientes de la gran inteligencia española de este siglo.

Don José Figueres, signi!caba la democracia cabal; expresión de la pequeña gran Patria desarmada, que sin respaldo de nadie, sola y gloriosa, se negó a asistir a esa “cena de las burilas”, que fue la X Conferencia Interamericana, justamente reunida en Caracas para sacri!car a un país fraterno, Guatemala. Todos, colombianos, chilenos, peruanos, argentinos, se disputaban invitarlo.

La delegación cubana, feliz con"uencia de lo o!cial y lo particular democráticos, “se robó la película”. Allí el gran Roberto Agramonte, el fustigador del gran tirano nuestro, García Moreno y exaltador máximo de nuestra !gura cumbre, Montalvo. El me contó que tiene un archivo de sesenta gavetas, con la vida y la obra del Cosmopolita. Y me reveló el altísimo honor: ante el peligro de la guerra de liberación de su Patria de la tiranía batistiana, me había destinado su ALBACEA, su ejecutor testamentario en lo referente a este tesoro de estudios, páginas inéditas, biografía e interpretación.

Con él, Raúl Roa. Mucho signi!ca para mí este nombre y este hombre: autor de libros medulares como José Martí y el destino americano, Historia de las doctrinas sociales, Una semilla en un surco de fuego, Vocación palabra y ejemplo de José Gaos, Reacción versus revolución, Viento sur y muchos otros; fundador y

la gran revista !lial de Cuadernos Americanos, alta tribuna de la libertad del Continente, donde se encuentra las más altas palabras. Roa representa a Cuba Libre en la OEA, y es allí donde va a plantear el problema del trato a darse a las dictaduras en ejercicio y a las que han tomado ese camino. Roa, eminente pensador de América, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, proclamará la vigencia integral de la Carta de Bogotá, y la indispensabilidad del “ejercicio efectivo de la democracia representativa”, proclamado en el artículo 5, letra d), como conditio sine qua non, para la convivencia americana. Y si fuere preciso una reforma de la Carta, como hoy las democracias están en mayoría, se irá a ella, de acuerdo con el artículo 111 de la misma.

Costa Rica, Perú y Bolivia. Los hombres libres de las dictaduras. Y norteameri-

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Porter, que tanto hacen para el mejor entendimiento entre los pueblos sajones y latinos.

Nota de especial relieve fue la venta de bonos del MILLÓN UNIVERSITA-RIO para derrocar la dictadura de la República Dominicana, a “Chapita” Trujillo, Benefactor de la Patria. El Rector, todos los decanos y todos los alumnos –entre los decanos nuestro gran amigo !lósofo Juan David García Bacca– vendieron en las calles y plazas de Caracas, este papelito de la libertad.

junio y la otra en México, bajo los auspicios ennoblecedores de la más grande revista del idioma español, CUADERNOS AMERICANOS, de México, cuyo fundador, animador y director, es el maestro americano de verdad, Don

en nuestra América y que, entre los invitados especiales, ejercía algo así como un decanato de méritos y virtudes, y representaba el verdadero espíritu de México, que se está convirtiendo ya, y a plazo más corto que el esperado, en el

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Las Repúblicas de las balas y de las bananas42

¿Qué ocurre? Las agencias noticiosas se han dado en transmitir, en estas últimas semanas, las versiones más ofensivas que órganos importantes de opinión, norteamericanos o ingleses, lanzan contra los países de América Latina.

No hace mucho, fue la ya famosa revista Time la que se lanzaba despectiva-mente contra Bolivia, país benemérito y heroico que está atravesando una época dura, con esforzado y recio batallar, a !n de dominarla. Toda la América Latina sigue con fraternal simpatía esa lucha en que un pueblo de nuestra estirpe se halla empeñado, después de las adversidades de una guerra de cuatro años con otro país fraternal, el Paraguay, y después de la caída de los precios internacionales del estaño; hechos los dos que afectaron profundamente su economía, y que solo bene!ciaron a los vendedores de armamentos viejos y en desuso, ofrecidos por igual a los dos adversarios, indiscriminadamente.

El pueblo herido en las !bras más hondas, insurgió en forma violenta y excesiva contra los Estados Unidos y sus representaciones o!ciales, Embajada, Consulados y Departamentos. ¿Qué se dijo entonces de Bolivia, y por boca de un diplomático norteamericano, según la versión? Pues que Bolivia era un país sin remedio, y que solamente restaba que se la repartieran entre sus vecinos, para hacerla desaparecer. ¿Broma? ¿Ingeniosidad? Posible: pero las entendederas latinas no están preparadas para asimilar tan sutiles y !nos juegos

que el pueblo boliviano olvide esta ofensa irrogada a su soberanía, a su futuro, a su existencia misma como nación. ¿Es ese el efecto que se buscaba? No lo

que no hay enemigo. Y de que es estulticia sin nombre, por muy grande que se sea, el buscarse esas enemistades.

El señor Drew Pearson en su leída sección “El Carrousel de Washington”, se ha propuesto ofender y desacreditar al personaje que encarna en esta época, toda la pasión de libertad de la América Latina: Fidel Castro. Que fue el organizador del BOGOTAZO, que está comprometido en el asesinato de

!nalmente en sus últimas columnas ha resulto demostrar que se trata de un individuo del hampa internacional, frecuentador de cabaretes, y de burdeles,

42 Tomado de: Benjamín Carrión, “Las Repúblicas de las balas y de las bananas”, en El Universo, Guayaquil, mayo de 1959.

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Y la bailarina peruana que se esquiva de la persecución del sátiro cubano, obligándolo a gastarse todo su dinero que solamente le queda –a él y a un compañero de juerga, hoy arrepentido y rescatado por la virtud democrática–

¿Qué se persigue con esto? Lo ignoramos. Pero sí sabemos lo que se consigue: “enajenarse las simpatías casi unánimes de la opinión pública democrática de la América Latina, en el momento actual. ¿Será el leído columnista creído en los Estados Unidos? Lo que sí podemos a!rmar es que ahora, en estos momentos de euforia antidictatorial, en la vasta comarca de hombres que va desde el Río Bravo hasta la Patagonia, el nombre y la !gura de Fidel Castro son símbolo de libertad, de heroica insurgencia contra las tiranías, de clara e inconfundible expresión de la voluntad popular.

Finalmente –por ahora–, la AFP, Agence France Press, transmite que el periódico londinense, Daily Express, publica un editorial bastante amargo para LOS PAÍSES DE LAS BALAS Y DE LAS BANANAS, principalmente

esperar a sus invasores o a sus libertadores, según el punto de vista que se escoja”.

Y continúa: “Estos son países que votaron contra nosotros en la ONU cuando el asunto de Suez. La próxima vez que Gran Bretaña esté en di!cultades, LAS REPÚBLICAS DE LAS BANANAS, votarán una vez más contra ella en nombre de la civilización y de la democracia”.

Con grandes titulares, aquí, en Caracas, la prensa ha publicado estas informaciones. En esta Caracas, que tiene todavía fresco el recuerdo de la visita del vicepresidente Nixon y que se halla hoy terriblemente afectada por dos hechos, que los diarios destacan con indudable intención de emparentar entre sí: Primero, el rechazo de Caracas como sede del Banco Interamericano, que parece fue inicialmente prometida por buena parte de países latinoameri-canos, que al !nal desertaron; y la baja del precio del petróleo anunciado por las compañías explotadoras, cosa que se está debatiendo actualmente en la reunión de El Cairo.

Por mucho que meditemos, no hallamos explicación válida a esta actitud de la prensa de las dos grandes potencias sajonas ¿Es tanta la subestimación que por nosotros sienten, que no les importa lastimar el amor propio de estos países, por pequeños, más susceptibles en cuestiones de consideración y de respeto? Es comprensible, porque los negocios son los negocios, que nos nieguen ayuda que largamente acuerdan a países lejanos,

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proclives al comunismo. Pero, ¿por qué unir a la negativa, la burla y el escarnio? ¿Por qué agravar inútilmente una situación por sí misma vidriosa, que debería ser tratada con manos de seda?

A no ser que, detrás de todo eso, hubieran planes ocultos que nos resistimos a imaginar siquiera. Ya aquí, se habla de que el señor Drew Pearson, es una avanzada de ablandamiento para la preparación de un “guatemalazo” contra Cuba, en la XI Conferencia Interamericana a reunirse en Quito en el

busquen con"ictos intercontinentales, que agraven el innegable alejamiento ya existente –negarlo sería una necedad inconveniente– entre las porciones

A quienes pensamos que nada es tan deseable como la armónica convivencia de latinos y sajones, nos duele inmensamente, que se trate de cavar con más profundidad la zanja que nos está separando desde la época desgraciada del macartismo, que creíamos difunta y enterrada ya. Y macartismo, y de los peores momentos, es, por ejemplo, la campaña contra el héroe cubano: como los ataques y burlas a Bolivia; y espíritu de dominación colonial absolutamente intolerable es el que inspira los insultos ultrajantes que ha dado en usar la prensa inglesa. Si nosotros somos las “repúblicas de las balas y de las bananas”, mejor que marche de nuestro odiado territorio, y no sigan reteniendo indebidamente a Jamaica, Trinidad, las demás islas del Caribe, Belice y la Guayana inglesa. A tan altos y nobles señores como los británicos, no debe serles grata la vecindad de estas “repúblicas de las balas y de las bananas”.

Ojalá se imponga la serenidad y el buen juicio. El mundo no está ya para soportar dominaciones ni protecciones forzadas. Aquello terminó, de!nitiva-mente. Y que no se crea que estos países “subdesarrollados”, como se nos llama peyorativamente, han de amar a quienes han vuelto a empuñar el “gran

Caracas, mayo de 1959

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Independencia ecuatoriana!43

Señores Alberto Maldonado Salazar, Gastón Ampuero, Carlos Alvarado Loor, Licenciado Milton Moreno Aguirre, Alfredo Vera Arrata, Sonia Suárez y más numerosos !rmantes.

Jóvenes compatriotas y amigos: Gracias,

Una vida honrada y leal como la mía, para con su pueblo y con su Patria, no podía aspirar a un premio, a una remuneración mayor: la de que las juventudes universitarias crean que esa vida honrada y leal, debe ser enaltecida a la grave responsabilidad de regir los destinos del Ecuador, de ser la ejecutora !el de las voluntades supremas de la Patria.

En la noble carta de ustedes, la voz transparente de los estudiantes de Guayaquil me ha hecho la merced de solicitar mi consentimiento para “proponer a las fuerzas democráticas del Ecuador mi candidatura presidencial para el periodo 1960-1964”.

Con esa actitud de ustedes, estudiantes de Guayaquil, secundada por los estudiantes de la Universidad Central y por los de diversos institutos educacionales del país, mi actitud, mi obra y mi lucha, se hallan excesivamente pagados. Ustedes, los dueños de los destinos y del futuro de la Patria, ustedes, parte del pueblo de la Patria, me han dado su aprobación y su respaldo. Gracias.

Antes de !jación de nombres, mis queridos amigos, la Patria reclama !jación a!rmativa de plan y de actitudes. Ustedes, en su carta, han delineado esquemáticamente ese plan y esa actitud, cuando dicen: “El pueblo ecuatoriano ya no se entusiasma con simples cambios de membrete que dejen intocada la inhumana estructura económica y social. El pueblo quiere ir, necesita ir a una honda renovación espiritual y material”.

Ustedes no son la circunstancia momentánea frente a un apresurado evento electoral. Ustedes tienen la verdad permanente de la Patria en sus mentes, y esa verdad quieren convertirla en invencible, en caudalosa realidad humana.

Con ustedes estoy, íntegramente, como yo sé darme, con todas mis fuerzas y posibilidad, bien limitadas, es cierto.

-na!”, en La Calle, N. 128, Año III, Quito, 22 de agosto de 1959.

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Para la indispensable limpieza del escenario de la Patria, ensuciado hoy por la más cavernaria reacción.

Pero, por sobre todo, para la obra imperativa de la Segunda Independen-cia de la Patria, de la construcción de la Patria.

La Primera Independencia, gesta heroica de los libertadores grandes, Bolívar y Sucre, realizó la separación política de la metrópoli española. Obra truncada por el ansia explotadora de la burlesca aristocracia criolla que, en ciento cuarenta años de vida republicana –salvo cortos períodos– ha empobrecido al Ecuador, le ha mutilado las tres cuartas partes del territorio y ha implantado sobre la base del fanatismo, la discriminación racial, el latifundio y toda clase de injusticias sociales y económicas.

A ustedes, hombres jóvenes del pueblo ecuatoriano, les corresponde la obra heroica y dura de realizar la Segunda Independencia. Continuar la obra truncada de la Primera Independencia, y la que iniciará a partir de 1895, el liberalismo alfarista. Obra también truncada en sus esencias, y que hoy se quiere borrar de nuestra historia, destruyendo el laicismo y encendiendo, en estas horas del mundo, la más criminal contienda religiosa. Con ustedes estaremos todos los hombres de voluntad y pensamiento libres, aunque de generaciones anteriores.

Para realizar e imponer esa Segunda Independencia de la Patria, han de cumplirse dos faenas indispensables:

1. La más amplia uni!cación de las fuerzas anticonservadoras, para enmendar radicalmente el funesto error de 1956, que muy duro lo estamos pagando, en desastre económico nacional, en fanatización por medio de frailes importados, en abolición del laicismo, en muerte de indios en Otavalo, de jóvenes estudiantes y de trabajadores en Guayaquil. Esa uni!cación ha de comprender todas las fuerzas políticas que, profundamente, quieran libertad, justicia y democracia.

2. La articulación de un plan mínimo y gradual de realizaciones que conduzcan a la democracia económica y a la justicia social; a la a!rmación de los derechos humanos; a la defensa del laicismo; a una profunda reforma agraria que habilite para la producción todas las tierras ociosas; a la habilitación integral del hombre ecuatoriano, por la economía, la educación y la salud; sin discriminaciones inhumanas que permitan la coexistencia, dentro del territorio nacional, de indios tratados como animales por aristócratas cristianos que detentan toda la riqueza privada nacional.

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Ese plan mínimo y gradual, lo deberá articular el pueblo todo de la Patria, por medio de la más amplia y democrática consulta, la más profunda interrogación realizada por ustedes, estudiantes ecuatorianos, en todas las regiones del país, tan variadas en sus problemas, su producción, su clima y sus necesidades.

Ni programa prefabricado con lectura de unos cuantos libros, ni el cálculo habilidoso de quienes puedan caer en sus redes; todo eso hecho entre las cuatro paredes de un despacho político.

Ni hombre escogido, por reincidencia y falta de iniciativa, entre los que han sido y sonado como actores del drama de la Patria.

Ustedes solamente deben propiciar programa y hombres brotados de la entraña popular, de la verdad profunda de la Patria, por ustedes removida y a"orada. La obra de ustedes, imperiosa y urgente, es constituir un poderoso movimiento por la Segunda Independencia Ecuatoriana, SIE, que realice la obra del despertar del pueblo a su verdad, mediante el estímulo, la interrogación, la gran consulta a todo el Ecuador, que reclama, que pide, como ustedes lo dicen en su carta: “una solución nueva, con métodos nuevos y hombres nuevos”.

Estoy con ustedes en esa gran tarea: la lucha por la Segunda Independen-cia Ecuatoriana. Para construir una Patria en que haya para todos tierra, pan, cultura y libertad. Con la concurrencia de todos los hombres libres de la Patria. Con el alto patrocinio de los partidos políticos democráticos y los grupos anticonservadores.

La Patria y el movimiento que ustedes estructuren, ha de señalarnos el puesto de lucha a cada uno de nosotros. En el puesto que me toque, estaré yo, con la consigna del momento: todo lo que una, nada que pueda dividir.

Por la Segunda Independencia ECUATORIANA, Amigo y compatriota,

Benjamín Carrión

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Cuba ha encendido una luz que nadie apagará44

CARTA PÚBLICA DE BENJAMÍN CARRIÓN AL SEÑOR GENERAL MIGUEL YDIGORAS FUENTES

Señor Presidente y amigo:

Menos de un año ha transcurrido desde el mes de agosto de 1959 en que, por singular y amable invitación personal suya, visité la extraordinaria, bella y fecunda Patria de Juan José Arévalo y Miguel Ángel Asturias. Menos de un año, Señor Presidente, ha transcurrido desde aquella visita en la que, con amabilidad que agradezco, me aseguró que yo era el único ecuatoriano a quien, a título personal, a título de escritor, simplemente de escritor, usted había invitado a visitar Guatemala, después de la gran traición a América Latina, al derecho de no intervención, consumada por un militar guatemalteco, Carlos Castillo Armas, con apoyos extraños.

Yo le escuché a usted, señor Presidente, entusiastas votos de fe democrática. Yo le escuché a usted, señor Presidente, airadas condenaciones a las dictaduras que aún infestan nuestra América. Yo le escuché a usted, señor Presidente, palabras de júbilo por el derrocamiento de las dictaduras de Rojas Pinilla, de Pérez Jiménez, de Fulgencio Batista. Yo le escuché a usted, señor Presidente, hacer declaraciones sobre la necesidad impostergable de justicia social para el pueblo guatemalteco. Yo le escuché a usted, señor Presidente, rotundas a!rmaciones sobre su resolución de una reforma agraria tanto o más avanzada que la intentada por el gobierno de Arbenz, “pero con más técnica”.

Me dijo usted, señor Presidente, que sus partidarios, muchos de sus partidarios, se habían equivocado con respecto a usted. Que solamente recordaban al funcionario duro, dictatorial acaso que, durante la presidencia del dictador Ubico, había ejercido en forma de no muy gratos recuerdos, la Dirección de Caminos. Y que habían muchos descontentos al descubrir que usted era un hombre ganado de!nitivamente por las ideas democráticas.

44 Tomado de: Benjamín Carrión, “Cuba ha encendido una luz que nadie apagará”, carta pública al Señor General Miguel Ydigoras Fuentes, Presidente de Guatemala, en Mañana, N. 16, Año I, Quito, 5 de mayo de 1960, pp. 16-17.

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Y me a!rmó usted, con lujo de detalles cómo su permanencia en Inglaterra, enviado por Arévalo, y luego su prolongada representación diplomática en Colombia –tierras las dos de libertad habían a!anzado en usted los ideales bolivarianos, los ideales civilizados de justicia y democracia que deben imperar en el mundo y, muy singularmente, en estas Patrias nuestras, tan golpeadas y heridas por el cesarismo de los providenciales de los espadones malditos que han impedido, con murallas de imbecilidad, de odio y de rapiña, su marcha incontenible hacia el progreso, el bienestar y la paz.

En nuestras conversaciones, usted se mostró conocedor profundo de todos los males sin cuento que a Centro América, al área del Caribe y la del Sur, les ha causado la operación rapaz, sanguinaria, monstruosa, de los pulpos internacionales, explotadores inhumanos de los más ricos productos de nuestras fértiles tierras: los que nos roban nuestra fruta, tiñéndola con sangre, nuestro petróleo y se adueñan de nuestra energía eléctrica, para vendérnosla a precio de oro y de dolor.

Usted se manifestó adversario de la OPERACIÓN GUATEMALA, que todos sabemos en América fue dirigida y coordinada, desde las Conferencias Internacionales, en especial desde la Décima de Caracas, por esos trusts de la esclavitud y de la sangre, que asesinaron a Sandino, que impusieron a Trujillo, a Pérez Jiménez, a Somoza, a Batista y a Castillo Armas...

Y yo dije, como escritor, en muchos diarios de América, que se asomaba, a través de sus palabras, “una esperanza en Guatemala”, señor Presidente.

Porque yo conocí la Guatemala límpida y esperanzada del tiempo de Juan José Arévalo. En la que el pueblo había asumido el papel gobernante y estaba en camino de recuperar la tierra y la justicia. Una Guatemala en la que las empresas imperialistas, especialmente la United Fruit Company, se batían en retirada, ante la enérgica actitud de un pueblo que había resuelto tener una Patria, de un pueblo que estaba dispuesto a ser el dueño de su territorio.

Esa larga esperanza fue trisada en pedazos. En el siniestro cónclave de Caracas, llamado X Conferencia Interamericana, se resolvió sacri!car al gran pueblo fraterno. Mientras el abogado de la United Fruit, señor Foster Dulles, golpeaba con los puños como el capataz mandón en la mesa de las deliberacio-nes interamericanas, Torriello, el gran guatemalteco, el gran latinoamericano, honra de la estirpe, hizo la defensa victoriosa de la nación heroica, de la nación martirizada, de la nación traicionada por propios y extraños, cuyos destinos rige usted hoy, señor Presidente.

La razón y Torriello triunfaron, incontestablemente. Pero el gran crimen se cometió poco tiempo después: un militar traidor, asumió la defensa de

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los intereses del gran pulpo bananero. Y Guatemala cayó, sin que se haya manifestado la solidaridad americana y latinoamericana, en su defensa. El traidor cayó bajo el castigo de su propia ignominia. La intervención extranjera quiso imponerle un gobernante a su Patria en desgracia, señor Presidente, a usted, señor Presidente. Ese hombre era el Embajador de Castillo Armas en Washington.

Y usted, señor Presidente, triunfó en las elecciones, porque se presentó como adversario de los intereses de la United Fruit, porque enarboló la bandera del reivindicador de la tierra, la riqueza y el honor de Guatemala. Porque su pueblo, como el de Venezuela, como el de Cuba, como el mío, ya no quieren más agentes del imperialismo en sus timones de comando. Los pueblos, todos los pueblos de Latinoamérica, han comprendido la tremenda verdad.

Cuba, señor Presidente, esa tierra hecha con la sangre heroica y el pensamiento heroico de José Martí. Cuba, señor Presidente, la recién llegada a la emancipación de España, a la libertad política, ha resuelto hacer su Segunda Independencia. Porque, al eliminar con gloria el coloniaje español, inmediatamente encontró en la sombra la asechanza de un nuevo coloniaje: el de la Enmienda Platt, el de la dictadura de Machado, el de los desembarcos de infanterías de marina, el de los monstruos sedientos de oro y sangre: la United Fruit Company, la Electric Bond and Share.

El nuevo coloniaje que impone precios a lo que nos compra en materias primas y nos impone precios en lo que nos vende, elaborado con esas materias primas. De ese coloniaje, peor que el anterior, porque es en pleno siglo XX, quiere librarse Cuba. Pero la metrópoli actual, más impositiva, por más poderosa, que la española; considera que es acto inamistoso todo acto de liberación, de autodeterminación. Considera que es enemigo todo pueblo que se sacude de las nuevas cadenas de la esclavitud del dinero, más taimadas y crueles que las cadenas que privan de la libertad individual; porque comprenden a la totalidad del individuo y del pueblo por la miseria, la explotación, la sangre, el hambre...

Cuba, señor Presidente, ha hallado el libertador que le hacía falta. Usted lo sabe bien, señor Presidente: ese libertador es Fidel Castro. Y la Segunda Independencia de América Latina, se inicia con la gran Revolución Cubana. Usted lo sabe también, señor Presidente.

Y sin embargo... Y sin embargo, señor Presidente, usted se presta para iniciar las hostilidades desde el lado latinoamericano, contra Cuba. Usted se presta, señor Presidente, para hacer el juego de los grandes de ahora, de los Goliath hipócritas, que no asumen sus responsabilidades. Que quieren valerse de países de nuestra estirpe, pobres, explotados, sub-desarrollados y latinos...

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Los pueblos de la América Latina, señor Presidente, están con Cuba.

una limosna en dólares, no les importa el sacri!cio de otro pueblo fraterno.

recuerda usted? Ya lo hicieron con el cuerpo territorial de mi Patria, señor Presidente, cuando se impuso, ante los países todos de América reunidos en

la República del Ecuador!...Que los agresores tengan el valor de su maldito intento. Pero que no sea

Montúfar, el que comparte con nosotros los ecuatorianos la gloria de García Goyena... Que no sea el país alto y grande, que en 1944, nos dio la gran lección de justicia, que fue traicionada.

No haga eso, señor Presidente. A usted le oí, en plena crisis frente a México, justamente en los días de su grata invitación, decir que estaba dispuesto a todo –siempre que no sufra el honor nacional– por restablecer las relaciones con la grande y generosa nación mexicana, a la que yo amo como a mi propia Patria.

alguno en agosto de 1959, como no fuera el penoso de distanciarse de un gran país amigo como Guatemala.

Pero hoy, señor, es hacer el juego a la tremenda conspiración contra todas nuestras Patrias, en trance de ganar su Segunda Independencia. La suya, señor Presidente, tan injusta, tan horrorosamente tratada por los pulpos internacio-nales, con mengua de su riqueza y de su honor.

Cuba ha prendido una gran luz en el camino de la liberación económica latinoamericana. Nadie podrá apagarla, señor Presidente. Como no pudo la Santa Alianza apagar la luz que prendiera Miranda y que iluminó el mundo

conspiraron contra ella. Todo, todo inútil, señor Presidente.

La luz que ha prendido Fidel Castro, no la apagará nadie,

señor presidente.

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Benjamín Carrión frente al IV Velasquismo45

–Me sorprendió la votación enorme del Dr. Velasco y la muy escasa que obtuvo el movimiento de la Segunda Independencia. Esta escasez se debió a factores de última hora que no pudieron ser controlados.

–Primero: el hecho de que Velasco tiene muchos amigos por sus administra-ciones anteriores; segundo: porque Velasco fue quien llevó más resueltamente la campaña en contra del Gobierno Conservador.

–El Velasquismo es una interpretación de los anhelos populares. El pueblo, cuya hora ha llegado de!nitivamente, ha interpretado que el doctor Velasco, personalmente, es quien puede satisfacer en forma casi milagrosa sus anhelos de salir de la espantosa miseria en que se debate. “Milagrosa”, porque Velasco tiene el secreto de impresionar al pueblo sencillo demasiado agobiado por la explotación de las clases gamonalistas que se han adueñado del poder en este país.

–Velasco tiene talento; si se rodea de individuos capaces, patriotas y honorables se espera que mejorará en algo la situación nacional. Solo el pueblo organizado –que es lo que procura el Movimiento de la Segunda Independen-cia– podrá dar realmente satisfacción a los elementales deseos de justicia social que reclama imperiosamente el pueblo ecuatoriano.

–No me corresponde a mí sugerir tales nombres. El triunfador es quien debe escoger individuos que, como dije antes, necesitan ser capaces, patriotas y honrados.

–Mi actitud respecto al Cuarto Velasquismo y respecto a la suerte del país en general, es la continuación de la lucha por conseguir la justicia y el mejor reparto de la riqueza en este pueblo en que tres millones de personas viven en condición infrahumana, unos pocos que apenas vegetan y unos más pocos aún que disfrutan de comodidades y riquezas excesivas.

–Luchas de clases hay en toda sociedad. En el Velasquismo hay pueblo que hace lucha de clases y ha votado sinceramente, pero es necesario canalizar esta lucha. Todo proletario que se esfuerza por mejorar su condición miserable de vida, está haciendo lucha de clase aunque no lo sepa.

Benjamín Carrión

45 Tomado de: Benjamín Carrión, “Benjamín Carrión frente al IV Velasquismo”, en Mañana, N. 22, Año I, Quito, 16 de junio de 1960, pp. 8-9.

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Cuba: la esperanza suprema de los pueblos de Latinoamérica46

Quito, junio 20 de 1960

Señor GeneralDon Miguel Ydígoras Fuentes,Señor Presidente y distinguido amigo:

por el retardo en responder a sus dos amables cartas de mayo 19 y de mayo 30 del presente año. Implicaciones ineludibles de actuación política me lo impidieron.

Luego, quiero hacerle llegar mi expresión de agradecimiento por la profunda atención prestada por usted a mi primera carta pública, que apareciera en diversos periódicos continentales.

En respuesta a sus cartas, quiero ofrecerle el testimonio de un hombre libre, sin extremismos, sobre lo que los pueblos –no siempre los gobiernos– de la América Latina, piensan sobre Cuba y su Revolución. Sin las in"uencias nocivas de los trusts internacionales que orientan y dirigen a las Agencias de Mentira Organizada, que son la UPI y la AP.

Quiero decirle, señor Presidente, que los pueblos latinos de América, han resuelto ya, ser libres, ser independientes de verdad, profundamente. No vivir una democracia dolosa y fraudulenta, que estimula las monstruosas dictaduras de Francisco Franco, de Trujillo Molina, de la dinastía latifundiaria de los Somoza, de la matonil dictadura de Stroessner.

Este gran movimiento de la Segunda Independencia de América Latina, lo inicia hace un siglo el indio impasible y justiciero, gloria excelsa de la estirpe, Benito Juárez, que termina las intromisiones extranjeras en el Cerro de las Campanas, con los fusiles cuentos de Maximiliano de Augsburgo y de los generales traidores, Miramón y Mejía, representantes del conservadorismo que

46 Tomado de: Benjamín Carrión, “Cuba: la esperanza suprema de los pueblos de Latinoamérica”, en Mañana, N. 23, Año I, Quito, 20 de junio de 1960, pp. 14-15.

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Quiero decirle, señor Presidente, que para América y Guatemala, en el año 1914, dio uno de los pasos más nobles y más seguros hacia su Segunda Independencia, guiada por ese conductor sabio y virtuoso, hombre de justicia y democracia, Juan José Arévalo, a quien usted, en el fondo, admira y respeta, señor Presidente. Las esperanzas, de la libertad latinoamericana descansaron durante un tiempo demasiado corto en su gran Patria, señor Presidente. Pero la garra brutal del imperialismo le desgarró la entraña y, previa aquella escaramusa gloriosa para Guatemala y vergonzosa para sus asesinos, cuyo escenario fue la X Conferencia Interamericana de Caracas, un Castillo Armas se prestó a servir de instrumento de la United Fruit y los grandes trusts esclavizadores de nuestra gran Patria latina, desde el Río Bravo hasta la Patagonia.

Latinoamérica. Ningún argumento en contra es valedero para los pueblos nuestros, señor Presidente. El viaje del señor Nixon y después el del señor Eisenhower, fueron la comprobación indiscutible de este aserto, señor Presidente. Y su con!rmación la tuvimos con el viaje del señor Dorticós, que si bien fue en algún caso recibido fríamente por algún gobierno, en cambio los pueblos y sus juventudes universitarias, lo aclamaron en todas las capitales de su recorrido.

Cuba es, señor Presidente, pueblo de estirpe hispano-indígena, como Guatemala, como mi Ecuador. Cuba es un pueblo pequeño, desarmado y “subdesarrollado”, señor Presidente, como Guatemala y como mi Ecuador. Y nuestro negocio espiritual y material, histórico y geográ!co, consiste en estar más cerca de Cuba que de los imperialismos que la han sojuzgado siempre.

Yo planteo aquí una cita con la historia, señor Presidente no auguro un fallo bueno para los gobernantes hispanoamericanos que, en esta encrucijada ineludible no estén junto a Cuba: y, más aún, para aquellos que se pongan contra Cuba.

Recojo, señor Presidente, lo que usted me cuenta respecto de un Obispo cubano y un diario mexicano. Yo, señor Presidente, con mis ojos, he visto al

en la mejilla a Fidel Castro. Al primero, el día aniversario de Martí, hace tres meses: y al otro, en la maravillosa ocasión en que con la bendición episcopal, Fidel Castro inauguraba el centro escolar Libertad, en los mismos locales transformados, del antiguo castillo, cuartel y cárcel de Moncada, donde se inició, el Movimiento 26 de Julio.

¿Lo del diario mexicano? Yo he vivido muchos años en México en la ciudad maravillosa, que es como una segunda Patria para mí. Y conozco su prensa. Y

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conozco El Universal... Si por alguna razón debe triunfar en América Latina el Movimiento de la Segunda Independencia, es para librarnos de esos venenos letales que destilan diarios como ese que, como hierba mala, prosperan al calor de falsas democracias, en muchos lugares de Latinoamérica. Que hacen mayores males que Trujillo y que Somoza...

La Patria de Miguel Ángel Asturias y Juan José Arévalo, señor Presidente, debe estar libre, luminosa y noble como siempre, y en este caso, debe estar junto a Cuba. Jamás sirviendo de pretexto, señor Presidente, para cohonestar los asaltos del “destino mani!esto” que por caminos un poco más cautelosos y velados, quiere seguir dominando nuestras pequeñas Patrias.

Yo se que así será, señor Presidente. Yo se que el demócrata que hay en usted, el latinoamericano que hay en usted reaccionará iluminado y claro, hallará el camino del pueblo. Del pueblo de Guatemala y del pueblo todo de América Latina.

Correspondiendo las !nezas de usted para mi esposa, le ruego asimismo ponerme a los pies de la señora de Ydígoras Fuentes.

Señor Presidente,

Benjamín Carrión. Escritor libre de Latinoamérica.

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La cobarde conjura47

Por Benjamín Carrión (Servicio Especial de PRENSA LATINA)

La cobarde conjura imperialista contra Cuba y su Revolución, cuyas etapas principales han sido Santiago, San José y ahora Punta del Este, signi!ca una de las acciones más sucias de la historia continental.

Como el robo de la mitad del territorio a México, como la proclamación del destino mani!esto, como la aplicación unilateral de tipo colonialista, de la denigrante tesis imperialista llamada Doctrina Monroe, como el atraco consumado contra Colombia en 1903, y que le signi!có la desmembración de Panamá.

Por eso, duele en especial que sea Colombia, una de las naciones más explotadas, golpeadas y humilladas por el colonialismo imperial, la que tome esta iniciativa en contra de una nación pequeña, fraternal, miembro de la familia latina, para favorecer los designios esclavizadores del amo común, indignado porque un súbdito, siempre obediente mientras estaba dominado por dictaduras internas, hoy quiera ser el mismo. Porque Cuba quiere ser Cuba, que la tierra cubana sea para los cubanos, lo que su pueblo escoja y resuelva sobre su destino.

el que no sea ni la amenaza del ataque, ni el temor físico de la invasión, ni la pobre cobardía –explicable pero no excusable– que se ambiente ante la fuerza superior, que nos derrota por la sangre y las armas, que nos aniquila. No: hoy, es la promesa mendicante de monedas, la sonrisa del esclavo con la mano extendida, la venta de la dignidad por un puñal de “divisas fuertes”.

Francamente, no esperábamos eso de estas tierras donde los genios fulgurantes de Bolívar y San Martín, lucharon con desinterés u heroísmo por la libertad y la justicia.

En estas tierras donde enseñó Sarmiento, predicó contra Calibán, José Enrique Rodó, evangelizaron Montalvo, Alberdi y Martí. ¿Será decoro para la Patria de González Prada y Mariátegui, y más lejos, la de Vidaurre y Unaune, el Perú, seguir las huellas de Somoza, de Stroessner y de Idygoras?

47 Tomado de: Benjamín Carrión, “La cobarde conjura”, en Mañana, N. 102, Año II, Quito, 18 de enero de 1962, p. 5.

246

¿Y para la Venezuela de Andrés Bello, de Branco Pombona, de Andrés Eloy Blanco? ¿Y para la Colombia de Caldas, de Uribe, de Alfonso López y el gran viejo Sanín Cano? ¿Esos grandes países habrán consentido en convertirse en Banana Republics, que ya ni siquiera se entregan ante el gran garrote, ante el gold rol?

Afortunadamente allí están, totalizando más de la mitad de la población de Latinoamérica y casi los dos tercios de su territorio, los dos grandes de verdad:

México, el de Juárez y Maderos, de Zapata y de Lázaro Cárdenas, y el inmenso Brasil, tierra ancha y caudalosa de vida y libertad.

Y allí está mi pequeña gran Patria, el ECUADOR, eterna y palpitante, celosa de su decoro, a la que los imperialistas sacri!caron en 1942.

Y está Chile, la tierra, mar y montaña “que la tumba será de los libres o el asilo contra la opresión”, fuerte del espíritu de Gabriela Mistral.

Y Bolivia, la eterna sacri!cada a los apetitos del imperialismo. Y el Uruguay, también pequeña gran Patria, en la que resonó el grito de Ariel.

Y la inmensa, rica, poderosa Argentina, cuya mayor gloria ha sido resistir al intento de compra de conciencias para servicio del imperialismo, la tierra donde adoctrinó Sarmiento y hoy enseña Martínez Estrada.

Ciento treinta millones de hombres libres, gobernados por Magistrados de alto y decoroso sentido americano, librarán a nuestra América, la Latina, del oprobio repugnante de la entrega.

Y en Punta del Este, sea el que sea el resultado aritmético del número de Estados entregados, saldrá limpia de infamia la historia y la verdad de nuestros pueblos.

Quito, enero 8 de 1962

247

48

nuevo embajador chileno en París, Jorge Errázuriz, intercambiaron hoy fuertes críticas envueltas en términos diplomáticos, con ocasión de la presentación de credenciales del diplomático. En lo que suele ser una ceremonia muy formal, con discursos limitados a lugares comunes que evocan la pasada amistad entre los países y la esperanza de que

liberación de los presos políticos de Chile.Añadió que Francia sigue de cerca la situación en Chile y quisiera ver hechos así como buenas intenciones.

norma en las relaciones internacionales:

nuevo Embajador de Chile, no por la dictadura feroz que gobierna ese país fraterno del nuestro –ha dado una lección de tolerancia humana, de práctica de los derechos humanos de respeto de la Carta de París, en el discurso de respuesta al de entrega de las Cartas Credenciales pronunciado por el referido Embajador. Así, no más ni nada menos: una lección. Una lección entre a discípulo, de profesor a alumno. El embajador ha escuchado y, seguramente,

un hombre de derecha –o, a lo más, de centro derecha– que derrotó por poquísimos votos a Mr. Mitterrand, el candidato de las izquierdas coaligadas. Todos saben que el sucesor del General de Gaulle, representa a una Francia dominada por ideas de reconstrucción de orden, de libertad. De una Francia

de la más rancia nobleza del tiempo de los Luises. Y que si esposa es, en línea directa, emparentada con los monarcas franceses anteriores a la revolución de

Ya no habrá, en este caso, la villana disculpa del “comunismo internacio-nal”, al que pertenecen el Papa, las monarquías escandinavas de Suecia,

El Tiempo, Cuenca, 25 de octubre (s/a).

248

Presidente de Francia. Pero no cualquier Presidente de Francia, “comunistoide

francesas, emparentado con las dinastías que “durante mil años” construyeron

Se ha creado, sin protesta de los agraviados, una nueva fórmula internacional: el derecho del Jefe del Estado ante el cual se acredita un Jefe de Misión, para advertir, reconvenir y sermonear al nuevo Embajador, en el acto solemnísimo de la presentación de las Cartas Credenciales, cuando el gobierno que lo acredita, no cumple con el deber de respetar los derechos humanos consignados en la Carta de París, suscrito por los dos gobiernos: el que acredita

Se ha creado, pues, lo que en la jerga internacional se conoce con el nombre de “Doctrina” como la “Doctrina Tobar”, ecuatoriana, la “Doctrina Estrada” mexicana. Esta deberá llamarse, en los tratados de Derecho Internacional en

¿Se viola con ella al derecho de “no intervención”, reconocido y aceptado por todos? No, porque, en realidad, entra más bien dentro de las nuevas normas de la convivencia de los Estados, que tiende de!nitivamente a la “independencia”, a la amistad. Y la interdependencia y la amistad no solo permiten sino que propician el consejo, la sugerencia que a!rme y consolide dicha convivencia.

Las dos múltiples semanas fueron de peticiones, amistosos consejos,

Franco Bahamonde, para que, por piedad humana, por “caridad cristiana” perdone y haga gracia de la vida a los jóvenes independentistas vascos que

También se clamó sobre todo entre los franquistas criollos a la violación del derecho de “no intervención”, cometida por el Papa Paulo VI, la Reina

pirueta, con llamas verdes y olor a azufre. En mi lejana juventud también el

las violaciones de los derechos humanos cometidas por sus gobiernos.

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Ley Constitutiva de la Casa de la Cultura Ecuatoriana49

La Casa de la Cultura Ecuatoriana fue fundada a raíz de la revolución del 28 de mayo de 1944, subrogando en sus derechos y obligaciones al Instituto Cultural Ecuatoriano, pero adoptando un espíritu absolutamente nuevo en la dirección de las actividades cientí!cas y artísticas.

La idea y el proyecto originales fueron obras de Benjamín Carrión, quien halló la más amplia acogida en el Ministro de Educación de aquel momento, Lcdo. Alfredo Vera. La Asamblea Nacional Constituyente de 1944 rati!có la creación de la Casa y dictó la Ley de Patrimonio Artístico. Posteriormente diversos Congresos Nacionales han expedido otras leyes que han completado la estructura jurídica de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.

N. 707

JOSÉ MARÍA VELASCO IBARRA

Presidente de la República

En uso de los poderes de que se halla investido,

Considerando:

Que la cultura nacional necesita amplio apoyo del Poder Público para su desenvolvimiento y expansión;

Que para robustecer el alma nacional y esclarecer la vocación y el destino de la Patria, es indispensable la difusión amplia de los valores sustantivos del pensamiento ecuatoriano en la Literatura, las Ciencias y las Artes, así del pasado como del presente;

Que nuestras manifestaciones intelectuales deben ser llevadas fuera de las fronteras Patrias, para que el Ecuador, con la plenitud de derechos que le concede su historia intelectual, ocupe el legítimo lugar que le corresponde en el concierto cultural del Continente;

49 Tomado de: Benjamín Carrión, Trece años de cultura nacional. Informe del Presidente de la Casa de la Cultura (agosto 1944-agosto 1957), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1957, pp. 183-189.

Anexos

250

Que el progreso del país necesita ser dirigido por la investigación cientí!ca con !nes de aplicación técnica inmediata a la realidad nacional;

Que el orden de aprovechamiento de la cultura extranjera, es preciso ofrecer facilidades para que puedan venir al Ecuador valores cientí!cos y artísticos de renombre internacional, para dictar conferencias y realizar exposiciones de artes plásticas, conciertos musicales, demostraciones cientí!cas y divulgacio-nes técnicas;

Decreta:

Art. 1. Créase con sede en la Capital de la República la Casa de la Cultura Ecuatoriana con el carácter de Instituto director y orientador de las actividades cientí!cas y artísticas nacionales, y con la misión de prestar apoyo cientí!co, espiritual y material, a la obra de la cultura en el país.

Art. 2. La Casa de la Cultura Ecuatoriana estará integrada por representan-tes de las siguientes actividades cientí!cas y artísticas:

a) Dos representantes por las Ciencias Sociales y Políticas, un representan-te por los Estudios Internacionales, dos representantes por las Ciencias Económicas y un representante por las Ciencias Jurídicas. Esta representación constituirá, dentro de la Institución, la Sección de Ciencias Jurídicas y Sociales;

b) Dos representantes de las Ciencias Filosó!cas y dos de las Ciencias de la Educación, que constituirán su respectiva sección;

c) Ocho representantes por las disciplinas literarias y artísticas, en esta forma: un crítico literario, dos novelistas, un poeta, un autor dramático, un periodista, un representante profesional de las artes plásticas y otro de las artes musicales. Estos representantes constituirán la Sección de Literatura y Bellas Artes;

d)

dicha y Geografía, los cuales constituirán la sección de Ciencias

e) Dos representantes de las Ciencias Biológicas, que constituirán su respectiva sección;

f ) Tres representantes de las Ciencias Físico-químicas y Matemáticas, que constituirán la sección de Ciencias Exactas.

251

Art. 3. Los miembros de la Casa de la Cultura Ecuatoriana durarán tres años en sus funciones y podrán ser inde!nidamente reelegidos. Las vacantes que se produjeren serán llenadas por elección realizada en el seno de la Institución, por mayoría absoluta de sus miembros.

Art. 4. Los miembros de la Casa de la Cultura Ecuatoriana elegirán para su dirección un Presidente y un Vicepresidente de su seno, los cuales durarán dos años en sus cargos y podrán ser inde!nidamente reelegidos. El Presidente y, a su falta, el Vicepresidente, tendrán la representación legal y o!cial.

Art. 5. El Ministro de Educación Pública es miembro nato de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y, cuando asista a sus sesiones, las presidirá.

Art. 6. La Casa de la Cultura Ecuatoriana tendrá una Secretaría General, cuyo Jefe titular será designado por los miembros de la Institución; tal nombramiento recaerá en una persona no perteneciente a ella. Cada Sección tendrá también un Secretario, igualmente elegido fuera de los miembros de la Institución.

Art. 7. Adscríbanse a la Casa de la Cultura Ecuatoriana la Biblioteca Nacional y el Museo y Archivos Nacionales, cuyos Directores serán designados por el Ministro de Educación Pública, previa terna elevada en cada caso por la Institución. El personal de estas dependencias será designado libremente por el Ministerio del Ramo.

Art. 8. El funcionamiento de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de sus dependencias será regulado por los Estatutos que ella misma expedirá y que serán sometidos a la aprobación del Poder Ejecutivo.

Art. 9. La Casa de la Cultura Ecuatoriana realizará, principalmente, las siguientes actividades:

a) Dirección de la cultura ecuatoriana, con espíritu esencialmente nacio- nal, en todos los aspectos posibles, con el !n de crear y robustecer el

pensamiento cientí!co, económico, jurídico y la sensibilidad artística con base y orientación nacionales;

b) Apoyo y fomento de la investigación y estudios cientí!cos de signi!cación universal y de aplicación útil al desenvolvimiento nacional;

c) Estímulo de la preparación técnica de los hombres del Ecuador con miras a un desarrollo nacional y acelerado del potencial económico del país para el mejoramiento de la vida humana;

d) Exaltación del sentimiento nacional y patriótico y de la conciencia del valor de las fuerzas espirituales de la Patria;

252

e) Aprovechamiento de la cultura universal, para que el Ecuador marche al ritmo de la vida intelectual moderna.

Art. 10. Para el cumplimiento de los !nes establecidos en el artículo anterior, la Casa de la Cultura Ecuatoriana empleará los siguientes medios, entre otros:

a) La organización de conferencias que serán dictadas por nacionales capacitados en las distintas culturas y por extranjeros de reconocido

valor, invitados por la Institución;b) La fundación de una editorial, en la que se publiquen, de preferencia,

los clásicos nacionales y las obras de los escritores ecuatorianos contemporáneos, tanto cientí!cas como artísticas y literarias, previo informe de la respectiva Comisión;

c) La organización de exposiciones cientí!cas y artísticas, dentro de la República y fuera de ella;

d) El envío de misiones culturales, por todo el territorio de la República y a los países del Continente;

e) La concesión de premios nacionales para la obra de escritores, hombres de ciencias y artistas;f ) La proposición al Ministerio de Educación Pública de candidatos para

la obtención de becas en el exterior y señalamiento de materias de estudios a realizarse;

g) La publicación de una revista de la Casa de la Cultura y de revistas especializadas;

h) El estímulo y la organización del teatro, la música y la coreografía nacionales;

i) La dirección y el perfeccionamiento de las artes populares; y j) El estímulo para la creación de institutos de altos estudios y de

investigación cientí!ca.

Art. 11. Son fondos de la Casa de la Cultura Ecuatoriana:

a) El 20% de producto ya recaudado y del que se recaudare en lo sucesivo del impuesto de tres cuartos por ciento ad-valorem sobre las exportacio-nes que se hagan del Ecuador creado en el Art. 8 del Decreto N° 1755 de 11 de noviembre de 1943;

253

b) El modo actual y el que en lo sucesivo se señale en las partidas respectivas del Presupuesto del Estado para el sostenimiento de la Biblioteca Nacional y del Museo y del Archivo Nacionales;

c) Los fondos que le fueren asignados por el Estado y otras Instituciones Públicas y privadas;

d) Las donaciones y legados que se instituyeren en su bene!cio;e) El producto de la venta de las publicaciones que realizaré y de la entrada

a exposiciones y conciertos; yf ) Los demás que, por cualquier otro concepto, recaudare.

Art. 12. Los funcionarios a quienes corresponde la recaudación del impuesto a que se re!ere el inciso a) del artículo precedente, depositarán la porción correspondiente a la Casa de la Cultura Ecuatoriana y a su orden, directamente en el Banco Central del Ecuador o en la Institución Bancaria que, a falta de éste designe el Ministerio de Educación Pública de acuerdo con el Presidente de la Casa de la Cultura.

La demora injusti!cada en el cumplimiento de la obligación de hacer dicho depósito será castigada con la inmediata separación del funcionario remiso, pena que podrá ser impuesta de o!cio, por el Ministerio correspondiente, o a petición de parte de la Casa de la Cultura.

Art. 13. La inversión y manejo de los fondos de la Casa de la Cultura se

formulado por la Institución, anual y detalladamente, el mismo que entrará en vigencia previa aprobación del Poder Ejecutivo. A igual aprobación previa estará sujeta cualquier reforma de dicho presupuesto.

Art. 14. La Casa de la Cultura Ecuatoriana presentará anualmente al Ministerio de Educación un informe de las labores realizadas, acompañadas de una razón explicativa de todas las inversiones en igual período.

Art. 15. Queda derogado del Decreto N° 1755, de 11 de noviembre de 1943, por el cual se creó el Instituto Cultural Ecuatoriano, excepto en lo relativo al Art. 11, letra a) de este Decreto. En todos los derechos y obligaciones del extinguido Instituto Cultural le subroga la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En el mismo sentido se derogan todas las disposiciones que en otros decretos o leyes causaren oposición al presente.

254

DISPOSICIONES TRANSITORIAS

Art. 16. Por esta vez, el Presidente de la República hará la designación de quince miembros permanentes, de acuerdo con la estructuración de la Casa de la Cultura. Los restantes serán elegidos por los miembros nombrados.

Art. 17. Estatutos y Reglamento interno y organice sus secretarías, actuará como Secretario General el Jefe de la Sección de Extensión Cultural y Publicaciones del Ministerio de Educación Pública.

Art. 18. El Ministro de Educación Pública convocará a los quince miembros designados por el Presidente de la República, para su respectiva organización.

Art. 19. Encárguese de la ejecución del presente Decreto los señores Ministros de Educación Pública y del Tesoro.

Dado en el Palacio Nacional, en Quito, a 9 de agosto de 1944.

El Ministro de Educación Ministro del Tesoro (f.) Alfredo Vera (f.) M. Suárez Veintimilla

Es copia.- El Subsecretario de Educación,(F.) Edmundo Carbo

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Por la liberación Dominicana50

Para que la democracia reine entre los hombres, para que los derechos humanos fundamentales sean una verdad auténtica, para abolir para siempre la explotación del hombre por el hombre, los pueblos libres de la tierra se enfrentaron con la más formidable maquinaria bélica de todos los tiempos, la redujeron a la importancia y, como fruto de todos los tiempos, la redujeron a la impotencia y, como fruto de la victoria, anunciaron en Méjico, en San Francisco, en Londres, la implantación de!nitiva de la democracia en el mundo.

Y el mundo, que ya no quiere nutrir su fe con palabras solamente, que quieren ver la doctrina transformada en hecho, reclama hoy, para todos los países grandes y pequeños, la democracia viva, no solo en la convivencia exterior sino, primordialmente, en la vida interna de los pueblos.

El hecho de alinearse, mediante concurrencia a Conferencias y Congresos, en la formación internacional de los Estados democráticos, no debe ser la razón única y su!ciente para conferir, aún a las más feroces, inhumanas y tiránicas dictaduras del título, la patente limpia de campeones de la democracia.

Y a nosotros, hombres libres del Ecuador, nos duele que esto ocurra en nuestra América, en este continente nacido con vocación y destinos libertarios; en esta América ancha, como para albergar en paz y justicia fraternas a todos los hombres. Y que pueblos nobilísimos, hermanos nuestros, cifras preclaras en el desenvolvimiento histórico continental, se encuentren sometidos a regímenes de opresión, en los que garantías fundamentales y los derechos humanos se hallan abolidos.

Tal es, con caracteres ostensibles de gravedad, el caso de la República Dominicana, nación ilustre, vinculada a los hechos más gloriosos del descubrimiento, la conquista, la independencia y la cultura americanos. Ese gran pueblo de la comunidad continental, se halla esclavizado y oprimido por una dictadura, cuyos signos trágicos y grotescos colocan al margen y frente a la civilización que en siglos ha conquistado el hombre contemporáneo.

En nombre de la cultura, en defensa de la democracia y de las garantías sustanciales del hombre, nosotros, hombres libres del Ecuador, reclamamos para la República Dominicana, para el pueblo de Santo Domingo, el derecho a ser libre, a que su vida se desenvuelva dentro de un régimen de respeto a la

50 Tomado de: Benjamín Carrión et al., “Por la liberación Dominicana”, en La Tierra, Quito,17 de enero de 1946.

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persona. Y, por lo mismo, consignamos nuestro repudio a la tiranía sin freno que, sobre ese noble país hermano, ejerce desde hace quince años, con amenaza de prolongación ilegal e inde!nida, Rafael Leonidas Trujillo Molina. E invitamos a todos los hombres libres del Ecuador y de América, a expresar su condenación contra esa dictadura.

Dr. Manuel Benjamín Carrión, Presidente de la Casa de la Cultura, Profesor Universitario.

Dr. Julio Enrique Paredes, Rector de la Universidad Central.

Dr. Pío Jaramillo Alvarado, Profesor Universitario, Presidente del Instituto Indigenista del Ecuador.

Dr. Luis Bossano, Decano de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales.

Dr. Manuel Agustín Aguirre, Vicepresidente de la Asamblea Constituyente, Secretario General del Partido Socialista.

Dr. Ricardo Paredes, Diputado de la República, Secretario General del Partido Comunista51.

51 Entre las !rmas que siguen están: Jorge Icaza, Alfonso Calderón Moreno, Juan Isaac Lovato, Angel Felicísimo Rojas, Alfredo Pérez Guerrero, Manuel Elicio Flor, Luis Tamayo, entre otras.

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Mani!esto Socialista Ecuatoriano a la nación52

El Partido Socialista Ecuatoriano, en documentos o!ciales, ha enjuiciado la situación política creada por los decretos del Poder Ejecutivo del 30 de marzo del presente año; así como ha establecido, a la luz del Derecho Constitucio-nal, su posición frente a la llamada Asamblea Constituyente, nacida con el pecado original de unas elecciones antidemocráticas, por la falta de garantías y derechos políticos del pueblo ecuatoriano y por los procedimientos de fuerza que se emplearon para la designación de la gran mayoría de los diputados en funciones.

A la nación ecuatoriana le consta que el Partido Socialista, al cual la dictadura impuesta el 30 de marzo persiguiera con saña y ferocidad, ha conservado, desde el 10 de agosto último, una posición tranquila, serena y patriótica, dedicado exclusivamente a sus tareas de organización y propaganda, en espera de que el llamado Poder Soberano de la República recti!cara con sus resoluciones el origen bastardo de su existencia, y con atinadas e inteligentes determinaciones hiciera posible la armonía y concordia de los ecuatorianos.

Igual actitud han adoptado las otras fuerzas de izquierda en una clara demostración del anhelo común de restauración de la democracia a cuyo amparo se puedan desenvolver las actividades nacionales. Más aún, el liberalismo ecuatoriano y su prensa han mantenido semejante actitud, creando de este modo un clima de insospechada tranquilidad, en la cual habría sido posible la armonía de los ecuatorianos, y, sobretodo, atender y resolver los problemas urgentes del país. El Gobierno no ha estado maniatado, ha gozado de la irrestricta libertad que otorga el poder omnímodo; la Asamblea Constituyente ha podido determinar las resoluciones que a bien tuviere la mayoría conservadora, sin contrapeso alguno por la abstención de liberalismo y de los partidos de izquierda.

En resumen, el Gobierno y la Asamblea no han tenido virtualmente oposición, han estado en condiciones, como pocas veces, para realizar una obra creadora de armonía y progreso nacionales. La izquierda y el liberalismo con su conducta ecuánime han demostrado su efectiva cooperación para una obra de reconstrucción y adelanto del país.

52 Tomado de: Partido Socialista Ecuatoriano, “Mani!esto Socialista Ecuatoriano a la nación”, en La Tierra, Quito, 15 de octubre de 1946.

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Sin embargo, la realidad escueta es que ni el gobierno ni la mayoría de la Constituyente han sabido aprovechar, con sentido patriótico y realizador, las brillantes condiciones que, desde hace más de dos meses prevalecen en la nación. Esa realidad muestra que nada se ha hecho para detener siquiera la tremenda crisis económica y !nanciera que puede culminar con un desastre de inmensas proporciones; que las complacencias políticas continúan amparando negociados e incorrecciones que perjudican al erario nacional; que no se pone atajo al derroche de los fondos públicos que bien empleados hubieran servido para iniciar la reconstrucción económica del país; que la orientación política del Gobierno no ha sufrido modi!cación alguna y, por lo mismo, la administración y servicios del Estado se hacen con un criterio autocrático y de círculo estrecho.

A la negatividad de la obra de administración y gobierno, tenemos que agregar la gestión sectaria de la llamada Asamblea Constituyente, cuya mayoría conservadora, en forma ciega, está sembrando la simiente del odio que un día puede fructi!car trágicamente.

sus partidos políticos progresistas, por sus clases trabajadoras manuales e intelectuales, por sus educadores abnegados y patriotas, por todo lo mejor de la nacionalidad, ha dado la voz de alerta frente al peligro conservador, y se ha puesto de pie para la defensa de las instituciones civilizadoras amenazadas por la reacción.

La abolición del laicismo aprobado por la Asamblea, constituye el reto lanzado por el Partido Conservador a la conciencia libre de los hombres del Ecuador y de América. Es la expresión clara y terminante de que los movimientos culturales, porque han batallado las naciones del mundo, no han podido llegar a las fuerzas reaccionarias ecuatorianas que, anquilosadas en un pasado siniestro, aspiran al dominio absoluto del espíritu olvidándose que la humanidad no puede aceptar retrocesos en la marcha de la civilización.

El Partido Socialista que ha sido el primero en la lucha por el imperio de la democracia, contribuye hoy más que nunca a la campaña de las libertades públicas que se organiza en todos los ámbitos de la República, como respuesta necesaria y urgente al desafío del conservadorismo que no solo pretende anular las conquistas liberales, sino que está sentando las bases para una captura integral del poder político, aprovechando las circunstancias favorables que deliberadamente del Poder Ejecutivo ha creado en su bene!cio.

No necesitamos señalar el peligro que amenaza a las instituciones liberales, que van siendo modi!cadas en forma mañosa e hipócrita para después

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liquidarlas de!nitivamente. No necesitamos insistir en que a esta labor de regresión incali!cable, se añade la obra inoperante de un Gobierno que nopuede hacer administración constructiva, ni es capaz de la defensa de las instituciones encargadas de su manejo en hora desgraciada. Varias institucio-nes y partidos políticos, y sobre todo la prensa seria y responsable, han hecho ya la denuncia de ese peligro y llamado a la ciudadanía para detener el avance de la reacción y salvar al Ecuador del caos al que lo conducen la incomprensión y sectarismo adueñados del Gobierno y de la Asamblea.

Por eso, el Partido Socialista al ocupar su puesto de lucha, hace a su vez un llamamiento a todos los partidos democráticos, a las instituciones culturales y sindicales, a los hombres progresistas del país, para formar el Gran Frente a cuyo cargo esté la defensa de nuestras instituciones democráticas y la lucha heroica contra la reacción conservadora que pretende instaurar la odiosa dominación garciana y fascista en el Ecuador.

Todos los militantes del Partido: obreros, intelectuales, asociaciones femeniles, estudiantes, etc., deben constituirse en los más decididos organizadores de esta campaña nacional en defensa de las instituciones liberales amenazadas por las fuerzas ciegas del oscurantismo.

Por el Comité Ejecutivo Nacional y el Buró Técnico,

Emilio Gangotena, M. Benjamín Carrión, Néstor Mogollón, Luis Maldonado Estrada, Eduardo Santos, Luis Maldonado Tamayo, Nelson Torres, Gonzalo Maldonado Jarrín,

Ricardo Cornejo, Carlos Vinueza, Jorge Andrade Marín, Jorge Icaza,

Jorge Maldonado Cornejo.

261

Manifesto del Comité Ecuatoriano Pro-Palestina53

En este vigésimo noveno aniversario de la Declaración Balfour, por la cual el 2 de noviembre de 1917 el Ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Lord Balfour, aseguraba ante el mundo que “el Gobierno de su majestad está inclinado favorablemente al establecimiento en Palestina de un hogar nacional judío y hará lo que esté en su poder para facilitar el logro de este objetivo”, el Comité Ecuatoriano Pro-Palestina se dirige a la conciencia pública para unir su voz al clamor universal que exige el cumplimiento sin más dilaciones de esta histórica promesa.

Las aspiraciones sionistas que intentan dar al pueblo judío un status igual al de las otras naciones para normalizar las relaciones entre el mundo no-judío y el pueblo bíblico y permitirle vivir libremente en un país en que pueda determinar él mismo su destino, no es un asunto que interese exclusivamente a los ingleses, judíos y árabes. Cincuenta y dos naciones, entre ellas el Ecuador, empeñaron su palabra en el tratado de San Remo para llevar a la realidad este ya milenario sueño que comenzó con la visión profética de Moisés: “y Dios dijo a Abraham: A tus hijos daré este país para que vivan en él”.

Por encima de todos los derechos internacionales reconocidos, la inmediata inmigración del mayor número posible de judíos a Palestina es, hoy más que nunca, una cuestión de elemental justicia. Un año y medio ha pasado desde que las tropas aliadas liberaron a los pueblos europeos, entre ellos los remanentes de una de las mayores carnicerías humanas de la historia en la que sucumbieron seis millones de judíos. Nuevamente se acerca el cruel invierno europeo y a pesar de las recomendaciones de una comisión anglo-americana, a pesar de las humanitarias intervenciones del Presidente Truman, del Gobierno norteamericano y de los más destacados espíritus intelectuales del mundo entero, nada se ha hecho para permitirles la entrada al país que es de ellos, al país que les puede hacer olvidar los horrores del cementerio del cual han renacido.

Por el contrario, diariamente se leen noticias de cómo se les intercepta ante las mismas puertas de la que para ellos es una verdadera “Tierra prometida”, como la potencia que en el mandato de la Liga de Naciones asumió el deber de “poner al país en condiciones políticas, administrativas y económicas tales

53 Tomado de: Comité Ecuatoriano Pro-Palestina, “Mani!esto”, en La Tierra, Quito, 2 de no-viembre de 1946.

262

verdaderos campos de concentración en la isla de Chipre, encarcela a sus líderes y obsta, mediante fantásticas concentraciones de fuerza, la reconstruc-ción del país.

La situación del pueblo judío es hoy más difícil que cuando se emitió la Declaración Balfour. La reparación del mal causado es uno de los principios fundamentales del Cristianismo y de toda ética. El mundo debe a los judíos algo más que meras declaraciones de simpatía. Para todos los males que han hecho sufrir a los judíos, desde la destrucción de su Estado hasta los ríos de

campos de concentración, no hay sino una reparación: la devolución de su tierra, la devolución de lo que llaman Eretz Israel, en el país de Israel. ¿Qué valor tendrán todos los esfuerzos de las democracias si el !n de la guerra no trae consigo un nuevo orden de justicia, y qué justicia puede haber sin que participen en ella todos los pueblos, inclusive los hebreos?

En consideración a estas razones, este Comité Ecuatoriano Pro-Palestina ha resuelto aprovechar la oportunidad del aniversario de la declaración Balfour para pedir a los políticos y estadistas responsables de la dirección de los asuntos mundiales el cumplimiento de la mencionada Declaración y del Mandato sobre palestina de la Liga de Naciones y que interpongan sus buenos o!cios ante el Gobierno inglés a favor de la inmediata inmigración a Palestina del número mayor posible de la víctimas judías del nazismo para que cese la continuada persecución de las mismas en forma de su deportación a tierras extrañas y el encarcelamiento de sus líderes. Demasiadas comisiones e investigaciones hemos tenido ya en este asunto. Lo que la conciencia mundial reclama ahora son hechos concretos, hechos que signi!carán la diferencia entre vida y muerte para innumerables seres humanos.

Quito, a 2 de noviembre de 1946

Por el Comité Ecuatoriano Pro-Palestina:

José Rafael Bustamante, Presidente

Dr. Luis Bossano, Secretario

Dr. Benjamín Carrión; Dr. Manuel Elicio Flor; Dr. Pío Jaramillo

Alvarado, Dr. Alfredo Ponce Ribadeneira, Vocales

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ReferenciasEnsayos

Benjamín Carrión, “Teoría de la Casa de la Cultura”, en Trece años de cultura nacional. Informe del Presidente de la Casa de la Cultura (agosto 1944-agosto 1957), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión (CCE), 1957, pp. 9-51.

Benjamín Carrión, “Teoría y plan de la Segunda Independencia”, en Cuadernos Americanos, AÑO XX, VOL. CXIV, N. 1, enero-febrero, 1961, México. Ensayo leído parcialmente en el Seminario de líderes Políticos de Bogotá, el 26 de octubre de 1960 (el original no está paginado).

Benjamín Carrión, “La responsabilidad del escritor”, en Raíz y camino de nuestra cultura, Cuenca, Municipalidad de Cuenca, 1970, pp. 109-119.

Benjamín Carrión, “El exilio: mal de Latinoamérica”, en Raíz y camino de nuestra cultura, Cuenca, Municipalidad de Cuenca, 1970, pp. 27-31.

Benjamín Carrión, “Una Constitución para realizar nuestra Segunda Independencia”, en Benjamín Carrión et al., Los intelectuales frente a la coyuntura actual, Quito, Municipio Metropolitano de Quito, 1976, pp. 7-11.

Cartas al Ecuador

Benjamín Carrión, “Sobre la Patria en peligro” (sexta), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 29-32.

Benjamín Carrión, “Después de la derrota: sobre la vocación nacional” (undécima), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 49-56.

Benjamín Carrión, “Sobre los males del pretorianismo. Necesidad de una democracia sincera” (decimocuarta), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 69-73.

(decimoséptima), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 89-91.

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Nuevas cartas al Ecuador

Benjamín Carrión, “Sobre el hambre y la moral” (cuarta), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 113- 116.

Benjamín Carrión, “Sobre el atroz silencio y el elixir paregórico” (quinta), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 117-120.

Benjamín Carrión, “Sobre la función del Parlamento” (décima), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 139-142.

(decimocuarta), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 155-158.

Benjamín Carrión, “Sobre la marcha de América hacia la libertad” (decimoséptima), Cartas y nuevas cartas al Ecuador, Quito, CCE, 2012, pp. 167-170.

Artículos de prensa

Benjamín Carrión, “El Partido Conservador y el centenario de García Moreno”, en El Día, Quito, Imprenta de El Día, 4 de noviembre de 1920.

Benjamín Carrión, “Carta de Benjamín Carrión a Rigoberto Ortiz”, en El Día, Quito, domingo 27 de enero de 1929.

Benjamín Carrión, “Mi protesta y mi fe”, en El Día, Quito, martes 3 de mayo de 1932.

Benjamín Carrión, “La emoción política”, en El Día, Quito, lunes 20 de junio de 1932.

El Día, Quito, viernes 29 de julio de 1932.

265

Benjamín Carrión, “El caso Bonifaz I. Mi posición personal”, en El Día, Quito, domingo 14 de agosto de 1932.

Benjamín Carrión, “El caso Bonifaz II. La paz o la guerra”, en El Día, Quito, miércoles 17 de agosto de 1932.

Benjamín Carrión, “El caso Bonifaz III. Ni la sombra de la sombra de una duda”, en El Día, Quito, viernes 19 de agosto de 1932.

Benjamín Carrión, “Acerca de la organización y actuaciones del Partido Socialista”, en El Comercio, Quito, domingo 27 de octubre de 1932

Benjamín Carrión, “Un libro bien nombrado”, en El Día, Quito, 17 de febrero de 1941,

Benjamín Carrión, “Mi voto es por Rómulo Betancourt”, en La Calle, N. 90, Quito, 29 de noviembre de 1958.

Benjamín Carrión, “Venezuela y el nuevo espíritu de América”, en La Calle, N. 104, Año II, Quito, 7 de marzo de 1959.

Benjamín Carrión, “Las Repúblicas de las balas y de las bananas”, en El Universo, mayo de 1959.

ecuatoriana!”, en La Calle, N. 128, Año III, Quito, 22 de agosto de 1959.

Benjamín Carrión, “Cuba ha encendido una luz que nadie apagará”, carta pública al Señor General Miguel Ydigoras Fuentes, Presidente de Guatemala, en Mañana, N. 16, Año I, Quito, 5 de mayo de 1960, pp. 16-17.

Benjamín Carrión, “Benjamín Carrión frente al IV Velasquismo”, en Mañana, N. 22, Año I, Quito, 16 de junio de 1960, pp. 8-9.

Benjamín Carrión, “Cuba: la esperanza suprema de los pueblos de Latinoaméri-ca”, en Mañana, N. 23, Año I, Quito, 20 de junio de 1960, pp. 14-15.

266

Benjamín Carrión, “La cobarde conjura”, en Mañana, N. 102, Año II, Quito, 18 de enero de 1962, p. 5.

El Tiempo, Cuenca, 25 de octubre (s/a).

ANEXOS

Benjamín Carrión, “Ley Constitutiva de la Casa de la Cultura Ecuatoriana”, en Trece años de cultura nacional. Informe del Presidente de la Casa de la Cultura (agosto 1944-agosto 1957), Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1957, pp. 183-189.

Benjamín Carrión et al., “Por la liberación Dominicana”, en La Tierra, Quito, 17 de enero de 1946.

Partido Socialista Ecuatoriano, “Mani esto Socialista Ecuatoriano a la nación”, en La Tierra, Quito, 15 de octubre de 1946.

Comité Ecuatoriano Pro-Palestina, “Mani esto”, en La Tierra, Quito, 2 de noviembre de 1946.

Benjamín Carrión (Loja, 1897-Quito, 1979) escritor, político, periodista, diplomático y promotor cultural ecuatoriano. Se gradúa de abogado en la Universidad Central en 1922. En abril de 1925, ingresa al servicio diplomático y en junio viaja a El Havre, Francia, para desempeñarse como Cónsul. De regreso a Quito, participa activamente en el Partido Socialista Ecuatoria-no. Hace patente su !gura pública a través de la constitución de la «Escuela de cultura socialista». En 1944, funda la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Publica la revista Letras del Ecuador, cuyo

primer número aparece en 1945. En 1950, funda el periódico El Sol con Alfredo Pareja Diezcanseco. Participa como candidato a la Vicepresidencia de la República, en binomio con el Dr. Antonio Parra Velasco, en 1960. En 1968, recibe el premio “Benito Juárez”, otorgado por única vez por el Gobierno mexicano. A !nes de ese mismo año, en forma de!nitiva, retorna al Ecuador. En 1975, se le con!ere el Premio Nacional Eugenio Espejo. Entre sus obras están: Los creadores de la nueva América (1928), El desencanto de Miguel García (1928), Mapa de América (1931), Atahuallpa (1934), Índice de la poesía ecuatoriana contemporánea (1938), Cartas al Ecuador (1943), El nuevo relato ecuatoriano (1951), San Miguel de Unamuno (1954), Santa Gabriela Mistral (1956), García Moreno, el Santo del Patíbulo (1958), Nuevas Cartas al Ecuador (1960), Por qué Jesús no vuelve (1963), El cuento de la Patria (1967), Raíz y camino de nuestra cultura (1970), El libro de los prólogos (1980), América dada al Diablo (1981), Correspondencia de Benjamín Carrión (1995), entre otras.

...el maestro Carrión es mucho más que el fundador de la Casa de la Cultura. Reconocido en toda América como uno de los mayores ensayistas de nuestro continente, es también, como escribió Alejandro Moreano, el rostro político de la cultura. Vinculado desde muy joven al Partido Socialista, militó largamente en sus !las y participó en algunas jornadas de gran importancia en las confusas décadas del 30 y el 40...

Beatriz Tola Bermeo